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Créditos

Moderadora: Mona
Traductoras Correctoras
Gigi Desiree
Maria_clio88 Kath
Kath Pochita
Cjuli2516zc CamilaPosada
3 Mimi Maria_clio88
Nanis

Revisión final: Nanis


Diseño: Cecilia
Índice
Sinopsis Capítulo 13
Capítulo 1 Capítulo 14
Capítulo 2 Capítulo 15
Capítulo 3 Capítulo 16
Capítulo 4 Capítulo 17
Capítulo 5 Capítulo 18
Capítulo 6 Capítulo 19
Capítulo 7 Capítulo 20
4 Capítulo 8 Capítulo 21
Capítulo 9 Capítulo 22
Capítulo 10 Epílogo
Capítulo 11 Biografía del autor
Capítulo 12
Sinopsis
La contraté para arreglar mi empresa, para traer a Lencería Marks de
vuelta a la vida. No esperaba que se convirtiera en mi amiga. No esperaba
enamorarme de ella.
La primera regla del negocio es nunca tocar a tus empleadas. Creo
que hay otra regla para no enamorarse de tu mejor amiga, una regla en
contra de imaginar las curvas de su cuerpo, o la forma en que su
respiración cambiaría si yo bajara sus bragas y desabrochara mi pantalón.
Ahora, no puedo esperar más. Estoy tirando las reglas.
A la mierda la compañía.
A la mierda nuestra amistad.
A la mierda mis miedos.
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1
Ella
Algunos hombres apestan a problemas. Trey Marks es uno de esos
hombres. Sus dedos no han parado de moverse desde que me senté. Ahora
están girando sobre el dial de su reloj, una pieza cara que sale del borde de
su traje a la medida. Puedo oír el clic del dial cuando lo desliza
suavemente hacia adelante, solo un grado a la vez, a intervalos lo
suficientemente distanciados para volverme loca. ¿Siquiera me está
escuchando? Apenas me estoy escuchando a mí misma, mis oídos se
levantaron y sintonizaron al siguiente clic del reloj. Clic.
—Si nos fijamos en la última página, puede ver algunas de mis ideas
para su línea Isabella... —Clic—. Tengo contactos que podrían reducir sus
costos, especialmente en el... —Clic—. Estoy buscando una posición que
6 me permita tener una mayor capacidad de tomar decisiones y... —Clic.
Aprieto mis manos alrededor de la carpeta de cuero, luchando contra
el impulso de acercarme y arrebatarle el reloj de las manos. Él termina con
la distracción, la mano ofensiva se mueve para frotarse sus labios. Miro
hacia otro lado. No sólo apesta a problemas. El maldito hombre está
sumergido en la tentación, el centro de todo irradia de esos ojos. Entré en
esta oficina, y esos ojos me desnudaron. Me senté frente a él y
prácticamente se frotó las manos con júbilo.
—Se ve aprensiva, señorita Martin. —Su mano cae de su boca y me
obligo a mirarlo a los ojos.
—Lo siento. Nervios por la entrevista. —Sonrío y él me estudia.
—¿Es eso? —No me cree. Un punto para Marks, aunque no estoy
totalmente sorprendida por su capacidad de leer a las mujeres. Su negocio
es la seducción, el diseño de prendas de lencería que atraigan a las
mujeres a comprar, y a los hombres a quitárselas. Según los rumores en la
industria, nunca ha estado casado, tiene sexo como un animal, y una boca
como mi masajeador de ducha. No importa. Él necesita un director
creativo, y yo necesito un nuevo trabajo. Se dice que Marks Lingerie está
en problemas, y no necesito un grado en psicología para leer el estrés que
enmarca su arrogante mirada. Líneas profundas en su frente, su
mandíbula ligeramente apretada, ese maldito movimientos de sus dedos
hacia su reloj. Reconozco las señales. El estrés, en este momento, es mi
vida.
Podría ser peor. Podría tener un hijo enfermo, o un marido abusivo,
algo más válido que el simple hecho de que odio mi trabajo. Lo odio de una
manera que me duele el pecho cuando salgo del ascensor cada mañana.
Paso mi almuerzo en mi auto, las ventanas tintadas arriba, el motor
apagado, escondiéndome de la perra de mi directora creativa, Claudia
VanGaur. Ha estado amenazando con retirarse durante la última década.
Durante ese tiempo, he sido lo suficientemente estúpida como para
creerle. Ahora, soy estúpida por quedarme, estúpida por seguir esperando
que entregue las riendas. Estará en Lavern & Lilly hasta su muerte, y
torturará a cada empleado hasta su último aliento moribundo.
Necesito un cambio; necesito el ascenso que he merecido durante una
década. Voy a trabajar en cualquier lugar de moda femenina, pero la ropa
interior es mi pasión, y esta es la primera oportunidad como director
creativo que ha aparecido en el último año. No sólo lo quiero; lo necesito.
—Cuénteme sobre el hombre.
—¿Disculpe? —Observo cuando sus ojos caen a mis manos, al
diamante, y de repente entiendo—. Oh. Craig. Él es... —Mi mente está en
7 blanco. Es muy agradable. Es un químico. Nunca me miró de la forma en
que tú lo estás haciendo en este momento—. Hemos estado comprometidos
cuatro meses —termino. Es una respuesta segura, una que no menciona
el diploma de MIT1 de Craig, o su crianza de clase alta. Por mucho que la
industria chismee sobre las habilidades en la cama de Trey Mark, se
lamentan aún más de su crianza. Criado en South Central. Hijo de una
stripper, a la que asesinaron en los noventa en una redada antidroga.
Desertor de la universidad. El rumor es que sedujo a alguna anciana
millonaria, esperó que muriera, y luego usó la herencia mal recibida para
comenzar Marks.
—¿Ha fijado una fecha?
Con una sola pregunta, lo expone todo.
—No. Aún no.
—¿Por qué no?
Puedo sentir un ceño fruncido formándose, el movimiento de mis
cejas tensándose, y me obligo a sonreír, dejando salir una suave
exhalación mientras hablo.
—Solo no lo hemos hecho. Los dos estamos muy ocupados ahora
mismo. —Trago, y espero haber ocultado la verdad. Porque estoy asustada.

1 MIT: Massachusetts Institute of Technology.


Porque estoy cansada. Porque ahora mismo, si estoy tan fácilmente afectada
por ti, entonces probablemente no debería casarme, para empezar.
Su boca se abre, sus labios ensanchándose, sus dientes perfectos a la
vista. Es el comienzo de una sonrisa, y puedo verlo luchar por contenerla,
su lengua jugando con la esquina de su boca antes de cerrar los labios.
Sus ojos vuelven a caer sobre mi anillo antes de subir de nuevo a mi
rostro, sus facciones más serenas, un tinte de diversión todavía en esos
ojos oscuros. Quiero preguntarle qué es tan gracioso. En cambio, entrelazo
mis dedos y me concentro en encontrar una imperfección en su rostro.
Fallo.
—Estoy preguntando por su prometido por razones puramente
inocentes. Kate, no soy la persona más fácil con la que trabajar. —Se
inclina hacia adelante, con los antebrazos apoyados sobre el escritorio, y
pasa los dedos de una mano sobre los nudillos de la otra—. Soy
temperamental, terrible con las instrucciones, y puedo ser un verdadero
idiota. —Un indicio de una sonrisa aparece, luego se pone serio—. Pero, a
pesar de lo que podría haber oído sobre mí, hay ciertas líneas que no
cruzo, y acostarme con mis empleadas es una de ellas.
—¿Literal o figuradamente? —No sé de dónde vienen las palabras,
8 pero son bien recibidas, su sonrisa se abre de par en par, una risa
ahogada.
—Ambas. —Se pone en pie y extiende una mano—. Gracias por venir,
señorita Martin. Alguien se pondrá en contacto para más información.
Mi estómago se retuerce. Tal vez es mi portafolio. Tal vez lucía
demasiado ansiosa. Tal vez, es el anillo en mi dedo. Me obligo a sonreír y
deslizo mi palma en la suya, el apretón de manos apenas lo
suficientemente fuerte para traerme a la realidad.
—Ciertamente. Fue un placer conocerlo. —La mentira sale
suavemente de mis labios, pero nuestro apretón de manos dura un
segundo demasiado largo.
No sé cómo regresaré a Lavern & Lilly, o cómo haré para aguantar
más años bajo las ordenes de Claudia, pero sé una cosa: Trey Marks
puede decir durante todo el día que no se acuesta con sus empleadas, pero
te apuesto su reloj que me habría extendido de par en par sobre su
escritorio si yo se lo hubiera pedido.
Empujo la puerta exterior y entro al calor de Los Ángeles, inhalando
el ligero aroma a madreselva. En cuatro horas, cenaré con Craig, una
comida en la que diseccionará cada momento de mi entrevista y logrará
acumular más estrés en mi búsqueda de empleo. Dejo los comentarios
inapropiados de Trey Marks en el estacionamiento, y subo a mi auto, mi
mente ya catalogando los detalles que compartiré con Craig.
Me toma veinte minutos de conducción con las ventanas bajas, la
música sonando a todo volumen, mi volante vibrando bajo mis palmas,
para olvidar la atracción de su sonrisa.
Bebé Jesús en el pesebre. El hombre debería ser ilegal.

Él
Mi escritorio fue un regalo de mi padre, un hombre que siempre gastó
más de lo que ganaba, mi infancia una mezcla de juguetes brillantes y
avisos de desalojo. Me dio este escritorio un mes antes de morir, la pieza
sacada de una subasta en un Rancho en Santa Fe, un mueble centenario
tallado a mano, los bordes llenos de escenas de batalla en miniatura, la
parte superior cubierta de cuero. Guardé la tarjeta que dejó en la
superficie, una sola tarjeta, su garabato apenas legible a través de su
superficie revestida. Siempre lucha, decía. Un sentimiento interesante para
un hombre que condujo su Porsche nuevo hasta un acantilado en Malibú.
Los oficiales que respondieron culparon a la niebla y la espesa lluvia. Yo
9 culpé a los acreedores agresivos, la muerte de mamá, y al frasco que le
gustaba guardar en su bolsillo delantero.
Deslice la carpeta de currículos ante mí, el simple acto de abrir la
carpeta es de por sí agotador. La creación de personal será mi muerte. Tan
importante para una empresa, por lo que es agotador cuando se hace en
un día. Pero esta posición, de todas ellas, es la más importante. No puedo
dejarle elegir mi director creativo a una agencia o a recursos humanos.
Este empleado trabajará mano a mano conmigo. Esta elección podría
salvar a Marks Lingerie o llevarnos a la muerte. Reviso los currículos y me
detengo en el de Kate Martin, dejando escapar un suspiro mientras
examino la página. Bachillerato en Parsons. UCLA para su maestría. Sólo
un trabajo en la sección de experiencia laboral, sus últimos once años en
Lavern & Lilly. Hago una mueca. Lavern & Lilly es de moda femenina
conservadora, su competidor más cercano White House Black Market.
¿Ella sabrá algo sobre seducción? ¿Sobre sex appeal? Su atuendo
conservador no había ayudado exactamente a su causa.
Acomodándome en mi silla, cierro los ojos y la imagino. Aquellos
labios rosa pálido, un leve tinte de brillo, presionados constantemente.
Había estado nerviosa, sus dedos pasando por la parte superior de su
currículo, sus manos abrochando y desabrochando el portafolio, su
mirada en todas partes excepto en mi rostro. No soy un extraño a mujeres
nerviosas; he pasado toda una vida usando mi aspecto a mi favor, mi
sonrisa y palabras llenando cualquier vacío que mi atractivo no pudiera
llenar. Si hubiera querido, podría haber tenido a Kate Martin. Si quisiera,
aún podría. A la mierda el anillo y el prometido. Ninguna mujer que quiera
casarse espera para fijar una fecha.
“¿Literal o figuradamente?" Algo había brillado en sus ojos cuando
había hecho la pregunta. El borde de su boca se había levantado, un
hoyuelo apenas apareciendo. En esas tres palabras, había mostrado lo que
se ocultaba bajo esa rígida postura y mirada nerviosa. En esas tres
palabras, ella había mostrado agallas.
Saco su currículum y cierro la carpeta, apartando los pensamientos
inapropiados que me han plagado desde nuestra reunión. Mi empresa está
en problemas. Estoy endeudado de tal forma que me hace sudar; nuestros
activos disminuyendo, las ventas cayendo, la moral en lo más bajo. No
importa si Kate Martin está follable, dispuesta o comprometida. No
necesito otra amiga para follar. Lo que necesito, más importante aún, lo
que mi empresa necesita, es un salvador.
¿Podría ser ella?

10
2
Ella
—¿Conseguiste el trabajo? ¡Oh, cariño, eso es estupendo! —La voz de
mi madre sale desde mi teléfono, y puedo imaginar sus piernas
moviéndose, una pierna cubierta con lycra color rosa delante de la otra, su
mano libre balanceándose, mientras se mueve por la calle—. ¡Estoy tan
orgullosa de ti! ¿Te gusta tu nuevo jefe?
—No estoy segura todavía. —Abro la nevera y miro el contenido.
—Estoy segura que lo harás, simplemente puedo sentirlo. —Inhala—.
Además, mañana es luna nueva, eso te ayudará. —Se escucha el sonido de
un claxon, y el sonido apagado de su maldición. La pongo en altavoz y dejo
el teléfono en el mesón. Cuando vuelve, su voz es brillante y alegre—. ¡Así
que! Supongo que le diste a L&L tu aviso de dos semanas.
11 —Lo intenté. Ellos tuvieron a los de seguridad escoltándome afuera.
—¿Qué? —Casi puedo oír el chirrido de sus zapatos de tenis contra el
pavimento.
—Es normal, mamá. No me quieren estropeando nada al salir.
—Bueno, eso es ridículo. Lo siento mucho, Kate. —Resopla en el
teléfono.
Encuentro una caja de pimentones verdes rellenos en el congelador y
los saco.
—De todos modos, puedes contarle a Jess esta noche. No es un
secreto.
—¿Estás segura que no puedes venir? Tengo mucha comida. ¡Y
puedes traer a Craig! Será divertido. —Su voz se hace aguda, como si
protestara por sus palabras, y evito sonreír. Hay muchas definiciones de
diversión, pero Craig y yo, alrededor de mi hermana y sus cinco hijos,
nunca es divertido, al menos no para él. Es entretenido para Jess y para
mí, especialmente si mamá ha sacado el vino, pero es terriblemente
doloroso para él. Y esta noche, tanto como me gustaría verlos a todos,
necesito un poco de espacio, una noche tranquila para celebrar mi tiempo
en Lavern & Lilly, y mi nuevo comienzo en Marks Lingerie.
—En otra ocasión. Dales a todos un abrazo por mí.
Promete hacerlo, y enciendo el horno mientras cuelga. Llamo a Craig,
le dejo un mensaje de voz con las buenas noticias, y luego salgo al garaje,
abriendo el maletero del auto y sacando la primera caja de cartón,
llevándola al apartamento antes de volver por la segunda, y luego la
tercera.
Once años en L&L y todo cabe en tres cajas. Abro la primera y saco el
contenido. Con la segunda caja, tomo el vino y pongo los pimentones en el
horno. Antes de abrir la tercera caja, llena de nostalgia, ceno.
Encuentro una foto enmarcada justo antes de mi graduación en
Parsons, con mis viejas mejores amigas. Nosotras cuatro, todas con las
tarjetas de crédito al límite y grandes sueños, Martinis decorados con
azúcar en un club oscuro en algún lugar de Manhattan. No he visto la foto
en años, y no he hablado con ellas en casi ese tiempo. Meredith está en
Seattle ahora, Jen en Miami, y Julie y yo nos peleamos hace cuatro años y
no hemos hablado desde entonces. Limpio el polvo del marco y lo regreso a
la caja, no interesada en verla todos los días y en sentir la punzada de
arrepentimiento. Quizá debería llamar a Julie. Tomo un largo trago de vino
y descarto la idea. A decir verdad, en realidad no la he echado de menos.
Examino detenidamente un montón de tarjetas de visita, arrojando
12 algunas a la basura de la cocina. Tal vez Craig y yo podamos encontrar
nuevos amigos. Él tiene un grupo al que quiere unirse, Mensa, y trajo a
casa la semana pasada los test de membresía, su solicitud ya completada,
trascrita en el formulario con ordenada precisión. Aparentemente hay
eventos semanales, fiestas en las que se prueba la inteligencia y son
arreglados cuidadosamente para sociabilizar.
Todavía no he tomado mi prueba de membresía. Es un examen de IQ,
que ignora habilidades de moda o conocimiento en reality shows. Craig me
ha presionado para que lo tome, enviándome recordatorios por correo
electrónico, pruebas de repuesto en cada ocasión. Casi la tomé ayer, pero
estoy indecisa en hacer o no trampa. Mi conciencia dice que no. Mi sentido
común dice que es una estúpida prueba de Mensa y la moral no está
realmente en juego, pero está el respeto por mi prometido. En el perfil de
eHarmony del hombre, él tenía "inteligencia" como su cualidad más
importante, por encima de higiene y personalidad. Antes de nuestra
primera cita, había pedido mis resultados del GMAT2. Puedo haber subido
mis porcentajes un poco por mi orgullo competitivo.
Mi teléfono vibra, y mi espalda se pone rígida por costumbre, mi
mente preparándose para la voz de Claudia, antes de recordar mi
renuncia. Tomo un largo sorbo de merlot y me obligo a relajarme antes de
tomar mi celular. Es un mensaje de Craig.

2 GMAT: Graduate Management Admissions Test, prueba de admission de egresados.


Acabo de recibir tu mensaje de voz. ¡Felicitaciones! ¿Quieres que
vayamos a celebrar?
Considero la oferta, mis ojos moviéndose sobre las cajas de cartón, el
vómito de mi pasado en los mesones de la cocina.
Por supuesto. Ven alrededor de las diez. Podemos celebrar desnudos.
Envío el mensaje y sonrío, imaginando el rostro de Craig cuando lo
lea, sus cejas levantadas, el ensanchamiento de sus ojos. Lo atrapará con
la guardia baja, nuestros textos nunca son picantes, todos apropiados, si
alguien toma cualquiera de nuestros teléfonos. Pero esta noche, me siento
osada. Tal vez sea el quitarme las esposas de Claudia VanGaur. Quizás
son los tres vasos de vino que he tomado. O tal vez sea la sensación
fantasmal de los ojos de Trey Marks, la forma en que, completamente
vestida ante él, me había sentido desnuda.

Las rodillas de Craig chocan contra el interior de mis muslos. Sus


13 manos al lado de mis hombros. Él inclina su cabeza y levanta mi barbilla.
Nos besamos, nuestros dientes chocando, y él ralentiza sus empujes para
hacer un mejor trabajo.
—Te amo —susurra.
—También te amo. —Levanto y envuelvo mis piernas alrededor de su
cintura, mis manos hundiéndose en la carne de sus nalgas, y cuando lo
empujo duro contra mí, él responde. Hay un momento de respiraciones
pesadas y pequeños gruñidos, y cierro los ojos, disfrutando del
movimiento, la flexión de su miembro dentro de mí, el sonido de nuestros
cuerpos juntos. Puedo sentir cuando está cerca, la aceleración de sus
golpes, el endurecimiento de sus músculos, y gime, empujando más
profundo, su cuerpo se endurece mientras da un empuje final.
Cierro los ojos, y el rostro de Trey Marks aparece por un momento en
la oscuridad.

En L&L, todos los empleados de Los Ángeles trabajaban en un gran


loft, nuestros escritorios dispuestos en grupos para fomentar el trabajo en
equipo y la interacción. La única cosa que fomentó fue la paranoia, la
sensación que estábamos siendo vigilados constantemente, sin
conversaciones privadas, las horas pico una competencia de gritos de todo
el mundo tratando de ser escuchado. Algunas noches estaba ronca por la
constante necesidad de levantar la voz sólo para tener una conversación
sencilla.
En Marks Lingerie, me dan una oficina privada, una con paredes de
cristal y una vista del paisaje de la ciudad. Corro mis dedos sobre mi placa
de identificación, el título de director creativo envía un pequeño hilo de
placer a través de mí.
—¿Tiene todo lo que necesita? —Me vuelvo para ver a Trey, su mano
agarrando el borde del marco de la puerta. La corbata que lleva está
cuidadosamente anudada, sin su chaqueta, con su cabello corto al estilo
desordenado de playboys en todas partes. Su piel bronceada contrasta con
la camisa azul abotonada, sus ojos resaltando ante el color.
—Estoy bien. —Sonrío, quitándome el bolso de mi hombro y
poniéndolo en el escritorio—. Gran vista.
—Necesitamos que te quedes. —Sonríe, y veo estrés detrás de las
palabras.
—Sí, señor. —Asiente. Puedo soportar la presión. Comparado con
14 L&L, esto es Disneylandia. En lugar de ocho secciones de ropa, tenemos
una. En lugar de informarle a Claudia, lo tengo a él.
Lencería que puedo manejar. Visiones que puedo crear. Un equipo
que puedo inspirar. Un jefe, que puedo complacer.
Le sonrío y puedo ver la preocupación en sus ojos.

Es increíble lo productiva que soy cuando Claudia no está en la


ecuación. En un día típico en L&L, pasaba cinco o seis horas con ella. En
mi primer día en Marks, hubo un tramo de tres horas donde cerré la
puerta de mi oficina y nadie me molestó. ¡Silencio total! ¡Por tres horas!
Pude revisar cuatro años de catálogos y líneas de productos antes del
almuerzo. Desempaqué mi termo y comí en mi escritorio, metiéndome en
los archivos de los diseñadores, una tarea que consumió el resto del día.
Salí a las seis y estuve dormida a las nueve.
En mi segundo día, llevé a cabo una encuesta de empleados, así como
también entrevisté a todo el personal de diseño, uno por uno, un proceso
que me tomó casi siete horas. El consenso general, aunque no utilizaron
estos términos exactos: Trey es asombroso y este trabajo funciona de
maravilla. Tal vez sea la última década que he pasado en el infierno de
cárdigan, pero mi labio se curvó un poco ante la idea de una compañía
ahogándose, y sus empleados disfrutando del paseo. Ya es tiempo de
mover este barco.
Trey pasa, su chaqueta puesta, las llaves en la mano, y ya odio esta
pared de vidrio que separa mi oficina del vestíbulo. Cada vista de su traje
me recuerda a un mostrador de la tienda de donuts, un millón de calorías,
alineadas para tentarte. Un millón de errores, todos iluminados y a un
toque de distancia. Justo antes de entrar a su oficina, él gira su cabeza,
nuestros ojos se encuentran, y es como morder un pastelito relleno de
chocolate oscuro. Ese único contacto visual, es adictivo, la promesa de
más, con el conocimiento que debes dejarlo y marcharte.
Nunca he sido buena con los dulces. Si doy una probadita, un
mordisco, comeré una caja entera. Voy a arruinar mi estómago y destruir
mi dieta, tirar semanas de arduo trabajo. Dejaré todo por un largo
momento de golosa satisfacción. Miro hacia otro lado, y es un esfuerzo
tortuoso.
Es su cuarto pase esta mañana, su oficina a dos puertas de la mía.
Esto no va a funcionar. No con un hombre como él, demasiado alto como
15 para no verlo, esa chaqueta de traje estirada suavemente sobre hombros
musculosos, sus pantalones de vestir deslizándose elegantemente sobre lo
que parece ser un trasero perfecto. Dios, escúchame. ¿Su trasero? Nunca
he notado el trasero de un hombre antes. Me levanto de mi escritorio antes
de perder completamente el sentido. Tengo cuatro meses antes de
presentarle mi visión para el próximo año. Cuatro meses para separar
cada línea de moda que hace Marks Lingerie y modificarlo por mi cuenta.
¿El primer paso hacia ese objetivo? Elimina las distracciones.
Me levanto y camino hasta la esquina de la oficina, luego regreso y
examino mi escritorio.

Él
Ella ha transformado su puesto de trabajo. No es lo primero que noto
cuando paso. Lo primero es su culo. Está de pie al lado del escritorio, el
teléfono en su oreja, y se inclina hacia adelante, sus dedos moviéndose en
el mousepad3, la posición favorece su cuerpo perfectamente. Me detengo,

3 Mousepad: almohadilla para el mouse.


en mi camino a la recepción, un calendario de envíos en la mano, y no
puedo dejar de mirar.
Piernas largas que se extienden desde tacones modestos. Una falda
que comienza en la rodilla y se moldea a ella firmemente. Sus pies están
ligeramente extendidos, y si voy detrás de ella ahora mismo, no tendría
que cambiar nada en su posición. Mis manos agarrando sus caderas. Esa
falda desabrochada y cubriendo sus tobillos. Las bragas hacia un lado,
pene alineado, su rostro mirando hacia atrás, sus ojos en los míos.
Me obligo a dar un paso adelante, a poner un zapato delante del otro,
la página arrugándose en mi agarre.

—Explícame qué diablos has hecho. —Trato de controlar mi voz, trato


de contener la ira que me está atravesando. La presión está jodiendo con
mi cabeza, está deshilachando mi psique. Hace tres años, nunca habría
perdido la calma por esto. Hace tres años, habría despedido cortésmente a
16 la mujer y luego salido de la oficina, el día es todavía lo suficientemente
brillante como para irme de viaje a Malibú. Hace tres años, no tenía al
IRS4 y a todos los bancos de la ciudad sobre mi culo.
Ella levanta la vista de su computadora y asiente hacia su puerta, sin
una onza de preocupación en ese bonito rostro.
—Por favor, cierre la puerta.
Mis manos se aprietan en el espaldar de la silla de cuero, una de las
dos que están ubicadas frente a su escritorio. Me estiro y extiendo una
mano, las oficinas pequeñas haciendo fácil el agarrar la puerta y cerrarla.
Clic. Los sonidos de la oficina desaparecen. Me vuelvo para mirarla, y
ella se echa hacia atrás, con los brazos cruzados sobre su pecho.
—Necesito más aclaración. He hecho muchas cosas.
—Puedo ver eso. —Si ella fuera un hombre, la tendría por su
garganta, empujada contra la pared, tan cerca que nuestros cuerpos se
tocarían. Quizás es mejor que no lo sea. Probablemente perdería el foco.
Rueda sus ojos como si no tuviera su trabajo en mis manos. Como si
fuera la dueña de esta compañía, y la estoy molestando con mis
preguntas.
—No tengo tiempo para jugar, Trey. ¿Qué hice para molestarlo?

4IRS: Internal Revenue Service, Departamento de Tesorería de los Estados Unidos de


América.
Debería despedirla. Ahora mismo. Despedirla y pasar el resto del día
recuperando mi empresa de nuevo. Mis manos encuentran el respaldo de
la silla de nuevo, y envuelvo las palmas alrededor de él, apretando fuerte.
—Has despedido a siete personas. —Siete. Un tercio del equipo de
diseño.
—La descripción del cargo indica que puedo ajustar el personal.
—Eso no es un ajuste, eso es una locura.
—Quité quinientos mil dólares del presupuesto. Y hablé con el equipo
de diseño sobre eso.
—¿Qué equipo? —Pienso en las siete personas en su lista de
despedidos. Siete vidas que acaba de arruinar. ¿Encontrarían nuevos
puestos de trabajo? ¿Estarían ellos...?
—Todos ellos.
—¿Veintidós empleados? —Improbable.
—Diez minutos por reunión, no toma tanto tiempo. Llegué temprano
ayer y terminé con eso. Además, usé los resultados de la encuesta.
Oh sí. La encuesta. Eso ciertamente había puesto al departamento en
17 un estado de pánico.
—No fue una encuesta, fue una cacería de brujas. —La encuesta
contenía sólo tres preguntas. Había sido enviada por su equipo a las dos
de la madrugada, y un cronómetro había corrido en la parte superior de la
ventana, dando a los participantes sólo treinta segundos para completar la
encuesta. La primera pregunta había planteado, en una escala del uno a
diez, cuán sobre cargado de trabajo se sentían. En la segunda, cuáles tres
empleos eran prescindibles en la empresa. La tercera, tres personas que
fueran prescindibles.
—Cacería de brujas o no, los resultados fueron bastante claros. —
Desliza un papel hacia adelante, uno cubierto en gráficos de barras y
estadísticas.
—Has despedido a Ginger. Ella es prácticamente nuestra mascota. —
Ginger, la mujer de setenta años que preparaba café cada mañana y
conseguía el almuerzo de todos. Su título oficial era algo sobre control de
calidad.
—Sé realista. —Se levanta, su mirada de acero nada como la
entrevistada educada que se había estremecido ante mí—. No puedes tener
mascotas y gente trabajando aquí sólo porque son muy queridos. No
puedes tener un cien por ciento de tus empleados poniendo a uno y dos
sobre su nivel de estrés. —Apunta un dedo hacia la página—. Estás
manejando un negocio, uno que, si no arreglamos, vas a terminar
despidiendo a cada uno de ellos. Necesito que confíes en mí, y en un año,
estaremos dando puestos de trabajo a una docena de personas nuevas. En
un año seremos rentables. En un año, si quieres a Ginger de vuelta,
puedes tenerla.
Nunca he querido besar a una mujer tanto en mi vida. Enterrar mis
manos en su cabello y dominar esa boca. Mis manos se contraen en el
respaldo de cuero de la silla. Me detengo de seguir adelante y empujarla
sobre ese escritorio de cristal.
No me gustan las mujeres fuertes. No me gusta que me griten. No me
gusta estar equivocado. Ella tiene los datos. Ha hecho la tarea. Lo sé, lo he
sabido, que tenemos un poco de exceso de personal. He sabido por seis
meses que debo despedir a una o dos personas. Siete personas es una
ridiculez. Pero medio millón de dólares es muy necesario.
—No te contraté para dirigir mi negocio. Te contraté por tu visión y
aportación creativa. Te contraté para crear productos que vendan. Tienes
que consultarme en estas decisiones, incluso si involucra a tu equipo. —
Ella no entiende que esta es mi familia, salarios que he pagado por nueve
años, vidas que dependen de mí.
—Estaba escribiendo un memorándum cuando entraste. Lo tendrás
dentro de una hora. Explicará todo el razonamiento detrás de las
18 decisiones.
—La próxima vez, envíame el documento antes de despedir a alguien.
Inclina la cabeza, como si estuviera considerando la orden. Miro sus
dientes superiores morder suavemente su labio inferior, y todo en lo que
puedo pensar es mi pene deslizándose en esa boca.
—Necesito capacidad de tomar decisiones. Está en mi descripción del
carg...
—Descripción del cargo —la interrumpo—. Lo sé. —Está obsesionada
con eso. Puedo ver, extendidos en la parte superior de cristal de su
escritorio, una docena de ellos, cubriendo los diferentes roles de la
compañía. Probablemente es la única que los ha leído alguna vez, ni
hablar de tomarlo como evangelio. Necesito revisar la suya. Tengo el
presentimiento que esto estará acechando esta relación. Aparto los dedos
de la silla, y puedo ver las hendiduras que he dejado, las mordeduras en el
cuero, que ya empieza a desvanecerse. Doy un paso atrás y noto sus
tacones, alineados cuidadosamente encima del buffet, sus pies descalzos
contra el suelo de madera, la punta de cada dedo del pie pintado de un
rosa claro. Tiene tobillos diminutos, y tengo una visión breve de mi mano
envuelta alrededor de uno, sus pies contra mis hombros, mi palma
corriendo por la longitud de sus piernas.
Ella levanta las cejas e intento encontrar una corriente coherente de
pensamiento.
—Estaré esperando ese memo. —Me detengo, una mano en el
picaporte de la puerta, y siento que estoy huyendo. Necesito decir algo
más, algo que me coloque de nuevo en el asiento del conductor y reafirme
mi autoridad.
Hay un largo latido donde sus ojos quedan fijos en los míos, un
desafío destellando, nublando la excitación. Mi pene está confundido, y
también mi cabeza.
Abro la puerta y escapo al vestíbulo, a mi dominio.
Si esta mujer fuera lencería, sería de cuero negro, con clavos a lo
largo de las costuras y suficiente de un ambiente dominatriz para hacer
detener a un hombre.
Si esta mujer fuera lencería, se la quitaría y luego le mostraría
apropiadamente quién está a cargo.

19
3
Ella
Dos meses más tarde

—No entiendo cómo no lo conseguiste.


Dejo salir una respiración controlada, colocándome el cinturón de
seguridad sobre mi pecho y abrochándolo.
—Lo siento. Simplemente no pude resolverlo.
Maldito Mensa y sus “¡rompecabezas encantadoramente divertidos!”,
rompecabezas que he fallado. Tuvimos cuatro retos en la fiesta de hoy, y
fallé tres. Craig estaba, aún está, consternado por mis resultados. El
evento de la semana que viene es “¡un desafío divertido en equipo!”, lo que
estoy asumiendo que significará que los puntajes de Craig y míos van a ser
20 combinados. Eso posiblemente parece ser la verdadera raíz de su pánico.
Le echo un vistazo, observándolo mientras gira los limpiaparabrisas y
revisa los tres espejos antes poner la reversa. Su rostro es azul pálido por
el letrero del restaurante, el neón fluorescente resalta su cabello grueso
oscuro perfectamente peinado, a pesar del estrés de la noche. Considero
decirle la verdad, y con la misma rapidez la descarto.
La verdad es, que hice trampa en la prueba de admisión de Mensa.
Encontré una hoja de respuestas en línea y escribí las suficientes
respuestas correctas para entrar, sin crear alguna sospecha sobre una
puntuación perfecta. Conseguí mi tarjeta laminada, deslicé mi mano en la
de Craig y entré en ese maldito evento. No pensé que sería tan difícil. No
me di cuenta que todo el mundo iría tan malditamente en serio acerca de
la cosa. Cada desafío había sido programado, las respuestas correctas
escritas en un pizarrón grande en orden de tiempo. En el aire, el espíritu
competitivo casi crepitaba con intensidad. Al final de la noche, Craig había
terminado en segundo lugar. Los perdedores habían estado en su propio
tablero, un tablero que yo dominaba de manera deprimente y consistente.
El único nombre más bajo que el mío había sido Chad, un tipo delgado con
jeans ajustados y un piercing en la lengua. Chad había sido traído por sus
padres, y era un estudiante de segundo año de secundaria, un hecho que
Craig había señalado tres veces.
—Tal vez tengas ansiedad de desempeño. —Craig hace rodar las
sílabas de cada palabra en su lengua como si probara sus sabores—. Los
atletas sufren de eso todo el tiempo. Tal vez causó que tu cerebro se
bloqueara.
—Tal vez. —Me agacho hacia mi bolso, y saco un paquete de chicle—.
¿Quieres un chicle?
—Apuesto que hay ejercicios que podemos hacer en línea. Podríamos
hacerlos con cronometro, para tratar de recrear el ambiente. O tal vez
comida, ya sabes, el triptófano alivia la ansiedad.
—¿Triptófano? —Saco un bastón de Big Red y se lo tiendo, su cabeza
sacudiéndose ligeramente, sus manos apretadas en las posiciones de diez
y dos—. ¿Como el pavo?
—Es un precursor de un neurotransmisor llamado serotonina, que
ayuda a sentirse tranquilo.
—Sé lo que es la serotonina —digo rotundamente, sin embargo,
honestamente, no lo sé. Quiero decir, sé qué es. Aunque pensé que tenía
algo que ver con el sol y la piel. O tal vez eso es melatonina. O la melanina.
Algo como eso.
—No es sólo en el pavo —continúa, la camioneta deteniéndose
completamente en una señal de alto. No hay autos a la vista, ni un solo
21 movimiento más que una hoja cayendo, sin embargo, mira a la izquierda,
luego a la derecha, y comprueba el retrovisor—. También está en el pollo y
las bananas. Queso, avena, mantequilla de maní... —Sigue enumerando
alimentos y descanso mi cabeza en el reposacabezas, silenciándolo. Está
loco si piensa que voy a preparar comida para la próxima reunión. Ni
siquiera estoy segura que vaya a ir a la próxima reunión. Ni siquiera estoy
en casa de éste, y ya lo estoy temiendo.
—Tengo que despertar temprano mañana —interrumpo su lista
continua de alimentos de triptófano, una lista que se está haciendo
ridículamente larga, y no sé qué es más alarmante: cuántos alimentos
contienen triptófano, o de cuántos alimentos Craig es consciente. Hay
momentos en que es conveniente salir con un hombre brillante. Hay otras,
momento presente incluido, cuando es realmente muy irritante. Sería una
cosa si él fuera discretamente inteligente, el tipo de genio tranquilo y sin
pretensiones que guarda para sí todo su conocimiento mundano. Pero
Craig es más del tipo " que todo el mundo sepa cuánto sé". No se callará. Y
esta noche, no puedo aguantar más.
—Oh. Entonces… no voy a entrar. —Estaciona la camioneta y
enciende las luces intermitentes, un hábito que solía encontrar entrañable,
pero esta noche es absolutamente enloquecedor en exceso. Las
posibilidades que alguien doble a toda velocidad y golpee su vehículo en el
momento que me esté acompañando a la puerta… son mínimos, en el
mejor de los casos. Espera un latido antes de abrir la puerta, su cabeza
inclinada hacia mí, esperando la confirmación a su sugerencia.
—Eso probablemente sería lo mejor. —Regreso el paquete de goma de
nuevo a mi bolso, esperando a que camine alrededor de la parte delantera
del auto, su paso iluminado por las luces intermitentes anaranjadas. Abre
mi puerta y salgo.
—Mañana, podemos hacer una lluvia de ideas sobre la próxima
semana —dice, ayudándome a ir por el camino oscuro hacia el edificio.
—Claro. —De acuerdo, voy a hacer una lluvia. Pasaré cada segundo
del tiempo libre de mañana inventando una excusa para mi ausencia. ¿Tal
vez una reunión de última hora? ¿O un resfrío altamente contagioso?
Nos detenemos frente a la puerta.
—Buenas noches, Kate. —Su beso es suave, una suave presión que
habla de perdón. Te perdono por tu terrible rendimiento esta noche. Te
perdono por tu ansiedad de desempeño y por avergonzarme. La semana que
viene, lo haremos mejor. Lo sé. Escucho las palabras con tanta claridad
como si las estuviera diciendo.
—Buenas noches.
22 No es su culpa que hiciera trampa. Desbloqueo la puerta y me
pregunto cuánto de mi irritación se debe a mí misma, y la situación
imposible en la que me he metido. Una vez dentro, reconsidero invitarlo a
pasar. ¿Será capaz de superar mi desempeño? ¿Seremos capaces de
discutir cualquier otra cosa que no sea esa maldita pizarra y su posición
de segundo lugar en ella?
Me muevo por el pasillo hacia mi apartamento, dirigiéndome a la
ducha tan pronto como entro.

Él
Mi vida sexual me ha puesto ocasionalmente en situaciones
incómodas. Eso es lo que sucede cuando tus manías están fuera de la
caja. Te pone en lugares únicos, con personas únicas. Esta es la primera
vez que me pone delante de una pistola.
El arreglo había sido sencillo, lo que normalmente funciona mejor en
estas situaciones. Dejar una llave en la recepción. Ir a la habitación. A las
10 p.m. entrar a la ducha, tomando mi tiempo. Cuando termine, y salga a
la habitación del hotel, ella estará esperando en la cama. Qué empiece la
diversión.
Ella está esperando, sí señor.
Apoyo mis manos en mis caderas desnudas y miro más allá de la
9mm, y hacia la mujer que la sostiene. No se parece en nada a las fotos del
perfil, su cabello oscuro en lugar de claro, sus pechos grandes en vez de
pequeños, sus ojos calculadores en lugar de dulces. Sonríe, y un diente de
plata resplandece en su sonrisa. Espero que no esté planeando violarme.
Tengo una amplia gama de mujeres que encuentro atractivas, pero loca de
mierda no está en ese menú.
Un hombre viene detrás de ella y pasa frente a mí, y entra al baño.
Escucho el roce de ropa, y entonces sale, sacudiendo las llaves de mi auto.
—Ganamos a lo grande con este —dice él—, Tesla.
Es un idiota si piensa que robar mi auto es un movimiento
inteligente. La cosa está equipada con suficiente software de rastreo y
cámaras para encontrar el cuerpo de Jimmy Hoffa. Abro mi boca para
hacerles saber, luego la cierro. Deja que los atrapen. Tendrán que parar y
cargar la maldita cosa pronto, la batería ya está baja. Tiene mi billetera y
mi reloj en la mano, y me estremezco ante la visión del Glashutte original
en sus manos. El reloj era de mi padre, la inscripción grabada en mí, su
ronco tono tan claro como el día en mi mente cada vez que lo leo. Tú eres
23 el capitán de tu alma. La pérdida de eso dolerá más que el auto.
—Buen reloj. —Me sonríe y tiene suerte que valore mi vida. Quita el
arma de esta ecuación, y lo tendría en el suelo, mi puño en esa sonrisa,
luego mis codos. Piensa que soy un imbécil rico que creció por encima de
la ley. No conoce los barrios por los que vagaba cuando era solo un niño, el
tipo de calles en las que luchabas por respeto y robabas todo lo demás.
Tal vez me he suavizado. Debería haber dejado el reloj en casa. Podría
haberme metido una veintena en el bolsillo y haber dejado las llaves en el
auto, bloqueándolo con mi teléfono en lugar del llavero remoto. En cambio,
confié en la dirección, el logo del Ritz Carlton y un perfil en línea limpio y
brillante. Ahora soy literalmente dejado con mi pene fuera, viendo al
hombre meter mi ropa en una bolsa de lona, mi chaqueta de mil dólares
arrojada con poca consideración, de último. Miro mi teléfono desaparecer
en el bolsillo de sus jeans.
—¿Te importaría dejar mi ropa? —Le sonrío a la mujer—. Sería genial
para salir de aquí.
La sonrisa, que no me ha fallado todavía, me gana una mirada hacia
abajo, su mirada flotando sobre mi pene.
—Adelante, guapo. No hay nada de qué avergonzarse allí. —Mastica
su chicle y sonríe—. Ahora, vamos a poner tu culo sexy en ese balcón.
Estoy medio aliviado, medio preocupado, por las instrucciones. Tal
vez no me vaya a matar. Tal vez me encerrará afuera, trece pisos arriba. Si
es así, ¿cuánto tardará alguien en verme? ¿Cuánto tiempo antes que
rastreen mi habitación y me dejen salir? Miro hacia la puerta del balcón.
—Por lo menos, dame una bata.
Considera la idea, luego asiente, grita una orden al hombre, quien se
burla de mi petición mientras lleva una chaqueta gruesa con la que podría
escalar el Everest. Miro que arranca una bata blanca y esponjosa de un
colgador y pasa a mi lado, esquivándome, la puerta del balcón abierta, la
bata arrojada afuera. Sesenta segundos después, estoy del otro lado, las
uñas de color naranja brillante de la mujer me saludan mientras cierra la
cortina y la puerta. Me pongo la bata y me pregunto cómo diablos llegué
aquí.

