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sacerdotes antiguos,

sacerdote nuevo
según el nuevo testamento
...•.
9

15
1. El sacerdocio antiguo en las primeras tradiciones cristianas . 17
2. La realidad compleja del sacerdocio antiguo . 35
3. El sacerdocio, cuestión espinosa para los primeros cristianos . 55

JESUCRISTO, SACERDOTE NUEVO . 75


4. Cristo ha sido hecho sumo sacerdote . 81
5. Sacerdocio y autoridad divina . 103
6. Sacerdocio y miseria humana . 123
7. Un sumo sacerdote de un género nuevo . 157
8. La acción sacerdotal decisiva . 181
9. Un sacrificio eficaz . 221

247
10. La iglesia de Cristo, organismo sacerdotal . 251
11. Los cristianos, reyes y sacerdotes . 287

317
Bibliografía . 325
Siglas . 326
327
335
341
Al anunciar una confrontación entre "sacerdotes antiguos" y
"sacerdote nuevo", el título de esta obra alude evidentemente a las
discusiones acaloradas que desde hace algunos años provocan ten-
siones y divisiones entre los cristianos. Son especialmente los adver-
sarios de los "nuevos sacerdotes" y de la "nueva liturgia" los que
más han suscitado el interés de la opinión pública organizando ce-
remonias tradicionalistas y llegando a veces hasta ocupar por la
fuerza alguna que otra iglesia. En otro nivel, no tan llamativo, la
cuestión del sacerdocio ha originado no pocas discusiones que están
aún lejos de haberse cerrado. El vocabulario sacerdotal que la igle-
sia católica empleaba tranquilamente desde hacía siglos ha chocado
frecuentemente con fuertes objeciones por varias partes. Unos opi-
nan que ya no tiene sentido hablar de sacerdocio en un mundo
secularizado. Otros tienen la impresión de que, al insistir en el sa-
cerdocio, la iglesia ha llevado a cabo un retorno injustificable a los
aspectos ritualistas del antiguo testamento apartándose de este
modo del mensaje auténtico del evangelio. Como la noción de sa-
cerdocio está ligada a la de sacrificio, las críticas virulentas que se
han opuesto recientemente a la concepción sacrificial de la religión
han tenido la consecuencia directa de desvalorizar radicalmente el
sacerdocio. Por otra parte, algunas enseñanzas del último concilio
han despertado o suscitado otros problemas. Poniendo de relieve
la doctrina del sacerdocio común de todos los fieles, el Vaticano 11
ha hecho tambalear la concepción corriente que, de manera más o
menos consciente, atribuía al clero el monopolio del sacerdocio en
la iglesia católica, con 10 que algunos espíritus han pasado entonces
de un exceso al otro. Si todos los fieles son sacerdotes en virtud de su
bautismo, no se ve ya -dicen ellos- qué es 10 que una ordenación pue-
de añadir en materia de sacerdocio a los que la reciben. Muchos se
preguntan si todavía es posible hablar verdaderamente de ordenación
"sacerdotal" y de "sacerdocio" ministerial. ¿No sería mejor decir sim-
plemente "ordenación al ministerio" y "ministerios ordenados"?
A"sípues, las cuestiones son diversas y espinosas. En este libro no
se las trata en el plano de la actualidad ni en el de la teología siste-
mática, sino -según señala el mismo título- "según el nuevo testa-
mento", es decir, haciendo la exégesis de los textos neotestamenta-
rios que hablan de sacerdotes y de sacerdocio. Un estudio de este
tipo, como es fácíl de comprender, tiene una importancia fundamen-
tal para los que no quieren contentarse con ideas apriorísticas o con
impresiones subjetivas. Antes de discutir sobre el lugar que hay que
conceder en la fe y en la vida de la iglesia al sacerdocio y al sacrificio,
conviene examinar de cerca qué es 10 que dicen en este sentido los
escritos del nuevo testamento.
A este propósito hay que señalar cuanto antes que para los cris-
tianos del siglo 1 la cuestión del sacerdocio no se confundía con la de
los ministerios en la iglesia. La evolución ulterior del lenguaje cristia-
no ha unido íntimamente estas dos nociones, pero no ocurría así al
principio. Precisamente uno de los problemas que se plantean es el
de discernir las razones de esta evolución y el de discutir la validez
de estas motivaciones.
Sobre los ministerios en los primeros tiempos de la iglesia se han
publicado ya varias obras serias y competentes. Una de las más re-
cientes y de mayor interés es El ministerio y los ministerios según el
nuevo testamento, Madrid 1975. Lejos de hacer superfluo un estu-
dio sobre el sacerdocio, este libro sobre el ministerio manífíesta más
bien su utílidad, ya que termina constatando una ausencia: "En toda
esta obra no se ha hablado prácticamente nada de los sacerdotes y
muy poco del sacerdocio. Así pues, el tema está aún por tratar. Es
necesario volver una vez más al nuevo testamento para ver qué lugar
ocupa en él la realidad del sacerdocio y de qué manera se comprende
allí al sacerdote. ¿Los escritos del nuevo testamento hablan mucho
de los sacerdotes y del sacerdocio o, por el contrario, no hablan más
que raras veces? ¿Lo hacen con simpatía, con indiferencia, con hos-
tílidad? ¿Se contentan con reflejar las ideas de la época o elaboran
una concepción nueva? ¿Cómo se define esta concepción? Todos es-
tos puntos, especialmente los dos últimos, exigen una investigación
concreta y metódica.
Un primer inventario nos revela que el nuevo testamento contie-
ne tres series de textos relativos al sacerdocio. En la primera serie
no se utiliza el vocabulario sacerdotal más que a propósito de las
sacerdotes paganos. En la segunda serie, en la que todos los textos
se agrupan dentro de un solo escrito, la carta a los Hebreos, se
proclama sacerdote y sumo sacerdote con mucha insistencia al pro-
pio Jesucristo, estableciendo una comparación entre su sacerdocio
y el sacerdocio antiguo. Finalmente, en algunos otros textos, que
constituyen una tercera serie, se les atribuye el sacerdocio a los
cristianos.
Esta distribución sirve de plan general a esta obra, cuyos once
capítulos se dividen entonces en tres grandes partes. La primera
muestra cómo se planteó el problema del sacerdocio a los primeros
cristianos. La catequesis evangélica, que suscitaba y alimentaba su
fe, no trataba explícitamente esta cuestión, pero ponía en escena a
los sacerdotes y sumos sacerdotes judíos mostrando el papel que
habían representado en el desarrollo de la existencia de Jesús, un
papel de oposición cada vez más acentuada. Otra fuente de refle-
xión se imponía a la meditación de los cristianos: el antiguo testa-
mento; éste iba en una dirección distinta, ya que atestiguaba que en
la vida del pueblo de Dios correspondía un lugar primordial a las
instituciones cultuales centradas en el templo y particularmente en
el sacerdocio. Entre estos dos componentes de la revelación, 10 que
se vislumbra en primer lugar era más bien un desacuerdo que una
concordancia armoniosa. ¿No se encontraban entonces ante un ca-
llejón sin salida? No cabe duda que las dificultades eran serias,
pero progresivamente fueron apareciendo ciertos elementos de so-
lución, a medida que se profundizaba en ciertos datos del antiguo
testamento, en algunos aspectos del misterio de Jesús y en varias
realidades de la vida cristiana.
Finalmente, los cristianos llegaron a un descubrimiento que se
impuso con toda la fuerza irresistible de la luz: en la persona misma
de Jesucristo era donde el sacerdocio antiguo había encontrado ya
su cumplimiento. Ya no era necesario acudir a buscar en otra parte.
Esta convicción triunfal, que resuena en la epístola a los Hebreos y
que se ve allí apoyada en toda una demostración en regla, ofrece la
materia para la segunda parte de esta obra, la más importante como
es lógico. Jesucristo es sumo sacerdote. Ofreció un verdadero sacri-
ficio. ¿Cómo acoger unas formulaciones de este género? ('Habrá
que discutirlas con aspereza por el hecho de que expresan una
"lectura sacrificial de la pasión ", denunciando en ellas, con René
Girard, "el equívoco más paradójico y más colosal de toda la histo-
ria"? Antes de dar un juicio semejante, conviene según las reglas
del buen método analizar atentaiíiente los propios textos y dejarse
instruir por ellos, en vez de proyectar demasiado pronto sobre los
mismos nuestras ideas preconcebidas. Y entonces se percibe que,
iluminado por el misterio de Cristo, el autor de la epístola a los
Hebreos ha purificado de sus elementos negativos o defectuosos
los términos que empleaba y les ha conferido una nueva plenitud
de sentido. Su concepción del sacerdocio y del sacrificio no puede
ni mucho menos reducirse a los esquemas antiguos. Los transforma
profundamente y los hace estallar en pedazos, abriéndolos a toda la
riqueza humana y espiritual de la existencia de Cristo. Por esta razón
arroja una luz viva sobre la existencia de los hombres en su realidad
concreta, tanto si se trata de sus relaciones personales con Dios
como si se piensa en su solidaridad mutua. Lejos de constituir una
regresión deplorable, la proclamación del sacerdocio de Cristo ma-
nifiesta un progreso de la fe e imprime un nuevo impulso a la vida
cristiana. Al expresar de una forma más clara las significaciones
profundas de la intervención de Cristo, favorece al mismo tiempo
el despliegue del dinamismo vital que de allí se deriva. Cristo sumo
sacerdote orienta los caminos de los hombres hacia la luz de Dios;
sólo él puede liberar la existencia humana y darle todas sus auténti-
cas dimensiones.
Cuando pone de manifiesto la transformación cristiana de la
existencia, la epístola a los Hebreos no dice que los creyentes sean
hechos sacerdotes. Este título 10 reserva sólo para Cristo. Pero hay
otros dos escritos del nuevo testamento, la primera carta de Pedro
y el Apocalipsis, que atribuyen a los cristianos la dignidad sacerdo-
tal. De esta forma expresan sobre la realidad del sacerdocio otro
punto de vista, al que consagramos la tercera y última parte de esta
obra. También aquí hay que establecer un discernimiento entre va-
rias interpretaciones completamente divergentes. ¿Hemos de com-
prender que cada uno de los creyentes se convierte individualmente
en sacerdote y goza de una especie de autarquía religiosa? ¿O, por
el contrario, que el sacerdocio es ejercido comunitariamente por
toda la iglesia, gracias a su constitución de pueblo sacerdotal? ¿Es
exacto, como ha sostenido un artículo reciente, que "la significancia
de este vocabulario (sacerdotal) es negativa", dado que el fin que·.se
pretende es solamente el de prohibir las distinciones entre los cris-
tianos a nivel del sacerdocio? ¿O hay que reconocer que no aparece
ni mucho menos en los textos una intención negativa y que éstos
intentan solamente dar una visión positiva del ideal cristiano? Para
poder decidir entre las tesis opuestas o plantear de otro modo este
dilema para deshacerse de él, es imprescindible un trabajo de pri-
mera mano sobre los textos discutidos.
Este es el resultado del trabajo que hemos realizado. El método
que hemos seguido es el de la investigación exegética. Por tanto, no
partimos de definiciones a priori ni de posiciones establecidas de
antemano. Tampoco pretendemos tratar todas las cuestiones. Pero
nos ponemos a la escucha del nuevo testamento y nos dejamos guiar
por sus textos hacia un descubrimiento progresivo del sentido pro-
fundo del sacerdocio 1. En vez de proponer directamente unas solu-
ciones a los diversos problemas del momento, este libro invita más
bien a una reflexión de conjunto, que podría tener como conse-
cuencia un cambio en la misma forma de plantear los problemas.
Pontificio Instituto Bíblico - Roma

1. El lector que siga estando intrigado, tras leer el título, por el empleo del
singular en "sacerdote nuevo", encontrará la explicación en la segunda parte: "Jesu-
cristo, sacerdote nuevo".
El sacerdocio antiguo en las
primeras tradiciones cristianas

La manera más elemental de abordar la cuestión del sacerdocio


en el nuevo testamento consiste sin duda en recorrer los evangelios,
observando cómo las tradiciones en ellos referidas se expresan a
propósito de los sacerdotes. Así es posible situarse poco a poco en
las perspectivas de los primeros cristianos, que se dejaban formar
por dichas tradiciones y contribuían a fijadas y a transmitidas. No
se trata aquí de pasar los evangelios por la criba de la crítica histó-
rica, sino simplemente de recoger su testimonio para comprender
mejor, sobre un punto concreto, la situación de la iglesia en los
tiempos apostólicos. Las constataciones posibles no van todas en la
misma dirección. Su misma diversidad es instructiva.

1. Los sacerdotes en los evangelios


En los evangelios, la palabra "sacerdote" (iJiereus) nunca se
aplica ni a Jesús ni a sus discípulos, sino que designa siempre a los
sacerdotes judíos. A los que se les presenta bajo luces bastante dis-
tintas según los casos.

El primer personaje que aparece en el evangelio de Lucas es un


sacerdote, Zacarías, y Lucas le muestra en el ejercicio de sus funcio-
nes. La descripción es insistéñte. Luc~s evoca la organización del
sacerdocio judío, su división en cierto número de "grupos" que
realizaban su servicio por turno: 1

Zacarías, en e! turno de su grupo, realizaba las funciones sacerdotales


ante Dios; le tocó en suerte, según el uso de! servicio sacerdotal, entrar
en e! santuario del Señor para quemar e! incienso. 2 Lc 1, 8-9

La narración muestra a las claras el privilegio del sacerdote y la


situación diferente del pueblo. El sacerdote está autorizado a "en-
trar en el santuario del Señor" para realizar las ceremonias del cul-
to; la multitud de los fieles en cambio debe permanecer "fuera" y
puede solamente "orar" (1, 10). Cuando sucede que el sacerdote se
retrasa de manera desacostumbrada en el santuario, nadie puede ir
a ver qué pasa allí; debe resignarse a permanecer fuera y tener
paciencia (1,21).
En toda la descripción, no asoma la menor intención crítica
contra la institución sacerdotal. Al contrario, Lucas reconoce que
los sacerdotes judíos ejercen sus funciones "ante Dios" y aduce que
la ceremonia litúrgica fue la ocasión de una manifestación divina: al
sacerdote Zacarías, "se le apareció un ángel del Señor, de pie a la
derecha del altar del incienso"; Zacarías "tuvo una visión en el san-
tuario" (1, 11-22). Todo en el sentido de una apreciación positiva del
culto celebrado por los sacerdotes judíos en el templo de Jerusalén.
Sin embargo, el episodio que viene a continuación -el de la
anunciación a María- impide otorgar al culto del templo un valor ex-
clusivo para la relación con Dios. Este segundo episodio, en efecto,
no se sitúa en un lugar consagrado, sino en una aldea ignorada, es-
cogida para una manifestación divina mucho más importante que la
primera. En ella el ángel no se dirige a un sacerdote, sino a una sim-
ple joven, y ésta se muestra más dispuesta que el sacerdote a acoger
la palabra de Dios (compárese 1,45 con 1,20).
En el resto del evangelio de la infancia, ya no se menciona a los
sacerdotes. Su intervención seguramente se da por supuesta en la
presentación del niño Jesús en el templo de Jerusalén, porque se
ofrece un sacrificio y la ley precisa que es "al sacerdote" a quien se
entregan las tórtolas o pichones que se ofrecen. 3

1. Cf. 1 Crón 24, 7-18; 28, 13.21; 2 Crón 31, 2.


2. Este texto está lleno de términos específicos del vocabulario sacerdotal y ri-
tual: hiereus (sacerdote), hierateia (función del sacerdote), hierateuein (ejercer las fun-
ciones de sacerdote) y, por otra parte, naos (santuario), tbymiazein (quemar el incien-
so), thymiama (ofrenda del incienso), thysíasterion (altar).
3. Lc 2,24; d. Lev 12, 8; Núm 6, 10.
Pero la narraClOn evangélica prescinde de esta preClSlOn. Ni
nombra a los sacerdotes cuando hallan a Jesús adolescente en el .
templo. Cabe preguntarse si los "maestros" en medio de los cuales
se hallaba Jesús no serían sacerdotes judíos. Según Malaquías, "los
labios del sacerdote guardan la ciencia, y la ley se busca en su
hoca" 4. En tiempo de Jesús, sin embargo, parece que los sacerdotes
habían renunciado a esta parte de su tarea. El evangelio, en todo
caso, no ofrece ningún indicio al respecto.

A lo largo de la vida pública de Jesús, no se menciona mucho a


los sacerdotes. El cuarto evangelio habla de ellos una sola vez, y
antes de que Jesús entre en escena. Se trata de la comisión investiga-
dora enviada por las autoridades para informarse de la postura de
Juan. "Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a
preguntarle: '¿Quién eres tú?'" (Jn 1, 19). La predicación de Juan
Bautista caía en el dominio de las relaciones con Dios. Era normal
que fuesen designados sacerdotes para verificar su conformidad con
la religión tradicional. Juan Bautista invitaba a los oyentes a hacerse
bautizar. En cuanto rito de purificación, el bautismo caía bajo la
competencia de los sacerdotes judíos, encargados de controlar la
pureza ritual. Nada tiene de extraño oírles preguntar: "¿Por qué
bautizas?" (Jn 1,25). El evangelista refiere las respuestas del bautis-
ta, porque constituyen un anuncio de la llegada de Cristo, pero no
se interesa por la reacción de los sacerdotes. En su narración, lo
único que pretende es suscitar el testimonio de Juan, que orienta la
atención de todos hacia "el que viene detrás de él", Jesús (1, 29-30).

En los tres primeros evangelios, Jesús mismo habla a veces de


los sacerdotes. La tradición común a los sinópticos contiene dos
textos en los que les nombra. La primera vez, para ordenar a un
leproso curado que vaya a mostrarse al sacerdote y haga una ofren-
da ritual.

Le dijo: mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y


haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les
sirva de testimonio. Mc 1, 44

Jesús empuja así al leproso a cumplir la ley judía, que encargaba


a los sacerdotes del control sanitario de los leprosos (Lev 13-14).

4. Mal 2, 7. La palabra griega utilizada en Lc 2,46 es didaskalos: "enseñante",


"maestro". En los evangelios, este título habitualmente está reservado a Jesús. Con
las excepciones de Lc 2,46; 3, 12 (Juan Bautista); Jn 3, 10 (Nicodemo).
T al atribución, que resulta hoy extraña, se fundaba en la idea que
se tenía entonces de la lepra: era considerada más como una impu-
reza que como una enfermedad. A este propósito no se hablaba de
curación, sino de "purificación" 5. Al ser impuros, los leprosos no
podían participar en las celebraciones religiosas, para las que se
requería la pureza ritual. Encargado de celebrar el culto, el sacerdo-
te debía cerciorarse de la pureza ritual de los participantes y contro-
lar en particular la eventual curación de los leprosos.
En el episodio evangélico, Jesús reconoce esta competencia del
sacerdote judío y le concede su lugar en las ofrendas rituales pres-
critas por la ley, ofrendas que pasaban por las manos del sacerdote.
Sin embargo la actitud de Jesús no es de simple sumisión: tocando
al leproso, Jesús ha infringido exteriormente la ley de la pureza,
que prohibía tal contacto, pero al mismo tiempo ha cumplido la
intención de esta ley porque, con ese gesto, ha devuelto la pureza
al leproso. Con lo cual, Jesús se ha mostrado superior a la ley, que
era incapaz de remediar la lepra, y superior al sacerdote, cuyo papel
se limitaba a constatar el estado del leproso.
Además de este episodio común a los tres sinópticos, Lucas
cuenta otro, distinto en más de un aspecto, pero que comporta un
mandamiento semejante y permite deducciones interesantes. A los
diez leprosos que imploran su piedad, Jesús les ordena: "Presentaos
al sacerdote". Los leprosos le obedecen y he aquí que mientras
iban quedaron "purificados" 6. Aquí la sumisión de Jesús a la ley
primero aparece mayor: no toca a los leprosos, sino que les envía
inmediátamente bajo la competencia de los sacerdotes. Sin embar-
go, la continuación de la narración invierte la perspectiva porque
valora la actitud de un leproso curado que al darse cuenta de su
curación vuelve sobre sus pasos para glorificar a Dios y dar gracias
a Jesús. Una frase de Jesús subraya que convenía efectivamente
volver hacia él para dar gloria a Dios. De nuevo, Jesús se revela
superior al sacerdote no sólo para devolver la pureza sino también
para poner en relación con Dios. Mientras que el camino normal
para dar gloria a Dios consistía ordinariamente en dirigirse al sacer-
dote, en el caso presente consiste en volver hacia Jesús.
El segundo texto de la tradición común en la que Jesú's habla
de los sacerdotes se sitúa en una controversia. A los fariseos que

5. Donde el texto griego dice "purificarme", "seas purificado" y "purifica-


ción", algunas traducciones modernas ponen "curarme", "seas curado" y "curación",
impidiendo así al lector descubrir la lógica interna de la narración. La TüB ha evita-
do esta infidelidad.
6 Lc 17, 12-14.
criticaban a los discípulos por no respetar perfectamente el sábado,
Jesús les responde recordando el ejemplo de David. Este, empujado
un día por el hambre, "entró en la casa de Dios, en tiempos del
sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la proposición, que
sólo a los sacerdotes es lícito comer" 7 . Jesús usa el episodio referido
en 1 Sam 21, 2-7 para mostrar que los preceptos, o más bien las
prohibiciones, que se refieren al culto ritual no tienen valor absolu-
to. La misma Escritura atestigua que en ciertas circunstancias es
posible transgredirlas. Los privilegios de los sacerdotes judíos no
son inviolables.
A esta frase, el evangelio de Mateo añade inmediatamente otra,
más significativa aún. Jesús apoya su argumentación: "¿Tampoco
habéis leído en la ley que en día de sábado los sacerdotes en el
templo profanan el sábado sin incurrir en culpa?" (Mt 12, 5). La
alusión se refiere al parecer a la de los sacerdotes en el templo de
los sábados, actividad que no coincide con la prohibición de cual-
quier trabajo en dicho día. El Levítico, por ejemplo, ordena llevar
los panes de la proposición al santuario precisamente los sábados
(Lev 24, 8) y el libro de los Números no solamente no pide que se
suspendan los trabajos exigidos para la ofrenda de los sacrificios ri-
tuales, sino que prescribe sacrificios suplementarios (Núm 28,9-10).
La frase del evangelio toma pie en tales hechos innegables para
expresar una antítesis extremadamente profunda. Sostiene que los
sacerdotes, personas sagradas (hiereis), en el templo, lugar sagrado
(hieran), "profanan", es decir violan el carácter sagrado del sábado,
tiempo sagrado. Sería difícil encontrar términos más vigorosos. Y
todo esto se hace conforme a la ley y por tanto no constituye una fal-
ta. Hablando así, el evangelio relativiza el valor de lo "sagrado", al
servicio del cual están los sacerdotes, o, para decirlo mejor, rechaza
la noción tradicional de "sagrado", porque lo "sagrado" se presenta
normalmente como una realidad absolutamente inviolable, por el
motivo que sea. La argumentación es habilísima, porque se basa en
lo que hacen los mismos sacerdotes por obediencia a la ley litúrgica.
Para terminar la controversia, el evangelio cita la declaración di-
vina proclamada por el profeta Oseas: "Misericordia quiero, que no
sacrificio" (Os 6, 6). La palabra "sacrificio" se refiere a las inmola-
ciones rituales practicadas por los sacerdotes en el templo. A ese cul-
to sagrado, Dios prefiere los actos de misericordia; a una religión
formalista, una actitud de apertura a las personas. Hay ahí una op-
ción evangélica fundamental, de la que sin embargo se puede recor-
dar que no es totalmente nué't"li, puesto que se sitúa explícitamente
en la prolongación de la predicación de los profetas.

Sólo otro texto, en los evangelios, pone en escena a un sacerdo-


te: la parábola del buen samaritano. Esta tradición propia de Lucas
(lO, 30-37) ciertamente no deja en muy buen lugar al sacerdote,
que casualmente pasa por el camino y al ver tendido al hombre
herido se desinteresa completamente de él. Su actitud contrasta con
la del samaritano que se deja enternecer, se acerca y le socorre.
Ninguna reflexión polémica viene a subrayar la oposición, pero la
orientación del texto es suficientemente clara y corresponde con
exactitud alo que se constató en Mateo: el samaritano ha "practica-
do la misericordia", el sacerdote no. Los comentaristas observan
que la actitud del sacerdote venía dictada sin duda por el cuidado
de obedecer a la ley de la pureza, que le prescribía no tocar un
hombre muerto, excepto si se trataba de un pariente cercano (Lev
21, 1-2). Jesús rechaza implícitamente detenerse ante tales limitacio-
nes e invita a que cada uno se aproxime a quien le necesite. Las
preocupaciones rituales de los sacerdotes han de dejar paso al dina-
mismo del amor generoso. Es también lo que reconoce un escriba
en el evangelio de Marcos, sin nombrar sin embargo a los sacerdo-
tes. Expresando su adhesión a una respuesta de Jesús, declara que
efectivamente amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo
como a sí mismo "vale más que todos los holocaustos y sacrificios"
(Me 12,33).

La primera etapa de la búsqueda concluye con una doble cons-


tatación: por una parte, los evangelios reconocen las atribuciones
de los sacerdotes judíos y no manifiestan una oposición sistemática
hacia ellos; por otra, relativizan su papel, rechazando el dar al culto
ritual una importancia primordial. En su predicación y en su con-
ducta, Jesús insiste más en otros puntos.

2. Los sumos sacerdotes en los evangelios


Los evangelios no hablan sólo de sacerdotes (hiereis), sino tam-
bién -y mucho más frecuentemente- de sumos sacerdotes (archie-
reis) 8. Que eran los personajes más representativos de la clase sa-
cerdotal. El título de sumo sacerdote se lee a veces en singular, "el

8. Hiereus sólo aparece 11 veces en los evangelios (Mt: 3; Mc: 2; Le: 5; Jn: 1).
Archiereus se emplea 83 veces (Mt: 25; Me: 22; Le: 15; Jn: 21).
sumo sacerdote" sin otra precisión; otras veces en plural, sin otra
explicación. Esos diversos empleos reflejan una situación que es
conocida y que conviene recordar brevemente, antes de considerar
los textos evangélicos.
En singular, el título designa al personaje situado en la cúspide
de la jerarquía sacerdotal, sucesor de Aarón, pero también a los
sacerdotes-reyes que habían ejercido el poder en Judea después de
la victoria de los Macabeos. De hecho, sólo en la época de los
Macabeos fue cuando el título de al'chiereus se introdujo en el voca-
bulario religioso de los judíos. Un rey de Antioquía lo confirió en-
tonces a uno de los hermanos de Judas (l Mac 10,20). A continua-
ción se sigui6 utilizando y reconociendo al sumo sacerdote una au-
toridad política así como religiosa.
El plural- "sumos sacerdotes" nunca se empleó en el antiguo
testamento, pero el historiador Josefo lo emplea comunmente en
el siglo 1 de nuestra era, igual que los evangelios. Ningún texto
antiguo especifica su significado preciso entre los judíos. El contex-
to en el que se emplea muestra que designaría lo que nosotros
llamaríamos "las autoridades religiosas". Estas comprendían -ade-
más del sumo sacerdote propiamente dicho y, eventualmente, sus
predecesores todavía vivos- el preboste del templo, sumo sacerdote
segundo, el jefe de la clase sacerdotal que se encargaba del servicio
litúrgico, los comandantes del servicio del orden en el templo y,
finalmente, los tesoreros del templo. En el siglo 1, la mayoría de
estos cargos de autoridad los acaparaban, parece, cuatro familias
que formaban la aristocracia sacerdotal de Jerusalén. 9

Si se examina la tradición común a los tres sinópticos, hay que


avanzar mucho en los textos para encontrar una primera mención
de los sumos sacerdotes, pero el contexto es entonces más significa-
tivo; se trata del primer anuncio de la pasión. Después de haber
provocado, en Cesarea de Filipo, la profesión de fe de Pedro, "co-
menzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén
y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" 10.

9. Para más amplia información, d. J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús,


Madrid 1977 ó en TWNT, los artículo liiereus (1. III, 1938, G. Schrenk, 270-272), y
synédrion (t. VII, 1964, E. Loshe, 862).
10. Mt 16,21; d. Mc 8, 31; Lc 9, 22. En las tradiciones propias de cada uno de
los sinópticos, el titulo de sumo sacerdote sólo aparece una vez antes de esta primera
mención en común. En Mc 2, 26 Y Lc 3, 2, se trata simplemente de una precisión
cronológica. En Mt 2, 4-6, evangelio de la infancia, los sumos sacerdotes aparecen
una vez en compañía de los escribas, como conocedores de las Escrituras.
Además del verbo "sufrir", Marcos y Lucas añaden "ser reproba-
do", aludiendo a la frase del Salmo 118 citada más adelante en los
evangelios: "La piedra que los constructores desecharon en piedra
angular se ha convertido". 11
El texto del anuncio de la pasión es evidentemente de gran
importancia en el desarrollo de la narración evangélica. Suscita mu-
chas observaciones; la más impresionante es que los sumos sacerdo-
tes aparecen presentados como responsables de los sufrimientos de
Jesús. Deberá "padecer (en griego pathein, de donde viene la pala-
bra pasión, pathema) mucho de parte de los sumos sacerdotes". Es
a propósito de la pasión como los sumos sacerdotes entran en la
perspectiva evangélica. Tras este primer anuncio de los sufrimientos
de Cristo, su nombre reaparecerá muy frecuentemente en los evan-
gelios sinóptico s y siempre en relación con la pasión. Se le encontra-
rá de nuevo en el tercer anuncio de la pasión, después en un inte-
rrogatorio que anticipa el proceso de Jesús, finalmente en una tenta-
tiva de arresto, en la conspiración contra Jesús y en el trato hecho
con Judas 12. En la narración de la pasión, los sumos sacerdotes
aparecen mencionados no menos de quince veces en Mateo y en
Marcos. Más irónico, Lucas se contenta con nombrarles ocho veces.
Entre los sumos sacerdotes y Jesús, los evangelios muestran pues
una oposición muy fuerte, un conflicto irreductible.
Segunda observación: en este conflicto los sumos sacerdotes se
presentan más bien como autoridad (arché) que como sacerdotes
(hiéreis). El anuncio de la pasión no los designa aparte, sino que
los pone en medio de los otros dos grupos que formaban con ellos
el sanedrín: es el sanedrín el que de forma unánime, "ancianos (prés-
bytérOl), sumos sacerdotes (archiéreis) y escribas (grammatéis)", el
que someterá a Jesús al sufrimiento. El verbo" desechar", que aña-
den Marcos y Lucas, acentúa el aspecto de aUtoridad. Mediante un
juicio oficial, los "constructores" decidirán que Jesús es una piedra
de desecho, que no sirve para la construcción de la casa de Dios.
La perspectiva de oposición que se expresa en el primer anun-
cio de la pasión aparece de forma regular en las otras páginas del
evangelio que ponen en escena a los "sumos sacerdotes". Se les
nombra varias veces en compañía de los otros dos grupos del sane-
drín 13. En otras ocasiones encontramos solamente a los sumos

11. Sal 118, 22: ef. Mt 21,42; Me 12, lO: Le 20, 17.
12. Para los diversos episodios, comunes a los tres sinóptieos, d. Mt 20, 18: 21,
23: 21, 45: 26, 3: 26, 14 Y par.
13. En Mt 27, 41; Me 11,27: 14,43.53: 15, 1; Le 20, 1 (22, 66).
sacerdotes y los escribas o a los sumos sacerdotes y los ancianos 14.
Es muy raro que se mencione a los otros dos grupos sin los sumos
sacerdotes (Mt 26, 57). La regla general es que se les nombre y se'
les ponga en evidencia a estos últimos: casi siempre figuran en pri-
mera posición. Finalmente, se les nombra en algunos casos sin los
otros. 15
La presencia de los sumos sacerdotes en la primera fila de los
dirigentes de la nación judía manifiesta seguramente que para ésta
la autoridad no se situaba solamente en el nivel político, sino de
manera indisoluble en el nivel político y en el religioso. El hecho de
que en el relato de la pasión se nombre algunas veces a los sumos
sacerdotes sin los otros miembros del sanedrín tiende a acentuar su
parte de responsabilidad y a subrayar la dimensión religiosa del
proceso de Jesús.
Así es como Mateo y Marcos mencionan solos a los sumos sa-
cerdotes en el episodio que abre la puerta a la pasión: la traición de
Judas. Judas va en busca de los sumos sacerdotes y les propone su
innoble trato: "¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?" (Mt 26,
14). Ellos se apresura-n a aceptar. Por tanto, su papel es decisivo
para el arresto de Jesús. En el pasaje paralelo Lucas añade a "los
jefes de la guardia" (strategoí), pero esto en realidád no nos aleja
del ambiente sacerdotal, ya que la guardia del templo estaba confia-
da a los sacerdotes ya los levitas.
Después del proceso judío, que se lleva a cabo ante el sanedrín
entero, Mateo refiere un episodio que marca la conclusión siniestra
del asunto de la traición (Mt 27,3-10); aquí son de nuevo los sumos
sacerdotes los que ocupan el prosceniq. Es verdad que se nombra
antes a los "ancianos" al mismo tiempo que a ellos, pero cuando
Judas arroja sus monedas de plata por el suelo, el relato no habla
ya más que de los sumos sacerdotes. Ellos recogen el dinero y deci-
den lo que hay que hacer con él. Esta indicación corresponde a la
lógica de la situación, ya que el relato señala que Judas había tirado
el dinero "en el santuario" (naos), es decir, no simplemente en los
atrios o en los pórticos del templo (níéron) adonde todos los fieles
tenían acceso, sino en el edificio sagrado adonde sólo podían entrar

14. "Sumos sacerdotes y escribas": Mt 2, 4; 20, 18; 21, 15; Mc 10,33; 11, 18;
14, 1; 15,31; Lc 19,47; 20, 19; 22, 2; 23, 10. En Lc 20, 19 se nombra a los escribas
en primer lugar. "Sumos sacerdotes y ancianos": Mt 21,23; 26, 3.47; 27, 1.3.12.20;
(28, 12).
15. "Sumos sacerdotes": Mt 26, 14; 27,6; 28, 11; Mc 14, 10; 15,3.10.11; Lc 23,
4; Jn 12, 10; 18,35; 19, 15.21. A veces se nombra solos a los escribas en la primera
patte de los sinópticos; lo mismo ocurre con los ancianos.
los sacerdotes. El gesto de JudaS no carece de significado: establece
un vínculo entre el santuario de la antigua alianza y el dinero de la
traición, un vínculo lógico ya que el dinero se lo habían dado a
Judas los sumos sacerdotes, guardianes del santuario. Otros textos
del evangelio van en este mismo sentido; afirman una relación entre
el santuario hecho por manos del hombre y la pasión de Cristo. Sin
embargo, los sumos sacerdotes no quieren ver esta relación. Se nie-
gan a poner el dinero de la traición en el tesoro del templo (27,
6-7) y lo utilizan para comprar un campo, haciendo de este modo
que su crimen se inscriba en la tierra de Israel.
En su proceso ante Pilato, varios textos del evangelio atraen la
atención sobre el papel que entonces representaron los sumos sa-
cerdotes. Son ellos los que acumulan acusaciones contra Jesús. Mar-
cos sólo los nombra a ellos, Mateo les asocia a los "ancianos" y
Lucas a "la gente" 16. Volvemos a encontrarlos ante Herodes, apo-
yados esta vez por los escribas (Lc 23, 10). Según Marcos, más
preciso esta vez que Mateo, Pilato se dio cuenta de que "los sumos
sacerdotes le habían entregado por envidia". Cuando Pilato propo-
ne la liberación del "rey de los judíos", son los "sumos sacerdotes"
los que "incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien
a Barrabás" (Mc 15, 9-11). Mateo les asocia una vez más a los
ancianos (Mt 27, 20). Una vez obtenida la sentencia, encontramos
de nuevo a los sumos sacerdotes en el Calvario para burlarse del
crucificado. La muerte misma de Jesús no les hace soltar presa; se
preocupan de mantenerlo bien guardado en el sepulcro "sellando
la piedra-y poniendo una guardia". Se esforzarán en sofocar además
con falsos rumores el anuncio de la resurrección 17. Como vemos,
la tradición evangélica ha registrado la oposición implacable que
demostraron las autoridades sacerdotales contra Jesús.
Para completar el cuadro, hemos de considerar los casos en que
la tradición evangélica habla del sumo sacerdote en singular. En
esos textos no se le ve nunca presidiendo las celebraciones del cul-
to, sino que se trata siempre de sus funciones de autoridad. La
posición de autoridad del sumo sacerdote aparece primeramente
en el relato de Mateo sobre las medidas tomadas en contra de Jesús;
efectivamente, es "en el palacio del sumo sacerdote" donde se reú-
nen los miembros del sanedrín unos días antes de la pascua a fin de
discurrir los medios para "apoderarse de Jesús con engaño y darle

16. Mc 15, 3; Mt 27, 12; Lc 23,48.


17. Mc 15, 31; Mt 27,41.66; 28,11-15.
muerte" (Mt 26, 3). Es también en el palacio del sumo sacerdote
donde Mateo y Marcos sitúan la escena de la sesión nocturna del
sanedrín. 18 .

La actitud que toma el sumo sacerdote en el curso de esta sesión


confirma y agrava las observaciones ya hechas sobre las relaciones
entre el sacerdocio judío y Jesús. Es él visiblemente el que dirige
todo el desarrollo del proceso. Se levanta después de las deposicio-
nes de los testigos y procede personalmente al interrogatorio.
La oposición alcanza entonces su paroxismo. El sumo sacerdote
se planta ante Jesús como un juez. Más que los otros sinópticos,
Mateo subraya la solemnidad dramática de esta confrontación. El
sumo sacerdote apela al poder del "Dios vivo" para conjurar a Jesús
a que responda. Jesús se enfrenta con firmeza a esta. orden; observa
que las mismas palabras del sumo sacerdote han expresado su dig-
nidad de Hijo de Dios y predice la manifestación decisiva de esta
dignidad. La oposición se hace entonces total; el sumo sacerdote
desgarra sus vestiduras, grita contra la blasfemia y provoca la con-
denación. 19
La escena no se desarrolla en un contexto de celebración cul-
tual, sino en un contexto de ejercicio del poder. El sumo sacerdote
no se encuentra en el templo, sino rodeado de los miembros del
sanedrín. Sus atribuciones no son cultua1es, sino jurídicas: escuchar
a los testigos, interrogar, juzgar.
Sin embargo, los elementos que recoge la tradiciófl evangélica
hacen aparecer una fusión de ambas perspectivas. El interrogatorio
podría haber recaído sobre delitos políticos: intento de sublevación,
complot para hacerse con el poder. Pero de hecho se centra en la
cuestión mesiánica: "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú
eres el Cristo" 20. Pues bien, para los judíos, la dignidad de Mesías
o de Cristo se situaba en un nivel religioso más aún que político.
Por tanto, no hay que extrañarse de ver al slimo sacerdote subra-
yando el aspecto religioso, es decir, la relación privilegiada del Me-
sías con Dios. Y solamente este aspecto es el que se tendrá final-
mente en cuenta para la acusación y la condenación: Jesús es reco-
nocido como "blasfemo"; éste es el capítulo de acusación que, en
la perspectiva de las autoridades judías, llevaba consigo la muerte 21.

18. Mt 26, 57; Mc 14, 53; cf. Lc 22, 54.


19. Mt 26, 63-66; Mc 14, 61-64.
20. Mt 26, 63; Mc 14, 61; Lc 22,67.
21. Mt 26,65; Mc 14,64.
El sumo sacerdote y el sanedrin""no se sitúan como mantenedores
del orden público, sino como defensores de la ley de Dios.
El testimonio del cuarto evangelio no difiere mucho del de los
sinópticos en el punto que nos interesa. Lo mismo que los sinópti-
cos, Juan atestigua la actitud de oposición que asumen los sumos
sacerdotes contra Jesús. La diferencia está en que dicha actitud se
manifiesta mucho antes, bastante tiempo antes de la semana de la
pasión. En efecto, Juan nos dice que durante una fiesta de los taber-
náculos, preocupados por el éxito de Jesús, "los sumos sacerdotes
y los fariseos enviaron guardias para detener a Jesús" (]n 7, 33). El
intento fracasó aquella vez (]n 7, 45-46). La diferencia cronológica
respecto a los sinópticos se debe al hecho de que el cuarto evangelio
no sigue la disposición esquemática adoptada por aquellos. Los si-
nó'pticos no hablan más que de una sola subida de Jesús a Jerusalén
y la sitúan inmediatamente antes de los acontecimientos de la sema-
na santa. Juan, por el contrario, habla de varias subidas, lo cual le
permite señalar que la hostilidad de los sumos sacerdotes contra
Jesús había comenzado ya antes.
El conflicto se agudiza al acercarse la última pascua. Los sumos
sacerdotes y los fariseos se ponen entonces de acuerdo a fin de
solucionar el peligro que supone Jesús. Deciden su muerte 22. De
hecho, toman parte activa en el arresto de Jesús: el grupo guiado
por Judas para prender a Jesús estaba formado por los "guardias
enviados por los sumos sacerdotes y fariseos" (]n 18, 3).
En todos estos textos se advierte una particularidad de la tradi-
ción joáni~a: los sumos sacerdotes están casi siempre asociados a
los fariseos 23. En los sinóptico s, como hemos visto, la agrupación
es distinta: los sumos sacerdotes están asociados a los otros miem-
bros del sanedrín, a los escribas y ancianos, dos categorías que la
tradición joánica ignora por completo 24. La asociación de los sumos
sacerdotes con los fariseos hace resaltar más su oposición a Jesús,
ya que la tradición evangélica presenta a los fariseos como enemigos
encarnizados de Jesús.
Sin embargo, después del arresto de Jesús, ya no menciona el
evangelista a los fariseos, de manera que los sumos sacerdotes se

22. Jn 11,47-53.57.
23. En los sinópticos la asociación "sumos sacerdotes y fariseos" solamente se
encuentra en Mt 21, 45 Y 27, 72.
24. La palabra "escriba" (grammateus) no figura en el cuarto evangelio, a no ser
en 8, 3, en el pasaje sobre la mujer adúltera, que no pertenece a la tradición joánica.
Tampoco se lee la palabra "anciano" (présbytéros) más que en Jn 8, 9, en donde
tiene por otra parte el sentido no técnico de "mayor de edad".
quedan como los únicos protagonistas del combate contra Jesús.
Desempeñan un papel decisivo en el proceso romano. El propio
Pilato subraya el hecho en una declaración dirigida a Jesús: "Tu
pueblo y los· sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has
hecho?" (Jn 18,35). Cuando a continuación Pilato intenta disculpar
al prisionero, son los sumos sacerdotes los que con sus criados se
ponen a gritar: "¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!". y cuando Pilato les
replica: "¿A vuestro rey vaya crucificar?", son ellos los que contes-
tan: "No tenemos más rey que el César" y los que consiguen que
se les entregue a Jesús para ser crucificado. Una vez crucificado
Jesús, son ellos de nuevo los que se preocupan de reclamar una
rectificación del motivo de condenación clavado en lo alto de la
cruz 25. Así pues, la hostilidad de los sumos sacerdotes contra Jesús
adquiere un relieve particular en el cuarto evangelio.
En este contexto Juan no deja de resaltar también la posición
que toma el representante más calificado del grupo, el sumo sacer-
dote en singular. Durante la deliberación que acabó con la decisión
de matar a Jesús, el evangelista nos refiere que fue "Caifás, el sumo
sacerdote de aquel año", el que promovió esta decisión diciendo a
sus colegas:

Vosotros no sabéis nada, ni caéis en cuenta que es mejor que muera uno
solo por el pueblo y no que perezca toda la nación (Tn 11, 49-50)

Estas palabras cínicas zanjaron la discusión. Su formulación


pone de manifiesto la parte preponderante que correspondió al
sumo sacerdote en el complot contra Jesús. Los demás "no saben
nada". Es él el que señala la dirección que hay que tomar. Da
pruebas de un realismo político desnudo de toda clase de escrúpu-
los. Su responsabilidad resulta aplastante. En el relato que sigue
habrá algunos detalles que nos lo recuerden: cuando es arrestado.
Jesús, Juan señala de paso la presenci¡¡ del "siervo del sumo sacer-
dote", diciendo incluso cómo se llama (18, 10); luego, antes de
empezar el proceso, menciona de nuevo la frase pronunciada por
Caifás (18, 13).
El evangelista podría haberse limitado a este aspecto de las co-
sas y, subrayando la oposición mortal del sumo sacerdote contra
Jesús, deducir la ruptura de todo tipo de relaciones entre el sumo
sacerdote y Dios. Pero es significativo que no se haya sacado esta
.-
conclusión. Con un atrevimiento paradójico, Juan afirma por el
contrario que sigue en pie un aspecto positivo del sacerdocio. A
pesar de todo, le reconoce a la declaración maquiavélica de Caifás
un valor profético, cuyo fundamento ve en la dignidad sacerdotal
del que habla: "Esto no lo dijo (Caifás) por su propia cuenta, sino
que, como era sumo sacerdote, profetizó que Jesús iba a morir por
la nación" (11, 51). Sus palabras encerraban dos significaciones
muy distintas; expresaban a la vez un cálculo humano criminal y
una perspectiva divina de redención. Por ese mismo hecho, las rela-
ciones entre el sumo sacerdote y Jesucristo se muestran de una
sorprendente complejidad. Conviene que no lo olvidemos.
Por otra parte, aparece otra complejidad de un tipo distinto en
el relato de Juan. El título de "sumo sacerdote" en singular parece
referirse en su evangelio a dos personajes diferentes: a Anás, en el
relato del interrogatorio, y a Caifás en otros pasajes 26. Para eliminar
esta aparente confusión algunos exegetas han propuesto diversas
conjeturas, pero cabe pensar que el texto del evangelio refleja la
situación real: Caifás era el sumo sacerdote en funciones, pero
Anás, el antiguo sumo sacerdote que habían depuesto los romanos,
seguía conservando su prestigio y su autoridad y era también llama-
do "el sumo sacerdote" 27. Este detalle histórico carece de impor-
tancia capital para nuestro tema.

3. Sacerdotes y sumos sacerdotes en los Hechos de los apóstoles


Al testImonio de los evangelios conviene añadir aquí el de los
Hechos de los apóstoles, que describen más explícitamente la situa-
ción de la comunidad cristiana en sus comienzos y dejan atisbar
cuáles eran las relaciones entre esta comunidad y el sacerdocio ju-
dío. Después de la resurrección de Cristo quedaban abiertas todas
las posibilidades: la reconciliación y las relaciones armoniosas, o la
tensión renovada con los consiguientes conflictos, o la ignorancia
mutua. ¿En qué sentido evolucionó la situación?
Por parte de los cristianos no se observa ninguna voluntad de
ruptura con el sacerdocio judío. Lucas nos presenta a los apósto-
les, después de la ascensión de Jesús, diciendo que "estaban siem-
pre en el templo bendiciendo a Dios" (Lc 24, 53) Y en los días que
siguieron a pentecostés la comunidad entera adopta esta misma

26. ]n 18, 19.22 Y 11, 49-51; 18, 13.24.


27. Cf. Le 3,2; Heeh 4, 6. .
actitud: "Acudían al templo todos los días con perseverancia y
con un mismo espíritu" (Hech 2, 46).
Por parte de los sacerdotes judíos, Lucas nos dice que se ma-
nifestó con energía una corriente favorable a la fe cristiana: "Se
multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multi-
tud de sacerdotes iban aceptando la fe" (Hech 6, 7).
Sin embargo, también se abría paso otra actitud. En el primer
texto que nos habla de ella (4, 1), no se sabe concretamente si Lu-
cas la atribuye a los "sacerdotes" o a los" sumos sacerdotes", ya que
los manuscritos vacilan entre ambas palabras. Pero inmediatamente
después se clarifica la situación: se trata de los sumos sacerdotes en
el ejercicio de su autoridad (4, 6). Su actitud es de franca oposición.
El motivo que se da al principio no se refiere a una cuestión de cul-
to, sino de doctrina: se sienten contrariados de ver cómo los após-
toles "enseñaban al pueblo y anunciaban en la persona de Jesús la
resurrección de los muertos". Al mismo tiempo que los sacerdotes
o los sumos sacerdotes Lucas cita entonces al "jefe de la guardia del
templo y los saduceos". Es con estos últimos con los que más tiene
que ver el motivo señalado: los saduceos negaban toda resurrec-
ción 28. Los sumos sacerdotes y el jefe de la guardia los apoyan con
su autoridad y proceden al arresto de Pedro y de Juan (4, 3).
Al día siguiente se reúne en sesión plenaria el sanedrín para dec
cidir de la suerte de los dos apóstoles. Lucas empieza mencionan-
do brevemente a los "jefes, ancianos y escribas", para mencionar
más detalladamente luego a los sumos sacerdotes: "el sumo sacer-
dote Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y cuantos eran de la estirpe
de sumos sacerdotes". Esta insistencia llama la atención. Pero no
tiene luego ningún significado especial en el resto del relato; cuan-
do Pedro toma la palabra, no los menciona explícitamente, sino
que dice sencillamente: "Jefes del pueblo y ancianos ...", lo cual si-
túa el debate en un contexto de autoridad más bien que en la es-
fera de lo sagrado. A partir de aquel momento, la postura que
toma el sumo sacerdote y el conjunto de sumos sacerdotes será de
hostilidad cada vez más acusada frente a los apóstoles de Jesús y
la comunidad cristiana 29. El sumo sacerdote ordena arrestar y meter
en la cárcel a los apóstoles, procede a su interrogatorio y les dirige
violentos reproches. Es también "el sumo sacerdote" el que interro-

28. eL Hech 23, 8; Lc 20,27-40 par.


29. Para el sumo sacerdote, cf. Hech 5, 17.21.27-28; 9,1; 24,1; para los sumos
sacerdotes, cf. 5, 24; 9, 14.21; 25, 2.15.
-
ga a Esteban antes de su martirio (7, 1). Cuando Saulo se pone a
perseguir a la iglesia, se dirige al sumo sacerdote para obtener los
poderes necesarios 30. Cuando parte para Damasco, su proyecto es
el de arrestar allí a los cristianos y "llevárselos atados a los sumos
sacerdotes" (9, 21). Más tarde Saulo, convertido en el apóstol Pa-
blo, sufre a su vez la hostilidad del sumo sacerdote Ananías y de
todo el grupo de sumos sacerdotes que, apoyados por los ancianos,
se esfuerzan en arrancarle al gobernador romano la condenación
del apóstol. 31
Cuando la comparecencia de Pablo ante el sanedrín, Lucas nos
refiere un incidente revelador. Pablo, sometido a una vejación, pro-
testa con vigor y califica de "pared blanqueada" al que ha dado la
orden de maltratarlo. Se le indica que se trata de hecho del "sumo
sacerdote de Dios". Pablo se excusa entonces diciendo: "No sabía,
hermanos, que fuera el sumo sacerdote", y añade: "Pues está escri-
to: no injuriarás al jefe de tu pueblo" (Hech 23, 1-5). El punto que
interesa para nuestro estudio es que, en lugar de tener en cuenta la
consagración del sumo sacerdote tal como le sugería la indicación
de los asistentes ("insultos al sumo sacerdote de Dios"), Pablo su-
braya únicamente la autoridad del personaje (" al jefe de tu pue-
blo"), citando un precepto de la Biblia que se refiere al respeto
debido a los "jefes" (Ex 22, 27). Es evidente el cambio de perspec-
tiva. Corresponde seguramente a la situación del momento, que
ponía más de manifiesto el poder del sumo sacerdote que no su
función- sacerdotal, aunque nos permite también vislumbrar una
toma de posición significativa.
Todo 10 dicho va en el sentido de 10 que ha podido constatarse
a 10 largo de todo este capítulo: los escritos narrativas del nuevo
testamento no muestran nunca a los sumos sacerdotes judíos en el
ejercicio de sus funciones cultuales 32. Lo que se pone de relieve es
su autoridad más bien que su sacerdocio; son más bien "sumos"
que" sacerdotes". Sin embargo, no era posible separar por comple-
to estos dos aspectos, ya que los sumos sacerdotes pretendían cier-
tamente ser los jefes religiosos del pueblo de Dios. De esto se deri-

30. Hech 9, 1s; 22, 5; 26, 10.


31. Hech 23, 2; 24, 1; 25, 2.15.
32. El único texto que habla de las funciones sacerdotales en el templo de Jeru-
salén es el que comentamos al principio de este capítulo: se pone en escena a un
sacerdote y no a un sumo sacerdote (Lc 1, 8-10). Por otra parte, Hech 14, 11-18
muestra a un sacerdote que se dispone a ofrecer un sacrificio, pero se· trata de un
sacerdote pagano.
vaba para los cristianos de entonces una situación sumamente em-
barazosa. Los relatos evangélicos, que hablaban poco de los sacer-
dotes judíos y mucho de los sumos sacerdotes, llevaron necesaria-
mente a dar una imagen desfavorable del sacerdocio. Sin embargo,
no se podía negar que el sacerdocio constituía una de las institucio-
nes fundamentales del antiguo testamento. ¿Cómo podría la iglesia
cristiana pretender seguir siendo fiel a la totalidad de la revelación
bíblica y poseer en Cristo su cumplimiento definitivo, encontrándo-
se en una relación negativa frente a esta institución fundamental
del pueblo de Dios?
La realidad compleja del
sacerdocio antiguo

Para comprender debidamente el problema que se planteaba a


la fe cristiana es necesario tener una idea lo más concreta posible
sobre el contexto en que nació. ¿Cómo se presentaba la institución
sacerdotal a los ojos de los contemporáneos de Cristo? ¿Cuáles
eran las funciones del sacerdote antiguo? ¿Qué cabía esperar de él?
¿Qué dice a propósito del mismo la larga tradición bíblica? No es
posible tratar en este lugar el tema en todos sus detalles -sería
preciso componer otro libro-; bastará con trazar las líneas genera-
les, observando sobre todo en qué sentido marchó la evolución del
sacerdocio. 1

La palabra hiéreus, con la que nos hemos encontrado ya en los


evangelios, fue escogida por los traductores griegos de la Biblia
para traducir el hebreo kohén, término muy frecuente en los textos
del antiguo testamento. Con él se designa a los personajes encarga-
dos de las funciones religiosas. Se le emplea para designar a los

1. Los lectores que deseen profundizar en la cuestión disponen de obras exce-


lentes, particularmente: R. de Vaux, Instituciones del antiguo testamento, Barcelona
1964; A. Cody, A history oEold testament priesthood, Roma 1969. Estas dos obras
ofrecen una bibliografía del tema en las págin,as 680-706 y XVI-XXVII respectiva-
mente.
sacerdotes paganos lo mismo que para indicar a los sacerdotes israe-
litas. El primer personaje, a quien atribuye la Biblia el título de
kohén es Melquisedec, rey de una ciudad de Palestina en tiempos
de Abrahán; el segundo es un sacerdote egipcio del tiempo de José.
El comienzo del libro del Exodo habla de un sacerdote madianita,
que se convierte en el suegro de Moisés 2. Solamente después de la
salida de Egipto pone la Biblia en escena a los sacerdotes israelitas,
pero éstos ocupan entonces un lugar de primer plano, sobre todo
en el Levítico, donde el título de kohén llega a repetirse hasta 55
veces en un solo capítulo (Lev 13).
La palabra griega hiéreus se relaciona por su origen con la no-
ción de "sagrado" (hiéros); el sacerdote es el hombre de lo sagrado.
El sentido primitivo de la palabra hebrea kohén no es tan fácil de
señalar. Algunos la ponen en relación con una palabra acadia, kánu,
que puede tomar el sentido de "inclinarse": el kohén sería entonces
el que se inclinaba ante la divinidad, el que adoraba. Otros piensan
por el contrario en una raíz verbal que significa "estar erguido"
(kun) y ven en el kohén al que "se mantiene de pie en la presencia
de Dios", como dice de la tribu de Leví un texto del Deuteronomio
(10, 8), utilizando sin embargo un verbo distinto. A. Cody 3 critica
estas dos hipótesis y propone en su lugar una etimología basada en
una raíz atestiguada en siriaco y que expresa la idea de prosperidad:
el kohén, el sacerdote antiguo, es el que procura la prosperidad, es
el hombre "de las bendiciones". Esta última perspectiva, muy posi-
tiva, no. carece de atractivo y hay que reconocer que es perfecta-
mente bíblica. 4

2. Atribuciones del sacerdocio


Más que la etimología del título, son las atribuciones concretas
del titular las que permiten definir el sentido de una institución.
Los textos bíblicos demuestran que las atribuciones del kohén se
extendían dentro de una gama muy amplia. Se puede presentar al
kohén como el hombre del santuario, aquel que tiene derecho a
tocar los objetos sagrados y es admitido en la cercanía de Dios, o
como el hombre encargado de ofrecer los sacrificios, o también
como aquel de quien se espera un oráculo, el que da las bendicio-
nes, el que decide sobre las cuestiones de pureza ritual.

2. Melquisedec: Gén 14, 18; el sacerdote egipcio: Gén 41, 45.50; 46, 20; el
sacerdote madianita: Ex 2, 16; 3, 1.
3. A. Cody, o.e., 26-29.
4. Cf. Núm 6, 22-27; Dt 28, 3-12.
¿Entre estas diversas atribuciones cuál era la más característi-
ca? Es posible la discusión,sobre este punto, si se tiene en cuenta
ante todo que el papel del sacerdote antiguo ha variado a través de'
los siglos. Algunos autores insisten en su función sacrificial, hasta el
punto de que traducen siempre por "sacrificador" la palabra kohén
en los escritos del antiguo testamento y la palabra híéreus en los del
nuevo. En cuanto a archíéreus, en lugar de "sumo sacerdote", lo
traducen por "soberano sacrificador". Se trata de una insistencia
unilateral que no corresponde a la diversidad tan rica de la concep-
ción antigua. Según A. Cody 5, el rasgo más característico del sacer-
docio no era la ofrenda de los sacrificios -había también otros hom-
bres que podían ejercer esta función-, sino más bien la relación
estrecha con un santuario. Antes de la época de la monarquía israe-
lita, el sacerdote antiguo era sobre todo el hombre de un santuario
y su papel principal era el de pronunciar oráculos.
a) La {unción oracular del sacerdote antiguo suscita extrañeza
en nuestros días, tanto más cuanto que se ejercía con ayuda de una
especie de juego de dados. En una situación difícil acudían a con-
sultar al sacerdote y éste tenía que determinar la conducta a seguir
sirviéndose para ello de los "urim" y de los "tummim". Esta es
ciertamente la primera de las funciones que vemos atribuir al sacer-
dote en el texto arcaico de la bendición dada a Leví. Moisés, antes
de morir 6, dice sobre Leví:

¿Qué eran exactamente los urím y los tummím? ¿Unas varillas?


¿unas piedrecillas? ¿unas tabas? No se sabe en concreto, pero los
relatos bíblicos nos indican que se trataba en todo caso de unos
objetos sagrados que utilizaba el sacerdote para echar suertes y de-
cidir de esta manera la solución de los casos difíciles.
He aquí a este propósito el texto más claro, tal como podemos
reconstruido a partir de las versiones antiguas 7. Para conocer los
motivos de un fracaso que ha padecido, Saúl interroga a Yahvé y le
dice:

Si el pecado es mío o de mi hijo ]onatán, Yahvé Dios de Israel, da urim;


si el pecado es de tu pueblo Israel, da tummim (1 Sam 14, 41).

5. A. Cody, O.c., 29; d. R. de Vaux, O.c., 453-454.


6. Dt 33, 1.8.
7. La Biblia hebrea presenta en este lugar un texto visiblemente incompleto.
En la historia de David se oos habla de otras consultas similares.
Perseguido por Saúl o enfrentado con los amalecitas, David recurre
al sacerdote Abiatar para consultar a Yahvé sobre la táctica que
tiene que adoptar. 8
Lo menos que se puede decir es que esta práctica no nos parece
ni mucho menos razonable. Hay que confesar que corresponde a
un nivel muy primitivo de religiosidad, más cercano a la supersti-
ción que a una vida espiritual auténtica. Sin embargo, sería una
equivocación sentir solamente desprecio por ella, ya que, considera-
das bien todas las cosas, se ve aquí un esbozo de una actitud espiri-
tual fundamental: la búsqueda de la voluntad de Dios. Sometiéndo-
se a la mediación del sacerdote para "consultar a Y ahvé", el fiel
manifestaba un deseo sincero de "conocer los caminos del Señor"
para seguidos. En la base de este deseo se vislumbra una profunda
convicción religiosa; estaban convencidos de que, sin una relación
positiva con Dios, la existencia humana no podía encontrar su debi-
da orientación. La modalidad de la consulta es un aspecto secunda-
rio. Un punto más significativo es que el oráculo no funcionaba de
manera automática. Podía ser que no llegara la respuesta: es lo que
ocurre en el episodio de la historia de Saúl. Entonces había que
buscar la razón de ese silencio y examinar si se encontraba uno en
las disposiciones requeridas para obtener una respuesta de Dios.
La función oracular de los sacerdotes antiguos conoció una evo-
lución en la que se manifiesta un progreso de la conciencia religiosa.
La redacción actual de la bendición dada por Moisés a Levíes un
buen testimonio de ello. Después de la frase sobre los urím y los
tummín se percibe una inserción posterior (el texto pasa inadverti-
damente del singular al plural), en donde la función de los sacerdo-
tes no consiste ya en echar suertes sino en enseñar:

Pues han guardado tu palabra, y conservarán tu alianza.


Ellos enseñan tus normas a Jacob y tu ley a Israel. (Dt 33, 9b-1O)

Es ésta una manera distinta de revelar la voluntad de Dios y de


poner a la existencia de los hombres en relación con él, una manera
menos exterior y más respetuosa de la persona humana. Los ~acer-
dotes estaban encargados del transmitir la "instrucción" que venía
de Dios; lo hicieron primero ocasionalmente, en algunos casos par-
ticulares 9, especialmente en materia de culto. Luego lo hicieron de

8. 1 Sam 23, 9; 30, 7.


9. CE. Ag 2, 11-13; Zac 7, 3.
forma más sistemática; se les confió el conjunto de las instrucciones
divinas: "Enseñan ... tu ley a Israel" . Según el Deuteronomio, Moi-
sés entregó a los levitas el rollo de la ley para que lo pusieran en el
arca de la alianza y ordenó a los sacerdotes y a los ancianos que
"pronunciaran esta ley a los oídos de todo Israel"lO. Cuando regre-
saron del destierro los israelitas, una frase de Malaquías les recordó
que:

Los labios del sacerdote guardan la ciencia y la ley se busca en su boca;


porque él es el mensajero de Yahvé Sebaot (Mal 2, 7).

Con esta función está también relacionada la competencia jurí-


dica que se reconocía a los sacerdotes. El Deuteronomio declara
que les corresponde "resolver todo litigio y toda violencia". Se les
hace intervenir en particular en los casos difíciles de desentrañar,
por ejemplo cuando no hay testigos de un delito grave. 11
Su posición de autoridad se les reconocía todavía en tiempos de
Cristo, al menos hasta cierto grado. Encontramos un testimonio de
ello en los textos de Qumriin. En cada una de las comunidades de
la secta, el Escrito de Damasco exige que "no faIte un hombre
que sea sacerdote, instruído en el Libro de meditación; todos obe-
decerána sus órdenes" 12. Sin embargo, se considera allí el caso en
que el sacerdote no sea" experto en todas estas materias", previen-
do entonces la solución de que haya un substituto. De hecho, en
los tiempos posteriores al destierro, la enseñanza de la ley había
dejado de ser monopolio de los sacerdotes y la clase de los escribas
y doctores de la ley, abierta a los laicos, empezaba a suplatitarIes en
este terreno 13. Los sacerdotes iban limitando cada vez más su acti-
vidad a las ceremonias de cuIta en el interior del templo.
b) Se presentaban entonces de forma más exclusiva como los
hombres del santuario. Esta vinculación entre el sacerdocio y el
santuario está atestiguada universalmente. "El sacerdote es elegido
e instalado 'para el servicio del santuario" 14 y nadie más que él está
autorizado para asumir este cargo. En tiempos del Exodo,

Moisés y Aarón con sus hijos estaban encargados del santuario en nom-
bre de los hijos de Israel. Cualquier laico que se acercara, sería muerto
(Núm 3,38).

10. Dt 31, 9-13.26.


11. Dt 21, 1-9; Núm 5, 11-31.
12. CD XIII, 2-7; cf. 1QS VI, 3-4; 1QSa III, 23-25.
13. Es lo que observa R. de Vaux, a.c., 460.
14. R. de Vaux, o.c.,453.
Cuando se erige un santuariO, se consagra un sacerdote para
que asegure en él el culto. Es lo que hizo Miká en tiempo de los
jueces, lo que hicieron los hombres de Quiryat- Yearim en tiempo de
Samuel y lo que hizo Jeroboam después de la división del reino. 15
A propósito de los santuarios el antiguo testamento manifiesta
una clara evolución histórica. Al principio se admite sin ningún pro-
blema una gran diversidad de lugares sagrados. Las tradiciones que
conciernen a Abrahán evocan ya unos cuantos, el de Siquén, el de
Betel, el de Berseba 16, que aparecerán en otras páginas de la Biblia.
Otras tradiciones hablan del santuario de Silo, del de Gabaón, del de
Dan 17. Cuando David conquistó Jerusalén, hizo trasladar allí el arca
de la alianza, a fin de dar a su nueva capital un prestigio religioso (2
Sam 6). A continuación, durante una epidemia, queriendo David al-
canzar de Dios que cesara la plaga, construyó un altar en un terreno
adquirido con esta finalidad (24, 18-25). Así se constituyó un nuevo
lugar sagrado, que se añadió a todos los demás. Fue allí donde Sa-
lomón edificó el templo de Jerusalén 18, santuario que adquirió en
seguida una gran importancia, ya que su situación en la ciudad del
rey le aseguraba un papel central en el culto oficial. Progresivamente
se fue manifestando una tendencia que reclamaba para él no sólo la
preponderancia, sino la exclusividad. Los reyes Ezequías y Josías se
esforzaron en reformar en este sentido el culto israelita. Josías en
particular se decidió a eliminar de su reino todos los demás santua-
rios: "Hizo venir a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá y
profanó los altos en donde quemaban incienso, desde Gueba hasta
Berseba (2 Re 23, 8). Un texto del Deuteronomio apoyaba esta
orientación:

Guárdate de ofrecer entonces tus holocaustos en cualquier lugar sagrado


que veas; sólo en el lugar elegido por Yahvé en una de sus tribus podrás
ofrecer tus holocaustos y sólo allí pondrás en práctica todo lo que yo te
mando (Dt 12, 13_14).19

Así se hizo después del destierro. La unicidad del santuario se


había convertido en una exigencia profunda del sentimiento religio-
so 20. Convenía que el Dios único tuviera un santuario único.

15. Cf. Jue 17,5-13; 1 Sam 7, 1; 1 Re 12, 31s.


16. Gén 12, 6-8; 13, 3s; 21, 33.
17. 1 Sam 1,3; 2 Sam 21,6; 1 Re 3,4; Jue 18,31; 1 Re 12, 30.
18. Cf. 1 Crón 22; 2 Crón 3, 1.
19. Cf. Dt 12,2-17.
20. Cf. Jn 4, 20. Sin embargo, fuera de Judea se conoce la existencia de dos tem-
plos judíos, ambos en Egipto: el de Elefantina, que no atestiguan varios papiros
c) En el santuario los sacerdotes realizan ciertas ceremonias
de culto, entre las que tiene singular importancia el sacrificio. Ha-
blando a Dios de los sacerdotes israelitas, la bendición de Moisés
declara a propósito de ellos:

En esta materia se puede observar una doble evolución: por


una parte se acentúa de forma cada vez más marcada el privilegio
de los sacerdotes, por otra se va insistiendo progresivamente en el
aspecto expiatorio de los sacrificios.
En los orígenes el derecho a ofrecer los sacrificios no era patri-
monio exclusivo de los sacerdotes. Abrahán, que no era sacerdote,
presentaba holocaustos a Dios; Jacob consagraba estelas y le vemos
ofreciendo un sacrificio e invitando a él a sus parientes 21. En tiem-
po de los jueces, leemos también que el padre de Sansón ofreció un
cabrito en holocausto (Jue 13, 19). Según los libros de Samuel y de
los Reyes, David y Salomón ofrecían sacrificios solemnes 22. Poco a
poco, sin embargo, la ofrenda de los sacrificios se fue reservando a
los sacerdotes y un texto de las Crónicas refiere que, por haberse
atrevido a ofrecer personalmente incienso en el altar de los perfu-
mes, el rey Ozías fue castigado por Dios 23. Se puede considerar el
privilegio de los sacerdotes como un caso entre otros muchos de
especialización social. Sin embargo, es posible señalar algunas dife-
rencias. Lo que llevó a reservar al sacerdote la función de ofrecer
sacrificios no es tanto la búsqueda de una organización más ventajo-
sa del trabajo como el sentimiento de la santidad de Dios. Para que
una ofrenda presentada a Dios tuviera alguna probabilidad de ser
aceptada, era menester que el oferente no se encontrase en oposi-
ción con la santidad divina, sino por el contrario, impregnado de
esa santidad, conformado a ella, es decir, consagrado a Dios. Puesto
que el sacerdote es precisamente un ser consagrado a Dios, se le
admite a entrar en relación con Dios y parece por tanto el más
indicado para presentarle los sacrificios.
El otro aspecto de la evolución del culto sacrificial se refiere a
la importancia cada vez mayor que se les fue concediendo a los

arameos del siglo V a. c., y el de Leontópolis, fundado por el año 160 a. C. y


destruido por los romanos el año 73 d. C. Por otra parte, los samaritanos tenían su
propio templo en el monte Garizim. Cf. R. de Vaux, o.c., 443-447.
21. Gén 22, 13; 28, 18; 31,54; 35, 14.
22. 2 Sam 6, 13.17s; 24, 25; 1 Re 3, 4-15; 8,5.62-64; 9, 25.
23. 2 Crón 26, 16-20.
sacrificios de expiación, ofreci~ para ~btener el perdón de las
faltas cometidas. Antes del destierro, parece ser que estos sacrificios
no tenían mucho espacio en la religión israelita. Algunos autores se
preguntan incluso si existían realmente. Pero progresivamente los
sacrificios de expiación fueron tomando más importancia, sobre
todo cuando «las grandes calamidades nacionales comunicaron al
pueblo un sentido más vivo de su culpabilidad»24 y le llevaron a
comprender mejor la exigencia de santidad que se impone a todos
los servidores de Dios.
d) Encargado de ofrecer los sacrificios en nombre de la comu-
nidad, el sacerdote tenía que velar para que nadie participase en el
culto sin estar en situación de pureza ritual. La presencia de un
hombre "impuro" no podía menos de desagradar a Dios y provocar
el rechazo de las ofrendas. Por consiguiente, los sacerdotes tenían
que advertir

a los hijos de Israel de sus impurezas para que no mueran a causa


de ellas por contaminar mi morada, la que está en medio de ellos
(Lev 15, 31).

Esta preocupación se manifestaba de manera especialmente viva


a propósito de la lepra, impureza de las más terribles. Apenas apa-
recía un posible síntoma, el presunto enfermo tenía que presentarse
al sacerdote para que examinara el mal. El Levítico da instrucciones
muy detalladas en este sentido (Lev 13). Después de un minucioso
examen, correspondía al sacerdote pronunciar el diagnóstico; según
los casos declaraba al paciente "impuro" o "puro" y, por el mismo
hecho, le prohibía Q le permitía participar en el culto a Yahvé. Si
un leproso conseguía la curación, le tocaba evidentemente al sacer-
dote hacer las comprobaciones necesarias -los relatos evangélicos
nos señalan cómo se respetaba esta norma- y el sacerdote procedía
entonces a largas ceremonias de "purificación" (Lev 14). Para otros
casos de impureza ritual se servían del "agua lustral", preparada
mezclando con ella las cenizas de una vaca inmolada. También en
este caso era el sacerdote el que realizaba los ritos necesarios. 25
e) A este papel más bien negativo relacionado con la impureza
se añadía otro papel más positivo, que se expresaba en la bendición.
El sacerdote era el encargado de "bendecir al pueblo con el Nom-
bre", como dice el Sirácida (Eclo 45, 15/19). "Bendecir con el
Nombre" significa bendecir pronunciando el Nombre revelado. El

24. R. de Vaux, o.c., 574.


25. 'Núm 19, 1-10; 31, 23; Heb 9, 13.
libro de los Números precisa efectivamente en este sentido la mane-
ra con que los sacerdotes tienen que "bendecir a los hijos de Is-
rael". La fórmula de bendición repite en tres ocasiones el nombre
de Yahvé y, después de haberlo pronunciado él mismo, Dios con-
cluye:

Que invoquen así mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré
(Núm 6, 27).

Invocar sobre una persona el nombre de Dios es establecer una


relación personal entre Dios y esa persona. En efecto, la bendición
no es otra cosa más que una relación viviente con Dios. El pueblo
de Israel comprendía que la bendición divina es la condición nece-
saria y fundamental de la que depende el verdadero éxito en la
existencia. Sin una relación armoniosa con Dios, la vida humana no
puede encontrar su sentido auténtico ni alcanzar su pleno desarro-
llo. Pero la bendición divina esparce por todas partes la paz y la
fecundidad, ya que la relación con Dios es el elemento más decisivo
en toda situación y en toda realidad.
¿Qué evolución conoció la bendición sacerdotal del antiguo tes-
tamento? Sabemos que los israelitas sintieron un respeto cada vez
más profundo por el Nombre revelado y que el temor a profanarlo
los llevó finalmente a considerar prohibida su pronunciación. Los
textos rabínicos atestiguan las limitaciones que se fueron imponien-
do progresivamente a la bendición de los sacerdotes. Indican que
fuera del templo los sacerdotes no estaban autorizados a pronunciar
el Nombre revelado, sino que tenían que sustituirlo por otra desig-
nación de Dios 26; que incluso en las ceremonias solemnes del tem-
plo el sumo sacerdote evitaba pronunciar el Nombre en voz alta y
que lo murmuraba casi sólo para sus adentros. "Rabí Tarfón decía:
Yo ocupaba mi sitio entre los sacerdotes mis hermanos; tendía mis
orejas hacia el sumo sacerdote y le oía tragarse (el Nombre) en
medio de los cánticos de los sacerdotes". 27
Sobre este punto como sobre los anteriores se manifiesta una
conciencia cada vez más viva de la santidad de Dios.

26. ef. J. Bonsirven, Textes rabbiniques, Rome 1954, n. 225 (a propos de Núm
6,23).
27. Ibjd., n. 894 y n. 1583. La Biblia de Jerusalén, en una nota a EcIo 50, 20, afir-
ma que "la fiesta de la expiación era la única ocasión en que e! nombre inefable se pro-
nunciaba sobre e! pueblo, a modo de bendición". Esta afirmación carece de fundamen-
to. Hay motivos para pensar que e! tnismo texto de Eclo 50, 20 no se refiere a la fiesta
de la expiación, sino a la.liturgia de! holocausto cotidiano: d. F. O'Fearghail, Sir 50,
5-21: Yom Kippur or tbe daíly wbol~-offeríng: Bib 59 (1978) 301-316, n. 12.
a) Efectivamente, toda la organización del culto sacerdotal an-
tiguo se basaba en ,la idea de santidad y en la convicción de que es
preciso ser santo para poder acercarse a Dios. Pero entonces se
concebía la santidad de una manera distinta de como suele hacerse
en la actualidad. En nuestra forma de pensar, la santidad es casi un
sinónimo de perfección moral y evoca todo un conjunto de virtudes
eminentes. En un proceso de canonización la primera etapa consiste
en verificar si la persona que ha muerto "en olor de santidad" había
llegado realmente a la "heroicidad" en la práctica de las virtudes
cristianas., La mentalidad antigua no pensaba en vincular la santidad

f
a la perfección. Para los antiguos, "santo" no se oponía a "imper-
fecto", sino a "profano".
.' La santidad define ante todo el ser mismo de Dios. Le pertenece
a él en propiedad. "Santo, santo, santo, Y ahvé Sebaot", proclaman
los serafines en la visión del profeta Isaías (Is 6, 3). Su aclamación
expresa la experiencia religiosa auténtica, la que da el verdadero
conocimiento de Dios. Dios no se percibe en ella como un gran
principio abstracto, necesario para dar cuenta de la existencia del
universo, sino como una presencia sumamente fuerte e impresio-
nante que suscita al mismo tiempo en el hombre admiración y es-
panto, gratitud enamorada y deseo de desaperecer. Entre la exulta-
ción de la vida de Dios y la fragilidad de su propia existencia, el
hombre percibe una tremenda diferencia de calidad y se reconoce
indigno de-entrar en relación con el Dios tres veces santo.
Se necesita una transformación radical y esta transformación se
concibe como el paso del nivel profano de la existencia ordinaria al
nivel santo o sagrado, que es el que corresponde a la relación con
Dios. Para llevarlo a cabo, ya no se cuenta en primer lugar con el es-
fuerzo moral, ya que éste sigue dejando al hombre en su propio mun-
do. Se cuenta con una acción divina de separación y de elevación, por
medio de la cual se colma la distancia entre el hombre y Dios, al me-
nos en cierta medida, y se atenúa la diferencia cualitativa. Es 10 que se
designa con el nombre de santificación o consagración. El problema
específico de la aspiración religiosa es el problema de la santificación.
Se trata realmente de entrar en comunicación con Dios. Puesto que
Dios.es santo, para poder ponerse en relación con él sin daño alguno,
será menester buscar la manera de quedar también uno santificado.
! b) A este problema el culto antiguo respondía proponiendo
un solución ritual, más concretamente un sistema de separaciones
rituales, entre las que jugaba un papel de primer orden la institu-
1 ción del sacerdocio.
Es lógico que la muchedumbre humana no puede pretender
poseer la santidad requerida para presentarse ante Dios. "Todas las
naciones son como nada ante él, como nada y vacío son estimadas
por él" (Is 40, 17). Por consiguiente, tiene que "ponerse aparte",
"santificarse" un pueblo, para que entre en relación con Dios. Ese
pueblo oye cómo Dios le dice:

Tú eres un pueblo consagrado a Yahvé tu Dios; él te ha elegido a tí para


que seas el pueblo de su propiedad personal entte todos los pueblos que
hay sobre la haz de la tierra (Dt, 7, 6)

La interpretación exacta de esta promesa suscita algunas discu-


siones 28, pero de lo que no cabe duda es de que se habla de una
posición privilegiada respecto a las demás naciones. La perspectiva
es la de una pertenencia especial a Dios, privilegio incomparable:
"Vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos"
(19, 5). No hay nada en el texto ni en el contexto que evoque un
papel de mediación en favor de los demás pueblos. La idea de una
mediación de Israel en favor de las "naciones" se encuentra segura-
mente en la Biblia, y esto ya en el mismo libro del Génesis donde
se declara que la bendición se derramará sobre las naciones a través
de la posteridad de Abrahán (Gén 22, 18). Este mismo tema será
luego ampliado por los profetas, que predicen para Israel una irra-
diación universal. Pero nunca se expresa en la Biblia este vínculo
entre la vocación de Israel y el sacerdocio del pueblo. El único
texto en donde se recogen las promesas sacerdotales del Exodo se
sitúa en la misma perspectiva de manera todavía más clara; lejos de
decir que Israel ejercerá el sacerdocio en servicio de las naciones,
se subraya en él el contraste entre la posición gloriosa de los israeli-
tas, que serán llamados" sacerdotes de yahvé", "ministros de nues-
tro Dios", y la humillación de los extranjeros que se verán someti-
dos y explotados por Israel: "Vendrán extranjeros y apacentarán
vuestros rebaños, e hijos de extraños serán vuestros labradores y
viñadores ... Las riquezas de las naciones comeréis y con su gloria
os adornaréis" (Is 61, 5-6).
. Hay que notar además otra limitación de estos dos textos: ni el
uno ni el otro pretenden describir una situación efectiva. Se presen-
-
tan los dos como unas promesas que se refieren a un porvenir ma-
ravilloso. Según el Exodo, la realización de la promesa tenía como
condición la obediencia de Israel a Dios y su fidelidad a la alianza.
Pero el antiguo testamento constata en varias ocasiones que nunca
ha llegado a cumplirse esta condición (Dt 9, 7; Jer 7, 25-26). En
buena lógica se sigue entonces que el sacerdocio prometido al pue-
blo se ha quedado en el antiguo testamento en un estado de ideal
nunca alCanzado.
Sea lo que fuere, se ha dado por lo menos un primer paso con
vistas al cumplimiento del proyecto divino. Dios "ha separado de
todas las demás naciones" al pueblo de Israel, que se ha visto en
adelante en la obligación ineludible de respetar esta separación.
Israel no tiene ya derecho a confundirse con los paganos y precisa-
mente por eso recibe toda una serie de preceptos que constituyen
otras tantas barreras a su alrededor, especialmente las leyes sobre
los alimentos puros e impuros. Al imponérselas Dios declara: "San-
tificaos y sed santos, pues yo soy santo. No os haréis impuros" (Lev
11, 44).
A pesar de esta primera santificación, el pueblo de Israel en su
conjunto no está capacitado para enfrentarse con la proximidad
inmediata ante Dios. Si se acercase a él, se vería aniquilado por el
fuego devorador de la santidad divina 29. Ha sido escogida una tri-
bu, la de Leví, para que se consagrara más directamente al servicio
del santuario. En esta tribu, una familia recibe una consagración
particular y queda encargada del sacerdocio 30. Los miembros de
esta familia son separados del pueblo para verse introducidos en la
esfera de lo sagrado y encargarse del culto. Serán sacerdotes. Su
"santificación" se describe detalladamente en la ley de Moisés (Ex
29). Se realiza por medio de ceremonias simbólicas: un baño ritual
para purificarlos del contacto con el mundo profano, una unción
que les impregna de santidad, unas vestiduras sagradas que expre-
san su pertenencia a Dios, unos sacrificios de expiación y de consa-
gración. La santidad que se ha obtenido de esta manera deberá, a
continuación conservarse y preservarse mediante la observancia de
unos preceptos minuciosos: no tocar nada impuro, no acercarse a
un cadáver, no llevar siquiera luto, etc. (Lev 21). Los sacerdótes
tenían que evitar caer de nuevo en el mundo profano, ya que eso
los habría hecho ineptos para presentarse de nuevo ante Dios.
El encuentro del sacerdote con Dios exige además otros ritos
de separación. No se puede encontrar uno con Dios en cualquier

29. CE. Ex 19, 12; 33, 3.


30. CE. Núm3, 12; 8, 5-22; Ex 28, 1.
sitio ni a cualquier hora ni de cualquier manera, sino solamente en
un lugar sagrado, en unos momentos determinados y realizando
unos gestos sagrados. El lugar santo es el santuario, un terreno
separado del espacio profano y reservado al culto. Sólo los sacerdo-
tes tienen acceso a él y ni siquiera ellos pueden penetrar en todos
los rincones del lugar sagrado; les está prohibido la parte más santa,
que solamente se abre para un personaje único, el sumo sacerdote,
y un solo día, el de la expiación (Lev 16).
Lo mismo que el lugar sagrado está separado del espacio profa-
no, también los días santos están separados del tiempo dedicado a
las ocupaciones profanas y los ritos litúrgicos están separados de
las actividades ordinarias. Entre estos ritos, como ya hemos dicho,
ocupa un lugar de primer orden el sacrificio. Solamente gracias al
sacrificio es como el sumo sacerdote puede acercarse a Dios. Sacrifi-
car una víctima es, como lo indica el mismo nombre, hacerla sagra-
da, sacrificarla.
Pero ¿por qué tienen necesidad entonces los sacerdotes de pre-
sentar sacrificios para llegar hasta Dios? La razón es muy sencilla y
se sitúa dentro de la más pura lógica de la santificación ritual. El
sacrificio es necesario como etapa final de la separación del mundo
profano. En efecto, el mismo sacerdote es incapaz de realizar por
completo en su persona esta separación. A pesar de todas las cere-
monias de su consagración, sigue siendo un hombre terreno y no
pasa al mundo divino. Por tanto necesita escoger otro ser capaz de
realizar ese paso. El ritual le prescribe que escoja un animal de una
especie determinada, procurando que sea sin defecto alguno. Ese
animal quedará sustraído por completo del mundo profano, ya que
será inmolado y ofrecido sobre el altar del templo. Consumido por
el fuego sagrado del altar, subirá hasta el cielo transformándose en
"perfume de agradable olor" 31, o bien -{)tro símbolo- su sangre
será derramada sobre el "propiciatorio" como si se tratara de lan-
zarla hasta Dios. 32
Así pues, el culto antiguo constituía un sistema de santificación
basado en toda una serie de separaciones rituales. Para elevarse
hasta el Dios tres veces santo se edificaba una especie de pirámide
que, partiendo de la multitud de las naciones y subiendo por suce-
sivos escalones (un pueblo separado por los demás, una tribu esco-
gida, una familia privilegiada) desembocaba finalmente en un hom-
bre consagrado, el sacerdote y, por encima de él, en un animal
ofrecido en sacrificio.

31. Cf. Gén 8, 208; Lev 1, 9.17:..


32. Lev 4,6.17; 16, 14.15.
.-
Tras este movimiento ascendente de separaciones se esperaba
evidentemente otro movimiento descendente de bendiciones. Si el
sacrificio era digno de Dios, tenía que ser aceptado. El sacerdote
que lo ofrecía obtenía entonces el favor divino y el pueblo represen-
tado por el sacerdote se encontraba en buenas relaciones con Dios.
c) Gracias a este esquema dinámico tan sencillo queda ilumi-
nado el funcionamiento del sacerdocio; se hace posible poner cierto
orden en las atribuciones de los sacerdotes, cuya multiplicidad po-
dría de otra forma parecer heteróclita. El elemento central es la
acogida favorable obtenida ante Dios. El sacerdote es ante todo el
hombre del santuario. Si no resulta agradable a los ojos de Dios, es
un personaje inútil. Para hacerse agradable a Dios, ha de someterse
a todas las prescripciones rituales que lo separan del mundo profa-
no y velar además para que el pueblo se ponga en estado de pureza.
En la serie de elementos ascendentes que desembocan en la entrada
del sacerdote dentro del santuario le corresponde al sacrificio el
papel decisivo, ya que es el que establece el contacto con Dios. Si
se ha roto la relación, es él el que la repara. En los demás casos la
actualiza de la manera que exige la situación concreta: ofrenda coti-
diana o celebración festiva, reconocimiento gozoso o intercesión
suplicante, etcétera.
Las otras funciones del sacerdote corresponden al movimiento
descendente y se presentan como las consecuencias benéficas de la
relación que se ha obtenido; admitido en la presencia de Dios, el
sacerdote proporciona al pueblo el perdón de los pecados y el final
de las calamidades, recibe las respuestas divinas que señalan la con-
ducta que hay que seguir para resolver los problemas de la existen-
cia, y finalmente puede transmitir las bendiciones que aseguran a
todos la paz, la fecundidad y el éxito.
d) Resulta fácil comprobar que todo este conjunto responde a
una aspiración profunda: el deseo de vivir en comunión. El papel
de sacerdote consiste en abrir al pueblo la posibilidad de comunión
con Dios y de comunión entre todos, ya que la una no se realiza sin
la otra. En otras palabras, el sacerdocio se define como una empre-
sa de mediación. No es extraño por consiguiente ver cómo R. de
Vaux insiste en este punto al concluir su exposición sobre el' sacer-
docio del antiguo testamento. 33
La verdad es que se necesita un esfuerzo de atención para dis-
cernir este aspecto y reconocer su importancia. A primera vista hay
otro aspecto que impresiona más y que, consiguientemente, se
encuentra expresado con mayor frecuencia y más directamente en
los textos antiguos. Lo que llama sobre todo la atención en el sacer-
dacio es el privilegio de acercarse a Dios. El honor del sacerdote
consiste en "ejercer el sacerdocio para Dios" (Ex 28, 1-4). Los orna-
mentos sagrados lo convierten en un personaje casi celestial. Las
ceremonias del culto lo transportan al mundo divino. Para definir
al sacerdote se detiene uno espontáneamente en su papel dentro
del culto: el sacerdote es "un hombre que sirve a la divinidad en el
altar". 34
Pero realmente esto es dejar que se escape el elemento más
específico del sacerdocio, que es el ejercicio de la mediación. La
posibilidad que tiene el sacerdote de acercarse a Dios no constituye
un privilegio del que le esté permitido disfrutar de forma egoísta;
hace de él un intermediario titulado para las relaciones con Dios.
Se recurre a él para presentar ante Dios ofrendas y peticiones; y es
él el que se encarga a continuación de comunicar al pueblo las
respuestas y las gracias divinas. De esta forma pone al pueblo en
relación personal con Dios. No hay nada tan importante como eso.
La atención que se pone en las relaciones interpersonales cons-
tituye efectivamente la aportación más característica ~y la más pre-
ciosa- de la revelación bíblica. Desde este punto de vista se puede
advertir cuán diferente resulta la filosofía griega. A fin de compren-
der el mundo, los primeros pensadores griegos buscaron un princi-
pio de explicación impersonal. Se interesaron por los "elementos"
de la materia y por las "razones" de los seres. La Biblia no empren-
dió esta dirección, sino que siguió estando atenta a las personas y a
sus relaciones. En esto se muestra perfectamente de acuerdo con
una corriente importante del pensamiento moderno que insiste en
el aspecto relacional de la realidad y en primerísimo lugar en el
mismo hombre. La psicología, el psicoanálisis, la sociología, la etno-
logía, la antropología revelan cada vez más que las relaciones inter-
personales son constitutivas del ser humano. No existe el hombre
aislado, ya que cada uno de los individuos no se convierte en perso-
na humana más que gracias a toda una red de relaciones con los
demás. La conquista progresiva del mundo exterior no es tampoco
posible más que gracias a las múltiples relaciones interpersonales.
En su esfuerzo por situarse en su lugar exacto dentro del mun-
do, los hombres se ven llevados a tomar conciencia de una relación
más fundamental, que se encuentra en la base de su existencia y le
da todo su impulso. De ella dependen todas las demás relaciones.

34. W. W. van Baudissin, Die Geschichte des alttestamentlichen Priesterthums,


Leipzig 1889,269, citado por A. Cody, o.e., 11.
La Biblia no tiene más objetivo que el de poner plenamente de
manifiesto esta relación primordial y llevada a su expansión más
completa. Se trata, como habrá ya comprendido el lector, de la
relación con Dios. El hombre es un ser religioso y no hay nada tan
importante en su existencia como su encuentro con Dios. A menu-
do la búsqueda se ha hecho casi "a tientas" (Hech 17, 27) y ha
podido tomar caminos muy diversos. Pero cuando ha dado fruto,
el hombre se da cuenta de que ha llegado hasta la fuente de su ser
y de que, gracias a su relación con Dios, ha encontrado su verdade-
ra dignidad.
Esta relación se distingue de todas las demás por su apertura
universal. No es posible dejada arrinconada en un sector particular
de la existencia. Se presenta como la base de todo y aquel que se
abre a ella tiene que consentir por consiguiente en dejarse invadir
por completo, para quedar totalmente vivificado por ella. Una exi-
gencia tan radical suscita evidentemente resistencias instintivas,
conscientes o inconscientes, de manera que es posible observar es-
quemáticamente tres clases de actitudes. La primera absolutamente
negativa consiste en rechazar por completo la perspectiva que en-
tonces se vislumbra. La segunda, positiva en apariencia, es en reali~
dad otro género de rechazo. Sólo la tercera es verdaderamente
coherente y es la que se caracteriza por la institución del sacerdocio.
La primera actitud encuentra su expresión -y su condenación-
en el salmo 14: "Dice en su corazón el insensato: ¡No hay Dios!"
(14, 1) 35. Para escapar mejor de la exigencia tan profunda de la
relación con Dios, se pone primero en duda la importáncia de esta
relación: "j Ni bien ni mal hace Yahvé!" (Sof 1, 12), llegándose
luego a negar la existencia misma de Dios. De esta forma se ve
violentamente reprimida la dimensión religiosa de la existencia hu-
mana. Es una solución muy simple, pero que resulta devastadora.
En su carta a los Romanos (1, 18-32) Pablo describe con realismo
las consecuencias desastrosas de este rechazo de la relación con
Dios. Sus consecuencias afectan desgraciadamente a todas las de-
más relaciones del hombre, que quedan entonces falseadas y perver-
tidas. La peor alienación para el hombre consiste en encerrarse en
la estrechez de su pequeño mundo. Allí se ahoga y empieza a deba-
tirse convulsivamente. Pata vivir en plenitud, el hombre tiene que
aceptar francamente la dimensión religiosa de su ser y dejar que su
relación con Dios vivifique todas sus otras relaciones.
La segunda actitud toma a primera vista una orientación inversa
a la anterior. Mientras que el humanismo ateo tiene la pretensión de .
desarrollar todas las relaciones humanas rechazando la que es más
fundamental, el individualismo religioso -tal es la segunda actitud-'
admite expresamente esa relación fundamental: en ella el hombre se
abre al trato con Dios. Sin embargo, concibe esta relación de una
forma estrecha. La limita a su vida psicológica individual sin permitir
que se interfiera en las demás relaciones. La religión sería un asunto
privado, una secreta intimidad entre el alma y Dios. Este género de
orientación se presenta bajo múltiples formas y se traduce concreta-
mente en muchos terrenos. San Juan condena una de sus manifesta-
ciones especialmente chocante, la que consiste en pretender que se
ama a Dios cerrando el corazón a los hermanos. El juicio del apóstol
no tiene nada de ambigüedad: "Si alguno dice: «Amo a Dios», y
aborrece a su hermano, es un mentiroso" (l Jn 4,20). Mantenida le-
josde las otras relaciones, la relación con Dios no puede ser autén-
tica, ya que entonces resulta al mismo tiempo aceptada y negada.
Efectivamente, como ya hemos dicho, su carácter específico consiste
en ser la relación fundamental, es decir, la que constituye la base de
todas las demás y la que ha de ejercer sobre ellas una influencia de-
cisiva. Apartarla de las demás relaciones, es impedirle ser ella misma.
Por tanto, hay que buscar la manera de evitar a la vez el "drama
del humanismo ateo" y la mentira del individualismo religioso. Se
trata de abrir la existencia entera de los hombres a la relación vi-
vificante con Dios, de forma que puedan realizar plenamente la vo-
cación humana. Esta es la tercera actitud, que encuentra su expre-
sión en la institución del sacerdocio. El que adopta esta solución
supera evidentemente el ateísmo, ya que el sacerdote es el que está
explícitamente encargado de establecer una relación con Dios.
Pero también se supera entonces el individualismo religioso, ya
que el sacerdocio es una función social. El sacerdote representa a
la comunidad entera y es en nombre de la comunidad como se
pone en relación con Dios. Las diversas funciones que le atribuye
el antiguo testamento demuestran claramente que la relación con
Dios es acogida en toda su extensión, como la base de toda la exis-
tencia. Al poner en manos del sacerdote sus ofrendas y sacrificios,
el pueblo reconoce que todo le viene de Dios y que todo debe vol-
ver a Dios 36. Al pedir al sacerdote oráculos e instrucciones, el pue-
blo reconoce que la luz de Dios le es necesaria para acertar con
el camino justo en medio de las perplejidades de la existencia y se
dispone a seguir entonces "los caminos del Señor". Al recibir la
bendición sacerdotal, se abre a la irradiación universal de la rela-
ción positiva con Dios y reconoce que fuera de ella no puede en-
contrar ninguna realidad su plena consistencia. Y todo esto, social-
mente, constituyéndose en comunidad.
Así pues, la mediación del sacerdote aparece como una función
de la mayor importancia para la realización de la vocación humana.
e) Etapa final de la evolución del sacerdocio antiguo ¿De qué
manera se comprendía y se vivía la mediación del sacerdote al final
de aquella larga evolución que refleja el antiguo testamento? En la
conclusión de su obra, A. Cody subraya la atención cada vez más
acentuada que se presta a la exigencia de "santidad": "santidad
sacral, ritual, indica, más bien que de orden moral" 37. De aquí se
derivaba una limitación más estricta de la relación con Dios.
En los primeros tiempos se había admitido la existencia de nu-
merosos santuarios en el país de Israel y la validez de varios linajes
sacerdotales. Al final, ya no se reconocía más que un solo santuario
legítimo, el templo de Jerusalén; todos los demás eran tan execra-
bles como los templos paganos. La supresión de "los altos lugares"
había creado algunos problemas para los sacerdotes que hasta en-
tonces habían asegurado allí el culto, pero poco importaba; el sa-
cerdocio había quedado unificado y jerarquizado en función de sus
relaciones con el santuario único.
En el culto sacrificial, el aspecto de expiación, que respondía
más directamente a la preocupación de "santidad", había tomado
un papel preponderante. De todos los sacrificios, los más importan-
tes eran los que se ofrecían el día de Kippur, el día solemne de la
expiación; constituían como la cima de las celebraciones litúrgicas
de todo el año. Su característica era la de presentar el conjunto más
impresionante de limitaciones y de separaciones rituales, que atesti-
guaban la enorme dificultad de entrar en relación con el Dios san-
tísimo.
La ceremonia de la gran expiación sólo tenía lugar una vez al
año y era la única ocasión en que el culto sacerdotal podía llegar en
cierta manera a un contacto directo con Dios. En efecto, la parte
más santa del templo, lugar de la presencia divina, sólo era accesible
en el curso de aquella liturgia. Hay que añadir además que incluso
aquel día su acceso quedaba estrechamente restringido, ya que sólo
había una persona cualificada para dar este paso peligroso: el sumo
sacerdote. Y le estaba ordenado cumplir previamente innumerables
ritos que eran otras tantas precauciones necesarias 38. La entrada en .
el santo de los santos se llevaba a cabo llevando la sangre de los
animales inmolados y rociando con ella el propiciatorio, considera-
do como el trono de Dios. De esta forma el sacrificio de la gran
expiación obtenía el contacto con Dios. Ningún otro sacrificio de
los que se realizaban a lo largo del año compartía este privilegio.
Jamás la sangre de las otras víctimas era introducida en el santo de
los santos ni derramada sobre el propiciatorio. La liturgia del kip-
pur constituía por consiguiente la conclusión única y decisiva del
sistema sacerdotal antiguo: lugar sagrado, tiempo sagrado, persona-
je sagrado, acción sagrada, todo estaba entonces determinado hasta
el extremo.
Esta última etapa de la evolución religiosa del antiguo testamen-
to está pidiendo algunas observaciones. En primer lugar, podría
resultar extraña esta insistencia en las separaciones, siendo así que
el objetivo buscado era establecer una mediación. Pero basta con
analizar la noción de mediación para darse cuenta de que no hay
en ello la menor incoherencia. Al contrario, la mediación supone
normalmente un aspecto de separación. Una de las funciones del
mediador es la de interponerse entre las dos ..partes para evitar un
contacto directo que podría tener consecuencias nefastas. Así es,
por ejemplo, como Joab sirve de mediador a Absalón ante David,
en un momento en que Absalón, el hijo culpable, no puede presen-
tarse personalmente ante su padre sin correr el peligro de verse
condenado (2 Sam 14). Tener relaciones indirectas, pero buenas,
vale más seguramente que provocar la irritación empeñándose en
querer un contacto directo que no se desea.
En el caso del sacerdocio antiguo, por consiguiente, toda la
cuestión estará en discernir si el sistema de separaciones rituales
obtenía un resultado positivo, es decir, si facilitaba el establecimien-
to de buenas relaciones entre el pueblo y Dios. Está claro que el
resultado de la mediación sacerdotal dependía del valor del único
contacto anual que se intentaba procurar con Dios. Si ese contacto
era auténtico y positivo, la empresa había tenido buen fin y su éxito
justificaba todo el aparato que lo había hecho posible. En caso
contrario, era preciso confesar el fracaso de todo el sistema. Por
tanto, no sin razón la epístola a los Hebreos, en su valoración del
sacerdodo antiguo, centra su atención en la liturgia del kippur.
Señalemos para terminar'trha ulterior consecuencia histórica de
la evolución que acabamos de recordar. Dado que el culto sacerdo-
tal del antiguo testamento se había fijado de manera exclusiva en
un único santuario, la destrucción de ese santuario en el año 70
p. C. llevó consigo la supresión del culto sacerdotal. Desde esa
fecha el pueblo judío no tuvo ya ni templo ni altar, dejando de
ofrecer los sacrificios prescritos por la ley de Moisés. No se celebra
ya la liturgia sacrificial de kíppur, sino que solamente se la conme-
mora. No se ejerce ya la mediación del sumo sacerdote.
El sacerdocio, cuestión espinosa
para los primeros cristianos

La investigación del primer capítulo sobre el lugar que ocupan


los sacerdotes y los sumos sacerdotes en los escritos narrativas del
nuevo testamento ha concluído con resultados un tanto ambiguo,.;:
por un lado la aceptación por parte de JesÓs del papel ritual de los
sacerdotes judíos, y por otro la constatación de la hostilidad mani-
fiesta de los sumos sacerdotes primero contra Jesús y luego contra
sus discípulos. Pero esta .misma hostilidad podía recibir varias inter-
pretaciones: ¿había que cargada en cuenta del sacerdocio de los
sumos sacerdotes o en la de su posición de autoridad? Por otra
parte, ¿de qué manera tenían que responder los cristianos a esta
situación de hecho? ¿Cómo se definían sus relaciones con el sacer-
dacio? ¿Qué es lo que su fe en Cristo les ofrecía en este terreno?

