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Alessandra Torre - Love in Lingerie PDF
Alessandra Torre - Love in Lingerie PDF
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Créditos
Moderadora: Mona
Traductoras Correctoras
Gigi Desiree
Maria_clio88 Kath
Kath Pochita
Cjuli2516zc CamilaPosada
3 Mimi Maria_clio88
Nanis
Él
Mi escritorio fue un regalo de mi padre, un hombre que siempre gastó
más de lo que ganaba, mi infancia una mezcla de juguetes brillantes y
avisos de desalojo. Me dio este escritorio un mes antes de morir, la pieza
sacada de una subasta en un Rancho en Santa Fe, un mueble centenario
tallado a mano, los bordes llenos de escenas de batalla en miniatura, la
parte superior cubierta de cuero. Guardé la tarjeta que dejó en la
superficie, una sola tarjeta, su garabato apenas legible a través de su
superficie revestida. Siempre lucha, decía. Un sentimiento interesante para
un hombre que condujo su Porsche nuevo hasta un acantilado en Malibú.
Los oficiales que respondieron culparon a la niebla y la espesa lluvia. Yo
9 culpé a los acreedores agresivos, la muerte de mamá, y al frasco que le
gustaba guardar en su bolsillo delantero.
Deslice la carpeta de currículos ante mí, el simple acto de abrir la
carpeta es de por sí agotador. La creación de personal será mi muerte. Tan
importante para una empresa, por lo que es agotador cuando se hace en
un día. Pero esta posición, de todas ellas, es la más importante. No puedo
dejarle elegir mi director creativo a una agencia o a recursos humanos.
Este empleado trabajará mano a mano conmigo. Esta elección podría
salvar a Marks Lingerie o llevarnos a la muerte. Reviso los currículos y me
detengo en el de Kate Martin, dejando escapar un suspiro mientras
examino la página. Bachillerato en Parsons. UCLA para su maestría. Sólo
un trabajo en la sección de experiencia laboral, sus últimos once años en
Lavern & Lilly. Hago una mueca. Lavern & Lilly es de moda femenina
conservadora, su competidor más cercano White House Black Market.
¿Ella sabrá algo sobre seducción? ¿Sobre sex appeal? Su atuendo
conservador no había ayudado exactamente a su causa.
Acomodándome en mi silla, cierro los ojos y la imagino. Aquellos
labios rosa pálido, un leve tinte de brillo, presionados constantemente.
Había estado nerviosa, sus dedos pasando por la parte superior de su
currículo, sus manos abrochando y desabrochando el portafolio, su
mirada en todas partes excepto en mi rostro. No soy un extraño a mujeres
nerviosas; he pasado toda una vida usando mi aspecto a mi favor, mi
sonrisa y palabras llenando cualquier vacío que mi atractivo no pudiera
llenar. Si hubiera querido, podría haber tenido a Kate Martin. Si quisiera,
aún podría. A la mierda el anillo y el prometido. Ninguna mujer que quiera
casarse espera para fijar una fecha.
“¿Literal o figuradamente?" Algo había brillado en sus ojos cuando
había hecho la pregunta. El borde de su boca se había levantado, un
hoyuelo apenas apareciendo. En esas tres palabras, había mostrado lo que
se ocultaba bajo esa rígida postura y mirada nerviosa. En esas tres
palabras, ella había mostrado agallas.
Saco su currículum y cierro la carpeta, apartando los pensamientos
inapropiados que me han plagado desde nuestra reunión. Mi empresa está
en problemas. Estoy endeudado de tal forma que me hace sudar; nuestros
activos disminuyendo, las ventas cayendo, la moral en lo más bajo. No
importa si Kate Martin está follable, dispuesta o comprometida. No
necesito otra amiga para follar. Lo que necesito, más importante aún, lo
que mi empresa necesita, es un salvador.
¿Podría ser ella?
10
2
Ella
—¿Conseguiste el trabajo? ¡Oh, cariño, eso es estupendo! —La voz de
mi madre sale desde mi teléfono, y puedo imaginar sus piernas
moviéndose, una pierna cubierta con lycra color rosa delante de la otra, su
mano libre balanceándose, mientras se mueve por la calle—. ¡Estoy tan
orgullosa de ti! ¿Te gusta tu nuevo jefe?
—No estoy segura todavía. —Abro la nevera y miro el contenido.
—Estoy segura que lo harás, simplemente puedo sentirlo. —Inhala—.
Además, mañana es luna nueva, eso te ayudará. —Se escucha el sonido de
un claxon, y el sonido apagado de su maldición. La pongo en altavoz y dejo
el teléfono en el mesón. Cuando vuelve, su voz es brillante y alegre—. ¡Así
que! Supongo que le diste a L&L tu aviso de dos semanas.
11 —Lo intenté. Ellos tuvieron a los de seguridad escoltándome afuera.
—¿Qué? —Casi puedo oír el chirrido de sus zapatos de tenis contra el
pavimento.
—Es normal, mamá. No me quieren estropeando nada al salir.
—Bueno, eso es ridículo. Lo siento mucho, Kate. —Resopla en el
teléfono.
Encuentro una caja de pimentones verdes rellenos en el congelador y
los saco.
—De todos modos, puedes contarle a Jess esta noche. No es un
secreto.
—¿Estás segura que no puedes venir? Tengo mucha comida. ¡Y
puedes traer a Craig! Será divertido. —Su voz se hace aguda, como si
protestara por sus palabras, y evito sonreír. Hay muchas definiciones de
diversión, pero Craig y yo, alrededor de mi hermana y sus cinco hijos,
nunca es divertido, al menos no para él. Es entretenido para Jess y para
mí, especialmente si mamá ha sacado el vino, pero es terriblemente
doloroso para él. Y esta noche, tanto como me gustaría verlos a todos,
necesito un poco de espacio, una noche tranquila para celebrar mi tiempo
en Lavern & Lilly, y mi nuevo comienzo en Marks Lingerie.
—En otra ocasión. Dales a todos un abrazo por mí.
Promete hacerlo, y enciendo el horno mientras cuelga. Llamo a Craig,
le dejo un mensaje de voz con las buenas noticias, y luego salgo al garaje,
abriendo el maletero del auto y sacando la primera caja de cartón,
llevándola al apartamento antes de volver por la segunda, y luego la
tercera.
Once años en L&L y todo cabe en tres cajas. Abro la primera y saco el
contenido. Con la segunda caja, tomo el vino y pongo los pimentones en el
horno. Antes de abrir la tercera caja, llena de nostalgia, ceno.
Encuentro una foto enmarcada justo antes de mi graduación en
Parsons, con mis viejas mejores amigas. Nosotras cuatro, todas con las
tarjetas de crédito al límite y grandes sueños, Martinis decorados con
azúcar en un club oscuro en algún lugar de Manhattan. No he visto la foto
en años, y no he hablado con ellas en casi ese tiempo. Meredith está en
Seattle ahora, Jen en Miami, y Julie y yo nos peleamos hace cuatro años y
no hemos hablado desde entonces. Limpio el polvo del marco y lo regreso a
la caja, no interesada en verla todos los días y en sentir la punzada de
arrepentimiento. Quizá debería llamar a Julie. Tomo un largo trago de vino
y descarto la idea. A decir verdad, en realidad no la he echado de menos.
Examino detenidamente un montón de tarjetas de visita, arrojando
12 algunas a la basura de la cocina. Tal vez Craig y yo podamos encontrar
nuevos amigos. Él tiene un grupo al que quiere unirse, Mensa, y trajo a
casa la semana pasada los test de membresía, su solicitud ya completada,
trascrita en el formulario con ordenada precisión. Aparentemente hay
eventos semanales, fiestas en las que se prueba la inteligencia y son
arreglados cuidadosamente para sociabilizar.
Todavía no he tomado mi prueba de membresía. Es un examen de IQ,
que ignora habilidades de moda o conocimiento en reality shows. Craig me
ha presionado para que lo tome, enviándome recordatorios por correo
electrónico, pruebas de repuesto en cada ocasión. Casi la tomé ayer, pero
estoy indecisa en hacer o no trampa. Mi conciencia dice que no. Mi sentido
común dice que es una estúpida prueba de Mensa y la moral no está
realmente en juego, pero está el respeto por mi prometido. En el perfil de
eHarmony del hombre, él tenía "inteligencia" como su cualidad más
importante, por encima de higiene y personalidad. Antes de nuestra
primera cita, había pedido mis resultados del GMAT2. Puedo haber subido
mis porcentajes un poco por mi orgullo competitivo.
Mi teléfono vibra, y mi espalda se pone rígida por costumbre, mi
mente preparándose para la voz de Claudia, antes de recordar mi
renuncia. Tomo un largo sorbo de merlot y me obligo a relajarme antes de
tomar mi celular. Es un mensaje de Craig.
Él
Ella ha transformado su puesto de trabajo. No es lo primero que noto
cuando paso. Lo primero es su culo. Está de pie al lado del escritorio, el
teléfono en su oreja, y se inclina hacia adelante, sus dedos moviéndose en
el mousepad3, la posición favorece su cuerpo perfectamente. Me detengo,
19
3
Ella
Dos meses más tarde
Él
Mi vida sexual me ha puesto ocasionalmente en situaciones
incómodas. Eso es lo que sucede cuando tus manías están fuera de la
caja. Te pone en lugares únicos, con personas únicas. Esta es la primera
vez que me pone delante de una pistola.
El arreglo había sido sencillo, lo que normalmente funciona mejor en
estas situaciones. Dejar una llave en la recepción. Ir a la habitación. A las
10 p.m. entrar a la ducha, tomando mi tiempo. Cuando termine, y salga a
la habitación del hotel, ella estará esperando en la cama. Qué empiece la
diversión.
Ella está esperando, sí señor.
Apoyo mis manos en mis caderas desnudas y miro más allá de la
9mm, y hacia la mujer que la sostiene. No se parece en nada a las fotos del
perfil, su cabello oscuro en lugar de claro, sus pechos grandes en vez de
pequeños, sus ojos calculadores en lugar de dulces. Sonríe, y un diente de
plata resplandece en su sonrisa. Espero que no esté planeando violarme.
Tengo una amplia gama de mujeres que encuentro atractivas, pero loca de
mierda no está en ese menú.
Un hombre viene detrás de ella y pasa frente a mí, y entra al baño.
Escucho el roce de ropa, y entonces sale, sacudiendo las llaves de mi auto.
—Ganamos a lo grande con este —dice él—, Tesla.
Es un idiota si piensa que robar mi auto es un movimiento
inteligente. La cosa está equipada con suficiente software de rastreo y
cámaras para encontrar el cuerpo de Jimmy Hoffa. Abro mi boca para
hacerles saber, luego la cierro. Deja que los atrapen. Tendrán que parar y
cargar la maldita cosa pronto, la batería ya está baja. Tiene mi billetera y
mi reloj en la mano, y me estremezco ante la visión del Glashutte original
en sus manos. El reloj era de mi padre, la inscripción grabada en mí, su
ronco tono tan claro como el día en mi mente cada vez que lo leo. Tú eres
23 el capitán de tu alma. La pérdida de eso dolerá más que el auto.
—Buen reloj. —Me sonríe y tiene suerte que valore mi vida. Quita el
arma de esta ecuación, y lo tendría en el suelo, mi puño en esa sonrisa,
luego mis codos. Piensa que soy un imbécil rico que creció por encima de
la ley. No conoce los barrios por los que vagaba cuando era solo un niño, el
tipo de calles en las que luchabas por respeto y robabas todo lo demás.
Tal vez me he suavizado. Debería haber dejado el reloj en casa. Podría
haberme metido una veintena en el bolsillo y haber dejado las llaves en el
auto, bloqueándolo con mi teléfono en lugar del llavero remoto. En cambio,
confié en la dirección, el logo del Ritz Carlton y un perfil en línea limpio y
brillante. Ahora soy literalmente dejado con mi pene fuera, viendo al
hombre meter mi ropa en una bolsa de lona, mi chaqueta de mil dólares
arrojada con poca consideración, de último. Miro mi teléfono desaparecer
en el bolsillo de sus jeans.
—¿Te importaría dejar mi ropa? —Le sonrío a la mujer—. Sería genial
para salir de aquí.
La sonrisa, que no me ha fallado todavía, me gana una mirada hacia
abajo, su mirada flotando sobre mi pene.
—Adelante, guapo. No hay nada de qué avergonzarse allí. —Mastica
su chicle y sonríe—. Ahora, vamos a poner tu culo sexy en ese balcón.
Estoy medio aliviado, medio preocupado, por las instrucciones. Tal
vez no me vaya a matar. Tal vez me encerrará afuera, trece pisos arriba. Si
es así, ¿cuánto tardará alguien en verme? ¿Cuánto tiempo antes que
rastreen mi habitación y me dejen salir? Miro hacia la puerta del balcón.
—Por lo menos, dame una bata.
Considera la idea, luego asiente, grita una orden al hombre, quien se
burla de mi petición mientras lleva una chaqueta gruesa con la que podría
escalar el Everest. Miro que arranca una bata blanca y esponjosa de un
colgador y pasa a mi lado, esquivándome, la puerta del balcón abierta, la
bata arrojada afuera. Sesenta segundos después, estoy del otro lado, las
uñas de color naranja brillante de la mujer me saludan mientras cierra la
cortina y la puerta. Me pongo la bata y me pregunto cómo diablos llegué
aquí.
Diez minutos y cinco dólares al valet más tarde, me alejo del hotel, la
carpeta de cheques en el regazo de Trey, la parte superior de un
musculoso muslo visible bajo el borde de su bata.
—¿A dónde vamos? —Las calles están vacías, las farolas de ámbar
iluminan las medias lunas en el asfalto, el resplandor brillante de
construcción de carreteras por delante.
—Buena pregunta. —Levanta una mano y se frota la nuca, un olor a
jabón llenando el aire. Nunca he estado tan cerca de él, su codo chocando
contra mí, su rodilla cerca de la palanca de cambios, mis movimientos
cuidadosos para no tocarlo. Se mueve en el asiento y su bata se abre más.
Obtengo un vistazo de más muslo y regreso mi mirada de nuevo a la
carretera. No creo que esté usando ropa interior. Las preguntas surgen.
Gira la cabeza y siento sus ojos en mí.
—¿Tu prometido vive contigo?
—No. —Pienso de nuevo en nuestra desastrosa reunión de Mensa, el
adiós forzado. Qué bueno que Craig no se quedó a pasar la noche. Podría
explicar un montón de cosas, pero una llamada a la una de la mañana
sería difícil—. ¿Por qué?
—No tengo mis llaves. Tal vez podamos encontrar un hotel, uno que
acepte cheques. —Se calla y trato de juntar las piezas de lo que está
diciendo.
—¿Necesitas un lugar para quedarte? ¿Esta noche? —Lo miro—. ¿Es
a donde intentas llegar?
—No quiero imponértelo.
Sonrío a pesar de mí.
—Me despertaste en medio de la noche y me arrastraste al centro.
Dejarte dormir en mi sofá es secundario. Sí, eres bienvenido a quedarte en
mi apartamento. Suponiendo, por supuesto, que te comportes.
Deja caer su cabeza contra el reposacabezas, una risita baja saliendo.
27 —Confía en mí, Kate. No tienes nada de qué preocuparte.
—Gracias. —La palabra sale agria y ofendida, como si quisiera ser
perseguida, y lucho por recuperarme.
—No quise decir eso. —Mira hacia abajo a su regazo y ajusta la toalla
blanca—. Sólo ha sido una de esas noches que te hace querer maldecir el
sexo para siempre.
—Tengo que admitir que has despertado mi curiosidad. —Me subo en
la rampa—. ¿Problemas de novia?
—Algo así. —Él se acerca y ajusta el ventilador del auto de su lado—.
¿Puedes aumentar la calefacción? Me estoy congelando.
Lo miro y giro el dial, aumentando el flujo de aire caliente.
—¿Dónde está tu ropa?
—Buena pregunta. —Se inclina hacia delante, aferrándose al
ventilador—. En mi auto, junto con mi teléfono, reloj y cartera. Y las llaves
de mi apartamento. —Frunce el ceño—. ¿Me puedes prestar tu teléfono?
—Está en mi bolso. Abajo por tus pies. —Le doy la clave para
desbloquearlo y lo miro mientras abre internet, hace una búsqueda rápida
y luego hace una llamada. Bajo en mi salida y escucho mientras él habla a
alguien en su edificio, instruyéndoles que desactiven su llave remota.
Termina la llamada y devuelve el teléfono a mi bolso.
—Gracias. No te habría molestado, pero eres la única persona que
conozco que todavía está en la guía telefónica.
Sonrió, la precaución en la que Craig había insistido, y que siempre
había considerado una molestia.
—No hay problema. —Tan irritado como había estado inicialmente
con su llamada a mitad de la noche, esto se estaba convirtiendo en una de
mis noches más emocionantes en años—. Entonces... ¿tu auto está en el
Ritz?
Se frota la nuca.
—De acuerdo con la policía, en algún lugar de San Diego. Lo están
rastreando. —Me mira—. Me han robado.
—¿Contigo en bata de baño?
Se ríe, y es una bonita. Profunda y fuerte, del tipo que quieres que
vibre contra tu piel.
—En realidad, estaba desnudo. La bata fue un poco de amabilidad
por parte de ellos.
Por parte de ellos. Un dúo de ladrones. ¿O trío? Trato de averiguar
cómo Trey Marks fue robado mientras estaba desnudo en el Ritz Carlton, y
28 quedo completamente en blanco. Es como esos malditos rompecabezas
Mensa. Tengo todas las piezas; simplemente no encajan.
—Necesito más información —le digo por último, admitiendo la
derrota mientras detengo el auto en una luz roja.
—Estaba encontrándome con alguien por sexo. Dejé una llave en la
recepción. Ellos entraron cuando yo estaba en la ducha y me robaron. —
Quitándole importancia a la explicación, como si fuera una respuesta
común, y una que tiene perfecto sentido.
Estaba encontrándome con alguien por sexo. Dejé una llave en la
recepción. Me tomo unos segundos por cualquier posibilidad que venga a
mi mente.
—¿Cómo una prostituta? ¿Estabas encontrándote con una prostituta?
—Siento una explosión de emoción, el término para esto estallando en mi
mente. Lo limpiaron. Era un cliente y lo dejaron limpio. Mentalmente choco
las cinco por mi pensamiento súper genial y a la moda.
Se mueve, el asiento de vinilo chirriando en respuesta.
—Por supuesto. Si es así como quieres pensar en ello.
—Esa es una respuesta de mierda. O era una prostituta o no.
—No era una prostituta. —Se gira un poco en su asiento para
enfrentarme. Resisto con éxito el impulso de comprobar que su nueva
posición afecta mi posibilidad de ver su pene un poco. No lleva ropa
interior. Casi dijo eso. Lo que significa que sólo hay un poco de toalla entre
nosotros. Si me acerco y aparto la tela, él estará justo ahí, completamente
expuesto. Me concentro en mantener el auto con mucha precisión
separado del centro del carril. No era una prostituta. Otra pieza
enloquecedoramente extraña del rompecabezas.
Se aclara la garganta.
—¿Parezco como que tendría que pagar por sexo?
—No. —Podría haber gritado por los altavoces de un estadio y no
habría sido más enfática. Las mujeres probablemente le pagaban por sexo,
por la oportunidad de probar esa boca y cuerpo. Me enderezo un poco en
mi asiento. Tal vez esa es la respuesta—. ¿Eres un prostituto?
—Dios, eres terrible en este juego. —Mira por la ventana, observando
los edificios que pasan—. No soy un prostituto, Kate. —Suena
decepcionado—. No quiero hablar sobre eso. La cagué y me quemé.
—No puedo creer que el hotel no te diera nada de ropa. —Tampoco
puedo creer que no empacara ropa. Supongo que lo que sea que había
planeado con esta visitante-no-prostituta, no había sido pasar la noche.
Supongo que simplemente fue con su condón y su pene, nada más era
29 necesario.
—La tienda de regalos estaba cerrada. Y los empleados no estaban
dispuestos a darme las suyas.
Salgo de la calle y entro al garaje de mi apartamento, dirigiéndome a
mi lugar asignado. Muevo la palanca para estacionar, mi mano rozando su
rodilla, y se aleja del contacto. Apago el motor, y se quita su cinturón de
seguridad, el sonido extrañamente alto.
31
He trabajado para Trey por dos meses. Lo suficiente como para que
me sienta cómoda alrededor de él, el tiempo suficiente para que ya no me
estremezca cuando se acerca a mí. Cuando nos topamos, cuando se
inclina sobre mi escritorio y examina los documentos, ya no contengo mi
respiración, ni inhalo ilícitamente su colonia. Me trata con una especie de
respeto cauteloso, y he aumentado mi seguridad lo suficientemente como
para dejar volar mis opiniones, a veces sin un filtro apropiado o un nivel
de respeto. No es que no lo respete, es sólo que a veces olvido mi lugar,
demasiado empoderada por mi posición. En Lavern & Lilly, tomé
decisiones, y luego esperé por ser amonestada o rechazada. En Marks
Lingerie, él sólo observa, sus ojos siguiendo cada movimiento, mi libertad
inquietante en su totalidad. Me prometió control sobre el equipo de diseño,
y ha cumplido con esa promesa. No ha impedido que su temperamento se
encienda, ni que estallen discusiones entre nosotros. En los últimos dos
meses, ha habido un montón de ambos. Estaba encontrándome con alguien
por sexo. Hay un chirrido de la presión de agua, y la ducha se cierra.
Limpio la mesa de café y muevo el control remoto cerca de su
almohada. Lo considero, luego lo muevo de nuevo a la mesa de café,
alineándolo con la edición de este mes de la revista Vogue. Debería estar
cansada. La última vez que estuve despierta hasta tan tarde fue antes de
la Semana de la Moda, y me quedé dormida a medio boceto. Tampoco fue
una caída agraciada. Mi rostro estampado contra el escritorio, mi mano
atrapada entre mi cuerpo y el escritorio, mi dedo anular doblado de mala
manera. Ni siquiera me desperté por el dolor. Desperté una hora más
tarde, la impresión de una grapadora contra mi mejilla, y cuando vi el
ángulo de mi dedo, me desmayé tras la repentina brutalidad de eso. Esa
reacción exagerada me valió un ojo negro, y le causó al pobre Craig cien
miradas.
La puerta del baño se abre y me doy vuelta.
—Oh, Dios mío. —Levanto una mano a mi boca para ocultar mi
sonrisa—. Te ves...
—Sexy —termina por mí, luego niega, como si pudiera decir que
adivinó mal—. ¿Irresistible? ¿Duro? —Se acerca—. Espera, ya lo sé.
