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Akoglaniz

Los LABERINTOS
DE LA
NEUROSIS OBSESIVA

Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA
Psicoanalista-Didacta
de la Escuela de Psicoanálisis
Grupo Cero Madrid

EDITORIAL GRUPO CERO


Cl. Real, 114 - Bajo A
28500 ARGANDA DEL REY (MADRID)

Akoglaniz
Po rtada:
O leo de Miguel Oscar Menassa
«Tango II» .

© Amelia Diez Cuesta


© Editorial Grupo Cero
Ferraz , 22 - 2.· Izda. 28008 Madrid
ISBN 978-84-9755-119-9
Depósito Legal : M-8327-1993
Producción Gráfica: COMFOT, S. L.
Impresión: OFFKA

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INDICE

Pág.

LABERINTO I
CON FREUD y LACAN
Introducción 9
Historia de la Neurosis Obsesiva. Historia de una nosa.. 15
La represión y el retorno de lo reprimido en la histeria y en
la neurosis obsesiva 18
Historia con Freud y en Freud ...................... 20
Textos sobre la Neurosis Obsesiva en Freud ........... 21
La naturaleza de la cura: sus principios.............. 26
El obsesivo y el Otro 32

LABERINTO II
CON EL HOMBRE DE LAS RATAS
UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA DE SIGMUND FREUD
Análisis de un caso de Neurosis Obsesiva I 37
Análisis de un caso de Neurosis Obsesiva II 45

LABERINTO III
LABERINTO ROTO
Los mitos y el obsesivo............................. 53
La libido y el fantasma 58
El laberinto y el complejo de Edipo 66
El complejo de Edipo 68
Posición del analista y el obsesivo................... 70
Autoerotismo, narcisismo y homosexualidad ........... 72
La transferencia en el análisis de la Neurosis Obsesiva .. 75
Las defensas, las resistencias y la transferencia en el análisis 80

MAS ALLA DEL LABERINTO 85

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~--~-
Laberinto sin salida,
puesto que si no se conoce
el espacio original,
el paraíso perdido que se busca,
nadie sabrá hacia dónde dirigir
la huida.

LABERINTO I

CON FREUD Y LACAN

Akoglaniz
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INTRODUCCION

Los conceptos no se sostienen por las definiciones, más bien los concep-
tos no soportan la inalterabilidad de las definiciones, no quedan fijados teó-
ricamente y después son puestos a trabajar en la clínica, sino que los con-
ceptos corresponden a una articulación de la teoría, el método y la técnica,
no se trata entonces de una sucesión sino de una articulación. Es por eso
que para acercarnos al tema de la neurosis obsesiva lo haremos partiendo de
un caso clínico, ahí donde se articulan teoría, método y técnica.
En psicoanálisis decimos que lo que opera es el deseo del psicoanalista,
ese deseo donde es llevado el psicoanalista en el psicoanálisis didáctico, de-
seo del psicoanalista que intervendrá en todo comienzo de todo análisis, que
permitirá esa puesta en acto de la realidad inconsciente por la vía de la trans-
ferencia, transferencia del paciente en relación al deseo del analista.
En principio era el deseo del analista y ahí debe llegar a ser el deseo del
paciente que se manifiesta como transferencia, como puesta en acto de su
realidad sexual inconsciente.
En psicoanálisis hablamos de relación transferencial, como la relación qUe
establece un sujeto con el psicoanálisis, relación que desde el discurso analí-
tico, ese discurso que Lacan produce como uno de los cuatro discursos que
nos pueden trabajar si nuestras palabras pasan por esas estructuras donde lo
que importa son los lugares por los que pasamos: verdad y saber, apariencia
y goce, el Otro y el otro, la producción y el significante como lo que repre-
senta el sujeto para otro significante. Sujeto del significante, en tanto el sig-
nificante representa a un sujeto para otro significante. Discurso como discurso
sin palabras, como lazo invisible, como lo que nos introduce en la dialéctica
del deseo inconsciente. Y esto sólo es posible en una experiencia psicoanalí-
tica, marcando que digo experiencia no en tanto vivida, sino como esa rela-
ción que el sujeto establece con la relación psicoanalista-paciente, con lo que
supone que es la relación psicoanalista-paciente.
La transferencia como lo que el paciente hace con el psicoanalista pero
también está lo que el psicoanalista permite que el paciente haga con él. Así,
nos dice Lacan, Abraham quería ser una madre completa para sus pacientes.
Lacan nos dice que un psicoanálisis es la cura que se espera de un psi-
coanalista, o bien que el psicoanálisis es el tratamiento dispensado por un
psicoanalista. Pero esto nos lleva a preguntarnos qué es un psicoanalista, quién
o qué autoriza a cada quien, qué es la formación del analista, cómo llega
un sujeto a posicionarse como psicoanalista, cómo llega un sujeto a posicio-
narse como paciente, cómo alcanza la posición de sujeto bajo transferencia.

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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

Hacer clínica bajo transferencia es diferente que hacer clínica descriptiva,


yeso no impide que en psicoanálisis también podamos describir los caracte-
res generales de una nosa, pero cuando leemos a Freud nos encontramos que
incluso para hablar de mecanismos psíquicos habla desde su posición clíni-
ca, desde su posición en el psicoanálisis, es decir después de poner a traba-
jar al psicoanálisis, después de poner a operar la presencia del analista como
inherente a la clínica psicoanalítica y ésta a su vez en una transmisión es-
tructurante.
El saber se articula y la verdad es lo que trabaja, la verdad como trabajo,
el inconsciente como lo que trabaja como una bestia, de noche y de día, cuan-
do odio y cuando amo, cuando olvido y cuando recuerdo.
La transferencia por definición es inconsciente, y es por eso que primero
tendremos que plantear con qué concepción de inconsciente vamos a traba-
jar, pues según la concepción que tengamos la transferencia será una u otra
cosa, y si tenemos en cuenta que los conceptos tampoco soportan la multi-
plicidad, en tanto no se trata de enumerar tipos de transferencia, como posi-
tiva, negativa, contratransferencia, etc., sino que se trata de tener en cuenta
el concepto freudiano o de no tenerlo en cuenta, y Freud nos habla de trans-
ferencia inconsciente.
Si pensamos que el inconsciente es una sensación nuestra guía serán las
sensaciones, ahí donde dominan los efectos de ilusión llamados ópticos, donde
los ideales estereotipados dirigen la cura, donde la transferencia es vista des-
de una idea de que hay transferencias que son más transferencia que otras,
o mejor otra que la mía, o bien la mía es la mejor, donde más que tener
en cuenta la concepción freudiana de transferencia inconsciente se introdu-
cen en un mundo donde ciertas sensaciones son signo de transferencia.
Si pensamos el inconsciente como automatismo que desarrolla un hábito
o como el coconsciente de la doble personalidad, o bien en el sentido de lo
no consciente, pensando el inconsciente como lo latente es decir como lo ca-
paz de conciencia, como lo preconsciente, o bien si lo pensamos como fon-
do adquirido, como inconsciente colectivo, o como lo pasional que sobrepa-
sa nuestro carácter, o bien lo hereditario que se reconoce en nuestra natura-
leza, o bien el inconsciente racional o el metafísico, todavía estaríamos lejos
del inconsciente freudiano.
Y no sólo con qué concepción de inconsciente trabajamos sino también
con qué concepción de sujeto.
Hay un sujeto que sólo se constituye en una experiencia psicoanalítica.
Hay un sujeto del deseo inconsciente que sólo acontece cuando el sujeto ha-
bla sin saber, cuando acepta que hay un saber que no radica en un conoci-
miento sino en el hecho de ser un sujeto hablante, un sujeto deseante, un
sujeto que habla y por ello sujeto a un saber que sólo le es dado si acepta
que no se trata de quién sabe, en tanto no es Yo quien sabe, sino qué sabe,
pues Ello piensa sin que Yo lo sepa, sabiendo que el saber se sabe en un de-
cir, que el saber se inventa, se articula en un decir.

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AMELIA DIEZ CUESTA

Freud nos dice que el psicoanálisis más que una psicología del Yo es una
psicología del Ello, por eso que más que de una clínica del Superyó se trata
de una clínica del Ello, del sujeto.
Con el psicoanálisis la conciencia deja de ser el centro del ser hablante
que es el humano, pasando a ser algo que no está en el proceso de pensa-
miento, en tanto el pensamiento pasa a ser pensamiento inconsciente y la con-
ciencia sólo sabe de los resultados, e incluso hay procesos de pensamiento
que acontecen sin que la conciencia se percate de ellos. Con el psicoanálisis
cambia la concepción del saber y también de la verdad, ya no se trata de un
saber acumulado, como lo pensaba Hegel, un saber que se completa, sino
del lenguaje como elucubración de saber.
Freud nos dice que no hay necesidad de saber que se sabe para gozar de
un saber, pues el hombre piensa con ayuda de palabras.
Es en la conjunción de una existencia inconsciente, un no ser, y un pen-
samiento inconsciente, un no pienso, que el sujeto que habla relega al sujeto
del conocimiento.
Sujeto de un saber inconsciente y de una verdad que sólo se puede decir
a medias, que tiene estructura de ficción, sujeto de una verdad de la que no
querría saber nada, el hombre se debate entre una verdad como ficción, co-
mo síntoma o como secreto.
No se trata de un síntoma que se termina de formar en el análisis sino
de un sujeto que sólo se constituye en análisis, donde el sujeto es afectado
por su saber inconsciente.
Un sujeto en una doble alteridad, en tanto está en relación a un otro ima-
ginario y en relación a un Otro como lugar de la palabra, un Otro que se
reduce al objeto a, pues no es un Otro completo sino un Otro castrado.
El psicoanálisis nos dice que el obsesivo es un supersticioso señalando que
no es un típico supersticioso sino que a veces con sus ideas obsesivas se com-
porta como si de una superstición se tratara, así cree en la omnipotencia del
pensamiento, en la premonición de los sueños, hace de lo nuevo algo ya co-
nocido, hace de lo nuevo un pensamiento previo.
Se teoriza sobre una estructura clínica después de pasar un caso por la
gramática del psicoanálisis y es a partir de allí que podemos decir que se trata
de una estructura freudiana.
Decir nosa, o bien decir estructura clínica o patológica, o bien entidad
clínica, no es lo mismo que hablar de estructuras freudianas, es decir estas
estructuras clínicas después de que el deseo de Freud operara sobre la trans-
ferencia que podemos leer en cada uno de los casos ejemplares que Freud
publica pensando en la transmisión del psicoanálisis. Cinco casos donde Freud
trabaja la dirección de la cura y se pregunta sobre la naturaleza de la cura
de que se trata, donde no ha lugar preguntarse si son tratamientos comple-
tos o fragmentarios, sino que se trata de averiguar por qué Freud considera
casos a esos tratamientos que él produce ya sea sobre pacientes propios, co-
mo ocurre con el caso Dora, el caso de neurosis obsesiva, el caso del Hom-

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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

bre de los Lobos, ya se trate de tratamiento .de textos como el caso Schreber,
o en el caso Juanito donde sostiene la relación que va a permitir que se esta-
blezca un padre para Juanito.
En este texto nos vamos a acercar a la neurosis obsesiva que Freud pro-
duce como tal, donde el diagnóstico es el propio tratamiento y donde nos
muestra que aunque cada tratamiento produce una estructura clínica diferente,
lo que deja claro es que en todos sus tratamientos aplica el mismo tratamiento,
el tratamiento psicoanalítico, que ya describe y formula, en la exposición que
hace con «La interpretación de los sueños». No hay variantes de la cura tipo
que es el tratamiento psicoanalítico, nos dice Freud, y Lacan escribe bajo es-
te nombre «Variantes de la cura tipo», y nos dice que cualquier innovación en
el campo que Freud funda nos hace preguntarnos si a partir de ella estamos
o no en el campo psicoanalítico, en el campo freudiano.
A todos los llama casos, y a cada uno le podemos considerar caso clíni-
co de Freud, es decir, podemos decir que se trata de estructuras freudianas,
clínica después del psicoanálisis, bajo transferencia y donde lo que opera es
el deseo del analista.
No se trata entonces de corregir o de curar al paciente de sus síntomas,
no se trata del furor sanandi, ni de curarle de sus represiones, pues su enfer-
medad es un fracaso en la represión, no se trata de liberarle de lo que deno-
mina sus síntomas, que nunca tienen nada que ver con sus síntomas reales,
sino de dejar que la transferencia haga su obra, transferencia que no se sos-
tiene ni en la contratransferencia del analista, ni se trata de que el psicoana-
lista se defienda de la transferencia sino de que el deseo del analista sosten-
ga ese tiempo del análisis que es el tiempo de la transferencia.
En el caso del Hombre de las Ratas, Freud deja que la transferencia se
desarrolle, sin tener ideas previas acerca de lo que se tiene que transferir o
el cómo se transfiere, y donde no se trata de una actualización de otras rela-
ciones en la relación transferencial, o de la repetición de comportamientos
pasados, sino de la repetición como retorno del inconsciente, no como sínto-
ma, no como retorno de lo reprimido por fracaso de la represión, sino retor-
no de lo que le estructura como sujeto.
Quiero recordar que la represión no se trata de un proceso patológico en
tanto puesta en acto de la operación, o porque esté en juego el retorno de
lo reprimido, sino que el síntoma es una solución que el sujeto encuentra en-
tre la fuga y la condena, el síntoma como algo que soluciona el fracaso de
la represión, el síntoma como lo que sostiene lo que debería sostener el olvi-
do, pues sólo si es posible el olvido es posible el recuerdo, sólo si olvido la
falta de origen habrá origen, sólo si borro lo que nunca se registró como acon-
tecido habrá comienzo, pues todo comienzo tiene que ver con un vacío que
trabaja, la cuestión es buscar el borde de lo real, de lo real como agujero.
El orden de la paradoja no es el de la contradicción.
Todo comienza cuando el niño descubre con horror que su madre está cas-
trada, esa madre que designa ese Otro que es cuestionado en el origen de
toda operación lógica.
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AMELIA DIEZ CUESTA

Todo comienza con esa falta inaugural. El niño despierta con este descu-
brimiento. La verdad de que no hay Otro viene a desalojar al niño de su im-
potencia y de la omnipotencia del Otro, por eso decimos que S(/A) es el sig-
nificante de la falta en el Otro, que será punto de partida en lo que concier-
ne a la lógica del fantasma. Si A está barrado, /A, es para decir que está
marcado. No es el Dios perfecto o el Otro de los filósofos y de los sabios
que ninguna marca lo merma. Que el Otro está marcado es de lo que se tra-
ta en la castración primitiva del ser maternal, S(/A).
Pero si ese Otro no existe nos podemos preguntar en qué queda suspen-
dido el deseo. En el caso del neurótico su deseo gira en torno a algo que no
se puede articular de otra manera que como demanda del Otro. Es por eso
que el sujeto llega al análisis no en nombre de alguna demanda de la exigen-
cia actual, sino para saber lo que él demanda, yeso le lleva a demandar que
el Otro le demande algo. Son esos pacientes que nos dicen: pregúnteme us-
ted algo, doctor.
El perverso, en cambio, es ese que cree en el Otro, por eso se consagra
a obturar ese agujero en el Otro. Podemos decir que está del lado de que
el Otro existe, aún a costa de renegar de la castración, en tanto pasa a ser
una condición. Así el perverso está interesado en el otro sólo para tapar el
agujero del Otro, pues está interesado en el goce del Otro.
El psicótico toma otra posición, no cree en el Otro, aún siendo necesario
para ello que reniegue de la realidad, que reniegue del apoyo que le brinda
la realidad para que el orden simbólico se instale en él.
El falo no funciona sino al ser ubicado en el centro, por eso se dice que
en psicoanálisis se trata de falocentrismo, en tanto estructura el campo que
está en el exterior. Hay un momento que el niño atribuye tanto a los objetos
animados como a los inanimados un tener falo, se trata del fantasma univer-
sal del falo. Y es fecundo en el momento que cae, cuando ya no puede ser
que el falo sea el atributo de todos los seres animados.
El objeto a ocupa un lugar en ese vacío, por eso cuando se ama el abis-
mo hay que tener alas, cuando se ama el vacío hay que tener objeto a.
El Otro para el obsesivo es completo, mientras que para la histeria está
agujereado desde el principio. Mientras en la histeria se trata de la irreducti-
ble hiancia de una castracción realizada, en el obsesivo siempre está por rea-
lizarse.
Mientras que la histérica busca un amo para dominarlo, el obsesivo ya
lo ha encontrado y espera su muerte.
Todos debemos representar, por eso lo irónico de aquel que parece un per-
sonaje literario, ese que tiene una máscara de alquiler, sin sospechar siquiera
que en ello expresa un problema personal, el problema de la persona. Perso-
na que significa máscara y que en francés nos remite a Nadie.
Entre palabras que nos protegen y palabras que nos prohiben buscamos
la palabra que humanice el deseo, porque si no es así el deseo quedará con-
finado a la clandestinidad.
Para el psicoanálisis una realización de la vida puede confundirse con el

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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

anhelo de ponerle un término. El amor es dar lo que no se tiene y el deseo


asedia al sujeto ya sea a diestra o a siniestra.
Hay una falta que es del orden de la culpa, diferente a la falta como ca-
rencia, como falla. Ambas son constituyentes del sujeto, pero en cada estruc-
tura freudiana, ya sea neurosis, perversión o psicosis, están estructuradas y
son vividas de forma diferente. Así decimos que el obsesivo tiene culpa por
algo que no ha cometido, aunque Freud nos señala que debemos atender no
al motivo, no a la representación asociada a la culpa, pero sí a la culpa, pues
el obsesivo es culpable de haber deseado la muerte del Otro. Mientras que
referido a la falta como carencia, que tiene que ver con la falta en el Otro,
en el caso del obsesivo podemos decir que el Otro está incólume.

