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Mila Hajjar
Yo soy Pablo. Junto a otros, habito los depósitos de esta mente. Soy el
recuerdo del hijo tan deseado.
El que mi padre llevaba al estadio los domingos. El que lloró en sus brazos
cuando murió Manchas, mi inseparable compañero. El que aprendió a
manejar en su Chevrolet Monte Carlo.
Soy el recuerdo del niño y del adolescente. Los mil rostros del ayer y la
ausencia de lo inmediato.
Decido llegar al Córtex Temporal, puede que ahí todavía haya algún
sobreviviente. Quizás encuentre a mis abuelos o al tío Juancho. Sobre la
chimenea de la casa hay una foto de él, en un marco de plata. Los matices
de gris muestran un soldado sonriente. Ese día partió para la guerra, le
cuenta a todos mi padre, nunca lo volví a ver. No logro entender eso de
los humanos. La forma contradictoria que tienen de percibir la muerte.
¿Cómo puede afirmar que ya no lo ve, si siempre anda paseándose por
su memoria? Pero yo no tengo un cuerpo sólido, quizás por eso no
comprenda. Para mí, la muerte es el olvido.
Las puertas se abren en el patio de una casa. Hay una luz tibia, casi
azulada, que delinea con precisión cada contorno. Un niño monta con
dificultad una bicicleta de tres ruedas, sus piernas son demasiado largas
para esos pedales. Me oculto y lo espío. Tiene mis ojos y el mismo
remolino en la cabeza.
Observo el triciclo de aluminio, de ese rojo alegre que tienen los Ferrari.
Entre las dos ruedas traseras se halla una repisa, el puesto del pasajero.
Para evitar que resbale, el metal tiene, ahí, un dibujo de círculos y curvas
en relieve. Debajo del manubrio hay una etiqueta azul con el dibujo de un
avión. Sobre él, la marca Grieder Flyer, escrito en letras blancas.
Fuente: http://suburbano.net/
http://www.solocrecer.com/2016/12/19/marea-blanca/