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MaiguashcaJ HistoriadoresSudamerica
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Santiago en Chile y Buenos Aires en Argentina. A pesar de ser las capitales de dos países
separados, deben ser consideradas como una sola entidad porque se encontraban fuertemente
interconectadas en términos intelectuales. El espacio disponible es insuficiente para explicar de
manera detallada cómo surgieron estos vínculos, por lo que basta con mencionar que la política
argentina forzó al exilio a una generación de jóvenes intelectuales que emigró a Chile, en donde,
para su sorpresa, las élites políticas estaban organizando exitosamente un sistema de gobierno
estable. Como llegaron con una gran reputación, no tardaron en ser invitados por el gobierno
chileno a contribuir a una variedad de iniciativas en ámbitos políticos y culturales. A cambio, la
nación anfitriona les permitió no solo ganarse la vida, sino también publicar trabajos innovadores
en política, leyes, literatura e historia. A lo largo de los años treinta y cuarenta del siglo
diecinueve se desarrolló una estrecha colaboración entre intelectuales chilenos y argentinos que
se mantuvo durante el resto del siglo, incluso después de que los argentinos hubieran regresado a
su patria definitivamente.4
El hecho de que hombres de letras de Venezuela, Colombia, Perú y Bolivia convergieran
primero en Santiago y después en Buenos Aires, ya sea por voluntad propia o por haber sido
forzados al exilio por sus respectivos países, deja claro que el Cono Sur era percibido como un
centro cultural.5 Refiriéndose a René Moreno, el historiador boliviano más destacado del siglo
diecinueve, Barnadas escribe lo siguiente: “Chile fue un refugio para muchos argentinos,
bolivianos y peruanos, así como colombianos e incluso centroamericanos; teniendo en cuenta
que Moreno lo adoptó como su segunda patria, podemos afirmar que se radicó en el epicentro
cultural más importante del continente”.6 El concepto “centro” en el título de este capítulo, por
lo tanto, no se refiere a Europa sino a un polo de desarrollo intelectual que creó un campo de
fuerza, que, a partir de la década de 1840, abarcó a toda Sudamérica hispana durante el resto del
siglo e incluso más adelante. Generalmente se piensa en las relaciones de centro y periferia en
términos de explotación; no obstante, esto no se aplica a este caso. Al contrario, en su mayoría,
estas relaciones se dieron en términos de colaboración. “Centro” se refiere, por lo tanto, al
trabajo combinado de historiadores del Cono Sur entre 1840 y 1940, y “periferia” a la
producción de los historiadores del resto de SAH relacionada de alguna manera con los
desarrollos historiográficos de Santiago y Buenos Aires.
Generalmente se hacen dos afirmaciones sobre la escritura histórica de SAH en el siglo
diecinueve y comienzos del veinte. La primera, que era escrita por los poderosos para los
4
Sol
Serrano,
“Emigrados
argentinos
en
Chile
(1840-‐1855)”,
en
Esther
Edwards
(edit.),
Nueva
Mirada
a
la
historia
(Santiago,
1996),
111-‐116.
Véase
también
María
Sáenz
Quezada,
“De
la
independencia
política
a
la
emancipación
cultural”,
ibíd.,
91-‐105;
y
Rosendo
Fraga,
“Argentina
y
Chile
entre
los
siglos
XIX
y
XX
(2892-‐1904)”,
ibíd.,
143-‐165.
5
Josep
Barnadas,
Gabriel
René
Moreno,
68.
Sobre
el
surguimiento
del
Cono
Sur
como
centro
cultural,
véase
Daniel
Larriqueta,
“Chile,
Argentina:
indianos
diferentes”,
en
Esther
Edwards
(edit.),
Nueva
Mirada
a
la
historia;
Jeremy
Adelman,
Republic
of
Capital:
Buenos
Aires
and
the
Legal
Transformation
of
the
Atlantic
World
(Palo
Alto,
Calif.,
1999);
José
Moya,
“Modernization,
Modernity
and
Trans/Formation
of
the
Atlantic
World
in
the
Nineteenth
Century”,
en
Jorge
Cañizares-‐Esguerra
y
Erik
R.
Seeman
(edits.),
The
Atlantic
in
Global
History,
1500-‐2000
(Don
Mills,
Ont.,
2007);
Lyman
L.
Johnson
y
Zephyr
Frank,
“Cities
and
Wealth
in
South
Atlantic:
Buenos
Aires
and
Rio
de
Janeiro
before
1860”,
Comparative
Studies
of
Society
and
History,
48
(2006),
634-‐668.
6
Josep
Barnadas,
Gabriel
René
Moreno,
68.
3
poderosos y que trataba sobre los poderosos. La segunda, que en gran medida tenía un carácter
derivativo, en cuanto la mayor parte de sus marcos intelectuales habían sido tomados de
historiadores europeos.7 No voy a cuestionar la primera afirmación, pero quiero hacer las
siguientes advertencias al respecto. Para empezar, esta caracterización no se aplica solamente a
la historiografía de SAH sino también a la historiografía europea del siglo XIX. Tampoco se
debe olvidar que algunos historiadores de SAH escribieron trabajos sobre los amerindios. Los
trabajos más académicos e influyentes fueron Les Races Aryennes du Perou: Leur langue, leur
religión, leur historie [Las Razas arias del Perú: Sus idiomas, su religión, su historia] (1871) de
Vicente López e Historia de la civilización peruana (1879) de Sebastián Lorente. Sin embargo,
en general, la mayor parte de escritura histórica de entre 1840 y 1890 fue escrita en español por
autores blancos y reflejó la cosmovisión criolla.8
Pasando a la segunda afirmación, la idea de que los historiados de SAH eran “imitadores”
de modelos extranjeros -lo que J.M. Blaut llama “difusionismo europeo”- refleja la creencia
profundamente arraigada de que los europeos crearon el conocimiento histórico (así como otros
tipos de conocimiento) y que los no europeos, incluidos los latinoamericanos, simplemente lo
adoptaron con algunas modificaciones menores.9 Este punto de vista debe ser rechazado. Los
historiadores de SAH no fueron solamente consumidores de ideas foráneas, también fueron
innovadores. Por lo tanto, además de ofrecer una perspectiva general sobre la escritura histórica
en SAH, este capítulo también proporcionará evidencia para respaldar esta afirmación.
