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Sentimos, luego somos: la emoción, base tanto de la auto-

definición como de la acción social [Livinstone, A.G. y col., 2011]


Publicado en la revista nº042

Autor: San Miguel, Mª Teresa


Reseña: We Feel, Therefore We Are: Emotion as a Basis for Self-Categorization and Social
Action. Andrew G. Livingstone (University of Stirling), Russell Spears, Antony S. R. Manstead
(Cardiff University). Martin Bruder (University of Konstanz) and Lee Shepherd (Cardiff University).
2011 American Psychological Association, Vol. 11, No. 4, 754–767

Introducción

El artículo sobre el que trata esta reseña tiene dos características que pueden
desanimar al lector de teoría psicoanalítica: es un trabajo que incluye una
investigación empírica; y, en segundo lugar, el marco teórico que lo sustenta es el
de la psicología social. Puntualizados los obstáculos, es importante subrayar los
aciertos: por una parte, el artículo tiene el mérito de avanzar en la dirección de incluir
las emociones en la base de nuestra(s) identidad(es); por otra parte, nos permite
encarar una reflexión sobre la articulación entre lo que podemos denominar lo “intra
e intersubjetivo” y el plano de la identidad grupal y la acción social. En el último
apartado se presentan una serie de ideas en esta dirección.

La reseña se ha dividido en tres partes. La primera trata sobre la revisión que hacen
los autores de los trabajos que se han llevado a cabo hasta la fecha acerca de las
relaciones entre identidad social y emociones. En la segunda parte, se presenta la
investigación, de corte sociológico, llevada a cabo por ellos. Aunque se hace un
resumen de las características de la investigación (muestra, variables) se ha puesto
el foco en los presupuestos teóricos de los autores y en las conclusiones que ellos
extraen de su trabajo, y no tanto en los datos de corte estadístico. Las conclusiones
aparecen en la tercera parte. Como ya se ha dicho en el parrafo anterior, se
concluye con una breve reflexión cuyo objetivo es mostrar lo estimulante que puede
resultar asomarnos a perspectivas y esquemas teóricos diferentes al nuestro, como
vía de enriquecer nuestra propia teoría.

PRIMERA PARTE
El impacto que tiene la pertenencia a un grupo sobre las emociones
experimentadas por los miembros de dicho grupo

Al estudiar las relaciones que se dan entre identidad social y emociones, la mayoría
de los estudios parten del supuesto de que las categorías en las que las personas
se incluyan en cada momento son las que van a dar cuenta de las emociones que
se experimenten en el grupo. Sin embargo, los autores consideran que se ha
prestado poca atención al fenómeno complementario, esto es, a la influencia que
las propias emociones van a tener sobre la auto-definición, entendiendo ésta última
como el conjunto de categorías en las que nos incluimos para definirnos a nosotros
mismos (así, nuestra profesión, nuestra nacionalidad, nuestros estudios, etc.).
Evidentemente todas estas categorías son sociales.

Los autores plantean que el papel que juegan las emociones grupales en las
conductas de los miembros de dicho grupo ha atraído enormemente la atención de
los investigadores. A la cabeza de estos estudios se encontraría la denominada
“teoría de las emociones inter grupales” (IET) (Smith, 1993). Según esta teoría, las
emociones grupales, como la ira, por ejemplo, reciben una determinada valoración
por parte del grupo (podría ser legítima o no, dependiendo de determinadas
circunstancias) y esto hace que se puedan hacer predicciones sobre las acciones
de un grupo frente a otro.

En suma, la mayoría de las investigaciones ponen el acento en que la identidad


social es la base para pronosticar cuáles van a ser nuestras reacciones frente al
mundo que nos rodea. Pero lo que estas investigaciones han dejado de lado hasta
ahora es considerar el impacto que las propias emociones pueden tener en las
identidades sociales. Los autores consideran que, en realidad, son las emociones
las que desarrollan las identidades sociales.

Las emociones grupales como fuentes de información y canales de


comunicación

En su revisión de los trabajos en torno al tema, los autores se detienen en la


denominada “teoría de la evaluación social” (Manstead & Fischer, 2001; Parkinson,
Fischer, & Manstead, 2005). Esta teoría afirma que nosotros no reaccionamos frente
a los acontecimientos solamente sobre la base de la evaluación que hagamos de
los mismos, sino también sobre la base de los efectos emocionales que dichos
acontecimientos produzcan en los otros. Según esta teoría, nuestra propia
concepción de un evento podría verse alterada por las reacciones emocionales de
otras personas. De hecho, cuando expresamos enfado frente a algún
acontecimiento, no sólo pretendemos mostrar nuestro desacuerdo con dicho
suceso, sino que lo que también buscamos es que los otros mantengan -al igual
que nosotros- posiciones contrarias a dicho acontecimiento.

