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Los LABERINTOS
DE LA
NEUROSIS OBSESIVA
Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA
Psicoanalista-Didacta
de la Escuela de Psicoanálisis
Grupo Cero Madrid
Akoglaniz
Po rtada:
O leo de Miguel Oscar Menassa
«Tango II» .
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INDICE
Pág.
LABERINTO I
CON FREUD y LACAN
Introducción 9
Historia de la Neurosis Obsesiva. Historia de una nosa.. 15
La represión y el retorno de lo reprimido en la histeria y en
la neurosis obsesiva 18
Historia con Freud y en Freud ...................... 20
Textos sobre la Neurosis Obsesiva en Freud ........... 21
La naturaleza de la cura: sus principios.............. 26
El obsesivo y el Otro 32
LABERINTO II
CON EL HOMBRE DE LAS RATAS
UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA DE SIGMUND FREUD
Análisis de un caso de Neurosis Obsesiva I 37
Análisis de un caso de Neurosis Obsesiva II 45
LABERINTO III
LABERINTO ROTO
Los mitos y el obsesivo............................. 53
La libido y el fantasma 58
El laberinto y el complejo de Edipo 66
El complejo de Edipo 68
Posición del analista y el obsesivo................... 70
Autoerotismo, narcisismo y homosexualidad ........... 72
La transferencia en el análisis de la Neurosis Obsesiva .. 75
Las defensas, las resistencias y la transferencia en el análisis 80
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Laberinto sin salida,
puesto que si no se conoce
el espacio original,
el paraíso perdido que se busca,
nadie sabrá hacia dónde dirigir
la huida.
LABERINTO I
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INTRODUCCION
Los conceptos no se sostienen por las definiciones, más bien los concep-
tos no soportan la inalterabilidad de las definiciones, no quedan fijados teó-
ricamente y después son puestos a trabajar en la clínica, sino que los con-
ceptos corresponden a una articulación de la teoría, el método y la técnica,
no se trata entonces de una sucesión sino de una articulación. Es por eso
que para acercarnos al tema de la neurosis obsesiva lo haremos partiendo de
un caso clínico, ahí donde se articulan teoría, método y técnica.
En psicoanálisis decimos que lo que opera es el deseo del psicoanalista,
ese deseo donde es llevado el psicoanalista en el psicoanálisis didáctico, de-
seo del psicoanalista que intervendrá en todo comienzo de todo análisis, que
permitirá esa puesta en acto de la realidad inconsciente por la vía de la trans-
ferencia, transferencia del paciente en relación al deseo del analista.
En principio era el deseo del analista y ahí debe llegar a ser el deseo del
paciente que se manifiesta como transferencia, como puesta en acto de su
realidad sexual inconsciente.
En psicoanálisis hablamos de relación transferencial, como la relación qUe
establece un sujeto con el psicoanálisis, relación que desde el discurso analí-
tico, ese discurso que Lacan produce como uno de los cuatro discursos que
nos pueden trabajar si nuestras palabras pasan por esas estructuras donde lo
que importa son los lugares por los que pasamos: verdad y saber, apariencia
y goce, el Otro y el otro, la producción y el significante como lo que repre-
senta el sujeto para otro significante. Sujeto del significante, en tanto el sig-
nificante representa a un sujeto para otro significante. Discurso como discurso
sin palabras, como lazo invisible, como lo que nos introduce en la dialéctica
del deseo inconsciente. Y esto sólo es posible en una experiencia psicoanalí-
tica, marcando que digo experiencia no en tanto vivida, sino como esa rela-
ción que el sujeto establece con la relación psicoanalista-paciente, con lo que
supone que es la relación psicoanalista-paciente.
La transferencia como lo que el paciente hace con el psicoanalista pero
también está lo que el psicoanalista permite que el paciente haga con él. Así,
nos dice Lacan, Abraham quería ser una madre completa para sus pacientes.
Lacan nos dice que un psicoanálisis es la cura que se espera de un psi-
coanalista, o bien que el psicoanálisis es el tratamiento dispensado por un
psicoanalista. Pero esto nos lleva a preguntarnos qué es un psicoanalista, quién
o qué autoriza a cada quien, qué es la formación del analista, cómo llega
un sujeto a posicionarse como psicoanalista, cómo llega un sujeto a posicio-
narse como paciente, cómo alcanza la posición de sujeto bajo transferencia.
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Freud nos dice que el psicoanálisis más que una psicología del Yo es una
psicología del Ello, por eso que más que de una clínica del Superyó se trata
de una clínica del Ello, del sujeto.
Con el psicoanálisis la conciencia deja de ser el centro del ser hablante
que es el humano, pasando a ser algo que no está en el proceso de pensa-
miento, en tanto el pensamiento pasa a ser pensamiento inconsciente y la con-
ciencia sólo sabe de los resultados, e incluso hay procesos de pensamiento
que acontecen sin que la conciencia se percate de ellos. Con el psicoanálisis
cambia la concepción del saber y también de la verdad, ya no se trata de un
saber acumulado, como lo pensaba Hegel, un saber que se completa, sino
del lenguaje como elucubración de saber.
Freud nos dice que no hay necesidad de saber que se sabe para gozar de
un saber, pues el hombre piensa con ayuda de palabras.
Es en la conjunción de una existencia inconsciente, un no ser, y un pen-
samiento inconsciente, un no pienso, que el sujeto que habla relega al sujeto
del conocimiento.
Sujeto de un saber inconsciente y de una verdad que sólo se puede decir
a medias, que tiene estructura de ficción, sujeto de una verdad de la que no
querría saber nada, el hombre se debate entre una verdad como ficción, co-
mo síntoma o como secreto.
No se trata de un síntoma que se termina de formar en el análisis sino
de un sujeto que sólo se constituye en análisis, donde el sujeto es afectado
por su saber inconsciente.
Un sujeto en una doble alteridad, en tanto está en relación a un otro ima-
ginario y en relación a un Otro como lugar de la palabra, un Otro que se
reduce al objeto a, pues no es un Otro completo sino un Otro castrado.
El psicoanálisis nos dice que el obsesivo es un supersticioso señalando que
no es un típico supersticioso sino que a veces con sus ideas obsesivas se com-
porta como si de una superstición se tratara, así cree en la omnipotencia del
pensamiento, en la premonición de los sueños, hace de lo nuevo algo ya co-
nocido, hace de lo nuevo un pensamiento previo.
Se teoriza sobre una estructura clínica después de pasar un caso por la
gramática del psicoanálisis y es a partir de allí que podemos decir que se trata
de una estructura freudiana.
Decir nosa, o bien decir estructura clínica o patológica, o bien entidad
clínica, no es lo mismo que hablar de estructuras freudianas, es decir estas
estructuras clínicas después de que el deseo de Freud operara sobre la trans-
ferencia que podemos leer en cada uno de los casos ejemplares que Freud
publica pensando en la transmisión del psicoanálisis. Cinco casos donde Freud
trabaja la dirección de la cura y se pregunta sobre la naturaleza de la cura
de que se trata, donde no ha lugar preguntarse si son tratamientos comple-
tos o fragmentarios, sino que se trata de averiguar por qué Freud considera
casos a esos tratamientos que él produce ya sea sobre pacientes propios, co-
mo ocurre con el caso Dora, el caso de neurosis obsesiva, el caso del Hom-
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bre de los Lobos, ya se trate de tratamiento .de textos como el caso Schreber,
o en el caso Juanito donde sostiene la relación que va a permitir que se esta-
blezca un padre para Juanito.