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AMELIA DIEZ CUESTA

HISTORIA DE LA NEUROSIS OBSESIVA


HISTORIA DE UNA NOSA

Todo deseo actual para Freud recibe su fuerza de un deseo sexual infantil
reprimido. Es por esto que Freud ante un síntoma delirante, por ejemplo de-
lirio de celos, se pregunta por el deseo que sostiene ese síntoma delirante.
En el caso de una señora que padece un delirio de celos por personas más
jóvenes que ella misma, llega a interpretar su enamoramiento de un cuñado,
por lo cual le señala que... si su marido incurriera en la gravísima falta de
enamorarse de alguien más joven, quedaría ella libre de remordimientos de
su propia infidelidad...
Este es entonces el sentido del síntoma, la intención, el propósito del sín-
toma.
En la clase 16 y 17 de «Lecciones Introductorias», 1915-17, Freud nos pre-
senta innumerables casos de neurosis obsesiva en sujetos femeninos, lo mis-
mo que Lacan en el Seminario V, sobre «Las formaciones del inconsciente»,
con lo cual no puede permanecer la idea de que la neurosis obsesiva es más
propia de sujetos masculinos. Lo mismo ocurre con el caso de la histeria que
hasta Charcot, que presenta casos de histeria masculina, era atribuida a la
mujer.
Con el ejemplo anterior vemos que para Freud un delirio no marca la di-
ferencia entre neurosis y psicosis.
Antes de Freud la categoría de obsesión como entidad clínica fue intro-
ducida en la nosología como «locura de duda» y «delirio de tacto». La psi-
quiatría destacaba las ideas y los actos compulsivos, la duda y el estado de
irresolución. Algunos autores describen a estos enfermos viviendo bajo un
estado de duda perpetuo y que no logran detener el trabajo incesante de su
pensamiento que no llega nunca a un resultado definitivo. Durante mucho
tiempo se la conoció como la enfermedad de la duda.
Antes todavía era considerada como delirio parcial, como una de las for-
mas de delirios parciales. Kraepelin a diferencia de Freud la llama «locura
obsesiva», mientras que Freud la denomina neurosis obsesiva. Podemos de-
cir que es Freud quien la rescata de la locura, de su lugar entre las psicosis.
Está en juego la distinción entre neurosis y psicosis. En la clasificación
de Krafft-Ebing las neurosis son la hipocondría, la histeria, la epilepsia, y
más tarde la neurastenia. Es decir que la psiquiatría separaba neurosis y psi-
cosis en la dicotomía mente-cuerpo, mientras que Freud crea un nuevo gru-
po, el grupo de las neuropsicosis donde distingue neuropsicosis de transfe-
rencia y neuropsicosis narcisistas. Entre las neuropsicosis de transferencia in-
cluye histeria y neurosis obsesivas, donde vemos que mientras los síntomas
de la histeria se manifiestan en el cuerpo (por conversión), y en la mente los
de los obsesivos, sin embargo están en el mismo grupo, pues la diferencia freu-
diana no pasa por la dicotomía cuerpo-mente, sino que para Freud los me-
canismos, en ambas estructuras clínicas, son mecanismos psíquicos.

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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

Freud no agrupa a partir de lo observable, no trabaja con la clínica de


la mirada, no tiene en cuenta lo que se puede describir de la conducta del
paciente, pues no se trata de una mera descripción de síntomas sino que pa-
ra él implica una articulación con la terapia psicoanalítica, una articulación
de teoría, método y técnica, donde la cuestión de los mecanismos psíquicos
de formación de los síntomas, la teoría sobre la sexualidad humana y la etio-
logía sexual tienen una gran importancia para su formulación de una teoría
de las neurosis.
La distinción entre neurosis y psicosis Freud la hace desde la terapia psi-
coanalítica, es decir bajo transferencia.
Podemos decir que es según el método utilizado, ya sea psiquiátrico o psi-
coanalítico, que se establecen unas u otras relaciones entre las entidades clí-
nicas.
Es por eso que a pesar de que la neurosis obsesiva antes de Freud era
confundida con la histeria o bien con la hipocondría, a pesar de observar
su presencia simultánea con la histeria, la psiquiatría ubicaba a la histeria
y a la locura de duda en lugares muy distintos de la nosología, a la primera
entre las neurosis y a la segunda entre los delirios parciales.
Freud reconoce en la histeria, a pesar de que sus síntomas sean corpora-
les, un mecanismo psíquico y así puede incluirla en el mismo grupo de las
neurosis obsesivas.
La psiquiatría ya había destacado alguna de sus sorpresas ante la locura
de duda, en parte porque no desembocaba en una verdadera demencia y en
parte porque advertía ciertas posibilidades terapéuticas que también la dife-
renciaba del resto de los delirantes.
Lo que Lacan destaca como la necesidad del obsesivo de responder a la
demanda del otro, ya había sido observado por la psiquiatría a su manera,
en tanto habían dicho que el obsesivo obedecía, que en el médico buscaba
una autoridad que dominara su voluntad y la subyugara, que buscaba más
un amo que ordenara que uno complaciente. Después el psicoanálisis dirá que
busca amo para esperar su muerte, para que esa espera le sirva de coartada,
para mantenerse en estado de irresolución.
Señalaremos aquí que la psiquiatría en tanto estructura de discurso del
amo, en tanto diferente al discurso analítico, mantenía al obsesivo en su es-
tado ideal.
En 1895 Freud escribe un trabajo que titula «Obsesiones y Fobias» don-
de trabaja la importancia del mecanismo psíquico de ambas estructuras clí-
nicas y su etiología sexual, rescatándolas del saco de la neurastenia, como
después hará con la neurosis de angustia. Quince años más tarde, en 1905,
Kraepelin titula uno de sus trabajos con el mismo nombre, sin embargo no
parece tener en cuenta la teoría de Freud. Hay autores que destacan que las
ideas de Freud se propagaban rápidamente entre los psiquiatras pero despro-
vistas de su teoría sobre la sexualidad humana y despojadas de la etiología
sexual.

16 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

Tomado como fenómeno observable la psiquiatría y la psicología lo en-


marcan en un cuadro nosológico, donde se describe como un todo, como un
conjunto de síntomas.
En psicoanálisis un síntoma es una respuesta a una situación que rebasa
al sujeto. Por eso en la historia de la neurosis obsesiva hay un antes y un
después de Freud.
Después de Freud se puede considerar una de las llamadas estructuras clí-
nicas freudianas.
Durante mucho tiempo se pensó que la enfermedad del sujeto era lo mis-
mo que sus síntomas, hasta que la histeria vino a ponerlo en cuestión, en
tanto se pensó que los síntomas de la histeria eran engañosos, que la enfer-
medad era ser caprichoso, que los síntomas eran un rasgo del sujeto en lugar
de un rasgo diferencial de la histeria.
¿Por qué no habla mi hija? No indica que haya una mudez, pues si llega
a hablar lo que indica es que era un rasgo histérico.
Hay una semiología específicamente freudiana de la neurosis obsesiva. Hay
que tener en cuenta que la nosología en Freud y el psicoanálisis no es lo mis-
mo que en la psiquiatría.
Una nosa, un sistema nosológico, tiene que sostenerse en su semiología
o descripción, en su etiología y mecanismos, y también en los métodos de
su tratamiento, en el caso del psicoanálisis, el tratamiento psicoanalítico.
Freud nos llama la atención acerca de que la neurosis obsesiva puede ser
confundida con la melancolía, en tanto en la neurosis obsesiva se presenta
el predominio de la culpabilidad y de los reproches, permaneciendo incons-
ciente el componente de satisfacción pulsional.
También puede ser confundido con un perverso sádico por la relación sá-
dica que establece con el Otro, pero en realidad se defiende encerrándose en
una armadura de hierro, para impedirse acceder a lo que Freud llama un ho-
rror que él mismo desconoce, un goce, una satisfacción libidinal, que él mis-
mo desconoce.
Mientras que la culpabilidad del melancólico se refiere al otro con el cual
se identifica, al cual juzga, condena y ejecuta, consumando su propio asesi-
nato en el suicidio; la culpabilidad en el obsesivo se refiere a un goce consu-
mado fantasmáticamente del cual se castiga sin llegar a la acción.
El melancólico se regodea cuando se acusa de ser culpable, quiere que to-
dos lo sepan, lo dice ante otros, que se le reconozca como tal, ese es todo
su afán, mientras que el obsesivo se siente culpable de algo que desconoce,
de algo que no ha cometido, por eso llega a dudar acerca de si no será él
el culpable del crimen cuya noticia lee en la prensa, incluso se acusa de la
muerte de todos los muertos del cementerio más próximo a su casa.
Freud nos enseña que el melancólico habla de un otro con el cual el suje-
to ha tenido una fuerte relación, mientras que el obsesivo habla de una cul-
pa que hay que despejar de su contenido y reconocer como cierta pues se
trata de algo que ha cometido en su fantasía.

Akoglaniz 17
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

LA REPRESION Y EL RETORNO DE LO REPRIMIDO EN LA HISTERIA


Y EN LA NEUROSIS OBSESIVA

Para Freud la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria pero también


es un caso más ejemplar de neurosis que la histeria, en tanto el soma no queda
afectado, no hay extensión de lo psíquico a lo somático, característico de la
histeria, sino que nos describe a los enfermos de neurosis obsesiva como su-
jetos que experimentan impulsos extraños a su personalidad, sujetos que se
ven obligados a realizar actos cuya ejecución no les proporciona placer nin-
guno pero a los cuales no pueden sustraerse y su pensamiento se encuentra
invariablemente fijo a ideas ajenas a su interés normal. Ideas que Freud de-
nomina representaciones obsesivas o compulsivas y que pueden carecer de sen-
tido o bien ser indiferentes para ellos, pero que lo más frecuente es que sean
totalmente absurdas. Cualquiera sea el carácter que presenten lo más intere-
sante es que son el comienzo de una gran actividad intelectual por parte del
sujeto, que lo agotan y le hacen cavilar como si de sus asuntos más impor-
tantes se tratasen.
Distingue Freud entre impulsos, actos y representaciones. Los impulsos pre-
sentan un carácter infantil y desatinado, pero generalmente su contenido ha-
ce vivir bajo un gran temor al sujeto, pues se ve incitado a cometer graves
crímenes de los que huye horrorizado por medio de toda clase de prohibi-
ciones, renuncias y limitaciones. A veces los impulsos son contra su propia
persona, como en el caso de «El Hombre de las Ratas» cuando se ve impul-
sado a cortarse el cuello y encuentra la limitación del desmayo.
Pero el impulso es el último acto de una obra en tres tiempos, en tanto
en su análisis se da cuenta que todo había comenzado con el impulso a ma-
tar a una anciana que era la causante de que su amada estuviera alejada de
él, para después pasar a reprocharse semejante fantasía y en un tercer tiem-
po como autocastigo hacerse él objeto de dicho impulso. O bien, en este mis-
mo caso, lo que Freud le interpreta como impulso indirecto al suicidio, cuando
se somete a un régimen de adelgazamiento y en un primer momento del im-
pulso aparece como deseo de matar al gordo Dick, que se transforma en el
intento de matar al gordo que hay en él. Por eso aparece en un segundo tiem-
po la idea de que está muy gordo y en un tercer tiempo el impulso que lo
lleva a adelgazar.
Freud nos aclara que tales crímenes y acciones no llegan jamás siquiera
a ser iniciados pues la fuga o la prudencia acaban siempre por imponerse.
De hecho decimos que los depresivos, los melancólicos, consiguen consumar
el suicidio, los histéricos lo consiguien en un error de cálculo, y los neuróti-
cos obsesivos están protegidos contra el suicidio y también contra el crímen.
Incluso es por los neuróticos obsesivos que sabemos que el suicida es un ase-
sino tímido.
Freud nos dice que la histérica es ese personaje que trata de desnudarse
con una mano como hombre y sujeta sus vestidos con la otra como mujer.

18 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

Transforma un elemento en su contrario, abraza extendiendo convulsivamen-


te hacia atrás y anuda sus brazos sobre la columna vertebral, lo que en el
ataque histérico se conoce como «arco de círculo», se trata de la negación
de la posición apropiada al acto sexual. Otra característica del retorno de lo
reprimido en la histeria es que invierte el orden temporal de la fantasía re-
presentada. Comienza por el final de la acción para terminar por su princi-
pio, esto quiere decir que si la fantasía de la que se trata es por ejemplo: Sen-
tada en un banco del parque, leyendo, se acerca un hombre que conversa con
ella y se trasladan a otro lugar donde hacen el amor, cuando la fantasía es
representada comienza por una fase de convulsiones correspondientes al coi-
to y a continuación se traslada a otra habitación donde se pone a leer y res-
ponde a un interlocutor imaginario.
Estas deformaciones que se producen es porque todo en ella se opone a
lo reprimido en su emergencia en el llamado ataque histérico.
En la histeria el complejo reprimido se manifiesta inconsciente para el su-
jeto, ya sea que lo haga «asociativamente», aludido por un suceso de la vida
consciente, «orgánicamente» por medio del mecanismo psíquico de conver-
sión, como beneficio primario de la enfermedad, es decir como «refugio»,
como consuelo, o bien como beneficio secundario de la enfermedad, es decir
aliándose a la enfermedad para que el ataque se manifieste cuando conviene
al enfermo. En algunos sujetos, el ataque da la impresión de una simulación
consciente, puede prefijarse el momento de su aparición e incluso aplazarse
su emergencia.
El ataque histérico está destinado a constituir la sustitución de una satis-
facción autoerótica infantil. En muchos casos esta satisfacción retorna en el
ataque mismo, sin que el sujeto tenga conciencia de ello.
Se trata del ciclo típico de actividad sexual infantil, represión, fracaso de
la represión y retorno de lo reprimido.
La incontinencia de orina en el momento del ataque no hace sino repetir
la forma infantil de la polución. También la mordedura de la lengua, que es
propia de los juegos amorosos. También cuando (más frecuente en sujetos
masculinos), en el ataque se atenta contra su propia integridad personal, suele
ser la reproducción de una pelea infantil.
La pérdida de conciencia, la «ausencia», del ataque histérico, correspon-
de a aquella pérdida concomitante al grado máximo de satisfacción sexual
intensa, incluso en la autoerótica.
Se trata del mecanismo reflejo del coito, pronto a desarrollarse en todo
sujeto, masculino o femenino, por eso decimos que el ataque histérico es un
equivalente al coito. Podemos decir que el ataque histérico restablece una parte
de la actividad sexual infantil reprimida.