El impacto de las emociones en la auto calificación. El ajuste emocional

Entre el conjunto de las teorías que se apoyan en la IET, los autores han encontrado
un interesante experimento (Kessler and Hollbach, 2005). Kessler y Hollbach
hallaron que la identificación de los sujetos con el grupo crecía cuando los
sentimientos de felicidad eran los que predominaban dentro del grupo y los
sentimientos de ira eran dirigidos contra un grupo exterior.

Los autores del presente trabajo afirman que su punto de vista es ligeramente
diferente, ya que ellos parten del supuesto de que la intensidad de las reacciones
emocionales ante un acontecimiento, y la medida en que dichas emociones se
generalicen en el grupo, van a afectar a la propia identidad grupal, así como van a
tener efectos sobre la conducta de dicho grupo hacia el exterior.

En este punto, los autores introducen una distinción conceptual entre


“identificación” (tal y como es recogida por Kessler, Hollbach) y que señala la
importancia subjetiva que tiene para alguien definirse a sí mismo en una
determinada categoría; y la “auto-calificación” (Turner, 1999), que es un proceso
más general según el cual nos definimos a nosotros mismos en función de
categorías que están previamente disponibles.

Será este proceso, más general, el que interese a los autores de nuestra reseña.
Ellos revisan los dos principios que han sido invocados para dar cuenta de la
adscripción de las personas a determinados grupos. El primer principio se ha
denominado “comparativo” y señala que la tendencia de una persona a definirse en
términos de la pertenencia a un grupo (p. e. el de los psicólogos) será más alta en
la medida en que se compartan características con los miembros de ese grupo –en
este caso, el grupo de los psicólogos- y, al mismo tiempo, se diferencien de otros
grupos (p.e, el grupo de los físicos)

El otro principio, denominado “normativo”, muestra que -además de las semejanzas


y diferencias- es determinante el que una categoría contenga fuertes estereotipos a
la hora de promover la identificación de los sujetos con dicha categoría. En el caso
de los psicólogos, la expectativa social sobre ellos es más amplia que sobre los
físicos, pues incluiría preocupaciones o actitudes hacia los otros en el conjunto de
sus relaciones y no sólo en su trabajo (a diferencia de los físicos, cuyo objeto de
trabajo son fenómenos naturales y, por tanto, las expectativas están limitadas al
ámbito profesional). La consecuencia de esto es que cabría esperar identificaciones
más intensas en la categoría de “ser psicólogo” que en la de “ser físico”.

Pues bien, a estos dos principios, los autores se proponen añadir un tercer
elemento: el “ajuste emocional”, el cual incorpora tanto el aspecto comparativo como
el normativo.

Los ajustes comparativo y normativo pueden considerarse cognitivos, pero es la


reacción emocional la que dispara la implicación personal. De hecho, el mero
conocimiento de los ajustes comparativo y normativo de un grupo no nos
proporciona base para predecir reacciones ni comportamientos ligados a estados
emocionales

Los autores ponen el ejemplo de una situación en la que se efectuen recortes en un


departamento de la universidad y no en otro. La comparación entre los miembros
del departamento afectado por los recortes y el que no lo está va a aumentar la
identidad grupal, por supuesto. Pero si entre los miembros del departamento que
sufre recortes surge la ira, ese sentimiento va a cohesionar más al grupo, incluso
es mejor predictor de posibles acciones que si sólo aplicamos el principio
comparativo.

La reacción emocional, aseveran los autores, es muy importante: las emociones son
el motor de la acción. De hecho, el miedo se asocia a formas de acción grupal frente
a la injusticia; sin embargo, la tristeza o la indiferencia, no.
SEGUNDA PARTE

La investigación

Los autores han diseñado dos experimentos que se dirigen a confirmar sus ideas
acerca de que la emoción es básica a la hora de considerar la intensidad de la auto
definición, así como a la hora de predecir reacciones grupales en el área de una
posible acción colectiva.

