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LA FILOSOFÍA DE

MAX STIRNER
O la propiedad de sí mismo

Aníbal D’Auria

[Anarquismo en PDF]
LA FILOSOFÍA DE MAX STIRNER
O la propiedad de sí mismo

Aníbal D’Auria
Publicado originalmente en Derecho y barbarie, Buenos
Aires, 2011, año 4, nº4.

Editado por La Congregación [Anarquismo en PDF]


con permiso expreso del autor, al cual queremos expresar
nuestra más sincera gratitud.

Rebellionem facere aude!


La filosofía de Max Stirner o la propiedad de sí mismo

“El creyente no se pertenece a sí mismo, sólo puede


ser un medio, debe ser empleado, tiene necesidad
de alguien que se valga de él”.
(Friedrich Nietzsche, El Anticristo, par. 54)

El nombre de Max Stirner (seudónimo de Johann Caspar


Schmidt) suele ser conocido indirectamente por la crítica
burlona, y no del todo honesta, que hizo Karl Marx llamán-
dolo “San Max” (MARX, K., La ideología alemana, 1845-
1846). Mucho más recientemente, y con mucha más justi-
cia, se ha hecho notar la indiscutible influencia que su pen-
samiento ejerció sobre Friedrich Nietzsche. Sin embargo,
su obra, que tanto influyó sobre las corrientes anarco-
individualistas de Benjamin Tucker (TUCKER, B., Instead
of a book, 1897) y de Émile Armand (ARMAND, E., El
anarquismo individualista. Lo que es, puede y vale, prime-
ra edición en español de 1916), sigue siendo poco leída y
poco discutida.

Stirner es de esos autores verdaderamente únicos, que


pasan a la historia del pensamiento con un único libro. Si
bien publicó en vida algunos artículos y otros escritos “me-
nores”, Stirner es esencialmente el autor de El único y su
propiedad (el título original en alemán es Der Einzige und

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Aníbal D’Auria

seine Eigentum, y fue publicado en 1844 •). Este tan pecu-


liar título para un libro merece un análisis semántico pre-
liminar para que el lector no se haga una idea errada de lo
que encontrará en él.

“Der Einzige” significa, casi literalmente en castellano,


“el único”; pero no “el ego”, como suelen traducirlo las ver-
siones en inglés. “Único” es para Stirner el individuo, y
“egoísta consciente” es quien asume su propia “unicidad”,
esto es, quien comprende que su ser individual e irrepetible
no se agota nunca en ninguno de sus predicados o propie-
dades (humano, occidental, berlinés, cristiano, hincha de
Boca, socialista). El “egoísta no consciente”, por el contra-
rio, también es “único”, pero no se auto-comprende —ni
comprende a los demás— como “único” e irrepetible, sino
como simple ejemplar de una abstracción genérica (hu-
mano, berlinés, etc.). O sea: todos somos existencialmente
egoístas, sólo que el no consciente de sí mismo se subsume
en una categoría abstracta, se somete a una “sacralidad”
por encima de sí mismo: está poseso por esa sacralidad,
tiene una idea fija, se auto-limita: es un mono-maníaco.

“Sein Eigentum” significa, también casi literalmente en


castellano, “su propiedad”, y tiene la misma ambigüedad
que en nuestro idioma: se aplica tanto a la noción jurídica
de señorío sobre las cosas, como a los predicados o atribu-
tos de algo. Del mero título del libro el lector puede creer, a
primera vista, que se hablará de la propiedad jurídica, en el
sentido del Código Civil (propiedad de bienes y cosas, es


Las referencias de página que el lector hallará entre paréntesis
en este artículo, corresponden a la edición española de José Ra-
fael Hernández Arias: MAX STIRNER, El único y su propiedad,
Valdemar, Madrid, 2004.