En este texto nos vamos a acercar a la neurosis obsesiva que Freud pro-
duce como tal, donde el diagnóstico es el propio tratamiento y donde nos
muestra que aunque cada tratamiento produce una estructura clínica diferente,
lo que deja claro es que en todos sus tratamientos aplica el mismo tratamiento,
el tratamiento psicoanalítico, que ya describe y formula, en la exposición que
hace con «La interpretación de los sueños». No hay variantes de la cura tipo
que es el tratamiento psicoanalítico, nos dice Freud, y Lacan escribe bajo es-
te nombre «Variantes de la cura tipo», y nos dice que cualquier innovación en
el campo que Freud funda nos hace preguntarnos si a partir de ella estamos
o no en el campo psicoanalítico, en el campo freudiano.
A todos los llama casos, y a cada uno le podemos considerar caso clíni-
co de Freud, es decir, podemos decir que se trata de estructuras freudianas,
clínica después del psicoanálisis, bajo transferencia y donde lo que opera es
el deseo del analista.
No se trata entonces de corregir o de curar al paciente de sus síntomas,
no se trata del furor sanandi, ni de curarle de sus represiones, pues su enfer-
medad es un fracaso en la represión, no se trata de liberarle de lo que deno-
mina sus síntomas, que nunca tienen nada que ver con sus síntomas reales,
sino de dejar que la transferencia haga su obra, transferencia que no se sos-
tiene ni en la contratransferencia del analista, ni se trata de que el psicoana-
lista se defienda de la transferencia sino de que el deseo del analista sosten-
ga ese tiempo del análisis que es el tiempo de la transferencia.
En el caso del Hombre de las Ratas, Freud deja que la transferencia se
desarrolle, sin tener ideas previas acerca de lo que se tiene que transferir o
el cómo se transfiere, y donde no se trata de una actualización de otras rela-
ciones en la relación transferencial, o de la repetición de comportamientos
pasados, sino de la repetición como retorno del inconsciente, no como sínto-
ma, no como retorno de lo reprimido por fracaso de la represión, sino retor-
no de lo que le estructura como sujeto.
Quiero recordar que la represión no se trata de un proceso patológico en
tanto puesta en acto de la operación, o porque esté en juego el retorno de
lo reprimido, sino que el síntoma es una solución que el sujeto encuentra en-
tre la fuga y la condena, el síntoma como algo que soluciona el fracaso de
la represión, el síntoma como lo que sostiene lo que debería sostener el olvi-
do, pues sólo si es posible el olvido es posible el recuerdo, sólo si olvido la
falta de origen habrá origen, sólo si borro lo que nunca se registró como acon-
tecido habrá comienzo, pues todo comienzo tiene que ver con un vacío que
trabaja, la cuestión es buscar el borde de lo real, de lo real como agujero.
El orden de la paradoja no es el de la contradicción.
Todo comienza cuando el niño descubre con horror que su madre está cas-
trada, esa madre que designa ese Otro que es cuestionado en el origen de
toda operación lógica.
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Todo comienza con esa falta inaugural. El niño despierta con este descu-
brimiento. La verdad de que no hay Otro viene a desalojar al niño de su im-
potencia y de la omnipotencia del Otro, por eso decimos que S(/A) es el sig-
nificante de la falta en el Otro, que será punto de partida en lo que concier-
ne a la lógica del fantasma. Si A está barrado, /A, es para decir que está
marcado. No es el Dios perfecto o el Otro de los filósofos y de los sabios
que ninguna marca lo merma. Que el Otro está marcado es de lo que se tra-
ta en la castración primitiva del ser maternal, S(/A).
Pero si ese Otro no existe nos podemos preguntar en qué queda suspen-
dido el deseo. En el caso del neurótico su deseo gira en torno a algo que no
se puede articular de otra manera que como demanda del Otro. Es por eso
que el sujeto llega al análisis no en nombre de alguna demanda de la exigen-
cia actual, sino para saber lo que él demanda, yeso le lleva a demandar que
el Otro le demande algo. Son esos pacientes que nos dicen: pregúnteme us-
ted algo, doctor.
El perverso, en cambio, es ese que cree en el Otro, por eso se consagra
a obturar ese agujero en el Otro. Podemos decir que está del lado de que
el Otro existe, aún a costa de renegar de la castración, en tanto pasa a ser
una condición. Así el perverso está interesado en el otro sólo para tapar el
agujero del Otro, pues está interesado en el goce del Otro.
El psicótico toma otra posición, no cree en el Otro, aún siendo necesario
para ello que reniegue de la realidad, que reniegue del apoyo que le brinda
la realidad para que el orden simbólico se instale en él.
El falo no funciona sino al ser ubicado en el centro, por eso se dice que
en psicoanálisis se trata de falocentrismo, en tanto estructura el campo que
está en el exterior. Hay un momento que el niño atribuye tanto a los objetos
animados como a los inanimados un tener falo, se trata del fantasma univer-
sal del falo. Y es fecundo en el momento que cae, cuando ya no puede ser
que el falo sea el atributo de todos los seres animados.
El objeto a ocupa un lugar en ese vacío, por eso cuando se ama el abis-
mo hay que tener alas, cuando se ama el vacío hay que tener objeto a.
El Otro para el obsesivo es completo, mientras que para la histeria está
agujereado desde el principio. Mientras en la histeria se trata de la irreducti-
ble hiancia de una castracción realizada, en el obsesivo siempre está por rea-
lizarse.
Mientras que la histérica busca un amo para dominarlo, el obsesivo ya
lo ha encontrado y espera su muerte.
Todos debemos representar, por eso lo irónico de aquel que parece un per-
sonaje literario, ese que tiene una máscara de alquiler, sin sospechar siquiera
que en ello expresa un problema personal, el problema de la persona. Perso-
na que significa máscara y que en francés nos remite a Nadie.
Entre palabras que nos protegen y palabras que nos prohiben buscamos
la palabra que humanice el deseo, porque si no es así el deseo quedará con-
finado a la clandestinidad.
Para el psicoanálisis una realización de la vida puede confundirse con el
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Todo deseo actual para Freud recibe su fuerza de un deseo sexual infantil
reprimido. Es por esto que Freud ante un síntoma delirante, por ejemplo de-
lirio de celos, se pregunta por el deseo que sostiene ese síntoma delirante.
En el caso de una señora que padece un delirio de celos por personas más
jóvenes que ella misma, llega a interpretar su enamoramiento de un cuñado,
por lo cual le señala que... si su marido incurriera en la gravísima falta de
enamorarse de alguien más joven, quedaría ella libre de remordimientos de
su propia infidelidad...
Este es entonces el sentido del síntoma, la intención, el propósito del sín-
toma.
En la clase 16 y 17 de «Lecciones Introductorias», 1915-17, Freud nos pre-
senta innumerables casos de neurosis obsesiva en sujetos femeninos, lo mis-
mo que Lacan en el Seminario V, sobre «Las formaciones del inconsciente»,
con lo cual no puede permanecer la idea de que la neurosis obsesiva es más
propia de sujetos masculinos. Lo mismo ocurre con el caso de la histeria que
hasta Charcot, que presenta casos de histeria masculina, era atribuida a la
mujer.