—Señor Marks, no puede tirar los muebles de los balcones. —El


gerente nocturno del hotel me dice con desprecio con un ceño esnobista
que no he visto en una década, no desde que me moví sólidamente en
24 clase alta.
—Lo entiendo. Estaba tratando de hacerle señales a la gente en la
terraza. —En la locura de esta situación, creo estar en problemas, el
hombre mirándome fijamente como si estuviera a punto de ser puesto en
un tipo de lista negra del Ritz Carlton.
—Tendrá que pagar por los daños. Ha destruido la tumbona. Y la
mesa de al lado. —Empuja un papel hacia delante, uno en el que ha
escrito cuidadosamente los dos artículos, como si pudiera discutir ese
punto en algún momento futuro. Debajo de los dos, ha añadido "Bata:
$40", subrayando las palabras.
—Está bien. Voy a pagar por ello. —Me froto los ojos y me pregunto en
qué punto todos perdieron sus malditas mentes. La policía había sido la
primera en aparecer, llamado por este idiota, que todavía parecía
convencido que yo estaba borracho y tirando muebles de mi balcón sólo
por el alegre placer de hacerlo. Me tomó quince minutos explicar la
situación y llevarlos en la búsqueda del Tesla, que podría estar a medio
camino de la frontera a estas alturas. Entonces, tuve que prácticamente
rogarle al hotel usar su teléfono, hacer llamadas a mis tarjetas de crédito y
banco. Para el momento en que colgué con American Express, este buitre
estaba esperando, para abalanzarse sobre mí con la ferocidad de un oficial
de libertad condicional.
—No somos un hotel de fiesta, señor Marks. Agradeceríamos si usted
llevara a cabo este tipo de… eventos en otro establecimiento. —Eventos. No
estoy seguro si se está refiriendo a mi vida sexual o al robo. Ignoro la
declaración y me pongo de pie, frotando mis dedos por las líneas de mi
frente.
—Me gustaría hacer una llamada final, si no le importa. Luego me iré
y estaré fuera de su vista.
El hombre frunce sus labios.
—Existe el asunto del pago de estos artículos. Me temo que no podrá
irse hasta que solucione eso.
Mi paciencia se agota.
—Dije que voy a pagarlos. Sólo cárguelos a mi cuenta. —Me inclino
hacia delante, poniendo una mano en el teléfono y llevándolo hacia mí.
Necesito llamar a alguien para que me recoja, pero todos mis números
están en mi teléfono. Abro la libreta telefónica en la sección residencial,
pensando en mis amigos, mi mente en blanco sin recordar sus apellidos.
—Su tarjeta ha sido rechazada, señor. —Me detengo en algún lugar
en la D, y vuelvo mi cabeza hacia él.
—¿Qué? Es una American Express. Intente de nuevo… —Oh. En mi
prisa por detener a la perra de un frenesí de compras patrocinado por Trey
25 Marks, había reportado todas mis tarjetas robadas. El representante de
American Express había numerado las transacciones pendientes, y le
había autorizado que mantuviera la de la habitación de hotel. Su
autorización inicial probablemente no había sido suficiente para cubrir los
malditos muebles, esta nueva autorización fue rechazada.
Mierda.
—Lo siento. Acabo de cancelar todas mis tarjetas. —Me paso una
mano por el cabello y trato de pensar. No me gusta la expresión del rostro
de este idiota en este momento, esa mezcla de lástima y desprecio, sus
pensamientos tan claros como el olor a mierda que he pisado. No puedes
permitirte el lujo de estar aquí. No perteneces aquí. Palabras de las que he
huido desde hace una década, contra las que he luchado, que he dejado
atrás con el jodido Tesla y el penthouse, mi empresa que apenas puedo
mantener a flote. Bajo la mirada a la guía telefónica y lucho contra el
impulso de darle un golpe al rostro altanero del hombre—. Voy a llamar a
alguien para que me recoja. Pagarán por los artículos.
Giro la página, mis opciones reduciéndose.
Si esta noche fuera lencería, sería de un conjunto satinado de
estampado de leopardo. Vulgar y destinado a hacer el ridículo.
4
Ella
Es la primera visita de mi auto en un Ritz Carlton, y estaciono con
cuidado, preocupada que pudiera chocar un Rolls Royce o una planta
costosísima, el espacio desierto me da un poco de paz. Me detengo ante el
valet, que mira mi Kia de forma cautelosa como alguien que pudiera
esquivar a un vagabundo. Hay un golpe en la ventana del pasajero y me
asombro, mirando a Trey. Bajo la ventana, viendo su mano entrar y tomar
el portafolio de cuero del asiento del pasajero.
—¿Es esto?
Asiento.
—Sí.
26 No explica por qué necesita los cheques de la empresa a la una de la
mañana, o por qué lleva una bata de baño.
—Volveré enseguida. —Se marcha con el portafolio, y noto sus pies
descalzos. En los últimos dos meses, he visto varios lados de Trey Marks.
Esto es, de lejos, el más extraño.

Diez minutos y cinco dólares al valet más tarde, me alejo del hotel, la
carpeta de cheques en el regazo de Trey, la parte superior de un
musculoso muslo visible bajo el borde de su bata.
—¿A dónde vamos? —Las calles están vacías, las farolas de ámbar
iluminan las medias lunas en el asfalto, el resplandor brillante de
construcción de carreteras por delante.
—Buena pregunta. —Levanta una mano y se frota la nuca, un olor a
jabón llenando el aire. Nunca he estado tan cerca de él, su codo chocando
contra mí, su rodilla cerca de la palanca de cambios, mis movimientos
cuidadosos para no tocarlo. Se mueve en el asiento y su bata se abre más.
Obtengo un vistazo de más muslo y regreso mi mirada de nuevo a la
carretera. No creo que esté usando ropa interior. Las preguntas surgen.
Gira la cabeza y siento sus ojos en mí.
—¿Tu prometido vive contigo?
—No. —Pienso de nuevo en nuestra desastrosa reunión de Mensa, el
adiós forzado. Qué bueno que Craig no se quedó a pasar la noche. Podría
explicar un montón de cosas, pero una llamada a la una de la mañana
sería difícil—. ¿Por qué?
—No tengo mis llaves. Tal vez podamos encontrar un hotel, uno que
acepte cheques. —Se calla y trato de juntar las piezas de lo que está
diciendo.
—¿Necesitas un lugar para quedarte? ¿Esta noche? —Lo miro—. ¿Es
a donde intentas llegar?
—No quiero imponértelo.
Sonrío a pesar de mí.
—Me despertaste en medio de la noche y me arrastraste al centro.
Dejarte dormir en mi sofá es secundario. Sí, eres bienvenido a quedarte en
mi apartamento. Suponiendo, por supuesto, que te comportes.
Deja caer su cabeza contra el reposacabezas, una risita baja saliendo.
27 —Confía en mí, Kate. No tienes nada de qué preocuparte.
—Gracias. —La palabra sale agria y ofendida, como si quisiera ser
perseguida, y lucho por recuperarme.
—No quise decir eso. —Mira hacia abajo a su regazo y ajusta la toalla
blanca—. Sólo ha sido una de esas noches que te hace querer maldecir el
sexo para siempre.
—Tengo que admitir que has despertado mi curiosidad. —Me subo en
la rampa—. ¿Problemas de novia?
—Algo así. —Él se acerca y ajusta el ventilador del auto de su lado—.
¿Puedes aumentar la calefacción? Me estoy congelando.
Lo miro y giro el dial, aumentando el flujo de aire caliente.
—¿Dónde está tu ropa?
—Buena pregunta. —Se inclina hacia delante, aferrándose al
ventilador—. En mi auto, junto con mi teléfono, reloj y cartera. Y las llaves
de mi apartamento. —Frunce el ceño—. ¿Me puedes prestar tu teléfono?
—Está en mi bolso. Abajo por tus pies. —Le doy la clave para
desbloquearlo y lo miro mientras abre internet, hace una búsqueda rápida
y luego hace una llamada. Bajo en mi salida y escucho mientras él habla a
alguien en su edificio, instruyéndoles que desactiven su llave remota.
Termina la llamada y devuelve el teléfono a mi bolso.
—Gracias. No te habría molestado, pero eres la única persona que
conozco que todavía está en la guía telefónica.
Sonrió, la precaución en la que Craig había insistido, y que siempre
había considerado una molestia.
—No hay problema. —Tan irritado como había estado inicialmente
con su llamada a mitad de la noche, esto se estaba convirtiendo en una de
mis noches más emocionantes en años—. Entonces... ¿tu auto está en el
Ritz?
Se frota la nuca.
—De acuerdo con la policía, en algún lugar de San Diego. Lo están
rastreando. —Me mira—. Me han robado.
—¿Contigo en bata de baño?
Se ríe, y es una bonita. Profunda y fuerte, del tipo que quieres que
vibre contra tu piel.
—En realidad, estaba desnudo. La bata fue un poco de amabilidad
por parte de ellos.
Por parte de ellos. Un dúo de ladrones. ¿O trío? Trato de averiguar
cómo Trey Marks fue robado mientras estaba desnudo en el Ritz Carlton, y
28 quedo completamente en blanco. Es como esos malditos rompecabezas
Mensa. Tengo todas las piezas; simplemente no encajan.
—Necesito más información —le digo por último, admitiendo la
derrota mientras detengo el auto en una luz roja.
—Estaba encontrándome con alguien por sexo. Dejé una llave en la
recepción. Ellos entraron cuando yo estaba en la ducha y me robaron. —
Quitándole importancia a la explicación, como si fuera una respuesta
común, y una que tiene perfecto sentido.
Estaba encontrándome con alguien por sexo. Dejé una llave en la
recepción. Me tomo unos segundos por cualquier posibilidad que venga a
mi mente.
—¿Cómo una prostituta? ¿Estabas encontrándote con una prostituta?
—Siento una explosión de emoción, el término para esto estallando en mi
mente. Lo limpiaron. Era un cliente y lo dejaron limpio. Mentalmente choco
las cinco por mi pensamiento súper genial y a la moda.
Se mueve, el asiento de vinilo chirriando en respuesta.
—Por supuesto. Si es así como quieres pensar en ello.
—Esa es una respuesta de mierda. O era una prostituta o no.
—No era una prostituta. —Se gira un poco en su asiento para
enfrentarme. Resisto con éxito el impulso de comprobar que su nueva
posición afecta mi posibilidad de ver su pene un poco. No lleva ropa
interior. Casi dijo eso. Lo que significa que sólo hay un poco de toalla entre
nosotros. Si me acerco y aparto la tela, él estará justo ahí, completamente
expuesto. Me concentro en mantener el auto con mucha precisión
separado del centro del carril. No era una prostituta. Otra pieza
enloquecedoramente extraña del rompecabezas.
Se aclara la garganta.
—¿Parezco como que tendría que pagar por sexo?
—No. —Podría haber gritado por los altavoces de un estadio y no
habría sido más enfática. Las mujeres probablemente le pagaban por sexo,
por la oportunidad de probar esa boca y cuerpo. Me enderezo un poco en
mi asiento. Tal vez esa es la respuesta—. ¿Eres un prostituto?
—Dios, eres terrible en este juego. —Mira por la ventana, observando
los edificios que pasan—. No soy un prostituto, Kate. —Suena
decepcionado—. No quiero hablar sobre eso. La cagué y me quemé.
—No puedo creer que el hotel no te diera nada de ropa. —Tampoco
puedo creer que no empacara ropa. Supongo que lo que sea que había
planeado con esta visitante-no-prostituta, no había sido pasar la noche.
Supongo que simplemente fue con su condón y su pene, nada más era
29 necesario.
—La tienda de regalos estaba cerrada. Y los empleados no estaban
dispuestos a darme las suyas.
Salgo de la calle y entro al garaje de mi apartamento, dirigiéndome a
mi lugar asignado. Muevo la palanca para estacionar, mi mano rozando su
rodilla, y se aleja del contacto. Apago el motor, y se quita su cinturón de
seguridad, el sonido extrañamente alto.

Mi sofá es en forma de U, uno que no se despliega, y doblo una


sábana debajo de los cojines, moviéndome con rápida precisión mientras
Trey pasea por la sala de estar, recogiendo y moviendo cualquier cosa que
encuentre interesante. Craig fue todo lo contrario la primera vez que vino a
mi casa. Se había quedado junto a la puerta principal, con los ojos
clavados en mí, necesitando autorización verbal antes de sentirse lo
suficientemente cómodo como para entrar completamente. Segundo, no
tocó mis cosas. Todavía pregunta antes de recoger un cuadro, o abrir una
gaveta. Me gusta eso, incluso ahora, después de dos años de relación, él
tiene respeto por mi espacio, por mis cosas. Cuando nos mudemos juntos,
no invadirá, sino que se acomodará cuidadosamente, confirmando y
debatiendo diplomáticamente asuntos de la casa, como ropa sucia o
tiempo personal.
Oigo a Trey abrir la puerta del armario de mi dormitorio y me detengo,
en medio de ahuecar, una almohada.
—¿Qué estás haciendo? —grito, bajando la almohada y moviéndome a
la habitación.
—Busco ropa. ¿Dónde guarda tu novio sus cosas?
Se agacha, apartando el fondo de un viejo vestido de baile, y luego se
pone de pie, girando hacia mí, como si no estuviera siendo la persona más
maleducada del mundo.
—¿Huh?
—Huh, ¿qué? —Cruzo mis brazos delante de mi pecho.
—¿Dónde guarda su ropa tu prometido? —Levanta una ceja y maldita
sea, es hermoso. Su bata está abierta en el pecho, mostrando los músculos
que abrazan ambos lados de su cuello. Su pecho está desnudo y
bronceado, los músculos fuertes y bien desarrollados. Él traga, y yo
levanto mis ojos de nuevo a su rostro.
30 —No guarda la ropa aquí. Él empaca un bolso cuando viene. —De
repente pienso en algo. Chasqueo los dedos con emoción y corro hacia mis
llaves—. Ya vuelvo. Voy a sacar algo del maletero.
Estoy en la puerta principal cuando su mano rodea mi antebrazo.
—Espera. —Me detengo, mi mano en la puerta, y miro su rostro—.
Déjame ir. Es demasiado tarde para que vayas sola.
Bufo.
—Recién salí ahí sola cuando fui a recogerte. No estabas muy
preocupado por mí entonces.
—Una necesidad egoísta. Y no me di cuenta de la escena. Es
demasiado oscuro para un garaje. Demasiados lugares en los que alguien
podría ocultarse y esperar por ti. Sólo dime qué buscar.
Me rindo, entregándole las llaves de mi auto.
—En el maletero, en el lado izquierdo, hay dos grandes bolsas ziplock.
Toma la que está etiquetada como "Craig".
Asiente.
—Vuelvo enseguida.
Cuando regresa, me entrega la bolsa, nuestros dedos rozándose. Me
aparto, abro la bolsa por encima del mostrador de la cocina y saco la ropa,
un conjunto de emergencia que Craig había insistido, cuando empezamos
a salir, que lleváramos en nuestros autos. Como le gusta decir, nunca
duele tener un conjunto de ropa de repuesto. Es la misma razón por la que
nuestros baúles tienen agua embotellada y barras de granola, botiquín de
primeros auxilios y pistolas de bengala. Una vez que nos casemos y nos
mudemos a una casa, tendremos un generador y un refugio contra
tormentas, planes de evacuación de incendios y suficientes alimentos
enlatados para atravesar un mes de hambruna. Sostengo la ropa.
—Aquí. No puedo prometer que te queden.
Trey toma la ropa, nuevos jeans Wrangler, bóxers ajustados y una
camiseta.
—¿Te molesta si tomo una ducha rápida?
—Para nada. —Señalo al baño—. Hay toallas debajo del lavamanos.
Siéntete libre de usar el champú y el jabón que hay ahí dentro.
Él se va. La puerta del baño se cierra y trato de no pensar en su bata
cayendo, y Trey Marks de pie, completamente desnudo en el sitio.

31
He trabajado para Trey por dos meses. Lo suficiente como para que
me sienta cómoda alrededor de él, el tiempo suficiente para que ya no me
estremezca cuando se acerca a mí. Cuando nos topamos, cuando se
inclina sobre mi escritorio y examina los documentos, ya no contengo mi
respiración, ni inhalo ilícitamente su colonia. Me trata con una especie de
respeto cauteloso, y he aumentado mi seguridad lo suficientemente como
para dejar volar mis opiniones, a veces sin un filtro apropiado o un nivel
de respeto. No es que no lo respete, es sólo que a veces olvido mi lugar,
demasiado empoderada por mi posición. En Lavern & Lilly, tomé
decisiones, y luego esperé por ser amonestada o rechazada. En Marks
Lingerie, él sólo observa, sus ojos siguiendo cada movimiento, mi libertad
inquietante en su totalidad. Me prometió control sobre el equipo de diseño,
y ha cumplido con esa promesa. No ha impedido que su temperamento se
encienda, ni que estallen discusiones entre nosotros. En los últimos dos
meses, ha habido un montón de ambos. Estaba encontrándome con alguien
por sexo. Hay un chirrido de la presión de agua, y la ducha se cierra.
Limpio la mesa de café y muevo el control remoto cerca de su
almohada. Lo considero, luego lo muevo de nuevo a la mesa de café,
alineándolo con la edición de este mes de la revista Vogue. Debería estar
cansada. La última vez que estuve despierta hasta tan tarde fue antes de
la Semana de la Moda, y me quedé dormida a medio boceto. Tampoco fue
una caída agraciada. Mi rostro estampado contra el escritorio, mi mano
atrapada entre mi cuerpo y el escritorio, mi dedo anular doblado de mala
manera. Ni siquiera me desperté por el dolor. Desperté una hora más
tarde, la impresión de una grapadora contra mi mejilla, y cuando vi el
ángulo de mi dedo, me desmayé tras la repentina brutalidad de eso. Esa
reacción exagerada me valió un ojo negro, y le causó al pobre Craig cien
miradas.
La puerta del baño se abre y me doy vuelta.
—Oh, Dios mío. —Levanto una mano a mi boca para ocultar mi
sonrisa—. Te ves...
—Sexy —termina por mí, luego niega, como si pudiera decir que
adivinó mal—. ¿Irresistible? ¿Duro? —Se acerca—. Espera, ya lo sé.
Increíblemente…
—Ridículo —lo interrumpo—. Y... grande. —Craig se habría
consternado por esa palabra de kínder, pero encaja. Parece un gigante que
intenta usar la ropa de un mortal, los bóxers bien ceñidos a su piel, la
camiseta extendida sobre su pecho y terminando a medio camino de sus
abdominales. Trago.
Sus ojos brillan.
32 —Pues, gracias. —Se encoge de hombros—. Me han dicho eso, en
varias ocasiones.
—No eso... —Me sonrojo—. Sabes lo que quise decir. —Pero es
grande. La ropa interior que se ajusta a Craig con tanta facilidad, está
apretada alrededor de sus muslos, la pretina lo suficientemente baja en
sus caderas para mostrarme esos cortes angulados perfectos. Y la
protuberancia apunta a… le doy la espalda y levanto algunas almohadas
del sofá, moviéndolas a una cesta al lado de mi silla.
—Hablando de tamaño, ¿qué tan grande es tu prometido? —Oigo un
pop de tela y miro hacia atrás para verlo quitarse la camiseta, su rostro
cubierto por la tela blanca.
Me encanta Craig, lo sé. Han pasado dos años. Somos
consistentemente compatibles. Llevo el anillo de su abuela y me llevo bien
con sus padres. Pronto nos casaremos y tendré a sus bebés, y viviremos el
resto de nuestras vidas de manera ordenada, organizada y bien preparada.
Por otro lado, no me puedo controlar de robar un momento, un literal
segundo, y disfrutar de la belleza de mi jefe. Es criminal que Dios coloque
su rostro junto con esas marcas de abdominales, una línea estupenda de
músculos marcados que sobresalen y se deslizan bajo su piel bronceada.
Me imagino cómo se sentiría pasar mi mano por ellos, tal vez incluso más
abajo. ¿Se acercaría más si deslizo mi palma dentro de esos bóxers?
¿Cerraría sus ojos si envuelvo mi mano alrededor de su pene?
La camiseta se eleva más y giro la cabeza hacia la cesta, mi aliento
siseando a través de mis dientes mientras lucho por no mirarlo.
—¿Y? —Se acerca, y en mi visión periférica, puedo verlo hacer una
bola con la camisa.
—¿Qué? —Me enderezo y aparto el cabello de mi rostro. Estoy bien. Él
se va a la cama. Nada va a suceder.
—Tu prometido. ¿Clark? ¿Qué tan grande es?
—Su nombre es Craig. —Paso a su lado y compruebo el termostato,
poniéndolo un poco más frío—. Es promedio. —¿Promedio? Craig se
sentiría ofendido por el término. Entonces otra vez, estoy un poco ofendida
de su reacción a mi rendimiento en Mensa.
—Usa una talla m. —Levanta la vista de su revisión a la etiqueta, dijo
la palabra con repulsión.
—¿Y?
—Ningún hombre adulto usa talla m. —Hace la declaración como si
fuera un hecho.
—Algunos lo hacen. —Enciendo un aromatizador y me muevo a la
cocina, abriendo el grifo y lavándome las manos—. ¿Quieres algo de beber?
33
—Estoy bien. Puedes irte a la cama. Estaré bien. —Se detiene en mi
refrigerador y toma el borde de una foto, sostenida en su lugar por un
imán de margarita—. ¿Esta eres tú?
Le quito de un tirón la foto de su mano antes que le dé una buena
mirada. Es una de mi papá y yo, mi primer año en Parsons, antes que se
enfermara.
—Ve a la cama. —Señalo al sofá perfectamente hecho, a dos metros
de distancia—. Ahora.
Él sonríe, y me chasquea la lengua. CHASQUEA la lengua. No sé si
enfurecerme o recostarme en el mostrador, rogando que esa lengua pase
por cada centímetro de mi piel.
—La sumisión no es realmente lo mío, Kate. —Las palabras salen, y
no tengo duda que este hombre dejó la sumisión atrás, en el preescolar. Él
probablemente ordena al sol que se levante, que cambien los semáforos y
si ordenara a todas las mujeres de Estados Unidos que compraran su
lencería, ahora estaría en el centro del negocio. Él…
Me detengo, una idea surgiendo. Trey Marks, una imagen en blanco y
negro, con su traje, una sonrisa diabólica en pleno efecto, sentado en un
sillón de cuero, un whisky en la mano. Trey Marks, un video de alto
contraste, arremangándose las mangas de su camisa lentamente, la
corbata floja alrededor de su cuello, sus ojos taladrando a la cámara.
Dejo caer la servilleta sobre el mostrador y paso junto a él, a mi
escritorio. Saco un pedazo de papel de la impresora y me siento.
Deja caer tu pantalón
Date la vuelta.
Déjame verte.
*Viste tu cuerpo con la más fina lencería de la Tierra.
*Tu cuerpo es arte. Vístete de esa manera. Déjalo brillar. resplandecer.
—¿Qué estás haciendo? —Su mano descansa sobre el escritorio, y se
inclina hacia delante, mirando la página. Miro su mano, la flexión de sus
músculos diminutos, las líneas fuertes y hermosas de sus dedos. El dedo
anular desnudo, el extraño aspecto de su muñeca sin su reloj.
Miro de nuevo la hoja, la idea sigue ganando impulso en mi mente.
—No lo sé todavía. Creo que tengo una idea para una nueva estrategia
publicitaria.
—No tenemos dinero para anuncios. —Se aparta de la mesa, las
palabras cortantes, y puedo sentir la decepción irradiando de él.
Me giro en mi silla y lo veo alejarse. No es tan difícil, no cuando él
34 está en sólo ropa interior, su trasero expuesto a la perfección, las líneas de
su espalda esbeltas y firmes. Necesita ponerse más ropa. Si lo de Craig no
le queda bien, puede volver a ponerse la bata de baño. O meterse bajo las
sábanas. Me es imposible llegar a una estrategia ganadora mientras se
pasea prácticamente desnudo.
—Encontraremos el dinero.
No se da la vuelta.
—Has visto los balances. Apenas estamos cumpliendo la nómina.
—Un préstamo.
Miro como sus manos se hacen puños, luego se relaja.
—Estoy tan endeudado como puedo.
—Entonces esperaremos hasta tener un trimestre rentable. Vamos a
ser rentables. —Creo en las palabras, y si él no puede oírlo en mi voz, es
un idiota—. No te preocupes —agrego. El pobre hombre. Hablando de un
día difícil. Pienso en Craig, que está definitivamente en cama ahora mismo,
su máquina de sonidos encendida, el sonido de olas rompiendo flotando
por su habitación a veintiún grados centígrados.
—Sé que la publicidad no es mi especialidad, pero puedo diseñar una
línea alrededor de este concepto. Si…
—Podemos discutirlo el lunes. —Hay un tono que he oído antes, el
tema está cerrado y, por un momento, no veo su cuerpo desnudo ni su
ropa interior ceñida. Por un momento, sólo veo derrota.

Amenazo a Trey con echarlo, y finalmente se pone la bata, rechazando


la idea de acostarse en la cama improvisada.
—No voy a dejar que me arropes —se queja—. Soy un hombre adulto.
—Se sienta en el otro extremo del sofá, estirando sus piernas, sus pies
descalzos contra la alfombra.
—No voy a arroparte —discuto—. Sólo estoy tratando que te sientas
cómodo.
—No voy a estar cómodo acostado, cubierto en mantas, mientras que
tú acomodas tu ropa. Se siente incómodo.
Me detengo, a medio doblar. Tal vez ahora no es el momento de doblar
mis toallas. Tal vez ahora es el momento de disculparme y dejar que el
35 hombre duerma. Está en lo correcto. Esto debería ser incómodo, sólo que
no se siente así para mí. Se siente, por primera vez desde que lo conocí,
natural y relajante.
—No me siento incómoda —digo, completando las tres toallas y
apilándolas en la cesta—. ¿Nadie te ha cuidado nunca? Sólo piensa en mí
como...
—DETENTE. —Levanta una mano—. Estás a punto de arruinar todas
mis futuras fantasías sobre ti.
—Ja. —Pongo los ojos en blanco—. Pocas probabilidades de eso. —
Frunzo el ceño—. Además, no se supone que tengas fantasías sobre mí, o
cualquier otra persona en Marks. En caso de que olvidaras el memo, el
director general es un verdadero idiota sobre la fraternización. —Sonrío al
pensar en su último correo electrónico a toda la compañía, uno que abarcó
tres páginas, todo dedicado a asegurar que nuestras manos se mantengan
en nosotros mismos, y nuestras mentes estén despejadas. Lo que había
sido gracioso, en cierto modo, ya que la compañía es todo sobre sexo y
seducción.
—Estás confundiendo las reglas. Se me permite tener fantasías; no
actuar al respecto. —Cruza sus brazos sobre su pecho y descansa su
cabeza contra el respaldo del sofá, sus ojos se cierran, como si no hubiera
acabado de tirar una bomba de proporciones absurdas.
Ese es el problema con los hombres hermosos. No conocen su
impacto; No se dan cuenta de cómo un pensamiento casualmente dicho
puede ser devorado, obsesionado, cambiar vidas. Tiene suerte que haya
conocido a hombres como él antes, he sido amiga de ellos, entiendo la
manera descuidada en que manejan sus miradas, sus comentarios
coquetos que no significan nada. Está al borde de dormirse, y había menos
acciones en esa afirmación que la energía en su cuerpo.
—¿Eres feliz, Kate? —la pregunta es murmurada, sus ojos todavía
cerrados.
Considero mi respuesta, haciendo una silenciosa auto-evaluación de
los factores clave (amor, salud, calidad de vida todo aceptable). Aceptable.
¿La aceptabilidad es igual a la felicidad? Creo que sí. Creo que, para una
mujer a sus treinta y tantos años, la felicidad es más bien la falta de
negativos. Y ahora mismo, mi lista de negativos es bastante corta.
—Lo soy. ¿Tú?
No dice nada. Pasa un minuto entero, luego su mano cae sin fuerza
desde el brazo del sofá, y los músculos de su rostro quedan relajados.
Termino de doblar la ropa en silencio, mi mente sigue atascada en su
pregunta.
36 ¿Soy feliz?

Él
El tacto en mi hombro es suave, y luego cada vez más incesante, una
presión que está volviéndose más molesto. Se detiene, entonces alguien
levanta mis tobillos y los empuja un poco. Abro los ojos y veo a Kate
Martin intentando quitar una mesita debajo de mis pies.
—¿Qué estás haciendo? —digo, y ella salta ligeramente, la habitación
oscura, la mayoría de ella en las sombras.
—Tienes que acostarte —susurra.
Giro la cabeza y observo la cama que hizo, la esquina de una manta a
un lado, lista para mí. Me muevo lentamente, mis pies llenos de plomo, mi
cuello dolorido, y ruedo sobre mi espalda, las almohadas increíblemente
suaves. Se mueve sobre mí, su cabello suave contra mi pecho, un ligero
aroma a perfume cosquilleando los bordes de mis sentidos. Coloca una
manta sobre mí y abro la boca para darle las gracias, pero no puedo soltar
las palabras antes que todo se desvanezca.
Si este momento fuera lencería, sería nuestra Bata Shameless 5, suave
y cálida al tacto, el tipo de cosa que te colocas y nunca te sacas.

37

5 Shameless: descarada.
5
Ella
—Por supuesto que eres feliz. —Mamá abre los pistachos con la
manera experimentada de un comedor competitivo, sus manos vuelan del
cuenco, a su boca y a la basura, todo en una perfecta armonía. Alrededor
de su cuello, su masajeador de cuello vibra—. ¿Por qué no serías feliz?
—No eres feliz —interfiere Jess, sentándose en la silla al lado de
mamá, los hombros temblándole mientras la silla de masaje tortura su
pobre espalda hasta la muerte—. Nadie que hace esa pregunta es feliz.
—Jess, ¿eres feliz? —Mamá se detiene, una cáscara de pistache
delante de sus labios y mira a su hija más joven.
—Meh. —Jess machaca un botón en el control remoto y sus pies se
38 levantan lentamente, la cabeza echada hacia atrás—. Aunque esto. Esto
puede hacerme feliz. Kate, gástate todo ese dinero que estás ganando y
consígueme esto para Navidad.
—No te va a conseguir una silla de masaje para Navidad —protesta
mamá, metiendo los dedos en el bolso y sacando un nuevo manojo de
pistaches—. Va a ahorrar su dinero para la boda.
—En realidad, no voy a conseguirte esa silla porque cuesta seis mil
dólares —comento, inclinándome hacia delante y mirando el aparato negro
que en estos momentos me está rodeando los pies—. ¿Esta cosa dolía
cuando la usaron? Creo que está roto. Me está aplastando los dedos de los
pies.
—Eso es normal —contesta mamá, con aire de una compradora de
Brookstone experimentada—. Creo que activa tus vasos sanguíneos o algo
por el estilo.
—¿Disculpen? —Todas nos giramos hacia el hombre, un empleado de
la tienda que sostiene un portapapeles en la mano—. No puede comer
aquí.
—Claro que puedo. —Mamá, de forma desafiante, mete dos pistaches
en sus labios de color rojo coral—. John me aseguró que podía.
Él suspira.
—Nadie llamado John trabaja aquí.
Jess se encuentra con mi mirada y me miro lo pies para esconder mi
sonrisa. Pobre tipo.
—¡No dije John! —exclama con indignación—. Dije Jim. ¿O era Jeff?
—Sacude una mano con desdén y se le escapa un pistache, volando hacia
una exhibición de drones—. Algo así. Un tipo alto. —Resopla—. Con lentes.
—Aquí no se puede comer —repite—. Tendré que pedirle que se
marche.
—Me quedan trece minutos —interrumpe Jess, sosteniendo un
control remoto casi tan grande como mi cabeza—. No podemos ma… ma…
march… aaarnos toda… da… da… víaaaa. —Las últimas palabras de su
frase le salieron reverberando, le temblaba la barbilla mientras la silla
comienza con una especie de movimiento de kárate cortante que masajea
con cariño.
—¡Jacob aseguró que podía comer aquí! —insiste mamá y bajo la
mano y apago el masajeador de pies. A mi lado, una niña pequeña se
detiene, con el dedo metido en la fosa nasal derecha mientras mira a mi
madre. Muévete, señorita. Aquí no hay nada que ver. Mi súplica mental
tiene un pequeño efecto. Ella se desploma en el suelo y me encuentro con
la mirada de Jess. Vámonos vocalizo.
39 —¿Esto te hace feliz? —Mamá se levanta y la cuerda tira de su
masajeador de cuello, la suave vibración desaparece—. ¿Quitar la comida
de la boca de pequeñas mujeres mayores? —El hombre estira la mano
para sujetar su brazo y ella lo aparta de golpe, su taza llena de cáscaras de
pistache vuela por los aires, una precipitación de medias lunas blancas
cayendo en cascada.
Atrapo la mirada de la niña pequeña y me sonríe, mostrando que le
faltan algunos dientes.

—Como sea, durante un mes, no se me permite la entrada en


Brookstone. —Estiro la mano y enciendo los asientos climatizados,
rozando con mi codo el de Trey.
Craig, si le hubiera contado esta historia, lo que no hice, habría
estado horrorizado. Trey simplemente sonríe.
—¿Cualquier Brookstone? ¿O solo el de Fashion Square?
Me detengo.
—No estoy segura. Tal vez solo ese.
—Así que no eres completamente una chica mala. Solo en Westfield.
—Bueno… sí. —Sonrío—. Pero de nuevo, fue todo culpa de mi madre.
Yo era completamente inocente.
—Preferiría imaginarte como una rebelde. —Él estira la mano y
enciende el navegador, el auto nos informa de que se acerca un giro a seis
kilómetros y medio—. Recuérdame de nuevo por qué no volamos a San
Francisco.
—Tiempo de calidad juntos —respondo, estirándome hacia delante y
sacando la botella de agua del bolso—. Formación de equipo. La
oportunidad de ver mis excelentes habilidades de navegación.
—Dinero —dice él con voz cansina.
—¿Estamos ahorrando dinero? —Lo miro de soslayo, luego me encojo
de hombros—. Oh, bueno. Eso también.
Me quito los tacones y me acomodo en el asiento, metiendo un pie
bajo mi trasero. Tomo el teléfono móvil y miro a través de mis mensajes.
De acuerdo con el Tesla recuperado de Trey; en buenas condiciones
excepto un espejo retrovisor, tenemos seis horas de viaje, lo que incluye
una parada para cargar la batería. Mañana por la mañana, tengo
40 entrevistas con dos diseñadores diferentes y luego, haremos el viaje de
vuelta. Compruebo los mensajes de Craig, pero no hay ninguno. Este viaje
me está haciendo perder nuestra segunda reunión con Mensa. Él parece
tan aliviado como yo con el calendario, uno que orquesté cuidadosamente.
En nuestro aniversario número veinte, nos reiremos de ello. Pero ahora, la
zorra que es Mensa parece como un ancla atada a nuestra relación,
hundiendo el punto de vista de Craig sobre mí y bajando mi nivel de
tolerancia con ello.
Miro a Trey, que está relajado contra el asiento, con la mirada en la
carretera y repaso la lista de preguntas que había anotado para discutir
durante este viaje. Había sido idea de Jess, estando convencida que,
dándole seis horas a solas conmigo, podíamos convertirnos mejores
amigos y cimentar mi seguridad profesional para siempre. Ella no entiende
la moda, la bestia inconstante que es. No entiende que mi seguridad
profesional gira sobre mi desempeño, mi habilidad para revitalizar la
marca Marks Lingerie. Puedo vincularme con Trey Marks hasta que tenga
el rostro azul y no cambiará el hecho de que esta compañía se está
muriendo. Me humedezco los labios.
—¿Cómo entraste en lencería?
Es una historia que debería saberse, ser esparcida sobre cada
artículo, la página de Wikipedia y la biografía de la compañía. Pero no he
encontrado nada en Internet, ningún rastro de migajas que explique cómo
este hombre terminó con la sexta compañía más grande de lencería en el
mundo. ¿Eran ciertos los rumores? ¿Había seducido a una mujer mayor
por su riqueza?
—Es una larga historia. —Me mira—. Y bastante aburrida.
Como si algo sobre él pudiese serlo. Dejo el teléfono.
—Me gustan las historias aburridas. Si es realmente buena, tal vez
puedas calmarme para dormir y no tener que lidiar con mi cháchara
innecesaria durante las próximas seis horas.
Me dirige una sonrisa breve, más amable que auténtica.
—Tal vez en otro momento.
Resoplo en protesta.
—No puedo crear una visión apropiada si no conozco los huesos de la
compañía.
—No ha parecido molestarte hasta ahora. —Se remueve en su
asiento—. Además, no está en mi descripción de trabajo.
—Ja. Divertido. —Bajo la mano y hurgo en mi bolso—. ¿Permites a la
gente comer en tu auto?
—Por supuesto. —Mira hacia mí, observando mientras saco una bolsa
41 de M&M, arrancando la parte superior y ofreciéndole—. No, gracias.
—Si no vas a contármelo, simplemente voy a inventar algo
escandaloso y ponerlo en la página web. Puf. —Me encojo de hombros—.
Hecho.
—Estoy aterrorizado —comenta de forma seca.
—Como deberías. Espera hasta que todo el mundo averigüe que eras
un artista callejero sin techo, tocando el ukelele frente a una fábrica de
ropa interior. Una noche irrumpiste dentro, buscando comida y te
construiste una hamaca con tirantes y una bolsa para el ukelele de encaje.
Un día, una mujer acaudalada vio tu bolsa para el ukelele y…
—Por favor, detente. —Sonríe, y es una sonrisa de verdad, sin tirón
sexual o matices engreídos—. Estás ofendiendo a todos los artistas
callejeros.
—Eso no es ofensivo —comento con indignación—. ¡Es el comienzo de
un magnate que toca el ukelele! ¡Mira en lo que te convertiste! —Lo señalo
y su sonrisa se amplía.
—Por favor, deja de decir “ukelele”.
—Dejaré de decir “ukelele”, si me cuentas la verdadera historia.
Pone los ojos en blanco.
—Está bien. —Pone amabas manos sobre el volante—. Comencé en
Bloomingdale’s, en su programa especial.
—¿Cómo entraste en eso? —lo interrumpo, a pesar de mi mejor
intento de escuchar. South Central Y Bloomingdale’s… habla sobre dos
mundos completamente diferentes.
Sonríe.
—Cuando tenía trece años, me atraparon robando en Bloomingdale’s.
El jefe en prevención de pérdidas quería saber para qué quería un chico de
trece años una blusa de mujer.
—¿Una novia? —supongo.
Frunce el ceño.
—No. Mi madre. Tenía una entrevista para un trabajo de verdad como
asistente en una inmobiliaria, ninguna de sus prendas era adecuada. —Se
queda en silencio y yo lo recuerdo. La madre desnudista.
—Eso es dulce.
Se ríe entre dientes.
—No es tan dulce. También había robado otros artículos. Cosas para
42 mí, un tanga para la chica con la que estaba saliendo. De todos modos, el
tipo me ofreció trabajar en el almacén a cambio de las cosas. Accedí y nos
hicimos cercanos. —Me mira—. Con el tiempo, el tipo fue ascendido, a un
nivel suficientemente alto que, cuando la universidad no funcionó para mí,
tuvo la oportunidad de ofrecerme un trabajo.
Me quedo callada, intentando componer la imagen de un joven Trey
Marks, uno que sonaba como un matón callejero… con el empresario que
se sienta a mi lado.
Se remueve en su caro asiento, un poco de su colonia extendiéndose y
burlándose de mis sentidos.
—¿Conoces a Vicka Neece?
Vicka Neece… el nombre me es familiar, pero me lleva un momento
acordarme.
—Claro. La directora creativa de Victoria’s Secret. —Tal vez el rumor
estaba equivocado. Me inclino hacia delante.
—Solíamos trabajar juntos en Bloomingdale’s. Hubo una pequeña
conexión.
Una conexión. No tengo que mirar a Vicka Neece para imaginar cómo
se debe ver. Victoria’s Secret no contrata mujeres feas. Ella y Trey
probablemente se miraban el uno al otro y tenían un orgasmo. Lucho para
sacar un cacahuete M&M con un poco más de agresividad de la necesaria.
—¿Y? —comento alegremente, y no suena del todo falso.
—Y entonces mi padre murió —responde de forma inexpresiva y, de
repente, me arrepiento de mi burla.
—Lo siento —susurro.
—Él no tenía mucho a su nombre, pero se había hecho una póliza de
cinco millones de dólares tres meses antes de su muerte. Un montón de
italianos vinieron detrás de mí por parte de eso. Vicka Neece estaba
interesada en el resto. Me aconsejó que abriese una marca de lencería. —
Se encoge de hombros—. No fue difícil convencerme. Tenía veintiséis años.
Era estúpido.
Su padre. Algo en mi pecho, un nudo que odia la idea de Trey y una
mujer mayor, se aclara.
—¿Cómo fuiste estúpido? Lo convertiste en algo de verdad. Quiero
decir, ahora mismo estamos luchando, pero…
—No me arrepiento de abrir la compañía. Me arrepiento de perder a
Vicka. Teníamos éxito cuando ella estuvo ahí, cuando ella tenía el control.
Y fuimos sobre su visión los primeros años después de que se marchase.
Pero luego, todo comenzó a desmoronarse. —Me mira—. No tengo que
43 decirte que eres la sexta directora creativa que hemos tenido en cinco
años.
No, no tenía que contarme eso. Tenía todos sus archivos en el cajón
de mi oficina. Había examinado todo su trabajo, todas sus visiones. Vicka
Neece no había tenido un archivo en esa pila. Sea cual fuese su historia
con Trey, había sido borrada antes de que yo llegase ahí.
—¿Alguna vez intentaste traerla de vuelta? —Es casi una pregunta
estúpida, su trabajo en VS la pone en el rango superior de toda jerarquía
de moda. Si en algún momento consigo ese trabajo, estaría allí hasta que
muriese o fuese obligada a dejarlo.
—No. —Se frota el cuello—. Habíamos abierto la compañía como
amigos. Al cabo de unos meses, comenzamos a follar.
Las palabras son tan rudas que me estremezco.
—¿Solo follar?
—No lo sé. Se puso de tal manera que no podía distinguir la compañía
de ella, ni nuestra relación del sexo. Yo me puse celoso, ella se puso
celosa. Comenzamos a follar menos y a discutir más. Y entonces, se fue.
Recogió su oficina en medio de la noche y se mudó de nuevo a Nueva York.
—¿Aún hablas con ella?
—La moda es un mundo pequeño. Nos vemos de vez en cuando, pero
no nos decimos mucho. Estoy enojado con ella por marcharse, ni siquiera
admite que trabajó aquí.
Auch. Tomo otro M&M, esta vez más suave como compensación.
—Para ser sinceros… —Me mira—. Me alegro de que estés
comprometida. Lo hace todo más fácil.
Muerdo la golosina recubierta de chocolate y me cruje la mandíbula
como respuesta. Mi mente intenta procesar ese comentario, pero se queda
en blanco.