Para cumplir con estos dos objetivos, el capítulo se divide en tres secciones. La primera
sección examinará tres debates del siglo diecinueve que tuvieron lugar en el Cono Sur acerca de
cómo debía ser escrita la historia de las repúblicas de SAH. Dos consecuencias de estos debates
fueron la institucionalización de la escritura histórica en la región y el desarrollo de un conjunto
de herramientas destinadas a captar la realidad histórica de SAH de una manera innovadora. La
segunda sección se desplazará del método al contenido e identificará la creatividad de los
historiadores de SAH en su manera de tratar sus historias nacionales respectivas. Por último, la
tercera sección utilizará el caso de Argentina como ejemplo ilustrativo para examinar la
profesionalización de la historia que comenzó a darse en la primera mitad del siglo veinte. Lo
7
Véase
al
respecto
E.
Bradford
Burns,
The
poverty
of
Progress:
Latin
America
in
the
Nineteenth
Century
(Berkeley,
1983),
capítulo
3;
Germán
Colmenares,
Las
convenciones
contra
la
cultura,
13,
27,
137;
y,
más
reciente,
Ana
Ribeiro,
Historiografía
Nacional,
1880-‐1940:
De
la
épica
al
ensayo
sociológico
(Montevideo,
1994),
15.
8
En
la
primera
mitad
del
siglo
diecinueve,
unos
cuantos
escritores
indígenas
trataron
de
exponer
sus
perspectivas
propias,
pero,
hasta
donde
tengo
conocimientos,
no
hay
ninguna
iniciativa
comparable
en
lo
que
resta
del
período.
Esta
es
la
principal
razón
por
la
cual
el
trabajo
de
autores
amerindios
no
figura
en
el
presente
capítulo.
Véase
Vicente
Pazos
Kanki,
Memorias
histórico-‐políticas
(Londres,
1934),
y
Justo
Apu
Shuaraura,
Recuerdos
de
la
monarquía
peruana
o
bosquejo
de
la
historia
de
los
incas
(Paris,
1850).
El
primero
fue
un
proyecto
de
varios
volúmenes
que
nunca
se
completó,
llevado
a
cabo
por
un
boliviano
aimara
que
se
había
convertido
en
un
ferviente
republicano.
El
segundo,
más
que
un
texto
de
historia,
es
una
genealogía
de
los
monarcas
incas
compilada
por
un
sacerdote
de
origen
inca.
Se
ha
sugerido
que
el
propósito
de
este
sacerdote
pudo
haber
sido
el
de
presentarse
como
alguien
capaz
de
restaurar
la
monarquía
inca
en
el
Perú.
En
relación
a
esto,
véase
Catherine
Julien,
“Recuerdos
de
la
monarquía
peruana”,
Hispanic
American
Historical
Review,
84:
2
(2004),
344-‐345.
9
J.M.
Blunt,
The
Colonizer´s
Model
of
the
World:
Geographical
Diffusionism
and
History
(New
York
1993),
8-‐17.
4
ocurrido Argentina también tuvo lugar en el resto de la región, aunque un poco más tarde y en
menor medida.
El extranjero más eminente en Chile – aparte de Charles Darwin- fue Andrés Bello, un
venezolano que se empleó en el gobierno en 1829 y dedicó el resto de su vida a servir a este país.
Bello fue un erudito que alcanzó la cúspide de su potencial entre las décadas de 1840 y 1850 y
transformó a Santiago en un centro para los estudios históricos: organizó un sistema de
educación que dio importancia al estudio del pasado, enseñó directa e indirectamente a la
primera generación de historiadores aficionados de Chile y Argentina e inició debates públicos
acerca de cómo escribir la historia de Chile y las demás naciones hispanoamericanas recién
independizadas 10 -debates que fueron muy influyentes en toda la región.
En 1844, siguiendo una directiva del gobierno chileno, la Universidad de Chile, en ese
momento bajo el rectorado de Bello, creó un concurso anual para el cual los miembros de la
facultad debían enviar una monografía sobre un tema de historia nacional. Las Memorias
resultantes, publicadas entre 1844 y 1918, fueron examinadas con bastante regularidad,
provocando algunos debates notables.11 El debate más memorable involucró al rector de la
universidad y a José Victorino Lastarria, a los discípulos de éste y a algunos nuevos miembros de
la facultad. Abordando la pregunta “¿cómo se debe escribir la historia chilena?”, Lastarria envió
un ensayo titulado Investigaciones sobre la influencia social de la conquista y del sistema
colonial de los españoles en Chile que desafiaba abiertamente la visión que el rector tenía sobre
la historiografía. Bello respondió y pronto los círculos intelectuales chilenos ardieron en un
debate que duró décadas, primero en Santiago y luego en Buenos Aires. En pocas palabras, la
discusión se dio entre quienes promovían el ad narrandum (la historia narrativa) y aquellos que
defendían el ad probandum (la historia explicativa). Bello apoyaba al primer grupo, Lastarria al
segundo.
Para Bello, la primera tarea de un historiador en un país como Chile era organizar
archivos públicos y bibliotecas, y someter las fuentes recolectadas a un estudio crítico. Una vez
establecida su autenticidad, el siguiente paso era estudiar su significado por medio de una
variedad de métodos cognitivos como, por ejemplo, el método filológico crítico. Solo entonces
podía el historiador utilizarlos en una narrativa cronológica, cuyo direccionamiento debía
encontrarse en los propios documentos. Mientras tanto, todo texto historiográfico debía ser visto
como provisional y sujeto a correcciones de contenido y método. Para transmitirle al lector la
importancia de las fuentes primarias, Bello proponía insertar documentos originales dentro de la
narrativa, puesto que no se trataba únicamente de una cuestión de veracidad, sino de conseguir
10
Iván
Jaksic,
Andrés
Bello:
Scholarship
and
Nation
Building
in
Nineteenth-‐Century
Latin
America
(Cambridge
2001),
caps.
2
y
5.
11
Cristian
Gazmuri,
La
historiografía
chilena,
1842-‐1920
(Santiago,
2006),
capítulo
4.
5
que el lector comprendiese la singularidad del momento y la experiencia vivida. El objetivo era
aprehender el proceso histórico chileno desde dentro, distorsionándolo lo menos posible. Solo
esta clase de escritura histórica, argumentaba Bello, podía producir un conocimiento confiable
acerca del pueblo chileno, de su tierra y de su época, conocimiento sin el cual la construcción de
la nueva nación sería imposible.12
Para Lastarria, en cambio, la historia no era un recuento de todos los hechos, sino
solamente de los más importantes; de ahí la importancia de tener el criterio para seleccionarlos y
utilizarlos en una explicación general. Los hechos tenían significancia histórica, afirmaba
Lastarria, solamente en la medida en que proveían evidencia de la marcha del progreso.