1. Importancia del sacerdocio judío


en tiempos del nuevo testamento
Se trataba de unas cuestiones que no era posible soslayar. Se
planteaban de forma acuciante debido al papel de primer orden
que entonces representaba el sacerdocio en la fe y en la vida del
pueblo judío. La evolución histórica que acabamos de observar en
el sentido de una insistencia cada vez más marcada en la separación
y en la ~'santidad" requeridas podría haber tenido como consecuen-
cia apartar al sacerdocio judío del resto de la nación. Pero paradó-
jicamente es lo contrario lo que se comprueba por todas partes. La
influencia del sacerdocio se habG""idoafirmando cada vez más y la
jerarquía sacerdotal había obtenido una autoridad y un poder muy
amplios.
a) Este estado de hecho se manifiesta con claridad en la propia
Biblia. Para convencerse de ello, basta comparar las dos presenta-
ciones sucesivas de la historia sagrada que nos proponen los libros
de Samuel y de los Reyes por una parte y los de las Crónicas por
otra. Los hechos que se refieren son en ambos casos los mismos.
Pero los libros de las Crónicas, fechados después del destierro, con-
ceden mucho más espacio al culto y al sacerdocio. Toda la historia
del reinado de David se orienta en ellos explícitamente hacia la
construcción del templo y comprende largos capítulos sobre la or-
ganización del sacerdocio (l Crón 23-26), cuyo equivalente sería
inútil empeñarse en buscar en los libros de Samuel, compuestos
anteriormente. Los acontecimientos de los reinados siguientes se
recogen dentro de esta misma perspectiva; el Cronista dirige su
atención hacia el sacerdocio legítimo, hacia la eliminación de "los
altos lugares" y hacia las reformas hechas en el culto.
La redacción final del Pentateuco refleja unas preocupaciones
análogas. Se está de acuerdo en reconocer que esa redacción final
es. obra de los ambientes sacerdotales y este hecho es ya por sí
mismo revelador de la influencia adquirida por estos ambientes en
aquel tiempo. Se advierte entonces la importancia que se da a las
instituciones cultuales. En el libro del Exodo, inmediatamente des-
pués del breve relato de la conclusión de la alianza (Ex 24), el
redactor sacerdotal inserta una larga serie de prescripciones relati-
vas al santuario y al sacerdocio (Ex 25-31). Después del pecado de
Israel y de la renovación de la alianza (Ex 32-34), se recoge por
segunda vez todo este abundante material para relatar en detalle la
ejecución de las órdenes recibidas (Ex 35-40). El desarrollo se pro-
longa incluso más allá del final del libro, ya que se continúa en el
Levítico con las leyes sobre los sacrificios, sobre la pureza ritual,
sobre la santidad del sacerdocio y sobre las fiestas 1. El libro de los
Números a su vez concede una importancia dominante a los levitas
y a los sacerdotes y defiende con suma energía los privilegios de
Aarón 2. La verdad es que ya desde la primera página del Génesis
es la tradición sacerdotal la que da el tono, ya que es ella la que nos
ofrece el primer relato de la creación 3 y la que proporciona el marco

1. Lev 1-7; 11-16; 21-22; 23.


2. Núm 1, 48-53; 3-4; 8; 16-17.
3. Gén 1, 1-2, 4a.
a todo el conjunto del Pentateuco. Así es como se manifiesta la
autoridad que se reconocía al sacerdocio en los tiempos que siguie-
ron al destierro.
b) De hecho, tal como sabemos por otra parte, tras el retorno
del destierro el sumo sacerdote empezó a representar un papel cada
vez más importante en la vida nacional de los judíos. El grupo de
los repatriados se organizó primero bajo la autoridad del descen-
diente de David, Zorobabel, apoyado a su vez en el sumo sacerdote
Josué. Los oráculos del profeta Ageo nos lo atestiguan al dirigirse
en primer lugar a Zorobabel o mencionándolo a él sólo 4. Pero a
continuación desapareció Zorobabel, sin tener por lo visto quien le
sucediera, de manera que el sumo sacerdote se encontró solo en la
dirección de los asuntos públicos. En la redacción actual de una
profecía de Zacarías (6, 11) es a Josué a quien se le atribuye la
corona. Los exegetas opinan que el texto fue modificado más tarde
en función de un cambio en la situación histórica; el poder había
pasado ya a manos del sumo sacerdote.
En la formulación de las profecías de Ageo y de Zacarías se
puede advertir también una innovación que subraya la importancia
que cobró por entonces el sacerdocio: los dos profetas utilizan siste-
máticamente el título de "sumo sacerdote", es decir el nombre he-
breo kohén seguido del adjetivo "grande" (gado!). Para traducir
esta expresión, los Setenta no utilizaron el título griego archiéreus,
sino que prefirieron la traducción literal ha hiéreus ha mégas ("el
sacerdote el grande") 5. Según R. de Vaux, este título era entonces
nuevo; su presencia ocasional en algunos textos anteriores al destie-
rro se debería a una modificación posterior de esos textos 6. De
todas formas, el empleo sistemático de este título no aparece más
que después del destierro y corresponde a un aumento de poder.
En los siglos siguientes continuó la evolución en este mismo
sentido. A su autoridad en materia religiosa el sumo sacerdote aña-
día el ejercicio del poder político, en la medida en que éste pertene-
cía a la nación judía. Al hacer el elogio del sumo sacerdote de su
tiempo, el Sirácida lo alaba no solamente por haber restaurado el
templo y haber celebrado magníficas liturgias, sino también por
haber fortificado la ciudad para que pudiera resistir en caso de
asedio (Eclo 50, 4). Este elogio se tributa a Simón 11, hijo de Onías
Il, que vivía a finales del siglo III a. C. Unos treinta años más tarde,

4. Ag 1, 1.12.14; 2, 1.4.21.23.
5. Ag 1, 1.12; Zac 3, 1.9; 6, 11. La misma expresión en Neh 3, 1.20; 13, 28;
Jdt 4, 6.8.14; 15, 8; Eclo 50, 1.
6. R. de Vaux, o.c., 508'-509.
la persecución de Antioco Epítanes amenazaba con destruir la vida
religiosa del pueblo de Dios; fue entonces una familia sacerdotal, la
de los Asmoneos, la que organizó la resistencia armada y condujo
al pueblo a la victoria. Los judíos obtuvieron su autonomía política
y religiosa. En esta época, como es sabido, es cuando el sumo sacer-
dote recibió el título de archiéreus (l Mac 10, 20).
De los dos aspectos que expresaba este título, el de autoridad
(archel adquiría un relieve especial en las circunstancias de la épo-
ca. No se trataba únicamente de autoridad en el terreno del culto y
de la vida religiosa, sino también y sobre todo de poder político y
militar. La frase que sigue a la mención del nuevo título dice cierta-
mente que "vistió Jonatán los ornamentos sagrados", pero añade
inmediatamente: "reclutó tropas y fabricó gran cantidad de arma-
mentos" (l Mac 10,21). Un poco más adelante, el relato nos indica
que fue nombrado "general del ejército y gobernador". Jonatán
tuvo como sucesor a su hermano Simón, que obtuvo nuevas victo-
rias militares y condujo al país a la independencia: "El año ciento
setenta quedó Israel libre del yugo de los gentiles y el pueblo co-
menzó a escribir en las actas y contratos: «En el año primero de
Simón, gran sumo sacerdote, estratega y jefe de los judíos»" (l Mac
13, 41-42).
La dinastía sacerdotal de los Asmoneos se mantuvo en el poder
a través de diversas peripecias hasta los tiempos de Herodes, cuyo
reinado comenzó el año 37 a. C. Elpoder político del sumo sacer-
dote pasó entonces a un segundo plano, pero sin desaparecer. Aun-
que el imperio romano hizo de la Judea una de sus provincias go-
bernadas por procuradores, el sumo sacerdote siguió siendo la au-
toridad más alta de la nación judía. Presidía el sanedrín, al que los
romanos reconocían la competencia de un poder regional.
c) Esta es por tanto la situación que se refleja en los relatos de
los evangelios y de los Hechos de los apóstoles. Al hablar de los
sumos sacerdotes, era imposible entonces separar el aspecto de au-
toridad religiosa del de poder político. Los dos estaban íntimamen-
te entrelazados. Esta amalgama complicaba mucho para los prime-
ros cristianos la cuestión de las relaciones entre su fe en Cristo y el
sacerdocio judío. Se había producido una ruptura. Ruptura ttágica
que se había expresado finalmente en la condenación de Jesús y en
su entrega a la muerte. Pero el problema estaba en discernir las
consecuencias que había que sacar de esa ruptura. ¿Tenían que
romper a su vez los cristianos con la institución sacerdotal? ¿Tenían
que introducir una distinción entre sacerdocio y autoridad política
o rechazar ambas instituciones? ¿Acaso era legítimo discutir una
institución tan importante en la vida del pueblo de Dios? ¿Era
posible olvidar que, sean cuales fueren los errores de sus represen-
tantes, dicha institución estaba basada en la palabra de Dios y ga-
rantizada por un conjunto impresionante de textos bíblicos?

2. La espera de un sumo sacerdote


de los tiempos mesiánicos
La segunda cuestión planteada revela el aspecto más fundamen-
tal del problema, que es su relación con el cumplimiento de las
Escrituras. Desde ese punto de vista, las decepciones provocadas
por la conducta política de los sumos sacerdotes 7 no podían mono-
polizar la atención ni conducir a veredictos sin apelación. No auto~
rizaban a condenar sin más la institución del sacerdocio, sino que
debían servir más bien para reavivar las esperanzas de un sacerdo-
cio renovado, ya que era ésa precisamente la promesa de Dios.
a) Los profetas de Israel no habían tenido reparos en criticar
a los sacerdotes de su tiempo y el culto demasiadas veces formalista
que celebraban en el templo 8. Pero lejos de poner en discusión al
mismo sacerdocio, habían proclamado su estabilidad perpetua y
habían anunciado para los últimos tiempos la renovación del culto
y del sacerdocio. Un oráculo profético que se encuentra a la vez en
Isaías (2, 1-5) y en Miqueas (4, 1é3) predecía que "en los últimos
días" (así es como traducen los Setenta) la montaña del Señor y la
casa de Dios (es decir, el templo de Jerusalén) se elevarían por
encima de las otras colinas y que las naciones acudirían a él. El
libro de Ezequiel termina con una visión grandiosa del templo futu-
ro y señala los deberes y las atribuciones de los sacerdotes. Jere-
mías, que había llevado su atrevimiento hasta predecir la destruc-
ción del templo, había anunciado sin embargo de parte de Dios
que jamás carecerían de sucesores los sacerdotes levíticos para ofre-
cer los sacrificios 9. Por su parte, el profeta Malaquías, que fustiga
con dureza la negligencia de los sacerdotes (Ma12, 1-9), no se detie-
ne en esta etapa negativa, sino que proclama que el Señor "entrará-
en su santuario" y que

purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y


serán para Yahvé los que presentan la oblación en justicia. Entonces será

7. Estas decepciones dieron lugar a polémicas muy virulentas, de las que en-
contramos algunos ecos en el segundo libro de los Macabeos y en los manuscristos
de Qumran.
8. Cf. Os 5, 1; 8, 13; Am 5, 21-25; ls 1, 10-16; Jer 2, 8; Mal 2, 1-9.
9. Cf. Ez 40-44; sobre los levitas y los sacerdotes: 44, 10-31;Jer 7, 12-14;33, 18.
grata a Yahvé la oblación deft;dá y Jerusalén, como en los días de anta-
ño, como en los años antiguos (Mal 3, 3-4).

Ya en el primer libro de Samuel, un misterioso "hombre de


Dios" había hecho escuchar una promesa divina a la que no podían
menos de referirse sus sucesores:

Yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mis


deseos, le edificaré una casa permanente y caminará siempre en presencia
de mi ungido (1 Sam 2, 35).

Poco tiempo antes de la era cristiana el Sirácida recordaba con


insistencia que el sacerdocio de Aarón estaba garantizado por un
pacto eterno. 10
b) Cuando se evocaba el cumplimiento de los designios de
Dios prometido para los últimos tiempos se incluía por tanto en él
naturalmente una renovación del sacerdocio. Es lo que nos atesti-
guan precisamente varios escritos judíos fechados en la época con-
temporánea de Jesucristo. Muestran cómo las aspiraciones de los
judíos en tiempos de Jesús no se centraban todas ellas en la espera
de un Mesías-rey. Hacía ya tiempo que se dudaba de ello, pero la
cosa se ha hecho totalmente evidente después del descubrimiento
de los manuscritos de Qumran.
En efecto, en la Regla de la comunidad encontramos un texto
que se refjere de forma explícita a la venida de tres personajes y no
de uno solo. La Regla evoca "la venida del profeta y de los mesías
de Aarón y de Israel" 11. No es difícil averiguar en qué se basaba la
espera de estos tres personajes. Un pasaje del Deuteronomio pro-
metía que Dios suscitaría, de en· medio de los hijos de Israel, un
profeta semejante a Moisés (Dt 18, 18). Esta promesa era evidente-
mente susceptible de varios niveles de interpretación, lo mismo que
otras muchas promesas divinas. Podía verse su realización a lo largo
de los siglos sucesivos en la persona de grandes profetas como
Elías, Elíseo, etc. Sin embargo, hay que señalar que el redactor
final del Deuteronomio, que vivió después de Elías y de Eliseo, no
era de esta opinión, ya que observa al concluir su libro: '

10. Eclo 45, 7.15.24s.


11. 1 QS IX, 10-11.
La plena realización de la promesa que se recoge en Dt 18, 18
estaba por tanto todavía entre las esperanzas del porvenir. Esta
misma opinión es la que se vivía en Qumran, así como en Jerusalén
según el testimonio del cuarto evangelio (Jn 1,21).
Además del profeta, el texto de la Regla evoca a otros dos per-
sonajes que designa con el nombre de "mesías" (en hebreo mesbiJ:¡é,
plural de masbiah delante de complemento). Es verdad que se trata
de una traducción discutible, ya que la palabra hebrea masbiab te-
nía una apertura semántica más amplia que nuestra palabra "me-
sías". Se percibía muy bien su sentido inmediato de "ungido" y por
tanto la palabra podía aplicarse tanto a un sumo sacerdote judío
como a un rey de Israel, ya que en ambos casos la inauguración de
sus funciones se hacía mediante una ceremonia de unción.· Pero si-
gue en pie el hecho de que, en el texto que nos interesa, los dos
"ungidos" de los que se trata eran además unos personajes espera-
dos para los últimos tiempos, 10 cual justifica su traducción por
"mesías". Con toda evidencia, "el ungido de Israel" es aquí el me-
sías-rey, cuya espera se basaba en el oráculo dirigido por el profeta
Natán al rey David, así como en toda una serie de textos simila-
res 12. "El ungido de Aarón" se presenta de forma paralela como el
heredero supremo de la institución sacerdotal. Las esperanzas de su
venida se basaban en los textos bíblicos citados anteriormente y
en la conciencia, muy viva en Qumran, de la importancia del sa-
cerdocio.
Efectivamente, se puede observar que en la expr~sión de la Re-
gla no es el mesías-rey el que se cita en primer lugar, sino el ungido
de Aarón, el mesías-sacerdote. Este orden corresponde al orden de
presidencia dentro de la secta. Unas líneas más arriba en el texto de
la Regla, se prescribe que

solamente los hijos de Aarón mandarán en materia de derecho y de bie-


nes; y bajo su autoridad es como se echarán suertes para cualquier deci-'
sión que concierne a los miembros de la comunidad (l QS IX, 7). 13

Otro documento, del que sólo se conserva una parte, aplica


estos mismos principios a los tiempos mesiánicos, "cuando Dios haya
hecho nacer al mesías entre ellos". Este texto le concede la presi-
dencia al sacerdote. El es el que tendrá que entrar el primero, como

12. 2 Sam 7, 12·16;ls 11, 1-9;Jer 33, 15...


13. 1 QS IX, 7. Trad. de A. Dupont-Sommer, Les éerits esséniens découverts
pres de la mer Marte, París 1960, 109.
"jefe de toda la asamblea de I;-ael" , seguido luego por los otros
jefes de los sacerdotes; a continuación entrará el mesías de Israel.
Una vez sentados a la mesa,

nadie extenderá la mano hacia las primicias del pan y del vino dulce antes
que el sacerdote, ya que a él le corresponde bendecir las primicias del pan
y del vino dulce y extenderá el primero su mano sobre el pan. Luego, el me-
sías' de Israel extenderá sus manos sobre el pan (1 QSa 11, 11-12).

En el "Documento de Damasco", que procede de la misma sec-


ta, pero que fue encontrado en Egipto a finales del siglo XIX, la
perspectiva es distinta. No se utiliza ya la palabra "mesías" en plu-
ral, sino sólo en singular, aunque conserva la doble calificación que
expresan los manuscritos del Qumrán. El documento evoca en va-
rias ocasiones la venida esperada "del mesías de Aarón y de Is-
rael" 14; anuncia que los impíos" serán entregados a la espada cuan-
do llegue el mesías de Aarón y de Israel" 15. Parece ser que en una
época determinada o en algunas comunidades las esperanzas mesiá-
nicas se centraron en un solo personaje, que tenía que recibir a la
vez la unción sacerdotal y la consagración real.
Otros escritos que no pertenecen a Qumrán dan testimonio de
tradiciones análogas. Tal es el caso sobre todo de los "Testamentos
de los doce patriarcas", libro apócrifo que utiliza textos de origen
judío, en particular un Testamento de Leví escrito en arameo, del
que se han encontrado dos trozos en el Cairo y algunos fragmentos
en Qumrap.. La obra que poseemos completa es una adaptación
griega, aunque también existe una versión armenia 16. Su primera
redacción data quizás de comienzos del siglo I a. c., pero el texto
que ha llegado hasta nosotros tiene algunas añadiduras que parecen
ser interpolaciones cristianas. Sea lo que fuere de este punto con-
trovertido, los pasajes que nos interesan no provienen seguramente
de redactores cristianos, ya que el mesianismo que presentan se
aparta de las perspectivas cristianas. En efecto, no le conceden la
preferencia a la tribu de Judá, sino a la de Leví.

14. CD XII, 23; XIX, 10; XX, 1.


15. CD XIX, 10.
16. Los detalles del texto resultan a menudo inciertos, ya que los manuscritos
presentan un gran número de variantes; cf. la edición crítica de R. H. Charles, The
Greek version oE the Testaments oE the Twelve Patriarchs, Osford 1908; Darmstadt
1966; y la más reciente de M. de ]onge, The Testaments oE the Twelve Patriarchs. A
critical edition oE the Greek text, Leyde 1978. La espera de un "sacerdote-salvador"
ha sido estudiada especialmente por A. Hultgard, L 'eschatologie des Testaments des
Douze Patriarches 1: [nterpretation des textes, UpPsala 1977,268-381. Véase también
P. GreIot, L'espérance juive a ]'heure de fésus, Desclée 1978, 77-90.
Desde el primer Testamento, que es el de Rubén, el mayor de
los hijos de Jacob, se afirma la prioridad de Leví:

ya que él sacrificará por todo Israel hasta el cumplimiento de los tiempos


de un sumo sacerdote ungido, del que ha hablado el Señor (Test. Ruben
VI, 8).

En lugar de "gran sacerdote ungido", la expreslon griega puede


traducirse como "mesías sumo sacerdote" o incluso "cristo sumo
sacerdote", ya que recoge la palabra christos.
El segundo Testamento, el de Simeón, ordena obedecer a Leví
y a Judá y continúa:

No os levantéis contra esas dos tribus, ya que de ella surgirá para voso-
tros la salvación de Dios. Porque el Señor suscitará de Lev! un sumo
sacerdote y de Judá un rey, Dios y hombre, que salvará a todas las nacio-
nes y a la raza de Israel (Test. Simeón VII, 1-2)

En la indicación que se da a propósito del rey salido de Judá, "Dios


y hombre", se reconoce un añadido cristiano, pero el lugar que se
le concede a Leví en el texto refleja una tradición anterior.
El Testamento de Leví es más explícito todavía. Describe la
historia del sacerdocio israelita y anuncia que al final, después de
innumerables abusos,

el sacerdocio desaparecerá, y entonces el Señor suscitará un nuevo sacer-


dote, a quien se le revelarán todas las palabras de Dios y que ejecutará
un juicio de verdad sobre la tierra durante una multitud de días. Y su
astro se elevará en el cielo, como un rey ... (Test. LevíXVIII, 1-3)

Hasta el Testamento de Judá proclama la preminencia de Leví


cuando dice:
Hijos míos, amad a Leví para que podáis subsistir; y no os rebeléis contra
él para no ser aniquilados. Porque el Señor me ha dado a mí la realeza
y a él el sacerdocio y ha sometido la realeza al sacerdocio (Test. ]udá
XXI, 1-2)

Prescindiendo de las discusiones que suscitan estos "Testamen-


tos", nase puede rechazar su testimonio en lo que concierne a la
existencia de unas esperanzas escatológicas de tipo sacerdotal. AIre-
dedor de la era cristiana se ~straban vivas estas esperanzas. Hay
que reconocer que entraban con toda normalidad en el marco de
las aspiraciones religiosas de aquella época. Se esperaba el cumpli-
miento total y defmitivo de los designios de Dios. Por tanto, había
que incluir en ellas el aspecto sacerdotal, ya que el sacerdocio ocu-
paba un lugar de primer orden en la revelación bíblica y en la vida
del pueblo de Dios.
En este contexto histórico, la comunidad cristiana se había
puesto a afirmar que Dios había respondido a las esperanzas de su
pueblo y que su cumplimiento era ya una realidad posible de cap-
tar; con su vida, su muerte y su resurrección gloriosa Jesús había
conducido a su fin los designios de Dios. Necesariamente tenía que
plantearse entonces la cuestión: el cumplimiento cristiano ¿encerra-
ba una dimensión sacerdotal? ¿qué relaciones se podían establecer
entre la esperanza de un sacerdocio renovado y la historia de Jesús?

3. Ausencia aparente de la dimensión sacerdotal en Jesús


Se trataba de una cuestión tremenda y que podía poner a la
iglesia en una seria dificultad. En efecto, a primera vista se corría
un grave peligro de que la respuesta fuera negativa y se descubriera
entonces un fallo en el cumplimiento cristiano. Ya hemos compro-
bado en el capítulo 1 que entre el sacerdocio judío y Jesús no eran
muy armoniosas las relaciones. Ahora es preciso completar esta in-
vestigación examinando más de cerca la posición del mismo Jesús.
¿Se podía descubrir en su persona y en su obra una dimensión
sacerdotal?
a) La persona de Jesús había provocado una gran admiración
durante su vida pública y se habían planteado numerosas cuestiones
respecto a él. ¿Quién era aquel hombre? ¿En qué categoría se le
podía colocar? Los evangelios se hacen eco de la perplejidad de la
gente y recogen las opiniones más diversas: Jesús elegido de Dios o
engendro de Satanás, maestro de sabiduría o seductor peligroso,
hijo de David o antiguo profeta que ha vuelto a la tierra, etc. Es
significativo que entre tantas hipótesis sumamente variadas no se
haya expresado nunca la idea del sacerdocio. Aparentemente nadie
se preguntó nunca si sería Jesús el sacerdote de los últimos tiempos,
venido para ofrecer a Dios el culto perfecto. Puede parecer extraño
que no se haya planteado esta cuestión, pero basta con recordar la
concepción que reinaba entonces sobre el sacerdocio para encon-
trar la explicación de esta ausencia. Era evidente para todos que
Jesús no era un sacerdote judío. Se sabía que no pertenecía a una
familia sacerdotal y que no tenía ningún derecho a ejercer las fun-
ciones sacerdotales. El sacerdocio había excluído a los demás pre-
tendientes 17. El precepto de la ley en este sentido era de una abso~
luta severidad: "A Aarón y a sus hijos los alistarás para que se
encarguen de sus funciones sacerdotales. El laico que se acerque,
será muerto" 18. De esta forma se manifestaba la "santidad" del
sacerdocio; se mantenía una separación infranqueable entre las fa-
milias sacerdotales y las demás.
Jesús pertenecía por su nacimiento a la tribu de Judá. Por tanto
no era sacerdote según la ley. A nadie se le ocurrió la idea de
atribuirle ese título y él mismo nunca manifestó la menor pretensión
en este sentido.
b) Su actividad no tenía tampoco nada de sacerdotal en el
sentido antiguo de la palabra, sino que lo situaba más bien en la
línea de los profetas. Se había puesto a proclamar la palabra de
Dios, lo mismo que hacían antaño los profetas, y a anunciar el
próximo establecimiento del reinado de Dios. A veces se expresaba
por medio de acciones simbólicas (Mt 21, 18-22), imitando en esto
a Jeremías, a Ezequiel y a otros profetas 19. Sus milagros hacían
pensar en los tiempos. de Elías y de Eliseo: multiplicación de los
panes, resurrección del hijo de una viuda, curación de los lepro-
sos 20. En un relato de Lucas el mismo Jesús invita a establecer esta
relación; en varias ocasiones se sitúa implícitamente entre los profe-
tas 21. De hecho, muchas personas reconocían en él un profeta y
hasta un gran profeta, "el" profeta esperado 22. Después de la resu-
rrección, el apóstol Pedro proclama que Jesús es el profeta semejan-
te a Moisés, prometido por Dios en el Deuteronomio. 23
Los profetas de Israel, como es sabido, tomaban con frecuencia
sus distancias respecto al sacerdocio. Criticaban de forma virulenta
el formalismo que infectaba el culto ritual y exigían por el contrario
una verdadera docilidad a Dios en la realidad de la existencia. La
predicación de Jesús se orientó en este mismo sentido. Los evange-
lios atestiguan que Jesús emprendió una acción sistemática, no ya
contra la persona de los sacerdotes, pero sí contra una concepción
ritual de la religión. Al negarse decididamente a conceder impor-

17. Cf. Ex 28, 1; Lev 8, 2; Núm 16-17; Eclo 45, 15.25.


18. Núm 3, 10; d. 3.38.
19. Cf. 1 Re 22, 11; Jer 19, 10; Ez 4, 1-3.
20. Cf. Mt 14, 13-21 Y2 Re 4, 42-44; Lc 7, 11-17 Y 1 Re 17, 17-24; Mt 8, 1-4 Y
2 Re 5.
21. Cf. Lc 4, 24-27; Mt 13,57; Lc 13,33.
22. Lc 7, 16.39; Mt 21, 11.46; Jn 4,19; 6, 14; 7, 40; 9, 17.
23. Hech 3, 22, citando Dt 18, 18.
tancia a las reglas de "purez-;'; exterior, sin dudar lo más mínimo
en colocar la curación de los enfermos por encima de la observancia
del sábado, Jesús rechazaba la manera antigua de comprender la
santificación 24. Tomaba partido en contra del sistema de separacio-
nes rituales, cuya cima consistía en la ofrenda sacerdotal de las
víctimas inmoladas, y escogía la orientación contraria: en lugar de
una santificación obtenida mediante la separación de los demás,
proponía una santificación que se obtenía acogiendo a todos, inclu-
so a los pecadores. La palabra thysía, que designa los sacrificios
rituales y que aparece con mucha frecuencia (cerca de 400 veces)
en el antiguo testamento, solamente aparece en dos ocasiones en
labios de Jesús en los evangelios, y en ambas ocasiones se trata de
recordar a sus oyentes que a Dios no le agrada ese género de culto 25.
En Marcos thysía se lee solamente una vez, en una frase pronunciada
por un escriba y aprobada por Jesús, pero la perspectiva es la misma:
el amor a Dios y al prójimo "vale más que todos los holocausto s y
sacrificios" 26. Sin emplear la palabra thysía, otra frase de Jesús va
en este mismo sentido: ordena que se intente la reconciliación con
el hermano antes de presentar una ofrenda en el altar del templo. 27
Los evangelios refieren por otra parte una intervención enérgica
de Jesús en el interior del templo 28. Enfrentándose con los que ven-
dían animales para el sacrificio, Jesús se enfrentaba con toda la or-
ganización del culto sacrificial. Juan señala concretamente que Jesús
"echó del templo las ovejas y los bueyes", es decir, los animales que
se iban a ofrecer en sacrificio. Y Marcos observa que los sumos sa-
cerdotes vieron muy mal aquel asunto por motivos que resulta fácil
sospechar.
Se deja vislumbrar cierta relación entre esta iniciativa de Jesús
y la profecía de Malaquías: "En seguida vendrá a su templo el Se-
ñor a quien vosotros buscáis ... Es él como fuego de fundidor ... Pu-
rificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata ... ".
Vemos aquí como se cumple la parte negativa del oráculo, pero no

24. Cf. Mt 9, 10-13 par.; 12, 1-13 par.; 15, 1-20 par.; ]n 5, 16-18; 9, 16.
25. Mt 9, 13; 12, 7; las dos veces se cita a Os 6, 6.
26. Mc 12,33. Además de estos tres empleos (Mt 9, 13; 12,7; Mc 12, 33), tbysía
sólo tiene otros dos en los evangelios: Lc 2, 24; 13, 1; ninguno en ]n.
27. Mt 5, 23s. En griego la palabra "altar" (tbysiasterion), emparentada con "sa-
crificio" (tbysía), es también muy frecuente en el antiguo testamento (cerca de 400 ve-
ces) y rara en los evangelios: 8 veces. Además de Mt 5, 23s, la encontramos en Mt
23, 18-20 -donde Jesús critica la casuística de los escribas y de los fariseos- y en Mt
23,25; Lc 1, 11; 11,51, donde sirve para señalar un emplazamiento.
28. Mt 21, 12s par.; ]n 2, 14-16.
hay nada que indique cómo se cumplirá la parte positiva, la que
anuncia que habrá de ofrecerse entonces una ofrenda grata a 10~
ojos de Dios. 29
c) Las esperanzas mesiánicas suscitadas por la persona y la
actividad de Jesús no tomaron por tanto un sesgo sacerdotal, sino
que se orientaron más bien en el sentido de un mesianismo real.
Las cuestiones y las discusiones sobre la identidad de Jesús se con-
centraban finalmente en torno a este punto: ¿era él el mesías, el hijo
y sucesor de David 30, cuyo reinado había sido anunciado por toda
una serie de profecías? Durante el interrogatorio ante el sanedrín,
es ésta la pregunta que se le hace a Jesús. En su respuesta Jesús se
refiere a un texto que pertenece a la tradición davídica 31. Después
de la resurrección, un discurso de Pedro cita este mismo texto y
proclama que Dios ha establecido a Jesús como" Señor y Mesías" 32.
Esta es por consiguiente la primera expresión de la fe cristiana.
d) Así pues, hay que reconocer que ni la persona de Jesús ni
su actividad habían correspondido a 10 que se esperaba entonces
de un sacerdote. Pero ¿no iba a cambiar la situación con su muerte?
Nos sentiríamos inclinados a responder afirmativamente, ya que nos
han enseñado a considerar la muerte de Jesús como un sacrificio,
es decir, como una ofrenda sacerdotal. En realidad, la cuestión no
es tan sencilla como parece y no era posible dade de antemano una
respuesta positiva. Desde el punto de vista del culto antiguo la
muerte de Jesús no se presentaba ni mucho menos como una ofren-
da sacerdotal; era más bien todo 10 contrario a un sacrificio. Efecti-
vamente, el sacrificio no consistía en la entrega a la muerte de un
ser vivo, y mucho menos en sus sufrimientos, sino en ciertos ritos
de ofrenda realizados por el sacerdote en el lugar sagrado. La ley
judía distinguía con todo cuidado entre la matanza de un animal y
el sacrificio ritual (Dt 12, 13-16). Pues bien, la muerte de Jesús
había tenido lugar fuera de la ciudad santa. No había ido acompa-
ñada de ritos 1itúrgicos. Se había presentado como un castigo legal,
como la ejecución de un condenado a muerte.
Entre la ejecución de un condenado y la ofrenda de un sacrificio
los israelitas -y también por consiguiente los primeros cristianos-
percibían una oposición absoluta. Los ritos del sacrificio hacían de
éste un acto solemne de glorificación, que unía con Dios y obtenía
las bendiciones divinas. Ofrecido en el curso de unas ceremonias
religiosas, la víctima era elevada simbólicamente hacia Dios. Al con-

29. Mal 3, 1-4.


30. Mt 12, 23; Mc 8, 29; Jn 7, 26.41; 12, 34.
31. Mc 14,61 par.; cf. Sal 110, 1. .
32. Hech 2, 34-36.
trario, una pena legal era uri~cto jurídico y no ritual, que no tenía
nada que ver con una glorificación, sino que cubría de infamia al
condenado. Lejos de unir con Dios y de atraer sus bendiciones,
constituía una maldición 33. Así pues, el acontecimiento del Calvario
no hacía aparentemente más que aumentar la distancia entre Jesús
y el sacerdocio.
e) En estas condiciones no hemos de extrañamos de constatar
que la predicación cristiana primitiva no hablase de sacerdocio a
propósito de Jesús. Ni en su persona ni en su ministerio ni en su
muerte los primeros cristianos encontraban la más mínima relación
entre Jesús y la institución sacerdotal tal como ellos la conocían.
Para designar la persona de Jesús y definir su obra, recurrieron
por tanto de antemano a un vocabulario mesiánico y existencia!.
Jesús es el mesías, hijo de David e hijo de Dios. "Murió por noso-
tros" (1 Tes 5, 10). Morir por alguien no es un "sacrificio" en el
sentido ritual de la palabra, sino un acto de suprema abnegación.
Aun cuando se concreta con la profesión de fe de 1 Cor 15, 3 que
"Cristo murió por nuestros pecados", no se obtiene tampoco una
formulación sacerdotal. El antiguo testamento no dice jamás que
una víctima ofrecida en sacrificio "muera por los pecados". La mag-
nífica frase de san Pablo sobre "el hijo de Dios, que me amó y se
entregó a sí mismo por mí" (Gá12, 20) no encierra la menor alusión
sacrifieia!; expresa el don existencia! de una persona en favor de
otra. Este es también el caso de aquel pasaje del evangelio en donde
se declara que" el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino
a servk y a dar su vida como rescate por muchos" 34. Esta misma
observación vale finalmente para el vocabulario de liberación o de
salvación, de compra o de rescate, utilizado en el nuevo testamento
para designar la obra de Cristo.

33. Cf. Dt 21, 22s. Sin embargo, e! libro de la Sabiduría esboza una aproxima-
ción entre e! resultado de las penas sufridas por los justos y e! resultado de un
sacrificio ritual, tomando como término medio la idea de prueba purificadora. De los
justos "creyeron los insensatos que habían muerto" (3,2) y "a juicio de los hombres
han sufrido castigos" (3,4); pero en realidad" a) Dios los sometió a prueba b) y les
halló dignos de sí; a) les probó como oro en e! crisol b) y como holocausto les
aceptó" (3, 5s.). Las penas legales que sufrieron los martires judíos durante"¡a perse-
cución de Antioco (167-164 a. C.) se presentan también en 2 Mac 7,32-38 como una
expiación que prepara la reconciliación de! pueblo con Dios, pero e! vocabulario que
entonces se utiliza no es sacrificial (cf. también 4 Mac 6, 28s; 17, 17-22). Por otra
parte se observa una diferencia enorme, desde e! punto de vista judío, entre esos
mártires y Jesús. Ellos habían sido condenados a muerte por los paganos debido a su
fidelidad a la ley de Moisés; Jesús, por e! contrario, había sido entregado por las
autoridades judías por haber faltado a la ley en e! punto más grave de la misma (cf.
Jn 19, 7; 5, 18; Mt 27, 65s; Mc 14,64).
34. Mt 20,28; Mc 10, 45.
Puesto que no se pensaba en utilizar para Cristo el vocabulario
sacerdotal y sacrificial, era natural que se pensase menos todavía
para sus discípulos. Ninguna de las funciones ejercidas en las comu-
nidades cristianas tenía ninguna correspondencia con las activida-
des específicas de los sacerdotes judíos. En consecuencia, los diri-
gentes cristianos no adoptaron nunca el título de kohén o de hié-
reus. Recibieron otros nombres que expresaban la idea de misión o
de servicio, o una posición de autoridad y responsabilidad, tales
como apóstolos, que ha dado origen al castellano "apóstol" y que
significa "enviado", diákonos de donde se deriva "diácono" y que
significa "servidor", episkopos de donde viene "obispo" y que sig-
nifica "inspector", presbfteros 35 de donde viene "presbítero" y
"preste" que significa "más anciano", hegouménos que significa
"dirigente", etcétera.

4. Algunos contactos
Estas diversas constataciones demuestran con claridad la dificul-
tad del problema que se planteaba a la primitiva iglesia: ¿era posi-
ble encontrar en el misterio de Cristo el cumplimiento del sacerdo-
cio antiguo? A primera vista, parece que habría que hablar más
bien de ruptura.
a) Sin embargo, la situación no era completamente negativa.
Era posible observar cierta relación entre el misterio· de Cristo y el
culto antiguo. Esa relación se fundaba en primer lugar en la tradi-
ción misma del mesianismo real. En efecto, esta tradición ponía de
manifiesto un vínculo muy estrecho entre el mesías y el templo. La
profecía de Natán, base del mesianismo real, estaba en relación
inmediata con el proyecto concebido por David de construir una
casa para Dios y anunciaba que sería el hijo de David el que erigiría
esa casa (2 Sam 7, 1-5.13). Este aspecto de la tradición mesiánica
no ha sido ignorado por los evangelistas. Bajo una forma nueva e
inesperada ocupa incluso en sus relatos un lugar de primer plano.
La existencia de Jesús se pone en relación estrecha con una amena-
za de destrucción del templo y con el anuncio de una nueva cons-
trucción. Los sinópticos refieren expresamente que Jesús predijo la
destrucción completa del templo (hiéron) de Ierusalén. lo cual in-
cluye evidentemente la destrucción del santuario propiamente di-
cho, llamado en griego naós. 36

35. Sobre la evolución del sentido de presbytéros d. inEra, p. 275-279.


36. Mt 24, ls par.
Un texto de Lucas, que-ettiende esta misma predicción a toda
la ciudad santa, revela la causa profunda de este cataclismo: Jerusa-
lén no ha reconocido el tiempo en que ha sido "visitada"; en otras
palabras, no ha acogido de la manera que debía hacerla a la persona
y la predicación de Jesús 37. Por tanto, se establece un vínculo estre-
cho entre la suerte reservada a Jesús y la destrucción del templo. Este
mismo tema reaparece con insistencia en el relato de la pasión. Du-
rante la comparecencia de Jesús ante el sanedrín la única acusación
que se presenta contra él es la de haber proyectado la destrucción
del santuario: "Nosotros le oímos decir: «Yo destruiré este santuario
(naós) hecho por hombres ... »!' 38. Esta acusación es presentada por
los evangelistas como un "falso testimonio" y de hecho no se ve en
ninguna parte que Jesús haya dicho: "Yo destruiré ... ", pero bajo ese
"falso testimonio" resulta fácil reconocer la expresión de una afirma-
ción exacta, que se evoca de nuevo en otras dos ocasiones del relato 39
y que encierra un doble aspecto, negativo y positivo. No se trata sola-
mente de la destrucción del templo, sino también y sobre todo de
una nueva construcción: "en tres días" Jesús levantará "otro santua-
rio, no hecho por manos de hombre". Es transparente la alusión a la
resurrección. La destrucción del antiguo santuario pone fin eviden-
temente al sacerdocio judío, ya que el santuario era el edificio en el
que los sacerdotes yel sumo sacerdote judíos practicaban el culto ri-
tual prescrito por la ley de Moisés. La construcción de un nuevo san-
tuario va ligada normalmente al establecimiento de un nuevo sacer-
dacio. Pero los sinópticos no señalan esta consecuencia; se conten-
tan con subrayar fuertemente el vínculo entre el santuario y el mis-
terio de Jesús. Por su parte, Juan expresa esta misma vinculación ci-
tando una frase de Jesús sobre el santuario:

y señalando que esta frase se refería al "santuario de su cuerpo" (2,


21). En el resto del cuarto evangelio aparece en más de una ocasión
el tema del nuevo templo y del nuevo culto bajo diversos aspec-
tos 40. Todo esto está perfectamente en consonancia con la tradición
del mesianismo real: la misión principal del hijo de David er~ la de
construir la casa de Dios. 41

37. Lc 19, 41-44; cf. 1, 68.78; 7, 16.


38. Mc 14, 58; cf. Mt 26, 61; Hech 6,14.
39. Mc 15, 29.37-39;Mt 27, 40.51-54.
40. Jn 4, 20-24; 7,37-39; 11,48; 14, 1-3; 17,24. \
41. 2 Sam 7, 13; 1 Re 5, 19; 8, 13.19; 1 Crón 17, 13; etc.; Sab 9, 8.
b) Otra tradición evangélica va todavía más lejos. Sugiere cier-
ta relación entre la muerte de Jesús y un rito sacrificia1.Se trata del
relato de la cena, que ha sido transmitido a la vez por San Pablo y
por los tres sinópticos 42. En esos textos los gestos de Jesús que
bendice a Dios por el pan y por el vino, que parte el pan y ofrece
la copa, no constituyen de suyo un sacrificio ritual, sino que perte-
necen al desarrollo normal de un banquete. El valor nuevo que
Jesús confiere a esos gestos tradicionales tampoco es necesariamen-
te sacrificia1. Entregar su cuerpo, derramar su sangre por salvar a
otras personas no es un sacrificio ritual, sino un acto de abnegación
heroica. Sin embargo, en las palabras de Jesús hay una expresión
que supone un sentido sacrificial innegable, ya que une la palabra
"sangre" con la palabra «alianza". Se impone una aproximación a
las palabras pronunciadas por Moisés durante el sacrificio realizado
en el Sinaí para sellar la alianza entre el pueblo israelita y Yahvé:
"Esta es la sangre de la alianza que Yahvé ha hecho con vosotros ..:"
(Ex 24, 5-8). Esta relación es especialmente evidente en la formula-
ción de Mateo y de Marcos, en donde la expresión "la sangre de la
alianza" está tomada al pie de la letra, añadiendo solamente un
pronombre posesivo para señalar: "Esta es mi (sangre) la sangre de
la alianza ... ". Pero esta misma relación también se observa en la
formulación de Lucas y de Pablo, que dicen: "Este cáliz es la nueva
alianza en mi sangre". Se puede observar además que la fecha del
acontecimiento facilitaba esta aproximación a la historia del éxodo:
la pasión de Jesús tuvo lugar durante las (iestas de pascua 43. Al
mismo tiempo que en el sacrificio de la alianza, se podía pensar en
la inmolación del cordero pascua1. 44
Al aspecto de sacrificio de la alianza el primer evangelio añade
el de sacrificio de expiación: la sangre de Jesús es una sangre "que
va a ser derramada por muchos, para remisión de los pecados" (Mt
26,28). Sin pertenecer textualmente al ritual del antiguo testamen-
to, la expresión "para remisión de los pecados" está muy cerca de _
la frase que concluye en el Levítico (4,20) la descripción del sacri-
ficio ofrecido por el pecado de toda la comunidad de Israel: "Así
el sacerdote hará expiación por ellos y el pecado se les perdonará".
Esta misma frase se encuentra en el caso de los sacrificios individua-
les y aparece, un poco modificada, como un estribillo. 45

42. 1 Cor 11, 23-25: Mt 26, 26-29: Me 14, 22-25: Lc 22, 19s.
43. CE. Mt 26, 2.17-19: Me 14, 1.12-16; Lc 22, 1.7-13.15: Jn 18,28.39: 19, 14.
44. Cf. 1 Cor 5, 7.
45. Lev 5,6.10.13.16.18: 6,<'1;19,22.
Varios exegetas creen que "'"esposible discernir un testimonio
suplementario del carácter sacrificial de la muerte de Jesús en las
palabras "por muchos" ("la sangre ... derramada por muchos"), en
las que ven una alusión a la profecía de Isaías sobre el Siervo de
Yahvé. Del Siervo se escribe que" justificará a muchos" hombres y
que "llevó el pecado de muchos" (53, 11-12). Por otra parte, según
una interpretación corriente de un versículo anterior, la profecía
prevé que el Siervo ofrecerá su vida en sacrificio: "Si se.da a sí
mismo en expiación, verá descendencia" (53, 10). Sobre este versí-
culo es sobre el que se basa la interpretación sacrificial de que
estamos hablando 46. En realidad, no es posible decir nada cierto
en este tema ya que sigue en pie la duda sobre el tenor exacto de
la frase de Isaías. Ni el texto hebreo ni la traducción de los Setenta
dicen: "Si ofrece su vida ... ". La formulación de las versiones moder-
nas es en este punto la de la Vulgata 47. No se la ve nunca citada en
el' nuevo testamento. Los demás pasajes de la misma profecía que
el nuevo testamento aplica a Jesucristo no tienen propiamente ha-
blando un sentido "sacrificial". El versículo 7, en particular, que
aparece en Hech 8, 32, habla de muerte de animales y no de sacri-
ficio; el paralelismo que señala este texto entre la trasquiladura de
las ovejas y su degollación demuestra con claridad que el autor no
piensa en el culto sacrificia1.
Consideradas bien las cosas, no puede por tanto decirse que la
tradición evangélica establezca muchas relaciones entre el misterio
de Jesús y el culto sacerdotal propiamente dicho. Evidentemente,
no hay ninguna tendencia a insistir en esta perspectiva.
e) No obstante, algunos exegetas se han esforzado en multipli-
car las relaciones buscando en los textos todos los puntos de con-
tacto posibles. G. Friedrich 48 ve una alusión al sacerdocio en la
apelación "el santo de Dios" que se aplica a Jesús en Mc 1,24 Y en
Jn 6, 69; opina que el bautismo de Jesús y los títulos de hijo de
Dios y de Cristo guardan relación con el sacerdocio; vislumbra tam-
bién algunas manifestaciones de poder sacerdotal en las expulsiones

46. A. Feuillet, Le sacerdoce du Christ et de ses mínistres, Patis 1972, 22,-23,


70-74.
47. En hebreo, el verbo está en femenino singular de tercera persona o bien -la
forma es la misma- en masculino singular segunda persona; en los Setenta, está en
segunda persona plural. El hebreo se puede traducir entonces: "Si su alma ofrece un
sacrificio de reparación, verá una descendencia", o bien: "Si tú haces de su vida un
sacrificio de reparación, verá una descendencia"; y el griego: "Si os entregáis por el
pecado, vuestra alma verá una descendencia".
48. G. Friedrich, Beobachtungen zur messianischen Hohepriestererwartung in
den Synoptiken: ZTK 53 (1956) 265-311.
de los demonios realizadas por Jesús, en las curaciones de los lepro-
sos, en la bendición de los niños y en el perdón concedido a los
pecadores. Por su parte, A. Feuillet opina que "cada vez que en el .
nuevo testamento se evoca el papel de Cristo a partir de la ofrenda
que el Siervo de Yahvé hace de sí mismo, Jesús se nos presenta en
palabras encubiertas como el sacerdote de la nueva alianza" 49. Más
en concreto A. Feuillet se empeña en demostrar "el carácter sacer-
dotal de la oración de Jn 17" y declara a este propósito: "La señal
más aparente de este carácter sacerdotal es la referencia a Is 53".
Según él, otra señal importante es la que nos ofrece la división de
la oración de Jesús, que corresponde al ritual sacerdotal de la expia-
ción: Jesús empieza pidiendo por sí mismo y por sus apóstoles,
luego por todos los demás creyentes, lo mismo que el sumo sacer-
dote tenía que hacer primero "la expiación por él y por su casa" y
luego "por toda la asamblea de Israel". 50
Por muy interesantes que sean, estos intentos siguen siendo pro-
blemáticos 51. Pues bien hay que evitar confundir las alusiones in-
ciertas con las afirmaciones explícitas. Por otra parte, en una inves-
tigación como ésta, es importante distinguir con esmero las pers-
pectivas sucesivas. En la perspectiva inicial, la del tiempo de Jesús
y de los primeros años que siguieron a su muerte y resurrección, las
ideas que se tenían del sacerdocio y del sacrificio eran las del anti-
guo testamento. Como veremos, la luz del Cristo resucitado provo-
có una reelaboración de estas ideas, que condujo a una transforma-
ción radical. Una- vez terminada esta reelaboración, ciertos elemen-
tos de la tradicióli evangélica que en la perspectiva inicial no tenían
ninguna connotación sacerdotal o sacrificial se encontraron en ade-
lante en una relación directa y estrecha con el sacerdocio y el sacri-
ficio. Tal es el caso, por ejemplo, del "morir por los pecados" o del
"entregarse por...". En este momento de nuestra investigación sola-
mente podemos constatar que las tradiciones evangélicas relativas

49. A. Feuillet, o.c., 23.


50. Ibid., 47-48. Cf. Lev 16, 11-16.
51. El estudio de G. Friedrich ha sido criticado detalladamente por J. Gni1ka,
Die Erwartung des messianischen Hohepriestertums in den Schriften van Qumran
und im Neuen Testament: RQum 7 (1960) 395-426, así como por J. Coppens, Le
messianisme sacerdotal dans les écrits du nouveau testament, en La venue du Messie,
Bruges 1962, 101-112. El estudio de A. Feuillet ha sido criticado por J. Delorme,
Sacerdoce du Christ et ministeres: RSR 62 (1974) 199-219. Por otra parte, en su
artículo anteriormente citado (art. cit., 306, n. 12), F. O'Fearghaille quita a Feuillet
(o.c., 48) dos apoyos, demostrando que la pronunciación del Nombre divino no se
limitaba a la fiesta de la expiación y que el texto del Sirácida no se refiere precisamen-
te a esta liturgia.
a Jesús no describen nunca su ~rsona ni su actividad ni su muerte
en términos explícitamente sacerdotales y que no utilizan más que
una sola vez una fórmula sacrificial.
En la redacción final del los evangelios el texto más sugestivo
para la cristología sacerdotal es sin duda el de la conclusión de
Lucas. En ella se presenta a Jesús en una actitud típicamente sacer-
dotal, la de "levantar las manos" para "bendecir" 52. Esta es la últi-
ma imagen que Lucas nos deja de Jesús cuando se aleja de sus
discípulos en el momento de su ascensión:

Alzando sus manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de


ellos y fue llevado al cielo (Lc 24, 50-51)

En el antiguo testamento solamente se nos muestra dos veces a


un personaje alzando las manos y bendiciendo; las dos veces se
trata del sumo sacerdote al concluir un sacrificio. En Lev 9, 22, al
final del sacrificio de su consagración sacerdotal, Aarón, "alzando
las manos hacia el pueblo, le bendijo"; en Eclo 50, 20, al final de
una liturgia que se nos describe con solemnidad, el sumo sacerdote
Simón "elevaba sus manos sobre toda la asamblea de los hijo~ de
Israel, para dar con sus labios la bendición del Señor" En estos oo.

dos textos la bendición va seguida de una postración, rasgo que


también aparece en el texto de Lucas. El Sirácida concluye su des-
cripción invitando a la asamblea a bendecir a Dios; y esto es preci-
samente lo que hacen los discípulos según el últiqlO versículo del
evangelio. Por consiguiente, tenemos derecho a pensar que Lucas
quiso sugerir al final de su evangelio una interpretación sacerdotal
del misterio de Jesús. Sin embargo, hay que observar que esta pre-
sentación sigue siendo implícita. Una vez más no se trata de una
afirmación, sino sólo de una alusión. Por tanto hemos de atenemos
a la constatación que ya hemos hecho: nunca hablan explícitamente
los evangelios de sacerdocio a propósito de Jesús. Aportan varios
elementos que abren el camino a una solución positiva del proble-
ma, pero no expresan ellos mismos esta solución. Para encontrada,
hemos de explorar los otros escritos del nuevo testamento.

52. Esta observación ha sido hecha por P. Van Stempvoort, The interpretation
oEme ascension in Luke and Aets: NTS 5 (1958-1959) 34-35, Y luego por J. Coppens,
arto cit., 109; H. Schlier, Essais sur le nouveau testament, Paris 1968,265-266; W.
Grundmann, Das Evangelium des Lukas, Berlín 81961,453-454, Y otros autores.
\
Vocabulario sacerdotal
en el nuevo testamento

Para orientar la segunda etapa de la investigación resulta necesa-


ria una rápida visión del vocabulario empleado. A lo largo de los
capítulos anteriores se han indicado ya los empleos de las palabras
"sacerdote" y "sumo sacerdote" en los escritos narrativas del nuevo
testamento. El análisis de estos empleos ha permitido captar los
problemas que planteaban. Ahora conviene completar la investiga-
ción de dos maneras al mismo tiempo: por una parte, extendiéndola
al conjunto del nuevo testamento; por otra, incluyendo todas las
palabras que guardan relación directa con el tema del sacerdocio.
Obtenemos entonces el siguiente cuadro (la sigla Pl indica todas las
epístolas paulinas, incluídas las pastorales):

Mt Mc Lc Jn Hech Pl Heb 1 Pe Ap Total LXX

1) Sacerdote (hiéreus) 3 2 5 1 3 14 3 31 800


2) Sumo sacerdote
(archiéreus) ....... 25 22 15 21 22 17 122 40
3) Pontificial
(archiératikos) ..... 1 1 O
4) Sacerdocio
(hiérosyne) ........ 3 3 9
5) Sacerdocio (hiératéia) 1 1 2 16
6) Sacerdocio
(hiérateuma) ...... 2 2 3
7) Ejercer el sacerdocio
(hiérateuein) . . . . . . 1 1 26
8) Realizar una acción
sagrada (hiérourgéin) 1 (1)
En esta lista se advierte la presencia de tres palabras griegas
diferentes para designar e! sacerdocio, pero cada una de ellas tiene
su matiz particular. Hiérosyne (4) expresa la cualidad de! que es
sacerdote; el sufijo -sine indica en griego la cualidad (por ejemplo,
dikaiosyne, justicia). Hiératéia (5) expresa más bien la función sa-
cerdotal, lo mismo que stratéia expresa la función militar. Hiérateu-
ma (6) finalmente es una palabra rara cuyo sentido será preciso
discutir \ puede significar "organismo sacerdotal" o "funciona"
miento sacerdotal". Hay otro término que también se presta a dis-
cusión: e! verbo hiérourgéin, que no pertenece al vocabulario sacer-
dotal corriente; cabe entonces preguntarse si se aplica o no a una
actividad propia de! sacerdote. 2
La comparación entre las cifras da lugar a algunas observaciones
que suscitan la curiosidad; fuera de los escritos narrativos, en donde
aparece con frecuencia e! título de sumo sacerdote, la densidad de
vocabulario sacerdotal es muy variable. Es nula o casi nula en los
escritos de Pablo; es muy fuerte esta densidad en la carta a los
Hebreos que, a diferencia de los escritos narrativos, utiliza "sacer-
dote" casi tan trecuentemente como "sumo sacerdote"; es muy dé-
bil en las epístolas católicas, en donde sólo la utiliza la primera
carta de Pedro; yes un poco más marcada en e! Apocalipsis. Evi-
dentemente, la estadística no lo dice todo; algunos empleos raros
pueden ser particularmente significativos.
Resulta interesante llevar más lejos e! análisis de los empleos y
colocar por un lado los casos en donde e! vocabulario sacerdotal se
aplica al sacerdocio judío (e incluso pagano) y por otro lado aque-
llos en que se aplica a Cristo o a los cristianos. Si sólo se atiende a
esta segunda categoría, obtenemos un cuadro muy diferente:

Mt Me Le ]0 Heeh Pl Heb 1 Pe Ap Total

1) Sacerdote (hiéreus) ....... O O O O O 7 3 10


2) Sumo sacerdote (archiéreus) O O O O O 10 10
4) Sacerdocio (hiér6syne) .... 1 1
6) Sacerdocio (hiérateuma) ... 2 2
8) Realizar una acción sagrada
(hiérourgéin)/ ............ 1

1. Cf. infra: "El sentido de la palabra hiérateuma", p. 257-260.


2. CL infra, p. 280.
Este cuadro pone de manifiesto la. constatación que ya hemos
hecho a lo largo de los capítulos precedentes: los evangelios y el .
libw de los Hechos no aplican jamás el vocabulario sacerdotal a
Jesús ni a sus discípulos. Pero hay además otra constatación que
llama la atención: algunos escritos del nuevo testamento han realiza-
do cierta unión entre la fe cristiana y el tema del sacerdocio. Esta
unión aparece con mucha claridad en tres escritos: la carta a los
Hebreos, la primera epístola de Pedro y el Apocalipsis. En un cuar-
to caso, el de un texto de Pablo (Rom 15, 16), esta relación está
exigiendo un verificación.
Para ser más precisos, hemos de especificar que solamente la
carta a los Hebreos aplica al mismo Cristo los títulos de sacerdote
y de sumo sacerdote y le atribuye la cualidad sacerdotal (híerósynej.
En el texto de Pablo es el ministerio del apóstol el que se presenta
como la realización de una acción sagrada. En la primera carta de
Pedro y en el Apocalipsis, finalmente, es a propósito de los cristia-
nos como se habla de "organismo sacerdotal" o de "sacerdotes".
A la cuestión que se les planteaba a los cristianos: "¿presenta el
misterio de Cristo una dimensión sacerdotal?", esos escritos ofrecen
una respuesta positiva. Se trata de un hecho inesperado, ya que
-como hemos visto- los datos evangélicos iban más bien en sentido
contrario. Apoyándose en lo que se sabía de la persona, de la vida
y de la muerte de Jesús, un predicador de la buena nueva habría
podido muy bien formular una respuesta negativa y declarar que
en la nueva alianza había sido abolido el sacerdocio. La antigua
alianza suponía un sacerdocio ritual, que ofrecía sacrificios y cele-
braba diversas ceremonias; la nueva alianza no lo supone. El nuevo
testamento establece una religión en el sentido ritual del término.
Está permitido pensar que san Pablo, con su gusto tan pronunciado
por las oposiciones, se habría expresado de buena gana de esta
manera. Basta con recordar sus negaciones tajantes a propósito de
la sumisión de la ley: "Ya no estáis bajo la ley -escribe a los roma-
nos-, sino bajo la gracia" 3; lo cual no le impide proclamar en otro
lugar: "Entonces, ¿por la fe privamos a la ley de su valor? ¡De
ningún modo! Más bien, la afianzamos" 4. A propósito del sacerdo-
cio, por consiguiente, parecía posible una respuesta negativa, pero
esa respuesta no se formula en ninguna parte del nuevo testamento.
Ninguno de sus escritos declara que haya dejado de existir el sacer-
docio. Los pocos escritos que se pronuncian sobre este tema

3. RaID 6, 14; d. Gál 5, 18.


4. RaID 3, 31; d. 8, 4; 13,8.10.
dan más bien una respuesta positiva. En cierto sentido, se encuen-
tran parcialmente aislados respecto a los demás, como señala la
estadística. Pero en otro sentido, están de acuerdo con todos los
demás, ya que ninguno de los otros adopta una postura contraria.
Esta primera observación no carece de importancia. Sin embargo,
no nos dispensa de examinar más de cerca estas relaciones, para
poder hacernos una idea exacta de la posición del nuevo testamento
en lo que concierne al sacerdocio.
El texto que debe ante todo retener nuestra atención es eviden-
temente el de la epístola a los Hebreos, ya que es esta epístola la
que trata del punto fundamental, la de las relaciones entre Cristo y
el sacerdocio, y lo trata además de una forma amplia y profunda.
Esta epístola es la que da materia a los seis capítulos de la segunda
parte. Puesto que tratan de otros aspectos de este mismo tema, los
textos de Pedro, de Pablo y del Apocalipsis serán analizados más
tarde, en la tercera y última parte.
Como es sabido, la epístola a los Hebreos no tiene ni mucho
menos el aspecto de una carta, sino que -a excepción de unas cuan-
tas frases añadidas al final- se presenta más bien como un sermón
admirablemente compuesto 5. Para avanzar con orden en el estudio
del tema, basta por consiguiente con seguir el desarrollo de sus
diversas secciones.
Después de una primera presentación de Cristo como sacerdote
(capítulo 4), se nos invita a considerar en él la doble relación en la que
se basa todo sacerdocio: el sacerdote debe estar acreditado ante Dios
(capítulo 5) y ligado a los hombres mediante una solidaridad real (ca-
pítulo 6). Una vez establecida esta base, nos vemos llevados a discer-
nir lo que hay de inédito y de insuperable en el sacerdocio de Cristo:
sacerdote de un género nuevo (capítulo 7), Cristo ha llevado a cabo
una acción sacerdotal decisiva (capítulo 9),cuya eficacia ha transfor-
mado por completo la situación de los hombres (capítulo 10). Este rá-
pido esbozo permite vislumbrar la robustez de la construcción y la
importancia de los temas expuestos. Una doctrina elaborada con tan-
to esmero merece seguramente un estudio atento.

5. La tradición antigua puso la epístola a los Hebreos entre las epístolas pau-
linas, aunque reconocía que su texto griego no era del apóstol Pablo. La crítica mo-
derna carece de los medios para determinar con exactitud las circunstancias de su
composición y vacila en señalar su fecha de composición entre finales del reinado de
Claudio (muerto el año 54), los últimos años de Nerón (muerto el año 68) y el reinado
de Domiciano (años 81-96). La primera posición tiene pocos partidarios. A mi juicio,
el conjunto de datos favorece a la segunda posición: la epístola parece haber sido
compuesta por un compañero de Pablo poco antes de que estallara la guerra judía de
los años 66-70, que llevó consigo la destrucción del templo de Jerusalén.
4
Cristo ha sido hecho
sumo sacerdote

La carta a los Hebreos afirma con insistencia que nosotros, los


cristianos, tenemos un sacerdote, "un sacerdote eminente" 1; más
aún, que "tenemos un sumo sacerdote", "un sumo sacerdote emi-
nente" 2. Y lo designa con claridad: es "Jesús, el Hijo de Dios" (4,
14), "el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe, Jesús" (3, 1), "Cris-
to como sumo sacerdote de los bienes futuros" (9, 11). La claridad
y la fuerza de la afirmación no dejan lugar a dudas.
Sin embargo, el autor era plenamente consciente de las dificul-
tades de la cuestión. Sabía muy bien que Jesús no pertenecía a una
familia sacerdotal y no tiene ningún reparo en reconocerlo:

Es bien manifiesto que nuestro Señor procedía de Judá, y a esa tribu


para nada se refirió Moisés al hablar del sacerdocio (Heb 7, 14).

Sabía que no quedaba lugar para Jesús en la organización del sacer-


dociosegún la ley de Moisés:

y mucho menos sumo sacerdote, "habiendo ya quienes ofrezcan


dones según la ley" (Heb 8, 4).

1. Literalmente: un "sacerdote grande" (Heb 10,21).


2. Archiéreus mégas (4, 14); archiéreus (4, 15; 8, 1).
,...
El autor de la carta conocía por otra parte la catequesis cristiana
tradicional, que no se expresaba en categorías sacerdotales. Pero
nada de todo eso le impidió dar intrépidamente una respuestaafir-
mativa a la cuestión que se planteaba.

Antes de él no había habido nadie que se enfrentase directa-


mente con el problema. Sin embargo, se habían hecho algunos in-
tentos que preparaban una solución aunque estaban aún lejos del
resultado. La reflexión cristiana no había hecho más que empezar
a utilizar algunos términos cultuales para expresar el misterio de
Jesús. El texto más antiguo es sin duda aquel en que san Pablo
tiene el atrevimiento de asemejar la muerte de Cristo a un sacrificio
pascual: "Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado" (1
Cor 5,7).
En esa misma epístola Pablo establece una relación entre la co-
munión eucarística y la participación en los sacrificios paganos,
para señalar cómo la una excluye a la otra (l Cor 10, 14-22). Su
razonamiento implica una interpretación sacrificial de la muerte y
de la resurrección de Cristo. En Rom 3, 25 se encuentra bajo la
pluma del apóstol otra expresión que evoca al antiguo culto: esta
vez se asemeja a Cristo con el "propiciatorio" (hílastérion), objeto
sagrado cuya importancia simbólica era fundamental en los sacrifi-
cios de expiación (Lev 16, 13-15). Por su parte, Juan emplea un
término análogo diciendo que Jesucristo es "propiciación (hílasm6s)
por los pecados" (l Jn 2, 2) y que Dios "nos amó y nos envió a su
Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). En
estas diversas expresiones se iba relacionando poco a poco el miste-
rio de Cristo con el mundo sacerdotal, pero sin que se hablara
todavía del sacerdocio de Cristo. Presentar a Cristo como una vícti-
ma inmolada o como un" instrumento de propiciación" no equiva-
lía ni mucho menos a afirmar que fuera sacerdote.
Esta misma observación vale también para el texto en que san
Pedro habla de nuestra redención por Cristo (l Pe 1, 18-19). El
conjunto de la frase no evoca un sacrificio, ya que la metáfora em-
pleada es otra muy distinta, la de la liberación por medio de un
rescate: los cristianos no han sido rescatados a precio de oro o de
plata, sino por una sangre mucho más valiosa. Sin embargo, se deja
vislumbrar a continuación una connotación sacrificial cuando el
apóstol indica: "una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y
sin mancilla, Cristo". La expresión "cordero sin tacha" (amnos
amónos) pertenece realmente al vocabulario ritual 3. Para los sacrifi-
cios ofrecidos a Dios estaba ordenado escoger unos animales que.
no presentasen ninguna tara. Cristo, "cordero sin tacha", era digno
de ser ofrecido. Su integridad lo cualificaba para ser víctima sacrifi-
cia!. Pero ¿un cordero puede ser sacerdote?
Hay una frase en la epístola a los Hebreos que abre una nueva
perspectiva, cuando completa en términos sacrificiales una expre-
sión paulina en la que se habla del amor de Cristo. En su carta a
los Gálatas, Pablo dice del Hijo de Dios: "Me amó y se entregó a
sí mismo por mí" (Gál2, 20).
Ya hemos tenido ocasión de advertir que esta frase no establece
ninguna relación entre la muerte de Cristo y el ritual antiguo, sino
que se sitúa en el plano de las relaciones existenciales entre las
personas y expresa un acto de generosidad extrema. En la epístola
a los Efesios se recoge esta misma expresión, pero prolongada esta
vez en un sentido sacrificial: "Cristo os amó y se entregó por noso-
tros como oblacíón y víctima de suave aroma" (Ef 5,2).
La entrega existencial de Cristo se califica aquí como "oblación
y sacrificio". En sí mismos, estos términos no van más allá de la
cualificación "victimal" con que ya nos hemos encontrado. No di-
cen explícitamente que Cristo sea "sacerdote". Pero entran dentro
de una frase que en vez de presentar a Cristo en una actitud pasiva
de víctima insiste fuertemente en su entrega personal voluntaria:
Cristo, por amor, se entregó a sí mismo. De ahí a decir que Cristo
se ofrecíó a sí mismo en sacrificio no parece que haya mucha distan-
cia. Y si Cristo se ofreció en sacrificio, ¿no habrá que concluir que
es sacerdote? Este segundo punto es más problemático que el pri-
mero, ya que la Biblia menciona más de un sacrificio ofrecido sin
la intervención de un sacerdote. Así pues, la epístola a los Efesios
nos deja también en la obscuridad en lo que concierne al sacerdocio
de Cristo. Va más lejos que los textos precedentes, pero no se pro-
nuncia aún de manera explícita sobre esta cuestión.
Para plantear con claridad el problema y dejado zanjado se ne-
cesitaba un espíritu penetrante e intrépido, ya que eran grandes las
dificultades que había que superar. Afirmar que Cristo era sacerdo-
te significaba correr el peligro de debilitar la fe cristiana, favorecien-
do la vuelta a una mentalidad religiosa propia del antiguo testamen-
to. Dar una respuesta negativa era destruir la proclamación del
cumplimiento cristiano de las Escrituras y provocar una ruptura
entre el nuevo testamento y el antiguo. Consciente de la gravedad
del problema, el autor de la epístola a los Hebreos se guardó de
todo simplismo y se entregó a un esfuerzo exigente de profundiza-
ción en la fe. Y de este modo es como consiguió elaborar una
doctrina estimulante y substanciosa.

La primera observación que cabe hacer al leer la epístola a los


Hebreos es que el tema del sacerdocio no aparece todavía al princi-
pio, sino sólo al final del capítulo 2, en donde nos encontramos con
la primera mención del título de "sumo sacerdote" aplicado a Jesús.
Esta mención merece ser estudiada desde una doble perspectiva, ya
que constituye una doble innovación: primero en relación con la
idea antigua del sacerdocio, y luego en relación con la catequesis
cristiana primitiva:

16 Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descen-


dencia de Abrahán. 17 Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus herma-
nos, para ser misericordioso y sumo sacerdote fiel en lo que toca a Dios,
en orden a expiar los pecados del pueblo. 18 Pues, habiendo sido pro-
bado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados (Heb 2,
16-18).

Este. texto le concede al sacerdocio una importancia capital, ya


que lo presenta como el objetivo asignado a toda la existencia de
Jesús. "Iniciador de la salvación" (2, 10), Jesús "tuvo que aseme-
jarse en todo a sus hermanos, para ser ... sumo sacerdote". El con-
texto da a entender claramente que se ha alcanzado dicho objetivo.
Lo confirma el comienzo del párrafo siguiente, ya que el autor invi-
ta en él a "considerar al apóstol y sumo sacerdote de nuesta fe, a
Jesús" (3, 1).
a) Lo que se expresa directamente en 2, 17 es la condición
que se imponía a Cristo para acceder al sacerdocio. Y esta condi-
ción constituye una novedad. En efecto, se trata de "asemej¡ltse en
todo a sus hermanos". El verbo griego, que tiene forma pasiva,
puede tomar aquí el sentido de un verbo reflexivo como en Mt 6,
8: "asemejarse", "hacerse semejante a sí mismo". Pero si se conser-
va el sentido pasivo, la frase implica por lo menos que Jesús tenía
que aceptar verse hecho semejante a todos los hombres. Es lo que
confirma otro pasaje de la epístola en donde se habla de obediencia
(5, 7-8). Aquí el autor precisa que la asimilación tenía que ser total:
"en todo".
El contexto anterior y la frase siguiente muestra que se alude
especialmente a los aspectos más dramáticos y más dolorosos de la
existencia humana: las pruebas y las tentaciones, los sufrimientos y.
la muerte. 4
Esta completa asimilación era por tanto la condición que había
que cumplir para obtener el sacerdocio. Condición sorprendente,
ya que no correspondía ni a las ideas de la época ni a la tradición
del antiguo testamento.
Como es sabido, en la época ·de Jesús la posición del sumo
sacerdote representaba a los ojos de los judíos la dignidad más
elevada que pudiera alcanzar un ser humano, el escalón más alto de
la jerarquía civil y religiosa. Nuestro autor no rechaza por completo
esta perspectiva; más adelante evoca la "gloria" del sacerdocio (5,
5). La originalidad de su doctrina no concierne tanto a la misma
gloria sino al camino que hay que seguir para llegar a ella. Sin
embargo, por eso precisamente la cualidad interna de la gloria al-
canzada resulta también diferente.
Los libros de los Macabeos y los escritos del historiador Josefo
revelan hasta qué punto la dignidad de sumo sacerdote, que llevaba
además consigo el poder político, se había hecho objeto de ambi-
ciones desmedidas y era motivo de rivalidades implacables. Algunos
pretendientes no retrocedían ante ningún medio con tal de hacerse
con esa posición que satisfacía su voluntad de poder. Puede leerse
en los libros de los Macabeos cómo, en el reinado de Antioco Epi-
fanes (175-164 a. C.), el hermano del sumo sacerdote Onías "usur-
pó el sumo pontificado, después de haber prometido al rey, en una
conversación, trescientos sesenta talentos de plata y ochenta talen-
tos de otras rentas" (2 Mac 4, 7-8). Una vez promovido a sumo
sacerdote, Jasón -así es como se llamaba aquel ambicioso- se empe-
ñó en helenizar a su país. Pero pronto fue suplantado por otro
pretendiente, un tal Menelao, que "logró ser investido del sumo
sacerdocio, ofreciendo trescientos talentos de plata más que Jasón"
(2 Mac 4, 24). Surgió la rivalidad, que llegó hasta la violencia y el
asesinato: el sumo sacerdote Gnías fue matado por instigación de
Menealo (4, 32-34). Los documentos de Qumran se hacen eco de
otros conflictos del mismo género en una época muy cercana a los
tiempos de Jesús; critican ásperamente a un sumo sacerdote, a
quien dan el nombre de "sacerdote impío" 5, reprochándo1e su or-

4. Cf. Heb 2, 9.10.14.18. En 4, 15 una frase paralela dirá: I "probado en todo


igual que nosotros, excepto en el pecado".
5. Comentario de Habacuc: 1 QpHab VIII, 8; IX, 9; XI, 4; XII, 2.
gullo, su ambición insaciable y sus"acciones abominables". Por su
parte, el historiador Josefa confirma estos juicios tan severos rela-
tando detalladamente algunos hechos escandalosos 6. Más adelante
tendremos ocasión de mencionar algunos.
En las costumbres de aquel tiempo el camino de acceso al sacer-
dacio era el de la ambición. La carta a los Hebreos rechaza este
camino y señala decididamente la dirección opuesta. Declara que,
lejos de intentar elevarse por encima de los hombres, Cristo tuvo
que renunciar a todo privilegio y descender hasta el nivel más bajo,
aceptando la semejanza completa con sus hermanos hasta compartir
sus sufrimientos y su muerte.
b) Esta manera de ver las cosas no se opone solamente a las
prácticas deplorables que deshonraban por aquella época al sacer-
dacio, sino que -un hecho más extraño todavía- se aparta también
de las perspectivas judías tradicionales, basadas en la sagrada escri-
tura. En vez de hablar de semejanza, los textos del antiguo testa-
mento insisten realmente en la necesidad de una separación. Para
llegar a ser sumo sacerdote había que someterse a una serie de ritos
de consagración, que diferenciaban claram~nte de todos los demás
hombres a aquel que Dios reservaba para su servicio 7: el baño
ritual, que precedía a la consagración sacerdotal, era un rito de
purificación y de separación; el cambio de vestido y la imposición
de los ornamentos sacerdotales expresaban una transformación y
una elevación; la unción con óleo perfumado significaba una im-
pregnación de santidad. Todas estas ceremonias establecían una
distÍmcia infranqueable entre el elegido de Dios y el común de los
hombres; a continuación era necesario mantener esta distancia con
todo escrúpulo mediante la observancia de reglas muy estrictas.
Entre las condiciones requeridas para el ejercicio del sacerdocio,
la ley de Moisés prescribía en particular la ausencia de toda enfer-
medad o defecto físico: "Ningún descendiente de Aarón que tenga
defecto corporal puede acercarse a ofrecer los manjares que se
abrasan en honor de Yahvé. Tiene defecto: no se acercará a ofrecer
el alimento a su Dios" (Lev 21, 21). El Levítico se hace especial-
mente insistente en este punto, ofrece una lista de enfermedades y
repite la prohibición hasta cinco veces en el espacio de siete versícu-
los solamente (21, 17-23). El historiador Josefa refiere un incidente

6. El libro XIV de las Antigüedades judías de Josefo, por ejemplo, está lleno
del relato de las luchas a que se entregaban los dos sumos sacerdotes Hircano y
Aristóbulo -dos hermanos- por hacerse cada uno con el poder. Véase también el
libro XX, arto 179-181,205-207,213.
7. Cf. Ex 28-29; 39; 40, 13-15; Lev 8-9.
que ilustra muy bien la importancia que se le daba a esta prescrip-
ción. El año 40 a. C. Antígono, rival del sumo sacerdote Hircano,
incitó a los partos a apoderarse de Jerusalén y a deponer a Hircano.
Tras el éxito de su empresa, los partos entregaron a Hircano enca-
denado en manos de su rival. Antígono -escribe entonces Josefo-,
"cuando Hircano se arrojó a sus pies, le desgarró personalmente
las orejas con sus dientes, para impedir que pudiera alguna vez
recobrar el supremo sacerdocio, aun cuando una revolución le de-
volviera la libertad; porque nadie puede ser sumo sacerdote a no
ser que esté exento de todo defecto corporal" 8. La última frase del
historiador se refiere evidentemente a la prescripción del Levítico,
que excluye de las funciones sacerdotales a todo individuo "defor-
me o monstruoso" (21, 18). En esta misma perspectiva, el Levítico
pone en guardia por otra parte contra todo contacto con la muerte:
el sumo sacerdote debe evitar absolutamente acercarse a un cadáver
y ni siquiera le está permitido llevar luto, ni siquiera por su padre
o su madre. La enfermedad física y la muerte parecían inconcilia-
bles con la santidad del Dios vivo. Preocupados de salvaguardar la
santidad del sacerdocio, los judíos fervorosos concedían la mayor
importancia al cumplimiento riguroso de todas estas separaciones
legales. Exigir del sumo sacerdote una asimilación completa con los
demás miembros del pueblo judío habría sido para ellos un contra-
sentido inconcebible.
Pues bien, resulta que nuestro autor expresa precisamente esta
exigencia y ninguna otra. No evoca ningún rito de consagración,
ninguna ceremonia de investidura, sino solamente el "deber" de
"asemejarse en todo a sus hermanos". No piensa ni mucho menos
en excluir las taras físicas o el contacto con la muerte; al contrario,
las incluye en el camino que lleva al sacerdocio: era preciso que
Jesús sufriera, era preciso que pasara por la muerte. ¡Qué cambio
de perspectivas! Resulta difícil imaginarse algo más radical.

3. Relación con la catequesis cristiana primitiva


¿Cómo pudo ocurriserle al autor de la carta a los Hebreos la
idea de un cambio semejante? Una comparación entre varios textos
puede ayudamos a responder a esta cuestión. Efectivamente, esta
frase de la epístola se aclara cuando la relacionamos con el pasaje
del evangelio en que Jesús resucitado explica a los discípulos de
Emaús los acontecimientos del viernes santo
a ) ¿ N o era necesario Por eso tuvo
b) que el Cristo padeciera que asemejarse en todo a sus
eso hermanos
c) y entrara así en su gloria? para ser sumo sacerdote ...

A la cuestión: "¿ No era necesario ...?", que sugiere una respues-


ta positiva, se hace eco en la epístola con la afirmación: "Por eso
tuvo que ... ". A la expresión "padecer eso" corresponde "ser sumo
sacerdote". De esta manera la formulación de la epístola se presenta
como una transposición sacerdotal de la proclamación evangélica
del misterio de Jesús. Esta transposición sacerdotal tiene un doble
alcance. Por una parte ilumina con un nuevo esplendor el misterio
que así se expresa: la pasión de Jesús se convierte en consagración
sacerdotal y la gloria de Cristo se convierte en la gloria de ser sumo
sacerdote (cf. 5, 5). Por otra parte hace sufrir una transformación
profunda a las ideas que entonces se tenían sobre el sacerdocio. La
consagración sacerdotal no se realiza por medio de ritos de separa-
ción, sino por la aceptación de una solidaridad total con los hom-
bres, mientras que la gloria del sumo sacerdote se define por la
posición actual de Cristo ante Dios y ante los hombres.
Se puede vislumbrar entonces que el cambio de las antiguas
perspectivas no ha sido el resultado de unas cuantas especulaciones
abstractas. Lo que ha sido determinante son los hechos. El autor
de la epístola ha centrado toda su atención en los acontecimientos
de la pasión y de la glorificación de Jesús y se ha dado cuenta de
que esos acontecimientos han realizado efectivamente todo lo que
intentaban obtener en vano los antiguos ritos de consagración sa-
cerdotal: establecer una mediación válida entre los hombres y Dios.
Esta comprobación es la que lo ha llevado a invertir las perspecti-
vas, es decir, a abandonar los preceptos de separación ritual para
insistir por el contrario en la exigencia de solidaridad fraternal.
a) Antes de profundizar en unos temas de tanta importancia
conviene asentar con mayor solidez la relación que acaba de afir-
marse entre la frase de 2, 17 y la expresión primitiva de la fe cristia-
na. Si el único argumento en este sentido fuera la posible relación
con un pasaje del evangelio de Lucas, esta posición seguiría siendo
incierta. Pero hay mucho más; en el propio texto de la carta nos
encontramos con los elementos necesarios para la demostración.
En efecto, su autor presenta claramente la frase de 2, 17 como
la conclusión del desarrollo anterior, en donde se definía la misión
de Jesucristo. Ese vínculo lógico está expresado por un adverbio
griego, othén, que tiene el sentido literal "de donde", y que indica
una deducción: "de donde se sigue que ...". La necesidad de hacerse
semejante a los hombres con vistas al sacerdocio es el resultado de
la misión asumida por Cristo tal como ha sido definida en 2, 16 Y
como se nos describe en todo el contexto anterior. Cristo "se ocupa
de la descendencia de Abrahán" a fin de abrir "a todos los hom-
bres" el camino de la salvación y de la gloria. 9
Como conclusión del párrafo que empezaba en 2,5, la afirma-
ción de 2, 17 se aplica por eso mismo a las dos fases opuestas del
misterio de Cristo -"padecer eso" y "entrar en su gloria" (Lc 24,
26)-, ya que el párrafo entero (Heb 2, 5-18) no tiene más tema
fundamental que la realización de estas dos fases. El autor piensa
en ellas desde el principio, cuando cita el pasaje del salmo en donde
se expresa la condición del ser humano mediante un contraste aná-
logo entre un rebajamiento y una glorificación: "Le hiciste por un
poco inferior a los ángeles, de gloria y honor le coronaste" (Heb 2,
7 = Sal 8, 6)
Comentando este texto, el autor observa efectivamente a conti-
nuación que vemos en Jesús su realización y que el rebajamiento
consistió para él en "padecer" su pasión:

A aquel que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús,
le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte
(Heb 2,9).

El sufrimiento y la gloria son también los dos temas de Lc 24, 26 y


se indican en griego con palabras idénticas o emparentadas entre
sí 10. Desarrollando más su pensamiento, el autor de la epístola em-
plea además otros términos. No habla solamente de sufrimiento,
sino también de rebajamiento, lo mismo que cuando Pablo insiste
en la humillación de Cristo (Flp 2, 8) y señala que "padecer eso"
(Lc 24, 26) significó de hecho "padecer la muerte" (Heb 2, 9). Por
otra parte, le añade a "gloria" las palabras "honor" y "coronado",
sacándolas del salmo que utiliza. 11
El versículo siguiente (2, 10) recoge, para expresar la primera
fase del misterio de Cristo la palabra "sufrimientos", esta vez en

9. Cf. Heb. 2, 9.10.14-15.16.


10. Doxa (gloria): Heb 2, 9 YLc 24, 26; pathema (padecimiento): Heb 2, 9 Y
pathéin (haber padecido): Le 24, 26.
11. Estas comparacionesno pretenden afirmar una relación de dependencia lite-
raria entre Heb 2, 9 (o Heb 2, .17) Y Lc 24, 26. La frase de Lucas está tomada
simplemente como un ejemplo cómodo. En otras partes se observa también una
estructura parecida, por ejemplo, en Flp 2, Ss.
plural. Para la fase gloriosa, eíautor utiliza un término nuevo, el
verbo griego téléioun, que significa "hacer perfecto". En lugar de
"sufrir eso y entrar en su gloria", tenemos: "perfeccionar mediante
los sufrimientos" (con Dios por sujeto y Cristo por destinatario de
la acción divina). Es ésta otra manera de evocar la glorificación.
Un poco más adelante (2, 14-15) tenemos una nueva variante:
en vez de hablar de gloria, el autor habla de victoria o, más concre-
tamente, de aniquilación del adversario y de liberación de los opri-
midos: Cristo tenía que "aniquilar mediante la muerte al señor de
la muerte, es decir, al diablo, y libertar a cuantos, por temor a la
muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud".
A través de la variedad de todas estas expresiones no resulta
difícil discernir en cada ocasión la misma pareja antitética de temas
fundamentales, con lo que nos vemos llevados a reconocerlo así
también al final, cuando se nos presenta una formulación sacerdotal
de esta misma idea. Al decir que Cristo "tuvo que asemejarse en
todo a sus hermanos", el autor pretende ciertamente reafirmar la
necesidad de la pasión -" era necesario que Cristo padeciera
eso" 12_ y, al poner como término de esa semejanza total con los
hombres la obtención del sacerdocio, quiere definir la gloria de
Cristo resucitado y dar a comprender que en el caso de Cristo
"estar coronado de gloria y honor" (Heb 2, 9) no significa otra
cosa más que convertirse en "sumo sacerdote" (Heb 2, 17).
Esta frase de la epístola presenta un aspecto antitético y hasta
paradójico, que constituye un parecido más respecto a las formulacio-
nes preced.entes. "Asemejarse en todo a sus hermanos para ser sumo
sacerdote" no resulta menos contradictorio a primera vista que humi-
llarse para entrar en la gloria o que morir para triunfar de la muerte.
Por tanto, se d~n unas relaciones muy estrechas entre la formu-
lación sacerdotal de Heb 2, 17 y la expresión tradicional de la fe
cristiana. El análisis del párrafo 2, 5-18 acaba de ofrecemos esta de-
mostración.
b) Pero sería un error limitar la investigación a este solo párra-
fo. Efectivamente, éste no constituye un todo completo. Se integra
en una exposición doctrinal más amplia, que comienza inmediata-
mente después del exordio de la epístola y se extiende de 1, 5 a 2,
18. Tal es el conjunto de esa parte más amplia que encuentra en 2,
17-18 su conclusión. Por tanto, conviene que tengamos de ella una
visión general, si queremos damos cuenta del movimiento de pen-
samiento que concluye con la afirmación del sacerdocio.
El tema que se anuncia al final del exordio (1, 4) es el "nombre"
que ha obtenido el Hijo como resultado de su intervención redento-
ra. En otras palabras, el autor intenta ofrecer una exposición siste-
mática de cristología. Resulta interesante ver cómo ha procedido:
va presentando con fidelidad los puntos principales de la predica-
ción cristiana, recurriendo a los textos del antiguo testamento que
tomaba como base desde el principio. Su exposición doctrinal se
divide en dos párrafos (1,5-14 Y 2,5-18), separados por una breve
exhortación (2, 1-4). El tema del primero es la gloria actual de
Cristo, entronizado alIado de Dios y establecido por este hecho en
una posición superior a la de los mismos ángeles. El tema del segun-
do párrafo doctrinal se refiere -como acabamos de ver- a la manerá
con que Cristo ha obtenido esta glorificación: sufriendo y muriendo
por sus hermanos. El orden que se adopta es un orden retrospecti-
vo, que parte de la situación presente de Cristo y la explica conside-
rando los acontecimientos anteriores. Esta misma disposición se en-
contraba ya, según el libro de los Hechos, en las primeras procla-
maciones del mensaje pascua!. 13
La predicación primitiva presentaba de ordinario a Jesús resuci-
tado como mesías hijo de David 14, recurriendo por consiguiente a
los textos del antiguo testamento que constituían la base del mesia-
nismo real. Nuestro autor procede también de esta manera. Para
señalar la gloria de que goza Cristo junto a Dios, se sirve de· los
oráculos davídicos. El primer texto que cita: "Hijo mío eres tú; yo
te he engendrado hoy" (Heb 1, 5a = Sal 2, 7) está sacado de un
salmo de entronización real que se aplica varias veces a Jesús en
el nuevo testamento 15. El segundo texto: "Yo seré para él Padre
y él será para mí Hijo" (Heb 1, 5b = 1 Crón 17, 13) es un extracto
de la profecía de Natán relativa al hijo de David, texto mesiánico
por excelencia 16. A continuación, el autor utiliza otro salmo real
que los targums aplican al mesías 17, y para concluir su primer pá-
rrafo cita el salmo 110, salmo de entronización real que, más que _
cualquier otro, ha sido explotado por la catequesis apostólica 18. La
aplicación de este texto a Cristo Jesús era tan familiar a los cris-
tianos que el autor ni siquiera ha tenido necesidad de explicitarlo
y ha omitido las primeras palabras del salmo 110: "Oráculo de

13. Heeh 2, 26; 3, 13; 5, 30.


14. Heeh 2, 30-32; 13, 22s; Rom 1, 3.
15. Heeh 4, 255; 13, 33; Le 3, 22.
16. 2 Sam 7, 14 o 1 Crón 17, 13; d. Le 1, 32s; Heeh 2, 30; Rom 1, 3.
17. Sal 45; Heb 1, 85.
18. Mt 22, 44 par; 26, 64 par; Heeh 2, 34; 1 Cor 15, 25; Col 3, 1.
Yahvé a mi señor", para citar inr~diatamente la frase decisiva que
le interesaba: "Siéntate a mi diestra ... " (Heb 1, 13 = Sal 110, lb).
Todos comprendían inmediatamente que se trataba de la glorifica-
ción celestial de Jesús, el rey-mesías.
En la segunda mitad de su exposición (2,5-16), el autor mani-
fiesta esta misma fidelidad a la tradición y sigue utilizando los textos
familiares. En efecto, comienza con una cita del salmo 8: "¿Qué es
el hombre, que te acuerdas de él? .., Todo lo sometiste debajo de
sus pies" (Heb 2, 6-8 = Sal 8, 5-6.7b), Es el mismo salmo que Pablo
aplica a Cristo poniéndolo en relación con el salmo 11019• A conti-
nuación, el autor cita un versículo del salmo 22: "Anunciaré tu
nombre a mis hermanos ..." (Heb 2, 12 = Sal 22, 23). El salmo 22
es el salmo de la pasión; antes de predecir la acción de gracias
triunfal de Jesús, expresa su abandono en la cruz y sus sufrimien-
tos 20. Finalmente, el autor utiliza otros dos textos que guardan rela-
ción con el mesianismo real. Uno está sacado del cántico de victoria
de David, cántico evocado por Lucas y citado por Pablo 21: "Pon-
dré en él mi confianza" (Heb 2, 13a = 2 Sam 22,3). El otro perte-
nece al "Libro de Emmanuel" (Is 6-12), rico en oráculos mesiánicos
y por eso mismo explotado en abundancia por el nuevo testamen-
to 22: "Henos aquí, a mí.y a los hijos que Dios me dio" (Heb 2, 13b
= Is 8, 18).
Así pues, hay que reconocer que en esta primera parte de su
epístola (1,5-2, 16) el autor reproduce fielmente la enseñanza tradi-
cional. La originalidad de su doctrina no se manifiesta más que al
final, cuando concluye su exposición (2, 17-18), y ésta consiste en-
tonces en dar a comprender de pronto que es posible pasar sin la
menor dificultad de la expresión tradicional del misterio de Cristo
a una expresión sacerdotal, igualmente válida. De hecho, al procla-
mar que Jesús es el mesías glorioso, entronizado como Hijo de
Dios a la derecha del Padre, y que por otra parte ha obtenido esta
gloria celestial muriendo por nosotros en la cruz, la predicación
cristiana ponía de manifiesto la doble relación -con Dios por una
parte y con los hombres por otra- que hace de Jesús glorificado el
perfecto mediador de los hombres ante Dios o, en otras palabras,
el sumo sacerdote perfecto. '

19. 1 Car 15,25-27; Ef 1, 20-22.


20. Sal 22, 2 = Mt 27, 46 par; Sal 22, 8 = Mt 27, 39 par; Sal 22, 9 = Mt 27,
43; Sal 22, 19 = Mt 27, 35 par.
21. Cf. Lc 1, 69; RaID 15, 9.
22. Cf. Mt 1,23; 4, 15s;Lc 1, 79; RaID 9, 33; 1 Pe 2, 8; 3, 14s.
e) Aunque reproduce la enseñanza tradicional, el autor ha te-
nido la habilidad de ir preparando progresivamente el cambio de
formulación. Y~ al final de su exordio, antes de evocar el asenta-
miento celestial de Cristo en una expresión que se vincula con el
mesianismo real (Sal 110, 1), ha utilizado una fórmula de género
sensiblemente distinto para recordar su intervención redentora: el
Hijo -nos dice- "llevó a cabo la purificación de los pecados" (Heb
1,3). Esto significa dar una forma cultual a una afirmación de la fe
que de ordinario se presentaba en términos existenciales: "Cristo
murió por nuestro pecados" (1 Cor 15, 3). Como es sabido, el
vocabulario de purificación es característico de las leyes rituales.
Preparada de esta manera, una de las citas que siguen deja per-
cibir ciertos acordes sacerdotales que se añaden a su tonalidad real.
Al rey del salmo 45 le dirige el salmista esta alabanza: "Amaste la
justicia y aborreciste la iniquidad" (Sal 45, 8 = Heb 1, 9). En el
contexto del mesianismo real estas palabras se entienden espontá-
neamente de una lucha arinada que el rey ha emprendido contra
los opresores. El rey "ciñe su espada" y cabalga hacia la guerra
"por la causa de la justicia" (Sal 45, 4). Pero aplicada al Hijo que
"ha llevado a cabo la purificación de los pecados", esta expresión
tiende en el contexto de la epístola a tomar un significado sacrifi-
cial, ya que se comprende que el amor de Cristo a la justicia y su
odio contra la iniquidad se han manifestado mediante la "purifica-
ción de los pecados"; pues bien, esta purificación se obtiene nor-
malmente gracias a la ofrenda de los sacrificios (cf. Lev 16, 30).
Entonces la conclusión de la exposición en 2, 17 puede expresar
con toda claridad esta perspectiva y señalar que la tarea de Cristo
consiste en "expiar los pecados del pueblo", lo cual es una tarea
sacerdotal. El verbo griego que se emplea está vinculado muy clara-
mente al vocabulario sacerdotal de expiación 23. El autor subrayará
a continuación que el papel específico del sacerdote consiste efecti-
vamente en eliminar el obstáculo del pecado (Heb 5,1-3), de mane-
ra que quede restablecida la comunicación entre los hombres y
Dios.
Si el amor a la justicia de que habla el salmo se manifestó por
la "purificación de los pecados", se sigue que la unción que se
evoca a continuación 24 podría comprenderse como una consagra-

23. La única diferencia estriba en que el autor de la epístola utiliza el verbo


simple hílask.ésthai en lugar del compuesto éxílaskésthai, utilizado con mucha fre-
cuencia en los rituales del Levítico con "el sacerdote" por sujeto (Lev 4, 20.26.31.35;
5, 10.13.16.18 ... ).
24. Sal 45, 8; Heb 1, 9.
ción sacerdotal tanto como de una consagración real. Se trataría de
la unción de un sacerdote-rey. Recordemos en este sentido que la
ley de Moisés no conoce la unción real, sino solamente la unción
sacerdotal, así como la del altar y la de la morada de Dios.
Perceptible ya en el primer párrafo (Heb 1, 5-14), esta orienta-
ción hacia el sacerdocio se va afirmando poco a poco en la otra
mitad de la exposición cristológica (2, 5-16). Al principio resulta
un tanto discreta. Es posible entreverla en la expresión "gloria y
honor", capaz de tener un sentido sacerdotal. En efecto, varios tex-
tos bíblicos celebran "el honor y la gloria" del sacerdocio 25. Es
verdad que el contexto del salmo que se cita en ese lugar describe
más bien una gloria real, la gloria que se le concede al poder:
"Todo lo sometiste debajo de sus pies" (Sal 8, 7 = Heb 2, 8). Pero
la aplicación que luego se hace de él a Cristo añade ciertos elemen-
tos que no se esperaban: "por haber padecido la muerte" es por lo
que Jesús ha sido "coronado de gloria y honor" (Heb 2, 9). Una
gloria alcanzada "por haber padecido la muerte" ¿es simplemente
una gloria real? Se puede pensar que no y en todo caso hay que
observar la profundización doctrinal que supone esta indicación.
Es ella la que domina en todo el párrafo siguiente (2, 10-18) y en
todo el desarrollo del tema sacerdotal.

4. Pro[undízacíón doctrinal
Las primeras formulaciones del acontecimiento del Calvario se
contentabañ con señalar el contraste de sus dos fases sucesivas:
muerte y resurrección, humillación y glorificación 26. Este es tam-
bién el caso del versículo de Lucas 24, 26 de donde hemos partido:
afirma la necesidad de los dos aspectos opuestos, el sufrimiento y
la entrada en la gloria. Su yuxtaposición sugiere una relación entre
ambos, pero no hay nada en la frase que señale su naturaleza. No
es raro que los traductores añadan entonces algo a dicho texto,
empezando por la Vulgata que, después de la conjunción et, inserta
un íta y presenta de esta forma la pasión como el medio que Cristo
tenía que utilizar para entrar en su gloria. La frase griega de Lucas
no dice nada de eso. La de Heb 2, 9, por el contrario, define con
toda claridad dicha relación: Jesús ha sido "coronado de gloria"
por causa de la pasión (día to pathema). Al aspecto de contraste
entre el sufrimiento y la gloria se añade una relacion de causalidad.

25. Ex 28, 2.40; cf. Eclo 45, 7-13; 50, 5-11.


26. Muerte y resurrección: 1 Tes 4, 14; 1 Cor 15, 3; Hech 2, 23s; 2, 36; 3, 15.
Humillación y glorificación: Hech 3, 13; 4, 11.
Esta presentación está de acuerdo con la del himno cristológico de
la carta a los Filipenses, que vincula de la misma forma la glorifica- .
ción de Cristo a su humillación voluntaria:

8 Se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz.
9 Por lo cual (día) Dios lo exaltó ... (Flp 2, 8-9).

La resurrección de Cristo no es únicamente la anulación de su


muerte, sino que es al mismo tiempo su consecuencia. La muerte
de Cristo produce el florecimiento glorioso de una nueva vida. El
himno de los Filipenses ilumina con una palabra esta paradoja indi-
cando que la muerte de Cristo fue un acto de obediencia; por eso
precisamente le valió ser glorificado por Dios. El contexto general
(Flp 2, 1-5) sugiere una explicación complementªria situando el
acontecimiento en una perspectiva de amor fraternal. Expresada en
términos diferentes, esta doctrina se encuentra de nuevo en la epís-
tola a los Hebreos, constituyendo en ella la base de la cristología
sacerdotal: si la muerte de Cristo produjo su glorificación de sumo
sacerdote, es porque fue un acto de obediencia filial para con Dios
y de solidaridad fraternal con los hombres. Estos dos aspectos son
inseparables, siendo el primero el que se impone al segundo. La
epístola ofrece más de una ocasión para profundizar en el uno y en
el otro.
En el texto que ahora nos ocupa (Heb 2, 5-18), su posición
recíproca es inversa a la que acabamos de observar en la carta a los
Filipenses: el aspecto que se subraya directamente es el de la solida-
ridad fraternal, mientras que el de la docilidad filial permanece en
segundo plano. Habrá que aguardar nuevos desarrollos 27 para que
este otro aspecto se ponga claramente de relieve. Aquí la docilidad
de Cristo aparece implicada solamente en la perspectiva general del
texto, en la que se señala claramente que la iniciativa corresponde
a Dios. Es Dios el que se preocupa de la suerte del hombre y el que
interviene activamente en su rebajamiento y en su coronación (2,
6-7). Es Dios el que, para llevar a cabo su designio, somete a Jesús
a una transformación dolorosa y glorificadora. Es Dios el que confía
a Cristo "los hijos" que se trata de liberar (2, 10.13). El autor indica
que Jesús respondió plenamente a esta iniciativa divina: "Henos
aquí, a mí ya los hijos que Dios me dio". Jesús tomó sobre sí todas
las consecuencias de la misión querida por Dios, incluída la muerte
(2, 14-15) Y de esta forma hizo lo que "debía" (2, 17), orientándose
desde el comienzo hacia el honor del Padre: "Anunciaré tu nombre
a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos" (Heb
2, 12).
De esta manera es como se hizo "digno de fe en lo que toca a
Dios" (2, 17). Lo vemos fácilmente: aunque el autor no utiliza aquí
la palabra "obediencia", es exactamente una actitud de adhesión
filial a la voluntad divina la que le atribuye a Cristo en todo este
párrafo.
Pero el tema que desarrolla explícitamente es el de la solidari-
dad de Jesús con los hombres, solidaridad que constituye el rasgo
fundamental del plan de salvación. Lo afirma con toda franqueza:

Por tanto, así como los hijos 28 participan de la carne y de la sangre, así
también participó él de las mismas (Heb 2, 14).