44
6
Él
He subestimado bastante a esta mujer. Bajo la mirada al dibujo
actual, un corsé oscuro con detalles de cuero y encaje. Paso la página y
veo el mismo corte exacto, el mismo estilo, pero en un rosa pálido y
blanco, con delicados lazos en lugar de cuero, y pequeños diamantes en
lugar de piedras de plata. Es una colección atrevida y bonita, dos líneas
separadas que batallaran entre sí en los estantes de las tiendas, la
colección atrevida un poco dominante en colores y adornos, los bonitos
diseños casi virginales. No es un concepto nuevo, pero lo brillante de este
está en los diseños.
—¿Nuestro equipo diseñó esto?
—Sí. —Se estira hacia adelante, y aparto su mano.
45 —Sólo déjame mirar un momento. —Es demasiado importante para
un proyecto. Paso a través de la pila de diseños y trato de contarlos. En
cuatro meses, ella ha orquestados cuarenta, ¿tal vez cincuenta, diseños?—
. ¿Cuántos de estos han sido de verdad producidos y hechos?
—Catorce.
Un número más creíble, pero, aun así. Pienso en costos de
producción y niveles de inventario. Si se vende, si se vende bien… un
nuevo conjunto de problemas. Flujo de efectivo. Niveles de producción.
Siento un nudo de ansiedad agarrar mi pecho.
—Es bueno. —Suena irritada, y alzo la mirada para ver sus brazos
cruzados con fuerza sobre su pecho—. Sé que es un estilo diferente que el
de tus últimos años, pero…
—Estoy de acuerdo. Me encanta. —Bajo la página y me echo hacia
atrás en mi silla—. Siéntate, por favor. Estás estresándome.
Por primera vez en meses, no responde. Obedece. Algo en la sumisión
me remueve, mi mente pierde el enfoque por un breve momento. Cierro los
ojos y regreso al problema entre manos.
—Es una gran inversión. Ahora mismo… es un giro arriesgado.
—Será incluso más difícil el próximo trimestre —dice en voz baja—.
Debemos arreglar las cosas ahora. Inmediatamente.
Tiene razón, y lo sé. Mi miedo es que su arreglo, estas piezas… si
invierto en ellas, si tomo el riesgo, sea el último de Mark’s Lingerie.
Después de esto, no hay más favores por los cuales rogar ni bolsillos que
picar.
—Déjame mostrarle al equipo de ventas. —La miro a los ojos—. Si les
gusta, entonces lo hacemos.
—¿Hacer qué? ¿Las catorce piezas? —Se para y da un paso al frente.
—Lo que quieras, siempre y cuando puedas respaldar el producto con
márgenes de costo y entrega. —Estiro la mano y toco la suya, evitando que
se lleve las presentaciones. Ella me mira, y elijo mis próximas palabras con
cuidado—. Estoy apostando todo en esto. En ti. Necesito que entiendas lo
importante que es que esto tenga éxito.
Asiente, y en sus ojos veo la confianza que una vez tuve. La temeraria
creencia que, sin importar qué, tendría éxito. ¿Cuándo perdí esa chispa?
¿Cuándo me convencí de que fallaría?
Se gira para irse, y sin ella, el cuarto se siente muerto.

46
Ella
Correas de cuero negras cortadas sobre la lycra. Un collar con un
anillo frontal, una correa negra. Un alambre escondido que hace que la
modelo de tallas parezca con un busto magníficamente grande. En
cualquier otra cosa, debería verse vulgar. Pero con las líneas correctas, los
cortes, y el soporte, son sofisticadamente hermosos.
Seis meses en este trabajo, y lucho contra la urgencia de saltar como
una colegiala.
—Es incómodo. —La modelo desinfla mi emoción con dos simples
palabras.
—¿Qué tan incómodo? —Bajo la mirada a Vern, la diseñadora técnica,
quien mira a la modelo.
—Mucho. —Inclina su cabeza, luego la gira—. Lo peor es la cosa del
collar. Pica.
—¿En los bordes o la parte de atrás? —Vern se levanta y se mueve
tras ella.
—Los bordes.
—¿Qué más es incómodo? —Bajo la mirada al horario de prueba,
maldiciendo para mí misma. Estamos retrasados en la agenda, no sólo
hoy, sino este mes. Me lancé con veintidós piezas, y estoy pateándome en
el culo por eso. Algo que pareció posible hace dos meses se volvió difícil
hace un mes, y ahora parece jodidamente imposible. Miro de nuevo a la
modelo y lucho contra la urgencia de gritarle que se apure. Tal vez es por
esto que Claudia era tan perra. Sólo llevo seis meses en este rol, y ya
puedo sentir la lucha de las cualidades humanas.
—Se siente como si cortara mi caja torácica. Hasta el hueso.
—Bien. Muévete alrededor y dime cuando el dolor incremente o
disminuya.
—¿Dolor? —interrumpo a Vern—. ¿O incomodidad?
La modelo se tensa, sus labios se abren, sus ojos se ensanchan y
gruño sin mirar sobre mi hombro.
—No se supone que estés aquí.
Detrás de mí, se ríe.
—No pensaste que te dejaría tener toda la diversión, ¿verdad?
Me giro, y, desde mi lugar en el taburete, estamos cara a cara.
—Las pruebas no son divertidas. Nadie cree que las pruebas son
47 divertidas.
—Me gustan las pruebas —dice la modelo, y de repente no parece
para nada incomoda. Los ojos de Trey no van a ella; están sobre mí. Pensé
que él era hermoso desde mi lugar en el suelo. A este nivel elevado, se ve
incluso más devastador.
Me bajo del taburete antes de perder toda la inteligencia.
—¿Qué piensas? —Señalo a la mujer.
—Es precioso. —Camina alrededor de ella lentamente.
—Claro. Se ve genial, pero está diciendo que es incómodo.
—Puedo manejarlo. No es tan malo —dice.
Vern murmura algo en voz baja, y Trey se ríe en respuesta.
—Ajá. —Sacudo mi cabeza hacia ellos—. Deja esta tontería. —Empujo
el hombro de Trey, luego apunto a la puerta—. Y tú, ve a calcular con tus
números a alguna parte. Tengo una docena de estos que probar. —Paso la
página—. ¿Vern, tienes esto? Voy a pasar al modelo de Cecile.
—Me iré en un minuto. Déjame tomarte prestada un segundo.
Alzo la mirada de la página.
—¿Ahora? —Sacudo la cabeza—. No. Voy a dejar a estas personas
aquí hasta la medianoche a este ritmo. Lo que sea que sea, dispárame y
muéstrame en la mañana. —No puedo lidiar con más problemas, o
decisiones, o su necesidad por una opinión de las páginas internas del
catálogo de primavera.
—Voy a llevarme a Kate —dice—. Todo el mundo tómese cinco
minutos.
—Nadie se toma cinco —grito—. Todos sigan trabajando. —Jala mi
brazo y con éxito logra arrastrarme hacia la puerta. Medio lucho hasta que
estamos en el pasillo, la puerta cerrada—. ¿Qué? —imploro—. En serio
tengo mucho que hacer.
—Acabo de colgar una llamada de París.
—¿Y? —Agarro su brazo.
—Doblaron su última orden. Aman tus diseños.
Grito, arrojando mis brazos alrededor de su cuello, mi carpeta
golpeándolo en un costado de su cara. Me disculpo mientras lo agarro con
fuerza, saltando. Cuando lo libero, frota el costado de su cara con una
mueca.
—Lo siento. —Suspiro—. ¡Sólo estoy muy feliz!
—¿Podemos entregar?
48 —Sí —digo rápidamente—. Eso creo. —Asiento, mis dedos
tamborileando con emoción sobre la carpeta—. Si dejas de interrumpir las
pruebas y dejando el cerebro de las modelos como papilla.
Se ríe y da un paso atrás.
—Te dejaré hacer lo tuyo. Tengo más pendientes por hacer.
Sonrío y sostengo su mirada. Es su victoria en ventas, y la mía en
diseño. Y en este momento, este pequeño momento de alegría antes de que
el pánico regrese, es lo mejor de mi carrera hasta ahora.
—Doblaron su última orden. Aman tus diseños.
Marks Lingerie está de regreso.

The Honor Bar en Beverly Hills. Robamos dos espacios en el rincón,


mi bolso cuelga en el respaldo de la silla, su chaqueta ha sido quitada, y la
cena ordenada. Ignoro mi dieta y pido una hamburguesa con queso. Él
pide lo mismo, luego pide dos Coronas.
Hago una cara.
—No puedo beber esta noche. —Tiro de mi pinza, soltando mi cabello.
Mi cráneo arde, y paso mis dedos por mis raíces, masajeando la piel.
—¿Por qué no? Terminamos por el día. Haré que lleven tu auto a
casa. —Sonríe, y empuja la vela sobre el mantel a un lado—. Creo que
necesitas una noche para relajarte.
—Estoy relajada. —Me inclino contra la pared y cierro los ojos.
—Estás exhausta. Hay una diferencia.
Estoy exhausta. Mitad de mi se muere por mi cama, mi tranquilo
apartamento, mi habilidad para dormir hasta tarde mañana. La otra mitad
de mí quiere celebrar. Fue esa mitad de mí la que aceptó esta invitación a
cenar.
—¿Por qué no llamas a Craig? Mira si puede venir.
El mesero regresa, con las cervezas en mano, y lo veo dejar las
botellas.
—No puede —respondo—. Tiene una reunión de la Asociación de
Química esta noche. Es una cosa mensual. —Sonrío—. Algo emocionante.
—Eso parece. —Levanta su cerveza—. Salud.
49 Levanto mi botella.
—Sólo un trago —dijo—. No puedo estar fuera hasta tarde.
—Claro. —Se encoge de hombros—. Eres la jefa.
Sonrío ante esa broma, y tomo un sorbo.

Me inclino hacia adelante.


—Entonces entro a la habitación y ambos están ahí de pie, desnudos.
—Me río, un hipo sale forzado—. Pensé que eran gays. Y comencé a
disculparme, ya sabes, por interrumpirlos…
—¿Empezaste a disculparte con tu novio? —Trey se inclina hacia
adelante, con una mirada confundida en su cara.
—Sí. —Hago una mueca—. Fue por esa época en que había todas
estas cosas políticas sobre aceptar la homosexualidad, y en lo único en
que podía pensar era que quería que él supiera que estaba bien… ya
sabes, que fuera gay.
—No entiendo a dónde va esta historia.
Bajo mi voz y me inclino.
—No eran gay. Estaban… —Miro a la mesa a nuestro lado para
asegurarme de que no están escuchando—. Estaban esperándome. —No
responde y suspiro, obligada a explicarlo del todo—. Querían tener sexo
conmigo. ¡Juntos! —Tomo un sorbo de la cerveza—. Se llama un trío.
La esquina de su boca se levanta en una risita.
—Oh sí. Estoy familiarizado con el término.
Claro que lo está. Probablemente ha hecho uno. O dos. O cinco.
Ignoro su sonrisa y sigo con mi historia.
—Como sea… ese fue mi primer novio. Un terrible candidato para
perder mi virginidad.
—Espera. —Alza la mano—. Acabas de saltarte toda la parte buena.
—Se echa hacia atrás en su silla y levanta su cerveza—. ¿Lo disfrutaste?
—¿Disfrutar qué? —Miro mi cerveza ahora vacía, y trato de calcular
cuantas he bebido. ¿Tres? ¿Cuatro? El mesero se acerca y deja dos más.
—El trío.
—¡Ugh! —Hago una cara—. ¿En serio? ¿Creíste que lo hice?
Estudia mi cara con cuidado, luego se encoge de hombros, sus
50 amplios hombros levantando la limpia camisa blanca.
—Supongo que no. —Suena casi decepcionado.
—¿Por qué lo haría? —Presiono, y ahora me estoy irritando—. ¿Sabes
lo ofensivo que es eso? ¿Dos chicos tomándose turnos conmigo?
¿Usándome? Ni siquiera conocía al otro tipo.
—Tranquila, Kate. —Hace a un lado su cerveza vieja y toma la
nueva—. Sólo preguntaba la historia.
—La historia es que me fui. Y no sé qué hicieron entre ellos. —Puse
una cara, luego me di cuenta de que mi voz se había puesto ruidosa por mi
indignación—. Lamento gritar —susurro con fuerza.
—Está bien —susurra en respuesta.
Tomo una cuchara y apuñalo el brownie, un postre de hace una hora,
uno que ha sido apuñalado a muerte ocasionalmente por bocados. Sí está
bien. Está más que bien. Es normal. La mayoría de las personas piensan
que los tríos son asquerosos. Craig definitivamente pensaría que los tríos
son asquerosos. Nunca le he contado esa historia por miedo a que me
juzgaría por la mera proximidad al acto.
—Entonces… —dice Trey—. No te gustan los tríos. ¿Algo más que
debería saber sobre ti?
Alzo la mirada y encuentro la suya, y con solo un destello de esa
sonrisa, volvemos a la normalidad.
Las luces de Torrance son un borrón, el taxi rueda a lo largo de la
calle, y veo a dos vagabundos discutir por un breve momento antes de
pasar.
—Es la próxima a la derecha —digo.
Trey revisa su teléfono.
—Dios, no puedo creer que es casi medianoche.
—¿Normalmente estás en la cama a esta hora? —bromeo.
—Normalmente es la cama de alguien más a esta hora. —Me sonríe,
de forma juguetona y gruño en respuesta.
—No tenías que traerme a casa. Soy una chica grande. Podría haber
conseguido mi propio transporte.
—Me habría preocupado. De esta forma puedo verte entrar por la
puerta bien y ganarme puntos de caballerosidad en el proceso. —Mira por
51 la ventana—. Sin ofender, Kate, pero debes salir de este vecindario.
Bajo la mano y agarro mi bolso, el auto lentamente desacelerando
ante mi edificio.
—Este vecindario está bien. Pero si quieres darme un aumento… —
Me encojo de hombros—. No pelearé contigo.
—Quédate aquí. Te abriré la puerta. —Sale, y espero, mirando
mientras se acerca a mi puerta y la abre con una gran floritura—. Milady.
Me río, saliendo del taxi y parándome sobre la maltrecha acera. Ante
mí, mi edificio se cierne, y tengo un momento de apreciación borracha por
mi apartamento del primer piso. Él le dice al taxista que espere y me
acompaña a la puerta, deteniéndose ante esa, su expresión se pone seria.
—El lunes, hablemos sobre el aumento.
—Vaya. De verdad estás ebrio. —Saco mis llaves y jugueteo con estas.
—No, es en serio. —Me mira a los ojos—. Te daré lo que quieras.
Él habla sobre incremento en el salario, pero salió de la forma
incorrecta, con su voz muy ronca, su cuerpo muy cerca. Doy un paso
atrás, pero nuestras miradas se mantienen, y casi cambio de dirección, me
inclino, me retiro. Él se aclara la garganta, y el momento se rompe. Bajo la
mirada, y me las arreglo para meter la llave en la cerradura de la puerta
principal del edificio.
—Gracias por traerme hasta la puerta. —Las palabras chillan al
salir—. Estaré bien desde aquí.
Da un paso atrás, y la oscuridad de la acera oscurece su cara.
—Buenas noches, Kate. —Se detiene, sus manos se deslizan en sus
bolsillos. Detrás de él, el tubo de escape del taxi suelta humo en el aire de
la noche—. Te veo mañana.
Me despido con un pequeño gesto de la mano y escapo dentro, con el
corazón acelerado, las manos temblando mientras corro el pestillo.
“Te daré lo que quieras”.
En ese momento, no era un aumento lo que quería.

52
7
Ella
—Estás empacándolo mal. —Craig está de pie a mi lado, con las
manos en las caderas, y la cabeza sacudiéndose.
—Está bien. —Cierro la tapa de la maleta y me inclino sobre esta,
luchando con el cierre.
—Kate, basta. —Aparta mi mano—. Necesitamos sacar todo y
empacar de nuevo. No necesitas tanta ropa.
—Lo qué no necesito es que me digas cómo empacar. Ve a la sala de
estar —digo cortante—. Déjame cerrar esto. —Empujo su hombro y lo miro
retroceder, con una mirada de dolor en sus ojos. Es cruel no dejarlo
empacar, no dejarlo usar su tabla para doblar camisas para asegurarse
53 que todos los bordes estén perfectos y del mismo tamaño. Pero dejarlo
empacar significaría que vería la lencería de encaje rojo que había metido,
un nuevo ítem de Marks que ni siquiera había salido a las tiendas todavía.
Me gustaría mantenerlo como sorpresa, algo para sacar la noche del
sábado, en celebración de mi cumpleaños.
Cierro la maleta, el cierre tenso, pero aguantando, y lo arrastro a la
sala de estar, haciendo un movimiento de ¡ta-da! Que es completamente
ignorado por Craig, quien mira cada una de las ruedas de mi maleta,
examinándolas y luego engrasándolas con una pequeña botella que mete
de nuevo dentro de una bolsa Ziploc después de que termina.
—¿Listo? —digo secamente, mirando mi reloj. No importa si no lo
está. Tenemos unas buenas cinco horas hasta el vuelo. No habría razón en
la tierra para no dejar la casa ahora, excepto que a Craig no le gusta dejar
nada al azar. Pensé que exageró cuando fuimos a San Diego para una
noche. Resulta que los viajes internacionales lo ponen a un nuevo nivel de
nervios. Miro a Craig y me pregunto si estoy cometiendo un error al
traerlo. Esto es un evento de trabajo después de todo, un viaje para
comprar el inventario que hace falta de una vieja fábrica de ropa interior.
Nuestro viaje de cuatro días, si el inventario es de calidad, podría
salvarnos un par de cientos de dólares. En mi mención inicial del viaje a
Craig, podría haberlo dejado en eso. En cambio, animada por el vino y un
bono de doscientos dólares en un boleto, lo había invitado a venir.
—Estoy listo. —Prueba nuestras ruedas, haciendo rodar la maleta en
un rápido círculo—. Tengo nuestro itinerario y los documentos de viaje en
el auto. Vamos.
Sonrío y paso mi brazo por el suyo.
—Estoy emocionada.
Me regresa la sonrisa, inclinándose y dándome un rápido beso en los
labios.
—También yo, dulzura.
—¡Bon voyage! —grito, subiendo mis brazos en el aire.
—Allons-y —corrige—. Bon Voyage es para desearle a alguien buen
viaje.
—Claro. Como sea. —Agarro la maleta y voy hacia la puerta.

Hong Kong es como todo lo que había esperado y como nada de lo que
54 podría haber imaginado. Me paro en medio de una calle llena y levanto mis
brazos, girando en la multitud, las luces de neón en todas partes, el aire
lleno de olores raros y sonidos, el repicar de idiomas como una cómoda
manta de anonimato. Veo los ojos de Trey y lo saludo, la esquina de su
boca se levanta en respuesta, sus ojos caen al efectivo en su mano, su
discusión con el vendedor callejero sigue, una negociación de ida y vuelta
sobre alquiler de motos, una conversación por la que Craig está teniendo
un ataque de pánico, sus repetidos intentos de llamar la atención son
ignorados.
—Relajaaaate —le digo. Él no confía en Trey; ese es el problema. No
ha aprendido la tranquilidad con la que Trey maneja las cosas. Han
pasado nueve meses, y apenas y estoy aprendiendo ahora a saltar cuando
muestra sus cartas. Porque así es como es. No te pide que te arriesgues, a
menos que tome el viaje a tu lado. Si yo fallo, él falla. Y si un vendedor
ambulante en la ciudad más grande del mundo molesta a Craig, está
molestando a Trey Marks también. Y ese escenario es tan improbable
como, bueno… un pequeño copo de humedad golpea mi mejilla y alzo la
mirada encantada, un caleidoscopio de ventisca blanca cae. Avanzo,
moviendo mis manos en grandes círculos para llamar su atención—.
¡Chicos! ¡Está NEVANDO!
Trey se levanta y Craig y yo miramos mientras levanta su copa hacia
ambos.
—Un brindis —anuncia, esa sonrisa suya tirando de la comisura de
su boca.
Bajo la mirada a mi propia copa de vino, sorprendida de encontrarla
medio vacía. No me la había servido hace… qué, ¿cinco minutos? ¿O diez?
Lo había estado cuando le había contado a Craig esa historia… la de Marie
de contabilidad, y su disfraz de Halloween. Me río, y levanto mi copa.
Deberíamos beber. Deberíamos viajar más. Con mi último aumento, y
Craig… bueno, Craig nunca gasta nada de dinero así que debe de tener
montañas de este… no hay razón por la que no deberíamos divertirnos
más. Como esto. Al otro lado del mundo, en un lugar donde los idiomas
extranjeros rebotan en exóticas paredes, y estamos comiendo gusanos de
seda fritos por el amor de Dios. ¿Por qué, en tres años juntos, estamos
apenas haciendo esto ahora?
55 Trey se aclara su garganta, y me mira de una forma un poco seria.
—Kate, de verdad creo que estás ebria.
Me río de nuevo, un acto completamente raro, y me detengo,
analizando mi consumo de alcohol y mi estado de humor actual. Estoy
borracha. Me siento casi orgullosa por el hecho, y eso por sí mismo es
incluso un mayor testimonio al hecho de que debo estar ebria. Yo, Kate
Martin, la eterna chica buena y meticulosa que soy, estoy oficialmente
borracha. En Hong Kong. Con dos de los mejores chicos…
—Está a punto de llorar —dice Craig, mirando a Trey con
preocupación.
Resoplo. No puedo evitarlo. Son tan diferentes. Craig es tan bueno
conmigo. Y se esfuerza tanto por ser un buen compañero; va a ser un
padre increíble, y es una persona tan buena por dentro. Y entonces tienes
a Trey, quien es, como, este perfecto unicornio sexy… no es que tenga un
cuerno saliéndole de la cabeza ni nada de eso; simplemente es tan… cierro
mis ojos e intento encontrar la palabra correcta, esa que encierre lo
especial y único que es. Como puede hacerme el día sólo sonriendo. Como
ahora, ahora mismo, está mirándome, de la forma más amable y dulce,
como si…
—NO LLORES —dice Craig, con fuerza, su rostro cerca al mío, mi
nariz capta un vaho de la tarta de atún que se comió como aperitivo.
—ESTÁ BIEN —digo en respuesta, igual de fuerte y exagerado que él,
como si estar ebrio lo volviera sordo de alguna forma—. NO LLORARÉ.
Mis ojos se encuentran con los de Trey, y él guiña un ojo.

2 a.m. Mi embriaguez aumenta, luego cae, mi alegría decae a algo


más, algo oscuro y contemplativo, donde todos mis pensamientos
burbujean a la superficie y demandan ser examinados. Craig y yo
entramos al elevador, y observo los números de los pisos aumentar.
Creo que hay algo fundamentalmente malo con mi relación.
En tres años de salir, no hemos peleado ni una sola vez. En tres años,
hemos encajado juntos fácilmente, yo pasando por alto cualquier
imperfección, y escondiendo cualquier cualidad que pensara que no
aprobaría. Lo amo, pero nunca he sentido pasión por él; nunca he estado
obsesionada por él. ¿No debería una mujer, en algún punto, obsesionarse
por el hombre con quien pasará el resto de su vida? Una vez, cuando
56 estaba mirando un correo en el teléfono de Craig, tuve la momentánea idea
de revisar sus mensajes de texto, ver con quién se estaba comunicando, y
lo que estaba siendo dicho. No lo hice, la idea absurda de que Craig me
estuviera engañando, o coqueteando con alguien más. Una mesera una vez
coqueteó con él, y se alteró tanto por eso que hizo que la pobre mesera se
sentara y lo escuchara explicarle la historia de nuestra relación. Dejamos
de ir a ese restaurante, sólo para evitar interacciones incomodas con ella.
Nuestro cuarto de hotel está oscuro, no hay luces encendidas, las
cortinas están corridas. Abro el cajón superior de la cómoda, haciendo a
un lado mi suéter y considerando la lencería escondida debajo. Reemplacé
el suéter y me senté en la cama, escuchando a Craig cepillarse los dientes,
luego pasar la seda dental. Cuando entra al cuarto y baja el cierre de su
pantalón, lo veo quitárselo, colgarlo pulcramente en el gancho, su cuerpo
lentamente desenvuelto mientras se quita su camisa y sigue el mismo
proceso. Su cuerpo es el espécimen perfecto para un consultorio; bien
ejercitado, sin grasa, pero sólo los músculos moderados, nada lo
suficientemente grande para estresar el corazón. Viene a mí desnudo,
suavemente poniéndome de pie mientras nos besamos, su lengua con
sabor a yerbabuena, su piel fría bajo mis dedos. Baja el cierre de mi
vestido y lo ayudo. Se pone de rodillas y me recuesto sobre la cama, con
una pierna sobre su hombro, su boca es suave contra mí y entierro mis
dedos en su cabello mientras me corro.
Creo que es el licor que me entumeció. No hay razón para que,
cuando se mueve a la cama y se empuja dentro de mí, no reaccione
emocionalmente. No hay razón, para que cuando terminemos y ruedo
sobre la cama, con el vestido puesto, el cabello recogido, me sienta sola.
Pero así es. Coloco mi mano sobre las sábanas grises, el diamante
brilla hacia mí, y siento la profunda certeza de que estoy cometiendo un
error.
A las 4 a.m., despierto a Craig y le digo todo.

Él
Termino la llamada y hago señas al mesero, esperando que reemplace
mi bebida. Miro la tercera silla, y lamento, por enésima vez, permitirle
traer a su prometido. Inicialmente, pensé que era buena idea. Pensé que
verla feliz, ver su futuro; podría hacer las cosa entre ella y yo más claras,
un poco menos tentadoras. Ese plan explotó tan pronto como llegaron.
57 Este chico no era correcto para ella. Demonios, es completamente malo
para ella. Pero no puedo decirle eso. Si lo hago, lo rechazara, y luego
habría animosidad, y tan cercanos como nos hemos vuelto en los últimos
nueve meses, no estoy seguro de que podamos enterrar esa conversación y
seguir.
Paso un dedo sobre mi tenedor más pequeño, empujando la plata,
irritado por el hecho de que está aquí, arruinando todo. Hoy, deberíamos
estar celebrando, la compra de la mercancía fue completada, un montón
de dinero fue ahorrado, todo continuaba avanzando hacia el éxito. En
cambio, estaba mirándolo al otro lado de la mesa, y haciendo un paralelo
de todas las formas en que es malo para ella contra todas sus fortalezas.
Desafortunadamente, sí tiene unas fortalezas.
Es atractivo, de la forma en que los hombres de los catálogos de
Brooks Brothers lo son. Perfecto cabello, dientes derechos, una apariencia
de chico bueno.
Es exitoso, asumiendo que ella es feliz con la clase media.
Es listo, hasta ser molesto, algo que ha mencionado.
También es ignorante al hecho de que quiero follar a su futura
esposa. Parece no preocuparse por nuestras largas horas, o la familiaridad
casual, o los momentos en que nuestros ojos se encontraron al otro lado
de la mesa, la comunicación sin palabras en los pequeños movimientos de
sonrisas o miradas.
No debería estar tan tranquilo, o ser tan amigable. Debería estar
cuestionándose nuestra amistad, y sutilmente marcando su dominación.
Debería haber una distancia saludable entre ambos, una masculina
puesta en guardia, unas mangas enrolladas en la pelea por esta mujer. Mi
mujer.
Así es como todo esto debería ser. Ese es el juego que sé cómo luchar.
No puedo pelear con un amable y bien comportado monigote. Me
haría parecer un imbécil. Eso la alejaría.
Alcanzo mi copa y mentalmente me corrijo. No importa cómo
reaccione él, o el juego debería desarrollarse. No puedo pelear con él
porque no debería tenerla. Es el mantra que sigo olvidando, el plan que
sigue descarriándose.
La puerta del restaurante se abre, y sé que es ella por la sonrisa en la
cara del maître.

58 —¿Dónde está Craig? —Saco su silla, mirando hacia el frente del


restaurante. Es terrible, pero parte de mí espera que esté enfermo, alguna
especie de bicho estomacal que lo mantendrá en su cuarto y fuera de
nuestro camino por los próximos días.
—Algo surgió, anoche tarde. Va de camino al aeropuerto ahora. Debe
ir a casa. —Toma la servilleta y la abre en su regazo, con sus ojos en el
movimiento. Algo está mal, su voz está forzadamente tranquila.
Me siento y aliso mi propia servilleta, manteniendo mi mirada en ella.
—¿Debes ir con él? Puedo encargarme del resto de las reuniones sin
ti.
—No. —El movimiento de su cabeza es rápido y corto, casi un
estremecimiento—. Está bien. Lo veré cuando vuelva. —Me sonríe, y algo
definitivamente está mal, las líneas de su cara tiran de los lados
incorrectos, sus ojos están evitándome, su revisión del menú es
extrañamente enfocada.
Lucho una batalla entre la agresiva protección y darle su espacio, mi
lengua está preparada, insegura de cómo actuar. Atrapo sus ojos y hay un
destello de cruda vulnerabilidad, una súplica silenciosa de que lo deje
pasar. Estiro la mano, pasándole la canasta de pan, y veo el anillo que
todavía está en su dedo.
—Entonces, no está Craig.
—No.
—¿Y nuestra reunión con el representante de la fábrica es a las diez?
—Sí.
—Espero que uses grandes palabras en nuestra reunión. Eres la
única oportunidad que tenemos de sonar inteligentes.
La esquina de su boca se levanta, y se siente como una victoria
monumental.
—Bien.
—Y ahora me has puesto trabajo extra.
Sus cejas se levantan, y un indicio de vida entra en sus ojos.
—¿De qué forma?
Dejo salir un pesado suspiro.
—Ahora tengo entretenerte por los próximos dos días. Hacer de
anfitrión, hacer que te emborraches con sake de Hong Kong, y darte unas
vacaciones que nunca olvidarás.
Pone sus ojos en blanco y toma el menú.
59 —Cállate. Ambos sabemos que pediremos servicio a la habitación esta
noche, y que estarás acostándote con alguna zorra china.
—Voy a cancelar la zorra china —digo con tono herido—. Digo, iba a
acostarme con ella, pero tú y tu inconveniente soledad acaban de costarle
el mejor orgasmo de su vida.
—Oh Dios mío. —Levanta el menú más alto para ocultar su sonrisa—.
Por favor basta.
Su pie golpea mi pierna, y bajo la mirada al menú, deseando que ese
anillo no estuviera en su dedo y que este restaurante estuviera vacío.

Ella
—¡No voy a beber eso! —le digo a Trey, esperando que pueda leer
labios porque el ruido en el club es ensordecedor. Me sonríe y jalo su
pantalón de vestir, estrellando una mano en la parte de arriba de su
zapato para llamar su atención.
De pie en la cima de la barra, grita algo y la multitud estalla en
vítores, un cantico empieza el cual no puedo entender. Alzo mis manos con
duda y él apunta a la chica a mi lado, gritándole algo. La chica, un
bombón con coletas, ojos de gato y botas de combate, se inclina y presiona
su boca en un cubo de hielo, sus ojos se mueven a Trey. Él inclina una
botella y el licor rojo fluye como un sumidero, a través del hielo en su
boca. Parece poco higiénico y extremadamente sexual, dos direcciones con
las que no planeo tropezarme esta noche. Cierra sus ojos y traga,
levantando su boca del hielo y limpiándose los labios con el dorso de la
mano. Hace un gesto para que avance.
—¡No! —Muevo mis manos hacia Trey, sacudiendo mi cabeza
enfáticamente, pero la multitud canta con más fuerza, lo puños golpean
sobre la barra, los cuerpos empiezan a saltar animados. Él hace una
mueca, como si fuera inocente en todo esto, luego alza un dedo.
—Un trago —grita—. ¡Solo uno!
No puedo. Si hago esto, si le obedezco, será un infierno. Será como
darle las llaves de mi reino al diablo. Sabrá que, si me muestra esa
sonrisa, y me guiña un ojo, cederé, me comportaré, haré lo que sea que
quiera que haga. Y quiero decir lo que sea. Sus ojos atrapan los míos y se
agacha, suavemente dejando el licor y bajándose de la barra, aterrizando a
mi lado, con su mano ahuecando la parte de atrás de mi cintura y
acercándome a él. Baja su boca a mi oído.
60 —Sólo uno, Kate. Por mí.
Tal vez es su proximidad, o la forma en que su voz se suaviza en las
últimas dos palabras. Tal vez es el hecho de que debo apartarme de él y
tomar ese trago o inclinar mi cabeza y besarlo. Cualquiera que sea la
razón. Me alejo y voy por el hielo.
Me digo que el hielo es estéril, y que no importa que esté poniendo mi
boca en el mismo lugar donde estuvo la de un extraño.
Me digo eso porque no le dije a Trey que rompí con Craig. Eso hace
que esta noche esté bien, quita cualquier capa romántica, y beber con mi
jefe es tan inapropiado como puede ser.
Cierro los ojos y espero el alcohol, y me digo que no importa si me veo
sexy, o si Trey está orgulloso de mí, o impresionado, cualquier otra cosa.
El licor golpea mi lengua y es frío como el hielo. Lo trago y me paro,
un poco se chorrea por un lado de mi boca. Cuando voy a limpiarlo, la
mano de Trey está ahí, sus dedos suaves contra mi barbilla, y nuestros
ojos se encuentran mientras limpia el licor y luego sube su mano,
suavemente succionando el pulgar en su boca.
Santo Dios. Este hombre será mi muerte.
Mi vuelo a Hong Kong había sido soportable, Craig y yo tuvimos
suertes de ser sentados al lado de uno de esos escuálidos adolescentes que
usan auriculares y no acaparan el reposabrazos. Pero de regreso, Trey me
pasa a primera clase, una transición costosa que al principio rechacé. El
masaje de cuello a mitad del vuelo, la televisión privada, y el sushi
ablandan mi resistencia. La cama completa, la cortina de privacidad, la
siesta de siete horas me tiene renegando de la clase turista para siempre.
—¿Todo está bien con Craig?
Considero la pregunta sin mirarlo.
—Está bien. Fue una emergencia de trabajo. Creo que ya la manejó.
—Sería más fácil decirle la verdad; debería decirle la verdad. Trey no es
sólo mi jefe; nos hemos vuelto amigos. Sería raro no decirle.
Pero decirle que rompí mi compromiso llevaría a preguntas, unas que
ni siquiera había resuelto del todo en mi cabeza. Tal vez, de regreso en los
61 Estados Unidos, cambiaré de opinión. Tal vez, después de catalogar todos
los factores para tomar la decisión, me daré cuenta que no debería haber
tomado una decisión tan radical mientras estaba bebiendo. Tal vez
llamaría a Craig y le diría que cometí un error.
O no lo haría. No siento nada de remordimiento por mi decisión. Si
algo, me siento mejor; el nudo de ansiedad por nuestro futuro no está, mis
posibilidades son más amplias. Anoche, tuve la mejor noche de mi vida.
En algún punto, habíamos bailado, en un oscuro club a un lado de la
calle, uno donde travestis nos recibieron en la puerta y la música disco
resonaba por las bocinas. Nunca he bailado. No en la universidad, y
menos durante el post grado. Los eventos formales a los que Craig y yo
algunas veces íbamos tuvieron un par de canciones lentas con las que nos
balanceamos, de la forma más digna posible. Pero nada de eso anoche.
Eso habían sido manos al aire, trasero meneándose, giros.
Nos habíamos metido en la multitud, en un lugar de fuertes
movimientos y atestado, sus brazos se habían envuelto protectoramente a
mi alrededor, mi cuerpo ocasionalmente rozaba el suyo al ritmo de la
música tecno. Cuando subimos al bar de arriba, tomamos Tequila y
encontramos una máquina de discos. Puse una canción country, me las
arreglé para mezclarla con una jiga irlandesa, y Trey se ríó y me dijo que
era una bailarina terrible. Él también, comiendo tapas, en otro bar, me
apartó el cabello de la cara y me dijo que era brillante. No recuerdo mi
respuesta. No recuerdo mucho del resto de la noche, excepto que me
quedé dormida en un taxi, y que él terminó llevándome a mi cuarto.
—¿Está mal que esté feliz de que se haya ido antes? —Inclina su
cabeza contra el cabecero y se gira a sonreírme—. Digo, estoy seguro de
que arruinó tu cumpleaños, pero…
—No es malo. —Le mostré una media sonrisa—. Creo que fue una
buena experiencia para formar lazos como compañeros de trabajo. —
Alcanzo mi vaso, determinada a regresarnos a una relación apropiada—.
Por Marks Lingerie.
Su lengua recorre el interior de su labio inferior y él, casi a
regañadientes, levanta su propia copa.
—Por Marks. Y por formar lazos con compañeros de trabajo.
Inclino mi vaso y aparto la mirada.

62
8
Ella
—Simplemente no entiendo por qué no has hablado con Trey. —Jess
empuja el carrito de la compra y se detiene junto a un estante de bolsos,
tomando un bolso de mano de imitación de Betsey Johnson—. Ha pasado
un mes desde que tú y Craig rompieron. ¿De qué hablan todo el tiempo?
—Negocios. —Giro un estante de lentes de sol y tomo unos de
arriba—. Y otras cosas. No sé. Él no saca el tema de Craig.
—Ustedes son extraños. —Sostiene el bolso—. ¿Crees que esto vale
cuarenta dólares?
—No. —Me pongo los lentes, mirándome en el espejo—. No somos
extraños.
63 —Son totalmente extraños. Incluso mamá piensa que son extraños,
eso es casi el beso de la muerte.
—¿En qué sentido somos extraños? —Los lentes no se ven mal en mí.
Inclino la cabeza, considerándolos.
—Es el modo en que se miran el uno al otro. Como si estuviesen
teniendo conversaciones subliminales. Es maleducado, ¿sabes? Cuando
está otra gente. Me siento ignorada comiendo con los dos. Además, está
todo eso de la atracción.
Me quito los lentes de sol y compruebo la etiqueta del precio,
suspirando y dejándolas de nuevo en el estante.
—Muchos amigos están atraídos los unos por los otros.
—Mmmm… no. —Lanza el bolso en el montón y empuja el carrito—.
En realidad no lo están. Nunca funciona.
—Te gustaba Gabe Jordan.
—Eso fue en noveno grado, Kate. —Mira el reloj—. Mierda. Ya son las
dos. Tenemos que darnos prisa.
Observo mientras gira por el pasillo de artículos para el hogar, sus
pasos se incrementan en velocidad mientras pasa junto a los artículos de
cocina, deteniéndose en una exposición de marcos de fotografía. Tal vez
Trey y yo somos extraños. Ciertamente, a veces, me siento indefensa, como
si nos estuviésemos acercando de puntillas a la línea de lo inapropiado. Es
la razón por la que no le he hablado de Craig. Siento como si mi relación
falsa con él es una capa de protección, algo a lo que señalar y decir ¿Ves?
Solo somos amigos. Debemos serlos, ya que estoy felizmente prometida.
—¿No te ha preguntado por el anillo? —pregunta Jess, dejando
cuidadosamente un marco de fotografía en el carrito.
—Le dije que necesitaba ajustar el tamaño. —Una excusa terrible,
pero una que él no había cuestionado.
—Aún no puedo creer lo suave que fue tu ruptura. —Se detiene—. En
realidad, da lo mismo. Sí puedo. Si alguna vez me divorcio de Adam, voy a
hacer que Craig maneje todo.
Tiene razón. Mi ruptura con Craig no podría haber sido más pacífica.
No había protestado o gritado. No había habido lágrimas o debate. Había
escuchado mi titubeante intento de discutir mis sentimientos, luego se
acercó al armario y empacó su maleta. Antes de salir de la habitación de
hotel, habíamos discutido nuestra relación hacia el futuro (una relación
cordial) y si él debería contribuir a la factura del hotel (no). No tengo
ninguna duda de que en su perfectamente organizada oficina de casa hubo
un archivo “En caso de que rompamos” completo con una lista de cosas
por hacer. Para el momento en que llegué a los Estados Unidos, tenía una
64 caja en la encimera de mi cocina con todas mis cosas de su casa, junto
con una lista impresa de cosas que me estaba pidiendo. Tenía una tarjeta
de visita sujeta en el inicio de la lista, junto con papeles firmados del
banco en el que quitaba su nombre de todas nuestras cuentas conjuntas.
Le había devuelto sus cosas a la semana siguiente y no había sabido de él
desde entonces.
Me apoyo contra la pared.
—Estoy preocupada de que decírselo a Trey cambie nuestra relación.
Me mira.
—Eso puede no ser algo malo. Él es ridículamente sexy… necesitas
un nuevo hombre… —Se encoge de hombros como si todos los problemas
estuviesen resueltos.
—No es así de simple. Tal vez si fuéramos solo amigos… —Me froto los
ojos—. Pero la compañía nos necesita a ambos. Y él lo sabe. No creo que
nunca vaya a hacer nada conmigo, por miedo a estropearlo.
—Está bien… —dice alargando las palabras, asintiendo a otro
transeúnte y moviéndose por el pasillo—. No estás teniendo ningún
sentido. ¿Quieres tener una cita con el tipo o no?
¿Quiero salir con Trey? Ni siquiera merece la pena considerarlo. No
puedo salir con Trey.
—No. —Logro decir.
—¿No? —Alza las cejas en la forma conocedora que solo una hermana
puede.
—No —repito y esta vez la palabra corta está llena de determinación.
Simplemente se ríe como respuesta.