Rechazando a los románticos franceses, Lastarria prefirió el enfoque historiográfico propuesto
por Voltaire en el siglo anterior y por su contemporáneo, François Guizot. Se trataba de una
historia interpretativa, cuyo propósito era trazar el desarrollo de la civilización no solo en Europa
sino alrededor del mundo. Según Lastarria, esto era especialmente importante para Chile y para
las nuevas naciones de Hispanoamérica puesto que, tras haber destruido las cadenas del
colonialismo, estaban en busca de un nuevo orden. Por consiguiente, la historia no podía
contentarse con dar vida al pasado en toda su verdad y plenitud; más importante aún era que
promoviese un futuro republicano, teniendo en cuenta los avances de la humanidad en otras
partes.13
Después de los primeros intercambios de opinión, nuevas voces se unieron y le añadieron
sutilezas al debate. Bello agregó algunos puntos adicionales que vale la pena mencionar. En
primer lugar, sostuvo que ambos métodos, el ad narrandum y el ad probandum, podían tener
cabida en países con una historiografía bien desarrollada, pero no en Chile, en donde la historia
como institución todavía no existía. Insistió en que, bajo tales circunstancias, el método narrativo
era un primer paso esencial. El segundo lugar, Bello previno a la juventud chilena de seguir a
Europa de manera servil. “Jóvenes chilenos”, exhortó, “aprendan a juzgar por ustedes mismos”.
Aspiren a la libertad de pensamiento”.14 Previno que un fracaso al respecto incitaría a Europa a
decir que:
América todavía no se ha deshecho de sus cadenas, que sigue nuestros pasos con ojos vendados, que en sus trabajos
no hay sentido de pensamiento independiente, nada original, nada característico. América imita las formas de
nuestra filosofía, pero no capta su espíritu. Su civilización es una planta exótica que todavía no ha absorbido la savia
de la tierra que la sustenta. 15
Sin embargo, Bello también advirtió el peligro de irse al otro extremo y caer en el nativismo.
Sostuvo que había valiosas lecciones que aprender de Europa: “estudiemos las historias
europeas; observemos muy de cerca los espectáculos particulares que cada una de ellas
12
Andrés
Bello,
Selected
Writings
of
Andrés
Bello,
ed.,
Iván
Jaksić
(Oxford,
1997),
154-‐184.
13
Cristian
Gazmuri,
La
historiografía
chilena
,
81–5.
14
Bello,
Selected
Writings,
183.
15
Ibid.,
184.
6
desarrolla y resume; aceptemos los ejemplos y lecciones que contienen.16 No obstante, insistió en
la primacía de la independencia y la creatividad:
En todo tipo de estudios es necesario transformar las opiniones de los demás en convicciones propias. Sólo de esta
manera se puede aprender una ciencia. Solo de esta manera puede la juventud chilena hacerse cargo de la corriente
de conocimiento ofrecida por la cultivada Europa y contribuir a ésta algún día, enriqueciéndola y haciéndola más
hermosa.17
A pesar de ser prácticamente desconocidos a inicios de los años cuarenta, para el final de la
década, Bello y Lastarria se habían convertido en nombres muy populares.
El segundo debate acerca de cómo escribir la historia de las repúblicas de Sudamérica
hispana comenzó en Buenos Aires a inicios de la década de 1860. Fue provocado por la
publicación de Historia de Belgrano de Bartolomé Mitre en 1859. La tesis de Mitre -un
periodista y político que había vivido y trabajado en Chile en los años cuarenta- era que el
General Manuel Belgrano había sido el arquitecto y la personificación del movimiento
independentista argentino. Esta posición implicaba, en primer lugar, la afirmación de que el
proceso de independencia se había logrado en gran medida gracias a la intervención de las
provincias costeñas de donde provenía Belgrano y, en segundo lugar, la perspectiva de que la
mejor manera de entender la historia argentina era a través del estudio de los grandes hombres en
lugar del estudio de la gente común.
Naturalmente muchos argentinos del interior no estuvieron de acuerdo, entre ellos,
Dalmacio Vélez Sarsfield. Este conocido abogado, periodista y hombre público, se dedicó a
rebatir el contenido y el método del trabajo de Mitre. En cuanto al primer punto, manifestó que
la idea de que la Independencia argentina había sido sobre todo fruto de las élites costeñas era
una “opinión injuriosa y calumniosa en contra de la gente del interior”.18 Después, reunió
pruebas para demostrar que sin la contribución del hinterland, Argentina no habría logrado su
independencia. Con respecto al método, sostuvo que la historia de un país no podía ser contada
solamente a partir de los grandes hombres, puesto que la historia de los líderes y la historia de
su liderazgo no son divisibles. Asimismo, argumentó que la Historia de Belgrano de Mitre,
estaba basada principalmente en fuentes oficiales del gobierno. Como tales, reflejaban las
preocupaciones y acciones de la facción que se encontraba en el poder, las luchas internas de las
clases altas y los intereses de la costa. En cambio, la historia del hinterland y de la gente común
estaba ausente. En el análisis final, Vélez Sarsfield concluye que la historia de Mitre era tan solo
la “historia oficial”, mas no la historia nacional. Para escribir una historia nacional, se tendría
que ir más allá de los documentos gubernamentales y escarbar hondo en fuentes de la cultura
popular tales como las leyendas, la costumbre y la tradición oral.19
16
Ibid.,
182.
17
Ibíd.,
174.
18
Dalmacio
Vélez
Sarsfield,
Rectificaciones
históricas:
General
Belgrano-‐General
Güemes,
apéndice
en
Bartolomé
Mitre,
Estudios
históricos
sobre
la
Revolución
Argentina:
Belgrano
y
Güemes
(Buenos
Aires,
1864),
218.
19
Sarsfield,
Rectificaciones
históricas,
217-‐262,
particularmente
227-‐288
y
233-‐235.
7
20
Mitre,
Estudios
históricos,
3-‐16,
32-‐42,
47-‐61,
63-‐72,
73-‐85,
130-‐133,
139-‐151.
Para
una
descripción
de
este
debate,
véase
Abel
Cháneton,
Historia
de
Vélez
Sarsfield,
vol.2
(Buenos
Aires,
1937),
478-‐82.
21
Vicente
Fidel
López,
Debate
Histórico:
Refutación
a
las
comprobaciones
históricas
sobre
la
historia
de
Belgrano,
vol.
3,
(1882;
Buenos
Aires,
1921),
i.
83-‐112;
ii.197-‐263,
iii.323-‐50.
8
22
Bartolomé
Mitre,
Comprobaciones
históricas:
primera
parte
(Buenos
Aires,
1916),
11-‐15,
196-‐208,
347-‐68;
Comprobaciones
históricas:
segunda
parte
(Buenos
Aires,
1921),
15-‐36,
187-‐90.