Increíblemente…
—Ridículo —lo interrumpo—. Y... grande. —Craig se habría
consternado por esa palabra de kínder, pero encaja. Parece un gigante que
intenta usar la ropa de un mortal, los bóxers bien ceñidos a su piel, la
camiseta extendida sobre su pecho y terminando a medio camino de sus
abdominales. Trago.
Sus ojos brillan.
32 —Pues, gracias. —Se encoge de hombros—. Me han dicho eso, en
varias ocasiones.
—No eso... —Me sonrojo—. Sabes lo que quise decir. —Pero es
grande. La ropa interior que se ajusta a Craig con tanta facilidad, está
apretada alrededor de sus muslos, la pretina lo suficientemente baja en
sus caderas para mostrarme esos cortes angulados perfectos. Y la
protuberancia apunta a… le doy la espalda y levanto algunas almohadas
del sofá, moviéndolas a una cesta al lado de mi silla.
—Hablando de tamaño, ¿qué tan grande es tu prometido? —Oigo un
pop de tela y miro hacia atrás para verlo quitarse la camiseta, su rostro
cubierto por la tela blanca.
Me encanta Craig, lo sé. Han pasado dos años. Somos
consistentemente compatibles. Llevo el anillo de su abuela y me llevo bien
con sus padres. Pronto nos casaremos y tendré a sus bebés, y viviremos el
resto de nuestras vidas de manera ordenada, organizada y bien preparada.
Por otro lado, no me puedo controlar de robar un momento, un literal
segundo, y disfrutar de la belleza de mi jefe. Es criminal que Dios coloque
su rostro junto con esas marcas de abdominales, una línea estupenda de
músculos marcados que sobresalen y se deslizan bajo su piel bronceada.
Me imagino cómo se sentiría pasar mi mano por ellos, tal vez incluso más
abajo. ¿Se acercaría más si deslizo mi palma dentro de esos bóxers?
¿Cerraría sus ojos si envuelvo mi mano alrededor de su pene?
La camiseta se eleva más y giro la cabeza hacia la cesta, mi aliento
siseando a través de mis dientes mientras lucho por no mirarlo.
—¿Y? —Se acerca, y en mi visión periférica, puedo verlo hacer una
bola con la camisa.
—¿Qué? —Me enderezo y aparto el cabello de mi rostro. Estoy bien. Él
se va a la cama. Nada va a suceder.
—Tu prometido. ¿Clark? ¿Qué tan grande es?
—Su nombre es Craig. —Paso a su lado y compruebo el termostato,
poniéndolo un poco más frío—. Es promedio. —¿Promedio? Craig se
sentiría ofendido por el término. Entonces otra vez, estoy un poco ofendida
de su reacción a mi rendimiento en Mensa.
—Usa una talla m. —Levanta la vista de su revisión a la etiqueta, dijo
la palabra con repulsión.
—¿Y?
—Ningún hombre adulto usa talla m. —Hace la declaración como si
fuera un hecho.
—Algunos lo hacen. —Enciendo un aromatizador y me muevo a la
cocina, abriendo el grifo y lavándome las manos—. ¿Quieres algo de beber?
33
—Estoy bien. Puedes irte a la cama. Estaré bien. —Se detiene en mi
refrigerador y toma el borde de una foto, sostenida en su lugar por un
imán de margarita—. ¿Esta eres tú?
Le quito de un tirón la foto de su mano antes que le dé una buena
mirada. Es una de mi papá y yo, mi primer año en Parsons, antes que se
enfermara.
—Ve a la cama. —Señalo al sofá perfectamente hecho, a dos metros
de distancia—. Ahora.
Él sonríe, y me chasquea la lengua. CHASQUEA la lengua. No sé si
enfurecerme o recostarme en el mostrador, rogando que esa lengua pase
por cada centímetro de mi piel.
—La sumisión no es realmente lo mío, Kate. —Las palabras salen, y
no tengo duda que este hombre dejó la sumisión atrás, en el preescolar. Él
probablemente ordena al sol que se levante, que cambien los semáforos y
si ordenara a todas las mujeres de Estados Unidos que compraran su
lencería, ahora estaría en el centro del negocio. Él…
Me detengo, una idea surgiendo. Trey Marks, una imagen en blanco y
negro, con su traje, una sonrisa diabólica en pleno efecto, sentado en un
sillón de cuero, un whisky en la mano. Trey Marks, un video de alto
contraste, arremangándose las mangas de su camisa lentamente, la
corbata floja alrededor de su cuello, sus ojos taladrando a la cámara.
Dejo caer la servilleta sobre el mostrador y paso junto a él, a mi
escritorio. Saco un pedazo de papel de la impresora y me siento.
Deja caer tu pantalón
Date la vuelta.
Déjame verte.
*Viste tu cuerpo con la más fina lencería de la Tierra.
*Tu cuerpo es arte. Vístete de esa manera. Déjalo brillar. resplandecer.
—¿Qué estás haciendo? —Su mano descansa sobre el escritorio, y se
inclina hacia delante, mirando la página. Miro su mano, la flexión de sus
músculos diminutos, las líneas fuertes y hermosas de sus dedos. El dedo
anular desnudo, el extraño aspecto de su muñeca sin su reloj.
Miro de nuevo la hoja, la idea sigue ganando impulso en mi mente.
—No lo sé todavía. Creo que tengo una idea para una nueva estrategia
publicitaria.
—No tenemos dinero para anuncios. —Se aparta de la mesa, las
palabras cortantes, y puedo sentir la decepción irradiando de él.
Me giro en mi silla y lo veo alejarse. No es tan difícil, no cuando él
34 está en sólo ropa interior, su trasero expuesto a la perfección, las líneas de
su espalda esbeltas y firmes. Necesita ponerse más ropa. Si lo de Craig no
le queda bien, puede volver a ponerse la bata de baño. O meterse bajo las
sábanas. Me es imposible llegar a una estrategia ganadora mientras se
pasea prácticamente desnudo.
—Encontraremos el dinero.
No se da la vuelta.
—Has visto los balances. Apenas estamos cumpliendo la nómina.
—Un préstamo.
Miro como sus manos se hacen puños, luego se relaja.
—Estoy tan endeudado como puedo.
—Entonces esperaremos hasta tener un trimestre rentable. Vamos a
ser rentables. —Creo en las palabras, y si él no puede oírlo en mi voz, es
un idiota—. No te preocupes —agrego. El pobre hombre. Hablando de un
día difícil. Pienso en Craig, que está definitivamente en cama ahora mismo,
su máquina de sonidos encendida, el sonido de olas rompiendo flotando
por su habitación a veintiún grados centígrados.
—Sé que la publicidad no es mi especialidad, pero puedo diseñar una
línea alrededor de este concepto. Si…
—Podemos discutirlo el lunes. —Hay un tono que he oído antes, el
tema está cerrado y, por un momento, no veo su cuerpo desnudo ni su
ropa interior ceñida. Por un momento, sólo veo derrota.
Él
El tacto en mi hombro es suave, y luego cada vez más incesante, una
presión que está volviéndose más molesto. Se detiene, entonces alguien
levanta mis tobillos y los empuja un poco. Abro los ojos y veo a Kate
Martin intentando quitar una mesita debajo de mis pies.
—¿Qué estás haciendo? —digo, y ella salta ligeramente, la habitación
oscura, la mayoría de ella en las sombras.
—Tienes que acostarte —susurra.
Giro la cabeza y observo la cama que hizo, la esquina de una manta a
un lado, lista para mí. Me muevo lentamente, mis pies llenos de plomo, mi
cuello dolorido, y ruedo sobre mi espalda, las almohadas increíblemente
suaves. Se mueve sobre mí, su cabello suave contra mi pecho, un ligero
aroma a perfume cosquilleando los bordes de mis sentidos. Coloca una
manta sobre mí y abro la boca para darle las gracias, pero no puedo soltar
las palabras antes que todo se desvanezca.
Si este momento fuera lencería, sería nuestra Bata Shameless 5, suave
y cálida al tacto, el tipo de cosa que te colocas y nunca te sacas.
37
5 Shameless: descarada.
5
Ella
—Por supuesto que eres feliz. —Mamá abre los pistachos con la
manera experimentada de un comedor competitivo, sus manos vuelan del
cuenco, a su boca y a la basura, todo en una perfecta armonía. Alrededor
de su cuello, su masajeador de cuello vibra—. ¿Por qué no serías feliz?
—No eres feliz —interfiere Jess, sentándose en la silla al lado de
mamá, los hombros temblándole mientras la silla de masaje tortura su
pobre espalda hasta la muerte—. Nadie que hace esa pregunta es feliz.
—Jess, ¿eres feliz? —Mamá se detiene, una cáscara de pistache
delante de sus labios y mira a su hija más joven.
—Meh. —Jess machaca un botón en el control remoto y sus pies se
38 levantan lentamente, la cabeza echada hacia atrás—. Aunque esto. Esto
puede hacerme feliz. Kate, gástate todo ese dinero que estás ganando y
consígueme esto para Navidad.
—No te va a conseguir una silla de masaje para Navidad —protesta
mamá, metiendo los dedos en el bolso y sacando un nuevo manojo de
pistaches—. Va a ahorrar su dinero para la boda.
—En realidad, no voy a conseguirte esa silla porque cuesta seis mil
dólares —comento, inclinándome hacia delante y mirando el aparato negro
que en estos momentos me está rodeando los pies—. ¿Esta cosa dolía
cuando la usaron? Creo que está roto. Me está aplastando los dedos de los
pies.
—Eso es normal —contesta mamá, con aire de una compradora de
Brookstone experimentada—. Creo que activa tus vasos sanguíneos o algo
por el estilo.
—¿Disculpen? —Todas nos giramos hacia el hombre, un empleado de
la tienda que sostiene un portapapeles en la mano—. No puede comer
aquí.
—Claro que puedo. —Mamá, de forma desafiante, mete dos pistaches
en sus labios de color rojo coral—. John me aseguró que podía.
Él suspira.
—Nadie llamado John trabaja aquí.
Jess se encuentra con mi mirada y me miro lo pies para esconder mi
sonrisa. Pobre tipo.
—¡No dije John! —exclama con indignación—. Dije Jim. ¿O era Jeff?
—Sacude una mano con desdén y se le escapa un pistache, volando hacia
una exhibición de drones—. Algo así. Un tipo alto. —Resopla—. Con lentes.
—Aquí no se puede comer —repite—. Tendré que pedirle que se
marche.
—Me quedan trece minutos —interrumpe Jess, sosteniendo un
control remoto casi tan grande como mi cabeza—. No podemos ma… ma…
march… aaarnos toda… da… da… víaaaa. —Las últimas palabras de su
frase le salieron reverberando, le temblaba la barbilla mientras la silla
comienza con una especie de movimiento de kárate cortante que masajea
con cariño.
—¡Jacob aseguró que podía comer aquí! —insiste mamá y bajo la
mano y apago el masajeador de pies. A mi lado, una niña pequeña se
detiene, con el dedo metido en la fosa nasal derecha mientras mira a mi
madre. Muévete, señorita. Aquí no hay nada que ver. Mi súplica mental
tiene un pequeño efecto. Ella se desploma en el suelo y me encuentro con
la mirada de Jess. Vámonos vocalizo.
39 —¿Esto te hace feliz? —Mamá se levanta y la cuerda tira de su
masajeador de cuello, la suave vibración desaparece—. ¿Quitar la comida
de la boca de pequeñas mujeres mayores? —El hombre estira la mano
para sujetar su brazo y ella lo aparta de golpe, su taza llena de cáscaras de
pistache vuela por los aires, una precipitación de medias lunas blancas
cayendo en cascada.
Atrapo la mirada de la niña pequeña y me sonríe, mostrando que le
faltan algunos dientes.
44
6
Él
He subestimado bastante a esta mujer. Bajo la mirada al dibujo
actual, un corsé oscuro con detalles de cuero y encaje. Paso la página y
veo el mismo corte exacto, el mismo estilo, pero en un rosa pálido y
blanco, con delicados lazos en lugar de cuero, y pequeños diamantes en
lugar de piedras de plata. Es una colección atrevida y bonita, dos líneas
separadas que batallaran entre sí en los estantes de las tiendas, la
colección atrevida un poco dominante en colores y adornos, los bonitos
diseños casi virginales. No es un concepto nuevo, pero lo brillante de este
está en los diseños.
—¿Nuestro equipo diseñó esto?
—Sí. —Se estira hacia adelante, y aparto su mano.
45 —Sólo déjame mirar un momento. —Es demasiado importante para
un proyecto. Paso a través de la pila de diseños y trato de contarlos. En
cuatro meses, ella ha orquestados cuarenta, ¿tal vez cincuenta, diseños?—
. ¿Cuántos de estos han sido de verdad producidos y hechos?
—Catorce.
Un número más creíble, pero, aun así. Pienso en costos de
producción y niveles de inventario. Si se vende, si se vende bien… un
nuevo conjunto de problemas. Flujo de efectivo. Niveles de producción.
Siento un nudo de ansiedad agarrar mi pecho.
—Es bueno. —Suena irritada, y alzo la mirada para ver sus brazos
cruzados con fuerza sobre su pecho—. Sé que es un estilo diferente que el
de tus últimos años, pero…
—Estoy de acuerdo. Me encanta. —Bajo la página y me echo hacia
atrás en mi silla—. Siéntate, por favor. Estás estresándome.
Por primera vez en meses, no responde. Obedece. Algo en la sumisión
me remueve, mi mente pierde el enfoque por un breve momento. Cierro los
ojos y regreso al problema entre manos.
—Es una gran inversión. Ahora mismo… es un giro arriesgado.
—Será incluso más difícil el próximo trimestre —dice en voz baja—.
Debemos arreglar las cosas ahora. Inmediatamente.
Tiene razón, y lo sé. Mi miedo es que su arreglo, estas piezas… si
invierto en ellas, si tomo el riesgo, sea el último de Mark’s Lingerie.
Después de esto, no hay más favores por los cuales rogar ni bolsillos que
picar.
—Déjame mostrarle al equipo de ventas. —La miro a los ojos—. Si les
gusta, entonces lo hacemos.
—¿Hacer qué? ¿Las catorce piezas? —Se para y da un paso al frente.
—Lo que quieras, siempre y cuando puedas respaldar el producto con
márgenes de costo y entrega. —Estiro la mano y toco la suya, evitando que
se lleve las presentaciones. Ella me mira, y elijo mis próximas palabras con
cuidado—. Estoy apostando todo en esto. En ti. Necesito que entiendas lo
importante que es que esto tenga éxito.
Asiente, y en sus ojos veo la confianza que una vez tuve. La temeraria
creencia que, sin importar qué, tendría éxito. ¿Cuándo perdí esa chispa?
¿Cuándo me convencí de que fallaría?
Se gira para irse, y sin ella, el cuarto se siente muerto.
46
Ella
Correas de cuero negras cortadas sobre la lycra. Un collar con un
anillo frontal, una correa negra. Un alambre escondido que hace que la
modelo de tallas parezca con un busto magníficamente grande. En
cualquier otra cosa, debería verse vulgar. Pero con las líneas correctas, los
cortes, y el soporte, son sofisticadamente hermosos.
Seis meses en este trabajo, y lucho contra la urgencia de saltar como
una colegiala.
—Es incómodo. —La modelo desinfla mi emoción con dos simples
palabras.
—¿Qué tan incómodo? —Bajo la mirada a Vern, la diseñadora técnica,
quien mira a la modelo.
—Mucho. —Inclina su cabeza, luego la gira—. Lo peor es la cosa del
collar. Pica.
—¿En los bordes o la parte de atrás? —Vern se levanta y se mueve
tras ella.
—Los bordes.
—¿Qué más es incómodo? —Bajo la mirada al horario de prueba,
maldiciendo para mí misma. Estamos retrasados en la agenda, no sólo
hoy, sino este mes. Me lancé con veintidós piezas, y estoy pateándome en
el culo por eso. Algo que pareció posible hace dos meses se volvió difícil
hace un mes, y ahora parece jodidamente imposible. Miro de nuevo a la
modelo y lucho contra la urgencia de gritarle que se apure. Tal vez es por
esto que Claudia era tan perra. Sólo llevo seis meses en este rol, y ya
puedo sentir la lucha de las cualidades humanas.
—Se siente como si cortara mi caja torácica. Hasta el hueso.
—Bien. Muévete alrededor y dime cuando el dolor incremente o
disminuya.
—¿Dolor? —interrumpo a Vern—. ¿O incomodidad?
La modelo se tensa, sus labios se abren, sus ojos se ensanchan y
gruño sin mirar sobre mi hombro.
—No se supone que estés aquí.
Detrás de mí, se ríe.
—No pensaste que te dejaría tener toda la diversión, ¿verdad?
Me giro, y, desde mi lugar en el taburete, estamos cara a cara.
—Las pruebas no son divertidas. Nadie cree que las pruebas son
47 divertidas.
—Me gustan las pruebas —dice la modelo, y de repente no parece
para nada incomoda. Los ojos de Trey no van a ella; están sobre mí. Pensé
que él era hermoso desde mi lugar en el suelo. A este nivel elevado, se ve
incluso más devastador.
Me bajo del taburete antes de perder toda la inteligencia.
—¿Qué piensas? —Señalo a la mujer.
—Es precioso. —Camina alrededor de ella lentamente.
—Claro. Se ve genial, pero está diciendo que es incómodo.
—Puedo manejarlo. No es tan malo —dice.
Vern murmura algo en voz baja, y Trey se ríe en respuesta.
—Ajá. —Sacudo mi cabeza hacia ellos—. Deja esta tontería. —Empujo
el hombro de Trey, luego apunto a la puerta—. Y tú, ve a calcular con tus
números a alguna parte. Tengo una docena de estos que probar. —Paso la
página—. ¿Vern, tienes esto? Voy a pasar al modelo de Cecile.
—Me iré en un minuto. Déjame tomarte prestada un segundo.
Alzo la mirada de la página.
—¿Ahora? —Sacudo la cabeza—. No. Voy a dejar a estas personas
aquí hasta la medianoche a este ritmo. Lo que sea que sea, dispárame y
muéstrame en la mañana. —No puedo lidiar con más problemas, o
decisiones, o su necesidad por una opinión de las páginas internas del
catálogo de primavera.
—Voy a llevarme a Kate —dice—. Todo el mundo tómese cinco
minutos.
—Nadie se toma cinco —grito—. Todos sigan trabajando. —Jala mi
brazo y con éxito logra arrastrarme hacia la puerta. Medio lucho hasta que
estamos en el pasillo, la puerta cerrada—. ¿Qué? —imploro—. En serio
tengo mucho que hacer.
—Acabo de colgar una llamada de París.
—¿Y? —Agarro su brazo.
—Doblaron su última orden. Aman tus diseños.
Grito, arrojando mis brazos alrededor de su cuello, mi carpeta
golpeándolo en un costado de su cara. Me disculpo mientras lo agarro con
fuerza, saltando. Cuando lo libero, frota el costado de su cara con una
mueca.
—Lo siento. —Suspiro—. ¡Sólo estoy muy feliz!
—¿Podemos entregar?
48 —Sí —digo rápidamente—. Eso creo. —Asiento, mis dedos
tamborileando con emoción sobre la carpeta—. Si dejas de interrumpir las
pruebas y dejando el cerebro de las modelos como papilla.
Se ríe y da un paso atrás.
—Te dejaré hacer lo tuyo. Tengo más pendientes por hacer.
Sonrío y sostengo su mirada. Es su victoria en ventas, y la mía en
diseño. Y en este momento, este pequeño momento de alegría antes de que
el pánico regrese, es lo mejor de mi carrera hasta ahora.
—Doblaron su última orden. Aman tus diseños.
Marks Lingerie está de regreso.
52
7
Ella
—Estás empacándolo mal. —Craig está de pie a mi lado, con las
manos en las caderas, y la cabeza sacudiéndose.
—Está bien. —Cierro la tapa de la maleta y me inclino sobre esta,
luchando con el cierre.
—Kate, basta. —Aparta mi mano—. Necesitamos sacar todo y
empacar de nuevo. No necesitas tanta ropa.
—Lo qué no necesito es que me digas cómo empacar. Ve a la sala de
estar —digo cortante—. Déjame cerrar esto. —Empujo su hombro y lo miro
retroceder, con una mirada de dolor en sus ojos. Es cruel no dejarlo
empacar, no dejarlo usar su tabla para doblar camisas para asegurarse
53 que todos los bordes estén perfectos y del mismo tamaño. Pero dejarlo
empacar significaría que vería la lencería de encaje rojo que había metido,
un nuevo ítem de Marks que ni siquiera había salido a las tiendas todavía.
Me gustaría mantenerlo como sorpresa, algo para sacar la noche del
sábado, en celebración de mi cumpleaños.
Cierro la maleta, el cierre tenso, pero aguantando, y lo arrastro a la
sala de estar, haciendo un movimiento de ¡ta-da! Que es completamente
ignorado por Craig, quien mira cada una de las ruedas de mi maleta,
examinándolas y luego engrasándolas con una pequeña botella que mete
de nuevo dentro de una bolsa Ziploc después de que termina.
—¿Listo? —digo secamente, mirando mi reloj. No importa si no lo
está. Tenemos unas buenas cinco horas hasta el vuelo. No habría razón en
la tierra para no dejar la casa ahora, excepto que a Craig no le gusta dejar
nada al azar. Pensé que exageró cuando fuimos a San Diego para una
noche. Resulta que los viajes internacionales lo ponen a un nuevo nivel de
nervios. Miro a Craig y me pregunto si estoy cometiendo un error al
traerlo. Esto es un evento de trabajo después de todo, un viaje para
comprar el inventario que hace falta de una vieja fábrica de ropa interior.
Nuestro viaje de cuatro días, si el inventario es de calidad, podría
salvarnos un par de cientos de dólares. En mi mención inicial del viaje a
Craig, podría haberlo dejado en eso. En cambio, animada por el vino y un
bono de doscientos dólares en un boleto, lo había invitado a venir.
—Estoy listo. —Prueba nuestras ruedas, haciendo rodar la maleta en
un rápido círculo—. Tengo nuestro itinerario y los documentos de viaje en
el auto. Vamos.
Sonrío y paso mi brazo por el suyo.
—Estoy emocionada.
Me regresa la sonrisa, inclinándose y dándome un rápido beso en los
labios.
—También yo, dulzura.
—¡Bon voyage! —grito, subiendo mis brazos en el aire.
—Allons-y —corrige—. Bon Voyage es para desearle a alguien buen
viaje.
—Claro. Como sea. —Agarro la maleta y voy hacia la puerta.