Para estudiar el impacto emocional, los autores consideran importante tomar en


consideración tres dimensiones: la reacción emocional del sujeto, el impacto de la
reacción emocional del grupo con el que el sujeto se identifica y, por último, el efecto
que tiene la reacción emocional de los grupos que no están en su misma categoría
grupal.

El hecho de diseñar dos experimentos distintos está relacionado con los fines de la
investigación, ya que en el primer experimento se trata de construir un grupo que
previamente no tenía ningún significado para los participantes en la investigación;
mientras que en el segundo se parte de una auto-calificación ya existente y aquí se
trataría de ver los efectos de las emociones sobre la intensidad de tal auto-
definición. El objetivo sería demostrar cómo las emociones están presentes tanto
en la construcción de una identidad que no existìa previamente, como van a reforzar
o no, las identidades en el seno de grupos ya constituidos. Se entenderá mejor todo
esto cuando se lean los experimentos.

Estudio 1

Este estudio se realizó con 96 estudiantes de psicología, 83 mujeres y 13 hombres,


no graduados, cuya media de edad es de 19,73 años.

A los participantes se les planteaba que se les iba a suministrar una información
acerca de la universidad y que debían responder cómo se sentían frente a ella. En
este caso, se les suministraban datos falsos acerca de la pérdida de prestigio de su
universidad, así como declaraciones del decano sobre esta situación y la decisión
que se había tomado de incrementar la dificultad de las pruebas de evaluación. Esta
medida iba a afectar a un grupo de estudiantes y no a otro.

La elección de este tipo esta situación se debía a que se suponía que podría
producir en los estudiantes reacciones tanto de enfado como de satisfacción. De
hecho, los informes suministrados a cada estudiante daban cuenta tanto de que se
iba a incrementar el porcentaje de los no-aptos, como de las posibilidades que esta
medida contenía para el futuro, en el sentido de que aumentaría la valoración de la
titulaciones impartidas por la universidad.

La finalidad del estudio era doble. Por un lado, se trataba de ver si la reacción
emocional frente a un evento podría producir un movimiento en el sentido de que
los estudiantes se colocaran en una categoría en la que no estaba previamente. Por
otro lado, se trataba de ver si esa nueva auto-definición tendría efectos de
empujarles a llevar a cabo algún tipo de acción.

El test se realizaba en una pantalla a través de la cual se suministraba la información


y se pedía también a los participantes que señalaran su reacción emocional.

Cada una de las dos grandes reacciones emocionales (ira y satisfacción) se


descomponían en otras cuatro, las cuales señalaba gradientes de intensidad. Así,
en el caso de la reacción negativa, esta podría ser de furia, enfado, resentimiento o
sentirse molesto. En el caso de reacciones positivas, podrían ser de mucha
satisfacción, estar contento, relativamente satisfecho o poco satisfecho.

También se señalan tres grados de intensidad: la indiferencia, vivencia de estar muy


afectado o despreocupado.

La información que se suministraba a cada participante incluía también la referente


a las reacciones del grupo de estudiantes afectados por la medida, así como
también las reacciones de estudiantes que no estaban afectados por la nueva
medida sobre la evaluación. Después, se solicitaba a cada participante que
expresara si se identificaba –o no- con los sentimientos de su grupo.

Resultados

Un primer dato claro de la investigación es que cuando la reacción de rabia del


sujeto coincide con la expresión de rabia del grupo de referencia, la identificación
con éste último se incrementa. Los resultados eran los mismos en el caso de los
sentimientos de satisfacción: cuando estos coincidían con los expresados por el
grupo, la nueva “identidad” se experimentaba tan intensa como otras categorías
previas en las que se encuadraba el participante antes del experimento.

Con respecto a la tendencia a la acción, los datos son concluyentes: se actuará más
cuando las emociones predominantes sean de rabia y enfado. Ahora bien, un
hallazgo de esta investigación es que el máximo impulso a la acción se producía en
el caso en que la reacción de rabia fuera la que predominaba tanto en el grupo de
estudiantes afectados por la medida como en el grupo que los que no estaban
afectados por dicha medida.

Los autores consideran que sería interesante cotejar estos resultados sobre la
tendencia a la actuación con los obtenidos en un grupo ya constituido, es decir, en
un grupo con una identidad previa. Este, de hecho, sería el diseño de la segunda
investigación.