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La filosofía de Max Stirner o la propiedad de sí mismo

decir, fortuna pecuniaria); pero después de leerlo se habrá


dado cuenta que Stirner habla en realidad de la propiedad
en el sentido ontológico y gramatical de “atributo” o “predi-
cado” de algo, como cuando alguien dice que la razón es
una “propiedad” del hombre. Sin embargo, en un tercer
vistazo más profundo, el lector también podrá notar que
Stirner juega deliberadamente con esa ambigüedad del
término, pues a pesar de emplearlo en el sentido de “atri-
buto”, en los márgenes, prima facie, de su escritura con-
serva la connotación originaria de “dominio” o “señorío”. Y
es a partir de esa connotación que podemos comprender el
sentido completo del título del libro. En efecto, esa aparen-
te marginalidad del sentido de señorío o dominio adquiere
centralidad total cuando se lee al libro como una filosofía
de la existencia: si soy un egoísta consciente de mi unici-
dad, entonces soy dueño y señor de mí mismo; en cambio,
si pongo algo por encima de mí mismo, ya no soy mi dueño
y señor, sino que pertenezco a una causa, a un género, a
algo que es para mí sagrado; dejo así de ser un “quién” y
me vuelvo un “qué”.

En efecto, la partícula conjuntiva “und” (“y”) entre am-


bos términos del título deja abierta una variedad de posibi-
lidades: si el individuo se define por sus propiedades
(atributos), agotándose en una o algunas de ellas, entonces
no es dueño (propietario) de sí mismo, ya que se aliena a
ellas; él es propiedad de ellas. Por el contrario, si el indivi-
duo es propietario de sí mismo, su “propio señor”, entonces
sus propiedades (atributos) no se adueñan de él. En otras
palabras: la propiedad del único auténtico, del “egoísta
consciente”, es él mismo, no pone ninguna idea o sacrali-
dad por encima de sí mismo; en cambio, quien se subsume
bajo un ideal fijo (Dios, el Hombre, la patria, el Estado, el

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dinero, etc.) no es propietario de sí mismo, no es un autén-


tico único, es un mero ejemplar genérico.

En verdad, aunque pueda tener interesantes implican-


cias morales y políticas, la filosofía de Stirner es ante todo
una filosofía de la existencia. Claro que el título, algo en-
gañoso por su deliberada ambigüedad, no adelanta nada de
todo esto, sino que, a la inversa, es un resumen condensado
de todo lo que el texto desarrolla. Veamos algunos temas
con un poco más de detalle.

Stirner comienza y termina su famoso libro afirmando:


“He fundado mi causa en nada” (p.33 y p.444). ¿Qué sig-
nifica esto?

El razonamiento general de Stirner es más o menos el


siguiente:

-¿En nombre de cuáles “causas” se condena el


egoísmo y se alaba la abnegación?
-En nombre de muchas “causas”: Dios, la Hu-
manidad, el Pueblo.
-¿Pero se exige de ellas, como de nosotros, que
sirvan a su vez a otra “causa” distinta de ellas mis-
mas? ¿Se exige de Dios, por ejemplo, que sirva a
una causa superior a sí mismo?
-No, no se le exige. Dios no funda su causa en
nada que no sea él mismo: funda su causa en nada;
y lo mismo puede decirse para cualquier otra “cau-
sa” que se postule como ideal supremo, trátese de la
Humanidad, la Patria, el Pueblo, etc.

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La filosofía de Max Stirner o la propiedad de sí mismo

-Pues bien, entonces quien sirve a una “causa”


ajena, sagrada, sirve a una causa que ella misma
egoísta.

De aquí Stirner extrae una enseñanza: lo más sensato


es decidir ser yo mismo mi propia causa. Esto es: ser como
Dios, un egoísta consciente que funda su causa en nada (en
nada más que no sea en sí mismo); soy “el único para mí”,
ya nada me resulta ajeno ni sagrado. Ser como Dios es ser
una nada creadora, no un “algo” ni un “qué”, sino un “crea-
dor”, un “quién”, un “único”. Mi causa no es ya la del Bien
ni la del Mal, no es la de Dios ni la de Satán, no es la de la
Humanidad ni la de la Inhumanidad, no es la de la Justicia
ni la de la Injusticia… Es mi propia causa, única como yo
mismo.

