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Educación sexual: balance de un debate - LA NACION https://www.lanacion.com.

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LA NACION | OPINIÓN

Por José Enrique Miguens Para LA NACION

10 de enero de 2005

os legisladores del municipio de Buenos Aires (lo de ciudad autónoma me suena


como hiperbólico) han estado discutiendo -o más bien gritándose entre ellos, porque
aquí no se delibera democráticamente- acerca de imponer educación sexual a todos los
niños de todas las escuelas primarias ubicadas en la Capital Federal.

La superficialidad, el infantilismo ideológico y el seudocientificismo con que tratan los


temas políticos nuestros representantes, más preocupados por aplastar a pretendidos
enemigos que en aclarar entre todos las cosas políticas para bien de todos, los ha hecho
perderse en cuestiones accesorias, sin plantearse las cuestiones humanas de fondo que
este debate implica.

Quisiera aportar mi contribución para restablecer nuestra convivencia política y social,


que está siendo gravemente amenazada con estas agresiones, revanchismos,
intolerancias y prepotencias mutuas que impiden todo diálogo democrático, en una
sociedad ya de por sí tan escindida y tan sectaria como la nuestra.

Para ello, sería necesario asentar la deliberación sobre supuestos aceptados por todos, lo
cual permitiría llegar a consensos aceptables para todos.

Con ese propósito, propongo centrar el debate sobre estos dos puntos:

¿Un Estado tiene el derecho de imponer a sus ciudadanos orientaciones existenciales y


sentidos a sus vidas, cuando éstos, libre y conscientemente, prefieren otros? ¿En que
situaciones y condiciones puede legítimamente un Estado limitar esa libertad?

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Para el que no lo vea así, están los textos, bien claros, de la Declaración de los Derechos
Humanos, que fue aprobada y aceptada por todas las naciones civilizadas de todas las
culturas, con excepción de los hotentotes y los bosquimanos.

Conviene recordarlos. El artículo 12 preceptúa: "Nadie será objeto de imposiciones


arbitrarias en su vida privada, en su familia, etcétera". Lo mismo dice el artículo 11 del
Pacto de San José de Costa Rica. El artículo 18 de la Declaración de los Derechos
Humanos establece el principio básico: "Toda persona tiene el derecho a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión..." Esto incluye "la libertad de manifestar su
religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado,
por la enseñanza, la práctica, etcétera", pero no la libertad de imponerla a los demás.

Específicamente sobre este asunto, dispone el artículo 14 de la Convención sobre los


Derechos del Niño: "Los estados partes respetarán el derecho del niño a la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión". Entiendo que esta convención se ajusta a la
realidad humana y social respecto de cómo se construye la identidad de las personas.

El niño, como ser humano, va construyendo su identidad, de la cual es parte importante


su identidad sexual, apoyándose en las personas que tiene en su entorno:
primeramente, sus familiares (padres, hermanos, abuelos). Se apoya en las personas
que respeta, en sus iguales y en la cultura ambiente que va elaborando, por lo que, en
principio, no debe admitirse la intromisión oficial del Estado en este delicado
entramado social. Mucho menos podemos admitir que se arrase este delicado proceso
social de formación de la identidad de cada persona con arrogancias "militantes", tan de
moda hoy.

Estas actitudes beligerantes contradicen todo lo que es una respetuosa convivencia


democrática.

Como dijo Bertrand de Jouvenel, los regímenes totalitarios vinieron porque


políticamente se vio solamente al Estado y al individuo y "se desconoció el papel de las
autoridades morales, de todos aquellos poderes sociales intermediarios que encuadran,
protegen y orientan a las personas, evitando e impidiendo la intervención del poder".

Como nos previenen varios autores recientes, el decrecimiento del patrimonio moral de
personas y grupos provoca la muerte de todo pluralismo y, con ello, la muerte de toda

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sociedad. Porque sin respeto mutuo no hay sociedad ni Nación: hay sólo un
amontonamiento ocasional de individuos mutuamente hostiles, que tratan de destruir el
patrimonio moral de cada uno.

Pero, como reconoció expresamente John Rawls en sus últimos trabajos, "el pluralismo
es para gente razonable", fauna que no abunda en nuestro país.

Tal como lo he documentado largamente en mi reciente libro Democracia práctica. Para


una ciudadanía con sentido común, los modos políticos argentinos con los que se trata a
nuestros ciudadanos no los consideran como sujetos originarios de sus propias
decisiones, sino como objetos, objetos pasivos a los que se manipula y se
instrumentaliza para propósitos que no son los suyos, arreándolos como si fueran
ganado.

En este contexto político, los ciudadanos dejan de serlo para convertirse en súbditos de
los poderes dominantes. Recordemos que el objetivo final del totalitarismo, como lo
recordaba Hannah Arendt en su obra clásica sobre el tema, era " transformar a las
personas humanas en una simple cosa".

Si no nos damos cuenta de hacia dónde nos llevan estos procesos de manipulación y de
injerencia estatal en las orientaciones existenciales de las personas -especialmente de
las más indefensas, como lo son los niños-, estaremos cerrando el camino hacia una
auténtica democracia dialoguista y consensuada en nuestro país.

Partimos de la base de que ninguna persona razonable puede admitir intromisiones


estatales en la orientación existencial de nadie, y mucho menos de los niños, ni puede
admitir manipulaciones sectarias que atenten contra un respetuoso pluralismo religioso
y moral, que es lo que da vitalidad a las sociedades.

En el caso que estamos tratando, es lícito admitir que el problema social del embarazo
adolescente, y los abortos que provoca, y el de la difusión y contaminación del sida
afecta a toda la sociedad y debe ser afrontado eficazmente. Pero, evidentemente, estos
dos problemas no se arreglan dando clases a los niños sobre masturbación, opciones
sexuales alternativas y temas similares, que no atacan directamente los problemas que

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se pretende solucionar, y menos aún cuando chocan innecesariamente con el sentido de


sus vidas, sus creencias religiosas y morales y sus orientaciones existenciales.

Pienso que se puede llegar a un consenso aceptable, que respete los derechos humanos
de los niños. Se podría disponer que se diera instrucción sobre higiene sexual a los
educandos púberes a partir de los 11 o 12 años, informándolos sobre cómo prevenir el
embarazo y el contagio del sida, con libertad para los colegios privados de hacerlo
adecuándose a las convicciones y tradiciones culturales de los alumnos y sus familias. Se
trata, entonces, de brindar instrucción y no educación sexual, que no corresponde al
Estado dar.

Además, cabe señalar, como lo han advertido pedagogos de todas las tendencias, el
mamarracho que significa que legisladores municipales redacten los contenidos de los
programas educativos, usurpando la competencia de los educadores, que están en
contacto con los niños. A ellos les corresponde hacerlo.

Entonces, es hora de que dejemos de lado los ideologismos y volvamos a la


razonabilidad y al sentido común.

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