Estudio 2

Para este estudio se selecciona una muestra entre una población del sur del Reino
Unido: el Sur de Gales. A los participantes en la investigación se les presentaba una
serie de datos (verosímiles) que habían conducido al gobierno británico a retirar el
apoyo financiero destinado a la conservación del patrimonio del mencionado
territorio. Falseando la información, se mostraba un recorte de periódico en el que
aparecía una noticia sobre el recorte.
En primer lugar, se pedía a los participantes que expresaran su reacción ante estos
recortes; posteriormente, se les volvía a preguntar, una vez conocida la reacción de
otros dos grupos de ciudadanos: la de los galeses del sur –que eran del mismo
grupo que los participantes- y la reacción de los galeses del norte.

Como en el estudio 1, el objetivo era medir el impacto que tienen los estados
emocionales, tanto en la identidad grupal como en la tendencia a la acción social.
En este caso, a diferencia del anterior, la reacción no podría ser positiva y se trataba
de discriminar entre las reacciones de rechazo y de indiferencia.

La predicción de los autores era que los sentimientos de rabia serían más grandes
que entre los sujetos participantes en el primer experimento, ya que aquí se trata de
la identificación con una categoría (ser galés del sur) ya establecida antes del
experimento.

La elección de la muestra fue al azar, en locales públicos de Gales del Sur. Los
participantes eran 84 (42 mujeres, 40 hombres y 2 sujetos que no explicitaron su
sexo). Todos los participantes se ofrecieron voluntariamente y la edad media entre
ellos era de 28,83.

La pregunta que se les hizo (después de mostrarles la falsa información y los efectos
negativos de la misma) era si sentían enfado o indiferencia. Más específicamente,
debían encuadrar sus reacciones en una lista que se les suministraba y que incluía:
enfado, furia, resentimiento, amargura, frustración o el sentirse molesto. Cualquiera
de estas emociones podían tener intensidad de 1 a 7.

Después se les presentaban los resultados de un supuesto estudio para medir las
reacciones de dos grupos (el de los galeses del sur y el de los galeses del norte).
Dichas reacciones podías ser de dos tipos: de furia o de molestia. Para finalizar, se
volvía a preguntar a los sujetos cómo se sentían tras conocer las (supuestas)
reacciones grupales de uno u otro signo.

Resultados
Los datos estadísticos avalan los supuestos de los autores, en el sentido de que la
emoción juega un papel fundamental en nuestras identidades sociales. Ahora bien,
a diferencia del estudio 1, la reacción emocional del grupo externo (galeses del
norte) jugaba aquí un papel regulador sobre las reacciones del grupo estudiado
(galeses del sur). Entre los afectados por una identidad previamente existente, las
reacciones indiferentes del grupo exógeno relanzaban la indignación entre el grupo
de referencia. De hecho, la intensidad de “ser galés” disminuía en la medida en que
aumentaba la distancia entre las reacciones de disgusto entre galeses del sur y del
norte. El sentirse más galés del sur hacía disminuir el sentimiento de “ser galés”.

Con respecto a la tendencia hacia la acción, esta tendencia se disparaba sólo entre
los afectados por los recortes (galeses del sur); cuando la reacción era de ira entre
los galeses del sur y de indiferencia entre los del norte, también se producía un
aumento en la tendencia a la actuación y ésta era más baja cuando las gráficas que
se presentaban a los participantes marcaban mucha indiferencia entre los galeses
de ambos grupos.

A diferencia de lo hallado en el estudio 1, cuando se presentaba a los participantes


tablas de reacción de rabia en el grupo de galeses del sur y en el grupo de los del
norte, esto no se experimentaba como suma y , por lo tanto, no aparecía tendencia
a la acción en la categoría englobante (ser galeses). En el estudio 1, sin embargo,
las reacciones de rechazo en el grupo de estudiantes afectados por los cambios en
la evaluación y el rechazo en el grupo de los no afectados disparaban la tendencia
a la acción como grupo conjunto (los estudiantes).

Los autores concluyen que todos los datos encontrados apuntan hacia el hecho de
que la emoción es más importante que los aspectos comparativo y normativo de un
grupo. Por otro lado, los autores muestran su sorpresa ante algunos resultados
inesperados. En el estudio 2, la tendencia a la acción disminuye cuando las
reacciones de los galeses del sur y del norte son de rabia. Una posible explicación
de este fenómeno sería la “difusión de responsabilidad”: cuanto más alto sea el
número de gente enfadada, menor es el impulso a realizar acciones, a involucrarse
en las protestas. Por esto, si sólo los galeses del sur están irritados, hay mayor
responsabilidad grupal a la hora de intentar cambiar la situación.