Con el ejemplo anterior vemos que para Freud un delirio no marca la di-
ferencia entre neurosis y psicosis.
Antes de Freud la categoría de obsesión como entidad clínica fue intro-
ducida en la nosología como «locura de duda» y «delirio de tacto». La psi-
quiatría destacaba las ideas y los actos compulsivos, la duda y el estado de
irresolución. Algunos autores describen a estos enfermos viviendo bajo un
estado de duda perpetuo y que no logran detener el trabajo incesante de su
pensamiento que no llega nunca a un resultado definitivo. Durante mucho
tiempo se la conoció como la enfermedad de la duda.
Antes todavía era considerada como delirio parcial, como una de las for-
mas de delirios parciales. Kraepelin a diferencia de Freud la llama «locura
obsesiva», mientras que Freud la denomina neurosis obsesiva. Podemos de-
cir que es Freud quien la rescata de la locura, de su lugar entre las psicosis.
Está en juego la distinción entre neurosis y psicosis. En la clasificación
de Krafft-Ebing las neurosis son la hipocondría, la histeria, la epilepsia, y
más tarde la neurastenia. Es decir que la psiquiatría separaba neurosis y psi-
cosis en la dicotomía mente-cuerpo, mientras que Freud crea un nuevo gru-
po, el grupo de las neuropsicosis donde distingue neuropsicosis de transfe-
rencia y neuropsicosis narcisistas. Entre las neuropsicosis de transferencia in-
cluye histeria y neurosis obsesivas, donde vemos que mientras los síntomas
de la histeria se manifiestan en el cuerpo (por conversión), y en la mente los
de los obsesivos, sin embargo están en el mismo grupo, pues la diferencia freu-
diana no pasa por la dicotomía cuerpo-mente, sino que para Freud los me-
canismos, en ambas estructuras clínicas, son mecanismos psíquicos.
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que la demanda se pone en el análisis entre paréntesis puesto que está exclui-
do que el psicoanalista satisfaga la demanda que el paciente plantea referida
a ¿de qué quiere que le hable doctor? Y es porque no se pone ningún obstá-
culo a la confesión del deseo, que surge la resistencia a esa confesión, y esto
es porque hay una incompatibilidad del deseo con la palabra, pues el deseo
siempre será inaccesible, siempre imposible de ser representado, es decir que
sólo puede ser interpretado.
Deseo inconsciente, permanente e indestructible que Freud nos presenta,
planteado y formulado, en 1900, en su obra «La Interpretación de los sue-
ños». Un deseo que determina al sujeto en su viaje por la vida desde que
nace hasta que muere, un deseo que se sigue aún en contra de la voluntad,
pues se trata de un deseo inconsciente, la estructura de la relación con cierto
saber, por eso Freud nos dice que la estructura no da su brazo a torcer, y
es durante toda la vida siempre la misma, por eso decimos que el sujeto está
determinado en cuanto a su deseo, desde el comienzo al fin. Es por eso que
se trata de ser incauto de la estructura, pues se trata de ajustarse a ella, de
no ceder en cuanto al deseo.
Freud fue un hombre de deseo, de un deseo al que siguió contra su vo-
luntad por los caminos donde se refleja en el sentir, el dominar y el saber,
pero del cual supo revelar, el significante impar: ese falo cuya recepción y
cuyo don son para el neurótico igualmente imposibles, ya sea que sepa que
el otro no lo tiene o bien que lo tiene, porque en los dos casos su deseo está
en otra parte: es el de serlo, y es preciso que el hombre, masculino o femeni-
no, acepte tenerlo y no tenerlo, a partir del descubrimiento de que no lo es.
Freud cuando nos dice que los sueños se expresan preferentemente en imá-
genes, lo dice para indicar que se trata de una escritura, es decir que algunas
de las imágenes estarán allí, no para ser leídas sino para aportar un expo-
nente a lo que debe ser leído. Es por eso que habla del lenguaje de los sue-
ños como semejante a la escritura jeroglífica, donde la figura de un hombre
no solamente es un hombre sino que es el sonido hombre, es decir debe ser
leído en el registro fonético.
Nos habla también del lenguaje de los síntomas, indicando lo específico
de la estructuración significante en las diferentes formas de neurosis y psico-
sis, llegando a comparar, en 1913 en su obra «Múltiple interés del psicoanáli-
sis», las tres grandes neuropsicosis: histeria, neurosis obsesiva y paranoia. Y
nos dice que la forma de expresarse del histérico es semejante a los sueños,
de forma figurada, es decir que lo que el histérico expresa vomitando, un ob-
sesivo lo expresará tomando medidas protectoras sumamente penosas contra
la infección, mientras que un parafrénico se verá llevado a quejas y sospe-
chas acerca de un posible envenenamiento. En los tres casos, serán diferentes
representaciones del deseo reprimido y rechazado a lo inconsciente de emba-
razarse, o bien la reacción defensiva contra este hecho.
La procreación, la muerte, lo masculino, lo femenino, no son datos dedu-
cibles de la experiencia si antes no funcionan en nosotros como significan-
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El otro con «a» minúscula (con a porque es Lacan quien introduce esta
terminología, y refiere a «autre»), es el otro imaginario, la alteridad en espe-
jo, que nos hace depender de la forma de nuestro semejante. El Otro absolu-
to es aquel al que nos dirigimos más allá de ese semejante, aquel que esta-
mos obligados a admitir más allá de la relación de espejismo, aquel que frente
a nosotros acepta o rechaza, aquel que en ocasiones nos engaña, del que nunca
podemos saber si no nos engaña, aquel a quien siempre nos dirigimos.
Desconocer estos dos otros en el análisis, donde están presentes por do-
quier, está en el origen de todos los falsos problemas, principalmente cuando
se habla del análisis en términos de relación de objeto.
Cuando distinguimos el otro imaginario como el lugar donde se estruc-
tura para el recién nacido humano una multiplicidad de objetos y el Otro ab-
soluto, como de la no existencia, en el origen, de ningún Otro, en tanto este
Otro está todo en sí, pero a la vez está enteramente fuera de sí. Lacan llega
a hablar de una relación de extimidad con el Otro, en relación a la palabra
intimidad, pero con un Otro que está fuera. Es por eso que el Otro debe con-
siderarse como un lugar, el lugar donde se constituye la palabra. Lacan nos
dice: el Otro es el lugar donde se constituye el yo (je) que habla con el que
escucha, pues siempre hay un Otro más allá de todo diálogo concreto. Esto
nos dice es un punto de partida, se trata de saber dónde nos conduce, pero
lo que sabemos es que nos conduce a otro lugar que si partimos de que el
otro es un ser viviente.
El paranoico es alguien que relaciona todo consigo mismo, es alguien cu-
yo egocentrismo es invasor, pero yo, dice Schreber en sus «Memorias», soy
completamente diferente, es el Otro quien relaciona todo conmigo. Hay un
Otro, y esto es decisivo, estructurativo.
Pero va a ser el complejo de Edipo el que ponga en marcha el funciona-
miento significante en el sujeto. Complejo de Edipo que tiene que ver con
la castración simbólica de un objeto imaginario.