Akoglaniz 19
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

HISTORIA CON FREUD Y EN FREUD

Freud diferencia estructura de mecanismos, distingue etiología de meca-


nismos psíquicos, nos dice que los síntomas en su formación como tales han
seguido el curso de ciertos mecanismos psíquicos. La represión es un mera-
nismo que cuando fracasa pone en juego el retorno de lo reprimido que cuan-
do no es en el lenguaje, es decir, por medio de la negación, retorna en lo
real, es decir como alucinación, o bien como síntomas.
En el lugar de lo que es rechazado en lo real, se deja oír una palabra,
ocupando el lugar de lo que no tiene nombre.
La función de irrealización no está toda en el símbolo, y para que su irrup-
ción en lo real sea indudable, basta con que ésta se presente bajo forma de
cadena rota.
Diferenciar conceptos de mecanismos nos permite pensar que decir con-
ceptos fundamentales, el inconsciente, la repetición, la transferencia y la pul-
sión, es pensar que la articulación de estos cuatro conceptos es estructural,
mientras que todas las demás nociones, como represión, sublimación, regre-
sión, negación, forclusión, etc., son mecanismos propios del psiquismo, me-
canismos que establecen relaciones de forma determinada para cada sujeto.
El discurso a veces en su intención de rechazo desemboca en la alucinación.
Freud en primer lugar describe los mecanismos, lo que ya le permite di-
ferenciar la neurosis obsesiva de la paranoia, los delirios obsesivos y los deli-
rios paranoicos, y también le permite incluir a la neurosis obsesiva, junto a
la histeria y la fobia, en las llamadas neurosis de transferencia, donde el de-
seo que está en juego es el deseo sexual infantil reprimido frente a lo que
denomina neurosis actuales, hipocondría, enfermedades psicosomáticas, donde
está implicado el cuerpo fuera de toda intersubjetividad.
Lacan nos hablará del esquizofrénico como un sujeto que tiene órganos
pero no tiene cuerpo donde colocarlos.
Para el psicoanálisis en definitiva se trata de la estructura, y por eso que
va más allá de lo observable, pues la estructura como tal no es observable,
incluso es transfenoménica.
Esto termina con la idea de que las histéricas son bellas y las obsesivas
son desordenadas, pues se trata de algo que va más allá del carácter, ya sea
carácter anal o carácter fálico, más bien podríamos decir que lo que para la
histeria es un juego, para la neurosis obsesiva es un trabajo. Podemos decir
respecto a la seducción que el obsesivo hace de la seducción una cuestión de
trabajo, de «proeza» o «hazaña)). La histeria lleva su teatralidad al extremo
de creerse enamorada para seducir mientras que para el obsesivo se trata de
que desconoce que está enamorado y hace de la seducción una apuesta, una
hazaña entre amigos.
La maestría de Freud, fue darse cuenta que no es el síntoma lo que está
en juego, sino que el síntoma es una elaboración de lo que está en juego.

20 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

TEXTOS SOBRE LA NEUROSIS OBSESIVA EN FREUD

Freud en un determinado momento señala que los estudios que el psicoa-


nálisis todavía no ha hecho, no es porque pasen inadvertidos o por conside-
rarlos faltos de interés sino porque el psicoanálisis sigue un camino determi-
nado que aún no le ha conducido hasta ellos. También nos indica que cuan-
do el psicoanálisis se enfrenta a cualquier estudio se muestra en forma dis-
tinta, en tanto los hechos son otros que los que se muestran para otras disci-
plinas, pues sabemos que los hechos no existen sino después de ser interpre-
tados, es decir son diferentes para cada disciplina.
Es por eso que cuando nos acercamos a los textos donde Freud trabaja
la cuestión de la neurosis obsesiva tenemos que pensar que en el camino del
psicoanálisis se ve conducido a ellos.
Es en 1894 en «Neuropsicosis de defensa», donde por primera vez enun-
cia la cuestión. Se trata de un Ensayo de una teoría psicológica de la histeria
adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas y ciertas psicosis alu-
cinatorias, como lo indica el subtítulo.
En 1895 «Obsesiones y Fobias». Su mecanismo psíquico y su etiología.
En 1896 «Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa». En 1898
y 1905 «La sexualidad en la etiología de las neurosis». En 1907 «Los actos
obsesivos y las prácticas religiosas». En 1909 «Análisis de un caso de neuro-
sis obsesiva». El «Hombre de las Ratas». En 1912 «Totem y Tabú» en el ca-
pítulo II de la parte II , donde podemos decir se plantea el mito de la muerte
del padre, mito que produce Freud y que algunos autores denominan como
el último mito de Occidente. Mito como verdad, que podemos diferenciar del
mito de Edipo, en tanto en Edipo el goce es de Edipo y surge después del
asesinato del padre, mientras que en el mito del asesinato del padre de la horda
primitiva, el goce es del padre y es anterior al asesinato, goce inaccesible pa-
ra el hijo que después del asesinato igual queda inaccesible para el hijo, en
tanto no porque el padre muera todo está permitido sino que queda definiti-
vamente prohibido. El goce queda separado para siempre del deseo. En el caso
de Edipo al matar al padre el hijo accede a la madre, por eso decimos que
Edipo no tuvo Edipo, mientras que en este mito al matar al padre las muje-
res quedan prohibidas por Ley. Algunos autores nos dicen que podemos de-
cir que el mito de Edipo es el mito de la histeria mientras que el mito de
Totem y Tabú es el mito de la neurosis obsesiva.
En 1912 publica tres ensayos sobre Aportaciones a la vida amorosa: La
degradación general de la vida amorosa, El tabú de la virginidad y Sobre una
especial elección de objeto en el hombre, donde se plantea el desdoblamien-
to de la mujer, cuestión esta característica en el obsesivo.
En este mismo año, 1912, escribe «Sobre los tipos de adquisición de la
neurosis» y un año después, 1913, «Sobre la disposición a la neurosis obsesi-
va». En 1915, en «Duelo y melancolía discrimina el sentimiento de culpa en
la neurosis obsesiva y en la melancolía». En «Lecciones Introductorias» de

Akoglaniz 21
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

1916-17 amplía el estudio sobre el sentido de los síntomas. La discriminación


de la neurosis obsesiva dentro de las enfermedades consideradas como psí-
quicas continúa en el texto sobre «La pulsión y los destinos de la pulsión»
en 1915; también en el trabajo sobre «La represión», considerado como uno
de los destinos de la pulsión, de este mismo año.
En 1917 avanza sobre esta cuestión y publica «Las transmutaciones de la
pulsión, especialmente del erotismo anal». En este mismo año realiza un tra-
bajo sobre un recuerdo infantil en el texto «Poesía y verdad» de Goethe, re-
lacionándolo con la cuestión del obsesivo, precisamente porque es un texto
que el Hombre de las ratas había leído y habla de ello en alguna de sus se-
siones.
Así como «Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci» le va a servir pa-
ra hablar de la estructura fóbica, «Poesía y verdad» de Goethe lo va a traba-
jar para hablarnos de la estructura obsesiva.
En 1919 publica «Pegan a un niño» frase que le permitirá definir el fantas-
ma de la estructura perversa y generalizar la cuestión del fantasma para la
estructura del sujeto, manifieste una estructura perversa o neurótica.
Otro texto donde va a trabajar específicamente la cuestión de la neurosis
obsesiva va a ser en 1925, en «Inhibición, síntoma y angustia», donde va a
discriminar lo que es inhibición, lo que es síntoma y lo que es angustia, in-
tentando una diferencia.
En 1934-8 sigue trabajando la cuestión del Nombre-del Padre en el mito
del neurótico, publicando «Moisés y la religión monoteista».
En 1937, en «Análisis terminable e interminable», una de sus últimas obras
sigue estudiando esta estructura obsesiva que podemos considerar una de las
denominadas estructuras freudianas, en tanto es Freud quien la produce.
Freud sitúa en el lugar de la predisposición una posición ética, hablándo-
nos de un momento que en el intento de olvidar, en la decisión de apartarse
del pensamiento, en el camino de una conducta moral, más allá de sana o
enferma, se ve conducido, tiene como consecuencia una patología. El sujeto
enferma para conservar una conducta moral. Esto Freud no lo plantea del
orden de lo necesario sino que nos dice que se trata de una predisposición.
Este tema nos interesa en el sentido que por primera vez en la historia
se desplaza del lugar de la predisposición a la única teoría existente hasta en-
tonces: la teoría de la degeneración.
Freud plantea que el intento de olvidar, de hacer que lo ocurrido no haya
ocurrido, separa la representación del afecto por un mecanismo psíquico tal
que el afecto queda enlazado a una nueva representación, creando un falso
enlace, y produciendo una relación absurda.
La división que se produce entre representación y afecto conlleva una di-
visión del sujeto, que resulta insoportable para la estructura histérica del su-
jeto y también en la estructura obsesiva, es así que cuando el afecto queda
libre tiene diferente destino en la histeria que en la neurosis obsesiva, mien-
tras en la histeria la división del sujeto va acompañada de una división en

22 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

el cuerpo, en tanto acontece un desplazamiento al cuerpo mediante el meca-


nismo psíquico de la conversión, dividiendo el cuerpo, en el neurótico obse-
sivo el desplazamiento se realiza enlazándose a otra representación transfor-
mando dicha representación en representación obsesiva.
En principio Freud plantea una situación traumática sexual para la estruc-
tura histérica y para la neurosis obsesiva, donde para uno es un estado de
seducido y para otro de seductor, donde uno vive la situación con displacer
y otro con placer, que luego serán las situaciones buscadas, es decir para la
histeria una búsqueda de deseo insatisfecho y para la neurosis obsesiva un
deseo imposible por ya acontecido. Esta teoría de un trauma realmente acon-
tecido cuando Freud deja de creer en sus neuróticos, cuando deja de creer
que estas experiencias traumáticas infantiles constituyen hechos realmente
acontecidos, los plantea como hechos fantaseados, con lo cual la fantasía pasa
a un primer plano y con ello más que abandonar la teoría implica una gene-
ralización para todo sujeto. Es por eso que en la psicoterapia deja de bus-
carse lo traumático, en tanto ha pasado a ser constitutivo del sujeto. El en-
cuentro con el deseo del Otro es un momento mítico, que debemos suponer
que siempre ocurre, pues se trata de una necesidad estructural.
De aquí surge la idea de fantasías originarias. Freud nos dice que en to-
da neurosis obsesiva nos encontramos con una histeria y en el historial de
El Hombre de las ratas llega a decir que la neurosis obsesiva es un dialecto
de la histeria.
Freud después de trabajar la transmutación pulsional donde plantea para
la neurosis obsesiva una regresión de la organización genital a la organiza-
ción anal, señalando un predominio en el obsesivo del erotismo anal, nos ha-
bla de que una neurosis obsesiva comienza en forma de histeria y a partir
de la regresión se constituye como neurosis obsesiva.
A lo largo de su obra Freud mantiene que hay una relación de la neuro-
sis obsesiva con la histeria. La neurosis obsesiva como un dialecto de la his-
teria, como una histeria que evoluciona de distinta manera. Es por eso que
hay algunos histéricos que son obsesivos y la neurosis obsesiva no excluye la
histeria. Esto no ocurre entre neurosis y psicosis que son excluyentes.
En cuanto al tratamiento Freud en «Psicoterapia de la histeria» aconseja
tratar todos los casos como si se tratara de una histeria. Lacan después dirá
que el discurso de la histeria es el discurso del deseo, que es por eso que la
entrada en análisis supone una histerización.
Es por eso que el diagnóstico en psicoanálisis siempre es a posteriori, en
tanto la aplicación del método psicoanalítico es terapéutico, el tratamiento
es el diagnóstico, son a la vez y será después cuando se sepa qué estructura
clínica padecía ese sujeto que se produce en la experiencia analítica.
Decimos que en psicoanálisis no se trata de responderle a la madre de una
muchacha que no habla, el porqué no habla, sino que se trata de que des-
pués del tratamiento si habla se puede responder que se trataba de un rasgo
diferencial histérico.

Akoglaniz 23
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

Es la ley de interdicción del incesto, la ley que prohíbe gozar de la madre


y matar al padre, la que produce el deseo como deseo de deseo del Otro.
En «La Subversión del sujeto» Lacan nos indica que la castración quiere
decir que es preciso que el goce sea rechazado para que pueda ser alcanzado
en la escala invertida de la ley del deseo.
La castración es en todo caso lo que regula el deseo, en el normal y en
el anormal, nos dice Lacan en este mismo texto.
Es por todo esto que se habla de la economía del goce, pues la economía
siempre es economía pulsional, economía libidinal, lo cual quiere decir que
es diferente la interdicción del goce autista que el intercambio propio del de-
seo.
Dijimos que el deseo es deseo del otro, tiene que constituirse como deseo
del deseo del Otro, en tanto cuando se trata del deseo el Otro siempre tiene
que estar implicado. El goce en cambio no remite al Otro, más bien se exclu-
yen.
El goce es eso que hace falta que no haya.
Mientras que el deseo se articula con el falo como «común medida» el
goce está fuera de toda medida, es por eso que el goce del síntoma, el goce
de la autopunición está fuera de medida. Se trata entonces de la renuncia al
goce autoerótico, en tanto el síntoma o el castigo dejan al sujeto en la sole-
dad del mismo goce. Es decir que en el goce no se trata de ganancia pues
si hay ganancias siempre es un goce a solas, se trata de un goce como perdi-
do, lo cual incluye la relación del deseo con la muerte y el desasosiego con-
secuente, respecto a lo cual el sujeto no puede pedir ayuda a nadie, sino que
se trata de vivir a pesar de ser mortal o más bien por eso mismo.
Nadie obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperati-
vo del goce. A este ¡goza! el sujeto sólo puede responder: Oigo, pues sabe-
mos que el goce es lo que hace falta que no.
El superyó tiene la característica que cuanto peor nos va peor nos trata.
Lacan llega a decir que el superyó persigue más al individuo en función de
sus desdichas que de sus faltas, que se alimenta de las satisfacciones que se
le otorgan, que es de una economía tal que cuantos más sacrificios se le ha-
cen más exigente deviene. Freud nos dice que aquel que se dedica a someter-
se a la ley moral encontrará reforzadas las exigencias siempre minuciosas y
crueles del superyó. El superyó exige el goce, una convocatoria a la no
castración.
Es por eso que las intervenciones del psicoanalista tienen que tender a ter-
minar con el goce, lo cual no quiere decir que la posición del analista sea
la del que castiga, en tanto eso ya tendría que ver con el goce. Sabemos que
es por la satisfacción, por el goce, que los sujetos penan demasiado y este
penar demás es lo que justifica un análisis.
Se trata de llevar al sujeto a ese punto donde la satisfacción de la pala-
bra responde al goce fálico, la otra satisfacción cuyo soporte es el lenguaje,

24 Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESTA

en tanto se satisface a nivel inconsciente y por eso decimos que el incons-


ciente está estructurado como un lenguaje.
Lacan nos dice que el único bien para el ser humano es el bien interdic-
to, ese que hace falta que no haya.
También nos dice que la realidad se aborda con los aparatos del goce y
aparato no hay otro que el del lenguaje. Así se apareja el goce en el ser que
habla.

25
Akoglaniz
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

LA NATURALEZA DE LA CURA: SUS PRINCIPIOS

En este libro, como el título indica, vamos a trabajar la cuestión de la


neurosis obsesiva. Y lo vamos a hacer desde el psicoanálisis, es decir en la
teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica.
Freud en 1900 ya era médico neurólogo, ya había estudiado en La Salpe-
triere con Charcot, donde había escuchado hablar de la histeria en términos
más específicos que el sentido de perturbaciones uterinas, es decir más allá
de una enfermedad considerada como padecimiento propio de sujetos feme-
ninos sino como una estructura clínica padecida también por sujetos mascu-
linos. Freud ya se había percatado de que la dirección de la cura pasaba por
la sugestión y sus aplicaciones en la terapéutica, pues para él no se trata del
ejercicio de un poder sino de cuáles son los principios de su poder, llegando
a decir que el primero de los principios es que funciona a condición de no
utilizarla.
Podemos decir que sus investigaciones acerca de la sugestión y los princi-
pios de su poder le llevaron a conceptualizar la transferencia como obstácu-
lo y motor de la cura.
En 1900, ya ha hecho el estudio comparativo de las parálisis motrices or-
gánicas e histéricas, por pedido de Charcot, y en el que concluye que las pa-
rálisis histéricas no tienen en cuenta la anatomía del sistema nervioso, sino
que siguen las rutas de una anatomía de la palabra, en tanto cuando se trata
de la parálisis del brazo no tienen en cuenta lo que el brazo es para la anato-
mía del sistema nervioso sino en términos profanos lo que vulgarmente co-
nocemos como brazo, es decir que un sujeto con padecimientos histéricos pue-
de llegar a paralizar una mano sin necesidad de paralizar el brazo, o bien
el brazo sin la necesidad anatómica de una semiparálisis corporal. Descubre
así que para un sujeto histérico un insulto que metafóricamente es «una bo-
fetada», puede llevar a ese sujeto a una parálisis del rostro.
Freud descubre que el ser humano habla con palabras y también con su
cuerpo. Incluso el grito de un niño que todavía no habla pero que porque
su ambiente es entre seres hablantes, por estar inmerso en el orden simbóli-
co, no es sino para ser tenido en cuenta, pues el grito desde el origen, es un
grito para que se tome en cuenta e incluso para rendir cuentas a un otro. El
niño desde el principio está sumergido en un medio de lenguaje y es por es-
to que puede aprehender y articular estos primeros esbozos. Es por esto que
tanto las madres o cuidadores de los niños, como los terapéutas deberían es-
tar atentos a lo que tanto niños como pacientes intentan decir, tanto con sus
gritos como con sus síntomas, de eso que para ellos es indecible.
Sabemos que ellos hablan, pero también sabemos que ellos no lo saben,
por eso que no es una respuesta lo que hay que exigirles, sino que aprendan
a hablar en nuestro lenguaje. Por eso que Freud lo que hace es hacer que
hablen en su gramática.
En 1900 Freud ya había escrito sobre un caso de curación por la aplica-

