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Prólogo COSER Y CANTAR

Es una de las pocas cosas que han logrado interesarme en la producción literaria de
estos años este regalo de coplas y adivinanzas que doña Isabel Escudero ha querido
ofrecerle al público. Y seguramente sería mucho más dulce y honesto para esas letras
que ellas salieran solas a la calle y valieran para el canto o la lectura lo que ellas valen;
y por cierto no hay género de literatura más odioso (con haberlos que lo son mucho)
que la crítica y la historia literaria, la literatura acerca de literatura, que no puede
menos de contribuir a que quede muerto, convertido en mero registro y tumba de la
voz, aquello que tal vez podía, como en el caso de muchas de estas coplas, ser todavía
voz viva, vivir como canción, o por lo menos como fórmula rítmica resonante en el
oído de los lectores, flor del tiempo cargada de añoranza del amor y de la vida que
antes del tiempo pudo haber o haber habido; pero, en fin, puesto que la autora, por
así llamarla, lo pide y al autor le reconocen las leyes, como al padre, derecho sobre lo
que ha salido de sus manos o su boca...

¿Que es lo que hace un autor, un literato, queriendo aprender la poética popular,


imitar las canciones anónimas que le han llegado a los oídos y cautivado el corazón? Y
conste que doña Isabel Escudero es ciertamente de esa clase, escritora, y nada
anónima por cierto, y aun escritora tan suelta y excelente (también en sus críticas de
cinema acaso, si saltamos por encima de lo vicio-vidrioso del género en sí mismo, pero
sobre todo en sus relatos, en sus epístolas floridas y aceradas, y también en la no poca
poesía al estilo tradicional, más o menos endecasilábico y rilquiano –ya entienden
ustedes–, que había escrito y dado a conocer a sus amigos antes de este nuevo
quiebro de sus musas) que no éramos pocos los que encontrábamos su prosa más
dulce y basta, como dicen, espontánea que la propia producción oral de sus amenas
conversaciones.

¿Qué es lo que hace pues un literato o literata imitando las artes temporales del
pueblo y viniendo a enriquecer, por medio de la imprenta y la escritura, el mar sin
lindes de las canciones que se cantan o se cantaban entre la gente? Dos oficios, al
parecer, de sentido contrario el uno al otro: de un lado, desde el libro sobre la canción,
esperando que al menos alguna de sus cántigas escritas la tome para su uso la gente
no letrada, que recobre su poesía la vida de la canción y, al pervivir algo de su obra de
boca en boca, se pierda el nombre del poeta en el bendito anonimato de las calles y
los campos; y así de hecho hemos visto que aun recientemente algunos versos que
sabemos que fueron de Manuel Machado o de Rosalía de Castro, porque en libro se
publicaron bajo su nombre, han pasado al repertorio de los cantaores o a cantarse por
los pueblos de Galicia, olvidándose al cabo de no más un par de generaciones que
procedieron del uno o de la otra, como que ya no eran de nadie, al ser para
cualquiera; y como en otros tiempos una trivial poesía literaria, por ejemplo, de Juan
del Encina podía servir para que, recogida por el pueblo, se desarrollara en esa
maravilla del romance del Enamorado y la Muerte; de otro lado, desde la tradición de
la canción popular sobre la Literatura, al sacar de un oído, de la tradición oral todavía
viva, modelo y técnica para la escritura, esperando así que a través de su publicación
en libro vuelvan esas técnicas y modelos a enriquecer y trastocar un poco las
estructuras y retóricas de la poesía literaria; como de hecho podemos pensar que la
imitación culta de algunos giros o gracias de la canción o la balada anónima por
personas como Burns o Wordsworth y Coleridge o Heine, y el mismo Goethe, sirvió no
poco para desentumecer o romper los moldes retóricos en que la poesía literaria del
XVII y XVIII estaba aberrojada, o como las nuevas imitaciones de la sintaxis lirica
popular en poesías de Antonio Machado o de García Lorca y la maestra Gabriela
Mistral también, y posteriormente Prados, Alberti o Bergamín, podían acaso haber
servido (de consuno con y quizá más eficazmente que los contemporáneos
atrevimientos vanguardistas) para volver a liberar un poco la poesía de la literatura, si
no hubiera sido que accidentes externos (una guerra, por ejemplo, con la feroz y
pedantesca retórica que ella suele imponerles a los hombres) nos desvió del
aprovechamiento y continuación de tales tentativas.
En el primer sentido, no puede decirse que no haya prestado doña Isabel Escudero
atento oído al ritmo y la sintaxis de la canción para producir a su vez algunas bien
dispuestas para que las cante la gente cualquier día: así, prolongando con acierto la
copla popular de «Condiciones de luna tiene mi amante», con la coda:

Y cuando es llena,
no sé qué me pasa,
que me da pena.

o cuando usa de un esquema oral bien aprendido para introducir un juego metafísico:

Que a ratitos le quiero


y a ratos no,
que no es estado el amor.

o bien con aquel esquema acumulativo y de humor raciocinante:

Si yo me muero,
no te eches toita la culpa,
que eso no es cierto,
que también ha influido
que hizo mal tiempo.
o por el contrario, en la costumbre de la fórmula paralelística:

¿Adonde irá el pájaro


que no vuele?
¿Adónde iré yo
que no te lleve?

o utilizando la sentencia, que deja algún consuelo en medio del implacable Tiempo:

La vida es lo que se pierde,


la muerte es lo que se gana;
lo de la vida fue ayer,
lo de la muerte mañana.

o bien afirmándose en las gracias de la contradicción en las cosas, al estilo de los haí-
kús japoneses:

En lo negro del barranco:


un arbolito verde
y un pajarito blanco.

o también, aplicando alguna vez la sintaxis y ritmo del refrán:

Las cosas que el agua sabe,


mejor, niña, que se las calle.

o en fin, en muchas de las adivinanzas, que ha tenido la feliz ocurrencia y evidente


complacencia en practicar según los modelos tradicionales:

Cuanto más claro es,


menos se ve.

viniendo a dar algunas en retozos verbales como aquél de:

Claro que es verdad que tú le miras,


claro que es mentira que te ve,
claro que es igual el dos que el uno,
claro que está claro que eres él.