El objeto fálico para Freud tiene un lugar central dentro de la economía
libidinal, tanto en el hombre como en la mujer. Y el tema de la castración
gira en torno a la pérdida del objeto fálico.
La función del padre y el complejo de castración son fundamentales y no
son simplemente elementos imaginarios, pues lo que encontramos en lo ima-
ginario en forma de madre fálica no es homogéneo al complejo de castra-
ción, y el padre tiene un elemento significante, irreductible a toda especie de
condicionamiento imaginario.
La exigencia de una madre es proveerse de un falo imaginario, y el niño
le sirve como soporte real para esta prolongación imaginaria, pues Freud in-
terpreta que el niño es un equivalente del falo. En cuanto al niño, varón o
hembra, desde muy temprano localiza el falo, y se lo otorga generosamente
a la madre. La relación madre-niño que debería ser regulada por la función
fálica, se encuentra en una situación de conflicto, pues cada quien por su la-
do está en posición de alienación interna, y esto es porque el falo se pasea.
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EL OBSESIVO Y EL OTRO
Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha. Di-
ga, diga, hable, hable, asocie libremente, emplee libremente la palabra, todo
lo libre que la función de la palabra puede ser, tan libre como una variable
en una relación matemática, tan libre como pueda serlo en el campo del len-
guaje.
Libre hasta que habla, hasta que dice, y entramos en el campo del psi-
coanálisis, en el campo del deseo, en el campo que delimita esta ciencia lla-
mada por Lacan ciencia de lo real. Y en este campo la regla es que no vale
desdecirse, cuando la cadena se rompe, algo ha desencadenado la cadena, y
sólo la verdad es capaz de desencadenar.
En psicoanálisis no hay posibilidad de engaño en tanto cada uno es en-
gañado por su propia verdad, es decir, en psicoanálisis se es engañado por
el Otro.
Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha, marca
que la apertura al campo del Otro, que supone esta hiancia con que designa-
mos el inconsciente, como apertura no al mundo subterráneo de los instintos
sino donde la pulsión, la exigencia de trabajo psíquico que supone la pul-
sión va a conformarse al campo del Otro, marca digo que es en la escucha
donde se produce que lo que se dice tenga relación con el saber sobre su
verdad.
La historia del psicoanálisis podemos decir que comienza con el deseo del
psicoanalista, ese deseo de Freud que lo condujo por la vía de la producción
de una teoría acerca del deseo inconsciente. Es con el deseo de deseo insatis-
fecho de las histéricas que comienza el psicoanálisis pero en su relación con
el deseo del psicoanalista que era Freud.
Es por esto que Lacan en su intento de transmitir las enseñanzas de Freud,
un saber que no puede ser transmitido como un saber sabido en tanto se trata
del ejercicio del no-saber, transmisión donde se pone en juego la transferen-
cia del que aprende y el deseo del psicoanalista que está en posición de
transmitir.
El que escucha es entonces el que hace existir los hechos del relato, el que
hace el trabajo de construcción de la historia del deseo, esa historia donde
se juega una verdad, donde como proceso va a permitir que lo real sea cons-
truido, que el fantasma que sostiene el deseo se construya, en tanto antes de
la experiencia psicoanalítica estaba sujetado al deseo del deseo del otro y ahora
está sujeto al deseo del deseo del Otro.
El psicoanálisis permite pensar una forma de relación donde la confian-
za no es lo que trabaja al psicoanalizando, en tanto la confianza es del or-
den de eludir el trabajo de abrirse a las preguntas que a cada uno nos traba-
jan. La confianza o la desconfianza está relacionado con la creencia y la no
creencia, y lo que en el psicoanálisis funciona como en toda ciencia es del
orden de la no-creencia. Las intervenciones del psicoanalista juegan en el psi-
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mentos que integra, no da cuenta de que los recuerdos reactivos y los auto-
rreproches de ellos derivados sean inconscientes, en tanto lo que se hace cons-
ciente como ideas o afectos obsesivos son resultado de una transacción entre
las ideas reprimidas y las ideas represoras.
Es por esto que Freud prefiere hablar de pensamiento obsesivo. En cuan-
to a la defensa secundaria que el sujeto desarrolla contra las representacio-
nes obsesivas que han penetrado en su conciencia surgen productos que Freud
nombra como «delirios». Lo importante entonces es que las ideas obsesivas,
al igual que en los sueños, han sufrido una deformación.
«Si me caso con la mujer a la que amo, le sucederá a mi padre una des-
gracia (en el más allá)>>, idea obsesiva que lo dominaba desde tiempo atrás,
que sería: Si mi padre viviera, mi propósito de casarme con esa mujer le ha-
ría encolerizarse tanto como en aquella escena infantil, de manera que tam-
bién yo me enfurecería de nuevo con él y le desearía terribles males que la
omnipotencia de mis deseos harían caer irremediablemente sobre él. En aquella
escena infantil había respondido a su padre, totalmente enfurecido, con las
palabras que él conocía: ¡lámpara, servilleta, armario!, ante lo cual su padre
había dicho que no sabía si era un futuro genio o un futuro criminal.
Otro caso de elaboración elíptica o deformación por omisión, es aquella
que le surge ante su sobrinita, a la cual quería mucho. Un día surgió en él
la idea siguiente: Si te permites realizar una vez más el coito, le sucederá a
la pequeña Ella una desgracia (se morirá). Que en el análisis surge que en
realidad se trata de otra cuestión, una cuestión acerca de que su relación se-
xual con su amada nunca tendría por consecuencia el nacimiento de un hijo,
a causa de la esterilidad de su amada. Ello te dolerá tanto, que te hará envi-
diar a tu hermana por su pequeña Ella, y tu envidia acarrearía la muerte de
la niña.
La deformación elíptica, por omisión, que también forma parte en la téc-
nica de los chistes, es característico del pensamiento obsesivo.
Freud halló esta técnica en otros sujetos que padecían neurosis obsesiva,
como ejemplo nos habla de una duda desplazada de una mujer que acom-
pañada de su marido entra en una tienda de compras mientras que su mari-
do decide ir a la tienda del anticuario. La mujer compró, entre otras cosas,
un peine y mientras esperaba a su marido, demasiado tiempo para ella, le
asaltó la idea obsesiva de que ese peine lo tenía desde siempre. En realidad
ella quería decir: si he de creer que no has estado más que en la tienda del
anticuario, también puedo pensar que poseo hace ya muchos años este peine
que acabo de comprar. Es decir que se trata de la ironía del obsesivo, pero
su duda dependía de sus celos inconscientes. Así en el caso que estamos tra-
bajando dice: Sí, tan cierto es que devolveré el dinero al teniente A, como
que mi padre y mi amada pueden tener hijos.
El lenguaje de la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria, nos dice
Freud. Otra diferencia con la histeria la marca Freud cuando nos dice que
en la histeria los motivos de la enfermedad sucumben al olvido, mientras que
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que los obsesivos no pueden dejar de pensar, aún cuando hay una demora
en el pensamiento todo el proceso queda trasladado con todas sus peculiari-
dades, a un nuevo terreno.