26
Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESTA

ción de la técnica hipnótica, un caso que diagnostica como histeria de oca-


sión en términos de Charcot, y sobre la génesis de los síntomas histéricos por
voluntad contraria. También había discriminado entre neurosis de transferencia
(histeria, neurosis obsesiva y fobias) y neurosis actuales (neurastenia y neu-
rosis de angustia). Incluso había escrito sobre los mecanismos de defensa en
juego en la histeria, en la neurosis obsesiva y en la paranoia, con lo que por
primera vez relacionará etiología y mecanismos psíquicos, planteando el me-
canismo de conversión como lo propio de la estructura histérica para no sa-
ber nada de lo reprimido, la represión y su forma de desplazamiento como
mecanismo propio de la neurosis obsesiva y la forclusión, actuar como si nada
hubiera acontecido, como el mecanismo acontecido en la formación de la
paranoia.
Antes de la obra de «La Interpretación de los sueños», Freud había sepa-
rado de la neurastenia, las obsesiones y las fobias, que incluye entre la neu-
rosis de transferencia y la neurosis de angustia que incluye entre las neurosis
actuales. Había dedicado gran parte de su trabajo en la clínica y en los tex-
tos al tema de la histeria, su psicoterapia, planteando una etiología que eli-
mina la posibilidad de considerarla de carácter hereditario, en tanto una his-
teria como cualquier otra enfermedad denominada psíquica, como el mismo
sujeto humano, no nacen sino que se hacen. Y la forma de nacer en un mo-
mento determinado de la vida del sujeto psíquico y su formación y tratamiento
es lo que a Freud le ocupa durante largos años, hasta 1900. Y no es que en
1900 deje de ocuparse de estas cuestiones sino que Freud nos dice que a partir
del estudio acerca de los sueños ya no se encuentra solo ante los padecimientos
de sus pacientes, en tanto considera que es en esta obra que él formula por
primera vez la teoría del inconsciente.
Antes de «La interpretación de los sueños» podemos decir que Freud tra-
bajaba con la teoría del trauma, donde la articulación de teoría, método y
técnica se refiere a la teoría de la abreación, afectos que debiendo acontecer
no acontecieron, la técnica de la hipnosis y el método catártico o descarga
de afectos. Después de «La Interpretación de los sueños», ya no se trata de
lo traumático como acontecido, como experiencia vivida, sino de lo real im-
posible, inasible, como lo inconsciente que nunca llegará a ser consciente, es
decir pasa de la teoría del trauma a la teoría del inconsciente, teoría de la
cual se desprende un método que tiene las características del inconsciente, mé-
todo de interpretación-construcción, inconsciente y productor del deseo, y cuya
técnica será: asociación libre y transferencia.
La palabra tiene en la dirección de la cura, y decimos dirección de la cu-
ra porque se trata de esto y no de la dirección del paciente, se trata de la
dirección de la cura y no del deseo de sanar al paciente que Freud denomina
furor sanandi, la palabra tiene todos los poderes, los poderes especiales de
la cura, por eso que en psicoanálisis estamos lejos de dirigir al sujeto hacia
la palabra plena, ni hacia el discurso coherente, sino que lo dejamos libre de
intentarlo. Y sabemos que esa libertad es la que más cuesta tolerar, por eso

27
Akoglaniz
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

que la demanda se pone en el análisis entre paréntesis puesto que está exclui-
do que el psicoanalista satisfaga la demanda que el paciente plantea referida
a ¿de qué quiere que le hable doctor? Y es porque no se pone ningún obstá-
culo a la confesión del deseo, que surge la resistencia a esa confesión, y esto
es porque hay una incompatibilidad del deseo con la palabra, pues el deseo
siempre será inaccesible, siempre imposible de ser representado, es decir que
sólo puede ser interpretado.
Deseo inconsciente, permanente e indestructible que Freud nos presenta,
planteado y formulado, en 1900, en su obra «La Interpretación de los sue-
ños». Un deseo que determina al sujeto en su viaje por la vida desde que
nace hasta que muere, un deseo que se sigue aún en contra de la voluntad,
pues se trata de un deseo inconsciente, la estructura de la relación con cierto
saber, por eso Freud nos dice que la estructura no da su brazo a torcer, y
es durante toda la vida siempre la misma, por eso decimos que el sujeto está
determinado en cuanto a su deseo, desde el comienzo al fin. Es por eso que
se trata de ser incauto de la estructura, pues se trata de ajustarse a ella, de
no ceder en cuanto al deseo.
Freud fue un hombre de deseo, de un deseo al que siguió contra su vo-
luntad por los caminos donde se refleja en el sentir, el dominar y el saber,
pero del cual supo revelar, el significante impar: ese falo cuya recepción y
cuyo don son para el neurótico igualmente imposibles, ya sea que sepa que
el otro no lo tiene o bien que lo tiene, porque en los dos casos su deseo está
en otra parte: es el de serlo, y es preciso que el hombre, masculino o femeni-
no, acepte tenerlo y no tenerlo, a partir del descubrimiento de que no lo es.
Freud cuando nos dice que los sueños se expresan preferentemente en imá-
genes, lo dice para indicar que se trata de una escritura, es decir que algunas
de las imágenes estarán allí, no para ser leídas sino para aportar un expo-
nente a lo que debe ser leído. Es por eso que habla del lenguaje de los sue-
ños como semejante a la escritura jeroglífica, donde la figura de un hombre
no solamente es un hombre sino que es el sonido hombre, es decir debe ser
leído en el registro fonético.
Nos habla también del lenguaje de los síntomas, indicando lo específico
de la estructuración significante en las diferentes formas de neurosis y psico-
sis, llegando a comparar, en 1913 en su obra «Múltiple interés del psicoanáli-
sis», las tres grandes neuropsicosis: histeria, neurosis obsesiva y paranoia. Y
nos dice que la forma de expresarse del histérico es semejante a los sueños,
de forma figurada, es decir que lo que el histérico expresa vomitando, un ob-
sesivo lo expresará tomando medidas protectoras sumamente penosas contra
la infección, mientras que un parafrénico se verá llevado a quejas y sospe-
chas acerca de un posible envenenamiento. En los tres casos, serán diferentes
representaciones del deseo reprimido y rechazado a lo inconsciente de emba-
razarse, o bien la reacción defensiva contra este hecho.
La procreación, la muerte, lo masculino, lo femenino, no son datos dedu-
cibles de la experiencia si antes no funcionan en nosotros como significan-

28 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

tes. Para el ser humano el único modo de acceder a la realidad es mediante


significantes, sólo conoce aquello que sabe nombrar, por eso cuando aumen-
ta nuestro vocabulario aumenta el tamaño del mundo, pues tantas palabras
tantas cosas son conocidas. No es como decía Boileau: que lo que se conci-
be bien se enuncia claramente, sino que es como nos indica Lacan: lo que
enunciamos bien lo concebimos claramente.
No hay realidad aprehensible fuera de los significantes que la aislan, y
cada realidad con la que nos enfrentamos está sostenida, tramada, constitui-
da por una trenza de significantes. Por eso cuando decimos que en la psico-
sis algo falta en la relación del sujeto con la realidad, estamos marcando que
algo falta en la relación del sujeto con el significante. Y la realidad se es-
tructura por la presencia de cierto significante que es heredado, tradicional,
transmitido, por el hecho de que alrededor del sujeto, se habla.
Es por esto que decimos que no haber atravesado la prueba del Edipo
deja al sujeto con cierto defecto, con cierta impotencia para precisar esas justas
distancias que llaman realidad humana, pues la realidad implica la integra-
ción del sujeto a determinado juego de significantes.
Decimos que lo que caracteriza la posición histérica es una pregunta que
se relaciona con lo masculino y lo femenino, y es una pregunta que la for-
mula no con palabras sino con todo su ser o más precisamente su falta de
ser: ¿cómo se puede ser hombre o ser mujer? Pregunta en la que el histérico
se introduce y conserva con su identificación fundamentalmente al sexo opues-
to al suyo, a través del cual interroga a su propio sexo.
A la manera histérica de preguntar o... o... se opone la respuesta del ob-
sesivo, la denegación, ni... ni..., ni hombre ni mujer. Esta denegación se hace
sobre el fondo de la experiencia mortal y el escamoteo de su ser a la pregun-
ta, que es un modo de quedar suspendido en ella. El obsesivo precisamente
no es ni uno ni otro, por lo cual puede decirse también que es uno y otro
a la vez.
El sujeto debe habitar el lenguaje para poder habitar el mundo, y ade-
más de habitar el lenguaje debe tomar en él la palabra, con todo su ser, quiere
esto decir, en parte sin saberlo. Por eso en psicoanálisis decimos que el neu-
rótico habita el lenguaje mientras que el psicótico es habitado, poseído por
el lenguaje.
Cuando decimos lenguaje tomamos la noción misma de estructura, pues
no es simplemente un mecanismo. Es decir que tenemos que concebirlo en
términos de estructura interna del lenguaje. Por eso cuando hablamos de la
relación del sujeto con el significante nos referimos a su aspecto más formal,
en su aspecto de puro significante.
Por eso que tomar la palabra quiere decir la suya, que es justo lo contra-
rio a decirle sí, sí, sí a la del vecino. Y no se trata simplemente de expresarse
en palabras. Se trata de la entrada en la relación intersubjetiva, en la estruc-
turación misma de la situación analítica, ahí donde claramente vemos que
hay una relación con el otro con minúscula y otra con el Otro absoluto.

Akoglaniz 29
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

El otro con «a» minúscula (con a porque es Lacan quien introduce esta
terminología, y refiere a «autre»), es el otro imaginario, la alteridad en espe-
jo, que nos hace depender de la forma de nuestro semejante. El Otro absolu-
to es aquel al que nos dirigimos más allá de ese semejante, aquel que esta-
mos obligados a admitir más allá de la relación de espejismo, aquel que frente
a nosotros acepta o rechaza, aquel que en ocasiones nos engaña, del que nunca
podemos saber si no nos engaña, aquel a quien siempre nos dirigimos.
Desconocer estos dos otros en el análisis, donde están presentes por do-
quier, está en el origen de todos los falsos problemas, principalmente cuando
se habla del análisis en términos de relación de objeto.
Cuando distinguimos el otro imaginario como el lugar donde se estruc-
tura para el recién nacido humano una multiplicidad de objetos y el Otro ab-
soluto, como de la no existencia, en el origen, de ningún Otro, en tanto este
Otro está todo en sí, pero a la vez está enteramente fuera de sí. Lacan llega
a hablar de una relación de extimidad con el Otro, en relación a la palabra
intimidad, pero con un Otro que está fuera. Es por eso que el Otro debe con-
siderarse como un lugar, el lugar donde se constituye la palabra. Lacan nos
dice: el Otro es el lugar donde se constituye el yo (je) que habla con el que
escucha, pues siempre hay un Otro más allá de todo diálogo concreto. Esto
nos dice es un punto de partida, se trata de saber dónde nos conduce, pero
lo que sabemos es que nos conduce a otro lugar que si partimos de que el
otro es un ser viviente.
El paranoico es alguien que relaciona todo consigo mismo, es alguien cu-
yo egocentrismo es invasor, pero yo, dice Schreber en sus «Memorias», soy
completamente diferente, es el Otro quien relaciona todo conmigo. Hay un
Otro, y esto es decisivo, estructurativo.
Pero va a ser el complejo de Edipo el que ponga en marcha el funciona-
miento significante en el sujeto. Complejo de Edipo que tiene que ver con
la castración simbólica de un objeto imaginario.
El objeto fálico para Freud tiene un lugar central dentro de la economía
libidinal, tanto en el hombre como en la mujer. Y el tema de la castración
gira en torno a la pérdida del objeto fálico.
La función del padre y el complejo de castración son fundamentales y no
son simplemente elementos imaginarios, pues lo que encontramos en lo ima-
ginario en forma de madre fálica no es homogéneo al complejo de castra-
ción, y el padre tiene un elemento significante, irreductible a toda especie de
condicionamiento imaginario.
La exigencia de una madre es proveerse de un falo imaginario, y el niño
le sirve como soporte real para esta prolongación imaginaria, pues Freud in-
terpreta que el niño es un equivalente del falo. En cuanto al niño, varón o
hembra, desde muy temprano localiza el falo, y se lo otorga generosamente
a la madre. La relación madre-niño que debería ser regulada por la función
fálica, se encuentra en una situación de conflicto, pues cada quien por su la-
do está en posición de alienación interna, y esto es porque el falo se pasea.

30 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

En la teoría psicoanalítica el padre es el portador del falo, por eso que es en


torno a él que se instaura el temor a la pérdida del falo en el niño y la rei-
vindicación, la privación o la nostalgia del falo en la madre.
Es en torno a la falta imaginaria del falo que se establecen intercambios
entre madre e hijo, el padre en la dialéctica freudiana ni lo cambia, ni lo do-
na, no hay ninguna circulación, pues la única función del padre en el trío
es representar el portador, el que detenta el falo, por eso que el padre en tanto
padre tiene el falo y nada más. Por eso que la función del padre es aquello
que debe existir para que en la dialéctica imaginaria se produzca la significa-
ción fálica, y para que el falo sea otra cosa que un meteoro.
En la concepción freudiana del complejo de Edipo, lo que está en juego
no es el triángulo padre-madre-hijo, sino un triángulo (padre)-falo-madre-hijo.
El padre está en el anillo que permite que todo se mantenga unido.
La noción de padre está provista de toda una serie de connotaciones sig-
nificantes que le dan existencia y consistencia. Por eso que citar al padre es
totalmente diferente que referirse a la función generadora.
Por eso decimos que los neuróticos no tienen problemas con el padre real,
sino con el padre simbólico o bien con el padre imaginario, es decir con la
cuestión de qué es un padre, mientras que en la psicosis la cuestión es con
el padre real, con el padre como función generadora.

Akoglaniz 31
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

EL OBSESIVO Y EL OTRO

Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha. Di-
ga, diga, hable, hable, asocie libremente, emplee libremente la palabra, todo
lo libre que la función de la palabra puede ser, tan libre como una variable
en una relación matemática, tan libre como pueda serlo en el campo del len-
guaje.
Libre hasta que habla, hasta que dice, y entramos en el campo del psi-
coanálisis, en el campo del deseo, en el campo que delimita esta ciencia lla-
mada por Lacan ciencia de lo real. Y en este campo la regla es que no vale
desdecirse, cuando la cadena se rompe, algo ha desencadenado la cadena, y
sólo la verdad es capaz de desencadenar.
En psicoanálisis no hay posibilidad de engaño en tanto cada uno es en-
gañado por su propia verdad, es decir, en psicoanálisis se es engañado por
el Otro.
Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha, marca
que la apertura al campo del Otro, que supone esta hiancia con que designa-
mos el inconsciente, como apertura no al mundo subterráneo de los instintos
sino donde la pulsión, la exigencia de trabajo psíquico que supone la pul-
sión va a conformarse al campo del Otro, marca digo que es en la escucha
donde se produce que lo que se dice tenga relación con el saber sobre su
verdad.
La historia del psicoanálisis podemos decir que comienza con el deseo del
psicoanalista, ese deseo de Freud que lo condujo por la vía de la producción
de una teoría acerca del deseo inconsciente. Es con el deseo de deseo insatis-
fecho de las histéricas que comienza el psicoanálisis pero en su relación con
el deseo del psicoanalista que era Freud.
Es por esto que Lacan en su intento de transmitir las enseñanzas de Freud,
un saber que no puede ser transmitido como un saber sabido en tanto se trata
del ejercicio del no-saber, transmisión donde se pone en juego la transferen-
cia del que aprende y el deseo del psicoanalista que está en posición de
transmitir.
El que escucha es entonces el que hace existir los hechos del relato, el que
hace el trabajo de construcción de la historia del deseo, esa historia donde
se juega una verdad, donde como proceso va a permitir que lo real sea cons-
truido, que el fantasma que sostiene el deseo se construya, en tanto antes de
la experiencia psicoanalítica estaba sujetado al deseo del deseo del otro y ahora
está sujeto al deseo del deseo del Otro.
El psicoanálisis permite pensar una forma de relación donde la confian-
za no es lo que trabaja al psicoanalizando, en tanto la confianza es del or-
den de eludir el trabajo de abrirse a las preguntas que a cada uno nos traba-
jan. La confianza o la desconfianza está relacionado con la creencia y la no
creencia, y lo que en el psicoanálisis funciona como en toda ciencia es del
orden de la no-creencia. Las intervenciones del psicoanalista juegan en el psi-