Para
un
análisis
más
completo
de
este
debate,
véase
Ricardo
Rojas,
“Noticia
Preliminar”,
en
Mitre,
Comprobaciones:
Primera
Parte,
pp.
xi-‐xxxix.
23
Las
obras
más
importantes
de
estos
autores
son
las
siguientes:
Diego
Barros
Arana,
Historia
General
de
Chile
(Santiago,
1884-‐1893);
Bartolomé
Mitre,
Historia
de
Belgrano
y
la
independencia
de
Argentina,
2
vols.
(Buenos
Aires,
1859);
Gabriel
René
Moreno,
Últimos
días
coloniales
en
el
Alto
Perú
(Santiago,
1896),
Mariano
Paz
Roldán,
Historia
del
Perú
independiente
(Lima,
1868);
Federico
González
Suarez,
Historia
de
la
República
del
Ecuador
(Quito,
1890-‐3);
y
José
Manuel
Groot,
Historia
eclesiástica
y
civil
de
la
Nueva
Granada
(Bogotá,
1869).
24
Vicente
Fidel
López,
Historia
de
la
República
Argentina
(Buenos
Aires,
1883-‐93);
Manuel
Bilbao,
La
sociabilidad
chilena
(Santiago,
1844),
y
Sebastián
Lorente,
Historia
de
la
civilización
peruana
(Lima,
1879).
25
Los
trabajos
más
representativos
de
esta
tendencia
ya
fueron
mencionados:
Les
Races
Aryennes
du
Perou
de
López,
Historia
de
la
civilización
de
Lorente,
y
Últimos
días
coloniales
de
Moreno.
9
Sociedad Academia Colombiana de Historia (1902) en Colombia, Instituto Histórico del Perú
(1904) y Academia de Historia del Perú (1906) en Perú, Sociedad Ecuatoriana de Estudios
Históricos Americanos (1909) y Academia Nacional de Historia (1920) en Ecuador, Instituto
Histórico y Geográfico del Uruguay (1915) en Uruguay, e Instituto Paraguayo de Investigaciones
históricas “Dr. Francia” (1937) en Paraguay. Simultáneamente, se renovaron los archivos
nacionales que habían sido inaugurados en la primera mitad del siglo y se organizaron nuevos:
en Argentina en 1821, en Colombia en 1868, en Bolivia en 1883, en Chile en 1886, en Paraguay
en 1895, en Venezuela en 1914, en Perú en 1923, en Uruguay en 1936 y en Ecuador en 1938.29
Con espacios propios, los historiadores aficionados pudieron comenzar a construir una
comunidad académica más homogénea entre los años ochenta del siglo diecinueve y los años
veinte del siglo veinte. Mientras que la comunidad académica de los años anteriores había
atraído a literatos de todo tipo, esta nueva comunidad reunió a personas cada vez más interesadas
en la historia. Una de las consecuencias de esto fue la emergencia de acuerdos y desacuerdos
acerca de cuestiones cruciales de la escritura histórica. Así, se desarrolló un consenso bastante
amplio sobre tres principios metodológicos: primero, la prioridad de las fuentes primarias en las
narrativas históricas; segundo, la necesidad de aplicar técnicas hermenéuticas tales como los
métodos filológicos y críticos para evaluar la veracidad de estas fuentes, y tercero, la necesidad
de considerar al texto como una composición abierta sujeta a constantes revisiones factuales y
conceptuales.30
No obstante, también hubo cuestiones sobre las cuales los historiadores aficionados no se
pusieron de acuerdo, en especial, cuestiones referentes a estrategias cognitivas que permitieran
captar la experiencia de las nuevas naciones de SAH de la mejor manera. Esto dio pie al
surgimiento de los debates entre “historia narrativa e historia interpretativa”, entre “historia de
los grandes hombres e historia del pueblo” y entre “historia científica e historia artística”. Si bien
es cierto que estos desacuerdos también estaban siendo discutidos en Europa y en otras partes
durante la misma época, esto no quiere decir que los debates en SAH hayan tenido un carácter
derivativo. Al igual que los debates en el Cono Sur, estas discusiones se basaban en material
histórico local y respondían a necesidades locales, lo que apunta al hecho de que la mayoría de
historiadores consumados de la región hicieron un esfuerzo concertado por ensamblar un
conjunto de herramientas apropiadas para hacer frente a su necesidad más urgente: comprender
el traumático paso de colonia a nación.
Esto no pretende descartar o devaluar la importancia de la influencia externa. Siguiendo
el consejo de Bello, los historiadores de SAH hicieron un considerable esfuerzo por aprender de
autores extranjeros. Empero, fueron selectivos en sus lecturas. Ansiosos por justificar la
independencia de España y su predilección por la vida republicana, leyeron a grandes
29
Para
información
acerca
de
los
archivos
nacionales,
véase
R.R.
Hill,
The
National
Archives
of
Latin
America
30
G.
H.
Prado,
“Las
condiciones
de
existencia
de
la
historiografía
decimonónica
argentina”
en
Fernando
Devoto,
Gustavo
Prado
y
Julio
Stortini
(edits.),
Estudios
de
historiografía
argentina,
vol.
2
(Buenos
Aires
1999),
66-‐9.
En
términos
generales,
las
observaciones
de
Prado
acerca
de
la
historiografía
argentina
se
aplican
también
a
los
demás
países
de
SAH.
11
historiadores de Roma tales como Livio, Tácito, Barthold Niebuhr y Theodor Mommsen.31
También se interesaron por el destino de la república en su propia época, particularmente por la
tortuosa experiencia de los franceses. Ésta es una de las razones por las cuales volvieron su
atención hacia François-Pierre Guizot y Jules Michelet en las décadas de 1860 y 1870 y, más
adelante en el siglo, hacia Hippolyte Taine.
La mayoría de historiadores de SAH que leían a autores extranjeros se interesaban por
cuestiones metodológicas. Como muy pocos hablaban alemán, el paradigma rankeano no se
conoció directamente hasta la décadas 1940, cuando las obras de Leopold von Ranke fueron
traducidas al español.32 Hasta mientras, diferentes versiones de dicho paradigma llegaron a SAH
a través de una variedad de rutas. Una de éstas fue el positivismo francés que tomó un tinte
alemán a partir de la década de 1870.33 Otra, fue la aparición de algunos libros sobre método que
se publicaron en el cambio de siglo y que popularizaron el punto de vista rankeano tales como
Lehrbuch der Historischen Methode (Libro de texto del método histórico) de Ernest Bernheim en
1889, Introduction aux études historiques (Introducción al estudio de la historia) de C.V.