Trazada desde el comienzo del párrafo (2, 5-9), esta perspectiva


aparece en el orden mismo del desarrollo. Antes de introducir el
nombre de Jesús, el autor se ha preocupado ciertamente de recor-
dar las líneas esenciales del destino del hombre -<le todos los hom-
bres-, tal como se definían en el salmo 8. Destacando sobre ese
fondo, la existencia humana de Cristo .se muestra como la realiza-
ción exacta del mismo (2, 9). Cristo aparece plenamente hombre,
el único hombre en el que se ha realizado por completo la vocación
humana. Y el autor muestra que este éxito ejemplar está doblemen-
te marcado por el principio de solidaridad: por una parte, Cristo
no rechazó nada de la condición del hombre, sino que aceptó el
rebajamiento antes de acoger la coronación: su solidaridad ha sido
total. Por otra parte, es también universal, ya que ha sido en bene-
ficio de los hombres como Cristo llevó a su término el proyecto de
Dios sobre el hombre:

Le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte,


pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos (Heb 2, 9).

Volviendo en seguida sobre este punto, el autor descubre una


profunda coherencia en esta manera de llevar a cabo la salvación
del hombre:

28. La expresión "los hijos" (literalmente "los hijitos" = ta paidía) está sacada
de Is 8, 18 citado inmediatamente antes y designa en el contexto de la carta a los
Hebreos a los hombres confiados a Cristo por Dios.
Convenía en verdad que Aquel por quien es todo y para quien es todo,
llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento
al que iba a guiados a la salvación (Heb 2 10)

Esta frase tan sumamente densa resulta difícil de traducir, si se


desea mantener todo el dinamismo de la expresión griega. Lo que
aquí se evoca una vez más es el designio de Dios relativo a la mu-
chedumbre de los hombres: Dios se ha empeñado en conducirla a
la realización gloriosa de su vocación 29. El papel de Cristo se define
entonces en relación con este designio: tiene que ponerse a la cabe-
za del pelotón, a la vez como jefe y como pionero (archegos). Sin
él, los hombres no sabrían qué dirección tomar y se verían aboca-
dos a la perdición. Su papel consiste en abrir para ellos un camino
de salvación. Y esto no puede lograrse más que uniéndose a ellos
precisamente en donde están, es decir, en medio de una existencia
probada y dolorosa. Es esta misma existencia la que se trata de
transformar en camino de liberación. Por tanto, eso es lo que con-
venía realizar a Dios: servirse del sufrimiento inherente a la condi-
ción humana para llevar a Cristo al objetivo glorioso asignado al
hombre y abrir de esta manera a todos los hombres un camino de
salvacion. El principio de solidaridad juega en primer lugar en un
sentido para poder jugar luego en el otro. Cristo se hace solidario
de los hombres en el sufrimiento para poder comunicarles la gloria
que él adquiera a costa de esa misma solidaridad. Obtenida de este
modo, su gloria es verdaderamente la gloria del hombre de la que
nos habla el salmo, y puede por tanto comunicarse a cada uno de
los hombres.
Vemos, pues, que la gloria de Cristo se basa en la solidaridad al
mismo tiempo que en la obediencia filial. No es solamente la gloria
del Hijo plenamente agradable a Dios, sino también la gloria de
aquel que se hizo semejante a sus hermanos, conforme al designio
amoroso del Padre. Está claro que, al insistir en este punto, el autor
de la epístola no se aparta lo más mínimo de la catequesis primitiva.
No hace más que subrayar un aspecto manifiesto. En efecto, no se
puede recordar la pasión de Cristo sin atestiguar que padeció y que
murió como un hombre y, por otra parte, la predicación de la fe
consiste en proclamar que murió "por nosotros", "por la muche-
dumbre", "por todos" 30, y que de esta manera triunfó de la muerte.

29. En griego, el matiz "se ha empeñado en conducir" está expresado por un


aoristo ingresivo (apágonta).
30. "Por nosotros"; 1 Tes 5, 10; Rom 5, 8; "por la muchedumbre"; Me 10, 45;
14,24; Mt 20,28; 26, 28; cf. Rom 5, 19; "por todos"; 2 Cor 5, 15; cf. Rom 5, 18.
La novedad que introduce el autor consiste en observar que la
posición alcanzada de esta manera por Cristo corresponde a lo que
se esperaba de un sumo sacerdote: es una posición de mediador.
Digamos mejor: el autor no habla solamente de una posición que
alcanzar o de un camino que recorrer. Habla de una transformación
profunda que sufrir. Por su pasión Cristo quedó transformado y se
hizo sumo sacerdote cabal. Esta afirmación tan atrevida se abre
paso ya en 2, 10, en donde se utiliza a propósito del resultado de
la pasión un verbo griego en connotaciones: téléioun, cuyo primer
sentido -"hacer perfecto"- expresa una transformación. Esta trans-
formación se precisa en un sentido bien definido en la traducción
griega del Pentateuco, en donde téléioun designa siempre la consa-
gración sacerdotal. Así pues, al decir que convenía a Dios "hacer
perfecto" por medio de los sufrimientos al jefe y guía de la salva-
ción de los hombres, el autor da a entender que la pasión de Cristo
fue una consagración sacerdotal de un nuevo género. Es verdad
que esta alusión es fugitiva, pero se recogerá y se reforzará a conti-
nuación 31 y tendremos ocasión de volver sobre ella. La frase si-
guiente orienta nuestro pensamiento en la misma dirección, ya que
designa a Crito como "el santificador": "Pues tanto el santificador
como los santificados tienen todos el mismo origen" (Heb 2, 11).
Expresado en términqs de santificación, el principio de solidari-
dad se aplica aquí implícitamente a la mediación sacerdotal. Y este
principio es el que impera en toda la conclusión de la exposición.
Puesto que Cristo ha aceptado plenamente, según los designios de
Dios, la solidaridad con sus hermanos y ha llegado de este modo a
su entronización al lado de Dios, Cristo glorificado tiene que ser
reconocido como el mediador perfecto. Está unido íntimamente a
Dios en la gloria celestial y sigue estando estrechamente unido a
nosotros. Por tanto, está asegurada en él la comunión vivificadora
entre Dios y los hombres; es efectivamente sumo sacerdote. Llevan-
do más adelante su reflexión, el autor reconoce que el resultado
obtenido exigía los medios empleados. Para que el Hijo de Dios
pudiera convertirse en nuestro sumo sacerdote, el camino necesario
era el de una solidaridad completa con nosotros:
Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para '"ser
misericordioso y sumo sacerdote digno de fe en lo que toca a Dios,
en orden a expiar los pecados del pueblo" (Heb 2, 17).
Lejos de llegar sin preparación alguna al fin de una exposición
que no diría nada del sacerdocio, el título de sumo sacerdote se
presenta como la conclusión hábilmente preparada de todo cuanto
precede. Y es pr~cisamente este vínculo tan estrecho con la cristolo-·
gía tradicional lo que explica las distancias que se toman respecto
al antiguo testamento~ El autor ha centrado su atención en el aspec-
to esencial del sacerdote sin conceder ya ninguna importancia a
toda la organización ritual que parecía inseparable del mismo.
La insistencia en el aspecto de solidaridad con los hombres es
el resultado de una consideración atenta de la situación de Cristo.
En el antiguo testamento este aspecto necesario no retenía mucho
la atención, ya que el mayor problema consistía entonces en asegu-
rar la otra relación que se requería para el ejercicio de la,mediación/'
sacerdotal: la comunicación entre el sacerdote y Dios. No tenían
por qué preocuparse de vincular al sacerdote con los demás hom-
bres, ya que era patente su solidaridad con ellos. Se temía más bien \
el peligro de la unión completa, de la semejanza demasiado evidente i
en ciertos puntos que comprometían la relación del sacerdote con,
Dios. Era preciso de alguna manera olvidarse de que el sacerdote i
era solamente un hombre como los demás, miserable y pecador por
el mismo título que sus hermanos, ya que esto lo hacía indigno de
presentarse ante Dios. Por eso se insistía tanto en los ritos de sepa-
ración.
Pero en el caso de Cristo el problema era exactamente el contra~'
rio. La relación con Dios no presentaba ningún tipo de dificultades,
ya que Cristo era "el Hijo de Dios" (Heb 4, 14), "resplandor de su
gloria e impronta de su esencia" (1,3). Lo quesetratab~º~~~staºIe-!
cer era ,IDá8.-~bien._sureladón con los..l1orñ6¡es~'poreste lado la
sOJl(f;idad no estaba ni ~u~h;-';;;~n~~";dq~irida de antemano.
¿Qué es lo que había en común entre el Hijo de Dios y unos seres
carnales, vendidos al pecado 32? Era preciso hablar más bien de
distancia y de oposición radical. "¡Oh generación incrédula! ¿Hasta
cuándo estaré con vosotros?", exclama Jesús en el evangelio 33.La
solidaridad no era un dato primario, sino una realización por crear
con vistas a una misión que no podía realizarse sin ella. "El pionero
de la salvación" no podía efectivamente cumplir debidamente con
su cometido sin estar vinculado con los hombres de una misma
cordada. Tenía que compartir su naturaleza de carne y de sangre
(Heb 2, 14) y caminar al frente de ellos por su camino de sufrimien-
tos y de muerte, a fin de llegar a través de ese mismo camino hasta la
presencia de Dios y convertirse así en su vinculación viva con Dios.

32. Cf. Rom 7, 14.


33. Me 9, 19 par.
Queda una última observación que hacer, no carente de impor-
tancia, sobre las relaciones existentes entre el título de sumo sacer-
dote y la exposición doctrinal que lo precede. Esta observación es
el resultado de dos comprobaciones complementarias. Por una par-
te, las últimas palabras del exordio (1, 4) daban a comprender que
la primera parte de la epístola tendría como tema el "nombre"
recibido por el Hijo como resultado de su intervención redentora:
"después de llevar a cabo la purificación de los pecados", el Hijo
ha heredado un nombre muy superior al de los ángeles. Por otra
parte, la conclusión de esta misma primera parte (2, 17), que acaba-
mos de repasar, aplica a Cristo el título de "sumo sacerdote". ¿No
habrá que deducir de esto que para el autor de la epístola el nom-
bre recibido por Cristo durante su glorificación se expresa de ma-
nera admirable por el título de "sumo sacerdote"? A juzgar por el
dominio incomparable con que el autor compone su texto, se impo-
ne una respuesta afirmativa. Lo confirma además el análisis estruc-
tural de la epístola.
Al comentar las expresiones de Heb 1, 4, los exegetas se detie-
nen a veces en interpretaciones poco satisfactorias. Al no darse
cuenta de que la mención final del "nombre" anuncia toda la parte
siguiente, intentan definir dicho nombre según el contexto inmedia-
to y creen que es posible afirmar que se trata del nombre del
"Hijo" 34, Pero el sujeto de la frase es ya precisamente "el Hijo" (1,
2), ¿Qué sentido tendría decir que el Hijo ha heredado el nombre
de Hijo? Con mayor perspicacia, Westcott presentaba como proba-
ble una interpretación diferente: el autor intenta hablar del "nom-
bre que recoge en sí todo lo que Cristo es para los creyentes" 35,
pero para definir ese nombre Westcott limitaba su búsqueda al
"resto del capítulo" y en consecuencia solamente aceptaba los títu-
los de "hijo, soberano, creador y señor". En realidad, no es precisa-
mente en el final del capítulo 1 donde termina la parte de la epístola
que trata del nombre de Cristo, sino en el final del capítulo 2,
como demuestra un estudio metódico de la estructura de este tex-
to 36. El nombre de Cristo queda definido por dos clases de reIacio-

34. Así por ejemplo, O. MicheI: "Es geht hier im Hebr. um den Sohnesbe-
griff ... ", Der BrieE an die Hebriier, Gottingen 121966. 105; O. Kuss, "Den Namen:
Sohn" en Der BríeEan die Hebriier, Regensburg 21966, 31; J. Dupant, "FíJiusmeus
es tu"; RSR 36 (1948) 530-535.
35. B. F. Westcott, The epistole to the Hebrews, 3Londan 1903, 17.
36. ef. A. Vanhaye, La structure Jiuéraire de l'épftre aux Hebreux, 21976, 38 Y
69-85.
nes y no por una solamente. A su unión privilegiada con Dios, que
lo ha establecido junto a él en la gloria celestial (1, 5-14), Cristo
añade sus relaciones estrechísimas con los hombres, de los que se .
ha hecho solidario para siempre (2, 5-16). Tomar un aspecto pres-
cindiendo del otro es dejar lamentablemente truncada la doctrina
cristológica del autor de la epístola y desfigurar su enseñanza sobre
el "nombre" de Cristo, enseñanza que -como se ha visto- se mues-
tra fielmente conforme con la tradición apostólica.
Situado como conclusión de todo el desarrollo que va de 1, 5 a
2, 18, el título de "sumo sacerdote" corresponde a la vez a los dos
aspectos fundamentales del "nombre". Expresa al mismo tiempo la
glorificación ante Dios y la solidaridad con los hombres. Ninguno
de los otros títulos que se aplican a Cristo en el primero (1, 5-14)
o en el segundo párrafo (2,5-16) de la exposición posee este valor
de síntesis. Unos señalan la relación gloriosa de Cristo con Dios: es
el "Hijo", el "primogénito", "Dios" y "Señor"; los otros indican su
participación en el destino de los hombres: es "hombre" e "hijo de
hombre", "Jesús", "el guía de su salvación", su "hermano". Al con-
trario, "sumo sacerdote" nos da la idea de su doble relación, con
Dios y con los hombres, y evoca al mismo tiempo la pasión y la
gloria. Puede decirse entonces que este título resume y completa
todos los demás.
Pero hay que añadir que, al escogerlo para concluir su exposi-
ción, el autor obligaba a la cristología tradicional a franquear una
etapa decisiva. La hada pasar de las categorías del mesianismo real
a la del mesianismo sacerdotal. El mesianismo real había ofrecido
las primeras formulaciones de la gloria de Cristo. Jesús, hijo de
David, era proclamado rey-mesías. Dios le había glorificado y le
había concedido el trono de su padre David (Hech 2,30-36). Pero
¿era adecuada esta presentación real? ¿Correspondía plenamente
al misterio de Jesús? ¿No había motivos para criticarla y superarla?
De hecho, el acontecimiento del Calvario obligaba a la reflexión
cristiana a apartarse sensiblemente de la ideología real y a abando-
nar sectores enteros de este género de esperanza mesiánica. Para
defender o liberar a su pueblo, un rey tiene que recurrir a la fuerza
de las armas. Ha de ponerse al frente de sus tropas y cabalgar hacia
la guerra. El salmo 45, por ejemplo, invita al rey a tomar la espada
ya aplastar a sus enemigos. ¿Cómo enmarcar estas imágenes belico-
sas en la contemplación de Jesús "manso y humilde de corazón"
(Mt 11, 29), que se niega expresamente a tomar la espada 37 y se .
deja colmar de sufrimientos y cíe11Umilladones? No es imposible
ciertamente presentar la pasión como un combate, pero semejante
presentación tiene mucho de paradójica y no logra expresar los
aspectos más profundos del acontecimiento. Tampoco permite cap-
tar su coherencia interior. Para que Jesús pudiera ser proclamado
rey-mesías, ¿era realmente necesario que pasase por tantos padeci-
mientos? No parece que esto sea evidente. ¿La dignidad real exigía
por otra parte que fuera introducido en la intimidad de Dios? Se
puede pensar que no. Por lo menos hay que reconocer que Jesucris-
to es rey de una manera que se aleja mucho de la imagen ordinaria
de la realeza y que esa manera corresponde más bien a la realidad
del sacerdocio. El sacerdocio es una función de mediación y requie-
re por tanto una doble relación, tan perfecta como sea posible, con
los hombres y con Dios. Esta exigencia se realiza en el misterio de
Cristo y permite dar cuenta de este misterio mucho mejor que la
idea de rey-mesías. Los padecimientos de Cristo parecen necesarios
para llevar hasta el fondo su solidaridad con los hombres. Su glori-
ficación filial, que lo introduce en la intimidad del Padre, parece
necesaria para dar a su relación con Dios toda la perfección posible.
La presentación sacerdotal del misterio de Cristo ofrecía por
tanto grandes ventajas para una mejor formulación de la fe cristia-
na. El título de sumo sacerdote (archíéreus) estaba especialmente
indicado, ya que permitía conservar los elementos válidos del me-
sianismo real. En efecto, este título expresaba a la vez la idea de
autoridad (arche1 y la de sacerdocio (híéreus), pero insistiendo en
el sacerdocio. Por todo esto se comprende muy bien que el autor
lo haya preferido a los demás para definir el "nombre" obtenido
por Cristo. Otro pasaje de la epístola confirmará luego este punto
de vista. El final de la segunda parte (3, 1-5, 10) recoge con térmi-
nos solemnes la conclusión que sugiere el final de la primera (2,
17), declarando que la glorificación de Cristo después de su pasión
consistió para él en ser "proclamado por Dios sumo sacerdote"
(5, 10).
5
Sacerdocio y autoridad divina

Tal como se expresa en la frase que acabamos de analizar (Heb


2, 17), la afirmación del sacerdocio de Cristo no hace evidentemen-
te otra cosa más que introducir el tema. Los cristianos del siglo 1
que leyeron este texto por primera vez, sintieron ciertamente una
gozosa admiración ante él, pero debieron plantearse al mismo tiem-
po múltiples cuestiones. ¿Era verdad que Cristo tenía derecho al
título de "sumo sacerdote"? ¿E.r:L.91!és~.!ü;lg.hªJ:?!ª..q1!~.~m~º4erlo
exactamente? Hablar de esta forma, ¿no era caer plenamente en un
equívoco? En efecto, ¿qué relación podía haber entre el "sacerdo-
cio" de Cristo y la institución sacerdotal que todos conocían? Eran
otros tantos interrogantes que el autor de la epístola no podía elu-
dir; por otra parte, era perfectamente consciente de ellos y, si él
mismo era el que los había suscitado, es porque se sabía capaz de
responder a ellos . .§L!~.!!1ª_p.ri!!S:!2ª,Lº_~.~~lpredi<:ación-todos los
comentaristas lo reconocen- [lo.es más que la explicación .!!Hí§J2t2:.
~g_da del sacerdocio de Cristo;

1. El tema del sacerdocio en la estructura de la carta


Pero ¿dónde comienza esta explicación? Resulta importante
vedo acertadamente, si se quiere tener una idea exacta de la doctri-
na del autor. Pues bien, los comentaristas no se muestran de acuer·
do en este punto. Hay algunos que retrasan hasta el final del capítu-
lo 4 o el primer versículo del capítulo 5 el comienzo de la exposición
doctrinal sobre el sacerdocio ,de Cristo. Lo que los conduce a esta
actitud es la presencia a comienzü';"'del capítulo 5 de una descrip-
ción de "todo sumo sacerdote" (5, 1-4), de la que a continuación el
autor hace una aplicación al caso de Jesucristo (5,5-10). Impresio-
nados por este pasaje hasta el punto de quedar deslumbrados por
él, estos exegetas trazan en este lugar la línea divisoria entre las dos
grandes partes de la epístola, de la que solamente la segunda trata-
ría del sacerdocio. La primera parte estaría centrada por completo
en el tema de la palabra de Dios o de la revelación 1. Esta forma de
ver las cosas se manifiesta en los títulos y subtítulos escogidos para
expresar el contenido de los cuatro primeros capítulos, en los que
sería inútil buscar la más pequeña alusión al sacerdocio. 2
Se obtiene entonces un esquema del siguiente tipo 3:
1. La palabra de Dios 1, 1-4,16
II. El sacerdocio de Cristo 5, 1-10, 18
1. Descripción del sumo sacerdote
aplicada a Cristo: 5,1-10
2. Digresión: 5, 11-6,20
3. Prosigue la exposición sobre Cristo
sumo sacerdote: 7, 1-10, 18
Como es fácil de adivinar, esta presentación tiene sus conse-
cuencias para la interpretación de la epístola 4. El texto de 5, 1-10,
que ofrece una descripción del sumo sacerdote, se encuentra enton-
ces separado de la exposición anterior, de la que se piensa que no
contiene nada sobre el sacerdocio. Pero queda igualmente separado
de la exposición posterior sobre el sacerdocio (7, 1-10, 18) por una
larga exhortación que no tiene interés para este tema. Por consi-
guiente, queda aislado como cabecera de la "segunda parte princi-
pal", tal como la ven algunos autores, dando la impresión de ser un
texto-programa. Se siente uno inclinado a pensar que expresa la
concepción base del autor, que ofrece una definición del sacerdocio
suficiente a sus ojos.
Pero entonces surgen algunas anomalías. La definición, que se
presume completa, supone extrañas omisiones. M. Dibelius observa

1. Sobre los límites concretos que hay que dar a las dos partes no se muestran
de acuerdo estos autores. Unos ponen el comienzo de la segunda parten en 4, 14;
otros en 5, 1; el final se sitúa en 10, 18 o en 10, 31 o en 10, 39.
2. Véanse por ejemplo los títulos y subtítulos propuestos por R. GyIlenberg,
Die Komposition des Hebraerbriefes: SvExAb 22-23 (1957-1958) 145, o los de O.
Michel, Der Brief an die Hebraer, Giittingen 1966, 8.
3. Cf. R. GyIlenberg, art. cit., 141 Y 145-146.
4. Así lo he demostrado en Situátion et signification de Hébreux V, 1-10: NTS
23 (1976-1977) 445-456.
con extrañeza que no dice nada de la entrada del sumo sacerdote
en el santuario 5; la verdad es que ni siquiera menciona la existencia
del santuario; el tema de la casa de Dios está totalmente ausente de .
esta descripción. Otro silencio no menos sorprendente: no se evoca
"ningún ministerio de predicación" 6; el sacerdocio no parece tener
relación alguna con la palabra de Dios. Si nos atenemos a los títulos
escogidos, la palabra de Dios y el sacerdocio aparecerían en la epís-
tola como dos temas completamente distintos. Cuando el autor tra-
ta de la palabra de Dios, no habla del sacerdocio; cuando define el
sacerdocio, no habla para nada de la palabra de Dios. ¿Está justifi-
cada esta impresión? Si lo estuviera, se trataría de una laguna consi-
derable que costaría mucho trabajo explicar en el autor de la epísto-
la a los Hebreos, tan buen conocedor de la Biblia. Como hemos
visto, en el antiguo testamento las funciones sacerdotales no se re-
ducen ni mucho menos a la ofrenda de los sacrificios. El sacerdote
~ra al mismo tiempo el hombre del santuario el hombre de las
instrucciones lvmas. Tenía ciertamente e privo egio de poder en-
trar en la casa de Dios,7, .Qero era también aquel a quien se dirigían
para conocer la voluntad del Señor 8: ¿Ignorará quizás el autor de
la epístola estos aspectos tan importantes de la mediación sacerdo-
tal? ¿Tendrá acaso una idea demasiado corta del sacerdocio? ¿Apli-
cará a Cristo una concepción deficiente de las funciones sacerdota-
les? Estas cuestiones, cuya gravedad es fácil de percibir 9, se quedan
sin una respuesta satisfactoria cuando se hace comenzar en Heb 5,
1 o 4, 14 la exposición sobre el sacerdocio y cuando se excluye de
ella a los capítulos precedentes.
Pero ~~~ja}lj:~. Pt~§~l)tª~iºº.nº_~QIIl:":~l?()J!..cl~_D1JIllJ.<;:l:mmel)Qs
al textQ~-.lª-!,;.pístolª. Falsea las perspectivas definidas por el autor
y solamente se obtiene gracias a una especie de censura que se
ejerce contra su obra, una censura que suprime arbitrariamente las
primeras menciones del sacerdocio. De hecho, como ya hemos
constatado, no es al final del capítulo 4 cuando el autor introduce
el tema del sacerdocio, sino al final del capítulo 2, al terminar su
exposición sobre el nombre de Cristo (1, 5-2, 18). Y el título de
sumo sacerdote no aparece entonces por casualidad, sino que anun-

5. M. Dibelius, Der himmiísche Kultus nach dem Hebraerbriei TheoL Blatter


21 (1942) 8 (= Botschaft und Geschichte n, T übingen 1956, 171).
6. C. Spicq, L'épitre aux Hébreux n, Paris 1953, 129.
7. Cf. Núm 3, 38; Lev 16.
8. Cf. Dt 33, 8a.9b·lOa; Jer 18, 18; Mal 2, 7.
9. Entre otras consecuencias, tienen repercusiones directas sobre el concepto
que uno se hace del sacerdocio ministeriaL Pensemos en los debates del Vaticano n
sobre las relaciones entre la predicación y el culto sacramentaL
IIJ. Segunda exposición sobre el sacerdocio
de Cristo (aspectos específicos) 5, 11-10,39
-Llamada de atención 5, 11-6, 20 .
1. Orden sacerdotal nuevo 7, 1-28
2. Realización sacerdotal nueva 8, 1-9, 28
3. Eficacia sacerdotal definitiva 10, 1-18
-Consecuencias para la vida cristiana 10, 19-39
En esta estructura, el texto de 5, 1-10 encuentra su lugar al
final, y no al comienzo, de una primera presentación del sacerdocio.
Esta posición no le permite cumplir más que con una función limita-
da. No es posible, como se hace muchas veces, aislar este texto y darle
un valor de definición completa del sacerdocio. Al contrario, hay que
considerarlo como una descripción parcial, que viene a completar
una exposición que se ha hecho previamente. Por eso mismo, no hay
que extrañarse de encontrar en él ciertas lagunas, ya que sus limitacio-
nes corresponden a su situación. Antes de sospechar que el autor te-
nía una concepción insuficiente del sacerdocio, conviene destacar
primero con cuidado los elementos que presentó anteriormente.
La primera constatación que salta entonces a la vista es que el
autor indicó ya antes, en el mismo momento en que introducía el
título de sumo sacerdote, dos aspectos diferentes del sacerdocio
que expresó por medio de dos adjetivos. No se contentó con afir-
mar que Cristo se había convertido en "sumo sacerdote", sino que
precisó: éléemon kai pistos archíéreus, lo cual significa literalmente
"misericordioso y creíble sumo sacerdote" (2, 17). Estos dos califi-
cativos merecen retener nuestra atención, ya que el autor los repite
luego uno tras otro para explicar su sentido ..~:Iadje!ivº.Ri§.~ºs,~\l~.
algunos traduceJ:.Ulor "fiel" y que es preferible traducir por :creí-
ble" o por" digno de fe", vuelve a aparecer inmediatamente afCó-
mienzo~de la secCión Siguiente (3, 2.5) y dirige todo el desarrollo
que va hasta 4, 14, como se puede comprobar observando la fre-
cuencia de las palabras de la misma raíz o de sentido anólogo 12. En
cuanto al adjetivo éléemon, "misericordioso", se recuerda luego por
medio del nombre correspondiente éléos, "misericordia", al co-
mienzo de un segundo desarrollo que se extiende de 4, 15 a 5, 10.
Se le comenta entonces por medio de toda una serie de expresio-
nes 13. Vemos por tanto que, en el pensamiento del autor, los dos

12. Pístís, "fe": 4, 2; písteuéín, "creer": 4, 3; apístía, "indredulidad": 3, 12.19;


apéíthéía, "indocilidad": 4, 6.11; homoJogía, "profesión de fe": 3, 1; 4, 14.
13. Charís, "gracia": 4, 16; boethéía, "socorro": 4, 16; sympathéín, "compade-
~er": 4:, 1~; métríopathéín, "ser comprensivo": 5, 2; sazéín, "salvar": 5, 7; satería,
salvaClon : 5, 10.
cia una exposición que comienza ír;-mediatamente y que constituye
una nueva parte de la epístola (3, 1-5, 10). La frase inicial de esta
parte recoge cuanto antes el nuevo título cristo1ógico e invita solem-
nemente a los oyentes a "considerar" este tema:

Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, conside-


rad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe, a Jesús ... (Heb 3, 1).

Así pues, la consideración del sacerdocio comienza ya al princi-


pio del capítulo 3 y no al comienzo del capítulo 5. Es lo que ya
había reconocido en 1902 un exegeta holandés, F. Thien; esta mis-
ma constatación la hizo también L. Vaganayen 1940. Uno de los
mayores méritos de C. Spicq es haber apreciado este dato en su
debido valor y haber organizado en consecuencia la estructura de
su comentario 10. Por mi parte, he podido señalar todo un conjunto
de indicios literarios que confirman esta posición. 11
De la convergencia de numerosos datos se deriva entonces que
la exposición sobre el sacerdocio de Cristo se realiza en la epístola
en dos etapas sucesivas, que constituyen la segunda y la tercera
parte del conjunto. La segunda parte comienza en 3, 1 y acaba en
5, 10; la tercera parte comienza en 5, 11 y acaba en 10, 39. Estas
dos partes van precedidas .de una exposición general de la cristolo-
gía. Tenemos entonces la siguiente estructura:
I. Exposición general de la eristología 1, 5-2, 18
1. Cristo, Hijo de Dios 1, 5-14
-Exhortación 2, 1-4
2. Cristo, hermano de los hombres 2,5-18
II. Primera exposición sobre el sacerdocio de Cristo 3,1-5,10
(aspectos fundamentales)
1. Sumo sacerdote digno defe, por ser Hijo de Dios 3, 1-6
-Precauciones contra la falta de fe 3, 7-4, 14
2. Sumo sacerdote misericordioso, por ser solidario
de los hombres 4, 15-5, 10

10. F. Thien, Ana1yse de l'épftre aux Hébreux: RE (1902) 74-86; luego L. Vaga-
nay, Le plan de l'épftre aux Hébreux, en Memorial Lagrange, Paris 1940, 269-277.-
Cf. C. Spicq, L'épftre aux Hébreux I-II, Paris 1952-1953; M. M. Bourke, Epístola a
los Hebreos, en ComentarIOBíblico "Sanjerónimo", Madrid, IV, 319-313; A. Cody,
Hebrews, en A new catholic commentaty on holy Scripture, London 1969, 1220-
1239; P. Andriessen-A. Lenglet, De Brief aan de Hebreeen, Roermond 1971.
11. Cf. A. Vanhoye, La structure littéraire..., o.e.; Id., El mensaje de la carta a
los hebreos, Cuadernos bíblicos n. 19, Estella 1978.
IIJ. Segunda exposición sobre el sacerdocio
de Cristo (aspectos específicos) 5, 11-10,39
-Llamada de atención 5, 11-6, 20 .
1. Orden sacerdotal nuevo 7, 1-28
2. Realización sacerdotal nueva 8, 1-9, 28
3. Eficacia sacerdotal definitiva 10, 1-18
-Consecuencias para la vida cristiana 10, 19-39
En esta estructura, el texto de 5, 1-10 encuentra su lugar al
final, y no al comienzo, de una primera presentación del sacerdocio.
Esta posición no le permite cumplir más que con una función limita-
da. No es posible, como se hace muchas veces, aislar este texto y darle
un valor de definición completa del sacerdocio. Al contrario, hay que
considerarlo como una descripción parcial, que viene a completar
una exposición que se ha hecho previamente. Por eso mismo, no hay
que extrañarse de encontrar en él ciertas lagunas, ya que sus limitacio-
nes corresponden a su situación. Antes de sospechar que el autor te-
nía una concepción insuficiente del sacerdocio, conviene destacar
primero con cuidado los elementos que presentó anteriormente.
La primera constatación que salta entonces a la vista es que el
autor indicó ya antes, en el mismo momento en que introducía el
título de sumo sacerdote, dos aspectos diferentes del sacerdocio
que expresó por medio de dos adjetivos. No se contentó con afir-
mar que Cristo se había convertido en "sumo sacerdote", sino que
precisó: éléemon kai pistos archiéreus, lo cual significa literalmente
"misericordioso y creíble sumo sacerdote" (2, 17). Estos dos califi-
cativos merecen retener nuestra atención, ya que el autor los repite
luego uno tras otro para explicar su sentido ..El adje!!Y92i.s.t.Q§,.HIl~.
al~unos traducet.!....Por "fiel" y que es preferible traducir por :creí-
ble" o por" digno de fe", vuelve a aparecer inmediatamente afCó-
mienzo~de la secCión Siguiente (3, 2.5) y dirige todo el desarrollo
que va hasta 4, 14, como se puede comprobar observando la fre-
cuencia de las palabras de la misma raíz o de sentido anólogo 12. En
cuanto al adjetivo éléemon, "misericordioso", se recuerda luego por
medio del nombre correspondiente éléos, "misericordia", al co-
mienzo de un segundo desarrollo que se extiende de 4, 15 a 5, 10.
Se le comenta entonces por medio de toda una serie de expresio-
nes 13. Vemos por tanto que, en el pensamiento del autor, los dos

12. Pístís, "fe"; 4, 2; písteuéín, "creer"; 4, 3; apístía, "indredulidad"; 3, 12.19;


apéíthéía, "indocilidad"; 4, 6.11; homología, "profesión de fe"; 3, 1; 4, 14.
13. Charís, "gracia"; 4, 16; boethéía, "socorro"; 4, 16; sympathéín, "compade-
cer"; 4, 15; métríopathéín, "ser comprensivo"; 5, 2; sozéín, "salvar"; 5, 7; sOtería,
"salvación"; 5, 10.
adjetivos de 2, 17 corresponden a dOs aspectos fundamentales del
sacerdocio y que importa por consiguiente captar debidamente por
un lado el significado de cada uno de ellos y por otro los motivos
de su unión.

2. Sumo sacerdote digno de fe


Surge aquí una dificultad que viene a complicar el trabajo de
los exegetas y corre el peligro de obscurecer las perspectivas. El
adjetivo griego pistos, que expresa una de las dos cualidades funda-
mentales de Cristo sumo sacerdote, tiene varios sentidos posibles:
digno de fe, fiel, creyente. ¿Cómo hemos de comprenderlo en el
texto de la epístola? La frase de 2, 17 no nos permite dar a esta
cuestión una respuesta segura, ya que utiliza este término sin co-
mentario alguno. Pero en el párrafo siguiente (3, 1-6), el autor lo
recoge y desarrolla su pensamiento comparando en este punto a
Jesús con Moisés. Por tanto, según las reglas del método, los exege-
tas deberían partir de este párrafo para establecer el sentido del
adjetivo. Sin embargo, no es eso lo que hacen muchas veces. Esco-
gen generalmente un sentido para pistos cuando esta palabra apare-
ce por primera vez en 2, 17, aun cuando la frase no les ofrezca
entonces los elementos suficientes, y mantienen luego este sentido
en 3, 1-6, sin darse cuenta de que no está de acuerdo dicho sentido
con la orientación de estos versículos.
El sentido que escogen habitualmente es el de "fiel", que es
ciertamente un sentido posible de pistos. Y dicen entonces que
Cristo se ha hecho "sumo sacerdote misericordia y fiel" (2, 17). Se
invita a los cristianos a "considerar al apóstol y sumo sacerdote de
nuestra fe, a Jesús, que es fiel al que le instituyó, como lo fue tam-
bién Moisés en toda su casa" (3, 1-2). O. Michel explica que se
trata de la fidelidad al Señor a través de todas las pruebas y tribula-
ciones; C. Spicq habla de fidelidad en el cumplimiento de su mi-
sión: "Jesús cumplió su misión exactamente según las prescripcio-
nes divinas". Puesto que esta fidelidad se ejerció en el pasado, el
autor no vacila en introducir en el texto un verbo en pasado: "Jesús,
que fue fiel..." 14, siendo así que el griego tiene un participio presen-
te. Y como el texto expresa una relación entre Jesús y "el que le
instituyó", se piensa en su fidelidad a Dios.

14. S. Zedda, Lettera agli Ebrei, Roma 1967: "Gesu, il quale fu fedele a colui
che lo fece".
¿Era quizás esto 10 que quería decir el autor? Un análisis más
riguroso demuestra que no, con 10 que se le da la razón a la versión·
de la Traduction oecuménique de la Bib1e, que en vez de decir "fiel
para con Dios" pone "acreditado ante Dios" (acerédité aupres de
Dieu) (2, 17). En efecto, el autor no intenta hablar aquí de una
virtud practicada por Jesús en el pasado, sino de una posición que
posee actualmente. No toma pistos en el sentido de "fiel", sino en
el de "digno de fe". Invita a los cristianos a contemplar al Cristo
glorioso, entronizado alIado de Dios y por tanto plenamente "dig-
no de fe". Sólo esta interpretación conviene perfectamente al con-
junto del texto y sólo ella permite definir exactamente uno de los
aspectos fundamentales del sacerdocio que, si así no fuera, desapa-
recería del horizonte.
Hay que advertir ante todo que el sentido primero de pistos no
es el de "fiel", sino más bien, como señalan los diccionarios, el de
"digno de fe", "creíble" 15. Cuando el autor comenta pistos en 3,
1-6, es evidentemente este primer sentido el que tiene ante la vista.
En efecto, para comparar a Jesús con Moisés, utiliza un pasaje de
la Biblia griega (Núm 12, 7) en donde la palabra pistos significa
con toda claridad "digno de fe", y no "fiel". En contra de los testi-
monios de María y de Aarón, Dios proclama allí que Moisés se
encuentra en una relación privilegiada con él y que por eso mismo
es "digno de fe", "de toda confianza en mi casa". Nuestro autor
afirma que Cristo merece este mismo calificativo (3, 2) por un título
mucho mayor, ya que su posición en la casa de Dios es superior a
la de Moisés. 16
Las relaciones que existen entre Heb 3, 1-6 y Núm 12, 1-8, vale
la pena que retengan nuestra atención. Efectivamente, no se limitan
a una breve cita, sino que el autor de la epístola recoge exactamente
la misma perspectiva adoptada por el episodio del libro de los Nú-

15. Cf. M. A. Bailly, Dictionnaire grec-francais: "qu'on peut croire, digne de


foi"; Liddell-Scott-Jones, Greek-English lexicon: "to be trusted or believed"; W.
Bauer, Worterbuch zum NT: "Glauben oder Vertrauen weckend, glaubwürdig". El
sufijo -tos corresponde en griego al sufijo -able o -ible español: pistos significa
"creíble", lo mismo que horatos significa "visible". Por eso se utiliza frecuentemente
pistos para calificar a una palabra: "esta palabra es digna de fe ..." (l Tim 1, 15; 3, 1;
4, 9; Ap 21, 5; 22, 6) o también a un testigo (Ap 1,5; 2, 13).
16. El dativo que sigue a pistos en Heb 3, 2 no impone ni mucho menos el
sentido de "fiel". Se trata de un "dativo de interés". Los escasos ejemplos de dativo
con pistos en la Biblia griega tienen este sentido: d. Eclo 33, 3: ha nomas auto
pistos, que la Bible deJérusalem traduce atinadamente "la leyes para él digna de fe";
1 Sam 3, 20: pistos Samouel... to Kyrio: "Samuel estaba acreditado ante el Señor"; en
1 Mac 7, 8: piston to basiléi corresponde a 1 Mac 7, 7: andra ho piSteueis: "un
hombre que tiene tu confianza", y debe traducirse: "hombre de confianza del rey".
meros. Esta se caracteriza por la unión estrecha de dos temas: el de
la autoridad de la palabra y el de la posición en la casa de Dios.
Los dos temas entran en el esque!lla de la mediación sacerdotal que
establecimos anteriormente 17 y constituyen dos de sus elementos
esenciales. El sacerdote es admitido en la casa de Dios y gracias a
su contacto privilegiado con él está capacitado para hablar en nom-
bre de Dios con plena autoridad.
Esta es ciertamente la problemática que aparece en Núm 12,
1-8. El punto que critican María y Aarón es la autoridad de Moisés,
su papel de mediador de la palabra de Dios. "Decían: «¿Es que
y ahvéno ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado tam-
bién con nosotros?»" (12,2). El hecho decisivo que inmediatamen-
te después reduce al silencio a los contestatarios es la afirmación
que hace Dios mismo de una relación privilegiada entre Moisés y
él, relación que se expresa por la posición que se le ha dado a
Moisés en la casa de Dios:

Dijo Yahvé: Escuchad mis palabras: "Si hay entre vosotros un profeta,
en visión me revelo a él y hablo con él en sueños. No así con mi siervo
Moisés: él es de toda confianza (pistos) en mi casa; boca a boca hablo
con él, abiertamente y no en enigmas, y contempla la imagen de Yahvé"
(Núm 12, 6-8).

La autoridad de Moisés es superior a la de los profetas porque


Dios le ha honrado con una mayor confianza abriéndole todas las
puertas de su {:asa.
Si el autor de la epístola se refiere a esta tradición, es porque
tiene ante la vista una demostración semejante relativa a Jesús. Lo
que quiere afirmar es la autoridad sacerdotal del Cristo glorioso.
Lo presenta por tanto a los creyentes como el sumo sacerdote que
transmite la palabra definitiva de Dios y que tiene derecho a una
adhesión sin reservas. Que se ésta la orientación del texto es posible
constatarlo ya desde la introducción de este desarrollo (3, 1) y en-
contramos su confirmación en la exhortación siguiente (3, 7-4, 13)
y en la conclusión de la sección (4, 14).
Para introducir el tema en 3,1, el autor nos invita efectivamente
a "considerar al apóstol y sumo sacerdote de nuestra' fe, a Jesús".
Esta expresión pone en relación al "sumo sacerdote" y a "nuestra
fe". ¿Qué es lo que significa exactamente? No se la puede traducir
simplemente: "el sumo sacerdote en quien creemos", ya que el au-
tor no habla solamente de fe, sino de "profesión de fe" (griego,
omologías), que es algo distinto (cf. ROrn 10, 10). Algunos exegetas
han propuesto que se comprenda: "Jesús, al que declaramos nues-
tro sumo sacerdote en nuestra fórmula de profesión de fe"; pero
esta interpretación parece poco probable, ya que no se conoce
ninguna fórmula antigua de profesión de fe que aplique a Jesús
el título de sumo sacerdote. Por tanto, hay que ver más bien en
la expresión de 3, 1 la afirmación de un papel activo del sumo
sacerdote en relación con la profesión de fe. Como sumo sacer-
dote, Cristo nos habla en nombre de Dios y su palabra exige la
adhesión de fe y la hace posible. Por otra parte, como sumo sacer-
dote, Cristo hace llegar hasta Dios nuestra profesión de fe; "por
medio de él", es realmente con Dios con quien estamos unidos en
la fe (cE. 13, 15).
Para señalar mejor este sentido el autor ha hecho que preceda
al título de "sumo sacerdote" otra palabra, cuya aplicación a Jesús
resulta a primera vista sorprendente, pero que se ilumina si se ve en
ella una alusión a una frase de Malaquías (2, 7). En Heb 3, 1 se
llama a Jesús "apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión de
fe". Ningún otro autor del nuevo testamento aplica a Jesús el título
de apóstol. Utilizado en este lugar, va unido estrechamente al de
"sumo sacerdote"; hay un solo artículo para introducir estas dos
palabras. Por este motivo conviene explicarlo con ayuda del texto
de Malaquías, que se refiere al sacerdote y lo llama "mensajero de
Yahvé" a fin de subrayar su función de enseñanza y la autoridad de
su palabra:

Los labios del sacerdote guardan la ciencia y la ley se busca en su boca;


porque él es el mensajero de Yahvé Sebaot. (Mal 2, 7).

Para traducir la palabra hebrea equivalente a "mensajero" la Biblia


griega ha usado angélos, término que tiene efectivamente el sentido
primordial de "mensajero", pero que frecuentemente en los textos
bíblicos equivale a "ángel". Debido a esta ambigüedad, la traduc-
ción de angélos no convenía a nuestro autor, que acababa de de-
mostrar (en 1, 5"2, 18) que Cristo había heredado un nombre muy
superior al de los ángeles; por eso escogió otro término de sentido
equivalente, el de apóstolos, que no se prestaba a esta confusión. 18
Por medio de este título, el autor pone más de manifiesto en el
sacerdocio del Cristo glorioso el aspecto de transmisión de la pala-

18. ApóstoJos significa "enviado" y está por tanto muy cerca de angéJos, "men-
sajero".. En el nuevo testamento los "apóstoles" están encargados de anunciar el
"evangelio", el "buen mensaje" (eu-angélion).
bra de Dios y el aspecto de autoridad. Cristo, como dirá más ade-
lante, es el "que nos habla desde el cielo" (12,25). Convertido por
su glorificación en "portavoz y sumo sacerdote de nuestra profesión
de fe", nos revela nuestra "vocación celestial" (d. 3, 1) Y nos invita
a entrar en el descanso de Dios (cE. 3, 7-4, 11); exige para ello
nuestra adhesión de fe y nuestra profesión de fe. Tiene derecho a
ello, ya que es "digno de fe", declarado como tal por Dios mismo.
La orientación que trazaba la expresión inicial (3, 1) se ve luego
confirmada por la exhortación de 3,7-4, 13. El autor recoge en ella
las palabras del salmo 95 y se las dirige a la comunidad cristiana:
"Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones ... " (Heb 3,
7.8.15; 4, 7 = Sal 95, 7-8). En el contexto del salmo, la voz de que
se trata es la de "Yahvé", la de "nuestro Dios" 19. Por la forma con
que ha introducido su cita, el autor impone un cambio significativo
de interpretación. Hay que comprender que la voz que hay que
acoger ahora con una fe total es la de Cristo glorificado, establecido
." como hijo, al frente de la propia casa" de Dios (3, 6) y que habla
por tanto con la autoridad misma de Dios. .
Haciendo una síntesis de la exposición (3, 1-6) y de la exhorta-
ción (3, 7-4, 13), la conclusión de toda esta sección (4, 14) expresa
una vez más ~on energía el vínculo e~!~!e_fl!e._e.llt~e.la.autoridad de
la palabril_.Ysl~E,e.EdoSio~::E:L~Q!qEIecl!e.t:.cla(lue "te.!le.!!!()~_\lI1 sumo
sacerdote" y define con rasgos vigorosos su elevada posición: "~mi-
nente"L.:.'º,ªatravesado l()s cielos" y es "Hijo de Dios". pe este
modº- encuéntt:.~ fl.!!!4ª-J!1e..Il!Qla.ªllt()ridaclclesupalal)ra sace.rc1otal,ª
la gue hemos de.J:,e.sP~:)ficle.~P<:>!.,lltlª-ªsthe.§icJ.n
sitlle.se.r:vasy "!!!!lnt,e-
niendo firmemente nuestra profesión de fe,". La perspectiva es suma-
mente clara: presenta a Cristo como 'J;Q!!!2.~~~slote. ..cl!gQo de fe':.

3. Sumo sacerdote y casa de Días


En la breve exposición doctrinal deHeb 3, 1-610 que más llama
la atención del autor es la relación de Cristo sumo sacerdote con la
casa de Dios. Esta relación es la que define el nivel de su relación con
Dios y constituye por tanto el fundamento de su autoridad sacerdotal.
La palabra oíkos, "casa", aparece seis veces en este pasaje en el espa-
cio de cinco versículo s y ofrece la ocasión para expresar unos puntos
de vista muy variados. El autor pasa incluso tan rápidamente del uno
al otro que cuesta trabajo seguir su pensamiento.
Ya la primera formulación deja la puerta abierta a varias posibi-
lidades. El texto dice: "Jesús, que es digno de fe para el que lo
instituyó, .como lo fue también Moisés en toda su casa". ¿A qué
persona se refiere este adjetivo posesivo? ¿Hay que comprender "la
casa de Moisés", "la casa de Jesús" o "la casa del que ha instituído
á Jesús"? Por sí sola la gramática se presta a todas estas interpreta-
ciones y no nos permite decidir. Para iluminar el texto hemos de
referimos a Núm 12, 1-8, al que alude aquí el autor. Vemos enton-
ces que hay que excluir el primer sentido: en Núm 12, 7 no se trata
de la casa de Moisés, sino de la casa del que está hablando, es
decir, la del Señor. Queda por escoger entre "casa de Dios" y "casa
de Jesús". En Núm 12, 1-8 la palabra Kyrios, "Señor", repetida seis
veces, designa evidentemente a Dios. Se trata por tanto de "la casa
de Dios". Una frase ulterior de la epístola apoya explícitamente
esta interpretación al hablamos de Cristo como "sacerdote eminen-
te al frente de la casa de Dios" (10,21). Sin embargo, no hemos de
apresuramos en conceder la exclusividad a este sentido en la expli-
cación de nuestro texto, rechazando la otra posiblidad. Lo que si-
gue demuestra que nuestro autor desea más bien mantener al mis-
mo tiempo las dos interpretaciones. Para él la casa del Señor es
seguramente "casa de Dios", pero es también por más de un título
"casa de Cristo".
a) En el antiguo testamento la palabra "casa" (hebreo béth;
griego oikos) sirve para designar habitualmente el templo de Dios.
Su empleo en Núm 12, 7 establece una relación entre la posición
de Moisés y la de un sacerdote. Es lo que observa H. Cazelles a
propósito de este pasaje: "Quizás esta frase se refería al principio a
la estabilidad del sacerdote vinculado al santuario para comunicar
las leyes de Yahvé" 20. Pero al añadir la calificación "toda" ("digno
de fe en toda mi casa"), el texto del libro de los Números sugiere
una extensión del sentido: no solamente el mismo santuario, sino
todos los objetos y todos los personajes que se relacionan de alguna
manera con el santuario. Así es como lo comprendió el targum de
ünk.elos cuando, al parafrasear este versículo, no vacila en ver en
"mi casa" el equivalente de "mi pueblo". Pero el pueblo, recordé-
moslo, no puede ser llamado casa de Dios más que en la medida de
su relación con el santuario en donde Dios habita. Nuestro autor,
como veremos pronto, se muestra sensible a estos acordes.

20. En la edición en fascículos de la Bible de Jérusalem, Livre des Nombres,


nota sobre Núm 12, 7.
-
Antes de evocarlos, se preocupa de señalar que la relación entre
Jesús y Moisés no es solamente de semejanza -"Jesús digno de fe
como Moisés"-, sino también de superioridad. Y la superioridad
de Jesús se basa en su relación diferente con "la casa": .

Pues ha sido juzgado digno de una gloria en tanto superior a la de Moi-


sés, en cuanto la dignidad del constructor de la casa supera a la casa
misma (Heb 3,3).

Esta frase sugiere con toda evidencia que, a pesar de la autoridad


que se le había confiado en la casa de Dios, Moisés continuaba
formando parte de aquella casa; no se distinguía radicalmente de
ella. El caso de Cristo es diferente. Su autoridad es una autoridad
de constructor; se da por tanto un cambio completo de nivel.
b) ¿En qué se basa el autor para avanzar esta afirmación? No
nos costará mucho trabajo adivinarlo si recordamos las ideas desa-
rrolladas anteriormente y en particular la cita que se hizo al comien-
zo de la primera parte (1, 5) Y que está sacada del or~culo del
profeta Natán 21. Este oráculo se refiere por completo a la cuestión
de "la casa". Cuando David empieza a proyectar la construcción de
una casa para Dios, Natán viene a decirle que será Dios el que
construya una casa para él dándole un hijo que reine después de él.
Ese hijo dado por. Dios a David será al mismo tiempo hijo de David
e hijo de Dios 22. El oráculo termina con una última promesa divina,
cuya formulación en el primer libro de las Crónicas presenta ciertos
detalles int{}resantes. Recordemos de pasada que las Crónicas, de
composición más reciente, acentúan los rasgos mesiánicos del orá-
culo de Natán y constituyen por este motivo una fuente preferible
para los autores del nuevo testamento. Con toda probabilidad no
es a 2 Sam 7, 14 al que nuestro autor se refiere en Heb 1, 5 para
expresar la filiación divina de Cristo, sino a 1 Crón 17, 13, que
ofrece una imagen más idealizada del Mesías. El texto de 2 Sam 7,
14 considera efectivamente la eventualidad de fallos graves y serios
por parte del hijo de David; el redactor de las Crónicas se ha preo-
cupado de suprimir este detalle, que no está en consonancia con el
esperado Mesías Hijo de Dios. Esta es también la firme convicción
del autor de Hebreos 23. En la promesa final, a la que acabamos de
aludir, la diferencia de formulación resulta menos importante en sí
misma, pero guarda una relación más directa con nuestro texto.

21. 2 Sam 7; 1 Crón 17.


22. 2 Sam 7, 13; 1 Crón 17,12.
23. Cf. Heb 4, 15; 7, 25; 9, 14.
Mientras que en 2 Sam 7, 16 Dios le dice a David: "Tu casa y tu
reino permanecerán para siempre ante mí", en 1 Crón 17, 14 es
más bien el Hijo querido por quien Dios se interesa y declara a
propósito de él: "Yo le estableceré en mi casa y en mi reino para
siempre". En griego esta promesa dice: Pistoso auton en to oiko
mou, frase en la que se reconocen las expresiones utilizadas en
Heb 3, 2 y que significaba literalmente: "Lo haré digno de fe en mi
casa". Es perfectamente lógico pensar que el texto griego de 1 Crón
17, 12-16 constituye la base escriturística sobre la que se apoya
nuestro autor para presentar a Jesús como "digno de fe para el que
le instituyó ... en su casa" 24 y para vincular inmediatamente con
esta afirmación el tema de la construcción y un poco más adelante
el de la filiación 25, evocado ya explícitamente en Heb 1,5. Por este
mismo hecho resulta establecida también la vinculación entre el
mesianismo davídico y la cristología sacerdotal; ésta se muestra per-
fectamente capaz de recoger todo lo que es substancial en la doctri-
na tradicional dentro de una perspectiva de conjunto más y mejor
iluminada.
Para poner todavía más de relieve la gloriosa autoridad del sa-
cerdote constructor, el autor añade una observación que relaciona
esta autoridad con la gloria misma del creador: "Porque toda casa
tiene su constructor; mas el constructor del universo es Dios" (Heb
3, 4). Al dejar caer como de paso esta alusión, el autor de Hebreos
se muestra tremendamente sugestivo, aunque no resulta fácil preci-
sar el alcance de su pensamiento. ¿Qué relación quiere evocar entre
la casa de Dios y el universo entero? Y sobre todo, ¿qué papel
desea atribuir a Cristo? Sería demasiado largo discutir en detalle
las diversas interpretaciones posibles. Contentémonos con algunas
breves indicaciones. Lo que dice el texto no es que Dios lo haya
creado todo, sino que el que lo ha creado todo tiene que ser reco-
nocido como Dios. Su gloria es la gloria propiamente divina. De la
analogía que existe entre la acción de constJ;uir una casa y la acción
de crear el universo, resulta que el constructor de una casa goza de
una gloria análoga a esa gloria divina. Por tanto, su posición es muy

24. En Heb 3, 21a tradición textual oscila entre dos formulaciones: "en su casa"
o "en toda su casa". Los testimonios más numerosos están por la segunda fórmula,
que corresponde a Núm 12, 7 Y a Heb 3, 5. Pero puede preferirse la primera como
lectio diillcilior. Corresponde a 1 Crón 17, 14. Como esta alusión es menos fácilmente
perceptible, se tendía a corregir el texto para equipararlo a Núm 12, 7.
25. El tema de la construcción en Heb 3, 3b-4 está relacionado con 1 Crón 17,
12; el de la filiación en Heb 3, 6 lo está con 1 Crón 17, 13.
superior a la de la casa. De esta forma queda establecida la afirma-
ción del versículo 3 sobre el honor que se debe al constructor y se
percibe la función inmediata del versículo 4, que contribuye así a
demostrar que la credibilidad y la autoridad de Jesucristo superan
indiscutiblemente a las de Moisés.
Pero se dejan además descubrir otros aspectos que refuerzan la
demostración hasta el punto de hacerla deslumbtadora. Para quie-
nes recuerden las ideas ya desarrolladas anteriormente, la alusión
del autor abre perspectivas más profundas todavía. La gloria de
Cristo no es únicamente una gloria análoga a la gloria del creador,
sino que es esa gloria misma, ya que Cristo en persona es el "cons-
tructor de todo". Al comienzo de la epístola había sido ya procla-
mado como tal: "Tú al comienzo, oh Señor, pusiste los cimientos
de la tierra, y obras de tu mano son los cielos" (1, 10).
Hay que decir más todavía: la casa de Dios que él ha construido
no tiene que imaginarse como una simple composición del universo
creado -una composición que sería evidentemente inferior a todo
aquello de lo que forma parte 26_, sino que constituye en realidad
una nueva creación, de un valor mucho mayor que la primera. En
efecto, la primera creación tendrá que perecer 27, mientras que la
casa de Dios edificada por Jesucristo durará por toda la eternidad;
es "la herencia eterna" (9, 15), "un reino inconmovible" (12,28),
en el que son introducidos los creyentes.
El autor no se entretiene en desarrollar aquí esta doctrina; se
contenta con orientar a los oyentes en esta dirección y vuelve inme-
diatamente al texto de los Números para sacar de él otro argumen-
to. En el libro de los Números Moisés es presentado por Dios
como "su siervo": "No así con mi siervo Moisés: él es de toda
confianza en mi casa" (Núm 12, 7). En este contexto, como en
otros parecidos, el apelativo de "siervo" no tiene evidentemente
nada de humillante. Constituye por el contrario un título de honor,
ya que señala un vínculo personal con Dios. La Biblia griega se ha
esforzado en subrayar este matiz: en vez de utilizar la palabra dou-
los, "esclavo", ha escogido un término más noble, tbérapon, que
calificaba al hombre libre admitido al servicio de un personaje,im-
portante. Por consiguiente, Moisés ocupaba una posición envidia-
ble en la casa de Dios. Nuestro autor toma en cuenta este hecho y
señala con. qué fines se le ha concedido tal honor: se trataba de
"garantizar lo que iba a decir". Como se ve, la perspectiva es cierta-

26. Cf. Is 66, 1-2.


27. Heb 1, lIs; 12,26s.
mente la de la autoridad de su palabra. Pasando entonces al caso
de Cristo, el autor no tiene la más pequeña dificultad en mostrar
que su posición es más gloriosa todavía; efectivamente, es por su
título de "hijo" y no por el de "siervo" como Cristo ocupa un lugar
junto a Dios; por tanto, es diferente su relación con la casa:

Ciertamente, Moisés fue digno de fe en toda su casa como servidor, para


atestiguar cuanto había de anunciarse, pero Cristo lo fue como hijo, al
frente de su propia casa (Heb 3, 5·6a).

Por tanto, su autoridad es incomparablemente superior y su palabra


merece una atención y una adhesión infinitamente más honda.
c) Una vez llegado a este punto, el tema de la "casa" se enri-
quece de pronto con un nuevo acorde. El autor define la casa con
unos términos que nadie podía esperar. Proclama: "Su casa somos
nosotros" (Heb 3, 6b)
Al decir esto, pasa claramente a la concepción cristiana del
santuario. La casa oe Dios construída por Jesucristo no es un edi-
ficio material parecido al templo de Salomón. Es una construcción
de "piedras vivas" (1 Pe 2, 5). Adhiriéndose a Cristo, los mismos
creyentes se convierten en "el santuario de Dios". Esta doctrina
es ciertamente paulina 28, pero nuestro autor la presenta aquí bajo
una luz más viva, relacionándola con el sacerdocio de Cristo.
Como sumo sacerdote, Cristo es "el hombre del santuario" y 10
es con una plenitud de sentido que nadie podía imaginarse ante-
riormente. Su victoria sobre la muerte y su glorificación no signi-
fican únicamente que entrara él personalmente en la intimidad
de Dios, sino que también ha quedado con ello transformada ra-
dicalmente la situación religiosa de todos los hombres. Estos tienen
en adelante la posibilidad de convertirse en casa de Dios convir-
tiéndose en casa de Cristo. Para ello les basta con ser dóciles a
la voz de Cristo que los llama a la esperanza y con mantener su
adhesión a él: "Su casa somos nosotros, si es que mantenemos la
entereza y la gozosa satisfacción de la esperanza" (Heb 3, 6b). He-
chos "partícipes de Cristo", como dice un poco más adelante el
autor (3, 14), los cristianos forman una comunidad que es habita-
ción de Dios por un título mucho mejor que cualquier edificio
material. Esta transformación del tema de la "casa" estaba ya un
tanto preparado en el antiguo testamento y en la tradición judía.
Evocando el Exodo, un salmo invita a alabar a Yahvé porque "se
hizo Judá su santuario" (Sal 114;"'2). Y al comienzo de nuestra era,
la comunidad de Qumran tenía la ambición de convertirse en "la
casa de santidad para Israel, la sociedad de santidad altísima para
Aarón" 29. Pero la afirmación del nuevo testamento es más clara y
más fuerte todavía, ya que se basa en la glorificación de Cristo. Se
encuentra de nuevo en el texto sacerdotal de la primera carta de
Pedro, que tendremos que analizar más adelante. Las consecuencias
que de aquí se derivan para la manera de concebir el culto y la vida
cristiana tienen un alcance inmenso.
Notemos de momento que la insistencia que se pone en el tema
de la "casa" en este párrafo que presenta a Cristo como "el sumo
sacerdote digno de fe" cierra el camino a todas las concepciones
individualistas de la fe. Demuestra que la adhesión de la fe tiene
necesariamente dos dimensiones: pone al creyente en relación per-
sonal con Dios por la mediación de Cristo glorificado, pero al mis-
mo tiempo le hace entrar en una "casa", es decir, en una comuni-
dad animada por la fe. Estas dos dimensiones no pueden separarse
una de otra, ya que su unión define la mediación de Cristo, "sumo
sacerdote digno de fe en lo que toca a Dios" (2, 17), "digno de fe~..
en toda su casa" (3, 2). Querer encerrarse en el individualismo
religioso es apartarse de la mediación de Cristo. Vemos entonces
que el primer aspecto del sacerdocio de Jesucristo, que se expresa
en 3, 1-6, tiene también cierta relación con el segundo, que concier-
ne a la solidaridad fraternal (4, 15-5, 10).
d) Antes de pasar a este segundo aspecto el autor encuentra
una vez más la manera de completar el tema de la casa en un punto
importante: expresa su dinamismo escatológico en una larga exhor-
tación (3, 7-4, 14) que sirve de transición entre la primera y la
segunda exposición de 3, 1-6 y 5, 1-10. Utiliza para este fin una
formulación sacada del salmo 95, la de la "entrada en el descanso
de Dios". Entre el "descanso" y la "casa" existe una relación natu-
ral que la Biblia aplica en varias ocasiones al "reposo" y a la "casa"
de Dios. En el salmo 132, Dios declara a propósito de Sión, en
donde se encontrará su "casa": "Aquí está mi reposo para siempre,
en él me sentaré, pues le he querido" (Sal 132, 14). Poniéndose en
otra perspectiva, un oráculo del libro de Isaías replica que los hom-
bres pueden construir en la tierra una "casa" para Dios y ofrecerle
aquí abajo un lugar donde "reposar"; pero el verdadero descanso
de Dios no es terreno, sino celestial (Is 66, 1). La epístola a los
Hebreos adopta esta misma perspectiva'y se sirve del salmo 95 para
recordar a los cristianos su "vocación celestial" (Heb 3, 1). La rela-
ción de los creyentes con la casa de Dios encierra por consiguiente
varios aspectos: en ún sentido, los creyentes son ya desde ahora'
"casa de Dios" por el hecho de que pertenecen a Cristo (3, 6.14);
en otro sentido, todavía no han sido introducidos plenamente en la
casa de Dios, ya que todavía no disfrutan del '~descanso de Dios".
Cristo sí que goza de él (Heb 4, 10) y ha abierto para nosotros el
camino que conduce hasta él (4, 14); por eso precisamente es el
"sumo sacerdote" y un "sumo sacerdote digno de fe". Tenemos
que "escuchar su voz" cuando nos indica el itinerario que hay que
seguir para entrar definitivamente en la intimidad de Dios.
En todo esto se ve que sería una' equivocación pensar que el
autor de la epístola ha separado la palabra de Dios del sacerdocio
y que se ha olvidado, en el sacerdocio de Cristo, de la función
sacerdotal de enseñanza. Al contrario, es éste el primer punto en
que insiste. Cristo es "apóstol y sumo sacerdote de nuestra profe-
sión de fe" (3, 1). El aspecto de la autoridad de la palabra es el
primero que se desarrolla (3, 1-4, 14). A continuación es cuando
viene el aspecto de compasión sacerdotal y de ofrenda sacrificial (4,
15-5, 10), quedando por otra parte su eficacia subordinada a la de
la palabra, ya que el autor al terminar este segundo punto subrayará
la necesidad de escucbar dócilmente a Cristo para poder obtener la
salvación (5, 9); el verbo utilizado será byp-akouéin, emparentado
con akouéin," escuchar". Más inmediatamente necesaria, la media-
ción de la palabra presenta una relación más directa con la situación
actual de Cristo, tal como los cristianos la perciben en la fe. Mien-
tras que la pasión de Jesús es un acontecimiento del pasado, que ha
tenido lugar una vez para siempre (cf. 9, 25-28), la autoridad de
Cristo es una realidad presente. Cristo glorificado la posee y la
ejerce en la actualidad. Es ahora cuando habla a los creyentes como
sumo sacerdote celestial. Se comprende de,esta forma mucho mejor
que el autor haya querido comenzar su exposición precisamente
por este aspecto.
e) Dicho esto, es preciso reconocer que la insistencia en el
título de sumo sacerdote no es tan grande en esta sección (3, 1-4, 14)
como en la segunda (4, 15-5, 10). Esta diferencia no resulta difícil de
explicar. Se debe al hecho de que el primer al;pecto del sacerdocio
se desarrolla a partir de la figura de Moisés, mientras que el segundo
se expone a partir de la figura de Aarón. Pues bien, la Biblia aplica
a Aarón el título de "sacerdote" y no se lo aplica a Moisés. Por tanto,
tampoco podía insistirse en este título en la primera sección.
La verdad es que Moisés guardaba también cierta relación con
el sacerdocio. Pertenecía a la tribu de Leví y lo vemos ejercer las
más altas funciones sacerdotales-:O-Es él el que, al pie del monte
Sinaí, lleva a cabo los ritos del sacrificio que fundamenta la primera
alianza 30. Más aún, es él el que efectúa la consagración sacerdotal
de su hermano Aarón (Lev 8). Por tanto, puede decirse que Moisés
poseyó el sacerdocio antes que Aarón y con mayor plenitud que él.
Filón no vacila en llamarlo sumo sacerdote y en demostrar amplia-
mente las razones de este apelativo. Más fiel al texto de la Biblia,
nuestro autor se abstiene de atribuir a Moisés la dignidad sacerdotal
y hace recaer la comparación entre él y Jesús solamente sobre el
calificativo de "digno de fe en la casa de Dios", atestiguado en
Núm 12, 7. No dice entonces: "Considerad a Jesús que es, como
Moisés, sumo sacerdote digno de fe ... ", sino que indica: "Conside-
rad a nuestro sumo sacerdote, a Jesús, que es digno de fe como
Moisés ... ". Por eso mismo se veía obligado a no repetir ya luego el
título de "sumo sacerdote".
Pero su manera de proceder manifiesta con absoluta claridad
su empeño de tratar el aspecto de autoridad y de vincularlo con el
sacerdocio. Si el aspecto de autoridad de la palabra le hubiera pare-
cido secundario, se habría contentado con evocar la figura sacerdo-
tal de Aarón, que -a pesar de resultar extraña--.- no encierra aquí
este aspecto. Si, por el contrario, hubiera querido subrayar la auto-
ridad de Cristo sin preocuparse de la relación que guarda esta auto-
ridad con el sacerdocio, habría expresado inmediatamente el punto
de comparación con Moisés sin aplicar para nada a Cristo el título
de sumo sacerdote. De hecho, se ha esforzado en mantener juntos
estos dos elementos: "sumo sacerdote" y "digno de fe", ya en 2, 17
y luego en 3, 1-2, a pesar de la dificultad que suponía la compara-
ción con Moisés. De esta forma muestra la importancia que dedica
a su unión.
Para desarrollar el tema de la palabra, seguramente no podía
encontrar nada mejor que una comparación con Moisés. En efecto,
éste es en el antiguo testamento el mediador más prestigioso de la
palabra de Dios, aquel a quien se le reconoce la más alta autoridad.
Si una de las funciones más importantes de los sacerdotes era la de
consultar a Dios en nombre de los fieles y la de trasmitirles las
respuestas divinas para que pudieran dirigir su vida según ellas,
Moisés es en este aspecto superíor a todos ellos. Lo que él recibió
de Dios no son unos cuantos oráculos ocasionales, unas cuantas
instrucciones de circunstancias (tara en plural), sino la revelación
completa de los "caminos del Señor", la instrucción (tara en singu-
lar) incomparable, que regula la totalidad del culto divino y de la
existencia del pueblo. De él dependían en el fondo todos los sacer~
dotes, ya que fue él según Dt 31,9-13 el que confió a los sacerdotes
y a los ancianos la ley divina, ordenándo1es que la dieran a conocer.
Para definir bajo este aspecto la posición de Cristo sumo sacerdote,
era no solamente útil e iluminador, sino realmente indispensable
comparar su autoridad sacerdotal con la del primer dirigente del
pueblo de Dios. Y es 10 que nuestro autor no dejó de hacer en
nuestra primera sección, a veces mal interpretada, en donde presen-
ta a Cristo como" sumo sacerdote digno de fe".
6
Sacerdocio y miseria humana'

p"'ara ejercer el sacerdocio no basta con oc}!par ant~ Di.9~ºna .


po~i<:iºp.priyilegiada. ni c()n. pocl~thllº.1ll.t.~º.I1gIDºr~ de Dios; S~
necesita además estar estrechamente vinculado a los hombres. En
~fecto, la función del sacerdote consiste en realizar una mediación
eptre los hombres y Dios. Por eso nuestro autor no se contenta con
llamar la atención sobre la autoridad gloriosa de Cristo, sino que
añade a continuación la consideración de su misericordia:

15 Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de


nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en
el pecado,
16 Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de

alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo


oportuno (Heb 4, 15·16) .

Esta forma bastante pesada con que el autor pasa a este segundo
aspecto del sacerdocio corresponde a una intención concreta, la de
rechazar un posible error. La evocación del sumo sacerdote compa-
sivo va introducida por una doble negación: "No tenemos un sumo
sacerdote g,ue no pueda compadecerse ...". Se presenta de este
modo como un desmentido opuesto a una idea falsa que pudiera
hacerse de la gloria de Cristo y responde por eso mismo a las obje-
ciones que pudieran derivarse de allí. Inmediatamente antes el au-
tor había sacado un argumento de la posición gloriosa de Cristo
sacerdote para fundamentar su invitación a la fe:
Teniendo, pues, tal sumo sacerdott"que penet~ó los cielos -Jesús, el Hijo
de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos (Heb 4, 14).

En sí mismo, este argumento es perfectamente válido; la glorifi-


~ación celestial confiere a Jesucristo la autoridad sacerdotal má.s
_alta que es posible concebir. Pero entre esas pobres criaturas que
somos todos nosotros esta posición tan elevada podría provocar un
efecto disuasorio. ¿Es Cristo verdaderamente el sumo sacerdote que
nos..c-ºnv~'1e?j No está 'SítuaCIOdemasraáo'arrlbipa~ra guenos atre-
vamos a acercarnos a él? .¿~º.!!l())II1aginarnosque pueda acogernos
el.~'Bii9 deºí..<?~'~!-~nosotros que somos tan miserables? f... unas
~ciO!1~._ª~e.ste tipo es a rasgue el alltor responde afirmando
q!leE_~ª!iiig¡9-ql}s,~c:e.rslota!deCrist<?eI1c:ierEaun segundo aspec~
to, recisamente el de su extraordinaria ca acidad de aco ida mise-
ricor iosa.
Lo ue constitu e sacerdote a una ersona no es el rimer as-
R,ect_oo el se un o sino~lacon'uncióñCfe arñ1Jos.-Vjl'sacerd()te
acre it~.Q._~!l._-ª.J2r~§'~Qs;.1L~_ºj.Q~>..J?e.Iºª-iluienfaltase el vínculo
de solidaridad con JQ,s hQ...mb!.~.§..._ no est~Eia ya en disposición de.
a~udir a remediar su miseria. Y ar revés, un sacerdote lleno de.
~omQasión con sus semejantes, Í?ero que no fuese agradable a Dios,
tampoco podría intervenir de manera efiqz. Su compasión sería
estéril. Todo eJ valordeLsacriftcio de Cristo proviene de la perfecta
unión en él de estas dos clliiTiCIadessacerdotaIés,;.Cristo es "sum9
sacerdote misericordioso al mismo tiempo que acreditado ant~
Dios" (cE. Heb 2, 17). Y 10 ue ase ura esta unión tan erfecta e.~
lª--.maneramisma c~e ris o a a gUlridü' sú"posfCionglorlosa:
nO. ~ .. ~ ráñdose de.. loso' dem¡s~hºmbres;
,~~'x'~o . _ .. _ sIno-nevando
' 0
hásta el
••••• .,., ••••

f9c.lldosJ.lsolidaridad con ellos. Cristo llegó a su gloria actual por el


caffiíno-ae sí,l.RiSi2~:~-deCir·,-p'orercaml5Q' 'ae[~iiWiiiI~iitºY~dé
la muerte humana. Su gloria no es ni mucho ,!penos l~ gloria de la.
ambición satisfecha,=sino la_gloria del aIllor gene.~oso.. Estag1QxLa,
por consiguiente, 10 ..establece en la misericordia y .le concede 19S
medios para acudir en ayuda aeTÓshombie.~. Este es el punto que
el autor'se a
dispone démostraren esta segunda sección de su expo-
sición (4, 15-5, 10). El texto no es demasiado largo ciertament.e,
pero encierra una extraña plenitud.

1. Misericordia sacerdotal
De las dos frases de la introducción ya citadas, la primera -en
indicativo- afirma la capacidad de compasión de Cristo sumo -sacer-
dote; la segunda -en imperativo-invita a los fieles a sacar las con-
secuencias de esta situación. La autoridad sacerdotal de Cristo es .
estimulante en la misma medí'aa-qiie~su-mls'er1co¡:(Hasacerdotal e~-
atra¿tíva-:Laautoddad de su palabra asegura a la fe su firmeza; la
c~rteza .9~~ com~asi6!!.suscita el im2111~de su...s~:mfianza.
En estas dos ' rases se reconocen muchos de los términos ya
utilizados en 2, 17-18 para describir por primera vez el sacerdocio
de Cristo. Pero se advierten además algunas indicaciones sugestivas.
Entonces !!Q-1'~J!ªºJgJorIl111lªdgJodavía la invitación a acercarse;
constituye un progreso importante en la toma de conciencia de la
situación cristiana y se repetirá más tarde como conclusión de la
gran exposición central (lO, 22). El sacerdocio está hecho para ser-
vir. Nuesl!"o'al!t()t está bien convencido de ello; por eso no se que-
da en una exposición teó~ica, sino que liga constil.!!tementeentre, sí
l~exposición y la exhortación.
El calificativo de "misericordioso" (2, 17) se repite bajo una
forma distinta: nuestro sumo sacerdote es capaz de "compadecerse
de nuestras flaquezas" (4, 15). Al mens.!()l!~r:.':rlu_e~tgsJl~lg:l.lez~s:~
elllu~()r:"señala has~gué punto tenemos)!~f~idad de "misericor~
di~~ ayuda. Completa esta perspectiva añadiendo la palabra
"gracia": Ja misericorp!.a y1a ayuda que recibimos son favores gra-.
tllitQ~que proceden de la generosidad divina. Pero tienen al mismo
ti~mp.º.1l!lª..s:~mesi9n y una base muy humanas. ,En efecto, nos
vienen a través de la com asión de esús basada en la ex erien¿ia
directa de todas nuestras prl.leb;s~'Enue "pro a, o, ent~ ,olguaf
~ue nQ.~~~'_, El verbo "probar" (péirazéin);que-en-2';IS 'haW;¡
sido empleado ~I!a9r:ist.93 designaba por tanto las pruebas de Jesús
soportadas como acontecimientos del tiempo pasado, se encuentra
ahora~!l~J2.~n participio perfecto" expresancl0.el.resllltllcl()c!ura~
dero de los hechos pasados. Cristo posee ahora la experiencia de
nUestras dificultades; es unnombre probado; conoce desde dentro
nuestra condición hum~sTescomo ha'adqiílt1dü'unaprÜfuríd'il
capacidad de compasión. Parll-.P2ªc:!:E()lI!J2.11decer4e verdad ~~lIle-.
nester habeE-paa¡ftldo.
~propósito eTsemejanza de Cristo con sus hermanos (2,'
17), el autor añade aquí un detalle significativo. La semejanza se

(4, 15). º~_


extiende a todos los terrenos -nos dice-, "exce~to en .~LP..e..<:ilS!()~
este mocl.2._se_~!!.<::l.l~I1!r:llI!gj_sJtI!g!J:LºL<:rararnellte
prueba y el pecado, la ten.!!ción y la culpa. El hombr~ guep'a~-ª Qor
11}

~~ruebá se siente tentado a r~be!ll!~~_y~.~al~tar§.<2_p~().ºJ:i~l1tras


no cedt? en su empeño no tiene pecad0..Y..Ia...P.r:ueº-ª~e>....hll_c~~~§.
q~e 3;umentar su tem~:I~sús ha.2!,4.Q.E!.2pado.J.. tentado, pero no
ha pecado:....Estepunto tiene una ttllP2E!llQcia ...P!.!!!!Q!d!ll.1y.era
.índis-
~.!1~-ªbl~esp~cificarlo, ya que ciertos espíritus podrían imaginarse
lo contrario. De la necesid ad de la asimilación total de Cristo a sus
¡ hermanos se deduciría fácilmente que el mismo Cristo habría teni-
do que sucumbir a la tenta ción y habría cometido faltas. Pero sería
un grave error. Nuestro au tor no lo piensa así, ni mucho menos, y
lo dice con toda claridad. 1~~etirá más adelante todavía: Cristo_
es un sumo sacerdote "sa nto, in.o.c~HTt~inrootamina.dQ"(7, 26),
que se~;fr~~iÓ~~~ímismo a Dios como una víctima "sin tacha" (9,
14). ;oeso lo que procla man además los otros testigos de Jesu-
cristo. 1
¿No disminuirá esta aus encia de~~~<io_ll~solida!i<1~c:lA~~!!~()._
con los hombres? A prime ra vista se tiene a impresión de que es
así, pero un poco de reflexión basta para mostrar que se trata de
una il'H'L~9.~n efecto) _elpe cado no contribuye en nada a establece~__
una veiCladerasOlidartdad. 41
E()I!!,rario,es siempre un factor de_
divisi~n, ~a que encierra ,a cada uno en su ~oísmo. La auténtica
solidaridá con los pecador es no consiste enacer cómplice de sus
sino en llevar con ellos todo el eso del casti '0 ue de allí
<;:J.llpas,
se deriva. Jesús tuvo esa gen erosi a inau ita. E , el inocente,"Uev6
los pecados de la multitud' , 2 Tomó sobre sí la suerte de los hom-
bres miserables, más aún, e1~~p}i<;!QI~1~Iliani:~.<feJ()spe()ies,' cfimr
ci
nales (He6 12, 2).J)e 'aquí-
se sigue que en adelante ningún hombre\,~ .;:,
puede sentirse oprimido ~ una situaCión doIOrosaSíil enconÚar/ íJ'
al mismo tiempo a Cristo
Cristo v nosotro~uesi:ra~
en el lugar priy"il~.!3:c:l()cl~_º
~;B;~;'~¡~~ªI~~r~
ll~~.!F()~n<:lleE.!!Q.co_q_~l,
y_n9~2J~tp_ente
s.0n él, s~o m~onQi2,~_g1Ísm o, gracias a él.
Efectlvamente,. son las--ruebas deTaexistencia humana las ue
alieron a Cristo su posición actual junto a Dios: " e vemos corona~
. o de gloria y honor por haber padecido la muerte." (2, 9). Debido
su solidaridad con nosotros ha sido entronizado a la derecha del
adre. Por ese hecho, el trono de Dios, cuyo aspecto dominante
abía sido hasta entonces la santidad tremenda, se ha convertido
ara nosotros en "trono de gracia" (4, 16) Y nos vemos invitados a
acercamos a él "confiadamente" (parrésía). Esta palabra griega,
conviene observarlo, no expresa solamente un sentimiento de con-
,fianza, sino un derecho reconocido, una situación sólidamente fun-
·dada. resencia de "nuestro" sumo sacerdote a la derecha de
Dios ha transforma o e e<;ti~a.rI1e,ptepo!cotppJeto11l1~strasltuaCion
teHgiosa.

' 1. CE. Jn 8, 46; 1 Jn 3, 5; 2 Car 5,21; 1 Pe 1, 19; 2, 22; 3, 18.


2. Heb 9, 28; cf. 1 Pe 2,22-24; RaID 5, 6-8.
El autor no subraya aquí el cambio que ha tenido lugar. No
establece una comparación explícita entre el nuevo sacerdocio y el.
antiguo. S.!!.J2.!:.9"p.Q§!t:9~112~.~~~_rgº'!lt:l)tº.
hll~!.r s~~girlas diferen-
cj-ª§.:Su forma de expresarse nos permite sin em91!.rg2_per.sibirálgu-
nasde ellas, especialmente dos, que no carecen de importanciak
Rrimera se refiere a la relación con el pecado; la segunda, a la
~apacidad de compasión.
El anti uo testamento como hemos indicado no ensaba en
exÜiir e sumo sacer ote a semejanza con sus ermanos, sino gu~.
se preocupaba más bien de separado de ellos. Esto es más impresio-
nartte aún por el hecho de que no se afirmaba ninguna distinción
en un punto realmente capital: ni un solo texto requiere que el
Sllmo sacerdote sea exento de todo pecado. La ley exigía de él una
perfecta integridad física y la más rigurosa pureza ritual; precisaba
incluso que no podía casarse más que con una mujer virgen (Lev
21, 13-15); pero no prescribe en ningún lado que esté exento de
pecado. Al~~ntrario reveía ex lícitamente el caso inverso el de
U!L.~.~ sacer(fu.te que "pecase acien o cu pa . e a pue o'~ (Lev
4, 3). J;:nvez de pronunciar entonces sudeposición prescribía sim-
l

plt::m~gue ofreciera animales inmolados para remediar la situa-


ción paradójica de un mediador convertido en obstáculo entre el
p~eblo y Dios}. La hg;.!()!"g.º~L~acerdociodemostraba efectivamen-
te, ya desde el principi0l.la condición pecadora del sumo sacerdote:
Aarón se había dejado ~rrastrar a la idolatría y "atrajo sobre el
pueblo un gran pecado".!€J
Cabría ensar ue or ese mismo hecho de una fla ueza co-
lJlúñ, la capacidad de compasión debía estar inc uída~oI!tánea:
mente en el ideal sacerdotal del antiguo testamentQ. ~ero no es así.
Cómplice de los fallos del pueblo, Aarón no lo excusa, sino que
~cha sobre él toda la culpa (Ex 32, 22-23), imitzmdo en esto la
conducta de Adán después del primer pecado (Gén 3, 12). ¡Vemos
entonces muy bien que el pecado no establece ni mucbo menos
una corriente de solidaridad! La continuación de la historia de-
. muestra por otra parte que ~n .el antiB.!!~testamento la actitud de
misericordia con los pecadores J2a!ecí~on elsa~erdo-
cio. En efecto, gracias a una intervención llena de ,t;igores como la
tribu de Leví vio cómo le otorgaban el sacerdocio(5.¡Acudiendo a la
llamada de Moisés, LQ.~Jevitª~.s.e.en~afiªrQJ1CQnJosjdólatras, matán-
dolos sin piedad, y Moisés entonces les dijo: "I::tQY_Q~habéisgªl)ªdQ

3. Lev 4 3; 9, 7; 16,6.
J

4; Ex 32, 1·5.21·24.
5. Ex 32, 26-29.
la investidura como sacerdo!~.~_Q~] ahY~l_ª-_<;Q.!>.t¡LQ~ __Y.);!~mQshijos
y vuestros hermanos ... " (Ex 32, 29). Se cuenta un episodio de Pinjás
que, por haber traspasado con su lanza a un israelita infiel y a su
cómplice, obtuvo la promesa de un sacerdocio perpetuo 6. En la
bendición que se dio _ª_1evC~12.ª-c~fººci.Qse.basa en la ruptura de
t()Q.os los vínculos familiares: "[)i.jº_º~_~!.L12J!º!~y.ºe§1JIlladre;
«No los h~ vi§1m>~_Nºr~C:ºINC.s:ams ..ht:;rm-ª!lQ.§yasq~h~jºs ignora"
(Dt 33, 9). Estas tradiciones muestran con toda evidencia que, .ffi
la concepción antigua del §ªcerºoc:iº.L~ºda la atención se centraQi
~n la relaClón entre el sacerdote y DIOS i. ,Y §~ .t~l)ía la ImpresIÓn de
qu:eer~ClIIlieIltº.de.estas rt:;lac.rQpest:;xigía la ruptura de tddos
los vínculos humanos-v el rechazo de toda compasióp. ~_n tie!p.l?-0s
d~Iesucristo ,este ideal sacerdotal seguía plenamente vigente como
en los tiempos antiguos. Incluso se había impuesto con un renova-
do vigor durante la rebelión de los Macabeos, que había comenza-
do precisamente por un episodio parecido al de Pinjás; llevado de
un furor sagrado, eLs~s.:~r-ºº!~Matatía.§_habfaIl111~ac:l()aun judío
id{>hJ,tg: "Emuló en ~l!-celo porJllJ~~esta de Pinjás" (1 Mac
2,26).
Se da.!!p contraste absoluto entre esta orientación tradicional y
la imagen que el autor de Hebreos prQQone a Cristo, sumo sacerdo-
te compasivo, Es verdad que pueden encontrarse en el antiguo tes-
tamento ciertos elementos que preparaban esta innovación. El libro
de los Números habla de una intervención de Aarón -suscitada por
Moisés-, que logró preservar del exterminio al pueblo que se había
rebelado 8, Pero ni siquiera este texto nos habla de compasión. Por
tanto, no es aquí donde nuestro autor encontró su inspiración. ¿De
dónde le habrá venido? Lo descubrimos con facilidad si repasamos,
dentro de su contexto, los versículo s que anunciaron esta sección
(2, 17-18) Y si consideramos luego la forma con que se desarrolla
este tema en 5, 7-8. <:;"ont~Il12.Iª!ld()a Jesús en su pasión es como
pudo nuestro autor for'arse una ima en nueva del sacerdocioy
c:omo se vio eva o a pone~imer p ano un aspecto que ast.ll
entonces no había llamado la atención.

2. Una descripción del sumo sacerdote


Las dos frases de 4, 15-16 sirven de introducción a una exposi-
ción doctrinal que ocupa todo el resto de la sección y que se divide

6. Núm 25, 6-14.


7. Cf. Ex 32, 26; Núm 25, 11.
8. Núm 17, 1-15; cf. Sab 18,21-25.
claramente en dos partes: primero, una descripción general relativa
a "todo sumo sacerdote" (5, 1-4); luego, una aplicación al caso
particular deJesucristo (5,5-10) que leeremos en la sección siguiente:

1 Porque todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y está


puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer
dones y sacrificios por los pecados; 2 y puede sentir compasión hacia los
ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. J Y
a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual
que por los de! pueblo. 4 Y nadie se arroga tal dignidad, sino e! llamado
por Dios, lo mismo que Aarón (Heb 5, 1-4).

Esta descripción general comprende ~~mg~. sucesivos.


EljPnmero reñala a) la doble relación d!:;;I...s.JJ.W.9.....§.m9..o.tk
con los
hombres y con Dio~, añadiendo a continuación b)la funciónHsªcri-
ficial de expiación: "Porque todo sumo sacerdote a) es tomado de
entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que
se refiere a Dios, b) para ofrecer dones y sacrificios por los peca-
dos".
conE~~-:-e~-~-;-_t~:-r!-~-le-:-_;-_;-i~-~d~~~~~Z&;~~~~f:'
El sumo sacerdQte es~paz de sentir compasión hacia los ig-
norantes y extraviados por estar también él envuelto en flaqueza, y
Q2}.acausa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados PIQ-
Qios i ua~Q.Q!JQ~ del puebI9:'.
El tercer element vuelve una vez más sobre las relaciones con
Dios para observar a propósito de ellas: "Nadie se -arrogat:aLdig- .
nidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón". i
Dejándose guiar por una.l?rimera irgpresión, muchos comenta-I'
dores presentan esta descripción como una definición completa del
s.ac~r_<;LQfiº, .. u.'e.".,p"''''''A~!M •.,.",L<QPdicion",
q. neo"",i" P""
serun J2.~l:f~.s:to J?-º.ntífice" 9. Y a hemos visto anteriormente que no
.es así. No cabe duda de que este. texto se aplica a "todo sumo sa-
cerdote", ~ero no se sigue de esto que contenga todos los rasg.QJ> i
f!1n~tamentalesdel sacerdocio. Resulta fácil ver, por el contrario, ¡
que el autor se atiene aquí a un solo punto de vista bien determi-
nado, dejando de lado otros aspectos que no se relacionan con él.
Este punto de vista es el que quedó definido en las frases de la in-
troducción, las cuales -como acabamos de comprobar- insisten en

9. Cf. C. Spicq, L'épitre aux Hébreux, o.e. II, 105; R. Gyllenberg, Die Kom-
position des Hebriierbriefes: SvExAb 22-23 (1957-1968) 141; D. Bertetto, La natura
del sacerdozio secondo Hebr 5, 1-4 e le sue realizzazioni nel nuovo testamento: Sal
26 (1964) 395-440.
el tema de la misericordia sacerdotal; evocan la capacidad de com-
pasión que se deriva de unª ..P!Lt1i~.ÍJ?ª.<;iºnp_eX1:'º1l.aLkIJJas.
PtlJebas
de 1.~~j.~t~ºgª_b_ºillªº-ª:Jea_d~.§<:IipciQ.ºd.elsª<::erdºdºqlJese hace
en 5, 1-4 recoge con toda fidelidad esta perspectiva particular. La
conjunción que se pone al comienzo de la frase (gar, "porque")
señala esta conexión e indica que el autor intenta justificar aquí su
invitación a la confianza.

a) Primeros rasgos
De hecho, subraya inmediatamente ya en el primer elemento el
doble vínculo de solidaridad que existe entre el sumo sacerdote y los
hombres. Tanto por su origen como por su destino, el sumo sacerdo-
te está estrechamente unido a los demás miembros de la familia hu-
mana: ha sido "tomado de entre los hombres" y ha sido "puesto en fa-
vor de los hombres". Es un hombre, pue.stº.ªLservkiQdeJoshom-
b~El otro aspecto de la mediación sólo aparece a continuación,.sin
eSf>~ciali!lBstenci&.para precisar et§ectºr_ell.dQ!lsl~~s~_ei~r<:.e_elseKYi:
cio.§a.f~...d..9J!!L"
en 10fIge se t~ijere ª12io~". En el antiguo testamento,
por el contrario, sólo interesaba este segundo aspecto; se trataba de
ser sa~e!:dºJ~,Q{lraljios lO. No se cuidaban de especificar que el sacer-
dote ha sido puesto para los bombres. Esto quedaba más bien implí-
¡cito. Nuestro autor, por su parte, lo afirma con claridad.
Su manera de hablar a continuación de las funciones sacerdota-
les r~~~t;mffimaorIeñtaCiÓn. En su texto opta por insistIr Ííni-
camente en la función que corresponde a la necesidad humana más
grave. No habla -como ya hemos indicado-- de la entrada del sacer-
dote en la morada de Dios, ni de la transmisión de los oráculos de
Dios, ni siquiera de las ofrendas que se hacen para dar· gracias a
Dios, sino que_~elimLtªJ';§tric:m.m~m~ªlª.~vocación de un solo gé-
nero d~~ª.fr!fkiº~Jº§Qe ..expiación, sin especificar siguiera a guiéq.
se ofrecen: eLs.~Ee.~<IoJ:e.ba sido puesto "para ofrecer dones y sacri:
ficios por los pecados". La situación concreta del hombre estt!!1.ª~-
c.ada..QQ!:.Ji.Q
debiliiªf;tYJl_l!.!!!..alic!ª:.1.(;U:~!i!!1.e.!2qll~.hªy
.91le.hac:er
eSPQlleLJe1..TI.e.diQ.
ª_ellQ>soQIe_toºQ.t.eI1ieI1ººenclJenta .que esta de-
bilidad .y-.estamalici-ª..CoillÜtI!Y~JLtª1!!ºi~!lel.ºº-sJ.á~ulº.mª§1teme!l-
do "en.lQ_9I!e.se_l"efieE.ª.QiQ.s".La !are-ª.mási1..TI.PQXta!!Jedesacer-
ºote"cl1favQrde los hombres" es por tanto la <1e.ofrecersacrificios
¡de expiación. El autor lo señala así utilizando, por primera vez en
ila epístola, el vocabulario técnico del ritual.
b) Solidaridad sacerdotal
Este detalle que ha indicado en el primer elemento de su des-
cripción le permite al autor insistir todavía más en el segundo ele-
mento (5, 2-3) sobre el aspecto qe solidaridad. S~JIllI~§tr:ª~~tlton<:es_
lo suficientems;pte fulJiU~ª-tª-.~_llC.211t!"ªt:.~-tl.~LrÜI,l_aJ}'!!ismo
del anti-
guo.~~t_ªmento un testimonio de llle:QlIllltliclacl_cledestinQ que vin-
culaba al sacerdote con el pueblo. Con esta finalidad su atención se
dirige entonces hacia las prescripciones del Levítico en materia de
expiación. Cuando el Levítico habla de los sacrificios que hay qué
ofrecer por los pecados, no tiene en cuenta solamente los delitos
cometidos por "uno cualquiera del pueblo" (Lev 4, 27), sino tam-
bién -y en primer lugar- el caso en "el que quien peca es el sacer-
dote del pueblo" (Lev 4,3). Se le ordena a éste entonces que ofrez-
ca un sacrificio por su propio pecado. Lejos de quedar reservado
para unas situaciones excepcionales, este género de sacrificio ocupa
regularmente el primer lugar en la ceremonia de entrada en funcio-
nes del sumo sacerdote: antes de cualquier otra ofrenda,- Aarón
tiene que ofrecer por sí mismo un sacrificio por el pecado 11. Esta_
misma regla vale también para la gran liturgia anual de la expia-
ción 12. Nuestro autor subraya este dato bíblico indiscutible: el.
sumo sacerdote "debe ofrecer por los pecados propios ig.lJ-ª.LCULe
p-ºLl~dt4. pueQlo" .. Reconoce en esto justamente la prueba de la
f1aquezahl1m..@~ª"-cl~L§.!:1:lIl2~§.ªceIdote.Nunca había subrªyado. el
antiguo tegªment2~~!.~ __~~e:t() de lª_ sit1l8e:ión del sacerdocio.
Cuando se hablaba del sumo sacerdote, era más bien p¡g-a exalt~
s.u extraordinaria diggidad 13. La descripción que nos hace la epísto-
la se aparta en este caso de las perspectivas habituales para orientar
a los espíritus hacia el segundo rasgo fundamental del sacerdocio,
el de su solidaridad con los hombres pecadores.;
.El autor declara que "todo. sUIJ10sª_cg_clº!~~_~§swª:z:_d~~'§<::t1tir I
~ompasión hacia los ignQ!:ªm~sJ_~.JCjD~yiad9.§tQºr~_§ta!._tªlIlb~!!#
envuelto en f1ª.g},J~za".En sí mismos los términos escogidos presen-
tan cierta ambigüedad; el contexto nos mueve a interpretarlos en el
sentido más amplio posible. Métriopatbéin, por ejemplo, significa
en Filón el dominio de sí mismo, la resistencia a las pasiones; em-
pleado en este lugar con un complemento de persona -como no
ocurre en el caso de Filón- designa una actitud de "comprensión",
de moderación indulgente con los culpables, basada en la experien-

11. Lev 9,2.7.8-11.


12. Lev 16, 6-11.
13. Cf. Eclo 45, 6-13; 50, 5-14.
Jesucristo,

-
sacerdote nuevo

leía personal de una misma fragilidad. Los pecadores son desig,!!ª.Q()s


icomQ~"h¡;Ligp..9ram~.u extraviados"; "ig.Q9.l:ªr.':.-y_~extraviarse"_SQD
¡dost~rmil}ºs.que.Ji§ld§l.ª ..ª!.c::n!J-ªtlªJªltª 14. Es verdad que tamo
!Ibién puede entenderse esta frase. en. u..n se.n tid o r..e.st.r.ícti..v.o El. an..t.l.·'
guo testamento distingllía ºQ§ ..s:~t~gor.íªs. Qe. Pe<:ªº9-s, .l;l.,9udlQsen
nQs~ll!e. uno .@~.p"Ql'jgJ:.lºraº<:iayªql!eUQsquese CQmetelJ co~n "la
rn-ªººa.l?aºª", eS.ºe.<:ir, <;QllpleJ!o<;QºQ<:imjeIlJQ.de.c:alJs.a.La expia·
ción sacrificial sólo se.aºgÜ!íª ..e!LrL.p:ríIl1er caso 15. La formulación
que aquí se adopta corresponde a esta limitación y refleja por tanto
fielmente los datos del antiguo testamento. Pero sigue siendo ver·
dad ql!.ela oriel}t~~~<S!lgel texto es positiya; no s~ habla para nada
de excluir cierta categoría de ~ecados; lº..9.~_~e..sl1br.ªya es única·
l12.entel,il..lelación de solid~idª-~ep.JL~~L~.l}!!.lo sacerdote y los peCa'
dores.

c) Un camino cerrado a los ambiciosos


Pero ¿no habrá que reconocer que en el tercero y último rasgo
de la descripción (5, 4) se da un cambio de orientación? ¿No
abandona aquí el autor el tema de la solidaridad con los hombres
para tomar el de la relación con Dios? Y por consiguiente, ¿no
pasa de una perspectiva de humildad a otra perspectiva de glorifica·
ción? Habla efectivamente de la "dignidad" del sacerdocio, lo cual
mueve a ciertos comentaristas a ver aquí un "contraste". Según C.
iSpicq, el autor de la epístola, "después de haber acentuado la hu·
manidad y las flaquezas del sumo sacerdote ... , afirma su vocación
divina y subraya su necesidad y su autoridad" 16. En realidad, cuan·
do se examina el texto más de cerca, no aparece dicho contraste.
Se observa más bien que el autor sigue siendo fiel a su perspectiva.
En efecto, lo que expresa directamente su frase no es la gloria del
sacerdocio, como en la sección precedente 17, ni la grandeza de la
vocación divina, sino por el contrario la humildad necesaria al sa·
cerdote. La palabrª_ "dignidad" está situada en una expresión nega·
ti~_y ...§iry~!~ªmº para describir una actitud de humildad: "Na·
die se arroga tal dignidad~ (5, 4). Lejos de estar en contraste con
los rasgos precedentes, esta indicación -como ya indicaba 'West·
cott- los completa admirablemente. La solidaridad con los hombres
miserables conduce a la humildad ante Dios.

14. Cf. Le 23,34; Heeh 3, 17.


15. Cf. Núm 15, 22·31.
16. C. Spieq, o.e., II, 110.
17. Heb 3, 3-6; 4, 14.
Para confirmar esta perspectiva, el autor recurre al ejemplo del
primer sumo sacerdote israelita, Aarón.La Biblia muestra de hecho
que Aarón no se atribuyó a sí mismo el sacerdocio, sino que fue
Dios el que tomó la iniciativa. Fue Dios el que ordenó a Moisés
que hiciera acercarse a Aarón con' sus hijos, "para que ejerza mi
sacerdocio" (Ex 28, 1). Puesto que se trataba de mantener relacio-
nes con Dios, era lógico que ningún hombre podía arrogarse este
privilegio. El sacerdote no toma.; "es tomado" "es establecido",
1

"esl1ºmbr~dQ." 18. Un episodio del libro de los Números' inculca


con energía esta condición fundamental. Cuando el levita Coré y
sus partidarios se pusieron a criticar a Aarón y pretendieron dispo-
ner ellos mismos del sacerdocio (Núm 16,3), la respuesta de Dios
no se hizo esperar. Mediante dos signos milagrosos, el de los incen-
sarios y el de los ramos, Dios dio a conocer "quién era el suyo,
quién era el consagrado y le dejaría acercarse" 19, y exterminó a los
ambiciow,. El "ce,docio 00 " on, po,icióo , lo gue on bOmbre\
",d, dem""
12. ,¡ m"mo P'" pooe"e po< "cim, de 'u, ,<m,"an-
teso Es un don de Dios el que pone al sacerdote al servicio de su::;
hermanos. "Todo sumo sacerdote está puesto en favor de los hom-
bres en lo que se refiere a Dios". En toda su descripción general
del sacerdocio, el autor de la carta a los Hebreos sigue siendo fiel
a la orientación que definía en su introducción; queda así expresada
la solidaridad del sacerdote con los hombres.