Hong Kong es como todo lo que había esperado y como nada de lo que
54 podría haber imaginado. Me paro en medio de una calle llena y levanto mis
brazos, girando en la multitud, las luces de neón en todas partes, el aire
lleno de olores raros y sonidos, el repicar de idiomas como una cómoda
manta de anonimato. Veo los ojos de Trey y lo saludo, la esquina de su
boca se levanta en respuesta, sus ojos caen al efectivo en su mano, su
discusión con el vendedor callejero sigue, una negociación de ida y vuelta
sobre alquiler de motos, una conversación por la que Craig está teniendo
un ataque de pánico, sus repetidos intentos de llamar la atención son
ignorados.
—Relajaaaate —le digo. Él no confía en Trey; ese es el problema. No
ha aprendido la tranquilidad con la que Trey maneja las cosas. Han
pasado nueve meses, y apenas y estoy aprendiendo ahora a saltar cuando
muestra sus cartas. Porque así es como es. No te pide que te arriesgues, a
menos que tome el viaje a tu lado. Si yo fallo, él falla. Y si un vendedor
ambulante en la ciudad más grande del mundo molesta a Craig, está
molestando a Trey Marks también. Y ese escenario es tan improbable
como, bueno… un pequeño copo de humedad golpea mi mejilla y alzo la
mirada encantada, un caleidoscopio de ventisca blanca cae. Avanzo,
moviendo mis manos en grandes círculos para llamar su atención—.
¡Chicos! ¡Está NEVANDO!
Trey se levanta y Craig y yo miramos mientras levanta su copa hacia
ambos.
—Un brindis —anuncia, esa sonrisa suya tirando de la comisura de
su boca.
Bajo la mirada a mi propia copa de vino, sorprendida de encontrarla
medio vacía. No me la había servido hace… qué, ¿cinco minutos? ¿O diez?
Lo había estado cuando le había contado a Craig esa historia… la de Marie
de contabilidad, y su disfraz de Halloween. Me río, y levanto mi copa.
Deberíamos beber. Deberíamos viajar más. Con mi último aumento, y
Craig… bueno, Craig nunca gasta nada de dinero así que debe de tener
montañas de este… no hay razón por la que no deberíamos divertirnos
más. Como esto. Al otro lado del mundo, en un lugar donde los idiomas
extranjeros rebotan en exóticas paredes, y estamos comiendo gusanos de
seda fritos por el amor de Dios. ¿Por qué, en tres años juntos, estamos
apenas haciendo esto ahora?
55 Trey se aclara su garganta, y me mira de una forma un poco seria.
—Kate, de verdad creo que estás ebria.
Me río de nuevo, un acto completamente raro, y me detengo,
analizando mi consumo de alcohol y mi estado de humor actual. Estoy
borracha. Me siento casi orgullosa por el hecho, y eso por sí mismo es
incluso un mayor testimonio al hecho de que debo estar ebria. Yo, Kate
Martin, la eterna chica buena y meticulosa que soy, estoy oficialmente
borracha. En Hong Kong. Con dos de los mejores chicos…
—Está a punto de llorar —dice Craig, mirando a Trey con
preocupación.
Resoplo. No puedo evitarlo. Son tan diferentes. Craig es tan bueno
conmigo. Y se esfuerza tanto por ser un buen compañero; va a ser un
padre increíble, y es una persona tan buena por dentro. Y entonces tienes
a Trey, quien es, como, este perfecto unicornio sexy… no es que tenga un
cuerno saliéndole de la cabeza ni nada de eso; simplemente es tan… cierro
mis ojos e intento encontrar la palabra correcta, esa que encierre lo
especial y único que es. Como puede hacerme el día sólo sonriendo. Como
ahora, ahora mismo, está mirándome, de la forma más amable y dulce,
como si…
—NO LLORES —dice Craig, con fuerza, su rostro cerca al mío, mi
nariz capta un vaho de la tarta de atún que se comió como aperitivo.
—ESTÁ BIEN —digo en respuesta, igual de fuerte y exagerado que él,
como si estar ebrio lo volviera sordo de alguna forma—. NO LLORARÉ.
Mis ojos se encuentran con los de Trey, y él guiña un ojo.
Él
Termino la llamada y hago señas al mesero, esperando que reemplace
mi bebida. Miro la tercera silla, y lamento, por enésima vez, permitirle
traer a su prometido. Inicialmente, pensé que era buena idea. Pensé que
verla feliz, ver su futuro; podría hacer las cosa entre ella y yo más claras,
un poco menos tentadoras. Ese plan explotó tan pronto como llegaron.
57 Este chico no era correcto para ella. Demonios, es completamente malo
para ella. Pero no puedo decirle eso. Si lo hago, lo rechazara, y luego
habría animosidad, y tan cercanos como nos hemos vuelto en los últimos
nueve meses, no estoy seguro de que podamos enterrar esa conversación y
seguir.
Paso un dedo sobre mi tenedor más pequeño, empujando la plata,
irritado por el hecho de que está aquí, arruinando todo. Hoy, deberíamos
estar celebrando, la compra de la mercancía fue completada, un montón
de dinero fue ahorrado, todo continuaba avanzando hacia el éxito. En
cambio, estaba mirándolo al otro lado de la mesa, y haciendo un paralelo
de todas las formas en que es malo para ella contra todas sus fortalezas.
Desafortunadamente, sí tiene unas fortalezas.
Es atractivo, de la forma en que los hombres de los catálogos de
Brooks Brothers lo son. Perfecto cabello, dientes derechos, una apariencia
de chico bueno.
Es exitoso, asumiendo que ella es feliz con la clase media.
Es listo, hasta ser molesto, algo que ha mencionado.
También es ignorante al hecho de que quiero follar a su futura
esposa. Parece no preocuparse por nuestras largas horas, o la familiaridad
casual, o los momentos en que nuestros ojos se encontraron al otro lado
de la mesa, la comunicación sin palabras en los pequeños movimientos de
sonrisas o miradas.
No debería estar tan tranquilo, o ser tan amigable. Debería estar
cuestionándose nuestra amistad, y sutilmente marcando su dominación.
Debería haber una distancia saludable entre ambos, una masculina
puesta en guardia, unas mangas enrolladas en la pelea por esta mujer. Mi
mujer.
Así es como todo esto debería ser. Ese es el juego que sé cómo luchar.
No puedo pelear con un amable y bien comportado monigote. Me
haría parecer un imbécil. Eso la alejaría.
Alcanzo mi copa y mentalmente me corrijo. No importa cómo
reaccione él, o el juego debería desarrollarse. No puedo pelear con él
porque no debería tenerla. Es el mantra que sigo olvidando, el plan que
sigue descarriándose.
La puerta del restaurante se abre, y sé que es ella por la sonrisa en la
cara del maître.
Ella
—¡No voy a beber eso! —le digo a Trey, esperando que pueda leer
labios porque el ruido en el club es ensordecedor. Me sonríe y jalo su
pantalón de vestir, estrellando una mano en la parte de arriba de su
zapato para llamar su atención.
De pie en la cima de la barra, grita algo y la multitud estalla en
vítores, un cantico empieza el cual no puedo entender. Alzo mis manos con
duda y él apunta a la chica a mi lado, gritándole algo. La chica, un
bombón con coletas, ojos de gato y botas de combate, se inclina y presiona
su boca en un cubo de hielo, sus ojos se mueven a Trey. Él inclina una
botella y el licor rojo fluye como un sumidero, a través del hielo en su
boca. Parece poco higiénico y extremadamente sexual, dos direcciones con
las que no planeo tropezarme esta noche. Cierra sus ojos y traga,
levantando su boca del hielo y limpiándose los labios con el dorso de la
mano. Hace un gesto para que avance.
—¡No! —Muevo mis manos hacia Trey, sacudiendo mi cabeza
enfáticamente, pero la multitud canta con más fuerza, lo puños golpean
sobre la barra, los cuerpos empiezan a saltar animados. Él hace una
mueca, como si fuera inocente en todo esto, luego alza un dedo.
—Un trago —grita—. ¡Solo uno!
No puedo. Si hago esto, si le obedezco, será un infierno. Será como
darle las llaves de mi reino al diablo. Sabrá que, si me muestra esa
sonrisa, y me guiña un ojo, cederé, me comportaré, haré lo que sea que
quiera que haga. Y quiero decir lo que sea. Sus ojos atrapan los míos y se
agacha, suavemente dejando el licor y bajándose de la barra, aterrizando a
mi lado, con su mano ahuecando la parte de atrás de mi cintura y
acercándome a él. Baja su boca a mi oído.
60 —Sólo uno, Kate. Por mí.
Tal vez es su proximidad, o la forma en que su voz se suaviza en las
últimas dos palabras. Tal vez es el hecho de que debo apartarme de él y
tomar ese trago o inclinar mi cabeza y besarlo. Cualquiera que sea la
razón. Me alejo y voy por el hielo.
Me digo que el hielo es estéril, y que no importa que esté poniendo mi
boca en el mismo lugar donde estuvo la de un extraño.
Me digo eso porque no le dije a Trey que rompí con Craig. Eso hace
que esta noche esté bien, quita cualquier capa romántica, y beber con mi
jefe es tan inapropiado como puede ser.
Cierro los ojos y espero el alcohol, y me digo que no importa si me veo
sexy, o si Trey está orgulloso de mí, o impresionado, cualquier otra cosa.
El licor golpea mi lengua y es frío como el hielo. Lo trago y me paro,
un poco se chorrea por un lado de mi boca. Cuando voy a limpiarlo, la
mano de Trey está ahí, sus dedos suaves contra mi barbilla, y nuestros
ojos se encuentran mientras limpia el licor y luego sube su mano,
suavemente succionando el pulgar en su boca.
Santo Dios. Este hombre será mi muerte.
Mi vuelo a Hong Kong había sido soportable, Craig y yo tuvimos
suertes de ser sentados al lado de uno de esos escuálidos adolescentes que
usan auriculares y no acaparan el reposabrazos. Pero de regreso, Trey me
pasa a primera clase, una transición costosa que al principio rechacé. El
masaje de cuello a mitad del vuelo, la televisión privada, y el sushi
ablandan mi resistencia. La cama completa, la cortina de privacidad, la
siesta de siete horas me tiene renegando de la clase turista para siempre.
—¿Todo está bien con Craig?
Considero la pregunta sin mirarlo.
—Está bien. Fue una emergencia de trabajo. Creo que ya la manejó.
—Sería más fácil decirle la verdad; debería decirle la verdad. Trey no es
sólo mi jefe; nos hemos vuelto amigos. Sería raro no decirle.
Pero decirle que rompí mi compromiso llevaría a preguntas, unas que
ni siquiera había resuelto del todo en mi cabeza. Tal vez, de regreso en los
61 Estados Unidos, cambiaré de opinión. Tal vez, después de catalogar todos
los factores para tomar la decisión, me daré cuenta que no debería haber
tomado una decisión tan radical mientras estaba bebiendo. Tal vez
llamaría a Craig y le diría que cometí un error.
O no lo haría. No siento nada de remordimiento por mi decisión. Si
algo, me siento mejor; el nudo de ansiedad por nuestro futuro no está, mis
posibilidades son más amplias. Anoche, tuve la mejor noche de mi vida.
En algún punto, habíamos bailado, en un oscuro club a un lado de la
calle, uno donde travestis nos recibieron en la puerta y la música disco
resonaba por las bocinas. Nunca he bailado. No en la universidad, y
menos durante el post grado. Los eventos formales a los que Craig y yo
algunas veces íbamos tuvieron un par de canciones lentas con las que nos
balanceamos, de la forma más digna posible. Pero nada de eso anoche.
Eso habían sido manos al aire, trasero meneándose, giros.
Nos habíamos metido en la multitud, en un lugar de fuertes
movimientos y atestado, sus brazos se habían envuelto protectoramente a
mi alrededor, mi cuerpo ocasionalmente rozaba el suyo al ritmo de la
música tecno. Cuando subimos al bar de arriba, tomamos Tequila y
encontramos una máquina de discos. Puse una canción country, me las
arreglé para mezclarla con una jiga irlandesa, y Trey se ríó y me dijo que
era una bailarina terrible. Él también, comiendo tapas, en otro bar, me
apartó el cabello de la cara y me dijo que era brillante. No recuerdo mi
respuesta. No recuerdo mucho del resto de la noche, excepto que me
quedé dormida en un taxi, y que él terminó llevándome a mi cuarto.
—¿Está mal que esté feliz de que se haya ido antes? —Inclina su
cabeza contra el cabecero y se gira a sonreírme—. Digo, estoy seguro de
que arruinó tu cumpleaños, pero…
—No es malo. —Le mostré una media sonrisa—. Creo que fue una
buena experiencia para formar lazos como compañeros de trabajo. —
Alcanzo mi vaso, determinada a regresarnos a una relación apropiada—.
Por Marks Lingerie.
Su lengua recorre el interior de su labio inferior y él, casi a
regañadientes, levanta su propia copa.
—Por Marks. Y por formar lazos con compañeros de trabajo.
Inclino mi vaso y aparto la mirada.
62
8
Ella
—Simplemente no entiendo por qué no has hablado con Trey. —Jess
empuja el carrito de la compra y se detiene junto a un estante de bolsos,
tomando un bolso de mano de imitación de Betsey Johnson—. Ha pasado
un mes desde que tú y Craig rompieron. ¿De qué hablan todo el tiempo?
—Negocios. —Giro un estante de lentes de sol y tomo unos de
arriba—. Y otras cosas. No sé. Él no saca el tema de Craig.
—Ustedes son extraños. —Sostiene el bolso—. ¿Crees que esto vale
cuarenta dólares?
—No. —Me pongo los lentes, mirándome en el espejo—. No somos
extraños.
63 —Son totalmente extraños. Incluso mamá piensa que son extraños,
eso es casi el beso de la muerte.
—¿En qué sentido somos extraños? —Los lentes no se ven mal en mí.
Inclino la cabeza, considerándolos.
—Es el modo en que se miran el uno al otro. Como si estuviesen
teniendo conversaciones subliminales. Es maleducado, ¿sabes? Cuando
está otra gente. Me siento ignorada comiendo con los dos. Además, está
todo eso de la atracción.
Me quito los lentes de sol y compruebo la etiqueta del precio,
suspirando y dejándolas de nuevo en el estante.
—Muchos amigos están atraídos los unos por los otros.
—Mmmm… no. —Lanza el bolso en el montón y empuja el carrito—.
En realidad no lo están. Nunca funciona.
—Te gustaba Gabe Jordan.
—Eso fue en noveno grado, Kate. —Mira el reloj—. Mierda. Ya son las
dos. Tenemos que darnos prisa.
Observo mientras gira por el pasillo de artículos para el hogar, sus
pasos se incrementan en velocidad mientras pasa junto a los artículos de
cocina, deteniéndose en una exposición de marcos de fotografía. Tal vez
Trey y yo somos extraños. Ciertamente, a veces, me siento indefensa, como
si nos estuviésemos acercando de puntillas a la línea de lo inapropiado. Es
la razón por la que no le he hablado de Craig. Siento como si mi relación
falsa con él es una capa de protección, algo a lo que señalar y decir ¿Ves?
Solo somos amigos. Debemos serlos, ya que estoy felizmente prometida.
—¿No te ha preguntado por el anillo? —pregunta Jess, dejando
cuidadosamente un marco de fotografía en el carrito.
—Le dije que necesitaba ajustar el tamaño. —Una excusa terrible,
pero una que él no había cuestionado.
—Aún no puedo creer lo suave que fue tu ruptura. —Se detiene—. En
realidad, da lo mismo. Sí puedo. Si alguna vez me divorcio de Adam, voy a
hacer que Craig maneje todo.
Tiene razón. Mi ruptura con Craig no podría haber sido más pacífica.
No había protestado o gritado. No había habido lágrimas o debate. Había
escuchado mi titubeante intento de discutir mis sentimientos, luego se
acercó al armario y empacó su maleta. Antes de salir de la habitación de
hotel, habíamos discutido nuestra relación hacia el futuro (una relación
cordial) y si él debería contribuir a la factura del hotel (no). No tengo
ninguna duda de que en su perfectamente organizada oficina de casa hubo
un archivo “En caso de que rompamos” completo con una lista de cosas
por hacer. Para el momento en que llegué a los Estados Unidos, tenía una
64 caja en la encimera de mi cocina con todas mis cosas de su casa, junto
con una lista impresa de cosas que me estaba pidiendo. Tenía una tarjeta
de visita sujeta en el inicio de la lista, junto con papeles firmados del
banco en el que quitaba su nombre de todas nuestras cuentas conjuntas.
Le había devuelto sus cosas a la semana siguiente y no había sabido de él
desde entonces.
Me apoyo contra la pared.
—Estoy preocupada de que decírselo a Trey cambie nuestra relación.
Me mira.
—Eso puede no ser algo malo. Él es ridículamente sexy… necesitas
un nuevo hombre… —Se encoge de hombros como si todos los problemas
estuviesen resueltos.
—No es así de simple. Tal vez si fuéramos solo amigos… —Me froto los
ojos—. Pero la compañía nos necesita a ambos. Y él lo sabe. No creo que
nunca vaya a hacer nada conmigo, por miedo a estropearlo.
—Está bien… —dice alargando las palabras, asintiendo a otro
transeúnte y moviéndose por el pasillo—. No estás teniendo ningún
sentido. ¿Quieres tener una cita con el tipo o no?
¿Quiero salir con Trey? Ni siquiera merece la pena considerarlo. No
puedo salir con Trey.
—No. —Logro decir.
—¿No? —Alza las cejas en la forma conocedora que solo una hermana
puede.
—No —repito y esta vez la palabra corta está llena de determinación.
Simplemente se ríe como respuesta.
Él
La morena es una versión más joven de Kate, sus pechos
mostrándose por encima del sujetador balconet6. Miro mientras se apoya
distraídamente contra las almohadas, con una rodilla hacia arriba, una
cadera girada. Un hombre con traje camina hacia delante, deteniéndose
frente a ella.
—¿Qué piensas? —pregunta Kate suavemente. Un foco destella y hay
un chasquido del disparador.
—Es una apuesta. —Me encojo de hombros—. Pero me gustan las
apuestas. —De tal padre, tal hijo.
65
—¿Crees que será demasiado arriesgado para las tiendas? —El
hombre se arrodilla frente a la modelo, la mano sobre su muslo.
—No estoy seguro. Pero a los de marketing les gusta la idea de
sexualizar la sesión. Piensan que pueden lograr que las fotografías se
hagan virales. —Saco el teléfono y actualizo mi correo electrónico.
—¿Esperando todavía el pedido de Neiman Marcus?
—Sí. —Ya estamos completamente financiados esta temporada. De
todos modos, su pedido nacional puede darnos una base firme para lanzar
una publicidad apropiada. Miro el teléfono y me lo meto en el bolsillo.
—A propósito… —Se balancea en los tacones, algo en su postura me
hace detenerme—. Craig y yo hemos roto.
Es tan inesperado que doy un paso atrás, el corazón latiéndome con
confusión, provocado por el entusiasmo y el terror. Trago saliva.
—¿De verdad?
—Sí. Simplemente pensé que deberías saberlo. —Baja la mirada al
sujetapapeles, haciendo una marca en la página—. No es que cambie
nada. Solo…
70
Él
Mis zapatos resuenan contra la baldosa del hotel, un sonido
dominante que me asienta, otra pieza de la apariencia externa del control.
Necesito la ilusión, mientras por dentro, me derrumbo en pedazos.
Mi compañía la necesita.
La necesito.
Y, desafortunadamente, también mi polla.
Y justamente así, es como se destruyen las cosas.
Camino hacia el maître, y espero que no venga a la cena.
Ella
Con el cabello recogido, uso mi mejor traje, un sexy vestido YSL que
Trey me compró en Nueva York. Había gruñido cuando salí del vestidor
con este puesto. Un gruñido muy similar, de hecho, al que había salido de
él en el baño.
Tal vez le gusta torturarse a sí mismo. O tal vez solo puede
satisfacerse solo, y las mujeres solo son peones en su ridículo juego de la
excitación.
Cualquiera que sea la razón, esta cena es muy importante para dejar
que nuestra inapropiada tensión sexual se meta en medio. Paso el puesto
del anfitrión, mis tacones se deslizan con cuidado sobre el duro piso de
madera, y me muevo entre las mesas, buscándolo. En la parte de atrás, en
una elegante mesa para cuatro con vistas a la Strip, sus ojos encuentran
los míos. Se levanta de su asiento, y me acerco a él.
76
Ella
Es oficial. El pene del hombre solo sabe cometer errores estúpidos.
Primero esa loca ladrona, y ahora esta, una mujer casada. Apuesto a que
Edward ni siquiera estaba fuera del hotel antes de que Trey llamara a su
puerta. ¿Siquiera había pensado en mí? Se podría pensar que, si el
hombre iba a destruir todo, al menos podría haber mirado hacia mí, al
menos me hubiera considerado antes de arriesgar la ira de nuestro cliente,
durmiendo con su esposa.
Descanso en la habitación oscura, agarrando una almohada contra
mi pecho, y escuchando el chasquido del aire acondicionado mientras se
enciende. Mi corazón galopa contra mi pecho, mis brazos se aprietan
alrededor de la almohada, y quiero gritar, pero en su lugar, solo gruño. Me
digo que no son celos, pero lo son. Son celos, y lamento, y meses de
frustración sexual. ¿Por qué ella? ¿Por qué no una prostituta de Las
Vegas, o una turista sexy? ¿Por qué arriesgar esta cuenta, una que
necesitamos, todo para follar a una exnovia? Si él es tan arrogante acerca
del riesgo para la compañía, entonces ¿por qué no salir conmigo?
Ruedo sobre mi espalda y fuerza mis brazos a relajarse, a
desplomarse de nuevo en el colchón. Mi mente se relaja ligeramente. Tal
vez sea porque, a pesar de todo su coqueteo, y nuestra química latente, yo
no soy su tipo. Tal vez toda mi tensión sexual es unilateral, y él actúa en
un mundo puramente platónico donde coquetea por pura diversión, y es
ajeno a las fantasías delirantes de mi hambriento deseo sexual. Considero
llamar a su puerta y solo preguntárselo, de plano, que se explique, pero
abandono el pensamiento. Mis nervios están demasiado deshilachados
para tener esa conversación cara a cara, en un ambiente donde todas mis
reacciones y emociones serán vistas. No hay manera de jugar a la fresca
chica distante en ese escenario. Me doy la vuelta, tomo mi teléfono y
redacto un mensaje.
¿Te sientes atraído hacia mí?
Se supone que las mujeres no deben hacer preguntas como esas.
Debemos ser perseguidas; siempre debemos conocer nuestro poder. Pero
yo no lo hago. Y necesito saber. Él es mi mejor amigo, y no deberíamos
81 tener que andar de puntillas sobre nuestros sentimientos. Deberíamos ser
capaces de tener una discusión racional y abierta sobre esta cosa
ridículamente enorme que ha estado dominando mis procesos de
pensamiento de repuesto por los últimos... infierno... incluso antes de que
Craig y yo termináramos.