Langlois y C. Seignobos en 1897, Les principes fondamentaux de l´histoire (Los principios
fundamentales de la historia) de Alexandru Dimitrie Xenopol en 1899, y Cuestiones modernas
de historia de Rafael Altamira en 1904.34 El impacto del paradigma alemán fue, sin embargo, de
corta duración. En las dos primeras décadas del siglo veinte aparecieron modelos competidores
que resultaban todavía más atractivos en los trabajos de Benedetto Croce, Karl Lamprecht,
Oswald Spengler, Lucien Febvre, Marc Bloch y Karl Marx. Mientras que Ranke reducía la
práctica histórica a la historia política, las otras metodologías apuntaban hacia la historia
económica, la historia social e, incluso, la historia total.35 Respondiendo a las necesidades de la
época, la producción histórica de SAH había sido, desde la década de 1840 hasta el cambio de
siglo, exclusivamente política. Esto comenzó a cambiar en las dos primeras décadas del siglo
XX, cuando las cuestiones sobre modernidad económica y social se convirtieron en una
preocupación primordial.36
Más que nuevos géneros historiográficos, lo que buscaban los historiadores de SAH de
la primera mitad del siglo era un método propio. Con respecto a la Nueva Escuela de
historiadores que estaba comenzando a labrarse un nombre propio en la Argentina de los años
veinte, Rómulo Carbia argumentaba que “el propósito de la Nueva Escuela es crear una manera
31
Para
información
sobre
la
formación
intelectual
de
la
primera
generación
de
historiadores
venezolanos,
véase
Lucía
Raynero,
Clío
frente
al
espejo:
La
concepción
de
la
historia
en
la
historiografía
venezolana,
1830-‐1865
(Caracas
2007).
El
interés
por
la
Roma
republicana
se
extendió
entre
los
intelectuales
de
SAH
durante
todo
el
siglo
XIX.
32
Guillermo
Zermeño
Padilla,
La
cultura
moderna
de
la
historia:
Una
aproximación
historiográfica,
(México,
2004),
147-‐54.
33
Por
ejemplo,
Revue
Historique
de
Gabriel
Monod,
fundada
en
1876.
34
J.
H.
Stortini,
“La
recepción
del
método
histórico”,
en
Devoto
et
al.,
Estudios
de
historiografía
argentina,
ii,
75-‐
100.
35
México
es
el
único
país
en
América
Latina
en
el
que
el
paradigma
rankeano
tuvo
un
impacto
duradero
hacia
finales
de
nuestro
período.
Véase
Zermeño
Padilla,
La
cultura
moderna
de
la
historia,
capt.
5.
36
Véase,
al
respecto,
Sergio
Villalobos,
“La
historiografía
económica
en
Chile:
Sus
comienzos”,
Historia,
10
(1971),
7-‐55.
12
37
Citado
por
Julio
Stortini
en
“La
recepción
del
método
histórico
en
los
inicios
de
la
profesionalización
de
la
historia
en
la
Argentina”,
en
Devoto
et
al.,
Estudios
de
historiografía
argentina,
ii,
96.
38
Mariátegui
-‐
un
ensayista,
no
un
historiador-‐
trató
de
darle
sentido
al
pasado
del
Perú
para
comprender
mejor
el
presente
y
proponer
un
plan
de
acción
para
el
futuro.
39
José
Aricó,
“Marxismo
latinoamericano”,
en
Norberto
Bobbio
et
al.
(edits.),
Diccionario
de
Política,
6ta
edición
(México,
1991),
950.
Véase
también
Mariátegui
y
los
orígenes
del
marxismo
latinoamericano
(México,
1978),
introducción
y
caps.
5
y
6.
40
La
imposición
del
“imperialismo
de
la
libertad”
norteamericano
sobre
el
Caribe
y
América
Central
entre
la
década
de
1890
y
la
de
1930
enfureció
a
los
latinoamericanos.
Además,
la
carnicería
de
la
Primera
Guerra
Mundial
los
convenció
de
que
la
racionalidad
europea
era
solo
superficial.
41
Jorge
Cañizares-‐Esguerra,
How
to
Write
the
History
of
the
New
World:
Histories
of
Epistemologies
and
Identities
(Stanford,
2001),
cap.
4.
13
Los debates con una perspectiva temporal estuvieron marcados por tres dimensiones: la
generacional, la ideológica y la geográfica. A mediados del siglo diecinueve, la primera
generación de historiadores de SAH argumentaba que la independencia marcaba el nacimiento
de una nueva identidad, que implicaba dejar atrás el pasado colonial español y perseguir los
valores de los países del norte del Atlántico como Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. No
obstante, en la segunda mitad del siglo diecinueve, esto cambió. La segunda generación de
historiadores suavizó su postura hacia el pasado colonial y favoreció la idea de una continuidad
selectiva. De esta manera, los orígenes nacionales podían remontarse sin problema a la época
colonial, puesto que ésta sí contenía elementos dignos ser rescatados. Rafael Baralt en
Venezuela, José Manuel Restrepo en Colombia y Manuel José Cortés en Bolivia son buenos
representantes de la primera generación, mientras que Diego Barros Arana en Chile, Sebastián
Lorente en Perú y Federico González Suárez en Ecuador representan bien a la segunda.43
La versión ideológica del debate “ruptura versus continuidad” implicó un enfrentamiento
entre liberales y conservadores a lo largo de toda la región. Hablando en términos generales, los
liberales censuraban los valores hispánicos económicos, sociales, políticos y culturales y
favorecían, por lo tanto, la ruptura. No así los conservadores, quienes no solo encontraban estos
valores respetables en sí mismos, sino también esenciales para la organización de las nuevas
repúblicas. En donde mejor se observa este conflicto es en Colombia, un país en el que la
ideología jugó un papel muy importante a la hora de definir identidades, particularmente en la
segunda mitad del siglo diecinueve. Tras haber presenciado el desarrollo del liberalismo en ese
país, José Antonio Plaza y José María Samper escribieron trabajos defendiendo esta tendencia y
abogando por una identidad nacional liberal. En cambio, José Manuel Groot y Sergio Arboleda
se opusieron a estas ideas y denunciaron dichas historia y dicha ideología. En lugar de una
identidad nacional liberal, proponían una conservadora, enraizada en los valores hispánicos y en
los de la Iglesia Católica.44
La tercera y última versión de los debates con una perspectiva temporal fue la geográfica.
Esta vez, los protagonistas eran todos historiadores liberales que tenían puntos de vista diferentes
sobre el tema de la identidad dependiendo del lugar desde el cual estaban escribiendo. Los
historiadores del Cono Sur no veían al período colonial como un desastre no mitigado. Sin duda,
condenaban sin reservas al gobierno español, pero acreditaban a los colonizadores el haber
desarrollado embrionarias sociedades democráticas en los márgenes, sociedades que comenzaron
a florecer a penas los españoles fueron expulsados. En este sentido, para personas como
43
Las
siguientes
obras
ilustran
las
perspectivas
de
la
primera
generación:
Rafael
Baralt,
Resumen
de
Historia
de
Venezuela
(París,
1841);
José
Manuel
Restrepo,
Historia
de
la
revolución
en
la
República
de
Colombia
(París,
1841),
y
Manuel
José
Cortés,
Ensayo
sobre
la
historia
de
Bolivia
(La
Paz,
1861).