32 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

coanálisis por el modo en que son eludidas, rechazadas, o bien aceptadas,


para lo cual siempre se precisa de la palabra. En psicoanálisis tanto el sí co-
mo el no del paciente son tomados en una estructura significante, donde el
sí tiene que ir acompañado de resultados y el no es signo de una afirmación
inconsciente, es decir, cuando el paciente dice: no crea, doctor, que esto lo
digo porque tenga alguna relación con lo que me pasa, está diciendo que des-
conoce cual es la relación pero que la hay.
El obsesivo es aquel que habla mientras espera la muerte del que escu-
cha, mientras espera que el psicoanalista ponga el punto final a la sesión.
Histérico y obsesivo buscan un amo, pero mientras el histérico lo busca
para dominarlo, para someterle al poder de sus palabras, donde no busca ser
esuchado sino que le escuchen, el obsesivo ya ha encontrado un amo y está
esperando mientras se termina su mandato, pero no espera ociosamente, tra-
baja sin descanso para que la recompensa aumente, su oblatividad, su espíri-
tu de sacrificio tiene el sentido que se manifiesta en la religión, por eso se
dice que la neurosis obsesiva es como una religión privada, tiene sus rituales
que cumplir en tanto si no los cumple sucederá algo malo, será castigado en
él mismo o bien en sus personas más queridas. Como está en juego la muer-
te del Otro, su trabajo consiste en hacer y deshacer, en afirmar y negar, en
dudar indefinidamente de todo.
Atrapado por la duda, su duda le salva de hacer pero de forma trabajo-
sa, tiene que hacer para deshacer, como Penélope, sólo espera a Ulises, mien-
tras trabaja para engañar a los otros, una duda que al obsesivo le asegura
contra el suicidio.
Así como el melancólico está avocado al suicidio, al pasaje al acto, a caer
identificado con el objeto a, y el histérico puede fallar en sus intentos de di-
vidirse sin romper su cuerpo, enfermándose, o bien sin romper la cadena sig-
nificante inconsciente, donde mareos, ataques o bien olvidos, hacen que el
cuerpo se desvanezca sin que su posición de sujeto quede transformada, pues
nada sabe, nada recuerda, nada pasó.
El obsesivo en cambio atrapado por la duda nos dice: me dispongo a sui-
cidarme y me entra la duda, no sé si hacerlo o no hacerlo, siempre encuen-
tra un culpable a quien se debería castigar antes que a él, siempre encuentra
un remedio para no llegar al final, pues llegar no depende de su trabajo, de
su hacer, sino de que el otro caiga.
Y no importa que su amo haya incluso muerto, como sucede en el caso
del Hombre de las ratas, en tanto su padre había muerto y sin embargo pro-
ducía rituales para su padre, incluso hacía cosas para contárselas, pero como
se trata de su relación con el Otro, de su relación con su padre muerto, pa-
dre absoluto, en su psicoanálisis Freud construye su fantasma.
Construcciones de Freud durante este análisis que le permite acceder a la
estructura que sostiene su deseo, sin intervenir en sus síntomas, en las for-
maciones de su inconsciente, pues el síntoma sabemos que tiene relación con
la verdad del sujeto, pero es una verdad que está en el museo, es una obra

Akoglaniz 33
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

en la que ha invertido demasiado trabajo. Por eso la maestría de Freud en


darse cuenta que no es el síntoma lo que está en juego, sino que el síntoma
es una elaboración de lo que está en juego.

34 Akoglaniz
LABERINTO II

CON EL HOMBRE DE LAS RATAS

Akoglaniz
Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

ANALISIS DE UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA. I


El Hombre de las Ratas

El Hombre de las Ratas, es uno de los llamados Cinco grandes casos de


Freud. Con el caso Dora, el Hombre de los Lobos, el caso Juanito y el caso
Schreber, el Hombre de las Ratas, publicado en 1910, es el caso ejemplar pa-
ra el estudio del tratamiento de la neurosis obsesiva. Tenemos que tomarlo
como un caso de neurosis obsesiva en tratamiento psicoanalítico, es decir una
neurosis obsesiva bajo transferencia, pues la descripción de esta enfermedad
ya había sido hecha en 1895, cuando Freud la discrimina entre la sintomato-
logía de lo que se conocía como neurastenia, pensando la neurosis obsesiva
como otra estructura clínica y con mecanismos propios, nombrada junto a
la histeria y a la fobia como neurosis de transferencia frente a las neurosis
narcisista y las neurosis actuales, pero es en 1910 cuando publica este caso
acerca del tratamiento de un sujeto que padece de neurosis obsesiva. Uno de
los apartados del caso es Introducción a la naturaleza de la cura, que dará
pie a Lacan para su trabajo La dirección de la cura y los principios de su
poder.
La importancia del Nombre-del-Padre y su relación con el deseo, queda
señalada por Freud en el título de otro de los apartados del Historial clíni-
co: El complejo paterno, la metáfora paterna, y la solución de la idea de las
ratas, en tanto el fantasma que sostiene su deseo es el fantasma de las Ratas
en tanto el padre está en entredicho. Su goce inconsciente más que con la
Ley tiene que ver con el fantasma de las Ratas.
El trabajo de Freud se titula análisis de un caso de neurosis obsesiva y
sus dos partes: Historial clínico y Parte teórica, nos indica que Freud nos va
a hablar de la neurosis obsesiva desde el psicoanálisis.
Así en la parte teórica va a marcar algunos caracteres generales de los pro-
ductos obsesivos, incluso algunos que ya habían sido descritos, pero no psi-
coanalíticamente, por Löwenfeld.
Freud al comienzo de sus investigaciones y ante el relato de sus pacien-
tes, pensó en un trauma sexual realmente acontecido, pero no quedó ahí su
teorización, sino que produjo la idea de un fantasma universal, la escena pri-
maria. Escena primaria que es una construcción teórica, que acontece más
allá de que acontezca en la realidad. Escena primaria, copulación de los pa-
dres, que sin embargo, se presenta siempre demasiado pronto o demasiado
tarde, y en la que el sujeto encuentra o demasiado placer como Freud lee que
acontece en el obsesivo, o demasiado poco, como en la histérica. Esto nos
muestra un sujeto dividido, bajo una esquizia que persiste más allá del sue-
ño, incluso después del despertar.
Es por esto que Freud en 1896 nos dice que las representaciones obsesi-
vas son reproches transformados, resultado de una transacción entre las ideas
reprimidas y las ideas represoras, que retornan y se refieren a actos sexuales
ejecutados con placer en la niñez, pero esto aunque forma parte de los ele-

Akoglaniz 37
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

mentos que integra, no da cuenta de que los recuerdos reactivos y los auto-
rreproches de ellos derivados sean inconscientes, en tanto lo que se hace cons-
ciente como ideas o afectos obsesivos son resultado de una transacción entre
las ideas reprimidas y las ideas represoras.
Es por esto que Freud prefiere hablar de pensamiento obsesivo. En cuan-
to a la defensa secundaria que el sujeto desarrolla contra las representacio-
nes obsesivas que han penetrado en su conciencia surgen productos que Freud
nombra como «delirios». Lo importante entonces es que las ideas obsesivas,
al igual que en los sueños, han sufrido una deformación.
«Si me caso con la mujer a la que amo, le sucederá a mi padre una des-
gracia (en el más allá)>>, idea obsesiva que lo dominaba desde tiempo atrás,
que sería: Si mi padre viviera, mi propósito de casarme con esa mujer le ha-
ría encolerizarse tanto como en aquella escena infantil, de manera que tam-
bién yo me enfurecería de nuevo con él y le desearía terribles males que la
omnipotencia de mis deseos harían caer irremediablemente sobre él. En aquella
escena infantil había respondido a su padre, totalmente enfurecido, con las
palabras que él conocía: ¡lámpara, servilleta, armario!, ante lo cual su padre
había dicho que no sabía si era un futuro genio o un futuro criminal.
Otro caso de elaboración elíptica o deformación por omisión, es aquella
que le surge ante su sobrinita, a la cual quería mucho. Un día surgió en él
la idea siguiente: Si te permites realizar una vez más el coito, le sucederá a
la pequeña Ella una desgracia (se morirá). Que en el análisis surge que en
realidad se trata de otra cuestión, una cuestión acerca de que su relación se-
xual con su amada nunca tendría por consecuencia el nacimiento de un hijo,
a causa de la esterilidad de su amada. Ello te dolerá tanto, que te hará envi-
diar a tu hermana por su pequeña Ella, y tu envidia acarrearía la muerte de
la niña.
La deformación elíptica, por omisión, que también forma parte en la téc-
nica de los chistes, es característico del pensamiento obsesivo.
Freud halló esta técnica en otros sujetos que padecían neurosis obsesiva,
como ejemplo nos habla de una duda desplazada de una mujer que acom-
pañada de su marido entra en una tienda de compras mientras que su mari-
do decide ir a la tienda del anticuario. La mujer compró, entre otras cosas,
un peine y mientras esperaba a su marido, demasiado tiempo para ella, le
asaltó la idea obsesiva de que ese peine lo tenía desde siempre. En realidad
ella quería decir: si he de creer que no has estado más que en la tienda del
anticuario, también puedo pensar que poseo hace ya muchos años este peine
que acabo de comprar. Es decir que se trata de la ironía del obsesivo, pero
su duda dependía de sus celos inconscientes. Así en el caso que estamos tra-
bajando dice: Sí, tan cierto es que devolveré el dinero al teniente A, como
que mi padre y mi amada pueden tener hijos.
El lenguaje de la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria, nos dice
Freud. Otra diferencia con la histeria la marca Freud cuando nos dice que
en la histeria los motivos de la enfermedad sucumben al olvido, mientras que

38 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

en el obsesivo se conservan en la memoria, pero despojados de afecto, que-


dando un contenido ideológico indiferente y calificado de insignificante. Ma-
terial que no es reproducido y no desempeña papel alguno en la actividad
mental del sujeto. Podríamos decir que los conoce pero desconoce su signifi-
cación, incluso es algo considerado normal por él o bien indiferente.
El mecanismo del desplazamiento inconsciente lo ejemplifica Freud con
el ejemplo de un paciente que pagaba siempre con billetes tersos y limpios,
llegando a manifestar que le daba remordimiento de conciencia entregar a
alguien billetes sucios, en los que seguramente habría millones de microbios
que podrían causar graves daños. Respecto a su sexualidad este paciente no
advertía anormalidad alguna ni carencia, agregando lo siguiente: «Desempe-
ño en muchas casas de la alta burguesía acomodada el papel de un viejo pa-
riente pobre y lo aprovecho para encontrarme a solas con alguna muchacha
joven y la masturbo con mis dedos». Preguntado por Freud si no temía cau-
sarle algún daño, infectándole los genitales con sus manos sucias, el sujeto
se mostró indignado. ¿Qué daño voy a causarles? A ninguna le hizo mal hasta
ahora, algunas ya han llegado a casarse y me siguen tratando. Tomó a mal
la observación de Freud y no volvió a la consulta, pero para Freud era claro
que su escrupulosidad con los billetes tenía que ver con su falta de escrúpu-
los con las muchachas que tenía a su custodia. El desplazamiento del repro-
che le permitía no hacerse ningún reproche a su comportamiento.
Otra característica de los pacientes obsesivos es que son supersticiosos, pero
se trata de una superstición que nada tiene que ver con las típicas supersti-
ciones, sino que son consecuencia de su pensamiento obsesivo.
En este caso vemos que cuando dominaba una obsesión se burlaba de su
credulidad, pero cuando se hallaba bajo su dominio comenzaban a ocurrirle
toda clase de accidentes casuales que apoyaban su convición supersticiosa.
Este paciente no tenía miedo al número 13, pero creía en los presagios y en
los sueños proféticos, tropezaba con las personas cuando justo estaba pen-
sando en ellas. Una vez salió de viaje con la convicción de que no volvería
vivo a Viena.
Pese a esto también reconocía que esto le ocurría con cosas sin impor-
tancia pues cuando se trató de hechos importantes en su vida siempre fue
por sorpresa y no hubo presagios, por ejemplo la muerte del padre. Pero en-
tender esto no modificaba que eso le aconteciera.
Freud no le da explicaciones racionales del mecanismo al que está some-
tido sino que en las supersticiones que acontecen durante el tratamiento le
muestra que él mismo colabora en la fabricación de tales milagros y le muestra
los medios que usa: la lectura, el olvido, y los errores mnémicos, lo que hace
que él mismo le ayude a descubrir los pequeños trucos con los que producía
tales milagros.
El sujeto recuerda que su madre cuando se trataba de fijar fecha de algo
futuro, solía decir: «Tal día o tal otro no podré, porque tendré que guardar
cama». Y, en efecto, siempre pasaba acostada tales fechas.

Akoglaniz 39
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

Freud nos advierte que no se trata de encontrar enseguida la explicación


a la idea obsesiva, pues la regla analítica obliga al psicoanalista a reprimir
su curiosidad y dejar que sea el paciente el que fije con plena libertad el or-
den de sucesión de los temas en análisis. Pues no se trata de dirigir al pa-
ciente sino de la dirección de la cura. Esto tiene que ver con la regla de abs-
tinencia que corresponde al psicoanalista frente a la regla de la asociación
libre que corresponde al paciente. Es por esto que Freud en la cuarta sesión
recibe al paciente con esta pregunta: ¿cómo va usted a continuar hoy?
Otra característica de estos sujetos es la necesidad de la inseguridad o de
la duda. La necesidad de inseguridad es uno de los métodos que la neurosis
emplea para extraer al enfermo de la realidad y aislarle del mundo. Todo su
esfuerzo es para evadir cualquier seguridad y poder permanecer en la duda.
Por eso odian especialmente los relojes, en tanto no permiten la duda. Los
pacientes eluden todas aquellas informaciones que pudieran llevarle a una so-
lución del conflicto. Así desconocía el nombre del médico que había opera-
do a su amada y si la operación se había limitado a un ovario o a los dos.
Con su inseguridad se adhiere a aquellos temas en que la inseguridad es
generalmente humana y en los cuales todos permanecemos necesariamente ex-
puestos a la duda. Tales temas son, ante todo, la paternidad, la duración de
la vida, la supervivencia en el más allá y la memoria a la que solemos dar
fe sin nada que garantice su exactitud. Como una vez dijo un astrónomo:
«Un astrónomo sabe si la luna está habitada o no, con la misma certeza que
sabe quien fue su padre, pero no con la misma seguridad de saber quién fue
su madre».
Es por esto que Freud piensa que la civilización dio un gran paso hacia
adelante cuando se pasó del matriarcado al patriarcado, en tanto fue poner-
le un límite a las interferencias de los testimonios de los sentidos.
La generación de mujeres por mujeres lanza el proceso pero no lo estruc-
tura, sólo cuando se inscribe la descendencia en función de los varones, de
varón a varón se introduce un corte, que es la diferencia de generaciones. La
introducción del significante padre, introduce de entrada una ordenación: la
serie de generaciones. Es decir que lo que antes era un orden natural, ahora
es un orden matemático, cuya estructura es diferente a la del orden natural.
y es lo que evita el obsesivo, ser un mortal entre otros mortales, ser un esla-
bón de la cadena de generaciones. Vive como un muerto, sin deseos, para pro-
tegerse de la muerte.
Los neuróticos obsesivos utilizan la inseguridad de la memoria para la pro-
ducción de síntomas. En cuanto a la omnipotencia que atribuye a sus ideas
y sentimientos, aunque se pueden considerar como un delirio, sin embargo
todos los neuróticos obsesivos parecen tener ese convencimiento. Preguntan-
do al paciente por tal convencimiento, lo refiere a hechos acontecidos en su
vida. Una vez que intentaba ocupar una habitación en la cual ya había esta-
do y que le facilitaba las relaciones con una de las enfermeras, le dijeron que
ya estaba ocupada por un anciano profesor. Inmediatamente pensó: ¡Ojalá

40 Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESTA

le parta un rayo! Quince días después se despertó con la sensación de que


tenía cerca de sí un cadáver y al levantarse supo que aquella noche había
muerto el anciano profesor. Otro recuerdo que corroboraba la supuesta om-
nipotencia de su pensamiento se refería a una muchacha mayor que él, que
habiéndole hecho claramente la corte, le preguntó si la podría querer un po-
co, a lo cual él respondió negativamente. Poco después esta muchacha se ti-
ró por el balcón y él se reprochaba haber sido tan huraño, pensando que ha-
bría estado en sus manos haber alargado la vida de aquella muchacha. Des-
de entonces la omnipotencia de su amor y su odio tenían una razón de ser
para él. Podemos decir que estaba en juego su preocupación por la muerte
y en cuanto a su odio no es que fuera omnipotente pero de él provenían mu-
chas de sus ideas obsesivas.
Por no poder pensar la mortalidad del padre no podía dejar de desear
su muerte, incluso cuando el padre ya había muerto.
Nuestro paciente mantenía una relación peculiarísima en relación a la
muerte. Condolía cordialmente todas las muertes, iba a todos los entierros,
incluso mataba en su fantasía a sus conocidos para condolerse con los so-
brevivientes.
Freud subraya los rasgos obsesivos del comportamiento del sujeto religio-
so, donde tanto en el obsesivo como en el religioso lo que les mueve a reali-
zar los rituales es inconsciente a ellos, en tanto son el psicoanalista y el sa-
cerdote los que conocen el sentido simbólico del rito. Los motivos que im-
pulsan a la práctica religiosa son desconocidos para los creyentes, como los
actos obsesivos lo son para los neuróticos.
Los rituales obsesivos sin embargo tienen una peculiaridad que les des-
poja de la dignidad del ritual religioso, en tanto el ceremonial recae sobre
los actos más nimios de la vida cotidiana.
Freud nos dice que podríamos considerar la neurosis obsesiva como pa-
reja patológica de la religiosidad, la neurosis como una religiosidad privada,
y la religión como una neurosis obsesiva universal.
Freud, en la constitución del sujeto tras la fase de autoerotismo propone
un estadio de narcisismo, es decir que entre la fase de autoerotismo y la elec-
ción de objeto supone Freud un estadio donde la elección de objeto coincide
con su propio yo, después de la cual se produce la elección de objeto, distin-
to a su propia persona, y antes de establecer la primacía de las zonas genita-
les, es decir que en este período dominarán las pulsiones anales y sádicas.
La disposición a la neurosis obsesiva la encuentra Freud en el erotismo
infantil, en la fase pre-genital sádico-anal. Esta etapa que es precursora de
la genital, pero que puede ser sucesora y sustitución de la fase genital. Pode-
mos decir que el neurótico obsesivo mantiene un erotismo sádico-anal, que
el Hombre de las Ratas muestra en el efecto que le causa un relato acerca
de una tortura que era común contarse entre militares, donde el torturado
padecía una peculiar tortura: hacían que las ratas se introdujeran por su ano.