Mi teléfono emite un pitido y lo recojo de la colcha.
Tan devastadoramente.
Miro fijamente a la respuesta, mi corazón tirado entre la euforia y el
miedo, una avalancha de nuevas preguntas surgiendo. Las recorro y
espero a que me haga la misma pregunta, pero el teléfono permanece
oscuro. ¿Debería decirle que siento lo mismo? No. No puedo. Ruedo en mi
espalda y escribo vacilante la siguiente pregunta, leyendo varias veces
antes de presionar enviar.
Entonces, ¿por qué no estamos juntos?
Coloco el teléfono en mi pecho y miro el techo. Parte de mí se
arrepiente de haber dicho esto. ¿Y si quiere empezar una relación?
¿Incluso quiero eso? Lo conozco desde hace catorce meses, y no ha tenido
una novia estable durante todo ese tiempo. ¿Sería buen material de novio?
¿Puede ser fiel? ¿Es romántico? Demasiadas preguntas sin respuestas.
Recojo mi teléfono y compruebo que mi mensaje fue entregado. No debe
tomar tanto tiempo para responder, para proporcionar una respuesta
simple a una pregunta tan importante. Cierro los ojos e intento relajarme,
concentrándome en mis pies y moviendo lentamente mi cuerpo, relajando
un grupo de músculos a la vez, con los brazos sueltos y elásticos para el
momento en que mi teléfono finalmente suena. Lentamente ruedo a mi
lado y levanto mi teléfono, leyendo su respuesta.
Demasiado en riesgo.
La brevedad de ello me irrita, como si no tuviera la energía para
entrar en mayor detalle. Pero en esas tres palabras, entiendo su postura.
Es la misma lógica que me he dicho cientos de veces. Fue por este camino
con Vicka, y su compañía se había hundido como resultado. Salir con Trey
podría arruinar el progreso de Mark´s Lingerie, por no mencionar nuestra
amistad. De alguna manera nuestro vínculo parece imperturbable. De otra
manera, parecemos tan frágiles como el vidrio. Nadie más puede hacerme
daño así. La opinión de nadie más es tan importante. Nadie más puede
romper mi corazón tan fácilmente como él podría remendarlo.
Si él piensa que hay demasiado en riesgo, entonces bien. Puedo
cruzar a Trey Marks de mi lista de prospectos y volver a sumergirme en el
mundo de las citas. Puedo encontrar a alguien más, alguien mejor para
mí, alguien sin consecuencias. Puedo encontrar una relación que, si
termina, no destruirá cualquier otra parte de nuestras vidas.
82 No necesito a Trey en mi cama, como mi novio. Puedo ser feliz
teniéndolo en cualquier otro lugar.
No sé si es una mentira o no, y en este momento, no me importa.
Envuelvo mi mano alrededor de mi teléfono, lo deslizo bajo la almohada, y
cierro mis ojos.
Me despierto con una nota de Mira, una que deslizó bajo mi puerta,
su escritura grande y florida. En ella, cancela nuestro almuerzo, lleno de
disculpas y promesas de encontrarme en un futuro viaje. La nota esta
adjunta a una orden de compra, una que Trey debe haber preparado, la
unidad cuenta lo suficiente como para hacer nuestro trimestre, si no
nuestro año. Ruedo los ojos y lo tiro a la cama.
Hay un golpe en la puerta contigua y la abro, dándole a Trey una
sonrisa apretada y volviendo a mi maleta, la cremallera difícil. Él empuja
hacia abajo la tapa y yo la cierro.
—Gracias.
—Claro. —Él está en caquis y un polo, el algodón azul brillante
resaltando su bronceado. Este es el Trey de club de campo, el look formal
que solía excitarme, el exterior pulcro y tan fácilmente retorcido con solo
una mirada ardiente. Solía ponerme ardiente. Hoy soy una mujer nueva,
una perfectamente contenta en mis papeles de mejor amiga y director
creativa, una que no se pregunta cómo se ve desnudo, o de lo que esa
deliciosa boca es capaz de hacer.
Camina hacia la cama, estirando una mano y recogiendo los objetos
de Mira.
—¿Qué es esto? —Voltea por encima de la página, con la cabeza
cayendo mientras lee—. Creí que me estaba enviando esto.
—¿Viste la nota? —digo alegremente—. Ella canceló nuestro
almuerzo.
—Sí. Yo se lo dije. —Él me mira—. Pensé que no querrías comer con
ella después de... —Hace una mueca—. Ya sabes.
—Oh sí. —Sonrío de nuevo, y sus ojos se estrechan—. Lo sé. —Doy un
paso adelante y arranco las páginas de vuelta—. Hubiera estado bien
almorzando con ella. No te necesito corriendo y reordenando mi horario.
—Lo siento. —Él no suena que lo sienta. Suena inquieto, lo que me
hace ridículamente feliz. Puedo hacer esto. Puedo ser la chica genial, la
83 amiga que no le importa que su amigo, su jefe, esté devastadoramente
atraído por ella. Puedo rodar mis ojos a sus payasadas putas y salir y
casarme con otro príncipe encantador. Podemos construir esta compañía,
ser amigos, y puedo tener sexo ardiente y bebés que no tienen nada que
ver con Trey Marks.
Puedo tenerlo todo. Puedo. Lo haré.
Me mira y lo miro, y si me besa ahora mismo, me desmoronaría bajo
su toque.
Él sostiene la mirada, y yo miro hacia otro lado, asustada de lo que
mis ojos puedan mostrar.
11
Ella
Cuatro meses después, encuentro a mi príncipe en una cafetería del
centro de la ciudad. O, mejor dicho, él me encuentra.
—¿Kate? —Miro hacia arriba y trago el sorbo de café, mis ojos
lanzándose por encima de todos los detalles.
Cabello castaño suave, sin producto.
Pálidos ojos verdes, del tipo que sonríen. Lleva gafas, e
inconscientemente toco las mías, contenta de haberme saltado los de
contacto hoy.
Sus características son como se anuncian, un perfil clásico resaltado
por dientes rectos, perfectos y una nariz adorablemente torcida.
84 Un suéter azul, la tela ceñida alrededor de una estructura varonil, su
altura lo suficientemente alta como para que pueda usar tacones y seguir
siendo más pequeña.
Me levanto y extiendo una mano.
—Hola. Debes ser Stephen. —Nos estrechamos la mano, y es un buen
apretón de manos, firme pero no de negocios, sus manos suaves y cálidas,
todo sobre él tranquilizadoramente conservador—. Por favor siéntate.
Saca el asiento opuesto y se instala en él, y hay un momento de
silencio incómodo, uno en el que bebo mi café y él endereza sus gafas, y no
puedo, por mi vida, pensar en una sola cosa para decir. Nuestros ojos se
encuentran, él sonríe, y yo me río a pesar de mí misma.
—Esta es mi quinta cita a ciegas —admite—. Pensarías que ya habría
aprendido algo aparte de mi nombre para ahora.
—Mi octavo. —Sonrío—. Parece que te bañaste recientemente, así que
no tienes que decir nada. Ya estás por delante del resto. —Es una mentira,
y él lo sabe, pero se inclina hacia adelante y la conversación empieza a
fluir.
—¿Así que trabajas en el comercio minorista? —Mete las manos en
sus bolsillos mientras caminamos, con la cabeza baja, el oído inclinado
hacia mí.
—Algo así. Trabajo para una empresa de prendas interiores.
Suministramos a las tiendas minoristas y algunas cadenas de alta gama.
—Prendas interiores. ¿Cómo ropa interior, medias?
Asiento, tirando de mi cabello en una coleta baja.
—Sí. Menos medias y más de los artículos delicados. Sujetadores,
bragas, ligueros, babydolls. Las cosas más sexys. Nuestras líneas son
bastante provocativas.
Trey habría hecho un comentario astuto, habría hecho un cumplido,
pero Stephen solo asiente, su rostro una máscara de concentración.
—¿Y qué haces por la compañía?
—Modelo.
La broma cae plana, y él solo asiente, como si lo dijera en serio, como
si hubiera alguna posibilidad de que mi cuerpo estuviera en una portada.
—Estoy bromeando —me apresuro—. Soy la directora creativa; soy
85 responsable de la visión general y la ejecución de la misma. —Siento la
explosión de orgullo que viene cada vez que digo mi título.
—Eso está bien. —Tomamos el camino hacia el parque, un dosel de
árboles proporcionando un descanso del sol. Su brazo rozo el mío, un
recordatorio de dónde estoy y con quién estoy. No Trey, que está
acostumbrado a mis largos períodos de silencio, pero este hombre,
probablemente piensa que soy rara. Estoy tratando de pensar en algo que
decir cuando habla—. ¿Cuánto tiempo has estado allí?
Me relajo un poco.
—Un año y medio.
—¿Lo disfrutas?
—Lo hago —digo honestamente—. Trey es muy bueno para trabajar.
Nos llevamos muy bien.
—Eso es bueno.
Le pregunto qué hace, y aprendo que es un cirujano oral. Un dentista
de lujo, como él dice. Viaja dos días a la semana, tiene un perro rescatado
y una madre en Chula Vista. Nos encanta el sushi y odiamos Star Wars.
Ambos somos entusiastas de Words With Friends y, a menos que mal
interprete la mirada en sus ojos, queremos vernos de nuevo.
Terminamos nuestra caminata en el estacionamiento. Delante de
nosotros, mi brillante convertible Mercedes rojo se sitúa, un regalo de Trey
cuando alcanzamos el objetivo de ventas del año pasado. Él busca en su
bolsillo y un nuevo Volvo SUV emite un pitido.
—Ese es mío.
Se vuelve hacia mí y sonríe. Es una bonita sonrisa, una cálida y
amable. Da un paso adelante y mi corazón se acelera. Un beso. Mi primer
beso desde Craig. ¿Recuerdo cómo hacerlo correctamente?
Extiende una mano.
—Gracias por encontrarte conmigo. Y por no ser una asesina serial.
Me río y tomo su mano.
—Concuerdo. En realidad, estaba planeando ser una asesina serial,
pero decidí no hacerlo. Mi día está un poco lleno. Reuniones. —Sonrío y
creo que él puede decir que estoy bromeando.
Retrocede y dice adiós con la mano.
—Te llamare. Si eso está bien.
—Lo está. —Le devuelvo el adiós, y espero a que se gire, para alejarme
antes de buscar en mis bolsillos por mis llaves.
86
—¿Le dijiste que eras una asesina serial? —El viento agita los papeles
en la mano de Trey, y miro hacia ellos con preocupación.
—¿Podemos entrar? —pregunto—. Vas a perder algo.
Él empuja la puerta abierta con su pie, sosteniéndola en su lugar
mientras me deja pasar.
—¿Eso es lo que usaste?
—No, fui a casa y me cambié —digo con brusquedad—. Sí, esto es lo
que me puse. Es bonito. —El traje en cuestión, un sastre de Jones New
York, uno que había emparejado con un top con escote en forma de
corazón. No era el traje más casual de primera cita, pero me había reunido
con Stephen en medio de un día laborable. Un mini vestido no había
parecido apropiado.
—Sí —está de acuerdo, cerrando la puerta, el viento calmándose, el
sonido de deportes procedentes de otra habitación—. Es bonito. Vamos a
la cocina.
Me quito la chaqueta de mi traje y la cuelgo por encima de la
barandilla de su escalera, apartando el cabello de mi cuello y siguiéndolo
hasta la cocina, donde se sienta sobre un taburete y da la vuelta a la
primera página del contrato.
—No quieres vestirte bien cuando vas a una cita, Kate.
—Lo siento —respondo con brusquedad—. No todos podemos trabajar
desde casa durante los playoffs. —Abro su refrigerador, agachándome
hasta el cajón inferior, donde guarda mi Coca Cola de dieta. Agarro una y
cierro el cajón con mi pie, cerrando la puerta con el codo antes de girar
hacia él. Sus ojos subiendo rápidamente a mi rostro.
—¿Me trajiste una?
—¿Una Coca de dieta? —Levanto las cejas. Él no bebe de dieta. Más
que eso, se burla de cualquier hombre que lo hace.
—Hay unas regulares en el mismo cajón. Debajo de las tuyas.
Abro la puerta y me doblo de nuevo, buscando a través de la fría pila
de botellas, frustrada cuando no puedo... Miro sobre mi hombro y veo a
Trey acomodado en el taburete, un pie en el taburete contiguo, sus ojos
fijos en mi culo. Me enderezo y sus ojos saltan a los míos.
—¿Qué? —pregunta.
—No tienes ninguna regular allí.
87
—Quizá estén en el otro cajón, a la izquierda. Pero arquea tu espalda
esta vez. Y gime un poco.
Tiro mi lata de Coca Cola de dieta en su cabeza, y él la toma, con una
sola mano, una sonrisa maliciosa iluminando su rostro.
—¿Qué? ¡Tengo sed!
—Estoy segura de que lo tienes —refunfuño, pateando la puerta para
cerrarla y apoyándome contra el mostrador—. Debería demandar tu culo
por acoso sexual.
—Lleva ese traje en la corte y nadie te creerá.
—No es tan malo. —Lo fulmino con la mirada y le robo mi soda de
vuelta, golpeando la tapa antes de abrirla.
—¿Qué hay debajo?
Lo ignoro y empujo el contrato hacia adelante.
—Firma esto para que pueda dejarte en paz.
—Bien. Ven aquí y explícame. —Él baja su pie del otro taburete y lo
saca, su mano rebuscando en el cajón superior de la isla por una pluma.
Trey Marks tiene varios lados, pero su modo de negocio es el más
atractivo. Es la seriedad que toma su rostro, el tono sombrío, esa lisa
lengua que entrega palabras como deshuesar, mirilla y tanga sin vacilar.
Me he aprovechado de ello, abasteciendo nuestras reuniones de
compradoras femeninas, sus reacciones similares a las mías, toda la
habitación una gran explosión de estrógeno cuando mete sus manos en los
bolsillos y se pasea.
Ahora, me muevo a su lado de la isla y me poso en el taburete,
inclinándose hacia adelante y tirando de la portada de nuevo en su lugar.
Apenas he comenzado mi explicación cuando siento la punta de su pluma
tirando del borde de mi falda. Me detengo, mis ojos cayendo a mis muslos,
la falda avanzando más alto, más allá de mis rodillas, ahora mis muslos.
Mis medias terminan, mi piel pálida contra el borde del encaje negro, y mi
aliento se atrapa cuando la punta del metal se cruza sobre mi piel.
—Fácil... —dice lentamente—. Solo estoy revisando… —Desliza la
pluma a lo largo de la parte superior de mi media, hasta que alcanza el
clip de liga—. ¿Qué son éstos, los Mirabellas?
—Sí. —Me estiro para tirar de la falda de nuevo en su lugar y él
golpea lejos mis manos.
—Pon tus manos sobre el mostrador, Kate. Esto no va a ningún lugar.
¿Esto no va a ningún lugar? Esto ya ha ido a algún lugar que no
debería.
88 —No te estoy tocando, Kate. Cálmate. —Suena tan suave, como si
estuviera examinando muestras de envasado o copias de marketing.
Solté un suspiro frustrado.
—¿Qué estás haciendo? —No hacemos esto. Esto no es un juguetón
coqueteo, no cuando estoy mojada por el solo toque de su pluma.
—Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo. Confía en
mí.
En dieciocho meses me ha ordenado hacer muchas cosas. Casi
siempre obedezco. No siempre porque quiero, sino porque me gusta.
Cuando usa esa voz, hace algo dentro de mí. Algo que se sintió —cuando
estaba comprometida con Craig— perverso. Pon tus manos sobre el
mostrador. Planas. Palmas abajo. Miro hacia abajo a su pluma, la punta
metálica de ella junto al encaje de mi media. Él arrastra la punta
ligeramente contra mi piel y cierro los ojos. Cuidadosamente pongo mis
manos en la superficie fría de su mostrador, mis dedos extendiéndose
sobre el mármol, líneas de plata y azul a través de la gigantesca extensión
de blanco. Confía en mí. De alguna manera, confío en él con mi vida. De
otras maneras, estas maneras, yo no pondría nada por delante de él.
¿Bajará su boca a la mía? Tal vez. ¿Deslizará sus manos por mi suéter y
pasará sus dedos sobre mis pechos? Eso espero.
—Sabes que hemos tenido algunas quejas de que el elástico se estira
sobre éstas. —Él desliza la pluma debajo de la parte superior de la media,
sus ojos en el movimiento, y miro mientras inclina su cabeza, mirando el
estiramiento de nylon—. ¿Has experimentado eso?
—No.
—Voy a deslizar mi mano debajo de aquí.
—¿Por qué?
—Quiero hacerlo. —Sus ojos se encuentran con los míos, su mano no
vacila mientras coloca la pluma sobre el mostrador, y estira su mano hacia
adelante. Puedo oír el rodar de la pluma mientras se mueve hacia el borde,
pero no puedo apartar la vista, no puedo respirar, mientras él sostiene mis
ojos con los suyos—. ¿Te parece bien, Kate?
Su mano se cierra en mi muslo, un apretón caliente de propiedad, y
cierro mis ojos.
—¿Te parece bien, Kate?
No puedo contestarle. Si hablo, rogaré. Si digo algo en absoluto, sabrá
lo mucho que lo quiero.
Desliza su mano por el interior de mi pierna, su palma a lo largo del
89 encaje, su pulgar sobre mi piel desnuda, jugando con él mientras se
mueve.
—Abre tus piernas, Kate. Descrúzalos.
—Trey. —Es la mejor defensa que puedo manejar. Pienso en Mira, en
oler su perfume, y extiendo la mano para agarrar su muñeca, para
apartarla
—Solo tu mano derecha en el mostrador. —Se aparta de su taburete,
viniendo más cerca, y puedo oler su colonia, sentir el roce de su camisa
contra mi manga. Quito una mano del mostrador, mi cuerpo gira hacia él,
y mis rodillas rozan contra el muslo de sus jeans—. Es una investigación
de mercado, Kate. Solo estoy examinando el producto. Ahora, abre tus
piernas antes de que yo mismo las separe.
Los abro. Dejé que mis pies cuelguen del taburete y abro mis rodillas,
un talón cayendo al suelo, el sonido ruidoso, mis hombros saltan en
respuesta. Levanto mis ojos hacia él, y él asiente lentamente,
sosteniéndome con su mirada. No sonríe, no parpadea, y me sorprendería
si incluso respirara. Por un momento, solo somos los dos. Entonces deja
caer su cabeza, y miro que su segunda mano se une, ambas remontando
sobre el lugar donde mis ligueros se sujetan a mis medias. Corre sus
dedos hacia arriba, mi camisa detiene su mano, el tejido restringido por mi
trasero en el taburete. Suavemente chasquea su lengua contra sus
dientes.
—Levántate.
—No me estoy levantando.
—Kate.
—Deja de decir mi nombre. No me estoy levantando. —Si me levanto,
entonces mis bragas van a terminar por caerse, y esto va a ir a un lugar
muy malo, un lugar que he estado deseando durante más de un año, pero
eso no importa ahora mismo, nada de eso importa ahora, porque este no
es solo Trey, éste es el dueño de Marks Lingerie, y si él… él desliza sus
manos debajo de mi falda, y yo jadeo cuando sus dedos alcanzan el borde
inferior de mi ropa interior. Mi otro talón golpea el suelo.
Inclina la cabeza, sus dedos acariciando la seda, luego la parte
superior de mis muslos, luego el borde detallado entre ellos.
—¿Son de la colección de otoño?
—Invierno —susurro la palabra fuera de mí—. Por favor, para. —
Estoy tan mojada. Ni siquiera ha hecho nada, ni siquiera me ha besado, y
estoy tan necesitada, tan desesperada.
—¿Quieres que pare? —Sus dedos detienen su juego por encima de
mis muslos, y desliza una mano lenta y segura entre mis piernas, su toque
90 suave y provocador, mis piernas se abren más a pesar de mí misma, mis
caderas empujando hacia arriba, mendigando por él
Pasa sus dedos por mi clítoris y gimo. Desliza sus dedos más abajo,
entre mis piernas, presionando en el área húmeda, y cuando dice mi
nombre, es un juramento a través de sus labios.
—Para —suplico.
—No sé si puedo.
Él
Lo digo en serio cuando lo digo. No sé si puedo parar. No cuando se
sienta en el borde del taburete, su falda hacia arriba, rodillas extendidas,
sus piernas flojas y abiertas. Estoy de pie frente a ella, con una mano
apretando y acariciando su muslo. Mi otra mano está jodiendo seriamente
con mi mente. Juega con su coño, su dulce coño, un pedazo fino de mi
lencería la única cosa entre mi piel y la suya. Estoy aterrorizado de mover
esas bragas a un lado; estoy aterrorizado, si toco su calor desnudo, si
siento la piel lisa o el vello sedoso, perderé todo control. Si empujo un
dedo, o dos, dentro de ella... maldita sea.
¿Cómo voy a parar de tirar de mi cinturón, mi cremallera? ¿Cómo voy
a dejar de liberar mi verga y empujarla dentro de ella? Estoy a pocos
segundos de ser capaz de tenerla, de agarrar su culo y tirar de ella sobre
mí, de empujar profundamente dentro y totalmente poseer a esta mujer
increíble. Podría empuñar su cabello y besar su boca. Podría saborearla,
tenerla, complacerla. Podría extenderla abierta en mi mostrador y
burlarme de cada parte de ella con mi lengua, mis dedos, mi polla. Podría
decirle cómo me siento y suplicar por su corazón. Podría entrar en ella, y
tenerla por el resto de mi puta vida.
Podría asustarla y perderla para siempre.
Para, ella había dicho. Saco mi mano y me enderezo, poniendo un
metro, luego dos, entre nosotros. Tengo que parar. Tengo que hacerlo.
Contra la cremallera de mis jeans, mi polla me odia aún más.
Me aparto de ella y respiro, estudiando mis facciones, deseando que
la cruda necesidad deje mis ojos. ¿Lo había visto? ¿Cuánto la quiero? Por
supuesto que sí. ¿Tocarla? ¿Qué mierda estaba yo pensando?
Había sido la noticia de su cita que había roto mi restricción, la forma
en que había entrado saltando, llena de historias y sonrisas, como si este
tipo fuera una posibilidad, como si pudiera, de alguna manera, hacerla
91 feliz. Había visto esperanza en sus ojos, y un interruptor de pánico en mi
corazón se había disparado.
Para, ella había dicho. Me vuelvo hacia ella e intento el tono juguetón
que me ha sacado de un centenar de situaciones.