Otro resultado inesperado era que la tendencia a realizar acciones era igual en el
caso de que el grupo de galeses del sur estuviera enfadado y el del norte
indiferentes, que en el caso de que los galeses del sur mostraran indiferencia y los
del norte indignación. Aquí, la explicación de los autores es que la reacción de
rechazo de los del norte tendría un efecto sobre el grupo de galeses del sur. Como
algunos trabajos han puesto de manifiesto, y se ha citado en apartados anteriores,
la expresión de enfado tiene un impacto sobre las percepciones previas que tienden
a transformarse para adoptar el mismo juicio que tiene quien está irritado.

TERCERA PARTE

Discusión general

Globalmente, se considera que los resultados de la investigación avalan las


hipótesis de los autores, en el sentido de que la emoción es fundamento tanto para
la construcción de nuevas categorías de identidad social, como vía para afianzar el
sentimiento de identificación con un grupo de referencia. También tendría un papel
importante en la acción de los grupos.

Ahora bien, entrando en mayores matices, los autores han encontrado diferencias
en el estudio 1 y 2, es decir, cuando el sentimiento de inclusión en un grupo es
construido experimentalmente y cuando dicha identidad era previa para los sujetos.
Particular interés tiene para ellos que en el estudio 2 las reacciones del grupo
exógeno al grupo (los galeses del norte) tengan un efecto modulador sobre lo
experimentado en el grupo de referencia (galeses del sur). La otra diferencia entre
ambos estudios era que en el grupo 2 el sentimiento de pertenecer a una categoría
era más intenso.

En ambos grupos, la tendencia a la acción se disparaba con las reacciones de rabia


del grupo de referencia. Ahora bien, en el estudio 1, las reacciones de enfado de los
participantes dependían más de las reacciones que hubieran mostrado los
estudiantes afectados por la medida. Los autores subrayan este hallazgo como
inesperado e incluso reconocen no encontrarle ninguna explicación (Livingstone y
otros, 2011, p. 765).

Llama la atención la perplejidad de los autores, pues no parece difícil entender que
cuando existe una identidad grupal ya constituida, existe también un código que
señala los afectos que van a experimentar sus miembros en determinadas
circunstancias. Esto es, precisamente, lo que ha mostrado la “teoría de las
emociones inter grupales”, que los autores han estudiado. El problema puede estar
en que, al rebatir aspectos de esta última teoría, los autores no la tienen
suficientemente en cuenta al analizar sus resultados. Nuestra propuesta sería que
para entender bien los resultados obtenidos precisamos de las dos perspectivas:
aquella que predice reacciones emocionales sobre la base de identidades
compartidas y la que muestra que las propias emociones experimentadas frente a
eventos que afectan a un grupo van a modular –o crear- la identidad grupal.

Volviendo al texto, una idea muy repetida es que identidad social, emociones y
acción social guardan una relación dinámica y recíproca, precisamente lo que se
apuntaba en el párrafo anterior. Si bien es cierto que se ha estudiado el papel de
las emociones en las relaciones interpersonales, se ha prestado poca atención al
plano “inter grupal” como disparador de sentimientos e impulso para la acción.

Los autores no discuten que la identidad social sea contemplada en el interjuego


entre similitudes y oposiciones, pero consideran urgente incluir en este campo las
reacciones emocionales. De hecho, de acuerdo a los resultados del estudio 1, el
enfado compartido empuja más a la acción que las creencias compartidas.

Con la vista puesta en futuras investigaciones, se señalan dos cuestiones. La


primera, si en ausencia de “categorías” la sola reacción emocional podría disparar
la identidad grupal. La segunda, que sería interesante seguir estudiando si la
comunicación cognitiva tiene mayor o menor efecto dependiendo si va acompañada
de emociones mediadoras.