3. Cómo Cristo ha sido hecho sumo sacerdote


Después C!t':~<;l~(jL~()<;lologueintel1taba expresar sobre lo que
es "todo sumo sacerdote", el aut()rcontinúa considerando el caso
de-Crist;~'1':at¡'ansldÓn-se-h-áce- sin -diFicultad gracias' a la mención
de Aarón con que acaba la primera mitad del texto (5, 4). De la
situación de Aarón se pasa ahora a la situación de Cristo:

5 De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del sumo sacerdo-


cio, sino que la tuvo de quien le dijo: "Hijo mío eres tú; yo te he engen-
drado hoy". 6 Como también dice en otro lugar: "Tú eres sacerdote para
siempre, a semejanza de Melquisedec". 7 El cual, habiendo ofrecido en
los días de su carne mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y
lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud
reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obe-
diencia; 9 y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación

18. Heb 5, 1.4; d. Lev 8, 2.


19. Cf. Núm 16,5.16-35; 17, 1-5.16-26.
-
eterna para todos los que le obedecen,. 10 proclamado por Dios sumo
sacerdote a semejanza de Melquisedec (Heb 5, 5-10).

De nuevo es posible distinguir en este texto .1t;eselementos ~uce-


sivos: .el primero (5, 5-6) se refiere a la man~ra~d~.f~!1y~nit.:se~n
sumo sacerdote; el segundo (5, 7-8) evoca una_ofrenda dramática;
el terceroJ5, 9-10) expresa el resultado final de esta ofrenda. ¿En
qué medida estos tres elementos corresponden a los tres elementos
de la descripción general (5, 1-4)? Se trata de una cuestión de im-
portancia primordial, pero que sólo podrá recibir una respuesta
completa después de que analicemos este texto.
(j) \vl/.I.¡J\S~/\. Dé etV\v~\~~ 8N <;.
a) __La1Jumildad de Cristo -
Sin embargo, en seguida podemos damos cuenta de una prime-
ra correspondencia. El autor recoge en el primer elemento (5,5-6),
para aplicado a Cristo, el último rasgo de la descripciónJ)receden-
te. Las dos frases presentan la misma estructura antitética ("tampo-
co éI..., sino que ... ") y utilizan términos paralelos ("lo mismo" y
"así"; "dignidad" y "gloria"). La perspectiva es idéntica. Lo que se
expresa directamente en 5, 5-6 no es la designación de Dios, sino
la actitud de hUl11ilda~L~!.dqp~.P2I ..~li§!º. "El no se glorificó a sí
mi~!llo": tal es la traducción literal de los términos principales del
texto griego. El movimiento del pensamiento aquí y en: los versícu-
los siguientes ,es parecido al del himno cristológico de la carta a los
fili enses (2, 6-8): "Cristo esús ... no retuvo ávidamente el ser i ual
a Diosl sino que se espojó e sí mismo ..., se um' ó a sí mismo".
La diferencia está en que nuestro autor habla en este lugar del .
sacerdocio. El conjunto de su frase está nivelado de forma significa-
tiva (traducimos lo más literalmente posible):

Así igualmente Cristo no se glorificó a sí mismo para hacerse sumo sacer-


dote, sino aquel que le declaró: Mi hijo eres tú; yo hoy te he engendrado
(lo nombró sacerdote), según lo que dice también otro (oráculo): "Tú
eres sacerdote para la eternidad a la manera de Melquisedec" (Heb 5,
5-6).

Como vemos, la frase es elíptica. En la parte positiva que co-


mienza por "sino" se encuentra un sujeto en nominativo ("aquel
que ... ") sin un verbo correspondiente. Este sujeto consiste en una
larga perífrasis que comprende una cita del salmo 2. Viene a conti-
nuación otra proposición, introducida por "según lo que" (kathós),
que encierra una segunda cita sacada esta vez del salmo 110. Está
claro que esta larga perífrasis designa a Dios. En efecto, es él el que
en el salmo 2 se dirige al rey entronizado para declararle: "Tú eres mi
hijo". También es él quien pronuncia el oráculo del salmo 110,4. El
movimiento de la frase y su paralelismo con el versículo anterior
permiten suplir -como hemos hecho nosotros entre paréntesis- la
ausencia del verbo y comprender que fue Dios el que dio a Cristo
~agloria delsacerdocio. Lo cierto es que el autor evitQ.,habJ~~"¡¡g1.lí
~~2Hs:i.!a~~~n!~~(k~~1'~Jec:iºida. J,SLgll~."9yj§~º""!nJº.mY1!t_~~..g.Y~
Cristo renunció a glorifica!:§~.2~[§ºn.ªrm~p:t~. Este rasgo correspon·
de por completo a la orientaciOn ae la primera mitad del texto (5,
1-4) Y prepara directamente la evocación de la pasión que viene in·
mediatamente después. Se presentará allí a Cristo en la actitud de
un hombre ue su lica, ue sufre, ue a rende la obediencia, en
actitud de extrema umi a .
La función de las dos citas ha suscitado algunas discusiones
entre los exegetas. Dejándose guiar por el orden que tienen en el
texto, algunos atribuyen a la primera de ellas la función más deci·
siva para la demostración del sacerdocio de Cristo: "Hay dos frases
de investidura sacerdotal-escribe]. Bonsirven-; la primera se con·
sidera como la más fundamental, mientras que la segunda parece
como una promulgación externa" 21.Este punto no carece de im·
portancia, ya que concierne a la relación entre filiación divina y sa·
cerdocio. ¿Presenta nuestro autor la filiación divina como el fun·
damento del sacerdocio de Cristo, de forma que habría que decir
con A. Médebielle: "Al recibir como hombre, el día de la encarna-
ción, la cualidad de Hijo que su Padre le transmite como Verbo
desde la eternidad, Cristo fue instituído por eso mismo sacerdote
soberano" 22? ¿Es ésta la doctrina de la epístola? ¿O hemos de
concebir de otra forma la consagración sacerdotal de Jesús? Más
tarde volveremos sobre este tema. De momento observemos que
nuestro texto no dice nada de esto. La primera cita sirve para for-
mar una paráfrasis a fin de designar a Dios. No fundamenta direc-
tamente el sacerdocio. Es la segunda cita la que cumple con este co-
metido, dirigida como está por una conjunción adecuada para in-
troducir una prueba escriturística 23.Por tanto el sentido es que
Dios nombró a Cristo sacerdote según la frase de la Escritura que
dice: "Tú eres sacerdote...". Esta interpretación es más coherente

20. Cf. Flp 2, 8: "Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte
de cruz".
21. J. Bonsirven, Épitre aux Hébreux, Paris 1943, 41. Este punto ha sido dis·
cutido con mayor detalle en mi obra La structure littéraire..., O.c., 111-113,donde se
podrán encontrar otras referencias.
22. A. Médebielle, Épitre aux Hébreux, Paris 1935, in loco.
23. Kathós, "según lo que"; cf. Mt 26,64; Jn 6, 31; 7, 38; etcétera.
en sí misma. Para nombrar a uno sacerdote, no se toma una frase
en la que se le declara hijo (Sal 2, 7), sino más bien un oráculo que
lo proclama sacerdote (Sal 110, 4).
Lo que sigue de la exposición confirmará que éste es efectiva-
mente el pensamiento del autor. Ya en 5, 10 recoge la afirmación
del salmo 110 y no la del salmo 2; lo mismo hará en 6, 20 Y toda la
argumentación del capítulo 7 tendrá como base el oráculo solemne
de dicho salmo 110. Los pasajes más significativos en este sentido
son aquellos que, al oponer entre sí el sacerdocio antiguo y el de
Cristo, afirman con claridad que Cristo fue constituido sacerdote
por el juramento de Dios que nos refiere el salmo 110:
20 Los otros fueron hechos sacerdotes sin juramento, 21 mientras éste lo
fue bajo juramento por Aquel que le dijo: "Juró el Señor y no se arrepen-
tirá: Tú eres sacerdote para siempre" (Heb 7, 20-21).
Es que la ley instituye sumos sacerdotes a hombres frágiles, pero la pala-
la
bra del juramento, posterior a ley, hace al Hijo perfecto para siempre
(Heb 7, 28).

Entre el sacerdocio y la filiación divina nuestro autor sugiere


seguramente que existe una relación -cuya naturaleza será necesario
precisar-, pero no presenta el texto del salmo 2 sobre la filiación
como el fundamento del sacerdocio de Cristo.
2 -!,;¡lJ~ __OF~~ ..f::''::._l~pl:.,rJ.¡~
11.- c,::"..
b) El camino seguíJÚzor _C;Jj;>l.Q.
~~_ sid(). ººmRJ1l2Q._S,ªfs.:t9Q!~1?g! ..º.LQ.~_es un hombre gue
"no se apropió de la gloria del sumo sacerdocio". El segundo ele-
mento del texto (5, 7-8) nos ofrece un testimonio dramático de
ello 24 al mostramos a Cristo (traducción literal),
que, en los días de su carne, (habiendo ofrecido ruegos y súplicas al que
podía salvarlo de la muerte, con un grito poderoso y con lágrimas, habien-
do ofrecido y habiendo sido escuchado por su profundo respeto aunque
fuera hijo, aprendió, por lo que sufrió, la obediencia ... (Heb 5, 7-8)

24. Este texto ha sido objeto de innumerables estudios y discusiones, esp.ecial-


mente después del artículo de A. Harnack, Zwei alte dogmatische Korrekturen in
Hebr., en Sitzungsber. der Preuss. Akad. Wiss. Berlín, Philol.-hist. KI (1929) 62·73.
CE. especialmente J. Jeremias, Hbr 5; 7-10: ZNW 44 (1952-1953) 107-111; G. Frie-
drich, Das Lied vom Hohenpriester im Zussammenhang von Hbr 4, 14-5, 10: TZ 18
(1962) 95-115; E. Rasco, La oración sacerdotal de Cristo en la tierra según Hebr. 5,
7: Greg 43 (1962) 723-755; E. Btandenburger, Text und Vorlagen von Hbr 5, 7·10:
NT 11 (1969) 190-224; P. Andriessen, Angoisse de la mort: NRT 96 (1974) 283-292;
A. Feuillet, L'évocation de l'agonie de Jésus dans l'épitre aux Hébreux: Esprit et Vie
86 (1976) 49·57.
Es una frase sin terminar. Su dinamismo intenso desembo-
ca inmediatamente en una conclusión triunfal, que constituye el.
tercer elemento de este conjunto y que analizaremos en las páginas
141-147.
La afirmación principal viene al final del versículo 8, en donde
encontramos el único verbo personal que depende directamente
del relativo inicial. .!dmsL:@L~ºiºJa,gbt;;gkºfil!". Antes de esta
declaración sorprendente, dos partIcIpIOSprecedlclos de una larga
serie de complementos presentan otro aspecto de los mismos acon-
tecimientos: "habiendo ofrecido--yhª!?j~_º_4º_~jQSL~~1.!fhªºQ_". Tene-
mos por tantó en lamísmafiase~rsQe¿tivas-aíférerites de la
Rasión de Crist.o.E:g,ª..,~.de§c!ibe_Qnm~!:9 c()mº"lll1ª,ot:ªClºn~scll~
chad~,-yluegoc()J:!l.()_u~ª__
e_ªllf_acI2gª()rg!º~ª:Estas dos perspectivª~
I).-º.P~ªt~f~n.~~tªrJn!!yj\i:_acY~ig-º_enrr~,.§L~~!l: la pri1peta,l)io~
ha.cela,yºlllntª(Lcl~(:ri§tºJ ¡:>u~§!oglJ.e 1(:_escuclía. P.Qt.elC:ºI1Jrªr!Q,
seguí1Já-'-segunda,es Cnsto el que se somete dolorosamente -ala
volUntad de Dios. Sin em6argo, un anlffisismás atento pennite re-
conocer que no existe contradicción alguna, sino una yͧ.ió~'p!ofun::
cla de una realidad com¡:>leji!.
Las dºs ¡:>erspectivasson tanto la una como la otra característi-
cas -(fe-la condICIónhumana, de manera que este texto candente
muestra hasta ué unto Cristo fue uno de nosotros. El comienzo
.e rase es ya sign icativo en este senti o. _itúa e acontecimiento
"en los días de su carne" es decir en tiem os de la vida mortal de
cristo. Pl\ra lía6TaraeIíi VIai e-üfihombre,. al ..la Ice sus
días ~! su iriendo de ese modo ue esavldan(;c;';-bre' rñás~gueun '
tit:mpo imitado. ~oLQ.t!:!p_ll!1~Dª a a a ra "car ," ara ex-
presar la deDilidad del hombre y su carácter mortal. 5, Así pues,
..nue~tto.allLQtevoca la ~;'ísteiiCililllimaria~de]es'úsyn6s da a com::
prender que esa ~~!.sJ~!!c:il!.l().'pon.í.ª
..~ mi§..l!l.o_.!livel_gy~_los
demªs
pombres, frágik§.LliPocados,a,la mu~!te.
1. Una ofrenda suplicante.- Es precisamente una situación de \
an ustia rovocada or una muerte amenazadora la ue se describe'
.~continuación. esús ora su lica a a uel ue uede librar o e la I
muerte; grita y llora. k()S "ruegos y súplicas" dirigidos" que po-
día salvado de la muerte" nos hacen pensar en los relatos de la
agonía de Jesús: "Comenzó a sentir pavor y angustia..., cayó en
tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y
decía: j Abba, Padre!; todo es posible para tí; aparta de mí este

25. "Sus días": d. Gén 6, 3-5; 9, 29; etc . .,- "Carne": d. Gén 6, 3; ls 40, 6;
etcétera.
26. Los autores que intentan identificar en el antiguo testamento las fuentes de
nuestro pasaie no están de acuerdo entre sí. M. Dibelius propone los salmos 31, 23 y
39, 13. A. Strobel señala el salmo 116. En realidad, nuestro autor no pretende repro-
duci,r las fórmulas de tal salmo en lugar de tal otro, ni siquiera sacar todos sus
términos del salterio. En ningún lugar de los salmos se encuentran las palabras ikété-
ría o eulabéÍa, ni las expresiones krauge Íschyra o déeséÍs ... prosphéréin.
escuchada esta oración: Jesús -como atestigua todo el nuevo testa-
mento- sufrió la muerte. De aquí concluye Harnack que el texto
que nosotros leemos no es el auténtico. El autor habría escrito lo
contrario, es decir, que Cristo "no fue escuchado, a pesar de ser
Hijo", pero a continuación un copista, escandalizado por esta nega-
ción, la suprimió para obtener un texto más conforme a su piedad.
No es posible aceptar la conjetura de Harnack. No tiene el más
mínimo fundamento en la crítica textual y parte de una interpreta-
ción inexacta de la frase. En efecto,J~Lautor no dice que Jesús haya
pedido no morir. No nos _<:!~ ninguna indicación sobre el contenid~
de la oración de Jesús. Indica solamente a quién se dirigió Jesí!s:
lesús oró "a aquel que tenía el poder de salvado de la muert~'.
Sin embargo, es verdad que, sin afirmado expresamente, esta
{ormulación sugiere que la oración pedía la salvación. Pero a este
propósito observa I. Ieremias que hay dos maneras posibles de v~!-
se "salvado de la muerte", la que consiste en verse preservado mo..~
m~nt~neamente de ella, y la que consiste más bien en triunfar dcii.-
nitivamente de ella después de haberla sufrido. En este segundQ
sentido es como, se ún este exe eta hemos de com render a uí la
óración de Jesús, oración que fue escuc a a e ec o en e aconte-
cimiento de la resurrección. La solución propuesta por Jeremias
suprime realmente la dificultad, pero tiene el inconveniente de sua-
~izar el texto. ¿Quiere realmente el aíltorlñdicar ante todo que
Jesús pidióJa t~surrec<;,.iQº?No _P"ªI~~~~~rasí, Vll_@ela frase noJQ
d_ku_~ll aspecto atormentado traduce la angustia de una súplica
_dolorosa más bien que la serenidad de una plegaria que sabe adon-
de va.1'4¡Í§_,:,:~e
eºt.Qº-~~§_L~sp~ta!§ll:it:I1Pt~~is_iº!l,
_qtl~§iglleestaQª.o
ªbi~ta a varias~1~gida<:!~Ly __qll_~_j)_~_r:I!*~_p()r_es9 .mismo una
tramf9rmª<:iºn.-d~etición en el curso de la oración. Así es como
se manifiesta su dinamismo lleno de vida.
'-1; expresión gu~tie al v~rbo·
"escllchae:.sQ!lttibuy~~ª UIJn,li;
n~r este dinamismo. CristQjiIe escushad0....illZ9 tés eulabii~.: Se dis-
cute sobre el senudo de estas palabras. Algunos opinan que eula-
béia designa aquí el temor a la muerte y comprenden que Cristo
fue escuchado al quedar "liberado del miedo" 27. gLr~sultado de su
oración fue ue obtuvo la fuerza de su erar su an ustia de enfren-
tarse con a muerte sin temb ar.Esta interpretación encuentra segu-
rª-mente cierto_apQYº-(~lLI9.srel_ato_s~Y-ª!lgélicos:
después de la súplt-

27. Así por ejemplo, J. Héring, L'épitre aux Hébreux, Neuchatel-Paris 1954,
53-54. Pero en contra de lo que dice este autor O. Michel no adopta esta interpreta-
ción.
l1!iedo ~-º()_J~.Jl~gada
-
éa. de su ag().tli~_I~i!~_Y~_tlo..1!!-aEifi~sta,_f!ingún
Qef t.~L(10r (Mc"J1~).
tem()r Y anuncia sin
Pero es difícil
justificar la traducción propuesta para la fórmula de la epístola, ya
que fuerza el sentido de las palabras griegas. No se puede citar
ningún texto en que eisakouéin apo tenga el sentido de "escuchar
liberando de ... ".
Para la preposición apo un exegeta ha propuesto recientemente
el sentido temporal de "después de", posible en algunos contextos.
CriS.!9habría sido escuchado "d~ués de la angustia" 28. Es~ inter-
pretación se sitúa en la parte opuesta a la anterior, ya que afirma
que, lejos de quedar liberado del miedo, Cristo tuvo que sufrir
hasta el fondo la opresión y no fue escuchado más que después de
@a. Sin embargo, las dos interpretaciones tienen un punto en co-
mún: el sentido de "angustia" que dan a la palabra eulabéia. Pero
este sentido es discutible. Eulabéia no ex~sa nQ!ll!-ªIll!~flt.el.lna
ac:!itl,!.~Lº~_ª-flgll~1i¡¡,_S.!!lº-º~_!~ll!ou·~ligiosº,Jº
cuaL~L~J~Qgi¡;tinto,
El sentido etimológico de esta palabra es el de "buena compren-
sión" (eu-labéin), el de "atención precavida". El adjetivo correspon-
diente (eulabes) es utilizado por Lucas con el sentido de "religio-
so", "observante" 29, casi como sinónimo de eusébes, "piadoso".
¡En cuanto a la preposición apo, que indica un punfo de partida, su
'sentido más normal detrás de "escuchar" es "en virtud de", tanto
aquí como en Ex 6, 9: "Ellos no escucharon a Moisés debido a su
/pusilanimidad" .
Así pues, la mejor manera de comprender este texto es la que
adopta la mayor parte de los traductores: "escuchado en virtud d~
s!l.Erofundo respeto". Efectivamente, lo que permite que sea escu-
chada una 2,r,_~~iónes la actitud de rest?eto..p'r()fuD,ºg.Jmle"_.QiQ_~J_.ya
qüe-esta actitud la convierte en una le~r!~.-ª.!:!!éntica,__ gue a~.~~l
alma a la acción de Dios. Lo ec ara con toda claridad un salmo:
QiQs. ".ci1r!ljJl~.eI(leseo de aquellos que le temen:esci.ich~· su clamo';:
yJº~ libera~' (Sal 145, 19).
A esta luz es fácil discernir la.dialégica internª_d~.D!leSU!Ltextº.
-A~~ha~-º......l?g}·E_~.@.gi.l!:. ..ªf~fhª,J~slÍs..siente el
deJ-ª....Q1Jlet!~._gll~Je
d~~instiflt.i.~ºº-~~s.~_ªpªrd.~ ella. NOI~fh.-ª~ª~~t~jmpl.!ls..º, sin9
q~e J() presenta a Dios en una oración suplicante, que brota' con
vigQt..de su querer-vivir de hombre. Sin embargo, .~$a._ºración esta~
b3....totalmeQ.!et:!!1pªP?da de respeto profundo ante Dio.s (eulabéia)

28. P. Andriessen . A. Lenglet, Que1ques passages diEficiles de l'épitre aux Hé·


breux (5, 7.11; 10, 20; 12, 2): Bib 51 (1970) 208·212; P. Andriessen, Angoisse de la
mort: NRT 96 (1974) 189: "Exaueé apres avoir enduré l'angoisse".
29. Le 2,25; Heeh 2, 5; 8, 2; 22, 12.
U~_Kuarda.!?_~.J:!QL!,ªntode imponer a Dios una solución fijada de
ªntemanQ. El que ora se prohibe a sí mismo decidir por sí solo- y
Q~ liberarse a sí mismo. Se abre a la acción de Dios y consiente en
la relación interpersonal. Se_§omete por ello a una fuerza de atrac:
ción que, no sin una l.!!f.ha dolorQ§~a4._!ealiza
en él una transforma-
ción. E.:L2bjeto de la oración resulta entonces s~~!dndario. Lo qlle
importa ante todo es la relación con Dios. En los evangelios, des-
pu~s_º~haberilIlplorll:ºQ. ..su liberación, Jesús añade: "Pero no sea,
<:91IlOyo quiero, sino como quieras tÚ~ (Mt 26, 39) .Y lo que l2are.-
<::faprimero una cláusula sobreañadida se va convirtiendo poffi.Jl
poco en la petición principal: "Padre mío ..., hágase tu voluntad"
(Mt 26, 42). Así es como la oración transforma el deseo que se va
modelando sobre la voluntad del Padre, sea cual sea, ya gu~_el que
ora aspira ante todo a la unión de sus voluntades en el amo~. Se
comprende entonces por qué el autor de la epístola ha renunciado
a definir el objeto de la oración de Cristo, lo cual habría en cierto
modo fijado su movimiento. Y se comprendente también por qué
llama a la oración una ofrenda. No por ello, sin embargo, se rechaza
la aspiración inicial, sino que más bien se mantiene en su sentido
más profundo. Jesús no renuncia a pedir la victoria sobre la muerte,
,§ino que se pone por completo en las manos de Dios para que sea
él quien escoja el camino a seguir.
Una oración de este énero no uede menos de ser escuchada,
ya ue está a ierta recisamente a a acción e Dios con un res eto
total y no opone ningún o stácu o a a genero si a ivina. n e
caso de Cristo, su aceptación consiste en la victoria completa sobre
la muerte victoria ue alcanzó or medio de la muerte misma. 30
2) .una educación dolorosa.- aspecto e oración escuc ada,
la segunda parte añade el de la educación por medio del sufrimien-
to. Después de lo que acabamos de decir, se ve con facilidad cómo
estos dos aspectos están de acuerdo entre sí.. La aceptación de su
oración no si nificó ata esús una evasión fuera de la rueba sino'
I1na transformación del sufrimiento en camino de salvación. Vo ve-
mos a encontramos aquí con la preposición apo, indicando de nue-
vo el origen de un resultado alcanzado: "pebido a (aRo) lo que
sufrió, aprendió la obediencia" ..Es una experiencia universal el he-
cho de que el sufrimiento puede tener un valor educatIvo. Lo en-
contramos expresado especIalmente en la hteratura gnega, que uti-
liza a este propósito la asonancia patbéin/matbéin, recogida aquí
por nuestro autor: sufriendo, se aprende. Pero hay que señalar que
31. Cf. J. Coste, Notian grecque et natian biblique de la sauffrance éducatrice:
RSR 43 (1955) 481-523.
32. Cf. Ez 6, 7.10.14; 7, 4-9.27. Job 19,29.
33. CE. Prov 3, lIs citado en Heb 12,5s; Sal 119, 64.67.71.
34. CE. Heb 10, 5-9; Jn 4, 34; 6, 38; 8, 29.
habiendo sido hecho perfecto,

m
2) se hizo para todos los que le obedecen causa de salvación eterna,
habiendo sido proclamado por Dios sumo sacerdote a semejanza de
Me1quisedec (5, 9-10).
35. Permítaseme remitir al comentario detallado que presenté de esta frase en
Sítuatían du Chríst, Paris 1969, 315-328.
36. Ex 29, 9.29.33-35; Lev 4, 5; 8, 33; 16, 32, Núm 3, 3.
37. Ex 29,22.26.27.31.34; Lev 7,37; 8,22.26.28.29.31.33.
38. En Heb 7, 11.19.28.
aquí se puede y se debe reconocer que está sugiriendo una relación
entre la transformación obtenida por Cristo y la consagración de'
los sacerdotes judíos. Tendremos luego ocasión de volver sobre este
punto.

4. Relaciones entre "todo sumo sacerdote" y "Cristo"


Después de terminar el análisis de los diversos elementos del
texto, podemos ahora dirigir nuestra atención al conjunto de la
composición y examinar en particular las relaciones que aparecen
entre la descripción de "todo sumo sacerdote" (5, 1-4) Y lo que se
dice luego de "Cristo" (5, 5-10).

a) Paralelismos
Es evidente que el autor intenta subrayar ante todo una relación
de semejanza. Su intención se manifiesta claramente en el centro
del pasaje, cuando pasa de la descripción general al caso particular
de Cristo. Sy~rimeras alabras son entonces ara afirmar ue la
desc!iPsi§ndadase ap ica a Cristo: "De igual modo...:." (5,6). Entre
el sacerdocio anti uo la osición de Cristo se muestra ahora la
0Jntinui aJ. LQ.Slue a ~ __.!~_~..Aª-J;ón_§.everifica de forma
s<:mejanteen Jesucristo. De aquí se sigue que Jesucristo tiene que
ser reconocido como sumo sacerdote y que los cristianos tienen un
sumo sacerdote (4, 14-15).N~~~~Y~~!.r:an en una posición cop-
traria a la de Israel.
" Esta.J!fir!!H!s:i911 de una relación de continuidad y de semejanza
eºtl:"e..~ltI1is~eÜ()9~.<=rist().y.!as.jl!§!!!1,!S:jº.l!~sgeLª9J!g1l9
.. ..testamento
es característica de la segunda parte de la epístola (3, 1-5, 10). Ya
en lap:l"Ímera'secciÓñestá relación se expresó en primer lugar entre
Jesús y Moisés. El sumo sacerdote Jesús era declarado digno de fe
"como lo fue también Moisés" (3,2) y la evangelización cristiana se
comparaba con la buena nueva anunciada a los israelitas del Exodo
(4, 2). c;on frecuencia los comentadores no acaban de ver esta
orientación. En 3, '1-6' insisten unilateralmente en la relación de
superioridad: "Jesús superior a Moisés", relación que sólo aparece
en segundo lugar, y en 5, 4-6 subrayan igualmente la diferencia que
existe entre Cristo y Aarón, haciendo advertir que el oráculo citado
atribuye a Cristo el sacerdocio "a semejanza de Melquisedec" 39.
I;:ste gé9,erg..c:l~ C9tI1~m¡l1:io ..e..~1ª..eIl..flªgrªlltedesacuerdo con la
.~ti~l?tación del texto. Efectivamente, en este pasaje el autor no in-
tenta ni mucho menos marcar una oposición entre Cristo y Aarón;
se sirve del salmo 110 solamente para señalar una relación de seme-
janza. 1.Lcita del saLrnº_en.5.J_t>.-º~ml,l~.s.!!'.ª.qy~,tanto para Cris.Jo
~.9fi.l91'ª"ra Aarón, el sacerdocio no se basa en una pretensión persq;
nal, sino en una llamada de Dios.
-·En la parte siguiente (5, 11-10, 39) cambiará la perspectiva. En
vez de subrayar los puntos en común, el autor insistirá en las dife-
rencias a fin de manifestar la originalidad del cumplimiento cristia-
no. Pero éste es otro aspecto de la demostración que sólo puede
venir en segundo lugar. Efectivamente, para que se dé el cumpli-
miento la primera condición es que se manifieste una correspon-
dencia entre la realización propuesta y su preparación en el antiguo
testamento. Si así no fuera, no se podría hablar de cumplimiento,
sino que habría que hablar de pura y simple innovación, desprovis-
ta de toda inserción en el designio de Dios y por tanto inverificable.
Consciente de este orden necesario, nuestro autor comienza en su
primera exposición sobre el sacerdocio (3, 1-5, 10) estableciendo
una relación de continuidad.
En nuestro texto (5, 1-10) se utiliza con esta finalidad el parale-
lismo de estructura. Ya hemos observado que la construcción del
presente párrafo presenta cierta simetría -se reconoce una disposi-
ción ternaria tanto en 5, 5-10 como en 5, 1-4- que invita a estable-
cer algunas relaciones. glp3:!,llelisl}}o más estrecho se observa entre .
el ..el~~~!?-!Ofinal cie la descripción (5, 4) yel elemento inicial de la
aplicaciól!..a Cris_~_(2-,-?-6), que le sigye inmediatamente. Puede
hacerse una comprobación de ello por medio del siguiente esque-
ma, en el que las letras aa', bb' indican las correspondencias (trad.
literal):

a) 1. Nadie toma para sí mismo el honor


2. sino el llamado por. Dios,
b) como precisamente Aarón.
b') Así también Cristo
a') 1. no se glorificó a sí mismo ...,
2. sino el que le declaró ...

Se trata de un ejemplo muy bueno de simetría concéntrica.


Entre los elementos centrales de las dos mitades del texto, las
relaciones no son tan aparentes. No se manifiesta ningún conctacto
verbal y el aspecto de las frases difiere por completo: por un lado,
el tono tiene la tranquilidad de los textos jurídicos (5, 2-4); por
otro, resulta patético y atormentado (5, 7-8). Peto si miramos más
de cerca las cosas, se observa bajo la diferencia exterior una corres-
pondencia de fondo muy fuerte: 1ª-d~s~J!P9ºlL de ltiJegaria y de .
la1!lisel:iªQ~~<::risto (5, 7) constituye realmente una ilustración im-
p~§.ÍQn_~l1te ..de c~§r~~ª_g!!~_~I!2..!.1._defi11.~ l~_§itl!.~Lón -ª~odo
sumo saceJºº!.~...:.,~.~státambién él envuelto en nagueza". Por otra
parte, aunque son raros, los contactos verbales no carecen de cierto
alcance. Sobre todo vale la pena subrayar uno de esos contactos, ya
que es ciertamente intencional. Ya lo hemos subrayado: después de .
hªb_~Lgjd}Q.sI1l.~ 1Q~:tQ.s.lJm9_~a.f,.~!ºº!~.ü~º,~.qy~. ':.Qfr<;S~I~.P(}rc.a.~ª_
dUld_4~bilidad humana, nuestro autor se esfuerza en utilizar este..
mi~mo verb_Ql1.araCristo. Y cq!L~~.t.lIjn!~nción crea una_!!.~y~:'f=
presión :"ofre<:~r ...c..!:!:l~osy.§.úpli<::-ª-~:"--fº-l!k1..gue_pue!kyª_aJi!'mª!
qll~.c.risto ."ofreció", lo cual era decisivo para su demostración:
Entre el primer elemento de la descripción (5, 1) y el lTItimo
elemento de la aplicación (5, 9-10) hay numerosas corresponden-
cias, a pesar de que hay también abundantes variaciones. La princi-
pal es el mismo título de "sumo sacerdote" (5, 1 y 10), que--sirve de
marco al conjunto del texto, yel nombre de "Dios" que lo acompa-
ña más o menos de cerca. Por otra parte, el comienzo dice que el
sumo sacerdote "está puesto" (5, 1), y el final indica cómo está
puesto precisamente Cristo: "llegado a la perfección", es ahora
"proclamado por Dios sumo sacerdote". Estas dos indicacioneshan
sido preparadas por las exposiciones intermedias, la primera por el
versículo 8 y la segunda por los versículos 4 y 5-6. Por tanto, la
frase de la conclusión tiene un contenido más rico que la frase de
la introducción, lo cual es perfectamente normal. Esta misma como
probación vale también para los términos que indican, por una y
otra parte, la finalidad del sacerdocio: al rinci io, su destino "en
(avºrckJQ~· ..9}1!J~~"_~!g!!~~~~_º_más ien vago; al ina e autor
Q..uedeaJirlIlaX,JP..!:1Sh9 más a propósito de Cristo: "sec().11virt~ºen
causa de salvación eterna ara todos los ue le obedecen".
Sería posible ahondar todavía más en e an' isis, pero los parale-
lismos que hemos destacado bastan para poner de manifiesto un
primer aspecto de la demostración que nos presenta el autor: la
insistencia en la correspondencia que existe entre "todo sumo sa-
cerdote" y Cristo.

b) Escritura y acontecimiento
En este marco general se puede observar fácilmente que el autor
utiliza dos géneros de argumentos claramente distintos, lo cual da
cierta tonalidad estructural a la segunda parte de su texto (5, 5·10).
Los primeros versículos citan a la Escritura (5, 5-6), mientras que
los siguientes recuerdan máSbien ciertos acontecimientos (5, 7-8).
¿Qué relación es posible discernir entre el texto citado y los hechos
evocados? La respuesta a esta cuestión se da en la frase de conclu-
sión (5, 9-10), que muestra la conexión íntima de los dos argumen-
tos.
Para probar que Cristo es sumo sacerdote el autor se sirve en
primer lugar del salmo 110, salmo mesiánico, reconocido como tal
por la .1mdidÓILl?!ir:nitiva 40, que aplica con frecuencia a Jesucristo
el iJ.riJner yer..!it<::!1lo;"Oráculo de Y ahvé a mL~~Q!~t~lltaJ:~_ª mI
giestra ... " (Sal 110, 1). Nuestro autor no dejó de citar este texto en
la primera parte de su epístola --en 1, 13-, parte que constituye,
como se ha visto, !!.l1ª_~~Rºsic!ón de-Iacristología tradicional 41.
Ahora le. basta con ,pasar en el mismo salmo del versjft.!fo_Lal. 4
para encontrar en él el testimonio escrituti~!ic~_~eI saceraocio de
Cristo: "J.,o ha_il.l!~do ~Yahvé---yl1fLIHL.ger_~tt'ªgªrse:_llÍ eres. por
s~mpre ..§acerdote ... " (Sal 110, 4). El mismo Dios proclama entoll-
f~S que su Mesías es sacerdote.
La existencia de este argumento de la Escritura tiene evidente-
mente una importancia primordial para la doctrina que se desarro-
lla en la epístola. ~i el autor no hubiera tenido ninguna palabra de
Dios __~º_donde basar su demostración, la presentación sacerdotal.
.del misterio de Cristo habría permanecido en la etapa de una espe-
culación teoló ica ciertamente interesante ero roblemática. No
. abría tet1.L(L~Ly'aJº!_sLeJ!ºª- reJ'elllfiº-IL@~.Q_ig~_y .._~lJ§~il~jª._fe.

~;;;~~1e!t1~;~~¿~~~t:i~;;j~ii[g_rs:~i~~
d.!!Q_ª.yse ha hecho definitivamente la luz. Es necesario reconocer
ya, en l,ª-~ue C!i~!Q.!~.<::!b..i2._~l_~l!f_~!'<:l()Siº,
Sin embargo, es posible profundizar más aún en el argumento
de la Escritura mostrando cómo la palabra de Dios da la clave de
los acontecimientos desconcertantes que tuvieron lugar. A la luz de
la-<.J2tQºª!Illl.ció'!!'p_!bliqulel sa~~.!.Q9ciQ-.9~1Mesía_~, el autor dirige
entO.!l<;:t::~_§l.l_!!l~l:ª4ª-.hª.<::!ª-.!ª_~_~!~!!<::i-ªlml}la.!la_º~
J~~IÍ~Y. ~speciªl-
1]J.t::l1.tt.':_hª<::iª~_l.l.pªg.2!:l)
ql,!~Qese1]J.QocóeIl SIl g19rificación al ,lado
cl~_.Pios. y discierne allí de forma inesperada, pero sin vacilación
alguna, ~l fundamento deJª.J>.!,o.dª-.1!lación divina del sac€rdocio.
La pasión constituye parª Jesucristo el camino del sacerdocio, es su
.manera de hacerse sacerdote,su consagración sacerdotal. ¿Por qué?

40. Cf. Mt 22,44; 26, 64; Mc 12,36; 14,62; 16, 19; Lc 20,42·43; 22, 69; Hech
2, 34; 1 Cor 15,25; Col 3, 1.
41. Cf. supra, p. 91-92.
I
Porque lleva a su perfección en su humanidad la doble relación
que sirve de fundamento a la mediación sacerdotal. En un único y
mismo acontecimiento Cristo llevó hasta el fondo su solidaridad
con los hombres, bajó hasta lo más hondo de su miseria, y por otra
parte abrió esa miseria, gracias a su oración suplicante y a su adhe-
sión dolorosa, a la acción transformadora de Dios, que pudo por
consiguiente crear en él al hombre nuevo, perfectamente unido al
Padre y disponible a sus hermanos. En Cristo transformado de esta
manera se llevó a cabo la mediación entre el nivel más bajo de la
miseria humana y las cimas inalcanzables hasta entonces de la santi-
dad divina. Cristo, el que" ofreció y fue escuchado", el que" apren-
dió por sus sufrimientos la obediencia", se ha convertido en su
propio ser en el mediador más completo. La proclamación divina
,se aplica a él en plenitud: él· es sacerdote para siempre.
I Muy bien estructurado a primera vista, el texto de 5,5-10 posee
en realidad una unidad muy fuerte. Q~~g~,~LPItQs.ipj<:l~h!l:§~:l.el. fin,
muestra cómo Cristo llegQ~s~Ls.l,lQl2_~s:~.r42!~:='<;;:Ústº no s~apro-
pió la gloria~del sumo sacerdocio:'.J2L21,.8.!l}Q.1l,LC;:QgtgÚQ,s<,:l1.urni:
lló cOn:!Qartiendo la suerte de los hombres más miserables y some-
tiéndose por completo a Dios (5, 7-8), y precisamente de esta mane-
ta es como obtuvo para sí mismo la transformación que convierte a
un hombre en un sacerdote (5, 9-10).

c) Nuevas perspectivas
Para completar nuestro análisis, es posible añadir aquí unas
cuantas observaciones sobre la originalidad de la doctrina expuesta
por nuestro autor. Aunque su propósito haya consistido en mostrar
la continuidad entre el sacerdocio antiguo y el misterio de Jesucris-
to, no ha logrado impedir realmente que en su exposición asomen
nuevas perspectivas.
Repasemos en primer lugar su descripción de "todo sumo sacer-
dote" (5, 1-4). Ciertamente, ésta se puede presentar como universal-
mente válida y conforme con las tradiciones antiguas. Refleja fiel-
mente la situación del sacerdocio en el antiguo testamento. Sin em-
bargo, encierra algunas omisiones y lleva consigo ciertas insistencias
que le dan una orientación inédita.
Es inútil mencionar a este propósito las omisiones que se deben
a la limitación del tema. Si el autor no dice nada de la relación
entre el sacerdocio y la casa de Dios ni de la función de enseñanza
del sacerdote, es porque ha tratado estos aspectos en. otro lugar.
Por consiguiente, no hemos de extrañamos de ello. Pero en otros
puntos su silencio resulta más sorprendente. ALhablar de la institu-
90n del sacerdocio, no dice ~na .sola Plll11!ll:~Qºre.lºsr!!Qs de
c_onsagrll_ció!l_de l()ssacerdote§, que sin embargo constituyen el ob-
ktQde._~e.sºjpci()nesll1i!luciosas en la ley de Moisé~.y son recorda-
dos con agrado por el Sirácida 42. l::ampºcor~curre al vocabulario
cLeJas.llntifica.ciónritual, sino que !:!tilizaun verbo general (kathista-
tai = "es_<:º1!~t!t\lído"), que podía servir para designar el nombra~
mie!ltopa.!.a c~!sl\lkr_tiPººe~tIlQkº-"J)~_esta tIla!lera deja p~rcibir
qU~!lº_<:2!lsJ~~rªlasll!ltificaci§n realizada por .llledio. de separacio-
nes rituales como un aspecto esencial del sacerdocio.
Hay otro detalle que va en este mismo sentido: la manera de
esco er al sumo sacerdote se de'a en la más am lia va uedad. El
autor indica so amente que e sumo sacer ote" es tomado de entre
los hombres". En la ley de Moisés no se encuentra jamás una fór-
mula tan imprecisa. Al contrario, la ley manifiesta la preocupación
de determinar a la tribu de la que han de ser elegidos los sacerdotes
y la familia a la que se confiaba el cargo de sumo sacerdote. Todas
las demás tribus quedaban excluídas, así como las demás familias 43.
Nuestro autor utiliza el término más general, anthropos, que se
aplica a todo ser humano, sin distinción de raza, de cultura, de
condición social o de sexo, y la emplea en la forma más indetermi-
nada, en plural sin artículo. Esta misma abertura universal se ad-
vierte en la fórmula ue indica el destino del sacerdocio: el sumo
~_acerdoteestá uesto "en avor e os om res". am ién aquí se
trata e una innovación. Por una parte e! antiguo testamento prefi~-
.re decir, como ya decíamos anteriormente, que e! sacerdote está al
servicio de Dios 44. Y por otra parte, cuando habla de los que tienen
que recurrir a la mediación del sacerdote, nunca utiliza una expre-
sióntan universal, sino que especifica que se trata de los hijos de
Israel o de algún que otro miembro de ese pueblo 45. Por ser de las
más vagas, las fórmulas de esta epístola se refieren también a estos
casos, pero sin restringirse a ellos. Intentan ampliar hasta el infinitq
la solidaridad sacerdotal de! sumo sacerdote, "tomado de entre los
hombres" y "puesto en favor de los hombres".
El ras o más característico de esta descri ción la insistencia en
la so' ari a ue une a sumo sacer ote con os emás hom res
es también el punto en que e autor se aparta más de las perspecti-
vas judías habituales. Es verdad que se esfuerza en encontrar este

42. Ex 29; 39; Lev 8-9; Eclo 45, 7-15.


43. Ex 29.9.44; Núm 1.50; 17,27-18, 7.
44. Hiératéuéin moi, "ejercer el sacerdocio para mí (Yahvé)": Ex 28, 1.3-4; 29,
6; etc. Cf. supra, p. 44 Y 130.
45. Lev 4; 16, 34; Dt 33, 10.
47. Cf. 2 Car 13, 4.
48. Heb 10, lIs.
El autor, repitámoslo una~ez más, no subraya en este lugar las
diferencias. Esto es algo que está fuera de su propósito. Pero su
texto deja vislumbrar y prepara de este modo la etapa siguiente de
la exposición, que las pondrá de manifiesto de manera que quede
bien visible la enorme originalidad del sacerdocio de Cristo.
Observemos para terminar que la frase final de 5,9-10 no sola-
mente sirve de conclusión a la breve exposición anterior, sino tam-
bién a toda esta parte (3, 1-5, 10) y que el autor se ha preocupado
de recordar los dos rasgos fundamentales del sacerdocio., Al decla-
rar ue Cristo "hecho erfecto" or su asión "se convirtió en
causa de sa vación eterna", termina la evocación del sumo sacerdote
plÍsericordioso que adquirió en el sufrimiento la capacidad de com-
padecer y de socorrer a sus hermanos. Este es el tema de la segunda
parte (4, 15-5, 10). Y al señalar que Cristo ofrece la salvación "a
todos los que le obedecen"! recuerda el otro aspecto del sacerdocio:
,la autoridad de la palabra; Cristo es "sumo sacerdote digno de fe"
O, 1-6). La gloriosa afirmación de 5, 10 va también en este sentido.
Proclama que Cristo es sumo sacerdote acreditado por Dios. Ese
era el tema de la primera sección (3, 1-4, 14).
De esta manera se confirma la fuerte coherencia interna de esta
parte. Su estructura binaria corresponde a la necesidad de estable-
cer una doble relación para el ejercicio de la mediación sacerdotal.
Como rimera a roximación se uede decir ue la rimera sec-
Clon ue a a e sumo sacer ote i no e e se centra en as
re aciones con Dios, mientras que la segunda; que dirige su aten-
ción a la misericordia, afecta a las relaciones con los hombres. Pero
si observamos más de cerca las cosas, comprobamos que la relació.,n
con los hombres no está ~usente de la primera sección, ya que en
ella se invita a los hombres a la fe, y que las relaciones con Dios
ocupan también una gran parte en la segunda sección, que habla
de oración y de ofrenda. Por consiguiente, el autor se muestra siem-
pre atento a la unión de ambas relaciones en la persona del media-
dor. Lo que distingue a estas dos secciones es más bien el sentido
del movimiento de mediación. En la primera sección se presenta a
Cristo a los fieles como el sumo sacerdote investido de la autoridad
divina, que habla en nombre de Dios. El mOVimiento es el"ltonces
descendente, de Dios a los hombres. En la segunda sección se pre-
senta a Cristo como el sumo sacerdote que tomó realmente la con-
dición humana para elevarla hasta Dios. El movimiento es ascen-
dente, del hombre hacia Dios. Al basarse en un único dinamismo,
estos dos movimientos ase uran una mediación perfecta.
7
Un sumo sacerdote
de un género nuevo

La segunda exposición doctrinal que presenta la epístola a los


Hebreos sobre el sacerdocio de Cristo difiere mucho de la primera.
Más extensa, comprende tres secciones en lugar de dos y éstas van
seguidas inmediatamente, sin estar interrumpidas por, exhortacio-
nes, como sucedía con la parte precedente 1. Las exhortaciones es-
tán colocadas en esta ocasión al principio (5, 11-6, 20) Y al fin (10,
19-39), dejando toda la parte central del texto (7, 1-10, 18) a las
tres secciones doctrinales, que adquieren por eso mismo un mayor
relieve. .
Pero más aún que en la disposición, la diferencia consiste en la
distinta perspectiva. El autor pasa de la relación de semejanza, que
había demostrado en la parte anterior, a las relaciones de diferencia
y de superación. Se esfuerza en poner de manifiesto los caracteres
específicos del sacerdocio de Cristo. No le basta con haber demos-
trado que nosotros, los cristianos, "tenemos un sumo sacerdote" 2,
sino que intenta ahora explicar qué genero de sumo sacerdote es el
que tenemos. 3

1. Recordemos que los dos breves párrafos de exposición doctrinal (3, 1-6 Y 5,
1-10) están separados por una larga serie de exhortaciones (3, 7-4, 14 Y 4, 15-16).
2. Heb 4, 14 Y 4, 15.
3. Cf. 7,26-28: "Así es el sumo sacerdote que nos convenía" y 8, 1s: "Así es
el sumo sacerdote que se sentó ... ".
-
Este intento parte de una visión muy penetrante de las condicio-
nes del cumplimiento del designio de Dios. La relación de continui-
dad entre la realización conseguida en Je~ucristo y sus preparacio-
nes en el antiguo testamento constituía, como hemos podido com-
probar, una base indispensable para que pudiera hablarse de cum-
plimiento. Pero a pesar de ser fundamental, esta relación no basta.
Una simple repetición de las realidades antiguas no podría conside-
rarse como la realización plena de las promesas de Dios. Si entre el
sacerdocio de Cristo y el de Aarón las únicas relaciones existentes
hubieran sido de semejanza, la situación religiosa de los hombres
no habría progresado. Sucesor de Aarón después de otros muchos,
Cristo no ocuparía más que un lugar de clase inferior en la historia
de la humanidad y su sacerdocio no merecería ni mucho menos
llamar la atención.
Pero no es eso lo que ocurre. ¡Todo lo contrario! Cristo es
sumo sacerdote de una manera radicalmente nueva. Además de una
continuidad muy profunda -una verdad que resulta tan profunda
que no se percibe a primera vista-, su sacerdocio presenta respecto
al antiguo sacerdocio ciertos aspectos de ruptura, que demuestran
con evidencia que no se sitúa en el mismo nivel. No se trata, como
es lógico, de rupturas que vayan en contra de los aspectos esenciales
del sacerdocio -en ese caso quedaría arruinada la demostración-,
pero tampoco se trata de simples variaciones superficiales, como
las que es posible observar en el interior del antiguo testamento.
Así es como, por ejemplo, entre el templo de después del destierro
y el de Salomón aparecían numerosas diferencias, pero que·no eran
realmente significativas. Tanto antes como después del destierro el
templo de Jerusalén era una construcción material y, lejos de ir en
sentido de·un progreso, las diferencias que se podían observar pro-
vocaban más bien la decepción, como nos da a comprender el pro-
feta Ageo (2, 1-3). Por tanto, no es posible reconocer allí el cumpli-
miento definitivo del proyecto expresado por Dios de habitar en
medio de su pueblo.
Para que se dé un cumplimiento auténtico, es menester que las
diferencias que se han introducido constituyan un progreso decisi-
vo. Los límites y las imperfecciones antiguas tienen que desaparécer
para dejar sitio a una realidad perfecta, que lleve la marca de la
intervención creadora de Dios. Se tiene que pasar del nivel inferior
de las prefiguraciones, forzosamente deficientes, al nivel superior
de la realización divina. Y esto es precisamente lo que el autor nos
hace constatar en el caso del sacerdocio de Cristo:
Su penetración de espíritu se manifiesta aquí de una manera
asombrosa. Se muestra capaz de extraer sucesivamente, de los mis-
mos datos concretos, los argumentos que necesita para probar unas
relaciones opuestas. El oráculo del salmo 110, 4, que le sirvió al·
principio en 5,6.10 para demostrar que había una semajanza funda-
mental entre Cristo y Aarón, se ve utilizado luego en el capítulo 7
para probar por el contrario que el sacerdocio de Cristo difiere del
<;leAarón y le es superior. Podría decirse que hay aquí un sofisma,
pero eso no sería verdad. La habilidad dialéctica del autor no tiene
nada de superchería. En el primer caso tomaba el oráculo global-
mente, sin entrar en análisis de detalle, y mostraba así con pleno
derecho el testimonio de que Cristo ha sido proclamado sacerdote
de Dios. De esta forma aparecía una relación de semejanza con
Aarón. En el segundo caso, por el contrario, somete a un análisis
concreto cada una de las expresiones del oráculo y este análisis, sin
poner ni mucho menos en cuestión la semejanza fundamental, reve-
la diferencias significativas, que marcan realmente un cambio de
nivel.
y esto ocurre no solamente con el oráculo del salmo 110, sino
con todas las afirmaciones finales de Heb 5, 9-10 que se presentan
bajo estas dos consideraciones sucesivas. Cuando declara que, al
salir de su pasión, Cristo "habiendo sido hecho perfecto, se convir-
tió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen,
proclamado por Dios sumo sacerdote a la manera de Melquisedec"
(Heb 5,9-10), el autor intenta evidentemente concluir la parte ante-
rior (3, 1-5, 10), en la que se demostró la relación de continuidad:
lo mismo que Aarón, también Cristo ha sido nombrado sacerdote por
Dios. Pero al mismo tiempo desea anunciar la parte siguiente (5, 11-
10,39) que subrayará las diferencias que hay entre ambos sacerdocios
y probará la superioridad de Cristo sumo sacerdote. Escoge por tanto
sus términos de tal manera que organiza una transición muy hábil
entre su primera y su segunda exposición sobre el sacerdocio.
La frase presenta una estructura ternaria, que caracteriza a la
exposición central. Las tres afirmaóones que contiene correspon-
den a los tres momentos de la mediación sacerdotal, tal como los
hemos observado anteriormente 4. La primera afirmación represen-
ta el movimiento ascendente, ya que expresa la transformación sa-
crificial: Cristo ha sido "hecho perfecto" porsu ofrenda. La segun-
da corresponde al movimiento descendente, ya que afirma la efica-
cia salvífica del sacrificio: Cristo revela "a los que le obedecen" los
caminos de Dios y les trae la "salvación". Finalmente, la tercera ex-
presa el momento central: la admisión del sacerdote ante Dios.
Se pasa de este modo de la estructura binaria de la exposición
precedente, que mostraba la necesidad que tenía el mediador de
una doble relación, a una estructura ternaria, que marca los tres
tiempos de la actividad mediadora.
El autor se preocupa de indicar inmediatamente que su frase
constituye en realidad el anuncio de la nueva exposición que se
dispone a emprender: "Sobre este particular tenemos muchas cosas
que decir ..." (5, 11). Pero no las comienza a decir en seguida, sino
que se impone de antemano el deber de preparar a sus oyentes
mediante una exhortación vigorosa (5, 11-6, 20). Solamente luego
es cuando empieza con los temas formulados en la frase del anun-
cio. Y notemos que no las repite entonces en el mismo orden que
las había presentado, sino que expone en primer lugar (7, 1-28) lo
que había mencionado al final (5, 10). Es ésta su manera habitual
de proceder 5. Va en contra de las reglas de la retórica greco-lati-
na 6, pero está en conformidad con el gusto del antiguo testamento
por las disposiciones invertidas y presenta por otra parte la ventaja
de facilitar las transiciones.
Además, el autor tiene una forma muy sencilla de ayudar a sus
oyentes a seguir el desarrollo de la exposición: antes de cada una
de las tres secciones, recuerda una de las tres afirmaciones de la
frase de anuncio (5,9-10), indicando de este modo el punto concre-
to que desea exponer.
Al final de la exhortación preliminar (5, 11-6, 20) que precede
a la primera sección de la exposición, el autor recuerda a sus oyen-
tes la tercera afirmación de 5, 9-10 y sólo ella: Jesús "ha sido hecho
sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec" (6, 20). La
sección que comienza a continuación se refiere por completo a este
tema (7, 1-28). Al terminarla, el autor indica mediante la elección
de la palabra final de la última frase el tema de la sección siguiente:
este tema será el de la transformación sacrificial de Cristo, que se
expresa en 7, 28 por el mismo verbo que en 5, 9a: "hecho perfec-
to". Refiriéndose a esta cualificación, el comienzo de la segunda
sección (8, 1) confirma expresamente que el autor desea tratar este
nuevo tema y que es ése" el punto capital de la presente exposición".

5. De esta manera el tema del "sumo sacerdote digno de fe", que se presenta
el primero en 2, 17, se desarrolla luego en 3, 1-6, pasando por delante del tema de
la misericordia (4, 15-5, 10). Del mismo modo, el tema de la fe que se presenta en
10, 38s. se desarrolla a continuación en 11, 1-40 pasando por delante del tema de la
"paciencia" (10, 36; 12, 1-13).
6. Según Quintiliano, "es un grave defecto no seguir en la exposición el orden
que se adoptó en la enunciación del tema" (Inst. Orat., libro IV, cap. 5).
La misma amplitud de esta sección es buena prueba del hecho: con
sus 41 versículo s (8, 1-9, 28) es la más larga de toda la epístola ..
Tras ella sólo queda ya un último tema que desarrollar, el del valor
salvífico de la ofrenda de Cristo. Para recordarselo a sus oyentes el
autor utiliza por tercera vez el mismo procedimiento: coloca al final
de esta sección (9,28) una palabra recogida de la frase del anuncio
(5, 9b), en este caso la palabra "salvación". De esta forma queda
introducida la tercera y última sección de su exposición más impor-
tante. Se pondrá en contraste la impotencia del saterdocio antiguo
y la eficacia perfecta del único sacrificio de Cristo (10, 1-18).
Como se ve, cada una de las secciones tiene su tema claramente
distinto: la posición personal del sacerdote en 7, 1-28 -su actividad
sacrificial en 8, 1-9,28- los frutos de esta actividad en 10, 1-18.
Pero al tratar un tema, el autor no pierde nunca de vista los otros
dos. Al contrario, señala las relaciones estrechas de los tres temas
entre sí y construye de este modo un conjunto fuertemente trabado,
que da una visión muy coherente de los rasgos específicos del sacer-
docio de Cristo.

1. La figura de Me1quisedec
La presentación de Melquisedec 7, por donde comienza la expo-
sición, no puede menos de desconcertar al lector de nuestros días.
De este personaje, al que se menciona solamente en dos textos muy
breves del antiguo testamento 8, nuestro autor da una descripción
que parece convertido en un personaje misterioso: "sin padre, ni
madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida ... , perma-
nece sacerdote para siempre" (7, 3). Ya en el relato del Génesis, el
carácter imprevisible de la aparición de Melquisedec suscita nume-
rosas cuestiones y favorece todo tipo de especulaciones más o me-
nos problemáticas. Un manuscrito fragmentario, que se ha encon-
trado en la gruta XI de Qumran, presenta a Melquisedec como un
ser celestial a quien pertenece el poder de eliminar a "Belial y a los
espíritus cómplices" y de ejecutar los juicios de Dios 9. Este manus-
crito, conviene señalado, no dice nada del sacerdocio de Melquise-
dec y toma por tanto una orientación muy distinta de la carta a los
Hebreos. Pero muestra cómo la figura de Melquisedec ejercía por

7. "Melchisédek" es la transcripción del nombre según la ortografía griega en


la carta. La transcripción correspondiente al hebreo sería "Melkisédeq".
8. Gén 14, 18-20; Sal 110, 4.
9. Cf. M. de Jonge - A. S. van der Woude, llQ Melchizedek and the new
testamento NTS 12 (1965-1966) 301-326.
aquella época una verdadera"fuscinación. Lejos de disminuir, esta
fascinación fue creciendo en ciertos ambientes cristianos con la lec-
tura de nuestro texto. Se ha llegado a hacer a veces de Melquisedec
un ser eterno, una "gran potencia" sobrenatural, una primera en-
carnación del Verbo de Dios y hasta un ser divino superior a Cristo
o también una aparición del Espíritu santo. 10

a) Punto de partida y perspectiva


Semejantes interpretaciones provienen de un error de perspecti-
va en la lectura de la epístola y, más concretamente, de un olvido
del contexto anterior. Se toman las primeras frases del capítulo 7
como si fueran un comienzo absoluto y como si constituyeran la
base de la doctrina del autor. Siguiendo ingenuamente el orden del
capítulo, se imaginan algunos que el autor parte del texto de Gén
14, 18-20 y lo estudia en sí mismo 11; piensan que examina a conti-
nuación el oráculo del salmo 110, 4 y que pasa tinalmente a con-
templar la figura de Cristo sumo sacerdote.· Cuando se aborda el
texto de esta manera, la persona de Melquisedec asume una impor-
tancia realmente desmesurada y resultan posibles las especulaciones
más atrevidas. Pero eso sería equivocarse por completo en la inter-
pretación del movimiento del pensamiento del autor. En realidad,
ese movimiento es exactamente lo contrario. El autor no parte de
una contemplación de Melquisedec para interesarse luego por el
salmo 110 y concluir fmalmente en Cristo, sino que parte más bien
de la contemplación de Cristo, en el que ha visto el cumplimiento
del salmo 110; considera entonces el oráculo de dicho salmo y se
ve llevado finalmente a remontarse del salmo al relato del Génesis.
El testimonio de que ha sido ése precisamente el orden real de su
pensamiento lo tenemos en el contexto anterior: al contemplar a
Cristo sumo sacerdote 12, el autor llegó a citar el salmo 110, 4 y,
después de haber repetido por tres veces los términos de ese orácu-
lo, en donde encuentra el nombre de Melquisedec 13, es cuando
recurre al relato del Génesis para confrontar sus datos con los del
salmo.

10. Se encuentran numerosas referencias sobre este tema en el comentario de C.


Spicq, o.c., 11, 205-206. Recientemente, A. T. Hanson ha defendido de nuevo la
opinión según la cual "Melquisedec era el Cristo preexistente": Jesus Christ in me
old testament, London 1965,65-72.
11. Dicho comentador afirma, un poco precipitadamente, que todo el capítulo
no pasa de ser un midrash de Gén 14, 18-20.
12. Heb 2, 17s; 3,1-6; 4, 14-16.
13. Heb 5, 6.10; 6, 20.
La última frase del capítulo 6, que precede inmediatamente a la
presentación de Melquisedec, vuelve a trazar de forma muy cancre-·
ta esta misma perspectiva. Esta frase afirma que nuestra esperanza
penetra ahora "hasta más allá del velo", es decir, hasta el mismo
santuario celestial, "adonde entró por nosotros como precursor Je-
sús, hecho, a la manera de Melquisedec, sumo sacerdote para siem-
pre" (Heb 6, 20).
Así pues, el punto de partida es Jesús, y Jesús glorificado. Su
gloria se define en el salmo 110 como una gloria sacerdotal de un
género particular. Hay dos expresiones que la especifican: "a la
manera de Melquisedec" y "para siempre". Los creyentes se ven
invitados entonces a considerar al personaje bíblico de Melquise-
dec, para reconocer en él una prefiguración de Cristo glorificado,
sumo sacerdote para siempre. Una vez centrada esta perspectiva,
ya no existe riesgo alguno de perderse en interpretaciones inconsis-
tentes.

b) Imagen del sacerdote eterno


El autor procede, como siempre, con orden y método. En un
primer párrafo (7, 1-10) dirige su atención a Melquisedec y comenta
el texto del Génesis.
Una subdivisión inicial (7, 1-3) presenta a Melquisedec recor-
dando primero brevemente todos los datos de Gén 14, 18-20 -es
decir, los títulos atribuído s a este personaje y los hechos que le
canciernen-, comentando a continuación los títulos mencionados,
y reservando para la subdivisión siguiente el comentario de los he-
chos.

En efecto, este MeIquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo,


que salió al encuentro de Abrahán cuándo regresaba de la derrota de los
reyes, y le bendijo, al cual dio Abrahán el diezmo de todo, y cuyo nombre
significa, en primer lugar, "rey de justicia" y, además, rey de Salem, es
decir, "rey de paz", sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de
días, ni fin de vida, semejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para
siempre (Heb 7, 1-3).

Para la interpretación encierra cierta importancia en este caso


una observación gramatical. Estos tres versículos no forman más
que una sola frase, que tiene el sujeto al principio y el verbo al
final. Reducida a sus elementos principales, la frase dice: "En efec-
to, este Melquisedec ... permanece sacerdote para siempre". Todos
los elementos intermedios no sirven más que para preparar la afir-
mación final. Una conjuncióñ(gar, "en efecto") pone esta frase en
relación con la expresión con que acababa el capítulo 6, donde se
proclamaba el sacerdocio eterno de Jesús. Podemos captar en todo
esto el camino del pensamiento del autor, que es ciertamente el que
acabamos de describir: para comentar los versículos del Génesis lo
relacionó con el oráculo del salmo 110 y descubrió que estos dos
textos se iluminan mutuamente. Las dos especificaciones del orácu-
lo, "para siempre" y "a la manera de Melquisedec" encuentran en
cierto modo su fundamento en el texto del Génesis. El sacerdote
"a la manera de Melquisedec" tiene que ser sacerdote "para siem-
pre" (6, 20), "porque" (gar) en el Génesis se presenta a Melquise-
dec como "sacerdote para siempre" (7, 1-3). Un paralelismo de
posición subraya la relación entre la expresión de 6,20 y la de 7, 3:
la una y la otra se encuentran al final de la frase. A la calificación
"para siempre" sacada del salmo 110 y aplicada en 6, 20 al sacerdo-
cio de Jesús glorificado, hace eco en 7, 3 la calificación "pata siem-
pre" basada en el texto del Génesis y aplicada al sacerdocio de
Melquisedec. Sin embargo, las dos calificaciones no son idénticas:
la que concierne a Melquisedec (éis to dit~nékés) no es tan fuerte,
ya que no expresa la eternidad, sino la ausencia de interrupción.
Esta diferencia revela que a los ojos del autor Melquisedec era sola-
mente una prefiguración del sacerdote eterno, un esbozo que lo
representaba de forma sugestiva, pero imperfecta. Otra expresión,
colocada inmediatamente antes, manifiesta con toda claridad este
mismo punto de vista: Melquisedec "fue hecho semejante" al Hijo
de Dios. No era el Hijo de Dios, pero el texto del Génesis lo descri-
bió de tal manera que su figura evoca a la del Hijo de Dios.
A! hablar de "Hijo de Dios" el autor supera los límites, no
solamente del texto de Gén 14, sino también del salmo 110, e indi-
ca así su verdadero punto de partida: la contemplación del "gran
sumo sacerdote, que penetró en los cielos, Jesús, el Hijo de
Dios" 14. Entre las tres etapas sucesivas de la revelación (Gén 14;
Sal 110; glorificación de Cristo) descubre una coherencia perfecta;
sólo Cristo Hijode Dios podía hacerse realmente el "sacerdote para
siempre" anunciado por el salmo 110 y por ese mismo hecho pre-
sentarse como aquel que había sido prefigurado misteriosamente,
en Gén 14, con los rasgos de Melquisedec.
Dicho esto, nos toca ver más de cerca cómo se las arregla aquí
el autor para descubrir en el Melquisedec de Gén 14 una prefigura-
ción bíblica de Cristo glorificado, Hijo de Dios y sacerdote eterno.
El examen del nombre y de los títulos de Melquisedec basta
para mostrar que este personaje representa a Cristo, rey-mesías y
sacerdote. Efectivamente, el nombre de Melquisedec puede tradu-
cirse por "rey de justicia" y su título de "rey de Salem" puede
comprenderse como "rey de paz". Estas mismas traducciones sim-
bólicas se encuentran también en los escritos de Filón 15. La justicia
y la paz eran los dones que se esperaban del rey-mesías 16. Si se
añade el otro título de Melquisedec, "sacerdote de Dios Altísimo",
se obtiene la unión del sacerdocio con la autoridad real, lo cual
corresponde exactamente a la posición de Cristo glorificado, pro-
clamado" sumo sacerdote", es decir, rey y sacerdote. Nuestro autor
sugiere todas estas relaciones, pero sin insistir en la autoridad que
posee Cristo, ya que este aspecto había quedado suficientemente
desarrollado en una sección anterior (3, 1-6). Lo que ahora llama
especialmente su atención son los rasgos específicos del sacerdocio
de Cristo glorificado: el sacerdocio eterno del Hijo de Dios.
Pero ¿cómo percibir estos rasgos en el texto de Gén 14, que no
dice nada parecido? La respuesta es sencilla: en vez de examinar
las palabras del texto inspirado, hay que considerar sus silencios. Y
entonces se comprueba que la Escritura omite, a propósito de Mel-
quisedec, la relación de varios detalles que serían de importancia
primordial ya que se trata de un sacerdote. Normalmente, un sacer-
dote tiene que aducir su genealogía para demostrar que pertenece
a un linaje sacerdotal. El libro de Esdras narra cómo al volver del
destierro cierto número de sacerdotes judíos, que no pudieron en-
contrar sus documentos de. familia, se vieron excluídos por este
motivo de las funciones sacerdotales 17. Pues bien, Melquisedec es
presentado en Gén 14 sin que conste la menor mención de sus
orígenes familiares; aparece "sin padre, ni madre, ni genealogía"
(Heb 7, 3), y sin embargo el texto inspirado señala que es sacerdo-
te. Esta situación paradójica hace pensar en un sacerdocio particu-
lar, muy diferente del que preveía la ley de Moisés. Por otra parte,
tampoco se nos dice nada del nacimiento de Melquisedec ni de su
muerte: "sin comienzo de días, ni fin de vida". Estas omisiones
tienen el resultado de "asemejar1o al Hijo de Dios", cuya existencia
es eterna. 18
Está claro que, si el autor se hubiera contentado con estudiar
en sí mismo el texto de Gén 14, no habría descubierto en él tanta

15. Leg. Alleg. III, 79-82.


16. CE. Is 9, 5-6; 11, 1-9; Miq 5, 4; Sal 45, 8 citado en Heb 1, 9; Sal 72, 7.
17. Esd 2,61-63.
18. CE. Heb 1, 8.10.12.
luz. Habría desembocado m¡;-bien en elucubraciones asombrosas
o en interrogantes perplejos, por el estilo de los que encontramos
en las discusiones judías a propósito de Melquisedec, que se pre-
guntan sobre el origen del personaje, le inventan genealogías y criti-
can su manera de bendecir a Abrahán. Pero, relacionadas con el
salmo 110 y con la glorificación de Cristo, las mismas anomalías del
texto resultan significativas. La forma con que la Biblia presenta a
Melquisedec hacen de él una imagen de un sacerdote que será al
mismo tiempo el Hijo de Dios. La filiación divina se manifiesta en
negativo, mediante dos ausencias que se invocan mutuamente: au-
sencia de genealogía humana y ausencia de límites temporales. Si
hubiera una genealogía humana, habría también evidentemente li-
mitación en el tiempo. El texto se muestra coherente en sus mismos
silencios.
Mediante estos dos rasgos, sobre los que nuestro autor no deja-
rá de volver a continuación, queda dibujada la figura de un sacerdo-
te eterno, figura que se aparta mucho de la idea tradicional del
sacerdocio, tal como se expresa en otros lugares del antiguo testa-
mento, en dode se prevé con toda naturalidad la muerte del sumo
sacerdote y su sustitución por uno de sus descendientes.

c) Sacerdocio y filiación divina


El punto decisivo es aquí la relación entre sacerdocio y filiación
divina, ya que de la filiación divina es de donde se deduce la eterni-
dad del sacerdocio. Esta relación no es nueva en la epístola. El autor
la señaló ya en varias ocasiones. Desde el comienzo de su primera ex-
posición sobre el sacerdocio de Cristo relacionó con la filiación di-
vina la primera cualidad fundamental de nuestro sumo sacerdote:
"como hijo" Cristo es "digno de fe" en lo que se refiere a las relacio-
nes con Dios (3, 5). Al concluir más adelante esa sección, donde se
demostraba la autoridad de Cristo sumo sacerdote, el autor llamaba
de nuevo la atención sobre su dignidad de "hijo de Dios" (4, 14). La
sección siguiente (4, 15-5, 10), cuyo tema -el de la solidaridad con
los hombres- no guardaba relación directa con el de la filiación di-
vina, recordaba sin embargo en dos ocasiones que Cristo es hijo de
Dios 19. Esta misma insistencia se observa en la sección que estamos
estudiando. La filiación divina ocupa en ella dos posiciones clave,
una al comienzo (7, 3), para iluminar la figura de Melquisedec, y la
otra al fmal (7, 28), para definir el sacerdocio de Cristo.
Por consiguiente, importa precisar la relación que nuestro autor
establece entre filiación y sacerdocio, si queremos hacernos una
idea exacta de su doctrina. Se plantea entonces una primera cues-
tión: cuando el autor declara que Melquisedec "fue asemejado al
hijo de Dios", ¿tiene en la mente al hijo de Dios en su preexistencia
eterna, o bien en su existencia humana, o quizás en su glorificación
obtenida como resultado de su pasión?
A primera vista, la insistencia en la perpetuidad del sacerdocio
nos haría inclinarnos por una relaeióncon el Hijo de Dios en su
preexistencia eterna. En ese caso, Melquisedec representaría el sa-
cerdocio del Verbo de Dios, tal como lo concibe por ejemplo Filón.
El Logoses mediador entre Dios y la creación. De hecho, nuestro
autor presentó al Hijo como aquel "por quien Dios hizo los mun-
dos" (Heb 1,2). El sacerdocio pertenecería entonces a Cristo inclu-
so antes de la encarnación. Sin embargo, esta interpretación no está
de acuerdo con la doctrina expresada en otros pasajes de la epísto-
la, según la cual Cristo "fue hecho" sumo sacerdote 20. Era ya hijo
desde siempre; el autor no dice jamás que "haya sido hecho" hijo,
mientras que dice y repite que tuvo que "ser hecho" sumo sacerdo-
te. Por consiguiente, no hay una vinculación inmediata entre la filia-
ción divina y el sacerdocio. Este no se confunde con el papel del
hijo respecto a la creación.
Observemos que la frase misma de 7, 3, donde se subraya la
semejanza entre Melquisedec y el hijo de Dios, encierra un califica-
tivo que excluye la aplicación de este texto al hijo en su preexisten-
cia. Del hijo de Dios preexisteqte no se puede decir que sea "sin
padre". Efectivamente, ¡tiene a ',Dios por padre! El calificativo no
tiene sentido más que si se piet(1saen el hijo de Dios encarnado,
que no tiene padre terreno. :.
Pero ¿puede decirse que el rey-sacerdote Melquisedec represen-
ta al hijo encarnado en su vida terrena? Tampoco esto es posible,
ya que no se le pueden aplicar tampoco otros calificativos. ¿Cómo
pretender que Jesús, en la tierra\ era "sin madre, ni genealogía"?
Unos versículo s más adelante nuestro autor afirmará lo contrario,
observando que "nuestro Señor pt;'ocedía de Judá" (7, 14); por tan-
to, tiene una genealogía. Y entonces es preciso reconocer que su
vida terrena tuvo un comienzo y u,n fm.
La única interpretación que cqnviene entonces es la que aplica
este texto a Cristo glorificado. Eh efecto, éste se revela a la vez
hombre nuevo e Hijo de Dios eterno. De Cristo resucitado puede
decirse que es un hombre "sinpadre, ni madre, ni genealogía", ya
que su resurrección fue una nueva generación de su naturaleza hu-
mana, en la que no intervinieron ni un padre humano ni una madre
humana, y que hizo de él un "primogénito" (Heb 1,6) sin genealo-
gía. Si san Pedro puede decir de los cristianos que han sido "reen-
gendrados mediante la resurrección de Jesucristo" (l Pe 1, 3), esta
misma afirmación vale con mucha más razón para el propio resuci-
tado. Nuestro autor evocará este mismo misterio en otras palabras
cuando hable de "una tienda mayor y más perfecta" que permitió
a Cristo entrar en la presencia de Dios (9, 11). De esta tienda, en
la que es posible reconocer una designación simbólica de la natura-
leza humana del resucitado, se señala que "no es fabricada por
mano de hombre, es decir, no es de esta creación" 21. Estas determi-
naciones negativas corresponden en otro registro a las que el autor
atribuye en 7, 3 a Melquisedec para hacer de él una prefiguración
del hijo de Dios, y confirman que intenta hablar entonces de Cristo
glorificado. Que éste debe ser reconocido además como el hijo eter-
no de Dios nuestra epístola lo indica con· toda claridad en otros
pasajes, especialmente cuando proclama que Cristo, entronizado al
acabar su combate por la justicia, es el mismo que creó los cielos y
la tierra y el que permanece una vez que todo ha perecido. 22
Esta es por tanto la perspectiva en que se sitúa la evocación de
Melquisedec. Es exactamente la misma -recordémoslo- que la que
se fijó el autor al fmal del capítulo 6, inmediatamente antes de
empezar su exposición. El sacerdote· al que prefigura Melquisedec
no es ni el hijo de Dios en su pr~xistencia, ni Jesús en su vida
terrena, sino Cristo, el hijo de Dios¡ glorificado como consecuencia
de su pasión. !
En la perspectiva del autor no ¡era suficiente para Cristo el he-
cho de ser hijo de Dios para pos~r por eso mismo el sacerdocio
eterno. Y tampoco le bastaba con! el hecho de ser el hijo de Dios
encarnado. Era necesaria una transformación de su humanidad, una
consagración sacerdotal de un nuevo género que lo hiciera "perfec-
to". Cuando al final de este capítulo el autor recoge el título de
"hijo", tiene mucho cuidado en aijadir al mismo la mención de esta
transformación: el que ha sido constituído sumo sacerdote eterno
es ciertamente el hijo, pero el hijo "hecho perfecto": 23
Pero si necesitaba esta consagración, ¿por qué insistir tanto en-
tonces en su ftliación divina siempre quese trata de su sacerdocio?

21. Heb 9, 11; d. Me 14,58; 2 Cor 5, 17.


22. Heb 1, 10-12;d. también 4, 14.
23. Heb 7,28, última palabra; d. 2, 1:0;5, 8s.
Por la sencillísimarazón de que la filiación divina aporta al sacerdo-
cio de Cristo una determinación específica que hace de él un sacer- .
docio sin igual. Por ser una mediación, el sacerdocio requiere -
como ya hemos dicho y repetido varias veces- la unión de dos
relaciones en la persona del sacerdote, la relación con Dios y la
relación con los hombres. El valor del sacerdocio depende de la
calidad de estas dos relaciones. La ftliación divina concierne -como
es evidente- a la relación con Dios; constituye el vínculo más estre-
cho que se puede concebir entre Dios y una persona. Le asegura
por tanto a Cristo la mejor posición posible para cumplir por este
lado el papel de mediador. ¿Qué sacerdote se le podría comparar
en este aspecto? ¿Cómo estar mejor cualificado para presentarse
ante Dios? ¿Cómo tener mayor autoridad para hablar en nombre
de Dios? Se comprende que nuestro autor insista constantemente
en la filiación divina de Cristo, cuando quiere demostrar el valor
inigualable de su sacerdocio.

Después de haber señalado una relación de semejanza entre


Melquisedec y Cristo glorificado, el autór dirige su atención a las
diferencias que existen entre el sacerdocio de Melquisedec y el de
los sacerdotes hebreos. Es éste el tema de una segunda subdivisión
(7,4-10), cuya función es evidentemente la de preparar la confron-
tación entre el sacerdocio levítico y el de Jesucristo. Si Melquisedec
se revela como sacerdote diferente de los sacerdotes hebreos y su-
perior a ellos, Cristo, "sacerdote a la manera de Melquisedec", se
encontrará también en la misma posición de diferencia y de supe-
rioridad, que atestigua el mismo antiguo testamento.
La dificultad consiste en esta ocasión en encontrar un terreno
de encuentro entre dos sacerdocios que el antiguo testamento no
pone nunca en contacto entre s( En el relato bíblico hay un interva-
lo de varios siglos que separa a Melquisedec de los sacerdotes leví-
ticos. ¿Cómo establecer una relación entre ellos? Con una habilidad
rabínica nuestro autor sale triunfante en su empresa utilizando los
hechos que nos. refiere la Biblia en el relato del encuentro entre
Melquisedec·y Abrahán.
El primer hecho que se comenta es el pago de los diezmos: el
patriarca Abrahán "le dio el di'eztno de todo" (Gén 14, 20). El
autor encuentra aquí la ocasión para establecer una comparación
con el sacerdocio levítico que también recaba los diezmos:
4 Mirad ahora cuán grandre e7éste, a quien el mismo patriarca Abrahán
dio el diezmo de entre lo mejor del botín.
5 Es cierto que los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen orden
según la ley de percibir el diezmo del pueblo, es decir, de sus hermanos,
aunque también proceden éstos de la estirpe de Abrahán;
6 mas aquél, sin pertenecer a su genealogía, recibió el diezmo de
Abrahán ... (Heb 7, 4-6a).

La comparación obliga al autor a recoger sucesivamentelos dos


rasgos que, según el bosquejo anterior, caracterizan al sacerdote
Melquisedec, es decir, la ausencia de genealogía y la existencia no
limitada (7,3). En primer lugar se evoca la cuestión de la genealo-
gía, ya que por constituir el vínculo entre los levitas y Abrahán
permite superar la separación de las dos épocas. La situación de los
sacerdotes levíticos, que someten al diezmo a los demás israelitas
que descienden como ellos de Abrahán, se compara entonces con
la de Melquisedec que, sin tener esta genealogía, somete sin embar-
go al diezmo al propio Abrahán. Las diferencias observadas de-
muestran la posibilidad de un sacerdocio que no esté ligado a una
genealogía y hacen ya pensar que ese sacerdocio es de un orden
superior.
Prescindiendo por unos instantes de ·esta percepción de los
diezmos, el autor recurre a otro hecho significativo,el de la bendi-
ción, a fm de confirmar explícitamente la relación de superioridad.
En efecto, Melquisedec "bendijo al que tenía las promesas. Pues
bien, es incuestionable que el inferior recibe la bendición del supe-
rior" (Heb 7, 6b-7). Entendida en su sentido más fuerte, la bendi-
ción es una palabra que asegura la transmisión de un don divino,
particularmente el don de una vida feliz y fecunda. Es necesaria-
mente descendente, ya que "toda dádiva buena y todo don perfecto
viene de lo alto" (Sant 1, 17). De hecho, la bendición es concedida
por Dios mismo o por un representante autorizado por Dios, padre
de familia (Heb 11, 20-21) o sacerdote. Al bendecir a Abrahán,
Melquisedec se revela por eso mismo superior a Abrahán, antepasa-
do de los sacerdotes levíticos.
Dicho esto, el autor vuelve a los diezmos y a la relación de
diferencia, considerando esta vez el rasgo característico del sacer-
dacio de Melquisedec, la existencia no limitada: "Y aquí, cierta-
mente, reciben el diezmo hombres mortales; pero allí, uno de
quien se asegura que vive" (Heb 7, 8). Se expresa el contraste con
energía. Para ello se apoya en la redacción del texto bíblico, que
no asigna límite alguno a la vida de Melquisedec, a pesar de que
menciona explícitamente la muerte de Aarón, llorado durante
treinta días, y asigna a la fecha del fallecimiento de los sumos sacer-
dotes el papel de un límite legal de validez para ciertas prescrip-.
ciones.24
Finalmente, el autor logra de alguna manera poner a los mismos
sacerdotes levíticos en presencia de Melquisedec en una actitud de
subordinación:
Y, en cierto modo, hasta el mismo Leví, que percibe los diezmos, los
pagó por medio de Abrahán, pues ya estaba en las entrañas de su padre
cuando Melquisedec le salió al encuentro (Heb 7, 9-10).

Así se termina esta etapa intermedia de la demostración. Ha


hecho aparecer entre el sacerdote Melquisedec y los sacerdotes is-
raelitas unas relaciones de diferencia y de superioridad. El autor ha
sabido encontrar en el mismo texto dela Biblia argumentos capaces
de quebrantar la convicción tradicional, que atribuía al sacerdocio
levítico un valor absoluto. Ha demostrado que insluso antes del
nacimiento de Leví la Biblia evocaba la existencia de un sacerdocio
diferente del de los levitas y de un nivel superior. De este modo ha
preparadó de forma muy hábil su arguni~ntación siguiente.

2. El sacerdote a la manera de Melquiscidec


La transición entre el primer párrafo y el segundo se hace con
la mayor facilidad. El final del primer párrafo hablaba de Leví (7,
9-10), mientras que el comienzo del seglmdo habla del "sacerdocio
levítico" (7, 11). A continuación se observa una relación análoga
para el otro término de la comparación: se pasa del personaje de
Melquisedec, tal como aparece en Gén 14, al sacerdote "a la mane-
ra de Melquisedec" mencionado en el salmo 110.

a) Diferencia y superioridad
Fiel a su método, el autor establece unas relaciones de diferen-
cia y de superioridad, utilizando para ello los dos rasgos caracterís-
ticos ya subrayados: ausencia de genealogía y perpetuidad. La argu-
mentación se basa ahora en el texto del salmo y avanza con atrevi-
miento más allá todavía.
Podemos establecer dos subdivision¿s en este párrafo 2~. La pri-
mera (7, 11-19) insiste en la relación de diferencia y resalta las dos

24. Muerte de Aarón: Núm 20, 24-29; muerte de sumos sacerdotes: Núm 35,
25.28.32.
25. Los límites de las subdivisiones están marcados por repeticiones verbales
que forman "inclusiones": d. nuestra obra La structure Jittéraire ..., o.c., 128-136.
expresiones de! salmo 110: "en eÍÍinaje de Me!quisedec" y "para
siempre". La segunda (7, 20-28) insiste en la relación de superiori-
dad y llama la atención sobre e! juramento de Dios mencionado en
e! salmo y, de nuevo, en las palabras "para siempre".
He aquí e! texto de la primera subdivisión que a primera vista
no es precisamente de los más claros:

11 Pues bien, si la perfección estuviera en poder del sacerdocio levítico


-pues sobre él descansa la ley dada al pueblo- ¿qué necesidad había ya
de que surgiera otro sacerdote en el linaje de Melquisedec, y no en el
linaje de Aarón? 12 Porque, cambiado el sacerdocio, necesariamente se
cambia la ley. 13 Pues aquel de quien se dicen estas cosas, pertenecía a
otra tribu, de la cual nadie! sirvió al altar. 14 Y es bien manifiesto que
nuestro Señor procedía de Judá, y a esa tribu para nada se refirió Moisés
al hablar del sacerdocio. 15 Todo esto es mucho más evidente aún si surge
otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, 16 que lo sea, no por ley de
prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible. 17 De
hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre, en ellinaje de
Melquisedec. 18 De este modo queda abrogada la ordenación precedente,
por razón de su ineficaci~ e inutilidad, 19 ya que la ley no llevó nada a la
perfección, pues no era! más que introducción a una esperanza mejor,
por la cual nos acercamps a Dios (Heb 7, 11-19).

En estos versículo s e! autor evoca en dos ocasiones la aparición


de "otro sacerdote", de un "sacerdote distinto", que ve atestiguada
en e! salmo 110. Observa en primer lugar que e! salmo habla de un
orden sacerdotal que no es e! de Aarón. sino e! de Me!quisedec. La
expresión kata ten taxín, que hemos traducido aquí "en e! linaje
de" 26 para evitar la ambigüedad de la palabra" orden", significa en
realidad más concretamente "según e! orden de", no ya en e! senti-
do de "orden-mandamiento", sino en el de "orden-clasificación".
El texto hebreo de! salmo tiene aquí la expresión iil díbratí, única
en el antiguo testamento, cq:yatraducción más exacta sería sin duda
"según e! modelo de". Así pues, el salmo indica una diferencia de
orden sacerdotal. Nuestro autor ilumina esta diferencia por la cues-
tión de la genealogía, que era decisiva en e! caso de! sacerdocio
"según e! orden de Aarón", mientras que no tenía ningún papel
que representar en e! sacerdocio de Me!quisedec. Según la ley de

26. Así es la versión de la Traduction oecuménique de la Bib1e en 7. 11 (dos


veces), pero no en 7, 17, a pesar de que se trata de la misma expresión. En 7, 17,
dicha Traduction pone "a la manera de", otra versión posible de kata tim taxin, que
yo mismo empleé anteriormente en Heb 5,6.10 y 6, 20, a pesar de que sé que es sólo
aproximativa. Aquí la traducción "a manera de" no conviene, porque el autor distin-
gue entre "orden" y "semejanza"; "manera" confunde estas dos nociones.
Moisés, sólo los descendientes de Aarón podían acceder a la digni-
dad de sumo sacerdote. Situando al nuevo sacerdote en el linaje de ,
Melquisedec, el oráculo del salmo lo liberaba de esta antigua pres-
cripción. De hecho -observa aquí nuestro autor-, aquel a quien se
aplica el oráculo no tuvo una genealogía levítica: "es bien manifies-
to que nuestro Señor procedía de Judá", una tribu no sacerdotal.
Su sacerdocio no se basa en una pertenencia genealógica; encontra-
mos aquí de nuevo el primer rasgo que se subrayaba en la presenta-
ción de Melquisedec (7, 3.6).
Viene a continuación el segundo rasgo, confirmando la relación
con Melquisedec y al mismo tiempo la diferencia con el sacerdocio ju-
dío: el salmo califica de eterno al nuevo sacerdocio (7, 17). Por ser ne-
gativo, el primer rasgo no podía ser suficiente para establecer un vín-
culo sólido entre el nuevo sacerdote y Melquisedec. En efecto, por sí
sola la ausencia de genealogía sacerdotal no constituye evidentemen-
te un título de posesión del sacerdocio. Pero la eternidad del sacerdo-
cio es un rasgo positivo, que 10 hace pasar de una simple clasificación
exterior -sacerdote que apela a Melquisedec- a un cumplimiento
real: sacerdote "a semejanza de Melquisedec" (7, 15). El cambio de
expresión que se observa en 7, 11 ("según el orden de") y 7, 15 ("a se-
mejanza de") no es una simple variación de estilo, como se ha dicho
a veces, sino que indica un progreso en la argumentación. La frase del
versículo 16 concreta su sentido oponiendo a la norma antigua de ac-
ceso al sacerdocio la realidad que sirve de base al sacetdocio nuevo.
El sacerdocio judío estaba regulado por la "ley de pre¡>cripcióncar-
nal", es decir, por una ley de transmisión hereditaria, que 10 vinculaba
a la genealogía y también por tanto a las limitaciones de la existencia
carnal. Al contrario, el nuevo sacerdocio se basa en "la fuerza de una
vida indestructible"; como es fácil comprender, el autor designa con
estas palabras el poder de vida que se manifestó en la resurrección de
Cristo y que hizo de él realmente un sacerdote "vivo", "para siem-
pre" 27. Aquí la diferencia aparece ya con claridad como una superio-
ridad. Le permite entonces al autor concluir esta primera subdivisión
saludando la llegada de una "esperanza mejor" (7, 19).
La segunda subdivisión (7, 20-28) continua en esta misma línea.
Observando que en el salmo la afirmación del ,nuevo sacerdocio se
apoya en un juramento de Dios, deduce de allí que "Jesús se hizo
fiador de una alianza de mucho más valor". En efecto, el juramento
divino asegura una validez indefectible al sacerdocio y a la media-
ción de Jesucristo:

27. Cf. Heb 7, 8.17. Sobre la "fuerza" desplegada en la resurrección de Cristo,


cf. Ef 1, 19s.
20 Y por cuanto no fue sin jura~nto -pues los otros fueron hechos sacer-
dotes sin juramento, 21 mientras éste lo fue bajo juramento por Aquel
que le dijo: Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para
siempre- 22 por eso, de una mejor alianza resultó fiador Jesús (Heb 7,
20-22).

Para asegurar mejor su demostración, el autor se apoya de nue-


vo en el testimonio de eternidad que contiene el oráculo del salmo.
Indica que se pasa de la multiplicidad y de la inestabilidad de los
sacerdotes antiguos, que iban cayendo uno tras otro en la muerte,
a la estabilidad perfecta de un sacerdote único 28, "siempre vivo
para interceder";

23 Además, aquellos sacerdotes fueron muchos, porque la muerte les im·


pedía perdurar. 24 Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque perma-
nece para siempre. 2' De ahí que pueda también salvar perfectamente a
los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder
en su favor (Heb 7, 23-25).

La exposición puede entonces concluir con una descripción del


sumo sacerdote ideal, recordando que éste supera evidentemente a
todos los sumos sacerdotes de la ley de Moisés 29;

26Así ese! sumo sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontami-
nado, llplIrtado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos,
27 que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus
pecados propios como aquellos sumos sacerdotes, luego por los del pue·
blo; y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
28 Es que la ley instituye sumos sacerdotes a hombres frágiles; pero la
palabra del juramento, posterior a la ley, hace al Hijo perfecto para siem-
pre (Heb 7, 26-28).

28. Para calificar al sacerdocio del sacerdote eterno el autor utiliza un adjetivo
que tiene un sentido difícil de determinar: aparabatos. Este adjetivo se deriva del
verbo parabainéin, que significa "marchar aliado" y "traspasar"; se emplea de ordina-
rio para calificar un precepto, significando entonces "intransgredible", "inviolable";
La Biblia de Jerusalén traduce "inmutable"; la Traduction Oecuménique, "exclusi·
vo"; podría traducírse "inenajenable" (incessible). Ninguna de estas traducciones
puede presentarse como cierta.
29. En esta conclusión, el autor vuelve al título de "sumo sacerdote" (7,
26.27.28) que había abandonado en provecho del de "sacerdote" por fidelidad literal
a los dos textos que comentaba (Gén 14, 18; Sal 110, 4). Estos reflejaban el uso de épo-
cas anteriores. En el lenguaje de !a época de la epístola los dos textos hablan de hecho
de sumos sacerdotes, ya que se trata de sacerdotes que son al mismo. tiempo reyes.
Lo que hay de mayor novedad en. este párrafo es su aspecto
polémico. El autor no se contenta con exponer tranquilamente su .
tema, sino que desencadena una ofensiva. Desde la primera frase
(7, 11) la emprende contra el sacerdocio levítico. Pone en discusión
su valor y deja vislumbrar su supresión: "Si el sacerdocio levítico
confería realmente una consagración perfecta, ¿qué necesidad había
entonces de suscitar un sacerdote de otro género?". Puesto que el
salmo evoca un sacerdote que pertenece a un orden sacerdotal dis-
tinto del de Aarón, el autor saca de aquí algunas deducciones desfa-
vorables al sacerdocio levítico; invita a sus oyentes a reconocer que
no bastaba, que era defectuoso, que tenía que ser sustituído. La
diferencia que señala el oráculo se convierte así en un argumento
terrible.
Observemos que esta orientación polémica no la imponía ni
mucho menos el texto del salmo. Este podía recibir varias interpre-
taciones según el contexto real en que se le situase. Leído en el
contexto judío, el oráculo no parecía que tuviera que suponer una
minusvaloración del sacerdocio levítico, sino que atribuyendo al rey
un sacerdocio diferente permitía más bien la coexistencia pacífica
de dos sacerdocios. Situado en otro nivel, más misterioso, el sacer-
docio del rey no ocupaba el lugar del otro. Los sacerdotes levíticos
podían y tenían que continuar cumpliendo con sus funciones litúr-
gicas en el lugar del culto, según las prescripciones de Moisés. Pero
nuestro autor lee este oráculo en el contexto definido por un acon-
tecimiento nuevo, el de la glorificación de Cristo. Bajo esta luz, el
oráculo toma un sentido menos irénico. Sugiere una comparación
desfavorable para el sacerdocio levítico y da a comprender que des-
pués del establecimiento del sacerdocio perfecto el antiguo sacerdo-
cio ha perdido toda razón de ser. En adelante no hay más remedio
que constatar la "abrogación de la ordenación precedente" y "la
introducción de una esperanza mejor" (Heb 7, 18-19).

b) Crítica de la ley
La orientación polémica que acabamos de constatar caracteriza
a toda la exposición siguiente. Volveremos a encontramos con ella
en la segunda sección (8, 1-9, 28) y en la tercera (lO, 1-18). Contri-
buye en alto grado a manifestar la originalidad del sacerdocio de
Cristo, y no solamente su originalidad, sino su valor exclusivo. El
establecimiento de Cristo como sumo sacerdote supone un cambio
radical en la manera de concebir el sacerdocio.
En el presente párrafo el autor empieza señalando de antemano
la enorme importancia de esta discusión y subrayando la conexión
tan estrecha que existía ent~l sacerdocio antiguo y el conjunto de
la ley de Moisés. Apenas hace mención del "sacerdocio levítico",
abre un paréntesis para recordar que "sobre él descansa la ley dada
al·pueblo" 30 y se preocupa de indicar en seguida que" un cambio
en el sacerdocio supone necesariamente un cambio en la ley". Entre
la ley y el sacerdocio se observa una dependencia recíproca: la ley
es la que regula la organización del sacerdocio 31, pero por otra
parte es el sacerdocio el que da valor a la ley. Si el sacerdocio no
consigue su objetivo, la ley se muestra impotente y lo único que
hay que hacer entonces es abrogarIa.
Está claro que el autor no considera la ley de Moisés desde un
punto de vista simplemente sociológico, sino desde un punto de
vista religioso. En la Biblia la ley se presenta como la ley de la
alianza, que regula la existencia del pueblo de Dios y se interesa
ante todo por las relaciones de ese pueblo con Dios. El aspecto
religioso es fundamental en la ley de Moisés, que se presenta como
un instrumento de mediación. Si la ley se muestra incapaz de garan-
tizar las buenas relaciones entre el pueblo y su Dios, falla en su
cometido yno podrá asegurar tampoco la cohesión del pueblo. En
su polémica contra la ley, el autor coincide aquí con san Pablo. El
punto de vista es el mismo -el del valor que tiene la ley en las
relaciones de los hombres con Dios-, y las conclusiones no son
menos radicales (7, 18). Pero el camino que sigue es distinto. Mien-
tras que Pablo toma la ley globalmente y le niega toda capacidad
de hacer al hombre justo delante de Dios 32, nuestro autor hace un
análisis más concreto. Observa que la leyes una institución de me-
diación-y que, en esta perspectiva, su empeño más decisivo tiene
que ser la organización del sacerdocio, dado que la función especí-
fica del sacerdocio es el ejercicio de la mediación 33. Así pues, el
que quiera determinar el valor de la ley tiene que verificar ante
todo la eficacia de su sacerdocio.