—Y dices que no sigo instrucciones.
Afronta la isla, los contratos extendidos ante ella, y sé lo que voy a ver
cuándo paso a su lado, control. A mi hermosa chica le encanta, el
ocultamiento de la emoción, tantas interacciones un juego donde sus
palabras no coinciden con sus rasgos, y sus significados nunca son
fácilmente descifrados.
—¿Por qué te importaba lo que llevaba debajo de mi traje? —Su
cabeza no se vuelve hacia mí, permanece inclinada hacia abajo, sobre el
contrato, sus dedos ocupados, tirando y reafirmando las pegatinas de
FIRME AQUI que no son necesarias.
—Quería saber si por lo menos le estabas dando al chico algún tipo de
esfuerzo.
Eso hace que su cabeza se gire, y ella me mira como si yo fuera un
loco.
—Era nuestra primera cita. Una cita de café. No iba a ver nada debajo
de mi traje.
—¿Porque... le dijiste que eras un asesina serial? —Finjo confusión,
frunciendo mi ceño y ganando una sonrisa de ella.
—Porque era una PRIMERA CITA —entona—. Ni siquiera nos
besamos. —Golpea la parte superior de una página—. Ven, firma.
—¿No te besó? —Esto es alarmante, y me siento, tirando de la
primera página hacia mí y garabateando mi firma en el fondo.
—No. Qué tipo de sorpresa para mí. —Inclina su cabeza, viéndome
firmar la segunda página, una lenta sonrisa extendiéndose sobre sus
labios—. Fue algo agradable, en realidad. Fue tan caballero al respecto.
Esto no lo necesito. Su tontería, sus ojos ilusionados, su jodido
"caballero". ¿Cuál era el punto de tener a IT8 hackeando su perfil de
eHarmony9 si terminó por hacerla coincidir con hombres comparables? Se
suponía que debían hacer que su perfil fuera tal desastre que solo estaba
emparejada con perdedores.
—¿Qué hace? ¿Este caballero tuyo?
—Es un dentista —arroja, empujando otra página en mi dirección—.
O un cirujano de dientes. Como quiera que se llame.
—¿Un cirujano oral? —pregunto, apretando mi mano en mi pluma.
92 —¡Sí! —Chasquea—. Eso es. Gracias. —Al parecer, el efecto que mis
manos habían tenido sobre ella ha desaparecido. Ahora parece centrada
cien por ciento en este contrato estúpido y esta cita tonta suya.
—¿Te gusto él? —Hago la pregunta lo más casualmente posible, mi
pluma invadiendo el papel suave, mi garabato más áspero que de
costumbre.
—Creo que sí. Es mucho mejor que los otros chicos. Y estoy muy
cansada de buscar.
—Eso suena como la receta para el éxito. Un tipo que es mejor que un
montón de idiotas, y una mujer cansada de buscar. —Empujo la última
página hacia ella y me levanto—. ¿El amor no tiene alguna parte de esa
ecuación?
—Fue nuestra primera cita, Trey —dice—. Dale unas cuantas citas
más.
La siguiente pregunta que no debería hacer; no es asunto mío, no es
apropiado entre compañeros de trabajo, ni siquiera entre amigos. Me
acerco a la nevera, luchando contra ella. Sin embargo, justo antes de
encontrar y abrir una cerveza, viene.
10 Smartwatch: Es un reloj de pulsera dotado con funcionalidades que van más allá de
las de uno convencional.
Se levanta y la acompaño a la recepción, y luego me dirijo al despacho
de Trey.
—¿Qué pasa? —Abro la puerta, pensando en nuestro envío de fábrica,
la patente pendiente de nuestros nuevos cierres de gancho, la demanda
civil contra nuestro fabricante de seda.
—No la contrates. —Se sienta en su silla de oficina de cuero, con un
codo en el brazo, su mano jugando con el rastrojo en su mandíbula.
Es tan inesperado que me toma un momento para ponerme al día.
—¿Quien? ¿Chelsea?
—Sí.
—¿Por qué?
Su mano cae de su boca y agarra su escritorio, tirando de su silla
hacia adelante.
—Tengo una historia con ella.
Entre Vicka y Mira, he visto a las mujeres con las que Trey tiene
historias. Son mujeres fuertes y confiadas, nada como la dulce y dócil
Chelsea.
98 —¿Qué clase de historia? —pregunto con cuidado—. ¿Saliste?
—No. Solo una cosa de una sola vez. —Él asiente hacia una de sus
sillas—. Siéntate. Me estás asustando, cerniéndote sobre mí así.
—¿Has tenido una sola noche con ella? —Me río con incertidumbre—.
¿De verdad? ¿Estás seguro?
—No fue exactamente una sola noche, y sí, estoy bastante seguro de a
quién he follado, Kate. —El énfasis que da a la palabra envía un
hormigueo oscuro por mi espina dorsal.
—Así que... ¿no quieres que la contrate? —Tengo muchas preguntas,
todas inapropiadas para este momento.
—Creo que he hecho clara mi opinión sobre la fraternización entre
oficinas.
Me encuentro con sus ojos, y algo más grueso que la tensión pasa
entre nosotros. Sí, su posición al respecto es clara. Clara como el cristal.
Asiento despacio.
—Bien. Encontraré a alguien más.
—Gracias, Kate.
Solo la forma en que dice mi nombre duele.
Ella
El restaurante es uno de esos sitios que toma de la granja a la mesa
un poco demasiado en serio, el camarero se lanza en un largo monólogo
tan pronto como nos sentamos. Nos entrega a cada uno mini-platos con
algo que el chef diseñó para "despertar nuestros paladares", algo que
deberíamos considerar como un "viaje delicioso para la lengua". Miro
automáticamente a Trey, lista para su sucio tomar de la frase, pero no me
está mirando. La sonrisa socarrona está ahí, pero está dirigida a su cita —
Chelsea— que se sonroja, su mano nerviosamente jugando con el final de
su trenza. Me muevo a Stephen, que dubitativamente levanta la galleta y la
sumerge en la pegajosa salsa de color caramelo. Miro hacia abajo a mi
propia muestra, y el nudo en mi estómago se forma completamente.
El vino es entregado, junto con un segundo monólogo sobre las
opciones de aperitivo, un Trey ignora completamente, su boca en la oreja
de la rubia, su brazo enganchado en su silla, la punta de esos dedos
jugando con su hombro desnudo. Cuando finalmente levanta la vista, el
99 discurso ha terminado, y el vino se vierte. Alcanzo mi copa y Trey se para,
calmando mi acción.
—Un brindis —dice, levantando su copa—. Han pasado tres meses
para ustedes dos, ¿verdad? —Él mira de Stephen a mí y me sonríe
cálidamente.
—Eso es correcto. —Stephen extiende su copa y medio se levanta en
su asiento.
—Por tres meses, y muchos más. —Trey levanta su copa y brindamos,
mis ojos se encuentran con los suyos mientras nuestras copas se tocan.
Estrecho mis ojos ligeramente, pero él solo sonríe—. Felicidades, Kate.
—Son tres meses —digo tan dulcemente como puedo manejar—. No
exactamente digno de un brindis. —Todos volvemos a nuestros asientos y
miro a Chelsea ahuecar ambos lados de su copa de vino como si fuera una
cálida taza de café.
No necesito preguntar cuánto tiempo han estado saliendo. Puedo
decirte eso con claridad psicótica. Dos meses y medio. Dos semanas
después de que Stephen y yo no hicimos oficiales, ella apareció en la
oficina, una Kate Spade colgada sobre su hombro, pantalón de yoga y una
camiseta sin mangas que exponía su estómago. Me saludó con un alegre
hola y saltó en la oficina de Trey, su puerta rápidamente cerrada,
persianas bajadas. Al parecer, Trey no había querido contratarla, pero
había querido reavivar su pasado.
Había mirado un informe de inventario y tratado de pensar en otra
cosa que no fuera lo que estaba sucediendo allí. Habían sido los veintidós
minutos más largos de mi vida. ¿Y esa tarde, después de haber tomado un
almuerzo de noventa minutos con ella, cuando le había preguntado sobre
eso? Él solo se encogió de hombros. Ella es divertida, él había dicho.
Cuando le pregunté si le gustaba, había levantado una ceja y me había
preguntado si todavía estábamos en la escuela secundaria. Desde
entonces, he guardado mis preguntas de Chelsea para mí.
Es extraño, verlo en este papel, ver la ternura atravesar todas las
capas de playboy. Cómo barre un rizo suelto de su cabello y lo mete en su
trenza. Cómo baja su cabeza para escuchar sus palabras, y la mira
cuando ella camina a través de la habitación. He tenido toda su atención
durante tanto tiempo, que verlo dirigido a otra mujer es desconcertante.
Me siento perdida cuando lo miro y no tengo su mirada, cuando le digo
algo y se necesita un momento para captar su atención.
Llego debajo de la mesa y deslizo mi mano en Stephen, necesitando
sentir algo, una conexión, llena de un súbito anhelo de ser sostenida,
acurrucada contra el pecho de un hombre, la sensación de brazos
alrededor de mí. Los brazos de Stephen, me recuerdo, alzando mis ojos de
la mano de Trey, del lento deslizamiento de su dedo índice alrededor del
100 borde de su plato de pan. Muevo mi mirada hasta el pecho de Trey, su
chaqueta abierta, su oscura camisa de cuello V ajustada a su cuerpo,
ligero rastrojo a través de su cuello y mandíbula. Sus labios se contraen y
tiro mi mirada a sus ojos. Me estudian, y hay un momento en el que no
puedo tragar, donde un poco de pan se sienta en mi lengua. Lentamente
palmea su copa, y solo puedo mirar mientras la levanta a su boca. El
simple acto de beber una copa no debería ser seductor, no debería hacer a
una mujer apretar sus muslos o tragar en necesidad. De repente estoy
sedienta, y caliente, y miro hacia otro lado, buscando mi agua helada,
sonriendo cuando Stephen mira hacia mí.
Chelsea me pregunta algo sobre mi vestido, y yo respondo,
obligándome a encontrar sus ojos, a responder en la misma forma, a tener
una estúpida conversación sobre un episodio de The View, uno que no he
visto, pero que parece desesperada para hablar.
—Vamos a Exuma a final de mes —corta Trey suavemente—. Ustedes
dos deberían unirse a nosotros.
—Tienen cerdos salvajes allí —dice emocionada—. Puedes nadar con
ellos.
—¿Cerdos? —pregunto dudosa—. ¿Es eso higiénico?
—Están muy limpios —me informa ella, inclinándose hacia delante,
su voz cayendo, como si esto fuera un secreto de algún tipo—. Tienen una
cuenta de Instagram; puedo enviarles el enlace. —No le digo que no estoy
en Instagram, o que tengo poco interés en nadar con un animal que estoy
a minutos de comer. Simplemente asiento, busco al camarero, y lamento
haber aceptado esta cena para empezar.
—¿Qué piensas, Kate? —Trey se reclina en su silla, y su pie golpea el
mío—. ¿Exuma? ¿Tú y Steve?
—¿Al final del mes? —Miro hacia el techo—. Creo que... —Miro a
Stephen para el rescate—. ¿No es eso cuando vamos con tus padres?
Él pierde mi señal, pero se ilumina al pensar en mí y sus padres, una
presentación que ha estado presionando durante semanas. Cuando
asiente, frunzo el ceño hacia Trey, pintando mis rasgos con tanto
arrepentimiento como pueda.
—Quizá la próxima vez —digo, y él sostiene mi mirada por un
momento antes de que se vuelva hacia Stephen.
—Steve, Kate dice que eres un cirujano oral.
—Es Stephen —interrumpo, irritada cuando Stephen despide el
apodo, sus hombros encorvándose hacia adelante mientras se lanza en su
perorata sobre el mantenimiento de los dientes y procedimientos de
endodoncia. Miro a Chelsea, que está estudiando su menú. Miro su mano
101 dejar un borde del menú mientras alcanza debajo de la mesa, mis ojos
reduciéndose a cero en un movimiento que tiene a Trey pausando a mitad
de la oración. Ella mira hacia arriba, me agarra observando, y se sonroja
ligeramente, su mano regresando al menú, el papel de lino volteado
mientras mira los vinos.
Tal vez eso es lo que es. Tal vez detrás de su rubor y palabras suaves,
ella es una súper freak. Algo tuvo que hacerlo saltar en el carro de las citas
después de tantos años de ser soltero. Miro mi propio menú e intento
sacar el pensamiento de lo que su mano encontró, como él se siente a
través de su pantalón, y si se había endurecido bajo su toque. Me ruborizo
y miro la lista de entradas. Sí. Definitivamente no vamos a Exuma. Un fin
de semana completo con ellos sería un auténtico infierno.
—Así que, tengo que decirte, Steve. —Trey deja su copa y siento el
peligro antes de que incluso reabra su boca—. Siempre me he preguntado
si Kate es tan culo duro en las relaciones como en la oficina.
—Oh, por favor. —Ruedo mis ojos—. Ignóralo, Stephen.
—No, de verdad. —Trey se inclina hacia adelante, sus manos unidas,
sus antebrazos descansando sobre el mantel de lino—. ¿Es una alfa?
—En realidad soy muy sumisa —miento, sin ninguna razón, excepto
que la Pequeña Señorita Chelsea parece estar positivamente capturada por
el diseño.
—Oh por favor —se burla Trey—. No podrías ser sumisa si tu vida
dependiera de ello.
“Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo”. Lo miro y
me pregunto si se ha olvidado de ese momento.
—Creo que estás equivocado.
—No es una mala cosa —desafía—. A muchos hombres les gusta un
poco de lucha en su mujer. —Él mira a Stephen—. Así que, resuélvelo para
nosotros. En una relación, ¿es dominante o sumisa?
Está preguntando a un hombre que apenas me conoce, y él lo sabe.
Esta no es una pregunta, esto es un examen sorpresa, uno para averiguar
cuán involucrado es mi relación en realidad, cuánto de mi corazón este
hombre realmente ha probado. Arranco un pedazo de pan con mis dientes
y me pregunto cómo puedo de forma convincentemente fingir enfermedad.
Quizás podríamos saltar el plato principal y escapar después de los
aperitivos.
—Ella no es tan simple —dice Stephen, con su mano en mi espalda,
sus dedos fríos en la piel desnuda—. Justo cuando creo que es la mujer
más independiente en California, me sorprenderá. —Se inclina y presiona
un suave beso en mi hombro—. Como lo hiciste la semana pasada. —Giro
102 rápidamente mis ojos hacia él, una pregunta en ellos. ¿La semana
pasada? Se inclina, bajando su voz—. En el ascensor —me recuerda.
Oh. Yo no llamaría exactamente eso un momento sumiso; fue más
bien uno débil. El ascensor de su edificio se había estremecido, las luces
parpadeaban, y casi me arrastré a sus brazos, aterrorizada por estar allí,
en la oscuridad, un ataque claustrofóbico armado y listo. No había sido
necesario. Las luces se habían quedado, y el ascensor había reanudado su
ascenso, evitando la crisis. Me encojo de hombros, listo para terminar con
la conversación.
—Tienes razón. Soy una paradoja de contradicciones. —Le saco la
lengua a Stephen, y él me da esa sonrisa, la que se reserva para momentos
cuando está enamorado de mí, y no me sorprendo cuando se inclina hacia
delante, presionando un beso en mis labios Cuando me alejo, el camarero
está finalmente aquí, y le sonrío aliviada.
Él
La cena es de dos horas de absoluta agonía, y no sé si originalmente
fue la idea de Kate o la mía, pero nunca debe volver a suceder. Cada vez
que la toca, mi piel se eriza. El imbécil la besa, y yo salgo de mi silla. Y
nunca seré capaz de pisar un ascensor otra vez sin correr por todos los
escenarios posibles que podrían haber ocurrido entre ellos. La pregunta
había sido una prueba, y había fracasado. Sumisa y dominante no son
palabras que se aplican a Kate. Ella es ambas, constantemente, y al
mismo tiempo. Ella me desafía mientras suplica dominación. Ella
argumenta por lo que quiere que le digan. Necesita una mano firme que le
dé todo lo que quiera. Ella me necesita, y a nadie más.
Chelsea dice algo y giro mi cabeza, asintiendo, deseando que ella vaya
al dormitorio y duerma. Esta noche fue tan cruel para ella como para mí.
Cada toque era un espectáculo, cada susurro un juego de poder, toda la
comida una batalla entre Kate y yo. Chelsea tira de mi mano y me levanto,
siguiéndola a la habitación.
—Espera aquí. —Me empuja hacia abajo en la silla, en el dormitorio
de la chimenea, y me hundo en el terciopelo, frotando mis manos sobre mi
cara.
—No esta noche, Chels…
—Cállate. —Desaparece en el cuarto de baño y yo me desplomo en la
silla, cerrando mis ojos y apoyando mi cabeza en el respaldo de la silla,
103 escuchando el sonido del agua corriendo y los cajones abriéndose. Cuando
vuelve a aparecer, abro un ojo, su silueta perfilada por la luz del baño—.
Cierra tus ojos —susurra.
No lo hago, mi cabeza girando a un lado mientras la miro, tratando de
entender lo que es diferente. Es su cabello, es oscuro y más corto, rozando
la parte superior de sus hombros.
—¿Qué estás haciendo?
—Shhh... —dice, sentándose a horcajadas sobre mí—. No hagas
preguntas.
Se inclina hacia adelante, y es entonces cuando huelo el perfume, el
olor que Kate usa. Me pongo rígido, y ella levanta mis manos, colocándolas
en sus caderas.
—Desnúdame.
—Chelsea...
—No pienses en ello. Finge que soy ella. Lo necesitas. —Arrastra sus
dedos por mi cabello, y en la oscuridad del dormitorio, con el cabello
oscuro, su olor... casi puedo creerlo. Casi puedo creer que esta es Kate, y
puedo tenerla. En este momento, puedo desabotonar su blusa y enterrar
mi cara en sus pechos. Puedo empujarla al piso y tener su boca alrededor
de mi polla. Puedo llevarla a mi cama, y envolver sus piernas alrededor de
mi cintura y decirle todo lo que siempre pienso y nunca digo. Amo a
Chelsea por esto, y también la odio por verlo, por lo transparente que debo
ser.
Dejo caer mi cabeza hacia adelante, apoyándola sobre su pecho, mis
brazos rodeando su cintura. La abrazo y me siento romper, siento
exactamente lo frágil que es cada pedazo de mi mundo.
—No puedo —digo, las palabras bruscas—. Lo siento.
Se inclina hacia atrás y levanta mi barbilla. Me alegro que esté
oscuro, me alegro de no poder ver su rostro.
—No lo sientas. Fue una idea estúpida. Un poco espeluznante de mi
parte, también.
Me río, y dejo caer mi frente en la curva de su cuello.
—No fue una idea terrible. Estoy duro como una roca ahora mismo.
—Sí, puedo sentir eso. —Se mece contra mí—. ¿Hay alguna
posibilidad de que me aproveche de eso?
—No esta noche. —Me acerco y suavemente tiro de su cabello, la
peluca saliendo, su cabello rubio derramándose—. Estoy en un mal estado
de ánimo. Solo voy a dar un paso en la ducha, si no te importa. Entonces
puedo cuidarte.
104
—Estoy bien. —Salta de mi regazo, saltando a sus pies—. De todos
modos, estoy a diez minutos de un coma de vino. —Vaga hacia la luz y
hace una pausa, girando en la puerta—. Pero estás creando algo para este
fin de semana, ¿verdad? ¿Alguien para mí con quien jugar?
—Sí. —Miro mientras arquea su espalda, deslizando el vestido sobre
sus hombros y dejándolo caer al suelo, la mujer no puede resistirse a
hacer un espectáculo. Este fin de semana sería su mejor oportunidad, yo y
otros dos hombres follándola de nueve maneras hasta el domingo. Espero
el familiar tirón de excitación, el subidón que precede a un encuentro, pero
no hay nada, mi bajón todavía en pleno efecto, mi mente incapaz de sacar
la imagen de Stephen inclinado, su rostro radiante frente a Kate como si
ella es suya.
No puedo seguir con esto. Algo tiene que dar, algo tiene que romper.
De lo contrario, me volveré loco. Pensaría en una analogía de lencería, pero
mi cabeza duele demasiado.
13
Ella
—¿Qué piensas? —Trey gira las llaves en su mano y mira el
candelabro, pasa la mirada sobre las vigas expuestas de la sala de estar
antes de volver a mí. Marks Lingerie acaba de finalizar un año récord en
ventas y Trey parece intentar gastar todo el beneficio. Ayer me entregó un
cheque de bonificación con suficientes ceros para que mamá se desmaye.
Hoy estamos en busca de casa. No para mí, sino para él.
—Me gusta. —Me dejo caer sobre el sofá de cuero, el gran cojín es lo
suficientemente grande que puedo hacer una especie de mini ángel en la
nieve—. ¿El sofá viene incluido?
—El mobiliario es negociable —comenta la agente inmobiliaria, sus
tacones sonando rápidamente sobre los suelos de madera, guiando a Trey
105 en dirección a la cocina. Ruedo hacia la izquierda, saliendo del sofá y
levantándome.
—Es un poco grande —señalo—. ¿Cinco habitaciones? ¿Vas a empezar
un orfanato? —He soltado algunas preguntas sobre Chelsea, unas que él
ha esquivado con habilidad profesional. Una casa parece un paso
significativo para asentarse. Ya han estado saliendo durante seis meses.
Tal vez se están poniendo serios, hablando de bebés; esta casa es el primer
paso hacia su propio programa de televisión de octillizos. En el interior, la
familiar quemazón de la envidia estalla.
—¿Por qué esa expresión? —Trey se detiene frente a mí—. ¿Qué no te
gusta?
Alejo el ceño fruncido de mi rostro e intento salir al paso con algo,
cualquier cosa, que no me guste.
—Los techos son realmente altos —logro decir.
Mira hacia arriba.
—Sí, lo son. Excelente punto. ¿Qué sería lo ideal? ¿Dos metros y
medio? —Se gira hacia la agente—. ¿Puede poner eso en mi lista de
requisitos?
—Cállate —protesto, y la agente mira de él hacia mí, confusa—. Está
bien. —Me giro, mirando la vista a través de las enormes ventanas—. Es
perfecta para ti.
—Está llena de habitaciones de invitados —señala—. Podría tener una
compañera de piso.
—Ja. —Sonrío—. No creo que a Chelsea le gustaría eso.
—O a Stephen —indica y me alejo, la conversación se está moviendo a
la dirección que normalmente evitamos—. Además… —Se gira hacia mí—.
Parece como si tuvieses problemas siguiendo las reglas de la casa.