En el segundo sentido, que este aprendizaje de la voz anónima y los aciertos que el
amor del azar le haya brindado a doña Isabel Escudero en la imitación y continuación
por escrito de las fórmulas orales, pueda traer algo de rotura y riqueza a la literatura
de los Cultos, es algo que no podemos sino desear fervientemente, no ya por los
merecimientos de ella, sino también por la dominación y pesadumbre de la retórica y
pedantería de varia color en la poesía literaria de estos años; en lo cual comprendo,
junto con la persistencia de los viejos moldes y tópicos librescos ya clásicos, ya
románticos, también los desgarramientos desesperados, tal vez arrítmicos, pero
siempre sumisos a la retórica del asco y el desprecio, en que generaciones y
generaciones de nuevas almas líricas se ven impulsadas con triste queja a decir la
queja y la protesta del tedio y la miseria en que las van sumiendo, según nacen al
lenguaje y al amor, las contemporáneas formas de Leviatán, las calles bullentes de
masas y desiertas, los pisos atestados de chismes y vacíos, el caos ordenancístico del
poder y del capital. Cosa que, por otra parte, tiene su justo correlato en el hecho de
que, en la producción oral y cantada por radios y por podios, en tanto que algunos
exquisitos se refugian en finas arqueologías musicales y pandas de muchachos
atolondrados aburridas gritan y bailan estribillos en inglés desarticulado, masas de
consumidores y de sujetos del estado, ya apenas gente, han de escuchar y embutir en
sus memorias los textos de canción más torpes y más lerdos que han sonado jamás en
los aires de este mundo.

¿Cuáles eran, al fin, las diferencias y ventajas respectivas de la poesía de poeta, escrita,
culta y reproducida por imprenta, y la poesía anónima, auditiva, popular y trasmitida
por tradición de boca en boca? Porque mala y detestable poesía popular ha habido
siempre, repetidora de los tópicos y las inepcias insufribles que la sumisión imponía
sobre las gentes, como mala y detestable poesía literaria se ha escrito siempre, y sigue
escribiéndose y publicándose, cargada con las petulancias y pedanterías del almita
individual del creador; y al revés, si de vez en cuando tropezamos maravillados con
alguna canción o romance o balada en que un entrecruce de aciertos en la tradición
ha cuajado en la fórmula feliz que nos hará una y otra vez repetirla y tocarnos las
fuentes del llanto a cada vez que la repitamos, no faltan tampoco de tarde en tarde los
ejemplos de un poemilla o de un retazo de poema literario que igualmente se queden
prendidos en la memoria y desde ella vuelvan a resucitar a la voz viva, recitados o
musitados al menos, para acompañamiento de los trances en que sin saber por qué la
común sombra de la vida se torna transparente y temblorosa. Desventaja de la poesía
popular es, naturalmente, la pobreza y la ceguedad, la falta de tantos hallazgos de
secretos de alquimia o de grandezas de invención que sólo en las alturas olímpicas de
los escolares, hijos ociosos de los señores, pueden florecer y apenas más que por las
artes mágicas del libro guardarse en tesoro a disposición de los nuevos niños listos
que aparezcan; y gran ventaja suya es, en cambio, la de disponer de tiempo sin cuento
para producirse, siglos y milenios en que las formulaciones vayan ensayándose,
contrastándose, olvidándose, reformulándose, de modo que el arte combinatoria en
que consiste la poesía tenga para los innúmeros fracasos y los raros aciertos un vagar
que la vida de un hombre, diseñada por su muerte personal, jamás permite. Ventaja en
cambio de la poesía escrita será lo que apenas más que por la escritura puede darse,
la facilidad para fijas sus vértigos y para la reflexión sobre si misma, aparte de lo que la
imprenta y otros adelantos puedan aportar de rapidez para el transporte de sus
ocasionales bienes; y gran desventaja suya será, en cambio, la de la sumisión al
nombre de su autor, a la persona, con su voluntad y sus ideas propias (que son,
naturalmente, las del Mercado), que hará que la preocupación del poeta por su caso
personal, la intervención de ideas y doctrinas sobre los sentimientos y las técnicas
subconscientes, la sobreposición, en fin, de las modas retoricas y la conciencia
histórica, dificulten pesadamente la producción de fórmulas felices y penetrantes.

Roguemos a los pequeños Cristos del Poco Poder, a quienes ella reza, que estas
menudas y graciosas, tan modestas como atrevidas, tentativas de doña Isabel
Escudero, sus es-propios, adivinanzas, coplillas y canciones, encuentren, al menos
algunas de ellas, oídos que las reciban y bocas que las canten, y que algo puedan
servir en contra del cansino dominio de la literatura de los hombres: que alguna vez en
un libro pueda suceder de veras lo que se dice en aquella graciosa adivinanza suya:

Frondoso arbolito:
en cada hoja cantan
mil pajaritos.

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