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Los siglos XVIII y XIX

Al hablar de las posturas dominantes en una etapa de la historia es preciso tener presente que
existían diferencias apreciables según el país, los estratos sociales y los grupos religiosos. Si
bien disponemos de pruebas que acreditan la existencia de una amplia tolerancia sexual en
Inglaterra y Francia durante el siglo XVIII (Bullough, 1976), en América del Norte prevalecía la
ética puritana. Se condenaba la sexualidad fuera del matrimonio y se alentaba la solidaridad
familiar. Los que incurrían en adulterio o tenían contacto íntimo antes del matrimonio eran
azotados, puestos eh la picota o en el cepo y obligados a exculparse en público. Quizá el lector
conozca el libro de Nathaniel Hawthorne, La letra escarlata, en que se ofrece un relato de la
época colonial.

En los Estados Unidos, la moral puritana se prolongó hasta el siglo xix acompañada de un cisma
singular. A medida que se ensanchaban las fronteras y las ciudades adquirían un aire más
cosmopolita, se produjo un relajamiento de las nociones básicas sobre la sexualidad concebida
como patrimonio, y la prostitución adquirió carta de naturaleza. Este fenómeno dio lugar a que
en las décadas de 1820 y 1830 se constituyeran diversos grupos cuya tarea primordial era
combatir el flagelo social de la prostitución y redimir a las «mujeres caídas» que ejercían el
oficio (Pivar, 1973). Pese a la militancia organizada de colectivos como la Sociedad Americana
para la Prevención del Libertinaje y el Vicio y el Fomento de la Moralidad, y la Sociedad
Americana para la Observancia del Séptimo Mandamiento, la prostitución se generalizó
todavía más. En la década de 1840, la lucha contra el meretricio durante un periodo
consecutivo de tres años, dio lugar a que, sólo en Massachusetts, la fiscalía del Estado
instruyera sumario contra 351 burdeles: y en vísperas de la guerra de Secesión, una guía de las
casas de cita más elegantes en las principales ciudades del sector atlántico y septentrional
reseñaba la existencia de 106 prostíbulos en Nueva York, 57 en Filadelfia, y muchas docenas
más en Baltimore, Boston, Chicago y Washington (Pivar, 1973).

A mediados del siglo xix, coincidiendo con el principio de la época victoriana, el remilgo y la
pudibundez reaparecieron en Europa en esta ocasión menos vinculados al imperativo de la
religión. El espíritu del puritanismo victoriano consistía en la represión sexual y en un
sentimiento arraigado del pudor, exigidos por la presunta pureza e inocencia de las mujeres y
los niños. Al decir de Taylor: «La sensibilidad de los que vivieron durante la época victoriana
llegó a tal extremo de fragilidad, y sus mentes se inclinaban con tanta presteza hacia las
cuestiones sexuales, que se proscribían los actos más triviales, por si acaso desembocaban en
figuraciones y fantasías tentadoras. Hasta se consideraba indecoroso ofrecer a una damisela
un muslo de pollo...». Por lo demás, la moda reflejaba también este puritanismo exacerbado,
hasta el punto de no permitir el atisbo de un tobillo o del cuello femenino (Taylor, 1954, pp.
214-215). Hoy en día nos asombra tanto recato y gazmoñería: en algunas casas, incluso las
patas del piano se cubrían con crinolina, y jamás se ordenaban juntos los libros de autores de
distinto sexo a menos que estuviesen unidos en matrimonio (Sussman, 1976).

En cuanto a Estados Unidos, si bien el influjo del puritanismo victoriano se dejó sentir con
fuerza, corrientes de signo contrario imprimieron un giro alocado al núcleo de las convicciones
morales. Así, por ejemplo, en 1870 el consistorio municipal de St. Louis halló un resquicio en la
legislación estatal que permitió legalizar la prostitución, lo que provocó un enorme alboroto en
toda la nación. Una vez más volvieron .a instituirse grupos para combatir la inmoralidad sexual
y consiguieron hallar aliados con la causa en otras organizaciones que predicaban la
abstinencia alcohólica (la abolición de la venta de bebidas alcohólicas).

Este movimiento alcanzó varios éxitos en el plano legislativo. En 1866, por ejemplo, 25 estados
fijaron la edad de consentir en los diez años (lo que conllevó el surgimiento de la prostitución
infantil), pero en 1895 sólo 5 estados mantenían este nivel de edad, en tanto que 8 estados lo
elevaron a 18 años.

Aunque en esencia el puritanismo victoriano mantenía criterios claramente reprobatorios en


cuestiones sexuales en aquellas épocas se aprobaron las primeras leyes que prohibían la
pornografía existía también la otra cara de la moneda: un mercado «clandestino» de escritos e
ilustraciones de carácter sexual con una gran masa de compradores (Marcus, 1967).