Obras
representativas
de
la
segunda
generación
son:
Mitre,
Historia
de
Belgrano;
Barros
Arana,
Historia
General
de
Chile;
González
Suárez,
Historia
de
la
República
del
Ecuador,
y
Lorente,
Historia
de
la
civilización
peruana.
44
Los
trabajos
de
tendencia
liberal
son
los
siguientes:
José
Antonio
Plaza,
Memorias
para
la
historia
de
la
Nueva
Granada
desde
antes
de
su
descubrimiento
hasta
el
20
de
Julio
de
1810
(Bogotá,
1850),
y
José
María
Samper,
Ensayo
sobre
las
revoluciones
políticas
(París,
1861).
Aquellos
de
tendencia
conservadora
son:
José
Manuel
Groot,
Historia
Eclesiástica
y
civil
de
la
Nueva
Granada
(Bogotá,
1869),
y
Sergio
Arboleda,
La
república
en
la
América
Española
(Bogotá,
1868-‐9).
15
Bartolomé Mitre y Diego Barros Arana, si bien había ruptura, también había continuidad y la
posibilidad de un futuro próspero. No obstante, en el norte de SAH no había redención alguna
para el pasado colonial. El papel jugado por las metrópolis era considerado enteramente negativo
y los colonizadores, incapaces de desarrollar una iniciativa propia. Por lo tanto, para los
historiadores liberales del norte, la continuidad no era una opción. El futuro de sus naciones
dependía de su capacidad para adoptar la modernidad del Atlántico Norte y sus accesorios
políticos y culturales. El mejor ejemplo de esta posición puede encontrarse en los trabajos del
colombiano José Manuel Restrepo.45
Los debates con un punto de vista espacial proporcionaron una perspectiva
completamente diferente acerca de la cuestión de los orígenes. Para la mayoría de los que
participaron en el debate “Europa versus Hispanoamérica”, las nuevas naciones eran y debían ser
una extensión de Europa, al menos culturalmente. Sin embargo, había una minoría que sostenía
que las verdaderas raíces culturales debían ser encontradas en la misma SAH. Esta divergencia
estaba encapsulada en la dicotomía Civilización versus Barbarie, una fórmula utilizada
extensivamente a partir de la década de 1840. Los grandes defensores de la primera posición
eran el argentino Mitre y el chileno Barros Arana; mientras que el peruano Sebastián Lorente, el
argentino Vicente Fidel López y el boliviano Jaime Mendoza defendían la segunda teoría. Cabe
recalcar que, para estos últimos, el barbarismo no era una condición innata, sino una
consecuencia de la explotación colonial. Al fin y al cabo, antes de la llegada de los europeos,
varias civilizaciones habían florecido en la región de América del Sur, incluyendo, entre otras, a
la inca y a la aimara. Inactivas durante siglos, podían al menos volver a ser despertadas e
incorporadas a una forma de vida latinoamericana que amalgamaría lo mejor de Europa con lo
mejor de Amerindia.46
En el tercer cuarto del siglo diecinueve, la cuestión sobre los orígenes comenzó a
desvanecerse en tanto nuevas preocupaciones se volvieron apremiantes. De una u otra manera,
esto estaba relacionado con los inicios de una modernidad económica y social en toda la región.
Dichas nuevas preocupaciones fueron abordadas de manera abundante por los historiadores.
El primer encuentro de los hispanoamericanos con la modernidad tuvo lugar en las primeras
décadas del siglo diecinueve, cuando se propusieron organizar “la república ideal”. Trataron y
trataron hasta la década de 1860. Exhaustos, se apartaron del jacobinismo en las dos décadas
siguientes y optaron por la República práctica, también conocida como la República posible. ¿A
qué vino este cambio? Fue fruto de un esfuerzo por ponerse al día con los acontecimientos. En
efecto, en el último cuarto del siglo diecinueve, la región entera comenzó a cambiar económica,
social, política, e inclusive, culturalmente. Económicamente, ahora estaba vinculada a la
economía internacional. En el plano social, las nuevas economías comenzaron a producir nuevos
45
Mitre
y
Barros
Arana
desarrollaron
su
perspectiva
de
autoconfianza
en
Historia
de
Belgrano
y
en
Historia
General
respectivamente.
Sobre
el
pesimismo
de
Restrepo,
véase
Historia
de
la
revolución
en
la
República
de
Colombia.
46
La
idea
de
que
la
Hispanoamérica
posterior
a
la
independencia
era
la
descendencia
de
Europa
se
puede
encontrar
en
Mitre,
Historia
de
Belgrano
y
en
Barros
Arana,
Historia
General.
Sus
oponentes
al
respecto
fueron
Vicente
Fidel
López
en
Les
Races
Aryenne
y
Sebastián
Lorente
en
Historia
de
la
civilización
peruana.
16
ricos, nuevos pobres y nuevos sectores medios. En el ámbito político, la libertad ya no tenía un
lugar prioritario en la agenda, había sido suplantada por el orden. Culturalmente, de la mano de
una economía abierta y de una sociedad móvil, la región estaba pasando por un período de
intenso cosmopolitismo que provocaba una reacción nacionalista igualmente intensa. En este
contexto se dio una inversión de las prioridades. Entre 1830 y 1870, los proyectos nacionales de
la región asumieron que la modernidad política ocupaba el primer lugar, seguida por el progreso
económico, social y cultural, así como por un sentido de nacionalidad que emanaría
inevitablemente de dicho progreso. En la década de 1880, esta secuencia fue invertida y se dio
prioridad a la modernidad económica. Hasta mientras, como se trataba de un proceso que tomaría
tiempo, el Estado debía encargarse de mantener la paz con mano firme: de ahí que todos los
países de la región adoptaran la consigna “orden y progreso”.
¿Qué forma tomó la búsqueda de identidad bajo estas circunstancias? Debido a las
nuevas preocupaciones, se dejó de lado la cuestión de los orígenes y se comenzó una reflexión
acerca del tipo de identidad nacional requerida por la modernización económica. Un buen
número de debates fueron encendidos por este tema, los más importantes fueron el de “libertad
versus orden” y el de “blancos versus no blancos”.