Habíamos dicho que la idea obsesiva se protege por medio de la defor-
mación, deformación que es previa a su aparición en la conciencia, y tam-
bién hay un intervalo, durante el cual el contenido de la idea obsesiva queda
desligado de sus relaciones particulares, por medio de la generalización. Co-
mo ejemplo una muchacha que nunca lleva joyas y descubre en análisis que
era porque había una joya que envidiaba a su madre y esperaba heredar de
ella.
La deformación, la generalización y por último los delirios, como medio
para establecer nuevas conexiones con el contenido y texto verbal de la obse-
sión inconsciente.
En el análisis de este caso no se va a tratar de encontrar sentido a lo que
al paciente le pasa, pues vemos ya en la primera entrevista que Freud realiza
a este joven universitario, cuando le habla de sus temores respecto a sus se-
res queridos, sus impulsos obsesivos de cortarse el cuello con una navaja de
afeitar, las prohibiciones que extendía hasta las situaciones más nimias de su
vida cotidiana, después de decir que su vida sexual había transcurrido entre
su repugnancia a las prostitutas, una vida sexual limitada y un onanismo que
había desempeñado un escaso papel a los 17 años, Freud no se interesa por
ninguno de los temas, tan interesantes para desentrañar el caso, porque ha-
bíamos dicho es condición del análisis. Lo que Freud hace después de escu-
charle psicoanalíticamente es preguntar porqué razón había comenzado la
anamnesis con informes sobre su vida sexual, a lo cual responde haberlo he-
cho por saber que así correspondía a sus teorías. En realidad sólo había ho-
jeado Psicopatología de la vida cotidiana que le recordaba la elaboración men-
tal a la que él mismo sometía sus ideas y que le habían decidido a acudir
a su consulta.
Al día siguiente, después de comprometerle a observar la única condición
del tratamiento, es decir, la de comunicar todo lo que le viniera a las mien-
tes, aunque le fuera desagradable hablar de ello o le pareciera nimio, incohe-
rente o disparatado, y habiendo dejado a su arbitrio la elección del tema ini-
cial del relato, se inició el tratamiento.
Como podemos observar Freud no acuerda con ningún yo del sujeto, ni
tan siquiera le exige ser verídico, tampoco le pide reflexión, sino más bien
observación de sus procesos psíquicos. Asociación libre y transferencia del pa-
ciente que permiten a Freud introducirse en el tratamiento de este caso.
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Para Freud el sentimiento de culpa del obsesivo tiene que tener una justi-
ficación inconsciente, así la culpa por la muerte de su padre es para Freud
el deseo de muerte del padre que debiendo ser inconsciente había llegado a
ser consciente en relación a sus relaciones amorosas. Al no operar la función
del padre muerto había obstáculos en sus relaciones con la mujer.
Cometido el crimen se dispone a buscar castigo, y este fue imponerse un
juramento imposible, un deseo imposible.
¡Tienes que devolver el dinero al teniente A, tu padre no puede equivo-
carse! Tampoco un Rey se equivoca, así cuando interpela a un súbdito con
un título que no le corresponde, es que se lo otorga para siempre.
Primero no debes devolver el dinero, pues si no sucederá el castigo de las
ratas. Después el juramento imposible, transformación en lo contrario, como
castigo a la rebelión. La encrucijada en la que se encontraba era «si debía
o no obedecer al padre y si debía permanecer fiel a su amada». Obedecer
al padre implicaba el abandono de la mujer amada.
Para Freud no se trata de encontrar sentido sino soluciones a las ideas
obsesivas y con la solución que el análisis procura quedar desvanecido el de-
lirio de las ratas.
Desde la constelación original a su surgimiento en la transferencia hay un
trabajo en la dirección de la cura. Todo esto surge en el transcurso del análi-
sis, pero no es recordado por el paciente, ni referido a lo que ocurre en el
momento actual, sino que es mediante la transferencia como puesta en acto
de la realidad inconsciente que el deseo del analista va a operar.
Es en el trabajo de transferencia con Freud, cuando realiza la sustitución
de la mujer rica por el amigo, es cuando sueña que Freud desea darle a su
hija rica por esposa que la experiencia analítica pasa a ser el trampolín para
la solución. En el sueño hace de la que imagina hija de Freud un personaje
dotado de todos los bienes de la tierra, que en el contenido manifiesto repre-
senta en forma harto singular: un personaje provisto, como el paciente mis-
mo, de anteojos, y basuras como ojos. No casarse por sus lindos ojos, sino
por su dinero.
Vemos al Hombre de las Ratas en un desdoblamiento narcisista, o bien,
un desdoblamiento del personaje del padre, antes que pasar por la división
que le permite la castración, eso que permitirá que la relación mortal de mo-
do simbólico se instale en él.
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LABERINTO III
EL LABERINTO ROTO
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jeto a se produce, en tanto el nudo hay que serlo aunque luego sólo se trate
de parecerlo. No se trata de tener una idea del ser para parecerlo, sino que
se trata de un objeto del que no hay ninguna idea, sin embargo tiene que
ser operante en lo real. Y lo real dijimos que es lo que siempre vuelve al mis-
mo lugar. Lacan nos dice que es justamente lo que no anda, lo que no cesa
de repetirse para entorpecer la marcha de lo imaginario. Es por eso que no
lo podemos instituir como imaginario sino más bien como lo que hace obs-
táculo a lo imaginario. Es por eso que no hay manera de alcanzar lo real
por la representación. Por eso decimos que el símbolo de la serpiente no es
exactamente del falo sino de lo que falta en su lugar.
Decíamos que era la ausencia del goce la condición para que se produzca
el objeto a como plus de goce. Se tiene que producir el nudo de lo real, lo
simbólico y lo imaginario para que se civilice el goce, es decir que es como
sujeto hablante que el cuerpo va a gozar de los objetos.
Decimos que lo real siempre se vuelve a hallar en el mismo sitio, está en
el mismo sitio esté o no esté allí el hombre. Decimos que el lenguaje pre-
existe al niño, es por eso que en un principio el lenguaje forma parte de lo
real, por eso que será cuando pueda simbolizar que puede conocer lo real,
y lo que no entre en lo simbólico va a irrumpir bajo la forma de lo visto
o lo oído, lo ya visto, lo ya contado. Es por eso que decimos que el hombre
piensa con ayuda de palabras y que la palabra tiene función creadora, es ella
la que hace surgir la cosa misma. No su forma, ni su realidad, sino que hace
que la cosa esté allí, aún no estando allí.
Es por eso que decimos que la interpretación psicoanalítica es del orden
significante. También decimos que el sexo y la muerte en tanto dimensiones
de lo real no tienen inscripción en el inconsciente. Por eso decimos que el
saber se detiene ante el sexo. Hay una imposibilidad de conocer lo concer-
niente al sexo, no puede ni decirse ni escribirse, eso no cesa de no escribirse.
y esto es lo imposible mismo, lo real mismo, en oposición a lo posible que
es lo que no cesa de escribirse. El hecho de habitar el lenguaje deja trazos,
y hay cosas que están cerradas para siempre en el inconsciente, para siempre
como un agujero no reconocido.
Decimos que el mito del asesinato del padre primordial, el padre de la
horda primitiva, es para Freud el episodio con que se inicia la cultura, en
tanto después de muerto la interdicción del goce se instala como ley, es en-
tonces cuando los hijos obedecen, en un a posteriori, es cuando se genera
el sentimiento de culpa que creará los dos tabúes fundamentales del totemis-
mo, que coinciden con los dos deseos reprimidos del Edipo, asesinato e incesto.