\., c) La cuestión de la "téléiósis"


Esta verificación consiste principalmente en ver si la institución
sacerdotal procura o no una verdadera téléiósis. Esta es la cuestión

30. Heb 7, 11. P. Andriessen y A. Lenglet proponen una interpretación algo


distinta, en donde se da directamente un vínculo entre "ley" y téléíosís; pero no por
eso se suprime la conexión entre ley y sacerdocio: d. art. cít.: Bib 51 (1970) 215.
31. Cf. Ex 28-29; Lev 8-10; etc.; Heb 7, 5.16.28; 10, 1-3.8.
32. CE. Gén 2, 16; Ram 3, 20.
33. CE. supra, p. 48-52.
que el autor propone en 7, 11. El término griego que utiliza no
tiene equivalencia exacta en nuestras lenguas y exige una explica-o
ción. Por eso será mejor de momento contentarse con trascribirlo ..
Téléiosis no significa "perfección", que se dice más bien téléiotes,
sino que designa la "acción de perfeccionar", ya que el sufijo -sis
se utiliza en griego para formar nombres de acción. La Nueva biblia
española ha traducido este término por "transformación", que indi-
ca bien el aspecto activo aunque no llega a precisar el género de
transformación que se realiza.
¿Cuál es exactamente el pensamiento del autor cuando dice en
7, 11: "Si la téléiosis estuviera en poder del sacerdocio levítico ... "?
El giro de la frase demuestra que el autor tiene ante la vista una
opinión corriente, cuyos fundamentos se permite poner en duda.
La opinión evocada es que en el antiguo testamento había téléiosis
gracias al sacerdocio levítico. Basta con referirse al empleo de té-
léiosis en el libro del Levítico para comprender la alusión. La pala-
bra aparece en él siete veces, siempre en el mismo contexto, el de
la consagración del sumo sacerdote 34. Designa el sacrificio de con-
sagración sacerdotal. Esta misma comprobación puede hacerse en
el pasaje paralelo del libro del Exodo, en donde esta palabra se
repite cinco veces en el espacio de trece versículo s 35. Fuera de
estos capítulos, téléiosis no aparece ya ni una sola vez en el Penta-
teuco. Su utilización en los otros libros del antiguo testamento en
griego es bastante rara y dispersa 36 y no puede ser aquí tenida en
cuenta, ya que es en relación con el sacerdocio levítico como nues-
tro autor desea hablar aquí de la téléiosis. Leyendo los textos de Ex
19 y de Lev 8 se saca espontáneamente la conclusión de que había
en Israel una téléiosis: el sacrificio de consagración del sumo sacer-
dote. Esta conclusión espontánea es la que nuestro autor tiene el
atrevimiento de discutir.
La base implícita de su argumentación es la siguiente: toma el
término en su sentido fundamental de "acción de hacer perfecto",
y considera al mismo tiempo su empleo técnico de "sacrificio de
consagración sacerdotal". Opina que es atinada la elección del tér-
mino para este empleo técnico, ya que corresponde a una intuición
válida. Efectivamente, una verdadera consagración sacerdotal debe-
ría consistir en una transformación profunda del futuro sacerdote,
que lo hiciera realmente perfecto, a fin de que fuera digno de entrar

34. Lev 7. 37: 8. 22.26.28.29.31.33.


35. Ex 29, 22.26.27.31.34.
36. 1 Crón 29,35; Jdt 10, 9; Eclo 31 (34), 8; Jer 2,2; 2 Mac 2,9.
débiles y pecadores, antes de su consagración; 10 siguieron siendo
luego y fueron por tanto sacerdotes deficientes; la consagración ritual"
prescrita por la ley no los había transformado. No estuvieron nunca
en disposición de elevarse hasta Dios y de ejercer verdaderamente la
mediación. "Pero la palabra del juramento" -es decir el oráculo del
salmo 110, juramento de Dios que se aplica a Cristo glorificado-, esa
palabra constituye sacerdote "al Hijo perfecto para siempre". Su sa-
cerdocio queda así definido mediante la unión de tres términos, de
los que el primero indica su filiación, "un hijo", yel segundo su transc
formación, "tétéléioménon". Este término se toma a la vez en su sen-
tido general de "hecho perfecto" yen su sentido técnico de "consa-
grado sacerdote", ya que en el caso de Cristo la consagración sacerdo-
tal se lleva a cabo precisamente por medio de una transformación real,
de su ser de hombre 37, que hizo de él el hombre perfecto, es decir, el 1:
hombre re-creado según el proyecto de Dios, perfectamente unido a .\1
Dios y totalmente ,abierto a ~ushern;ta~os. Sólo una consagración Sa-i\\
cerdotal de este genero podm constitUIr un sacerdote verdadero. .
La unión de estos términos, recordémoslo, no es algo natural.
No es precisamente como hijo de Dios por 10 que Cristo fue "hecho
perfecto". ¿Cómo podría" ser perfeccionado" aquel que es "el res-
plandor de la gloria divina" (l, 3)? La transformación a la que Cris-
to se sometió no alcanzó en él al Hijo de Dios, sino al hombre de
carne y hueso. El autor 10 señaló ya en el texto de 5, 7-9, al que re-
mite en esta vocación. No vaciló entonces en afirmar que, para ser
proclamado sumo sacerdote, Cristo tuvo que pasar por un camino
que no estaba en consonancia con su dignidad de hijo: "aun siendo
hijo, con 10 que padeció experimentó la obediencia y llegó a la per-
fección". Aquí, en 7, 28, nos encontramos de nuevo con la doble
implicación del sacerdocio: relación con Dios y relación con los
hombres, expresada en una fórmula de enorme densidad.
Entre el primer término ("un hijo") y el segundo ("hecho per-
fecto") el autor inserta la expresión que en el oráculo del salmo 110
caracteriza al nuevo sacerdote: "para siempre". Esta expresión se
pone en estrecha relación con los otros dos términos que le acom-
pañan. Define por una parte ~l valor de la consagración sacerdotal
recibida por Jesucristo: ha sido consagrado sumo sacerdote "para
siempre". Su sacerdocio es definitivo. Hay aquí una gran novedad.
Por otra parte, la frase manifiesta la relación que guarda este aspec-
to del sacerdocio con la filiación. Si Jesús pudo ser consagrado
sumo sacerdote para siempre, es porque era el Hijo de Dios.
De esta manera concluye esta primera parte de la exposición
central. Había asumido la tarea de especificar el nivel alcanzado
por el sacerdocio de Cristo. Basándose en el antiguo testamento ha
logrado demostrar que la posición personal de Cristo sumo sacer-
dote es incomparablemente superior a la del sacerdocio del antiguo
testamento, hasta el punto de quitarle toda su razón de ser. El
punto decisivo de la argumentación es la atribución a Cristo de un
sacerdocio que vale "para siempre". Interpretando esta expresión
del salmo 110 a la luz de la glorificaciónpascual de Cristo, el autor
le ha dado toda su plenitud de sentido y ha podido demostrar en
consecuencia que implica una ruptura con el sacerdocio israelita,
transmitido por sucesión genealógica a unos hombres destinados a
la muerte. Por otra parte ha mostrado cómo la forma con que Gén
14 presenta a Melquisedec permite descubrir en este personaje bí-
blico una prefiguración del sacerdote definitivo. La convergencia
observada entre Gén 14, el oráculo del salmo 110, 4 y la posición
de Jesucristo glorificado da una notable fuerza a la demostración.
Para terminar, observemos cómo la perspectiva adoptada en
esta sección resulta diferente de la del capítulo 5. Allí el autor seña-
laba un paralelismo entre el sacerdocio de Cristo y el de Aarón.
Aquí por el contrario subraya las distancias que los separan. Allí
describía de forma incisivala participación de Cristo en la debilidad
humana y mencionaba su ofrenda dolorosa, camino de su consagra-
ción sacerdotal. Aquí por el contrario muestra la grandeza del nue-
vo sacerdote una vez consagrado. A diferencia de los sacerdotes
, antiguos; él no se vio hundido en su situación de debilidad, sino
que fue capaz de superarla y de llegar a la perfección -ya sabemos
I por otros textos anteriores 38 que el medio utilizado para ello fue la
misma debilidad-; por consiguiente, no necesita ya ofrecer más sa-
crificios. Se levanta así ante las miradas de todos con su estatura
impresionante de sacerdote hijo de Dios, establecido en el sacerdo-
cio para siempre. Esta posición constituye evidentemente para él
una glorificación personal extraordinaria, pero sería un error dete-
; nerse en este solo aspecto. Ha ue ver además sobre todo ue le
da a Cristo una cualificacíÓnsacer ota sin rece entes: o hace
ca az de "salvar erfectamente a los ue or é se e an a Dios a
gue está siempre vivo para interceder en su avor" (7,25).
8
La acción sacerdotal decisiva

Al comenzar la segunda sección (8, 1-9, 28) de su gran exposi-


ción central, el autor anuncia que ha llegado al "punto capital" de
su predicación. El término griego que utiliza (képhalaion) no desig-
na simplemente el punto más importante, sino también el que per-
mite recapitularlo todo. ¿Cuál es concretamente este punto? Cuesta
algún trabajo definirlo, debido precisamente al aspecto recapitulati-
vo de esta sección, que se presenta como una especie de síntesis.
En él el autor habla a la vez de asentamiento a la derecha de Dios
y de liturgia, de ofrenda y de promesas, de alianza nueva y de
purificación de las conciencias, de efusión de sangre y de herencia
eterna, comparando además en todos estos puntos la situación anti-
gua con la que ha quedado inaugurada por Cristo. En medio de
toda esta abundancia de temas, ¿cómo distinguir entre todos cuál
es el que caracteriza a la sección, aquel a cuyo alrededor se organi-
zan todos los demás?

A primera vista, la frase introductoria no aporta mucha luz, ya


que parece limitarse a recoger el tema de la sección anterior. Esta
terminaba describiendo al sacerdote ideal, establecido para siempre
en su gloria más que celestial (7, 26-28). El autor proclama ahora
que nosotros tenemos precisamente ese sumo sacerdote:
1Este es el punto capital d~uanto venimos diciendo, que tenemos un
sumo sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en
los cielos, 2 al servicio del santuario y de la tienda verdadera, erigida por
el Señor, no por un hombre (Heb 8, 1-2)

Al hablar del asentamiento a la derecha, el autor confirma y


completa la aplicación que acaba de hacer a Cristo glorificado del
oráculo sacerdotal, del salmo 110. La imagen de sentarse a la dere-
cha de Dios se inspira, como es sabido, en otro oráculo de este
mismo salmo. Aparentemente la perspectiva no cambia para nada.
Sigue siendo estática.
Pero una mirada más atenta descubre que en realidad está a
punto de hacerse dinámica. En efecto, el verbo que se utiliza para
hablar de ese asentamiento no expresa una situación adquirida, sino
una acción. No es el verbo de estado "estar sentado" (kathemal),
como ocurre en el salmo 110 o en otros textos cristológicos 1, sino
el verbo de acción katbizo, y se utiliza en un tiempo -'el aoristo-
que refuerza este aspecto de acción. Para subrayar el matiz expresa-
do, se podría traducir: "un sumo sacerdote que fue a sentarse a la
derecha del trono de la Majestad". El título que se da a Cristo
inmediatamente después continúa en este mismo sentido dinámico,
ya que evoca una actividad y no uh reposo: se le llama a Cristo
leitourgos ("oficiante"), palabra que se deriva de ergon ("obra").
Este título nos hace comprender de qué manera fue Cristo a sentar-
se a la derecha de Dios: llevando a cabo un acto de culto, una
liturgia. La frase siguiente ofrece una nUeva indicación al hablar de
la ofrenda que ha de presentar:

Todo sumo sacerdote está instituído para ofrecer dones y sacrificios; de


ahí que necesariamente también él tuviera que ofrecer algo (Heb 8, 3).

El último verbo de esta frase, señalémoslo, está de nuevo en aoristo


(prosénégké), en oposición al presente (prospbéréin) que se aplica
a "todo sumo sacerdote". Por consiguiente, lo que se afirma es la
necesidad en que se vio Cristo de realizar un acto de ofrenda. Fue
por un acto de ofrenda como llegó hasta la diestra de Dios.
De esta manera la perspectiva se ha ido precisando poco a poco.
El tema específico de esta sección va a ser el acto de ofrenda reali-
zado por Cristo. Se ha pasado de una contemplación estática a una
orientación dinámica. Esta presenta más de una ventaja. Es al mis-
mo tiempo más estimulante y más esclarecedora. Hay que recono-
cer que la demostración del capítulo 7 resultaba bastante abstracta.
La posición gloriosa del sacerdote ideál suscita ciertamente la admi-.
ración, pero encierra el peligro de aparecer demasiado alejada de la
existencia humana ordinaria. Para corregir esta impresión convenía
mostrar el dinamismo que da cuenta de la glorificación de Cristo y
que define su alcance concreto. Y es lo que el autor va a hacer en
esta sección. En vez de contentarse con una descripción del Cristo
glorificado, se dedica a poner de relieve el camino trazado por Jesu-
cristo, la transformación que se llevó a cabo en él, camino. que a
continuación nos veremos luego invitados a seguir nosotros y trans-
formación que nos será comunicada también a nosotros. Tal es el
"punto capital" de la exposición. Dentro del esquema de la media-
ción sacerdotal corresponde a la fase ascendente que es la que,
efectivamente, se impone a todo lo demás.
Recordemos ahora que, para anunciar esta sección, el autor ha-
bía utilizado en 5, 9 Y había repetido en 7, 28 un verbo cargado de
sentido, el verbo téléioustbai, "ser hecho perfecto", que en el Pen-
tateuco sirve para designar la consagración del sumo sacerdote.
Este verbo define exactamente la forma con que el autor concibe
su tema.
En la sección precedente había rechazado la pretensión del ri-
tual antiguo de conferir una verdadera consagración sacerdotal. De-
nunció la incapacidad de la ley para transformar realmente a un
hombre y' hacer de él un sacerdote. Para terminar afirmó que, por
el contrario, el Hijo, proclamado por el salmo 110 sumo sacerdote,
obtuvo esta transformación 2. Ahora le toca desarrollar su afirma-
ción y explicar de una forma más completa los diversos aspectos de
la téléiosis de Cristo, de esa acción que, al hacer a Cristo perfecto,
hizo de él un sumo sacerdote.
Es verdad que algunos de estos aspectos ya han sido indicados
en los textos anteriores. En 2, 10 el autor señaló que se trata de una
transformación profunda, realizada por Dios "mediante el sufri-
miento". En 5, 7-9 mostró que fue el fruto de una ofrenda suplican-
te y de una educación dolorosa en el curso de la cual Cristo "apren-
dió la obediencia" . Suponiendo que estos datos fundamentales si-
guen estando presentes en el pensamiento de sus oyentes, el autor
no se entretiene en repetirlos; se preocupa más bien de poner de
manifiesto las otras dimensiones del acontecimiento decisivo.
Con este objetivo compara el misterio de la pasión y glorifica-
ción de Cristo con el desarrollo del culto antiguo. La estructura
general de la sección manifiestir claramente esta orientación del
pensamiento. Después de la frase introductoria se distinguen dos
grandes párrafos, de los que el primero (8, 3-9, 10) se interesa
sobre todo por el culto antiguo, mientras que el segundo (9, 11-28)
atiende más bien al misterio de Cristo. Hay una expresión que seña-
la los límites del primer párrafo: "ofrecer dones y sacrificios" (8, 3;
9, 9); caracteriza al culto antiguo mediante la multiplicidad y la
exterioridad de sus prestaciones. En el segundo párrafo nosencon-
tramos con una expresi6n análoga, que corresponde a la primera
pero oponiéndose a ella: "se ofreció a sí mismo" (9, 14.25): caracte-
riza a la ofrenda de Jesucristo, única y personal. Por sí sola, esta
oposición de las dos fórmulas resulta ya significativa. Demuestra
que el autor sigue siendo fiel a la óptica que tomó en la sección
precedente: es preciso resaltar las diferencias entre el sacerdocio de
Cristo yel sacerdocio antiguo.
Cada uno de estos dos párrafos se compone de tres subdivisio-
nes, cuyos límites quedan cuidadosamente señalados con ayuda del
procedimiento que se llama «inclusión". Por otra parte, los cambios
de tema bastarían para indicar la disposición del conjunto. En efec-
to, el trozo central de cada párrafo es una subdivisión que trata del
tema de la alianza y que se distingue por eso de las otras dos subdi-
visiones. El esquema general es el siguiente:

a ) Nivel del culto 8,3-6


1 b) Cuestión de la alianza 8,7-13
c ) Descripción del culto antiguo 9,1-10

c') Descripción del culto de Cristo 9, 11-14


II b') Fundamentación de la alianza 9, 15-23
a') Nivel final del culto 9,24-28

En medio del primer párrafo el autor plantea la cuestión de la


alianza (b). Critica la primera alianza basándose en el anuncio he-
cho por Jeremías de una alianza nueva. En medio del segundo pá-
rrafo (b'), un desarrollo análogo proclama a Cristo "mediador de
una nueva alianza" y pone en paralelismo la fundamentación, de
esta nueva alianza con el rito realizado por Moisés para establecer
la del Sinaí.
A cada lado de estos dos puntos centrales que se refieren a la
alianza, las otras dos subdiviones toman como tema la organización
del culto. Este hecho es particularmente evidente para la subdivi-
sión e del primer párrafo, consagrada por entero a la descripción
del culto antiguo. En ella el autor habla primero del santuario y de
su división en dos partes (9, 2-5), recuerda luego la reglamentación
de los ritos (9, 6-7) Y termina con un juicio crítico (9, 8-10).
En la otra subdivisión e' se expresa inmediatamente un contras- .
te con la e inmediatamente anterior. Ahora se describe con solemni-
dad la intervención decisiva de Cristo, presentándola como una li-
turgia nueva, cuyos diversos elementos se oponen uno a uno a los
de la organización precedente.
Así pues, en el centro del conjunto tenemos dos subdivisiones
antitéticas e y e', cuyo tema común es el del acto de culto. De este
modo se confirma que la perspectiva adoptada es dinámica y no
estática. La atención se dirige ante todo hacia una acción, la ofrenda
sacrificial de Cristo.
Las subdivisiones inicial a y final a' desarrollan también el tema
del culto, como atestigua su mismo vocabulario. El verbo prospné-
" réín, "ofrecer", se repite tres veces en la primera y dos veces en la
segunda; hay además otros términos que orientan la atención en
esta misma dirección: "dones" (8, 3.4) y "sacrificios" (8, 3; 9,26),
"tienda" (8, 5) y "santuario" (9, 24.25), "dar culto" (8, 5) y "litur-
gia" (8, 6). ¿En qué se distingue entonces esta perspectiva de la
que adoptaban las subdivisiones centrales e y e'? Se puede distin-
guir señalando la presencia de unos términos que no aparecen en
las otras partes: el autor habla de "tierra" (8,4) y de "cielo" (8,5;
9, 23-24) y señala ciertas relaciones entre "modelo" (typos: 8, 5) y
"reproducción" (antítypos: 9, 24), entre "realidades celestiales" (8,
5; 9, 23) y "figura" (nypodéígma: 8, 5; 9,23) o "esbozo" ("som-
bra": skía: 8,5). En estas dos subdivisiones la atención recae enton-
ces más concretamente en el nivel en donde se sitúa el culto: terre-
no y figurativo por una parte (a) y celestial y auténtico por otra (a'),
es decir definitivo.
Estas primeras observaciones nos ayudan a comprender en su
conjunto cuál es la estructura de esta sección (8, 1-9, 28). El autor
ha adoptado una estructura concéntrica, que le permite insistir, en
el centro, en el tema del que depende todo lo demás: la acción
sacerdotal decisiva, el sacrificio. El contraste expresado entre los
sacrificios antiguos (e) y el de Cristo (e') sirve para poner de relieve
el valor original y definitivo del cumplimiento realizado por Cristo.
Las otras subdivisiones precedentes y posteriores muestran las rela-
ciones que vinculan con el acto sacrificial los otros aspectos del
sacerdocio. Las subdivisiones inicial a y final a' orientan la atención
hacia el nivel alcanzado en la celebración del culto y se encuentran
por tanto en relación directa con el tema de la situación del sacer-
dote respecto a Dios. Como este tema era el de la sección anterior
(7, 1-28), la transición entre el final del capítulo 7 y el comienzo del
capítulo 8 se realiza con toda fa(!Jtidad.En .cuanto a las subdivisio-
nes intermedias, b y b', su función es la de expresar los vínculos
que existen entre el culto y la alianza. Por este hecho evocan los
ben.eficios que el sacrificio reporta al pueblo de Dios. Este punto
corresponde al tercer momento de la mediación sacerdotal, la fase
descendente. Formará el tema de la sección siguiente (lO, 1-18);
por tanto no será extraño ver cómo se recoge entonces, en 10,
16-17, el oráculo profético de Jeremías citado en b.
De este modo queda aclarada la complejidad de esta sección
central y se pone de manifiesto su carácter de síntesis. Deseando
dejar bien clara la importancia capital de la acción sacerdotal, el
autor se ha esforzado en ir señalando todas las repercusiones de la
misma y se ha visto llamado de esta forma a recordar, de manera
orgánica, los diversos aspectos de la mediación sacerdotal.

2. La crítica del culto antiguo


En el primer párrafo de esta sección vuelve a surgir la orienta-
ción polémiea que estaba ya presente en 7, 11-28. De momento no
aparece con mucha claridad, ya que el autor tiene que introducir
de antemano su tema mediante una afirmación general sobre la
necesidad de los sacrificios (8, 3a) y su aplicación a Cristo (8, 3b).
Pero no tarda en declarar sus sentimientos y su intención va co-
brando cada vez más vigor hasta alcanzar su paroxismo en las últi-
mas líneas del párrafo (9, 9-10).
Es importante dejar bien sentado este hecho, si no queremos
ser víctimas de una especie de ilusión óptica. Una lectura superficial
de la epístola a los Hebreos puede dejar la impresión de que el
autor se muestra muy apegado al culto ritual. En efecto, no cesa
-especialmente en esta sección- de referirse a este culto y de utilizar
su vocabulario. Parece como si condujera a sus lectores hacia atrás
y los atrajera hacia las instituciones antiguas. Pero. esta impresión
no corresponde a la realidad. El autor no da ni mucho menos mar-
cha atrás, sino que invita más bien a proseguir hacia delante. No
habla del culto ritual antiguo más que para someterlo a una crítica
metódica y expresar una concepción nueva y profunda, que exoÍge
un cambio de mentalidad o, mejor dicho, una conversión.
La religiosidad natural camina espontáneamente en el sentido
del culto ritual y lleva a vivir la religión en este nivel. La observancia
de los ritos se considera como esencial. Se encuentra en ella cierta
impresión de seguridad para las relaciones con el mundo divino,
así como cierta satisfacción de las tendencias místicas de todo indi-
viduo. Pero ¿no constituye realmente el ritualismo una evasión fuera
de la existencia concreta? Hay motivos para preguntarse qué posi-
ción toma el nuevo testamento a este propósito y, en particular,
qué enseñanza nos da aquí la epístola a los Hebreos, que se enfren- .
ta directamente con la cuestión.

a) El culto figurativo
el autor comienza, como hemos dicho, considerando el nivel
alcanzado en la celebración del culto. Después de recordar gue los
sacerdotes han sido constituídos para ofrecer sacrificios y que nues-
tro sacerdote, Cristo, tenía que presentar por tanto una ofrenda,
dirige inmediatamente la atención hacia un punto concreto: ¿en
qué nivel se sitúa el sacerdocio de Cristo? Y constata una exclusión:
no es posible que Cris'to sea sacerdote terreno:

3 Porque todo sumo sacerdote está instituído para ofrecer dones y sacrifi-
cios; de ahí que necesariamente también él tuviera que ofrecer algo.
4 Pues si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya
quienes ofrezcan dones según la ley (Heb 8, 3-4).

El sacerdocio terreno está regulado por las prescripciones de la ley


y éstas no dejan ningún lugar a un sacerdote sin genealogía. Pero
¿qué es lo que vale el sacerdocio de la ley? Subrayando aquí de
nuevo, como lo había hecho ya en 7, 11-12, los vínculos que unen
al sacerdocio antiguo y a la ley antigua, el autor se dispone a some-
terlos a ambos al fuego de su crítica:

Estos dan culto en lo que es sombra y figura de realidades celestiales,


según le fue revelado a Moisés al emprender la construcción de la tienda.
Pues dice: "Mira, harás todo conforme al modelo que te ha sido mostra-
do en el monte" (Heb 8, 5).

Los sacerdotes de la ley son terrenos. Se encontraban en la tie-


rra antes de su consagración y se siguen encontrando luego en ella.
El culto que celebran es terreno. Consiste en sacrificios que no
llegan a elevarse realmente hasta Dios. Todo se reduce a unos cuan-
tos ritos impotentes. La víctima queda destruída y el sacerdote se
queda donde estaba. Pero el caso de Cristo es diferente. El autor lo
deja comprend~r con claridad, aunque sin dar explicaciones. Para
recibir una información positiva sobre ello habrá que esperar a la
dubdivisión correspondiente del segundo párrafo, es decir, al final
del capítulo 9. Los comentadores que, por no haber sabido ver la
estructura de conjunto de esta sección, intentan completar cuanto
antes el pensamiento, se pierden en falsas interpretaciones. Hay
algunos que imaginan para CristO una actividad litúrgica totalmente
celestial, una ceremonia que se desarrollaría en el cielo, por ejem-
plo, la ofrenda de la sangre. De hecho, el autor no quiere ni mucho
menos transportamos al plano de la imaginación mitológica; quiere
hacemos penetrar en la realidad de los acontecimientos vividos por
Cristo. No tenemos por qué figuramos que Cristo imite en el cielo
la liturgia de los santuarios terrenos. No es en este sentido como ha
sido constituído sacerdote celestial (cf. 10, 11-13), sino en cuanto
que su pasión le ha hecho verdaderamente subir hasta Dios. Al
comienzo de su ofrenda, Cristo estaba en la tierra como los demás
sacerdotes, pero al final dejó este mundo. Su ofrenda concluyó con
una transformacion efectiva, que lo transportó a otro nivel de exis-
tencia. Así pues, no se trata de ninguna ceremonia, sino de una
realización existencia!.
El aspecto ceremonial está reservado al culto terreno. El autor
lo hace aquí objeto de su crítica. Observa que los sacerdotes de la
ley "dan culto en lo que es una figuración rudimentaria de las reali-
dades celestiales" 3. Para confirmar esta apreciación, cita el texto
de Ex 25, 40 en donde Moisés recibe la orden de "hacerlo todo
conforme al modelo que se le ha mostrado en el monte". En su
contexto original esta frase del Exodo intentaba garantizar la vali-
dez del culto israelita, afirmando que el santuario preparado por
Moisés correspondía a un modelo revelado por Dios mismo. Sin
embargo, dejaba percibir también los límites y las imperfecciones
del culto terreno, que no podía alcanzar directamente a las realida-
des divinas. Este aspecto negativo es el que nuestro autor pone en
evidencia. Ya pensaba en ello en su frase de introducción, cuando
especificaba que nuestro sumo sacerdote es oficiante o liturgo
"del santuario y de la tienda verdadera, erigida por el Señor, no
por un hombre". De la tienda fabricada por Moisés hay que decir
lo contrario: fue un hombre el que la plantó y no el Señor; por
tanto, no es "verdadera", sino "sombra" de la misma. Se queda en
una etapa inferior de una figuración imperfecta.
La expresión escogida por el autor para definir el nivel del culto
antiguo se muestra terriblemente polémica, si la relacionamos con
los textos en donde se utiliza una expresión semejante en el antiguo
testamento. En efecto, nuestro autor utiliza el verbo latréuéin (" dar
culto") con un complemento en dativo. El antiguo testamento se
sirve con frecuencia de esta expresión para proclamar que es a

3. "Figuración rudimentaria" es la traducción exacta de la endíadis bypodéig-


ma kai skia, IíteraImente "figura y sombra".
Dios a quien hay que dar culto y por otra parte para prohibir seve-
ramente fabricar imágenesy rendirles culto, incluyendo en la prohi-.
bición a las imágenes" de lo que hay en el cielo" 4. Cuando nuestro
autor declara que los sacerdotes de la ley "dan culto a una figura-
ción rudimentaria de las cosas celestiales", está sugiriendo nada me-
nos que el culto israelita es una idolatría. Se trata de una audacia
que cuesta trabajo creer. Pero tenía sus precedentes: en la epístola
a los Gálatas Pablo habla en este mismo sentido cuando compara
la sumisión a la ley con los cultos idolátricos, y en los Hechos de
los apóstoles el discurso de Esteban adopta una perspectiva seme-
jante a propósito del templo de Jerusalén 5. Por otra parte, este
discurso se apoya en el mismo antiguo testamento, que en este pun-
to como en otros muchos manifiesta una asombrosa capacidad de
autocrítica, ya que no se niega a acoger y a perpetuar los ataques
lanzados por los profetas contra el culto ritualista.
Atrevido en .la polémica, nuestro autor se guarda sin embargo
de mostrarse unilateral. Lejos de negar todo mérito a las institucio-
nes antiguas, les reconoce un doble valor. Por una parte admite
que constituyen la imitación humana de un modelo divino preexis-
tente. Por otra parte les concede un valor profético, el de prefigurar
la realización de los designios de Dios. La palabra bypodéigma ex-
presa este segundo aspecto; efectivamente, su sentido no es el de
"copia", como algunos traducen abusivamente, sino más bien el de
"esbozo" o "maqueta", literalmente "indicación puesta por deba-
jo", primer trazado provisional que prepara el dibujo definitivo.
Más adelante el autor dirá que la ley poseía solamente "un esbo-
zo de los bienes futuros, no la expresión misma de las realidades"
(10, 1).
Para no quedarnos en el aire, digamos en seguida que el autor
aplicará la primera forma de ver al "santuario" 6 o al "santo de los
santos" del templo israelita. El santo de los santos se presentaba
como una imagen terrena de la habitación eterna de Dios, una re-
producción humana del santuario celestial preexistente. Por el con-
trario, la otra forma de ver se aplicará a "la primera tienda" 7, es
decir, a la parte delantera del templo, lo que se llamaba "el santo"
y que precedía al santo de los santos. En esta'''primera tienda" el

4. Latreuéin Théó o Kyri6 y fórmulas equilvalentes: Ex 23, 25; Dt 6, 13; 10,


12-20; 11, 13 etc. Prohibición de rendir culto (latréuéin) a las imágenes: Ex 20, 4s;
Dt 4, 15.19; 5, 8s.
5. Gál4, 3.9s; Hech 7, 47-50.
6. Ta hagia: d. 9, 24.
7. He pr6te skene: d. 9,2.8.11.
-
autor ve un esbozo del "camino nuevo y vivo, inaugurado por Cris-
to para nosotros" (10, 20), "una tienda mayor y más perfecta" (9,
11). Tendremos luego ocasión de volver sobre este punto.
Así pues, las instituciones antiguas tenían un valor, pero un
valor limitado. No iban más allá de la etapa de una figuración terre-
na y por tanto eran incapaces de realizar una verdadera mediación.
Cristo, por su parte, no se quedó en ese nivel. Al concluir la prime-
ra subdivisión, el autor señala la diferencia:

Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es mediador


de una mejor alianza, como fundada en promesas mejores (Heb 8, 6)

Esta frase tan significativa expresa la función mediadora del sacer-


dote y pone por eso mismo de relieve los vínculos que unen al
culto con la alianza. La cita que sigue inmediatamente atestigua
que aquí hay que traducir la palabra griega diatheke por" alianza"
y no por "testamento", ya que a continuación se utiliza en este
sentido dicha palabra diatheke. Pero ya en nuestra misma frase el
título de "mediador" (mésítes) hace inclinar la balanza de este lado.
En efecto, no se recurre a un mediador para redactar un testamen-
to, sino para establecer una alianza.
Nuestro autor hace muy bien en ver unos vínculos tan estrechos
entre culto y alianza. El valor de una alianza depende directamente
del acto de culto que le da fundamento. Una liturgia defectuosa no
puede desembocar en una alianza sólida. El que desee establecer
una alianza auténtica tiene que preocuparse de encontrar una litur~
gia de calidad irreprochable. La razón es fácil de comprender. El
establecimiento de una alianza entre dos partes distantes entre sí
no puede llevarse a cabo más que por un acto de mediación y,
cuando se trata de los hombres y de Dios, la mediación se realiza
necesariamente en el culto. Por tanto, el gran problema consiste en
encontrar el acto de culto capaz de superar todos los obstáculos
que hay para la unión entre los hombres y Dios.

b) Una alianza que hay que sustituir


Al hablar de un culto diferente para una alianza mejor, el autor
ha dado a entender ya que la alianza antigua dejaba algo que desear.
En la segunda subdivisión (8, 7-13) expresa abiertamente esta posi-
ción polémica y se preocupa de justificada. Su argumentación es
exactamente paralela a la que utilizó en 7, 11 a propósito del sacer-
dacio. De un texto profético que anuncia el establecimiento de una
nueva alianza (Jer 31, 31-34) deduce que la primera alianza era
defectuosa. Efectivamente, la voluntap de cambio es el signo de
una insatisfacción. Cuando una organización funciona perfectamen-.
te, no se siente la necesidad de recurrir a otra. "Pues si aquella
primera (alianza) fuera irreprochable, no habría lugar para una se-
gunda" (Heb 8, 7).
Su posición aquí es más fuerte que en 7, 11, ya que (a diferencia
del oráculo del salmo 110, que no dice nada del sacerdocio levítico)
la profecía de Jeremías somete explícitamente la alianza del Sinaí a
una comparación desfavorable. Jeremías opone a la alianza que se
concluyó en tiempos del éxodo una alianza nueva prometida por
Dios. Esta, dice el Señor, "no será como la alianza que hice con sus
padres" (8, 9). Este contraste se acentúa a continuación de forma
implícita con la predicción específica de que Dios escribirá sus leyes
en los corazones (8, 10), mientras que todos saben que en el Sinaí
habían sido escritas en losas de piedra. 8
La parte positiva de la profecía es seguramente más importante
que la parte dedicada a los reproches. Nuestro autor es consciente de
ello y lo mostrará más adelante cuando recoja el texto de Jeremías
sólo en sus elementos positivos (Heb 10, 16-17). Pero aquí se mantie-
ne una perspectiva polémica. Después de haber citado el oráculo, en
vez de destacar la maravillosa promesa de una relación personal con
Dios por parte de cada uno de los miembros del pueblo, acude a la ca-
lificación que se dio a la alianza prometida para reforzar su juicio ne-
gativo de la alianza antigua: "Al decir nueva, declaró anticuada la pri-
mera; y lQ anticuado y viejo está a punto de cesar" (Heb 8, 13).
El vigor de este juicio resulta más impresionante todavía si se
piensa que el que ha anunciado una alianza "nueva" destinando por
eso mismo a la primera a la desaparición es, según el texto de Je-
remías, Dios mismo. La palabra de Dios ha declarado imperfecta y
provisional a la primera alianza. Así se manifiesta el aspecto de rup-
tura que encierra necesariamente el cumplimiento cristiano. Nues-
tro autor se muestra perfectamente claro en este sentido. Ya en 7,
18 no dudaba en proclamar la "abrogación de la ordenación prece-
dente"; en 10,9 declarará sin rodeos que Cristo "abroga lo primero
para establecer lo segundo". No se deja el menor resquicio para
compromisos de un irenismo lleno de ambigüedades. 9

8. Cf. Ex 24, 12; 31, 18; 34, 28; Dt 4, 13...


9. Se puede recordar en este sentido la discusión que se suscitó en 1973 entre
obispos franceses y egipcios. En una declaración sobre la actitud de los cristianos ante
el judaísmo, la comisión episcopal francesa había escrito: "En efecto, la primera alian-
za no quedó caducada por la nueva" (V, a). Los obispos de Egipto recordaron en-
tonces la existencia del texto de Heb 8, 6.13 Y de otros parecidos en el nuevo testa-
mento. Cf. Documentation catholique (1973) 419-422 Y 785-788.
Con la tercera subdivisión llegamos a un punto decisivo. Para
comprender la razón profunda de la imperfección de la alianza an-
tigua y de la necesidad de su sustitución, hemos de examinar el
culto de esta alianza. Es lo que hace ahora el autor. "También la
primera (alianza) tenía sus ritos litúrgicos y su santuario terreno"
(Heb 9, 1). El autor, aquí lo mismo que en 8, 7 Y 8, 13, se abstiene
de utilizar la palabra" alianza" (diatbeke) para hablar de las institu-
ciones antiguas y dice simplemente "la primera". Esta reticencia
indica que, a sus ojos, la disposición establecida en el Sinaí no
merecía plenamente el nombre de diatbeke, lo mismo que la consa-
gración del sumo sacerdote levítico tampoco merecía el nombre de
téléiosis. La alianza del Sinaí poseía aparentemente todo lo que
necesitaba para funcionar: un "santuario" que, en principio, consti-
tuía un lugar de encuentro con Dios; y unos "ritos" que debían
permitir al sacerdote entrar en contacto con Dios. Pero ¿cuál era
realmente el valor auténtico del culto definido de este modo? Hay
una primera indicación que orienta ya a los espíritus: el lugar santo
era "terreno" (literalmente, "de este mundo", kosmikon). ¡La per-
tenencia al "mundo" no es ciertamente el mejor calificativo para
que un lugar pueda ser santuario de Dios!
Sin insistir de momento en este punto, el autor recuerda breve-
mente cómo estaba organizado el lugar santo:

2 Pórque se preparó la parte anterior de la tienda, donde se hallaban el


candelabro y la mesa con los panes de la proposición, que se llama Santo.
J Detrás del segundo velo se hallaba la parte de la tienda llamada Santo
de los santos, 4 que contenía el altar de oro para el incienso, el arca de la
alianza -completamente cubierta de oro- y en ella, la urna de oro con el
maná, la vara de Aarón que retoñó y las tablas de la alianza. 5 Encima del
arca, los querubinesde gloria que cubrían con su sombra el propiciato-
rio. Mas no es éste el momento de hablar de todo ello con detalle (Heb
9,2-5).

Basando su descripción en la ley de Moisés, el autor habla de


"tienda" y no de "templo", como en tiempos de Salomón. Se mues-
tra especialmente atento a la hora de señalar el sistema de las sepa-
raciones rituales que -<:omo hemos visto en el capítulo 2- caracteri- .
zaba efectivamente al culto antiguo. La división del lugar santo en
dos partes, la una llamada "el santo" y la otra "el santo de los
santós" o "santísimo", no solamente se menciona, sino que se acen-
túa gracias a una facilidad gramatical· que ofrece la lengua griega:
en vez de decir "la parte anterior de la tienda" el autor dice literal-
mente "la primera tienda" (9, 2.6) Y lo mismo hace con la otra.
parte, presentada como una "segunda tienda".
y pasa entonces a la reglamentación de las ceremonias que allí
se realizaban:

6Preparadas así estas cosas, los sacerdotes entran siempre en la primera


parte de la tienda para desempeñar las funciones del culto. 7 Pero en la
segunda parte entra una vez al año, y solo, el sumo sacerdote, y no sin
sangre que ofrecer por sí mismo y por los pecados de ignorancia-del pue-
blo (Heb 9, 6-7)

El autor pone aquí el mismo empeño en marcar las separaciones.


Distingue claramente entre los ritos que los sacerdotes celebran en
"la primera tienda" y los que están reservados a solo el sumo sacer-
dote y se celebran en "la segunda". De esta manera llega al acto de
culto más solemne de la liturgia israelista: la entrada del sumo sa-
cerdote en el santo de los santos, una sola vez al año, el día de la
gran expiación (Lev 16). Lejos de criticar la importancia de esta
ceremonia, pone de relieve su carácter único, dando a entender
que se trataba allí de la cumbre hacia la que tendía todo el culto
antiguo y en la que desembocaba todo el sistema de separaciones
rituales.
Pero viene entonces el juicio que se da sobre este acto de culto.
Afecta necesariamente a todo el conjunto del sistema. Y es un vere~
dicto negativo, una constatación de impotencia y de fracaso:

8 De esa manera daba a entender el Espíritu santo que aún no se había


manifestado el camino del santuario mientras subsistiera la primera tien-
da_ 9 Todo ello es una figura del tiempo presente, en cuanto que allí se
ofrecen dones y sacrificios incapaces de perfeccionar en su conciencia al
adorador, 10 y sólo son prescripciones carnales, que versan sobre comidas
y bebidas y sobre abluciones de todo género, impuestas hasta el tiempo
de la renovación (Heb 9, 8-10).

Las dos apreciaciones sucesivas corresponden muy de cerca a las


dos partes de la descripción anterior. La primera apreciación (9, 8)
se refiere más directamente a la relación entre la primera y la segun-
da tienda (9,2-5), mientras que la otra valoración (9, 9-10) concier-
ne a los ritos que allí se realizaban (9, 6-7).
En la división del santuario en dos partes el autor descubre una
indicación dada por el Espíritu santo; éste indicaba que "aún no
estaba abierto el camino del santuario mientras subsistiera la prime-
ra tienda". ¿Qué quiere decir esto? Notemos en primer lugar que
-
nos encontramos aquí de nuevo con el vocabulario utilizado en 8,
2 para definir la actividad de Cristo, "ministro del santuario (ta
hagia) y de la tienda (skene) verdadera". Pero es posible observar
una doble diferencia: por una parte el autor no habla aquí de la
"tienda verdadera", sino de la "primera tienda", de la primera parte
del lugar santo de la antigua alianza; por otra parte, la frase expresa
una relación de exclusión recíproca entre el "camino del santuario"
y la "primera tienda". Se comprende con facilidad que la distinción
entre la "primera tienda" y el "santuario" corresponde en cierto
modo a la distinción de los versículos anteriores entre "primera
tienda" y "segunda tienda". En cierto modo, decimos, ya que la
frase de 9, 8 muestra que hay que guardarse mucho de confundir a
la segunda tienda con el verdadero santuario. En efecto, la primera
tienda era el camino que llevaba a la segunda, pero no por ello el
camino del santuario. En principio, había sido organizada con este
designio: tenía que servir de acceso al santuario, es decir, a la habi-
tación divina. Pero de hecho, al ser una construcción humana, no
podía dar acceso más que a otra construcción humana, una segunda
tienda, que no era realmente la morada de Dios. Efectivamente, "el
Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre" lO. Así
pues, "mientras subsistiera la primera tienda", su presencia atesti-
guaba que no se conocía todavía el camino de acceso al verdadero
santuario.
El autor no escribió simplemente, como a veces se le ha hecho
decir, que ,"no estaba abierto el camino del santuario", lo cual po-
dría hacer creer que el camino se conocía, pero estaba prohibido.
Escribió que ese camino "no se había manifestado todavía"; Dios
no lo había revelado aún. La organización del lugar santo y los ritos
que allí se practicaban constituían de algún modo una prueba de
no-revelación. Una tienda que introduce a otra tienda no es eviden-
temente el camino del verdadero santuario. Pero no se conocía otro
camino. Los mismos ritos confirmaban a su manera eSta situación
de ignorancia. En efecto, si el gran día de la expiación el sumo
sacerdote hubiera emprendido el buen camino y hubiera llegado
hasta Dios, entonces su empresa de mediación habría tenido éxito
y en consecuencia deberían haberse suprimido las prohibiciones
anteriores. Una vez terminada la ceremonia, todo volvía a encon-
trarse exactamente en el mismo sitio en que estaba antes de comen-
zar: seguía estando prohibida para el pueblo la entrada en el edifi-
cio sagrado, los sacerdotes no podían penetrar más que en el santo
y el propio sumo sacerdote tenía que aguardar un año entero antes
de recibir la autorización para entrar de nuevo en el santo de los
santos. Todas estas prohibiciones demostraban que no había llega-
do a establecerse la mediación y que se había llegado una vez más
a un callejón sin salida. Puesto que las leyes litúrgicas formaban
parte del texto mismo de la Biblia inspirado por el Espíritu santo,
nuestro autor tiene razón en decir que era "el Espíritu santo" el
que mostraba de esta manera que todavía no había sido manifesta-
do cuál era el camino del santuario. El sistema de las separaciones
rituales resultaba ineficaz.
Siguiendo adelante en su análisis, el autor da ahora cuenta de
ese fracaso. El ritual antiguo constituye, según dice, una "parábo-
la", una representación figurada que se aplica al "tiempo presente".
Con esta expresión no intenta señalar, como es lógico, el tiempo
inaugurado por Cristo, sino al revés, el tiempo del mundo no resca-
tado, aquel que san Pablo llama "este perverso mundo" (Gál 1 4).
Cristo inauguró el tiempo "futuro" 11, el de la nueva creación. Sin
embargo, el tiempo presente se sigue desarrollando de manera pro-
visional. Corresponde a un nivel imperfecto de existencia, cuyas
limitaciones se ponen precisamente de manifiesto en el culto anti-
guo: "allí se ofrecen dones y sacrificios incapaces de perfeccionar
en su conciencia al adorador"; en efecto, se trata sólo de "prescrip-
ciones carnales, que versan sobre comidas y bebidas y sobre ablu-
ciones de todo género, impuestas hasta el tiempo de la renovación".
A pesar de algunas dificultades de detalle que sería demasiado
largo explicar en este lugar, el sentido de este texto es claro. Vuelve
a aparecer la cuestión de la téléiósis, en una frase negativa como la
de 7, 19. Sin embargo, se advierte un progreso en el pensamiento.
En 7, 19 la frase constataba simplemente un hecho y se refería a la
ley: "la ley no llevó nada a la perfección". Aquí la frase señala una
imposibilidad; va por tanto más lejos. Por otra parte, indica cuál es
el medio empleado: "dones y sacrificios", así como el objetivo que
habría que alcanzar: una transformación profunda de la persona,
que se trata de "perfeccionar en su conciencia".
De este modo el autor abre unas perspectivas originales sobre
la finalidad de la ofrenda sacrificial. Espontáneamente, se compren-
de el sacrificio como un medio de agradar a Dios y de obtener sus
beneficios. Es un "don" del hombre a Dios, un regalo que le hace.
Algunos piensan incluso quepueden selVirse de él para comprar a
Dios, lo mismo que compran a los jueces con unas jarras de vino 12.
La frase del autor sugiere una orientación completamente distinta.
Nos da a entender que el resultado del sacrificio debe ser ante todo
transformar a. quien lo ofrece. Ya en el antiguo testamento existía
cierta idea de esta transformación para un género concreto de sacri·
ficios, el de la consagración del sumo sacerdote. Nuestro autor hace
comprender que todo sacrificio debe ser sacrificio de consagración
sacerdotal, de téléiósis, ya que su finalidad es siempre la de hacer
al hombre digno de presentarse ante Dios. Pero para ello no es
posible contentarse con los ritos antiguos. En efecto, éstos no pro-
porcionaban más que una transformación ritual exterior que, según
la expresión utilizada por los Setenta, se limitaba a las manos: inten-
taban "hacer perfectas las manos" 13. Para acercarse a Dios, ¿basta-
rá acaso tener las manos consagradas por un rito? Es evidente que
no. Se necesita una transformación de las conciencias. Y en ese
plano el culto antiguo no disponía de ninguna mediación eficaz. La
víctima ofrecida sufría ciertamente una transformación, pero en el
sentido de una destrucción. En cuanto al que la ofrecía, permanecía
forzosamente fuera del sacrificio: ¿cómo iba a hacer perfecta la
conciencia de un hombre la inmolación de un animal? Por consi-
guiente, no había más remedio que reconocer la impotencia del
culto antiguo, su ineficacia radical.
Como vemos, en su análisis nuestro autor ha utilizado sucesiva-
mente dos modos de expresión. Tomando primeramente, en 9, 8,
un vocabulario de espacio y de movimiento, ha hecho comprender
la necesidad que había de encontrar el verdadero camino para lle-
gar a la morada de Dios. Tomando a continuación, en 9, 9, otro
vocabulario de transformación personal, ha dado a comprender la
necesidad de un acto de culto eficaz en ese nivel. Más adelante
recogerá estas dos formulaciones en el párrafo positivo (9, 11-14),
para mostrar entonces la relación tan estrecha que tienen entre sí.
Transformado por su sacrificio, Jesucristo se ha convertido en el
verdadero camino, que el creyente ha de seguir dejándose transfor-
mar también él.
Pero antes de abordar este texto revelador, conviene echar una
breve ojeada retrospectiva sobre el párrafo que acabamos de estu-
diar. En tres etapas sucesivas el autor ha dirigido su atención hacia
el culto tal como se practicaba "según la ley". Ha definido el nivel

12. Eclo 35, 11; Is 1,23.


13. Téléioun tas chéiras: Ex 29, 9.29; etc. Cf. supra, p. 177.
de ese culto (8, 3-5), ha considerado la alianza que le correspondía
(8, 7-13) y ha descrito el lugar santo y los ritos que le eran propios
(9, 1-10). En cada una de estas ocasiones ha emitido un juicio críti-
co: el nivel del culto antiguo era terreno y meramente figurativo, la
alianza era imperfecta y provisional, el lugar santo era inauténtico y
los ritos estaban desprovistos de eficacia. Pero hay que observar
que también en cada una de esas ocasiones su juicio se basaba
sobre el propio antiguo testamento: un oráculo recibido por Moisés
(8, 5), una profecía de Jeremías (8-, 8-12), el testimonio inspirado
del ritual (9, 8). Se constata por consiguiente que el autor no asume
frente al antiguo testamento una posición meramente negativa. Al
contrario, le reconoce un valor permanente de revelación y busca
en él la luz que necesita. Este proceso de la fe es el que le lleva a
observar que el antiguo testamento como revelación anuncia el fin
del antiguo testamento como institución. Esta era también la posi-
ción de san Pablo 14. Por tanto, una verdadera fidelidad al antiguo
testamento conduce a superarlo para acoger su cumplimiento en
Jesucristo. Este es aquí el movimiento del pensamiento. El objetivo
que se preténde no es criticarlo, sino llegar a los valores definitivos.
La introducción lo señalaba ya cuando fijaba para el conjunto de la
sección una orientación positiva. Esta orientación se ha tenido siem-
pre en cuenta 15 y volvemos a percibirla en las últimas palabras de
este párrafo, que abren la perspectiva de un "tiempo de renova-
ción".

Es con Jesucristo como se endereza la situación. Por eso su


nombre es la primera palabra del párrafo positivo (9, 11-28) yapa-
rece cuatro veces en él. Es él quien define su estructura, marcando
los límites de la primera subdivisión (9, 11-14) y los de la tercera
(9, 24-28).
La primera subdivisión, como indicamos anteriormente, forma
antítesis con la precedente, es decir, con la última del párrafo ante-
rior. Está compuesta de dos frases largas, cuya redacción se ha
cuidado con especial esmero. Otro sumo sacerdote, otra tienda,
otra sangre, otra entrada: tales son los elementos de la primera
frase (9, 11-12), que recogen en oposición a ellos los de los versícu-
los 7 y 8. La segunda frase (9, 13-14) tiene una composición más

14. Cf. Rom 3, 21; Gá14, 21-31.


15. Cf. 8, 3b. 6 Y8, 10-12.
compleja, ya que comienza ClM't algunas alusiones suplementarias al
culto antiguo y toma la forma de un razonamiento a fortiorí. Sin
embargo, cuando llega la hora de hablar de Cristo (9, 14), adopta
la misma perspectiva antitética que la anterior, aplicándola esta vez
a los datos que figuraban en los versículos 9 y 10; ~n el caso de
Cristo se trata de otra ofrenda ue no fue un "rito de carne" sino
un acto rea izado ajo e impulso e "espíritu eterno" y que, al ser
eficaz en el nivel de la "conciencia", abre el camino a un "culto"
auténtico. 16
Debido a esta correspondencia, nos encontramos aquí de nuevo
con dos maneras sucesivas de.expresar el acto sacrificial, la primera
con un vocabulario de espacio y movimiento (9, 11-12) y la segunda
con un vocabulario de ofrenda y de transformación personal (9,
14). Sin embargo, la distinción no es total: las dos frases tienen en
común la mención de la sangre, 10 cual da a comprender que el
movimiento afirmado en la primera frase no fue posible más que a
la transformación sacrificial que se expresa en la segunda. La co-
rrespondencia que hay entre un término de 9, 11 ("más perfecta")
y un término de 9, 9 ("perfeccionar") orienta el pensamiento en
esta misma dirección: mientras que los sacrificios antiguos resulta-
ban "incapaces de perfeccionar" (9,9), Cristo tuvo a su disposición
una tienda "más perfecta" (9, 11). ¿No se ve aquí una alusión a una
transformación sacrificial debidamente realizada? Para responder a
esta cuestión hemos de examinar más de cerca el conjunto de la
frase.

a) Proc~so sacrificiai y tienda más perfecta


El medio mejor para orientar como es debido la interpretación
consiste indudablemente en comenzar ofreciendo una traducción
fidelísima del texto, que respete al mismo tiempo su disposición
literaria:

Pero Cristo, presentado sumo sacerdote de los bienes venideros, a través


de la mayor y más perfecta tienda, no fabricada, es decir, no de esta
creación, y no a través de la sangre de cabras y de novillos, sino a través
de su propia sangre, penetró una vez para siempre en d santuari~, ha-
biendo conseguido una redención eterna (Heb 9, 11-12).

16. La antítesis es continua: entre ofrenda de dones y sacrificios (9, 9) y ofrenda


de sí mismo (9, 14), entre ritos de carrie (9, 10) y ofrenda "por el Espíritu" (9, 14),
entre ineficacia a nivel de la conciencia (9,9) Y purificación de las conciencias (9, 14).
Esta frase presenta una estructura concéntrica. Al principio se
nombra al personaje que interviene, "Cristo", y al final la acción
que llevó a cabo: "penetró en el santuario". Cristo queda calificado'
por un título: "sumo sacerdote ..."; el resultado de la acción realiza-
da queda precisado por un participio: "habiendo conseguido una
redención eterna". Sobre la formulación exacta del título la tradi-
ción textual vacila: algunos manuscristos dicen: "sumo sacerdote
de los bienes venideros", mientras que otros hablan de "sumo sa-
cerdote de los bienes que ya vinieron"; el complemento del partici-
pio final determina en todo caso el sentido de la expresión: tanto si
escribió "bienes venideros" como "bienes que ya vinieron", el autor
quiso hablar de la "redención eterna". y a es.taredención eterna se
le puede aplicar, según el punto de vista en que uno se coloque,
cualquiera de estos dos calificativos. Puesto que Cristo ya la ha
alcanzado, la redención "ya ha venido"; pero como es eterna, perte-
nece al mundo "venidero".
El centro de la frase se reserva a dos complementos: la "tienda"
y la "sangre", introducidos ambos por la preposición día ("a tra-
vés"), que se repite tres veces. El autor insiste en estos complemen-
tos. Determina primero a la "tienda" de forma positiva y luego de
forma negativa, mientras que determina primero a la "sangre" de
forma negativa y luego de forma positiva. Esta disposición establece
entre la tienda y la sangre un vínculo literario muy estrecho. En
cuanto al "santuario", se le nombra simplemente sin describirlo ni
calificarlo (es en la tercera subdivisión, 9, 24, donde el autor hará
algunas indicaciones sobre él). Aquí su atención se centra, no ya en
el objetivo que alcanzar, sino más bien en el camino que se siguió
y en los medios empleados: la tienda y la sangre. La sangre viene
en segundo lugar (se la considerará más detenidamente en la frase
siguiente). Situada en primer lugar y descrita más ampliamente, la
tienda llama más la atención. No es posible considerarla en esta
frase como un elemento de segundo orden.
Para el autor se trata de una realidad bien definida, que supone
ya conocida de sus oyentes. Ya en 8, 2 la había designado como "la
tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre" , y su frase
muestra que esta tienda es, junto con la sangre de Cristo, el medio
empleado para entrar en el santuario. El sentido de esta expresión
debía de estar claro para los cristianos del siglo 1, pero no lo está para
los exegetas del siglo XX, que proponen diversas interpretaciones 17.

17. Para más detalles puede consultarse mi artículo, Par la tente plus grande et
plus parfaíte ... (Heb 9, 11): Bib 46 (1965) ,1-28, completado en 1976 en una nota de
La strutture liuéraíre..., o.c., 267-268.
Todos ellos reconocen desde lu~ que elautor habla aquí de una
manera imaginada, inspirándose en la liturgia israelita que acaba de
describir. En 9, 8 excluyó que la "primera tienda" pudiera ser "el
camino del santuario". Ahora afirma que Cristo se sirvió de otra
"tienda", que es evidentemente el buen camino, ya que a través de
ella Cristo penetró efectivamente en el santuario. Pero ¿cuál es la
realidad que se indica con esta metáfora?
Aquí es donde las opiniones se separan. Algunos exegetas pien-
san que nuestro autor no hace más que trasladar simplemente al
cielo la imagen del templo terreno y concibe un templo celestial
dividido en dos partes, de las que la primera correspondería al
"santo" y sería llamada aquí "la mayor y más perfecta tienda" 18.
Esta interpretación, que está materialmente de acuerdo con la letra
del texto, es de una pobreza doctrinal enorme y no permite por
tanto comprender la insistencia del autor sobre la función de la
tienda y mucho menos el paralelismo que establece entre la tienda
y la sangre.
Esta misma dificultad vale también en contra de la interpreta-
ción cosmológica propuesta por otros comentadores 19. Según éstos,
la tienda designaría los cielos inferiores que Cristo tuvo que atrave-
sar para llegar hasta el cielo divino. En la epístola se dice explícita-
mente que Cristo "atravesó los cielos" 20. Pero la cuestión está en
saber si el autor tiene ante la vista en esta frase esa representación.
Hay un detalle que va en sentido contrario. De esa "tienda mayor"
afirma que "no es de esta creación"; pues bien, en otros dos textos
dice que los, cielos forman parte de esta creación y que perecerán
con ella 21. Por consiguiente, la "tienda" no puede confundirse aquí
con esos cielos.
Para escapar de la objeción, O. Michel y después de él P. An-
driessen 22 han recurrido a una distinción más sutil: entre el cielo
cósmico, que pertenece a esta creación, y el cielo divino en donde
habita Dios habría un cielo intermedio, ni cósmico ni divino, que
sería precisamente ese cielo que nuestro autor designaría como "la
tienda ... que no es de esta creación". P. Andriessen precisa que se
trata del cielo de los ángeles y cita en apoyo de su distinción algu-
nos textos de la tradición judía. El "sentido más profundo" de Heb

18. W. Michaelis, "skéné", en TWNT 7,1964,378.


19. C. Spicq, a.c., II, 256 Yotros muchos autores.
20. Cf. Heb 4, 14; 7, 26.
21. Cf. Heb 1, 10-12; 12,26s.
22. O. Michel, Der BrieE an die Hebriier, Gottingen 61966,311-312; P. Andries-
sen, Das grossere und volkommenere Zelt (He 9, 11): BZ 15 (1971) 76-92.
9, 11 sería entonces que "Cristo, al atravesar el cielo de los ángeles,
hizo de él un espacio de vida y de culto para todos los hijos de
Dios" 23. La distinción que se propone de un cielo angélico que no
sería ni cósmico ni divino no está atestiguada con claridad en nin-
gún pasaje de la epístola ni aparece por ninguna parte en el nuevo
testamento. Recurrir aquí a ciertas tradiciones judías va en contra
del contexto, ya que el autor acaba de decir que "el camino del
santuario no había sido manifestado todavía" en la alianza .antigua.
Por consiguiente, no es en las creencias judías en donde es posible
encontrar alguna luz sobre este tema. Más bien hay que preguntar
a la tradición específicamente cristiana. Esta no concede ninguna
importancia soteriológica al cielo de los ángeles y nuestro autor
menos aún que los demás, ya que comenzó su epístola combatiendo
las opiniones demasiado favorables a los ángeles. 24
El estrecho paralelismo que establece el autor en su frase entre
"la tienda" y "la sangre" nos orienta hacia otra interpretación, que
tiene precisamente la ventaja de estar bien arraigada en la catequesis
primitiva. Puesto que la sangre es la "propia sangre" de Cristo (9,
12), ¿no habrá motivos para pensar que también la tienda tiene una
relación especial con Cristo? ¿y por qué no una relación del mismo
orden? Para precisar esta relación conviene que recordemos que el
autor está evocando aquí el tema del templo, en un contexto de
destrucción y de renovación 25. Este tema, del que el Cronista hace
el tema central de la historia sagrada, se prolonga de una forma
nueva y muy significativa en la catequesis evangélica. Está directa-
mente ligado con el misterio de la pasión y de la resurrección de
Jesús, tanto en los sinópticos como en el evangelio de Juan 26. Jesús
había predicho la destrucción del templo de Jerusalén 27 y había
anunciado por otra parte que él volvería a levantar el santuario en
tres días; la tradición evangélica pone esta profecía en relación con
la resurrección. Esta tradición es anterior a la redacción de los evan-
gelios y por consiguiente no es ningún anacronismo suponer que la
conocían bien nuestro autor y sus oyentes.
En varios .lugares de la epístola 28 queda explícitamente atesti-
guado un conocimiento general de la catequesis evangélica, y una

23. P. Andriessen,ibid., 91.


24. Heh 1, 5-13: 2. 5.16.
25. Cf. aphanismos, "desaparición" en 8, 13 y diorth6sis, "reedificación",
en 9, 10.
26. Mc 14,58; 15,29.38; Mt 26,61; 27, 40.51;Jn 2, 19~22.
27. Mt 24, Is par.
28. Heb 2, 3; 4,2; 5, 12.
de las afirmaciones precisas ~ esta catequesis, muy relacionada
con el tema de que estamos tratando, desempeña un papel funda-
mental en la teología de nuestro autor. Me refiero a la de Cristo
sentado a la derecha de Dios, profetizada solemnemente en Marcos
y en Mateo inmediatamente detrás de la evocación del tema del
templo 29, con el que mantiene un vínculo bíblico muy fuerte: el
que tiene que sentarse a la derecha del Poder ¿no es precisamente
el Mesías, hijo de David e Hijo de Dios, cuya obra tiene que consis-
tir en levantar el templo de Dios? 30. En la epístola la afirmación
del asentamiento a la diestra de Dios se recuerda cinco veces 31,
especialmente al comienzo de la sección que estamos estudiando
(8, 1). La relación del texto sobre la tienda con la tradición evangé-
lica sobre el santuario resulta por tanto muy probable. Y se hace
moralmente cierta cuando se advierte que un calificativo que se
aplica a "la tienda más perfecta" corresponde exactamente al que
recibe en Mc 14, 58 el templo que Jesús va a construir en tres días:
tanto de la una como del otro se dice que no están fabricados por
mano de hombre 32. Es verdad que la afirmación evangélica figura
en la deposición de unos testigos falsos, pero su tenor muestra bas-
tante bien que no es en esa parte de la frase donde el evangelista ve
la falsedad, y una comparación con Jn 2, 19 confirma que Jesús
pronunció efectivamente una predicción de este género.
Leída a esta luz, la frase de Heb 9, 11 adquiere todo su sentido.
"La mayor y más perfecta tienda" es el templo construído en tres
días, "no fabricada" por mano de hombre, sino obra divina realiza-
da en la pasión y resurrección de Jesús. No hay que extrañarse
entonces de la importancia que el autor atribuye en el acto sacrifi-
cial de Cristo a esta nueva tienda ni el lugar que le concede en el
centro de esta sección (8, 1-9, 28) -que es también central en la
parte 5, 11-10, 39- y en toda la epístola. El paralelismo con la
sangre se explica también sin dificultad, ya que la tienda más per-
fecta no es sino el cuerpo glorificado de Cristo, nueva creación
realizada en tres días gracias a la efusión de la sangre de Cristo.
Cabría objetar que ninguno de los términos empleados en esta
frase hace pensar en la resurrección de Cristo, pero hay que obser-
var que la penúltima palabra de la frase anterior, "renovación7 (9,
10), evoca este misterio; por otra parte, el autor sugerirá más ade-

29. Cf. Mc 14, 58.62; Mt 26, 61.64.


30. Cf. 2 Sam 7, 12-14; 1 Crón 17, 11-14...
31. Heb 1,3.13; 8, 1; 10, 12; 12,2.
32. En griego achéiropoietos (Mc 14,58), ou chéiropoietos (Heb 9, 11), literal-
mente "no hecho a mano".
lante una relación entre la "redención" y la "resurrección" (d. 11,
35) Y sobre todo concluirá su predicación vinculando estrechamen.-
te la resurrección de Cristo a la sangre de la alianza: es "en virtud
de la sangre de una alianza eterna" como "el Dios de la paz suscitó
de entre los muertos a nuestro Señor Jesús" (13, 20). De manera
análoga, la frase de 9, 11-12 expresa una relación muy estrecha
entre el cuerpo de Cristo resucitado y la sangre de su sacrificio.
Otra posible objeción proviene del sentido local que se da es-
pontáneamente a la preposición día, "a través de". ¿No resulta in-
coherente decir que Jesucristo, para entrar en el santuario, pasó a
través de su propio cuerpo glorificado? Pero detenerse en esta obje-
ción es desconocer el modo de expresión que se utiliza: el autor se
expresa en un lenguaje metafórico y juega con la flexibilidad de los
términos que emplea. En el plano de la metáfora, día se entiende,
como está claro, en sentido local; pero nada obliga a que se manten-
ga rígidamente este sentido en el plano de la realidad aludida; el
autor toma entonces día en un seLtido instrumental: es por medío
de su cuerpo glorificado como Cristo llegó a la diestra de Dios. El
paralelismo con la sangre hace perfectamente natural esta interpre-
tación, ya que la misma preposición día, utilizada para la sangre,
tiene evidentemente un sentido instrumental.
Así pues, no hay nada que impida reconocer en Heb 9, 11 una
alusión a la tradición evangélica sobre el santuario construído por Je-
sucristo. Al contrario, todo invita a adoptar esta interpretación. Di-
cho esto, conviene indicar que nuestro autor no se contenta con re-
currir a la tradición. Se toma el trabajo de profundizar en ella, intro-
duciendo una distinción que hace avanzar la reflexión doctrinal. Los
evangelios hablan globalmente del edificio del templo; utilizan la pa-
labra naos, que designa este edificio sin distinguir sus diversas partes.
Nuestro autor, por su parte, distingue entre la "tienda" (skene) yel
"santuario" (ta bagía), concretando de este modo el problema que se
planteaba para la relación de los hombres con Dios. No se trataba de
edificar un "santuario", una habitación de Dios, ya que semejante
santuario existe desde siempre: es la santídad misma de Dios la que
constituye el único santuario verdadero. Para expresar su transcen-
dencia, el lenguaje humano lo·sitúa en los cielos. El problema para
los hombres estaba más bien en encontrar un medio de conectar con
la santidad de Dios o, para hablar en términos imaginados, en cons-
truir un vestíbulo que los introdujera en el santuario divino, una
"tienda". Evidentemente, se necesitaba una tienda proporcionada al
santuario divino, que se adaptase perfectamente a él, de manera que
a través de ella el hombre pudiera entrar verdaderamente en la amis-
tad de Dios. j Problema insoluble para el antiguo testamento!
Es verdad que se había levantado una "primera tienda", pero
era una fabricación humana, una tienda "hecha por manos de hom-
bre" que, como hemos visto, no podía introducir en. el verdadero
santuario, "no hecho por mano de hombre", sino solamente en la
segunda tienda. Incapaces de producir otra cosa, los hombres se
encontraban en un callejón sin salida. No podían transportarse ellos
mismos a la comunión con Dios. La única solución era que Dios les
ofreciera el medio para ello, sustituyendo la "primera tienda" por
otra, que fuera una creación divina y no una construcción humana
(8, 2). Esto es precisamente 10 que se llevó a cabo en la pasión y
resurrección de Jesús, según el testimonio de los evangelios. Entre
el cuerpo mortal de Jesús y el templo de Jerusalén existía una soli-
daridad misteriosa. Destinando a Jesús a la muerte los judíos desti-
naron también su templo a la ruína 33. Pero Jesús, transformando
su propia muerte en sacrificio perfecto, superó el aspecto de des-
trucción que suponía aquel acontecimiento y logró que contribuye-
ra a la edificación divina de un nuevo templo, "no hecho por mano
de hombre".
Hay aquí algo más y mejor que una metáfora para designar la
resurrección de Jesús; hay toda una revelación de la naturaleza y
del alcance de esta resurrección. Esta no se presenta ya como el
simple retorno a la vida de un hombre que había muerto, sino
como una transformación que cambia radicalmente la situación
existencial de todos los hombres y les abre nuevas posibilidades.
La resurrección se presenta como una renovación completa del ser
humano 'en Cristo, renovación tan profunda que es preciso hablar
de "nueva creación" y de "hombre nuevo" 34. Su resultado consiste
ante todo en hacer a la humanidad capaz de una comunicación
perfecta con Dios. La naturaleza humana renovada se convierte en
una "tienda" que introduce en el "santuario", en un "camino nueVo
y vivo" que permite llegar hasta Dios. El primero que "inauguró
este camino nuevo y vivo" fue el mismo Jesús. Tal es la afirmación
de nuestro texto, recogida a continuación en 10, 20.
"No hecha por mano de hombre", la nueva tienda está realmen-
te proporcionada y adaptada al auténtico santuario, "no hecho de
mano de hombre" (9,24). No ocurría así, antes de la resurrec0Íón,
con la naturaleza de carne y de sangre tal como había sido asumida
por el Hijo de Dios (2, 14). "La carne y la sangre no pueden here-
dar el reino de los cielos" (1 Cor 15, 50). Era necesaria una trans-

33. Cf. Mt 23, 38; Le 19,44; Mt 27, 51 par.;]n 2, 19.


34. Cf. 2 Cor 5, 17; GáI 6, 15; Ef 2, 15; 4, 24; Col 3, 10.
formación, una téléiosis. Esta transformación se ha conseguido gra-
cias a la docilidad completa de Cristo, en la oración y en el sufri-
miento (Heb 5, 7-9). Como resultado de esta téléiosis, la tienda
merece la calificación de "más perfecta" (téléiotéras: 9, 11) Y Cristo
la de "hecho perfecto" (téléiótheis: 5, 9).
El autor añade la calificación de "mayor". Expresa de este
modo otro aspecto del misterio, el que concierne a la relación de
Cristo glorificado con los hombres. En efecto, la nueva tienda no
solamente está abierta hacia el santuario. divino, sino que también
lo está hacia el lado en que se encuentra el pueblo. Su capacidad
de acogida no está ya sometida a las estrechas limitaciones que
regulaban la entrada en la antigua tienda, adonde solamente los
sacerdotes y el sumo sacerdote tenían acceso. Se invita a entrar en
ella a todos los fieles 35. Por su pasión y su resurrección, Cristo
adquirió la capacidad de reunir en un organismo único, que es su
cuerpo glorificado, a todos los hombres que se adhieren a él. Todos
se hacen "partícipes de Cristo" y forman su "casa" 36. Ellos intro-
duce a todos en la intimidad de Dios 37. Por eso se puede y se debe
afirmar que Cristo" consiguió una redención eterna".
Comprendido de este modo, el tema de la "tienda" oculta rique-
zas doctrinales inagotables y queda perfectamente justificado ellu-
gar que ha escogido nuestro autor para hablar de él. En el centro
de la epístola, la humanidad glorificada de Cristo se ve atribuir el
papel que le corresponde en la ejecución y en el resultado del sacri-
ficio redentor.

b) Ofrenda personal de Cristo

Inmediatamente después de la "tienda", nuestro autor nombra


a la "sangre", como otro medio que permité entrar en el santuario.
La frase siguiente da cuenta de la eficacia de este medio, diciendo
que se trata de la sangre "de Cristo, que por el Espíritu eterno se
~freció a sí mismo sin tacha a Dios" (Heb 9, 14). Sería difícil seña-
,lar más plenamente en tan pocas palabras los rasgos específicos de
la ofrenda de Jesucristo y su admirable novedad.
La primera novedad consiste en el carácter personal de la ofren-
da. Cristo no imitó a los sumos sacerdotes judíos, que ofrecían
"dones y sacrificios" exteriores y derramaban "la sangre de cabras
y de novillos", sino que "se ofreció a sí mismo" y se sirvió de "su

35. Cf. Heb 5, 9; 6,20; 10, 19-22.


36. Heb 3, 6.14.
37. Cf. Heb 4, 3.16; 7, 19-25; 13, 15.
Ipropia sangre". Esta afirmación ;n atrevida no se hace sin estar
debidamente preparada. En efecto, se apoya en la descripción he-
cha anteriormente de la pasión de Cristo (5, 7-8), aunque va más
lejos todavía. En 5, 7 el autor declaraba ya que Cristo había "ofre-
cido", pero limitaba el contenido de su ofrenda a "ruegos y súpli-
cas". Sin embargo, su frase hacía com render ue todo el ser huma-
no de Cristo se había visto com rometi o en esta o ren a su lcan-
te, hecha con un respeto pro n o a Dios (eula éia), y que el resul-
tado de ello había sido la sumisión a la acción transformadora de
Dios a través de los adecimientos. Por tanto, esos mismos aconte-
cimientos podían ser presenta os como una ofrenda de sí mismo a
Dios.
--,rsta expresión más breve y más fuerte tiene la ventaja de resal-
tar mejor las relaciones de semejanza y de diferencia que hay entre
la actividad sacrificial de los sumos sa(:erdotes israelitas y la de J e-
sús. Tanto or una arte como or otra ha sacrificio, sacrificio
san riento ero en el caso de Cristo se trata e un sacr' iClO erso-
p.al, existencial, y no de un saer' icio ritu . risto" se o reció a sí
mismo": en esta afirmación el autor sintetiza dos elementos de la
catequesis del nuevo testamento, la presentación de Cristo como
víctima sacrificial38 por una parte, y por otra el aspecto de abnega-
ción voluntaria que caracteriza a la pasión de Jesús. Este aspecto se
manifestó por medio de palabras y de actos, .en particular por la
institución de la eucaristía y por la actitud de Jesús en Getsemaní 39.
La substancia de la afirmación por consiguiente no es ninguna no-
vedad, pero 1a expresión "ofrecerse a sí mismo" sí que es una crea-
ción de nuestro autor 40. Para hablar del don de sí realizado por
Jesús, ni los evangelios ni Pablo utilizan los verbos rituales prophé-
réin o anaphéréin, sino que emplean los verbos "dar" o "poner" o
"entregar" 41. En cuanto al ritual antiguo, en donde el verbo "ofre-
cer" aparecía con mucha frecuencia, jamás se encuentra la expre-
sión "ofrecerse a sí mismo", ya que en este contexto habría evocado
un suicidio ritual, idea completamente excluída de la perspectiva
del culto israelita. En la epístola a los Hebreos no es posible seme-
jante interpretación, ya que los lectores conocían perfectamente las
circunstancias en que se había llevado a cabo la ofrenda vQluntaiia
de Cristo. Cristo no se mató evidentemente a sí mismo; fue conde-

38. Cf. 1 Cor 5, 17; 1 Pe 1, 19.


39. Cf. Mc 10,45; Jn 10, 18;Mt 26, 26-28 par.; Mt 26, 36-56 par.; Jn 18, 1-11.
40. Heb 7, 27; 9, 14.25.
41. "Dar": Mc 10, 45; Mt 20, 28; Gál1, 4; 1 Tim 2,6; Tit 2, 14. "Poner: Jn 10,
15-18; 15, 13. "Entregar": Gál2, 20; Ef 5,2.25.
nado y ejecutado. Para él el suceso del Calvario supuso ante todo
un aspecto de pasividad; lo indica con bastante claridad la palabra
"pasión", lo mismo que el verbo "padecer" o las formas pasivas
"ser rebajado", "ser probado", "ser hecho perfecto" 42. Sin embar-
go, esa pasividad se hizo paradójicamente la ocasión de la actividad '!
más eficaz que puede haber: por su forma de soportar los sufriJ
mientos y la muerte Cristo fue sumamente activo en su pasión y
realizó una obra de transformación positiva que supera en valor a
la primera creación. Esta obra es un "sacrificio" en el sentido pleno
de la alabra esto es una transformación mediante una entrada en
re ación con Dios. Como La emos ic o, sacrOcar significa"hacer
,§.agrado","impre~ar de a santidad de Dios".
Cristo se sacr~ có a sí mismo. Fue a la vez pasivo y activo, el
que era ofrecido y el que ofrecía, la víctima y el sacerdote. El rituaJ
antiguo ni siquiera sospechaba esta posibilidad; exigía que se man-
tuviera la distinción. Los sacerdotes israelitas no eran dignos de"
ofrecerse a sí mismos, ya que eran pecadores y tenían que presentar
sacrificiospor sus propios pecados. Tampoco eran capaces de reali-
zar un sacrificio personal perfecto, pues su generosidad no llegaba
a ese nivel. Cristo, por el contrario, era una "víctima" digna de
Dios, puesto que era "sin tacha" (amomos: Heb 9, 14). Lo mismo
que la carta 1 de Pedro, la epístola a los Hebreos saca este califica-
tivo del Pentateuco, en donde expresa la exigencia que regula la
elección de la víctima destinada a la inmolación 43. Como se trataba
de animales, allí se entendía de la ausencia de todo defecto físico.
En el caso de Cristo, el sentido es evidentemente mucho más pro-
fundo. Se entiende de la ausencia de todo pecado y de toda compli-
cidad con el mal 44. Como era "sin tacha", Jesús no tuvo ninguna
necesidad de buscar fuera de sí mismo un víctima sacrificial ni de
recurrir a la sangre de cabras ni de novillos. Pudo presentarse per-
sonalmente con la certeza de que iba a ser aceptado.
Pero no basta con tener una víctima digna de ser ofrecida a
Dios (aspecto pasivo ,tel sacrificio), sino que ha de haber además
un sacerdote capaz de ofrecer, es decir, de hacer subir a la víctima
hasta Dios (aspecto activo del sacrificio). Cristo fue ese sacerdote
capaz porque tuvo con él al "Espíritu eterno" 4' que le dio, por así

42. "Pasión": Heb 2, 9.10; "Padecer": 2, 18; 5, 8; 9,26; 13, 12. "Ser rebajado":
2,9. "Ser probado": 2, 18; 4, 15. "Ser hecho perfecto": 5, 9; 7, 28.
43. 1 Pe 1, 19; d. Ex 29, 1; Lev 1, 3.10...
44. Cf. Heb 4,'15; 7,26. Amómos tiene un sentido moral en Sal 15,2; 18,24...
45. Esta expresión es única en la Biblia y por tanto es difícil de señalar su
sentido exacto. Pero no cabe duda de que "el espíritu eterno" es el Espíritu de Dios,
el Espíritu santo. ¿Por qué habrá dicho el autor "eterno" más bien que "santo"? Sin
duda para marcar mejor la relación con la "redención eterna" (9, 12) Y la "herencia
eterna" (9, 15) que se obtienen gracias al Espíritu, y para expresar la relación €Dn el
sacerdocio eterno (d. 7, 16-17). ¿Es significativa la ausencia del artículo? No es se-
guro, sobre todo detrás de una preposición (d. M. Zerwick, GraecÍtas bíblica, Roma
41960, n. 182); si es ése el caso, el matiz no es ciertamente que se trate de un espíritu
eterno entre otros varios, sino que se trata de una comunicación del Espíritu eterno
(d. 2, 4; 6, 4); pero éste no puede ser más que único.
46. Cf. Lev 9, 24; 1 Re 18, 38; 2 Crón 7, 1; 2 Mac 2, 10.
47. Cf. Lev 6, 5s; 2 Mac 1, 18-22; 2, 10.
48. Cf. Heb 5, 8; 10, 4-10.
49. Cf. Heb 2, 14-18; 4, 15.
formulación original, las dos dimensiones del amor evangélico, el
Imor a Dios y el amor a los hombres, y se puede concluir que Cristo.
fue sacerdote ca az or haber estado lleno de la fuerza del Espíritu
santo, fuerza e a cari a , sin a menor som ra e egOlsmo. r-
diendo de caridad es como Cristo quedó transformado en un sacri-
ficio a~radable a Dios.
Aiferencia de los sacrificios antiguos, por consiguiente, el de
Cristo no fue exterior a él, sino personal. No fue un "rito carnal"
(9, 10), sino una obra espiritual. De aquí no se sigue que este sacri-
ficio fuera menos real que las ofrendas del culto antiguo. ¡Todo lo
contrario! Cristo derramó "su propia sangre" (9, 12); ofreció su
muerte (9, 15).
La unión de estos dos amores marca tan profundamente esta
ofrenda que el autor no puede menos de expresado en cada una de
sus frases. En este momento de su exposición tiene especialmente
ante la vista el camino de Cristo hacia Dios. La cuestión de la
eficacia del sacrificio en favor de los hombres solamente debería
venir más tarde'o. Pero es imposible mantener rígidamente esta
diferencia de perspectivas. Desde el final de la primera frase (9,
11-12) se afirma ya la eficacia del sacrificio: Cristo "consiguió una
redención eterna". X la segunda frase (9, 13-14) se esfuerza por
ttner en cuenta esta eficacia y señalar concretamente su alcance: la
dimensión espiritual de la ofrenda de Cristo asegura a su sangre el
poder de actuar en lo más rofundo del hombre urificando las
c~nciencias, y de estab ecer así una comunicación auténtica con
pios. No es posible distinguir dos tiempos sucesivos, un primer
tiem o ue sería el de la lorificación ersonal de esús y un segun-
,o tiempo que sería e e su intervención en favor nuestro, ya que
la glorificación de Jesús está indisolublemente ligada a su interven- ,
ción or nosotros. Se deriva de su asión acto solidarizante" ~\
consiste ara él en hacerse nuestro sumo sacerdote, me ia or de la
nueva a ianza.

c) La sangre de la alianza
De hecho, después de haber afirmado la eficacia del sacrificio
de Cristo, diciendo que "la sangre de Cristo, que por el Espíritu

50. En la tercera y última sección (lO, 1-18) de esta exposición central (7, 1-10,
18).
51. Este aspecto aparece desde la primera mención de la pasión glorificadora
de Jesús en 2, 9 ("en favor de todo hombre") y se repite con insistencia en los
versículos siguientes (2, 10-18), así como ,en 4, 15-5, 10,
eterno se ofreció a sí mismoSin tacha· ante Dios, purificará de las
obras muertas nuestra, concie9cia para rendir culto a Dios vivo"
(Heb 9, 14), el autor empalma en seguida con el tema de la alianza
para declarar entonces: "Por eso es mediador de una nueva alianza"
(Heb 9,15).
Al hablar de "nueva alianza" se refiere manifiestamente a la
predicción de Jeremías que había citado en 8, 8-12, en el párrafo
d~ preparación. Y ahora proclama su cumplimiento. En su manera
de tratar este tema, el autor sigue con toda fidelidad a Jeremías en
un punto y lo completa de manera original en otros puntos, demos-
trando una vez más una vigorosa capacidad de síntesis.
La profecía de Jeremías realizaba ya una primera síntesis fusio-
nando dos géneros de relación entre Dios y los hombres: el perdón
de los pecados y la alianza. El relato de la conclusión de la primera
alianza, que nuestro autor recuerda más adelante (9, 19-21), no
hacía mención alguna de las faltas que expiar ni del perdón que
obtener. Allí el sacrificio de alianza no presentaba relación alguna
con un sacrificio "por el pecado". No hay en ello nada de extraño:
puesto que se trataba precisamente de establecer una primera alian-
za entre el pueblo y Dios, no había por qué preocuparse de reparar
eventuales violaciones de una alianza anterior inexistente. Pero des-
pués de la conclusión de la alianza del Sinaí y del don de la ley, la
cuestión de las transgresiones se planteaba continuamente y su ex-
piación resultaba indispensable para el restablecimiento de buenas
relaciones entre el pueblo y Dios. El oráculo de Jeremías expresa
con claridad esta situación. Debido a la ruptura de la alianza del
Sinaí '2 Dios tiene que tomar de nuevo la iniciativa; la nueva alianza
que anuncia lleva consigo la promesa del perdón de las faltas: "To-
dos me conocerán ... cuando perdone su culpa y de su pecado no
vuelva a acordarme" '3.
Fiel a esta perspectiva que caracterizaba a la espiritualidad judía
después del destierro'4, nuestro autor une estrechamente la expia-
ción y la alianza. Su afirmación sobre la alianza va ligada con la
anterior sobre la purificación de las conciencias por medio de un
"por eso" (día touto) muy significativo: porque su sangre "purifica-
rá de las obras muertas nuestra conciencia", por eso precisamente
Cristo "es mediador de una nueva alianza". Este mismo vínculo se
expresa por segunda vez inmediatamente después; el autor señala

52. Cf. Jer 31,32; Heb 8, 9.


53. Jer 31,34; Heb 8, 12.
54. Cf. Esd 9, 6-15; Neh 9, 168;Bar 1, 15-3, 18; Dan 9, 5-19.
entonces que "ha intetvenido su muerte para remisión de las trans-
gresiones de la primera alianza" (Heb 9, 15). Más adelante, relacio-'
na inmediatamente el sacrificio que fundamenta la alianza del Sinaí
(9, 19-21) con, los principios que regulan la purificación y la remi-
sión (9,22-23). Hay en todo esto una visión realista de la situación
de los hombres ante Dios. Imaginarse que los hombres podrían
entrar sin más ni más en la alianza divina como compañeros respe-
tables es caer en una ilusión. Primero hay que realizar para ellos y
en ellos una obra de renovación. La alianza es un don de amor
redentor. Los profetas eran profundamente conscientes de ello. El
autor de la epístola acoge y transmite su lenguaje.
Pero no se contenta con citar sus textos, sino que va más lejos
que ellos. Cuando predijo la alianza nueva, Jeremías no pensó en
señalar cuál sería su fundamento. Nuestro autor por su parte se
muestra atento a este aspecto de la cuestión, que de hecho resulta
decisivo. Sin un fundamento nuevo, no puede haber realmente una
alianza nueva. Los hombres de Qumran habían tenido también la
ambición de entrar en la nueva alianza, pero como no se les ocurrió
preguntarse por la base que ésta tenía que tener, tendían simple-
mente a restaurar la alianza antigua mediante una mayor fidelidad
a la ley de Moisés. El autor de la epístola no se queda en esta etapa
insatisfactoria. Obsetva que, según el mismo antiguo testamento,
una alianza entre Dios y los hombres se basa en un sacrificio san-
griento 55. Constata que el acontecimiento del Calvario cumplió con
esta exigencia. Por consiguiente, la nueva alianza tiene su funda-
mento, que se muestra diferente del de la primera alianza y franca-
mente superior. Por eso mismo, tiene su propia consistencia. Ya no
es posible concebida como una simple prolongación de la alianza
del Sinaí ni siquiera como su restauración perfecta. Es de un orden
distinto.
Puesto que pone la sangre de Cristo en relación con el sacrificio
de la alianza, nuestro texto adopta una perspectiva que es la del
relato de la última cena, en el que Jesús presenta su sangre como la
sangre de la alianza. Estamos entonces autorizados a pensar que el
autor se inspira efectivamente en este dato del evangelio. En efecto,
fuera de la epístola las palabras "sangre" y "alianza" no se encuen-
tran unidas, en el nuevo testamento, más que en la fórmula de la
institución eucarística 56. Hay varios detalles que refuerzan aquí

55. Ex 24, 3-8; Heb 9, 18-21,


56. Mt 26, 28; Mc 14,24; Lc 22, 20; 1 Cor 11,25.
este contacto. En Heb 9, 20';" cuando el autor recuerda el estableci-
miento de la alianza del Sinaí, se deja influir al parecer por las
palabras de la cena, ya que en vez de decir con Ex 24,8: "He aquí
(idou) la sangre de la alianza...", empieza la frase por el "esto"
(touto) que se encuentra invariablemente al comienzo de las fórmu-
las de la institución. A continuación presentará dos veces la sangre
de Cristo como "la sangre de la alianza" 57. Por otra parte, la unión
de los dos aspectos de alianza y de remisión que acabamos de indi-
car en Heb 9, 15-23 constituye un punto en común con la formula-
ción del evangelio de Mateo: "Esta es mi sangre de la alianza, que
va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt
26, 28). Más todavía, todos los términos de esta frase de Mateo se
encuentran también en nuestro texto 58. El autor, sin embargo,
prescinde de hacer una referencia explícita al sacramento. Lo que
le interesa es el propio acontecimiento del que saca su valor el
sacramento.
En concreto, este acontecimiento es una muerte. Nuestro autor
no deja de decirlo 59. Su reflexión recae sobre este punto y por eso
mismo va más allá de las perspectivas del culto ritual para englobar
la dura realidad de la existencia. Declarar, como él lo hace, que "ha
intervenido su muerte para remisión de las transgresiones", no es
ya expresarse en un lenguaje ritual ...:.elritual no habla nunca de la
muerte de las víctimas ofrecidas en sacrificio, sino que se contenta
con definir los ritos de ofrenda-; es más bien utilizar las categorías
de las leyes penales. La forma con que el autor, un poco más ade-
lante (-9, 22), expresa la necesidad del derramamiento de sangre
para obtener la remisión tiende igualmente a recoger el caso de los
criminales y no solamente las prácticas rituales. 60
Por otra parte, la plilabra empleada en la Biblia griega para
designar la alianza, diatheke, le ofrece la ocasión de evocar una vez
más otra situación concreta y de mostrar otra dimensión de la

57. Heb 10, 29; 23, 20.


58. He aquí detalladamente los contactos entre Mt 26, 28 YHeb 9, 12-28. Las
palabras de Mt se citan en primer lugar, sin paréntesis; luego se da la referencia al
texto paralelo de Heb con su formulación, en el caso de que no sea idéntica a la de
Mt: touto (Heb 9, 20); to haima ... tes diathekes (9, 20); to haima mou (to haima tou
Christou: 9, 14; tou ídíou haimatos: 9, 12); haima ... ekchynnoménon (haimat-ekchy-
sías: 9, 22); eís aphésín (aphésís: 9,22); perí poDón ... eís aphésín hamartíón (éís to
poDón anénégkéín hamartías: 9,28; éís athétesín tés hamartías: 9,26). Así pues, las
relaciones son bastante estrechas.
59. Heb 9, 15.16.17.
60. Cf. Núm 35, 31-33. He destacado este aspecto en Mundatío per sanguínem
(He 9, 22.23): Vebum Domini 44 (1966) 178-182.
muerte de Cristo: su relación con una herencia que hay que hacer
accesible. En efecto, la palabra diatheke, que tiene el sentido gene-
ral de "disposición", había tomado en el lenguaje corriente el senti-
do técnico de "testamento". Lejos de creerse obligado a adoptar un
sentido con exlusión del otro, nuestro autor explota simultánea-
mente cada uno de ellos y escribe:
15 Por eso es mediador de una nueva alianza; para que, interviniendo su
muerte para remisión de las transgresiones de la primera alianza, los que
han sido llamados reciban la herencia eterna prometida. 16 Pu~s donde
hay testamento se requiere que conste la muerte del testador, 17 ya que el
testamento es válido en caso de defunción, no terlÍendo valor en vida del
testador (Heb 9, 15-17).

El principio implícito que subyace a esta idea es que una palabra


que se aplique en la Biblia a una institución divina no puede tener,
en ese caso, un sentido más débil que cuando designa una institu-
ción humana. La alianza divina, designada como diatheke, tenía
que poseer por consiguiente todo el valor de un testamento y para
eso era necesario que, lo mismo que un testamento, se basase en el
único acontecimiento irreversible: la muerte.
El autor ve una confirmación de esta necesidad en la forma con
que había sido establecida la primera alianza del Sinaí: entonces se
había utilizado la sangre, "la sangre de novillos y machos cabríos"
ofrecidos en sacrificio:

18 Así tampoco la primera alianza se inauguró sin sangre. 19 Pues Moisés,


después de haber leído a todo el pueblo todos los preceptos según la ley,
tomó la sangre de los novillos y machos cabríos con agua, lana escarlata
e hisopo, y roció el libro mismo y a todo el pueblo 20 diciendo:
- Esta es la sangre de la alianza que Dios ha ordenado para vosotros.
21 Igualmente roció con sangre la tienda y todos los objetos del culto
(Heb 9, 18-21).

Así es como se había prefigurado el acontecimiento que iba a servir


de fundamento a la alianza-testamento definitivo, aquella que ten-
dría una valor eterno (13, 20) ya que daría acceso a "la herencia
eterna". Lógicamente, ese acontecimiento tenía que ser una muerte.
Pero al aspecto testamentario el autor añade otro inmediata-
mente: observa que el derramamiento de sangre era igualmente ne-
cesario para la purificación: "Según la ley, casi todas las cosas han de
ser purificadas, y sin efusión de sangre no hay remisión" (Heb 9, 22).
Esto manifestaba hasta qué profundidad habría de llegar algún día
la purificación. Puesto que era pecador, el hombre tenía necesi-
dad de una renovación compli'!'á de su ser, que no podría llegar a
realizarse más que a través de la muerte. Además era preciso que
esa muerte tomara un sentido positivo y sirviera para establecer
una relación nueva entre el hombre y Dios, así como una solidari-
dad nueva de los hombres entre sí. Eso es precisamente 10 que
realizó la muerte de Cristo, transformada en una ofrenda de sí mis-
mo a Dios por la salvación de los hombres.
En estas líneas sobre la alianza vemos cómo nuestro autor pre-
senta la muerte de Jesucristo bajo un doble y hasta bajo un triple
aspecto: a la vez como pena expiatoria, como sacrificio de alianza y
como condición para la entrada en vigor de un testamento. Algunos
textos bíblicos preparaban de lejos esta sorprendente fusión, ya que
--como se ha dicho- unían la alianza y la expiación y por otra parte
vinculaban con la alianza la promesa de "la herencia" 61. Pero se
trataba tan sólo de anticipaciones titubeantes. En la epístola se afir-
ma esta síntesis con toda seguridad, ya que Cristo la realizó efectiva-
mente. Su muerte generosa abolió el obstáculo del pecado, que se
oponía a la existencia de una verdadera alianza. Acto de obediencia
total para con Dios y de solidaridad extrema con los hombres, in-
trodujo a la humanidad en una comunión definitiva con Dios. Por
eso mismo revela plenamente el alcance de la alianza y su carácter
de testamento que antes apenas se habían vislumbrado: la alianza
mira a la comunión defmitiva con Dios y ésta es una herencia eter-
na, cuya posesión tenía que fundarse necesariamente en la muerte,
ya que no podía alcanzarse más que después de la muerte.
La entrada en la herencia eterna exigía evidentemente una
ofrenda sacrificial de un valor más alto que las que servían al culto
terreno. Es lo que indica nuestro autor para terminar:

En consecuencia, es necesario, por una parte, que las figuras de las reali-
dades celestiales sean purificadas de esa manera; por otra parte, que
también lo sean las realidades celestiales, pero con víctimas más excelen-
tes que aquellas (Heb 9, 23).

Esta frase, que sirve de preparación para el tema de la última subdi-


visión (9, 24-28), parece bastante extraña, ya que afirma la necesi-
dad de una purificación de las realidades celestiales. Algunos exege-
tas se imaginan aquí una ceremonia de expiación que se desarrolla-
ría en el mismo cielo. En realidad, el paralelismo indicado por el
autor entre las realidades celestiales de la nueva alianza y sus "figuras"

61. Cf. A. Jaubert, La notion d'al1iance dans le judai'sme aux abords de rere
chrétienne, Paris 1963, 311-315.
(hypodéigmata) en la antigua sugiere una interpretación más satis-
factoria. Según el contexto precedente (9,19-21), las "figuras" puri-
ficadas con la sangre de los animales fueron "el libro y todo el .
pueblo", así como "la tienda y todos los objetos del culto". Para
determinar cuáles son las realidades que tuvieron que ser purifica-
das por la sangre de Cristo, basta con buscar aquellas que, en la
nueva alianza, corresponden a esas "figuras" antiguas. La respuesta
es sencilla: se trata del evangelio cristiano y de la iglesia, de la
"tienda más perfecta" y de los sacramentos cristianos. Estas realida-
des nuevas son "celestiales", no ya en el sentido de que hayan exis-
tido desde siempre en el cielo, sino en el sentido de que se definen
por su relación con el cielo y encuentran en el cielo su cumplimien-
to perfecto.
El caso fundamental es el de "la tienda más perfecta", realidad
celestial por excelencia ya que guarda una relación directa con la
presencia celestial de Dios. Ya hemos visto que esta tienda no es
otra sino el cuerpo glorificado de Cristo y por tanto comprendemos
sin demasiado esfuerzo que el autor pueda afirmar la necesidad del
sacrificio para esta realidad celestial. El cuerpo de Jesús, que era
primero un cuerpo de carne y de sangre solidario de la humanidad
pecadora 62, tuvo necesidad de una transformación sacrificial para
verse elevado a la derecha de Dios y poder cumplir con su función
celestial.
Entre "la tienda más perfecta" yel pueblo de los creyentes, otra
de las realidades a considerar, hay una relación estrecha que tiende
a convertirse en identificación (Heb 3, 6). Sin embargo, los creyen-
tes no son seres celestiales en el sentido habitual de la expresión.
Viven en la tierra. Pero "son partícipes de una vocación celestial"
(3, 1) y saborean ya el "don celestial" (6, 4). El pueblo de Dios al
que pertenecen es una realidad celestial que tenía necesidad, para
tomar consistencia, de ser purificada por un sacrificio distinto del
sacrificio ritual: "Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, pa-
deció fuera de la puerta". 63_
Otro punto más: el sacrificio de la antigua alianza había unido
al pueblo y al libro; este último contenía materialmente "todas las
leyes de Yahvé" (Ex 24, 4). La nueva alianza ofrece una revelación
a la vez más transcendente y más íntima, tina palabra que viene del
cielo y que se inscribe en los corazones, la palabra de Cristo 64.

62. Cf. Heb 2, 14; Ram 8, 3.


63. Heb 13, 12; d. Ef 5,25-27.
64. Cf. Heb 12,25; 8, 10; 10, 16.
Pero también esta palabra tuvo1'recesidad de la purificación sacrifi-
cial para adquirir toda su fuerza celestial. Fue la pasión glorificado-
ra de Jesús la que dio a sus palabras -y a la Escritura entera- su
sentido definitivo y su poder de salvación. La voz que viene del
cielo es en adelante la de la sangre de Jesús, "aspersión purificado-
ra" de una sangre que habla mejor que la de Abel" (12,24).
Además de la predicación del evangelio, la nueva alianza supone
para los creyentes otros medios de unión con Cristo, a los que se
dio más tarde el nombre de sacramentos. También ellos merecen la
calificación de celestiales, pero para cada uno de ellos se ha verifica-
do la necesidad expresada enHeb 9, 23: es de la ofrenda sacrificial
de Cristo de donde sacan todó su valor.
Interpretada de este modo, la afirmación del autor resulta per-
fectamente coherente. No hay por qué debilitar sus términos, como
hacen los exegetas que creen que han de aplicada al mismo cielo 65.
Al contrario, se le puede dar toda su plenitud de sentido, ya que no
hace más que profundizar por medio de una comparación con el
antiguo culto el principio revelado en los evangelios: "¿No era ne-
cesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc
24, 26).

d) El nivel más real


Una vez llegado a este punto, el autor concluye esta seCClOn
"capital" de su exposición llamando la atención sobre el nivel que
Cristo alcaf!zó en su acto de ofrenda. Se trata del nivel más real que
puede darse. Mientras que el culto antiguo no llegaba a superar la
etapa de figuración inconsistente (8, 5), Cristo ha trazado un cami-
no que establece un relación efectiva entre el hombre y Dios:

Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en


una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse
ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro (Heb 9, 24).

De este modo se encuentra finalmente satisfecha la profunda aspira-


ción de los que buscan a Dios, que se expresa en la Biblia y en otros
lugares: "Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré
ir a ver la faz de Dios" (Sal 42, 3). Cristo se revela aquí verdadera-

65. Por ejemplo, J. Bonsirven, Épftre aux Hébreux, París 1943, 411: "Aquí
purificación significa dedicación". C. Spicq,o;c., I1, 267: "La idea de impureza ante-
rior es un contrasentido para el santuario celestial. Lo único que se hace es inaugurar-
lo y consagrado". Pero ¿por qué se ofrecen entonces sacrificios sangrientos?
mente sacerdote, ya que la función del sacerdote consis~e en abrir
esa posibilidad de encuentro auténtico con Dios, convirtiéndose en
el hombre del santuario que "se mantiene en presencia de Dios"
(Dt 18,5).
Para resaltar más todavía el valor de realidad que es preciso
reconocer a la acción sacrificial de Cristo, el autor subraya el aspec-
to decisivo y definitivo de la misma. Como Cristo llegó hasta el
final, no tiene por qué repetir su marcha, como hacían hasta enton-
ces los sumos sacerdotes, que renovaban cada año su empeño (9,
25). Su ofrenda no se sitúa en un sistema cíclico, en el que se
reproducen periódicamente los mismos procesos (9, 26a) y en don-
de las transformaciones son más ilusorias que reales: "Lo que fue,
eso será; lo que se hizo, eso se hará: nada nuevo hay bajo el sol"
(Ecl 1, 9). Al contrario, se presenta como un acontecimiento único
e irreversible, que libera al hombre del perpetuo retorno de las
cosas. Con ella viene "el final de los tiempos" y "la abolición del
pecado" (9, 26b). Se trata por tanto de un acontecimiento escatoló-
gico, que introduce un cambio radical en la existencia humana.
Guarda una relación estrecha con la muerte de los hombres, acon-
tecimiento único e irreversible para cadá uno de ellos (9, 27), pero
-diferencia capital- abre a los hombres perspectivas de salvación
(9,28).
Llegados al final de esta sección especialmente importante (8,
1-9, 28), vemos con mayor claridad cuál ha sido el proceso del
autor. El punto en que quiso profundizar es el valor sacrificial de
lo que llamamos la pascua de Cristo, entendiendo por él los dos
aspectos del acontecimiento, la pasión y la glorificación, ya que
forman una unidad indisociable. Una comparación con la liturgia
antigua conduce a una doble comprobación. Por una parte hay que
reconocer que la pasión y la glorificación de Cristo constituyeron
un auténtico sacrificio, ya que correspondieron exactamente a lo
que los sacrificios antiguos se esforzaban en realizar: una ofrenda
hecha por el hombre a Dios para vencer el obstáculo del pecado,
dar a Dios un culto digno de él y establecer una alianza que abriera
al pueblo entero la posibilidad de su realización en la comunión
con Dios. Por otra parte hay que reconocer que la pasión y la
glorificación de Cristo superaron tan claramente a los sacrificios
antiguos en su misma intención fundamental que éstos no pueden
ya considerarse como sacrificios válidos. Tanto si se trata de consa-
gración sacerdotal, como de expiación de los pecados, de estableci-
miento de una alianza o de acceso a los bienes prometidos por Dios,
los sacrificios del culto antiguo aparecen como intentos ineficaces,
como formas vacías, simples prefiguraciones del verdadero sacrificio.
Lo que hubo de específicoen la acción sacerdotal de Cristo fue
efectivamente su plenitud de realidad. Superando la etapa de los
ritos exteriores, incapaces de purificar las conciencias (9, 1-10),
Cristo se ofreció a sí mismo en un impulso dado por el Espíritu,
derramó su propia sangre y obtuvo así la transformación sacrificial
de su humanidad, que se convirtió en "la tienda más perfecta",
adaptada al verdadero santuario (9, 11-14). Superando al mismo
tiempo la etapa de la primera alianza, imperfecta y provisional debi-
do precisamente a la impotencia de sus ritos (8, 7-13), Cristo, gra-
cias a la eficacia irreversible de su muerte, se convirtió en el media-
dor de una alianza-testamento, con validez total y eterna (9, 15-23).
Superando finalmente la etapa del culto terreno, que era meramen-
te figurativo (8, 3-5), Cristo estableció realmente una comunicación
perfecta y definitiva entre el hombre y Dios (9,24-28). Así es como
se convirtió en el perfecto sumo sacerdote.
En esta exposición doctrinal tan densa el autor muestra todas
las dimensiones del "cumplimiento" cristiano. No se trata simple-
mente de la realización de unas palabras proféticas, sino de la susti-
tución de las instituciones antiguas por una nueva realidad que
cumple mejor que ella con sus funciones. A las instituciones del
antiguo testamento el autor les reconoce un valor importante, el de
manifestar en concreto las exigencias de la situación y el de intentar
responder a ellas. La institución sacerdotal revelaba a través de las
acciones repetidas la necesidad en que se encontraban los hombres,
para responder plenamente a su vocación, de encontrar la justa
relación (:on Dios. Pero esta isntitución era impotente para satisfa-
cer la aspiración que se expresaba por medio de ella. No lograba
llenar verdaderamente de realidad los actos que ejecutaba, ni tam-
poco por consiguiente las fórmulas que utilizaba. "Ofrecer a Dios",
"purificar", "hacer perfecto", establecer una "alianza-testamento",
"entrar en el santuario", "entrar en la presencia de Dios": son otras
tantas expresiones que, como vestiduras demasiado anchas, flota-
ban lamentablemente sobre un cuerpo para el que no estaban he-
chas. Al contrario, la intervención de Cristo -esto es, la manera con
que por su pasión se estableció una nueva relación con Dios y con
todos los hombres-, esa intervención realizó efectivamente aquello
a lo que aspiraban los antiguos sacrificios. Y al mismo tiempo llenó
las palabras de una plenitud substancial de contenido. Por eso la
acción de Cristo tiene que ser reconocida como sacerdotal y ser
llamada un "sacrificio".
Desde este punto de vista hay que evitar decir que el autor de
la epístola utiliza la "metáfora" cuando aplica a Cristo el título de
"sumo sacerdote" y a la pasión glorificadora de Cristo el nombre
de "sacrificio". Su perspectiva es exactamente la contraria: es en el
antiguo testamento donde el sacerdocio y el sacrificio se tomaban
en sentido metafórico, ya que se aplicaban a una figura simbólica
impotente, mientras que en el misterio de Cristo esos términos ob-
tuvieron finalmente su sentido real 66, con una plenitud insuperable.