En efecto, así como Dios no puede ser nombrado, tam-


poco el individuo único puede subsumirse totalmente bajo
un concepto; ningún nombre genérico puede expresar al
“quién”. Ninguna de mis “propiedades” (atributos) supues-
tamente esenciales puede agotarme o definirme. “Soy pro-
pietario de mi poder, y sólo soy cuando me sé como único”
(p.444). Dios o la Humanidad o el Pueblo oscurecen mi
sentimiento de “unicidad”, y viceversa: la conciencia de mi
unicidad empalidece toda idea de Dios, Humanidad, etc.

Pero a diferencia del que funda su causa en un fantas-


ma (v.gr. Dios), quien funda la propia causa en sí mismo —
un único, un “egoísta consciente”, El Único— la funda en lo
finito y pasajero de la existencia individual: soy un creador
mortal que me consumo a mí mismo en mi propia obra,
pues mi obra es “yo mismo”. Al fundar mi causa en nada

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soy mi propio dueño, mi propietario, mi creador, Señor de


mí mismo, sí, pero de mi existencia finita e irrepetible.

El egoísta consciente, el Único auténtico, se presenta


para Stirner como un cuerdo entre locos y poseídos: “¿Nos
encontramos simplemente con poseídos del demonio, o
topamos con la misma frecuencia con poseídos contra-
puestos, que están poseídos por el bien, la virtud, la mora-
lidad, la ley o cualquier otro ‘principio’?” (p.78), pregunta
provocativamente a su desconocido lector.

El común de la gente, el “egoísta involuntario”, vive en


un mundo totalmente espiritualizado, es decir, poblado de
fantasmas; sólo ve (y se ve a sí mismo como) espectro. Al
considerar al mundo como un reino de esencias, el mundo
real, variopinto, terreno y corpóreo, queda degradado a
mera apariencia o ilusión. El egoísta involuntario verdade-
ramente renuncia al mundo en busca de un mundo esen-
cial, y así renuncia a sí mismo para servir a otro, que es su
causa, su amo: “¡la jerarquía es el dominio de los pensa-
mientos, el dominio del espíritu”! (p.110).

No obstante, estos “egoístas involuntarios” que se so-


meten a un ser superior (Dios, la Humanidad, etc.) al que
pretenden servir y por el cual se sacrifican, lo hacen porque
quieren, y por lo tanto, lo hacen también por placer egoísta:
el placer de disolverse y anularse a sí mismos (p.69).

En verdad son posesos, están poseídos por el espectro


al que creen servir; no son ellos mismos propietarios o
dueños: son propiedad de aquello a lo que sirven. Y estos
posesos no son solo quienes han cedido su Yo al diablo sino
también a Dios o a cualquier otra idea fija. Son locos: el

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La filosofía de Max Stirner o la propiedad de sí mismo

mundo es un enorme manicomio poblado de monomanía-


cos que persiguen la gloria de Dios, el éxito económico, el
exterminio de una raza, el triunfo del socialismo, la eman-
cipación de la Humanidad, el honor de la patria o lo que
fuere que constituya su idea fija. Nerón es un “malvado” a
los ojos de los “buenos”, pero para Stirner sólo se trata de
un poseído entre tantos, al igual que los buenos: todos
comparten la “negación de sí mismos” (p.87 y p.94).
Por el contrario, el egoísta consciente, el que asume su
unicidad, al ser su propio dueño y señor queda libre de to-
do fantasma de la tierra o del cielo: nada le es ajeno, pues
nada le es sagrado: “Lo que para mí es sagrado, no me es
propio”, sentencia Stirner (p.70).