—¿Reglas de la casa? —Me río—. Déjame adivinar. —Abre la puerta
corredera de cristal y paso frente a él hacia el patio trasero. Antes nosotros
una gran piscina brilla oscuramente, resaltando perfectamente por la
brillante hierba verde—. Algo sobre estar desnudo.
Frunce el ceño como respuesta, probando positivamente mi habilidad
de adivinar.
—Y… —reflexiono—. La obligación de preparar la comida.
—No es mi culpa que me guste tu comida —justifica, ofreciéndome
una mano, ayudándome a bajar las escaleras hacia el área de la piscina.
Nos detenemos frente a la piscina.
—¿Quieres probarla? —Le sonrío y la esquina de su boca se eleva.
106 —Las señoritas primero. —Hace señas.
Anticipo su movimiento y me giro a la izquierda un momento antes de
que estire el brazo para empujarme. Quitándome las sandalias, evito otro
golpe de su mano, corriendo alrededor del borde de la piscina y saltando
extrañamente sobre una tumbona. Él se detiene, su pecho apenas
moviéndose y me mira, sus ojos brillan con travesura.
—Ni te atrevas —advierto.
—¿Qué? —Se encoge de hombros—. Hace calor fuera. Y me estoy
muriendo por saber cómo nada mi directora creativa.
Me mofo.
—Campeona de estilo libre en 2001.
—Oh, apuesto a que machacabas a esos escuálidos del instituto —
comenta alargando las palabras y me río, alejándome tranquilamente de la
piscina.
—Ummm… —La agente inmobiliaria se detiene en la puerta trasera,
dirigiendo su preocupada mirada hacia nosotros—. No creo que esté
permitido nadar.
—Kate. —Él alza la barbilla hacia mí—. Gáname al nadar la distancia
de esta piscina y compraré la casa.
Me río.
—No me importa si la compras. —Soy perfectamente feliz con su
condominio actual, y al gimnasio al que me permite acceso. Además, no
hay forma de que me vaya a desnudar hasta quedarme en ropa interior y
mojarme, incluso si estoy vistiendo nuestra colección deportiva Crepe, el
acompañamiento perfecto para cualquier actividad, una mujer debería
sentirse inclinada a gastar trescientos dólares en un conjunto deportivo de
bragas y sujetador.
—Umm… —Mira hacia la casa—. Realmente estás dificultando mucho
mi intento de desnudarte, Kate.
Salgo del área de la piscina hacia la hierba antes de cometer un error
del que me arrepentiré. El quitándose la ropa, yo deshaciéndome de la
mía… puede llamarlo una carrera, pero ambos sabemos lo que sería, una
excusa para ver más el uno del otro.
Inclina la cabeza hacia mí y yo sacudo ligeramente la mía.
Se ríe entre dientes y no puedo evitar reírme. Me giro hacia la casa y
la admiro. El pálido estuco, el tejado de teja naranja, la enredadera
subiendo, por un lado. Es hermosa, vale la pena cada digito de su precio.
Mi favorita de las que hemos visto hoy.
Él viene a mi lado y me rodea los hombros con un brazo,
107 acercándome a su lado.
—Me gusta. —Mira hacia la casa.
—A mí también. ¿Puedes pagarla?
Se encoge de hombros.
—Sigue dándome diseños y te compraré una igual en cinco años.
—Ja. —Apoyo la cabeza en su hombro—. ¿Y dejar mi apartamento?
Nunca.
Miro hacia la habitación principal y me lo imagino en la ventana,
recién duchado, una toalla alrededor de la cintura. Pienso en esa cocina
gigante, en esa alta chimenea, las vistas. No quiero una igual, quiero esta.
Quiero nadar desnuda en esta piscina, tumbarme frente a la chimenea y
hacer el amor en esa cocina.
El viento sopla, poniéndome el cabello frente al rostro y siento, en el
fuerte roce de la brisa, mis sueños romperse.
Él
No entiendo a mi polla. Cuando era joven, quería cosas más sucias.
Algo más salvaje que vainilla, algo que llevase a orgías y tríos, una
audiencia a menudo presente mientras follaba. Ahora, a la edad madura
de treinta y ocho, solo puedo pensar en una mujer. Y ella no está follando
con hombres desnudos.
Suspiro, abriendo la puerta corredera de cristal y saliendo al balcón
hacia las Colina de Hollywood, apoyo las manos en la barandilla y bajo la
mirada a la entrada circular, una llena de autos caros, un aparcacoches
trajeado saliendo de un Lambo y manteniendo la puerta abierta a una
pareja, una que vi antes. Detrás de mí, escucho el chillido del orgasmo de
Chelsea, el sexto o séptimo de la tarde. Es un sonido que debería
endurecerme la polla, uno que, al menos, debería hacerme mirar hacia la
escena. Pero no me importa. O tal vez me importa y ese es el problema.
Salir con Chelsea ha sido mi primera experiencia con este mundo desde la
perspectiva de una pareja y no como hombre soltero. Estando soltero la
situación era simple. Llegaba, satisfacía, me corría, me marchaba. Estando
emocionalmente involucrado con la mujer en el trío, o cuarteto, era un
escenario completamente diferente. Como resultado, no me gusta
compartir.
Hay algo sobre otro hombre poniendo las manos sobre mi novia que
108 me sienta mal. Chelsea afirmó que eso me convertía en un hipócrita,
viendo la forma en que nos conocimos, yo follando con ella mientras su
novio de entonces miraba. No creo que me haga un hipócrita. Creo que
cosas diferentes excitan a gente diferente y, ¿ahora mismo? La monogamia
parece jodidamente sexy. No quiero lidiar con conversaciones de chat en
internet, y extraños y encuentros ilícitos en habitaciones de hotel. Quiero
memorizar el cuerpo de una mujer y cada sonido y punto de placer que
tiene. Quiero complacerla en cada habitación de mi nueva casa y en cada
continente. Quiero casarme. Y en todas esas visiones, Chelsea no está
presente. En todos esos pensamientos solo está Kate.
Kate, que aún está con ese dentista. Kate, que consigue flores todas
las semanas, enviadas a la maldita oficina. Kate, que se marchó una
semana a Cabo y volvió morena y brillante, su cabello todavía rizado por la
sal del mar. Había sido la semana más larga de mi vida, imaginando qué
estaban haciendo. Chelsea había estado necesitando una distracción esa
semana. Demonios, su presencia era lo único que me mantenía de parecer
un idiota enfermo de amor. Y ella lo sabe, su despreocupada actitud sobre
Kate me molesta a veces. ¿Qué mujer acepta que su novio esté enamorado
de otra persona? Puede que sea algo de su generación, una actitud juvenil
que acepta todas las circunstancias. O tal vez disfruta de las cenas caras y
mi polla. Me giro, apoyando la espalda en la barandilla del balcón y la
observo a través de las cortinas abiertas. A cuatro patas, mira sobre su
hombro y se ríe de algo que dice el hombre detrás de ella. Estirando la
mano, mira la polla frente a ella, sujetándola de forma codiciosa con la
mano.
Hace diez años, tal vez me habría enamorado de ella. Ahora, solo
quiero salir. Tiro de mi manga y miro el reloj. Le daré otra media hora de
diversión. Luego, termino la situación, vamos a irnos.
109
14
Ella
—Demasiado para París en primavera. —Lanzo un trozo de pan en la
neblina y veo a una paloma saltar sobre él.
—Es un mal día. —Trey bebe su café y señala al fondo de la calle—.
Mira, la Torre Eiffel. Eso es todo lo que necesitas ver. Ahora puedes ir a
casa feliz.
—Mojada y feliz —mascullo, acercando mi silla a la mesa, el endeble
paraguas está haciendo poco para protegernos de la lluvia. Se ríe y sacudo
la mano en el aire para detenerlo—. Shh, escuché cómo sonó.
Simplemente llévame a algún lugar caliente y estaré menos gruñona.
—Está bien. —Se levanta, buscando en su bolsillo y sacando algunos
110 euros. Tomando algunos billetes, los deja debajo de la taza de café y
extiende la mano—. Pero vamos a tener que hacer una carrera para ello. —
Deslizo mi mano en la suya y me guía entre las calles abarrotadas. Con la
otra mano tiro de la capucha de mi chaqueta, el chaparrón mojándome el
pantalón, mis zapatillas se ensucian con el agua para el momento que él
encuentra un hueco vacío para guarecernos.
—Oh Dios mío. —Me quito la capucha de la cabeza y me seco bajo las
pestañas inferiores con los dedos—. Echo de menos California.
Se pasa una mano por el cabello y el agua salpica por todos lados.
—No lo olvides, eras tú la que quería abrir una tienda en Francia.
—Fue una idea terrible —decido—. Deberías despedirme por ello. —
Miro la calle—. Quiero decir, mira a esas mujeres. No van a comprar
bragas de doscientos dólares.
—Tal vez tengas razón. —Se reclina contra el muro y señala un
hombre que sostiene un paraguas, ayudando a una morena a cruzar la
calle—. Pero él sí. Y lo mismo harán las mujeres una vez que se coloque la
valla publicitaria. —Se gira hacia mí—. O eso fue lo que me vendiste.
La valla publicitaria está en este momento en un lateral de un edificio,
uno que mostrará una imagen ridículamente sexy de Trey, en uno de sus
excitantes trajes, con nuestro sujetador LeCort colgando de la punta de un
dedo. Es parte de la campaña que se me ocurrió repentinamente la noche
del atraco de Trey. Esta valla publicitaria era una de ocho anuncios, todos
protagonizados por Trey, la dominación brotando de las imágenes. Yo
había estado en lo cierto. Él ordenaba a las mujeres comprar nuestra
lencería y ellas respondieron con números asombrosos. Nuestros grupos
de enfoque se habían obsesionado con eso y las ventas en las ciudades de
Estados Unidos se dispararon donde habíamos puesto el anuncio. La valla
publicitaria será lo primero de una completa campaña publicitaria en
Francia.
—No importa si lo compran. —Salto en el sitio, mirándome los
zapatos, un poco de agua chorreando de ellos cuando aterrizo—. En
realidad, todo esto era una excusa para un viaje gratis a París. Y ahora
que estoy aquí es espeluznantemente frío y gris, me gustaría cancelarlo
todo. Simplemente olvidémonos de la gran apertura y volemos a casa.
Incluso dejaré que me toquetees en pleno vuelo.
Hace una mueca, metiendo las manos en los bolsillos.
—No hay trato. Te toquetearé de todos modos. En cuanto comiences a
babearme en el hombro, mis manos comenzarán a trabajar. Pero si puedes
ponerte un sujetador con apertura frontal me harías la vida mucho más
fácil. Es un asco abrirlo por atrás, especialmente cuando la gente está
mirando.
111 Sonrío a pesar del tiempo y las horas de trabajo frente a nosotros. Él
lo ve y se acerca, su hombro tocando el mío mientras imita mi postura,
ambos mirando hacia la calle. Incluso a través de la lluvia y la niebla, tiene
cierta belleza etérea. Una belleza que nunca pensé que experimentaría y
aquí estoy, en la ciudad más romántica de la tierra, con él. Lo hojeo y él
baja la mirada hacia mí, una sonrisa extendiéndose en su rostro.
—Sabes que lo hemos logrado, Kate. Rescatar Larks Lingerie de las
cenizas.
Asiento y, por una vez, no tengo palabras. Mañana abriremos las
puertas de una tienda francesa, una hermana de la tienda de Los Angeles
que abrimos hace seis meses. Este año, conseguiremos dos millones en
beneficios. El año que viene, deberíamos triplicar eso, lanzar una línea
para hombres y abrir cinco tiendas más. Es increíble lo que hemos hecho,
todo en dos años y medio. Tan jodida como se pone nuestra atracción
ocasionalmente, al menos tenemos esto. Nunca he estado orgullosa de
nada en mi vida.
Asiento de nuevo y me rodea con un brazo, apoyando la barbilla sobre
mi cabeza.
—Gracias, Kate.
Sonrío.
—De nada.
—¡Me encanta París! —chillo las palabras en la noche, el viento
llevándoselas por la calle, unos cuantos turistas aplaudiendo como
respuesta. Un brazo me rodea la cintura y me río tontamente mientras
Trey me aparta del balcón, con manos firmes mientras me gira y luego
señala el sofá de la habitación.
—Siéntate, mi bella borracha.
—Síseñor —me burlo, me dejó caer en el terciopelo rojo, algo del
champán saliéndose de mi copa de flauta. Tomo un pequeño sorbo,
observando mientras echa otro tronco en la chimenea, brillantes brasas
naranjas girando en el aire, algunas flotando por la habitación. Cierro los
ojos y estiro mis pies descalzos hacia el fuego.
—¿Suficientemente caliente? —pregunta y el sofá a mi lado se hunde
por su peso. Giro la cabeza a un lado, sonriendo ante su mirada, el nudo
de su corbata deshecho, sin la chaqueta del traje, los botones superiores
112 de su camisa desabrochados. Despeinado. Mi despeinado y sexy hombre.
—Estoy perfecta. —Inclino mi copa de champán hacia él—. Termina
esto, por favor.
Me la quita y se termina un champán valorado en cien dólares de un
trago.
—¿Es extraño que no trajese a Stephen conmigo?
Baja la mirada hacia la copa de champán vacía, luego la deja en la
mesa de al lado, acomodándose en el sofá hasta que su posición imita a la
mía.
—No. Era un viaje de trabajo.
—¿Es raro que no quisiese traerlo?
Gira la cabeza, su oreja contra el cojín del sofá.
—Un poco.
—¿Pensaste en traer a Chelsea? —Han sido ocho meses y aún lucho
por decir su nombre.
—No habría tenido mucho sentido hacerlo. Rompimos la semana
pasada.
—¿Qué? —Me recoloco, girándome ligeramente para mirarlo mejor—.
¿Por qué? —¿Rompieron? Mi yo borracho no puede soportar las noticias,
no sabe cómo reaccionar, si celebrarlo o llorar. He pasado meses
intentando ajustarme a la inminente posibilidad de su relación a largo
plazo, meses intentando verlo como un amigo y nunca como nada más.
—¿Quieres la historia larga o corta?
—Ambas.
—Ella no eras tú.
Cuatro simples palabras, me golpean como un mazo. Lo miro a los
ojos y me pregunto cuánto de la emoción manando de mí es por el
champán, por París y cuánto es por él. Tengo novio. Necesito recordar eso.
Stephen es un hombre bueno y estable. Simplemente no puedo, en este
instante, recordar qué lo hace mejor que Trey. Trago saliva.
— ¿Esa es la respuesta larga?
—La corta. —Suspira—. La larga tendrá que esperar para otra noche.
—Estoy con Stephen.
—No te conté eso para cambiar nada, Kate. —Estira el brazo y me
coloca el cabello detrás de la oreja—. Simplemente estaba respondiendo a
tu pregunta. Quería intentar tener citas, pensé que Chelsea sería una
buena opción. —Se encoge de hombros—. No lo era. Es tan simple como
eso.
113
¿Una buena opción? Es una pregunta que no quiero hacer, una puerta
que no puedo abrir, no cuando estoy con Stephen.
Es tan simple como eso. Pero nada es nunca tan simple, no cuando no
implica a ambos.
Él
Se queda dormida en el sofá, sus pies descalzos estirados sobre la
alfombra, su vestido de abalorios arrugado y retorcido. La llevo hasta la
cama y se despierta lo suficiente para desvestirse, con la mano cuidadosa
mientras la ayudo a bajar la cremallera, apartando la mirada mientras se
quita el vestido largo, las miradas más leves revelando sus elecciones para
esta noche; nuestro sujetador estante Haviar y a juego bragas de encaje,
ambos de color lavanda pálido. Aparto el edredón y ella se mete.
—Buenas noches, Kate. —La cubro con el edredón y le doy un suave
beso en la frente. Moviéndome hacia la segunda habitación, me detengo en
la puerta, volviendo a mirarla, su cabello oscuro esparcido por la
almohada, un brazo sobre el edredón.
A veces, la amo tanto que duele.
114
15
Ella
—Por favor, concéntrate. —Me río, reclinándome en la silla y
frotándome los ojos—. Vamos a estar aquí toda la noche si sigues
distrayéndote.
—Simplemente pruébate el blanco. —Saca un traje de baño de la caja
y lo sostiene con una mano, la otra sujetando la cerveza, llevándose la
botella a los labios mientras me sonríe—. Luego podemos volver a tus
gráficos comparativos.
La caja frente a él es un pedido de Frederik’s of Hollywood y contenía
toda su línea de verano. Hemos ridiculizado sus productos mientras
terminábamos todo un plato de tacos y… miro todas las botellas vacías
esparcidas por la mesa de conferencias… dos paquetes de seis de cerveza
115 mexicana. Sacude la ligera tela blanca hacia mí y se la quito, sosteniendo
el ridículo conjunto por los tirantes. El primer fallo es el color, la clase de
blanco barato que se ensuciará al segundo lavado. El segundo fallo, y el
más triste de los dos, el estilo. Un escote pomposo, uno que hace juego con
la pequeña falda que rodea las caderas del bañador. Giro el traje de baño y
estoy consternada al ver una especie de cola, la falda continúa de un modo
que el diseñador ha imaginado probablemente como “seductor”. Es un
desastre. Se lo lanzo al rostro y él aparta la cabeza inclinándose, el traje de
baño cae en su cerveza y cuelga allí durante un momento.
Él se ríe y lo aparta.
—Vamos, Kate. Hemos estado trabajando muy duro. Necesito algún
alivio cómico.
Resoplo y me reclino en el asiento, poniendo mis pies descalzos en la
silla vacía más cercana.
—No.
—Póntelo y te permitiré tener todo el control del catálogo de
noviembre.
Ese pedazo de negociación hace que levante la cabeza.
—¿En serio?
—Lo juro por Dios. —Deja la cerveza y se echa hacia delante,
estirando el brazo y deslizando la prenda de ropa hacia mí—. Vamos.
Muéstrale a un hombre borracho cómo se ve la competición.
Me levanto.
—No me pongas a prueba. Lo haré.
Alza las cejas como desafío y es todo lo que necesito, tomando el traje
de baño de la mesa y camino hacia el baño.
—El catálogo de noviembre. ¿Control absoluto?
—Tienes que venderlo —grita—. ¡Hazme querer comprar esa cosa!
Él
No bajo todo el camino en el elevador. Me detengo en la sexta planta,
moviéndome silenciosamente a través de los oscuros cubículos hasta mi
oficina, dirijo rápidamente la mano las cortinas, luego a la cerradura de la
puerta, golpeando la puerta con la espalda, mis manos soltando la correa,
bajando la cremallera y mi ropa interior.
Sus manos apoyadas contra la ventana, la mejilla contra el frío cristal.
Me arrodillo detrás de ella, mis rodillas trajeadas contra el suelo de
madera…
No.
Me saco la polla, amplio mi postura, apretando los muslos, rodeando
la polla con mi mano y lentamente acariciando toda su longitud. Ya estaba
medio duro y se terminó de endurecer aún más bajo mi toque, un suave
gemido se me escapa de los labios mientras me imagino tomándola contra
esa ventana y cargándola, tirando las botellas de cerveza y la lencería y
tumbándola sobre la mesa. ¿Pelearía? ¿Protestaría? No. No en cuanto
volviese a bajar la boca sobre el traje de baño blanco, mi boca probándola
a través de la tela, levantándole las piernas y poniéndolas sobre mis
hombros, sus muslos contra mis orejas, su olor y su sabor tan cerca, justo
ahí. Desquitándome con el traje de baño, la pondría tan húmeda que lo
vería todo, casi desnuda sobre esa mesa, la visión de ella, con la espalda
arqueada contra la dura superficie, sus manos alcanzándome… acelero mi
mano, apretando la base de mi polla mientras acaricio la erección, mi
119 respiración acelerándose, y voy a correrme como un maldito adolescente
por ella.
No sería capaz de detenerme, la llevaría al borde de la mesa y
apartaría el traje de baño húmedo a un lado, exponiendo su hermosa
visión. Sería la primera mujer que tomaría sin condón y ese empujón
inicial, el grueso deslizamiento de mi polla dentro de ella, su nombre
saliendo de mis labios… Me tiemblan los hombros contra la puerta y me
corro, jadeando su nombre en la oficina vacía.
Si mi necesidad fuese lencería, sería rojo sangre, con líneas que gritan
por atención.
16
Él
Cuando el timbre de la puerta suena, resuena a través de la casa,
rebotando en los pisos de madera y vidrio, los tonos capturan mi atención
en el momento antes de llegar al mando a distancia. Me quedo de pie,
pasando una mano por mi cabello, rascando una picazón en la parte
posterior de mi cabeza. Tiro de la parte inferior de mi camiseta, saliendo de
la sala de prensa y corriendo por la escalera delantera de la casa, la figura
en mi porche delantero manipulado por el cristal rociado. Engancho mi
pantalón de entrenamiento y abro la puerta, parpadeando a través de la
luz de la mañana. Me toma un momento reconocer al hombre en mi
porche.
—¿Stephen? —Preocupación brota a través de mí, mis pensamientos
120 se disparan a mi última llamada con Kate, unas pocas horas antes. Había
estado en su camino a la tienda; habíamos hablado sobre el aumento de
los costos de envío y si ella necesitaba un maldito periquito. Debería
haberle dicho que tuviera cuidado, que dejara el teléfono, que mirara su
entorno y volviera a casa. Yo…
—Todo está bien —me tranquiliza, leyendo la alarma en mi cara—.
Sólo vine a hablar contigo.
Tan rápidamente como el pánico surgió, la cautela lo reemplaza.
Puedo contar las conversaciones que he tenido con este hombre, por un
lado, todos ellos en presencia de Kate. No hay ninguna buena razón para
que él esté en mi casa, un domingo por la mañana, sin ella. Me inclino
contra el marco de la puerta y cruzo mis brazos, midiéndolo, mis instintos
protectores en alerta total. Él es de mi talla, pero menos apto, su cuerpo
menos musculoso, el tipo que se ve bien en un esmoquin, pero macilento
en un traje de baño. En una pelea, lo demolería, no que fuera a ir por un
mano a mano conmigo. Es demasiado agradable para eso, demasiado
respetuoso, demasiado amistoso. Adoptaría gatitos, pero carece del filo
para llevar a una mujer a su lado, y luego follarla en el maletero de su
coche. Mis ojos se mueven más allá de él y hacia mi nueva camioneta, su
puerta trasera hacia abajo, el vehículo bloqueando mi garaje, y la elegante
colección de testosterona dentro. La tendría contra su puerta, o sentada en
esa puerta posterior, con sus ropas rasgadas en remaches y bisagras, el
frío metal contra su piel, sus manos temblando contra su superficie, sus
uñas arañando su cera.
