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La economía verde es primordial para la mitigación de la pobreza

Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (2011)

La pobreza persistente es la forma de desigualdad social más visible y se relaciona con la desigualdad en el acceso
a la educación, la atención sanitaria, el crédito, las oportunidades de generar ingresos y el derecho a la propiedad.
Una de las características fundamentales de la economía verde es que busca facilitar diversas oportunidades para
el desarrollo económico y la mitigación de la pobreza sin dilapidar o erosionar los activos naturales de un país.
Por ende, se puede afirmar que la adopción de una economía verde es primordial para la mitigación de la pobreza.

En primer lugar, enverdecer la agricultura en los países en desarrollo, concentrándose en los propietarios de
emprendimientos pequeños, puede reducir la pobreza y permite invertir en el capital natural del que dependen los
más desfavorecidos. Se calcula que en el mundo existen 525 millones de pequeñas granjas, de las cuales
404 millones tienen menos de dos hectáreas de terreno (Barbier, 2010). Enverdecer el sector de las pequeñas
explotaciones agrícolas, mediante la promoción y difusión de prácticas sostenibles, podría ser la manera más
eficaz de facilitar acceso a los alimentos a las personas más desfavorecidas y que sufren hambre, reducir la
pobreza, incrementar el secuestro de carbono y facilitar el acceso a los mercados internacionales de los productos
verdes.

Con base en información recolectada en África y Asia, se ha demostrado que el más mínimo aumento de la
producción agrícola contribuye directamente a reducir la pobreza. Algunos estudios han documentado que la
adopción de prácticas sostenibles en las explotaciones agrícolas resulta en un importante aumento de la
productividad. Tras revisar 286 proyectos sobre “mejores prácticas” realizados en 12,6 millones de explotaciones
agrícolas y 57 países en desarrollo, se llegó a la conclusión de que adoptar prácticas para conservar los recursos
(tales como la gestión integrada de las plagas y de los nutrientes, el cultivo con escaso laboreo, la agrosilvicultura,
la acuicultura, la recogida del agua de lluvia y la integración del ganado) ha incrementado el rendimiento medio
de la producción del 79%, mejorando al mismo tiempo la provisión de servicios ambientales fundamentales
(Nascimento, Schmitt & Bonzanini, 2010).

Por otro lado, aumentando la inversión en los activos naturales que utilizan los más pobres para ganarse su
sustento, el enverdecimiento de la economía ayuda a mejorar la vida en muchas áreas de renta baja. Un buen
ejemplo de ello es la Ley Nacional de Garantía de Empleo en Zonas Rurales de la India (National Rural
Employment Guarantee Act 2006): un plan de protección social y garantía de subsistencia para las personas
desfavorecidas de áreas rurales, a través del cual se invierte en la conservación y recuperación del capital natural
(Bluffstone, 2003). El plan adopta la forma de un programa de obras públicas con el que se garantiza un mínimo
de 100 días de trabajo remunerado a todos los hogares que deseen inscribir a un miembro adulto como voluntario.
El plan ha crecido hasta cuadruplicar su tamaño desde su creación. La inversión superó el año pasado los 8 mil
millones de dólares, creando 3 mil millones de días de trabajo y beneficiando a más de 59 millones de hogares.
Alrededor del 84% de la inversión se destina a la conservación del agua, la irrigación y el desarrollo del suelo. A
pesar de que su ejecución no está resultando sencilla, el programa ha demostrado ser efectivo, replicable y
escalable.

Por último, las energías renovables pueden ser una estrategia rentable para eliminar la pobreza energética. Con la
transición hacia una economía verde se pretende incrementar el acceso a servicios e infraestructura para mitigar
la pobreza y mejorar la calidad de vida. Abordar el problema de la pobreza energética es una parte muy importante
de esta transición. Para ello habrá que facilitar energía a los 1.600 millones de personas que no tienen acceso
actualmente a la electricidad (Samson, 2009). En África, por ejemplo, 110 millones de hogares – del nivel de
renta más bajo – gastan más de 4.000 millones de dólares al año en iluminación con queroseno, un sistema caro,
ineficiente y peligroso para la salud (Steinhilper, 1998). Además de ser insostenible, el sistema energético actual
es extremadamente desigual, dejando a 2.700 millones de personas dependientes de la tradicional biomasa para
cocinar. Asimismo, la contaminación del aire en los hogares causada por la utilización de biomasa tradicional y
carbón provocará más de 1,5 millones de muertes prematuras cada año hasta 2030, la mitad de las cuales
corresponde a niños menores de cinco años y el resto a mujeres en los países en desarrollo.

Para ofrecer electricidad a todos se requieren 756.000 millones de dólares –o 36.000 millones anuales– entre 2010
y 2030, según los cálculos de la AIE, el PNUD y la ONUDI (Nascimento, Schmitt & Bonzanini, 2010). Las
tecnologías de energía renovable y políticas energéticas de fomento deben contribuir significativamente a mejorar
el nivel de vida y la salud en las áreas de ingresos bajos, especialmente en las zonas más aisladas. Entre las
soluciones más rentables se encuentran la biomasa limpia y la energía solar fotovoltaica no conectada a la red,
que ofrecen costos de operación reducidos y flexibles y la posibilidad de utilizarlas a pequeña escala.

En resumen, una economía verde valora e invierte en el capital natural. Los servicios de los ecosistemas se
preservan de forma más adecuada, lo cual produce como resultado la mejora en los programas de protección
social y en los ingresos de los hogares de las comunidades rurales menos favorecidas. Las prácticas agrícolas
amigables con el ambiente mejoran significativamente el rendimiento para los agricultores cuyo sustento depende
de la agricultura. Además, la mejora en el acceso al agua potable y al saneamiento, así como las innovaciones en
fuentes de energía fuera de la red eléctrica (energía solar, quemadores de biomasa, etc.), se añaden al conjunto de
estrategias para una economía verde que pueden ayudar a erradicar la pobreza.

Referencias

Barbier, E. (2010). Scarcity & Frontiers: How economies have developed through natural resource exploitation. Cambridge
University Press.

Bluffstone, R. (2003). Environmental taxes in developing and transition economies. Public Finance and Management, 2
(1), 143-175.

Nascimento, L., Marcelo, T., Schmitt, P. & Bonzanini, B. (2010). Opportunities for the generation of employment and
income through green policy-making. Greener Management International Issue, 56 (56).

Samson, M. (2009). Formal integration into municipal waste management systems. En Rivers, C. (Ed.) Refusing to be Cast
Aside: Waste Pickers Organising around the World, pp. 52 – 76. New York: Erlbaum.

Steinhilper, R. (1998). Remanufacturing: the ultimate form of recycling. Environmental studies, 6 (7).

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