Se ha argumentado que, para los hispanoamericanos, una identidad republicana era tan
importante como una identidad nacional. Prueba de esto es el feroz enfrentamiento que se dio, en
el período entre 1890 y 1920, entre aquellos que querían orden como medio para el progreso y
aquellos que, sin ceder a las conveniencias, defendían los derechos individuales y el
republicanismo clásico. Los historiadores que abogaban por el orden, veían a los caudillos y a los
dictadores como la versión hispanoamericana de la soberanía popular. Además, los consideraban
el gendarme necesario en un período de transición y, por último, el demiurgo de un nuevo orden
económico y social. En contraste, los historiadores que defendían la libertad, lamentaban su
presencia en cuanto los consideraban los creadores de lealtades personales y faccionales que
impedían el desarrollo de élites políticas, económicas y sociales verdaderamente modernas. Pese
a que se trata de una confrontación que tuvo lugar en toda SAH, fue en Venezuela en donde se
escribieron y publicaron obras de importancia regional. Comenzando en la década de 1890, Jesús
Muñoz Tebar y Rafael Fernando Seijas argumentaron a favor del imperio de la ley y atacaron a
dictadores como Guzmán Blanco por burlarse del mismo. Contra ellos se levantaron José Gil
Fortoul y Laureano Vellenilla Lanz, quienes mantenían que la libertad no era algo que se pudiera
obtener por medio de leyes, sino que era el producto de fuerzas sociales tales como el ambiente,
la raza, el progreso material, las condiciones sociales y las preferencias culturales. El
aprovechamiento positivo de estas fuerzas se traduciría eventualmente en una modernidad
política. Cesarismo democrático (1919) de Laureano Vallenilla Lanz es la mejor expresión de
esta línea de pensamiento.47
47
Los
constitucionalistas
fueron:
Jesús
Muñoz
Tebar,
El
personalismo
y
legalismo:
estudio
político
(Caracas
1890),
y
Rafael
Fernando
Seijas,
El
Presidente
(Caracas,
1891).
Para
sus
oponentes,
véase
José
Gil
Fortoul,
Historia
constitucional
de
Venezuela
(Berlín,
1907-‐9).
17
El debate “blancos versus no blancos” fue una discusión sobre los agentes “ideales” de la
modernidad en los países de SAH. Para la mayoría de autores, las personas blancas eran las
“portadoras” evidentes de una nación moderna. Negros e indios, particularmente estos últimos,
eran considerados un obstáculo que debía ser neutralizado o eliminado de alguna manera. El
objetivo era construir naciones similares a las europeas en Sudamérica tanto en términos
biológicos como culturales. No obstante, hubo algunos autores para quienes el verdadero
portador del gen nacional era la mezcla entre negros, indios, mestizos y blancos. En lugar de
identificarse con Europa, estas personas estaban inventando una identidad propia que era al
mismo tiempo, hispanoamericana y moderna. Sin lugar a dudas, la dicotomía “blancos versus no
blancos” tuvo una lógica distinta en cada uno de los países SAH, dependiendo de su mestizaje
demográfico. El caso boliviano es particularmente relevante porque produjo obras de
importancia regional. Tentativamente primero y enfáticamente después, Alcides Arguedas
sostuvo que los indios y mestizos eran un obstáculo para la consolidación de la nación boliviana
y su entrada a la modernidad. Para él, nacionalidad y progreso solo podían alcanzase mediante
una europeización racial y cultural. Jaime Mendoza, médico, abogado e historiador, pensaba
diferente. Convencido de que la prosperidad económica, la libertad política y la educación
podían revitalizar a la población indígena y mestiza de Bolivia, pensaba en ellos como en los
principales y más prometedores actores sociales de su país. En las dos primeras décadas del siglo
veinte, el punto de vista de Arguedas fue el dominante; solamente en los años treinta y cuarenta
el mensaje de Mendoza fue ganando terreno de forma gradual.48
¿De qué forma contribuyó la escritura de historias nacionales a la caja de herramientas de
los historiadores de SAH? Lo hizo de varias maneras. Particularmente relevante es lo que pasó
con el concepto de nación. En lugar de seguir al pie de la letra al historicismo europeo que
concebía a las naciones como entidades internamente definidas que con el tiempo desarrollan
mónadas sin ventanas,49 los historiadores de SAH imaginaron a las naciones como grandes
proyectos que eventualmente lograrían reunir en un territorio determinado a civilizaciones,
etnicidades, regiones y clases que habían vivido en conflicto durante mucho tiempo. La categoría
inventada por los historiadores de SAH tenía por lo menos tres dimensiones. Reconocía la
existencia de una heterogeneidad radical con la cual había que forjar una nueva identidad y los
problemas que esto implicaba para los constructores de la nación. También reconocía las
dificultades de convertir esta mezcla heterogénea en objeto de conocimiento debido a la
diversidad de culturas, lenguajes y razas, así como a la variedad de relaciones sociales
contradictoras imperantes tales como como la esclavitud, la servidumbre, las comunidades
indígenas, la ciudadanía republicana, además de las grandes brechas entre lo urbano y lo rural y
entre el centro y la periferia. Por último, a pesar de todos estos problemas, el concepto de nación
de SAH aspiraba a canalizar estas fuerzas centrífugas hacia un nuevo orden normativo, un orden
que sería republicano y democrático. Mientras que el concepto historicista de nación miraba a su
48
La
principales
obras
de
Alcides
Arguedas
son
Vida
Criolla
(La
Paz,
1905),
Pueblo
Enfermo
(Barcelona,
1909),
Raza
de
Bronce
(La
Paz,
1919)
e
Historia
General
de
Bolivia
(La
Paz,
1922).
Jaime
Mendoza
defendió
su
tesis
en
El
factor
geográfico
en
la
nacionalidad
boliviana
(Sucre,
1925),
y
El
macizo
boliviano
(La
Paz,
1935).
49
Dipesh
Chakrabarty,
Provincializing
Europe:
Postcolonial
Thought
and
Historical
Difference
(Princeton,
2000),
23.
18
origen en busca de validación y tenía un carácter orgánico, la versión de SAH tenía una esencia
utópica y dependía abiertamente de la ingeniería social.
Más allá de la metodología, los historiadores de SAH también contribuyeron al proceso
real de formación nacional. Inexistente a principios del siglo diecinueve, “la patria mediana”
nació en gran medida gracias a ellos. Fueron los historiadores los que trabajaron durante largas
horas en archivos inhóspitos para determinar las fronteras físicas de sus países. Los historiadores
inventaron una memoria colectiva repleta de héroes y actos valerosos para darle contenido
histórico a un espacio en particular. Por último, al desplazarse de la historia política a la historia
social y económica en la primera mitad del siglo veinte, los historiadores plantearon la “cuestión
social”, es decir la incorporación de pobres, negros, indios y otros marginados al rebaño
nacional.50
Como en todas partes del mundo, en SAH la historia nacional fue usada y abusada.