—No era mi intención molestarte. —Entrelaza su mano, una palma
sobre la otra, y da una sonrisa nerviosa—. Lo siento por no llamar
primero. Yo... —extiende sus manos—, me estoy quedando sin tiempo.
Quedándose sin tiempo. Pienso en el cuarto año de Marks Lingerie, el
préstamo de dos millones de dólares que obtuve con un trío de italianos
que habían hecho muy claros mis términos de reembolso. Había sudado a
través de cada minuto de ese año, a través de cada cheque que había
escrito, hasta que la deuda principal y los intereses habían sido pagados
en su totalidad. Tal vez de eso se trata. Mis ojos se mueven hacia su
mirada nerviosa, y la posibilidad de su insolvencia me anima.
—¿Qué necesitas? —pregunto.
Mira más allá de mi hombro, insinuando su deseo de ser invitado. No
me muevo, levanto mis cejas y espero su respuesta.
—Bueno. —Sus malditas manos se extienden de nuevo, y él las mira
como si tuvieran algo, tal vez las palabras que necesita. Me mira de
nuevo—. Sé que Kate y tú son cercanos. Mejores amigos.
121 Mejores amigos. Es un título que debería reservarse para los
adolescentes, no dos personas que apenas pueden mantener sus manos
fuera de sí. Mi labio se encrespa, pero no digo nada. ¿Se trata todavía de
un préstamo? Mi cuerpo se tensa ante la idea de que Kate de alguna
manera puede estar involucrada, que podría estar en algún peligro como
resultado de su incapacidad para manejar el dinero.
—Llega al punto. —Aprieto las palabras, apenas capaz de detenerme
de estirarme hacia adelante y tirar el maldito mensaje de su garganta.
—Oh. —Se calma, y luego mira hacia arriba—. Ah... Yo. —Hace una
pausa, luego comienza de nuevo—. Mañana por la noche, estoy planeando
proponerme. Hay una fiesta en la oficina que estoy organizando, lo voy a
hacer después. Como su padre ya no vive, pensé en pedir tu bendición.
Quiero decir, sé que es un poco anticuado, pero tú eres como un hermano
para ella.
Como un hermano para ella
La rabia se extiende, tomando mis pensamientos y vomitándolos, mis
palabras cortas y mortales, las puntas de verdad que apuñalan a través
del espacio.
—No soy como un hermano para ella. Un hermano no pensaría en
doblarla sobre mi escritorio cada vez que entra en mi oficina. Un hermano
no vería las curvas de su culo cada vez que se aleja.
La sonrisa cae de su cara. Qué idiota. ¿No conoce su impacto? ¿El
peso de su sonrisa, su risa, su desafío? ¿No entiende que es imposible
conocerla y no amarla? Sus manos, esas palmas carnosas, se aprietan en
puños, y pido a Dios que esté a punto de golpearme.
—¿Qué diablos acabas de decir? —El hombre avanza, y yo me empujo
de la puerta, llegando a mi altura completa y encontrando su intensa
mirada.
—Me escuchaste. Ahora lárgate de mi propiedad antes de que te
avergüence.
Ella estará enojada. Diablos, estará furiosa. Pero que me condenen si
alguien piensa que soy como un hermano para ella. Un hermano. Mis
músculos se aprietan, y salgo de la entrada y hacia Stephen, subiendo mis
mangas, disfrutando de la ráfaga de sangre en mis venas. Una pelea, eso
es lo que necesitamos, la capacidad de llevar esto de vuelta a los días de
las cavernas y terminarlo. Aprieto mis puños, y él retrocede, levantando
sus manos, sus pulidos zapatos de vestir bajando un paso, luego un
segundo. Se vuelve hacia su Audi, sus ojos cautelosamente quedándose en
mí.
—Me casaré con ella —me promete, y los faros de su coche destellan
122 cuando abre las puertas.
—No te casarás con ella —discrepo, y me detengo, observándolo casi
correr alrededor del capó del coche—. Ni siquiera te comprometerás con
ella.
Las palabras salen con confianza, pero no son mías para dar. Lo veo
arrancar en picada de mi unidad circular, bajando su ventana, un cobarde
dedo medio se alzó en mi dirección, y el pánico se apodera de mí.
Ella
Cuando terminé con Craig, fue limpio y ordenado. Con Stephen,
nuestra separación fue áspera, el resultado de una pelea, una donde él me
había llamado nombres y me acusó de infidelidad, con su cara roja, saliva
volando. Había empezado explicando, tratando de explicar la naturaleza de
mi amistad con Trey, cómo él no quiso decir lo que había dicho, cómo
incluso si había habido momentos de atracción nunca había ido a ninguna
parte. Todas esas palabras se habían detenido frente a una histeria total,
el hombre amable y conservador con el que había salido durante un año
había desaparecido, este nuevo Stephen arrancaba un candelabro de
bronce de la pared y rompía una silla estilo reina Ana a través de las
puertas francesas. Había cerrado mi boca y huido a través de la puerta
principal, todas mis excusas y explicaciones carecían de valor en presencia
de eso. Entré en mi coche e ignoré sus llamadas, sus mensajes de voz
llenos de veneno y odio, una combinación que sólo cimentó mi decisión.
Al diablo mi atracción por Trey. Al diablo las cosas inapropiadas que
dijo. Esa noche, envié a Stephen un breve mensaje rompiendo con él por
una razón: estaba loco. Tal vez su exhibición de rabia era por amor, una
pasión imprudente que había escondido durante los últimos doce meses.
Pero es inaceptable para él comportarse de esa manera, manejar cualquier
cosa de esa manera, y mucho menos unas cuantas palabras descuidadas
que Trey había lanzado hacia él.
Trey es mi nuevo problema. Cuando había salido de la casa de
Stephen y fui directamente a la oficina, estaba medio furiosa con Trey por
haber causado todo, medio emocional de la pelea con Stephen. Confrontar
a Trey no había ayudado, sus declaraciones confiadas tomándome fuera de
guardia, mi sistema demasiado crudo para manejar la mirada oscura en
sus ojos, el suave toque de sus labios contra mi garganta, el roce de sus
dedos y suplica de su voz.
“Dime que quieres follarme, Kate”.
Cierro mis ojos y me pregunto cómo lo volveré a enfrentar.
125
128
17
Ella
Me relajo en una de sus sillas, mi pierna colgando del brazo, una
manta envuelta alrededor de mis hombros, y chupo un poco de salsa de
soja de un dedo. En la mesa de café que tenemos ante nosotros, un mar de
envases de espuma de poliestireno se sitúa, rollos de sushi medios
comidos y montones de wasabi salpicando los lienzos blancos.
—Ordenaste demasiado —decido.
—La noche no ha terminado todavía. —Roba un trozo de salmón y se
pone de pie, caminando hacia la ventana y mirando hacia fuera—.
¿Quieres ir a sentarte afuera?
—No. —Estiro mi estómago, agotada al solo pensar en moverme—.
129 Entretenme desde aquí.
—Hmmm... —Se aleja de la ventana y levanta una ceja malvada—.
Eso suena divertido.
—No —gruño—. No lo hace. Entretenme verbalmente.
—Tu tienda francesa es un éxito. Deberíamos abrir una segunda
ubicación.
—Ninguna conversación de trabajo. —Me siento un poco, la
inspiración golpeando en medio de la digestión de sushi—. Intercambiemos
secretos. Dime una de las tuyas, y te diré una de las mías.
—¿Quieres que te diga un secreto? —Se encoge de hombros—. Eso es
bastante abierto.
—No —decido—. No quiero saber de algún estúpido arresto que
tuviste en la universidad. Tienes que responder a una pregunta. —
Estrecho mis ojos hacia él—. Sinceramente.
—Oh, por favor. —Se recuesta, cruzando los brazos sobre su pecho—.
No estoy haciendo eso. Preguntarás sobre Mira.
—Prometo que no preguntaré sobre Mira. —Cruzo mis dedos sobre mi
pecho, y él rueda sus ojos.
—Ni siquiera tienes algo que valga la pena compartir. ¿Cuál es tu
mayor pecado, pedir prestado un pedazo de chicle sin preguntar?
Le hago una mueca.
—Crees que lo sabes todo, pero no lo sabes. Tengo todo tipo de
oscuros secretos. —Muevo las manos en un barrido gigante, abarcando
todos mis muchos secretos jugosos.
—Nombra uno.
—¿Si lo hago, responderás a mi pregunta?
—Mientras no sea una pregunta sobre Mira. O sobre nosotros.
Vuelvo mi cabeza y me encuentro con su mirada. O sobre nosotros.
Podríamos resumir toda nuestra relación en esas tres palabras. Atracción.
Evitación. Hay un “nosotros”. Mi corazón se acelera, esa carrera familiar en
la que considero lo que típicamente intento ignorar.
—No será una pregunta sobre Mira —dijo lentamente—. O sobre
nosotros. —Me encojo de hombros, como si no tuviera ni idea de lo que voy
a preguntar, como si la pregunta no estuviera sentada, caliente y lista, en
mi lengua—. Encontraré algo más que preguntar.
—Y tu secreto tiene que ser digno. —Se inclina hacia delante—. Algo
escandaloso.
Frunzo el ceño.
—No voy a entrar uno de mis secretos en algún tipo de Olimpiadas.
130 Escogeré un buen secreto. Tendrás que confiar en mí.
—¿Uno de tus secretos? —Se ríe entre dientes—. Kate. Por favor.
Lo fulmino con la mirada, comprando un momento mientras mi
mente intenta frenéticamente encontrar algo escandaloso en mi historia.
No me acuerdo de nada. Mi mejor secreto es que quiero que mi jefe me
desnude y me golpee el próximo martes. Y ciertamente no puedo compartir
ese secreto. Pienso en mis días de universidad y trabajo hacia adelante,
buscando algo... mi mente se pone a cero en el tiempo que le di a Víctor
Parken una mamada en el sótano de su casa de la fraternidad. Busco
desesperadamente algo, cualquier otra cosa.
—¿Qué es? —Trey levanta una ceja—. ¿Piensas en algo?
—En realidad no. —Tiro de mi labio—. Es personal. —Pero mira lo
que voy a preguntarle. Eso es personal. Esta, esta era sólo una noche
estúpida con demasiada Miller Lite y no bastante sentido común.
—¿Una cinta sexual secreta? —supone—. ¿Te desnudaste en la
universidad para ganar dinero extra? ¿O tal vez un bebé secreto en algún
lugar? Un…
—PARA —interrumpo—. Estás arruinando mi entrega.
—Lo siento. —Levanta sus manos en rendición—. Confiesa.
—Cuando yo era estudiante de segundo año en la universidad —
comienzo—. Hubo una fiesta en una casa de fraternidad. —Se endereza un
poco y tengo toda su atención—. Estaba bebiendo, y allí estaba este chico
con el que estaba como saliendo. —Sus ojos cambian, cada vez más
cautelosos, y veo su mandíbula apretarse, casi imperceptiblemente. Hablo
rápidamente, antes de que piense lo incorrecto—. La fiesta se estaba
volviendo loca, así que Víctor y yo nos movimos hacia abajo, al sótano. —
Recojo el borde de mi manga—. Empezamos a besarnos, y... me bajé en él.
—Puedo sentir el rubor, caliente en mis mejillas, y de mala gana, miro a
Trey.
—¿Y...? —casi exige.
—¿Y qué?
—¿Qué pasó?
—¿Después? —Me encojo de hombros—. No sé. Supongo que solo
volvimos arriba.
Hay un cambio lento en su rostro, un restablecimiento de rasgos, su
apuesto perfil regresando, y frota sus dedos a lo largo de su frente.
—¿Ese es tu secreto? ¿Le has dado una mamada a un chico?
131 —En una casa de fraternidad. Y durante una fiesta —explico—.
Cualquiera podría haber bajado las escaleras e interrumpido, podría
haberme visto. —Me ruborizo, avergonzada por la idea. Yo, mi falda
montada alrededor de mis muslos, agachada y baja en ese suelo pegajoso,
una mano sosteniendo su pierna peluda para mantener el equilibrio. Dios,
y si alguien hubiera entrado y me hubiera visto, mis labios envueltos
alrededor de su… me reprimo solo de pensarlo.
—Pero nadie realmente entró. —Sus labios revoloteaban en el
fantasma de una sonrisa.
—Oh Dios mío. Fuimos prácticamente exhibicionistas. Si no puedes
ver lo estúpido que era hacer eso, entonces eres...
—¿Normal? ¿Razonable?
—Un idiota —termino—. Eres un idiota.
—Eso no es un secreto.
—¿Estás bromeando? —Golpeo mi mano sobre la almohada del sofá—
. Ese fue un gran secreto.
—Es realmente triste si ese es tu mejor secreto. En serio. Dime que
tienes una orgía que escondes detrás de ese rubor.
—Ew. —Me estremezco—. No. —Levanto mi barbilla y lo miro
fijamente—. Y no lo menosprecies. El hecho de que no sea una digna-puta-
de-Trey-Marks, no significa que no fue un gran problema para mí.
—Oh, eres digna-de-Trey-Marks. —Sonríe abiertamente, y estamos de
vuelta a ese lugar, el lugar donde coquetea, y me desvío, y más tarde esa
noche paso veinte minutos con mi vibrador.
—Pero no una puta.
Inclina su cabeza como si considerara la posibilidad.
—En mi mente, eres una loca promiscua una vez fuera de esa ropa.
—Estás intentando distraerme de mi pregunta.
—Oh sí. La temida pregunta. ¿Tengo que decir la verdad?
Le doy una mirada, y él se ríe entre dientes.
—Bien. Sigue adelante con esta misteriosa pregunta.
—¿Quién era esa chica que te asaltó? ¿Por qué te estaba encontrando
allí?
Él hace una mueca, y puedo decir que había olvidado esa noche,
olvidado mis preguntas tentativas que había evadido. En aquel entonces,
no me había sentido lo suficientemente cómoda para presionar por la
verdad, y nunca la había planteado de nuevo. Pero ahora, tiene que
decirme.
132 —Eso no es lo que quieres preguntar, Kate. Pregúntame algo más.
—No —insisto—. Esto es lo que quiero. Te dije mi secreto embarazoso.
Dime esto.
—No puedo creer que lo recuerdes.
—Mi jefe entró en mi coche con una bata —digo secamente—. Tu polla
estaba prácticamente colgando fuera de ella.
En cualquier otro momento, se reiría. Ahora, él sólo corre sus palmas
sobre su cara.
—Vamos.
Espero, y él me mira, su rostro tan lleno de abatimiento que casi dejo
todo. Casi le doy un pase libre.
Pero no lo hago. Sostengo sus ojos y espero que empiece.
137
—Harrods hizo un nuevo pedido.
—Lo vi en tu correo de esta mañana. Parece bueno.
—Trey, es mejor que bueno. Es dos veces lo que vendieron el mes
pasado.
—Puedo hacer la cuenta. Soy feliz por ello. ¿Quieres una jodida
estrella de oro?
—No seas un imbécil sobre esto. Sólo pensé que valía la pena
mencionarlo.
—¿Hay algo más que tengamos que discutir?
Sí. Esto. Nosotros. Por qué de repente somos extraños. Trago.
—No. Eso es todo.
Se levanta, dejando su silla, y pasa por la puerta de la sala de
conferencias.
No entiendo por qué está enojado conmigo. Soy la que se supone que
está enojada, soy la que ha sido engañada por casi tres años. Soy la que se
enamoró de un hombre inalcanzable. Es mi corazón el que está roto.
Parte de mí cree eso. Parte de mí siente que estoy siendo una perra en
este momento.
Apenas hace bastante frío fuera, pero, aun así, hace un fuego y hago
chocolate caliente. Terminamos y nos sentamos en el sofá, nuestros
hombros tocándose mientras observamos el fuego. Trey mira su taza de
café.
—¿Sin malvaviscos?
—Estabas fuera. —Apoyo mi cabeza en su hombro—. No quiero volver
a pelear así jamás.
—Trato. —Extiende su taza y choco la mía contra ella. Hay un
momento de silencio, su cuerpo removiéndose en el sofá, antes de que
hable—: Háblame.
—¿Qué quieres? ¿Otra disculpa?
—Asumo que tienes preguntas.
—Alguna. —Alguna es un pequeño eufemismo. Tengo montones, una
lista que crece cuanto más lo pienso, cuanto más intento emparejar al
hombre que conozco con el fetichista que no.
—Entonces pregunta. —Deja su taza en la mesa auxiliar y baja la
mano, poniendo mis piernas sobre su regazo, sus dedos trabajando en los
cordones de mis botas. Hay una tensión poco natural en su cuerpo, y tan
nerviosa como estoy por discutir esto, parece estar peor.
—No tenemos que hablar de ello. Sé que es personal. —Flexiono mis
dedos de los pies cuando quita la primera bota, su pecho roza mi pie con
calcetín cuando se inclina y la deja en el suelo.
Se endereza de nuevo y se mueve a la siguiente bota.
—Quiero que te sientas cómoda con ello. Quiero que estemos menos…
—Hace una mueca—. Menos incómodos sobre esto.
139 —De acuerdo. —Miro mientras libera mi segundo pie—. Cuéntame
sobre tu primera vez. Es decir… ¿siempre te gustó ese tipo de cosa?
—Mi primera vez fue cuando tenía veintiséis años. Algunos del trabajo
salimos a tomar copas. Bebimos demasiado y mi compañera nos ofreció a
algunos ir a su casa. —Me echa un vistazo—. Fue Mira. Y yo. —Hace una
pausa—. Y este chico de la oficina de Nueva York.
—¿Mira? —Me siento más recta y un poco de mi chocolate caliente
casi se derrama por el borde.
Se ríe.
—Sí. Mira. Prácticamente nos desnudó y nos llevó a su dormitorio. Y
cuando lo vi allí, cuando lo vi tocarla… —Hace una pausa, me mira—.
Hubo este momento de posesividad. Como si estuviera tocando algo mío.
Fue como si de repente me encontrara en la escuela de nuevo, con mis
hormonas rabiando y mi necesidad… como una voraz necesidad de
competir, de ganar. —Pasa una mano lentamente por mis vaqueros, hacia
mi rodilla, y entonces hacia debajo de nuevo—. El tipo no lo entendió. No
lo comprendió. Pero Mira lo hizo. Recuerdo que me sonrió como si la
follara. Mientras él se sentaba allí con su polla en su mano. Y, al final, ella
me dijo que íbamos a tener mucha diversión.
Una pieza del rompecabezas encaja.
—Espera. Esa noche, en Las Vegas…
—Los conocí a ella y Edward —confirma.
—Entonces, ¿Edward lo sabía? ¿Ella no le estaba engañando?
Asiente e intento imaginar al decoroso Edward en un trío con Mira y
Trey. Niego.
—Estás lleno de mierda.
Sus manos se detienen encima de mis calcetines de lana.
—¿Disculpa?
—No hay manera de que Edward hiciera algo así.
Sus ojos se oscurecen.
—Porque es asqueroso.
Sí. Asqueroso es una buena palabra. Pero probablemente no es el
mejor momento para decir eso.
—No es asqueroso —evado—. Es sólo… pervertido. Y Edward no era
así. —No lo era. Era refinado y educado y, ciertamente, no habría tenido a
Trey follando a su esposa, mucho menos unirse.
—Te aseguro que Edward es muy así.
140 —¿Pero no se pone celoso?
—Es realista. No puede follar a Mira y hacerle sexo oral al mismo
tiempo. No puede crear la energía de dos personas, la atención de dos
personas a la vez. Con ambos, ella tiene cuatro manos, dos bocas, dos
pollas. —Desliza sus manos bajo mis calcetines y los quita—. No soy un
jugador emocional en sus vidas. Entro, nos divertimos y me voy. No es
desagradable. Doy placer a una mujer, libero un poco de tensión sexual y
luego vuelvo a mi vida.
Pone presión a lo largo de mis plantas y casi cierro los ojos por la
sensación.
—No entiendo. —Suspira y lo miro—. Lo digo en serio. ¿Haces esto
por la ráfaga de testosterona o por sexo sin ataduras? Porque sabes que
puedes contratar a una mujer para eso, ¿cierto?
—Pagar a una mujer por tener sexo conmigo no me excita de ninguna
manera. Y no sé exactamente por qué lo hice. Todo lo que sé es que la idea
de ello, el preámbulo, lo desconocido de una nueva mujer, lo prohibido…
todo me excitaba. Lo secundario de esto es que me encanta complacer a
las mujeres. Y este estilo de vida me permitía hacerlo sin requerir que
tuviera una relación propia.
Habla en pasado y me doy cuenta de eso, aun así, continúo:
—Excepto por Chelsea. —Dios, todavía me disgusta esa mujer.
Incluso ahora, apenas puedo decir su nombre sin gruñir.
—Ahh… Chelsea. —Frunce el ceño—. Chelsea fue una especie de
experimento.
—¿En monogamia? —Me alegra tanto saber que falló en eso.
—En realidad, lo contrario. —No me mira, enfocándose en mis pies, el
gentil trabajo de los músculos. Dios, si el negocio de lencería se va a la
mierda, podría ganar un millón con sólo sus manos—. Conocí por primera
vez a Chelsea en un trío. No la vi de nuevo hasta su entrevista. Las cosas
no parecían haber funcionado con su último novio. Pensé que intentaría el
estilo de vida desde el otro extremo. Como un anfitrión, en lugar de un
invitado.
—¿Y?
Pone una manta sobre mis pies y mete la tela debajo de ellos.
—No me gustó. —Me mira—. Y me hizo darme cuenta de lo que
sentiría si fuera alguien de quien realmente me preocupara.
No habla sobre mí. Sé que no habla sobre mí, pero, aun así, en algún
lugar dentro, una cálida y pequeña llama brilla.
—¿Lo que significa? —digo, en la manera más casual en la que una
mujer puede hacer una pregunta.
141 Envuelve sus manos alrededor de mis pies y los lleva cerca de su
pecho, casi de la manera en que acunarías a un pequeño bebé.
—Significa que, si alguna vez salimos, no querré hacer nada como eso
contigo.
Todo se detiene. El crujido del fuego, el apretón de sus manos, el
movimiento de la respiración en mis pulmones.
—¿Nunca? —cuestiono.
—Nunca —confirma.
—¿Pero no lo extrañarás?
—No puedo mirarte entrar en una habitación sin ponerme duro. No
necesitaría nada más. —Frota su rostro con una mano—. Honestamente,
si tuviera una estimulación adicional, probablemente sería una
vergonzosamente breve experiencia.
—Ese es un problema común, sabes. Que los hombres tienen
conmigo. —Levanto mi taza para cubrir mi sonrisa—. Sucede todo el
tiempo.
Frunce el ceño.
—Baja esa taza.
—¿Qué?
—Bájala.
Cuidadosamente la dejo en la mesa auxiliar.