Él
La morena es una versión más joven de Kate, sus pechos
mostrándose por encima del sujetador balconet6. Miro mientras se apoya
distraídamente contra las almohadas, con una rodilla hacia arriba, una
cadera girada. Un hombre con traje camina hacia delante, deteniéndose
frente a ella.
—¿Qué piensas? —pregunta Kate suavemente. Un foco destella y hay
un chasquido del disparador.
—Es una apuesta. —Me encojo de hombros—. Pero me gustan las
apuestas. —De tal padre, tal hijo.
65
—¿Crees que será demasiado arriesgado para las tiendas? —El
hombre se arrodilla frente a la modelo, la mano sobre su muslo.
—No estoy seguro. Pero a los de marketing les gusta la idea de
sexualizar la sesión. Piensan que pueden lograr que las fotografías se
hagan virales. —Saco el teléfono y actualizo mi correo electrónico.
—¿Esperando todavía el pedido de Neiman Marcus?
—Sí. —Ya estamos completamente financiados esta temporada. De
todos modos, su pedido nacional puede darnos una base firme para lanzar
una publicidad apropiada. Miro el teléfono y me lo meto en el bolsillo.
—A propósito… —Se balancea en los tacones, algo en su postura me
hace detenerme—. Craig y yo hemos roto.
Es tan inesperado que doy un paso atrás, el corazón latiéndome con
confusión, provocado por el entusiasmo y el terror. Trago saliva.
—¿De verdad?
—Sí. Simplemente pensé que deberías saberlo. —Baja la mirada al
sujetapapeles, haciendo una marca en la página—. No es que cambie
nada. Solo…

6 Balconet: Es un estilo de sujetador que tiene el corte de la copa bajo.


—¿Por qué rompiste? —Ella tuvo que dejarlo. No hay forma de que él,
ni ningún hombre, la dejara marchar.
—No lo sé. —Alza los hombros—. Solo sentí que podía estar
cometiendo un error. Y nuestra relación se sentía… —Se detiene y siento
que toda mi alma espera por el final de esa frase—… como una relación de
negocios —concluye finalmente. Entiendo lo que está diciendo, la forma
estéril en la que habían interactuado, el planteamiento formal y ejecución
de cada tarea de Craig, pero, aun así. La elección de palabras me apuñala.
Me fuerzo a acercarme a Kate, para volver a nuestras posiciones de
antes, con la mirada en los modelos, el hombre ahora inclinado sobre la
mujer, sujetándole las muñecas al colchón. Kate se coloca el cabello detrás
de la oreja y atrapo un leve olor de su perfume. Pasa una mano por el
horario de la sesión de fotos y miro el delicado deslizamiento de sus dedos
sobre la página. Está soltera. Mi Kate está soltera. Sin anillo en su dedo,
sin llamadas a su teléfono, nada que me detenga de pasar el brazo por su
cintura y acercarla a mí. Me giro y me alejo, llamando a uno de los
asistentes del fotógrafo y hago que le lleve en medio de la iluminación.
Trabajar con ella durante diez meses, ya ha sido un esfuerzo en mi
fuerza de voluntad. Ahora, con Craig fuera de la ecuación, ¿seré capaz de
66 controlarme? Vuelvo a mirarla, pasando la mirada por su cuerpo,
disfrutando de sus curvas femeninas, su aire casual, la confianza con la
que llama al fotógrafo.
En el bolsillo, me vibra el teléfono, saco el aparato, mi corazón
latiendo con rapidez ante el aviso de llegada de correo electrónico. Neiman.
El tiempo es sospechoso y levanto la mirada al techo, preguntándome si el
gran hombre ahí arriba está intentando mandarme un mensaje.
Abro el correo y paso rápidamente a través de la orden, una sonrisa
tirando de mi boca mientras veo los números de compra. Camino hacia
ella y la rodeo con los brazos, mi pecho contra su espalda, mi barbilla en
su hombro y el teléfono sostenido frente a ella.
—Mira —susurro y lucho contra la urgencia de acercarla más a mí,
presionar las caderas hacia delante, contra su cuerpo, para sentir la curva
de su trasero contra mí—. Mira lo que hiciste.
Se gira, rodeándome el cuello con los brazos, abrazándome
apretadamente.
—Lo que hicimos —comenta y cuando se aleja está sonriente.
Tiene razón. Lo hicimos. Y maldita sea, no puedo destrozarlo todo
ahora.
67
9
Ella
Cuatro meses después

Las Vegas. Gané tres mil dólares en una maquina tragamonedas y


estoy estirada en mi cama, revolviéndome en mi nueva riqueza, cuando
Trey entra. Arquea una ceja en mi dirección y estira su muñeca.
—Necesito ayuda. Estos gemelos son una perra.
Ruedo y me siento derecha en el borde de la cama. Cuando da un
paso al frente, entre mis piernas, lo miro.
—Esto podría ponerse interesante —murmura, con un brillo malvado
en sus ojos. Sus zapatos se plantan en el lugar, su pantalón roza el
interior de mis rodillas.
68 No lo hará. El hombre es un completo coqueto. Coquetea como un
adolescente, luego se aleja y me deja jadeando.
“Hay ciertas líneas que no cruzo, y follar con mis empleados es una de
esas”.
Su línea en mi entrevista se repite en mi cabeza. Después de nuestro
viaje por carretera a San Francisco, investigué sobre Vicka Neece. Como
había esperado, es hermosa, y muy diferente de mí. Rubia en lugar de
morena. Más alta que yo, y delgada en lugar de curvilínea. Tiene ese ceño
sofisticado que nunca he dominado. Y puede ver por qué un hombre la
elegiría. Y puedo ver, en los restos de Marks Lingerie, lo que las relaciones
en la oficina pueden provocar.
No había pensado mucho en eso mientras estaba con Craig, pero en
los últimos cinco meses como mujer soltera, la postura de Trey con la
fraternización me ha atormentado. Y ahora mismo, su cinturón está al
nivel de mis ojos, la hebilla rogando por ser liberado, el cierre por ser
bajado, y todos los misterios de Trey Marks revelados. Mi mano se cierne
sobre el cinturón. Sería tan fácil. Suspiro mientras lo paso por alto, yendo
su manga esperando, mis manos rápidas y eficientes mientras quito el
gemelo. Alzo la mirada hacia él y saco mi lengua.
—¿Por qué es eso? —extiende la otra mano, con una sonrisa
jugueteando en sus labios.
—Tu. Tú y tú ridículo atractivo. —La verdad sale de mis labios antes
de que pueda contenerla. Me muerdo el labio inferior y bajo la mirada al
gemelo, luchando más para sacar este por el agujero.
—Oh bien. Estaba preocupado de estar perdiendo mi toque. —Gira
sus manos, ofreciéndomelas y jalo, poniéndome de pie.
—Nop. No hay de qué preocuparse. —Miro su traje—. ¿Entonces esto
es como una cena?
—¿Estás esperando el buffet? ¿La lotería y sudaderas?
—No me tientes —gruño, pasando a su lado para el baño—. He usado
tacones por, como, catorce horas ahora.
—No tienes que venir. —Se para en la entrada y me mira. Agarro un
trapo y froto mi cara con este, quitando el maquillaje. Miro el espejo, a mi
cara, ligeramente rosa por el agua tibia, y frunzo el ceño. Tal vez no
debería estar sorprendida de que Trey no intente acostarse conmigo. No
cuando me ve de esta forma, en un harapiento pantalón de yoga y una
camiseta que tomé prestada de su maleta sin decirle. Esto es lo que
consigue por tener camisetas que se sienten como gamuza y por reservar
cuartos contiguos. Puede que le esté trayendo éxito a su compañía, pero
no estoy por encima de robarle descaradamente de su maleta—. Conozco a
69 Mira y su esposo —continua—. ¿Por qué no te tomas la noche libre? Pide
servicio a la habitación y una película.
Cierro el agua y lo miro desde el espejo.
—Su esposo posee treinta y siete tiendas por departamento en
California. No me importa si conoces a Mira. Su primera orden, si podemos
conseguirla, será gigante. No te ofendas, pero no dejaré que lo arruines.
—¿Cómo puedo no ofenderme con eso? —Estalla en una carcajada, y
me sigue a mi maleta para tomar mi plancha.
—Es la verdad. —Conecto la plancha—. Y no coquetees con ella.
—Oh… la Kate celosa. Sabía que estabas por ahí en alguna parte.
—No estoy celosa, soy sensata. No sabes cómo eres, lo que le haces a
las mujeres. Le dices algo casual a ella, y su esposo te va a enterrar en el
próximo…
—Kate.
—… y no le importará si…
—KATE. —Da un paso al frente, empujándome contra el mostrador
del baño, la línea de su cuerpo dura, y encajando a la perfección con mis
curvas, una de sus piernas avanza, entre las mías, una tensa línea de
musculo contra el aire que no ha conseguido nada de atención desde Craig
en Hong Kong—. Estará bien. He conocido a su esposo antes. Todo…
estará… bien.
Deja caer sus ojos a los míos y baja a mis labios. Sus manos están
descansando a cada lado de mí, planas sobre el mostrador, enjaulándome,
y me estremezco cuando mueve sus pulgares, el raspar de estos
lentamente acaricia los lados de mis caderas. Puedo sentir el delicado
cambio en el aire mientras exhala, sus ojos trazan la línea de mis labios, y
los mojo preparándome. Debería hacerme a un lado, hacer un chiste,
mencionar la hora. En cambio, cierro mis ojos, levanto mi barbilla, y
espero por su beso.
Escucho su gruñido en el momento antes que se aparta del
mostrador, su cuerpo dejando el mío, mi piel de repente fría sin el calor de
su toque. Abro mis ojos y está ahí, contra la pared del baño, su mano
pasando sobre su boca, luego yendo a su cabello. Pasa a través de la
puerta, y entonces se escucha el golpe de la puerta que conecta, y estoy
sola.
Me apoyo contra el mostrador y dejo salir una maldición.

70
Él
Mis zapatos resuenan contra la baldosa del hotel, un sonido
dominante que me asienta, otra pieza de la apariencia externa del control.
Necesito la ilusión, mientras por dentro, me derrumbo en pedazos.
Mi compañía la necesita.
La necesito.
Y, desafortunadamente, también mi polla.
Y justamente así, es como se destruyen las cosas.
Camino hacia el maître, y espero que no venga a la cena.

Ella
Con el cabello recogido, uso mi mejor traje, un sexy vestido YSL que
Trey me compró en Nueva York. Había gruñido cuando salí del vestidor
con este puesto. Un gruñido muy similar, de hecho, al que había salido de
él en el baño.
Tal vez le gusta torturarse a sí mismo. O tal vez solo puede
satisfacerse solo, y las mujeres solo son peones en su ridículo juego de la
excitación.
Cualquiera que sea la razón, esta cena es muy importante para dejar
que nuestra inapropiada tensión sexual se meta en medio. Paso el puesto
del anfitrión, mis tacones se deslizan con cuidado sobre el duro piso de
madera, y me muevo entre las mesas, buscándolo. En la parte de atrás, en
una elegante mesa para cuatro con vistas a la Strip, sus ojos encuentran
los míos. Se levanta de su asiento, y me acerco a él.

Mira y Edward son de San Diego. Es una abrazadora, y me preparo


cuando envuelve sus brazos alrededor de mis hombros, su altura coloca su
cara incómodamente cerca a mis pechos. Tiene un vestido rojo de corte
bajo, uno que muestra unas curvas impresionantes y piel oliva. No es
tradicionalmente bella, pero tiene la clase de cara que se transforma
cuando sonríe, su energía es contagiosa. Su esposo es más del tipo fuerte
71 y silencioso, un hombre educado quien se para junto a Trey y extiende una
mano educadamente en mi dirección. Es nuestro objetivo; sus tiendas por
departamento el hogar perfecto para nuestra lencería. Estamos en la
ciudad para una exposición, y Edward, aparentemente, ama cualquier
excusa para apostar.
—Trey estaba contándonos todo sobre ti. —Mira se inclina, metiendo
un rizo oscuro detrás de su oreja y bajando la voz como si esto fuera una
especie de secreto—. Dice que solías trabajar en Lavern & Lilly.
—Así es. —Hago una mueca—. No era ni de cerca tan divertido como
trabajar para Marks.
Me lanza una sonrisa comprensiva.
—Oh, eso lo creo. Trabajé con Trey antes. Sé lo bien que mantiene a
sus trabajadores entretenidos. —Roba un camarón del plato de aperitivos
y se gira a Trey—. ¿No es eso correcto, Trey?
Trey intenta mirarla con severidad, una mirada que pierde su impacto
por la curva de su boca.
—No es así, Mira.
Escalofríos llenan mi brazo, y estudio su cara, la forma en que ella le
sonríe antes de hundir el camarón en la salsa. Bajo la mesa, siento la
mano de Trey acomodarse en mi muslo, sus dedos apretando brevemente
en una advertencia que es innecesaria.
—Lo siento. —Sonrío educadamente—. No sabía que trabajaron
juntos.
—Fue en Bloomingdale’s7. —Trey levanta su vaso, los cubos de hielo
moviéndose en el líquido ámbar—. Mira trabajaba en el departamento de
contabilidad.
—Seduje al pobre chico —interrumpe pomposamente, sosteniendo su
copa de vino hacia su esposo, quien levanta la botella. Miro el vino tinto
servirse, y me pregunto exactamente con cuántas empleadas de
Bloomingdale’s se acostó—. Y, honestamente, no tuvo oportunidad.
—No era exactamente un chico, Mira. —Trey se reclina, con su brazo
detrás de mi asiento, las puntas de sus dedos rozando mi espalda—. Tenía
veinticuatro, igual que tú.
—Era mucho más sabia que mi edad. —Se gira a su esposo, quien
parece completamente despreocupado sobre su historia—. ¿Verdad, bebé?
—Todavía lo es. —Él se inclina hacia adelante, dejando la botella de
vino—. Es por eso que te llevas tan bien conmigo. Soy inmaduro y tú eres
muy madura.
Ella frunce el ceño, Trey se ríe, y siento una combinación de celos y
72 confusión. Levanto mi bebida y lanzo otra mirada hacia Mira, esta es más
fija. He visto un montón de las citas de Trey, la mayoría son de piernas
largas que no se preocupan a sí mismas con rupturas, cabello débil, y
kilos extras. Pero Mira… es una mujer de verdad, una cuya nariz es muy
grande para su cara, sus rasgos son bonitos, pero no arrebatadores, la
forma de su cuerpo uno que podría comprar fácilmente en Lane Bryant tan
fácil como en Sacks. Ella me mira y sonríe, y su fácil confianza es
abrumadora. Trago un sorbo de mi mojito y busco algo que decir.
—Edward, ¿también conociste a Mira en Bloomingdale’s?
—Así es. —Tiene líneas de una sonrisa en sus ojos, su cabeza es una
gruesa pila de cabello gris plateado. Está por sus cincuenta, con la misma
clase de constitución de Craig. Probablemente era un nadador, o ciclista—.
Era mi gerente contable.
—¿Cuánto tiempo estuviste en Bloomingdale’s? —preguntó a Mira.
—Dios, dos años. Los dos años más largos de mi vida. Pero oye… —
abraza el brazo de Edward—, valió la pena por este paquete de sexualidad.
—Mira a Trey—. Demonios, construir relaciones fue el único beneficio de
ese lugar, ¿verdad?
Él se mueve en su asiento y noto su tensión, el rígido movimiento de
su dedo en su cuchara, la forma en que se aclara la garganta.

7Bloomindale’s: es una cadena de tiendas por departamentos de lujo en los Estados


Unidos operada por Macy's, Inc.
—¿Han ido a Aspen este año?
Se inclina hacia adelante, y se lanza a una larga y un poco graciosa
historias sobre su viaje de esquí. Corto mi filete y miro a Trey,
preguntándome por su tensión, el abrupto cambio de conversación. Él me
mira y lo veo a los ojos, con una pregunta en la mirada. ¿Qué está
pasando?
Aparta la mirada. Tal vez es solo el comentario de Mira, la delgada y
velada referencia a Vicka y su relación. Pero parece algo más. Él no me
había querido en absoluto en esta cena. Veo a Mira y me pregunto si hay
algo más que me estoy perdiendo. Mira me sonríe, y me doy cuenta de que
la mesa está en silencio, todo el mundo me mira de esa forma expectante
que sigue una pregunta. Trago un trozo del filete.
—Lo siento, ¿cuál era la pregunta?
—Edward se va esta noche, vuelve a casa por una reunión. ¿Estaba
preguntando si podías mostrarme tus nuevas colecciones en la mañana?
—Claro. —Sonrió, ignorando la dura presión del tobillo de Trey contra
el mío—. Me encantaría. Tal vez podríamos ir a almorzar a Lago y verlo allí.
—Podría ir con ustedes. —Trey se inclina, y coloco el tacón de mi
73 stiletto cerca de su zapato, su pie rápidamente se aparta.
—No es necesario. —Lo miro—. Puedes ir a hacer las cosas de
hombres. Máquinas tragamonedas y lo demás. Déjanos tener un rato de
chicas.
Mira se ríe contra su copa de vino y Trey me sonríe ligeramente, con
un notable tic en su mejilla. Tomo un gran sorbo del merlot y me pregunto
de nuevo, de qué diablos está tan preocupado.
10
Él
Las manos de Mira agarran los hombros de Kate y besa su mejilla,
sonriendo cálidamente y prometiendo verla mañana al mediodía. No hay
manera en el infierno de que el almuerzo esté sucediendo, pero voy a
tomar eso con Mira esta noche, una vez que la lleve lejos de Kate. He
envejecido cinco años durante esa cena, mi corazón en mi garganta cada
vez que Mira tan solo abrió su boca. Había olvidado cuánto, sin una polla
en su boca, habla. Arreglaré ese problema esta noche.
Me alcanza, y acepto su abrazo, no reaccionando cuando susurra su
número de habitación en mi oído. Me aparto de ella y extiendo una mano a
Edward, su sonrisa cordial.
—Ten un vuelo seguro —digo.
74 —Desde luego. Espero verte de nuevo pronto. —Suelta mi mano, y
nos separamos. Me vuelvo hacia Kate y tomo su mano, nuestro adiós
involucrando otra ronda de saludos antes de que vayamos a través del
restaurante y al casino—. ¿Quieres jugar algunas tragamonedas? —Miro
las mesas de blackjack, donde Mira y Edward se dirigen.
—Claro —responde alegremente—. Mientras tú estés pagando.
—Por supuesto. —Coloco mi mano en la parte baja de su espalda,
forzándome a no acariciar la piel allí, mis pasos enérgicos hasta llegar a la
sección privada de las tragamonedas de alto límite. Hago una pausa,
metiendo la mano en mi billetera, y soy detenido por la mirada severa de
Kate, su alegre sonrisa ida. Huelo una emboscada antes de que incluso
abra su boca.
—Tú, idiota con una polla. —Ella cruza sus brazos sobre su pecho y
se inclina contra la máquina tragamonedas más cercana.
Miro de nuevo a mi billetera, sacando unos cuantos cientos y
comprándome un segundo para pensar. Cierro mi billetera y la meto en mi
bolsillo.
—¿Qué? Te dije que la conocía.
—¿La conocías? Sí, eso es un poco de un eufemismo. ¿Cogiste a todos
en Bloomingdale’s?
Eso le gana una sonrisa, mis ojos tomando un viaje codicioso por su
cuerpo, persistiendo en la forma en que su vestido se adhiere.
—He logrado una cierta moderación a veces.
—No lo hagas —advierte, y Dios, me encanta cuando se pone
nerviosa.
Me vuelvo hacia la máquina tragamonedas más cercana, alimentando
un billete en la máquina en un intento de evitar tocarla.
—Fue hace mucho tiempo. Está casada ahora. ¿Qué diferencia hace?
—Su matrimonio no le impidió que te follara con los ojos a través de
la mesa.
La miro, a continuación, presiono el botón y veo los carretes girar.
—Fácil, Kate. Tus celos se están demostrando.
Ella gruñe.
—No estoy celosa, soy inteligente. Nuestro cliente es su marido. ¿Eres
demasiado estúpido para darte cuenta de que no va a abastecer nada de
alguien a quien su esposa se siente atraída?
—Creo que estás equivocada. —Me acerco y agarro su mano, tirando
75 de ella hacia la máquina, su linda lucha de una manera que me pone duro
como una roca—. Deja de luchar contra mí. No te estoy jodiendo contra los
carretes. Solo quiero que presiones el botón. Dame un poco de dama de la
suerte. —Deslizo mi mano encima de la suya y suavemente empujo, la
máquina cobrando vida. Ella detiene su lucha, observando el rollo de
luces, y se desploma ligeramente cuando se presentan no coincidentes.
Ella se va a alejar, y me acerco, atrapándola, mi pecho contra su espalda,
su culo contra mí de una manera que enciende mis sentidos en llamas—.
Un poco más —hablo contra su nuca, su cabello me cosquillea mi nariz,
mi boca lo suficientemente cerca para que, si quisiera, pudiera volverla
loca con solo el cepillo de mis labios contra esa piel. Mi mano todavía sobre
la suya, le doy un poco de presión, usando la excusa para empujar contra
su cuerpo, mi polla presionando a lo largo de la curva perfecta de su culo,
ella inhala, uno que voy a reproducir cientos de veces—. Mira —ordeno.
—Estás demasiado cerca de mí —dice, y su voz es ronca, toda jodida
mujer en cada sílaba de las palabras.
—¿Quieres que retroceda? —presiono el botón debajo de su mano,
mis caderas empujando de nuevo, y ella retrocede contra mí. Dios, ella
sería tan fácil de complacer. En cinco minutos, podría hacerla mía. En diez
minutos, me llamaría su dios. En veinte, podría proponerme y me rogaría
por toda una vida más—. Dime, Kate. Dime y te daré todo el espacio que
quieras. —Su mano se mueve debajo de la mía, empujando lentamente el
botón, su culo arqueándose contra mí, y cierro mis ojos con reverencia,
enviando un agradecimiento al Dios que creó esta mujer perfecta. Ella se
pone rígida, y abro los ojos, casi cayendo hacia delante mientras gira hacia
mí, toda la sexualidad desaparecida de sus ojos, y me estremezco cuando
chilla, sus brazos vuelan al aire.
—¡GANAMOS! —grita, y si eso es todo lo que se necesita para sacar a
una mujer debajo de mi toque, tengo que subir mi jodido juego.
Doy un paso atrás echándole un vistazo a la máquina tragamonedas,
que muestra un trío de cofres de tesoros.
—Genial —murmuro, observándola girar hacia la máquina, con la
barbilla inclinada hacia atrás, levantando el dedo mientras encuentra el
premio.
—¡Mil créditos! —chilla de nuevo, su voz en un tono de esos
enfrentamientos de gatos frecuentes—. ¿Cuánto es un crédito?
Veinticinco—Trey, ¡¡¡ganamos veinticinco mil dólares!!!
—Yupiii —digo con sequedad, y daría todo eso para que su trasero
estuviera de vuelta a donde pertenece, al ras de mi polla. Fulmino con la
mirada a la máquina, que parpadea y vibra con irritante alegría.

76

Habitación 1472. Me paro en las puertas dobles y contemplo mis


opciones. Mira no es el tipo de sexo dominante en una venta, ella tendrá a
Edward para lo que queramos, a pesar de las actividades de mi polla, o la
falta de ella. Ciertamente puedo rechazar su oferta, pero eso sería un poco
ridículo, dado las escasas veces en que nuestros caminos se cruzan. No he
estado con ella en dos años, nuestra última vez en San Diego, tres horas
en todas las posiciones conocidas por el hombre. Ella es mi solución fácil,
la clase no complicada que nunca saca una pistola y roba mi coche. Miro a
su puerta y considero, una última vez, regresar a mi habitación, una
sesión de masturbación y noche en vela, toda una pared delgada aparte de
Kate. Gimo y me estiro hacia delante, golpeando rápidamente la puerta,
antes de que pueda cambiar de opinión.
Una liberación será buena para mí. Alejará mi mente de ella. Se
descargará mi sistema y me recordará todas las razones por las que Kate y
yo no podremos-tampoco-resultar.
La puerta se abre y Edward se queda allí, con la chaqueta y la corbata
sueltas, las mangas de la camisa enrolladas, los pies descalzos sobre la
alfombra de felpa.
—Trey. —Retrocede—. Entra, Mira nos espera.
Dos horas más tarde, cierro la puerta de la suite y camino por el
pasillo, mi chaqueta sobre mi brazo, mi camisa arrugada de sus uñas, un
botón casi cayendo. Examino el hilo suelto y sonrío, sacudiendo la cabeza
al pensar en ella. Dios, me olvidé de la demonio que es, cómo puede saltar
sobre tu cuerpo y montarte como un maldito toro. Paro en el ascensor y
presiono el botón de mi piso, cogiendo mi reflejo en las puertas metálicas.
Luzco como un desastre. Me acerco a él, inclinando mi cabeza hacia un
lado para examinar el chupetón que corre a lo largo de mi clavícula.
Levanto mi cuello y frunzo el ceño, la marca no está totalmente oculta.
Maldita mujer. Tendré que abotonarme y llevar corbata mañana.
Estoy sonriendo mientras camino en mi piso, mi mente en un lugar mejor
de lo que había estado dos horas antes. Ese es el valor de Mira y Edward,
incluso más que los orgasmos. Ellos son un recordatorio de que no hay
nada malo en mí, que todos somos adultos consientes que disfrutan del
placer, en cualquier forma que trae más de él. Si a Mira le gusta conseguir
77 dos, cuatro o diez pollas a la vez, eso es asunto suyo y de nadie más. Si me
gusta que un marido me vea follar a su esposa, o me gusta competir por
los orgasmos, ¿por qué la sociedad debería juzgarme por ello?
Lo entiendo, sin embargo. Entiendo el estigma, el retroceso de la
mente cuando se enfrenta con la idea. Demonios, la primera vez que Mira
me montó, si no hubiera estado caliente como el infierno, y dos veces tan
borracho, probablemente habría corrido hacia otro lado. Pero solo había
vuelto por más, pensando en follarla delante de una audiencia, frente a
otro hombre, que la quería tanto o más, que yo. La competitividad de la
misma es un afrodisíaco, tan intenso que el sexo normal puede palidecer
en comparación. El sexo normal ha, desde hace tiempo, palidecido en
comparación.
Me detengo enfrente de mi habitación, y cavo en mi bolsillo por la
tarjeta llave, deslizándola a través de la cerradura y abriendo la puerta,
buscando el interruptor de la luz y deteniéndome. En mi cama, enroscada
en una bola, su cabello oscuro extendido sobre mi almohada, está Kate.
Un mando a distancia cuelga lánguidamente de su mano, su rostro
iluminado por la pantalla, un espectáculo en blanco y negro pasando.
Cierro silenciosamente la puerta y paso al baño, cepillándome los
dientes y cambiando de ropa. Considero la ducha y decido esperar,
necesitando que Kate regrese a su cuarto antes de que mi polla vuelva a la
vida. Me pongo el pantalón de entrenamiento y busco mi camiseta,
frustrado mientras busco en la maleta. Me estoy volviendo al armario
cuando veo mi camisa en ella, la tela azul brillante fuerte contra las
sábanas blancas. Sonrío a pesar de mí mismo, caminando y tomando
cuidadosamente el control remoto antes de apagar la televisión, la
habitación oscureciendo.
Retiro las sábanas y deslizo mis manos debajo de ella, recogiéndola en
mis brazos, su cuerpo cayendo lánguidamente contra mi pecho desnudo.
Robo un momento y me inclino, inhalando su olor, una de jabón y flores
frescas, una combinación que he conseguido de husmear, pero nunca
completamente he probado. Paso lentamente por la puerta abierta, hacia
su cuarto débilmente iluminado, y me dirijo hacia su cama, las sábanas ya
retiradas y esperando por ella. Me detengo, mirando hacia abajo en la
cama, todavía no listo para dejarla ir, todavía no listo para separarme. Tal
vez debería haberla dejado en mi cama. Tal vez debería haberme postrado
a su lado y acurrucado contra su cuerpo. Podría estar allí, mi cuerpo
presionado contra el suyo, justo ahora. Podría pasar toda la noche con mi
boca contra su hombro, y sus piernas contra las mías. Casi retrocedo, pero
no lo hago. No se siente bien, haciendo eso esta noche, no cuando he
pasado horas con Mira y la he dejado aquí sola.
Siento su agitación y miro hacia abajo, mirando sus ojos abrirse, el
movimiento lento de ellos mientras buscan en la oscuridad y encuentran
78 mi cara. Sonríe, y mis brazos se aprietan a su alrededor.
—Soy pesada —susurra.
—Nah.
—¿Cuánto tiempo llevas parado aquí, mirándome?
No puedo detener la sonrisa que se extiende sobre mi cara.
—Es espeluznante, ¿verdad?
—Totalmente espeluznante. —Se mueve, acurrucándose contra mí, su
mano cerrándose contra mi pecho. Sus ojos caen a la piel desnuda, luego
se mueven de nuevo a mi cara—. Estás desnudo. —Dice la palabra con un
orgullo maligno, como si fuera un niño pequeño que acaba de atrapar a un
adulto portándose mal y no puede esperar a contarle a alguien.
Sacudo la cabeza.
—Siento decepcionarte, pero estoy usando pantalón. Simplemente no
pude encontrar mi camiseta. —Estrecho mis ojos en ella, y luego
intencionadamente dejó caer la mirada hacia abajo a la camiseta.
Sus ojos vagan por mis hombros, y sonríe.
—Me disculparía, pero estoy disfrutando de las repercusiones de mi
crimen. —Me da palmaditas en el pecho—. ¿Cuánto tiempo planeas
retenerme?
Miro hacia la cama.
—No mucho más. —Me inclino y la extiendo sobre la cama, sonriendo
mientras se mete en mi cuello, su inhalación profunda no muy diferente a
la mía. La coloco suavemente en el colchón y me enderezo, mis brazos
deslizándose a través de los suyos, cuando su agarre se aprieta sobre mi
antebrazo, sus ojos pasando de somnolientos a agudos.
—¿Trey? —Mi estómago se aprieta de la manera acusatoria que dice
mi nombre—. ¿Por qué hueles al perfume de Mira?
Me encuentro con sus ojos, y en esa conexión, ella lo sabe. No lo sabe
todo, pero sabe que la follé, y eso es suficiente.

Kate se empuja fuera de mis brazos, deslizándose a través de la cama,


al otro lado.
—Kate —ruego. Esto es malo. Esto es jodidamente malo, empeorado
porque no puedo explicárselo.
—Cállate —espeta, sus manos tirando de la sábana, cubriéndose
79 como si estuviera desnuda—. Yo… —Mira hacia otro lado—. Literalmente
no tengo nada que decirte.
—No significó nada. —Presiono los dedos de mi mano en mi frente,
frotando los puntos de tensión allí. ¿Por qué no tomé una puta ducha?
Pero la respuesta a eso es fácil: Kate Martin estaba en mi cama.
—¡Eso lo hace aún peor! —Sus ojos se ensanchan, y en ellos, la veo
herida—. ¿Y si Edward lo descubre?
Edward se agacha, agarrando su barbilla y levantándola, sus ojos se
encuentran con los suyos, la roca de su cuerpo no detiene su contacto
visual.
—Dime —ordena—. ¿Te gusta cómo te folla?
—Sí, señor. —Jadea, y él sonríe, bajando la cremallera de su pantalón.
—Edward no va a descubrirlo. —Edward sabe, quiero gritar. Deja de
preocuparte por el trabajo, o nuestro precioso pedido. Todo está bien. Tengo
un breve momento de locura, uno donde quiero contarle todo, tratar de
explicarlo todo. Pero no lo hago, no puedo. Este no es mi secreto para
contar. Hay otras vidas involucradas, otras reputaciones en juego. ¿A Mira
le importaría? Probablemente no. Pero ese no es mi llamado a hacer. E
incluso si lo fuera, ¿podría decírselo a Kate? ¿Podría decirle realmente que
Edward y yo nos turnamos con Mira? ¿Qué le retuvo el cabello y le dijo que
mamara mi verga?
No puedo. No hay manera. Las lágrimas salen de las esquinas de sus
ojos y siento un pedazo de mí romperse.
—Maldita sea, Kate —digo suavemente—. Solo olvídalo. Por favor.
Rueda sobre la cama, de espaldas a mí.
—Vete, Trey. Solo déjame dormir.
Dejarla es lo último que quiero hacer. Necesitamos discutir esto,
hablar de esto, regresar a nosotros. Pero es difícil hablar de ello cuando no
puedo explicar mis acciones, mis motivaciones. No tengo nada que decir,
ni defensa que dar. Retrocedo un paso, luego otro. Espero un largo
momento en la puerta, considerando lo que esto hará a nuestra relación,
lo que esto significará. No se da la vuelta, y cierro la puerta contigua, el
acto se siente casi ceremonial en su división de nosotros.
Tal vez esto es todo, la muerte de nuestras posibilidades. Tal vez
necesito este recordatorio de las diferencias entre ella y yo, de todas las
maneras en que —incluso sin la compañía que nos divide— nunca
funcionaríamos. Tal vez debería usar esta excusa, esta oportunidad, para
alejar mentalmente.
Ella nunca aceptará lo que pasó entre Mira, Edward y yo. Trago esa
80 realidad y me dirijo a la ducha, ansioso por lavarme todo.
Si esta noche fuera lencería, sería caro, el tipo que parece que vale la
pena el precio, pero no lo es, el tipo que deja tu billetera vacía y tu mente
jodida.

Ella
Es oficial. El pene del hombre solo sabe cometer errores estúpidos.
Primero esa loca ladrona, y ahora esta, una mujer casada. Apuesto a que
Edward ni siquiera estaba fuera del hotel antes de que Trey llamara a su
puerta. ¿Siquiera había pensado en mí? Se podría pensar que, si el
hombre iba a destruir todo, al menos podría haber mirado hacia mí, al
menos me hubiera considerado antes de arriesgar la ira de nuestro cliente,
durmiendo con su esposa.
Descanso en la habitación oscura, agarrando una almohada contra
mi pecho, y escuchando el chasquido del aire acondicionado mientras se
enciende. Mi corazón galopa contra mi pecho, mis brazos se aprietan
alrededor de la almohada, y quiero gritar, pero en su lugar, solo gruño. Me
digo que no son celos, pero lo son. Son celos, y lamento, y meses de
frustración sexual. ¿Por qué ella? ¿Por qué no una prostituta de Las
Vegas, o una turista sexy? ¿Por qué arriesgar esta cuenta, una que
necesitamos, todo para follar a una exnovia? Si él es tan arrogante acerca
del riesgo para la compañía, entonces ¿por qué no salir conmigo?
Ruedo sobre mi espalda y fuerza mis brazos a relajarse, a
desplomarse de nuevo en el colchón. Mi mente se relaja ligeramente. Tal
vez sea porque, a pesar de todo su coqueteo, y nuestra química latente, yo
no soy su tipo. Tal vez toda mi tensión sexual es unilateral, y él actúa en
un mundo puramente platónico donde coquetea por pura diversión, y es
ajeno a las fantasías delirantes de mi hambriento deseo sexual. Considero
llamar a su puerta y solo preguntárselo, de plano, que se explique, pero
abandono el pensamiento. Mis nervios están demasiado deshilachados
para tener esa conversación cara a cara, en un ambiente donde todas mis
reacciones y emociones serán vistas. No hay manera de jugar a la fresca
chica distante en ese escenario. Me doy la vuelta, tomo mi teléfono y
redacto un mensaje.
¿Te sientes atraído hacia mí?
Se supone que las mujeres no deben hacer preguntas como esas.
Debemos ser perseguidas; siempre debemos conocer nuestro poder. Pero
yo no lo hago. Y necesito saber. Él es mi mejor amigo, y no deberíamos
81 tener que andar de puntillas sobre nuestros sentimientos. Deberíamos ser
capaces de tener una discusión racional y abierta sobre esta cosa
ridículamente enorme que ha estado dominando mis procesos de
pensamiento de repuesto por los últimos... infierno... incluso antes de que
Craig y yo termináramos.
Mi teléfono emite un pitido y lo recojo de la colcha.
Tan devastadoramente.
Miro fijamente a la respuesta, mi corazón tirado entre la euforia y el
miedo, una avalancha de nuevas preguntas surgiendo. Las recorro y
espero a que me haga la misma pregunta, pero el teléfono permanece
oscuro. ¿Debería decirle que siento lo mismo? No. No puedo. Ruedo en mi
espalda y escribo vacilante la siguiente pregunta, leyendo varias veces
antes de presionar enviar.
Entonces, ¿por qué no estamos juntos?
Coloco el teléfono en mi pecho y miro el techo. Parte de mí se
arrepiente de haber dicho esto. ¿Y si quiere empezar una relación?
¿Incluso quiero eso? Lo conozco desde hace catorce meses, y no ha tenido
una novia estable durante todo ese tiempo. ¿Sería buen material de novio?
¿Puede ser fiel? ¿Es romántico? Demasiadas preguntas sin respuestas.
Recojo mi teléfono y compruebo que mi mensaje fue entregado. No debe
tomar tanto tiempo para responder, para proporcionar una respuesta
simple a una pregunta tan importante. Cierro los ojos e intento relajarme,
concentrándome en mis pies y moviendo lentamente mi cuerpo, relajando
un grupo de músculos a la vez, con los brazos sueltos y elásticos para el
momento en que mi teléfono finalmente suena. Lentamente ruedo a mi
lado y levanto mi teléfono, leyendo su respuesta.
Demasiado en riesgo.
La brevedad de ello me irrita, como si no tuviera la energía para
entrar en mayor detalle. Pero en esas tres palabras, entiendo su postura.
Es la misma lógica que me he dicho cientos de veces. Fue por este camino
con Vicka, y su compañía se había hundido como resultado. Salir con Trey
podría arruinar el progreso de Mark´s Lingerie, por no mencionar nuestra
amistad. De alguna manera nuestro vínculo parece imperturbable. De otra
manera, parecemos tan frágiles como el vidrio. Nadie más puede hacerme
daño así. La opinión de nadie más es tan importante. Nadie más puede
romper mi corazón tan fácilmente como él podría remendarlo.
Si él piensa que hay demasiado en riesgo, entonces bien. Puedo
cruzar a Trey Marks de mi lista de prospectos y volver a sumergirme en el
mundo de las citas. Puedo encontrar a alguien más, alguien mejor para
mí, alguien sin consecuencias. Puedo encontrar una relación que, si
termina, no destruirá cualquier otra parte de nuestras vidas.
82 No necesito a Trey en mi cama, como mi novio. Puedo ser feliz
teniéndolo en cualquier otro lugar.
No sé si es una mentira o no, y en este momento, no me importa.
Envuelvo mi mano alrededor de mi teléfono, lo deslizo bajo la almohada, y
cierro mis ojos.

Me despierto con una nota de Mira, una que deslizó bajo mi puerta,
su escritura grande y florida. En ella, cancela nuestro almuerzo, lleno de
disculpas y promesas de encontrarme en un futuro viaje. La nota esta
adjunta a una orden de compra, una que Trey debe haber preparado, la
unidad cuenta lo suficiente como para hacer nuestro trimestre, si no
nuestro año. Ruedo los ojos y lo tiro a la cama.
Hay un golpe en la puerta contigua y la abro, dándole a Trey una
sonrisa apretada y volviendo a mi maleta, la cremallera difícil. Él empuja
hacia abajo la tapa y yo la cierro.
—Gracias.
—Claro. —Él está en caquis y un polo, el algodón azul brillante
resaltando su bronceado. Este es el Trey de club de campo, el look formal
que solía excitarme, el exterior pulcro y tan fácilmente retorcido con solo
una mirada ardiente. Solía ponerme ardiente. Hoy soy una mujer nueva,
una perfectamente contenta en mis papeles de mejor amiga y director
creativa, una que no se pregunta cómo se ve desnudo, o de lo que esa
deliciosa boca es capaz de hacer.
Camina hacia la cama, estirando una mano y recogiendo los objetos
de Mira.
—¿Qué es esto? —Voltea por encima de la página, con la cabeza
cayendo mientras lee—. Creí que me estaba enviando esto.
—¿Viste la nota? —digo alegremente—. Ella canceló nuestro
almuerzo.
—Sí. Yo se lo dije. —Él me mira—. Pensé que no querrías comer con
ella después de... —Hace una mueca—. Ya sabes.
—Oh sí. —Sonrío de nuevo, y sus ojos se estrechan—. Lo sé. —Doy un
paso adelante y arranco las páginas de vuelta—. Hubiera estado bien
almorzando con ella. No te necesito corriendo y reordenando mi horario.
—Lo siento. —Él no suena que lo sienta. Suena inquieto, lo que me
hace ridículamente feliz. Puedo hacer esto. Puedo ser la chica genial, la
83 amiga que no le importa que su amigo, su jefe, esté devastadoramente
atraído por ella. Puedo rodar mis ojos a sus payasadas putas y salir y
casarme con otro príncipe encantador. Podemos construir esta compañía,
ser amigos, y puedo tener sexo ardiente y bebés que no tienen nada que
ver con Trey Marks.
Puedo tenerlo todo. Puedo. Lo haré.
Me mira y lo miro, y si me besa ahora mismo, me desmoronaría bajo
su toque.
Él sostiene la mirada, y yo miro hacia otro lado, asustada de lo que
mis ojos puedan mostrar.
11
Ella
Cuatro meses después, encuentro a mi príncipe en una cafetería del
centro de la ciudad. O, mejor dicho, él me encuentra.
—¿Kate? —Miro hacia arriba y trago el sorbo de café, mis ojos
lanzándose por encima de todos los detalles.
Cabello castaño suave, sin producto.
Pálidos ojos verdes, del tipo que sonríen. Lleva gafas, e
inconscientemente toco las mías, contenta de haberme saltado los de
contacto hoy.
Sus características son como se anuncian, un perfil clásico resaltado
por dientes rectos, perfectos y una nariz adorablemente torcida.
84 Un suéter azul, la tela ceñida alrededor de una estructura varonil, su
altura lo suficientemente alta como para que pueda usar tacones y seguir
siendo más pequeña.
Me levanto y extiendo una mano.
—Hola. Debes ser Stephen. —Nos estrechamos la mano, y es un buen
apretón de manos, firme pero no de negocios, sus manos suaves y cálidas,
todo sobre él tranquilizadoramente conservador—. Por favor siéntate.
Saca el asiento opuesto y se instala en él, y hay un momento de
silencio incómodo, uno en el que bebo mi café y él endereza sus gafas, y no
puedo, por mi vida, pensar en una sola cosa para decir. Nuestros ojos se
encuentran, él sonríe, y yo me río a pesar de mí misma.
—Esta es mi quinta cita a ciegas —admite—. Pensarías que ya habría
aprendido algo aparte de mi nombre para ahora.
—Mi octavo. —Sonrío—. Parece que te bañaste recientemente, así que
no tienes que decir nada. Ya estás por delante del resto. —Es una mentira,
y él lo sabe, pero se inclina hacia adelante y la conversación empieza a
fluir.
—¿Así que trabajas en el comercio minorista? —Mete las manos en
sus bolsillos mientras caminamos, con la cabeza baja, el oído inclinado
hacia mí.
—Algo así. Trabajo para una empresa de prendas interiores.
Suministramos a las tiendas minoristas y algunas cadenas de alta gama.
—Prendas interiores. ¿Cómo ropa interior, medias?
Asiento, tirando de mi cabello en una coleta baja.
—Sí. Menos medias y más de los artículos delicados. Sujetadores,
bragas, ligueros, babydolls. Las cosas más sexys. Nuestras líneas son
bastante provocativas.
Trey habría hecho un comentario astuto, habría hecho un cumplido,
pero Stephen solo asiente, su rostro una máscara de concentración.
—¿Y qué haces por la compañía?
—Modelo.
La broma cae plana, y él solo asiente, como si lo dijera en serio, como
si hubiera alguna posibilidad de que mi cuerpo estuviera en una portada.
—Estoy bromeando —me apresuro—. Soy la directora creativa; soy
85 responsable de la visión general y la ejecución de la misma. —Siento la
explosión de orgullo que viene cada vez que digo mi título.
—Eso está bien. —Tomamos el camino hacia el parque, un dosel de
árboles proporcionando un descanso del sol. Su brazo rozo el mío, un
recordatorio de dónde estoy y con quién estoy. No Trey, que está
acostumbrado a mis largos períodos de silencio, pero este hombre,
probablemente piensa que soy rara. Estoy tratando de pensar en algo que
decir cuando habla—. ¿Cuánto tiempo has estado allí?
Me relajo un poco.
—Un año y medio.
—¿Lo disfrutas?
—Lo hago —digo honestamente—. Trey es muy bueno para trabajar.
Nos llevamos muy bien.
—Eso es bueno.
Le pregunto qué hace, y aprendo que es un cirujano oral. Un dentista
de lujo, como él dice. Viaja dos días a la semana, tiene un perro rescatado
y una madre en Chula Vista. Nos encanta el sushi y odiamos Star Wars.
Ambos somos entusiastas de Words With Friends y, a menos que mal
interprete la mirada en sus ojos, queremos vernos de nuevo.
Terminamos nuestra caminata en el estacionamiento. Delante de
nosotros, mi brillante convertible Mercedes rojo se sitúa, un regalo de Trey
cuando alcanzamos el objetivo de ventas del año pasado. Él busca en su
bolsillo y un nuevo Volvo SUV emite un pitido.
—Ese es mío.
Se vuelve hacia mí y sonríe. Es una bonita sonrisa, una cálida y
amable. Da un paso adelante y mi corazón se acelera. Un beso. Mi primer
beso desde Craig. ¿Recuerdo cómo hacerlo correctamente?
Extiende una mano.
—Gracias por encontrarte conmigo. Y por no ser una asesina serial.
Me río y tomo su mano.
—Concuerdo. En realidad, estaba planeando ser una asesina serial,
pero decidí no hacerlo. Mi día está un poco lleno. Reuniones. —Sonrío y
creo que él puede decir que estoy bromeando.
Retrocede y dice adiós con la mano.
—Te llamare. Si eso está bien.
—Lo está. —Le devuelvo el adiós, y espero a que se gire, para alejarme
antes de buscar en mis bolsillos por mis llaves.