Consideraciones finales de la autora de la reseña

El título de este artículo hace alusión a ese viejo sueño de la modernidad de fundar
la identidad (identidad individual, por supuesto, ya que la modernidad alumbra una
forma de individualidad desconocida hasta ese momento) sobre el pensamiento y
la conciencia. Los autores van a someter la máxima cartesiana (cogito ergo sum,
“pienso, luego existo”)1[1] a una doble tensión: en lugar de “pienso”, “siento”; en
lugar de yo, un nosotros. De ahí, el título “sentimos, luego somos”. Podría decirse
que entre ambas formas de concebir la identidad se abre un amplio desfiladero
filosófico, un cambio paradigmático que obliga a re-pensar el papel que tienen las
emociones y los vínculos grupales en la construcción de la identidad y la acción
social.

Cuestionar la preeminencia de la cadena individuo-hombre-racionalidad (que se nos


ha transmitido en oposición, y comparativamente superior, a la de masa-mujer-
emoción) ha sido -y sigue siendo- una tarea que da frutos importantes a quienes se
atreven a buscar otras formas de articulación y valoración entre estas dimensiones
imprescindibles para conocer a los seres humanos.

Los autores muestran que la mayoría de las teorías sobre las emociones grupales
parten del supuesto de que dichas emociones son siempre consecuencia de los
conceptos que un determinado grupo tiene sobre lo que está permitido o no. Aunque
no lo explicitan tan claramente, podríamos decir que este “esquema” parte del
supuesto de que las emociones son secundarias a las ideas o a los principios
morales. Frente a esta concepción –que no se descarta, porque también tiene su
lugar a la hora de entender determinadas reacciones emocionales- los autores
proponen articular otra concepción sobre las emociones según la cual las
emociones no son algo que sencillamente “trasmitimos”, sino que son fuerzas
poderosas que se dirigen a impactar a los otros y, al mismo tiempo, que impactan
sobre la representación de nosotros mismos e incluso la transforman.
Evidentemente que esta concepción no es nueva para el psicoanálisis, tampoco
para las investigaciones en neuro-ciencia, que nos proponen pensar el papel capital
que tienen las emociones en el funcionamiento de nuestro cuerpo-mente

11[1] En realidad, esta formulación (cogito, ergo sum) -que es la que se ha


popularizado y la que inspira el título de este artículo- no corresponde estrictamente
a la que aparece en el texto de “Meditaciones metafísicas”, de Descartes. La original
reza: “cogito, sum”, o sea que no se trata de una especie de deducción (luego, en
consecuencia) sino de una identidad entre pensar y ser. Excede los objetivos de
este artículo entrar en el debate filosófico, pero sí se querría precisar que los
enunciados de los filósofos del siglo XVII deberían entenderse como epistemes
acerca del “sujeto” en la modernidad y, por tanto, no suponiendo que se
desconocían las emociones o los sentimientos grupales, sino que esas “máximas”
remiten a un determinado (e histórico) “modelo” para pensar. También en el
presente, por supuesto, nuestras teorías están construidas en el interior de modelos
de pensamiento.
(podríamos decir en nuestro “ser”, pues todavía no tenemos otro término englobante
para superar ese dualismo secular).

De manera que las emociones están en el fundamento de las “identidades sociales”


y podrían ellas solas, en determinados contextos, constituir categorías sociales que
no existían previamente.

Estas (y algunas otras que aparecen a lo largo de este escrito) son “ideas fuertes”
de este trabajo. Sería interesante pasar ahora a considerar de qué modo dichas
ideas pueden guardar una cierta relación con nuestra disciplina

En primer lugar, tenemos la idea de que cualquier “auto-calificación” se instaura en


una doble dinámica: entre aquello que nos asemeja a otros y aquello que nos
distingue. Podría decirse, en general, que cualquier rasgo identitario se rige por esa
doble articulación entre lo que nos hace iguales y lo que nos diferencia. La identidad
podría ser pensada, pues, no tanto como “atomizada”, sino como identidad “en
relación”. Esta concepción daría fundamento a cualquier teoría sobre la
representación del self y, por supuesto, a una de las caras de ese prisma identitario
que sería la identidad de género. También, a todo el conjunto de categorías con las
que se ha definido la diferencia entre los sexos o la orientación sexual. En todos
estos casos, es fácil observar que la distribución de características comunes y
diferentes sientan las bases de la “identidad sexual”, siendo desdeñados otros
muchos caracteres comunes con la finalidad de afianzar la mencionada identidad.