Akoglaniz 41
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

y es el relato en análisis y la escucha de Freud que queda sorprendido ante


el singular goce que se manifestaba en el sujeto.
Es contra el erotismo anal-sádico que toma sus medidas de protección,
formando productos que le detengan en el camino hacia donde le lleva su
tentación y aceptando síntomas por transacción.
El relato del capitán produjo un horror en el sujeto pero fue después, cuan-
do el mismo capitán le recuerda una deuda impagada que aparece el temor
obsesivo de que les ocurra el tormento de las ratas a su padre y a su amada,
deuda impagada que le recuerda una doble deuda paterna, con un amigo y
con una mujer pobre, en tanto hay una deuda impagada del padre con un
amigo que le había salvado del deshonor social. Amigo que nunca volvió a
ver, pero que formaba parte de la leyenda familiar, y por otro lado hay una
historia del padre con una mujer pobre que abandonó para casarse con la
rica hija de un industrial que era su madre.
Esta permanencia bajo la dialéctica del erotismo anal, produce que haya
una anticipación del yo respecto a la libido, de manera tal que la elección
de objeto se realiza en la fase sádico-anal, ahí donde el odio es precursor del
amor. Así en este caso que estudiamos hoy, nos encontramos con que todas
sus relaciones, incluida la relación con el padre, estaban dominadas por un
intenso amor y por el mismo intenso odio.
El sujeto conocido como el Hombre de las Ratas, enfermó a los 20 años
al ser situado ante la tentación de casarse con una mujer distinta a aquella
a la que había amado desde tiempo atrás. Para evitar resolver el conflicto
retrasó la decisión por medio de la neurosis.
Pero recuerda que antes tenía conflictos entre el padre y la mujer amada,
incluso la primera vez que se sintió atraído por una niña deseó que su padre
muriera para poder casarse con ella.
El conflicto entre una mujer u otra corresponde a la vacilación normal
en la elección amorosa, vacilación que comienza cuando el niño es enfrenta-
do a la pregunta: ¿A quién quieres más, a papá o a mamá?
Freud señala que su carácter de dilema se pierde en los hombres norma-
les y permanece como característico en la neurosis obsesiva.
El hecho de que contra un intenso amor se levanta un intenso odio deja
al sujeto en una incapacidad de adoptar resolución alguna. En realidad du-
da de su propio amor y esta duda se desplaza por lo nimio e indiferente.
La ambivalencia de sentimientos domina su pensamiento, así paseando por
un camino ve una piedra en medio y pensando que puede provocar un acci-
dente la retira inmediatamente. Comienza a dudar si hizo bien o mal, y ter-
mina volviendo a colocar la piedra.
Habla de que muchas veces había deseado la muerte del padre sin em-
bargo sabía que eso no le haría feliz.
En sus intentos de resolución, de crearse un nombre del padre, en tanto
el padre está en entredicho, el fantasma de la muerte del padre no se instala
como función, sino como fantasía.

42 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

Cuando quiere rezar, diciendo «Dios la proteja» emerge de pronto un «no»


hostil, lo que le lleva a suprimir sus rezos. Pero su método es implacable, des-
pués de desplazarse sobre un acto insignificante, el impulso hostil se esfuer-
za en anular su obra. Como Penélope hace y deshace, teje y desteje, mien-
tras espera la muerte de su amo.
Histérico y obsesivo buscan un amo, pero mientras el histérico lo busca
para dominarlo, para someterle al poder de sus palabras, donde no busca ser
escuchado sino que lo escuchen, el obsesivo ya ha encontrado un amo y está
esperando mientras se termina su mandato, es decir espera su muerte, pero
no espera ociosamente, trabaja sin descanso, todo lo que hace se convierte
en trabajo, su oblatividad, su espíritu de sacrificio tiene el sentido que se ma-
nifiesta en la religión, espera la recompensa, por eso decimos que la neurosis
obsesiva es como una religión privada. Es por esto que también tiene sus ri-
tuales que cumplir en tanto si no los cumple sucederá algo malo, bien a él
mismo o a las personas más queridas por él.
La muerte que espera es la muerte del Otro, pues su padre ha muerto y
en cierto sentido todavía está esperando su muerte, todavía cumple rituales
para él.
El obsesivo en cierto sentido está protegido del suicidio. Así como el me-
lancólico está avocado al suicidio, al pasaje al acto, a caer identificado con
el objeto a, está dispuesto a dividir el mundo antes que a dividirse y el histé-
rico puede fallar sus intentos de dividirse sin romper su cuerpo, enfermán-
dose, o bien mediante mareos, ataques u olvidos, donde el cuerpo se desva-
nece sin que su posición de sujeto quede transformada, pues nada sabe, na-
da pasó, prefiere dividir el cuerpo que ser sujeto dividido, el obsesivo encuentra
en la duda su salvaguardia. Decide suicidarse, pero atrapado por la duda lle-
ga a colocarse un cuchillo en el cuello, para inmediatamente desmayarse an-
tes de llegar a la acción.
Freud sabe que no son los síntomas lo que está en juego, sino que el sín-
toma es una elaboración de lo que está en juego, por eso que Freud no atiende
tanto a los síntomas, sus idas y vueltas para no llegar a ninguna parte, pero
para permanecer en estado deudor, pues su verdadero problema es que la deu-
da simbólica no opera en él debidamente por eso que tiene que permanecer
en estado deudor.
Los obsesivos son especialmente inteligentes, tal vez porque encontramos
en ellos una emergencia precoz y una represión prematura del instinto sexual
visual y del saber, de la pulsión escópica y de la pulsión epistemofílica, com-
ponentes normales de la función sexual pero que alcanzan una independen-
cia en el obsesivo. En sus relatos infantiles manifiesta relaciones con una nurse
donde ella se dejaba contemplar desnuda y tocar, desde entonces siente grandes
impulsos de contemplar mujeres desnudas. Su gran capacidad intelectual cuan-
do la domina el mecanismo obsesivo queda sexualizada no en cuanto al con-
tenido sino en cuanto al proceso intelectual, donde la satisfacción de haber
alcanzado algún resultado mental es sentida como satisfacción sexual. Por eso

Akoglaniz 43
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

que los obsesivos no pueden dejar de pensar, aún cuando hay una demora
en el pensamiento todo el proceso queda trasladado con todas sus peculiari-
dades, a un nuevo terreno.
Habíamos dicho que la idea obsesiva se protege por medio de la defor-
mación, deformación que es previa a su aparición en la conciencia, y tam-
bién hay un intervalo, durante el cual el contenido de la idea obsesiva queda
desligado de sus relaciones particulares, por medio de la generalización. Co-
mo ejemplo una muchacha que nunca lleva joyas y descubre en análisis que
era porque había una joya que envidiaba a su madre y esperaba heredar de
ella.
La deformación, la generalización y por último los delirios, como medio
para establecer nuevas conexiones con el contenido y texto verbal de la obse-
sión inconsciente.
En el análisis de este caso no se va a tratar de encontrar sentido a lo que
al paciente le pasa, pues vemos ya en la primera entrevista que Freud realiza
a este joven universitario, cuando le habla de sus temores respecto a sus se-
res queridos, sus impulsos obsesivos de cortarse el cuello con una navaja de
afeitar, las prohibiciones que extendía hasta las situaciones más nimias de su
vida cotidiana, después de decir que su vida sexual había transcurrido entre
su repugnancia a las prostitutas, una vida sexual limitada y un onanismo que
había desempeñado un escaso papel a los 17 años, Freud no se interesa por
ninguno de los temas, tan interesantes para desentrañar el caso, porque ha-
bíamos dicho es condición del análisis. Lo que Freud hace después de escu-
charle psicoanalíticamente es preguntar porqué razón había comenzado la
anamnesis con informes sobre su vida sexual, a lo cual responde haberlo he-
cho por saber que así correspondía a sus teorías. En realidad sólo había ho-
jeado Psicopatología de la vida cotidiana que le recordaba la elaboración men-
tal a la que él mismo sometía sus ideas y que le habían decidido a acudir
a su consulta.
Al día siguiente, después de comprometerle a observar la única condición
del tratamiento, es decir, la de comunicar todo lo que le viniera a las mien-
tes, aunque le fuera desagradable hablar de ello o le pareciera nimio, incohe-
rente o disparatado, y habiendo dejado a su arbitrio la elección del tema ini-
cial del relato, se inició el tratamiento.
Como podemos observar Freud no acuerda con ningún yo del sujeto, ni
tan siquiera le exige ser verídico, tampoco le pide reflexión, sino más bien
observación de sus procesos psíquicos. Asociación libre y transferencia del pa-
ciente que permiten a Freud introducirse en el tratamiento de este caso.

44 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

ANALISIS DE UN CASO DE NEUROSIS OBSESIVA. II


El Hombre de las Ratas

En 1895 Freud desestima la agresión sexual prematura como factor de la


neurosis, y aunque no niega el valor de los «hechos reales» nos dice que son
fantasías para borrar el malestar del recuerdo de la masturbación infantil. El
descubrimiento de la sexualidad infantil le hace pensar que la sexualización
del cuerpo es siempre prematura.
Nada es más traumático para el sujeto que la ausencia de trauma, y ese
es el ombligo de la fantasía.
Ya en el Proyecto nos habla del protón pseudos hysterikón, la primera men-
tira o falsedad histérica, o premisa mayor falsa de un silogismo. El recuerdo
despierta un afecto no vivido pero no es por el retardo de la pubertad sino
por el retardo constitutivo de la sexualidad. Traza que borra lo que nunca
estuvo allí de antemano. El a posteriori llega tarde porque el a priori se re-
duce al a posteriori. La. proton pseudos como un suplemento en el origen
de la falta de origen.
En 1910 en el psicoanálisis de un caso de neurosis obsesiva plantea que
no es el onanismo de la pubertad, casi típico y general, y al que médicos y
enfermos consideran como raíz y fuente de todos sus padecimientos, sino que
el onanismo a considerar es el onanismo infantil y no tanto como productor
de trastornos neuróticos sino como manifestación más precisa de la sexuali-
dad infantil. Marcación que nos acerca a pensar que los enfermos acusan por
un camino indirecto a su sexualidad infantil.
El síntoma en el obsesivo se presenta como obstáculo que se interpone
entre el sujeto y su destino, surge como obstáculo al cumplimiento del de-
seo, ya que la estructura de su deseo es deseo de un deseo imposible. Vemos
al Hombre de las Ratas perdido en un interminable circuito de trenes ida y
vuelta, donde el sujeto se confunde con un mapa y termina no sabiendo qué
hacer.
El síntoma tiene una relación a la verdad y por otro lado surge allí don-
de las decisiones no son posibles. La vertiente del síntoma es la que sostiene
al sujeto en su asociación libre, en la articulación SI y S2, mientras que la
vertiente del fantasma muestra que el sujeto está articulado en: <> a).
Así como el fantasma de la escena primaria lo podemos leer en el Hom-
bre de los Lobos, el fantasma de la muerte del padre se puede leer en el Hom-
bre de las Ratas.
El niño puede saber la relación de la copulación con la procreación, pero
la función de procrear en cuanto es significante es otra cosa. Es necesaria
la relación con la experiencia de la muerte que da al término procrear su pleno
sentido. La paternidad y la muerte son dos significantes que Freud relaciona
a propósito de los obsesivos.
Freud liga la aparición del significante Padre, en cuanto autor de la Ley,
con la muerte, incluso con el asesinato del padre, mostrando así que ese ase-

Akoglaniz 45
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

sinato es el momento fecundo de la deuda con la que el sujeto se liga para


toda la vida con la Ley, el Padre simbólico en cuanto que significa la Ley
es entonces el Padre muerto.
La función paterna no termina de funcionar en este sujeto, pues el padre
real no basta para cumplir la función, pues es necesario que el padre sea sus-
tituido por su propia metáfora, por eso la deuda simbólica es la inscripción
ineludible de la función del padre. Aquí Freud plantea que es el complejo
de castración el que conduce a la deuda por donde se constituye el sujeto.
El complejo de castración inconsciente, tiene una función de nudo, tanto
en la estructuración de los síntomas, como en la instalación en el sujeto de
una posición inconsciente, sin la cual no podrá identificarse sexualmente, ni
responder en una relación sexual.
Hay una relación entre los elementos originales y fundamentales para el
sujeto y el desarrollo ulterior de la obsesión fantasmática. Eso desencadena
la crisis actual y pone en acto la neurosis. En el síntoma aparece una obliga-
ción de pagar la deuda, pasando por el teniente A, y el teniente B, pero no
es allí donde debe pagar.
Freud se deja guiar por el psicoanálisis, se deja guiar por lo real y no por
la realidad que rodea al Hombre de las Ratas, en tanto sabemos que al Hom-
bre de las Ratas no lo determina la realidad que lo rodea sino lo real imposi-
ble. Sabemos que el paciente sabía que el capitán se equivocaba en la infor-
mación respecto a la realidad, pero algo de verdad subyace en el error, una
deuda imposible de pagar se plantea de nuevo en otro escenario. Por eso Freud
escucha especialmente cuando el paciente dice: «Lo que vaya decir ahora
no tiene ninguna relación con todo lo que me ocurrió». Es así como Freud
se percata de inmediato de la relación.
A su padre lo presenta casado con una mujer de más elevada posición
en la jerarquía burguesa y que cada tanto le bromea que antes de casarse es-
taba enamorado de una muchacha pobre pero linda, a lo cual el padre cada
vez responde que se trató de algo fugitivo y olvidado. Sin embargo esta esce-
na se repetía sin cesar. Otro elemento que está en juego es un amigo del pa-
dre, que le había salvado del deshonor de ser descubierto en un gasto de di-
nero del ejército, pues era suboficial. Amigo a quien nunca pudo devolver
el dinero que le prestó. Es por eso que el conflicto mujer rica, mujer pobre,
se desencadena cuando el padre le empuja a casarse con una mujer rica.
El obsesivo se disfraza de otro personaje, siempre se excluye, se posiciona
siempre fuera de su propia vivencia. El obsesivo no puede asumir sus parti-
cularidades, ni sus contingencias, es alguien que no se siente en armonía con
su existencia.
En análisis es ese sujeto que no está afectado pero que es pura afecta-
ción, su relato transcurre sin afecto, esté hablando de una situación cotidia-
na o de una situación de riesgo, relata una tragedia donde él es protagonista
como si relatara una anécdota.
Este disfrazarse para quitarse el disfraz y siempre compulsado a seguir dis-