86

—¿Le dijiste que eras una asesina serial? —El viento agita los papeles
en la mano de Trey, y miro hacia ellos con preocupación.
—¿Podemos entrar? —pregunto—. Vas a perder algo.
Él empuja la puerta abierta con su pie, sosteniéndola en su lugar
mientras me deja pasar.
—¿Eso es lo que usaste?
—No, fui a casa y me cambié —digo con brusquedad—. Sí, esto es lo
que me puse. Es bonito. —El traje en cuestión, un sastre de Jones New
York, uno que había emparejado con un top con escote en forma de
corazón. No era el traje más casual de primera cita, pero me había reunido
con Stephen en medio de un día laborable. Un mini vestido no había
parecido apropiado.
—Sí —está de acuerdo, cerrando la puerta, el viento calmándose, el
sonido de deportes procedentes de otra habitación—. Es bonito. Vamos a
la cocina.
Me quito la chaqueta de mi traje y la cuelgo por encima de la
barandilla de su escalera, apartando el cabello de mi cuello y siguiéndolo
hasta la cocina, donde se sienta sobre un taburete y da la vuelta a la
primera página del contrato.
—No quieres vestirte bien cuando vas a una cita, Kate.
—Lo siento —respondo con brusquedad—. No todos podemos trabajar
desde casa durante los playoffs. —Abro su refrigerador, agachándome
hasta el cajón inferior, donde guarda mi Coca Cola de dieta. Agarro una y
cierro el cajón con mi pie, cerrando la puerta con el codo antes de girar
hacia él. Sus ojos subiendo rápidamente a mi rostro.
—¿Me trajiste una?
—¿Una Coca de dieta? —Levanto las cejas. Él no bebe de dieta. Más
que eso, se burla de cualquier hombre que lo hace.
—Hay unas regulares en el mismo cajón. Debajo de las tuyas.
Abro la puerta y me doblo de nuevo, buscando a través de la fría pila
de botellas, frustrada cuando no puedo... Miro sobre mi hombro y veo a
Trey acomodado en el taburete, un pie en el taburete contiguo, sus ojos
fijos en mi culo. Me enderezo y sus ojos saltan a los míos.
—¿Qué? —pregunta.
—No tienes ninguna regular allí.
87
—Quizá estén en el otro cajón, a la izquierda. Pero arquea tu espalda
esta vez. Y gime un poco.
Tiro mi lata de Coca Cola de dieta en su cabeza, y él la toma, con una
sola mano, una sonrisa maliciosa iluminando su rostro.
—¿Qué? ¡Tengo sed!
—Estoy segura de que lo tienes —refunfuño, pateando la puerta para
cerrarla y apoyándome contra el mostrador—. Debería demandar tu culo
por acoso sexual.
—Lleva ese traje en la corte y nadie te creerá.
—No es tan malo. —Lo fulmino con la mirada y le robo mi soda de
vuelta, golpeando la tapa antes de abrirla.
—¿Qué hay debajo?
Lo ignoro y empujo el contrato hacia adelante.
—Firma esto para que pueda dejarte en paz.
—Bien. Ven aquí y explícame. —Él baja su pie del otro taburete y lo
saca, su mano rebuscando en el cajón superior de la isla por una pluma.
Trey Marks tiene varios lados, pero su modo de negocio es el más
atractivo. Es la seriedad que toma su rostro, el tono sombrío, esa lisa
lengua que entrega palabras como deshuesar, mirilla y tanga sin vacilar.
Me he aprovechado de ello, abasteciendo nuestras reuniones de
compradoras femeninas, sus reacciones similares a las mías, toda la
habitación una gran explosión de estrógeno cuando mete sus manos en los
bolsillos y se pasea.
Ahora, me muevo a su lado de la isla y me poso en el taburete,
inclinándose hacia adelante y tirando de la portada de nuevo en su lugar.
Apenas he comenzado mi explicación cuando siento la punta de su pluma
tirando del borde de mi falda. Me detengo, mis ojos cayendo a mis muslos,
la falda avanzando más alto, más allá de mis rodillas, ahora mis muslos.
Mis medias terminan, mi piel pálida contra el borde del encaje negro, y mi
aliento se atrapa cuando la punta del metal se cruza sobre mi piel.
—Fácil... —dice lentamente—. Solo estoy revisando… —Desliza la
pluma a lo largo de la parte superior de mi media, hasta que alcanza el
clip de liga—. ¿Qué son éstos, los Mirabellas?
—Sí. —Me estiro para tirar de la falda de nuevo en su lugar y él
golpea lejos mis manos.
—Pon tus manos sobre el mostrador, Kate. Esto no va a ningún lugar.
¿Esto no va a ningún lugar? Esto ya ha ido a algún lugar que no
debería.
88 —No te estoy tocando, Kate. Cálmate. —Suena tan suave, como si
estuviera examinando muestras de envasado o copias de marketing.
Solté un suspiro frustrado.
—¿Qué estás haciendo? —No hacemos esto. Esto no es un juguetón
coqueteo, no cuando estoy mojada por el solo toque de su pluma.
—Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo. Confía en
mí.
En dieciocho meses me ha ordenado hacer muchas cosas. Casi
siempre obedezco. No siempre porque quiero, sino porque me gusta.
Cuando usa esa voz, hace algo dentro de mí. Algo que se sintió —cuando
estaba comprometida con Craig— perverso. Pon tus manos sobre el
mostrador. Planas. Palmas abajo. Miro hacia abajo a su pluma, la punta
metálica de ella junto al encaje de mi media. Él arrastra la punta
ligeramente contra mi piel y cierro los ojos. Cuidadosamente pongo mis
manos en la superficie fría de su mostrador, mis dedos extendiéndose
sobre el mármol, líneas de plata y azul a través de la gigantesca extensión
de blanco. Confía en mí. De alguna manera, confío en él con mi vida. De
otras maneras, estas maneras, yo no pondría nada por delante de él.
¿Bajará su boca a la mía? Tal vez. ¿Deslizará sus manos por mi suéter y
pasará sus dedos sobre mis pechos? Eso espero.
—Sabes que hemos tenido algunas quejas de que el elástico se estira
sobre éstas. —Él desliza la pluma debajo de la parte superior de la media,
sus ojos en el movimiento, y miro mientras inclina su cabeza, mirando el
estiramiento de nylon—. ¿Has experimentado eso?
—No.
—Voy a deslizar mi mano debajo de aquí.
—¿Por qué?
—Quiero hacerlo. —Sus ojos se encuentran con los míos, su mano no
vacila mientras coloca la pluma sobre el mostrador, y estira su mano hacia
adelante. Puedo oír el rodar de la pluma mientras se mueve hacia el borde,
pero no puedo apartar la vista, no puedo respirar, mientras él sostiene mis
ojos con los suyos—. ¿Te parece bien, Kate?
Su mano se cierra en mi muslo, un apretón caliente de propiedad, y
cierro mis ojos.
—¿Te parece bien, Kate?
No puedo contestarle. Si hablo, rogaré. Si digo algo en absoluto, sabrá
lo mucho que lo quiero.
Desliza su mano por el interior de mi pierna, su palma a lo largo del
89 encaje, su pulgar sobre mi piel desnuda, jugando con él mientras se
mueve.
—Abre tus piernas, Kate. Descrúzalos.
—Trey. —Es la mejor defensa que puedo manejar. Pienso en Mira, en
oler su perfume, y extiendo la mano para agarrar su muñeca, para
apartarla
—Solo tu mano derecha en el mostrador. —Se aparta de su taburete,
viniendo más cerca, y puedo oler su colonia, sentir el roce de su camisa
contra mi manga. Quito una mano del mostrador, mi cuerpo gira hacia él,
y mis rodillas rozan contra el muslo de sus jeans—. Es una investigación
de mercado, Kate. Solo estoy examinando el producto. Ahora, abre tus
piernas antes de que yo mismo las separe.
Los abro. Dejé que mis pies cuelguen del taburete y abro mis rodillas,
un talón cayendo al suelo, el sonido ruidoso, mis hombros saltan en
respuesta. Levanto mis ojos hacia él, y él asiente lentamente,
sosteniéndome con su mirada. No sonríe, no parpadea, y me sorprendería
si incluso respirara. Por un momento, solo somos los dos. Entonces deja
caer su cabeza, y miro que su segunda mano se une, ambas remontando
sobre el lugar donde mis ligueros se sujetan a mis medias. Corre sus
dedos hacia arriba, mi camisa detiene su mano, el tejido restringido por mi
trasero en el taburete. Suavemente chasquea su lengua contra sus
dientes.
—Levántate.
—No me estoy levantando.
—Kate.
—Deja de decir mi nombre. No me estoy levantando. —Si me levanto,
entonces mis bragas van a terminar por caerse, y esto va a ir a un lugar
muy malo, un lugar que he estado deseando durante más de un año, pero
eso no importa ahora mismo, nada de eso importa ahora, porque este no
es solo Trey, éste es el dueño de Marks Lingerie, y si él… él desliza sus
manos debajo de mi falda, y yo jadeo cuando sus dedos alcanzan el borde
inferior de mi ropa interior. Mi otro talón golpea el suelo.
Inclina la cabeza, sus dedos acariciando la seda, luego la parte
superior de mis muslos, luego el borde detallado entre ellos.
—¿Son de la colección de otoño?
—Invierno —susurro la palabra fuera de mí—. Por favor, para. —
Estoy tan mojada. Ni siquiera ha hecho nada, ni siquiera me ha besado, y
estoy tan necesitada, tan desesperada.
—¿Quieres que pare? —Sus dedos detienen su juego por encima de
mis muslos, y desliza una mano lenta y segura entre mis piernas, su toque
90 suave y provocador, mis piernas se abren más a pesar de mí misma, mis
caderas empujando hacia arriba, mendigando por él
Pasa sus dedos por mi clítoris y gimo. Desliza sus dedos más abajo,
entre mis piernas, presionando en el área húmeda, y cuando dice mi
nombre, es un juramento a través de sus labios.
—Para —suplico.
—No sé si puedo.

Él
Lo digo en serio cuando lo digo. No sé si puedo parar. No cuando se
sienta en el borde del taburete, su falda hacia arriba, rodillas extendidas,
sus piernas flojas y abiertas. Estoy de pie frente a ella, con una mano
apretando y acariciando su muslo. Mi otra mano está jodiendo seriamente
con mi mente. Juega con su coño, su dulce coño, un pedazo fino de mi
lencería la única cosa entre mi piel y la suya. Estoy aterrorizado de mover
esas bragas a un lado; estoy aterrorizado, si toco su calor desnudo, si
siento la piel lisa o el vello sedoso, perderé todo control. Si empujo un
dedo, o dos, dentro de ella... maldita sea.
¿Cómo voy a parar de tirar de mi cinturón, mi cremallera? ¿Cómo voy
a dejar de liberar mi verga y empujarla dentro de ella? Estoy a pocos
segundos de ser capaz de tenerla, de agarrar su culo y tirar de ella sobre
mí, de empujar profundamente dentro y totalmente poseer a esta mujer
increíble. Podría empuñar su cabello y besar su boca. Podría saborearla,
tenerla, complacerla. Podría extenderla abierta en mi mostrador y
burlarme de cada parte de ella con mi lengua, mis dedos, mi polla. Podría
decirle cómo me siento y suplicar por su corazón. Podría entrar en ella, y
tenerla por el resto de mi puta vida.
Podría asustarla y perderla para siempre.
Para, ella había dicho. Saco mi mano y me enderezo, poniendo un
metro, luego dos, entre nosotros. Tengo que parar. Tengo que hacerlo.
Contra la cremallera de mis jeans, mi polla me odia aún más.
Me aparto de ella y respiro, estudiando mis facciones, deseando que
la cruda necesidad deje mis ojos. ¿Lo había visto? ¿Cuánto la quiero? Por
supuesto que sí. ¿Tocarla? ¿Qué mierda estaba yo pensando?
Había sido la noticia de su cita que había roto mi restricción, la forma
en que había entrado saltando, llena de historias y sonrisas, como si este
tipo fuera una posibilidad, como si pudiera, de alguna manera, hacerla
91 feliz. Había visto esperanza en sus ojos, y un interruptor de pánico en mi
corazón se había disparado.
Para, ella había dicho. Me vuelvo hacia ella e intento el tono juguetón
que me ha sacado de un centenar de situaciones.
—Y dices que no sigo instrucciones.
Afronta la isla, los contratos extendidos ante ella, y sé lo que voy a ver
cuándo paso a su lado, control. A mi hermosa chica le encanta, el
ocultamiento de la emoción, tantas interacciones un juego donde sus
palabras no coinciden con sus rasgos, y sus significados nunca son
fácilmente descifrados.
—¿Por qué te importaba lo que llevaba debajo de mi traje? —Su
cabeza no se vuelve hacia mí, permanece inclinada hacia abajo, sobre el
contrato, sus dedos ocupados, tirando y reafirmando las pegatinas de
FIRME AQUI que no son necesarias.
—Quería saber si por lo menos le estabas dando al chico algún tipo de
esfuerzo.
Eso hace que su cabeza se gire, y ella me mira como si yo fuera un
loco.
—Era nuestra primera cita. Una cita de café. No iba a ver nada debajo
de mi traje.
—¿Porque... le dijiste que eras un asesina serial? —Finjo confusión,
frunciendo mi ceño y ganando una sonrisa de ella.
—Porque era una PRIMERA CITA —entona—. Ni siquiera nos
besamos. —Golpea la parte superior de una página—. Ven, firma.
—¿No te besó? —Esto es alarmante, y me siento, tirando de la
primera página hacia mí y garabateando mi firma en el fondo.
—No. Qué tipo de sorpresa para mí. —Inclina su cabeza, viéndome
firmar la segunda página, una lenta sonrisa extendiéndose sobre sus
labios—. Fue algo agradable, en realidad. Fue tan caballero al respecto.
Esto no lo necesito. Su tontería, sus ojos ilusionados, su jodido
"caballero". ¿Cuál era el punto de tener a IT8 hackeando su perfil de
eHarmony9 si terminó por hacerla coincidir con hombres comparables? Se
suponía que debían hacer que su perfil fuera tal desastre que solo estaba
emparejada con perdedores.
—¿Qué hace? ¿Este caballero tuyo?
—Es un dentista —arroja, empujando otra página en mi dirección—.
O un cirujano de dientes. Como quiera que se llame.
—¿Un cirujano oral? —pregunto, apretando mi mano en mi pluma.
92 —¡Sí! —Chasquea—. Eso es. Gracias. —Al parecer, el efecto que mis
manos habían tenido sobre ella ha desaparecido. Ahora parece centrada
cien por ciento en este contrato estúpido y esta cita tonta suya.
—¿Te gusto él? —Hago la pregunta lo más casualmente posible, mi
pluma invadiendo el papel suave, mi garabato más áspero que de
costumbre.
—Creo que sí. Es mucho mejor que los otros chicos. Y estoy muy
cansada de buscar.
—Eso suena como la receta para el éxito. Un tipo que es mejor que un
montón de idiotas, y una mujer cansada de buscar. —Empujo la última
página hacia ella y me levanto—. ¿El amor no tiene alguna parte de esa
ecuación?
—Fue nuestra primera cita, Trey —dice—. Dale unas cuantas citas
más.
La siguiente pregunta que no debería hacer; no es asunto mío, no es
apropiado entre compañeros de trabajo, ni siquiera entre amigos. Me
acerco a la nevera, luchando contra ella. Sin embargo, justo antes de
encontrar y abrir una cerveza, viene.

8TIC: Tecnologías De La Información Y La Comunicación.


9eHarmony: Es un sitio de citas en línea diseñado específicamente para hacer coincidir
hombres solteros y mujeres entre sí para relaciones a largo plazo.
—¿Cuándo planeas follarlo?
Ella está de pie, recogiendo los papeles, un clip en la mano, cuando la
pregunta golpea. No me mira.
—Eso no es asunto tuyo.
—Simplemente no quiero que te precipites hacia ello. Solo han
pasado... ¿qué? Nueve meses desde que tú y Craig...
—Cállate. —Se vuelve hacia mí, sus manos se acercan al mostrador y
se levanta sobre el mármol como si tuviera quince años—. Si quisiera que
lo hicieras, me follarías ahora mismo. —Levanta su falda, trabajando sobre
sus muslos, y separa sus rodillas lo suficientemente amplio para que
pueda ver el rosa pálido de sus bragas, un par de correas de la liga. Hace
un año, discutimos sobre el nombre de su color. Hace un año, había
contemplado un conjunto de la muestra y los había imaginado en ella—.
Así que no me sermonees de mi virtud o si estoy lista. Creo que
simplemente no quieres que folle a alguien más.
Trato de mantener mis ojos en su rostro, pero es difícil cuando sus
piernas están abiertas, sus palabras desafiándome, y estoy casi al alcance
de ella.
93 —No me tientes, Kate.
—¿Tengo razón, Trey? —Arrastra mi nombre a lo largo de su lengua y
nunca ha sonado tan sexy en su vida.
—Tú eres mi mejor amiga. Estoy tratando de cuidar de ti.
—Así que no quieres follarme. —Levanta su barbilla, tirando
intencionadamente su blusa, y sus rodillas comienzan a cerrarse.
—Para. —Avanzo, mis manos descansando sobre sus rodillas y
empujándolas abiertas, su cuerpo abriéndose como una flor para mí, esa
jodida seda rosada que me destella entre sus muslos. Extraigo mi mirada
de ella y de nuevo a su cara—. Si quieres que te folle, Kate, solo di la
palabra. No te confundas nunca sobre si quiero eso. No hay nada en la
Tierra que quiera tanto como tú. Me encantaría saber si la química que
tenemos... si pudiera ser como lo imagino.
Una de sus manos se mueve, un alcance tentativo que recorre mi
clavícula derecha antes de asentarse en mi pecho.
—¿Y si no lo es? —Sus ojos se lanzan hacia mí, y el hecho de que
haya inseguridad en ellos rompe mi corazón.
—Dios, espero que no lo sea. Espero que sea terrible. Eso haría
nuestras vidas mucho más fáciles. —Sonrío, y sus ojos cálidos, y mierda
santa, esto puede suceder realmente. Humedezco mis labios y digo la
única cosa que puede destruirlo todo.
—Pero me refería al mensaje que te envié, en Las Vegas. Es
demasiado arriesgado. —Deslizo mis manos de sus rodillas, mis dedos
memorizando el contorno de sus piernas, la sensación sedosa de las
medias. Doy un paso atrás y meto las manos en mis bolsillos antes de
cometer otro error con ellos—. Hay demasiado…
—En juego —termina, sus rodillas juntándose, y se empuja fuera del
mostrador y abajo al piso, agarrando el borde por apoyo—. Sí, eso suena
familiar. —Se agacha y se pone un tacón, y luego el otro—. ¿Cuándo te vas
a Nueva York?
—Mañana por la noche. —Dudo, repensando mi siguiente
movimiento—. ¿Quieres venir?
Sacude su cabeza, buscando su bolso. Esto debe ser eso, el final de
su visita. Solía gustarme el consuelo, el momento en que yo entraba en mi
casa y no oía NADA. Ahora, solo se siente solo.
Se detiene a mi lado, en su camino de la puerta.
—¿Estamos bien?
—Siempre. —Me inclino hacia ella y ella roza sus labios contra mi
mejilla—. Conduce con cuidado.
94 —Lo haré. —Aprieta mi brazo y luego, con sus tacones repiqueteando
fuera de la cocina, se va.
“¿Estamos bien?”. Si mi respuesta hubiera sido lencería, habría sido un
bustier. Engañoso como el infierno.
12
Ella
Abro la ducha y desabrocho el cinturón del liguero, rodando la cara
media por mis piernas y saliendo de mis bragas húmedas, dejando la pila
de lencería en el piso de mi cuarto de baño, el resto de mi desnudamiento
hecho con menos ceremonia. Considero el traje, luego lanzo tanto la
chaqueta como la falda en dirección a mi cama. Él tiene razón, es feo. Y
nunca volveré a usar esa falda otra vez sin pensar en su pluma empujando
hacia arriba la tela, sus manos tan cerca detrás de ella. Desnuda, abro la
puerta y entro en la ducha, cerrando mis ojos cuando el agua caliente
golpea mi piel.
No sé qué hacer con él. Casi le había rogado. Casi había dicho que no
me importaban los compromisos y riesgos y que me llevara a su dormitorio
95 justo allí.
Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo. Dios, los
lugares que mi mente había corrido. Podía sentir el calor de él cuando se
había movido detrás de mí, el rozar de él contra mí. Si se hubiera
arrodillado, hubiera levantado mi falda y expuesto mi culo, corrido sus
dedos por el corte brasileño de mi ropa interior, si hubiera arrastrado mis
bragas a un lado... deslizo mi mano hacia abajo, a mi clítoris hinchado y
rozo suavemente mis dedos sobre él. ¿Se había dado cuenta de lo húmeda
que estaba? ¿Qué tanto lo quería? Incluso ahora, palpito al pensar en ello,
la ronquera en su voz, la forma dominante que su mano se había cerrado
alrededor de mi muslo.
“Voy a deslizar mi mano debajo de aquí”. Froto un círculo lento
alrededor de mi clítoris y alcanzo el accesorio de la ducha de mano. Muevo
el control y el agua fluctúa de la cabeza, un pequeño gemido cae de mis
labios mientras lo presiono entre mis piernas, el agua caliente rasgueando
mi clítoris, mis piernas se aprietan en respuesta. Apoyo una mano contra
la pared de mosaico, mis ojos cerrándose al recordar la mirada en sus ojos
cuando sus manos se deslizaron bajo mi falda, cuando sus dedos habían
explorado los bordes de mis bragas, cuando su mano me había ahuecado,
sus suaves dedos empujando la tela húmeda dentro de mí. Todo lo que
había tenido que hacer era mover la pieza de tela a un lado. Un pequeño
movimiento. Una curva de sus dedos, y me habría agarrado de sus
hombros y sollozado su nombre, le habría prometido algo y rogado por
todo. Reemplaza esos dedos con su polla, y le habría vendido mi alma.
“Abre tus piernas, Kate. Descrúzalas”. Lo necesito de una manera
poco natural. Lo necesito para apartar mis muslos y poner su boca sobre
mí. Lo necesito para que chupe mi clítoris y se burle de mí con sus dedos;
lo necesito para que me recoja contra su pecho y empuje su verga dentro
de mí. Quiero mirar hacia abajo y ver su polla desnuda, verla contra mi
piel, el empuje de ella, el apretado apriete de sus abdominales, sus manos
en mis caderas, la quemadura en sus ojos cuando se entierra
completamente. Solo el pensamiento de eso hace temblar mis piernas, mis
caderas empujan, y me muelo contra el cabezal de la ducha como un perro
en celo. Me muerdo el labio. A veces, con solo una cierta mirada, puedo
sentir su excitación. Esa mirada siempre me hace pensar en su polla,
engrosándose dentro de su pantalón, cada vez más dura, la cresta dura de
él empujando contra la tela. Inclino mis caderas hacia adelante, dando un
suspiro de placer cuando mis piernas casi se doblan, mi orgasmo cerca.
Me lo imagino levantándose de su escritorio, esa mirada profundizándose,
su mano tirando de su cremallera, sacando su polla.
“Abre tus piernas antes de que yo las separe”. Él me había dicho eso.
Mi Trey. Había dado esa orden, y yo había extendido mis piernas para él.
96 ¿Había visto mis bragas? ¿Había visto la forma en que se pegaban a mí, la
forma en que yo había temblado? Me lo imagino avanzando, con su cabeza
inclinada, los ojos buscando, sus dedos tirando de mis bragas a un lado, y
todo de mí, hinchado, rosa y húmedo. Él miraba hacia arriba y esa mirada,
esa mirada en sus ojos, me vengo de la idea, el orgasmo violento, mis
dedos resbalando contra el azulejo, mi cuerpo tensándose, doblándose, y
es largo y duro cuando florece, una ola de placer que me estremece, mis
gritos ahogados por el agua, mi placer extendido por el rocío. Cuando
finalmente me hundo contra la pared, estoy entumecida, mis emociones
gastadas, mi cuerpo flojo, mi cabeza una niebla de felicidad orgásmica.
Son solo fantasías. Fantasías que no tendrán vida. Fantasías que solo
pertenecen a momentos privados entre yo y mis dedos, mis juguetes, mi
cabezal. Eventualmente, tendré a alguien nuevo, alguien que robará mi
corazón y conquistará mi mente y borrará todos estos ridículos
pensamientos.
Extiendo la mano y cierro la ducha de mano, cierro mis ojos y pisoteo
bajo el rocío caliente de arriba.
Un mes más tarde, la mujer se sienta silenciosamente ante mí, con
sus talones cruzados en los tobillos, las manos en su regazo. Es unos años
más joven que yo, y puedo verlo en su inocencia, sus ojos nerviosos, el
golpecito de sus oscuras uñas contra sus jeans negros, la inquietud con su
smartwatch10. Miro hacia su currículo, uno bastante impresionante, y que
se alinea bien con el trabajo de diseñador gráfico. Le pregunto acerca de su
empleo actual, y ella comienza a hablar, deteniéndose cuando hay un
golpe suave en la puerta de mi oficina.
—Buenos días. —La voz de Trey llena mi oficina y lo miro
bruscamente.
—Buenos días —digo suavemente, en un intento de disimular mi
irritación—. Terminaré en unos minutos.
Entra, y yo ahogo un gemido.
—Sra. Cone, este es Trey Marks, nuestro dueño. Trey, esta es Chelsea
Cone.
—Nos hemos conocido antes. —Él extiende una mano y ella se pone
de pie, sus mejillas brillando rosa brillante. Miro con interés—. Es bueno
verte de nuevo. Gracias por venir.
97 —Es un placer. —Ella se mantiene de pie y miro a Trey.
—Ya casi he terminado aquí, Trey.
—Por supuesto. —Me sonríe, y hay algo allí, un mensaje de algún
tipo, pero lo pierdo—. ¿Podrías verme cuando termines? Hay un problema
con la orden de Brasil, solo necesito que lo mires.
La “orden de Brasil” es nuestro código. Algo está mal, y paso por los
eventos de la mañana, los asuntos pendientes, todas las cosas que podrían
haber salido mal. Asiento.
—Estaré allí en breve.
Cuando se va, el color en sus mejillas se desvanece a la normalidad,
su regreso a su asiento casi más un colapso, y la miro cuidadosamente.
—¿Está todo bien?
—Sí. Lo siento. Solo me siento mareada.
Cierro la carpeta que sostiene su currículo. Es la candidata más
fuerte hasta ahora, y elijo mis palabras cuidadosamente, mi mente
distraída por Trey y su orden de Brasil.
—Gracias por venir. Tomaremos una decisión sobre esta posición
para el final de la semana.

10 Smartwatch: Es un reloj de pulsera dotado con funcionalidades que van más allá de
las de uno convencional.
Se levanta y la acompaño a la recepción, y luego me dirijo al despacho
de Trey.
—¿Qué pasa? —Abro la puerta, pensando en nuestro envío de fábrica,
la patente pendiente de nuestros nuevos cierres de gancho, la demanda
civil contra nuestro fabricante de seda.
—No la contrates. —Se sienta en su silla de oficina de cuero, con un
codo en el brazo, su mano jugando con el rastrojo en su mandíbula.
Es tan inesperado que me toma un momento para ponerme al día.
—¿Quien? ¿Chelsea?
—Sí.
—¿Por qué?
Su mano cae de su boca y agarra su escritorio, tirando de su silla
hacia adelante.
—Tengo una historia con ella.
Entre Vicka y Mira, he visto a las mujeres con las que Trey tiene
historias. Son mujeres fuertes y confiadas, nada como la dulce y dócil
Chelsea.
98 —¿Qué clase de historia? —pregunto con cuidado—. ¿Saliste?
—No. Solo una cosa de una sola vez. —Él asiente hacia una de sus
sillas—. Siéntate. Me estás asustando, cerniéndote sobre mí así.
—¿Has tenido una sola noche con ella? —Me río con incertidumbre—.
¿De verdad? ¿Estás seguro?
—No fue exactamente una sola noche, y sí, estoy bastante seguro de a
quién he follado, Kate. —El énfasis que da a la palabra envía un
hormigueo oscuro por mi espina dorsal.
—Así que... ¿no quieres que la contrate? —Tengo muchas preguntas,
todas inapropiadas para este momento.
—Creo que he hecho clara mi opinión sobre la fraternización entre
oficinas.
Me encuentro con sus ojos, y algo más grueso que la tensión pasa
entre nosotros. Sí, su posición al respecto es clara. Clara como el cristal.
Asiento despacio.
—Bien. Encontraré a alguien más.
—Gracias, Kate.
Solo la forma en que dice mi nombre duele.
Ella
El restaurante es uno de esos sitios que toma de la granja a la mesa
un poco demasiado en serio, el camarero se lanza en un largo monólogo
tan pronto como nos sentamos. Nos entrega a cada uno mini-platos con
algo que el chef diseñó para "despertar nuestros paladares", algo que
deberíamos considerar como un "viaje delicioso para la lengua". Miro
automáticamente a Trey, lista para su sucio tomar de la frase, pero no me
está mirando. La sonrisa socarrona está ahí, pero está dirigida a su cita —
Chelsea— que se sonroja, su mano nerviosamente jugando con el final de
su trenza. Me muevo a Stephen, que dubitativamente levanta la galleta y la
sumerge en la pegajosa salsa de color caramelo. Miro hacia abajo a mi
propia muestra, y el nudo en mi estómago se forma completamente.
El vino es entregado, junto con un segundo monólogo sobre las
opciones de aperitivo, un Trey ignora completamente, su boca en la oreja
de la rubia, su brazo enganchado en su silla, la punta de esos dedos
jugando con su hombro desnudo. Cuando finalmente levanta la vista, el
99 discurso ha terminado, y el vino se vierte. Alcanzo mi copa y Trey se para,
calmando mi acción.
—Un brindis —dice, levantando su copa—. Han pasado tres meses
para ustedes dos, ¿verdad? —Él mira de Stephen a mí y me sonríe
cálidamente.
—Eso es correcto. —Stephen extiende su copa y medio se levanta en
su asiento.
—Por tres meses, y muchos más. —Trey levanta su copa y brindamos,
mis ojos se encuentran con los suyos mientras nuestras copas se tocan.
Estrecho mis ojos ligeramente, pero él solo sonríe—. Felicidades, Kate.
—Son tres meses —digo tan dulcemente como puedo manejar—. No
exactamente digno de un brindis. —Todos volvemos a nuestros asientos y
miro a Chelsea ahuecar ambos lados de su copa de vino como si fuera una
cálida taza de café.
No necesito preguntar cuánto tiempo han estado saliendo. Puedo
decirte eso con claridad psicótica. Dos meses y medio. Dos semanas
después de que Stephen y yo no hicimos oficiales, ella apareció en la
oficina, una Kate Spade colgada sobre su hombro, pantalón de yoga y una
camiseta sin mangas que exponía su estómago. Me saludó con un alegre
hola y saltó en la oficina de Trey, su puerta rápidamente cerrada,
persianas bajadas. Al parecer, Trey no había querido contratarla, pero
había querido reavivar su pasado.
Había mirado un informe de inventario y tratado de pensar en otra
cosa que no fuera lo que estaba sucediendo allí. Habían sido los veintidós
minutos más largos de mi vida. ¿Y esa tarde, después de haber tomado un
almuerzo de noventa minutos con ella, cuando le había preguntado sobre
eso? Él solo se encogió de hombros. Ella es divertida, él había dicho.
Cuando le pregunté si le gustaba, había levantado una ceja y me había
preguntado si todavía estábamos en la escuela secundaria. Desde
entonces, he guardado mis preguntas de Chelsea para mí.
Es extraño, verlo en este papel, ver la ternura atravesar todas las
capas de playboy. Cómo barre un rizo suelto de su cabello y lo mete en su
trenza. Cómo baja su cabeza para escuchar sus palabras, y la mira
cuando ella camina a través de la habitación. He tenido toda su atención
durante tanto tiempo, que verlo dirigido a otra mujer es desconcertante.
Me siento perdida cuando lo miro y no tengo su mirada, cuando le digo
algo y se necesita un momento para captar su atención.
Llego debajo de la mesa y deslizo mi mano en Stephen, necesitando
sentir algo, una conexión, llena de un súbito anhelo de ser sostenida,
acurrucada contra el pecho de un hombre, la sensación de brazos
alrededor de mí. Los brazos de Stephen, me recuerdo, alzando mis ojos de
la mano de Trey, del lento deslizamiento de su dedo índice alrededor del
100 borde de su plato de pan. Muevo mi mirada hasta el pecho de Trey, su
chaqueta abierta, su oscura camisa de cuello V ajustada a su cuerpo,
ligero rastrojo a través de su cuello y mandíbula. Sus labios se contraen y
tiro mi mirada a sus ojos. Me estudian, y hay un momento en el que no
puedo tragar, donde un poco de pan se sienta en mi lengua. Lentamente
palmea su copa, y solo puedo mirar mientras la levanta a su boca. El
simple acto de beber una copa no debería ser seductor, no debería hacer a
una mujer apretar sus muslos o tragar en necesidad. De repente estoy
sedienta, y caliente, y miro hacia otro lado, buscando mi agua helada,
sonriendo cuando Stephen mira hacia mí.
Chelsea me pregunta algo sobre mi vestido, y yo respondo,
obligándome a encontrar sus ojos, a responder en la misma forma, a tener
una estúpida conversación sobre un episodio de The View, uno que no he
visto, pero que parece desesperada para hablar.
—Vamos a Exuma a final de mes —corta Trey suavemente—. Ustedes
dos deberían unirse a nosotros.
—Tienen cerdos salvajes allí —dice emocionada—. Puedes nadar con
ellos.
—¿Cerdos? —pregunto dudosa—. ¿Es eso higiénico?
—Están muy limpios —me informa ella, inclinándose hacia delante,
su voz cayendo, como si esto fuera un secreto de algún tipo—. Tienen una
cuenta de Instagram; puedo enviarles el enlace. —No le digo que no estoy
en Instagram, o que tengo poco interés en nadar con un animal que estoy
a minutos de comer. Simplemente asiento, busco al camarero, y lamento
haber aceptado esta cena para empezar.
—¿Qué piensas, Kate? —Trey se reclina en su silla, y su pie golpea el
mío—. ¿Exuma? ¿Tú y Steve?
—¿Al final del mes? —Miro hacia el techo—. Creo que... —Miro a
Stephen para el rescate—. ¿No es eso cuando vamos con tus padres?
Él pierde mi señal, pero se ilumina al pensar en mí y sus padres, una
presentación que ha estado presionando durante semanas. Cuando
asiente, frunzo el ceño hacia Trey, pintando mis rasgos con tanto
arrepentimiento como pueda.
—Quizá la próxima vez —digo, y él sostiene mi mirada por un
momento antes de que se vuelva hacia Stephen.
—Steve, Kate dice que eres un cirujano oral.
—Es Stephen —interrumpo, irritada cuando Stephen despide el
apodo, sus hombros encorvándose hacia adelante mientras se lanza en su
perorata sobre el mantenimiento de los dientes y procedimientos de
endodoncia. Miro a Chelsea, que está estudiando su menú. Miro su mano
101 dejar un borde del menú mientras alcanza debajo de la mesa, mis ojos
reduciéndose a cero en un movimiento que tiene a Trey pausando a mitad
de la oración. Ella mira hacia arriba, me agarra observando, y se sonroja
ligeramente, su mano regresando al menú, el papel de lino volteado
mientras mira los vinos.
Tal vez eso es lo que es. Tal vez detrás de su rubor y palabras suaves,
ella es una súper freak. Algo tuvo que hacerlo saltar en el carro de las citas
después de tantos años de ser soltero. Miro mi propio menú e intento
sacar el pensamiento de lo que su mano encontró, como él se siente a
través de su pantalón, y si se había endurecido bajo su toque. Me ruborizo
y miro la lista de entradas. Sí. Definitivamente no vamos a Exuma. Un fin
de semana completo con ellos sería un auténtico infierno.
—Así que, tengo que decirte, Steve. —Trey deja su copa y siento el
peligro antes de que incluso reabra su boca—. Siempre me he preguntado
si Kate es tan culo duro en las relaciones como en la oficina.
—Oh, por favor. —Ruedo mis ojos—. Ignóralo, Stephen.
—No, de verdad. —Trey se inclina hacia adelante, sus manos unidas,
sus antebrazos descansando sobre el mantel de lino—. ¿Es una alfa?
—En realidad soy muy sumisa —miento, sin ninguna razón, excepto
que la Pequeña Señorita Chelsea parece estar positivamente capturada por
el diseño.
—Oh por favor —se burla Trey—. No podrías ser sumisa si tu vida
dependiera de ello.
“Pon tus manos sobre el mostrador. Planas. Palmas abajo”. Lo miro y
me pregunto si se ha olvidado de ese momento.
—Creo que estás equivocado.
—No es una mala cosa —desafía—. A muchos hombres les gusta un
poco de lucha en su mujer. —Él mira a Stephen—. Así que, resuélvelo para
nosotros. En una relación, ¿es dominante o sumisa?
Está preguntando a un hombre que apenas me conoce, y él lo sabe.
Esta no es una pregunta, esto es un examen sorpresa, uno para averiguar
cuán involucrado es mi relación en realidad, cuánto de mi corazón este
hombre realmente ha probado. Arranco un pedazo de pan con mis dientes
y me pregunto cómo puedo de forma convincentemente fingir enfermedad.
Quizás podríamos saltar el plato principal y escapar después de los
aperitivos.
—Ella no es tan simple —dice Stephen, con su mano en mi espalda,
sus dedos fríos en la piel desnuda—. Justo cuando creo que es la mujer
más independiente en California, me sorprenderá. —Se inclina y presiona
un suave beso en mi hombro—. Como lo hiciste la semana pasada. —Giro
102 rápidamente mis ojos hacia él, una pregunta en ellos. ¿La semana
pasada? Se inclina, bajando su voz—. En el ascensor —me recuerda.
Oh. Yo no llamaría exactamente eso un momento sumiso; fue más
bien uno débil. El ascensor de su edificio se había estremecido, las luces
parpadeaban, y casi me arrastré a sus brazos, aterrorizada por estar allí,
en la oscuridad, un ataque claustrofóbico armado y listo. No había sido
necesario. Las luces se habían quedado, y el ascensor había reanudado su
ascenso, evitando la crisis. Me encojo de hombros, listo para terminar con
la conversación.
—Tienes razón. Soy una paradoja de contradicciones. —Le saco la
lengua a Stephen, y él me da esa sonrisa, la que se reserva para momentos
cuando está enamorado de mí, y no me sorprendo cuando se inclina hacia
delante, presionando un beso en mis labios Cuando me alejo, el camarero
está finalmente aquí, y le sonrío aliviada.