En segundo lugar, es interesante la distinción que nos traen lo autores del artículo
entre las categorías sociales más saturadas y más ligeras, en el sentido de que hay
categorías con las que nos identificamos que son más abarcativas porque contienen
un mayor grado de expectativas sobre nosotros mismos y otras categorías más light
en el espectro de la identidad. Se puede decir que, efectivamente, también a nivel
más individual, no todos los caracteres de nuestra identidad tienen el mismo peso
en la representación de nosotros mismos. De la misma manera que se puede
pensar en la organización del sistema de ideales del yo como una pirámide (en
cuanto al peso relativo que tienen en nuestro sistema narcisista), también en la
imagen (atravesada de emociones) que tenemos de nosotros mismos existen
aspectos que cargan con un mayor peso al dar cuenta de quienes somos. Aquí
cabría añadir una última reflexión “histórica”, en el sentido de que estas
configuraciones identitarias sufren cambios (a veces metamorfosis) a lo largo de
nuestros ciclos vitales.
En tercer lugar, la idea de lo que podríamos denominar “emociones-impacto” es
interesante, aunque no desconocida en nuestro campo. Sabemos que los seres
humanos no transmitimos emociones únicamente para comunicarnos con los otros,
sino que desde temprano tenemos experiencias (aquí las diferencias individuales
podrían ser muy amplias) que nos muestran el efecto transformador que tienen
nuestras emociones sobre los sentimientos, las actitudes e incluso las acciones de
los otros. El artículo pone el foco sobre un área de este vasto territorio de lo intra y
lo inter grupal. El compartir la emoción se nos presenta como aglutinador de la
identidad grupal, así como activador de la acción social. Es éste un tema fascinante
que no nos resulta ajeno en nuestro concepto de inter subjetividad y en el que
podríamos considerar pioneros a los teóricos del apego (un autor como Stern
merecería una mención especial, pero también teóricos del procesamiento
emocional y de la teoría de la mentalización).

En cualquier caso, no parece aventurado sostener que la necesidad-deseo de


“sentir como” y “sentir con” se encuentra en la base de nuestra identidad y que nos
provee sentimientos de seguridad y amparo. Dicho deseo puede activarse en
cualquiera de los escenarios (duales, grupales o sociales) en los que trascurre toda
nuestra vida. Como bien ha señalado Bleichmar (2008), la búsqueda de seguridad
es la que nos permite construir sólidos vínculos pero también la que se encuentra
en la base de nuestros problemas de dependencia y dificultades para la autonomía.
Lo que nos parece indiscutible es que somos seres profundamente sociales y, como
tales, la cercanía emocional nos procura bienestar, afianza nuestras identidades y
disminuye nuestra vulnerabilidad2[2]. Es bien cierto, sin embargo, que la dinámica
entre relaciones de poder y necesidad de contacto es compleja y, como tal,
merecería la pena seguir investigando sobre ella.

De hecho, y para finalizar, una crítica que podría hacerse al artículo es,
precisamente, cómo queda invisibilizado el posible papel que tendría el diferente
status, sea económico, político o de otro género, en las relaciones entre los grupos.

22[2] Sabemos que es posible encontrar personas para las que esta cercanía es
inalcanzable o está poblada de amenazas a la propia integridad psíquica, pero esto
no se puede considerar un argumento en contra de la importancia de la conexión
emocional sino de las distorsiones y disfunciones que pueden darse en los procesos
de crianza y socialización, y sus efectos sobre las formas de vincularnos.
Las reacciones emocionales de los ciudadanos del sur de Gales no sabemos si
serían las mismas en el caso de que los recortes provinieran de otra región con el
mismo estatus, que si son decididos por el gobierno británico. Con esto no estamos
diciendo que no puedan darse reacciones de enfado que aumenten la intensidad de
la identidad compartida frente a otro grupo de “diferentes” en un plano horizontal,
pero consideramos que si en la relación entre dos grupos (o dos personas) existe
desigualdad ése es un elemento a considerar para explicar las reacciones
emocionales y las acciones colectivas. Porque “sentir” que somos más o menos que
el (los) otro (s) forma parte indisoluble, también, de lo que “somos”.

Bibliografía

Bleichmar, H. (2008). La exclavitud afectiva: clínica y tratamiento de la sumisión. Aperturas


psicoanalíticas n. 28

Kessler, T., & Hollbach, S. (2005). Group based emotion as determinants

of ingroup identification. Journal of Experimental Social Psychology,

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Livingstone, A. G., Spears, R., Manstead, A. S.R., Bruder, M. and Shepherd, L. (2011). We Feel,
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