46 Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESTA

frazándose, este desdoblamiento narcisista en el que reside el drama del neu-


rótico, lo muestra Freud en Poesía y Verdad de Goethe un texto que al Hombre
de las Ratas había impactado, porque el protagonista logra liberarse de una
maldición, que funciona como prohibición, y que una mujer celosa había arro-
jado sobre la primera que después de ella besase sus labios.
Este tema lo relata el paciente en relación a sus impulsos onanistas, acti-
vidad con la cual no había tenido relación en su pubertad y que después de
la muerte del padre, a los 21 años, aparece en él. Lo singular es que surgía
en él en raras ocasiones, especialmente en momentos felices o bajo la impre-
sión de bellas lecturas.
Freud encuentra un elemento común: la prohibición y el hecho de infrin-
gir un mandato.
En este sentido explica el sentido de sus rituales nocturnos que practica-
ba cuando fantaseaba que su padre aún vivía y estudiaba por si él llegaba
en cualquier momento, pero a las 12 en punto, hora tradicional de los apare-
cidos, abría la puerta, volvía a su cuarto y colocándose frente al espejo con-
templaba su pene desnudo. En vida de su padre había sido un mal estudian-
te y ahora quería que le encontrase estudiando, pero a la vez sus maniobras
con el espejo no podían satisfacer a su padre. Más bien lo desafiaba y mos-
traba así su actitud para con él. Lo mismo le ocurría respecto a su amada,
recordemos ese acto obsesivo de quitar la piedra para después volver a po-
nerla, al paso de su amada.
Freud aventura una construcción acerca de que siendo niño habría come-
tido alguna falta relacionada con el onanismo y que habría sido castigado
violentamente por el padre. Este castigo habría puesto término al onanismo,
pero había dejado un inextinguible rencor contra el padre que había fijado
para siempre su papel de perturbador del goce sexual.
Papel que le vemos desempeñar en todas las relaciones amorosas del su-
jeto.
El paciente recordaba haber sido castigado severamente por su padre sin
saber porqué, lo que recuerda es la cólera que surgió en él ante el castigo,
aquel día que todavía sin saber palabras insultantes, le había lanzado como
tales los nombres de todos los objetos que conocía: toalla, lámpara, plato,
etc. El padre asustado ante tan violento acceso, dejó de pegarle y dijo: Este
chico será un gran hombre o un gran criminal.
Desde entonces temeroso del tamaño de su cólera se volvió un cobarde.
Sin embargo no recordaba que el castigo hubiera tenido como motivo el ona-
nismo, sólo recordaba que su madre le había informado de tal castigo sin de-
cirle el motivo y que luego tras su insistencia le había dicho que había sido
porque había mordido a alguien. De estas palabras no se podía deducir el
menor carácter sexual, pero tenemos que pensar que los recuerdos infantiles
quedan determinados en la pubertad después de un proceso de elaboración.
Lo que vemos es que intenta borrar el recuerdo de su actividad infantil.
Freud señala que no se trata de que las construcciones que él hace al pa-

Akoglaniz 47
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

ciente hayan acontecIdo en la realidad y que no se trata de interpretar todas


las ideas obsesivas, pues ha dejado de padecer obsesiones sin que hayamos
llenado todas las lagunas. No se trata entonces de dar explicaciones y de re-
llenar la historia sino de otra historia. Freud marca también que la investiga-
ción científica por medio del psicoanálisis es un resultado accesorio a la la-
bor terapéutica, razón por la cual sus descubrimientos son más importantes
cuando la labor terapéutica fracasa.
El paciente no aceptaba gustosamente las interpretaciones y las construc-
ciones de Freud y Freud lo sabía, sabía que tenían una relación con la ver-
dad, pero el sujeto de la verdad no quería saber nada, se trataba de algo in-
consciente y debía ser por medio de un proceso inconsciente, la transferencia
del sujeto.
Freud en relación al tormento de las ratas no busca un nuevo sentido si-
no que busca las relaciones que el sujeto establece. Así cuando el paciente
recuerda el castigo por haber mordido a alguien asocia con el hecho de que
las ratas también muerden. Freud se apoya en el saber de los poetas y trae
a Mefistófeles en Fausto de Goethe:
«Para abrirme paso a través de la magia
yo requeriría dientes de rata.
Una dentellada y ya está hecho».
Este joven abogado de 29 años, cuyos padecimientos impedían el trabajo
y el estudio, muchas veces había sentido lástima de las ratas. El mismo ha-
bía sido un animalito sucio y repugnante que mordía a los demás en sus ac-
cesos de rata.
Fausto nos dice:
«Puesto que vé en la hinchada rata
un ser vivo semejante a él».
Este sujeto encontraba su pareja en la rata, para él niño y rata son equi-
valentes.
En un artículo acerca de la Transmutación de los instintos en el erotismo
anal, Freud plantea que en el inconsciente niño, pene, dinero y regalo son
equivalentes para un sujeto obsesivo o un sujeto bajo la dialéctica del erotis-
mo anal. Así meses después de iniciar el tratamiento confiesa a Freud que
cuando paga siempre piensa: tantos florines, tantas ratas.
Es por eso que el relato del capitán cruel le afecta en tanto estimula su
complejo. Las ratas eran niños, según sus primeras y más importantes expe-
riencias.
La mujer que amaba había sido operada y no podría tener hijos, esa era
la causa de su indecisión, pues a él le gustan mucho los niños.
El relato del tormento de las ratas estableció relación con la escena in-
fantil, donde él mordía a alguien. Ante el relato él había pensado sin decir-
lo: A tí debía sucederte algo semejante. Y no lo dijo porque ya no estaba

48
Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

con el capitán sino en otro escenario, con su padre, en tanto el capitán ha


quedado implicado con el complejo paterno, como también queda implica-
do Freud en la transferencia del sujeto. El paciente en la sesión se levantaba
y paseaba de un lado para otro, o bien se tumbaba en el diván agarrándose
con temor la cabeza o bien su cuerpo parecía temeroso de ser golpeado, y
así llegó a expresar que sentía que lo que decía era injuriante para Freud y
que temía que le golpeara. A lo cual Freud le asegura que no tiene ninguna
tendencia a la crueldad.
Pero ya está operando la transferencia.
Cuando Freud inicia el tratamiento después de la primera entrevista y des-
pués de establecer la única condición del tratamiento, decir todo lo que le vi-
niera a las mientes, fuera desagradable, nimio, incoherente o disparatado y
habiendo dejado a su elección el tema inicial, comenzó a hablar de su rela-
ción con un amigo a quien acude para preguntarle si sus ideas indican que
es un delincuente y para que él le asegure que es un hombre irreprochable,
aunque examina sus actos con demasiado escrúpulo. Podemos decir que Freud
es en el tratamiento el amigo. También habla de otro amigo que lo traiciona,
por eso también es el capitán cruel.
En las primeras sesiones donde relata la escena del capitán cruel y el tor-
mento de las ratas, donde habla de la pérdida de sus gafas y la deuda que
se le genera cuando su oculista le envía sus nuevas gafas y la empleada de
correos paga el importe, pero que el mismo capitán del relato de la tortura
de las ratas le indica erróneamente que debe pagar al teniente A, y que aún
sabiendo el error entra en un hacer y deshacer, en un ida y vuelta en trenes
que no le conducen a ninguna parte, pero donde la dama de correos y una
muchacha pobre que había conocido durante unas maniobras militares se dis-
putaban el destino. Destino al cual nunca llega pues en una de sus idas y
vueltas toma el tren para Viena y va a buscar refugio allí, recurriendo pri-
mero a su amigo y después a Freud, habíamos dicho cuando cae en sus ma-
nos Psicopatología de la vida cotidiana y encuentra que habla de un tipo de
pensamiento que reconoce en él mismo.
En el curso de su primera sesión le dice a Freud que en un primer mo-
mento había buscado un médico con el único fin de que le diera un certifi-
cado que indicara que por prescripción médica el teniente A, debía aceptar
las 3,80 coronas, lo cual le permitiría encontrar la solución a su obsesión.
Muchos meses después nos dice Freud, en el punto culminante de la resis-
tencia, le acometió la tentación de ir a buscar al teniente A. Esto tal vez pa-
ra indicarnos que una cosa es la transferencia y otra la resistencia.
Le preocupaba la capacidad del médico para confiar en él pero su miedo
era a su propia agresión y la represalia siguiente. Evocó la muerte súbita de
su padre mientras él descansaba una hora, lo que le produjo una gran culpa,
y nunca pudo aceptar la realidad de esta muerte. Solía encontrarse pensan-
do: «Tengo que contárselo a papá», tal vez también al psicoanalista, o bien
cuando entraba a una habitación esperaba encontrarse allí a su padre, por
ejemplo en la consulta de su psicoanalista.

Akoglaniz 49
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

Para Freud el sentimiento de culpa del obsesivo tiene que tener una justi-
ficación inconsciente, así la culpa por la muerte de su padre es para Freud
el deseo de muerte del padre que debiendo ser inconsciente había llegado a
ser consciente en relación a sus relaciones amorosas. Al no operar la función
del padre muerto había obstáculos en sus relaciones con la mujer.
Cometido el crimen se dispone a buscar castigo, y este fue imponerse un
juramento imposible, un deseo imposible.
¡Tienes que devolver el dinero al teniente A, tu padre no puede equivo-
carse! Tampoco un Rey se equivoca, así cuando interpela a un súbdito con
un título que no le corresponde, es que se lo otorga para siempre.
Primero no debes devolver el dinero, pues si no sucederá el castigo de las
ratas. Después el juramento imposible, transformación en lo contrario, como
castigo a la rebelión. La encrucijada en la que se encontraba era «si debía
o no obedecer al padre y si debía permanecer fiel a su amada». Obedecer
al padre implicaba el abandono de la mujer amada.
Para Freud no se trata de encontrar sentido sino soluciones a las ideas
obsesivas y con la solución que el análisis procura quedar desvanecido el de-
lirio de las ratas.
Desde la constelación original a su surgimiento en la transferencia hay un
trabajo en la dirección de la cura. Todo esto surge en el transcurso del análi-
sis, pero no es recordado por el paciente, ni referido a lo que ocurre en el
momento actual, sino que es mediante la transferencia como puesta en acto
de la realidad inconsciente que el deseo del analista va a operar.
Es en el trabajo de transferencia con Freud, cuando realiza la sustitución
de la mujer rica por el amigo, es cuando sueña que Freud desea darle a su
hija rica por esposa que la experiencia analítica pasa a ser el trampolín para
la solución. En el sueño hace de la que imagina hija de Freud un personaje
dotado de todos los bienes de la tierra, que en el contenido manifiesto repre-
senta en forma harto singular: un personaje provisto, como el paciente mis-
mo, de anteojos, y basuras como ojos. No casarse por sus lindos ojos, sino
por su dinero.
Vemos al Hombre de las Ratas en un desdoblamiento narcisista, o bien,
un desdoblamiento del personaje del padre, antes que pasar por la división
que le permite la castración, eso que permitirá que la relación mortal de mo-
do simbólico se instale en él.

50 Akoglaniz
LABERINTO III

EL LABERINTO ROTO

Akoglaniz
Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

LOS MITOS Y EL OBSESIVO

En la historia del sujeto el valor de las teorías infantiles de la sexualidad


y demás actividades del niño están estructuradas alrededor de la noción de
mito. Estas elucubraciones de los niños juegan un papel muy importante in-
cluso en la determinación del tipo de sintomatología del sujeto. Así vemos
en El Hombre de las Ratas desarrollarse bajo la teoría infantil de parto anal
una equivalencia entre niños y ratas.
Las teorías infantiles tienen carácter de mito, y el mito es algo que se pre-
senta como una suerte de relato, ya se trate de un mito religioso, folclórico,
etc. Un mito se puede tomar bajo diferentes aspectos estructurales, por ejemplo
podemos decir que tiene algo de atemporal, se puede definir su estructura
en cuanto a las configuraciones que él define. Se puede también tomar bajo
su forma literaria. Pero en conjunto diremos que tiene carácter de ficción,
pero una ficción con cierta estabilidad que no es maleable a talo cual modi-
ficación, y cuya invariable es la noción de estructura. Como la verdad tiene
estructura de ficción, y siempre tiene una relación singular con la verdad, por
eso que mito y verdad no pueden estar separados. Decimos que la verdad tiene
estructura de ficción y estas verdades o esta verdad, este aspecto del mito se
presenta con un carácter de eficacia inagotable por estar más cerca de la es-
tructura que de cualquier contenido o dato.
Lo que está estructurado, lo que da la categoría mítica, es un cierto tipo
de verdad que marca la relación del hombre, no con la naturaleza, que siem-
pre en relación al hombre es desnaturalizada, tampoco en relación al ser que
nos haría desembocar en la filosofía, sino la relación del hombre con los te-
mas de la vida y de la muerte, de la existencia y la no existencia, del naci-
miento, muy especialmente de la aparición de lo que no existe aún y que es-
tá particularmente ligado a la existencia del sujeto mismo y es su ser sujeto
de un sexo, y muy especialmente del suyo propio. En esto el niño emplea fun-
damentalmente su actividad mítica.
Etnográficamente los mitos apuntan no tanto al origen individual del hom-
bre como a su origen específico, como la creación del hombre, la génesis de
sus relaciones nutricias fundamentales, la invención de los grandes recursos
humanos, el fuego, la agricultura, la domesticación de animales.
Se ha llegado a aislar tal o cual elemento como la unidad de la construc-
ción mítica, que denominaremos mitemas, con lo cual al descomponer los
mitos se percibe una sorprendente unidad entre los mitos más alejados, aún
cuando esté lejos de la analogía facial del mito.
Por ejemplo decir que un incesto y un crímen son dos cosas equivalentes
es algo que en un primer abordaje, en un cara a cara, no se nos ocurriría,
pero se muestra si se comparan dos mitos, o dos etapas del mito, por ejem-
plo lo que ocurre en dos generaciones diferentes.
Así vemos el crimen situarse en el mismo lugar por esta operación de trans-

Akoglaniz 53
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

formación reglada por un número de hipótesis estructurales de cómo debe


ser trabajado el mito.
Esto nos da una idea de la instancia del significante como tal, su impac-
to propio, algo que en sí mismo no significa nada pero que porta todo el
orden de las significaciones, algo que donde mejor se muestra es en el mito.
Algo que está articulado por un sujeto pasa a otro sujeto en el estado
de verdad recibida, donde está en juego la creencia, donde hay una suges-
tión implicada concerniente a la autenticidad de la construcción de la que
se trata. Se trata de una construcción recibida por el sujeto. Los elementos
culturales de organización simbólica del mundo son algo que por no perte-
necer a nadie, es algo que debe ser recibido, aprehendido.
Así es de padre a hijo que se transmite lo que luego en el hijo va a fun-
cionar como orden imaginativo, como carácter para inventar.
Incluso podemos pensar que según el carácter de la interrogación del pa-
dre las construcciones del hijo serán más o menos prolíferas. Pero estimula-
da o provocada por una pregunta, la productividad del niño o, en el caso
de analista paciente, del paciente, la proliferación se manifiesta según sus pro-
pias estructuras.
Hay una necesidad estructural que preside la construcción de cada uno
de los mitos infantiles, incluso su progreso y su transformación, sabiendo que
no es el contenido lo que importa, sino que por ejemplo todo niño pasará
por el complejo anal y por el complejo de castración, esto es algo que se pue-
de preveer, es decir el niño pasará por estas constelaciones y por las resolu-
ciones de las constelaciones.
A veces ocurre que el sujeto avanza en sus conocimientos pero de una
forma que reniega de ellos, donde se produce la intersección de lo simbólico
y lo real pero sin intermediario imaginario, por lo que queda excluido en el
tiempo primero de la simbolización. Es por esto que un sujeto puede tener
acceso a la realidad genital y quedar como letra muerta para su inconsciente
donde sigue reinando por ejemplo la teoría sexual de la fase anal. Este suje-
to, nos dice Freud, de la castración no quiere saber nada en el sentido de
la represión, con lo cual se produce una forclusión, una abolición simbólica.
Si Freud nos dice que para que el orden simbólico nos constituya, en tanto
no se puede concebir como constituido, deberemos pasar por el proceso de
la creación simbólica de la negación en relación con la Bejahung (afirmación),
querrá decir que será necesario que simbolicemos imaginariamente lo real,
como condición primordial para que de lo real venga algo a dejarse ser. Pues
lo que no es dejado ser en esa Bejahung, lo que no ha llegado a la luz de
lo simbólico aparece en lo real, lo que no se produce como castración, lo que
es sustraído a la posibilidad de las palabras, se alucinará como castración.
Esto lo podemos ver en el recuerdo alucinatorio del dedo cortado en el Hom-
bre de los Lobos, o en los fenómenos del «déjà vu» o «déjà raconté», o bien
en el acting-out, fenómeno donde el sujeto actúa.
El sujeto no debe forcluir ninguno de los pasos del proceso donde el ob-

54 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

jeto a se produce, en tanto el nudo hay que serlo aunque luego sólo se trate
de parecerlo. No se trata de tener una idea del ser para parecerlo, sino que
se trata de un objeto del que no hay ninguna idea, sin embargo tiene que
ser operante en lo real. Y lo real dijimos que es lo que siempre vuelve al mis-
mo lugar. Lacan nos dice que es justamente lo que no anda, lo que no cesa
de repetirse para entorpecer la marcha de lo imaginario. Es por eso que no
lo podemos instituir como imaginario sino más bien como lo que hace obs-
táculo a lo imaginario. Es por eso que no hay manera de alcanzar lo real
por la representación. Por eso decimos que el símbolo de la serpiente no es
exactamente del falo sino de lo que falta en su lugar.
Decíamos que era la ausencia del goce la condición para que se produzca
el objeto a como plus de goce. Se tiene que producir el nudo de lo real, lo
simbólico y lo imaginario para que se civilice el goce, es decir que es como
sujeto hablante que el cuerpo va a gozar de los objetos.
Decimos que lo real siempre se vuelve a hallar en el mismo sitio, está en
el mismo sitio esté o no esté allí el hombre. Decimos que el lenguaje pre-
existe al niño, es por eso que en un principio el lenguaje forma parte de lo
real, por eso que será cuando pueda simbolizar que puede conocer lo real,
y lo que no entre en lo simbólico va a irrumpir bajo la forma de lo visto
o lo oído, lo ya visto, lo ya contado. Es por eso que decimos que el hombre
piensa con ayuda de palabras y que la palabra tiene función creadora, es ella
la que hace surgir la cosa misma. No su forma, ni su realidad, sino que hace
que la cosa esté allí, aún no estando allí.
Es por eso que decimos que la interpretación psicoanalítica es del orden
significante. También decimos que el sexo y la muerte en tanto dimensiones
de lo real no tienen inscripción en el inconsciente. Por eso decimos que el
saber se detiene ante el sexo. Hay una imposibilidad de conocer lo concer-
niente al sexo, no puede ni decirse ni escribirse, eso no cesa de no escribirse.
y esto es lo imposible mismo, lo real mismo, en oposición a lo posible que
es lo que no cesa de escribirse. El hecho de habitar el lenguaje deja trazos,
y hay cosas que están cerradas para siempre en el inconsciente, para siempre
como un agujero no reconocido.
Decimos que el mito del asesinato del padre primordial, el padre de la
horda primitiva, es para Freud el episodio con que se inicia la cultura, en
tanto después de muerto la interdicción del goce se instala como ley, es en-
tonces cuando los hijos obedecen, en un a posteriori, es cuando se genera
el sentimiento de culpa que creará los dos tabúes fundamentales del totemis-
mo, que coinciden con los dos deseos reprimidos del Edipo, asesinato e incesto.
En el seminario «La relación de objeto y las estructuras freudianas», La-
can se interroga sobre este mito y nos dice que la muerte es necesaria para
que los hijos se prohíban a ellos mismos el asunto, que este padre mítico ha-
bría sido muerto para demostrar que es inasesinable, en tanto es muerto pa-
ra ser conservado. Todo el sistema totémico y las religiones van a ser un in-
tento de reconciliación con el padre y de apaciguamiento de la culpa.