Él
La cena es de dos horas de absoluta agonía, y no sé si originalmente
fue la idea de Kate o la mía, pero nunca debe volver a suceder. Cada vez
que la toca, mi piel se eriza. El imbécil la besa, y yo salgo de mi silla. Y
nunca seré capaz de pisar un ascensor otra vez sin correr por todos los
escenarios posibles que podrían haber ocurrido entre ellos. La pregunta
había sido una prueba, y había fracasado. Sumisa y dominante no son
palabras que se aplican a Kate. Ella es ambas, constantemente, y al
mismo tiempo. Ella me desafía mientras suplica dominación. Ella
argumenta por lo que quiere que le digan. Necesita una mano firme que le
dé todo lo que quiera. Ella me necesita, y a nadie más.
Chelsea dice algo y giro mi cabeza, asintiendo, deseando que ella vaya
al dormitorio y duerma. Esta noche fue tan cruel para ella como para mí.
Cada toque era un espectáculo, cada susurro un juego de poder, toda la
comida una batalla entre Kate y yo. Chelsea tira de mi mano y me levanto,
siguiéndola a la habitación.
—Espera aquí. —Me empuja hacia abajo en la silla, en el dormitorio
de la chimenea, y me hundo en el terciopelo, frotando mis manos sobre mi
cara.
—No esta noche, Chels…
—Cállate. —Desaparece en el cuarto de baño y yo me desplomo en la
silla, cerrando mis ojos y apoyando mi cabeza en el respaldo de la silla,
103 escuchando el sonido del agua corriendo y los cajones abriéndose. Cuando
vuelve a aparecer, abro un ojo, su silueta perfilada por la luz del baño—.
Cierra tus ojos —susurra.
No lo hago, mi cabeza girando a un lado mientras la miro, tratando de
entender lo que es diferente. Es su cabello, es oscuro y más corto, rozando
la parte superior de sus hombros.
—¿Qué estás haciendo?
—Shhh... —dice, sentándose a horcajadas sobre mí—. No hagas
preguntas.
Se inclina hacia adelante, y es entonces cuando huelo el perfume, el
olor que Kate usa. Me pongo rígido, y ella levanta mis manos, colocándolas
en sus caderas.
—Desnúdame.
—Chelsea...
—No pienses en ello. Finge que soy ella. Lo necesitas. —Arrastra sus
dedos por mi cabello, y en la oscuridad del dormitorio, con el cabello
oscuro, su olor... casi puedo creerlo. Casi puedo creer que esta es Kate, y
puedo tenerla. En este momento, puedo desabotonar su blusa y enterrar
mi cara en sus pechos. Puedo empujarla al piso y tener su boca alrededor
de mi polla. Puedo llevarla a mi cama, y envolver sus piernas alrededor de
mi cintura y decirle todo lo que siempre pienso y nunca digo. Amo a
Chelsea por esto, y también la odio por verlo, por lo transparente que debo
ser.
Dejo caer mi cabeza hacia adelante, apoyándola sobre su pecho, mis
brazos rodeando su cintura. La abrazo y me siento romper, siento
exactamente lo frágil que es cada pedazo de mi mundo.
—No puedo —digo, las palabras bruscas—. Lo siento.
Se inclina hacia atrás y levanta mi barbilla. Me alegro que esté
oscuro, me alegro de no poder ver su rostro.
—No lo sientas. Fue una idea estúpida. Un poco espeluznante de mi
parte, también.
Me río, y dejo caer mi frente en la curva de su cuello.
—No fue una idea terrible. Estoy duro como una roca ahora mismo.
—Sí, puedo sentir eso. —Se mece contra mí—. ¿Hay alguna
posibilidad de que me aproveche de eso?
—No esta noche. —Me acerco y suavemente tiro de su cabello, la
peluca saliendo, su cabello rubio derramándose—. Estoy en un mal estado
de ánimo. Solo voy a dar un paso en la ducha, si no te importa. Entonces
puedo cuidarte.
104
—Estoy bien. —Salta de mi regazo, saltando a sus pies—. De todos
modos, estoy a diez minutos de un coma de vino. —Vaga hacia la luz y
hace una pausa, girando en la puerta—. Pero estás creando algo para este
fin de semana, ¿verdad? ¿Alguien para mí con quien jugar?
—Sí. —Miro mientras arquea su espalda, deslizando el vestido sobre
sus hombros y dejándolo caer al suelo, la mujer no puede resistirse a
hacer un espectáculo. Este fin de semana sería su mejor oportunidad, yo y
otros dos hombres follándola de nueve maneras hasta el domingo. Espero
el familiar tirón de excitación, el subidón que precede a un encuentro, pero
no hay nada, mi bajón todavía en pleno efecto, mi mente incapaz de sacar
la imagen de Stephen inclinado, su rostro radiante frente a Kate como si
ella es suya.
No puedo seguir con esto. Algo tiene que dar, algo tiene que romper.
De lo contrario, me volveré loco. Pensaría en una analogía de lencería, pero
mi cabeza duele demasiado.
13
Ella
—¿Qué piensas? —Trey gira las llaves en su mano y mira el
candelabro, pasa la mirada sobre las vigas expuestas de la sala de estar
antes de volver a mí. Marks Lingerie acaba de finalizar un año récord en
ventas y Trey parece intentar gastar todo el beneficio. Ayer me entregó un
cheque de bonificación con suficientes ceros para que mamá se desmaye.
Hoy estamos en busca de casa. No para mí, sino para él.
—Me gusta. —Me dejo caer sobre el sofá de cuero, el gran cojín es lo
suficientemente grande que puedo hacer una especie de mini ángel en la
nieve—. ¿El sofá viene incluido?
—El mobiliario es negociable —comenta la agente inmobiliaria, sus
tacones sonando rápidamente sobre los suelos de madera, guiando a Trey
105 en dirección a la cocina. Ruedo hacia la izquierda, saliendo del sofá y
levantándome.
—Es un poco grande —señalo—. ¿Cinco habitaciones? ¿Vas a empezar
un orfanato? —He soltado algunas preguntas sobre Chelsea, unas que él
ha esquivado con habilidad profesional. Una casa parece un paso
significativo para asentarse. Ya han estado saliendo durante seis meses.
Tal vez se están poniendo serios, hablando de bebés; esta casa es el primer
paso hacia su propio programa de televisión de octillizos. En el interior, la
familiar quemazón de la envidia estalla.
—¿Por qué esa expresión? —Trey se detiene frente a mí—. ¿Qué no te
gusta?
Alejo el ceño fruncido de mi rostro e intento salir al paso con algo,
cualquier cosa, que no me guste.
—Los techos son realmente altos —logro decir.
Mira hacia arriba.
—Sí, lo son. Excelente punto. ¿Qué sería lo ideal? ¿Dos metros y
medio? —Se gira hacia la agente—. ¿Puede poner eso en mi lista de
requisitos?
—Cállate —protesto, y la agente mira de él hacia mí, confusa—. Está
bien. —Me giro, mirando la vista a través de las enormes ventanas—. Es
perfecta para ti.
—Está llena de habitaciones de invitados —señala—. Podría tener una
compañera de piso.
—Ja. —Sonrío—. No creo que a Chelsea le gustaría eso.
—O a Stephen —indica y me alejo, la conversación se está moviendo a
la dirección que normalmente evitamos—. Además… —Se gira hacia mí—.
Parece como si tuvieses problemas siguiendo las reglas de la casa.
—¿Reglas de la casa? —Me río—. Déjame adivinar. —Abre la puerta
corredera de cristal y paso frente a él hacia el patio trasero. Antes nosotros
una gran piscina brilla oscuramente, resaltando perfectamente por la
brillante hierba verde—. Algo sobre estar desnudo.
Frunce el ceño como respuesta, probando positivamente mi habilidad
de adivinar.
—Y… —reflexiono—. La obligación de preparar la comida.
—No es mi culpa que me guste tu comida —justifica, ofreciéndome
una mano, ayudándome a bajar las escaleras hacia el área de la piscina.
Nos detenemos frente a la piscina.
—¿Quieres probarla? —Le sonrío y la esquina de su boca se eleva.
106 —Las señoritas primero. —Hace señas.
Anticipo su movimiento y me giro a la izquierda un momento antes de
que estire el brazo para empujarme. Quitándome las sandalias, evito otro
golpe de su mano, corriendo alrededor del borde de la piscina y saltando
extrañamente sobre una tumbona. Él se detiene, su pecho apenas
moviéndose y me mira, sus ojos brillan con travesura.
—Ni te atrevas —advierto.
—¿Qué? —Se encoge de hombros—. Hace calor fuera. Y me estoy
muriendo por saber cómo nada mi directora creativa.
Me mofo.
—Campeona de estilo libre en 2001.
—Oh, apuesto a que machacabas a esos escuálidos del instituto —
comenta alargando las palabras y me río, alejándome tranquilamente de la
piscina.
—Ummm… —La agente inmobiliaria se detiene en la puerta trasera,
dirigiendo su preocupada mirada hacia nosotros—. No creo que esté
permitido nadar.
—Kate. —Él alza la barbilla hacia mí—. Gáname al nadar la distancia
de esta piscina y compraré la casa.
Me río.
—No me importa si la compras. —Soy perfectamente feliz con su
condominio actual, y al gimnasio al que me permite acceso. Además, no
hay forma de que me vaya a desnudar hasta quedarme en ropa interior y
mojarme, incluso si estoy vistiendo nuestra colección deportiva Crepe, el
acompañamiento perfecto para cualquier actividad, una mujer debería
sentirse inclinada a gastar trescientos dólares en un conjunto deportivo de
bragas y sujetador.
—Umm… —Mira hacia la casa—. Realmente estás dificultando mucho
mi intento de desnudarte, Kate.
Salgo del área de la piscina hacia la hierba antes de cometer un error
del que me arrepentiré. El quitándose la ropa, yo deshaciéndome de la
mía… puede llamarlo una carrera, pero ambos sabemos lo que sería, una
excusa para ver más el uno del otro.
Inclina la cabeza hacia mí y yo sacudo ligeramente la mía.
Se ríe entre dientes y no puedo evitar reírme. Me giro hacia la casa y
la admiro. El pálido estuco, el tejado de teja naranja, la enredadera
subiendo, por un lado. Es hermosa, vale la pena cada digito de su precio.
Mi favorita de las que hemos visto hoy.
Él viene a mi lado y me rodea los hombros con un brazo,
107 acercándome a su lado.
—Me gusta. —Mira hacia la casa.
—A mí también. ¿Puedes pagarla?
Se encoge de hombros.
—Sigue dándome diseños y te compraré una igual en cinco años.
—Ja. —Apoyo la cabeza en su hombro—. ¿Y dejar mi apartamento?
Nunca.
Miro hacia la habitación principal y me lo imagino en la ventana,
recién duchado, una toalla alrededor de la cintura. Pienso en esa cocina
gigante, en esa alta chimenea, las vistas. No quiero una igual, quiero esta.
Quiero nadar desnuda en esta piscina, tumbarme frente a la chimenea y
hacer el amor en esa cocina.
El viento sopla, poniéndome el cabello frente al rostro y siento, en el
fuerte roce de la brisa, mis sueños romperse.

Él
No entiendo a mi polla. Cuando era joven, quería cosas más sucias.
Algo más salvaje que vainilla, algo que llevase a orgías y tríos, una
audiencia a menudo presente mientras follaba. Ahora, a la edad madura
de treinta y ocho, solo puedo pensar en una mujer. Y ella no está follando
con hombres desnudos.
Suspiro, abriendo la puerta corredera de cristal y saliendo al balcón
hacia las Colina de Hollywood, apoyo las manos en la barandilla y bajo la
mirada a la entrada circular, una llena de autos caros, un aparcacoches
trajeado saliendo de un Lambo y manteniendo la puerta abierta a una
pareja, una que vi antes. Detrás de mí, escucho el chillido del orgasmo de
Chelsea, el sexto o séptimo de la tarde. Es un sonido que debería
endurecerme la polla, uno que, al menos, debería hacerme mirar hacia la
escena. Pero no me importa. O tal vez me importa y ese es el problema.
Salir con Chelsea ha sido mi primera experiencia con este mundo desde la
perspectiva de una pareja y no como hombre soltero. Estando soltero la
situación era simple. Llegaba, satisfacía, me corría, me marchaba. Estando
emocionalmente involucrado con la mujer en el trío, o cuarteto, era un
escenario completamente diferente. Como resultado, no me gusta
compartir.
Hay algo sobre otro hombre poniendo las manos sobre mi novia que
108 me sienta mal. Chelsea afirmó que eso me convertía en un hipócrita,
viendo la forma en que nos conocimos, yo follando con ella mientras su
novio de entonces miraba. No creo que me haga un hipócrita. Creo que
cosas diferentes excitan a gente diferente y, ¿ahora mismo? La monogamia
parece jodidamente sexy. No quiero lidiar con conversaciones de chat en
internet, y extraños y encuentros ilícitos en habitaciones de hotel. Quiero
memorizar el cuerpo de una mujer y cada sonido y punto de placer que
tiene. Quiero complacerla en cada habitación de mi nueva casa y en cada
continente. Quiero casarme. Y en todas esas visiones, Chelsea no está
presente. En todos esos pensamientos solo está Kate.
Kate, que aún está con ese dentista. Kate, que consigue flores todas
las semanas, enviadas a la maldita oficina. Kate, que se marchó una
semana a Cabo y volvió morena y brillante, su cabello todavía rizado por la
sal del mar. Había sido la semana más larga de mi vida, imaginando qué
estaban haciendo. Chelsea había estado necesitando una distracción esa
semana. Demonios, su presencia era lo único que me mantenía de parecer
un idiota enfermo de amor. Y ella lo sabe, su despreocupada actitud sobre
Kate me molesta a veces. ¿Qué mujer acepta que su novio esté enamorado
de otra persona? Puede que sea algo de su generación, una actitud juvenil
que acepta todas las circunstancias. O tal vez disfruta de las cenas caras y
mi polla. Me giro, apoyando la espalda en la barandilla del balcón y la
observo a través de las cortinas abiertas. A cuatro patas, mira sobre su
hombro y se ríe de algo que dice el hombre detrás de ella. Estirando la
mano, mira la polla frente a ella, sujetándola de forma codiciosa con la
mano.
Hace diez años, tal vez me habría enamorado de ella. Ahora, solo
quiero salir. Tiro de mi manga y miro el reloj. Le daré otra media hora de
diversión. Luego, termino la situación, vamos a irnos.

109
14
Ella
—Demasiado para París en primavera. —Lanzo un trozo de pan en la
neblina y veo a una paloma saltar sobre él.
—Es un mal día. —Trey bebe su café y señala al fondo de la calle—.
Mira, la Torre Eiffel. Eso es todo lo que necesitas ver. Ahora puedes ir a
casa feliz.
—Mojada y feliz —mascullo, acercando mi silla a la mesa, el endeble
paraguas está haciendo poco para protegernos de la lluvia. Se ríe y sacudo
la mano en el aire para detenerlo—. Shh, escuché cómo sonó.
Simplemente llévame a algún lugar caliente y estaré menos gruñona.
—Está bien. —Se levanta, buscando en su bolsillo y sacando algunos
110 euros. Tomando algunos billetes, los deja debajo de la taza de café y
extiende la mano—. Pero vamos a tener que hacer una carrera para ello. —
Deslizo mi mano en la suya y me guía entre las calles abarrotadas. Con la
otra mano tiro de la capucha de mi chaqueta, el chaparrón mojándome el
pantalón, mis zapatillas se ensucian con el agua para el momento que él
encuentra un hueco vacío para guarecernos.
—Oh Dios mío. —Me quito la capucha de la cabeza y me seco bajo las
pestañas inferiores con los dedos—. Echo de menos California.
Se pasa una mano por el cabello y el agua salpica por todos lados.
—No lo olvides, eras tú la que quería abrir una tienda en Francia.
—Fue una idea terrible —decido—. Deberías despedirme por ello. —
Miro la calle—. Quiero decir, mira a esas mujeres. No van a comprar
bragas de doscientos dólares.
—Tal vez tengas razón. —Se reclina contra el muro y señala un
hombre que sostiene un paraguas, ayudando a una morena a cruzar la
calle—. Pero él sí. Y lo mismo harán las mujeres una vez que se coloque la
valla publicitaria. —Se gira hacia mí—. O eso fue lo que me vendiste.
La valla publicitaria está en este momento en un lateral de un edificio,
uno que mostrará una imagen ridículamente sexy de Trey, en uno de sus
excitantes trajes, con nuestro sujetador LeCort colgando de la punta de un
dedo. Es parte de la campaña que se me ocurrió repentinamente la noche
del atraco de Trey. Esta valla publicitaria era una de ocho anuncios, todos
protagonizados por Trey, la dominación brotando de las imágenes. Yo
había estado en lo cierto. Él ordenaba a las mujeres comprar nuestra
lencería y ellas respondieron con números asombrosos. Nuestros grupos
de enfoque se habían obsesionado con eso y las ventas en las ciudades de
Estados Unidos se dispararon donde habíamos puesto el anuncio. La valla
publicitaria será lo primero de una completa campaña publicitaria en
Francia.
—No importa si lo compran. —Salto en el sitio, mirándome los
zapatos, un poco de agua chorreando de ellos cuando aterrizo—. En
realidad, todo esto era una excusa para un viaje gratis a París. Y ahora
que estoy aquí es espeluznantemente frío y gris, me gustaría cancelarlo
todo. Simplemente olvidémonos de la gran apertura y volemos a casa.
Incluso dejaré que me toquetees en pleno vuelo.
Hace una mueca, metiendo las manos en los bolsillos.
—No hay trato. Te toquetearé de todos modos. En cuanto comiences a
babearme en el hombro, mis manos comenzarán a trabajar. Pero si puedes
ponerte un sujetador con apertura frontal me harías la vida mucho más
fácil. Es un asco abrirlo por atrás, especialmente cuando la gente está
mirando.
111 Sonrío a pesar del tiempo y las horas de trabajo frente a nosotros. Él
lo ve y se acerca, su hombro tocando el mío mientras imita mi postura,
ambos mirando hacia la calle. Incluso a través de la lluvia y la niebla, tiene
cierta belleza etérea. Una belleza que nunca pensé que experimentaría y
aquí estoy, en la ciudad más romántica de la tierra, con él. Lo hojeo y él
baja la mirada hacia mí, una sonrisa extendiéndose en su rostro.
—Sabes que lo hemos logrado, Kate. Rescatar Larks Lingerie de las
cenizas.
Asiento y, por una vez, no tengo palabras. Mañana abriremos las
puertas de una tienda francesa, una hermana de la tienda de Los Angeles
que abrimos hace seis meses. Este año, conseguiremos dos millones en
beneficios. El año que viene, deberíamos triplicar eso, lanzar una línea
para hombres y abrir cinco tiendas más. Es increíble lo que hemos hecho,
todo en dos años y medio. Tan jodida como se pone nuestra atracción
ocasionalmente, al menos tenemos esto. Nunca he estado orgullosa de
nada en mi vida.
Asiento de nuevo y me rodea con un brazo, apoyando la barbilla sobre
mi cabeza.
—Gracias, Kate.
Sonrío.
—De nada.
—¡Me encanta París! —chillo las palabras en la noche, el viento
llevándoselas por la calle, unos cuantos turistas aplaudiendo como
respuesta. Un brazo me rodea la cintura y me río tontamente mientras
Trey me aparta del balcón, con manos firmes mientras me gira y luego
señala el sofá de la habitación.
—Siéntate, mi bella borracha.
—Síseñor —me burlo, me dejó caer en el terciopelo rojo, algo del
champán saliéndose de mi copa de flauta. Tomo un pequeño sorbo,
observando mientras echa otro tronco en la chimenea, brillantes brasas
naranjas girando en el aire, algunas flotando por la habitación. Cierro los
ojos y estiro mis pies descalzos hacia el fuego.
—¿Suficientemente caliente? —pregunta y el sofá a mi lado se hunde
por su peso. Giro la cabeza a un lado, sonriendo ante su mirada, el nudo
de su corbata deshecho, sin la chaqueta del traje, los botones superiores
112 de su camisa desabrochados. Despeinado. Mi despeinado y sexy hombre.
—Estoy perfecta. —Inclino mi copa de champán hacia él—. Termina
esto, por favor.
Me la quita y se termina un champán valorado en cien dólares de un
trago.
—¿Es extraño que no trajese a Stephen conmigo?
Baja la mirada hacia la copa de champán vacía, luego la deja en la
mesa de al lado, acomodándose en el sofá hasta que su posición imita a la
mía.
—No. Era un viaje de trabajo.
—¿Es raro que no quisiese traerlo?
Gira la cabeza, su oreja contra el cojín del sofá.
—Un poco.
—¿Pensaste en traer a Chelsea? —Han sido ocho meses y aún lucho
por decir su nombre.
—No habría tenido mucho sentido hacerlo. Rompimos la semana
pasada.
—¿Qué? —Me recoloco, girándome ligeramente para mirarlo mejor—.
¿Por qué? —¿Rompieron? Mi yo borracho no puede soportar las noticias,
no sabe cómo reaccionar, si celebrarlo o llorar. He pasado meses
intentando ajustarme a la inminente posibilidad de su relación a largo
plazo, meses intentando verlo como un amigo y nunca como nada más.
—¿Quieres la historia larga o corta?
—Ambas.
—Ella no eras tú.
Cuatro simples palabras, me golpean como un mazo. Lo miro a los
ojos y me pregunto cuánto de la emoción manando de mí es por el
champán, por París y cuánto es por él. Tengo novio. Necesito recordar eso.
Stephen es un hombre bueno y estable. Simplemente no puedo, en este
instante, recordar qué lo hace mejor que Trey. Trago saliva.
— ¿Esa es la respuesta larga?
—La corta. —Suspira—. La larga tendrá que esperar para otra noche.
—Estoy con Stephen.
—No te conté eso para cambiar nada, Kate. —Estira el brazo y me
coloca el cabello detrás de la oreja—. Simplemente estaba respondiendo a
tu pregunta. Quería intentar tener citas, pensé que Chelsea sería una
buena opción. —Se encoge de hombros—. No lo era. Es tan simple como
eso.
113
¿Una buena opción? Es una pregunta que no quiero hacer, una puerta
que no puedo abrir, no cuando estoy con Stephen.
Es tan simple como eso. Pero nada es nunca tan simple, no cuando no
implica a ambos.

Él
Se queda dormida en el sofá, sus pies descalzos estirados sobre la
alfombra, su vestido de abalorios arrugado y retorcido. La llevo hasta la
cama y se despierta lo suficiente para desvestirse, con la mano cuidadosa
mientras la ayudo a bajar la cremallera, apartando la mirada mientras se
quita el vestido largo, las miradas más leves revelando sus elecciones para
esta noche; nuestro sujetador estante Haviar y a juego bragas de encaje,
ambos de color lavanda pálido. Aparto el edredón y ella se mete.
—Buenas noches, Kate. —La cubro con el edredón y le doy un suave
beso en la frente. Moviéndome hacia la segunda habitación, me detengo en
la puerta, volviendo a mirarla, su cabello oscuro esparcido por la
almohada, un brazo sobre el edredón.
A veces, la amo tanto que duele.
114
15
Ella
—Por favor, concéntrate. —Me río, reclinándome en la silla y
frotándome los ojos—. Vamos a estar aquí toda la noche si sigues
distrayéndote.
—Simplemente pruébate el blanco. —Saca un traje de baño de la caja
y lo sostiene con una mano, la otra sujetando la cerveza, llevándose la
botella a los labios mientras me sonríe—. Luego podemos volver a tus
gráficos comparativos.
La caja frente a él es un pedido de Frederik’s of Hollywood y contenía
toda su línea de verano. Hemos ridiculizado sus productos mientras
terminábamos todo un plato de tacos y… miro todas las botellas vacías
esparcidas por la mesa de conferencias… dos paquetes de seis de cerveza
115 mexicana. Sacude la ligera tela blanca hacia mí y se la quito, sosteniendo
el ridículo conjunto por los tirantes. El primer fallo es el color, la clase de
blanco barato que se ensuciará al segundo lavado. El segundo fallo, y el
más triste de los dos, el estilo. Un escote pomposo, uno que hace juego con
la pequeña falda que rodea las caderas del bañador. Giro el traje de baño y
estoy consternada al ver una especie de cola, la falda continúa de un modo
que el diseñador ha imaginado probablemente como “seductor”. Es un
desastre. Se lo lanzo al rostro y él aparta la cabeza inclinándose, el traje de
baño cae en su cerveza y cuelga allí durante un momento.
Él se ríe y lo aparta.
—Vamos, Kate. Hemos estado trabajando muy duro. Necesito algún
alivio cómico.
Resoplo y me reclino en el asiento, poniendo mis pies descalzos en la
silla vacía más cercana.
—No.
—Póntelo y te permitiré tener todo el control del catálogo de
noviembre.
Ese pedazo de negociación hace que levante la cabeza.
—¿En serio?
—Lo juro por Dios. —Deja la cerveza y se echa hacia delante,
estirando el brazo y deslizando la prenda de ropa hacia mí—. Vamos.
Muéstrale a un hombre borracho cómo se ve la competición.
Me levanto.
—No me pongas a prueba. Lo haré.
Alza las cejas como desafío y es todo lo que necesito, tomando el traje
de baño de la mesa y camino hacia el baño.
—El catálogo de noviembre. ¿Control absoluto?
—Tienes que venderlo —grita—. ¡Hazme querer comprar esa cosa!

No me molesto en mirarme en el espejo. Puedo sentir la tirantez del


material en mis caderas. Mis pechos están sujetos firmemente por el rígido
alambre y el escote es uno que mi profesora de la escuela dominical habría
aprobado. Me aseguro de que la cola no está metida en algún lado en el
116 que no debería, luego salgo hasta el pasillo y me encamino hacia la sala de
conferencias. Trey tiene los zapatos de vestir apoyados sobre la mesa y se
gira cuando me acerco, la silla gira bajo su peso, alza las cejas mientras
deja la cerveza.
—¿Y bien?
Pongo las manos sobre mis caderas.
—¿Qué piensas? ¿Súper sexy?
Se levanta.
—Súper sexy. —Asiente hacia la ventana—. Ve a comprobarte.
De noche, con el cielo afuera oscuro, puedo verme fácilmente, la
forma en que la tela se hincha alrededor de mis curvas de la forma menos
atractiva posible, como si un diseñador hubiese presentado el único
objetivo de hacer que una mujer se viese horrible.
—Oh, Dios. —Me llevo una mano a la boca y me río, la combinación
de la cerveza y el agotamiento haciendo hilarante la imagen.
Observo en el reflejo que él se está acercando, deteniéndose detrás de
mí, pasando un dedo por mi brazo, bajando la cabeza y examinando el
hombro del traje de baño.
—¿Esto es poliéster?
—Es una mezcla, creo. La etiqueta está ahí, en la espalda. —Estiro el
brazo por ella y aparta mi mano de un golpe, hundiendo los dedos con
seguridad bajo el borde, echando la cabeza hacia atrás mientras lee la
etiqueta.
—Tienes razón. Veinte por ciento licra. Veinte por ciento algodón.
Aunque apostaría… —Me gira hacia él y baja la mirada al traje de baño,
frunciendo el ceño, ensimismado. Cuando levanta la mirada hacia mí, hay
un brillo en sus ojos—. ¿Confías en mí?
—Difícilmente. —Resoplo una risa—. Pero sí. Adelante.
Salto cuando pone las manos en mis caderas, inclinando el cuerpo
hacia delante, su mirada en la mía y es casi como si fuese a besarme. Voy
a dar un paso atrás y aprieta los dedos.
—Tranquila, Kate —susurra—. Cierra los ojos. Esto es puramente por
la investigación, lo juro.
No debería cerrar los ojos, pero lo hago. Es una de esas respuestas
sin sentido a un hombre en el que confiaría con mi vida. Tomo una
respiración cuando siento calor contra mi pezón izquierdo, abro los ojos y
bajo la mirada para ver su boca en la parte exterior del traje de baño, sus
labios contra la tela barata, con los ojos cerrados. Chupa la tela y
entrecierro los ojos por el puro placer de ello. ¿Acaso algún hombre ha
besado esa parte de mí de ese modo? Su agarre en mi cintura se aprieta y
117 suspiro cuando aparta la boca de mí.
—¿Qué estás…? —La pregunta desaparece cuando baja la boca al otro
lado y soy incapaz de apartar la mirada mientras hace círculos con la
lengua alrededor de la punta del pezón, endurecido contra la fina tela.
Cubre toda la zona con la boca y casi gimo con la sensación.
No podemos hacer esto. La boca de Trey sobre mí, los pinchazos de
sus dedos en mis caderas, mi mente volviéndose loca, la atracción entre la
lujuria y las posibilidades; se aleja de mí y lucho para abrir los ojos.
—Mira tú reflejo. —Hay un tono áspero en su voz que no es familiar, y
miro su rostro, insegura de si lo he escuchado antes. El calor en sus ojos…
eso lo reconozco, una mirada que siempre finjo ignorar, la conexión entre
nosotros de la que siempre huyo con un comentario frívolo, una llamada
de teléfono o poniendo los ojos en blanco. Ahora, no huyo. Me quedo, el
corazón latiéndome salvajemente en el pecho, mis pezones suplicando más
atención y me encuentro con su mirada—. Kate, mira. —Mueve las manos
a mis hombros y me gira hacia la ventana, su pecho contra mi espalda,
nuestras miradas se encuentran en el reflejo en el cristal.
Cuando aparta la mirada, yo hago lo mismo, se me sonrojan las
mejillas cuando veo la marca oscura de mis pezones, claros como el día a
través de la tela.
—Si estuviese en una fiesta —susurra—, y salieses de la piscina
vistiendo esto… —Desliza las manos por mis brazos—. Arruinarías a
cualquier hombre allí de por vida. —Tira de la parte trasera de la falda y la
sacudida de la tela tira por mis partes más sensibles—. Incluso con una
cola.
—Trey. —No puedo pensar en una distracción, no puedo pensar en un
modo de detener esto. Levanta la mirada, mirando los míos en el reflejo.
—¿Está marcada la entrepierna? Tengo curiosidad por ello…
—Está marcada —interrumpo, con las mejillas acaloradas, la idea de
él continuando con su prueba entre mis piernas… casi me tiemblan las
rodillas ante la idea—. Debería cambiarme. —Quiero sujetar el cuello de su
traje, solo para mantenerme derecha. Quiero frotar las puntas de mis
pechos contra su traje, solo para sentir la fricción. Necesitaba la fricción.
Casi me inclino hacia él, estirando la mano, deteniéndome solo a tiempo.
Empujo suavemente su traje y me fuerzo a dar un paso atrás.
Sus ojos están ardiendo. Puedo sentir el calor de su mirada, devora
mi resolución y esto es lo más cerca que hemos estado nunca de
rompernos.
—Vuelvo ahora —susurro.
Me rodea la cintura con las manos, aferrándome a él.
118 —No te detengas por ese chico bonito, Kate. Él no…
—No. —Levanto la mirada a la suya y prácticamente le suplico con la
mirada—. Estás borracho.
No dice nada, sus ojos sobre mí, tan firme como el día que me mostró
la tumba de su padre, tan fuerte como cuando me dio el control de su
compañía. Entre nuestras miradas peleamos y perdemos cincuenta
guerras. Luego entrecierra esos ojos oscuros y cuidadosamente me suelta
la muñeca.
—Tienes razón. Estoy borracho. —Se aleja de mí, deambulando hasta
la mesa y tomando las llaves de la mesa de madera pulida—. Te veo
mañana, Kate —grita, una pronunciación exagerada en sus palabras—.
Estoy fuera por la noche.

Él
No bajo todo el camino en el elevador. Me detengo en la sexta planta,
moviéndome silenciosamente a través de los oscuros cubículos hasta mi
oficina, dirijo rápidamente la mano las cortinas, luego a la cerradura de la
puerta, golpeando la puerta con la espalda, mis manos soltando la correa,
bajando la cremallera y mi ropa interior.
Sus manos apoyadas contra la ventana, la mejilla contra el frío cristal.
Me arrodillo detrás de ella, mis rodillas trajeadas contra el suelo de
madera…
No.
Me saco la polla, amplio mi postura, apretando los muslos, rodeando
la polla con mi mano y lentamente acariciando toda su longitud. Ya estaba
medio duro y se terminó de endurecer aún más bajo mi toque, un suave
gemido se me escapa de los labios mientras me imagino tomándola contra
esa ventana y cargándola, tirando las botellas de cerveza y la lencería y
tumbándola sobre la mesa. ¿Pelearía? ¿Protestaría? No. No en cuanto
volviese a bajar la boca sobre el traje de baño blanco, mi boca probándola
a través de la tela, levantándole las piernas y poniéndolas sobre mis
hombros, sus muslos contra mis orejas, su olor y su sabor tan cerca, justo
ahí. Desquitándome con el traje de baño, la pondría tan húmeda que lo
vería todo, casi desnuda sobre esa mesa, la visión de ella, con la espalda
arqueada contra la dura superficie, sus manos alcanzándome… acelero mi
mano, apretando la base de mi polla mientras acaricio la erección, mi
119 respiración acelerándose, y voy a correrme como un maldito adolescente
por ella.
No sería capaz de detenerme, la llevaría al borde de la mesa y
apartaría el traje de baño húmedo a un lado, exponiendo su hermosa
visión. Sería la primera mujer que tomaría sin condón y ese empujón
inicial, el grueso deslizamiento de mi polla dentro de ella, su nombre
saliendo de mis labios… Me tiemblan los hombros contra la puerta y me
corro, jadeando su nombre en la oficina vacía.
Si mi necesidad fuese lencería, sería rojo sangre, con líneas que gritan
por atención.
16
Él
Cuando el timbre de la puerta suena, resuena a través de la casa,
rebotando en los pisos de madera y vidrio, los tonos capturan mi atención
en el momento antes de llegar al mando a distancia. Me quedo de pie,
pasando una mano por mi cabello, rascando una picazón en la parte
posterior de mi cabeza. Tiro de la parte inferior de mi camiseta, saliendo de
la sala de prensa y corriendo por la escalera delantera de la casa, la figura
en mi porche delantero manipulado por el cristal rociado. Engancho mi
pantalón de entrenamiento y abro la puerta, parpadeando a través de la
luz de la mañana. Me toma un momento reconocer al hombre en mi
porche.
—¿Stephen? —Preocupación brota a través de mí, mis pensamientos
120 se disparan a mi última llamada con Kate, unas pocas horas antes. Había
estado en su camino a la tienda; habíamos hablado sobre el aumento de
los costos de envío y si ella necesitaba un maldito periquito. Debería
haberle dicho que tuviera cuidado, que dejara el teléfono, que mirara su
entorno y volviera a casa. Yo…
—Todo está bien —me tranquiliza, leyendo la alarma en mi cara—.
Sólo vine a hablar contigo.
Tan rápidamente como el pánico surgió, la cautela lo reemplaza.
Puedo contar las conversaciones que he tenido con este hombre, por un
lado, todos ellos en presencia de Kate. No hay ninguna buena razón para
que él esté en mi casa, un domingo por la mañana, sin ella. Me inclino
contra el marco de la puerta y cruzo mis brazos, midiéndolo, mis instintos
protectores en alerta total. Él es de mi talla, pero menos apto, su cuerpo
menos musculoso, el tipo que se ve bien en un esmoquin, pero macilento
en un traje de baño. En una pelea, lo demolería, no que fuera a ir por un
mano a mano conmigo. Es demasiado agradable para eso, demasiado
respetuoso, demasiado amistoso. Adoptaría gatitos, pero carece del filo
para llevar a una mujer a su lado, y luego follarla en el maletero de su
coche. Mis ojos se mueven más allá de él y hacia mi nueva camioneta, su
puerta trasera hacia abajo, el vehículo bloqueando mi garaje, y la elegante
colección de testosterona dentro. La tendría contra su puerta, o sentada en
esa puerta posterior, con sus ropas rasgadas en remaches y bisagras, el
frío metal contra su piel, sus manos temblando contra su superficie, sus
uñas arañando su cera.
—No era mi intención molestarte. —Entrelaza su mano, una palma
sobre la otra, y da una sonrisa nerviosa—. Lo siento por no llamar
primero. Yo... —extiende sus manos—, me estoy quedando sin tiempo.
Quedándose sin tiempo. Pienso en el cuarto año de Marks Lingerie, el
préstamo de dos millones de dólares que obtuve con un trío de italianos
que habían hecho muy claros mis términos de reembolso. Había sudado a
través de cada minuto de ese año, a través de cada cheque que había
escrito, hasta que la deuda principal y los intereses habían sido pagados
en su totalidad. Tal vez de eso se trata. Mis ojos se mueven hacia su
mirada nerviosa, y la posibilidad de su insolvencia me anima.
—¿Qué necesitas? —pregunto.
Mira más allá de mi hombro, insinuando su deseo de ser invitado. No
me muevo, levanto mis cejas y espero su respuesta.
—Bueno. —Sus malditas manos se extienden de nuevo, y él las mira
como si tuvieran algo, tal vez las palabras que necesita. Me mira de
nuevo—. Sé que Kate y tú son cercanos. Mejores amigos.
121 Mejores amigos. Es un título que debería reservarse para los
adolescentes, no dos personas que apenas pueden mantener sus manos
fuera de sí. Mi labio se encrespa, pero no digo nada. ¿Se trata todavía de
un préstamo? Mi cuerpo se tensa ante la idea de que Kate de alguna
manera puede estar involucrada, que podría estar en algún peligro como
resultado de su incapacidad para manejar el dinero.
—Llega al punto. —Aprieto las palabras, apenas capaz de detenerme
de estirarme hacia adelante y tirar el maldito mensaje de su garganta.
—Oh. —Se calma, y luego mira hacia arriba—. Ah... Yo. —Hace una
pausa, luego comienza de nuevo—. Mañana por la noche, estoy planeando
proponerme. Hay una fiesta en la oficina que estoy organizando, lo voy a
hacer después. Como su padre ya no vive, pensé en pedir tu bendición.
Quiero decir, sé que es un poco anticuado, pero tú eres como un hermano
para ella.
Como un hermano para ella
La rabia se extiende, tomando mis pensamientos y vomitándolos, mis
palabras cortas y mortales, las puntas de verdad que apuñalan a través
del espacio.
—No soy como un hermano para ella. Un hermano no pensaría en
doblarla sobre mi escritorio cada vez que entra en mi oficina. Un hermano
no vería las curvas de su culo cada vez que se aleja.
La sonrisa cae de su cara. Qué idiota. ¿No conoce su impacto? ¿El
peso de su sonrisa, su risa, su desafío? ¿No entiende que es imposible
conocerla y no amarla? Sus manos, esas palmas carnosas, se aprietan en
puños, y pido a Dios que esté a punto de golpearme.
—¿Qué diablos acabas de decir? —El hombre avanza, y yo me empujo
de la puerta, llegando a mi altura completa y encontrando su intensa
mirada.
—Me escuchaste. Ahora lárgate de mi propiedad antes de que te
avergüence.
Ella estará enojada. Diablos, estará furiosa. Pero que me condenen si
alguien piensa que soy como un hermano para ella. Un hermano. Mis
músculos se aprietan, y salgo de la entrada y hacia Stephen, subiendo mis
mangas, disfrutando de la ráfaga de sangre en mis venas. Una pelea, eso
es lo que necesitamos, la capacidad de llevar esto de vuelta a los días de
las cavernas y terminarlo. Aprieto mis puños, y él retrocede, levantando
sus manos, sus pulidos zapatos de vestir bajando un paso, luego un
segundo. Se vuelve hacia su Audi, sus ojos cautelosamente quedándose en
mí.
—Me casaré con ella —me promete, y los faros de su coche destellan
122 cuando abre las puertas.
—No te casarás con ella —discrepo, y me detengo, observándolo casi
correr alrededor del capó del coche—. Ni siquiera te comprometerás con
ella.
Las palabras salen con confianza, pero no son mías para dar. Lo veo
arrancar en picada de mi unidad circular, bajando su ventana, un cobarde
dedo medio se alzó en mi dirección, y el pánico se apodera de mí.

Todo el domingo, espero por su llamada, por su coche chirriando por


mi camino de entrada, por su grito resonando en mi casa. Para el domingo
por la noche, estoy convencido de que no se lo ha dicho. Para el lunes por
la tarde, estoy casi a gusto, mi mente a mitad de camino a través de un
desmadre de un plan de marketing cuando la puerta de mi oficina se abre
de golpe, la manija perforando un agujero en el yeso, las obras de arte
repiqueteando contra la pared.
—¿Qué coño está mal contigo? —Nunca la había visto tan enojada, su
cuerpo literalmente temblando ante mí. Dejé la carpeta y encontré sus
ojos.
—Buenas tardes, Kate. Solo estaba revisando...
—Deja de jugar y contéstame.
—Nada está mal conmigo. —Hablo en el tono que pondría a una
sumisa de rodillas. Ni siquiera se inmutó.
—¿Le dijiste a Stephen que querías follarme?
—Realmente quiero follarte. Creo que todos hemos sido claros en eso
desde hace bastante tiempo.
Hunde sus dedos en su frente, apretando sus ojos cerrados.
—Sé que no eres tan estúpido, Trey. Sé que entiendes la simple
sociedad de mierda y cuánto lo que acabas de hacer jode severamente mi
relación.
—No tenías una relación —interrumpo—. Tenías un tipo que quería
una maldita esposa trofeo. Vino a mi casa y trató de decirme cómo es
nuestra relación. Me dijo que soy como un hermano para ti. —Me levanto,
y si este escritorio no estuviera entre nosotros, la presionaría tan
estrechamente contra mí que sentiría mi necesidad—. ¿Piensas en mí
como un hermano, Kate?
Ella aprieta sus puños y mira hacia otro lado, como si hubiera una
123 puta respuesta en mi planta en maceta.
—Me gusta trabajar para ti. No estoy preparada para dejar Marks,
pero no puedo...
—Quité a un idiota de una ecuación —digo con dientes apretados—.
Deja de pensar en eso y enfócate en mi maldita pregunta. ¿Piensas en mí
como un hermano? —A la mierda el escritorio. Camino alrededor de él y la
hago girar para que me haga frente, fijando su espalda contra el roble, con
mis pies a cada lado de ella, mis muslos abrazando la rígida línea de sus
piernas. Tan cerca, puedo sentirla temblar. Levanto su barbilla y disfruto
la pelea en sus ojos.
—No querría matar a mi hermano —susurra.
—Tampoco querrías follarlo. —Las palabras se deslizan
tranquilamente, y sus ojos se ensanchan, tan sólo un poco, en su
recepción. Dios, estoy enamorado de esta mujer. La fuerza de ello tira de
mi fundamento. Mi mano se suaviza en su barbilla y se desliza por la parte
delantera de su suéter, llegando a descansar en sus caderas, mis dedos
mordiendo en la tela mientras la tiro contra mí—. Dime que quieres
follarme, Kate.
Sacude su cabeza minuciosamente.
—No lo hago.
Me inclino hacia adelante, mis labios rozan suavemente sobre su
oreja y abajo el hueco de su cuello, mi control vacilante y le robo un beso,
sólo unos cuantos, a lo largo del camino. Siento su cambio de respuesta, el
trabajo de sus muslos uno contra el otro, la forma en que se arquea contra
mí, lo dice tan fuerte como un grito. Dios, las cosas que podría darle. Las
maneras en que podría complacerla. Recorro de nuevo su cuello y me
detengo en su oído.
—Dime, Kate. Dame esta maldita cosa para que pueda ir a casa,
envolver mi mano alrededor de mi polla, e imaginar cada sucia cosa que
quiero hacerte. ¿Quieres follarme?
Ella pone una mano en mi pecho, y me detengo, el mordisco de mi
agarre aflojándose, el aliento en mi garganta estancándose. Levanto mi
boca de su oído y miro esos ojos.
—No tenías que decirle nada —susurra—. Yo habría dicho que no. No
era tu pelea. No soy tuya para pelear.
Debería hacerme feliz, pero se siente como una ruptura.
Retrocede, y una parte de mí muere.
—El deseo de follarte nunca ha sido el problema.
124 No sé cómo puede mirarme a los ojos tan tranquilamente mientras lo
dice. No sé cómo, cuando se da la vuelta y se va, no tropieza.
La veo partir, y nunca me he sentido tan vulnerable, tan perdido.
Si nuestra relación fuera lencería, serían esposas forradas de piel,
cerradas a tu alrededor, la llave perdida, imposible escapar.

Ella
Cuando terminé con Craig, fue limpio y ordenado. Con Stephen,
nuestra separación fue áspera, el resultado de una pelea, una donde él me
había llamado nombres y me acusó de infidelidad, con su cara roja, saliva
volando. Había empezado explicando, tratando de explicar la naturaleza de
mi amistad con Trey, cómo él no quiso decir lo que había dicho, cómo
incluso si había habido momentos de atracción nunca había ido a ninguna
parte. Todas esas palabras se habían detenido frente a una histeria total,
el hombre amable y conservador con el que había salido durante un año
había desaparecido, este nuevo Stephen arrancaba un candelabro de
bronce de la pared y rompía una silla estilo reina Ana a través de las
puertas francesas. Había cerrado mi boca y huido a través de la puerta
principal, todas mis excusas y explicaciones carecían de valor en presencia
de eso. Entré en mi coche e ignoré sus llamadas, sus mensajes de voz
llenos de veneno y odio, una combinación que sólo cimentó mi decisión.
Al diablo mi atracción por Trey. Al diablo las cosas inapropiadas que
dijo. Esa noche, envié a Stephen un breve mensaje rompiendo con él por
una razón: estaba loco. Tal vez su exhibición de rabia era por amor, una
pasión imprudente que había escondido durante los últimos doce meses.
Pero es inaceptable para él comportarse de esa manera, manejar cualquier
cosa de esa manera, y mucho menos unas cuantas palabras descuidadas
que Trey había lanzado hacia él.
Trey es mi nuevo problema. Cuando había salido de la casa de
Stephen y fui directamente a la oficina, estaba medio furiosa con Trey por
haber causado todo, medio emocional de la pelea con Stephen. Confrontar
a Trey no había ayudado, sus declaraciones confiadas tomándome fuera de
guardia, mi sistema demasiado crudo para manejar la mirada oscura en
sus ojos, el suave toque de sus labios contra mi garganta, el roce de sus
dedos y suplica de su voz.
“Dime que quieres follarme, Kate”.
Cierro mis ojos y me pregunto cómo lo volveré a enfrentar.