66. Hay motivos para criticar en este punto la posición adoptada por J. Smith
en su obra tan sugestiva A priesr Eor ever, London/Sidney 1969. Este autor tiende a
reducir a un sentido meramente metafórico las afirmaciones de la epístola relativas al
sacerdocio y al sacrificio de Cristo. A pesar de que se muestra más matizado, J.
Delorme, Sacrifice, sacerdoce, consécrarion: RSR 63 (1975) 343-366, no creo que
tome suficientemente en consideración el punto de vista específico del autor de He-
breos.
9
Un sacrificio eficaz'

tr.ansformados en ofrenda permanente, los padecimientos -Yl~_


muerte de Jesús le obtu.'y!.~rona él mismo la entraqa en el~ntua.rio
v.~rdadero, en donde comparece ante el rostro de Dios, que lo coro-
na de honor y de gloria. ~ero este acontecimiento -como ya hemos
dicho- nQ puede reducirse a un éxito individual, pues en ese caso
no sería sacerdotal; al contrario, extiende sus consecuencias decisi-
vas a la existencia de todos los hombres. Este es el aspecto que el
autor desea subrayar en la sección final de su gran exposición (lO,
1-18). Fiel a la orientación de las secciones precedentes, procede
Ror_~fectQ-º.~~Q..ntrastc::.A la ineficacia de los sacrificios antiguos
QPQº.d.~~fect~fil:;ª5:ja pe la ofrenda d~ Cristo. Una vez más su
demostración busca apoyo en los textos del antiguo testamento: el
salmo 40 en Heb 10, 5-9, el salmo 110 en Heb 10, 12-13 y la
profecía de Jeremías en Heb 10, 16-17. El antiguo testamento en
cuanto revelación anuncia también aquí su propio fin en cuanto
institución.

En tres ocasiones en el espacio de estos once versículos se de-


nuncia la ineficacia de las instituciones antiguas. El autor no se
contenta aquí con constatada como un hecho 1, sino que la presenta
como inevitable. Se trata de una impotencia radical y definitiva: "la
ley... no puede nunca ... dar la perfección a los que se acercan (al
culto)..., pues es imposible que sangre de toros y machos cabríos
borre pecados" (lO, 1-4). Por muy grande que sea su nÍlmero, los
sacrificios antiguos "nunca pueden borrar Qecados" (lO, 11).
Esta impotencia es precisamente la que provoca la venida de
Cristo y su ofrenda: "Entonces dije: ¡He aquí que vengo... !" (10,
5-7). Y entonces la situación cambia por completo, ya que la ofren-
da de Cristo es perfectamente eficaz; lo proclaman así dos frases
que utilizan el perfecto griego. que expresa el resultado duradero
de una acción pasada: "Hemos sido santificados, merced a la obla-
c:ión de una vez para siempre del cuerpo de Iesucristo" (10, 10);
".medianteuna sola oblación ha llevado a la perfección para siempre
a los santificados" (lO, 14).
Aquí, como en 9, 9, l~finalidad asignada al culto sacrificiales la_
transformación de los hombres, su télfiosis. Todos los "que vie-
nen", todos los que dan culto" deberían en principio obtener esta
transformación 2 que les permitiría acercarse a Dios con toda segu~
ridad. Esto supone evidentemente que la téléiosis afecta a su propia
conciencia y elimina sus pecados, que son el obstáculo para la co-
munión con Dios. Por consiguiente, no ha de extrañamos ver a
nuestro autor ~sistir aquí seriamente en el pecado: lo menciona
nueve veces en estos dieciocho versículos. Esta insistencia pone de
manifiesto una s!iferencia significativa entre la transformación de
los hombres y la de Iesucristo. Cuando el autor hablaba de la té-
léiosis de Cristo en 2, 10 Y en 5, 9, no se le ocurría nunca laldea
de incluir en ella la eliminación del pecado. La razón de esta omi-
sión es clara: Cristo estuvo siempre "sin pecado" 3. Pero ahora que
habla deja téléiosis que ha de comunicarse a los hombres, el autor
vuelve continuamente sobre el problema de las faltas que hay gID;;.
borrar.
~lmedio prescrito por la ley de Moisés para obtener el perdón
de los pecados es el culto sacrificial. El autor observa cómo se
desarrolló este culto. Constata la multiplicidad de sacrificios (10, 1)

2. Cf. el verbo téléíosaí en 10, 1.


3. Cf. Heb 4, 15; 7, 26; 9, 14. Más atrevido, Pablo no retrocede ante expresio-
nes que establecen una relación estrecha entre Cristo y el pecado, por ejemplo: Rom
6, 10: "Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre"; Rom 8, 3:
"Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado ... ".
Pero de esto no se sigue que Pablo piense en un Cristo pecador; también para él,
Cristo es el que "no conoció pecado" (2 Cor 5, 21). La situación del redentor une
paradójicamente una ausencia completa de pecado personal y una solidaridad profun-
da, en la carne, con la humanidad pecadora.
.\.~6'
Y.la incesante actividad 1itúrgica de los sacerdotes judíos (10, 11). JlJ,»!:¡:¿o ,;?",
Una mirada superficial podría encontrar en todo ello un motivo de~<~'Y,
admiración. Tal es, por ejemplo, la reacción del historiador judío ~~":;;"~'~~
Flavio rosefo, que se extasía a la hora de evocar el número de" "o ,\~U7 ~v;~
¡mima1es inmolados en rerusa1én. Nuestro autor demuestra aquí ';~<!.P
más lucidez. En esa misma aparente abundancia intuye la señal de '-?~
un fracaso. Si se continúa indefinidamente ofreciendo "los mismos
sacrificios", es porque no .llega fil,mca a. alcanzarse el fin que se
Qretende. Esos sacrificios no liberan las conciencias; no hacen más .
q\le recordar la presencia persistente de los pecados (10, 3). Son . 'u\J'~~~
como otros tantos intentos fallidos, que obligan a recomenzar el c?~'i% ~\V""-
q::~"
p

esfuerzo continuamente. Al contrario, el sacrificio de Cristo no fue{~;;'"~0'7


repetido; fue presentado "una vez para siempre"; es un "sacrificio \~p V"
único", una "ofrenda única" 4. Y esta unicidad es el signo de su
eficacia: después de su único sacrificio, Cristo puede seguir estando
sentado a la diestra de Dios, porque ese único sacrificio obtuvo
todo lo que se esperaba de él. Llevó a cabo la transformación de
los fieles. 5
Sugerida ya anteriormente 6, la razón del contraste se explica en
esta ocasión más en concreto. Los sacrificios antiguos no lograban
ser eficaces, ya que estaban afectados de una irremediable exteriori-
c:iad. Como no podía ofrecerse a sí mismo, el sacerdote tenía que
~ecurrir a la "sangre de toros y machos cabríos". Pero ¿qué relación
puede establecerse entre la sangre de un animal inmolado y la con-
ciencia de un hombre? "Pues es imposible que sangre de toros y
machos cabríos borre pecados" (Heb 10, 4).
Por otra parte, ¿qué posibilidad de comunión hay entre un ani-
mal muerto y Dios? El mismo antiguo testamento había expresado
ya la repugnancia de Dios por todas esas matanzas rituales. Los
textos abundan; nuestro autor no tiene más que el embarazo de
escoger entre muchos 7. Y escoge un pasaje del salmo 40 que, preo-
cupándose de enumerar cuatro géneros de sacrificios, arrincona
todo el culto sacrificia1 antiguo y lo sustituye por una ofrenda per-
sonal. En las declaraciones del salmo nuestro autor reconoce una
profecía que encontró su cumplimiento en la existencia de Cristo:

4. Cf. Heb 10, 10.12.14.


5. Cf. Heb 10, 12.14.
6. En Heb 9, 9-14.
7. CE. Is 1, 11; Jer 6, 20; 7, 22; Os 6, 6; Aro 5, 22.25; Sal 40, 7-9; 50, 13-15;
51, 18 s.
5 Al entrar en este mundo, díce:
Sacrificio y oblación no quisiste;
pero me has formado un cuerpo.
6 Holocaustos y sacrificio por el pecado
no te agradaron.
7 Entonces dije: ¡He aquí que vengo
- pues de mí está escrito en el rollo del libro -
a hacer, oh Dios, tu voluntad (Heb 10,5-7 = Sal 40, 7-9)

De hecho, la ofrenda de Cristo corresponde perfectamente


a las perspectivas señaladas por el salmista. No se trata de un
rito exterior, sino de una obediencia personal: "He aquí que
vengo a hacer tu voluntad" 8. A diferencia de los sacrificios ri-
tuales, que Dios "no quería", una ofrenda de este género !!Q
Rºdíªmenos de resultar agradable a Dios, ya que consistía pre-
cisamente en "hacer la voluntad de Dios". Su resultado es la
entronización celestial de Cristo, que en adelante está sentado
a la diestra de Dios (10, 12). De este modo se ha obtenido una

r::
. t>
comunión perfecta con Dios .
~sta ofrenda guarda una r~lación profunda con la concienciª
.t,",:~\ del hombre por su misma naturaleza. Obediencia personal, .con-
.<,

:'r\Í'-'I>~:,-sistió en un acto humano, consciente y libre, y además fue pre-


"\' :.€ sentada "por los pecados" de los hombres 9, en conformIdad
y ~con la voluntad de Dios. De ahí proviene su eficacia para nues-
tra santificación: "En y;rtud de esa voluntad hemos s;do sanr;fi-
cados, lllerced a la oblación de una vez para siempre del cuem9
_~eJesucristo (10, 10).

2. Crítica de la ley
Comparada con la crítica del culto tal como la expresaban
los profetas, la P9~ición de nuest}:.oa'!,tor se muestra al mismo
tiempo más radic11ly menos neglltivaCDMásradical, porque no
sólo la emprende contra el culto ritual, sino que ataca sim~
neamente a todo el sistema de la ley, lo cual no podían hacer
los profetas. \CiJmenosnegativa, porque tiene otra mediación sa-
crificial que proponer, que era algo que les faltaba a 10.LP.!º:.
f~-ª-~,.
La polémica en contra de la ley surge ya desde las primeras
palabras de la primera frase, donde se asocia estrechamente la

8. Heb 10, 9; cf. 5, 8; Mt 26,42; Jn 6, 38; Flp 2,8.


9. Heb 10, 12; cf. 9, 26.28; 1 Cor 15, 3...
"ley" a la "sombra" o esbozo (skía): "No conociendo en efecto la
ley más que una sombra de los bienes futuros, no la realidad de las
cosas ... " (Heb 10, 1) -
La perspectiva no es aquí la de la filosofía platónica, que distin-
gue entre las "ideas" (idéa) eternas y sus "imágenes" (éikon) o
"sombras" (skía) materiales 10. Según Platón, seguido en este punto
por Filón 11, la idea, anterior al ser corporal, sigue siendo siempre
superior al mismo en perfección. Nuestro autor adopta una pers-
p~~!iva diferente, que es la del cumplimiento de los designios de
Dios según la Biblia. Distingue entre la figuración imperfecta (skía)
y la expresión definitiva (éikon) de los "bienes futuros". En vez de
encontrarse al comienzo, el grado m~alto de realidad viene al
final, en las realizaciones escatológica~ ~ 1legada antes de Cristo,
la ley no es superior a él, sino inferior. No lleva consigo más que
unos cuantos esbozos de la realidad.
Esta primera valoración desfavorable sirve de preparación a otra
que constituye la afirmación principal de la frase y que ya hemos
presentado: como no ofrece más que esbozos, la ley "no puede
nunca dar la perfección (téléiosis) a los que se acercan", no puede
dJ:lrlo que los hombres necesitan (10, 1). Sistema fundamentalmen-
te ineficaz, no tiene ningún título para mantenerse indefinidamente.
De hecho, el autor no tarda en pronunciar su abrogación. Para este
fin, cuando comenta el salmo 40, -que no dice nada en contra de
la ley, sino que critica solamente los sacrificios rituales-, toma la
iniciativª-<;k-ºQservar el vínculo que existe entre esos sacrificios ~
ley: "Todas esas cosas eran ofrecidas conforme a la ley" (Heb 10,8).
Esta observación, de una exactitud imposible de discutir, le permite
englobar a la ley en la crítica que se refiere a los sacrificios .. La
repulsa opuesta por Dios a los antiguos sacrificios afecta al mismo
tiempo a la ley. Mejor dicho; ªl c::stablecer una oposición entre los
SJl,cúficios rituales_prescritos por la ley y la ofrenda de Cristo que
cumple la voluntad de Dios, nuestro autor fundamenta en dicho
salmo una oposición -ciertamente asombrosa- entre la ley y la vo-
luntad de Dios:..,Y no se detiene ahí, sino que saca inmediatamente
una consecuencia práctica declarando que Cristo" abroga lo primero
(el primer estado de cosas) p_araestablecer lo s~gun~L()~(Heb 10, 9).

10. Platón, República VII, 514.


11. Comentando Gén 1-2, Filón explica que Dios-creó primero la idea perfecta
de hombre y sólo en segundo lugar al hombre terreno, necesariamente menos perfec-
to: De opificio mundi, Paris 1961,231.
12. Cf. 1 Cor 15. 46s: "No es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo na-
tural; luego, ·10 espiritual».
Según el contexto, el primerestado de cosas designa a la vez el
culto ritual y la ley antigua, que es solidaria de aquel; qyedan supri-
midos el culto y la ley para dejar sitio a la ofrenda d~ Cristo y a la
voluntad de Dios.
Los profetas evidentemente no podían ir tan lejos. Cuando re-
chazaban en nombre de Dios los sacrificios rituales, se guardaban
mucho de atacar la ley. Insistían más bien en la obligación de obser-
vada y denunciaban el desprecio que Israel mostraba por esa ley 13.
En consecuencia, llo se podían tomar al pie de la letra sus declara-
ciones sobre la exclusión de los sacrificios, ya que la ley exigía
formalmente ese género de culto. Nos vemos entonces llevados a
concluir que 10 que criticaban ante todo no eran los propios ritos,
sjno la falta de las disposiciones requeridas en los que participan de
ellos. Por tanto, la actitud justa parecía ser la de seguir ofreciendo
los sacrificios rituales, pero esforzándose en tener unas disposicio-
nes interiores dignas de Dios. 14
A los ojos de nuestro autor esta solución no vale. En efecto, ¿de
qué sirve el culto sacrificial si es preciso recurrir primero a otros
medios -¿cuáles?- para crear dentro de uno mismo las disposicio-
nes que Dios quiere? Está claro que en ese caso los sacrificios están
privados de toda eficacia. No pueden transformar nada. Pues bien,
un sacrificio debería ser una intervención ue permitiera al hombre
<;:ambiar su situación de conciencia y por tanto su re aCIón c011DiOs~
¿Dónde encontrar entonces un verdadero sacrificio?
La solución es la que ofrece Cristo y solamente él. Esta solución
lleva consigo el rechazo radical de todos los sacrificios rituales, ya
ilt!~no tienen ninguna fuerza de transformación y por consiguiente
ningún valor de mediación verdadera 1'. Pero no es posible quedar-
se en esa etapa negativa. ¿Cuál será la etapa positiva? ¿Una doctrina
de espiritualización del culto, que invite a cada uno a unirse inte-
riormente a Dios? Eso sería caer en la ilusión, suponiendo que el
problema queda resuelto cuando no se ha hecho nada por resolver-
lo. ¿En dónde encontrará el hombre pecador el medio de liberarse
del pecado, condición indispensable para llegar a la unión con
Pios? Eso sería, por otra parte, ir todavía más atrás de la ley de
Moisés, que tenía por lo menos el mérito de hacer que se tomara
conciencia de la necesidad de una mediación sacrificial. La leY.1!Q

13. Cf. Is 1, 17; Jer 6, 19.


14. CE. Sal 51, 21; Eclo 35, 3s.
15. "Mediación" se toma aquí en el sentido fuerte de una intervención que
establece una relación suprimiendo los obstáculos que se oponen a ella, y se trata de
mediación entre los hombres y Dios.
puede ser suprimida pura y simplemente; tiene que" cumplirse". El
rechazo de los sacrificios rituales no es aceptable más que si uno es.
capaz de presentar a los hombres, como contrapartida, un acto de
mediación efic.az. Cristo realizó este acto de mediación, verdadero
sacrificio, transformación del hombre a través de una muerte santi-
ficante que establece una nueva relación con Dios. Así pues, nues-
tro autor PJlede tomar al pie de la letra la condenación profética de
los sacrificios rituales, sin violar por ello la exigencia fundamental
de la ley relativa a la mediación sacrificial. Esta mediación se cum-
plió "merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo" .

3. La obra de Cristo
Para definir la obra de Cristo y oponeda a la impotencia de la
l~ el autor utiliza de nuevo en 10, 14 el verbo téléioun, "hacer
perfecto". Mientras que la ley "no podía nunca dar la perfección"
(la, 1), Cristo "ha llevado a la perfección para siempre a los santifi-
cados" (10, 14). Este último uso del verbo téléioun señala una etapa
importante en la exposición doctrinal de la epístola relativa al sacer-
docio.
Hasta aquí este verbo había sido empleado tres veces a propósi-
to de Cristo, siempre en expresiones afirmativas 16, y tres veces en
relación con la ley y el culto antiguo, pero esta vez en expresiones
negativas 17. Los tr~s textos que se refieren a Cristo fueron añadien-
do indicaciones progresivas, pero todos ellos presentaban a Cristo
en un papel receptivo, como sometiéndose a un proceso de trans-
formación de su ser humano. Según 2, 10~1que tenía que llevar a
cabo la transformación expresada por el verbo "hacer perfecto" era
Dios, que tenía que efectuada "mediante el sufrimiento". En 5, 9 el
verbo está en pasiva: Cristo "fue hecho perfecto"; el contexto pone
esta transformación en relación directa con los sufrimientos, como
en 2, 10, pero señala además las reacciones de Cristo en medio de
la prueba y muestra por otra parte la relación del acontecimiento
con la proclamación del sacerdocio (5, 10). Nos vemos llevados a
comprender que tª educación dolorosa a la que se sometió Cristo
constituyó para él mismo un sacrificio de consagración sacerdotal,
un sacrificio no ritual sino existenciaL transformación profunda de
su humanidad. En 7, 28 volvemos a encontrar el verbo en pasiva y

16. Heb 2, 10; 5, 9; 7,28.


17. Heb 7, 19; 9, 9; 10, 1.
su contexto lo pone enrelac1ón más evidente todavía con el sacer-
dacio, ya que la frase habla de "instituir sumos sacerdotes"; en este
pasaje no se mencionan ya los sufrimientos, aunque se les recuerda
de forma indirecta gracias a una expresión sacrificial: "ofreciéndose
a sí mismo" (7, 27); esta expresión no está en pasiva como el parti-
cipio "hecho perfecto" (7, 28), sino en activa, o más exactamente,
en el modo reflexivo; se manifiesta así el papel personal que asumió
Cristo en su propia transformación sacrificial y se completan las
coordenadas del acontecimiento.
La frase de 10, 14 va más lejos todavía: atribuye a Cristo la
acción misma de "hacer perfectos", dando a esta acción un nuevo
terreno de aplicación: "los santificados". Mientras que hasta ahora
se presentaba a Cristo como recibiendo la perfección ("habiendo
sido hecho perfecto": 5, 9; 7, 28),_a1lgrase dice que la comunicaLo
m.ejor aún, que la comunicó desde entonce~ ("ha llevado a la per-
fección"; 10, 14). Al aspecto de pasividad se añade ahot:~.ti.<:le
actividad, y esto en el mismo acontecimiento, puesto que "mediante
una sola oblación ha llevado a la perfecció!LQarL~ieQlP!~_ªJm;
santificados". La pasión glorificadora de Cristo produjo un dob.l~
~§sto: transformó a Cristo y le permitió transformar a sus herma-
vos, los hombres. La transformación de Cristo es una consagración
sacerdotal, una téJéiósis; la transformación realizada por Cristo ev
sWL.h~rmanoses igualmente una téJéiósis, una participación.d~.su
propia consagración.
Se observa aquí una gran diferencia con la téléiósis antigua. En
el antiguo testamento estaba perfectamente claro que la consagra-
ción sacerdotal valía solamente para el que la recibía. Sólo él se
convertía en sumo sacerdote. Después de los sacrificios de su consa-
gración, sólo él estaba capacitado para entrar en el santuario, sin
que pudiera seguirle nadie más (Lev 16, 17). Por el contrario, en el
caso de Cristo un único sacrificio vale al mismo tiempo para el
sacerdote y para todo el pueblo. En un mismo y único acto de
ofrenda Cristo recibe la consagración sacerdotal y asocia estrecha-
mente a ella a todos los fieles.
La explicación de esta novedad inesperada se encuentra en la
aturaleza tan diferente del sacrificio de. consagración. Para 1'ossa-
cerdotes antiguos se trataba de un acto de santificación por medio
de una separación ritual 18. Para Cristo se trata de un acto que lo
unió al mismo tiempo a Dios ya sus hermanos; en efecto, la pasión
~de Cristo es a la vez obediencia a Dios y solidaridad extrema con
los hombres 19. Por esta razón, la transformación alcanzada no vale
solamente para Cristo, sino también -gracias a él- para todos los
hombres 20. Para beneficiarse de ella basta con adherirse a Cristo
en la obediencia de la fe (5, 9).
Así pues, en 10, 14 vemos afirmada la participación de todos
los creyentes en el sacerdocio de Cristo. El autor no utiliza directa-
mente la expresión "sacerdocio de los fieles"; no es tan explícito en
este punto como la primera carta de Pedro o el Apocalipsis, pero
la doctrina que expone está francamente orientada en este sentido;
señala un cambio completo en la situación religiosa de los hombres.
En la asociación de los creyentes al sacerdocio de Cristo, nues-
tro autor reconoce la realización de la profecía de Jeremías sobre la
nueva alianza:
14 En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para

siempre a los santificados. 15 También el Espíritu santo nos da testimonio


de ello. Porque, después de haber dicho:
16 "Esta es la alianza que pactaré con ellos

después de aquellos días, dice el Señor:


Pondré mis leyes en sus corazones,
y en sus mentes las grabaré",
17 añade:

"Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré ya"


(Heb 10, 14-17 ~ Jer 31, 33-34).

Para percibir con qué profundidad el autor ha sabido com-


prender el cumplimiento de la promesa divina, hay que recordar
lo que dijo anteriormente de la ofrenda sacrificial de Cristo 21.
Entre estos diferentes textos hay relaciones muy estrechas. Se-
gún Jeremías, la nueva alianza tenía que caracterizarse por una
acción de Dios en los corazones. La historia trágica del antiguo
testamento había puesto realmente en evidencia la necesidad
de una transformación de los corazones (Jer 18, 11-12). Cuando
el corazón es malo, las mejores leyes no sirven para nada. "Pero
¿cómo habrían podido los hombres cambiar su propio corazón?
Podían todo lo más presentarse ante Dios con un "corazón con-

19. Cf. 2, 14-18;4, 15; 5, 7-9.


20. La primera encíclica del papa Juan Pablo TI expresa esta doctrina: "Se trata
de cada uno de los hombres, ya que cada uno ha sido incluído en el misterio de la
redención y Jesucristo se ha unido a cada uno, para siempre, a través de este misterio"
(Redemptor hominis, 13 l.
21. Cf. Heb 10, 9s; 9, 14; 5, 7-9.
trito y humillado" y pedideque creara en ellos "un corazón
puro" 22. Por eso Dios había prometido que intervendría él perso-
nalmente para "escribir su ley en los corazones" 23. Resulta fácil
ignorar las implicaciones reales de esta fórmula tan sugestiva y que-
darse en una interpretación superficial, como si se tratara de una
mera experiencia afectiva. Pero la palabra "corazón" se toma en la
Biblia en un sentido muy fuerte. Es el ser mismo del hombre en lo
más profundo que hay en él. Para escribir la ley de Dios en el
corazón del hombre no podía bastar entonces una tierna emoción.
Se necesitaba una lucha terrible, una especie de combate con Dios,
como el de Jacob (Gén 32, 25-32), en donde tenía que ponerse en
cuestión todo el ser del hombre. Se necesitaba una agonía en la que
había que arrostrar la muerte y en la que ésta se transformaría final-
mente en la ocasión suprema de obediencia y de amor, de tal mane-
ra que el corazón humano saliera de allí transformado.
¿ Dónde encontrar un hombre capaz de enfrentarse con esta
refundición de su propio ser en el "fuego devorador" de la santidad
divina? Se trataba de algo imposible para el hombre pecador. Pero
la prueba que ninguno de los hijos de Adán era capaz de superar,
Jesús se presentó para tomada sobre sí. Diciéndole a Dios: "¡He
aquí que vengo para hacer tu voluntad!", aceptó someterse en su
ser humano a los padecimientos necesarios. Entró por el camino de
la ofrenda suplicante y de la educación dolorosa. Y así es como
"por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios" (9,
14). Cumpliendo la voluntad de Dios hasta la oblación de su cuer-
po, "conJo que padeció aprendió la obediencia" 24. Así pues, en
adelante existe ya un hombre nuevo, formado en la adhesión per-
fecta a la voluntad de Dios. Habiendo aprendido la obediencia,
lleva la ley de Dios escrita en lo más profundo de su ser. Existe.
un "corazón nuevo" 25, un corazón de hombre transformado, "he,
cho perfecto", totalmente unido a Dios y a sus hermanos 26. Y ese
corazón, creado para nosotros 27, está a nuestra disposición. Para
que se haga efectivamente nuestro y nos "haga perfectos" a su vez,
basta con que seamos de aquellos que quedan "santificados" (Heb

22. Sal 51, 12.19.


23. Jer 31,33; Heb 8, 10; 10, 16.
24. Cf. Heb 5, 8; 9, 14; 10, 9s.
25. CE. Ez 36, 26; Jer 24, 7; 32, 39.
26. "La redención del mundo --ese misterio tremendo del amor, en el que se
renueva la creación- es en sus más profundas raíces la plenitud de la justicia en un
corazón humano, en el corazón del Hijo primogénito, para que pueda convertirse en
la justicia de los corazones de muchos homlfes ..." (Redemptor hominis, 9).
27. CE. Sal 51, 12. ('
10, 14) adhiriéndose a Cristo en la fe. De esta forma -y sólo de esta
forma- es como podremos entrar en la nueva alianza (lO, 16) y
llevar la ley de Dios grabada en nuestro corazón.
La fe le concede al creyente llegar a "ser partícipe de Cristo"
(3, 14) y lo asocia a su sacerdocio. Entre la consagración sacerdotal
de Cristo y la participación de los creyentes en ese mismo sacerdo-
cio hay sin embargo una diferencia que no carece de importancia.
Mientras que Cristo obtuvo su consagración directamente, sin la
intervención de ningún mediador, la consagración de los fieles de-
pende por completo de la intervención de Cristo. Por tanto, en el
sacerdocio hay que distinguir dos aspectos, el del culto dado a Dios
y el de la mediación. El primer aspecto es el que se les comunica a
los fieles; éstos, gracias a Cristo, tienen en adelante la posibilidad
de entrar en el santuario y de presentar a Dios sus ofrendas 28. Pero
el otro aspecto, el de la mediación, queda reservado únicamente a
Cristo 29. Ningún hombre puede prescindir de Cristo para llegar a
Dios 30; con mucha más razón, ningún hombre puede pretender
sustituir a Cristo para conducir a Dios a los demás hombres. Como
la mediación es el rasgo más específico del sacerdocio, se compren-
de fácilmente que el autor no les haya atribuído a los cristianos el
título de "sacerdotes". El único sacerdote, en el sentido pleno de la
palabra, es Jesucristo. Esta es la gran novedad cristiana.

La plenitud del sacerdocio de Cristo se manifiesta en el cambio


de situación que proporciona a los hombres. Después de terminar
su gran exposición doctrinal (7, 1-10, 18), el autor pone de relieve
este cambio e invita a los cristianos a corresponder al mismo con
toda su vida. Como no es posible comentar aquí todo lo que dice
en este sentido, contentémonos con presentar los elementos más
importantes. Estos quedan reunidos en la larga frase de 10, 19-25,
donde se señala la fuerte conexión que se da entre la obra sacerdo-
tal de Cristo y la existencia cristiana. Los tres primeros versículos
describen la situación religiosa creada por Cristo; los cuatro últimos
invitan a adoptar las actitudes correspondientes.
a) La frase comienza con un tono triunfal, ya que la nueva si-
tuación es una situación privilegiada. La palabra que la caracteriza es

28. Cf. Heb 10, 19; 9, 14; 12,28; 13, 15s. Está claro que el culto ctistiano difiere
radicalmente del culto sacrificial antiguo; d. mEra, p. 233-236.
29. Cf. Heb 8, 6; 9, 15; 1 Tim 2, 5.
30. Cf. Heb 7, 25; 10, 19-21; 13, 15.21; Jn 14, 6.
la palabra griega parresía, que Significa originalmente "libertad para
decirlo todo" y expresa no solamente un sentimiento de seguridad,
sino un derecho reconocido. El derecho de que gozan ahora los
cristianos es el de poder acercarse con toda seguridad hasta Dios
mismo: "Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar
en el santuario ..." (Heb 10, 19). Novedad sin precedentes: han que-
dado suprimidas todas las barreras entre los cristianos y Dios; hay
paso libre. Implícitamente, el autor afirma en estas palabras un con-
traste completo entre la situación de los cristianos y la de la antigua
alianza, tal como había sido descrita anteriormente. Entonces impe-
raba el sistema de las separaciones rituales, cuya impotencia ha que-
dado demostrada por nuestro autor 31. La santificación que se anhe-
laba quedaba totalmente fuera de alcance. Entre el pueblo y Dios
no se podía establecer ninguna mediación válida. El único resultado
efectivo de ese sistema era el establecimiento de unas separaciones.
El pueblo quedaba separado de los sacerdotes, ya que no estaba
autorizado jamás a entrar en el edificio del templo; y los sacerdotes
no podían seguir al sumo sacerdote cuando penetraba solo en el
santo de los santos. Se imponía además la separación entre el sacer-
dote y la víctima; el sacerdote no podía ofrecerse a sí mismo y la
víctima era incapaz de liberar al sacerdote de sus pecados, ya que
ella misma no entraba realmente en comunicación con Dios. En
una palabra, se levantaban obstáculos por todas partes. No se cono-
cía ningún camino que fuera válido (9, 8).
Con Cristo todo ha cambiado. Las separaciones han quedado
abolidas; se ha inaugurado un camino "nuevo y vivo" (lO, 20).
Abolida la separación que se mantenía entre la víctima ofrecida y
Dios, ya que Jesús, víctima "sin tacha" que acogió con docilidad
absoluta la acción transformadora del Espíritu de Dios, fue plena- .
mente aceptado por Dios y entró en el mismo cielo (9,24). Abolida
la separación entre el sacerdote y la víctima, ya que en la ofrenda
de Cristo el sacerdote y la víctima forman una sola cosa, puesto
que Cristo "se ofreció a sí mismo"; su sacrificio lo santificó al mis-
mo tiempo como víctima y lo consagró como sacerdote. Abolida
igualmente la última separación, la que impedía al pueblo estar
unido con el sacerdote, ya que la pasión de Cristo es un acto de
asimilación completa a sus hermanos, acto que pone el fundamento
de una nueva solidaridad, más estrecha que nunca entre él y los
fieles. Cristo es un sacerdote que asocia al pueblo a su sacerdocio
(10, 14).
Por consiguiente, ya no existen las barreras antiguas. Ahora to-
dos están invitados a acercarse a Dios sin temor alguno. Todos los
creyentes "tienen plena seguridad para entrar en el santuario" (lO, .
19), mientras que ese derecho se limitaba anteriormente a solo el
sumo sacerdote, restringido además para él mismo a una sola cere-
monia cada año.
b) . Otros pasajes de la epístola muestran que los creyentes gozan
también del otro privilegio sacerdotal, el de presentar a Dios ofren-
das en sacrificio. No hay en ello nada de extraño. Está claro que la
entrada en el santuario y la ofrenda sacrificÍl:llson dos actívidades
estrechamente ligadas la una a la otra o, mejor dicho, dos maneras
diferentes de expresar una misma realidad existencial, a saber, el
acto personal que introduce al hombre en la comunión divina. Los
creyentes que se acercan a Dios quedan por tanto invitados a ofre-
cer a Dios sus "sacrificios". ¿Cuáles serán esos sacrificios? ¿En qué
consistirá el culto cristiano? No se tratará evidentemente de los
sacrificios rituales prescritos en el antiguo testamento. El culto cris-
tiano tiene que modelarse según el sacrificio de Cristo y por tanto
ser radicalmente distinto del culto ritual antiguo; tiene que consistir //
en transformar la propia existencia por medio de la caridad divina, ~
verdadero "fuego del cielo".
sacr lela e rlsto presenta os aspectos rnsepara es, que
se realizan uno mediante el otro. El primero concierne a la relación
con Dios: es el aspecto de la obediencia, de la adhesión personal a
la voluntad divina 32. El segundo concierne a la relación con los
demás hombres: es el aspecto de la solidaridad fraterna, llevada
hasta el don total de sí 33. En lugar de aspectos podría hablarse de
"dimensiones" y evocar así la dimensión vertical y la dimensión
horizontal que se encuentran y se unen para formar la cruz de
Cristo. La unión de estas dos dimensiones caracteriza de forma
semejante al culto cristiano, transformación cristiana de la existen-
cia. La misma expresión "hacer la voluntad de Dios" que había
definido primero el sacrificio de Cristo 34 define a continuación la
vocación cristiana 35; Y se aplica tanto a la actitud del creyente en
medio de la prueba (lO, 36) como a su actividad positiva (13, 21).
Por otra parte, la preocupación por llevar a cabo lo que le agrada
a Dios mueve al cristiano, lo mismo que a Cristo, a entregarse a los
demás seres humanos: "No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaras

32. Cf. Heb 5, 8; 10, 7-10.


33. Cf. Heb 2, 14-18; 4, 15.
34. En Heb 10, 7.9.
35. En Heb 10, 36 Y 13,21.
mutuamente; ésos son los sacñficios que agradan a Dios" (Heb
13, 16). En esta frase el autor utiliza el término técnico de "sacrifi-
cio" (tbysía) para aplicado a la vida de caridad fraterna. Unos ver-
sículos más arriba ha rechazado la concepción antigua del culto, que
concedía una importancia fundamental a las observancias exterio-
res, especialmente a las reglas relativas a los alimentos 36. En adelan-
te, el culto no tiene que situarse ya al margen de la vida, considera-
da como profana, sino que tiene que asumir a la misma vida para
transformada en ofrenda generosa de obediencia a Dios y de abne-
gación fraternal.
. cero nunca ay que olvidar un punto esencial; esta transfor-
mación de la existencia no es posible más que gracias a la media-
ción ~acerdotal de Cristo, que es el que comunica a los creyentes la
fuerza purificadora y renovadora del Espíritu. Por eso mismo la
vida de caridad se sitúa continuamente en una atmósfera de acción
de gracias. Al recibido todo por medio de Cristo, los fieles quedan
invitados a "ofrecer sin cesar, por medio de él, a Dios un sacrificio
de alabanza" (13, 15). Este es el otro aspecto esencial de los "sacri-
ficios" cristianos.
Pretender iluminar la vida sin pasar por Cristo es hundirse en
la ilusión del orgullo humano y salir al encuentro del fracaso. La
frase de 10, 19-25 se muestra especialmente clara en este sentido.
Empieza señalando que hay una triple condición que se impone a
los hombres para que puedan acercarse a Dios y afirma que es en
Jesucristo donde se encuentra realizada para todos ellos esta triple
condición ..
Para ser admitidos en la presencia de Dios los hombres tienen
necesidad en primer lugar de tener un "pasaporte" que les permita
avanzar sin miedo; luego, de un camino que les conduzca hasta el
verdadero santuario; finalmente y sobre todo, de un sacerdote que
los introduzca ante Dios.

19 Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en e! santuario


en virtud de la sangre de Jesús, 20 por este camino nuevo y vivo inaugura-
do por él para nosotros a través de! velo, es decir, de su propia carne,
21 y un gran sacérdote al frente de la casa de Dios, 22 acerquémon'os ...
(Heb 10, 19-22).

36. Heb 13, 9; d. 9, 10. Ya e! Sirácida comparaba la beneficencia con un culto


dado a Dios, pero sin pensar ni mucho menos en rechazar la concepción antigua del
culto sacrificial; cf. Eclo 35, 1-10.
Quien les proporciona ese "pasaporte" es Jesús, ya que al entrar
en el santuario "por su propia sangre" consiguió "una redención
eterna" (9, 12). Así pues, el pasaporte se les concede a los creyentes'
"en virtud de la sangre de Jesús", cargada de eficacia por su muerte.
Transformada en ofrenda perfecta, la muerte de Jesús superó efecti-
.yamente para los hombres todos los obstáculos que se oponían a su
comunión con Dios.
También es en Jesucristo donde se encuentra el camino que
conduce al santuario. El mismo lo "inauguró para nosotros a través
del velo". Indicando que este camino es "nuevo y vivo" y que tiene
relación con "la carne" de Jesús 37, el autor ayuda a sus lectores a
comprender que tanto aquí como en 9, 11 quiere hablar del miste-
rio de la resurrección de Cristo. El camino nuevo y vivo no es más
que la humanidad glorificada de Cristo, convertida para todos los
hombres en el único camino de acceso a Dios. En 9, 11 esta huma-
nidad glorificada fue presentada como "la tienda mayor y más per-
fecta" que se abre hacia el auténtico santuario. No hemos de extra-
ñamos de oírla llamar ahora "el camino", puesto que en 9, 11 -y ya
en 9, 8- el autor había dado a comprender que la función de esa
tienda consistía en ser un camino de acceso.
"Camino" y "seguridad" (o "derecho reconocido") son expre-
siones impersonales. Por eso mismo no ponen de manifiesto el as-
pecto más importante de la mediación: la intervención personal del
mediador. El autor es perfectamente consciente de ello y por eso se
cuida de añadir que también nosotros tenemos "un gran sacerdote
al frente de la casa de Dios". En nuestro movimiento hacia Dios no
estamos solos; tenemos un guía experimentado, el "pionero de la
salvación" (2, 10). Una vez llegados a la presencia de Dios, tenemos
para que nos presente ante él a un gran sacerdote plenamente auto-
rizado, "fiador de una alianza mejor" (7, 22). Indicando que este

37. La función gramatical precisa de las palabras: "es decir, de su propia carne"
resulta difícil de determinar. Puede verse en ellas una explicación de la palabra
"velo", que precede inmediatamente: "a través del velo, es decir, de su propia carne".
La carne de Cristo se compararía entonces con el velo del templo, por elque se pasaba
para entrar en el santo de los santos. Pero también puede relacionarse el genitivo "de
su carne" con el término principal de la proposición, "camino", y comprender: "el
camino de su carne". Para otras hipótesis d. J. Jeremias, Brachylogíe und Inkonzinní-
tiit ím Priiposítíonsgebrauch:ZNW 62 (1971) 131; O. Hofius, Der Vorhang vor dem
Thron Corres, TübingeniI972, 81-83. No creemos indispensable la solución de esta
cuestión discutida para poder identificar el "camino" " ya que las determinaciones
más importantes sobre él son que es "nuevo y vivo", lo cual sólo puede comprenderse
debidamente de la humanidad de Cristo resucitado. Las relaciones entre 10, 20 Y9,
11 confirman esta interpretación.
sacerdote ha sido colocado "alttente de la casa de Dios", el autor
recuerda también el tema que había desarrollado al comienzo de su
primera exposición 38, utilizando la misma expresión: el sacerdote
es el hombre del santuario, es "digno de fe": tiene autoridad para
hablar en nombre de Dios a cuantos forman "su casa".
d) De este modo queda introducida la segutldaparte de la frase,
en la que el autor compromete a los cristianos a tomar las actitudes
que corresponden a la situación nueva que ha creado el sacerdocio
de Jesucristo:

22 Acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los


corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.
23 Mantengamos firmes la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor

de la promesa. 24 Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la


caridad y las buenas obras, 25 sin abandonar vuestra propia asamblea,
como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos; tanto más
cuanto que veis que se acerca ya el día (Heb 10,22-25).

La.actitud fundamental consiste en adherirse, en plenitud de fe,


a Cristo sacerdote. Introducido en la presencia de Dios, Cristo es
para nosotros un "gran sacerdote digno de fe". La primera condi·
ción para avanzar hacia Dios no es por tanto el cumplimiento de
una ley, sino el recurso en la fe a la mediación sacerdotal de Cristo.
Volvemos a encontrar aquí la doctrina paulina que rechaza las pre-
tensiones de la ley y pone la fe como fundamento de todo, pero
esta doctrina recibe un nuevo esplendor gracias a la reflexión sobre
el sacerdodo. Lo que motiva el rechazo de la leyes su impotencia
para establecer un verdadero sacerdocio, una mediación efectiva
entre los hombres y Dios. Lo que da fundamento a la llamada de la
fe es la eficacia única del sacrificio y del sacerdocio de Cristo que .
introducen realmente a los hombres en la comunión con Dios. Ha-
ciendo que los hombres se adhieran a Cristo mediador, la fe ofrece
la única posibilidad auténtica de transformación de la existencia
por medio de la caridad divina. Efectivamente, los esfuerzos del
hombre pecador no pueden servir de base a la salvación, ya que
provienen de una fuente corrompida. Primero es necesario que el
hombre se transforme, que su conciencia se vea purificada de -"las
obras de muerte" (9, 14), lo cual se obtiene por la mediación de
Cristo sacerdote. Por tanto, la fe es y será siempre la primera acti-
tud cristiana.
La segunda actitud es la esperanza, que, no es realmente más
que una especificación de la fe. En efecto, el mensaje recibido no
es la revelación de una verdad abstracta, sino la manifestación de
una persona que es "camino" y "causa de salvación". Es por tanto
invitación dinámica y promesa. "Mantengamos firme -dice el au-
tor- la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la prome-
sa". Lo que da a la esperanza cristiana toda su solidez es la certeza
de que el objetivo que se busca ya ha sido efectivamente alcanzado
por un "pionero" 39, por Cristo, que "a través de una tienda mayor
y más perfecta penetró en el santuario una vez para siempre" (9,
11-12). No hay nada que pueda poner obstáculos a la esperanza, ya
que el camino trazado por Cristo consistió precisamente en trans-
formar los obstáculos en medio para poder avanzar. Cuando sur-
gen, las pruebas no hacen más que ofrecer la ocasión para una
unión más real con el sacrificio de Cristo. A ejemplo de Cristo, que
en su pasión "aprendió la obediencia" y "cumplió la voluntad de
Dios", los cristianos probados por el sufrimiento se someten a la
acción divilla transformadora y cumplen la voluntad del Señor 40.
En vez de provocar el desaliento, lo que hace la prueba es reforzar
la esperanza.
La tercera actitud en que se expresa la adhesión de los fieles a
Cristo sacerdote es una intensa caridad. Esta se manifiesta por la
ayuda mutua y por toda clase de "ob,ras buenas" o de "obras be-
llas" (como dice literalmente el texto griego). Los cristianos son
atentos unos con otros. Lejos de estar marcada por el individualis-
mo, su vida espiritual intensifica sus relaciones muturas. ¿Cómo
iba a ser de otra manera, si la fe los ha unido a un "sacerdote
compasivo", que manifestó la solidaridad más completa con sus
"hermanos" 41? Gracias a él, todos ellos forman la casa de Dios (3,
6). Deseando corresponder a su vocación celestial (3, 1) se ayudan
mutuamente a evitar los peligros que les acechan y se animan unos
a otros a avanzar hacia Dios con confianza 42. Su "amor fraterno"
(13, 1) se manifiesta también de manera muy concreta en la ayuda
material que se presta generosamente a todos los que la necesitan:
enfermos o indigentes, cristianos perseguidos o en busca de hospe-
daje.43

39. CE. Heb 6, 19s; 12,2.


40. Cf. Heb 10, 36; 12,2-13; 1 Pe 2, 21.
41. CE. Heb 2, 11-18; 4, 15.
42. CE. Heb 3, 12s; 4, 1; 10,25; 12, 15,17.
43. CE. Heb 10, 33s; 13, 1-3.
e) Así pues, la fe, la espeimza y la caridad son las tres actitudes
espirituales características de los cristianos, las que les permiten
vivir unidos a Cristo sacerdote y transformar de este modo su exis-
tencia. Sin embargo, el autor no se contenta con hablar de actitudes
espirituales; evoca también los medios concretos para unirse a la
mediación de Cristo. La lógica de su exposición exige la existencia
de esos medios, ya que una mediación que no se expresa concreta-
mente deja de ser una mediación. Si la posibilidad que tienen los
cristianos de rendir culto a Dios sigue estando continuamente liga-
da a la mediación de Cristo, es preciso que esta mediación se les
ofrezca de una forma tangible.' y. eso es lo que hace comprender
nuestro autor. No habla solamente de la fe, sino también de lo que
llamamos los sacramentos de la fe. Estos no son otra cosa más que
la expresión tangible de la mediación actual de Cristo.
Se reconoce fácilmente en 10, 22 una alusión al bautismo, bajo
su doble aspecto de rito material -los cristianos tienen "lavados los
cuerpos con agua pura" 44_ y de eficacia espiritual -tienen "purifi-
cados los corazones de conciencia mala"-. En los versículos prece-
dentes hay también motivos para reconocer una alusión a la eucaris-
tía, no ya simplemente porque el autor haya hecho mención de la
"carne" y de "la sangre de Jesús" (la, 19-20) en dos miembros de
frase paralelos, sino porque la frase entera corresponde 10 más exac-
tamente posible a la realidad de una celebración eucarística. Recor-
demos a este propósito que, exceptuando unas cuantas líneas añadi-
das al final 45, la epístola a los Hebreos no se presenta como una
carta, sino. como un sermón, destinado a ser pronunciado de viva
voz durante una reunión de la comunidad cristiana. Nuestro pasaje
hace pensar que el autor tenía ante la vista una reunión que llevaba
consigo la celebración de la eucaristía.
En todo caso, este pasaje se explica muy bien en semejante
contexto. El autor habla explícitamente de la reunión de la comuni-
dad (la, 25) como expresión de la caridad mutua y como medio de
hacerla progresar. Hablar as(significa situarse ya en el orden sacra-
mental, dado que desde el comienzo de la frase la insistencia recayó
en la mediación de Cristo. Y sobre todo, cuando el autor menciona
la carne y la sangre de Jesús, se refiere a una posibilidad de'uso
actual: ahora es cuando los cristianos tienen derecho a entrar en el
santuario gracias a la sangre de Jesús y ahora es cuando tienen a su

44. La mención del "agua pura" remite a Ez 36, 25, donde acompaña a la
promesa de un "corazón nuevo", prolongación de Jet 31, 31-34, citado poco antes
por Heb 10, 16·17.
45. Heb 13, 18 Y 13,22·25.
disposición el camino vivo que es su cuerpo glorificado. El bautis-
mo, por el contrario, no aparece más que como una condición prec
via, ya realizada -los verbos que se refieren a él (lO, 22) están en
participio perfecto-; permite la participación en una liturgia comu-
nitaria, en la que la mediación del cuerpo y de la sangre de Cristo
se ejerce actualmente para dar a los fieles reunidos el acceso a Dios,
en un impulso de fe, esperanza y caridad. Difícilmente podría en-
contrarse una descripción más exacta y más viva del culto eucarísti-
co, signo y fuente de la transformación cristiana de la existencia.
Se comprende sin dificultad que el autor no hable explícitamen-
te de la "copa del Señor" y de la "mesa del Señor", contentándose
tan sólo con aludir a ellas, si precisamente la situación concreta
hacía ya evidentes las alusiones. Al final de su sermón procede de
la misma manera cuando dice que nosotros, los cristianos, "tenemos
un altar del cual no tienen derecho a comer los que dan culto en la
tienda" (13, 10). Esta frase afirma que se da una incompatibilidad
entre el culto cristiano y el culto antiguo e implica con toda eviden-
cia que los cristianos tienen por su parte derecho a "comer de su
altar". 46
Algunos exegetas han pensado que la posición que tomaba
nuestro autor en contra del culto ritual antiguo tenía que llevarle a
rechazar igualmente el culto sacramental47• Pero eso sería engañar-
se e ignorar la diferencia fundamental que separa al segundo culto
del primero. Ciertamente existe entre los dos una semejanza exte-
rior: tanto en uno como en el otro se celebran unas ceremonias
simbólicas. Pero en el caso del antiguo culto esas ceremonias no
guardaban relación con una ofrenda existencial perfecta, por la sen-
cilla razón de que esa ofrenda no existía. Se pensaba que los ritos
tenían valor por sí mismos o en virtud de las buenas disposiciones
de quienes participaban en ellos. En realidad, ese culto --el autor lo
ha demostrado muy bien- no tenía ninguna capacidad efectiva de

