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Jugando vicios

Eduardo Reséndiz

La partida de ajedrez entre Napoleón Bonaparte y El turco recrea un símil con la


experiencia de un lector que media alrededor de un texto virtual. “El Turco” fue
ingeniado por Wolfgang Von Kempelen en el S.XVIII, su personaje revestía a un
jugador mecánico de ajedrez ataviado con un turbante y una túnica; operaba
mediante un complejo sistema de poleas y, quizá, al activarse resonaban engranajes
o ecos que pudieron asociarse con una actividad motora e inteligente; sin embargo,
se trataba de un autómata falso que ganaba partidas de ajedrez gracias a su
complexión pues podía guarecer a un mago (un buen jugador) del ajedrez en su
interior y la lectura de la partida podría ser notada a través de la especulación y el
magnetismo que influía en el tablero y piezas; de esta manera, las ventajas de esta
falsa máquina frente a otros jugadores de ajedrez se relacionan con la literatura
digital. Si hacemos un examen rápido sobre las primeras reacciones luego de notar
a un pedazo de madera mover las piezas del juego sin hilos u otras cuestiones, sería
la sensación de extrañeza y la sorpresa cautiva de disputar la partida con algo no
humano o algo generado por un intelecto enfermo que recreó un hechizo rapaz y
lamentable que solo permite a eso jugar un ajedrez excelente; la dubitación y su
correspondencia analítica parecen ser experiencias después de un juego acabado.
Un elemento fundamental es que ambos jugadores (tanto el oponente como El
turco) comparten la visión y las cifras profundas de los signos del ajedrez, y con ese
lenguaje pueden leer y corresponder movimientos, pero el oponente puede pensar
que el otro sabe todas las variables dispuestas y calculadas en cada escenario, e
intentar algo fuera de la lógica será el último recurso para generar la posible
victoria. Existen otras formas para seguir el símil y pensar que ahora son tres los
jugadores que discurren a través de diagonales e inteligencias. Dejando eso, El
Turco y su prestidigitador coinciden con elementos propicios que conforman la
literatura digital según las lecturas de “Escrituras nómadas” y “Textualidades
electrónicas”, entre los elementos que puedo vislumbrar se incluye la intuición
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lúdica por recrear formas ya acabadas, la adaptación de la experiencia histórica y


sensible del lector para poder escenificar el momento de la obra, albergar la
posibilidad del libre albedrío en un número finito de lecturas, la existencia de un
diálogo que se conecta hacia intrincados eco de una misma narrativa, la interacción
de la obra con sus múltiples puntos de partida, la duplicación de la escritura, el
sentido adverso de una máquina de pila que descrea textos mediante otras formas
literarias, la paradoja de una poética labrada en los resquicios o hendiduras, un
lenguaje heurístico como parte de esa extraña tradición de cultivar el arte de la
insolencia.

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