En Europa, la prostitución era una práctica común y en la década de 1860 una ley aprobada
por el Parlamento británico legalizó y reguló su ejercicio. Además, la gazmoñería y los remilgos
victorianos en materia de sexo no afectaron a todos los estratos de la sociedad (Gay, 1983).

Las clases media y baja no suscribieron los prejuicios de los estamentos privilegiados. Claro
está que fue la abyecta miseria de las clases menos favorecidas la que obligó a prostituirse a
muchas jóvenes; pero la clase media, a pesar del ideal victoriano de una mujer dócil y sin
apetencia sexual, no solo tenía deseos e impulsos sexuales, sino que los entendió de forma
bastante parecida a la mujer de hoy en día. Las mujeres de la época victoriana tuvieron
relaciones maritales (y gozaron de ellas), y algunas vivieron de vez en cuando turbulentos
amores románticos, como se deduce de la lectura de muchos diarios escritos por jóvenes de
aquellos días, en los que se detalla incluso el número y la clase de orgasmos que alcanzaron
(Gay, 1983). De hecho, hace poco que ha salido a la luz una encuesta sobre la sexualidad
femenina llevada a cabo en 1892 por una mujer llamada Clelia Duel Mosher. En ella
encontramos pruebas que confirman que la visión del periodo victoriano como una época
estrictamente anti sexual no se ajusta a la realidad.

Por otro lado, se ha esbozado una interesante teoría en torno a la sexualidad de la mujer de la
época victoriana:

Aunque es indiscutible que muchas mujeres de la época victoriana padecieron la represión


sexual, si se examina el hecho con más detenimiento se verá que aquellas mujeres que
contribuyeron al concepto de pudibundez se hallaban más cerca de las feministas actuales de
lo que muchos quieren admitir... La mujer victoriana trata de alcanzar una cierta medida de
libertad sexual renunciando precisamente a su sexualidad... para evitar que se la considere o
se la trate como un objeto sexual. Su mojigatería era una máscara que ocultaba eficazmente su
objetivo más radical de liberarse como persona. (Haller y Haller, 1977,p. XII).

La ciencia y la medicina reflejan de manera ostensible la negativa actitud hacia la sexualidad


característica de la época. La masturbación se conceptuaba, según las diversas teorías, como
lesiva para el cerebro y el sistema nervioso y como causa de insania y de una vasta gama de
enfermedades de variada especie (Bullough y Bullough, 1977; Haller y Haller, 1977; Tannahill,
1980). Se pensaba que la mujer tenía poca o ninguna capacidad de respuesta sexual y se la
consideraba 'inferior al hombre, tanto física como intelectualmente.

En 1878, la prestigiosa revista British Medical Journal reprodujo una serie de cartas en las que
diversos médicos aportaban indicios en favor de la idea de que el contacto con una mujer
durante la menstruación dañaba las nalgas. Incluso Científicos tan eminentes como Charles
Darwin, padre de la teoría evolucionista, escribe en Descent of Man and Selection in Relation
to Sex (1871): «El hombre es más intrépido, tenaz y enérgico que la mujer y tiene una mente
más creativa»; y en otro párrafo añade: «La capacidad mental del hombre es, en promedio,
indudablemente superior a la de las mujeres».

En el último cuarto del siglo XIX, el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing estableció una
clasificación pormenorizada de las disfunciones sexuales. Su Psychopathia (1886), de la que se
realizaron doce ediciones, tuvo un fuerte impacto e influyó de manera decisiva en las nociones
colectivas y en la práctica de la medicina y del derecho durante más de setenta y cinco años
(Brecher, 1975). Este influjo revestía aspectos positivos y negativos.

Por un lado, Krafft-Ebing propugnó la comprensión y el tratamiento médico de las


denominadas perversiones sexuales y la reforma de las leyes aplicables a los delincuentes
sexuales; pero, al propio tiempo, su libro mezcla indiscriminadamente el sexo, la delincuencia y
la violencia. Centró gran parte de la atención en aquellas facetas de la sexualidad que
consideraba anormales, como el sadomasoquismo (excitación sexual derivada del hecho de
infligir o experimentar dolor), la homosexualidad, el fetichismo (excitación sexual inducida más
por la fijación en un objeto que en la persona) y el bestialismo (contacto sexual con animales).
Debido a que solía ofrecer ejemplos un tanto espeluznantes (crímenes sexuales, canibalismo,
necrofilias, por mencionar algunos), que exponía en las mismas páginas que otras desviaciones
sexuales no tan brutales, muchos lectores acabaron experimentando una aversión general
ante cualquier conducta sexual. No obstante, con frecuencia se considera a Krafft-Ebing el
fundador de la sexología moderna.

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