En el seminario «La relación de objeto y las estructuras freudianas», La-
can se interroga sobre este mito y nos dice que la muerte es necesaria para
que los hijos se prohíban a ellos mismos el asunto, que este padre mítico ha-
bría sido muerto para demostrar que es inasesinable, en tanto es muerto pa-
ra ser conservado. Todo el sistema totémico y las religiones van a ser un in-
tento de reconciliación con el padre y de apaciguamiento de la culpa.
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LA LIBIDO Y EL FANTASMA
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El sujeto es ese surgimiento que justo antes de nacer, no era nada, y que ape-
nas aparece queda fijado como significante.
Es por esta cuestión que la relación sexual no existe, pues está expuesta
a los azares del campo del Otro, expuesta a las explicaciones que se le dan,
expuesta a las teorías sexuales infantiles, como mitos, como estructuras de
ficción, siempre en relación con la verdad.
La libido es la que enlaza con el inconsciente a la pulsión oral, anal, escó-
pica, invocante. A nivel pulsional todo es actividad del sujeto, el sujeto suda
la gota gorda, hacerse chupar, hacerse cagar, hacerse ver, hacerse oír, mientras
que a nivel del amor, campo narcisista, hay reciprocidad entre amar y ser ama-
do. Es lo mismo amar que ser amado, todo es amor, incluso Freud habla de
relación anaclítica o masculina donde todo se hace para ser amado y de rela-
ción narcisista o femenina donde todo consiste en permitirse amar-se.
El niño depende del amor del Otro, de la presencia esencial del Otro ex-
terior, de ese gran Otro primordial, lugar donde se constituye; y por otro la-
do y como consecuencia de lo anterior, de la constitución imaginaria y alie-
nante de su yo, constitución que le convierte en el primer objeto privilegia-
do, objeto sobre el cual recae el amor, amor por la imagen de sí mismo, en
tanto no es ningún objeto sino una imagen de sí mismo, que produce lo que
conocemos como narcisismo.
En «Introducción al narcisismo», Freud nos dice que en toda relación amo-
rosa uno se dirige al otro porque a través del otro uno se dirige a sí mismo,
que la relación de amor está fundada en un movimiento de idealización del
objeto, movimiento por el cual el sujeto ama en primer lugar lo que uno es,
en segundo lugar lo que uno ha sido, en tercer lugar lo que uno quisiera ser
y en cuarto lugar la persona que ha sido parte de su yo.
Freud plantea en el amor una equivalencia absoluta entre el objeto de amor
y el Ideal del Yo, por eso en las elecciones amorosas del tipo neurótico siem-
pre se llevan a cabo en una sobreestimación y una idealización máxima del
objeto, indicando con ello que el narcisismo determina ineludiblemente la re-
lación de objeto.
Freud distingue entre este tipo de elección amorosa y la elección anaclíti-
ca o conforme a la imagen de la mujer nutriz y el padre protector.
El individuo, nos dice Freud, tiene dos objetos sexuales primitivos; él mis-
mo y la mujer nutriz, es decir dos tipos de elección amorosa: un amor al
otro semejante, como otro imaginario, amor a lo mismo y un amor al Otro
en su condición de gran Otro primordial, en su dimensión simbólica, el gran
Otro como alteridad radical, que es siempre nuestra primera pareja.
La Ley actúa sobre la Cosa, que al mismo tiempo que pone distancia con
la Cosa, funda la palabra y permite al sujeto el ingreso al mundo del len-
guaje. Esto opera antes del Edipo, das Ding estaba ahí en el comienzo, pero
sólo funciona con la Ley.
El niño por su prematuración necesita del Otro omnipotente que se en-
carna habitualmente en la madre, quien calma sus necesidades, satisfacción
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que queda inscripta como una experiencia mítica de satisfacción absoluta, ex-
periencia de satisfacción, dirá Freud, que se transformará para el sujeto en
el modelo de aquello que tratará de alcanzar en el futuro. Surge la imposibi-
lidad de reencontrar ese objeto mítico originario. No pudiendo encontrar
este das Ding el sujeto trata de repetir la experiencia dirigiéndose a otros ob-
jetos, las cosas, no la Cosa. Esta primera huella, este primer trazo de la sa-
tisfacción inolvidable, pierde su calidad de objeto y lo que queda de ella es
la inscripción. Este Otro inolvidable, este Otro que en ese momento es com-
pleto y omnipotente permite el surgimiento del objeto del deseo como dife-
rente al objeto de la necesidad. .
Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, nos dice que la identi-
ficación primaria es la manifestación más temprana de un enlace afectivo a
otra persona, identificación que no es del orden del tener sino del ser, pues
el sujeto quiere ser como el padre y se lleva a cabo a través de un único ras-
go, donde lo que está en juego es el sujeto no el objeto, por eso esta identi-
ficación es posible antes de toda elección de objeto. Este padre, nos dice Freud,
como es previo al reconocimiento de la diferencia sexual, equivale a los dos
padres, pues sólo en la identificación secundaria, después de la elección de
objeto que recae sobre el padre y la madre, se resignifica. Esta identificación
por un único rasgo prepara el camino de la elección de objeto.
El campo del Otro se constituye como soporte del sujeto y lo que llama-
mos identificación primaria es intrínsecamente simbólica, pues está estructu-
rada de una manera original por la presencia del significante, pues este úni-
co rasgo, que Lacan denomina rasgo unario, es en definitiva un significante,
identificación que forma el Ideal del Yo. El sujeto se identifica con un Otro,
que es el Otro en tanto hablante, formación simbólica más allá del espejo,
polo de identificación en tanto no es objeto de necesidad, ni de deseo, y que
como nos dice Freud es del orden del amor. Esta necesidad de ser amado
ya no abandonará jamás al ser humano.
En «El malestar en la cultura» Freud nos dice que al no haber una facultad
original que dé cuenta del bien y del mal de sus actos, el ser humano requie-
re de la participación de un elemento exterior que ejerciendo sobre él una
gran influencia lo ayude a tal determinación. Freud se formula la pregunta
de por qué el sujeto se subordina a esta influencia extraña y la respuesta es
por su desamparo y su dependencia de los demás, por su miedo a la pérdida
de amor. Textualmente nos dice: «Cuando el hombre pierde el amor del pró-
jimo de quien depende, pierde con ello su protección frente a muchos peli-
gros y ante todo se expone al riesgo de que este prójimo más poderoso que
él, le demuestre su superioridad en forma de castigo».
Podemos distinguir entonces el amor como pasión imaginaria y el amor
como don activo, amor que apunta a la particularidad, más allá del cautive-
rio imaginario, y que se constituye en el plano simbólico, que no apunta al
otro imaginario, al sí mismo, sino al Otro, ese amor que trata de conseguir
del Otro una respuesta, respecto a qué objeto soy para el Otro, amor del or-
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den del dar lo que no se tiene a quien no es, amor no para reinventar el amor
sino como posibilidad de creación, como posibilidad de invención. Amar para
seguir siendo amado, no amar para seguir amándome.