125

—Sabes que no pueden volver a ser amigos ahora. —Jess saca un


pedazo de comida para bebés y lo sostiene a Skylar, quien aprieta su boca
cerrada y mira hacia otro lado.
Espolvoreo purpurina sobre una línea de pegamento y no digo nada.
“Querer follarte nunca ha sido el problema”. ¿De verdad dije eso? ¿Le
dije a Trey que quería follarlo? Me duele pensar solo en las repercusiones.
Giro la página de cartón en su lado y saco el exceso de brillo, Jenna chilla
de placer en el resultado brillante.
—Está en Nueva York —digo—. Así que al menos no tengo que verlo
esta semana.
—Pero has hablado con él.
—Sí. —Por supuesto que hemos hablado. Es costumbre llamarlo en
mi camino en la mañana. Quince decisiones al día van más suaves cuando
se discute con él. No hay “funcionamiento de Marks Lingerie” sin nosotros
dos, mano a mano, empujándolo hacia adelante—. Pero por teléfono... no
sé. Es diferente. Es más fácil.
—¿Porque no pueden arrancarse mutuamente la ropa? —Se levanta y
se va a la nevera.
Miro el rostro de Jenna, que me parpadea de la manera inocente de
un niño.
—Hablemos de esto más tarde.
Jess resopla.
—Jenna, sube a jugar. —La silla de Jenna chirria contra la baldosa y
se va, sus brillantes botas vaqueras azules haciendo un ruido sordo a
través de la cocina y subiendo las escaleras con el atronador sonido de un
hombre adulto. Veo a Jess acomodarse en su silla, acercando la silla alta.
—Vuelve de Nueva York el martes por la tarde —digo—. Quiere que
vaya a cenar, para ponerse al día con todo lo que ha perdido.
Jess se vuelve, con los ojos muy abiertos.
—Dime que finalmente lo harás. ¡Eso es todo! ¡Este es el momento! —
Se limpia las manos y busca el teléfono de la casa—. Voy a llamar a mamá.
—Detente. —Agarro el auricular inalámbrico de la mesa, metiéndolo
entre mis piernas—. No voy a tener sexo con él. Estaré en territorio de la
etapa nueve el martes.
126
—Ugh. —Se rinde en su alcance del teléfono y se vuelve a Skylar—.
Oye, quizás es algo bueno.
—Es una cosa genial. —Es la única razón por la que acepté ir. Nada
como una gigante toalla higiénica para garantizar mi virtud—. Pero no
importa. Él no hará un movimiento. —No quiero que las palabras salgan
tristes, pero lo hacen. Cada parte de mí, de mi libido a mi voz, está
confundida. ¿Debo estar feliz? ¿Enojada? ¿Preocupada? Recojo un lápiz de
color y dibujo una cara en la página. Nariz flaca. Ojos de dibujos
animados. Largas pestañas. Recojo un lápiz rojo y planeo sobre el espacio
en blanco donde debe ir una boca. Finalmente, dibujo una línea plana,
esbozando labios alrededor de ella que se presionan juntos en un... Retiro
el lápiz y examino el bosquejo. Una expresión estreñida. Suspiro, y trato de
corregir los labios en una sonrisa, el resultado final bufonesco.
—¿Qué te hace pensar que no hará un movimiento?
—Ha tenido tiempo de pensarlo. Creo que la conversación de Stephen
fue una reacción instintiva para él, algo que no esperaba e instintivamente
respondió. Y luego Stephen me dijo, y vine a él, y de alguna manera creció
enormemente desde allí. —Añado un cuello y una mandíbula, luego tomo
un nuevo lápiz y le agrego un grueso cabello negro—. Cuando regrese a la
ciudad, volverá a la normalidad. Bajo control —digo sin rodeos.
—¿Que es... una buena cosa? —pregunta Jess—. Estoy tan
confundida por lo que quieres.
—Sí. —Miro fijamente la obra de arte críticamente—. Yo también.

Su vuelo nocturno del martes se retrasa, descartando nuestros planes


para la cena. Miércoles, sufro a través de dos reuniones por la mañana, y
finalmente me uno con él en la sala de conferencias.
—Sabes, te hice un favor. —Trey da un toque a la modelo en el codo—
. Da la vuelta por favor.
—¿Me hiciste un favor? —Alzo la vista de la tela de seda en mis
manos, observando mientras dibuja una cuidadosa línea a través de la
espalda de la modelo, esbozando las líneas de un bustier que él quiere que
diseñemos. Es Miércoles Idealista, una tradición mensual en el segundo
miércoles de cada mes. Traemos una docena de modelos y todos los
diseñadores, dando rienda suelta a todos con marcadores lavables y un
par de cien muestras de material—. ¿Con que?
—Stephen. Si no fuera por mí, estarías probando el pastel de bodas
127 ahora mismo y recogerías su tintorería.
—No lo haría. —Paso a su lado y observo la modelo—. Eso es
demasiado bajo. No se quedará.
—Pero parece sexy.
—No va a ser funcional.
—Tricia, —pronuncia lentamente—. ¿Podrías por favor poner a Kate
en línea? Está arruinando toda mi diversión.
Tricia, la modelo en la que estaba trabajando, suelta una risita. Yo la
fulmino con la mirada.
—No lo hagas. Lo animarás. —Le arrojo la bata—. Ponte eso para mí.
—Dios, eres mandona. —Él mira hacia arriba a la rubia pechugona
ante él—. No es de extrañar que todos me pidan.
—Nadie pide a nadie —me quejo, haciendo una mueca mientras
dibuja un entrecruzamiento de correas en el que ninguna mujer será
capaz de entrar sin ayuda. Tricia me chasquea su lengua y trato de
reenfocarme, agarrando un puñado de alfileres y moviéndome hacia ella.
—Se iba a casar con un aburrido idiota —susurra, y sonrío a pesar de
mí misma, agradecida de que volvamos a la normalidad, tan normal como
los dos podemos estar.
—No iba a casarme con el tipo —grito fuertemente, tirando de la seda
apretada sobre sus hombros y examinando la posición de la misma—.
Ahora, por favor cállate y enfócate en tu trabajo.
—Termine. —Su voz está en mi oído, tan cerca que me estremezco, los
alfileres casi pinchando a Tricia, que me mira con preocupación. Se
endereza con una sonrisa traviesa, y lanzo uno de los alfileres en su
dirección general—. Ahora deja de perder tiempo e inventa algo increíble.
Voy a recoger el almuerzo para todos.
Trato de fulminarlo con la mirada, pero no puedo.

128
17
Ella
Me relajo en una de sus sillas, mi pierna colgando del brazo, una
manta envuelta alrededor de mis hombros, y chupo un poco de salsa de
soja de un dedo. En la mesa de café que tenemos ante nosotros, un mar de
envases de espuma de poliestireno se sitúa, rollos de sushi medios
comidos y montones de wasabi salpicando los lienzos blancos.
—Ordenaste demasiado —decido.
—La noche no ha terminado todavía. —Roba un trozo de salmón y se
pone de pie, caminando hacia la ventana y mirando hacia fuera—.
¿Quieres ir a sentarte afuera?
—No. —Estiro mi estómago, agotada al solo pensar en moverme—.
129 Entretenme desde aquí.
—Hmmm... —Se aleja de la ventana y levanta una ceja malvada—.
Eso suena divertido.
—No —gruño—. No lo hace. Entretenme verbalmente.
—Tu tienda francesa es un éxito. Deberíamos abrir una segunda
ubicación.
—Ninguna conversación de trabajo. —Me siento un poco, la
inspiración golpeando en medio de la digestión de sushi—. Intercambiemos
secretos. Dime una de las tuyas, y te diré una de las mías.
—¿Quieres que te diga un secreto? —Se encoge de hombros—. Eso es
bastante abierto.
—No —decido—. No quiero saber de algún estúpido arresto que
tuviste en la universidad. Tienes que responder a una pregunta. —
Estrecho mis ojos hacia él—. Sinceramente.
—Oh, por favor. —Se recuesta, cruzando los brazos sobre su pecho—.
No estoy haciendo eso. Preguntarás sobre Mira.
—Prometo que no preguntaré sobre Mira. —Cruzo mis dedos sobre mi
pecho, y él rueda sus ojos.
—Ni siquiera tienes algo que valga la pena compartir. ¿Cuál es tu
mayor pecado, pedir prestado un pedazo de chicle sin preguntar?
Le hago una mueca.
—Crees que lo sabes todo, pero no lo sabes. Tengo todo tipo de
oscuros secretos. —Muevo las manos en un barrido gigante, abarcando
todos mis muchos secretos jugosos.
—Nombra uno.
—¿Si lo hago, responderás a mi pregunta?
—Mientras no sea una pregunta sobre Mira. O sobre nosotros.
Vuelvo mi cabeza y me encuentro con su mirada. O sobre nosotros.
Podríamos resumir toda nuestra relación en esas tres palabras. Atracción.
Evitación. Hay un “nosotros”. Mi corazón se acelera, esa carrera familiar en
la que considero lo que típicamente intento ignorar.
—No será una pregunta sobre Mira —dijo lentamente—. O sobre
nosotros. —Me encojo de hombros, como si no tuviera ni idea de lo que voy
a preguntar, como si la pregunta no estuviera sentada, caliente y lista, en
mi lengua—. Encontraré algo más que preguntar.
—Y tu secreto tiene que ser digno. —Se inclina hacia delante—. Algo
escandaloso.
Frunzo el ceño.
—No voy a entrar uno de mis secretos en algún tipo de Olimpiadas.
130 Escogeré un buen secreto. Tendrás que confiar en mí.
—¿Uno de tus secretos? —Se ríe entre dientes—. Kate. Por favor.
Lo fulmino con la mirada, comprando un momento mientras mi
mente intenta frenéticamente encontrar algo escandaloso en mi historia.
No me acuerdo de nada. Mi mejor secreto es que quiero que mi jefe me
desnude y me golpee el próximo martes. Y ciertamente no puedo compartir
ese secreto. Pienso en mis días de universidad y trabajo hacia adelante,
buscando algo... mi mente se pone a cero en el tiempo que le di a Víctor
Parken una mamada en el sótano de su casa de la fraternidad. Busco
desesperadamente algo, cualquier otra cosa.
—¿Qué es? —Trey levanta una ceja—. ¿Piensas en algo?
—En realidad no. —Tiro de mi labio—. Es personal. —Pero mira lo
que voy a preguntarle. Eso es personal. Esta, esta era sólo una noche
estúpida con demasiada Miller Lite y no bastante sentido común.
—¿Una cinta sexual secreta? —supone—. ¿Te desnudaste en la
universidad para ganar dinero extra? ¿O tal vez un bebé secreto en algún
lugar? Un…
—PARA —interrumpo—. Estás arruinando mi entrega.
—Lo siento. —Levanta sus manos en rendición—. Confiesa.
—Cuando yo era estudiante de segundo año en la universidad —
comienzo—. Hubo una fiesta en una casa de fraternidad. —Se endereza un
poco y tengo toda su atención—. Estaba bebiendo, y allí estaba este chico
con el que estaba como saliendo. —Sus ojos cambian, cada vez más
cautelosos, y veo su mandíbula apretarse, casi imperceptiblemente. Hablo
rápidamente, antes de que piense lo incorrecto—. La fiesta se estaba
volviendo loca, así que Víctor y yo nos movimos hacia abajo, al sótano. —
Recojo el borde de mi manga—. Empezamos a besarnos, y... me bajé en él.
—Puedo sentir el rubor, caliente en mis mejillas, y de mala gana, miro a
Trey.
—¿Y...? —casi exige.
—¿Y qué?
—¿Qué pasó?
—¿Después? —Me encojo de hombros—. No sé. Supongo que solo
volvimos arriba.
Hay un cambio lento en su rostro, un restablecimiento de rasgos, su
apuesto perfil regresando, y frota sus dedos a lo largo de su frente.
—¿Ese es tu secreto? ¿Le has dado una mamada a un chico?
131 —En una casa de fraternidad. Y durante una fiesta —explico—.
Cualquiera podría haber bajado las escaleras e interrumpido, podría
haberme visto. —Me ruborizo, avergonzada por la idea. Yo, mi falda
montada alrededor de mis muslos, agachada y baja en ese suelo pegajoso,
una mano sosteniendo su pierna peluda para mantener el equilibrio. Dios,
y si alguien hubiera entrado y me hubiera visto, mis labios envueltos
alrededor de su… me reprimo solo de pensarlo.
—Pero nadie realmente entró. —Sus labios revoloteaban en el
fantasma de una sonrisa.
—Oh Dios mío. Fuimos prácticamente exhibicionistas. Si no puedes
ver lo estúpido que era hacer eso, entonces eres...
—¿Normal? ¿Razonable?
—Un idiota —termino—. Eres un idiota.
—Eso no es un secreto.
—¿Estás bromeando? —Golpeo mi mano sobre la almohada del sofá—
. Ese fue un gran secreto.
—Es realmente triste si ese es tu mejor secreto. En serio. Dime que
tienes una orgía que escondes detrás de ese rubor.
—Ew. —Me estremezco—. No. —Levanto mi barbilla y lo miro
fijamente—. Y no lo menosprecies. El hecho de que no sea una digna-puta-
de-Trey-Marks, no significa que no fue un gran problema para mí.
—Oh, eres digna-de-Trey-Marks. —Sonríe abiertamente, y estamos de
vuelta a ese lugar, el lugar donde coquetea, y me desvío, y más tarde esa
noche paso veinte minutos con mi vibrador.
—Pero no una puta.
Inclina su cabeza como si considerara la posibilidad.
—En mi mente, eres una loca promiscua una vez fuera de esa ropa.
—Estás intentando distraerme de mi pregunta.
—Oh sí. La temida pregunta. ¿Tengo que decir la verdad?
Le doy una mirada, y él se ríe entre dientes.
—Bien. Sigue adelante con esta misteriosa pregunta.
—¿Quién era esa chica que te asaltó? ¿Por qué te estaba encontrando
allí?
Él hace una mueca, y puedo decir que había olvidado esa noche,
olvidado mis preguntas tentativas que había evadido. En aquel entonces,
no me había sentido lo suficientemente cómoda para presionar por la
verdad, y nunca la había planteado de nuevo. Pero ahora, tiene que
decirme.
132 —Eso no es lo que quieres preguntar, Kate. Pregúntame algo más.
—No —insisto—. Esto es lo que quiero. Te dije mi secreto embarazoso.
Dime esto.
—No puedo creer que lo recuerdes.
—Mi jefe entró en mi coche con una bata —digo secamente—. Tu polla
estaba prácticamente colgando fuera de ella.
En cualquier otro momento, se reiría. Ahora, él sólo corre sus palmas
sobre su cara.
—Vamos.
Espero, y él me mira, su rostro tan lleno de abatimiento que casi dejo
todo. Casi le doy un pase libre.
Pero no lo hago. Sostengo sus ojos y espero que empiece.

—La mujer en la habitación del hotel... —Hace una pausa—. Ella no


estaba sola. Un hombre estaba con ella. Tenía previsto reunirme con los
dos. —Él me mira—. Por sexo.
Intento contener mis rasgos, para contener los pensamientos que
vienen.
—¿Ambos?
—Sí. Yo no iba a joderlo; no se trataba de eso. Los dos íbamos a
complacerla.
—¿Al mismo tiempo?
Él levanta un hombro.
—Posiblemente. Dependiendo de cómo iba. A veces sólo les gusta ver.
A veces solo les gusta ver. ¿Alguna vez olvidaré cómo suena eso, la
manera fácil que rueda de su lengua? De repente me siento sucia, mi
deseo de salir de esta conversación tan fuerte como lo había sido para
empezar. Esto no es lo que quería oír. Esto no es lo que quería imaginar,
no de él. He sabido que Trey Marks tiene una vida sexual activa. He oído
rumores, visto a Mira y Chelsea, ciertamente nunca esperé el celibato. Pero
tampoco esperaba esto. A veces solo les gusta ver. Mis manos se sienten
pegajosas, y pellizco la parte inferior de mi muñeca en un intento de eludir
una repentina oleada de mareo.
—¿Kate? —Me mira, y yo miro lejos, tratando de ocultar mi disgusto.
133 Me paso los dedos por el cabello, todo de repente caliente. Jura y se
empuja de la pared, acercándose a mi silla—. Háblame.
—Sólo un segundo. —Trato de toser, de aclararme la garganta y
hablar, pero algo como un sollozo sale. Presiono mis dedos hasta el borde
de mis ojos, tratando de detener el débil escape de lágrimas. Recupero un
poco de control y me enderezo, inhalando una respiración profunda—. Lo
siento. —Exhalo y siento una apariencia de control—. Estoy solo emocional
hoy. No sé por qué reaccioné así.
Pero lo hago. Esto es importante. Tal vez esta es la verdadera razón
por la que Trey nunca ha pasado del flirteo casual conmigo. Porque le
gusta eso, lo que nunca haré. A veces solo les gusta ver. Me encuentro con
sus ojos, y las emociones en ellos son una combinación que nunca he visto
de él. Vergüenza. Tristeza. Miedo. Estira una mano hacia mí y me
estremezco. Se detiene y se para, metiendo las manos en sus bolsillos y
volviéndose hacia la ventana.
—Así que por eso no la conocías. O a ellos —corrijo—. ¿Fueron sólo
algunas personas al azar... como Craigslist? —Esto está empeorando a
cada minuto.
No se vuelve para mirarme.
—Cristo, Kate. No estoy reuniendo a gente de Craigslist. Soy parte de
un club, uno que te empareja con gente con ideas afines y parejas. Hay un
sitio web donde se enumeran los perfiles. Estaba de mal humor ese día y
salí de los rieles, arriesgando un nuevo perfil. Fue un error, uno que me
quemó. —Puedo ver la tensión en sus hombros, la rigidez de su postura.
Un club. Probablemente uno caro, como si una cuota de membresía y
sitio web de lujo lo hacen menos sórdido. A veces solo les gusta ver.
Debería irme. Alejarme de esta conversación, tallar a Trey Marks de mi
corazón para siempre, y seguir adelante. No importa que me haya pasado
casi tres años suspirando por él. No importa que cuando respira, puedo
sentirlo en mi corazón. Debería haberme dicho esto. Debería haberme
dicho esto hace años, antes de que me enamorara de él, antes de inyectar
su alma en mis venas y volverme adicta. ¿Puedo incluso trabajar para él
después de esto? ¿Puedo estar a su lado sin enamorarme más? Antes,
siempre pensé que habría un momento —una vez que la compañía esté
pateando el culo, una vez que esté listo para alejarse de la gestión y
retirarse— cuando seriamos capaces de salir, cuando podríamos intentar
una relación. Pero ahora, con mi estúpida pregunta, con su estúpida
confesión, todo muere. No puedo salir con un hombre que, ni siquiera
entiendo lo que hace. Me froto la sien.
—Dime exactamente qué pasa.
—Kate. —Sólo una sola sílaba, pero puedo oír mucho en ella. Se aleja
134 de la ventana y apoya su espalda contra el cristal, con su rostro colgando,
como si fuera un niño castigado.
—Dime, Trey. —Espero—. Necesito saber. —Tengo que saber lo malo
que es. No me mentirá. No lo endulzara.
—Disfruto complacer a las mujeres. —Sus ojos se levantan y se
encuentran con los míos—. Así que eso es lo que hago. Con mis manos y
mi boca, y mi polla. A veces el tipo se une, a veces no.
—Se une. Defínelo. —Mi boca es algodonosa. Trago. No ayuda.
—A veces doble penetración. A veces ella lo chupa mientras la follo. O
nos toma a los dos al mismo tiempo.
—Pero no eres gay.
—No. —Él sostiene mis ojos—. Definitivamente no soy gay.
Poca diferencia que hace ahora mismo. Quiero cerrar los ojos, apartar
la mirada, tirarme el cabello y gritarle. No lo hago. Espero, y es casi
doloroso hacerlo.
—La mujer siempre es el foco. Ese es el grado de mi interacción con
los hombres.
—Oh, ¿eso es todo? —Me río, un duro truco de un sonido, uno que
nunca he oído de mí antes, uno que al instante odio. Sus ojos se
endurecen, pero no dice nada.
En ese silencio, casi escucho nuestro futuro crepitar y arder.
Él
La he perdido. Puedo verlo en sus ojos, en el temblor de su voz, en las
preguntas que hace. Tal vez debería haber mentido. Tal vez debería haber
silenciado la verdad. Tal vez entonces, ella no me miraría como si yo fuera
un monstruo, como si no tuviéramos años entre nosotros, como si no me
amara en absoluto.
No puedo sorprenderme, no después de esa conversación hace tanto
tiempo, a lo largo de cervezas y hamburguesas, la mirada disgustada en su
rostro cuando me contó del trío que su novio había tratado de tener.
—Sólo porque no lo entiendas —digo—, no me juzgues por ello. Todos
nos excitamos de diferentes maneras. Esto es algo que he hecho, algo que
me gustó.
Mira hacia abajo, como si estuviera buscando una respuesta. Cuando
finalmente levanta su cabeza, parpadea rápidamente, con su rostro
135 enrojecido. Esta estúpida cosa mía la está llevando a las lágrimas.
—Deberías habérmelo dicho —dice firmemente—. Esto cambia todo
entre nosotros.
Las palabras son un martillo al centro de mi pecho. En ellos, hay todo
lo que nunca hemos dicho en voz alta, nunca puesto en cualquier lugar
cerca de palabras. ¿Hay un “nosotros”? Nosotros es más de lo que
esperaba. Entre el riesgo para la compañía, y mi pasado sexual, he pasado
años evitando cualquier pensamiento de nosotros. Siempre comprendí que
en algún momento llegaríamos a esto. Ella mirándome con gruesa
desconfianza. Encogiéndose cuando extiendo la mano para tocarla.
Nosotros. En cierto modo, la palabra es casi liberadora. La grieta de la
pared protectora. Nuestras reglas idas, el campo de batalla abierto de par
en par.
—¿Nosotros? —Inclino mi cabeza hacia ella—. ¿Qué nosotros? —Doy
un paso adelante, ignorando su comienzo, la forma en que se desprende de
mí—. No hay nosotros.
—Sabes lo que quiero decir —susurra—. Nuestra amistad.
—No, no creo que eso es lo que quisiste decir. —Miro su boca, la
manera nerviosa que lame sus labios, sus ojos saltando de mi boca a mis
ojos. Lo ha hecho cien veces antes, la tensión por mi beso, el beso que
nunca he dado, pero esta vez todo está mal. No es sin aliento ni
esperanzado. Es en pánico y frustrado. Es... me enderezo, retrocediendo,
lejos de ella. Es lleno de asco.
Increíble lo rápido que un mundo puede cambiar. Cómo toda mi
persona, nuestra amistad, puede reducirse a nada, con una sola
confesión. Me he preocupado durante años que me juzgue por esto. Y
ahora que está sucediendo, estoy tan decepcionado de ella como estoy
enojado conmigo mismo.
¿Es esto de lo que me enamoré? ¿Una mujer que me echara a un lado
tan fácilmente? ¿Es ella tan sentenciosa, tan mente cerrada? Ni siquiera
está haciendo las preguntas correctas. Ni siquiera me da, nos da, una
oportunidad.
Me doy la vuelta, mis palabras apretadas y controladas cuando las
permito salir.
—Te amo, Kate. Estoy enamorado de ti. Siento que no te guste esto. O
que no lo entiendas. Pero no cambia quién soy.
Sus palabras me detienen, sus bordes tan afilados como vidrios rotos.
—No hagas eso. No uses esas palabras ahora mismo, mientras te
alejas, jodido cobarde.
136 Me vuelvo y la miro. Mi hermosa mujer, la mujer más inteligente que
he conocido, la única persona en la Tierra con la capacidad de hacerme
daño así.
—Tienes razón, debería haberte dicho hace mucho tiempo. Pero eso
no habría cambiado esto.
Traga, sus ojos húmedos, y no dice nada. Y esta vez, cuando me
vuelvo y me alejo, ella no dice nada para detenerme.
Entro en mi habitación y cierro la puerta con una mano temblorosa.
Cuando se va, cerrando de golpe la puerta principal detrás de ella, casi
puedo sentir la vibración en mi alma.
18
Ella
Hemos peleado antes. Hemos gritado, hemos jurado, hemos dicho
cosas que no queríamos. Pero nunca ha sido así. Nunca ha sido tan serio,
tan silencioso. Cuando me mira, todo lo que veo es tristeza y decepción en
sus ojos. Cuando lo miro, todo lo que puedo oír son sus palabras.
A veces sólo les gusta mirar.
No cambia quién soy.
Pasa y espero a que vuelva la cabeza, que mire en mi oficina, pero no
lo hace.

137
—Harrods hizo un nuevo pedido.
—Lo vi en tu correo de esta mañana. Parece bueno.
—Trey, es mejor que bueno. Es dos veces lo que vendieron el mes
pasado.
—Puedo hacer la cuenta. Soy feliz por ello. ¿Quieres una jodida
estrella de oro?
—No seas un imbécil sobre esto. Sólo pensé que valía la pena
mencionarlo.
—¿Hay algo más que tengamos que discutir?
Sí. Esto. Nosotros. Por qué de repente somos extraños. Trago.
—No. Eso es todo.
Se levanta, dejando su silla, y pasa por la puerta de la sala de
conferencias.
No entiendo por qué está enojado conmigo. Soy la que se supone que
está enojada, soy la que ha sido engañada por casi tres años. Soy la que se
enamoró de un hombre inalcanzable. Es mi corazón el que está roto.
Parte de mí cree eso. Parte de mí siente que estoy siendo una perra en
este momento.

Yo: Lo siento. Lamento juzgarte.


Trey: No voy a aceptar tu disculpa vía mensaje. Eso está por
debajo de nosotros.
Yo: Pues no voy a aceptar tu falta de disculpa en absoluto.
Trey: Eso ni siquiera tiene sentido.
Yo: Sabes lo que quiero decir.
Trey: Ven.
Ven. Han pasado ocho días desde que salí de su casa. Miro el teléfono
por un largo momento, luego me levanto y tomo mi bolso.
Quince minutos más tarde, cuando abre su puerta principal, me
arrojo a sus brazos.
138 Su pecho está tenso, su cuerpo rígido, y lo envuelvo con mis brazos,
metiendo mi rostro en su pecho, obligando a su postura a suavizarse, a
sus brazos a moverse. Cuando lo hacen, cuando pone una mano
gentilmente sobre mi cabello, la otra en mi espalda, casi lloro de alivio.
Exhala, su aliento cálido contra mi cuello, y me aprieta con fuerza.
—Lo siento —susurro.
—Yo también. —Me atrae dentro y cierra la puerta.

Apenas hace bastante frío fuera, pero, aun así, hace un fuego y hago
chocolate caliente. Terminamos y nos sentamos en el sofá, nuestros
hombros tocándose mientras observamos el fuego. Trey mira su taza de
café.
—¿Sin malvaviscos?
—Estabas fuera. —Apoyo mi cabeza en su hombro—. No quiero volver
a pelear así jamás.
—Trato. —Extiende su taza y choco la mía contra ella. Hay un
momento de silencio, su cuerpo removiéndose en el sofá, antes de que
hable—: Háblame.
—¿Qué quieres? ¿Otra disculpa?
—Asumo que tienes preguntas.
—Alguna. —Alguna es un pequeño eufemismo. Tengo montones, una
lista que crece cuanto más lo pienso, cuanto más intento emparejar al
hombre que conozco con el fetichista que no.
—Entonces pregunta. —Deja su taza en la mesa auxiliar y baja la
mano, poniendo mis piernas sobre su regazo, sus dedos trabajando en los
cordones de mis botas. Hay una tensión poco natural en su cuerpo, y tan
nerviosa como estoy por discutir esto, parece estar peor.
—No tenemos que hablar de ello. Sé que es personal. —Flexiono mis
dedos de los pies cuando quita la primera bota, su pecho roza mi pie con
calcetín cuando se inclina y la deja en el suelo.
Se endereza de nuevo y se mueve a la siguiente bota.
—Quiero que te sientas cómoda con ello. Quiero que estemos menos…
—Hace una mueca—. Menos incómodos sobre esto.
139 —De acuerdo. —Miro mientras libera mi segundo pie—. Cuéntame
sobre tu primera vez. Es decir… ¿siempre te gustó ese tipo de cosa?
—Mi primera vez fue cuando tenía veintiséis años. Algunos del trabajo
salimos a tomar copas. Bebimos demasiado y mi compañera nos ofreció a
algunos ir a su casa. —Me echa un vistazo—. Fue Mira. Y yo. —Hace una
pausa—. Y este chico de la oficina de Nueva York.
—¿Mira? —Me siento más recta y un poco de mi chocolate caliente
casi se derrama por el borde.
Se ríe.
—Sí. Mira. Prácticamente nos desnudó y nos llevó a su dormitorio. Y
cuando lo vi allí, cuando lo vi tocarla… —Hace una pausa, me mira—.
Hubo este momento de posesividad. Como si estuviera tocando algo mío.
Fue como si de repente me encontrara en la escuela de nuevo, con mis
hormonas rabiando y mi necesidad… como una voraz necesidad de
competir, de ganar. —Pasa una mano lentamente por mis vaqueros, hacia
mi rodilla, y entonces hacia debajo de nuevo—. El tipo no lo entendió. No
lo comprendió. Pero Mira lo hizo. Recuerdo que me sonrió como si la
follara. Mientras él se sentaba allí con su polla en su mano. Y, al final, ella
me dijo que íbamos a tener mucha diversión.
Una pieza del rompecabezas encaja.
—Espera. Esa noche, en Las Vegas…
—Los conocí a ella y Edward —confirma.
—Entonces, ¿Edward lo sabía? ¿Ella no le estaba engañando?
Asiente e intento imaginar al decoroso Edward en un trío con Mira y
Trey. Niego.
—Estás lleno de mierda.
Sus manos se detienen encima de mis calcetines de lana.
—¿Disculpa?
—No hay manera de que Edward hiciera algo así.
Sus ojos se oscurecen.
—Porque es asqueroso.
Sí. Asqueroso es una buena palabra. Pero probablemente no es el
mejor momento para decir eso.
—No es asqueroso —evado—. Es sólo… pervertido. Y Edward no era
así. —No lo era. Era refinado y educado y, ciertamente, no habría tenido a
Trey follando a su esposa, mucho menos unirse.
—Te aseguro que Edward es muy así.
140 —¿Pero no se pone celoso?
—Es realista. No puede follar a Mira y hacerle sexo oral al mismo
tiempo. No puede crear la energía de dos personas, la atención de dos
personas a la vez. Con ambos, ella tiene cuatro manos, dos bocas, dos
pollas. —Desliza sus manos bajo mis calcetines y los quita—. No soy un
jugador emocional en sus vidas. Entro, nos divertimos y me voy. No es
desagradable. Doy placer a una mujer, libero un poco de tensión sexual y
luego vuelvo a mi vida.
Pone presión a lo largo de mis plantas y casi cierro los ojos por la
sensación.
—No entiendo. —Suspira y lo miro—. Lo digo en serio. ¿Haces esto
por la ráfaga de testosterona o por sexo sin ataduras? Porque sabes que
puedes contratar a una mujer para eso, ¿cierto?
—Pagar a una mujer por tener sexo conmigo no me excita de ninguna
manera. Y no sé exactamente por qué lo hice. Todo lo que sé es que la idea
de ello, el preámbulo, lo desconocido de una nueva mujer, lo prohibido…
todo me excitaba. Lo secundario de esto es que me encanta complacer a
las mujeres. Y este estilo de vida me permitía hacerlo sin requerir que
tuviera una relación propia.
Habla en pasado y me doy cuenta de eso, aun así, continúo:
—Excepto por Chelsea. —Dios, todavía me disgusta esa mujer.
Incluso ahora, apenas puedo decir su nombre sin gruñir.
—Ahh… Chelsea. —Frunce el ceño—. Chelsea fue una especie de
experimento.
—¿En monogamia? —Me alegra tanto saber que falló en eso.
—En realidad, lo contrario. —No me mira, enfocándose en mis pies, el
gentil trabajo de los músculos. Dios, si el negocio de lencería se va a la
mierda, podría ganar un millón con sólo sus manos—. Conocí por primera
vez a Chelsea en un trío. No la vi de nuevo hasta su entrevista. Las cosas
no parecían haber funcionado con su último novio. Pensé que intentaría el
estilo de vida desde el otro extremo. Como un anfitrión, en lugar de un
invitado.
—¿Y?
Pone una manta sobre mis pies y mete la tela debajo de ellos.
—No me gustó. —Me mira—. Y me hizo darme cuenta de lo que
sentiría si fuera alguien de quien realmente me preocupara.
No habla sobre mí. Sé que no habla sobre mí, pero, aun así, en algún
lugar dentro, una cálida y pequeña llama brilla.
—¿Lo que significa? —digo, en la manera más casual en la que una
mujer puede hacer una pregunta.
141 Envuelve sus manos alrededor de mis pies y los lleva cerca de su
pecho, casi de la manera en que acunarías a un pequeño bebé.
—Significa que, si alguna vez salimos, no querré hacer nada como eso
contigo.
Todo se detiene. El crujido del fuego, el apretón de sus manos, el
movimiento de la respiración en mis pulmones.
—¿Nunca? —cuestiono.
—Nunca —confirma.
—¿Pero no lo extrañarás?
—No puedo mirarte entrar en una habitación sin ponerme duro. No
necesitaría nada más. —Frota su rostro con una mano—. Honestamente,
si tuviera una estimulación adicional, probablemente sería una
vergonzosamente breve experiencia.
—Ese es un problema común, sabes. Que los hombres tienen
conmigo. —Levanto mi taza para cubrir mi sonrisa—. Sucede todo el
tiempo.
Frunce el ceño.
—Baja esa taza.
—¿Qué?
—Bájala.
Cuidadosamente la dejo en la mesa auxiliar.
—¿Qué pasa…? —Mi pregunta es interrumpida cuando me pone
sobre su regazo, sus manos firmes sobre mis caderas, sus ojos feroces con
posesión.
—Lamento no contarte la verdad. Sobre Mira. Sobre Chelsea. Sobre
mi vida sexual. No te dije la verdad porque me preocupaba perder
cualquier oportunidad de que alguna vez estuviéramos juntos. Y si pudiera
volver a esa primera noche, con Mira, lo haría. Volvería atrás y nunca
daría un paso en ese camino. Pero necesito saber si todavía hay una
oportunidad para nosotros. Si, sabiendo lo que sabes ahora, y maldito sea
cualquier riesgo para la compañía, si alguna vez saldrás conmigo.
Salir. Suena tan trivial comparado con todo lo que hemos pasado.
¿Saldría con él? Dios, he estado enamorada de él durante años. He…
—Jesucristo, Kate. Me estás matando.
Miro a su rostro, mis ojos moviéndose por el borde de su mandíbula,
la tensión en sus labios mientras traga, las líneas de preocupación que
marcan su frente y se reúnen en las esquinas de sus ojos. Nuestras
142 miradas se encuentran y todo lo que sé está allí.
—Quiero más que eso —susurro.
Iba a continuar, pero pierdo las palabras cuando se inclina hacia
delante y captura mi boca con la suya.

Él
Cuando un beso se espera durante mil días, estalla como un ciclón…
un lento despliegue de labios, de lenguas, manos desgarrando, ropas
volando, calientes remolinos de respiración reunidas con un choque de
frenético deseo. Siempre había imaginado que me tomaría mi tiempo, que
cuidadosamente la saborearía, mi lengua probando, un suave momento
del que disfrutaría cada segundo. Pero en este beso, tomamos cien
segundos en cada diez. Gimo contra su boca y la bajo sobre mi regazo. Su
rodilla se mueve, nuestras manos luchan por reconectar, entonces está a
horcajadas sobre mí y sus caderas se frotan contra mí, y me aparto de su
boca sólo el tiempo suficiente para jurar su nombre.
Tanto he temido como anticipado este momento por mucho tiempo.
Me he preguntado si tendríamos química o si nuestra tensión sería todo
un mito, la promesa de un inalcanzable calor a causa de su imposibilidad.
No era un mito. Nunca he experimentado tal química, cada probada
de su lengua, cada movimiento de su cuerpo, el tirón de su mano en mi
cabello… cada uno aviva la llama, mi polla empujando dolorosamente
contra mi cremallera, mi piel ardiendo por tener más de ella, en todas
partes contra mí. Deslizo mis manos por la parte trasera de su pantalón y
agarro su culo, rodando con ella, hasta que cae hacia atrás en el sofá de
piel, su cabello suelto y salvaje, sus ojos ardiendo de una manera que
nunca he visto. Me detengo.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —pregunta, su pecho estremeciéndose, sus
mejillas sonrojadas.
—No te muevas —susurro.
—No te estás corriendo, ¿no? —Sus ojos se amplían y, Dios,
jodidamente amo a esta mujer.
—No. —Sonrío—. Definitivamente no me estoy corriendo. Sólo… —
Sólo quiero saborear este momento. Sólo quiero recordar, para siempre,
cómo se ve ahora mismo, la manera en que me alcanza, en que jadea por
mí. Quiero recordar la hinchazón de sus labios por mi beso, su corazón
está latiendo con fuerza, el brillo de su piel. Trago—. Sólo quiero decirte
que te amo.
143 Desliza su mano bajo la cintura de mis vaqueros y agarra el cinturón,
atrayéndome hacia ella.
—También te amo —susurra, su boca levantándose a la mía—. Pero,
en este momento, realmente necesito que te desnudes.
No puedo discutir con eso. Robo otro beso mientras tira de mi camisa,
nuestras bocas separándose mientras quita la Henley de algodón por mi
cabeza. Me levanto y desabrocho mi cinturón, asintiendo hacia sus
vaqueros.
—Quítate esos.
Debería llevarla a mi dormitorio, pero está demasiado lejos, y este
momento se siente como un espejismo, uno que podría disolverse en
cualquier momento, su cabeza en juego, sus dudas surgiendo, mi pasado
demasiado para que su mente lo venza. Desabotono mis vaqueros y los
empujo al suelo, arrodillándome mientras me muevo al borde del sofá, mis
manos tirando de la cintura de sus vaqueros, ayudando a bajarlos por sus
piernas, su espalda acomodándose en el cojín del sofá mientras me
observa a través de ojos pesados.
No sé qué hay bajo su camisa, pero al ver la cara tanga que es
descubierta, el familiar estilo, saber que mi nombre está contra su piel… le
hace algo a mi corazón. No sólo al mío, al nuestro, nuestro trabajo de
amor, nuestras noches tardías, nuestras discusiones, nuestra pasión.
Separo sus rodillas y me coloco entre sus piernas, mis manos suben por
sus muslos, hacia el triángulo negro de encaje. Paso una mano reverente
sobre el delicado material, trazando sus detalles y entonces abajo, entre
sus hermosas piernas. Bajo mi boca hacia el encaje y sigo el camino de
mis dedos, plantando suaves besos de sus caderas a su montículo, y
respiro en su esencia, mi lengua moviéndose sobre las líneas de la tanga,
burlándome de ella a través de la tela, un pequeño gemido de placer sale
de ella cuando golpeo sus más sensibles lugares. Se curva debajo de mí y
la sostengo en el lugar, manteniéndola contra mi boca, mientras aparto la
tanga y la revelo por completo.
He practicado sexo oral a incontables mujeres. Nunca he saboreado a
una mujer que no disfrutara, y nunca he conocido un coño que no me
pusiera duro. Pero Kate… no tengo palabras para los sentimientos que
tengo cuando está abierta ante mí, sus muslos retorciéndose
nerviosamente, la delgada línea de vello húmeda y apelmazada con sus
jugos, todo de ella expuesto. Me tomo un momento, mi dedo frotándola
suavemente, y alzo la mirada, observando su boca abierta mientras
gentilmente ruedo la yema de mi pulgar sobre su clítoris, su cuerpo
curvándose por más, su pelvis inclinándose, como una oferta a los dioses.
Me doblo y me doy un festín.

144
19
Ella
La luz del fuego lo hace brillar, un dios con fuertes hombros y brazos
musculosos que me sujetan mientras su hermoso perfil se inclina sobre
mí, adorando mi coño con su lengua, su mandíbula flexionándose, el
suave movimiento de su lengua saboreándome de maneras que destruyen
mis pensamientos, mi resolución, mi cordura. Dios, todas las cosas que he
visionado, todos los talentos que he imaginado —cada vez que su lengua
asomaba por su boca, cada vez que atrapaba un vistazo de ello—, todas
mis fantasías se han quedado cortas con esto, la vista de él, la sensación
de él. Empuja su lengua dentro de mí y todo pensamiento se detiene, sus
dedos sumergiéndose en mis nalgas, su boca tan agresiva como su toque.
No necesito preguntar cómo sé, o si lo está disfrutando. Cierro los ojos,
libero cualquier inhibición, y dejo que su lengua destruya mis sentidos.
145
Cuando me corro, es el tipo de orgasmo que cambia vidas. El tipo en
el que mis uñas arañan su cuero cabelludo, mis pies se flexionan en el aire
y mi grito es tan alto que es silencioso. Lucho por punto de apoyo, por
realidad, y en la centésima vez que grito su nombre, le digo que lo amo.
Me deja en el suelo, mis miembros flojos y libres, y miro mientras se
quita su ropa interior, su polla liberándose.
Buen Dios. Y pensé que era sexy antes.