46. La expresión elíptica "comer del altar" se ilumina por la frase de Pablo:
"Los que comen de las víctimas, ¿no están acaso en comunión con el altar?" (1 Cor
10, 18). El contexto habla explícitamente de la eucaristía dentro de una perspectiva
de participación en un sacrificio.
47. Una interpretación anti-eucarística de Heb 13, 9-11 es la que sostuvo O.
Holtzmann, Der HebriierbrieE und das Abendmabl: ZNW 10 (1909) 251-260, recogi-
da luego con diversos matices por F. J. Schierse, Verheissung und Heilsvollendung,
München 1955; F. V. Filson, "Yesterday", London 1967; G. Theissen, Untersuchun-
gen zum HebriierbrieE, Gütersloh 1969; así como por F. Schroger, Der Gottesdienst
der HebriierbrieEgemeinde: MüTZ 19 (1968) 161-181. Otros autores han rechazado
esta postura; entre los más recientes están J. Thuren, Das LobopEer der Hebriier,
Abo 1973, y P. Andriessen, L'Eucharistiti dans l'épitre aux Hébreux: NRT 94 (1972)
269-277.
mediación. Por el contrario, los sacramentos cristianos son los ins-
trumentos de la mediación de Cristo. No se presentan como cere-
monias que tengan valor por sí mismas. Su valor proviene única-
mente de la ofrenda existencial de Cristo, del que no hacen más
que actualizar la presencia eficaz. De esta manera conceden a los
fieles la posibilidad de adherirse plenamente, en alma y cuerpo, a
esta ofrenda a fin de dejarse transformar por ella.
f) Merece subrayarse un último rasgo para completar el cua-
dro de la situación cristiana: ~n lª comunidad, la mediación sacerdo-
tal de Cristo no se manifiesta únicamente por medio de los ritos sacra-
mentales, sino también a través de unas personas. Inmediatamente
antes de la conclusión de su sermón, en un pasaje en el que evoca
la eucaristía y el culto sacrificial cristiano, transformación de la mis-
ma existencia, el autor señala que los cristianos no forman una
masa amorfa, sino una comunidad estructurada que tiene sus p'ro-
pios "dirigentes". Dos menciones de estos dirigentes sirven de mar-
co para el conjunto del pasaje (13, 7 Y 13, 17), por lo que resultan
mucho más significativas. En sí mismo, ,este título de "dirigentes"
no tiene nada de sacerdotal. Expresa solamente una posición de
autoridad 48. En el nuevo testamento se utiliza únicamente aquí
para designar a los responsables de una comunidad cristiana, pero
lo encontramos poco después en la carta de Clemente romano a la
iglesia de Corinto. Lo que es interesante para nuestro propósito no
es el título mismo, sino las atribuciones que se vinculan a él, ya que
esas atribuciones convierten a esos "dirigentes" de la comunidad
en los representantes para ella de Cristo mediador.
~omo "sumo sacerdote digno de k~'(3, 1-6), Cristo es ahora
-como hemos visto- el mediador de la palabra de Dios. Pero,
¿ci.tpo_§.~_gerces.oncretamente esta mediación? Según 13, 7 se ejer~
~~~edio de los "dirigentes" i. son ellos los que han dirigido a
!os.fÜ~anos "la palabra <i~ºjgs".
Cristo es sacerdote establecido "al frente de la casa de Dios" (3,
6; 10,21). ¿Cómo se e'erce concretamente su autoridad sacerdotal?
Una vez más hay que respon er aquí: por e ministerio e os" Íri-.
gentes", ya que a ellos es a quienes los cristianos tienen que obede-
cer: "Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos" (13, 17) 49.

48, Cf. Lc 22, 26. A propósito del ministerio de los "dirigentes", d. Ch. Perrot,
La epístola a los hebreos, en]. Delorme (ed.), El ministerio y los ministerios según el
nuevo testamento, Madrid 1975, 114-131.
49. En Hech 7, 10, a propósito de José en Egipto, la palabra "dirigente" (hegou-
ménos) va asociada a la expresión "en toda su casa"; d. Sal 105, 21. La relación entre
la frase de Heb 13, 17 sobre los "dirigentes" y las de Heb 3,6; 10,21 sobre Cristo
sacerdote puesto "al frente de la casa de Dios" queda entonces más de relieve.
La autoridad sacerdotal de Cristo no tiene más finalidad que la
ge comunicar "la salvación a todos los· que le obedecen", ya que
Cristo es "sumo sacerdote misericordioso al mismo tiempo que dig-
no de fe" 50. También este otro aspecto del sacerdocio de Cristo se
hace presente en el ministerio de los dirigentes, ya que éstos tienen
que ponerse al servicio de los fieles: "velan -escribe el autor- sobre
vuestras almas" (13, 17).
La mediación sacerdotal de Cristo tiene su fundamento en el
acto decisivo ue establece la nueva alianza: "ofrenda de su cuer-
po" y erramamiento e "su sangre" 51.En la existencia de los fieles
este acto sacrificial único se hace presente, según acabamos de re-
cordar, por medio de la eucaristía. ¿Tienen los "dirigentes" un pa-
pel es ecial en la celebración de la eucaristía? El autor no dice
na a explícitamente so re este tema, lo mismo que tampoco dice
nada explícitamente del pan y del vino. Pero su manera depresen-
tar las cosas orienta con bastante claridad en el sentido de una
respuesta positiva. Efectivamente, resulta difícil no ver más que una
simple casualidad en el hecho de que la doble mención de los" diri-
gentes" encuadre un pasaje donde se define el culto cristiano y que
evoca irresistiblemente la celebración eucarística bajo su triple as-
pecto de banquete sacrificial en donde sólo los cristianos tienen
derecho a comer (13, 10), de "sacrificio de alabanza" que elevan a
Dios por medio de Jesucristo (13, 15) Y de ocasión privilegiada
para la expresión de la caridad comunitaria (13, 16) 52.1'J"ombrados
_al principio y al final, los "dirigentes" se encuentran entonces en.
relación estrecha con la acción sacramental fundamental del culto
ctistiano. dio hay motivos para pensar que es precisamente porque
son "dirigentes"?
El otro pasaje de la epístola en donde hemos vislumbrado una
estructura eucarística sl,lbyacente (10, 19-25) nos lleva a la misma
conclusión. Menciona como disponibles actualmente para los cris-
tianos tres elementos de la mediación de Cristo: su sangre, su carne
y su intervención personal 53.'-si es preciso admitir que la sangre de
Cristo y su carne están disponibles actualmente porque se hacen

50. Heb 2, 17; 4, 15; 5, 9.


51. Cf. Heb 9, 12.14.22s; 10, 10.
52. Proponiendo una interpretación eucarÍstica de Heb 13, 10, J. Thuren, o.c.,
204 la apoya subrayando la relación de la eucarística con la gracia (13, 9), con la
pasión de Cristo (13, 12) y con el "sacrificio de alabanza" (13, 15), elementos todos
ellos que se mencionan explícitamente en el contexto inmediato.
53. "La sangre de Jesús" (la, 19), "su carne" (la, 20), él mismo "gran sacerdote
puesto al frente de la casa de Dios" (10, 2Ú.
presentes en la existencia delos cristianos de una forma sacramen-
tal la unión estrecha del tercer elemento a los otros dos invita
t~n a reconocer q~ debe tener él también normalmente su
expresión sas:raIll~Qt~. Lªp~[~ona misma de Cristo, '~g[an sacerdo~
tealfr~Ilte ..dda cas-ª..de DiQs", tiene que estar entonces representa-
da- entre los fieles en el momento en que les da su cuerpo y su
sJ!~ ¿YpQr.i1uién va a estar representada sino por aquellos a los

y-º.~
q1!~_el mismo Cristo estableció como instrumentos de su autoridad
su misericordia sacerdotales? El autor ciertamente no dice
nada explícito a este propósito. Su frase no habla directamente más
que de las realidades que operan la mediación: la sangre de Jesús,
su carne, su persona de sacerdote. Lo que sugiere una referencia a
la presencia sacramental de estas realidades es solamente la afirma-
ción que hace de su disponibilidad actual para el culto cristiano.
Hechas estas reservas, ¿no tenemos derecho a opinar que, leída en
este contexto concreto y relacionada con los datos que nos ofrece
Heb 13,7-17, la tríada de 10, 19-21 lleva en cierto modo a atribuir_
a los "dirigentes" de la comunidad cristiana la función de represen-
tar sacramentalmente a Cristo en la celebración de la eucaristía?
Los elementos que van en este sentido son ciertamente ténues y
problemáticos, pero reunidos los unos a los otros, puede que no
sean totalmente marginables.
pecir esto no ·es exagerar lajlm:)QrjªJ1.cj-ª_d~Jº¡;-"-dir~J~s" ~.~
más bien§ituarlQ~~!Lelh,!@!.gll.~ les corresponde. Ellos no son me-
di~.cl()r~~.9!!.esustituyan a Cristo,sino creyentes de los que ~ sirve
CJj~tº-~~ºiador-"_Lo que ellos hacen "por el bien de las almas", lo
hacen sabiendo que "han de dar cuenta de ellas" (13, 17). Esta ob-
servación final demuestra que ellos no son ni los amos absolutos de
los cristianos ni unos simples delegados de la comunidad, sin~
datarios de Cristo sacerdote, encargados por él de representarle ant~
sus ~rmanos, ejerciendo su a~toridad y manifestangº.~lImi~~J:icor-
dJª,somo r~Qns@J~.§.-ª-qJ~.flº~ esta misión. Sólo Cristo es el "gran
pastor de las ovejas" (13,20); sólo él es "causa de salvación" (5,9);
S2lo él es el "sumo sacerdote". Sin embargo, su mediación sacerdotal
1!.º_s~ve cQpfinada en un acontecimiento del pasado -lo cual la haríª
i1lQPerante en el presente-, sino que tiene el poder de expresarse a
través de todos los tiem os or medio de unos si nos de unas er-
sanas de los que se sirve para ejercerse e manera e ectiva.· .

Conclusión
Llegados al final de la epístola a los Hebreos, vemos con cuánta
I
profundidad ha respondido su autor a la cuestión que se planteaban
los cristianos del siglo 1: ¿Es la comunidad cristiana una comunidad
sin sacerdote? La institución sacerdotal de la antigua alianza ¿ha
encontrado o no su cumplimiento en el misterio de Cristo? La res-
Illlesta es positiva, sin la menor sombra de vacilación. Pero no es
IlI1a respuesta superficial. Basada s' lidamente en 10Jla!contecimien-
los de vida de esucristo en 1 's xtos de la Escritura ins irada
y en L/'xQeriencia cristiana,~ge un cambio radical e mentali~
daº,- El autor habría podido tomar el problema desde fuera y decir
a sus fieles: "No andéis añorando el antiguo culto y sus esplendores.
i También nosotros somos capaces de organizar grandes ceremo-
nias!". Pero ni siquiera se le ocurrió esta idea. Fue al fondo de las
l'Osas. Para él, la nueva liturgia no consiste en ceremonias, sino en
IIn acol}tecimiento real, la muerte de Cristo, muerte ofrecida, que
cambj,ª completamente la situación religiosa de los hombres porque
t ransforlIl~.2J2~_ humano y lo introduce en la intimidad de Dios.
flor consiguiente, los cristianos quedan invitados a superar la con-
cepción antigua del culto y del sacerdocio. Ellos tienen también un
sacerdote, pero de un género totalmente distinto. Tienen un culto
sacrificial, pero sin inmolación alguna de animales. Su vocación nQ
los llev':l.,a poner su confianza en unos ritos exteriores, sino apasar
por e.L~,acrificio existencial de Cristo y aprovecharse así de su me-
diación sacerdotal. Adhiriéndose por medio de la fe a Cristo sacer-
dote, dejándose purificar por su sangre y santificar por la ofrenda
de su cuerpo, entrando ellos mismos en el movimiento de su sacri-
ficio 54, 10ssri~tiªl}9S se hacen caQaces de dar a pi!2§.lLn culto autén-
1 ico, gll_~s-º!!ilite en la transformación de su exist~n~iª,Qºrla~cª1"i-
('ad divina.
L~resp~esta que se da no es meramente positiva, sino que lleva
hasta proclamar una exclusividad. No contento con afirmar que la
Illuerte de Cristo es un sacrificio el autor demuestra ue es el único
sacri icio verdadero. Los antiguos ritos no constituían entonces ver-
daderos sacrificios; eran sólo tentativas impotentes, que no llevaban
a cabo realmente la transformación sacrificial que introduce en la
comunión con Dios. No era posible encontrar entonces ni una sola
víctima sacrificial capaz de resultar agradable a Dios, ni un solo
sacerdote capaz de hacerla subir hasta él. Por el contrario, en la
Illuerte de Cristo se encuentran realizadas de forma perfecta todas
las condiciones de un sacrificio auténtico. 55

54. Heb 9, 14; 10, 10.19-25.


55. En El misterio de nuestro mundo, Salamanca 1982, R. Girard presenta como
lI!la deplorable regresión la cristología sacerdotal de la epístola a los Hebreos, que
Sl'gún él estaría en contradicción con el evangelio (p. 261s). Habla entonces con
Lo que es verdad del sa~ificio no lo es menos del sacerdocio:
~!ist~!l0 ~91amente posee el sacerdocio, sino que es el único sumo
sacerdote verdadero, eLúnico gJE llevó a término la mediación s~:
cerdo tal. Los antiguos sacerdotes tenían que limitarse a un nivel de
tlgUiáClón ineficaz. Hombres pecadores, no estaban en.disposición
de franquear la distancia que los separaba de Dios ni por consi-
guiente de trazar un camino para el pueblo. Pero Cristo, por su
ofrenda personal, total y perfecta, se transformó a sí mismo en "ca-
-<t."" .1 mino nuevo y vivo". Su sacerdocio se sitúa así en el nivel más d~I!§º
~ deja realidad; en el corazón del hombre es donde establece la
nueva alianza con el corazón de Dios. "Sumo sacerdote digno de fe
y misericordioso", Cristo cumple con toda perfección las funciones
sacerdotales: la ofrenda sacrificial, la entrada en el santuario divino,
l::!.~xafl~!!?:!~LQl}
de las gracias de perdón, de enseñanza y de bendi-
_óón. Hemos señalado en particular que nuestro autor no se olvida
al hablar del sacerdocio de Cristo del aspecto de la palabra, ni del
de la autoridad, necesarios ambos para conducir a los creyentes en
su camino hacia Dios. La concepción que expresa del sacerdocio es
de una plenitud en la que no falta absolutamente nada.
Esta concepción se muestra además muy abierta. Es necesario
subrayado aquí, a fin de evitar el malentendido que podría provo-
car lo que se ha dicho de la exclusividad del sacerdocio de Cristo.
Esta exclusividad no tiene que comprenderse como un obstáculo
para la participación.~º se trata de que nos imaginemos unsacer-
dacio cerrado sobre sí mismo; eso sería una contradicción in termi-
nis. Al· contrario, uno aeIüs rasgos originales del sacerdocio SLe

energía contra "e! error de la lectura sacrificial". Pues bien, Girard parte de ~na
concepción unilateralmente negativa de! sacrificio. Para él e! sacrificio es la transfigu-
ración sacral, ilusoria, de un asesinato debido a un mecanismo de "mímesis de antago-
nista". Sin negar que esta explicación puede explicar muchos datos en historia de las
religiones, hay motivos para criticar que pueda ser. suficiente en la definición de!
sacrificio. Este encierra aspectos profundos, que no son ilusorios y que valora ya e!
antiguo testamento, atento a favorecerlos y a combatir las desviaciones. Definir e!
sacrificio sin tener en cuenta estos hechos es carecer de objetividad y falsear e! sentido
de las palabras.
Otra constatación: R. Girard no dedica atención alguna a la ree!ahoración de la
noción de sacrificio efectuada por la epístola a los Hebreos. Se expresa como si e! autor
hubiera tomado simplemente la concepción corriente para aplicarla arbitrariamente a la
pasión de Cristo_ Acabamos de ver, por e! contrario, que e! autor ha realizado una obra
de discernimiento y de profundización sin precedentes. Ha sometido a una crítica rigu-
rosa la concepción antigua para eliminar sus deficiencias; pero se ha guardado de juz-
garla de una forma unilateralmente negativa; ha conservado lo que ese proyecto tenía de
válido, confrontánJolo con e! acontecimiento de! Calvario, y se ha elevado así a una con-
cepción nueva, que es su cumplimiento y su superación. Lejos de constituir una regre-
sión, esta "lectura sacrificial" encierra enormes riquezas para la fe y para la vida.
(:I'ist() es que se comunica a todos los creyentes. Ha quedado aboli-
da la separación que había anteriormente entre e! pueblo y e! sacer-
dote. Todos uedan invitados a entrar en e! santuario a resentar
slls~acrificios. A este propósito conviene sin em argo istinguir
tina vez más los dos aspectos de! sacerdocio, e! aspecto de ofrenda
y el de mediación. El aspecto en e! que todos pueden participar e~
el de ofrenda. Desde este punto de vIsta nuestro autor no duda en
Ilámar "sacrificios" (13, 15-16) a las prestaciones de los cristianos,
aunque no tengan que situarse en el mismo nivel que e! sacrificio
de Cristo. Estas prestaciones no son "sacrificios" más que como
actos de ofrenda que iíbren la existencia ~ers0!fl y soc~l ararria~
mismo de la caridad divina;!l() son actos ~e me lación. 1rase de a
13, 1510 atestigua con claridad,'ya que mdlea que esos"'"sacrificios "
dclos cristianos tienen que Rasar por la mediación de Cristo ("por
medio de él"). El aspecto de mediación pertenece únisaamílnte tI
sacrificio de Cristo y a su sacerdocio. Esto no le impi e acer o
también a él objeto de una cIerta partlclpación, pero de otro género.
Mientras que e! poder de "rendir culto al Dios vivo" (9, 14) se les
comuOlciilltüaOS1OSf1efeS"durante toda su VIda, el poder de repre-
scntar]a fQ~dia(ión de Cristo no se les da más que a unos mstru-
meIl-t:ºi'~kt~tmill:L&~,dtg:.ktoeS s s 1-
rigel1I~ sm ue se trate -su ra émos o e nuevo- e un o er e
cjétITrla mediación en ugar e Cristo, sino e po er e mani es-
tar ramooiación de Cristo.
"Revelando explícitamente e! carácter sacerdotal de! misterio de
Cristo, la epístola a los Hebreos ha iluminado de una forma nueva
el conjunto de la cristo1ogía. Las categorías sacramentales se han
mostrado divinamente preparadas para dar una inteligencia más
precisa y más profunda de las riquezas de Cristo, que superaban
cvidentemente los límites de! mesianismo real. Pero también hemos
de hacer la observación inversa: iluminada por e! misterio de Cristo,
la idea que se tenía de! sacerdocio se ha visto transformada y pro-
fundizada de una nueva forma asombrosa. Hay que hablar en este
caso de una síntesis nueva. A partir de ella se ha hecho posible todo
un proceso de nuevas reflexiones en profundidad.
Habiendo reelaborado la noción de "sacrificio", nuestro autor
ha hecho posible la interpretación sacerdotal de numerosas afirma-
ciones de la fe en Cristo, que no eran sacrificiales en e! sentido
antiguo de este término 56. La comprensión sacrificial de la euca-

56. Por ejemplo, Gál 1, 4: "Jesucristo se entregó a sí mismo por nuestros peca-
dos, para libramos de este perverso mundo, según la voluntad de nuestro Dios y
Padre"; o Gál 2, 20; Rom 4, 25; l' Cor 15,3-4; Me 10,45 ...
ristía, que sugerían las palaf'l'rasde la institución y la manera de
argumentar que utiliza Pablo en 1 Cor 10, 14-22, encuentra una
confirmación más amplia. Al quedar tan lejos del ritualismo anti-
guo, pero también tan distante de una "espiritualización" de tipo
ftlosófico, la nueva noción de sacrificio ofrece un fundamento sóli-
do y seguro a la concepción sacrificial de la existencia cristiana,
que ya Pablo había esbozado en Rom 12, 1 y que el autor de la
epístola recoge a su manera (Heb 13, 15-16). La participación de
todos los cristianos en el culto sacerdotal de Cristo queda señalada
i con nitidez y la participación de los "dirigentes" en la mediación
sacerdotal de Cristo se manifiesta de varias maneras. ~Nipara los
cristianos ni para los dirigentes, sin embargo, utiliza el autor el
término de "sacerdocio" ni el término de "sacerdote"; se muestra
demasiado consciente del carácter parcial y subordinado de estas
dos formas de participación en el sacerdocio de Cristo. Cuando
habla de la nueva alianza, reserva solamente para Cristo el vocabu-
lario sacerdotal (hiéreus, archiéreus, hiérpsyne), ya que solamente
Cristo posee el sacerdocio en plenitud y concede a todos participar
de él.
Un pueblo sacerdotal

El estudio del vocabulario del nuevo testamento nos ha manifes-


tado que además de la epístola a los Hebreos hay otros dos escritos
que aplican algunos de los términos sacerdotales a la realidad cris-
tiana. Estos dos escritos son la primera carta de Pedro y el Apoca-
lipsis de Juan. Es cierto que la cuestión del sacerdocio está lejos de
ocupar aquí el lugar que ocupaba en la carta a los Hebreos. No
hace aparición más que en algún que otro lugar de forma muy
breve. Pero estas apariciones no carecen de importancia e interés.
En efecto, po es para hablar de Cristo como luan recurre al título
qe sacerdote y como Pedro menciona el sacerdocio, sino para defi-
nir la posición de los. cristianos; en este punto, por consiguiente, se
muestran más atrevidos que el autor de la epístola a los Hebreos
que, como hemos comprobado, se abstiene de llamar "sacerdotes"
a los cristianos. Tienen no obstante un punto en común: también
ellos fundamentan su doctrina en un texto del antiguo testamento.
La diferencia radica en la elección del texto: mientras que la carta
a los Hebreos argumentaba a partir de un oráculo del salmo 110
alusivo al rey de Israel, la primera de Pedro y el Apocalipsis se
apoyan en una promesa divina contenida en el libro del Exodo y
dirigida al pueblo entero.
Así pues, nos encontramos con un punto de vista nuevo y com-
plementario: tras la dimensión sacerdotal del misterio de Cristo, la
cualificación sacerdotal del pueblo cristiano. Para más exactitud
habría que hablar incluso de dos puntos de vista nuevos y no sola-
ya que el t~to del Exodo no es explotado de la
misma manera or Pedro or uan. Utilizando la traducción rie-
g_¡j0_ e Exodo, Pedro habla de "sacerdocio" en singular e insiste ffi
la unión de los cristianos en el sacerdocio. Inspirándose en el texto
hebreo, Juan habla de "sacerdotes" en plural y dedica por otra
parte una atención mayor a la relación entre sacerdocio y realeza.
Así pues, conviene tratar los dos escritos por separado, para poder
valorar mejor la aportación de cada uno. Dedicaremos el capítulo
10 a la primera carta de Pedro y el capítulo 11 al Apocalipsis.
Ni Pedro ni Juan se preocupan de definir las relaciones entre el
sacerdocio cristiano yel ministerio apostólico. Pedro, sin embargo,
habla explícitamente de los "presbíteros" y ofrece así la ocasión
para tocar esta cuestión. Una frase de Pablo sobre su propio minis-
terio (Rom 15, 16) contribuye a iluminarla, ya que emplea un voca-
bulario ritual. La examinaremos de paso.
El análisis de estos pocos textos viene a completar el estudio
del tema. Mostrará cómo el nuevo testamento abre ulteriores pers-
pectivas a la iglesia en la cuestión del sacerdocio.
10
La iglesia de Cristo,
organismo sacerdotal

En la primera carta de Pedro se le atribuye el sacerdocio a la


comunidad de los creyentes. La afirmación sobre este punto es cla-
ra; se presenta en dos ocasiones en el curso de una descripción
entusiasta de la condición cristiana. Base principal de la doctrina
del sacerdocio de los fieles, este texto ha sido objeto de numerosas
controversias y se ha interpretado a menudo de manera inexacta.
Por eso mismo merece que detengamos en él seriamente nuestra
atención. 1
Constituye el párrafo final (2, 1-10) de la primera parte de la
epístola 2. Más de un comentador opina que ésta procede por com-
pleto de una catequesis bautismal, ya que desde el principio evoca
el nuevo nacimiento de los cristianos y se mantiene a continuación
en esta misma perspectiva 3. Hay en el texto una expresión, "como
niños recién nacidos", que ofrece a esta hipótesis su base más con-'

1. Además de los comentarios que a veces estudian este tema detalladamente


(el de E. G. Selwyn, por ejemplo, le consagra una nota de 14 páginas),]. H. Elliottle de-
dica su obra completa: The e1ect and the haly. An exegetÍcal examinatian aE 1 Peter 2:
4-10 and the phrase basileian hierateuma, Leyde 1966.]. Cappens, en Le sacerdace ra-
yal des Eideles: un cammentaÍre de 1Petr., ll, 4-10, en Au servíce de la parale de DÍeu
(Mé!. Charue), Gembloux 1969,61-75, ofrece una abundante bibliografía.
2. Su composición ha sido estudiada de forma metódica por M.·A. Chevallier,
1Pierre 1, 1-2, 10. Structure líttéraÍre et conséquences exégétÍques: RHPR 51 (1971)
129-142.
3. Cf. 1 Pe 1, 3. 23; 2, 2.
vincente, ya que sólo conviene ~cuadaniente a los nuevos bautiza-
dos 4. La frase que la contiene utiliza el lenguaje característico de la
conversión cristiana. Intimamente ligada al proceso del nuevo naci-
miento, ésta encierra dos aspectos opuestos y complementarios:
ruptura y adhesión. El aspecto de ruptura queda señalado por la
metáfora de la "deposición" de los vestidos viejos, inspirada quizás
en el rito bautismal: antes de bajar al agua, el catecúmeno se quita-
ba la ropa que llevaba. Esta fórmula significa en cualquier caso que
el pecador ha rechazado el mal, lo mismo que cuando uno se des-
prende de los vestidos sucios y viejos 5. El aspecto de adhesión
viene a continuación, pero se expresa por medio de otra imagen, la
de los recién nacidos que desean beber leche. Se invita a los cristia-
nos a que deseen la "leche espiritual", es decir -como se compren-
de fácilmente-, a que aspiren a recibir la palabra de Dios 6. El
apóstol acaba de recordarles que es a esa palabra a la que deben su
nuevo nacimiento (1,23). Indica que, para crecer, los hijos de Dios
tienen necesidad de esa misma palabra que les ha hecho nacer. Del
deseo de la palabra, pasa a la adhesión a la persona del Señor e
introduce entonces el tema del sacerdocio. He aquí el texto:

1 Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias


y toda clase de maledicencias. 2 Como niños recién nacidos, desead la
leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, J si
es que habéis gustado que el Señor es bueno.
4 Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida,
preciosa ante Dios, 5 también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la
construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para
ofrecer sacrificios espirituales, aceptas a' Dios por mediación de Jesucris-
to. 6 Pues está en la Escritura: "He aquí que coloco en Sión una piedra
angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido".
7 Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la
piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha conver-
tido, 8 en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella por-
que no creen en la palabra; para esto han sido destinados. 9 Pero vosotros
sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para

4. Sin embargo, hay que observar con M.-A. Chevallier, arto cit., 139-140,~ue
en esta primera parte de la epístola (1, 1-2, 10) Pedro no menciona hunca el bautismo
de forma explícita; sólo lo nombrará en 3, 21. Lo que quiere destacar es la realidad
del nuevo nacimiento. Afirma su relación con la resurrección de Cristo (1,3) Y señala
su origeh en el poder de la palabra de Dios (1,23-25).
5. Cf. Rom 13, 12; Ef 4, 25; Col 3, 8; Sant 1, 21.
6, Eh griego hay una relación estrecha entre el adjetivo "espiritual" (1ogikon),
que califica aquí a "leche", y la palabra logos, que designa a la "palabra", Sobre la
relación entre leche y doctrina, cf. Heb 5, 12.
anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz, 10 vosotros que un tiempo no erais pueblo y que ahora
sois el pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero
ahora son compadecidos (1 Pe 2, 1-10).

Inmediatamente después de la mención del "Señor" al final del


versículo 3 el texto cambia de aire, aunque no se interrumpe la
frase griega, sino que prosigue por medio de un pronombre relati-
vo, diciendo literalmente: "a quien acercándoos ... ". El apóstol no
habla ya de la renuncia a la maldad ni del deseo de la palabra de
Dios. Habla del movimiento de los cristianos hacia Cristo y de las
perspectivas que se abren entonces a su vista. Estos versículos nos
interesan más directamente, ya que son los que contienen la afirma-
ción sobre el sacerdocio de los fieles.
Se distinguen fácilmente en ellos dos partes, de extensión desi-
gual. La primera parte, densa y breve (2, 4-5), describe la adhesión
de los cristianos al misterio de Cristo y la situación que de ello se
deriva. La segunda parte, de ritmo más amplio (2, 6-10), se presenta
como la prueba por la sagrada escritura que fundamenta la doctrina
expresada en los dos versículos precedentes. Los textos que allí se
citan son n,umerosos. Se distribuyen en dos series que corresponden
a dos temas bíblicos, primero el de la piedra 7 y luego el del pue-
blo 8. Las alternativas antitéticas imprimen al conjunto del pasaje
un movimiento lleno de vitalidad: a los creyentes se oponen pri-
mero los no creyentes, a los no creyentes se oponen luego los cre-
yentes, y para terminar se expresa un doble contraste entre la situa-
ción antigua y la situación nueva de los paganos que han llegado a
Cristo.
Entre la parte doctrinal y la demostración por la Escritura apa-
recen unos vínculos muy estrechos. Se puede comprobar que, para
expresar su doctrina, el apóstol ha sacado sus términos de los textos
que se disponía a citar. Tales concretamente el caso de "sacerdo-
cio", palabra que contribuye en 2, 5 a definir la situación de los
cristianos unidos a Cristo y que vuelve a aparecer en el curso de la
segunda parte (2, 9) en una serie de expresiones sacadas de una
frase del Exodo, en la que Dios dice a los israelitas: "Seréis para mí
un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 6).

7. Litbos: "piedra", en Is 28, 16; Sal 118, 22; Is 8, 14. Pétra: "roca", en
Is 8, 14.
8. Laos: "pueblo", en Is 43, 21; Ex 19, 5; Os 1,9; 2, 3.25. Etbnos: "nación",
en Ex 19,6. Génos: "raza", en Is 43, 20.
Es evidente que el orden ~l texto de Pedro en donde la cita
del Exodo viene en segundo lugar, no corresponde al de la elabora-
ción de su pensamiento. No es después de haber aplicado a la
situación cristiana la palabra "sacerdocio" cuando Pedro descubrió
la frase del Exodo, sino antes. Conviene por tanto examinarla en
primer lugar, ya que fue esta frase la que le proporcionó el punto
de partida. No es una frase nueva para nosotros, ya que nos encon-
tramos con ella al estudiar la realidad tan compleja del sacerdocio
antiguo 9. Pero ahora hemos de examinarla más de cerca.

1. El sacerdocio prometido al pueblo de la alianza


La promesa del sacerdocio hecha al pueblo de Israel se sitúa en
un contexto grandioso, el del establecimiento de la primera alianza en
el Sinaí lO. El texto en que se encuentra esta promesa pertenece al pa-
recer a la tradición elohista; constituía una fórmula de alianza. Pero
en la redacción actual del libro del Exodo queda reducido al papel de
mera instroducción (19, 1-15). Precede al relato de la impresionante
teofanía, así como a la revelación del decálogo y tiene como paralelo,
más allá del "código de la alianza", el episodio de la conclusión de la
alianza por medio de un sacrificio 11. Se da un paralelismo sumamente
estricto entre las dos declaraciones del pueblo que se refieren en 19,
8 y en 24, 7: "Haremos todo cuanto ha dicho Y ahvé". Es interesante
indicar que, para hablar del sacrificio de Cristo, la carta a los Hebreos
recuerda explícitamente la conclusión de la alianza 12, mientras que la
primera carta de Pedro, para hablar del sacerdocio de los cristianos,
utiliza más bien una frase de la introducción. 13
En el texto hebreo de Ex 19,5-6 Dios encarga a Moisés que pro-
meta de su parte a los israelitas que, si le obedecen y respetan su alian-
za' le pertenecerán a él de una manera especial (serán su segullab, su
"terreno particular") y que serán para él "reino de sacerdotes y na-
ción santa" (mam1eket kohanim wegoy qadósh). j Promesa maravillo-
sa de una relación privilegiada con Dios mismo, dueño de la tierra en-
tera! Sin embargo, la expresión mam1eket kohanim encierra algo ex-
traño. Su interpretación exacta ha suscitado varias discusiones 14 que
conviene recordar brevemente, teniendo además en cuenta que sus
datos nos servirán también en el próximo capítulo.

9. Cf., supra, p. 45.


10. Ex 19-24.
11. Ex 21-23; 24, 1-8.
12. Heb 9, 18-21; cf. Ex 24, 1-8.
13. 1 Pe 2, 9; cf. Ex 19, 6.
14. E. Schüssler Fiorenza ofrece una exposición profunda de este tema en Priester
für Gott, Münster 1972, 78-155. Nos referimos especialmente a esta obraen lo que sigue.
En primer lugar es posible dudar entre dos giros gramaticales,
puesto que la forma manleket, en hebreo, puede considerarse como
una construcción que introduce un complemento -entonces se tra-
duciría: "un reino de sacerdotes"- o bien como una palabra absoluta
que no introduce complemento alguno -se traduciría entonces "un
reino, unos sacerdotes"-. Los targums arameos y la versión griega de
Símmaco y T eodoción adoptaron esta segunda interpretación (en
griego, basíléía híéréís), así como el Apocalipsis del que hablaremos
en el siguiente capítulo. Al contrario, Aquila adoptó la prim'era (en
griego, basíléía híéréón), que es la que siguen también la mayor parte
de las traducciones modernas 15. El caso de los Setenta es especial:
como su traducción se aparta del texto hebreo, no se puede distin-
guir con exactitud la construcción gramatical que le atribuyeron.
Según unos exegetas, la expresión significa "poder real ejercido
por los sacerdotes" 16. No se aplica entonces al pueblo en su tota-
lidad, sino sólo a los gobernantes. El pueblo quedaría definido úni-
camente como "nación santa". Los dos datos son correlativos:
como la autoridad está ejercida por unos sacerdotes, el pueblo es
una nación santa. Sin embargo, esta interpretación no tiene ninguna
base en la tradición judía, que la desconoce. Los targums aplican al
pueblo entero la expresión y traducen: "Vosotros seréis reyes y sa-
cerdotes"; el targum de Jerusalén I insiste incluso diciendo: "reyes
coronados y sacerdotes celebrantes" 17. Este sentido es también el
que mejor corresponde al'movimiento del texto, que se dirige a to-
dos los hjos de Israel sin hacer distinción alguna y les dice: "Voso-
tros seréis ... ".
Aplicada al conjunto del pueblo, la expresión suscita varias
cuestiones. ¿Cuál es el sentido que tiene en relación con la organi-
zación política y religiosa de los israelitas? ¿Cómo podemos conci-
liada con la institución de la monarquía y con la existencia de un
sacerdocio separado?
E. Schüssler opina que el texto de Ex 19, 6 señala un ideal de
teocracia democrática, en oposición implícita a la monarquía y al
sacerdocio institucionales. "Israel se encuentra en contacto absolu-
tamente inmediato con su Dios" y semejante situación "no supone
ninguna necesidad de instituciones mediadoras, bien sea la real o
bien la sacerdotal" 18. Expresada en términos tan categóricos, esta

15. Cf. E. Schüssler, o.c., 79-80, 89, 117.


16. W. 1. Moran, A kingdom oi priests, en The Bible in current catholic
thought (ed. J. 1. McKenzie), New York 1962, 7-20.
17. Cf. E. Schüssler, a.c., 101, 151.
18. Ibid., 150.
oplmon no acaba de corre~onder a los datos bíblicos. No hay
nada que le sirva de apoyo en el contexto de Ex 19, 6, en donde
no se puede atisbar el menor rasgo de polémica contra las institu-
ciones mediadoras. Lo que se subraya no es la igualdad de todos
los israelitas entre sí, sino la posición privilegiada de Israel respecto
a los demás pueblos. "Vosotros seréis mi propiedad personal entre
todos los pueblos", dice Yahvé (Ex 19, 5). Comparados con las
otras naciones los israelitas gozarán de grandes ventajas debido a
su relación especial con Yahvé. Formando el reino de Dios gozarán
de una posición de superioridad sobre los demás desde el punto de
vista político. Celebrando el culto del Dios único, serán superiores
a los demás desde el punto de vista religioso. No se evoca para
nada el problema de la organización interior del pueblo. 19
Es verdad que no faltan otros textos en el antiguo testamento
que expresan una posición polémica en contra de la institución de
una monarquía en Israel. AlIado de otras objeciones de tipo econó-
mico y político contienen también una objeción de índole religiosa:
querer un reyes rechazar a Yahvé, es desechar su reinado 20. Aun-
que no prevaleció, esta corriente antimonárquica mantuvo viva en
Israel la conciencia de una exigencia específica: debido a su rela-
ción particular con Yahvé, el pueblo de la alianza no podía permi-
tirse en su vida política imitar ciegamente a las naciones paganas.
Sobre el punto que más nos interesa, el de la institución del
sacerdocio, la situación se revela muy distinta, ya que en este terre-
no el antiguo testamento no se muestra en lo más mínimo/abierto a
la discusión. Mientras que la realeza en sus comienzos se presentó
en un contexto ambiguo de aspiraciones humanas, el sacerdocio se
muestra de antemano como debido a una institución divina 21; to-
dos los detalles de su funcionamiento están regulados por la .ley de
Dios, mientras que no sucede lo mismo con la monarquía. Y Dios
mismo es el que protege y garantiza el sacerdocio de Aarón. Cuan-
do Coré suscita un movimiento de crítica contra el privilegio de los
sacerdotes y declara: "Esto ya pasa de la raya. Toda la comunidad
entera es sagrada y Yahvé está en medio de ella", su reivindicación
queda rechazada de la manera más enérgica por medio de una in-
tervención divina fulgurante. 22

19. Es lo que advierte también E. Cothenet, La primera epístola de Pedro, en J.


Delorme (ed.), a.c., 132s.
20. Cf. 1 Sam 8, 7.11-17.
21. Ex 28, 1; Lev 8, 1-3.
22. Núm 16, 3.35; 17,5.
El contexto mismo de Ex 19, 6 no dice nada de un contacto
inmediato entre el pueblo y Dios. Al contrario, subraya la necesidad.
de respetar las debidas distancias 23. El Deuteronomio es cierto que
emplea un lenguaje menos negativo. En vez de insistir con el libro
del Exodo sobre el alejamiento del pueblo, indica que los israelitas
se aproximaron y que vieron y oyeron a Dios directamente mientras
promulgaba el decálogo 24. Pero asustados ante el temor de ese con-
tacto, pidieron a Moisés a continuación que interviniera él como
mediador. 25
Volviendo a la interpretación de Ex 19, 6 conviene señalar que
incluso E. Schüssler concluye sus reflexiones subrayando el carácter
condicional de la declaración divina y señalando que el ideal expre-
sado en esas fórmulas tan sugestivas "no pasó nunca a ser una
realidad" 26. La tradición judía posterior, sin embargo, no se !ÍlUes-
tra tan categórica en este sentido. Encontramos representadas en
ella las dos opiniones opuestas. Algunos textos dan a entender que
se ha cumplido la promesa divina: todos los israelitas son ya de
alguna manera sacerdotes del Señor. Otros textos, por el contrario,
se pronuncian en sentido opuesto: la indocilidad de Israel ha puesto
obstáculos a la realización de la promesa; en adelante, hay que
aguardar su cumplimiento para los tiempos mesiánicos 27. El testi-
monio del antiguo testamento apoya francamente esta segunda po-
sición.

2. El sentido de la palabra "hiérateuma"


No es el texto hebreo de Ex 19,6 el que utiliza la primera carta
de Pedro, sino la versión griega de los Setenta. En lugar de una
traducción literal de la expresión mamleket kohanim, los Setenta
han preferido una adaptación bastante libre que sustituye el plural
"sacerdotes" (hiéréis) por un singular hiérateuma. Parece ser que
esta palabra es una creación de los traductores alejandrinos, ya que
no la vemos atestiguada en ningún atto texto de la literatura griega.
Para determinar su sentido concreto no se dispone por tanto de
ningún testimonio directo y es menester en consecuencia proceder
de otra manera: analizar su formación, examinar los sentidos que

23. Ex 19, 12.21.235.


24. Dt 4, 10-14; 5, 235.
25. Dt 5,25-31; cf. Ex 20, 18-21.
26. E. Schüssler, O.e., 151.
27. ¡bid., 152-154. Los textos que sugieren un cumplimiento fuera de los tiem-
pos mesiánicos se leen en Mekhilta a Ex 19, 6 (71 '); cf. Strack-Billerbeck, III, 789.
.-
toman las palabras de formación semejante y finalmente intentar
ver entre los sentidos posibles cuál es el que mejor corresponde al
contexto. Esta investigación la han realizado con esmero varios
autores, cuyos trabajos utilizaremos en esta ocasión. 28
Sin embargo, es ya posible subrayar un primer punto, que no
les ha llamado la atención a esos autores y que se refiere al sentido
del sufijo griego -ma. Este sufijo da una significación concreta a las
palabras que contribuye a formar. No indica una cualidad, ni una
función, sino el producto que resulta de una acción o, de manera
más general, un conjunto de cosas o de personas en relación con
esta acción: ktísma es la "criatura", el resultado tangible de la
acción de "crear" (ktidsein). Formada por medio del sufijo -ma,
la palabra hiérateuma tendrá por tanto un sentido concreto y no
podrá designar ya ni la cualidad del sacerdote ni la función que
ejerce el sacerdote, que se expresan mediante otras palabras. 29
El análisis completo de la palabra nos invita a destacar otros
dos elementos de su composición: la raíz hiér-, que señala la esfera
de lo "sagrado", y el sufijo -eu, que expresa la relación con una
función. Por consiguiente, desde el punto de vista de su etimología,
la palabra hiérateuma designa "cierta realidad concreta en relación
con una función sagrada".
Las palabras de formación similar son numerosas en griego. Se
han llegado a señalar 224 substantivos en -euma. Los contextos en
que se utilizan confirman el análisis que acabamos de hacer. No se
trata, estructuralmente hablando, de nomina actionis, como a veces
se dice con excesiva facilidad, sino de términos que tienen un senti-
do concreto en relación con una acción o una función determina-
das. Se las puede clasificar en varias categorías, según sus diversas
especializaciones semánticas. Una de éstas se muestra especialmente
adecuada para aclarar el sentido de hiérateuma, como han demos-

28. L. Cerfaux, Regale sacerdotium: RSPT 28 (1939) 5-39 ( = Recueíl L. Cer-


faux, Gembloux 1954, II, 283-315); ]. Blinzler, IEPATEYMA. Zur Exegese van 1
Petr 2,5 und 9, en Episcopus (Mél. Faulhabet), Regensburg 1949, 49-65; Y las obras
ya citadas de ]. H. Elliott, 64-70 y de E. Schüssler, 82-85.
29. La cualidad de sacerdote se dice hiérosyne (Heb 7, 11.12.24) y la función
sacerdotal hiératéia (Heb 7, 5; Lc 1, 9). Podría objetarse que la evolución del lenguaje
hace pasar a menudo las palabras de un sentido a otro. Pero hay que observar que,
si el uso atribuye con frecuencia un sentido a una palabra abstracta, no se puede
efectuar el paso inverso. "Caridad", nombre de cualidad, puede tornar el sentido
concreto de "limosna", pero "limosna" nunca designa una cualidad. En griego, ktisis,
"acción de crear", se utiliza a veces en el sentido de "criatura", pero ktisma, "criatu-
ra", no significa jamás la acción de crear. Por tanto, sería anormal atribuir a hiérateu-
ma un sentido abstracto.
Irado atinadamente L. Cerfaux y mejor C:iún J. H. Elliott. Es la de las
palabras que designan a un grupo de personas que ejercen una
determinada función: bouleuma = grupo de senadores; téchniteu-
IlW = corporación de artesanos; politeuma =colectividad de ciuda-
danos. Estas palabras tienen una triple connotación: 1) se aplican a
personas; 2) no ya consideradas una a una, sino en cuanto que
forman un grupo; 3) éste se caracteriza por una función específica.
Este sentido "personal-corporativo-funcional" corresponde exac-
tamente al contexto de Ex 19, 6, que aplica la palabra hiérateuma
al conjunto formado por los israelitas: "Seréis para mí -dice Yah-
VL~ un hiérateuma", un grupo de personas que ejercen la función
sacerdotal. Al escoger esta manera de traducir, los Setenta añadie-
ron por tanto al texto hebreo el aspecto corporativo, que no apare-
da en el simple plural kohanim, "sacerdotes", o mejor dicho exten-
dieron al sacerdocio el aspecto corporativo que se expresaba en
hebreo por medio de los términos del contexto, "reino" y "nación".
Por otra parte, quisieron insistir en esta promesa divina, ya que
repitieron estos términos en Ex 23, 22, en donde no figuran en el
texto hebreo.
Para completar la exposición hemos de añadir aquí que la pala-
bra hiérateuma no se limita necesariamente a una acepción única.
1,:1 ejemplo de bouleuma es significativo a este propósito. Bouleuma
1 iene dos sentidos posibles: unas veces designa al grupo formado
por los senadores, y otras una sesión del senado 30. En ambos casos
se trata de un sentido concreto, pero en el primero el elemento
predominante es el aspecto de grupos de personas, mientras que en
el segundo es el aspecto de funcionamiento, de ejercicio concreto
de una función. De forma análoga, la: palabra hiérateuma puede
lomar según el contexto en que se la emplea el sentido de "organis-
mo sacerdotal". Una frase del segundo libro de los Macabeos está
pidiendo más bien este segundo sentido. Aludiendo a la restaura-
ción del culto en el templo después de la persecución de Antíoco
declara que Dios dio a su pueblo el hiérateuma 31. Puesto que se
trata de un don concedido a un grupo de personas, la palabra no
designa a ese grupo de personas, al pueblo, como en Ex 19, 6;
rigurosamente hablando podría designar a otro grupo, el de los
sacerdotes levíticos, pero entonces no se comprende a qué hecho
histórico se referiría la frase, mientras que el sentido de "funciona-
miento del sacerdocio" cuadra perfectamente con los sucesos que

30. J. H. Elliott, O.c., 66.


31. 2 Mac 2, 17; cf. 1 Mac 4, 36-59.
-
conocemos: el templo había sido profanado y la actividad sacerdo-
tal había quedado interrumpida; la victoria de Judas Macabeo había
permitido la purificación del templo y la reanudación del culto.

3. El pueblo sacerdotal
La frase en donde Pedro se inspira más directamente en el texto'
de los Setenta es la de 1 Pe 2, 9. Así pues, empezaremos por anali-
zada para pasar a continuación a estudiar la formulación más com-
pleja de 1 Pe 2,5.
Una comparación concreta de 1 Pe 2, 9 con Ex 19, 6 (según los
Setenta) manifiesta una semejanza fundamental, acompañada de va-
rias diferencias significativas. La semejanza consiste en que la pala-
bra híérateuma y las apelaciones asociadas con ella sirven para cali-
ficar a un grupo de personas designado por el pronombre "voso-
tros" y opuesto a otra categoría de personas. En griego, las dos
frases tienen un comienzo idéntico: hyméís dé, "pero vosotros", y
contienen los mismos títulos: basíléíon híérateuma y ethnos hagíon,
"sacerdocio real" y "nación santa". De aquí se sigue que el término
híérateuma tiene fundamentalmente la misma acepción en 1 Pe 2,
9 que en Ex 19, 6: se aplica a unas personas, puesto que califica a
un pronombre personal; presenta a esas personas como una colecti-
vidad dotada de cierta unidad, puesto que está en singular, e indica
como elemento unificante la relación común que tienen con una
función sagrada.
En 'otros puntos estos dos textos muestran ciertas diferencias.
La primera diferencia podría parecer de importancia: en Ex 19, 6
es Dios el que habla, mientras que en 1 Pe 2, 9 es un hombre, un
apóstol. Pero en realidad esta diferencia carece de alcance real, ya
que Pedro no se expresa en nombre personal, tiene conciencia de
ser solamente el portavoz de Dios y por eso precisamente recoge
los términos del Exodo. Lo que debe más bien llamar la atención
es el cambio de tiempo, el cambio de destinatarios y el cambio de
condiciones. La frase del Exodo está en futuro y se les dirige a los
israelitas, oponiéndolos a las naciones paganas, y va precedida por
una proposición condidonal. La frase de Pedro se aplica al presen-
te, va dirigida a unas personas procedentes de las naciones paganas
y no es condicional. Por tanto, la perspectiva ha sido radicalmente
transformada.
Se pasa de una promesa: "Seréis para mí un sacerdocio reaL.",
a la proclamación de un hecho: "Pero vosotros sois un sacerdocio
reaL". La promesa se ha realizado; el designio de Dios se ha lleva-
do a cabo. Ciertamente, puede objetarse que la frase de Pedro no
es tan explícita; en griego no aparece ningún verbo y se presenta
por tanto como una aclamación ("Pero vosotros, ¡sacerdocio
rcal¡ ... ") más que como una afirmación ("Vosotros sois ... "). No
obstante, su aplicación al presente deja las cosas perfectamente cla-
ras. Lo confirma el versículo siguiente, ya que establece una oposi-
ción entre la situación de los destinatarios de la carta ("vosotros ...
('/l un tiempo no erais pueblo") y su situación actual ("abora sois
pueblo").
Para acentuar más todavía este aspecto de cumplimiento, Pedro
amplifica el texto del Exodo añadiéndole varias expresiones sacadas
de una profecía del Déutero-Isaías. Cuando anuncia los prodigios
de un nuevo éxodo, el profeta le daba al pueblo de Dios otros
nombres gloriosos: "Mi pueblo elegido, el pueblo que yo me he
formado contará mis alabanzas" (Is 43, 20-21).
Pedro recoge ahora estos nombres adaptándolos un poco a su
frase y obtiene de esta manera una serie más impresionante de ape-
lativos laudatorios que le sirven para exaltar la dignidad alcanzada
por el pueblo cristiano:
Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las
tinieblas a su admirable luz (1 Pe 2, 9).

Evidentemente, Pedro no se olvida de que esta gloria no tiene


nada que ver con el orgullo humano, sino que es el don de un amor
misericordioso; así 10 dice para terminar:
Vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el pueblo de
Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadeci-
dos (1 Pe 2, 10; cf. 1,3).

Situada en este contexto, la palabra biérateuma ve subrayado su


aspecto corporativo con mayor claridad todavía que en el texto del
Exodo, ya que está puesta en paralelo con un mayor número de
términos colectivos: "raza" (génos), "nación" (étbnos), "pueblo"
(iaos). La función sagrada con la que está en relación no se señala
con claridad. J. H. Elliott opina que la idea de función sacerdotal
no llama especialmente la atención de Pedro y que "el alcance de
hiérateuma no debe situarse en sus connotaciones culturales, sino
-al mismo tiempo que basiléiorr en la designación de la elección y de
la santidad de la comunidad del Regente divino" 32. Antes de aceptar
esta posición conviene examinar más de cerca los datos del texto.
En la frase de 2, 91a ~nción de los exegetas recae en la propo-
sición final: "para anunciar las alabanzas de AqueL", donde se
señala una función de testimonio ante el mundo. Más de un comen-
tador ha creído que es posible vislumbrar aquí la función sagrada
que define el sacerdocio 33. Aunque no puede imponerse de ante-
mano, esta opínión merece nuestra consideración. Efectivamente,
la acción de "anunciar" es la única que aquí se menciona y, por
otra parte, entre los cuatro títulos que se atribuyen a la comunidad
cristiana solamente el de híérateuma implica directamente una acti-
vidad. Sin embargo, es posible objetar que en la frase la finalidad
expresada no se relaciona directamente con la proclamación del
sacerdocio; está separada de ella por otras dos expresiones y su
vinculación es más estrecha con la última de ellas, ya que proviene
lo mismo que ésta del 'texto de Is 43, 21, donde no se habla del
sacerdocio. Por otra parte, el antiguo testamento no considera
como una actividad sacerdotal el hecho de proclamar los beneficios
de Dios. Cuando implora el auxilio divino, cualquier israelita en-
frentado con una situación apurada apoyaba su petición en una
promesa de acción de gracias pública: "En medio de la asamblea te
alabé" (Sal 22, 23). Los salmos suplicatorios encierran regularmente
esta promesa y los salmos de acción de gracias evocan su realiza-
ción: "Venid, oíd ..., contaré lo que ha hecho Dios por mi alma"
(Sal 66, 16). Desde este punto de vista, la función de testimonio no
se presenta por tanto como específica del sacerdocio. Pero hay mo-
tivos para preguntarse si Pedro se detuvo en la perspectiva del anti-
guo testamento. Para hacer un poco de luz en este punto es nece-
sario -analizar el otro pasaje en donde Pedro habla del sacerdo-
cio (2, 5).
Pero antes hay que completar el análisis del vetsículo 9. Mencio-
nemos brevemente un detalle discutido: la función y el sentido, en
Ex 19, 6 y en 1 Pe 2, 9, de la palabra que precede a hiérateuma y
que es en griego basiléion. Empleada como adjetivo esta palabra
significa "real"; como substantivo, designa una posición real ytiene
acepciones muy variadas: reino, poder real, palacio real, corona del
rey. En los Setenta esta palabra se utiliza la mayor parte de las
veces como substantivo. En Ex 19,6, sin embargo, la comtrucción
de la frase griega no permite considerarla como un nombre, ya que

33. Cf. C. Spicq, Les épitres de saint Pierre, Paris 1966, 92-93: "Por eso, el
sacerdocio real es también aretólogo; su liturgia consiste en cantar literalmente las
virtudes divinas". 1. Goppelt, Der erste PetrusbrieE, Gottingen 1978, 152: "Su servi-
cio ... no puede ser más que testimonio para todos".
va seguido inmediatamente de hiérateuma y de una conjunción co-
pulativa, kai, que introduce otra expresión: basiléion hiérateuma
kaí éthnos hagion. En ese caso la traducción normal es: "real sacer~
dacio y nación santa". Para que basiléion fuera substantivo, debería
estar también él coordinado con un kai con la palabra híérateuma.
En 1 Pe 2, 9 la situación no está tan clara, ya que tenemos una
enumeración sin ninguna conjunción. Por tanto, es gramaticalmente
posible separar basiléíon de híérateuma y considerarla como un
substantivo. No obstante, la disposición de la frase sugiere más
hien que hay que comprenderla como adjetivo que califica a híéra-
tcuma, ya que esas dos palabras van precedidas y seguidas por pare-
jas de palabras análogas; se obtiene entonces una serie de tres
expresiones paralelas: "raza escogida, real sacerdocio, nación san-
ta", con la inversión en quiasmo (nombre-adjetivo, adjetivo-nom-
hre, nombre adjetivo), frecuente en los escritos bíblicos.
Si se adopta esta interpretación, el organismo sacerdotal que
constituye el pueblo cristiano recibe el calificativo de "real". En la
otra hipótesis tendríamos dos títulos distintos: "posesión-real" y
"organismo-sacerdotal", aplicados ambos a la comunidad cristiana.
1':ntonces no habría tanta insistencia en el sacerdocio y se insistiría
un poco más en la relación con el rey divino. En realidad, esto no
acaba de corresponder con la orientación habitual de Pedro en esta
l:pístola, ya que en ningún otro lugar de la misma se evoca el tema
del reino. Pedro prefiere hablar de la "gloria" divina. Si en 2, 9
puso la palabra basiléion, así como la palabra éthnos en la pareja
de palabras siguientes, es simplemente al parecer porque encontra-
ha estas dos palabras en el texto que citaba. En 2, 5 no emplea
ninguna de las dos, sino que de cada una de las parejas sólo retiene
un término, hiérateuma de la primera y hagion de la segunda, aso-
ciándolas en una expresión nueva, hiérateuma hagion, "sacerdocio"
santo", que nos manifiesta cuál es la idea en la que desea insistir.
La promesa de Dios en el Exodo era condicional. Su realización
tenía que depender de la docilidad del pueblo y de su fidelidad a
la alianza (Ex 19, 5). Desgraciadamente, a pesar de los compromi-
sos adquiridos (19, 8), esas condiciones no llegaron a observarse
jamás. Los profetas tuvieron que reprochar continuamente a Israel
sus infidelidades y constatar la ruptura de la alianza (Os 1,9). Dios,
sin embargo, no renunciaba a su designio; anunciaba que habría de
cambiar la situación: "Amaré a «No-hay-compasión», y diré a «No-
mi-pueblo»: Tú, «Mi-pueblo», y él dirá: «¡Mi Dios!»" (Os 2,25).
1\8 el cumplimiento de esta predicción lo que aquí proclama Pe-
dro. Por tanto, su frase no es ya condicional. ¿Quiere decir esto
que no se han cumplido las condiciones y que el sacerdocio real ha
sido otorgado por Dios ~ una manera forzada a unos hombres
indóciles y rebeldes? Para interpretarloasí, habría que interpretar
muy mal el texto de Pedro. Pero también sería un error afirmar
que la condición de Ex 19,5 fue cumplida por los hombres, que de
esta manera petmitieron a Dios que realizara su proyecto. El con-
texto demuestra que se ha cumplido una condición, pero distinta
de la primera: no ya la observancia de la ley, sino la adhesión a
Cristo por la fe. En efecto, es a los creyentes a los que Pedro aplica
los títulos gloriosos que se habían prometido al pueblo de Israel. El
pronombre "vosotros" de 2, 9 repite el de 1, 7a y sería posible
juntar estos dos textos: "Así pues, a vosotros el honor, a vosotros,
los creyentes ..., vosotros, raza escogida, real sacerdocio ...". La fe,
ésa es la nueva condición que permite a los hombres, a pesar de
que son imperfectos, ejercer las funciones sagradas y enttar como
sacerdotes al servicio de Dios. El fundamento del sacerdocio no es
por tanto el mérito de los hombres; y al revés, tampoco la miseria
de los hombres constituye un obstáculo para la participación en el
sacerdocio.
El cambio de condiciones tiene como consecuencia el de los
destinatarios. Si la única condición es la fe, la promesa del sacerdo-
cio no está ya reservada como en el Exodo a los israelitas solamente,
sino que se realiza para los paganos que acuden a Cristo. La opción
no está ya entre Israel y las naciones paganas, sino entre "creyentes"
y "no creyentes". De esta forma el cumplimiento adquiere una ex-
tensión universal que la predicción del Exodo no dejaba vislum-
brar, pero que estaba preparada por otros textos proféticos. ¿No
había -anunciado Dios que su Siervo no se contentaría con "hacer
volver a los preservados de Israel", sino que se convertiría además
en "luz de las gentes" y que "su casa se llamaría casa de oración
para todas las naciones" 34?Así pues, la frase de Pedro no establece
ninguna discriminación. En sí misma puede aplicarse a todos los
cristianos, tanto a los que proceden del judaísmo como a los que
han venido del paganismo. Otros pasajes de la carta demuestran
que Pedro se dirige especialente a paganos convertidos. 35

4. La construcción de la casa espiritual


La frase de 2, 9 señala una posición adquirida o, más exacta-
mente, un privilegio recibido. Se ilumina gracias al contexto anterior

34. Cf. Is 49, 6; 56, 7; Me 11, 17.


35. 1 Pe 1, 14-18;4,3.
que indica cómo es posible llegar a esta posición y cómo se recibe
este privilegio. En ella aparece con todo su admirable dinamismo
y en toda su profundidad espiritual la doctrina sobre el sacerdoció
de los creyentes:

Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida,
preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la
construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio (hiérateuma)
santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptas a Dios por mediación
de Jesucristo (1 Pe 2, 4-5).

Para ser completamente literal, la traducción debería comenzar


con un relativo: "Al cual acercándoos ...", pero este giro no es co-
rriente en nuestra lengua. El relativo griego se refiere a la persona
del "Señor", es decir, de Cristo, a quien se nombra al final del
versículo anterior. En cuanto al verbo "entrad en la construcción",
es literalmente "sois construidos", pero su forma en griego, oikodo-
méisthé, no permite discernir si se trata de un indicativo o de un
imperativo, ya que es idéntica en ambos casos. Algún comentador,
C. Spicq por ejemplo, le da aquí valor de imperativo y por tanto
hace de la frase una exhortación. Algunos otros, como E. G. Selwyn,
la comprenden como un indicativo y ven en la frase una afirmación.
Esta segunda posición nos parece mejor fundada por varios moti-
vos: primero porque el verbo está en pasiva, y la pasiva "ser cons-
truido" no puede usarse en imperativo; por 10 menos, nunca se
emplea en imperativo en el nuevo testamento. Además, este verbo
está introducido por un pronombre relativo, 10 cual hace al impera-
tivo más improbable todavía. Finalmente, desde el punto de vista
doctrinal, el matiz de exhortación debe atribuirse más bien al parti-
cipio "acercándoos", situado al comienzo de la frase; se invita im-
plícitamente a los cristianos a acercarse a Cristo; si se acercan a él,
quedan integrados en esa casa espiritual que se está construyendo.
Pero aun cuando oikodoméisthé se tomara como un imperativo, la
frase no atribuye a los hombres la construcción de la casa. Esta es
una realización divina y no humana.
La frase se divide claramente en dos partes: la primera se rela-
ciona con el participio "acercándoos" y describe la adhesión a Cris-
to, mientras que la segunda, que encierra el verbo principal "sois
contruidos", expresa el resultado de esa adhesión. Esta disposición
arroja una luz muy viva sobre un rasgo fundamental del sacerdocio
de los creyentes. Muestra que el primer punto de esta doctrina es
la necesidad absoluta de la mediación de Cristo y de la unión con-
1 ioua con él. Solamente en la medida en que se adhieren a Cristo,
los creyentes se convierten eñ un organismo sacerdotal. Aquí hay
motivos para discutir la posición de J. H. Elliott, según el cual "no
existe base alguna para la opinión general que quiere que en 1 Pe
la comunidad sea un cuerpo de sacerdotes en virtud de una partici-
pación en el sacerdocio de Cristo" 36. Es verdad que Pedro, a dife-
rencia del autor de la carta a los Hebreos, no da nunca a Cristo un
títwo sacerdotal. Pero esta constatación, materialmente exacta, no
basta ni mucho menos para zanjar la cuestión. Efectivamente, la
mención del sacerdocio en 2, 4-5 va unida indisolublemente a la
persona y a la obra de Cristo. El organismo sacerdotal no existe
más que gracias aJa adhesión a Cristo ("acercándoos a él...") y no
ejerce su función de "ofrecer sacrificios" más que gracias a Cristo
("por mediación de Jesucristo").
Más aún, esta mención del sacerdocio se sitúa en un contexto
de asimilación a Cristo: "acercándoos a él, piedra viva", los creyen-
tes se convierten a su vez en "piedras vivas" y así es como pueden
formar parte del organismo sacerdotal. Cristo, aceptado por Dios
como base del nuevo edificio, transforma según su propia imagen a
los que se adhieren a él y los arrastra en el movimiento de su miste-
rio. La frase de Pedro muestra claramente que los creyentes no
forman parte del sacerdocio más que en unión con Cristo. Imagi-
narse que el organismo sacerdotal se compone solamente de los
creyentes con exclusión de Cristo sería ir directamente en contra
del sentido del texto. Más bien hay que reconocer que, tanto para
Pedro como para el autor de Hebreos, sólo Cristo posee el sacerdo-
cio en-plenitud, ya que es el único mediador. Aquí como en He-
breos, los creyentes participan del culto sacerdotal, pero no ejercen
la mediación sacerdotal; al contrario, están sometidos a ella. Más
adelante Pedro volverá sobre este punto diciendo que "también
Cristo, para llevamos a Dios, murió una sola vez por los pecados,
el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el Es-
píritu". 37
Para expresar la adhesión a Cristo, Pedro utiliza el verbo "acer-
carse" (prosérchomaJ), que se empleaba varias veces en la carta a
los Hebreos. Según el contexto, el verbo se aplica ante todo a una
marcha de tipo espiritual, a una adhesión de fe, como en Heb 10,
22 o como en el cuarto evangelio, donde se pone en paralelo "venir
a" (érchomai pros) y "creer en". Pero después del bautismo la
adhesión de fe se expresa normalmente por la participación en

36. ]. H. Elliott, o.c., 220.


37. 1 Pe 3, 18; cf. Heb 10,19.
la vida litúrgica de la comunidad cristiana: asiduidad en venir a
escuchar la palabra de Dios, en participar de las oraciones y de la
eucaristía, y en practicar la caridad fraterna 38. Aquí, como en Heb'
10, 22, el verbo prosérchomai puede muy bien encerrar una conno-
tación de este estilo.
Es con Cristo resucitado como se realiza la adhesión de los
creyentes. La calificación que. se le da a la "piedra" sugiere esta
indicación cuando dice que se trata de una piedra "viva" 39. Pero el
apóstol se preocupa de recordar también el camino que condujo a
Cristo a su vida gloriosa: antes de ser "preciosa ante Dios", esa
"piedra viva" fue "desechada por los hombres". Efectivamente, la
fe no es simplemente acogida de la persona de Cristo; es también
apertura a todo su misterio de pasión y de resurrección, consenti-
miento en ese mismo movimiento que caracterizó a su existencia. 40
De manera más concreta todavía, la adhesión de los creyentes
se realiza con Cristo en cuanto que se ha convertido, por su pasión
y su resurrección, en el fundamento de unas nuevas relaciones entre
las personas y en el principio de una nueva solidaridad. Cristo,
"piedra viva", es en adelante la base de una nueva construcción, el
vínculo de una nueva comunión, que une a los hombres entre sí al
ponerlos en relación con Dios. La palabra limos, que designa en
griego una piedra utilizable para la construcción de un edificio,
está cargada de todas estas connotaciones, que se desarrollarán a
continuación en la segunda mitad de la frase (2, 5).
Esta segunda mitad evoca realmente la construcción de una
casa, de la que se define su naturaleza y se indica su destino. Aun-
que no lo dice, Pedro sigue aquí el esquema propuesto por un
versículo del salmo 118, que citará un poco más adelante 41. El pro-
blema que en él se suscita es el de la elección del material para la
construcción de un edificio. Los constructores desechan una piedra,
porque creen que es inutilizable. Pero, por la intervención de Dios,
esa piedra desechada se convierte en la "piedra angular" que da al
edificio toda su cohesión. De este modo se aclara la perspectiva
que Pedro esboza en el versículo 4: el honor que Dios ha concedido
a Cristo, "piedra desechada por los hombres", no consiste -o no
consiste simplemente- en una glorificación celestial que le exalte a
él personalmente, sino que consiste sobre todo en hacer de él la

38. Cf. Heeh 2, 41s.


39. Cf. Le 24,5; Heeh 25, 19...
40. Cf. 1 Pe 2, 21; 3, 17s; 4, 1-2.12:14.
41. Sal 118, 22; 1 Pe 2, 7.
única base válida en la que pueda asegurarse la solidez de la cons-
trucción. Convertido en "piedra viva" por sU pasión y su resurrec-
ción, Cristo adquirió la capacidad de agregarse otras piedras, que
se transforman al contacto con él, reciben su vida nueva y quedan
incorporadas a un edificio que recibe de él toda su consistencia.
Este edificio se define con la ayuda de dos expresiones, de las
que nos interesa especialmente la segunda: "casa espiritual" y "sa-
cerdocio santo" (hiérateuma hagion). La unión de ambas impide
que nos aferremos a una interpretación vulgar de la metáfora de la
"casa"; al contrario, es preciso vislumbrar aquí en el fondo toda
la riqueza del tema bíblico de la casa de Dios, con las prolongacio-
nes que le ha dado la tradición evangélica. Ya hemos tenido ocasión
de señalar la importancia de este tema así como su relación con el
sacerdocio 42. El antiguo testamento designa corrientemente el tem-
plo de Jerusalén con el apelativo de "casa de Yahvé" o incluso
simplemente como "la casa". Este género de expresiones se encuen-
tra también en los evangelios y en los Hechos 43. Al utilizar la pala-
bra "casa" (oikos) más bien que "santuario" (naos), de la que se
sirve Pablo en algunos contextos análogos 44, nuestrcHexto se vincu-
la más directamente con la corrientemesiánica que encuentra su
origen en el oráculo de Natán (2 Sam 7). Cuando David concibe el
proyecto grandioso de construir un templo digno de Dios, el profe-
ta le trae la respuesta divina: no será David el que construya una
"casa" para Dios, sino que Dios construirá para David una "casa"
real, es decir, una descendencia que reine después de él. Y esa
descendencia, que Dios concederá a David, será la que construya
una "casa" para Dios.
Es verdad que el oráculo de Natán había encontrado su primera
realización en Salomón, descendiente de David que reinó después
de él y que construyó el primer templo. Pero aquella no era más
que una etapa inicial, que no podía agotar todo el alcance de la
palabra profética. El nuevo testamento revela que esta palabra lle-
gó a su pleno cumplimiento solamente por medio de la resurrección
de Cristo. Hijo de Dios, entronizado alIado de Dios para un reina-
do sin fin, Cristo resucitado es la "casa real" dada por Dios a Da-
vid. Pero -hecho más inesperado todavía- el cuerpo glorificado de
Cristo es al mismo tiempo la "casa" construida por Dios por el hijo
de David, que es el "santuario" verdadero.

42. Cf. supra, p. 69-70; 112-114; 203-205.


43. "Casa de Dios": Mt 12,4 par; Jn 2, 16s. "La casa": Lc 11,51; Hech 7,47.
44. 1 Cor 3, 16s; 2 Cor 6, 16.
Adhiriéndose por medio de la fe a Cristo resucitado, los creyen-
tes no solamente son introducidos en este santuario, sino que se.
convierten en sus "piedras vivas". Efectivamente, no se trata de un
edificio material. Un templo material no podía asegurar a los hom-
bres una relación auténtica con Dios, puesto que "Dios es espíritu"
(Jn 4, 24). Se trata entonces de una "casa espiritual", es decir, de
una casa cuya construcción y cuya cohesión se deben a la acción
del Espíritu que santifica 45. Para convertirse en su piedra angular,
el mismo Cristo fue "muerto en la carne, vivificado en el espíritu"
(l Pe 3, 18). Su humanidad glorificada, impregnada por completo
del Espíritu santo, da a todos los que se unen a ella la posibilidad
de transformarse por el Espíritu de manera que puedan convertir-
se también ellos en casa de Dios. Esta es la doctrina substancial
que Pedro evoca en unas cuantas palabras. La volvemos a encontrar
con términos más explícitos (excepto en lo que se refiere a la rela-
ción con la pasión y la resurrección) en un pasaje de la carta a los
Efesios, cuyo parecido con nuestro texto resulta sorprendente de
verdad: "En el Señor también vosotros estáis siendo juntamente
edificados hasta ser morada de Dios en el Espíritu" (Ef 2, 22).
Siendo al mismo tiempo templo de Dios y comunidad de cre-
yentes, la "casa espiritual" se presenta como la realización perfecta
de la nueva alianza bajo sus dos aspectos inseparables: comunión
con Dios, comunión entre los hombres. El término de "casa", de-
masiado estático, no puede sin embargo expresado todo. Por eso
Pedro lo ha querido completar con otro, biérateuma, explicado a
su vez mediante una locución verbal: "ofrecer sacrificios". Observe-
mos aquí que la relación gramatical entre las dos expresiones "casa
espiritual" y "sacerdocio santo" no es la misma en todos los manus-
critos. En algunos de ellos hay una simple yuxtaposición, de manera
que la función gramatical es la misma: los creyentes que se unen a
Cristo se convierten en "casa espiritual, sacerdocio santo". En otros
manuscritos hay una subordinación por medio de la preposición
éis: los creyentes se convierten en "casa espiritual para un sacerdo-
cio santo". Esta segunda lectura está mejor atestiguada y por eso es
la que prefieren las ediciones críticas.
La divergencia de los manuscritos proviene probablemente de
la dificultad que presenta la palabra biérateuma. La supresión de la
preposición éis se explica muy bien por el deseo de tomar biérateu-
ma como un título aplicado directamente a la comunidad de creyentes

45. Los cristianos, "raza elegida" (l Pe 2,9), son elegidos ... "en la acción santi-
ficadora del Espíritu" (l Pe 1, ls).
y dade así a esta palabra en 2, 5 exactamente la misma acepción
que en 2, 9: "Vosotros sois un biérateuma, un organismo sacerdo-
tal", lo cual corresponde a la promesa de Ex 19, 6. La presencia de
la preposición éis obliga, por el contrario, a dar a la palabra biéra-
teuma un sentido algo diferente, ya que no se encuentra en el mis-
mo plano que "casa espiritual" y no califica directamente a los cre-
yentes. En vez de precisar la naturaleza de la casa espiritual, indica
su destino. El sentido que conviene en ese caso es el de "funciona-
miento sacerdotal", acepción posible de biérateuma 46. La locución
verbal que viene a continuación, puesta simplemente como apuesto
a biérateuma, señala de qué "funcionamiento" se trata: de "ofrecer
sacrificios espirituales".
¿Pero es acaso normal tomar la misma palabra en dos acepcio-
nes diferentes en un mismo texto, con algunas frases de intervalo?
]. H. Elliott opina que no y se esfuerza en mantener en 2, 5 la
acepción "personal-corporativa-funcional" que se estableció para
Ex 19, 6 y 1 Pe 2, 9. Pero esto es olvidarse de la diferencia de
formulación. Por poner un ejemplo análogo, nuestra palabra "go-
bierno" puede muy bien tomarse sucesivamente en su sentido fun-
cional ("es una responsabilidad tremenda ocuparse del gobierno de
un gran país") y en su sentido corporativo ("el gobierno se compo-
ne de ministros y de secretarios de estado"); lo que fija el sentido
es la formulación de la misma frase y no la acepción que se utiliza
en otra frase, por muy cercana que se halle. En nuestro caso, la
formulacióp de 1 Pe 2, 5 nos lleva a comprender biérateuma en el
sentido de '(funcionamiento sacerdotal", mientras que la de 2, 9
exige el sentido de "organismo sacerdotal". En el primer texto, sin
embargo, no están ausentes el aspecto personal y el aspecto corpo-
rativo, sino que se expresan por medio de otro término, el de
"casa". En el segundo texto, en donde no se repite "casa", estos
dos aspectos recaen sobre biérateuma. Leído después de la frase de
2, 5 el biérateuma de 2, 9 se presenta realmente como equivalente
a toda la expresión que definía entonces a la comunidad de los

46. Cf. supra, p. 259-260. J. H. Elliott, o.c., 67 ha mostrado que uno de los
sentidos posibles de los substantivos en --euma es "the communal functioning of
persons with a common charge". Con este autor nosotros hablamos de "funciona-
miento" ("functioning''') y no de "función", como algún comentador que se basa
demasiado exclusivamente en el contexto sin tener suficientemente en cuenta la forma
de la palabra (F. J. A. Hort, The Eirst epistle oE st. Peter, London 1898, 109-110; F.
W. Beare, The Eirst epistle oE Peter, Oxford 1961, 66). "Función" es demasiado
abstracto y ese sentido se expresaría aquí por hiératéia. "Funcionamiento" debe to-
marse en el sentido concreto de ejercicio.efectivo de una función.
creyentes: "una casa espiritual para un funcionamiento sacerdotal".
Esta observación nos permite responder ahora a la cuestión que
había quedado en suspenso en el párrafo anterior: ¿puede decirse
con J. H. Elliott que "el alcance de hiérateuma no debe situarse en
sus connotaciones cultuales"? La frase de 2, 5 no deja ninguna
duda a este respecto: Pedro tiene sin duda ante la vista un funciona-
miento sacerdotal; habla explícitamente de la ofrenda de unos sacri-
ficios. No es posible considerar aquí como secundarias las connota-
ciones cultuales de hiérateuma. 47

5. El sacerdocío cristiano
En la introducción de su libro J. H. Elliott recuerda el uso que
hizo Lutero del texto sacerdotal de1la primera carta de Pedro; en
varias ocasiones el gran reformador recurrió a este texto para fun-
damentar su polémica contra el sacerdocio ministerial de la iglesia
católica y para afirmar que todos los cristianos son sacerdotes por
el mismo título, que todos tienen los mismos poderes respecto a la
palabra de Dios y los sacramentos, y que en consecuencia los sacer-
dotes y los obispos no poseen ningún poder particular y ninguna
autoridad más que la que les conceden los fieles 48. La fuerza con
que afirmó Lutero estas ideas ha dejado una huella duradera. Toda-
vía en nuestros días sigue en pie la idea de que la frase de Pedro se
aplica a los cristianos tomados individualmente, que afirma su igual-
dad en el sacerdocioi y que no guarda relación alguna con lo que se
llamó posteriormente el ministerio sacerdotal de los obispos y sacer-
dotes. Es preciso examinar cada uno de estos puntos.
A propósito de la interpretación individualista del texto, el estu-
dio de J. H. Elliott resulta de una gran claridad. Un análisis semán-
tica profundo de la palabra hiérateuma y de su empleo en Ex 19,6
y 1 Pe 2, 5.9 lleva a este autor a discutir radicalmente la posibilidad
de semejante interpretación: "Desde el punto de vista semántica,
es inadmisible intentar reducir alguna de estas dos palabras (basi-
léion o hiérateuma) a una clasificación individual-distributiva" 49.
Pedro habla de una "nueva sociedad", santa y elegida por Dios.
"Los calificativos que se dan a esta nueva sociedad elegida son colec-

47. Nos adherimos aquí á la crítica que a J. H. Elliott le hace E. Schüssler, o.e.,
83-84.
48. Véase por ejemplo el De captivitate Babylonica, en Luthers Werke (ed. Wei-
mar), VI, 564. J. H. Elliott da otras muchas referencias de textos de Lutero que van
en ese mismo sentido: a.c., 3.
49. J. H. Elliott, o.e., 223.
tivos y corporativos, aplicables solamente a un pueblo, a una comu-
nidad y no a unos individuos. En este sentido es como los emplea
1 Pe 2, 4-10" 50. En este punto tan importante J. H. Elliott tiene
toda la razón: hiérateuma tiene un sentido corporativo y el contexto
en el que está situado subraya fuertemente este aspecto, tanto si se
trata del v. 9 (con "raza", "nación", "pueblo") como más todavía si
se piensa en la "casa" del v. 5. Al hablar de la construcción de una
casa Pedro señala con claridad que no considera a los creyentes
como individuos yuxtapuestos unos a otros y de los que cada uno
sería sacerdote por sú propia cuenta, sino como personas relaciona-
das y vinculadas unas con otras de tal manera que llegan a constituir
todas juntas un organismo sacerdotal único. La condición que es
preciso cumplir para tener parte en el sacerdocio es estar integrado
en la construcción común, insertarse en el organismo. Un creyente
que se negara a cumplir esta condición y pretendiera acercarse has-
ta Dios de una manera individualista se excluiría a sí mismo del
sacerdocio cristiano. La idea de un sacerdocio ejercido por cada
uno independientemente del conjunto del cuerpo no entra ni mu-
cho menos en la perspectiva de Pedro.
¿Quiere decir esto que el sacerdocio cristiano no puede ejercer-
se más que en unas actividades comunitarias de toda la asamblea de
creyentes, por ejemplo en la celebración eucarística? En sí mismo, el
texto de Pedro está demasiado poco desarrollado para permitir que
quede zanjada esta cuestión; pero la orientación del conjunto de la
carta no lleva a restringir de esta forma la perspectiva, ya que a pesar
del empleo constante del plural implica siempre un compromiso
personal de cada uno de los cristianos "en toda su conducta" (1, 15),
y no simplemente una contribución en las actividades comunes. Por
tanto, conviene distinguir entre pretensión individualista al sacerdo-
cio y participación personal en el sacerdocio común. La oración y la
ofrenda sacerdotal de un cristiano no pueden nunca ser individualis-
tas, pero de aquí no se sigue que su única expresión válida sea la ex-
presión comunitaria. La condición para poder presentar a Dios una
ofrenda es siempre la de aceptar formar parte de la "casa espiritual"
que tiene su fundamento en Jesucristo; no hay ningún otro "lugar sa-
grado" en donde se pueda encontrar a Dios. Pero no es necesa'tio en-
contrarse materialmente en una asamblea cristiana para cumplir esta
condición. Incluso en medio de un desierto, aislado de los demás, un
cristiano digno de este nombre está unido espiritualmente a la iglesia
y por consiguiente participa realmente de su sacerdocio.
En cuanto a la igualdad de todos en el sacerdocio, el texto de
Pedro no dice absolutamente nada. Habla ciertamente de la partici-
pación de todos los creyentes en el sacerdocio de la iglesia, pero no
habla de igualdad. Al relacionar el "organismo sacerdotal" con la
"casa espiritual" sugiere más bien diversos niveles de participación.
Efectivamente, en una construcción todas las piedras forman parte
del edificio y son solidarias unas de otras, pero no todas ellas están
en el mismo nivel ni cumplen la misma función. Una casa tiene
necesariamente una estructura diferenciada. La existencia de una
jerarquía sacerdotal en la iglesia no está por tanto en desacuerdo ni
mucho menos con la idea de hiérateuma, tal como Pedro la presen-
ta en 2, 4-5; al contrario, está implícitamente contenida en ella.
Podremos darnos cuenta de ello más claramente todavía si exa-
minamos de qué manera la epístola a los Efesios desarrolla el tema
de la construcción de la iglesia. La afirmación de Ef 2, 22 es muy
parecida a la de 1 Pe 2, 4-5. Una presentación sinóptica pone en
evidencia unas relaciones muy estrechas:

EE2,21-22 1 Pe2, 3-5


21 en el Señor,
oo. 3 oo.el Señor,
22 en quien 4 acercándoos al cual...
también vosotros 5 también vosotros
como piedras vivas
sois construídos juntamente sois construídos
como morada de Dios (como) casa
en el Espíritu espiritual.

Pues bien, el contexto inmediato de Efesios subraya fuertemen-


te la existencia de una estructura en el edificio:

19 Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los

santos y familiares de Dios, 20 edificados sobre el cimiento de los apósto-


les y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, 21 en quien toda
edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el
Señor (Ef 2, 19-21).

En la casa de Dios no todos tienen una posición idéntica. Algunos


han sido puestos como cimiento del edificio; los demás no pueden
formar parte de la construcción más que aceptando apoyarse sobre
ellos.
Más adelante, recogiendo este mismo tema en términos un poco
diferentes, la epístola ofrece una lista detallada de las diversas fun-
ciones que Cristo confiere a los miembros de su cuerpo:
11 El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evange-
lizadores; a otros, pastores y maestros, 12 para el recto ordenamiento de
los santos, en orden a las funcion~s del minist.erio, para edificación del
cuerpo de Cristo ..., 14 para que ... 15, siendo sinceros en el amor, crezca-
mos en todo hasta Aquel que es la cabeza, Cristo, 16, de quien todo el
cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas
que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las
partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el
amor (Ef 4, 11-12... 14-16).

En la epístola a los Romanos el pasaje que invita a todos los


cristianos a ofrecerse en sacrificio vivo (Rom 12, 1-2) va igualmente
seguido de un desarrollo sobre la diversidad de las funciones en la
unidad del cuerpo de Cristo (12, 3-8). Todos estos textos manifies-
tan claramente que, cuando describe a la iglesia como "una casa
espiritual destinada a un funcionamiento sacerdotal", Pedro no in-
tenta ni mucho menos predicar, como algunos pretenden, el iguali-
. tarismo en materia de sacerdocio.
Sus palabras se han presentado incluso en algunas ocasiones
como si, en la iglesia, él reservara solamente a los laicos el calificati-
vo de "sacerdote" (biéreus), negándoselo a los que ejercen el minis-
terio pastoral. Se trata en este caso de un error manifiesto. Es verdad
que Pedro no habla explícitamente en este pasaje de los apóstoles
ni de los responsables de las comunidades. Su alusión a los "recién
nacidos" hace pensar que se dirige especialmente a los cristianos
que acaban de recibir el bautismo. Pero sería absurdo sostener que
lo que dice se aplica solamente a ellos y que por tanto Pedro se
excluye a sí mismo del "organismo sacerdotal" al mismo tiempo
que a los responsables de las comunidades y a los cristianos bautiza-
dos ya desde antiguo. No es a un "nosotros" implícito a lo que se
opone el "vosotros" que utiliza, sino a un "ellos" que designa a los
no creyentes. La continuación de la frase lo indica con claridad:
"Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos,
la piedra ... se ha convertido en piedra de tropiezo y de escándalo".
Por tanto, el sentido del texto es que todos los creyentes están
unidos en un mismo organismo sacerdotal. Pedro proclama la cali-
ficación sacerdotal de la iglesia entera, en cuanto que forma unedi-
ficio que tiene en Cristo su fundamento. Si el conjunto del edificio es
sacerdotal, su estructura debe igualmente ser reconocida como sacer"
dotal, porque es inseparable del conjunto, y sacerdotal por un título
particular, ya que tiene un vínculo particular con Jesucristo. 51

51. No hay nada en el texto de Pedro que permita sostener, como hace J.
Moingt, Services et lieux d'Eglise (I1I): Etudes 351 (1979) 381, que "la significación"
6. Presbíteros y sacerdocio
Hacia el final de su carta, Pedro atestigua explícitamente la exis- .
tencia de una estructura en el organismo sacerdotal que constituye
la comunidad cristiana. Es verdad que no utiliza en esta ocasión
ningún título sacerdotal, pero se contenta con el nombre de "pres-
bíteros" que se utilizaba entonces para designar a los responsables
de las comunidades.
Convendrá, por consiguiente, señalar aquí algunos datos sobre
este término. En el siglo 1, présbytéros no era un título sacerdotal.
El sentido primordial de esta palabra es: "más anciano". En los
ambientes judíos en donde se hablaba el griego se le había dado
una acepción particular y servía para traducir el hebreo zeqénim,
es decir, designaba a los miembros del consejo encargado de dirigir
a la comunidad. En principio, este consejo estaba realmente forma-
do por los hombres "más ancianos". Así pues, présbytéros se había
convertido en un título de los dirigentes, que podemos traducir por
"anciano". De las comunidades judías este apelativo pasó a las co-
munidades cristianas de origen judío y se extendió finalmente a
todas las comunidades cristianas, para convertirse en ellas en el
nombre de un ministerio ordenado, característico de la estructura
de la iglesia en los siglos siguientes.
Los evangelios, que reflejan la situación del tiempo de Jesús,
emplean con bastante frecuencia la palabra présbytéros, pero sin
darle nunca un sentido sacerdotal. La toman dos veces en el sentido
general de "personal mayor en edad" 52, la utilizan en otras ocasio-
nes para designar a los maestros del pensar de las generaciones
anteriores 53, pero la emplean sobre todo en el sentido técnico ju-
dío: "los ancianos del pueblo" eran uno de los tres grupos de nota-
bles que formaban en Jerusalén el gran sanedrín. Los otros dos

del vocabulario sacerdotal en el crisrianismo es "negativa": "prohibir a algunos que


se reserven como si se tratara de un monopolio algo que es patrimonio de todos". Al
contrario, Pedro desea expresar positivamente un privilegio de los cristianos respecto
a los que no creen y no se preocupa aquí ni mucho menos de definir las relaciones
internas en la comunidad cristiana. Es verdad que, si todos los creyentes participan
del sacerdocio, ninguno lo puede monopolizar; pero nada impide la existencia de
diversos modos de participación ni de las posiciones que se ocupan en exclusividad:
en un cuerpo las células nerviosas tienen ciertas funciones exclusivas; pero de aquí no
se sigue que las demás formen parte del cuerpo.
52, Parábola del hijo pródigo: "el mayor (présbytéros) de las dos hijos estaba en
el campo" (Lc 15,25). Episodio de la mujer adúltera: los acusadores se retiran empe-
zando por los más "viejos" (présbytéros) (Tn 8, 9).
53. Los fariseos se sentían orgullosos de seguir en todo "las tradiciones de los
antiguos" (Mc 7, 3).
grupos eran el de los arcbíéréís y el de los grammatéís. Nos encon-
tramos ya con ellos en el capítulo 1. Es curioso constatar cómo, de
estas tres categorías, la que por su etimología está más cerca de
nuestra palabra "presbítero", es sin embargo por su sentido la más
lejana de su realidad: en efecto, los présbytéroí representaban en el
consejo supremo al elemento laico. Las autoridades religiosas esta-
ban representadas por los arcbíéréís, encargadas del culto, y por los
grammatéís, expertos en la interpretación de los libros sagrados.
Nuestras traducciones suelen hablar de "ancianos" o "senadores" a
propósito de los présbytéroí, de "escribas" o "letrados" al referirse
a los grammatéís, de "sumos sacerdotes" para hablar de los arcbíé-
réís. Como el tema de esta obra es el sacerdote, no nos interesan
entonces los présbytéroí de los evangelios, sino los bíéréís y los
grammatéís.
En los Hechos de los apóstoles la situación cambia sensiblemen-
te, ya que alIado del empleo judío de este término vemos aparecer
su uso cristiano 54. Lucas menciona en varias ocasiones la existencia
de los "ancianos" en la iglesia de Jerusalén; refiere también cómo
Pablo y Bernabé designaron algunos "ancianos" en las comunida-
des recientemente fundadas (Hech 14,23) Y que Pablo convocó a
"los ancianos de la iglesia de Efeso" durante su paso por Mileto
(Hech 20, 17). Esta palabra se presenta con la misma acepción en
seis epístolas del nuevo testamento 55, entre ellas la primera de Pe-
dro. En este uso cristiano la palabra se traduce a veces por "presbí-
teros" ~ fin de distinguida de los otros usos que tiene.
A medida que la reflexión cristiana iba profundizando en los
diversos aspectos del ministerio de los" presbíteros", la palabra que
los designaba adquiría en el curso de los siglos una mayor riqueza
de contenido. Tomaba en particular una connotación sacerdotal
cada vez más marcada. De aquí que su derivado presbítero (o
"preste"), que no ha dejado de aplicarse nunca a un ministerio cristia-
no, es al mismo tiempo el equivalente de la palabra griega culto ri-
tual judío o pagano (en el término francés "pretre"). Todo esto ofre-
ce una situación lingüística bastante enredada. No es posible aquí
desenmarañar todos estos aspectos. Nuestro problema es solamente
el de ver si la connotación sacerdotal que ha tomado la 'palabra
"presbítero" puede apelar al nuevo testamento o si no encuentra en
él ningún apoyo.

54. Cf. J. Delorme (ed.), O.e. sobre la palabra "presbítero".


55. 1 Tim 5, 17.19; Tit 1,5; Sant 5, 14; 1 Pe 5, 1; 2 Jn 1; 3 Jn 1. El texto de
Tit 1, 5 ordena a Tito que establezca "presbíteros" en cada ciudad.
El único escrito que habla a la vez de sacerdocio CrIstlano y
de "presbíteros" cristianos es la primera: carta de Pedro. Las rela-
ciones que en ella se establecen entre ambas realidades no son fá-
ciles de definir, ya que no es en el mismo contexto en donde se
habla de la una y de la otra. Hay tres capítulos que separan la ex-
hortación dirigida a los presbíteros (5, 1-4) del pasaje que procla-
ma la dignidad sacerdotal de los creyentes (2, 1-10). Primera cons-
tatación: los dos textos no tienen ninguna relación explícita. Pedro
no menciona nunca a los presbíte'ros cuando habla de la iglesia
como "organismo sacerdotal" y por otra parte tampoco evoca el
sacerdocio cuando se dirige a los presbíteros. Estos no reciben el
nombre de biéréis. No se expresa directamente ninguna relación
entre el sacerdocio de la iglesia y el ministerio de los presbíteros.
Este silencio muestra en primer lugar que Pedro se limitó en el
caso de los presbíteros a los apelativo s corrientes. Lo contrario ha-
bría llamado la atención. Cuando entra en uso un nombre de fun-
ción, resulta difícil de cambiar, aun cuando se háya modificado
considerablemente la función 56. Pero hay otro aspecto más signi-
ficativo todavía: la ausencia de toda alusión a los presbíteros en
1 Pe- 2, 4-5 manifiesta que el sacerdocio de la iglesia no se basa
en su ministerio, sino que su fundamento es distinto, tal como se-
ñala el mismo texto: es Cristo, en el misterio de su pasión y su
resurrección.
Una vez puesto de relieve este punto esencial, conviene no que-
darse en una insistencia unilateral en el argumento del silencio y
abrir más bien los ojos a las relaciones que pueden aparecer entre
los dos pasajes. He aquí la traducción del segundo:

1 A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como
ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está
para manifestarse:
2 Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no for-
zados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ga-
nancia, sino de corazón; 3 no tiranizando a los que os ha tocado cuidar,
sino siendo modelos de la grey. 4 Y cuando aparezca el Mayoral archipas-
tor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita (1 Pe 5, 1-4).

56. Así por ejemplo, la palabra francesa "chauffeur" se ha mantenido en uso,


aunque se ha pasado de la locomotora a vapor, cuyo fuego mantenía realmente el
"chauffeur" (calentador), al motor de explosión que no tiene ningún fuego que man-
tener. El Grand Larousse encyclopédique (1968) señala como primer sentido de
"chauffeur" el de "conductor de automóvil".
Entre esta exhortación a los presbíteros y el texto sobre el sacer-
dacio de la iglesia es posible señalar varios puntos de contacto. Los
dos comienzos presentan un paralelismo significativo, aunque los
términos que se utilizan sean diferentes; el uno y el otro evocan la
pasión de Cristo y su gloria 57. Este paralelismo sugiere que el fun-
damento del ministerio es el mismo que el del sacerdocio. En se-
gundo lugar, la idea de la construcción de una "casa espiritual" (2,
5) se corresponde con la mención de la "grey de Dios" (5, 2). Se
trata evidentemente de una misma y única realidad designada por
medio de dos expresiones. El aspecto que quedó implícito en el
primer texto se hace explícito en el segundo: entonces no se dijo
que la casa espiritual" tenía una estructura, ahora se dice que el
rebaño tiene unos pastores. En efecto, a los presbíteros les corres-
ponde la obligación de "apacentar la grey de Dios que se les ha
encomendado" y "vigilada" (épiskopountés) 58. Este cargo constitu-
ye una participación especial en la relación que el mismo Cristo
tiene con el rebaño; en una frase anterior Cristo había sido efectiva-
mente llamado "pastor y guardián de vuestras almas" 59 y ahora es
calificado como "mayoral", literalmente "archipastor", título que
guarda cierta relación con el de archiéréus 60. Recordemos cómo en
2, 4-5 Pedro insistió con energía en la mediación de Cristo: para
ser integrados al organismo sacerdotal, los cristianos tienen que
acercarse a Cristo y por él tienen que pásar los sacrificios. Al pre-
sentar el cargo de los presbíteros como una realización de la misión
misma de Cristo, Pedro nos pone en el camino de una comprensión

57. Comparar los "padecimientos de Cristo" (5, 1) Y "desechado por los hom-
bres" (2, 4); "la gloria que está para manifestarse" (5, 1) Y "elegido, precioso ante
Dios" (2, 4).
58. Este participio "vigilando", "mirando por", se encuentra en la mayor parte
de los testigos del texto, especialmente en el más antiguo, un papiro del siglo III-IV,
pero falta en algún manuscrito importante, com9 el Vaticano. Su presencia en el
texto original no es por tanto cierta, sino sólo probable.
59. 1 Pe 2, 25. Se dan relaciones muy estrechas: se invita a los presbíteros a que
cumplan los acciones (poimanéin, épiskopéin: 5, 2) que corresponden exactamente a
los títulos de Cristo (poinJen, épiskopos: 2, 25). El título de épiskopos sólo se le da
aquí a Cristo en el nuevo testamento. En otros lugares designa siempre a los dirigen-
tes de las comunidades: 1 Tim 3, 2; Tit 1, 7; Hech 20, 28. Una comparación entre
Hech 20, 17 ("presbíteros") y Hech 20, 28 ("epíscopos") demuestra que estas dos
apelaciones se consideraron como equivalentes en alguna época. Luego se diferencia-
ron y marcaron la distinción entre "sacerdotes" y "obispos".
60. Archiéreus es la única palabra en archi- frecuente en.el nuevo testamento.
"Archi-pastor" es única en toda la Biblia. El título que más se le parece es el de "gran
pastor de las ovejas" que se aplica a Cristq en la conclusión solemne de la epístola a los
Hebreos (13,20), en donde equivale visiblemente a archiéreus -el contexto habla de "la
sangre de la alianza"-, así como a "sacerdote grande en la 'casa de Dios" (Heb 10, 21).
sacerdotal de su papel. No saca él mismo esta conclusión, pero
ofrece varios elementos que van en este sentido.

7. Apóstol y sacerdocio
Antes de él, ya Pablo había realizado una aproximación sugesti-
va entre el servicio sacerdotal que se ejercía en el templo y el minis-
terio del evangelio:

¿No sabéis que los ministros del culto viven del culto? ¿Que los que
sirven al altar, del altar participan? Del mismo modo, también el Señor
ha ordenado que los que predican el evangelio vivan del evangelio (1 Cor
9, 13-14).

Las expresiones "ministros del culto" y "los que sirven al altar",


perífrasis utilizadas para destacar mejor la correspondencia entre el
servicio realizado y su retribución, designan concretamente a los
sacerdotes judíos, ya que esta frase alude a la parte que correspon-
día del sacrificio a los sacerdotes según la ley de Moisés 61. Así
pues, Pablo compara el apostolado cristiano con un sacerdocio.
Podría objetarse que aquí se trata de una simple compar~y
que hay que evitar sacar demasiado pronto la conclusión de presen-
tar sacerdotalmente el apostolado cristiano. Pero hay otra frase de
Pablo que señala cómo es precisamente de esta manera como él
concebía su propia vocación. Hablando a los romanos de la "gracia
que me ha sido otorgada por Dios", define esta gracia diciendo que
intenta hacer de su persona "ministro para los gentiles de Cristo
Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del evangelio de Dios, para que
la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu
santo" (Rom 15, 16).
Todos los términos de este texto utilizan categorías cultuales y
expresan una estrecha relación entre el ministerio del apóstol y el
culto sacrificial. En sí misma, la palabra léitourgos, "ministro", no
es un término reservado al sacerdocio ni siquiera al culto, 10mismo
que la palabra "ministro" de nuestras lenguas, pero es capaz de
tener una acepción cultual y el contexto se 10 da aquí con toda
evidencia, al relacionar1a con un oficio sagrado, una oblación y una
santificación. En la carta a los hebreos este mismo título se le aplica
a Cristo en un sentido cultual y queda concretado mediante com-
plementos que hacen de él un equivalente, no sólo de "sacerdote",
sino de "sumo sacerdote", "miñístro del santuario", es decir del
santo de los santos (Heb 8, 2). Al presentarse como "ministro de
Cristo Jesús", Pablo indica que no se considera como un sumo
sacerdote, sino como un oficiante de rango subordinado.
El verbo que viene a continuación, "ejerciendo el sagrado ofi-
cio" (hiérourgounta), evoca más directamente la cualificaciónsacer-
dotal (hiéreus). Sin embargo, un estudio preciso manifiesta que no
se aplica necesariamente a una función de sacerdote, como ocurre
con el verbo hiératéuéin 62. En los textos judíos de aquella época,
el verbo hiérourgéin designa de ordinario la acción de ofrecer un
sacrificio ritual y se emplea por consiguiente a propósito de los
sacerdotes que ofrecen esos sacrificios, pero aparece también en
otros casos en que el rito se realiza por personas que no son sacer-
dotes, por ejemplo Abrahán o Saúl. Algunos textos llegan incluso a
utilizado para hablar de los laicos que mandan ofrecer sacrificios,
recurriendo para ello al ministerio de los sacerdotes. Por sí solo, el
uso de este verbo no permitiría decidir si Pablo se compara con el
sacerdote que realiza los ritos propiamente sacrificiales, o con el
levita que ayuda al sacerdote, o incluso con el laico que lleva la
víctima a sacrificar.
Sin embargo, la continuación del texto excluye, al parecer, esta
última interpretación al mencionar "la oblación de los gentiles". En
su estudio sobre hiérourgéin, C. Wi~ner no advirtió este detalle.
Sin duda se fió demasiado de las traducciones corrientes que no
conceden a los paganos más que un papel pasivo diciendo: "para
que los paganos se conviertan en una ofrenda...". Pero Pablo, en
realidad, habla de "la oblación de los gentiles" y hay que entender
esta expresión en un sentido activo: los gentiles proporcionan la
víctima del sacrificio, aun cuando esta víctima, según la perspectiva
de Rom 12, 1, es su propia persona. Por consiguiente, Pablo se
considera a sí mismo como un oficiante y no como un simple fiel.
Lo contrario habría resultado extraño por su parte, ya que no tiene
ni mucho menos la costumbre de minimizar su propia vocación.
Dicho esto, es importante señalar que, aunque se presenta como
un ministro de culto sacrificial,Pablo. no pretende asemejarse a los
sacerdotes antiguos, ya que se refiere a otra noción de sacrificio
totalmente distinta. No se trata ya de poner el cadáver de un animal
sobre el fuego del altar para quemado 63; se trata de santificar a

62. Cf. C. Wiener, Hiérourgéín (Rom 15, 16), en Studiorum Paulinorum Con-
gressus, II Roma 1963, 399-404.
63. Cf. Lev 1,9.15.17; 2, 2.9; etcétera.
unos hombres vivos comunicándoles el fuego del Espíritu santo, lo
cual se lleva a cabo por medio de la evangelización. De aquí se
deriva toda la diferencia entre el ministerio de Pablo y el sacerdocio
ritual antiguo. Una diferencia enorme. Se comprende entonces por
qué Pablo no tomó para sí el título de hiéreus, aunque procuró
buscar algunas circunlocuciones para definir mejor su ministerio. Y
la verdad es que estas circunlocuciones sugieren una interpretación
sacerdotal. Realmente, si se admite que la transformación sacrificial
realizada por el Espíritu santo merece el nombre de sacrificio por
un título mucho mejor que las inmolaciones de la ley antigua, hay
que reconocer igualmente que el ministerio de los apóstoles cristia-
nos merece mucho más que el culto antiguo una cualificación sacer-
dotal.

8. Los sacrificios espirituales


De la misma manera que Pablo evoca la "oblación de los genti-
les", también Pedro menciona los "sacrificios espirituales" que los
recién convertidos están llamados a ofrecer a Dios por medio de
Jesucristo. Este nuevo género de ofrendas es el que caracteriza el
sacerdocio de la comunidad de los creyentes. ¿Es posible determi-
nar qué es lo que Pedro entiende por "sacrificios espirituales"?
Como el contexto inmediato no aporta ninguna indicación, la em-
presa no resulta fácil. Pero al menos hay un punto que está claro:
la palabra "espirituales" opone los sacrificios de los cristianos a los
"ritos de carne", como dice el autor de la carta a los Hebreos (9,
10), es decir, a la inmolación de animales, que era común al antiguo
testamento y a los cultos paganos. Además, hay que señalar que Pe-
dro no toma la palabra "espirituales" en el sentido filosófico de una
ofrenda mental, sino en el sentido cristiano de una ofrenda realizada
bajo la acción del Espíritu santo. Ya desde la dedicatoria de su carta
había situado la existencia cristiana "en la acción santificadora del
Espíritu". Cuando habla de "sacrificios espirituales", se coloca en la
perspectiva de la epístola a los Hebreos sobre el sacrificio de Cristo
realizado "gracias al Espíritu eterno" (Heb 9, 14) y en la de Pablo,
para quien una oblación no puede ser "agradable" a Dios más que
cuando ha sido "santificada en el Espíritu santo". 64
Pero ¿dónde situar concretamente la ofrenda de los sacrificios
espirituales? ¿Habrá que ver aquí una alusión a la eucaristía? Los

64. Cf. Rom 15, 16. La frase de Pedro tiene en común con este texto una
palabra rara: euprosdéktos, "aceptable", "agradable", y la alusión al Espíritu.
exegetas andan muy divididos éñ este punto 65. H. Windisch, por
ejemplo, excluye por completo esta posibilidad, mientras que E.
Lohmeyer la sostiene. L. Cerfaux toma posiciones en contra de una
interpretación eucarística y no quiere ver aquí más que "los sacrifi-
cios del culto interior..., las buenas obras y los sufrimientos a imita-
ción de Cristo". A su juicio, la palabra "sacrificio" debe tomarse en
un sentido metafórico, lo mismo que el término de sacerdocio 66.
Se percibe en este autor cierta preocupación por reservar a la cele-
bración eucarística el calificativo sacrificial en su sentido propio y
de manera semejante el calificativo sacerdotal a los sacerdotes orde-
nados 67. Más recientemente otro exegeta católico, P. Dacquino,
partiendo de este mismo presupuesto, ha llegado a la conclusión
inversa 68. El presupuesto común es que las buenas acciones, la pa-
ciencia en las pruebas, el cumplimiento de la voluntad de Dios en
la existencia cotidiana no pueden constituir un sacrificio en sentido
. propio, sino solamente" una actividad sacerdotal en sentido metafó-
rico e impropio" 69. Examinando el texto de Pedro, P. Dacquino
llega al convencimiento de que el apóstol intenta hablar de un "cul-
to sacrificial en sentido propio y verdadero", de una "verdadera
liturgia propiamente hablando", y concluye entonces que se trata
precisamente de la eucaristía.
En esta discusión el elemento más problemático es el presupues-
to común, es decir, la noción de sacrificio, que lleva a establecer un
dilema entre la interpretación existencial y la interpretación eucarís-
tica, obligando a escoger entre la una y la otra. Pero razonar de este
modo es no tener en cuenta la reelaboración cristiana de la idea de
sacrificio, tal como aparece en numerosos textos del nuevo testa-
mento 'y tal como se expresa metódicamente en la epístola a los
Hebreos. Si fuera verdad que el cumplimiento de la voluntad de
Dios en la existencia concreta no puede constituir un sacrificio en
el verdadero sentido de la palabra, entonces habría que decir que
la muerte de Cristo no fue un sacrificio. En realidad, desde el punto
de vista cristiano los verdaderos sacrificios son los sacrificios exis-
tenciales, que consisten en la transformación de la existencia bajo
la acción del Espíritu santo, en unión con el sacrificio de Cristo.
Estos sacrificios guardan una relación muy estrecha con la eucaris-

65. E. G. Selwyn, o.c., 294-295 ofrece una exposición de las diversas opiniones.
66. 1. Cerfaux, Regale sacerdotium, arto cit., 302-303.
67. Ibid., 314-315. La misma tendencia se observa en]. Blinzler, o.c., 63.
68. P. Dacquino, Il sacerdozio del nuevo popo1o di Dio e la prima 1ettera di
Pietro', en Atti della XIX Settimana Biblica, Brescia 1967,291-317.
69. Ibid., 308; d. también 303, 304.
tía, sacramento del sacrificio de Cristo, ya que su condición de
posibilidad es la uniÓn con el sacrificio de Cristo. El impulso que
lleva al cristiano a los sacrificios existenciales procede del sacrificio
de Cristo, hecho presente en la eucaristía; el cumplimiento de los
sacrificios existenciales, su desenlace en Dios, no es posible más
que por la mediación del sacrificio de Cristo, hecha también ella
presente en la eucaristía. Así pues, la eucaristía se muestra indispen-
sable para los sacrificios existenciales.
Entonces es menester rechazar ese dilema. El texto de Pedro
no obliga ni mucho menos a una opción entre la interpretación
existencial y la interpretación eucarística. Por el contrario, admite
perfectamente la unión de los dos aspectos 70. Ya hemos señalado
anteriormente que las expresiones utilizadas se aplican muy bien a
una liturgia eucarística (¿qué mejor medio tendrían los cristianos
de "acercarse" a Cristo en su misterio de humillación y de glorifica-
ción para quedar constituídos en comunidad sacerdotal y verse
a~rastrados· en un movimiento de ofrenda a Dios?), pero ninguna
de ellas obliga a adoptar este sentido de manera exclusiva. No es al
sacramento de la eucaristía al que se refieren las alusiones más di-
rectas, sino a la realidad de la pasión y de la glorificación de Cristo,
"desechado por los hombres, pero escogido y precioso ante Dios".
Esto hace pensar que los "sacrificios espirituales" de los cristianos
tienen que situarse también en la existencia misma, para modelarse
según la pasión glorificadora de Cristo. Y de heého, como ha seña-
lado con mucho acierto A. Feuillet 71, el contexto general de la
carta sugiere que se establezca una estrecha relación entre los "sa-
crificios espirituales" de los cristianos y la imitación de Cristo do-
liente, tema predilecto del apóstol 72. En este sentido conviene .indi-
car especialmente el contacto verbal que existe entre la expresión
"sacrificios espirituales" y la afirmación insistente de 4, 14: "Dicho-
sos de vosotros, si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el
Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre voso-
tros". Los momentos en que el Espíritu de Dios reposa sobre los
creyentes son ciertamente aquellos que los ponen en mejor situa-
ción para ofrecer sacrificios espirituales. Sin embargo, no habría
que restringir la perspectiva a esos momentos. Es toda la existencia

70. E. G. Selwyn, o.c., 297, se pronuncia en este sentido, y más recientemente


J. N. D. Kelly, The epistles oE Peter and oEJude, London 1969, 92. Este autor es
citado por A. Feuillet, Les sacrifices spirituels du sacerdoce royal des baptisés (l Pe
2,5): NRT 96 (1974) 704-728, que aprueba su interpretación.
71. A. Feuillet, arto cito en nota anterior, especialmente 709-713.
72. CE. 1 Pe 2,20.25; 3, 17s; 4, 1s.
cristiana la que tiene que ser trmsformada en sacrificio espiritual;
Pedro invita a los cristianos a "vivir, no según las pasiones huma-
nas, sino según la voluntad de Dios", a "ser santos en toda su
conducta", "con la acción santificadora del Espíritu». Las relacio-
nes de vocabulario entre estos tres textos 73 contribuye a iluminar
el pensamiento del apóstol y a manifestar todo su alcance. La unión
con el sacrificio de Cristo -que se actualiza sin duda alguna en la
celebración eucarística- lleva a los miembros de la comunidad cris-
tiana a vivir su sacerdocio en toda su vida.
Es éste el momento de recoger la cuestión que había quedado
en suspenso un poco más arriba; sobre las relaciones entre el sacer-
docio de los creyentes y su vocación de testigos ante el mundo 74.
Si nos atuviéramos a la perspectiva antigua, no sería posible distin-
guir ningún vínculo directo entre estos dos aspectos de la vida de
los creyentes: en el antiguo testamento el testimonio ante el mundo
no formaba parte de las funciones sacerdotales. Pero si se adopta la
perspectiva cristiana, según la cual el verdadero culto sacrificial
consiste en transformar la existencia humana por medio de la cari-
dad que viene de Dios, se puede -y hasta se.debe- incluir entonces
en los "sacrificios espirituales" la actividad del testimonio. Efectiva-
mente, éste forma parte integrante de una vida de caridad. Cuando
proclaman los "grandes hechos de Dios" con sus palabras (3, 15) y
con su forma de vivir (2, 12; 3,2), los .creyentes cambian la vida a
su alrededor propagando la luz. de la fe y el dinamismo del amor.
Por consiguiente, están ejerciendo su sacerdocio. Comprendido de
esta maner-a,el sacerdocio del pueblo cristiano "realiza" la promesa
expresada en Ex 19, 6 yendo mucho más allá de los límites que
imponía a aquella promesa su primer contexto. No se trata ya sim-
plemente del honor de dar culto a Dios, sino también -y sin que
pueda establecerse ninguna separación- de una misión de todos los
hombres.

Conclusión
El texto sacerdotal de la primera carta de Pedro se revela ante
todo como un texto eclesial. Pedro ha utilizado la palabra hiérateu-
ma, sacándola de los Setenta, para definir la iglesia. El apóstol pro-
clama el cumplimiento en la iglesia de la promesa que se había
dirigido al pueblo de Dios en el antiguo testamento (Ex 19, 6). La

73. 1 Pe 1,2.15; 2, 5.
74. Cf. supra, p. 262.
iglesia es en realidad, gracias a su unión con Cristo, un "organismo
sacerdotal" . Yendo incluso más allá del Exodo, Pedro indica que
los cristianos han sido llamados a presentar a Dios un culto espiri-<
tual. Pero señala claramente la forma con que se realiza esta voca-
ción privilegiada: gracias a su adhesión a Jesucristo en el misterio
de su pasión y glorificación, los cristianos quedan integrados en la
construcción de una "casa espiritual", destinada a un "funciona-
miento sacerdotal". Por tanto, queda excluída toda interpretación
individualista e igualitaria del sacerdocio de los bautizados.
Por el contrario, los temas utilizados no dicen nada en contra
de la existencia de un sacerdocio ministerial; podía decirse más
bien que lo están implicando, ya que una casa tiene necesariamente
una estructura. Varios textos paulinos ponen este punto de mayor
relieve y manifiestan con mayor claridad una comprensión sacerdo-
tal del ministerio apostólico. El culto de los cristianos unidos a
Jesucristo es de un género nuevo, "espiritual"; consiste en acoger
en la propia existencia la acción renovadora y santificadora del Es-
píritu santo.
A diferencia de la carta a los Hebreos, Pedro no aplica directa-
mente a Cristo el título de sacerdote. Sin embargo, le atribuye de
hecho una posición de sacerdote, ya que insiste en la necesidad de
su mediación. El organismo sacerdotal no existe sin él y no puede
separarse de él. La función sacerdotal que ejercen los cristianos,
que es la de la actividad "sacrificial", está estrechamente condicio-
nada por la función -más sacerdotal todavía- de su mediación, ejer-
cida por Cristo.
Tomando un punto de vista diferente, la primera carta de Pedro
contribuye como la epístola a los Hebreos a reelaborar la noción
del sacerdocio y a utilizarla para profundizar mejor en la realidad
cristiana. Lo que Pedro destaca maravillosamente es el dinamismo
de construcción que brota del misterio de Cristo, el movimiento de
ofrenda que está vinculado a él y la eminente dignidad sacerdotal
que de todo ello resulta para la comunidad entera de los creyentes.
Los cristianos,
reyes y sacerdotes

Inspirándose, lo mismo que la primera carta de Pedro, en .la


promesa divina que había recogido el Exodo (19,6), el Apocalipsis
aplica en tres ocasiones a los cristianos el título de "sacerdote"
(hiéreus). Pero además manifiesta un interés -igual por lo menos-
por la afirmación de la realeza, basándose en el mismo texto del
Exodo, mientras que Pedro no muestra especial atención a este
segundo aspecto. La alianza constante en el Apocalipsis de la digni-
dad real con la dignidad sacerdotal ilumina a esta última con una
especial claridad y sitúa la vocación cristiana en una perspectiva
original. Por ello, esta aportación de los tres pasajes del Apocalipsis
no carece de importancia para nuestro tema 1. Se completa así la
enseñanza del nuevo testamento sobre el sacerdocio.
Ya desde el comienzo del libro hace su aparición en el Apoca-
lipsis el título de "sacerdote" y esta posición le concede entonces
una especial importancia. Precedido de la palabra "realeza", está
colocado en un contexto solemne de doxología dirigida a Cristo y
expresa, al parecer, el punto culminante de la obra del redentor:
"Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Pa-
dre; a él la gloria y el poder ..." (Ap 1,6).

1. Estos textos han sido objeto de una investigación científica profunda en la


importante obra de E. Schüssler, o.e.; más recientemente, cf. A. Feuillet, Les cbré-
tiens pretres et rois d'apres l'Apocalypse: RThom 75 (1975) 40-66.
La segunda mención del sacerdocio confirma y amplía la impre-
sión que ha producido la primera, ya que se encuentra también en
el comienzo de una sección y su contexto es más solemne todavía:
se trata de la gran visión celestial (Ap 4-5) que, siguiendo a la serie
de cartas a las siete iglesias, constituye la introducción del Apocalip-
sis propiamente dicho. Formulada en términos casi idénticos a los
de la doxología inicial, la afirmación de la realeza y del sacerdocio
constituye en 5, 10 el motivo principal del cántico de alabanza que
pronuncian los veinticuatro ancianos (5, 9-10) y viene a subrayar el
momento más importante de toda la visión, aquel en que el Corde-
ro toma posesión del libro sellado (5, 7). Sería difícil darle mayor
relieve.
Con una amplitud mucho menos impresionante, el tercer texto
(20, 6), que difiere bastante de los dos primeros, a~rae sin embargo
la atención, ya que el tema del sacerdocio, asociado siempre al de
la realeza, sirve allí para definir la situación privilegiada de que
gozarán mientras dure un misterioso milenio todos los que partici-
pen de la "primera resurrección".
En estos diversos pasajes el título de "sacerdotes" se inserta de
forma perfectamente natural en la trama del libro, ya que el Apoca-
lipsis tiene una orientación cultual muy marcada y utiliza de buena
gana el vocabulario de la liturgia. Menciona con frecuencia el san-
tuario y el altar 2, muestra a los personajes revestidos de hábitos
litúrgicos y pronunciando aclamaciones o entonando cánticos, des-
cribe escenas de adoración 3. Sin embargo, no habla nunca de in-
molación' de víctimas ni de sacrificios, sino solamente de incienso
que se quema, como símbolo de la oración. 4.
Con este interés por la liturgia va unido paradójicamente un
gusto muy pronunciado por la evocación dramática de los aconteci-
mientos de la historia humana: luchas de influencia, guerras, cata-
clismos, disputa por el poder. La asociación del tema de la realeza
con el del sacerdocio se presenta como un fiel reflejo de esta doble
orientación. ¿No podría esto dar la clave o por lo menos una de las
claves que permitan entrar en la problemática del Apocalipsis?

1. Cristo, ¿figura sacerdotal?


Antes de analizar los textos que atribuyen a los cristianos la rea-
leza y el sacerdocio, será indudablemente útil examinar la posición

2. Naos: 16 veces; thysiasterion: 8 veces.


3. Cf. Ap 4, 8-11; 5, 8-14; 6, 11; 7, 9-12; 11,.15-18; 14, 1-3; 15,2-4; 19, 1-8.
4. Ap 5, 8; 8, 3s.
que se le da al mismo Cristo. Ya desde el principio el Apocalipsis
proclama con toda claridad que Cristo posee la dignidad real, cuan-
do llama a Jesucristo "el príncipe de los reyes de la tierra" (1, 5).
En sus últimas visiones le concede al Cordero un título más glorioso
todavía: "Señor de señores y Rey de reyes" 5. Pero no dice nada
semejante en lo que atañe al sacerdocio. Los títulos de "sacerdote"
o de "sumo sacerdote" no figuran en la nomenclatura, tan abundan-
te por otro lado, de los apelativo s que se aplican a Cristo en el
Apocalipsis.
Pero si falta el título, ¿no será posible encontrar por lo menos,
bajo la pluma de Juan, una presentación sacerdotal de Jesucristo?
Hay varios comentarios que así lo creen y subrayan para ello un
detalle de la descripción que hace Ap 1, 13 del Hijo del hombre.
Lo primero que se dice de él es que estaba revestido de una "túnica
talar" (en griego, poderes: "que baja hasta los pies"). En esta "túni-
ca talar" se cree reconocer una vestidura característica de los sacer-
dotes. ¿Qué valor tiene este detalle? La palabra poderes, que no se
lee en ningún otro lugar del nuevo testamento, se utiliza doce veces
en el antiguo. Sirve allí para traducir cuatro palabras hebreas dife-
rentes, de las que una sola designa una vestidura exclusivamente
sacerdotal 6. Ante este hecho la alusión de Ap 1, 13 sigue siendo
incierta. Estadísticamente hablando, la interpretación sacerdotal tie-
ne ciertas ventajas, puesto que de hecho la palabra poderes se apli-
ca ocho veces entre las doce mencionadas a la vestidura del sumo
sacerdote 7. Pero si se examinan de forma más concreta las relacio-
nes entre los textos, tiene que prevalecer la opinión contraria, pues-
to que la frase de Ap 1, 13 se encuentra más cerca de Ez 9, en
donde no se habla de un sacerdote. En este caso, al parecido de la
expresión hay que añadir el del género literario, que tanto en Ap 1,
13-20 como Ez 9 es el de una visión. Por otra parte hay una relación
triangular que vincula entre sí los textos de Ez 9, 2; Dan 10,5 y Ap
1, 13, que nos lleva a la misma conclusión ..Así pues, parece poco
probable que Juan haya querido representar al Hijo del hombre
como un sacerdote 8. Los demás rasgos de la descripción van más

5. Ap 17, 14; d. 19, 16.


6. Hoshén, "pectoral": Ex 25, 7; 35, 9.
7. A los textos de Ex 25, 7; 35, 9, ya indicados hay que añadir tres textos en
donde poderes traduce el hebreo me'il, "manto": Ex 28,4.31; 29, 5 --esta vestidura no