Cuando considero algo como ajeno, en lo profundo lo


estoy considerando como sagrado. Mejor dicho: “la ajeni-
dad es un signo de lo sagrado” (p.70). Si algo es sagrado
para mí, entonces ese algo no me es propio, no me pertene-
ce, me es ajeno. Lo que considero sagrado está más allá de
mi alcance. Y a su vez, lo sagrado santifica a su adorador,
es decir, al “egoísta involuntario” que se auto-limita ante lo
sagrado, se en-ajena de lo sagrado. En su renunciamiento
ante lo sagrado, el adorador se hace un santo de esa causa
que le es ajena, precisamente por ser sagrada para él. Lo
considerado sagrado puede ser Dios, el Hombre, o cual-
quier cosa… lo mismo da. En cualquier caso, siempre en lo
más alto de lo sagrado se halla el ser supremo y la sagrada
fe de su devoto adorador (el egoísta involuntario). Cuanto
más me someto a algo sagrado, más me santifico por ello,
es decir, más renuncio a mí mismo y al mundo real. En
otras palabras: sigo siendo un egoísta, pero involuntario;
me niego a mí mismo, soy inauténtico, no soy propio ni
poseo nada.

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Por el contrario, cuanto más me libro de lo sagrado,


más me apropio de mí mismo y del mundo real; soy un
egoísta consciente, no me niego a mí mismo, soy auténtico.
Una vez más, el egoísta voluntario, el que asume su unici-
dad, es decir, quien se considera a sí mismo siempre como
algo más que un mero ejemplar de un género (humano,
cristiano, argentino), no reconoce nada sagrado que lo limi-
te: nada le es ajeno. Es propietario de sí mismo, y al serlo,
lo es también del mundo real. Al liberarme de lo sagra-
do, me apropio del mundo: ser dueño de mí mismo
es ser dueño del mundo, no en el sentido jurídico
de tener una escritura legal sobre toda la Tierra,
claro está, sino en el sentido existencial de que
dispongo libre y plenamente de él cuando dispongo
libre y plenamente de mí mismo. “¡No me interesa
nada que esté por encima de mí!” (p.36), exclama Stirner,
como el “Juan Moreira” de Leonardo Favio •: “¡Sobre de mí,
mi sombrero, que con ser grande la Tierra, la tengo bajo
mis pies!”.

Fundar mi causa en nada significa que conscientemen-


te soy mi propio creador, mi propia tarea y mi propia meta.
Lo que de ninguna manera significa que no pueda luchar
por ningún ideal social: simplemente significa que ese ideal
que adopto no es mi amo, sino que yo nunca me agoto en él
ni me inmolo por él, pues es mío y puedo desprenderme de
él cuando quiera. Yo me apropio de él, no él de mí (p.219).


Se trata de una importante película de la cinematografía argen-
tina. [N. del E.]

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La filosofía de Max Stirner o la propiedad de sí mismo

La filosofía de Stirner ha sido calificada (v.gr. KELSEN,


H., Allgemeine Staatslehere, 1925) como de un solipsismo
absoluto y radicalizado. Sin embargo, creo yo que la breve
explicación ensayada en este artículo nos permite ver en
ella, no sólo la raíz de las vertientes individualistas del
anarquismo o la anticipación de muchas intuiciones nietzs-
cheanas, sino también la anticipación de temas que podre-
mos luego reencontrar en el siglo XX en Sein und Zeit
(HEIDEGGER, 1927), y en L’étre et le néant (SARTRE, J.
P., 1943). En efecto, aunque no es éste el lugar para entrar
en detalles, el conocedor más elemental del existencialismo
del siglo XX ya habrá notado el fortísimo aire de familia
que las ideas de Stirner guardan con las tesis heideggeria-
nas de la existencia auténtica y la recurrente “caída” en el
impersonal, cotidiano e inauténtico das Man. Del mismo
modo, también habrá advertido la misma familiaridad con
las tesis sartreanas del “yo” como nada creadora y libre (es
decir, como una “existencia que precede a su esencia”)
frente al mundo cosificado de los objetos.

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