Extiendo la mano por él y me levanta y posiciona con cuidado sobre el


suelo.
—¿Estás cómoda? —pregunta, y asiento, su alfombra es el
imposiblemente tipo de suavidad en la que quieres meterte, una en la que
he pasado noches antes, pero siempre en pijama y nunca así… nunca con
la luz del fuego aleteando en su torso mientras se pone sobre mí, su boca
cayendo sobre la mía, y nos besamos, esta vez es diferente de la primera,
esta vez es gentil y dulce, con él sabiendo ligeramente a chocolate, cada
encuentro de nuestras lenguas provocando mi excitación, subiendo por
mis miembros, y me apoyo sobre mis codos y alcanzo su cuello, la droga
de mi orgasmo desapareciendo, mi cuerpo necesitando otro chute.
Nuestro ritmo aumenta, capas de control se pierden mientras tiro de
su cabeza, nuestro beso profundizándose, sus caderas bajando. Envuelvo
mis piernas a su alrededor y un gemido retumba contra mi boca, su
desnuda polla dura contra mi estómago, y cuando la arrastra sobre mis
bragas mojadas, mi sensible clítoris, jadeo contra su beso. Aparta sus
manos y se sienta sobre sus talones. En un rápido movimiento, toma mis
piernas y las pone de un tirón contra sus muslos, sus manos
extendiéndose hacia delante y agarrando el cuello abierto de mi camisa de
franela, los botones explotando y los hilos desgarrándose.
Un gruñido sale de su garganta cuando ve el sujetador balconet a
juego, el de la última temporada, sus ojos repasan mi pecho. Desliza sus
manos por mi estómago y sobre la hinchazón de las copas transparentes,
todo encaje y sin aros, sus manos apretando, sus dedos tirando de la parte
superior.
—Joder, eres hermosa —exhala, y es un momento de clama, un
momento donde su mirada me recorre, de las rodillas al rostro, y nuestros
ojos se encuentran y nunca me he sentido tan segura, tan amada, tan
146 hermosa. Traga saliva y hay una traba en sus palabras cuando habla—:
Siempre he llevado condón. Cada vez. Siempre. —Sus ojos caen y tenso
mis piernas ante la vulnerabilidad que cruza su rostro—. Pero contigo, no
puedo… quiero decir, puedo, si eso te hiciera…
—Confío en ti. —Mis ojos caen a su polla y no puedo creer lo que en
realidad veo, el más privado pedazo de él, la belleza en su grueso eje, sus
líneas y cortes, la sacudida mientras lo miro. Humedezco mis labios—. Por
favor. Te necesito.
Sisea cuando suelta el aliento y baja la mano, moviendo a un lado mis
bragas, mi cuerpo levantándose ligeramente del suelo, y nunca he estado
tan ansiosa antes, nunca he estado tan necesitada por algo en mi vida.
Levanto mi cuerpo para encontrar el suyo y cuando envuelve la base de su
polla con su mano, sus ojos van a encontrarse con los míos, una silenciosa
pregunta procedente de esas oscuras profundidades.
—No puedo creer que esté a punto de hacer esto. —Su voz es ronca y
traga—. No tienes ni idea de cuánto he pensado sobre esto. —La mano en
mis bragas se mueve y mi respiración se atora cuando algo, su pulgar,
empuja dentro. Jura y, de repente, hay una rotura en su control, sus
caderas embistiendo hacia delante, su mano moviéndose a un lado, y me
levanto de la alfombra ante la sensación de él empujando, desnudo y
grueso, dentro de mí.
Dios, la resbaladiza y dura sensación de él. La manera en que cae
sobre mí, sus manos sosteniéndolo, su respiración entrecortada, sus
caderas golpeando. Se mueve lentamente, la primera embestida es difícil,
la segunda más fácil, la tercera tranquila y húmeda, un suave siseo escapa
de su boca. Puedo sentir su contención, la cuidadosa manera en la que se
desliza sobre mí, cada estocada llena y profunda, entonces lenta cuando
sale. Cada movimiento me da todo de él, cada retirada tiene a mi cuerpo
ansiando. Araño su espalda y le ruego por más y, cuando mira mi rostro,
casi me corro en pedazos.
Es él. Es Trey. Es su hermoso rostro, ese tenso ceño cuando está
concentrado sobre algo, el familiar ardor en sus ojos cuando está excitado,
la mirada de la que siempre me he alejado, que siempre he evitado. Ahora,
es más que una quemadura; es fuego, sus ojos devorándome, algo tan
ferozmente vulnerable en ellos, una mirada que reconozco por lo que
siento… la aterradora compresión de que todo lo que alguna vez he
querido está ocurriendo ahora mismo. Trey, mi Trey, su boca bajando a la
mía. Sus labios suavemente abriéndose, su lengua contra la mía, mi
nombre un reverente susurro de sus labios. Su voz es espesa cuando me
dice cuán increíblemente fantástica me siento, cuando me dice que ha
deseado esto durante mucho tiempo. De repente, hace una pausa, solo su
punta dentro de mí, y mis piernas se agitan y curvo mis caderas hacia
arriba por más, pero se mantiene quieto, y hay un destello de su juguetona
147 sonrisa antes de que se haya ido, y es todo negocios, sentándose sobre sus
talones, su mano envuelta alrededor de su base mientras se retira y, gentil
y lentamente, lo arrastra sobre mí, mi clítoris casi extasiándose por la
resbaladiza sensación de su cabeza.
—Dime que me amas —ordena.
—Te amo. —No hay duda en mis palabras, sólo la traba en el aliento
justo después, en el momento que deja su polla y tira de mis bragas, sus
fuertes manos desgarrando el fino encaje, el sonido de desgarre tan crudo
y descontrolado, una ráfaga de sucio placer recorriéndome cuando deja la
arruinada tela sobre mi estómago. Sus manos se mueven en la cara
interna de mis muslos, sosteniéndolos abiertos, sosteniéndome abierta, y
usa sólo sus caderas para guiar el movimiento de su tenso eje, su polla
embistiendo de atrás adelante a lo largo de mi abertura estirada, su agarre
manteniéndome en el lugar, y tiemblo ante la ardiente y dura sensación de
él, resbaladizo con mis jugos, rodando con perfecta presión a lo largo de mi
clítoris.
—Dime que soy el único hombre para ti. —Levanta su cabeza y
encuentra mis ojos.
—Lo eres. —Es verdad. Lo ha sido desde el día que entré en su
edificio, desde que tuve que cambiar de escritorio sólo para concentrarme
en mi trabajo. Desde que rompí con Craig en Hong Kong, desde que mi
corazón latió en mi pecho cuando Stephen me dijo que Trey quería
follarme. Ha sido el único hombre para mí desde el momento en que
pronunció mi nombre.
—¿Sabes…? —Sus manos aprietan mis muslos y me apoyo sobre mis
codos, necesitando estar más cerca de él, necesitando ver su dura longitud
contra mi piel, la manera en que se empuja a lo largo de mi hendidura,
mis labios estirándose un poco alrededor de él. Parece tan imposiblemente
grande, tan masculino, tan grueso y viril, sus fuertes manos se clavan en
la suave piel de la cara interna de mis muslos, las duras crestas de su
estómago cuando esos musculosos muslos se flexionan—. ¿Sabes cuán
jodidamente loco me volvió verte salir con otros hombres?
Alzo la mirada ante el gruñido en su voz, un escalofrío de placer ilícito
se dispara a través de mí ante la posesión en sus ojos.
—¿Lo hizo? —Oh, lo sé. Sé cómo se sintió cuando sus labios habían
bajado al hombro desnudo de Chelsea. Sé que, cuando había montado a
horcajadas a Stephen más tarde esa noche, todo lo que podía pensar era
en la boca de Trey contra su oreja, su mano bajo la mesa, nuestros ojos
encontrándose por un momento al otro lado del mantel de lino y los
menús.
—Solía hacer llamadas falsas de teléfono para que pudiera dejar la
148 habitación y estar solo, lejos de ti. —Acelera sus caderas, una maldición
saliendo de su sucia boca mientras echa un vistazo entre nuestros cuerpos
por un momento, entonces me mira de nuevo—. Iba a un cubículo del
baño y me masturbaba, imaginando que me seguías allí y te arrodillabas.
—Empuja mi pecho y muevo mis codos, yaciendo de espaldas sobre la
alfombra, mis piernas cayendo cuando se mueve hacia arriba sobre mi
cuerpo, su dura polla balanceándose sobre mi sujetador, acariciando
contra mi garganta, y entonces se inclina sobre mí, su polla en mi boca, y
la abro, mi lengua contra su punta. La alcanzo y agarra mi mano con una
de las suyas y la pone sobre mi cabeza—. Desabrocha tu sujetador y
entonces dame tu otra mano —ordena, sus ojos en los míos.
Hago lo que dice y una áspera exhalación escapa de él cuando
desabrocho el cierre frontal de mi sujetador, mis dedos tomándose el
momento extra para apartar el encaje de mis pechos, exponiéndome a él.
—Mierda —exhala, sus ojos devorando la expuesta piel—. Dios, Kate.
—Su voz se rompe y paso mi mirada por el balanceo de su polla para ver
los músculos en su garganta flexionarse—. Eres tan jodidamente hermosa.
Ni siquiera… Dios, he pensado en esto tanto, y estaba equivocado. Sobre
cuán perfecta eres. —Sus ojos se cierran y deja escapar una larga
exhalación, un estremecimiento que ondea por todo su cuerpo. Cuando los
abre, su control está de vuelta y asiente hacia mi mano libre—. Dame tu
mano. Aquí arriba, con la otra.
Muevo mi mano hacia arriba, la suya envolviéndose alrededor de mis
muñecas y sujetándolas a la alfombra, un cambio de posición que arquea
mi espalda del suelo. Sus ojos se disparan una vez a mis pechos, luego se
arrodilla sobre mí, su otra mano plana sobre la alfombra, manteniendo la
presión en mis muñecas, y miro mientras su cabeza se mueve ante mí.
—Quédate quieta y abre esa boca, Kate.
Lo hago y se mueve, mis ojos cerrándose cuando se alinea, entonces
la punta está entre mis labios, suavemente empujando, mi lengua saliendo
a encontrarse con él, la gentil presión de sus caderas empujando más
profundo en mi boca. Se mueve lentamente, un gentil movimiento dentro y
fuera, su grosor no permitiendo demasiada profundidad, mis esfuerzos de
tomarlo sacando suaves palabras de aliento de su voz.
Sus movimientos se hacen un poco más rudos y hay una traba en su
voz cuando habla de nuevo.
—Solía empuñar mi polla y pensar en ti de rodillas, tu novio atrás en
la mesa, tú disculpándote conmigo con esta perfecta boca. Pensé en
castigarte con mi boca, hacerte tener arcadas sobre mi polla, empujando
más profundo y llegando a tu garganta. Quería enviarte de vuelta hacia él
con mi sabor en tu lengua, con tu coño húmedo. Imaginaba cosas tan
149 jodidamente sucias, las muchas maneras en las que te castigaría. Me
condujiste a la locura, Kate.
Retira sus caderas, saliendo de mi boca, y jadeo por aire, mis muslos
retorciéndose juntos, la necesidad entre ellos demasiado grande. Mi
orgasmo por su boca parece que fue hace horas y necesito algo, cualquier
cosa, para frotarme, para penetrar.
—Por favor —ruego—. Fóllame.
Se ríe y se aparta de la alfombra, liberando mis manos y sentándose
sobre mí, mi saliva goteando de él, y sus ojos arden con excitación
mientras se toma un momento para arrastrar su cabeza sobre mis labios.
—Vas a ser mi muerte.
Levanto mi torso y mis pechos se rozan contra su culo, sus rodillas
aún a cada lado de mis hombros.
—Fóllame —exijo.
Su sonrisa se hace más amplia.
—¿Estás segura de querer eso? ¿Qué te folle bien y verdaderamente?
Reconozco un desafío de Trey Marks cuando oigo uno. En tres años,
ha habido muchos. Me he aproximado a la mayoría con cautela. Este, lo
agarro de las jodidas bolas. O más bien, del eje. Envuelvo mi mano a su
alrededor y lo aprieto, y la sorpresa de todo esto sigue ahí. Estoy tocando la
polla de Trey.
Da una breve embestida contra mi palma, luego se pone de pie,
extendiendo una mano y ayudándome a levantarme.
—Ponte de rodillas en el sofá, las manos sobre el respaldo. —Las
palabras son duras y firmes, del tipo que no permiten discusión, y me
muevo, mi piel ardiente del fuego, el cuero frío cuando cede a la presión de
mis rodillas, mis manos agarrando el cojín del respaldo. Oigo el
deslizamiento y choque de metal y me vuelvo para ver a Trey, con el culo
desnudo delante de la ventana, levantando y bloqueándolas en el lugar,
una fría brisa de inmediato entra en la habitación y lucha con la calidez
del fuego—. No allí —espeta, señalando hacia el final del sofá, el más
cercano al fuego—. Aquí.
Me muevo más cerca y cuando me arrodillo de nuevo y me inclino
hacia delante, lo miro sobre mi hombro. Es una oscura silueta ante el
fuego, un contorno de ruda sexualidad, de fuertes brazos y caderas, de
duro culo y abdominales. Se acaricia y se adelanta, y hay un momento de
reverencia cuando sus manos se cierran sobre mis nalgas.
—¿Te estás aferrando al sofá? —pregunta.
—Sí. —Dios, quiero esto. Quiero que sea crudo y áspero. Empuja
dentro de mí y es una invasión. No hay lentas y controladas estocadas, no
150 hay gentiles movimientos para permitir que mi cuerpo se adapte. Esto es
directamente follar, y es exactamente como siempre había imaginado que
Trey lo haría… salvaje y furioso, sus uñas clavándose en mi piel, el golpe
de su gruesa polla dentro y fuera, su gruñido, el choque de nuestros
muslos, el momento cuando alcanza hacia delante, sus manos quitando el
sujetador que todavía cuelga de mis hombros.
—Mantén tus manos en el sofá —dice con los dientes apretados y
agarra uno de mis hombros, usándolo como palanca, como si yo fuera un
caballo salvaje que está domando. Toma sólo segundos para que me corra,
para que los últimos veinte minutos de burla estallen en una abrumadora
rotura de los sentidos. Araño el cuero, grito su nombre y cuando todo mi
cuerpo se tensa, es una desbordante caída de éxtasis que no se detiene,
los sonidos animales saliendo de él, las continuas embestidas de su
cuerpo, el tirón del encaje, el asalto de su polla y bolas contra y dentro de
mí… Grito una y otra vez, y si esto es un orgasmo Trey Marks, estoy
arruinada de por vida. No puedo, no lo haré, encontrar alguna vez esto de
nuevo. No puedo, no lo haré, experimentar alguna vez esto de nuevo. No
hay manera de que un cuerpo pueda sentirse tan bien, pueda
derrumbarse tan completamente y sobrevivir.
Planeo, en algún hermoso lugar que no termina, donde él y yo
estamos completamente conectados, cada línea de nuestros cuerpos
intacta. Cuando vuelvo a la vida, es con un estremecimiento, mis brazos
cayendo del sofá, mi cuerpo lanzándose hacia delante y cuando mi mejilla
golpea el sofá, abro mis ojos. El fuego brilla, su sombra borrosa, mis ojos
llorando. El aire frío contra mi piel, aun así, estoy caliente por todas
partes, su cuerpo, embistiendo, el golpe de nosotros juntos como un canto
en la habitación. Está diciendo algo, algo sobre mí, algo sobre amor y follar
y cómo me siento.
Desliza sus manos por mis brazos, juntando mis muñecas en mi
espalda baja, y entonces están amarradas bajo su agarre, una apretada
sujeción mientras continúa, mientras embiste y tira, y no creo que alguna
vez haya estado tan húmeda, tan caliente, tan inconsciente de todo
excepto del momento donde conectamos, la gruesa sensación de él dentro
de mí, lleno y luego vacío, perfección y entonces necesidad. Me mueve
hacia el lado, donde mi cabeza tiene más espacio contra el asiento del sofá,
y siento todo moverse mientras sube sobre el cuerpo, mi culo levantado en
el aire, mis manos aún sujetas detrás de mi espalda. Empuja de nuevo
dentro de mí y la sensación es diferente, el ángulo nuevo, el placer una
retorcida mezcla de algo más, y cualquier pensamiento coherente se ha ido
cuando se inclina hacia delante, con una mano jugando con mis pezones.
Estas embestidas son más lentas, más profundas, más intensas. Aprieta
mis pechos y le digo que es un dios. Tira de ellos gentilmente, frota con
sus dedos sus curvas y me dice lo mucho que me ama.
151 Entonces, su mano libera mis muñecas y el ritmo se eleva.
En algún punto, estoy contra la última ventana, la enorme hoja de
cristal que no se abre, mis pechos desnudos contra la fría superficie, mi
mejilla presionada a ella, su mano enredada en mi cabello, sosteniéndome
en el lugar. La otra está en mi cadera, y se mueve fluidamente y
perfectamente, no del todo en el interior, sólo unos pocos niveles de placer
que me conducen a otro orgasmo, uno en el que mis piernas colapsan y
me lleva al suelo, tumbándome de espaldas.
—Voy a correrme —dice con un jadeo, casi con disculpa, como si su
actuación fuera débil, y esta fuera su tercera embestida y simplemente no
pudiera controlarse—. ¿Dónde lo quieres?
—Dentro de mí.
—Joder, me alegra que hayas dicho eso. —Su ritmo se incrementa y
cuando se corre, dice mi nombre de una manera que es casi un ruego, su
respiración entrecortada, sus ojos sobre mí. Cuando da un último
empujón estremecedor, envuelvo mis brazos a su alrededor y susurro todo
lo que nunca he dicho. Cuánto lo amo. Lo mucho que lo necesito. Cuánto,
en mitad del día, en mitad de la noche, durante toda nuestra amistad, lo
he deseado.
Cae sobre la alfombra y me pone encima de él.
—Dime que te quedarás conmigo. Dime que esto es para siempre.
—Lo es. —Levanto mi cabeza de su pecho y miro a sus ojos. En el
interior, una parte de mí se preocupa. En el interior, una parte está
aterrorizada. Pero cuando miro a sus ojos, cuando veo al hombre que
conozco, todo se aleja.
Hay pocas cosas que sepa en la vida. Pero ahora que miro a sus ojos,
sé cuándo está comprometido con algo, cuándo está haciendo una
promesa por la que luchará con cada pedazo de su alma para mantener.
Tiene esa mirada cuando se trata de su compañía, la que está arriesgando
por nosotros. Y esta mirada es incluso más fuerte. Esta mirada es una
llena de amor.
Traga, su mandíbula apretándose, su garganta moviéndose, y sus
ojos cambian, sólo un poco, antes de que hable.
—Cásate conmigo —dice, y para un hombre tan fuerte, hay mucha
vulnerabilidad en esas palabras.

152
20
Él
No sé de dónde salen las palabas. Caen de mi boca y cuelgan entre
nosotros, y maldición si no quiero recuperarlas nunca.
El matrimonio es algo en lo que dejé de pensar hace mucho tiempo,
alrededor de la primera vez que tuve a un marido pidiéndome que follara a
su mujer. La monogamia simplemente no parecía ser un concepto tan
sagrado, la idea de libertad era más seductora. Pero entonces la conocí…
me enamoré de ella. Hace una hora, me asustaba sacar el tema de salir,
me asustaba el riesgo que estaba tomando para mi compañía y nuestra
amistad. Eso fue hace solo una hora. Y ahora, ¿una proposición? Es
demasiado rápido, ridículamente rápido. Voy a asustarla, voy a arruinar
todo. Que me ame no es lo mismo que un compromiso que nos atará…
153 —Trey. —Me toca el rostro, sus dedos suaves, y se ha terminado. No
respondes a una proposición de matrimonio con un nombre. Cierro los
ojos y puedo sentir la desesperanza cuando golpea, el bajón que viene
después de drogarte. Sus labios rozan los míos, sus uñas suaves contra
mis mejillas, el cosquilleo de su cabello cuando cae contra mi oreja.
—Ignora eso —murmuro—. Fue estúpido. —Necesito reponerme.
Tengo que abrir los ojos y hacer un comentario sucio y darle esa sonrisa…
la que me saca de problemas y cubre los errores. Necesito hacer todo eso,
pero no puedo esbozar una sonrisa, no puedo volver a la vida después de
ahogarme.
—No digas eso.
—Lo fue.
—Quiero casarme contigo.
Me arriesgo y la miro, el brillo del fuego toca sus rasgos, y hay un
pero viniendo, puedo sentirlo en la punta de su lengua.
—Pero —dice, y luego baja la mirada, pasando los dedos sobre mi
labio inferior. Abro mi boca y gentilmente muerdo su pulgar. Vuelve a
dirigir su mirada a la mía—. Pero estoy preocupada sobre la cosa de la
orgía.
Es tan inesperado, que no puedo evitar sonreír. Frunce el ceño en
respuesta y sé de repente que estaremos bien, que somos Kate y Trey, e
incluso si no nos casamos, no hay nada que pueda interponerse entre
nosotros.
—No es divertido —se queja, empujando mi pecho.
—¿La cosa de la orgía? —repito, e intento contener mi sonrisa,
tomarme en serio lo que sea que sale de su deliciosa boca.
—Sí, Trey. La cosa de la orgía. —Resopla, sentándose derecha.
No puedo detener la risa ante su expresión petulante.
—No hago orgías, Kate. —Rápidamente cambio las palabras—. No he
hecho orgías. Solo era el tercero para parejas. Eso es todo.
—Bien, lo siento. La cosa del trío. —Pone los ojos en blanco—. ¿Mejor
así?
—Sí. —Deslizo las manos por sus muslos desnudos y me gusta esta
posición, tenerla a horcajadas sobre mí, su coño desnudo sobre mi
estómago, húmedo con mi corrida, su cabello cayendo sobre sus pechos,
su rostro sonrojado por el sexo y su actual indignación sobre mi molesto
pasado—. ¿Qué te preocupa sobre eso?
—Solo me preocupa que quieras que lo haga. Y no es que sea una
puritana ni nada…
154
Levanto las caderas lo suficiente para que rebote y deja de hablar,
desequilibrada, su mano extendiéndose para estabilizarse mientras vuelve
a estar sobre mi estómago, mi mano aprovechándose del momento para
deslizarse debajo de ella. Le meto dos dedos, curvándolos arriba y hacia
mí, y su objeción muere cuando se derrite hacia delante.
—Trey —protesta, y es un débil murmullo de mi nombre, mis dedos
gentilmente rozando su punto G, y está tan cálida, tan apretada, tan
húmeda en el interior. Me pregunto cuánto de esto es mi corrida y cuánto
la suya, y que, si presiono justo allí… maldice y clava sus dedos en mi
pecho—. Jesús, Trey. No pares.
—Mírame, Kate.
Mi confianza se eleva cuando intenta llevar sus ojos a los míos. Están
pesados, sus ojos medio cerrados y vidriosos; y gracias a Dios que ahora
soy el único descubriendo esto… cuán receptiva es al toque de mi dedo. Si
lo hubiera sabido antes, habría resuelto cada discusión de negocios de
esta manera. Habría insistido en que solo llevara faldas al trabajo. Habría
instalado una pared de espejos en mi oficina y la habría tenido frente a
ellos, mirando su rostro mientras la masturbaba con los dedos, viendo
exactamente cuán jodidamente sexy se ve así. Rozo su clítoris con el
pulgar y uso mis dedos en cortas embestidas, asegurándome de rozar
sobre ese punto, su boca abriéndose, cortos jadeos escapando, sus
caderas empezando a moverse sobre mí.
—Nunca voy a querer compartirte con nadie —le prometo, con mis
ojos en su rostro, una sacudida de placer recorriéndome cuando cierra los
ojos con fuerza, un bajo gemido escapando de ella. Ralentizo mis
movimientos—. Dime que lo entiendes.
—No pares —ruega, arañándome el pecho con la mano—. Lo
entiendo.
—Nunca querré a otra mujer. Jamás. —Reanudo la manipulación de
mis dedos y se tensa, sus paredes flexionándose alrededor de mis dedos,
su punto G hinchándose—. No hay otra mujer que pueda compararse
contigo jamás. —Se tensa, su cabeza cayendo hacia atrás, su cuello
expuesto y requiere de todo mi control mantenerme en el lugar, seguir la
cadencia de mis dedos. Uso mi otra mano y paso la palma sobre sus
pechos desnudos, prometiendo pasar todo el día de mañana enfocado en
ellos, dedicar mi adoración a su perfecta carne. Sus pezones se endurecen
bajo mis caricias y me muerdo los labios, el deseo de chuparlos en mi boca
es casi imposible de resistir.
No sé cómo convencerla, cómo decirle que lo que acabamos de
compartir fue cien veces mejor que cualquier experiencia sexual que haya
tenido jamás. No sé cómo explicarle que el simple sonido de su voz
155 despierta mi polla más de lo que un centenar de tríos jamás pudo. No sé
cómo decirle que la idea de compartirla retuerce mi estómago en la manera
más dolorosa.
—¿Lo entiendes? —Detengo su orgasmo a tiempo antes de que llegue,
mis dedos languideciendo, mi voz lo bastante fuerte para causar que abra
los ojos, y afirma sus caderas encima de mi mano, intentando
descaradamente mantener mi ritmo.
—Sí —dice en un jadeo—. Lo entiendo.
—Dime que te casarás conmigo —ordeno—. Sin peros.
Aprieta los labios y el atisbo de un hoyuelo aparece en su mejilla.
—¿Estás intentando negociar el matrimonio sobre un orgasmo?
Empujo ambos dedos en su interior, curvándolos y veo su
concentración desviándose.
—Sí, Kate. Eso es exactamente lo que estoy haciendo.
Jadea y sus caderas se levantan cuando aumento la velocidad y la
profundidad de mis movimientos, follándola con los dedos hacia el
orgasmo que quiere, su boca extendiéndose en una sonrisa mientras me
sujeta la otra mano, poniéndola sobre su pecho, sus dedos apretando el
mío en un agarre, su carne hinchándose a través de nuestros dedos.
—Sí —susurra, sus ojos encontrándose con los míos y saco los dedos
de ella, mi mano húmeda goteando en su cadera y empujándola hacia
abajo, mi polla dura y esperando, el momento cuando la bajo sobre ella…
Es el momento más hermoso de mi vida.
Sus ojos se cierran y exhala mi nombre, su cuerpo estremeciéndose
alrededor del mío. La atraigo contra mi pecho, sosteniéndola en el lugar
mientras mis caderas embisten hacia arriba… breves y rápidas estocadas
que golpean mi pelvis contra su clítoris y entierran mi polla en su calor,
sus paredes internas apretándose, luego flexionándose, y cuando se corre,
puedo sentirlo arrasando todo su cuerpo, su grito de mi nombre es más
animal que humano. Grita la palabra sí, primero rápido y chillón, luego
más bajo y duradero; mis movimientos sin desacelerarse, sin calmarse, mi
control deshaciéndose mientras me da todo lo que quiero.
Cuando me corro, parece como si durase un minuto, y si alguna vez
ella dejó de correrse, no pude decirlo. Doy una última embestida profunda
y luego la sostengo contra mí, mi polla retorciéndose mientras las réplicas
me recorren con un temblor.
Cierro los ojos y no puedo detener la boba sonrisa que se extiende en
mi rostro. No sé si se refería a que aceptaba la proposición, pero nunca he
156 sido más feliz en mi vida.
En este momento, todo es perfecto.

Ella
Creo que está muerto. Se estira, con su duro culo desnudo, los ojos
cerrados, una débil sonrisa en su hermoso rostro. Su polla yace sobre su
estómago, y si chuparla lo va a devolver a la vida, seré la primera
voluntaria. Sonrío ante la idea y me aparto de él, levantándome y
dirigiéndome hacia las ventanas, mis miembros flojos y perezosos, mis
rodillas casi cediendo cuando subo la mano y sujeto la parte de arriba de
la ventana.
—Haré eso —murmura, su cabeza moviéndose, un ojo abriéndose
para mirarme. Me inclino y cierro la primera, la esquina de su boca se
alza—. No importa —comenta—. Tú lo haces mucho mejor. Especialmente
desnuda.
—Cállate. —Cierro las otras dos y regreso junto a él, pasando sobre
su pecho y deteniéndome, extendiendo la mano—. Vamos. Tenemos que
ducharnos.
—Eres malvada —gime, sus ojos entre mis piernas—. Pensé que te
veías bien en mi lencería, pero mierda. —Arrastra la última palabra, sus
ojos descarados en su escrutinio—. Preferiría que trabajaras desnuda.
—Eso no funcionará. —Muevo la mano con impaciencia frente a él—.
Mi prometido es un bastardo celoso. No le gusta cuando otros hombres me
miran.
Es como si le hubiera dado un regalo. Eleva su mirada hacia mi
rostro y sus labios se curvan en una nueva sonrisa, una tímida.
—Creo que a él le gusta cuando te miran. Lo que no le gusta es
cuando te tocan. —Finalmente toma mi mano, moviendo las piernas y alzo
la barbilla para mirar su rostro cuando se pone de pie.
—¿Es así? —cuestiono.
—No culparía a ningún hombre por mirarte jamás, Kate —murmura—
. Eres la mujer más hermosa que cualquiera de nosotros ha visto alguna
vez.
—Estás tan lleno de mierda. —Sonrío.
Sus manos suben y sostiene mi rostro, sus ojos se vuelven más
intensos mientras mira los míos.
157 —Dime más sobre tu prometido.
—Hmm. —Reflexiono—. Es muy inteligente. Casi molestamente. Y lo
sabe, lo que lo hace incluso peor. Y es arrogante. Pero en esa confiada y
sexy manera que hace que quieras arrancarle la ropa tan pronto como lo
conoces. Pero también es increíblemente dulce. —Presiona sus labios
contra los míos, solo un gentil tirón de amor, y entonces una liberación,
sus cejas alzándose por más—. Y generoso —añado, ganándome un
segundo beso—. Y… —Frunzo el ceño, como si estuviera pensando duro
otro cumplido. Y amable. Y divertido, y cariñoso, y vulnerable, e ingenioso,
y embriagador, y toda palabra positiva que Webster alguna vez creó.
—¿Adictivo? —suministra.
Curvo los labios.
—Un poco —expreso—. No estoy segura aún. Es un compromiso
bastante reciente.
—¿Crees que funcionará? —Sus manos se tensan y me atrae más
cerca.
Lo miro a los ojos.
—Sí. Quiero que lo haga.
—Lo hará. —Baja su boca y este beso es más una promesa, el tipo
que aleja toda duda y me dice una y mil veces, con cada roce de sus
labios, que quiere decirlo. Que funcionaremos, que todo esto durará.
Aparta su boca de la mía.
—Te amo.
—También te amo.

Aparto la manta y me meto bajo las sábanas, el acto casi reverente en


su ejecución. Nunca he estado en su cama con él, nunca piel desnuda
contra piel desnuda, contra su cuerpo. Él había insistido en mi pijama…
un camisón transparente de la última temporada, y envuelve una mano a
mi alrededor, acercándome por la cama tamaño king hacia él, mi culo
ceñido a la curva de su cuerpo, su mano cerrada posesivamente sobre uno
de mis pechos. Me relajo contra la almohada, mis ojos absorbiendo todos
los detalles ante mí. Las cortinas cerradas, sus bordes rodeados en la
158 suave luz de la luna. El brillo de la luz del cuarto de baño dando una sutil
definición al arte, a las paredes azules oscuras, la lámpara de elefante en
la mesita de noche. Su respiración es cálida contra mi cuello y me aprieta
gentilmente, solo una prueba, como para ver si sigo aquí. Curvo mi mano
sobre la suya y bajo la boca a sus dedos, presionando un beso contra ellos.
Por la mañana, quizá todo esto haya desaparecido. En la mañana,
podríamos lamentarlo todo.
Permanezco despierta tanto tiempo como puedo, disfruto tanto como
puedo, la sensación de él, los sonidos que hace al dormir. En la silenciosa
habitación, susurro mi amor por él.
21
Él
—Se siente extraño —confieso, deslizando una caja de cereales hacia
ella—. Ser capaz de hacer cosas en las que he pensado durante tanto
tiempo.
—Lo sé. —Sonríe, abriendo la parte de arriba de la caja de cereales—.
Me siento igual. Como si estuviera engañando o algo.
—¿Debería haber hecho esto antes? —pregunto, apoyando los
antebrazos sobre la encimera y mirándola, la caída de su cabello oscuro
cuando baja la mirada, observando los glaseados Cheerios caer en el bol—.
¿Hacer un movimiento sobre ti? —Dios, los años desperdiciados. Todos los
viajes que hemos hecho, las noches tardías que hemos trabajado, los
momentos en los que me encerraba en mi oficina y me masturbaba,
159 pensando en sus labios alrededor de mi polla, su cuerpo en mis manos.
—No lo sé —responde, considerando la idea—. No estoy segura de que
hubiéramos funcionado si hubiésemos intentando salir antes. —Destapa la
leche y la levanta, vertiendo en el cuenco—. Como… ¿después de que
rompiera con Craig? —Sus ojos se encuentran con los míos mientras
vuelve a bajar la jarra—. Siento que nuestra relación era muy débil
entonces. Quiero decir, comparado con cómo somos ahora. Había
atracción… pero no sé si hubiera durado.
Frunzo el ceño ante la idea de que nunca lo hiciéramos, incluso si es
un escenario ficticio.
—Además, no habías salido con Chelsea —señala—. Probablemente
habrías intentando meterme en algún tipo de pervertido grupo de nueve.
Rodeo la isla, odiando incluso la idea misma.
—Te lo dije, no tienes que preocuparte por eso.
—Lo sé, pero solo señalo que Chelsea ayudó con eso. Igual que
Stephen me ayudó a ver una versión de una relación y Craig me ayudó a
ver otra diferente. —Levanta una cucharada de cereal y la lleva a su boca,
sus labios separándose para el utensilio de plata, mi polla endureciéndose
ante el diminuto atisbo que recibo de su lengua.
Quiero saltar sobre la encimera ahora mismo. Deslizar su taburete
hasta que esté ante mí, mis piernas colgando ante ella, su mano clavada
en mis muslos, sus pies desnudos contra los peldaños del taburete.
Mastica, su mandíbula moviéndose, y pienso en cuán duro había
intentado tomar todo de mí, sus ojos moviéndose a los míos, esa
mandíbula estirándose, el toque de su lengua contra mi eje, el…
—Trey. —Sus labios se separan alrededor de la palabra y estoy fuera
de mi taburete y atrayéndola contra mí, la cuchara haciendo ruido contra
el suelo de baldosas, sus brazos envolviéndose alrededor de mi cuello, sabe
a azúcar y leche, su boca tan codiciosa como la mía, su cuerpo ligero
cuando la levanto sobre la encimera. La realidad es mejor que mi fantasía,
sus bragas fácilmente quitadas, sus rodillas separándose, alejo mi boca de
su beso y me muevo abajo, hacia la única cosa mejor.

160
22
Ella
Cinco meses después…

Cierro los ojos y me froto la frente, echando un vistazo al reloj, los


minutos pasando interminablemente lentos. Sobre el altavoz del teléfono,
el traductor habla despacio, llenando el espacio en el tiempo antes de que
nuestro distribuidor francés se lance en otro discurso.
—Adrien —interrumpo—. Enfoquémonos en la raíz del problema por
un momento. ¿Cuándo necesitas el catálogo? Dame un período de tiempo
realista.
Espero a que el traductor hable, el francés rápidamente volando entre
los dos, y echo un vistazo de nuevo a mi reloj. Fuera de la ventana, las
161 luces de la ciudad de mueven, los autos conducen, las luces de las oficinas
se apagan, un avión centellea desde su lugar en el cielo. Solía disfrutar de
las noches hasta tarde en la oficina. Me encantaba el silencio, las horas
productivas sin interrupción, ocuparme finalmente de mi bandeja de
entrada, el sueño atendido mediante una siestecita de quince minutos en
el sofá. Ahora, miro el sofá, una elegante y moderna pieza que ha recibido
más que su justa cuota de uso últimamente, todo de la variedad
pornográfica. Mi teléfono vibra y miro el texto de Trey.
El jet está listo. Tómate tu tiempo. Tengo una llamada con
Frank en diez minutos.
No respondo, moviendo el teléfono a un lado y levantando mi
calendario, mirando a los horarios de diseño y nuestros conceptos en
progreso. Toma otros cuarenta minutos llegar a una fecha que complace a
Adrien, y otros diez minutos detener sus intentos de renegociar nuestro
precio. Para el momento en que cuelgo, me duele la cabeza. Me muevo al
correo electrónico, mandando actualizaciones a las partes involucradas, y
miro el calendario una última vez, mentalmente moviéndome por todas las
piezas, asegurándome de que todo está en el lugar antes de apartarme del
escritorio. Tomo el teléfono y respondo a Trey camino abajo en el ascensor.
De camino. Francia está feliz.
Camino por el vestíbulo, sonriendo al guardia de seguridad, que abre
la puerta principal y me escolta a mi auto.
—Tenga un viaje seguro, señorita Martin —se despide.
—Gracias, John. —Abro la puerta y entro en mi auto, dándole un
pequeño saludo antes de cerrarla. He dejado este edificio tantas veces, oído
esa frase de despedida tan a menudo, que podría recitarla en mi sueño.
¿Tartamudearía cuando regresara? ¿Sonaría extraño la primera vez, la
primera pronunciación de mi nuevo nombre?
Envuelvo mis dedos alrededor del volante y los diamantes destellan
hacia mí. Piso el embrague y pongo el auto en reversa, el gruñido del motor
dándome mi primera dosis de alivio. Todo está atendido. Todo está en el
lugar. Retrocedo cuidadosamente, entonces avanzo hacia la puerta
delantera, mis nervios aflojándose para el momento en que estoy en la
carretera, de camino al aeropuerto. Llamo a Jess y mi madre, una breve
conferencia llena de risitas burlonas y la amenaza de una visita sorpresa.
Las amenazo con daño corporal, luego prometo verlas tan pronto como
regresemos.
Tres semanas libres. Tahití, en una de esas cabañas tiki dispuesta en
las brillantes aguas azules del pacífico sur. Tres semanas en las que me
convertiré en su esposa y tomaremos bebidas frías, bailaremos en la
arena, nos bañaremos en esa hermosa agua e iniciaremos el hacer un
162 bebé. ¿Sobrevivirá la compañía? Hace dos años, la respuesta habría sido
un rotundo no. Hace un año, me habría preocupado todo el tiempo. Ahora,
siento confianza en nuestro equipo, en nuestros nuevos directores, en los
sistemas y las relaciones que hemos pasado años construyendo.
Cuando salgo del auto en el aeropuerto, dejo mi maletín y ordenador
portátil en el maletero, tomando solo mi billetera y pasaporte, mi paso es
ligero mientras me muevo por el aeropuerto privado, las escaleras del jet
están bajadas, llamándome. Hay movimiento dentro y entonces ahí está él,
arriba de las escaleras, sonriéndome, y todo en mi pecho se hincha.
Nunca he creído en cuentos de hadas, pero este hombre… es mi
príncipe, mi futuro, mi todo.

Él
Tomamos el jet hasta San Francisco, entonces subimos a un enorme
Airbus, y todas las comodidades del vuelo no compensan el hecho de que
tengo que comportarme durante diecinueve horas, una hazaña imposible
cuando estoy junto a ella. Me está ayudando con la causa, especialmente
ahora, su boca abierta de la manera menos atractiva, una delgada línea de
baba escapando del lado izquierdo de su boca. Sonrío y, cuidadosamente,
alcanzo a su alrededor, presionando los botones de su asiento hasta que
está completamente reclinado, su boca cerrándose, su cabeza rodando a
un lado. Hago mi mejor esfuerzo para cubrirla con una manta, entonces
reclino mi propio asiento, moviéndome sobre mi lado derecho hasta que
estoy enfrentándola.
Incluso ahora, me aterroriza. Aunque sé que acepta mi pasado,
acepta mi amor y lo regresa todo. ¿Alguna vez creeré que esto es real?
¿Alguna vez estaré seguro de que no voy a perderla? ¿O solo empeorará?
¿Es así como funciona el amor? ¿Es más doloroso cuanto más duro
caigas? ¿Te preocupas más con cada bendición adicional? Puedo luchar
por nuestro amor, puedo trabajar en ser el mejor marido, el mejor amigo,
el mejor padre que pueda… Puedo controlar esos aspectos de nuestro
matrimonio. Pero habrá mil más que no pueda. No puedo obligarla a
amarme tan fuertemente en diez años como hace ahora. No puedo
controlar si su corazón se aburre y encuentra a alguien más. No puedo
controlar a los conductores borrachos o los extraños accidentes, o prevenir
que tenga alguna enfermedad. No puedo garantizar que este momento —su
rostro contra la almohada, su mano floja contra su regazo—, no sea el
último que tendremos.
Sé que es macabro, entiendo que no es racional. Aun así, ese es el
163 miedo que domina mis pensamientos. Extiendo la mano y envuelvo la
suya, sus dedos apretándose un momento. Sus ojos se abren y hay un
momento aturdido de despertar, luego sonríe.
Sonríe y, maldición… mi corazón casi se rompe por el golpe. Si hay
una manera de amar a una mujer más, debe matar a un hombre. Susurra
que me ama y cuando devuelvo las palabras, se sienten tan inadecuadas.
Si nuestro amor fuera lencería, sería un corsé, uno atado tan
apretadamente que te quitaría la respiración.
Si nuestro amor fuera lencería, estaría dibujado en su piel con tinta,
un tatuaje diseñado para ceder y crecer con ella.
Si nuestro amor fuera lencería, sería un encaje transparente que
compartiría todo mientras que aún se burlaría como el infierno de ambas
partes.
Si nuestro amor fuera lencería, sería cuero, finos tirantes de ribetes
que podrían resistir un centenar de años de guerra y paz, peleas y hacer el
amor. Cedería y daría de sí, sin embargo, nunca se desgarraría o rompería.
Estaría construido para durar, para llevarlo para siempre.
Si nuestro amor fuera lencería, nunca se quitaría.
Epílogo
Cinco años después

Cuando entra en la oficina, no puedo dejar de mirar. No importa que


esté metido hasta el codo en negocios, o en mitad de una reunión. Hoy,
cuando la puerta se abre y ella está allí, me detengo a mitad de frase.
—Disculpen —digo a la habitación. Encuentro sus ojos y sonrío,
arrodillándome sobre la alfombra y pronunciando su nombre.
Kate libera su mano y Olivia se tambalea hacia delante, sus pasos
aún un poco inseguros, su regordeta mano extendida mientras se mueve
hacia mí. Tiene la sonrisa de su madre, la confianza de su madre, y suelta
una risita en el momento antes de llegar a mis brazos, su emocionado grito
amortiguado contra mi pecho cuando la levanto. Encuentro los ojos de
Kate y sonríe, su otra mano llena, la mano del recién nacido empuñando el
164 frente de su camisa. Me muevo hacia ambos y la beso primero,
permaneciendo en su boca antes de volverme hacia bebé Trey. Gentilmente
beso la cima de su suave cabeza mientras Kate se disculpa con la
habitación. Los ignoro, mirando a los ojos de Olivia, sonriendo cuando sus
manos encuentran mis mejillas y gentilmente las palmea. Cuando Kate se
mueve hacia la puerta, bajo a Olivia al suelo, aceptando el choque de cinco
que entusiastamente ofrece.
—Estaremos en tu oficina —susurra Kate y abre la puerta,
sosteniéndola con su culo mientras espera a que Olivia pase. Me hace un
gesto con la mano y Olivia lo imita, volviéndose y contoneando sus dedos
hacia mí, un movimiento que nos hace reír a Kate y a mí.
Nuestros ojos se encuentran y mi corazón se retuerce. En mi cartera,
tengo una lista de las cosas que una vez amé más de ella. Una lista de las
maneras en que me deslumbró. La lista es vieja… una que escribí en la
parte trasera de una servilleta hace seis o siete años. La escribí antes de
que estuviéramos juntos, antes de Stephen, cuando estaba luchando con
mis sentimientos y si tendría o no una oportunidad con ella. Encontré la
lista cuando estaba buscando una vieja tarjeta de negocios y había sentido
una oleada de nostalgia, mirando atrás a las cosas que una vez había
amado más de ella. A la lista le falta todo con lo que la llenaría ahora. La
manera en que se acurruca en mi cuerpo durante la noche. La mirada de
orgullo en sus ojos cuando nuestros hijos hacen algo asombroso. El tipo
de madre que es, la manera ferozmente protectora con la que ama a
nuestra familia, y la dirige en una manera que pone a Marks Lingerie en
vergüenza. La valiente manera en que ama sin dudar. Pasé el primer año
de nuestra relación asustado, mientras ella se sumergía profundo y nunca
miró atrás. Su habilidad para cambiar de madre a ejecutiva
constantemente. La manera en que la maternidad ha suavizado el estrés,
pero fortalecido cada otra marca de su maquillaje.
Sonríe, y no puedo apartar la mirada.

Fin.

165
Alessandra Torre

Soy una autora independiente y publicada


tradicionalmente. Cuando escribo romance
erótico contemporáneo y suspenso erótico, lo
hago bajo el nombre de Alessandra Torre (para
romance erótico) y A.R. Torre (para suspenso
erótico).

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