Caudillos de todo tipo, partidos políticos, la Iglesia Católica, los militares y los ricos se
aprovecharon de ella en su eterna lucha por el poder y sus beneficios. Un buen ejemplo de este
uso y abuso se puede observar en Venezuela, en dónde el dictador Juan Vicente Gómez y
Vallenilla Lanz, el autor de Cesarismo democrático, colaboraron estrechamente en la búsqueda
de “orden y progreso” para su país.51
La ideología jugó un papel crucial en la escritura histórica de la región. De hecho, desde
principios del siglo diecinueve, se impregnó en todos los aspectos de la vida en SAH. El
liberalismo fue el sistema de creencias dominante que justificó y guío las guerras de
independencia, el proceso de formación nacional y la búsqueda de la modernidad. Por lo tanto,
no es sorprendente que la vasta mayoría de historiadores entre las décadas de 1840 y 1900 hayan
sido de pensamiento liberal.52 Debido a que casi todos eran miembros de las élites sociales y
políticas, se ha sugerido que su trabajo expresa principalmente sus intereses étnicos y de clase.53
A pesar de que estas alegaciones todavía no han sido fundamentadas por el análisis académico,
en la gran mayoría de los casos corresponden sin duda a la verdad. El hecho es que, a principios
del siglo veinte, la historia como institución todavía no había desarrollado las salvaguardias
necesarias para proteger la integridad del producto histórico. Fue para hacer frente a este
problema que, en las primeras décadas del siglo veinte, una nueva generación de historiadores
comenzó a dar los pasos necesarios para profesionalizar su oficio.
50
Sobre
el
rol
de
la
“justicia
social”
en
la
experiencia
chilena,
véase
Villalobos,
“La
historiografía
económica
en
Chile”,
16-‐32.
51
John
Lombardi,
Venezuela:
The
Search
for
Order,
the
Dream
of
Progress
(Oxford,
1982),
260,
y
Nikita
Harwich
Vallenilla,
“Venezuelan
Positivism
and
Modernity”,
Hispanic
American
Historical
Review,
70:2
(1990),
342-‐4.
52
Juan
Maiguashca,
“Latin
American
Historiography
(excluding
Mexico
and
Brazil):
The
National
Period,
1820-‐
1990”,
en
Daniel
Woolf
(edit.),
Al
Global
Encyclopedia
of
Historical
Writing,
vol.
2
(Nueva
York
y
Londres,
1998),
542-‐5.
53
Burns,
The
Poverty
of
Progress,
ch.3.
19
LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA HISTORIA,
(1920-1945)
pueden encontrar más indicadores de cambios cualitativos que se dieron alrededor de los años de
1880. A pesar de que fue un miembro militante de la Unión Cívica Radical, no hay rastro de sus
opiniones políticas en su producción histórica. Está claro que, para Ravignani, era posible ser al
mismo tiempo académico y defensor de una causa política puesto que, aunque relacionadas,
estas actividades no se mezclaban. En otras palabras, en la Argentina de la época ya existía un
código de conducta para asegurar la responsabilidad profesional. Parece que, por lo menos aquí,
los abusos ideológicos habían sido dejados de lado.58
Desafortunadamente, en términos metodológicos, institucionales y productivos, el reinado de la
Nueva Escuela fue de corta duración. Dominante en los años treinta y a inicios de los cuarenta,59
se desvaneció después debido al advenimiento de la Gran Depresión, la inestabilidad política y
las dictaduras, crisis que, sucediéndose a intervalos, duraron varias décadas.
Lo sucedido en Argentina, tanto el inicio de la profesionalización como su primera crisis, se dio
en Chile en menor medida y, a una medida aún menor, en el resto los países de SAH.60 La tarea
de crear una comunidad de historiadores autónoma y especializada solo fue recomenzada
verdaderamente en el último cuarto del siglo veinte. Para entonces, la república de las letras
incluía a Centroamérica, a México y al Caribe. En este nuevo contexto se desarrollaron dos polos
de crecimiento: Argentina en el sur y México en el norte. Estos dos países son los principales
centros de producción y distribución histórica de Hispanoamérica hoy en día.
En resumen, ¿cuáles fueron los principales rasgos de los historiadores de SAH entre las décadas
de 1840 y 1940? Las máximas “imitador, rezagado” “traductor, traidor”, que han sido utilizadas
para caracterizarlos durante tanto tiempo, no son aplicables. En vista de la evidencia presentada,
una serie de aforismos más precisa sería: “imitador, creador”/ “traductor, fiel”.
FECHAS CLAVES
1811-30 Sobre las fechas de la independencia de Paraguay, Argentina, Chile, Gran Colombia,
Perú, Bolivia y Uruguay, véase el mapa “América Latina y el Caribe c.1830 con las fechas de
independencia”.
58
Barager,
“The
Historiography”,
603.
59
Barager
sostiene
que
“El
período
entre
1930
y
1945
bien
podría
denominarse
la
“Era
Dorada”
de
la
historiografía
argentina”,
ibíd.,
606.
60
Excepto
en
Argentina
y
Uruguay,
la
profesionalización
de
la
historia
no
ha
sido
estudiada
todavía.
Existe
información
dispersa
al
respecto
en
los
siguientes
trabajos:
para
Chile:
La
historiografía
Chilena,
vol.
I;
para
Uruguay:
Ana
Ribeiro,
Historiografía
nacional,
1880-‐1940:
De
la
épica
al
ensayo
sociológico
(Montevideo,
1994);
para
Bolivia:
Josep
Barnadas,
Diccionario
histórico
de
Bolivia,
2
vols.,
(Sucre,
2002);
para
Perú:
Manuel
Burga,
La
historia
y
los
historiadores
en
el
Perú
(Lima,
2005)
y
Alberto
Flores
Galindo,
“La
imagen
y
el
espejo:
la
historiografía
peruana
1910-‐1986”,
Márgenes,
2:4
(1988),
55-‐83;
para
Ecuador:
Rodolfo
Agoglia,
Historiografía
ecuatoriana
(Quito,
1985),
para
Colombia:
Jorge
Orlando
Melo,
Historiografía
colombiana:
Realidades
y
perspectivas
(Medellín,
1996);
y
para
Venezuela:
Germán
Carrera
Damas,
Historia
de
historiografía
Venezolana:
Textos
para
su
estudio,
3
vols.
(Caracas,
1997).
No
he
podido
encontrar
una
fuente
confiable
para
Paraguay.
22
BIBLIOGRAFÍA