Freud plantea que en la posición masculina se está inmerso en la relación
anaclítica, en la relación con el Otro, en la necesidad de ser amado, mientras
que en la posición femenina, que también es la posición perversa, se está in-
merso en el narcisismo, en la relación con el otro imaginario, en la necesidad
de amar, amarse, es decir amar para amarse a sí mismo. Y decimos posición
masculina y posición femenina porque pueden ser posición propias tanto de
hombres como de mujeres, en tanto son posiciones del sujeto.
Freud nos habla de organización pregenital de la libido y Lacan va a ma-
tizar esta cuestión marcando que en cuanto a la constitución del deseo al re-
gistro oral, anal, fálico, escópico e invocante le corresponden determinados
objetos que serían el seno, el excremento, el falo, en tanto no está, en tanto
ha operado la castración, tiene un status diferente a los demás, como (– ϕ),
la mirada y la voz. Cada uno de estos objetos en su nivel funcionaría como
causa del deseo, como causa de la desaparición del sujeto, como causa de
la división del sujeto, pero Lacan señala que mientras la voz correspondería
al registro del sadismo y el masoquismo, es decir sería soporte del deseo del
Otro, el objeto anal que corresponde al erotismo anal, estaría determinado
por la prevalencia de la demanda del Otro. Hay un antes y un después de
la castración.
El sujeto para constituirse en el significante necesita situarse en el lugar
del Otro, por eso en el Otro el sujeto puede constituir sus ideales, puede iden-
tificarse a significantes, puede hacerse Otro, puede encontrar allí su Ideal del
Yo. También el sujeto puede identificarse con imágenes, es decir con el otro
con minúscula, puede encontrar en el otro sus imágenes ideales, su Yo Ideal.
Pero siempre va a haber una parte real del sujeto, el objeto a, esa parte que
no puede incluirse como significante, ni como imagen, fuera del espejo y fuera
del significante. Objeto a que como causa del deseo nos va a dar a cada su-
jeto la singularidad, algo que es privado en última instancia, algo que es ina-
lienable, algo que por razones de estructura es imposible que sea del otro,
o del Otro.
En la cuestión de la neurosis obsesiva el excremento entonces entra en la
intersubjetividad por la demanda del Otro, cuyo lugar es ocupado en princi-
pio por la madre, con lo cual entra en esa dialéctica entre madre e hijo en
la que la madre le pide que haga caca en tal momento, que no lo haga en
tal otro, que va acompañado de un ceremonial donde el aroma y la limpie-
za, donde la aprobación o la desaprobación hace que el objeto excremento
se coordine con la demanda del Otro, con la demanda de la madre, y es el
excremento en tanto es perdido, en tanto objeto que es solicitado por el Otro.
La satisfacción de una necesidad, la necesidad de defecar, deja de ser necesi-
dad para entrar en la dialéctica de otra satisfacción, la satisfacción de la de-
manda del Otro. Hay algo más importante que la satisfacción de la necesi-
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En las obras policíacas siempre nos muestran que la solución del miste-
rio es inferior al misterio.
En la leyenda los laberintos siempre son lugares donde acecha la muerte,
recuerdan a las telarañas donde siempre está surgerido el crímen.
De cómo el obsesivo invierte en la construcción del laberinto todo su tiem-
po, incluso el tiempo que tendría que dedicar a su trabajo, a sus estudios,
a sus amores, y todo por un crímen que ya ha sido cometido (como deseo
no realizado), y todo porque necesita una coartada.
Todos sus movimientos son por temor a su propio odio, no lo mueve la
codicia. Aunque pareciera que el dinero es esencial para él, no es porque va-
le como dinero, sino porque el dinero entra en una nueva circulación, inclu-
so tiene equivalentes, así el caso ejemplar que es el Hombre de las Ratas, ca-
da vez que pagaba a Freud pensaba: tantos florines, tantas ratas. Su dinero
no es como el de otros, puede llegar a pensar que su dinero daña a quien
lo recibe, incluso que el psicoanalista quiere precisamente «su dinero». Algu-
nos pacientes obsesivos firman todo billete que pase por sus manos, otros
llegan a lavar y planchar los billetes, padeciendo conscientemente un temor
al contagio y, sin embargo, hay una falta de temor en sus quehaceres sexua-
les, su propia masturbación, o bien, una indiferencia en aprovechar situacio-
nes de gratificación sexual un tanto inmorales. Esto es debido a que el meca-
nismo de desplazamiento es propio de sus operaciones mentales.
Freud nos habla de un caso de un sujeto muy escrupuloso con las cues-
tiones del dinero, necesitado siempre de billetes a estrenar, y sin embargo, sin
culpa alguna para ser el encargado de la iniciación sexual de todas las jóve-
nes hijas de sus amigos.
Es habitual, en el obsesivo, permitirse cualquier mal pensamiento sobre
el prójimo, el próximo, el vecino, para inmediatamente pasar al cálculo men-
tal de contar las esquinas de un rincón de la habitación donde se encuentra,
o bien, calcular sin descanso el número de baldosas recorridas cada minuto,
o buscando su nombre entre los nombres de los muertos que ese día publica
el diario, o acusándose de ser el asesino de cada uno de los casos que ese
día son noticia, o de ser la causa de la muerte de todos los muertos que des-
cansan en el cementerio más próximo a su lugar de trabajo.
Los temas de la muerte y del padre son cuestiones que ponen en jaque
al obsesivo.
Así como la histérica y el histérico se preguntan ¿qué es ser una mujer?,
el obsesivo se pregunta ¿por qué está ahí? ¿De dónde sale? ¿Qué hace ahí?
¿Por qué va a desaparecer?
Preguntas que el significante es incapaz de darle respuesta, por la senci-
lla razón de que las preguntas lo ponen precisamente más allá de la muerte.
El significante lo considera muerto de antemano, es decir lo inmortaliza por
esencia.
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EL COMPLEJO DE EDIPO
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tada, en tanto lo inmortaliza por esencia, y hace del padre muerto un padre
absoluto, pues constituye un padre mediante el deseo de muerte del padre.
Genio y figura hasta la sepultura o criminal sin mesura, inteligente o ne-
cio, son los dilemas que atraviesan cada paso, cada avance o retroceso, del
obsesivo.
Soy o no soy, quiero o no quiero, me quiere o no me quiere, no soy hom-
bre ni mujer, ni sueño ni realidad, son cuestiones que mantienen al obsesivo
dentro de su armadura de hierro, donde se detiene y se encierra, para impe-
dirse acceder a un horror que él mismo desconoce. Petrificado, matando con
su indiferencia cualquier sentimiento que acontece en el otro, ese otro imagi-
nario que forma parte de sí mismo.
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La significación nunca remite sino a otra significación, por eso que la pre-
gunta, ¿a qué realidad pertenece?, no ha lugar.
En psicoanálisis el método para buscar la significación de una palabra con-
siste en catalogar la suma de sus empleos. Lacan nos dice que si queremos
buscar la significación de la palabra mano debemos hacer el catálogo de sus
empleos, y no sólo cuando representa el órgano de la mano, sino cuando fi-
gura en «mano de obra», «mano dura», «mano muerta», etc. No se trata,
entonces, de agotarnos en la búsqueda de referencias suplementarias.
Todo uso es siempre metafórico, y la metáfora no debe distinguirse del
símbolo mismo y de su uso. El surgimiento del símbolo crea, literalmente,
un orden de ser nuevo en las relaciones entre los hombres. Por eso cuando
estamos en el mundo del símbolo no podemos salir del mundo del símbolo.