—¿Qué pasa…? —Mi pregunta es interrumpida cuando me pone
sobre su regazo, sus manos firmes sobre mis caderas, sus ojos feroces con
posesión.
—Lamento no contarte la verdad. Sobre Mira. Sobre Chelsea. Sobre
mi vida sexual. No te dije la verdad porque me preocupaba perder
cualquier oportunidad de que alguna vez estuviéramos juntos. Y si pudiera
volver a esa primera noche, con Mira, lo haría. Volvería atrás y nunca
daría un paso en ese camino. Pero necesito saber si todavía hay una
oportunidad para nosotros. Si, sabiendo lo que sabes ahora, y maldito sea
cualquier riesgo para la compañía, si alguna vez saldrás conmigo.
Salir. Suena tan trivial comparado con todo lo que hemos pasado.
¿Saldría con él? Dios, he estado enamorada de él durante años. He…
—Jesucristo, Kate. Me estás matando.
Miro a su rostro, mis ojos moviéndose por el borde de su mandíbula,
la tensión en sus labios mientras traga, las líneas de preocupación que
marcan su frente y se reúnen en las esquinas de sus ojos. Nuestras
142 miradas se encuentran y todo lo que sé está allí.
—Quiero más que eso —susurro.
Iba a continuar, pero pierdo las palabras cuando se inclina hacia
delante y captura mi boca con la suya.
Él
Cuando un beso se espera durante mil días, estalla como un ciclón…
un lento despliegue de labios, de lenguas, manos desgarrando, ropas
volando, calientes remolinos de respiración reunidas con un choque de
frenético deseo. Siempre había imaginado que me tomaría mi tiempo, que
cuidadosamente la saborearía, mi lengua probando, un suave momento
del que disfrutaría cada segundo. Pero en este beso, tomamos cien
segundos en cada diez. Gimo contra su boca y la bajo sobre mi regazo. Su
rodilla se mueve, nuestras manos luchan por reconectar, entonces está a
horcajadas sobre mí y sus caderas se frotan contra mí, y me aparto de su
boca sólo el tiempo suficiente para jurar su nombre.
Tanto he temido como anticipado este momento por mucho tiempo.
Me he preguntado si tendríamos química o si nuestra tensión sería todo
un mito, la promesa de un inalcanzable calor a causa de su imposibilidad.
No era un mito. Nunca he experimentado tal química, cada probada
de su lengua, cada movimiento de su cuerpo, el tirón de su mano en mi
cabello… cada uno aviva la llama, mi polla empujando dolorosamente
contra mi cremallera, mi piel ardiendo por tener más de ella, en todas
partes contra mí. Deslizo mis manos por la parte trasera de su pantalón y
agarro su culo, rodando con ella, hasta que cae hacia atrás en el sofá de
piel, su cabello suelto y salvaje, sus ojos ardiendo de una manera que
nunca he visto. Me detengo.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta, su pecho estremeciéndose, sus
mejillas sonrojadas.
—No te muevas —susurro.
—No te estás corriendo, ¿no? —Sus ojos se amplían y, Dios,
jodidamente amo a esta mujer.
—No. —Sonrío—. Definitivamente no me estoy corriendo. Sólo… —
Sólo quiero saborear este momento. Sólo quiero recordar, para siempre,
cómo se ve ahora mismo, la manera en que me alcanza, en que jadea por
mí. Quiero recordar la hinchazón de sus labios por mi beso, su corazón
está latiendo con fuerza, el brillo de su piel. Trago—. Sólo quiero decirte
que te amo.
143 Desliza su mano bajo la cintura de mis vaqueros y agarra el cinturón,
atrayéndome hacia ella.
—También te amo —susurra, su boca levantándose a la mía—. Pero,
en este momento, realmente necesito que te desnudes.
No puedo discutir con eso. Robo otro beso mientras tira de mi camisa,
nuestras bocas separándose mientras quita la Henley de algodón por mi
cabeza. Me levanto y desabrocho mi cinturón, asintiendo hacia sus
vaqueros.
—Quítate esos.
Debería llevarla a mi dormitorio, pero está demasiado lejos, y este
momento se siente como un espejismo, uno que podría disolverse en
cualquier momento, su cabeza en juego, sus dudas surgiendo, mi pasado
demasiado para que su mente lo venza. Desabotono mis vaqueros y los
empujo al suelo, arrodillándome mientras me muevo al borde del sofá, mis
manos tirando de la cintura de sus vaqueros, ayudando a bajarlos por sus
piernas, su espalda acomodándose en el cojín del sofá mientras me
observa a través de ojos pesados.
No sé qué hay bajo su camisa, pero al ver la cara tanga que es
descubierta, el familiar estilo, saber que mi nombre está contra su piel… le
hace algo a mi corazón. No sólo al mío, al nuestro, nuestro trabajo de
amor, nuestras noches tardías, nuestras discusiones, nuestra pasión.
Separo sus rodillas y me coloco entre sus piernas, mis manos suben por
sus muslos, hacia el triángulo negro de encaje. Paso una mano reverente
sobre el delicado material, trazando sus detalles y entonces abajo, entre
sus hermosas piernas. Bajo mi boca hacia el encaje y sigo el camino de
mis dedos, plantando suaves besos de sus caderas a su montículo, y
respiro en su esencia, mi lengua moviéndose sobre las líneas de la tanga,
burlándome de ella a través de la tela, un pequeño gemido de placer sale
de ella cuando golpeo sus más sensibles lugares. Se curva debajo de mí y
la sostengo en el lugar, manteniéndola contra mi boca, mientras aparto la
tanga y la revelo por completo.
He practicado sexo oral a incontables mujeres. Nunca he saboreado a
una mujer que no disfrutara, y nunca he conocido un coño que no me
pusiera duro. Pero Kate… no tengo palabras para los sentimientos que
tengo cuando está abierta ante mí, sus muslos retorciéndose
nerviosamente, la delgada línea de vello húmeda y apelmazada con sus
jugos, todo de ella expuesto. Me tomo un momento, mi dedo frotándola
suavemente, y alzo la mirada, observando su boca abierta mientras
gentilmente ruedo la yema de mi pulgar sobre su clítoris, su cuerpo
curvándose por más, su pelvis inclinándose, como una oferta a los dioses.
Me doblo y me doy un festín.
144
19
Ella
La luz del fuego lo hace brillar, un dios con fuertes hombros y brazos
musculosos que me sujetan mientras su hermoso perfil se inclina sobre
mí, adorando mi coño con su lengua, su mandíbula flexionándose, el
suave movimiento de su lengua saboreándome de maneras que destruyen
mis pensamientos, mi resolución, mi cordura. Dios, todas las cosas que he
visionado, todos los talentos que he imaginado —cada vez que su lengua
asomaba por su boca, cada vez que atrapaba un vistazo de ello—, todas
mis fantasías se han quedado cortas con esto, la vista de él, la sensación
de él. Empuja su lengua dentro de mí y todo pensamiento se detiene, sus
dedos sumergiéndose en mis nalgas, su boca tan agresiva como su toque.
No necesito preguntar cómo sé, o si lo está disfrutando. Cierro los ojos,
libero cualquier inhibición, y dejo que su lengua destruya mis sentidos.
145
Cuando me corro, es el tipo de orgasmo que cambia vidas. El tipo en
el que mis uñas arañan su cuero cabelludo, mis pies se flexionan en el aire
y mi grito es tan alto que es silencioso. Lucho por punto de apoyo, por
realidad, y en la centésima vez que grito su nombre, le digo que lo amo.
Me deja en el suelo, mis miembros flojos y libres, y miro mientras se
quita su ropa interior, su polla liberándose.
Buen Dios. Y pensé que era sexy antes.
152
20
Él
No sé de dónde salen las palabas. Caen de mi boca y cuelgan entre
nosotros, y maldición si no quiero recuperarlas nunca.
El matrimonio es algo en lo que dejé de pensar hace mucho tiempo,
alrededor de la primera vez que tuve a un marido pidiéndome que follara a
su mujer. La monogamia simplemente no parecía ser un concepto tan
sagrado, la idea de libertad era más seductora. Pero entonces la conocí…
me enamoré de ella. Hace una hora, me asustaba sacar el tema de salir,
me asustaba el riesgo que estaba tomando para mi compañía y nuestra
amistad. Eso fue hace solo una hora. Y ahora, ¿una proposición? Es
demasiado rápido, ridículamente rápido. Voy a asustarla, voy a arruinar
todo. Que me ame no es lo mismo que un compromiso que nos atará…
153 —Trey. —Me toca el rostro, sus dedos suaves, y se ha terminado. No
respondes a una proposición de matrimonio con un nombre. Cierro los
ojos y puedo sentir la desesperanza cuando golpea, el bajón que viene
después de drogarte. Sus labios rozan los míos, sus uñas suaves contra
mis mejillas, el cosquilleo de su cabello cuando cae contra mi oreja.
—Ignora eso —murmuro—. Fue estúpido. —Necesito reponerme.
Tengo que abrir los ojos y hacer un comentario sucio y darle esa sonrisa…
la que me saca de problemas y cubre los errores. Necesito hacer todo eso,
pero no puedo esbozar una sonrisa, no puedo volver a la vida después de
ahogarme.
—No digas eso.
—Lo fue.
—Quiero casarme contigo.
Me arriesgo y la miro, el brillo del fuego toca sus rasgos, y hay un
pero viniendo, puedo sentirlo en la punta de su lengua.
—Pero —dice, y luego baja la mirada, pasando los dedos sobre mi
labio inferior. Abro mi boca y gentilmente muerdo su pulgar. Vuelve a
dirigir su mirada a la mía—. Pero estoy preocupada sobre la cosa de la
orgía.
Es tan inesperado, que no puedo evitar sonreír. Frunce el ceño en
respuesta y sé de repente que estaremos bien, que somos Kate y Trey, e
incluso si no nos casamos, no hay nada que pueda interponerse entre
nosotros.
—No es divertido —se queja, empujando mi pecho.
—¿La cosa de la orgía? —repito, e intento contener mi sonrisa,
tomarme en serio lo que sea que sale de su deliciosa boca.
—Sí, Trey. La cosa de la orgía. —Resopla, sentándose derecha.
No puedo detener la risa ante su expresión petulante.
—No hago orgías, Kate. —Rápidamente cambio las palabras—. No he
hecho orgías. Solo era el tercero para parejas. Eso es todo.
—Bien, lo siento. La cosa del trío. —Pone los ojos en blanco—. ¿Mejor
así?
—Sí. —Deslizo las manos por sus muslos desnudos y me gusta esta
posición, tenerla a horcajadas sobre mí, su coño desnudo sobre mi
estómago, húmedo con mi corrida, su cabello cayendo sobre sus pechos,
su rostro sonrojado por el sexo y su actual indignación sobre mi molesto
pasado—. ¿Qué te preocupa sobre eso?
—Solo me preocupa que quieras que lo haga. Y no es que sea una
puritana ni nada…
154
Levanto las caderas lo suficiente para que rebote y deja de hablar,
desequilibrada, su mano extendiéndose para estabilizarse mientras vuelve
a estar sobre mi estómago, mi mano aprovechándose del momento para
deslizarse debajo de ella. Le meto dos dedos, curvándolos arriba y hacia
mí, y su objeción muere cuando se derrite hacia delante.
—Trey —protesta, y es un débil murmullo de mi nombre, mis dedos
gentilmente rozando su punto G, y está tan cálida, tan apretada, tan
húmeda en el interior. Me pregunto cuánto de esto es mi corrida y cuánto
la suya, y que, si presiono justo allí… maldice y clava sus dedos en mi
pecho—. Jesús, Trey. No pares.
—Mírame, Kate.
Mi confianza se eleva cuando intenta llevar sus ojos a los míos. Están
pesados, sus ojos medio cerrados y vidriosos; y gracias a Dios que ahora
soy el único descubriendo esto… cuán receptiva es al toque de mi dedo. Si
lo hubiera sabido antes, habría resuelto cada discusión de negocios de
esta manera. Habría insistido en que solo llevara faldas al trabajo. Habría
instalado una pared de espejos en mi oficina y la habría tenido frente a
ellos, mirando su rostro mientras la masturbaba con los dedos, viendo
exactamente cuán jodidamente sexy se ve así. Rozo su clítoris con el
pulgar y uso mis dedos en cortas embestidas, asegurándome de rozar
sobre ese punto, su boca abriéndose, cortos jadeos escapando, sus
caderas empezando a moverse sobre mí.
—Nunca voy a querer compartirte con nadie —le prometo, con mis
ojos en su rostro, una sacudida de placer recorriéndome cuando cierra los
ojos con fuerza, un bajo gemido escapando de ella. Ralentizo mis
movimientos—. Dime que lo entiendes.
—No pares —ruega, arañándome el pecho con la mano—. Lo
entiendo.
—Nunca querré a otra mujer. Jamás. —Reanudo la manipulación de
mis dedos y se tensa, sus paredes flexionándose alrededor de mis dedos,
su punto G hinchándose—. No hay otra mujer que pueda compararse
contigo jamás. —Se tensa, su cabeza cayendo hacia atrás, su cuello
expuesto y requiere de todo mi control mantenerme en el lugar, seguir la
cadencia de mis dedos. Uso mi otra mano y paso la palma sobre sus
pechos desnudos, prometiendo pasar todo el día de mañana enfocado en
ellos, dedicar mi adoración a su perfecta carne. Sus pezones se endurecen
bajo mis caricias y me muerdo los labios, el deseo de chuparlos en mi boca
es casi imposible de resistir.
No sé cómo convencerla, cómo decirle que lo que acabamos de
compartir fue cien veces mejor que cualquier experiencia sexual que haya
tenido jamás. No sé cómo explicarle que el simple sonido de su voz
155 despierta mi polla más de lo que un centenar de tríos jamás pudo. No sé
cómo decirle que la idea de compartirla retuerce mi estómago en la manera
más dolorosa.
—¿Lo entiendes? —Detengo su orgasmo a tiempo antes de que llegue,
mis dedos languideciendo, mi voz lo bastante fuerte para causar que abra
los ojos, y afirma sus caderas encima de mi mano, intentando
descaradamente mantener mi ritmo.
—Sí —dice en un jadeo—. Lo entiendo.
—Dime que te casarás conmigo —ordeno—. Sin peros.
Aprieta los labios y el atisbo de un hoyuelo aparece en su mejilla.
—¿Estás intentando negociar el matrimonio sobre un orgasmo?
Empujo ambos dedos en su interior, curvándolos y veo su
concentración desviándose.
—Sí, Kate. Eso es exactamente lo que estoy haciendo.
Jadea y sus caderas se levantan cuando aumento la velocidad y la
profundidad de mis movimientos, follándola con los dedos hacia el
orgasmo que quiere, su boca extendiéndose en una sonrisa mientras me
sujeta la otra mano, poniéndola sobre su pecho, sus dedos apretando el
mío en un agarre, su carne hinchándose a través de nuestros dedos.
—Sí —susurra, sus ojos encontrándose con los míos y saco los dedos
de ella, mi mano húmeda goteando en su cadera y empujándola hacia
abajo, mi polla dura y esperando, el momento cuando la bajo sobre ella…
Es el momento más hermoso de mi vida.
Sus ojos se cierran y exhala mi nombre, su cuerpo estremeciéndose
alrededor del mío. La atraigo contra mi pecho, sosteniéndola en el lugar
mientras mis caderas embisten hacia arriba… breves y rápidas estocadas
que golpean mi pelvis contra su clítoris y entierran mi polla en su calor,
sus paredes internas apretándose, luego flexionándose, y cuando se corre,
puedo sentirlo arrasando todo su cuerpo, su grito de mi nombre es más
animal que humano. Grita la palabra sí, primero rápido y chillón, luego
más bajo y duradero; mis movimientos sin desacelerarse, sin calmarse, mi
control deshaciéndose mientras me da todo lo que quiero.
Cuando me corro, parece como si durase un minuto, y si alguna vez
ella dejó de correrse, no pude decirlo. Doy una última embestida profunda
y luego la sostengo contra mí, mi polla retorciéndose mientras las réplicas
me recorren con un temblor.
Cierro los ojos y no puedo detener la boba sonrisa que se extiende en
mi rostro. No sé si se refería a que aceptaba la proposición, pero nunca he
156 sido más feliz en mi vida.
En este momento, todo es perfecto.
Ella
Creo que está muerto. Se estira, con su duro culo desnudo, los ojos
cerrados, una débil sonrisa en su hermoso rostro. Su polla yace sobre su
estómago, y si chuparla lo va a devolver a la vida, seré la primera
voluntaria. Sonrío ante la idea y me aparto de él, levantándome y
dirigiéndome hacia las ventanas, mis miembros flojos y perezosos, mis
rodillas casi cediendo cuando subo la mano y sujeto la parte de arriba de
la ventana.
—Haré eso —murmura, su cabeza moviéndose, un ojo abriéndose
para mirarme. Me inclino y cierro la primera, la esquina de su boca se
alza—. No importa —comenta—. Tú lo haces mucho mejor. Especialmente
desnuda.
—Cállate. —Cierro las otras dos y regreso junto a él, pasando sobre
su pecho y deteniéndome, extendiendo la mano—. Vamos. Tenemos que
ducharnos.
—Eres malvada —gime, sus ojos entre mis piernas—. Pensé que te
veías bien en mi lencería, pero mierda. —Arrastra la última palabra, sus
ojos descarados en su escrutinio—. Preferiría que trabajaras desnuda.
—Eso no funcionará. —Muevo la mano con impaciencia frente a él—.
Mi prometido es un bastardo celoso. No le gusta cuando otros hombres me
miran.
Es como si le hubiera dado un regalo. Eleva su mirada hacia mi
rostro y sus labios se curvan en una nueva sonrisa, una tímida.
—Creo que a él le gusta cuando te miran. Lo que no le gusta es
cuando te tocan. —Finalmente toma mi mano, moviendo las piernas y alzo
la barbilla para mirar su rostro cuando se pone de pie.
—¿Es así? —cuestiono.
—No culparía a ningún hombre por mirarte jamás, Kate —murmura—
. Eres la mujer más hermosa que cualquiera de nosotros ha visto alguna
vez.
—Estás tan lleno de mierda. —Sonrío.
Sus manos suben y sostiene mi rostro, sus ojos se vuelven más
intensos mientras mira los míos.
157 —Dime más sobre tu prometido.
—Hmm. —Reflexiono—. Es muy inteligente. Casi molestamente. Y lo
sabe, lo que lo hace incluso peor. Y es arrogante. Pero en esa confiada y
sexy manera que hace que quieras arrancarle la ropa tan pronto como lo
conoces. Pero también es increíblemente dulce. —Presiona sus labios
contra los míos, solo un gentil tirón de amor, y entonces una liberación,
sus cejas alzándose por más—. Y generoso —añado, ganándome un
segundo beso—. Y… —Frunzo el ceño, como si estuviera pensando duro
otro cumplido. Y amable. Y divertido, y cariñoso, y vulnerable, e ingenioso,
y embriagador, y toda palabra positiva que Webster alguna vez creó.
—¿Adictivo? —suministra.
Curvo los labios.
—Un poco —expreso—. No estoy segura aún. Es un compromiso
bastante reciente.
—¿Crees que funcionará? —Sus manos se tensan y me atrae más
cerca.
Lo miro a los ojos.
—Sí. Quiero que lo haga.
—Lo hará. —Baja su boca y este beso es más una promesa, el tipo
que aleja toda duda y me dice una y mil veces, con cada roce de sus
labios, que quiere decirlo. Que funcionaremos, que todo esto durará.
Aparta su boca de la mía.
—Te amo.
—También te amo.
160
22
Ella
Cinco meses después…
Él
Tomamos el jet hasta San Francisco, entonces subimos a un enorme
Airbus, y todas las comodidades del vuelo no compensan el hecho de que
tengo que comportarme durante diecinueve horas, una hazaña imposible
cuando estoy junto a ella. Me está ayudando con la causa, especialmente
ahora, su boca abierta de la manera menos atractiva, una delgada línea de
baba escapando del lado izquierdo de su boca. Sonrío y, cuidadosamente,
alcanzo a su alrededor, presionando los botones de su asiento hasta que
está completamente reclinado, su boca cerrándose, su cabeza rodando a
un lado. Hago mi mejor esfuerzo para cubrirla con una manta, entonces
reclino mi propio asiento, moviéndome sobre mi lado derecho hasta que
estoy enfrentándola.
Incluso ahora, me aterroriza. Aunque sé que acepta mi pasado,
acepta mi amor y lo regresa todo. ¿Alguna vez creeré que esto es real?
¿Alguna vez estaré seguro de que no voy a perderla? ¿O solo empeorará?
¿Es así como funciona el amor? ¿Es más doloroso cuanto más duro
caigas? ¿Te preocupas más con cada bendición adicional? Puedo luchar
por nuestro amor, puedo trabajar en ser el mejor marido, el mejor amigo,
el mejor padre que pueda… Puedo controlar esos aspectos de nuestro
matrimonio. Pero habrá mil más que no pueda. No puedo obligarla a
amarme tan fuertemente en diez años como hace ahora. No puedo
controlar si su corazón se aburre y encuentra a alguien más. No puedo
controlar a los conductores borrachos o los extraños accidentes, o prevenir
que tenga alguna enfermedad. No puedo garantizar que este momento —su
rostro contra la almohada, su mano floja contra su regazo—, no sea el
último que tendremos.
Sé que es macabro, entiendo que no es racional. Aun así, ese es el
163 miedo que domina mis pensamientos. Extiendo la mano y envuelvo la
suya, sus dedos apretándose un momento. Sus ojos se abren y hay un
momento aturdido de despertar, luego sonríe.
Sonríe y, maldición… mi corazón casi se rompe por el golpe. Si hay
una manera de amar a una mujer más, debe matar a un hombre. Susurra
que me ama y cuando devuelvo las palabras, se sienten tan inadecuadas.
Si nuestro amor fuera lencería, sería un corsé, uno atado tan
apretadamente que te quitaría la respiración.
Si nuestro amor fuera lencería, estaría dibujado en su piel con tinta,
un tatuaje diseñado para ceder y crecer con ella.
Si nuestro amor fuera lencería, sería un encaje transparente que
compartiría todo mientras que aún se burlaría como el infierno de ambas
partes.
Si nuestro amor fuera lencería, sería cuero, finos tirantes de ribetes
que podrían resistir un centenar de años de guerra y paz, peleas y hacer el
amor. Cedería y daría de sí, sin embargo, nunca se desgarraría o rompería.
Estaría construido para durar, para llevarlo para siempre.
Si nuestro amor fuera lencería, nunca se quitaría.
Epílogo
Cinco años después
Fin.
165
Alessandra Torre
166
167