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La bioética comenzó a ser conocida por trabajar temas que tienen que ver más con la
salud y los aspectos clínicos, como el aborto, la eutanasia, la relación médico - paciente,
etc. Nosotros partimos de una concepción de la bioética más global, que también estaba
en sus orígenes, donde el medio ambiente es una cuestión prioritaria. La Bioética
Ambiental es, desde este punto de vista, el análisis del impacto de las biotecnologías en
el medio ambiente. Muchos de los adelantos biotecnológicos tienen repercusiones en el
medio ambiente.
El libro se subtitula "Pasos hacia una Bioética Ambiental". ¿Cuáles son los pasos
que hay que dar?
Es un campo donde se tocan distintos aspectos y en el que hay que trabajar muchísimo
más. Por ejemplo, los impactos en el medio ambiente más conocidos, como los
organismos modificados genéticamente y su empleo en la agricultura, son los alimentos;
pero hay otras muchas cosas, como la nanotecnología, un campo emergente en el que
hay que ver qué implicaciones puede tener en el medio; o al revés, el impacto del medio
en la salud, en relación a las personas. Clarificar todo ello ya sería un paso. Después
vendría cómo normativizarlo, y pensamos, y por eso hemos llamado al libro "Riesgo y
precaución", que lo que subyace es una evaluación de riesgos y lo que se entiende por
principio de precaución, que es cada vez más el eje de las decisiones que se toman en la
legislación y en el análisis ético de muchas de estas cuestiones.
El principio de precaución, una idea que siempre ha existido, ahora se aplica a estos
temas y se considera un baremo. Si evaluamos el impacto del riesgo en las personas,
hablar del principio de precaución tiene mucho sentido, también relacionado con la
justicia. No puede ser que los riesgos los asuman los más desfavorecidos. Muchos de
los riesgos de un medio ambiente insano los padecen más los países en peores
circunstancias y las personas más pobres de los países ricos. Es muy importante que los
ciudadanos sepan que el reparto del riesgo es también una función del Derecho
Es muy importante que los ciudadanos sepan que el reparto del riesgo es también una
función del Derecho
y una decisión política, y en este sentido también ciudadana: no sólo hay que repartir
equitativamente los impuestos o los beneficios, sino también las situaciones de riesgo,
para que no caigan sobre los mismos. Riesgos ecológicos hay muchos y depende de
dónde nos situemos son muy distintos. En este mundo globalizado, el riesgo está a la
orden del día y viene de muchísimos frentes. La sociedad tiene que seguir avanzando,
pero no a lo loco; tiene que haber una buena evaluación de las cosas. Hay que tener en
cuenta que muchas veces hay conflictos de intereses. El que evalúa el riesgo no puede
ser el mismo que después decide a quien se asigna.
¿Y cómo se asigna ese riesgo?
Habría dos partes. Por una parte, la evaluación de los riesgos la tiene que hacer un
técnico, pero luego, la decisión de cómo se reparte y se afronta ese riesgo, nos toca a
todos. Vivimos en una sociedad que se denomina asimismo 'del riesgo' y eso obliga a
que se evalúen adecuadamente los riesgos, que no significa que ahora haya más, porque
siempre ha habido, lo que ocurre es que ahora algunos problemas son inducidos por
nosotros mismos. Las nuevas tecnologías nos cambian la vida en general a mejor, pero
aquellos aspectos negativos tienen que ser debidamente analizados y tomados con
precaución y de manera justa. Además, se deben evaluar adecuadamente, porque
muchas veces se da una presentación apocalíptica que tampoco se corresponde con la
realidad.
Existe muchísima legislación, lo que pasa es que los poderosos buscan la forma de no
cumplirla. Por ejemplo, los tratados para la reducción de emisiones nocivas al medio
ambiente que los Estados Unidos no quieren firmar. Controlar al poder siempre ha sido
una dificultad del Derecho. No es que no existan normas, es que hay que aplicarlas.
Los autores del libro también destacan la necesidad de un debate informado sobre
estos temas. ¿No se está informando bien a la sociedad?