Cuando estamos en el orden de la palabra todo adquiere sentido en fun-
ción de ese mismo orden. Es a partir del orden simbólico que los otros órde-
nes, imaginario y real, ocupan su puesto y se ordenan.
No podemos olvidar que para que una palabra sólo sea palabra es nece-
sario que alguien crea en ella. No es necesario que lo que ella dice sea verda-
dero, pues siempre se trata de una presentación, siempre un espejismo, un in-
tento de representar lo no representable, pero este primer espejismo nos ase-
gura que estamos en el dominio, en la dimensión de la palabra. Sin esta di-
mensión una comunicación no es más que algo casi igual a un movimiento
mecánico, pero a partir del momento que hay alguien para comprenderlo pue-
de haber lenguaje hasta en los animales.
La palabra se instituye en la estructura del mundo que es el del lenguaje.
La palabra no tiene nunca un único sentido, ni el vocablo un único empleo.
Toda palabra sostiene varias funciones, envuelve varios sentidos, a no ser que
lleguemos a decir que la palabra tiene una función creadora y que es ella la
que hace surgir la cosa misma. No su forma, ni su realidad, sino que hace
que la cosa esté allí. Se trata de una identidad en la diferencia, en el sentido
que Hegel plantea que el concepto es el tiempo de la cosa.
El elemento tiempo es una dimensión constitutiva del orden de la pala-
bra. Así en la relación transferencial se trata de la palabra del sujeto frente
al analista, es su relación existencial ante el objeto de su deseo. Situación que
no tiene nada que sea actual, emocional o real, pero que una vez alcanzada,
cambia el sentido de la palabra, en tanto el sujeto se da cuenta que su pala-
bra no es más que palabra vacía, pues carece de efecto. Pero también es cier-
to que en psicoanálisis somos remitidos al acto mismo de la palabra, y es
el valor de este acto actual el que hace que la palabra sea vacía o plena. En
análisis se trata de saber en qué punto de su presencia la palabra es plena.
Por eso la transferencia, la palabra Übertragung, en Freud no aparece en los
Escritos Técnicos, o a propósito de relaciones reales, imaginarias o simbóli-
cas con el sujeto, es decir, no es en el caso Dora, o en algún otro caso que
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Freud nos dice que la relación analítica está fundada sobre el amor a la
verdad, y el reconocimiento de la realidad, sabiendo que la verdad no puede
sino semi-decirse y que la realidad es la realidad psíquica que está en juego,
es decir donde lo real imposible también tiene su lugar. Sabemos también que
Freud, ya en 1913, nos habla de tareas imposibles, como gobernar, educar y
analizar, y que Lacan formula la topología de los cuatro discursos, añadien-
do la cuarta tarea imposible: desear. Así hablará del discurso del Amo, de
la Universidad, del Análisis y de la Histeria.
Freud diferencia entre el lenguaje de la histeria que para él coincide con
el lenguaje figurado de los sueños, de los productos idiomáticos, o dialectos
de la neurosis obsesiva y de las parafrenias (demencia precoz, conocida tam-
bién como esquizofrenia y la paranoia).
Así podemos ver que aquello que la histeria representa por medio de «vó-
mitos» se exteriorizará en las enfermas de neurosis obsesivas por medio de
penosas medidas preventivas contra la «infección» y en las parafrénicas por
medio de la acusación o la sospecha de que se trata de envenenarlas. Y lo
que todas ellas expresan no es sino un deseo reprimido y rechazado a lo in-
consciente de engendrar un hijo, o bien, la defensa de la paciente contra ese
deseo.
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de lo cual se esconde otra cosa, una máscara tras la cual se esconde otra cosa.
Cuando nos centramos en querer levantar los patterns que ocultarían ese más
allá, el analista no tiene otra guía sino su propia concepción del comporta-
miento del sujeto. Pero aquí vemos el modelado de un ego por otro ego, por
lo tanto por un ego superior. Pero el ego del analista no es un ego cualquiera.
Se dice que la buena voluntad del ego del sujeto debe convertirse en alia-
do del ego del analista, incluso se plantea el fin normal de todo tratamiento
en la identificación con el ego del analista.
Podemos hablar de diferentes concepciones con este punto de vista sobre
la transferencia, que han llegado a tener relevancia en la historia del movimiento
psicoanalítico y como variantes de la concepción de transferencia que Freud
propone. Entre estas concepciones están: Introyección en Ferenczi, Identifica-
ción con el Superyó del analista en Strachey, Trance narcisista terminal en Ba-
lint.
Para Freud la transferencia es el concepto mismo del análisis porque es el
tiempo del análisis. El análisis de las resistencias no permite un solo paso, por
eso cuando acontecen las resistencias en el paciente es preciso esperar.
Esperar porque no se trata del análisis de las resistencias, ni se trata de abre-
viar el tratamiento.
Freud en un texto de 1918, Los caminos de la terapia psicoanalítica plan-
tea que en el camino de su investigación, donde tratamiento e investigación
eran lo mismo, en uno de sus casos más conocidos, El Hombre de los Lobos,
se vio conducido a comunicar a dicho paciente que el tratamiento tendría un
fin determinado para que su posición obsesiva de espera se tornara más activa
respecto a su propio análisis. Para ello, nos dice, tuvo que esperar a que la
relación con él, la relación transferencial, fuera lo suficientemente fuerte co-
mo para que no abandonara el tratamiento ante los inconvenientes que eso ge-
neraba en el sujeto.
Es por eso que en este texto Freud nos dice que en los tratamientos de los
obsesivos hay que esperar a que la cura se convierta en una obsesión para así
dominar «violentamente» con ella la obsesión patológica. Y nos indica «vio-
lentamente» en el sentido que pareciera que el obsesivo es violentado por el
goce, en tanto está sumergido en la encrucijada del erotismo anal y sólo al-
canza la satisfacción acompañada del horror que ello le produce.
Si partimos de que la neurosis es una de las estrategias destinadas a no
querer saber nada de la castración del goce del A, donde todo el empeño del
neurótico es mantener la consistencia del A para no encontrarse con su cas-
tración simbólica, nos encontramos con que todo lo que esté destinado a abre-
viar el tiempo del análisis, que decíamos era la transferencia misma, todo lo
que anticipe el fin, produce la imposibilidad de terminar con la transferencia.
El obsesivo vive en la novela familiar, esto podría querer decir que él mis-
mo es un personaje de ficción pero en realidad todo es para mantener vivo
al padre idealizado, pues el obsesivo más que padre simbólico tiene padre idea-
lizado, por eso que abreviar el tratamiento, mantener al obsesivo en transfe-
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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA
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AMELIA DIEZ CUESTA
Murió de espera
más allá de la eternidad
su resurrección nunca aconteció
sin embargo invirtió sus años
renunció a los placeres
vivió siempre
al otro lado del espejo.
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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA
Esperando vengarse
construyó un laberinto.
Olvidó cumplir las reglas
por eso se aconsejó
destruir las paredes.
Fue entonces
cuando se perdió en el desierto.
Sólo el diván
sólo con otros
la posibilidad de lo imposible
no deja de serlo.
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Esta obra se terminó de realizar
por COMFOT, S. L.
el 21 de marzo
del año 1993.
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