es necesariamente sacerdotal: cf. 1 Sam 18, 4; 24, 5.12; 1 <::rón 15,27 ...-, otro texto
en donde traduce mahalasot, "traje de fiesta" (Zac 3, 4) y dos textos sapienciales: Sab
18, 24; Eclo 45, 8. Las cuatro referencias en donde no se trata de un sacerdote son:
Ez 9, 2.3.11 (hebreo baddim, "lino") y Eclo 27, 8.
8. Cf. R. H. Charles, The revelation oE stoJohn 1, Edimburg 1920, 27. En su
bien en el sentido de la digni&d real ("ceñidor de oro") y hasta
divina: los cabellos son semejantes a los de la visión de Dios en
Dan 7, 9 Y el título que se proclama es el que, según Is 44, 6,
pertenece al Dios único: "Yo soy el primero y el último" (Ap 1,
17). Esta afirmación de la dignidad divina de Cristo glorificado
aparecerá todavía con mayor claridad a continuación, cuando "el
que está sentado en el trono" y "el Cordero" reciban la misma
adoración y la misma gloria (5, 13-14). Si Cristo está plenamente
asociado a Dios mismo para recibir el culto de los fieles, se com-
prende que no se le llame" sacerdote" , ya que el sacerdote es el que
rinde culto.
Sin embargo, hay otra escena que ha suscitado la cuestión de
una relación entre Cristo y los sacrificios rituales. En Ap 5, 6 hace
su aparición un "cordero como degollado", que con toda evidencia
es el propio Cristo 9. ¿No habrá aquí una presentación sacrificial
del misterio de Cristo? La cosa no es tan simple como pudiera
parecer a primera vista. En efecto, la expresión tomada en sí misma
no tiene ninguna connotación ritual inmediata. El nombre que de-
signa al cordero es en este caso arnian, palabra que no se encuentra
nunca empleada en las prescripciones bíblicas relativas a los sacrifi-
cios; éstas utilizan regularmente amnas lO. Por otra parte, el verbo
"degollar" (sphazéin) no es un término sacrificial propiamente ha-
blando, sino una palabra realista del lenguaje corriente. En Ap 6, 4
sirve para describir los combates sangrientos y en Ap 13, 3 se utiliza
a propósi!o de la Bestia, cuyas heridas no tienen desde luego ningún
valor sacrificiat Los dos textos bíblicos con los que tiene más rela-
ción la expresión de Ap 5, 6 -una frase de Jeremías para arnian y
otra de Isaías para sphazéin- no evocan ninguna de ellas la ofrenda
de un sacrificio. Tanto Jeremías como Isaías piensan en una escena
de carniceros, que es algo muy distinto: "Y yo que estaba como
cordero (arnian) manso llevado al matadero ..." (Jer 11, 19); "como
un cordero al degüello (sphagen) era llevado y como oveja que ante
los que la trasquilan está muda ..." (Is 53, 7). Cuando habla de
Cristo como de un "cordero degollado", el Apocalipsis no se expre·
sa por tanto en un lenguaje ritual ni sugiere una semejanza de Cristo
con una víctima sacrificiat

estudio del simbolismo de la túnica sin costura de Jn 19, 23, 1. de la Potterie llega a
una conclusión negativa: La tunique sans c:outure, symbole du Christ grand pretre?:
Bib 60 (1979) 255-269.
9. Cf. también Ap 5, 12; 13, 8.
10. Ex 29,38-41; Lev9, 3...
Dicho esto, si en vez de examinar solamente la expresión utiliza-
da se toma en consideración el texto en su conjunto, se puede .
reconocer en él una estructura sacrificial. El cordero "como dego-
llado" se encuentra efectivamente ante el trono de Dios; por tanto,
ha llegado a la posición en donde el sacrificio se esfuerza por elevar
a la víctima ofrecida. Una vez realizada esta fase ascendente, el
cordero obtiene que se puedan llevar a cabo las funciones descen"
dentes de la mediación; efectivamente, a él es a quien corresponde
el poder de "tomar el libro y de abrir sus sellos" 11, o sea, el de
regular el curso de los acontecimientos de la historia.
Así pues, puede comprobarse que Juan ha insertado una expre-
sión no ritual (arnion éspbagménon) en una estructura sacrificial.
De esta forma ha expresado la paradoja cristiana: una muerte que
no tenía nada de ritual-la muerte de Jesús, ejecución penal de una
sentencia injusta- ha quedado transformada en sacrificio perfecto y
se ha convertido de esta forma en el acontecimiento más decisivo
de la historia humana. Pero Juan no se detiene en esta afirmación
fundamental. Añade inmediatamente algunas indicaciones sobre el
lugar y el papel de los cristianos en la obra redentora de Cristo,
hablando a estepropósíto de la realeza y del sacerdocio (5, 9-10).
Así pues, volveremos a encontramos con este texto a lo largo de
este capítulo.

2. La obra de Cristo y el sacerdocio real de los cristianos


El primer texto real y sacerdotal del Apocalipsis se encuentra,
como hemos dicho, al comienzo del libro, en un párrafo de intro-
ducción (1, 4-8), cuya fórmula parece a primera vista desconcertan-
te. En efecto, se advierten en ella varias rupturas literarias, en parti-
cular el paso tan brusco de un saludo a una doxología. El saludo se
dirige a "vosotros": "Gracia y paz a vosotros ...", mientras que en la
doxología se habla de "nosotros": "Al que nos ama ... ". La estructu-
ra que· propone E. Schüssler 12 no tiene para nada en cuenta esta
ruptura y por tanto no es satisfactoria. Lo mismo habría que decir
de los intentos de diversos autores que quieren ver en estos versícu-
los un himno; E. Lohmeyer, por ejemplo, cree que es posible distin-
guir aquí seis estrofas. Por el contrario, U. Vanni ha iluminado la
composición de este trozo reconociendo en él una estructura de

11. Ap 5, 9; 6, 1.3.5.7.9.12;8, 1.
12. E. Schüssler, O.c., 172.
diálogo litúrgico 13. Tras el saludo pronunciado por el celebrante,
que transmite a los fieles "la gracia y la paz", dones del Dios eterno,
del Espíritu septiforme y de Jesucristo, la asamblea responde con
una alabanza a Cristo. En esta alabanza es en la que se evocan la
realeza y el sacerdocio conferidos a los cristianos. La frase presenta
a primera vista una estructura ternaria, que expresa los motivos de
la alabanza agradecida. Cada uno de los tres elementos comienza
en griego por un verbo, seguido del pronombre bemas, "nosotros".
La traducción a nuestras lenguas no puede reproducir exactamente
este orden:

5 Al que nos ama,


nos ha lavado·con su sangre de nuestros pecados
6 y ha hecho de nosotros un linaje real, unos sacerdotes
para su Dios y Padre.

Viene a continuación la fórmula de doxología: "a él la gloria y


el poder por los siglos de los siglos. Amen" (Ap 1,5-6). La sintaxis
de esta frase es irregular 14: a los dos participios que se han traduci-
do con dos oraciones relativas ("que nos ama..., que nos ha lleva-
do") se le añade como oración coordinada una proposición princi-
pal ("y ha hecho ..."), que por eso mismo llama más la atención. La
insistencia en estos temas es evidente, tanto más cuanto que el ritmo
se va ampliando desde el primer elemento, muy breve, hasta el
tercero, 'mucho más largo. El punto culminante de la obra de Cris-
to, que manifiesta su amor ("el que nos ama") y que nos ha traído
en primer lugar la liberación del pecado por la efusión de su sangre
("que nos ha lavado ..."), consiste en haber hecho de nosotros un
linaje real, unos sacerdotes para su Diosy Padre". Por consiguiente,
éste es el motivo principal para que le demos gloria. 15

13. U. Vanni, Un esempio di dialogo liturgíco in Ap 1, 4-8: Bib 57 (1976)


453-467.
14. Las traducciones suprimen habitualmente esta irregularidad expresiva, ca-
racterística de! estilo de! Apocalipsis.Ya algunos copistas habían sustituido el indica-
tivo époiesén por un participio poiesantí.
15. En vez de "hizo de ñosotros ..." (hémas en acusativo), algunos copistas leen
"hizo para nosotros ..." (hemin en dativo); entre ellos está el antiquísimo pI8 y un
uncial de gran autoridad, e! Alexandrinus. Esta lectura cambia profundamente e!
sentido: los cristianos no son ya sacerdotes, sino que tienen simplemente sacerdotes.
El examen crítico invita a preferir la lectura con e! acusativo, confirmada por e! texto
paralelo de 5, 10, en donde no se encuentra ninguna variante en dativo. Para más
detalles, cf. E. Schüssler, o.c., 70-72.
a) La expresión "un linaje real, unos sacerdotes para Dios" se
inspira manifiestamente en la frase del Exodo en la que Dios encar-
ga a Moisés que les trasmita esta promesa: "Seréis para mí un linaje'
real, unos sacerdotes ... " 16. Las dos palabras griegas de nuestro texc
to no reproducen a los Setenta, como había sucedido en la primera
carta de Pedro, sino que son una traducción literal de las palabras
del texto hebreo mamleket kobanim, ,considerados como dos nom-
bres yuxtapuestos y no como una expresión única. Esta misma in-
terpretación se encuentra en los targums y en las versiones de Sim-
maco y de Teodoción. La indicación "para Dios" corresponde al
"para mí" de la promesa divina.
Así pues, el parecido es evidente. Pero, tanto aquí como en la
carta de Pedro, se dan también numerosas diferencias que cambian
por completo la perspectiva.
. En primer lugar, en vez de referirse a "la casa de Jacob" o a
"los hijos de Israel" (Ex 19,3), los dos términos se aplican a unas
personas que se designan por el pronombre "nosotros". ¿A quiénes
se refiere ese "nosotros"? El comienzo de la frase muestra que se
trata de unos hombres y de unas mujeres que se sienten amados de
Jesucristo y liberados de sus pecados por medio de su sangre. El
versículo anterior (1, 4) indica que pertenecen a las iglesias. Son los
cristianos. La promesa que se hizo a los hijos de Israel se aplica a
los miembros de las iglesias cristianas.
y de promesa que era se ha convertido ya en realidad. En lugar
de un anuncio que se refiera al futuro: "Vosotros seréis ...", la frase
contiene la proclamación de un hecho ya cumplido: "Ha hecho ... ".
Por otra parte, en vez de un verbo de estado, "ser"·, se utiliza un
verbo de acción "hacer". Y el sujeto de esa acción es Jesucristo. La
importancia cristológica de este cambio merece ser subrayada. No
había nada que lo preparase en el texto del Exodo. Se trata de una
revelación nueva.
Con un vigor de estilo realmente atrevido, Juan reúne en una
sola proposición dos afirmaciones de carácter diferente: "Cristo
hizo de nosotros un linaje real", Cristo "nos hizo sacerdotes". Su-
giere de esta forma una vinculación muy fuerte entre estos dos as-
pectos de la obra de Cristo, pero sin dar ninguna explicación sobre
ello. A propósito del "linaje real" será más explícito en el segundo
texto (5, 10) Y tendremos entonces ocasión para profundizar en
este tema. Consideremos de momento la expresión "nos hizo sacer-
dotes", que entra más directamente en nuestra perspectiva.
Construido, como se ha diChO,con un doble acusativo el verbo
poiéin significa establecer a alguien en una función o en una digni-
dad. En el antiguo testamento la expresión "hacer sacerdotes"
(poiéin hiéréis se encuentra dos veces a propósito de los sacerdotes
establecidos en Betel por Jeroboán. Este "estableció sacerdotes del
común del pueblo que no eran de los hijos de Leví" 17. El texto
bíblico reprueba esta iniciativa de Jeroboán y la califica de "mala
conducta", ya que ese rey no tenía ni el derecho ni la capacidad de
"hacer sacerdotes". En efecto, la institución del sacerdocio es una
prerrogativa divina 18. El Apocalipsis constata que Cristo tuvo el
derecho y la capacidad de ejercer esta prerrogativa. Se afirma en-
tonces una relación muy estrecha entre Cristo y el sacerdocio. Cris-
to "hizo sacerdotes". Semejante acción revela que él mismo es más
que sacerdote.
b) Concretamente, ¿en qué consistió esta acción de Cristo? Al
indicarla con un verbo en aoristo,el texto la presenta como una
acción bien definida, realizada en el pasado y terminada. El parale-
lismo de la frase la pone en relación con nuestra liberación del
pecado, realizada por Cristo a través de su propia sangre. Si nos
referimos al ritual de la consagración de Aarón que se nos narra en
el Levítico, nos vemos llevados a dar una significación profunda a
este paralelismo y a ver en él la expresión de un vínculo muy estre-
cho entre la liberación del pecado y la consagración sacerdotal.
Efectivamente, el primer rito sacrificial que entonces llevó a cabo
Moisés durante esa liturgia fue la ofrenda de un sacrificio por el
pecado 19, Cristo, nuevo Moisés, liberó a los hombres de sus peca-
dos a fin de conferirles el sacerdocio. La diferencia está en que él
no utilizó, como Moisés, la sangre de un toro, sino su propia sangre.
Por otra parte, mientras que el ritual antiguo preveía todavía ulte-
riores sacrificios, el del "carnero del holocausto" y el del "carnero
de ordenación sacerdotal" 20, para realizar el aspecto positivo de la
consagración, el texto del Apocalipsis por su parte no menciona
más que una vez la sangre de Cristo. De esta manera nos hace
comprender que la consagración sacerdotal de los cristianos no ne-
cesitó varios sacrificios. La transformación del hombre que se llevó
a cabo en la muerte de Cristo supuso al mismo tiempo la destruc-
ción de los pecados (aspecto negativo) y el contacto relacional con

17. 1 Re 12, 31; cf. 13,33.


18. Cf. Núm 16, 7; Eclo 45, 7.18s; Heb 5, 4.
19. Lev 8, 14-17.
20. Lev 8, 18-21 Y22-29.
Dios (aspecto positivo). Encontramos aquí substancialmente la doc-
trina expresada en la carta a los Hebreos: la sangre de Cristo puri-
fica nuestras conciencias y nos da la capacidad de rendir culto a"
Dios; por su ofrenda única, Cristo "hizo perfectos" a los que reci-
ben la santificación. Menos explícito que la epístola a los Hebreos
sobre el vínculo entre la ofrenda de Cristo y la transformación de
los hombres, el Apocalipsis afirma con mayor claridad el carácter
sacerdotal de esta transformación: "los hizo sacerdotes".
E. Schüssler sitúa esta acción de Cristo en el momento del bau-
tismo, ya que cree distinguir en Ap 1, 6 un fragmento de profesión
de fe bautismal 21. Esta hipótesis sigue siendo muy problemática,
puesto que el estilo de la frase, con sus irregularidades expresivas,
es característica del autor. El Apocalipsis no menciona el bautismo,
sino "la sangre" de Cristo (1, 6) y más tarde el degollamiento del
cordero (5, 9). Este es el acontecimiento decisivo: la muerte victo-
riosa de Cristo. Fue ella la que hizo de nosotros "una realeza y unos
sacerdotes". El bautismo es tan sólo su aplicación sacramental.
Entre la frase del Apocalipsis y el texto del Exodo se observa
además otra diferencia que ya pudimos constatar en la carta prime-
ra de Pedro: mientras que la promesa de Dios en el Exodo era
condicional, la afirmación del Apocalipsis es absoluta. El contexto
de Ap 1,5-6 ni siquiera sugiere como el de 1 Pe 2,4-10 que se haya
cumplido alguna condición, la de la fe en Cristo, sino que indica
por el contrario que había un obstáculo: lejos de poder afirmar que
habían permanecido fieles a Dios, como exigía Ex 19,5, los cristia-
nos reconocen que eran esclavos del pecado. Pero Cristo superó
ese obstáculo: "nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados".
De esta forma su consagración sacerdotal aparece con mucha mayor
claridad como una manifestación de su amor para con ellos y hace
que brote en ellos la alabanza: "¡Al que nos ama..., la gloria y el
poder!".
Al mismo tiempo que su amor a los hombres, la obra de Cristo,
tal como fue descrita en Ap 1, 5-6, manifiesta también su amor
para con Dios. En efecto, hay que observar que las palabras "para
su Dios y Padre", que como hemos visto corresponden al "para
mí" de la promesa del Exodo, van enriquecidas en la frase del
Apocalipsis con nuevas connotaciones. No se refieren ya simple-
mente a las personas que se convierten en un reino de sacerdotes
("Vosotros seréis para mí..."), sino que guardan también relación
con la acción de aquel que hizo de ellos unos sacerdotes. La acción de
Cristo se ha realizado "para Di;;" y encuentra su explicación más
profunda en que Dios es también "su Padre". Es entonces una
prueba de amor filial, ya que tiende evidentemente a la gloria del
Dios Padre. En efecto, los sacerdotes son hombres encargados de
rendir culto a Dios. Por otra parte, la alusión a la filiación divina
de Cristo en la frase que habla de sacerdocio recuerda la unión
constante de los dos temas en la epístola a los Hebreos y sugiere
esa misma relación íntima. La obra de. Cristo, que establece una
relación entre los hombres y Dios, es una obra de mediación, y si
pudo realizada con tan maravillosa eficacia fue porque es "el Hijo
de Dios" (Ap 2, 18). Sólo el Hijo de Dios estaba en disposición de
dar a los hombres un sacerdocio auténtico, haciéndoles participar
de su propia relación con "su Dios y Padre" 22. Así pues, lo que
hizo, lo hizo a la vez para Dios y para nosotros. Cumplió para
nosotros lo que había prometido Dios.
c) ¿En qué sentido se cumplió la promesa del Exodo? ¿Qué
clase de sacerdocio es el que pueden ejercer los cristianos? La ex-
trema sobriedad del texto hace difícil la respuesta a esta cuestión.
Por tanto, no hemos de extrañamos de ver·cómo los comentadores
proponen diversas opiniones. 23
Una comparación con el texto de la primera carta de Pedro
hace aparecer una diferencia en el término empleado. El Apocalip-
sis no utiliza un nombre colectivo (hiérateuma), sino un plural con-
creto: hiéréis, "unos sacerdotes". Al hacer así, va más lejos que la
epístola de Pedro. No se contenta con afirmar la participación de
todos los cristianos en un mismo "organismo sacerdotal" basado en
Cristo, sino que atribuye la dignidad sacerdotal a cada uno de los
cristianos. Al decir con todos sus hermanos y hermanas rescatados:
"Hizo de nosotros sacerdotes", cada uno de los miembros de la
iglesia reconoce que Cristo lo hizo sacerdote, personalmente a él.
y a no hay solamente un sacerdocio colectivo del conjunto de los
cristianos; hay una pluralidad de sacerdotes, cada uno de los cuales
tiene que ser capaz de rendir culto a Dios. Así pues, el Apocalipsis
expresa con mayor claridad cierta autonomía personal de cada cris-
tiano en el sacerdocio, lo cual no aparecía en el texto de Pedro.
De aquí no se sigue que favorezca una dispersión individualista.
La orientación general de la frase va más bien en sentido contrario.
En efecto, es una comunidad la que allí se defme, repitiendo en
cuatro ocasiones el pronombre" nosotros". El tono es muy diferente

22. Ap 1, 6; cf. 3, 12.2l.


23. E. Schüssler da un resumen de estas opiniones: O.c., 229-230.
del de las proclamaciones que aparecen en los siguientes capítulos
y que insisten, esta vez en singular, en la responsabilidad de cada
uno: "El que tenga oídos, oiga 10 que el Espíritu dice a las iglesias:
al vencedor le daré ..." 24. Además, el título de "sacerdotes" está
unido estrechamente en la frase a un colectivo en singular, "linaje
real", atributo igualmente del pronombre "nosotros": "Cristo hizo
de nosotros un linaje real, unos sacerdotes". Esta alianza de pala-
bras sugiere para el sacerdocio un aspecto de función ejercido en
común, como en el caso del linaje real.
Es verdad que Juan no Se preocupa aquí de explicar la organiza-
ción interna del sacerdocio de los cristianos ni de marcar en ella
distinciones de rango o de función. Pero esto no significa que las
excluya. Observemos que en el texto que le sirve de inspiración la
promesa del sacerdocio no se dirigía a unos individuos indepen-
dientes de los otros, sino a un pueblo organizado; es a los "ancianos
del pueblo" a quienes, después dehaberlos convocado, expuso
Moisés todo 10 que Yahvé le había prescrito (Ex 19, 7). Por otra
parte, la forma de diálogo litúrgico que se ha adoptado en esta
introducción del Apocalipsis sugiere que el sacerdocio cristiano en-
cuentra una. de sus expresiones en las celebraciones litúrgicas, en
las que se manifiesta una estructura eclesial: al saludo del celebrante
(1, 4b-5a) responde la aclamación del pueblo (1, 5b-6).
Más adelante en este mismo capítulo Juan deja quizásenttever
que los responsables de las iglesias son sacerdotes por un título
particular. Tal es por 10 menos la sugerencia que se hace a propósi-
to de la identificación de las "siete estrellas", que según Ap 1, 20
son "los ángeles de las siete iglesias". Si se reconoce en la apelación
de "estrellas" una alusión a Dan 12, 3, que habla de estrellas a
propósito de los que enseñan la justicia, y si se reconoce por otra
parte en la apelación de "ángeles" una alusión a Mal 2, 7, que da
este título al sacerdote en virtud de su función de enseñanza, nos
vemos llevados a comprender que las estrellas-ángeles designan a
los dirigentes de las iglesias -es ésta desde hace tiempo una de las
interpretaciones ordinarias de este pasaje- y a admitir además -
aportación nueva- que esos dirigentes, encargados de transmitir la
palabra de Dios, se ven aquí considerados como sacerdotes 25. Sin
poder presentarse como cierta, esta sugerencia que se apoya en los
datos bíblicos vale la pena que llame nuestra atención. Contribuye
a completar la perspectiva.

24. Ap2,7.11.17 ...


25. W. H. Brownlee, Tbe prÍestly cbaracter oE tbe cburcb Ín tbe Apocalypse:
NTS 5 (1958-1959) 224-225. E. Cothenet, o.c., 275.
Pero volvamos al sacerdociode todos los cristianos. A propósito
de ello E. Schüssler se pregunta si el título de "sacerdotes" (biéréis)
debe tomarse en Ap 1, 6 en sentido propio o en sentido metafó-
rico. Indica además atinadamente que, para Juan, la cuestión no se
plantea en los mismos términos que para los teólogos posteriores,
cuando se hizo tradicional en la iglesia un título sacerdotal para
designar a los que habían recibido la ordenación. Entonces se mani-
festó la tendencia a considerar como metafórico el sacerdocio co-
mún de los fieles y a reservar el sentido propio al sacerdocio minis-
terial. En el siglo I la situación era totalmente distinta y E. Schüssler
tiene razón en constatarlo. Pero no se muestra tan inspirada esta
autora cuando. da a entender que el significado de este título en el
Apocalipsis es el mismo que en el ambiente judío o pagano, con la
única diferencia de que "este sacerdocio no está ya relacionado con
uno cualquiera de los numerosos dioses del ambiente sincretista
del Asia Menor o con el emperador-dios, sino ordenado por com-
pleto al Dios que es el Padre de Jesucristo" 26. Si esta diferencia
fuera la única, habría que afirmar entonces que Juan concebía el
culto sacrificial de los cristianos según el modelo cultual sacerdotal
de los judíos o de los paganos, en donde el papel principal de los
sacerdotes consistía en ofrecer a la divinidad unos animales inmola-
dos. ¿Es así como habrá que comprenderlo? De hecho E. Schüssler
se ve llevada a renunciar -sin decirlo- a su opinión ya adoptar otra
distinta cuando, cien páginas más adelante, observa que el título de
sacerdotes no se les dio nunca en el Apocalipsis a los adoradores
de la Bestia, sino que se reservó para los cristianos. Indica entonces
que "el término está especificado soteriológicamente y determinado
por la obra redentora del Cordero" 27. Esta segunda posición es la
que corresponde mejor a nuestro texto. Al tomar la palabra "sacer-
dotes", Juan transformó su sentido, ya que la situó en el contexto
de la redención cristiana, del mismo modo que transformó el senti-
do de "linaje real" poniendo este término en relación con el mismo
misterio.
La relación sacerdotal de los cristianos con Dios se hizo posible
por el hecho de que han quedado liberados de sus pecados gracias
a la sangre de Cristo. (1, 5). Entre Dios y ellos ya no existe el
obstáculo del pecado. Nunca jamás un sacerdote antiguo, ni judío
ni pagano, se había encontrado en una situación semejante de acce-
so verdaderamente libre a la presencia de Dios. Por consiguiente,

26. E. Schüssler, a.c., 233.


27. [bid., 343.
desde este punto de vista ninguno era tan realmente sacerdote
como lo son ahora los cristianos. Pero 'por esa misma razón la forma
del sacerdocio ha cambiado por completo. Por parte de los hom-'
bres y de las mujeres que han sido rescatados por la sangre de
Cristo sería absurdo seguir recurriendo a inmolaciones de animales.
Juan no evocará jamás este género de culto sacerdotal.
¿El sacerdocio que se proclama en Ap 1,6 encierra algún aspec-
to de mediación? Algunos comentadores lo suponen así, opinando
que los cristianos reconocen que son sacerdotes en beneficio de
todos los hombres, en nombre de los cuales se acercan a Dios..Pero
esta opinión no encuentra ningún apoyo en el texto que, al hablar
de la sangre de Cristo, recuerda más bien la necesidad que todos
tienen de la mediación de Jesucristo. La frase de Ex 19, 6 tampoco
se orienta en el sentido de una mediación, sino que subraya un
privilegio, lo cual es algo muy diferente. De forma paralela el Apo-
calipsis señala la situación privilegiada de los cristianos, debida a la
generosidad de Cristo. Privilegiada, esta situación no está reservada
sin embargo a un numerus c1ausus; es accesible a todos los hombres.
Así pues, en Ap 1, 6 Juan proclama el cumplimiento de la pro-
mesa divina contenida en Ex 19, 6 y muestra que se trata realmente
de un cumplimiento cristiano, es decir, de una obra del mismo Cris-
to y de una realización que va más allá de los límites de la antigua
alianza. Por medio de su muerte redentora, Cristo ha obtenido para
los hombres una transformación profunda, que los introduce en
una relación sin obstáculos de ninguna clase con Dios, su Padre.
Esta relación que vale para todos y para cada uno de los fieles hace
de ellos "sacerdotes", esto es, personas santificadas que pueden
acercarse a Dios para rendirle culto. Don del amor redentor del
Hijo de Dios, este sacerdocio supera evidentemente a los sacer-
docios antiguos. Es una realidad maravillosa, que hace brotar la
alabanza.

3. Reino de Cristo y realeza sacerdotal de los cristianos


El segundo texto real y sacerdotal del Apocalipsis (5, 10) recoge
con fidelidad los términos del primero, pero los ilumina de forma
diferente situándolos en un nuevo contexto. Este contexto está for-
mado por la gran visión celestial de los capítulos 4 y 5, que sirve de
introducción a todo el resto del libro. Será interesante observar bre-
vemente su orientación.
a) Estructurada con esmero, la visión se divide claramente en
dos partes: la primera (4, 1-11) que se refiere a Dios, y la segunda
(5, 1-14) que nos habla del Cordero. El problema que se plantea
desde el principio es el del desarrouo de la historia del mundo: "lo
que ha de suceder" (4, 1). Después de describir la majestad divina
y los homenajes que recibe en el cielo, la primera parte termina con
el reconocimiento de los derechos de Dios a tomar de una vez para
siempre la gloria (4, 11), es decir, a determinar de forma positiva el
curso de los acontecimientos 28. Viene entonces, al comienzo de la
segunda parte (5, 1-4), un episodio de suspense dramático: alIado
de Dios el vidente ve un libro sellado, que nadie es capaz de abrir,
lo cual provoca una situación angustiosa. Se trata evidentemente
del libro de las intervenciones de Dios en la historia, que define la
forma divina de "tomar la gloria". Si nadie es capaz de abrir ese
libro, no se desarrollará el plan divino positivo y el mal seguirá
asolando el mundo impunemente. La angustia, sin embargo, acaba
por disiparse, ya que se oye proclamar la victoria del León de Judá,
victoria que le permitirá abrir el libro sellado (5,5). El león vence-
dor se presenta entonces, paradójicamente, con los rasgos de "un
cordero de pie como degollado", que avanza y toma posesión del
libro, dándoles a todos la seguridad de que, por medio de él, se
llevará a cabo el plan divino. Es en este momento decisivo cuando
los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos aclaman al Cordero
y recuerdan que ha rescatado a los hombres de toda raza y ha
hecho de ellos "un linaje real y unos sacerdotes".
Este es el contexto en donde volvemos a encontrar el tema de
la dignidad real y sacerdotal de los cristianos. La posición que ocu-
pa este doble tema se muestra todavía más impresionante cuando
se observa que el "cántico nuevo" entonado por los cuatro vivientes
y los veinticuatro ancianos (5, 9-10) se sitúa en el centro de una
serie sabiamente organizada de cinco cánticos o gritos de aclama-
ción 29, dirigidos unos a Dios y otros al Cordero, y el último al
mismo tiempo a Dios y el Cordero:
He aquí el esquema de la disposición de estos cinco cánticos:
a) a Dios: los cuatro vivientes proclaman su santidad (4, 8);
a') a Dios: los veinticuatro ancianos proclaman su derecho a
la gloria en virtud de la creación (4, 11);
b) al Cordero: los cuatro vivientes y los veinticuatro ancia-
nos proclaman su derecho sobre la historia en vir-
tud de la redención (5, 9-10);

28. En Ap 4, 11 el verbo griego Iambanéin está en aoristo y no expresa por


tanto un proceso que se continúe indefinidamente, sino una acción determinada. Por
eso he dicho: "tomar de una vez pata siempre la gloria".
29. Sólo la aclamación central (5, 9s) es llamada explícitamente "cántico".
b') al Cordero: muchedumbres de ángeles proclaman su de-
recho a la gloria (5, 12);
c) a Dios y al Cordero: les dan gloria absolutamente todas
las criaturas (5, 13).
El conjunto de la visión se centra en lo que podríamos llamar la
toma de poder del Cordero. No se trata simplemente de una glori-
ficación celestial, sino de la inauguración de un reinado sobre la
historia. En adelante, la soberanía divina sobre el desarrollo de la
historia del mundo se ejercerá efectivamente por medio del Corde-
ro. Lo que proclama el cántico central es precisamente que el Cor-
dero es "digno" de ejercer ese poder, que tiene derecho a él: "Eres
digno de tomar el libro y abrir sus sellos".
Dicho esto, el punto más interesante de este cántico es la forma
con que fundamenta este derecho y anuncia su aplicación, ya que
introduce en este lugar a los hombres rescatados, sin decir por otra
parte que son hombres, y .les atribuye un lugar de primer orden,
siendo así que no se hace ninguna mención de ellos en los otros
cuatro cánticos, como tampoco en las partes narrativas de la visión,
prescindiendo de una alusión fugitiva a las "oraciones de los san-
tos" (5, 8).
He aquí, pues, este cántico desde el principio hasta el fin, obser-
vando su estructura:
Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos,
porque fuiste degollado
y con tu sangre compraste para Dios hombres
de toda raza, lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un linaje real y unos sacerdotes,
y reinarán sobre la tierra (Ap 5, 9_10).30

Al comienzo, la proposición principal afirma el· derecho del


Cordero; a continuación, una proposición causal fundamenta este
derecho en lo que sufrió y realizó; finalmente, una proposición con
otro sujeto distinto para el verbo señala un efecto de la obra del
Cordero: los rescatados reinarán.
b) Una comparación entre este cántico y la doxología inicial
(1,6) pone de relieve un parentesco de fondo muy estrecho. Tanto
en el uno como en la otra se glorifica a Cristo y el motivo de esta

30. Los manuscritos presentan diversas variantes. En un solo caso resulta difícil
la decisión crítica: el verbo "reinar" al final, ¿está en futuro o en presente? Cf. E.
Schüssler, o.c., 73-74.
glorificación es su obra redentora, cuyo resultado consiste en la
atribución de la dignidad real y sacerdotal a los hombres rescatados.
Entre ambas formulaciones aparecen por otra parte numerosas
diferencias de detalle. Algunas se deben evidentemente al hecho de
que el cántico es pronunciado por unos seres celestiales y no por los
mismos cristianos, como sucedía en el caso de la doxología. El pro-
nombre "de nosotros" (hemon), empleado en la expresiónm "nues-
tro Dios", no se refiere ya entonces a los cristianos, sino a los cuatro
vivientes y a los veinticuatro ancianos. Los cristianos están designa-
dos por un pronombre de tercera persona (autous), que no aparece
más que una vez: "has hecho de ellos...". Por otra parte, el cántico
dirigido expresamente al Cordero, lo nombra en segunda persona:
"Eres digno ..., fuiste degollado ..., compraste ...", etc., y no en segun-
da persona como ocurría en la doxología. Se menciona dos veces a
Dios en vez de una sola, la primera vez' sin ninguna especificación
("compraste para Dios") y la segunda con un pronombre que remi-
te a los seres celestiales, que dicen: "Has hecho de ellos para nues-
tro Dios ...". Al contrario, no se indica la relación de Dios con Cris-
to-Cordero y en consecuencia no aparece en el cántico el nombre
de "Padre" que calificaba a Dios en 1, 6.
Hay otras diferencias de mayor calibre que merecen retener más
nuestra atención, ya que interesan a los temas de la realeza y del sa-
cerdocio. Mientras que en la doxología no se evocaban más que al
fmallos temas de la gloria y del poder de Cristo, y ello de una for-
ma muy general, en el cántico por el contrario se afirma ya desde
el principio la posición gloriosa del Cordero y de una forma mucho
más precisa. Efectivamente, las expresiones utilizadas se refieren a
lo que el Cordero acaba de hacer y a lo que está preparado para
realizar. El Cordero acaba de tomar el libro, gesto que marca la
inauguración de su reinado en la historia, y se dispone a abrir sus
sellos, es decir, a ejercer su poder. Al comienzo del cántico, los se-
res celestiales reconocen explícitamente que tiene derecho para
obrar así. Así pues, este comienzo pone de relieve el tema del se-
ñorío de Cristo.
Al final del cántico hay una indicación suplementaria, sin equi-
valente alguno en la doxología de 1, 6, que corresponde a la insis-
tencia inicial. La afirmación "y reinarán (basíleusousin) sobre la tle-
rra" concluye el cántico repitiendo y comentando la palabra "linaje
real" (basíléia) que acaba de aplicarse a los rescatados. Precisa el
sentido de este término, que en Ap 1, 6 seguía estando abierto a
otra interpretación. En efecto, podía pensarse en un sentido pasivo:
"ser un reino para Dios", es decir "ser gobernados por Dios". La
indicación de 5, 10 manifiesta que tiene un sentido activo: "ser para
Dios un linaje real" quiere decir "reinar en nombre de Dios".
La correspondencia que existe entre el comienzo del cántico y
el final del mismo sugiere claramente que el señorío del Cordero se
manifestará sobre la tierra por medio de la realeza de los cristianos.
Afirmación de fe que no carece de audacia, sobre todo en un tiem-
po de persecución como aquel en que se compuso el Apocalipsis.
Pero éste es precisamente el mensaje principal de esta visión.
Hay además otra indicación suplementaria que contribuye a or-
questar la afirmación del señorío de Cristo. Está situada en el cen-
tro de las motivaciones introducidas por 'oti ("porque") y expresa
la extensión universal de la obra redentora. Esta no se detuvo ante
barrera alguna, sino que llegó a "toda raza, lengua, pueblo y na-
ción".
c) Ante estas constataciones el tema del sacerdocio podría pa-
recer muy secundario en este pasaje y dar la impresión de que sólo
se mantuvo por inercia, por no modificar la expresión de Ex 19, 6
que lo vinculaba a la realeza. Pero un examen atento del texto y de
su contexto revela que eso sería una impresión equivocada. Para
Juan la cualificación sacerdotal mantiene toda su importancia; lo
que caracteriza la posición de los cristianos no es para él su realeza,
sino la unión de la realeza y del sacerdocio.
Ya hemos indicado anteriormente que el relato de la visión sitúa
al Cordero en una estructura sacrificia1. El cántico refleja con fide-
lidad esta situación y refuerza de este modo el tema del sacerdocio.
En efecto, insiste más que la doxología de 1, 6 en la evocación de
la pasión de Cristo y en su contacto relacional con Dios. El cántico
expresa, como la doxología, tres motivos para la glorificación de
Cristo, pero mientras que en la doxología el primer motivo era que
Cristo "nos ama", en el cántico es que ha sido "degollado". Este
motivo difícilmente puede vincularse con el tema de la realeza. De-
cir que el Cordero tiene derecho a tomar el poder porque fue dego-
llado constituye una paradoja violenta. El objetivo de esta paradoja
es claramente el de imponer una transformación en la concepción
del poder, vinculándolo con una estructura sacrificia1. La mención
de la sangre en el segundo motivo de5, 9 acentúa esta misma pers-
pectiva y prepara mucho mejor la afirmación del sacerdocio que la
de la realeza. La insistencia repetida en las relaciones con Dios va
en este mismo sentido: el Cordero "compró para Dios" a los hom-
bres de toda raza y los hizo para Dios un linaje real y unos sacerdo-
tes. La relación con Dios es el aspecto más específico del sacerdocio.
Es verdad que las expresiones utilizadas para evocar la pasión
no están sacadas del ritual de los sacrificios. Ya lo señalamos en el
caso de "degollar" y hay que decirlo también en el de "comprar"
(agorazéin). El verbo agorazéin no es utilizado nunca por los Setenta
para hablar de los sacrificios ri;-ales. La operación de "compra" o
de "rescate" prescrita para los primogénitos 31 se expresa por medio
de otro verbo, Iytroustbai. Por otro lado, ese "rescate" es en sí
mismo un rito opuesto al sacrificio. En principio, los primogénitos
pertenecen a Dios y deberían por consiguiente reservarse para el
culto de Dios 32. Se les compra para que dejen de pertenecer a Dios
y puedan servir para usos profanos. Así es como se rescata a "todo
pollino primer nacido" por medio de otro animal más pequeño que
se ofrece en sacrificio en sustitución del pollino. Los primogénitos
de los israelitas son igualmente rescatados, para que queden dispen-
sados de consagrarse al culto de Dios. Los levitas los reemplazan
en estas funciones 33. Por el contrario, el Cordero del Apocalipsis
ha rescatado con su sangre a los hombres de toda nación, para que
pertenezcan a Dios y puedan consagrarse al culto de Dios. Por
. consiguiente, no es solamente la noción de realeza la que queda
transformada por Juan, sino también la del culto sacrificial y la del
sacerdocio. La pasión de Cristo no es un sacrificio de sustitución
en el sentido antiguo de la palabra; supone desde luego un aspecto
de sustitución, en el sentido de que Cristo ha hecho en lugar de
nosotros lo que ninguno de nosotros era capaz de hacer -transfor-
mó la muerte humana en medio de redención universal (Ap 5, 9)-,
pero el aspecto principal de la pasión es el de la comunión: por
medio de su muerte ofrecida Cristo llevó a cabo una transformación
sacrificial del hombre que abre a todos los hombres y a todas las
mujeres la posibilidad de tener con Dios una relación sacerdotal
(5, 10) ..
d) La realeza cristiana es una consecuencia del sacerdocio. Al
definir la relación de los cristianos con el mundo, corresponde a la
fase descendente de la función sacerdotal. La relación con Dios es
incomparablemente de mayor importancia; lo atestiguará claramen-
te la visión final del Apocalipsis, cuando describa a la Jerusalén
nueva, "morada de Dios entre los hombres" 34. La relación con
Dios es la única relación fundamental. Todo depende de ella. De
hecho, el libro que regula el desarrollo de la historia se encuentra a
la derecha de Dios (5, 1). Para obtener un poder que no esté aboca-
do a la destrucción, la condición será por consiguiente ser admitido
en presencia de Dios (5, 7). Así se explica la unión tan estrecha en
el Apocalipsis entre el tema de la realeza y el del sacerdocio. Así

31. Cf. Ex 13, 13; 34,20; Lev 27, 27.


32. CE. Ex 13,2; 34, 19.
33. CE. Núm 3, 12.40-51; 8, 16-19.
34. Ap 21, 3-4.7.225.
pues, Juan no acepta la idea de una historia del mundo que se
desarrolle independientemente de la relación de los cristianos con
Dios. Para él, el elemento determinante de la historia es precisa-
mente esta relación, que hace de todos los cristianos unos sacerdo-
tes. Por muy desconcertante y por muy escandaloso que parezca a
veces el curso de los acontecimientos, Juan mantiene esta convic-
ción de fe y hace de ella un resorte de perseverancia y una fuerza
de alma invencible. Afirma con toda intrepidez, incluso en medio
de las persecuciones, que el reino de Dios se realiza y se realizará
en la tierra gracias a los cristianos, sacerdotes de Dios: "reinarán
sobre la tierra".
Recíprocamente, esa vinculación tan estrecha entre la realeza y
el sacerdocio imprime su sello característico sobre el culto sacerdo-
tal de los cristianos. Este culto no puede quedar aislado en un
sector estrecho de la existencia. Está en relación con la totalidad de
los seres y con el movimiento inmenso de su historia. El Apocalipsis
no pone barreras en ninguna parte. La originalidad misma de su
lenguaje manifiesta la compenetración de los diversos terrenos. En
este sentido encierra una especial significación la frase de 5, 9, ya
que para expresar el acontecimiento que ha puesto a los hombres
en relación auténtica con Dios, utiliza juntamente palabras que per-
tenecen al mundo carnicero, a las operaciones comerciales y a las
categorías sociológicas más diversas. Todo lo que viene a continua-
ción en el libro, empezando por la apertura sucesiva de los siete
sellos, demostrará la conexión que existe entre los gestos realizados
en el santuario celestial y las peripecias dramáticas de la historia
terrena.
e) Pero ¿cuál es exactamente la manera con que los cristianos
ejercen su sacerdocio real? El cántico no lo dice. El contexto arroja
un poco de luz cuando menciona "las oraciones de los santos" (5,
8), que ocupan un lugar en la liturgia celestial, representadas como
están por esos perfumes encerrados en copas de oro. Un poco más·
adelante, en 8, 3-5, se precisa más aún el papel de esas oraciones:
son asociadas a los perfumes que ofrece un ángel sobre un altar de
oro y cuya humareda sube hasta Dios. Después de este movimiento
ascendente del culto viene el movimiento descendente: el ángel
toma un poco de fuego del altar celestial y lo arroja en dirección de
la tierra. Se producen entonces fragor de truenos, relámpagos y
terremotos: toda una conmoción que señala el desencadenamiento
de sucesos importantes. Efectivamente, los ángeles de las siete
trompetas comienzan inmediatamente después a dar la señal de los
azotes apocalípticos que preparan la victoria de Dios. Toda esta
escenificación simbólica sirve para señalar la relación que hay entre
la oración de los cristianos y eldesarrollo de la historia: la oración
sube hasta Dios y tiene una influencia decisiva sobre el curso de los
acontecimientos.
Sin embargo, Juan no se muestra sistemático en sus descripcio-
nes. En 8,3-5 no aparece la dignidad sacerdotal de los "santos", es
decir, de los cristianos 35. Elevar oraciones a Dios no es una prerro·
gativa sacerdotal. En esta escena el que ejerce las funciones sacerdo-
tales es más bien el ángel, puesto que es él quien, por medio de la
humareda del incienso, hace llegar las plegarias hasta Dios. Esta
imagen se conforma a las concepciones de la tradición judía con-
temporánea. El Testamento de Leví, por ejemplo, declara que los
ángeles de la faz "ofrecen al Señor un perfume espiritual agradable
y una oblación incruenta" 36. La diferencia está en que, en el Apoca-
lipsis, los ángeles están al servicio de Cristo y rinden homenaje a su
gloria divina (Ap 5, 11-13). Su intervención está subordinada a la
iniciativa del Cordero, que abre los sellos.
Hay otro texto que se muestra sin duda más significativo en lo
que se refiere a la posición sacerdotal de los cristianos. Al hablar
del santuario dice:

Levántate y mide e! santuario de Dios y e! altar, y a los que adoran en él.


El patio exterior de! santuario, déjalo aparte, no lo midas, porque ha
sido entregado a los gentiles (Ap 11, 1-2).

En este texto se trata evidentemente del santuario terreno y no del


celestial. Los que allí se encuentran son los cristianos; puesto que
son sacerdotes, tienen el privilegio de entrar en el santuario de
Dios y de practicar su culto de adoración. Se les asegura una pro-
tección especial. No caerán bajo el poder de los paganos. Esta ga-
rantía de inmunidad puede considerarse como un aspecto de su
realeza, directamente ligado a su sacerdocio.
f) No obstante, el Apocalipsis no nos permite que nos imagi-
nemos para los cristianos una inmunidad que les ponga a salvo de
todo sufrimiento ni un triunfo que se obtenga sin esfuerzos. Su
realeza no es de ese género fácil. Al contrario, va acompañada de la
paciencia en la tribulación. El segundo empleo de la palabra ~'rei-
no" en el Apocalipsis resulta significativo en este sentido 37, ya que
se sitúa precisamente entre la "tribulación" y la "paciencia". Juan

35. Cf. 13, 7.10; 17,6.


36. Test. Levi 3, 6.
37. El primer empleo se encuentra en la doxología de Ap 1, 6, analizada ante-
riormente.
se presenta a los cristianos de Asia como su "hermano y compañero
de la tribulación, del reino y de la paciencia en el sufrimiento en
Jesús" (Ap 1, 9). Por consiguiente, la realeza cristiana no es incom-
patible ni mucho menos con una situación de fatigas y de pruebas;
se manifiesta más bien en la capacidad de soportarlas. La vocación
del cristiano es la de ser vencedor, no ya oponiendo la violencia a
la violencia, sino negándose decididamente a ceder ante el mal y
permaneciendo fiel e inquebrantable· hasta la muerte:

No temas por lo que vas a suf;ir: el diablo va a meter a algunos de


vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación
de diez días. Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida
(Ap 2,10).

La victoria que se alcanza de esta manera se parece exteriormente


a una derrota. Juan comprueba que a la Bestia "se le concedió
hacer la guerra a los santos y vencerlos" (Ap 13, 7). La suerte de
los cristianos parece lamentable: "El que a la cárcel, a la cárcel
ha de ir; el que ha de morir a espada, a espada ha de morir" (Ap
13, 10). Pero así es como llegan a la verdadera victoria sobre el
"Acusador" :

Ellos le vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra del


testimonio que dieron, porque no amaron su vida ante la muerte (Ap 12,
11).

Como se ve, el triunfo de los cristianos guarda una doble relación


con la pasión gloriosa de Jesucristo: Juan señala en primer lugar
que esta pasión se encuentra en su misma base, ya que es la que ha
hecho posible este triunfo: si los cristianos son vencedores, es "gra-
cias a la sangre del Cordero". A continuación Juan deja vislumbrar
una relación de semejanza: a imagen de Cristo, "el testigo fiel" que
se dejó matar, los cristianos mantienen "la palabra del testimonio
que dieron" y se desprenden del apego a su propia vida "ante la
muerte". Por esta doble relación, su realeza se sitúa en la misma
estructura sacrificial que el señorío del Cordero y manifiesta de
este modo con claridad su estrecha vinculación con el sacerdocio.
La afirmación que se hace en 5, 9-10 de la realeza sacerdotal de
los hombres rescatados arroja por tanto una luz muy viva sobre la
situación de los cristianos y sobre su relación con el misterio de
Cristo. En este texto el tema de la realeza destaca más que en la
doxología de 1, 6, ya que el contexto proclama el señorío del Cor-
dero sobre la historia. Sin embargo, está claro que es el sacerdocio
el que da fundamento a la realeza y la especifica, ya que define la
relación privilegiada de los cristianos con Dios. La realeza sacerdo-
tal de los cristianos se presenta como la consecuencia principal de
la obra redentora de Jesucristo y, mejor aún, como el motivo de su
entronización. Precisamente "porque" el Cordero ha hecho de unos
hombres tomados de todas partes "un linaje real y unos sacerdotes"
se le reconoce "digno de tomar el libro y de abrir los sellos". Yes
por su realeza sacerdotal por lo que su señorío tiene que manifestar-
se sobre la tierra. Difícilmente podría darsele a este tema una im-
portancia más considerable.

4. Sacerdocio y reino de los santos


Muy alejado de los dos primeros textos, ya que se encuentra
dentro de la serie de las últimas visiones del Apocalipsis, el tercer
pasaje que tenemos que analizar tiene un aire muy distinto. Pode-
mos reconocerlo inmediatamente:

Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección;


la segunda muerte no tiene poder sobre éstos,
sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo
y reinarán con él mil años (Ap 20, 6).

En vez de insertarse en una doxología (1,6) o en un cántico de


alabanza (5, 10), la mención del sacerdocio y la del reino están aquí
vinculadas a una "bienaventuranza", destinada evidentemente -lo
mismo que las bienaventuranzas del evangelio- a estimular a los
cristianos en medio de sus dificultades 38. Por consiguiente, no se
trata ya de recordar la obra que fue realizada por Cristo ("hizo de
nosotros un linaje real, unos sacerdotes ..."), sino de un anuncio
relativo al porvenir: "serán sacerdotes ..., reinarán ...". Este nuevo
punto de vista presenta un interés particular, pero hay varias expre-
siones del texto que desconciertan al lector. ¿Qué es lo que hay
que entender por "primera resurrección"? ¿Y qué es lo que signifi-
ca ese reino de "mil años"?
Estas expresiones pueden iluminarse, al menos en cierta medi-
da, gracias al contexto precedente. En efecto, la "bienaventuranza"
se presenta como la conclusión de una visión que describe una
"primera resurrección" (20, 4-5). La verdad es que el relato de la
misma está muy pO'codetallado. Se traza sumariamente una escena
de juicio y se afirma la resurrección. El único punto que se indica
con claridad es que esta resurrección no es general; está reservada
a los mártires y a los cristianos que no cedieron ante la Bestia. Los
demás muertos quedan explícitamente excluídos. Esta especifica-
ción nos permite comprender el sentido de esta bienaventuranza:
la primera resurrección constituye un privilegio. No es posible obte-
nerla más que mediante una adhesión inquebrantable al "testimonio
de Jesús" ya la "palabra de Dios -aunque para ello sea preciso ser
"decapitado" - y mediante una repúlsa obstinada a postrarse ante la
Bestia y recibir su marca. Pronunciada en un tiempo. de persecu-
ción, la bienaventuranza de Ap 20, 6 desea ayudar a los cristianos
a formar en ellos una actitud de fidelidad intransigente y, con esta
misma intención, abre ante sus ojos la perspectiva de una gran espe-
ranza.
a) ¿Pero cuál es exactamente esta esperanza? Es la de una
victoria sobre la muerte, alcanzada mucho antes de la resurrección
general -ya que ésta no tiene lugar hasta "mil años" más tarde 39_
y que encierra tres aspectos: el primero negativo, o sea, verse lejos
del alcance de la "muerte segunda"; los otros dos positivos, a saber,
ser sacerdotes y reinar con Cristo.
La "segunda muerte" fue ya mencionada al comienzo del libro,
en la carta a la iglesia de Esmirna, donde se evoca una situación y
una perspectiva semejantes: "Mantente fiel hasta la muerte y te daré
la corona de la vida ... El vencedor no sufrirá daño de la muerte
segunda" (Ap 2, 10.11). Resulta fácil comprender que la muerte
segunda es la perdición total y sin remedio, a la que se ven conde-
nados los cómplices de Satanás. De hecho se la identifica más tarde
con el "lago del fuego", con el "lago que arde con fuego y azufre",
adonde son arrojados los idólatras y todos los embusteros 40. El que
participe de la primera resurrección se librará de esta suerte espan-
tosa. La segunda muerte ya no podrá afectarle. Gozará de una segu-
ridad completa y definitiva, que no podía poseer anteriormente
cuando no había dado todavía con su muerte el testimonio irrevoca-
ble de su fidelidad.
Por tanto, este aspecto de liberación resulta nuevo en la situa-
ción del cristiano que goza de la primera resurrección. Pero ¿puede
decirse 10 mismo de los otros dos aspectos de la bienaventuranza
prometida: "ser sacerdotes" y "reinar"? ¿No resulta más bien ex-

39. Cf. Ap 20, 7.12-15.


40. Ap 20, 14; 21, 8.
traño encontrarse aquí con und~verbos en futuro -"serán sacerdo-
tes ..., reinarán ... "- para designar unos privilegios que ya poseían
todos los fieles antes de su muerte? Si los cristianos presentes en la
asamblea litúrgica tienen ya el derecho de proclamarse reyes y sa-
cerdotes gracias a lasangre de Cristo (1, 6), ¿cómo es que la realeza
yel sacerdocio pueden constituir una recompensa especial vincula-
da a la primera resurrección? ¿No habrá que ver cierta falta de
coherencia en las afirmaciones sucesivas del Apocalipsis?
Si pensamos bien las cosas, no cabe más remedio que dar una
respuesta negativa a esta última cuestión. En efecto, aun suponien-
do que la dignidad sacerdotal y real concedida a los cristianos resu-
citados no se distinguiera en nada de la que todos los cristianos
poseen por el bautismo, sería ya una novedad asombrosa encontrar-
la después de la muerte. No hemos de olvidar que la muerte, nor-
malmente, hace imposible el ejercicio del poder 41 y más aún el del
sacerdocio. Un hombre muerto no puede rendir culto al Dios de
vida 42. Perfectamente consciente de está imposibilidad, el antiguo
testamento prescribía a los sacerdotes que evitasen todo contacto
con la muerte (Lev 21, 10-11). Y la epístola a los Hebreos señala
expresamente la diferencia que existe entre los sacerdotes antiguos,
cuya muerte interrumpía el ministerio, y Cristo sacerdote, que "vivo
para siempre" puede ejercer continuamente su intercesión sacerdo-
tal (Heb 7, 23-25). Por consiguiente, el Apocalipsis no demuestra
la más mínima incoherencia cuando presenta como motivos inéditos
de bienaventuranza el ejercicio del sacerdocio y de la realeza· des-
pués de fallecer y cuando los relaciona con una primera resurrec-
ción. Para ser sacerdotes y para reinar es preciso revivir previamente.
b) Pero hay más. El sacerdodo de los primeros resucitados no
debe concebirse como una simple reanudación del sacerdocio ante-
rior. En realidad representa una relación mucho más estrecha con
Dios y con Jesucristo. Dos pasajes anteriores del Apocalipsis insis-
tieron ya en este punto, lo cual le dispensa al autor de desarrollado
en 20,6. En 7, 9-17 Juan vio un gentío inmenso de personas ves-
tidas de blanco que estaban ante el trono y ante el Cordero acla-
mando a Dios y al Cordero. Esas personas tienen una posición sa-
cerdotal en el grado más eminente, ya que no solamente han sido
admitidas "en el santuario (naos)" -lo cual es una prerrogativa de
los sacerdotes-, sino que están ante el trono mismo de Dios y per-
manecen allí "día y noche" dando culto a Dios (7, 15), lo cual no

41. Cf. 18 14, 9-11.


42. Cf. Sal 6, 6; 30, 10; 88, 128; 115, 17.
se le concedía a nadie, ni siquiera al sumo sacerdote. ¿Cómo han
logrado llegar a semejante posición? Nos lo revela uno de los ancia-
nos:

Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras
y las han blanqueado con la sangre del Cordero (Ap 7, 14).

Esta advertencia es paralela a la otra, más realista, que encontra-


mos en nuestro texto: "los que fueron decapitados por el testimo-
nio de Jesús y la palabra de Dios" (Ap 20, 4). Tanto en un lado
como en el otro es el martirio el que conduce a una posición sa-
cerdotal eminente. Los mártires han pasado del primer grado del
sacerdocio, que es común a todos los bautizados, a un grado su-
perior. El primer grado tiene como fundamento la muerte reden-
tora de Cristo, que "nos lavó de nuestros pecados" e hizo de no-
sotros "sacerdotes para su Dios y Padre" 43. Este primer grado no
es evidentemente el término de la vida cristiana, sino su comienzo.
Constituye el punta de partida de una vocación que tiende hacia
una realización más perfecta del sacerdocio, gracias a una partici-
pación personal en la suerte del Cordero degollado. El Apocalipsis
no se cansa de insistir en esta vocación. Los mártires la cumplen
con toda perfección.
Otro texto íntimamente ligado con el anterior presenta a ciento
cuarenta y cuatro mil personas que gozan igualmente de una rela-
ción privilegiada con Dios y con el Cordero 44. En efecto, todas esas
personas cantan ante el trono un cántico nuevo, que ninguno más
que ellos es capaz de aprender (14, 3). El motivo de este privilegio,
expresado en los versículo s siguientes, los pone en paralelismo de
alguna manera con la segunda categoría de cristianos que se men-
ciona en nuestro texto, "los que no adoraron a la Bestia ni a su ima-
gen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano" (20, 4).
En efecto, de esos ciento cuarenta y cuatro mil se dice que "son vír-
genes", que "en su boca no se encontró mentira" y que "no tienen
tacha" (14, 4-5). Por otra parte, en lugar de la marca de la Bestia,
llevan inscritos en su frente el nombre del Cordero y el nombre de
su Padre (14, 1).
La muerte de los mártires y la fidelidad sin compromisos de los
otros fieles constituyen por tanto el camino de acceso a un cumpli-
miento más perfecto del sacerdocio cristiano, fuente de felicidad y

43. Ap 1, 5s; cf. 5, 9s.


44. Ap 14, 1-5.
de santidad: "Dichosos y santos~, serán sacerdotes de Dios y de
Cristo" (20, 6). En la formulación utilizada para expresar aquí el
sacerdocio se advierte por otro lado cierto cambio. Mientras que
los textos anteriores hablaban de ser sacerdotes para Dios, éste
dice: "sacerdotes de Dios y de Cristo". ¡Añadido revelador! Hasta
ahora Cristo había sido situado en el origen del sacerdocio; se pro-
clamaba que el sacerdocio era obra suya: "Ha hecho de nosotros ...
sacerdotes" (1, 6). Esto lo ponía ya por encima de los simples sacer-
dotes en cierto sentido. Pero en otro sentido esta proclamación
mostraba también que se había puesto al servicio del sacerdocio y
más todavía al servicio de Dios, ya que había derramado su sangre
para dar "a su Dios y Padre" un gran número de sacerdotes consa-
grados a su culto. Ahora Cristo se ve atril;mir una situación diferen-
te: está plenamente asociado al mismo Dios como destinatario del
culto sacerdotal. Los mártires y los santos son así sacerdotes "cris-
tianos" por un doble título: porque le deben a Cristo su sacerdocio
y porque están consagrados al culto de Cristo al mismo tiempo que
al de Dios.
Hay otros pasajes del Apocalipsis que muestran de forma evi-
dente que es éste el sentido del texto, ya que nos describen precisa-
mente un culto de adoración que se rinde al mismo tiempo a Dios
y al Cordero. La gran visión de los capítulos 4 y 5 concluye con
una doxología que todas las criaturas pronuncian a la par "al que
está sentado en el trono y al Cordero", y esta doxología va seguida
de una adoración (5, 13-14). En 7, 9-17 la turba inmensa de márti-
res, de los que se acaba de hablar, asocia igualmente en un mismo
homenaje, sin hacer ninguna diferencia, "al que está sentado en el
trono y al Cordero" (7, 10). En un escrito tan preocupado como el
Apocalipsis de combatir las posibles desviaciones del culto 45, estos
testimonios que se dan prácticamente de la divinidad de Cristo re-
sultan por eso mismo más impresionantes. El ideal de felicidad y
de santidad que se propone a las aspiraciones de los cristianos con-
siste en llegara ser "sacerdotes de Dios y de Cristo".
Al sacerdocio se le añade la realeza. Esta es la primera vez en
que ésta no precede al sacerdocio, sino que le sigue. En este punto
Juan se muestra menos dependiente que antes respecto al texto de
Ex 19, 6. Pero se cuida mucho de omitir el aspecto de la realeza.
Lo había ya mencionado en la visión, al final de 20, 4, con las dos
especificaciones que encontramos en 20, 6: reinar "con Cristo" y
reinar "durante mil años". La primera especificación subraya la
unión con Cristo en la gloria, que corresponde a la fidelidad que se
mantuvo para con él en medio de la prueba. Los mártires fueron
decapitados "por causa del testimonio de Jesús" (20, 4); y "por
causa de la sangre del Cordero" combatieron también victoriosa-
mente (12, 11). Lo mismo que participaron de su pasión, tienen
también parte en su poder. Ya la conclusión de la carta a Tiatira
prometía esta asociación al reino mesiánico:

Al vencedor, al que guarde mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las
naciones ...; yo también lo he recibido de mi Padre (Ap 2, 26.28).

c) En nuestro texto (20, 6) hay una determinación nueva que


precisa la duración de ese poder y que suscita necesariamente nues-
tra perplejidad. Los primeros resucitados reinarán con Cristo du-
rante "mil años". ¿Qué es lo que significa esto? Según lo que se ha
dicho en los versículos anteriores, esos "mil años" representan la
duración de un periodo de remisión, que constituye la penúltima
fase de los acontecimientos escatológicos. Una vez decidida la suer-
te de la Bestia y de su falso profeta -es decir, del poder totalitario
y de la ideología que se pretende justificar-, un ángel somete al
dragón, esto es, a Satanás y lo encadena durante mil años. Al cabo
de este plazo, el dragón "tiene que ser soltado por poco tiempo".
Será entonces el último combate, que terminará con su derrota de-
finitiva, y vendrá el juicio final y la inauguración de la nueva Jeru-
salén.46
El significado que hay que dar a los "mil años" ha sido, como
es natural, objeto de infinitas discusiones. Estaría fuera de nuestro
tema pasar aquí revista a todas las opiniones y hacer un examen
profundo de este problema. Muchos autores antiguos, tomando al
pie de la letra las visiones del Apocalipsis, creyeron encontrar en
ellas el "milenarismo", una teoría inspirada en ciertas especulacio-
nes mesiánicas judías y en ilusiones humanas universales: antes de
la resurrección general, Cristo volvería a la tierra para reinar en ella
durante diez siglos y asociaría a ese reinado a los cristianos de ma-
yor mérito, que habrían sido resucitado s previamente. Sería un pe-
riodo de felicidad terrenal extraordinario, cuya evocación permite
dar rienda suelta ala imaginación. Este género de interpretaciones
no tiene en cuenta el hecho de qu~el Apocalipsis se expresa conti-
nuamente en lenguaje simbólico. Si se le interpreta como si comuni-
case unos datos materiales concretos, es seguro que se le entenderá
mal. Por otra parte, el milenarismo añade al texto muchos elemen-
tos que no es posible encontrar allí. En este pasaje (20, 4-5) Juan
no afirma ni un retorno de Cristo ni un reinado suyo en la tierra.
En reacción contra el milenarismo, la interpretación agustiniana
adopta perspectivas sumamente amplias. El reinado de los mil años
se considera como una representación simbólica del tiempo de la
iglesia, desde la resurrección de Cristo hasta el fin del mundo. La
"primera resurrección" se entiende de la regeneración de los cre-
yentes que se realiza en el bautismo. Después de ser bautizados, los
cristianos son ya reyes con Cristo. Esta segunda interpretación ase-
meja el texto de 20, 6 a los otros dos textos (1, 6; 5, 10) que
afirman efectivamente la realeza sacerdotal de los cristianos. Pero
se olvida de que el contexto da en esta ocasión algunas indicaciones
muy diferentes. Según la frase de 20, 4, los primeros resucitados
son ante todo y sobre todo los cristianos que han sido decapitados
por causa de su fe. Por tanto, no se trata de unos bautizados cuales-
quiera.
Por eso vale más ver en Ap 20,4-5 la expresión vigorosa de una
certeza que se expresa con frecuencia en el nuevo testamento: "Si
hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos
firmes, también reinaremos con él" (2 Tim 2, 11_12).47
Juan no -se contenta con repetir este principio general; su mira-
da de fe vislumbra en él una aplicación más concreta en el caso de los
mártires y de los otros cristianos ejemplares: puesto que han partici-
pado más intensamente de la pasión de Cristo, tienen ya, sin aguar-
dar más, una participación efectiva en su reinado. Los mártires y los
santos "viven" (20, 5) desde ahora con Cristo y así como la fecun-
didad de la pasión de Cristo no se ha manifestado solamente por su
gloria celestial, sino también por la extensión de su reinado espiri-
tual sobre la tierra, del mismo modo los mártires y los santos goza-
rán también de cierto poder sobre la tierra, en unión con él. Su
victoria le proporcionará a la iglesia un largo periodo de paz y, le
asegurará una nueva vitalidad. En este sentido, al parecer, podría
comprenderse mejor la afirmación de un reinado de los mártires y
de los santos con Jesucristo durante mil años, antes de la resurrec-
ción general. Y este reinado va estrechamente unido a su sacerdocio,
es decir, a la relación privilegiada que tienen ya ahora con Cristo y
con Dios. En esta frase del Apocalipsis nos está permitido recono- .
cer entonces, no solamente uno de los primeros testimonios de la
veneración que la iglesia concedió muy pronto a los mártires y a los
santos, sino también el fundamento de la piedad que desde los
primeros siglos llevó a los cristianos a recurrir a su intercesión. Si
son sacerdotes de Cristo y reinan con él, no será ciertamente inútil
dirigirse a ellos.
Sea cual fuere la interpretación que· se adopte para el reinado
de los "mil años", hay que reconocer que en su extraña originalidad
el tercer texto sacerdotal del Apocalipsis descubre un poderoso di-
namismo. En vez de intentar, como los dos anteriores, suscitar en
el corazón de los fieles sentimientos de admiración y de reconoci-
miento por el don ya recibido de la realeza sacerdotal, toma como
objetivo llevarlos a un cumplimiento superior de su sacerdocio real.
Pone ante su vista el ejemplo de los mártires y de otros cristianos
ejemplares y les muestra la felicidad y la santidad que les ha propor-
cionado su fidelidad sin tacha. Es significativo que Juan no haya
encontrado mejor expresión para esta felicidad y esta santidad que
la afirmación de una relación sacerdotal con Dios y con Cristo,
unida a una participación personal en su reinado, ya antes del final
de los tiempos.
d) Después del último combate escatológico (20, 7-15), la des-
cripción de la dicha final de que gozarán los elegidos no encierra
ninguna mención explícita de la dignidad sacerdotal. Se les promete
una relación más estrecha todavía con Dios, una relación filial:
"Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él y él será
hijo para mí" (Ap 21, 7). Sin embargo, también aquí está subyacen-
te el tema del sacerdocio, puesto que se sigue hablando de culto. En
la nueva Jerusalén "estará el trono de Dios y del Cordero y los sier-
vos de Dios le darán culto" (Ap 22, 3);
A ejemplo del sumo sacerdote que llevaba en la frente una dia-
dema de oro con la inscripción "Consagrado a Y ahvé", los elegidos
"llevarán el nombre de Dios en la frente" 48, pero su intimidad con
Dios irá incomparablemente más allá de lo que podía pretender el
sumo sacerdote. Se realizará en plenitud la aspiración que se expre-
saba en el culto antiguo, pero que entonces era imposible de satis-
facer, incluso en la liturgia del gran día de la expiación. Admitidos
en la presencia de Dios, sus siervos "verán su rostro" 49. Con este

48. Ap 22, 4; d. Ex 28, 36-38; 39, 308.


49. Ap 22, 4; d. Sal 42, 3; Ex 33, 20.23; Lev 16, 2. 13.
cumplimiento perfecto del sacerdociO el Apocalipsis no deja de unir
el cumplimiento de la realeza, añadiendo como últimas palabras de
esta última visión: "Y reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5).
De esta forma sigue siendo fiel a la orientación que había tomado
ya en la doxología inicial (l, 6).

Conclusión
Es precisamente esta unión entre la dignidad real y la dignidad
sacerdotal lo que constituye la aportación específica del Apocalipsis
en los textos que hemos estudiado. Este tema ocupa un lugar de pri-
mer plano en el conjunto del libro. En medio de unas circunstancias
que hacían aparecer a los cristianos como víctimas y como condena-
dos, Juan les invita a reconocer con orgullo que son en realidad sacer-
dotes y reyes, es decir, que tienen una relación privilegiada con Dios
y que esa relación representa un papel decisivo en la historia del mun-
do. Su realeza sacerdotal se presenta como el punto culminante de la
obra redentora de Cristo (1, 6; 5, 10). La plena realización de esta do-
ble dignidad se presenta como la cima de la alegría y de la santidad
cristianas (20,6); por tanto, vale la pena alcanzada a costa de los ma-
yores esfuerzos o, por mejor decir, a costa de la asociación más estre-
cha posible con la pasión de Cristo. El tema se evoca siempre en un
contexto glorioso: el de una doxología en 1, 6, el de un cántico de ala-
banza en 5, 10, el deuna bienaventuranza en20, 6. Pero nunca falta la
evocación del camino de sufrimiento que lleva a esa gloria: la sangre
de Cristo en 1, 6 y en5, 9-10, y el martirio de los cristianos en 20,4.
La unión de la realeza y del sacerdocio corresponde a un rasgo
esencial de la perspectiva del Apocalipsis, que consiste en establecer
una conexión muy fuerte entre el culto y la vida, entre la liturgia ce-
lestial y la historia terrena. De este modo se expresa la convicción
profunda de la importancia decisiva que tiene la relación con Dios
para todas las dimensiones de la existencia humana. Para explicar
de qué forma se ejerce en este mundo el sacerdocio de los cristia-
nos, el Apocalipsis no utiliza el vocabulario sacrificia1. Como no
dice que Cristo "se ofreció en sacrificio", tampoco invita a los cris-
tianos a "ofrecerse a sí mismos". Prefiere un vocabulario realista,
que habla de paciencia y de fidelidad, de tribulación, de degüello
y de decapitación, de vitoria sobre todo. De esta manera subraya
que es en la realidad de la existencia donde debe concentrarse la re-
lación sacerdotal de los cristianos con Cristo y con Dios. Pero por
su manera de evocar la liturgia celestial, el Apocalipsis señala bas-
tante bien que la fidelidad cristiana encuentra primero su inspira-
ción y luego su plenitud en el encuentro litúrgico con el Señor.
Al final de este estudio, resulta difícil no experimentar una im-
presión de asombro ante la manera como ha tratado el nuevo testa-
mento la cuestión del sacerdocio. Al empezar, la situación se veía
enmarañada de ambigüedades difíciles de desenredar por el hecho
de que los sumos sacerdotes judíos ejercían también, desde un pun-
to de vista teocrático, el poder político. Peor aún, los cristianos
chocaban ante ellos con una actitud de hostilidad: los sumos sacer-
dotes, como miembros del sanedrín, se habían pronunciado en con-
tra de Jesús y 10 habían entregado a Pilato, manteniendo desde
entonces una oposición activa contra la joven iglesia cristiana.
A este conflicto exterior se añadía un problema de fondo que
podía parecer insoluble: ¿ qué relación podía establecerse entre la
fe en Cristo y la institución sacerdotal? Ni por su nacimiento, ni
por su ministerio, ni por su muerte, Jesús se presentaba como sacer-
dote en el sentido antiguo de la palabra. Por tanto, la predicación
primitiva no 10 presentó como sacerdote. Los que él había encarga-
do de predicar su evangelio tampoco pensaron nunca en tomar
para ellos mismos este título, ya que según la mentalidad de la
época su ministerio no era un sacerdocio: no estaba vinculado a un
edificio sagrado ni tenía nada que ver con la inmolación de animales
o con otros ritos de este género. Así pues, había una verdadera
ruptura entre la nueva fe y el sacerdocio antiguo. Y nadie pensaba
en disimular este hecho. Al contrario, era conveniente marcar más
bien las diferencias.
.-
Pero ¿se trataba acaso de una ruptura total? Ahí estaba el pro-
blema. Los textos del antiguo testamento sobre el sacerdocio, textos
inspirados por el Espíritu de Dios, ¿no tenían ya ningún significado
para los cristianos? ¿Era posible considerarlos en adelante como
inexistente s y proclamar que las comunidades cristiana no tenían
nada que ver con el sacerdocio? La fe de la iglesia no se orientó
nunca en este sentido negativo. No podía hacerla por su fidelidad
a la posición de príncipio que había tomado el mismo Jesús, que
había dicho: "No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt
5, 17), e igualmente por la atención que tenía que dirigir a unos
datos evangélicos concretos, el más importante de los cuales eran
las palabras de Jesús sobre la sangre de la nueva alianza 1. La inter-
pretación sacrificial de la muerte de Jesús se imponía cada vez más
a la fe, ya que se mostraba necesaria para expresar el valor profun-
do del acontecimiento. Pero si se reflexionaba en ello, se veía que
esto suponía una reelaboración completa .de la idea de sacrificio.
En vez de una ceremonia ritual, realizada con la sangre de un ani-
mal, había que vérselas con un acontecimiento tremendamente real
de la historia humana, en la que Jesús había comprometido todo su
ser de hombre en el camino de la obediencia a Dios y del don de
sí mismo a sus hermanos, hasta la muerte. En ese "sacrificio" no
era ya una víctima animal la que había sido ritualmente "santifica-
da", sino que era el hombre mismo, en Jesús, el que había quedado
transformado, y esto desde un doble punto de vista a la vez: había
sido elevado a una relación nueva con Dios, en la gloria, y había
adquirido al mismo tiempo una nueva capacidad de comunión con
los demás hombres. Así es como se llevó a cabo la nueva y definitiva
alianza.
La reelaboración de la idea de sacrificio ponía en el camino de
una comprensión nueva del sacerdocio. Puesto que Jesús se había
ofrecido a sí mismo en sacrificio perfecto -a Dios y para los hombres-,
era preciso reconocerlo como el sacerdote perfecto, mediador de la
nueva alianza. Es la epístola a los Hebreos la que desarrolla metódi-
camente este descubrimiento doctrinal. No vamos a repetir aquí las
conclusiones que ya enunciamos anteriormente, después del estudio
de este escrito magistral 2. Observemos simplemente que no existe eh
todo el nuevo testamento otra exposición de cristología que pueda
compararse en extensión y en presentación sistemática con la cristo-
logía sacerdotal de la f;pístola a los Hebreos. Es verdad que la epístola a

1. 1 Cor 11, 25; Mt 26,28 par.


2. Cf. la conclusión del capítulo 9, p. 242-246.
los Romanos contiene una exposición doctrinal más amplia, pero
precisamente por eso no está consagrada solamente a la cristolQgía
de una forma tan estricta ni tan metódica, sino que abarca otros
muchos temas.
Por su masa imponente, la cristología sacerdotal de la epístola
a los Hebreos pone fuertemente en evidencia el punto más impor-
tante de la posición cristiana en materia de sacerdocio, a saber: no
existe más que un solo sacerdote en el pleno sentido de la palabra,
Jesucristo. Efectivamente, sólo Cristo ha sido capaz de cumplir la
función esencial del sacerdote, que consiste en establecer una me-
diación entre Dios y los hombres. El es el único mediador. Para
llegar a una relación auténtica con Dios, es menester pasar necesa-
riamente por él y más concretamente por su sacrificio. Ningún
hombre puede prescindir de la mediación de Cristo y ninguno
puede sustituir a Cristo para cumplir esta función respecto a otras
personas. Así pues, un solo sacerdote nuevo sucede a la muche-
dumbre de sacerdotes antiguos. Es lo que quiere subrayar el título
de la presente obra.
Sin embargo, todavía sigue siendo posible y justificable hablar
de "sacerdotes" en plural, con tal que no sea en detrimento de esta
posición de base. Lo hace así el Apocalipsis, apoyándose en una
promesa del antiguo testamento. El Apocalipsis atribuye el título
de "sacerdotes" a todos los cristianos y se lo promete de una mane-
ra especial a los cristianos que hayan llevado su fidelidad hasta el
martirio. Pero declara explícitamente que ese sacerdocio depende
de Cristo; es su obra, una obra admirable. La primera carta de
Pedro utiliza una formulación más matizada y elabora de forma
más precisa la doctrina del sacerdocio común, mostrando claramen-
te que es poseído por todos los cristianos juntamente gracias a su
adhesión a Cristo y que sólo se ejerce a través de la mediación de
Cristo.
Esta comunicación del sacerdocio al conjunto de la iglesia, "or-
ganismo sacerdotal", manifiesta un aspecto característico de la me-
diación de Cristo, aspecto que se expresa bajo diversas formas en nu-
merosos escritos del nuevo testamento, particularmente en la teolo-
gía de Pablo y en la de Juan. Lo que caracteriza a la mediación de
Cristo es que supera lo que ordinariamente se entiende por media-
ción. En efecto, Jesucristo no es un intermediario exterior entre el
hombre y Dios, que se esfuerce con sus buenos oficios por restable-
cer la concordia entre las dos partes. Es el que realizó en su propia
persona la unión completa entre el hombre y Dios, en beneficio de
todos los hombres. Por este hecho, el sacerdocio de Cristo está
fundamentalmente abierto a la participación. El que se adhiere a
Cristo se asocia a su sacerdocio, ya que encuentra en Cristo una
relación inmediata con Dios. En cierto sentido, la mediación exte-
rior de Cristo siempre es necesaria: es imposible llegar hasta el
Padre sin pasar por él (Jn 14, 6), pero esta mediación no queda en
la realidad externa: los creyentes son asimilados a Cristo, se con-
vierten en miembros de su cuerpo, con y en él constituyen el san-
tuario de Dios y son sacerdotes de Dios. La misma epístola a los
Hebreos señala bien este aspecto, aunque no hable de sacerdocio
para los creyentes. Efectivamente, en esta carta se proclama que la
situación religiosa de ·los hombres ha quedado radicalmente trans-
formada por el único sacrificio de Cristo. A un sistema de santifica-
ción por medio de separaciones rituales ha sucedido un dinamismo
de participación y de comunión, puesto en obra por la ofrenda
sacerdotal de Cristo y que hace que todos, en adelante, hayan que-
dado invitados a acercarse a Dios sin temor alguno y a ofrecerle
toda su existencia, poniéndola por eso mismo al servicio de la co-
munión entre los hombres.
En este dinamismo sacerdotal de participación y de comunión,
¿qué lugar ocupan aquellos que han sido llamados al ministerio
apostólico y pastoral? ¿Hay que atribuirles la cualificación sacerdo-
talo hay más bien que negársela?
A primera vista está perfectamente claro que se la tenemos que
atribuir; en cuanto creyentes que se adhieren a Cristo y aceptan
verse arrastrados en el movimiento de su ofrenda, los ministros de
la iglesia forman parte evidentemente del "organismo sacerdotal"
formado por el conjunto de los cristianos. También ellos, como
todos sus hermanos en la fe, están llamados a "ofrecer sacrificios
espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo", a "elevar
incesantemente hacia Dios, por Jesucristo, un sacrificio de alaban-
za" ya "no olvidarse de hacer el bien y de practicar la mutua ayuda
comunitaria, ya que semejantes sacrificios son los que agradan a
Dios". Por eso tienen que "presentarse ellos mismos a Dios en sa-
crificio vivo y santo que le resulte agradable" 3, realizando de este
modo el culto cristiano existencial, que consiste en la transforma-
ción de la vida entera por medio de la caridad divina.
Pero la cuestión que se plantea es más concretamente la siguien-
te: además de esta cualificación sacerdotal común a todos, ¿hay
motivos para recónocerles a los ministros de la iglesia una cualifica-
ción sacerdotal particular? La respuesta que se desprende de los
textos estudiados es doble: por una parte se ha podido constatar
que ningún texto del nuevo testamento concede a los apóstoles ni
a los demás ministros de la iglesia un título sacerdotal explícito,
pero por otra parte el desarrollo doctrinal que es posible observar
en el interior del nuevo testamento nos pone claramente en camino
de una comprensión sacerdotal del ministerio.
No cabe duda de que la ausencia de todo título sacerdotal mani-
fiesta que en su origen los ministerios cristianos no se comprendi-
ron como una continuidad del sacerdocio antiguo. El primer aspec-
to que se tuvo en· cuenta fue el de ·la diferencia y este aspecto no
puede negarse ni olvidarse jamás. Por otra parte, está el hecho de
que el interés que más tarde se dirigió al cumplimiento del sacerdo-
cio tampoco tuvo como consecuencia inmediata la adopción de tí-
tulos sacerdotalespara los ministerios, sino que desembocó en pri-
mer lugar en el desarrollo de una cristología sacerdotal (carta a los
Hebreos) y en el esbozo de una eclesiología sacerdotal (primera
carta de Pedro). Es éste un hecho que no carece de significación.
En efecto, traduce un cambio profundo en la manera de compren-
der el culto y el sacerdocio; en lugar de poner en primer plano la
expresión ritual, se tuvo en cuenta ante todo las realizaciones exis-
tenciales. El sacerdocio de Jesucristo no se realizó en una ceremo-
nia, sino en un acontecimiento, en la ofrenda de su propia vida. El
sacerdocio de la iglesia no consiste en celebrar unas ceremonias,
sino en transformar la existencia real abriéndola a la acción del
Espíritu santo y a los impulsos de la caridad divina. Desde este
punto de vista específicamente cristiano, los ministerios ordenados
están al servicio del sacerdocio común, y no viceversa.
Dicho esto, hemos de recordar una distinción que aparece en el
nuevo testamento entre dos aspectos del sacerdocio de Cristo, a
saber, el aspecto de ofrenda existencial y el aspecto de mediación.
Jesucristo se ofreció a sí mismo, es decir, puso toda su existencia
de hombre a la disposición de Dios para la salvación de sus herma-
nos (aspecto de ofrenda). Además, por medio de este sacrificio de
sí mismo, realizó en su propia persona la alianza perfecta entre el
hombre y Dios, de tal manera que por él y en él todos los seres
humanos pudieran entrar en relación íntima con Dios (aspecto de
mediación). El aspecto de ofrenda se encuentra de nuevo en el
sacerdocio de todos los cristianos, a los que se invita a caminar
hacia Dios con toda seguridad y a ofrecer sus sacrificios, es decir
-repitámoslo-, a abrir su propia existencia personal y social a la
acción transformadora de Dios. El aspecto de la mediación en sen-
tido fuerte, tal como el que acabamos de indicar, pertenece exclusi-
vamente a Cristo: "Porque hay un solo Dios, y también un solo
mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también,
que ~e entregó a sí mismo como rescate por todos" 4. La posibilidad
que tienen los cristianos de abrir su existencia a Dios no existe sin
la mediación sacerdotal de Cristo; y esa posibilidad sigue estando
ligada a esa mediación.
Si, manteniendo esta distinción como fundamento de todo, se
consideran los textos del nuevo testamento que expresan las carac-
terísticas del ministerio apostólico o pastoral cristiano, se constata
que esos textos presentan a los ministros de la iglesia como instru-
mentos vivos de Cristo mediador, y no ya como delegados del pue-
blo sacerdotal. La epístola a los Hebreos sitúa del lado de Cristo
sacerdote a los "dirigentes" de la comunidad evocando su ministe"
rio de la palabra, su cura de almas, su autoridad 5 (no olvidemos
que, según esa epístola, uno de los aspectos del sacerdocio de Cris-
to es el poder de hablar en nombre de Dios). Y también es del lado
de Cristo donde Pedro pone a los "presbíteros" encargados, en
nombre del "mayoral" (archipastor), de apacentar "la grey de Dios"
que es al mismo tiempo la "casa espiritual destinada al ejercicio de
un sacerdocio". 6
Pablo, por su parte, define su ministerio por medio de una fór-
mula que, sin confundirlo con las funciones de lo~ sacerdotes anti-
guos, expresa con claridad su comprensión sacerdotal, aunque mar-
cando debidamente su subordinación a la actividad de Cristo 7. El
apóstol se atribuye un papel sacerdotal, el de intervenir para que
"la oblación de los gentiles" sea agradable a Dios, gracias a su trans-
formación. por el fuego del Espíritu. Sin embargo, es evidente que
Pablo no pretende disponer él mismo del Espíritu santo. Es Cristo
el que se sirve del ministerio de Pablo a fin de comunicar el Espíri-
tu a los que alcanza ese ministerio.
Mientras se iba elaborando la doctrina del sacerdocio de Cristo
-que no quedó elaborada más que en una de las últimas epístolas
del nuevo testamento-, no era posible pensar en atribuir a los mi-
nisterios cristianos una cualificación sacerdotal, ya que esto los ha-
bría puesto al mismo nivel que el sacerdocio antiguo, con el que
tenían una diferencia radical. Pero una vez llevado a cabo este desa-
rrollo doctrinal, apareció su relación con el nuevo sacerdocio, y
esto incluso a través de unas fórmulas que no eran específicamente
sacerdotales. Pablo, por ejemplo, define el ministerio apostólico
como una capacidad de origen divino y no humano, que hace de los

4. 1 Tim 2, 5.
5. Heb 13,7.17; d. supra, p. 240·242.
6. 1 Pe 5, 1-4; 2-5; cf. supra, p. 277s ..
7. Rom 15, 16; cf. supra, p. 279s.
apóstoles los "ministros de una alianza nueva" (2 Cor 3, 6). En sí
misma, esta fórmula no tenía nada de sacerdotal, pero después de
que la epístola a los Hebreos demostrara que para Cristo el sacer-
dacio consistió en hacerse, santificándose a sí mismo, "mediador
de una alianza nueva", la frase de Pablo adquiría necesariamente el
sentido de una asociación al sacerdocio de Cristo. Esto mismo se
puede decir del "ministerio de la reconciliación" confiado a los
apóstoles por Dios, en relación inmediata con la obra de reconcilia-
ción realizada por la cruz de Jesucristo (2 Cor 5, 18).
Estos textos y algunos otros revelan que el ministerio apostólico
y pastoral cristiano tiene como función específica manifestar la pre-
sencia activa de Cristo mediador o -en otras palabras- de Cristo
sacerdote en la vida de los creyentes, a fin de que éstos pudieran
acoger explícitamente esta mediación y transformar gracias a ella
toda su existencia. Así pues, este ministerio tiene que ser reconoci-
do como sacerdotal'en este sentido. Comparado con el sacerdocio
común 8, puede ser llamado más específicamente sacerdotal, puesto
que la mediación de Cristo se hace presente por medio de él y el
elemento más específico del sacerdocio es el ejercicio de la media-
ción entre Dios y los hombres. Pero por otro lado se puede también
pensar que es menos realmente sacerdotal, ya que no realiza por sí
mismo la mediación, mientras que el sacerdocio común es una
transformación real de la existencia. Sin embargo, no se trata en los
dos casos del mismo aspecto del sacerdocio: ~l sacerdocio común
~s ofrenda personal, mientras que el ministerio pastoral es.manU:~-
!ación tangible de la mediación sacerdotal de Cristo.
Pero hemos de guardamos de endurecer esta distinción, ya que
eso daría una idea falsa de la estructura de la iglesia. Los pastores
no están se arados del rebaño, sino ue forman arte de él, someti-
dos como están tam ién e os a to as as exigencias e a vocación
cristiana. Su ministerio no les autoriza ni mucho menos a formar
una casta aparte; al contrario, los pone al servicio de la comunión
entre todos. ~n cuanto al sacerdocio común, sería una desfigura-
ción del mismo reducido a la práctica de un culto individual, ya
qg!':~~!!Jealidadestá emparentado muy de cerca con el ejercicio de
':lna mediación. Puesto que el culto cristiano consiste en transfor-
mar el mundo por medio de la caridad divina, su tarea principal
c9.º~g~~!!_~~12!ec~.J' en J~orecer la comunión. Uniéndose por
medio de una vida de amor al movimiento de la ofrenda de Cristo,

8. Cf. Sacerdoce commun et sacerdoce ministérie1. Distinction et rapports:


NRT 97 (1975) 193-207.
el. pueblo sacerdotal pone en obra un dinamismo de amor que se
propaga por el mundo y lo va transformando progresivam~tl~. Esta
tarea, como es evidente, guarda más relación con una actividad
mediadora que con las ofrendas rituales concebidas a la manera del
culto antiguo. Sigue en pie el hecho de que no puede realizarse ll}~
que gracias a la mediación sacerdotal de Cristo, la cual no puede
~~r acogida más que si se manifestara, pe ahí la existencia de un
J!linisterio en donde pueda hacerse visible y operante.
Estas reflexiones no· pretenden ciertamente agotar el tema ni
resolver todos los problemas. Su ambición es más modesta: contri-
buir a la discusión a partir de los datos del nuevo testamento y en
relación con la tradición viva de la iglesia. En efecto, las perspecti-
vas son diversas en función de las diversas experiencias. La utiliza-
ción de las categorías sacerdotales encierra un peligro manifiesto, el
de una vuelta inconsciente a la concepción ritual del culto del anti-
guo testamento. De ese modo se llega a hacer del sacerdote cristia-
no un nuevo" sacerdote antiguo". En el pasado no siempre se evitó
ese peligro de regresión. Sin embargo, en nuestros días se da más
bien la tendencia contraria, que es la que al parecer se ha hecho
dominante: la que inclina a prescindir de la expresión sacerdotal de
la realidad cristiana. ¿No será esto otro género de regresión? No
hay un esfuerzo en ese caso por asimilar la concepción nueva del
sacerdocio, tal como se elaboró en el nuevo testamento, y se siguen
repitiendo, en la discusión de este problema, las ideas antiguas so-
bre el culto sacerdotal, como si no existieran otras ideas.
Se necesita un esfuerzo constante para mantener la orientación
cristiana auténtica, que consiste en no levantar murallas entre la
existencia concreta y la relación con Dios, ni entre la relación con
Dios y la existencia real, sino en unirlas lo más íntimamente posible,
de manera que la vida humana quede transformada por completo,
gracias a la mediación de Cristo que comunica el fuego del Espíritu,
para hacer de ella una ofrenda continua de obediencia filial a Dios
y de entrega fraternal a los hombres.
R. E. Brown, Priest and bishop. Biblical reElections,New York/Toronto 1970.
C. Brütsch, Clarté de l'Apocalypse, Geneve 21970.
J. Cerfaux-J. Cambier, El Apocalipsis de sanJuan leído a los cristianos, Madrid 1968.
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J. Delorme (ed.), El ministerio y los ministerios según el nuevo testamento, Madrid
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J. H. Elliott, The elect and me ho1y. An exegetical examination oEI Peter 2: 4-10 and
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lichen Dienstes, Fribourg-en-B. 1961.
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C. Spicq, L'épitre aux Hébreux I-II, Paris 1952s; Les épitres de saint Pierre, Paris
1966.
R de Vaux, Instituciones del antiguo testamento, Barcelona 1964.
CD: Escrito de Damásco (manuscrito hebreo emparentado con 1 QS).
De opifmundi: Filón de Alejandría, De opificio mundi (Sobre la creación del
mundo).
Filón de Alejandría, Legum al1egoriae (Comentario alegórico de las
leyes de Moisés).
4 Mac: 4.° libro de los Macabeos.
1 QS: Regla (séder) de la comunidad, encontrada en la cueva 1 de
Qumran.
1 QpHab: Comentario (péshér) de Habacuc, encontrado en la cueva 1 de
Qumran.
Test.]uda: Testamento de Judá (en Los testamentos de los doce patríarcas).
Test.Levi: Testamento de Leví (ibid.).
Test.Ruben: Testamento de Rubén (ibid.).
Test.Símeon: Testamento de Simeón (ibid.).

SIGLAS DE LAS OBRAS


Y DE LAS REVISTAS CIENTIFICAS

Bib: Biblica, Roma.


BZ: Bibliscbe Zeítscbrift, Paderborn.
MüTZ: Muncbener Theologíscbe Zeitscbríft, Munich.
NRT: Nouvelle Revue tbéologique, Tournai.
NTS: New Testament Studies, Cambridge.
NT: Novum Testamentum, Leyde.
RE: Revue bíblique, Gabalda, Paris.
RHPR: Revue d'Histoire et de Pbílosopbie religíeuses, Strasbourg.
RSPT: Revue des Scíences pbilosopbíques et tbéologiques, Vrin, Paris.
RSR: Recbercbes de Science religieuse, Paris.
RQum: Revue de Qumriin, Letouzey et Ané, Paris.
RThom: Revue tbomiste, Toulouse/Bruxelles.
Sal: Salesianum, Turin.
SvExAb: Svensk Exegetísk Arsbok, Uppsala.
TWNT: Tbeologíscbes Worterbucb zum Neuen Testament, Stuttgart 1933-1979.
TZ: Tbeologiscbe Zeítscbrift, Bale.
VD: Verbum Domíni, Roma.
ZNW: Zeitscbríft Eür díe neutestamentlicbe WissenscbaEt und die Kunde der
alteren Kircbe, Berlin.
ZTK: Zeitscbríft Eür Theologíe und Kírche, Tübingen.
Acción de gracias: 20, 262 cf. oración asamblea:
acontecimiento: 88, 138, 146, 159-161, - de Israel: 61-62, 73
155, 206, 217, 243, 288, 290-291, - cristiana: 272, 292, 310 d. comu-
300, 301, 305-306, 318, 321 cf. nidad, iglesia
cumplimiento asimilación:
alianza: - condición del sacerdocio: 84-87
- antigua: 56, 71, 176, 184, 190- - sin el pecado: 126, 145 d. hom-
191, 254, 263, 299; bre, humildad, relación, sufri-
-nueva: 71-72, 73,173,184,209- miento
214,217,229-230,244,269,318, autoridad:
323. - de los sacerdotes judíos: 19, 23-
- cf. amor, díatheke, mediación, 24,26,31-32,39,55-59,63,64
relación, sangre, testamento, - de la palabra de Cristo sacerdo-
amor: 22, 51, 83, 141, 142, 146, te: 109-112, 120, 156,244
211,233,237-238,243,263,284, - sobre la casa de Dios: 112-118,
291-293, 295, 298, 323 d. comu- 235, 236, 240, 244
nión, generosidad, solidaridad - de los "dirigentes": 240-241,
ancianos: 277-279,322 cf. enseñanza
- del pueblo judío: 24-26, 28, 31 Bautismo: 10, 19, 238-239, 251, 252,
- de la iglesia: 250, 275-279, 322 295,310,314,319
ángeles: 18, 111, 200-201, 297, 300- - de Jesús: 72
301, 305-306 bendición sacerdotal: 36, 37, 41, 42-
animales inmolados: 47, 53, 66, 127, 43, 48, 52, 68, 73, 74, 169 d. fun-
178, 207, 213, 214, 223, 294, 299, ción del sacerdote
317,318 Caridad divina: d. amor
apóstoles: 30-31, 279-281, 284~285, carne: 99,136-137,142,173,178,204,
322 215,235, 238-239, 241, 281
- Jesús "apóstol": 111 casa de Dios: 87, 24
archíéreus: 22-23, 57-58, 77-79, 246, - acceso reservado: capítulo 3
276 - construida por el Mesías: 69-70
- y Cristo sacerdote: 112-118, 235- - adorado como Dios: 300, 307,
236 311-312
- formada por los creyentes: 117- - y sacerdocio de los cnstlanos:
118, 237, 264-274, 321 cE. san- 264-267,299-308,309,316
tuario, templo, tienda - relación con apóstoles y presbíte-
cena: 71-72,211-212 cf. eucaristía ros: 277-278, 279, 322 cf. filia-
ción, glorificación, Jesús, media-
ceremonias de culto: 9,17,41-42,146, dor, mesianismo, sangre, sumo
178,188, 195,239-240,243,321 cf. sacerdote
ritos
crítica:
cielo: 47, 74, 118, 188, 189, 200-201,
- del mesianismo: 101-102
203, 208-209, 215-216, 287-288,
- de la ley: 175-176
299-301, 305-306, 316
- de la alianza: 190-191
comunidad: 51, 112, 238, 251, 261, - del ritualismo: 65
272, 285 cf. asamblea, iglesia - del.culto antiguo: 186-189, 193-
comunión con Dios: 48, 144,214,223, 196, 222-224 cE. diferencia, opo-
233, 236, 269, 304, 320 cE. media- sición, ruptura
ción, relación culto:
conciencia: 209, 218, 222, 223, 226, - antiguo: 17,26-27,39,41-42,56,
236,238,295 cE.perfeccionar, santi- 192-193, 298
ficar - criticado: 59-60, 66, 184-189,
consagración sacerdotal: 193-195
- necesidad: 41-42, 44 - distinto de la mediación: 49, 266,
- antigua, ritual: 46, 74, 86, 151- 321
152,171-172,196 - nuevo: 184-186, 197-246, 281-
- nueva, existencial: 88, 98, 146, 284,298,304,305-306,310-312,
150-15-1, 168, 169, 183, 227 316 cf. ceremonias, ofrenda, ora-
- que hace perfecto: 176, 179 ción, sacerdocio, sacrificio
- comunicada a los cristianos: 227- cumplimiento del plan de Dios:
228, 294-295 cf. perfeccionar, - problema: 33, 59, 64, 69, 83
santidad, teleiosis - aspectos necesarios: 148, 157-
continuidad: 147-148, 157-159 cf. 159,225,227,318
cumplimiento - en Cristo: 96, 149-150, 154-155,
162, 173, 197,210,218,243-246
Cristo: 91, 106, 165
- en el pueblo de los creyentes:
- ¿rey o sacerdote?: 101-102, 288-
261,293,299,315-316 cf. conti-
295
nuidad, diferencia, ruptura, se-
- no sacerdote terreno: 81
mejanza, superioridad
- hecho sumo sacerdote: 133-156,
243-246,285, 318-319 Debilidad: 86-87, 125, 131, 149, 152-
- a la manera de Melquisedec: 154, 178-180 cf. misericordia, peca-
171-180 do, prueba, tentación
- ofrecido en sacrificio: 197-219
diatheke: 190, 192,212-213
- causa de salvación: 227 -230, 234-
235 diferencia entre:
-y la casade Dios: 117-121,264- - Jesús y los sacerdotes judíos: 64-
268 68
- Cristo y los antiguos sumos sa- 183-186, 197-198, 253, 292-293,
cerdotes: 127-128, 148, 154, 155, 299-301
157-159,165-166,171-175 eternidad:
- Melquisedec y el sacerdocio leví- - del sacerdocio: 59, 163-167, 171-
tico: 169-171 174, 179, 180
- sacrificio de Cristo y culto anti- - de la salvación: 143, 198, 205,
guo: 197-219 213,214
- situación cristiana y situación an- - de la alianza: 217
tigua: 243, 260-261 - del reino: 268 cE. escatología
- ministerio apostólico y sacerdo-
eucaristía: 62, 238-239, 241-242, 245-
cio antiguo: 280, 320-321
246, 272-273, 281-283 cE. cena, sa-
Dios: 18, 28, 32, 36, 40, 41, 47, 87, cramentos
96-97, 154, 158, 189,216-217,244,
eulabeia: 139-141, 153,206
299, 300, 302, 324 cE. comunión,
mediación, relación, santidad, sepa- evangelio: 17-30, 58, 64-74, 20í-204,
ración, voluntad de Dios 215,216,279-281 d. enseñanza, pa-
labra de Dios
dirigentes: 25, 240-242, 245, 275, 297,
322 cE. autoridad, ministerios existencia:
- y voluntad de Dios: 38, 48
Eficacia: 196,209,221-231,239-240 - y bendición: 42, 48
enseñanza: 19,31,38,51,119 cf. auto- - y evasión piadosa: 186-187
ridad, evangelio, palabra de Dios - y transformación realista por
escatología: 60-64, 118,216-217,225 Cristo: 155, 188, 204, 206, 212,
- milenarismo: 313-314 217,218,221
- y vida cristiana: 233, 236-237,
escribas: 23, 28, 31, 39, 276 238-239,316
Escrituras: cE. cumplimiento. Véase el - y culto auténtico: 233, 240, 246,
índice de referencias bíblicas 282-284, 305, 321-322, 323-324
esperanza: 163,237, 309-310
d. amor, obediencia, solidari-
dad, voluntad de Dios
Espíritu santo: 162
expiación: 41, 42, 47, 52-54, 71-72,
-y Escritura: 193-195,229
73,82,93, 129, 130,210-212
- "fuego del cielo": 207-208, 269,
281 Fe: 31,55,58,83,110,112,125,231,
- y sacrificios cristianos: 281-283, 236, 252-253, 263-266, 284, 320 d.
321, 324 pistos
- y ministerio apostólico: 279-280, filiación:
322 - humana: 101, 166,170, 172,180
estructura: - divina: 90-92, 99, 135-136, 142-
- de la mediación: 48, 159-160, 143, 164, 166-169, 179,296
183, 186, 305 - de los cristianos: 142-143,315.
- del sacrificio: 291, 303, 307 fuego del cielo: 47,207-208, 233,281,
- de la iglesia: 273-274, 278, 297, 322, 324 cE. amor, Espíritu santo,
323 sacrificio
estructura literaria: 90-92, 10036, 103- funciones del sacerdote: 17-18,19,32,
108, 128-130, 133-134, 147-149, 36-43, 51, 129, 244, 262, 270, 284,
156, 159-161, 163-164, 169, 171,- 319
Genealogía: cf. filiación
generosidad: 22, 83, 234, 324 cf.
-
Jesús:
- y los sacerdotes judíos: 19-29,
amor, misericordia, ofrenda, solida- 55,64-68
ridad -yel sacerdocio: 73-74,81,83-84
- hombre abajado y glorificado: 89
gloria:
- comparado con Moisés: 108-114,
- del hombre: 97
120
- del sacerdocio: 85, 131, 132, 153
- hijo de Dios: 81
- de Cristo: 91, 97, 109, 267, 277,
- convertido en mediador: 173
292, 301, 312-313 - "la sangre de Jesús": 234-235 cf.
-del Creador: 115,301,312-313
Cristo, filiación, solidaridad
glorificación sacerdotal de Cristo: 102, Kippur: 4327, 47, 52, 53-54, 72-73,
117, 123, 124, 135, 146, 150, 163, 131-132, 193,315
167-168,180,183,202,209,217
Leví: 36, 37, 38, 46,56,59, 62-64, 66,
gracia: 49, 125, 126 cE.amor, generosi- 119, 127, 169-179, 294 cE. sacerdo-
dad, misericordia cio, sacerdotes
Hierateuma: 77-78,257-260,269-271 ley de Moisés:
cE.organismo sacerdotal, sacerdocio - reglamenta el sacerdocio judío:
hiereus: 17,22,24,35-36,57,69,77- 46, 86, 127, 136, 146, 152, 165
79, 246, 277, 281 cE. sacerdotes - enseñada por los sacerdotes: 38,
39, 121
hierourgein: 279-280
- excluye a Jesús del sacerdocio:
hombre: 64-65, 81
- vocación: 89, 96, 97 - sumisión de Jesús: 20, 65
- hecho perfecto en Cristo: 96, - superioridad de Jesús: 20
145, 152 - criticada: 136, 175-176, 187-188,
- transformado: 151, 167-168, 224-227, 228, 236, 263
205-206,229-230 - valor de revelación: 197
- salvado por la solidaridad del
Mediación sacerdotal: 48-49, 51-54
Hijo de Dios: 96, 143, 145 cf.
- ¿de Israel?: 45, 299
carne, conciencia, debilidad, re-
- ¿de la ley?: 176
lación, solidaridad, salvación
- ¿de los sacerdotes judíos?: 178,
humildad sacerdotal: 132, 134-135, 195, 196
146; 151, 153 cE. solidaridad - aspecto distinto del culto: 190-
Iglesia: 215, 273-274, 284-285, 320- 191,231
322, 323-324 cE. asamblea, casa de - posición de Cristo: 92, 98, 99,
Dios, comunidad, organismo sacer- 102,285
dotal, pueblo de Dios - y pasión: 151, 209-210, 295-296
individualismo: 12, 51, 117-118, 145, - perfecta: 218, 22615
271-273, 285, 296-297 - de Cristo mediador único: 231,
244,319.
innovación: 84-87, 101-102, 116, 128, - necesaria a todos: 234-236, 265-
148, 151-153, 195-196 cE. diferencia 266
instituciones antiguas: 18, 33, 35-54, - hecha presente en acciones: 238-
58-59 240, 282-283
- ineficaces 221-227 - y en personas: 240-242, 321-322,
- no privadas de valor: 189 322-323
- aspectos diversos: 156, 160, 186 - de Cristo: 95, 96, 136-137, 141-
- Y dinamismo de comunión: 299, 144, 153, 214, 224, 230
319-320,323-324· cf. filiación, re- - de los cristianos: 228-229, 233-
lación, solidaridad 234,237,318,324 cf. ley, volun-
Melquisedec: 36, 134, 143, 159-170, tad de Dios
180 obras buenas: 237, 281-284 cf. amor,
mesianismo: 59-64, 101-102 generosidad, solidaridad
-real: 27, 59-62, 63-64, 67-68, 91- ofrendas: 51-52, 129, 130-131, 137-
93, 114-115, 164-165,244-245 141, 149, 153-154, 159, 195-197,
- sacerdotal: 59-64, 93, 101-102, 205-209, 216-217, 222-224, 225-
115, 149-151 226, 230, 239-240, 244-245, 320-
- Y templo: 69-70, 202, 268 322, 323, 324 cf. oración, sacrificio
ministerios: 10, capítulo 39, 277-281, oposición: 24-33, 55, 136, 182, 191,
297,317,319-324 317 cf. crítica, diferencia, ruptura
misericordia: 21, 106-107, 123-128, oración: 137-141, 144, 149, 155, 205,
156,261 cf. amor, solidaridad 305-306 cf. acción de gracias, ofren-
muerte: das
- incompatible con el sacerdocio oráculo: 37, 51-52,159,162-163,178-
antiguo: 22, 87, 170, 173, 174, 179, 182, 186, 196-197 cf. cumpli-
180,310 miento, funciones del sacerdote, pa-
- no limita el sacerdocio de Cristo: labra de Dios .
170,173,174 organismo sacerdotal: 205, 258-259,
- ni el de los cristianos: 308-310 263,264-274,285,319-320 cf. casa
muerte de Jesús: 23, 89, 94 de Dios, sacerdocio
- ¿sacrificio?: 67-68, 71-72, 82, Pablo: 31-32, 50-51, 77-78, 80, 176,
290 196-197,246,279-281,319,321-323
- acto de solidaridad: 99, 137
- transformada y transformante: paralelismo: 147-149, 163-165, 198-
144, 229-230, 294-295, 304 201,214-215,277-278 cf. estructura
-ofrenda sacerdotal: 137-141, participación:
206,227,243, 318 - en el sacerdocio: 227-230, 244-
-alianza-testamento: 212, 214 246, 265-266, 319-320, 321-324.
- irreversible: 216-218 -en la suerte de Cri&to: 311-312,
- muerte de los cristianos: 306- 314 cf. comunión, relación, soli-
307, 314 daridad
Naciones paganas: 44-47, 59, 264, parresía: 126, 231-233
279-281, 302 pasión: 23-30, 71-72, 88-90, 92, 101-
.nombre: 102, 128, 136-143, 150-151, 183,
- del sacerdote: 35-36 201-202, 206-207, 215-216, 217-
- nombramiento por Dios: 129, 218, 267-268, 277-278, 283, 303,
132-133, 143, 145-146, 149-151, 306-308, 314, 316 cf. humildad,
159 obediencia, ofrenda, solidaridad,
- de Cristo: 100-102 sufrimiento
- de Dios: 42-43 pastor:
Obediencia: - Cristo: 240-241, 278
-los presbíteros: 277-279 cf. mi- - de la cristología: 101-102, 245-
nisterio, sacerdocio 246
pecado: 48, 56, 71-72, 82, 93, 125-126, - del mesianismo: 90-94, 298, 304
127, 153, 207, 210, 222, 224, 226- - del sacerdocio: 73,244-245,298,
227, 292, 293, 294, 295, 298, 311 304,318-319,324
cf. expiación - del sacrificio: 197-198, 205-209,
243,282-283,304,318 cf. cum-
pecador: 72-73, 178, 179, 207, 213- plimiento, diferencia
214,215, 226-227, 245 cf. perdón
relación:
Pedro: 23, 32, 77-80, 249-285, 319, - con Dios: 18, 19,27-28, 43, 49-
322 54, 97, 127, 141, 142, 144, 169,
perdón: 48, 72-73, 212-213 cf. expia- 178, 216-217,226-227,299,303-
ción, pecado, pecador 305,307,310-312,314-315,318,
324
perfección, perfecto, hacer perfecto:
- con los hombres: 49, 50-51, 99,
143-146, 154-155, 168, 198, 226-
229,230, 295 cf. consagración, san- 100-101, 128-130, 152
- unión de las dos relaciones en
tificar, teleiosis
Cristo: 92, 97-99, 100-101, 102,
pistos: 107-112, 115, 166-167 124,151,156,169,179-180,205,
presbíteros: 250, 275-279, 322 208-209, 214, 218, 228-229, 229-
231,296,318
profeta: 30, 45, 59-60, 60-61, 65. Véa-
- su unión en los cristianos: 117-
se el índice de referencias bíblicas
118,237,238,269,271-272,316,
de Isaías a Malaquías
319-320
prueba: 125-126, 138, 141-142, 237,
resurrección: 26,31,82,139,167-168,
307,313
173,178-179,201-205,268
pueblo de Dios: 17, 29, 32, 33, 44-47, -primera: 308-310 cf. glorifica-
71, 145, 176, 215, 215-216, 217, ción
244, 247-316 cf. iglesia, casa de
ritos antiguos:
Dios, participación
- descripción: 44-48, 192-193,
pureza: 207-209
-ritual: 19,20,21-22,42-43,46, -valoración: 20-21, 130-131, 187-
56,213-214,215 189, 193-196, 217-218, 226-227,
- de conciencia: 209-210, 222, 243
236-237, 294-295 - superación: 88, 138, 150-151,
Qumran: 597, 60-62, 118,211 178,208-209,212,217-218,226-
Realeza: 227,317-318,324
- del pueblo judío: 254-257, 262- - Y sacramentos: 239-240 cf. c.ulto,
263,293 sacrificio
- de Cristo: 29, 289 ruptura: 30,58,69, 128, 179-180, 191,
- de los cristianos: 263, 287, 291- 210,317 cf. cumplimiento, diferen-
294, 299-308 cia
- de los mártires y de los santos: Sacerdocio:
308-316 cf. mesianismo - vocabulario: 77-79
reelaboración: - judío: 18, 35-54, 56, 59-64
- de la alianza: 229-231 - del rey: 174
- del pueblo: 44-46, 253-257, 293 santidad: 41-42, 44-48, 52, 55, 56, 64-
- de Cristo: 69-74, 78-80, 84-88, 65, 72-73, 87, 141-142, 208, 226-
90, 92, 98, 103-128, 133-156, 227, 230-231, 263, 300-301, 307- .
157-168, 171-175, 178-180,234- 308, 311-312 cf. Dios, comunión,
236, 244, 265-266, 285, 289-290 consagración, perfección, separa-
- de los creyentes: 78-79,228-229, ción
249-316,319 santificar: 98-99, 154, 222, 226-227,
- apóstoles y presbíteros: 78-79, 228-229, 279-280, 294-295, 318 cf.
239-242, 271, 273-274, 277-281, . consagración, santidad
285, 320-324 cf. sumo sacerdote,
sacerdotes santo y santo de los santos: 52, 189,
193, 199-201, 279-280 cf. templo
sacerdotes:
- judíos: 17-22, 30-31, 46, 130- santuario:
131,207 - su construcción: 24, 114, 203,
- todos los israelitas: 254-256, 257- 265-274, 285
258,293 - terreno: 18, 25-26, 46-47, 52, 56,
- todos los cristianos: 9, 249,287- 192-194
308,319 - accesible a los sacerdotes: 39-40,
-los mártires y los santos: 307- 105
316, 319 cf. sacerdocio - destinado a la destrucción: 69-71
- espiritual: 202-203
sacramentos: 212, 215-216, 238-240,
-accesible a Cristo: 216-217
244-245 cf. bautismo y eucaristía
- abierto a los cristianos: 232
sacrificio: - celestial: 203, 305-306 cf. casa de
-ritual: 11-12,21,37,41-42, 47, Dios, santo, templo, tienda
51-52,56,67-68, 70-73, 128-132,
153-154, 226-227, 280-281 semejanza entre:
-de Cristo: 71-72, 82, 154-155, - Jesús y Moisés: 108-111, 114
159,178,197-219,243,290-291 -Cristo y Aarón: 147-149, 158
- Cristo y Melquisedec: 163-166
- de los cristianos: 233, 244-245,
280-281, 281-283 cf. culto, -la ofrenda de Cristo y los sacrifi-
ofrenda, ritos cios antiguos: 148-211
- el pueblo de los bautizados e Is-
sagrado: 21, 31, 36, 44, 52 rael: 253 cf. cumplimiento, conti-
salvación: 62-63, 84-85, 96-97, 141- nuidad
142, 143-145, 149-150, 155, 159-
separaciones rituales: 18,44-48,52-54,
161, 174, 180, 216-217, 221-231,
86-88, 193, 228-229, 256-257
237,261 - abolidas por Cristo: 65-66, 88,
sanedrín: 24-25,28,31,58, 68, 70 232,319-320
sangre: servidor:
- y carne: 99, 142, 215-216 -Moisés: 116-117
- de los animales: 47,53, 178,207,
223. solidaridad sacerdotal: 88, 95-99, 102,
- de alianza: 71-72,212-213 124, 127, 131·133, 144, 145, 150-
- de Cristo: 82, 197-203,204-206, 151, 152-153,20951,214
235,243,292-295,299,303,307- - cristiana: 233-234, 269 cf. comu-
nión, relación
308,310-311,312-313
- eucaristía: 238-239, 241-242 sufrimientos: 23-24, 87, 90, 99, 124,
141-145, 204-205, 226-227, 306-307-testimonÍo: 19, 263, 284, 306-308,
cfoprueba, obediencia, perfeccionar 308-309,310-311,312-313
sumo sacerdote: tienda:
- judío: 11, 20-21, 23, 26-30, 52- - primera: 188-189, 192-194, 203-
53, 57, 128-133 204,238-239
- sumos sacerdotes: 11, 22-33 - verdadera: 188-189, 198-205,
-Cristo: 84-180, 244, 265-266, 215,217-218,235
289-290 cfo sacerdocio tradiciones: 17-33,35,56,87-94, 151-
superioridad: 152, 201-202, 205-207
- de Melquisedec sobre Leví: 170 Unción sacerdotal: 46, 60-61,93-94
- de Jesús sobre la ley: 19-20, 20-
universalismo: 151-153,263-264,301-
21 302 cf. naciones
- sobre Moisés: 114
_ sobre el sacerdocio antiguo: 147, Vestiduras sagradas: 46, 49, 58, 86-87,
157-159, 171-175, 179-180,217- 289-290
218 víctima inmolada: 67-68, 82-83, 206-
- del sacerdocio de los cristianos 207, 243, 290-291 cf. animales
sobre la antigua alianza: 299 cf. victoria:
cumplimiento -de Cristo: 90,117-118,141-142,
Teleíosís: 90, 97-98,143-147, 154-155, 299-300
176-179, 183, 195-196, 222, 225, - de Dios: 305-306
227-229 cf. consagración, perfec- - de los cristianos: 306-307, 316
cIOnar
vida: 42-43, 173-174, 231, 310-311,
templo: 20-22, 23, 25-26, 30, 39, 40, 314, 316, 320-321 cfo existencia
47, 52, 56, 59-60, 69-70, 116-117,
189, 201-205, 205, 279 cf. casa de voluntad de Dios: 38, 39, 137, 141-
Dios, santuario 143, 153, 224, 225, 226, 230-231,
233, 237, 281, 314 cfo obediencia,
tentación: 125-126 cf. prueba
oración, victoria, vida
testamento: 190,213-214 cfo alianza
Génesis 21: 22,46,86.
14,18-20: 36, 162-165. 21,10-11: 310.
14,20: 169. 24,8: 21.
22,18: 45. Números
Exodo 3,10: 6518.
6,9: 140. 3,38: 39.
19,3: 293. 6,27: 43.
19,5-6: 254. 12,1-8: 109, 113, 116.
19,5: 45,256. 16,3: 133,25622•
19,6: 45,253,254-260,262, 28,9-10: 21.
284-287,299. Deuteronomio
19,7: 297. 7,6: 45.
19,8: 254. 12,13-14: 40.
22,27: 32. 18,5: 217.
24: 56. 33,8: 37.
24,4: 215. 33,9: 128.
24,5-8: 71. 33,9-10: 38,41.
24,7: 254. 34,10: 60.
25-31: 56.
1 Samuel
28,1-4: 49, 15244.
28,1: 2,35: 60.
133.
3,20: 10916.
28,36: 31548.
14,41: 37.
29: 46.
32-34: 56. 2 Samuel
32,22-23: 127. 6: 40.
32,29: 128. 7: 268.
35-40: 56. 7,1-13: 69.
7,14: 114-115.
Levítico
4,3: 7,16: 115.
127, 131.
71. 14: 53.
4,20:
22,3: 92.
8,14-29: 294.
24,18-25: 40.
9,22: 74.
11,44: 46. 2 Reyes
13-14: 42. 23,8: 40.
15,31: 42. 3 Reyes
16: 47,5)38,735°,82. 12,31: 29417
336 Referencias bíblicas

1 Crónicas
17,12-16: 115.
- 45,15:
50,5.11:
42.
153.
17,13: 91,114-115. 50,20-21: 4327,74.
17,14: 115. Isaías
23-26: 56. 2,1-5: 59.
2 Crónicas 6,3: 44.
26,16-20: 4F3. 8,18: 92.
Esdras 40,17: 45.
2,61-63: 16517. 43,20-21: 261.
44,6: 290.
1 Macabeos
49,6: 26434.
2,26: 128.
53,7: 290.
7,7-8: 10916.
10,20-21: 53,10-12: 72-73.
58.
10,20: 56,7: 26434.
23.
61,5-6: 45.
13,41-42: 58.
66,1: 118.
2 Macabeos
2,17: 25931• Jeremías
11,19: 290.
4;7-8: 85.
4,24: 85. 31,31-34: 229,23844.
Salmos Ezequiel
2,7: 91, 134-136. 36,25: 23844.
8,5-7: 92,94. Daniel
8,6: 89. 7,9: 290.
14,1: 50. 12,3: 297.
22,23: 92,262. Oseas
40,7-9: - 224. 2,25: 263.
42,3: 216. 6,6: 21.
45: '93.
Miqueas
51,12.19: 23022.
4,1-3: 59.
66,16: 262.
95: 118. Sofonías
95,7-8: 112. 1,12: 50.
110,1: 92,150. Zacarías
110,4: 134-136, 150, 159, 6,11: 57.
171-174, 178. Malaquías
114,2: 118. 2,7: 194, 39, 111,297.
118,22: 24. 3,1-4: 60,67.
132,14: 118.
144,19: 140. Mateo
2,4-6: 2310.
Eclesiastés
5,17: 318.
1,9: 217.
5,23-24: 6627.
Sabiduría 11,29: rOl, 15346.
3,4-6: 6833. 12,5: 21.
Eclesiástico 16,21: 23-24.
33,3: 10916. 20,28: 6834.
45,7-8: 153. 26,3: 27.
Referencias bíblicas 337
26,14: 25. 18,35: 29.
26,26-29: 71. 19,6: 2925•
26,28: 21258,318. 19,15-17: 29.
26,39-42: 141. 19,21: 29.
26,63-66: 2719. 19,23: 297.
27,3.-10: 25-26. Hechos de los
27,66: 26. apóstoles
28,11-15: 26. 2,46: 31.
Marcos 4,1-8: 31.
1,44: 19. 6,7: 31.
2,26: 217,2310• 9,21: 32.
7,3: 27553• 14,23: 276.
8,31: 2310• 20,17: 276.
9,19: 9933• 23,1-5: 32.
11,17: 26434•
Romanos
12,33: 22,6626•
1,18-32: 50-51.
14,33-36: 138.
3,31: 794•
14,42: 140.
6,14: 793•
14,58: 7038,20232•
6,10: 2223•
15,9-11: 26.
8,3: 2223•
15,34: 138.
12,1: 3203•
Lucas 15,16: 79,279-280,281.
1,5-25.: 18.
1,8-9: 18,3232• 1 Corintios
1,22: 18. 5,7: 82.
1,26-38: 18. 9,13-14: 279.
2,22-24: 18. 10,18: 23946•
2,46: 18. 11,23-25: 7142•
3,2: 2310• 15,3: 68,93.
9,22: 23-24. 15,46-47: 22512•
10,30-37: 22. 2 Corintios
15,25: 27552• 3,6: 323.
17,12-14: 206• 5,18: 323.
24,26: 87-89,216. 5,21: 2223•
24,50-51: 74.
Gálatas
24,53: 30.
1,4: 24556•
Juan 2,20: 68,83.
1,19-30: 19,61.
Efesios
2,14-16: 6628•
2,19: 2,19-21: 273.
70.
2,21-22: 273.
4,24: 269.
2,22: 269.
7,33: 28.
4,11-16: 274.-
8,9: 27552•
11,49-51: 5,2: 83.
30.
17: 73. Filipenses
18,3: 28. 2,6-8: 134.
18,10: 29. 2,8-9: 95.
338 Referencias biblicas

Colosenses
3,10: 20434.
- 5,4-5:
5,5-10:
149.
133-155.
5,5-6: 134-136.
1 Tesaloni-
5,6: 16619.
censes
5,7-8: 136-143.
5,10: 68.
5,8: 16619, 179.
1 Timoteo 5,9-10: 143-147, 159-160.
1,15: 10915. 5,9: 119,227,237,242.
2,5: 3224. 5,10: 102.
5,11-10,39: 107.
2 Timoteo
2,11-12: 314. 5,11: 160.
6,4: 215.
Hebreos 6,20: 160, 163, 164.
805. 7,1-10,18: 107.
1,2-3: 142. 7,1-10: 161-171.
1,2: 167. 7,1-3: 163-169.
1,3: 85,99,179. 7,4-10: 169-171.
1,4: 100. 7,4-7: 170.
1,5-2,18: 91-94,101-102,106. 7,8-10: 170-17L
1,6: 168. 7,11-28: 171-180.
1,10: 116. 7,11-19: 171.
2,7-16: 89-90. 7,14: 81, 167.
2,9-10: 96. 7,17: 17226.
2,9: 126,20951. 7,18-19: 175.
2,10: 85,98, 144,22716,235. 7,19: 178.
2,11: 98. 7,20-22: 174.
2,12: 96. 7,20-21: 136.
2,14-15: 1413°. 7,22: 235.
2,14: 96. 7,23-28: 174.
2,16-18: 84-87,98,108-109. 7,23-25: 310.
2,17: 118, 124, 145,244. 7,24: 17428•
3,1-5,10: 106. 7,25: 145, 180.
3,1-4,14: 10712. 7,26,28: 1573•
3,1-6: 108-121, 156,236,240. 7,26: 126.
3,1: 81,84, 106, 119, 120, 7,27: 228.
215. 7,28: 136,166, 179,228.
3,2: 11524, 147. 8,1-9,28: 181-219.
3,3: 114. 8,1,2: 1573, 180-18L
3,4: 115. 8,2: 280.
3,5-6: 117-118. 8,3-9,28: 184-186.
3,6: 240. 8,3-5: 187-190.
3,7-4,14: 112. 8,3: 182.
3,14: 117,118. 8,4: 8L
4,14: 81, 99, 112, 124, 166. 8,6: 190.
4,15-5,10: 1071J. 8,7: 190-19L
4,15-16: 123, 125-128. 8,13: 19L
5,1-10: 103-108. 9,1-5: 192.
5,1-4: 129-133,147-155. 9,6-10: 193-195.
Referencias bíblicas 339

9,10: 281. 2,1-10: 251-285.


9,11-12: 198-205,237. 2,4-5: 265-274,277.
9,11: 81, 168,235. 2,4: 28372•
9,12: 235. 2,5: 3203•
9,14: 126,205-209,245,281. 2,7: 264-265.
9,15: 116,210-212. 2,9: 260-264,270-274.
9,16-21: 213-214. 2,10: 261,263-264.
9,22: 213. 2,25: 27859•
9,23: 214-216. 3,18: 269.
9,24.26.28: 216-217. 4,14: 283.
9,28: 1262• 5,1-4: 277-279,3226•
10,1-18: 221-231.
1 Juan
10,1: 221-222,225,227. 2,2: 82.
10,2: 222. 4,10: 82.
10,4: 222-223. 51.
4,20:
10,5-7: 222-224.
10,8: 225. Apocalipsis
10,9: 225. 1,4-6: 297.
10,10: 222,224. 1,5-6: 292,31143•
10,14-17: 229. 1,5: 289,292-299.
10,14: 222,227-231. 1,6: 287,300-303,309,310,
10,19-25: 231-242. 311-312.
10,19-21: 233-236. 1,7: 289-290.
10,19: 232,233. 1,9: 307.
10,20: 232. 1,13: 289.
10,21: 811, 113,240, 24F\ 1,20: 297.
242,2786°, 2,7: 29724•
10,22-25: 236-239. 2,10: 307,309.
10,22: 238,239,266. 2,11: 309.
12,24: 216. 2,18: 296.
12,25: 112. 2,26-28: 313.
12,28: 116. 4,1: 300,301.
13,7.17: 240-242,3225• 4,8: 300.
13,10: 239. 4,11: 300,30028•
13,12: 21563• 5,1-5: 300.
13,15-16: 244,3203• 5,8: 301,305.
13,15: 234,241. 5,9-10: 300,301-305.
13,16: 234. 5,9: 29111•
13,20: 242,27860, 5,10: 288.
5,12: 301.
Santiago 5,13-14: 290.
1,17: 170. 5,13: 301.
1 Pedro 7,9-17: 310.
1,1-2: 26945• 7,10: 312.
1,2: 28473• 7,14: 311.
1,13: 168. 8,3-5: 305-306.
1,15: 272,28473• 11,1-2: 306.
1,18-19: 82-83. 12,11: 307,313.
13,7.10: 307. """20,6: 288,308-315.
14,1.4-5: 31144• 20,14: 30939•
17,14: 2895. 21,7: 315.
20,4-5: 308,314. 22,3-4: 315.
20,4: 311,312,313. 22,5: 316.
1. El sacerdocio antiguo en las primeras tradiciones cristianas 17
1. Los sacerdotes en los evangelios 17
2. Los sumos sacerdotes en los evangelios 22
3. Sacerdotes y sumos sacerdotes en los Hechos de los apóstoles 30
2. La realidad compleja del sacerdocio antiguo 35
1. El nombre 35
2. Atribuciones del sacerdocio 36
3. Dinamismo interno del culto sacerdotal antiguo .,.................. 55

3. El sacerdocio, cuestión espinosa para los primeros cristianos 44


1. Importancia del sacerdocio judío en tiempos del nuevo testa-
mento '" 55
2. La espera de un sumo sacerdote de los tiempos mesiánicos .. 59
3. Ausencia aparente de la dimensión sacerdotal en Jesús 64
4. Algunos contactos ,............... 69
JESUCRISTO, SACERDOTE NUEVO 75
Vocabulario sacerdotal en el nuevo testamento 77

4. Cristo ha sido hecho sumo sacerdote 81


1. Preparativos 82
2. Innovación 84
3. Relación con la catequesis cristiana primitiva 87
4. Profundización doctrinal......................................................... 94
5. El nombre de Cristo 100
5. Sacerdocio y autoridad divina 103
1. El tema del sacerdocio en la estructura de la carta 103
2. Sumo sacerdote digno de fe 108
3. Sumo sacerdote y casa de Dios 112
6. Sacerdocio y miseria humana :................................... 123
1. Misericordia sacerdotal 124
2. Una descripción del sumo sacerdote '................... 128
a) Primeros rasgos 130
b) Solidaridad sacerdotal...................................................... 131
c) Un camino cerrado a los ambiciosos 132
3. Cómo Cristo ha sido hecho sumo sacerdote 133
a) La humildad de Cristo 134
b) El camino seguido por Cristo 136
4. Relaciones entre "todo sumo sacerdote" y "Cristo" 147
a) Paralelismos 147
b) Escritura y acontecimiento 149
c) Nuevas perspectivas :.................. 151

7. Un sumo sacerdote de un género nuevo 157


1. La figura de Melquisedec 161
a) Punto de partida y perspectiva 162
b) Imagen del sacerdote eterno 163
c) Sacerdocio y filiación divina 166
d) Melquisedec y el sacerdocio levítico 169
2. El sacerdote a la manera de Melquisedec 171
a) Diferencia y superioridad 171
b) Crítica de la ley................................................................ 175
c) La cuestión de la "teleiosis" 176

8. La acción sacerdotal decisiva :..... 181


1. Tema específico y estructura de conjunto 181
2. La crítica del culto antiguo 186
a) El culto figurativo 187
b) Una alianza que hay que sustituir 190
c) Un culto ineficaz 192
3. El acto sacrificial de Cristo 197
a) Proceso sacrificial y tienda más perfecta 198
b) Ofrenda personal de Cristo 205
c) La sangre de la alianza ,............................. 209
d) El nivel más real............................................................... 216

9. Un sacrificio eficaz ".. 221


1. La cuestión de la eficacia 221
2. Crítica de la ley....................................................................... 224
3. La obra de Cristo 227
4. Situación cristiana 231
Conclusión 242

UN PUEBLO SACERDOTAL 247


Un pueblo sacerdotal 249
10. La iglesia de Cristo, organismo sacerdotal.................................. 251
1. El sacerdocio prometido al pueblo de la alianza 254
2. El sentido de la palabra "hierateuma" 257
3. El pueblo sacerdotal 260
4. La construcción de la casa espiritual.................................... 264
5. El sacerdocio cristiano 271
6. Presbíteros y sacerdocio 275
7. Apóstol y sacerdocio 279
8. Los sacrificios espirituales ,.. 281

11. Los cristianos, reyes y sacerdotes 287


1. Cristo, ¿figura sacerdotal? 288
2. La obra de Cristo yel sacerdocio real de los cristianos 291
3. Reino de Cristo y realeza sacerdotal de los cristianos 299
4. Sacerdocio y reino de los santos 308

Conclusión 317

Bibliograffa 325

Siglas 326
Indice de materias 327
Referencias bíblicas 335

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