Akoglaniz 55
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

En «El malestar en la cultura» Freud plantea que el sujeto en los prime-


ros años de su vida desarrolla angustia frente a la agresión de la autoridad
externa, teme perder el amor y la protección y la consecuencia es que se ins-
tala la renuncia pulsional para conservar el amor. Será en la declinación del
Edipo que Freud planteará que interiorizada la autoridad se instaurará el su-
peryó, por lo que la angustia se presentará ahora frente a ese lugar, angustia
frente a la conciencia moral, que es equivalente al sentimiento de culpa, La-
can llega a decir que la culpa es una variedad tópica de la angustia y que
ambas se encuentran de forma consciente o inconsciente tras todos los sínto-
mas.
Va a ser en el segundo tiempo, cuando se instaura el superyó que surge
la necesidad de castigo, en tanto el superyó está en relación con el Ello y por
lo tanto tiene acceso a los deseos prohibidos del sujeto, por eso que pensar
mal o el actuar no son diferentes para la moral. En esto está en el decir de
Freud la desventaja económica de la conciencia moral. No alcanza la renun-
cia a la satisfacción pulsional, pues esto no anula el deseo inconsciente, que
persiste indestructible. De aquí, decíamos las paradojas de la moral, en tanto
cuanto más santo sea un individuo mayores exigencias y sacrificios le recla-
ma el superyó.
Es por esto que Lacan en «La ética» propone que la experiencia moral
de que se trata en psicoanálisis tiene que ver con el imperativo original que
Freud propone en la frase «Donde Ello era yo he de llegar a ser». Donde
más que seguir el imperativo de la instancia superyoica, imperativo extraño,
paradójico y cruel de lo que Lacan dice figura obscena y feroz del superyó,
la ética queda articulada en una construcción del real en el transcurso de la
dirección de una cura. De aquí la importancia del acto analítico y el deseo
del analista que soporta este acto.
Es en este sentido que Freud plantea la forma del fantasma «Pegan a un
niño» ligado en la historia del sujeto a la introducción de un hermano o una
hermana, en definitiva un rival en el amor de los padres.
Lo plantea en tanto mito y donde está en juego la construcción de lo real,
en tanto necesario para que el sujeto entre en la economía del goce del Ello,
del goce imposible de lo real, lejos del imperativo superyoico.
Podríamos decir que en psicoanálisis más que de una clínica del superyó,
en tanto no se trata de corregir, o mejorar el imperativo superyoico, se trata-
ría de una clínica del Ello en tanto se trata de instalar un nuevo imperativo
donde lo importante es acceder a lo real (que no realidad) allí donde el or-
den simbólico nos preexiste. Allí donde el Ello era el sujeto ha de llegar a
ser. Es por esto que no se trataría de matar a los mayores para crecer sino
de aceptar cuales son las vías de acceso al saber, en tanto acceder al deseo
de saber.
Podemos decir que en la neurosis, en la perversión y en la psicosis se tra-
ta de accidentes en el acceso a lo real y en su constitución como real imposible.
Podemos decir que el establecimiento del fantasma del neurótico es una

56 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

operación equivalente a la construcción del mito en la teoría. Y lejos de ha-


blar de una proliferación de mitos, al estilo de Jung, Freud propone aquellos
fundantes del inconsciente: horda primitiva, Edipo, Narciso. Nuestro mito, dice
Freud en Totem y tabú, se esfuerza en dar una articulación simbólica más
que una imagen.
El fantasma es construido en el análisis, en tanto la construcción tiene
la función de establecer un texto allí donde hay algo imposible de ser dicho.
La construcción no viene a dar respuesta o significación al deseo. Se cons-
truye en torno a lo faltante. Freud nos dice: «No pretendemos que una cons-
trucción individual sea más que una conjetura que espera examen, confirma-
ción o rechazo». La verdad toca lo real y las palabras faltan para decir toda
la verdad, por eso que la construcción posibilita que un fragmento de ver-
dad histórica se diga.

Akoglaniz 57
WS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

LA LIBIDO Y EL FANTASMA

La libido no se reparte ni se acumula, debe concebirse como un órgano,


como un órgano en el sentido de formar parte del organismo y como un
órgano-instrumento, un órgano de relación.
El sujeto por estar dividido por efectos del lenguaje, está en la incerti-
dumbre, pues sólo se realiza en el lugar del Otro, lugar de la palabra, donde
su deseo cada vez más dividido deja que él tenga que arreglárselas, que salir
airoso de toda situación, y sabe que el Otro también se las tiene que arreglar
respecto a las vías del deseo.
Freud pone de un lado las pulsiones y de otro lado el amor, y esto es por-
que la pulsión genital no está articulada como las demás pulsiones, en tanto
está sometida a la circulación del complejo de Edipo, tiene que conformarse
en el campo del Otro, es decir en el campo de la cultura.
Por eso que Freud nos dice que para concebir el amor hay que referirse
a otro tipo de estructura que el de la pulsión. La estructura de la pulsión
Freud la divide en tres niveles:
Nivel de lo real: lo que interesa y lo que es indiferente.
Nivel de lo económico: lo que da placer y lo que da displacer.
Nivel de lo biológico: la oposición actividad-pasividad u oposición amar-
ser amado.
En el primer tiempo, el estadio del Real-Ich, estadio de autoerotismo o
de criterio de surgimiento y repartición de los objetos, en el segundo tiempo,
el económico, consiste en que el segundo Ich, el segundo de un tiempo lógi-
co, es el Lust-Ich, donde se produce la diversidad de las pulsiones parciales,
donde su actividad proviene de sus propias pulsiones, por eso en el tercer ni-
vel introduce Freud, el de la actividad-pasividad.
Una concepción del amor cuyo carácter es quererse su bien, un altruismo
que se satisface preservando el bien de quien nos es necesario.
Para Freud el amor es una pasión sexual, sólo con la actividad-pasividad
entra en juego lo tocante a la relación sexual. Para Freud actividad-pasividad
sirve para metaforizar lo que en la diferencia sexual sigue siendo insondable.
Como talla oposición masculino-femenino no se alcanza nunca. Es el Otro
entre esos dos mundos opuestos que la sexualidad designa con lo masculino
y lo femenino, es el Otro el que introduce el ideal viril y el ideal femenino
y que se designa con el término mascarada, tanto para uno como para otro,
aunque en algún momento de la historia se le asignó solamente a la actitud
sexual femenina.
Mascarada que no es sólo lo que se pone en juego en el apareamiento,
sino que la mascarada en el dominio humano no se da en lo imaginario sino
en lo simbólico.
y aunque parezca paradójico la sexualidad se muestra por intermedio de
las pulsiones parciales, en ese movimiento circular del empuje que emana del
borde erógeno para retornar a él como a su blanco, después de haber con-

58 Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESfA

torneado el objeto a. Así es como el sujeto llega a alcanzar la dimensión del


Otro.
Podemos distinguir entre amarse a través del otro, donde el otro está in-
cluido en el campo narcisista y la circularidad de la pulsión, donde entre la
ida y la vuelta se produce una hiancia en el intervalo. Pues entre ver y ser
visto está la pulsión escópica. Entre mirar un objeto extraño a ser mirado
por una persona extraña surge el otro.
Entre el ir y el venir de la pulsión está el hacerse ver. La actividad de la
pulsión se concentra en ese hacerse.
Después de hacerse ver, uno quiere hacerse oír, y mientras el hacerse ver
retorna al sujeto, el hacerse oír va hacia el otro, pues los oídos son orificios
que no pueden cerrarse, es por eso que la razón de que hacerse oír va hacia
el otro, es estructural.
La otredad de la pulsión oral es hacerse engullir, de ahí los fantasmas de
devoración que dominan al niño en este estadio. Como la lactancia es la suc-
ción, la pulsión oral es el hacerse chupar, es el vampiro y lo que chupa es
el organismo de la madre. Por eso en toda reivindicación está subyacente que
lo que el sujeto pide es algo que está separado de él, pero que le pertenece
y con el cual puede completarse: es el organismo de la madre.
La pulsión al invaginarse a través de la zona erógena, tiene por misión
ir en busca de algo que, cada vez, responde en el Otro. Por eso a nivel de
la pulsión anal, hacerse cagar quiere decir que se está en relación con el gran
cagador, el gran molesto. Por eso en el obsesivo la caca es un regalo, pero
también es polución, purificación, catarsis, en cierto sentido para el obsesivo
es como si entregase su alma, de aquí nace la función de oblatividad.
Organo de la pulsión en el sentido de órgano-instrumento, como falso ór-
gano que se sitúa en relación al verdadero órgano, órgano inmortal que sub-
siste a todas las divisiones y su carrera no se detiene, órgano cuya caracterís-
tica es no existir y que no por ello deja de ser órgano, órgano que denomi-
namos como libido. Sus representantes, sus equivalentes son todas las for-
mas enumerables de objeto a, objeto a que lo es cuando se pierde, pues el
pecho es objeto a cuando representa lo que el individuo pierde al nacer, igual
que todos los demás objetos.
Si el sujeto está determinado por el lenguaje y la palabra, quiere decir
que el sujeto, in initio, empieza en el lugar del Otro, en tanto es el lugar donde
surge el primer significante. Un significante es significante porque está rela-
cionado con otros significantes, lo mismo que el sujeto es sujeto en la rela-
ción con el campo del Otro. Relación con el Otro que hace surgir la libido,
esa relación del sujeto viviente con lo que pierde por tener que pasar por el
ciclo sexual para reproducirse. Pulsión que presentifica la sexualidad en el in-
consciente y representa en su esencia a la muerte. Por eso decimos que el in-
consciente es algo que se abre y se cierra, porque su esencia consiste en mar-
car el tiempo en que por nacer con el significante, el sujeto nace dividido.

Akoglaniz 59
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

El sujeto es ese surgimiento que justo antes de nacer, no era nada, y que ape-
nas aparece queda fijado como significante.
Es por esta cuestión que la relación sexual no existe, pues está expuesta
a los azares del campo del Otro, expuesta a las explicaciones que se le dan,
expuesta a las teorías sexuales infantiles, como mitos, como estructuras de
ficción, siempre en relación con la verdad.
La libido es la que enlaza con el inconsciente a la pulsión oral, anal, escó-
pica, invocante. A nivel pulsional todo es actividad del sujeto, el sujeto suda
la gota gorda, hacerse chupar, hacerse cagar, hacerse ver, hacerse oír, mientras
que a nivel del amor, campo narcisista, hay reciprocidad entre amar y ser ama-
do. Es lo mismo amar que ser amado, todo es amor, incluso Freud habla de
relación anaclítica o masculina donde todo se hace para ser amado y de rela-
ción narcisista o femenina donde todo consiste en permitirse amar-se.
El niño depende del amor del Otro, de la presencia esencial del Otro ex-
terior, de ese gran Otro primordial, lugar donde se constituye; y por otro la-
do y como consecuencia de lo anterior, de la constitución imaginaria y alie-
nante de su yo, constitución que le convierte en el primer objeto privilegia-
do, objeto sobre el cual recae el amor, amor por la imagen de sí mismo, en
tanto no es ningún objeto sino una imagen de sí mismo, que produce lo que
conocemos como narcisismo.
En «Introducción al narcisismo», Freud nos dice que en toda relación amo-
rosa uno se dirige al otro porque a través del otro uno se dirige a sí mismo,
que la relación de amor está fundada en un movimiento de idealización del
objeto, movimiento por el cual el sujeto ama en primer lugar lo que uno es,
en segundo lugar lo que uno ha sido, en tercer lugar lo que uno quisiera ser
y en cuarto lugar la persona que ha sido parte de su yo.
Freud plantea en el amor una equivalencia absoluta entre el objeto de amor
y el Ideal del Yo, por eso en las elecciones amorosas del tipo neurótico siem-
pre se llevan a cabo en una sobreestimación y una idealización máxima del
objeto, indicando con ello que el narcisismo determina ineludiblemente la re-
lación de objeto.
Freud distingue entre este tipo de elección amorosa y la elección anaclíti-
ca o conforme a la imagen de la mujer nutriz y el padre protector.
El individuo, nos dice Freud, tiene dos objetos sexuales primitivos; él mis-
mo y la mujer nutriz, es decir dos tipos de elección amorosa: un amor al
otro semejante, como otro imaginario, amor a lo mismo y un amor al Otro
en su condición de gran Otro primordial, en su dimensión simbólica, el gran
Otro como alteridad radical, que es siempre nuestra primera pareja.
La Ley actúa sobre la Cosa, que al mismo tiempo que pone distancia con
la Cosa, funda la palabra y permite al sujeto el ingreso al mundo del len-
guaje. Esto opera antes del Edipo, das Ding estaba ahí en el comienzo, pero
sólo funciona con la Ley.
El niño por su prematuración necesita del Otro omnipotente que se en-
carna habitualmente en la madre, quien calma sus necesidades, satisfacción

60 Akoglaniz
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AMELIA DIEZ CUESTA

que queda inscripta como una experiencia mítica de satisfacción absoluta, ex-
periencia de satisfacción, dirá Freud, que se transformará para el sujeto en
el modelo de aquello que tratará de alcanzar en el futuro. Surge la imposibi-
lidad de reencontrar ese objeto mítico originario. No pudiendo encontrar
este das Ding el sujeto trata de repetir la experiencia dirigiéndose a otros ob-
jetos, las cosas, no la Cosa. Esta primera huella, este primer trazo de la sa-
tisfacción inolvidable, pierde su calidad de objeto y lo que queda de ella es
la inscripción. Este Otro inolvidable, este Otro que en ese momento es com-
pleto y omnipotente permite el surgimiento del objeto del deseo como dife-
rente al objeto de la necesidad. .
Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, nos dice que la identi-
ficación primaria es la manifestación más temprana de un enlace afectivo a
otra persona, identificación que no es del orden del tener sino del ser, pues
el sujeto quiere ser como el padre y se lleva a cabo a través de un único ras-
go, donde lo que está en juego es el sujeto no el objeto, por eso esta identi-
ficación es posible antes de toda elección de objeto. Este padre, nos dice Freud,
como es previo al reconocimiento de la diferencia sexual, equivale a los dos
padres, pues sólo en la identificación secundaria, después de la elección de
objeto que recae sobre el padre y la madre, se resignifica. Esta identificación
por un único rasgo prepara el camino de la elección de objeto.
El campo del Otro se constituye como soporte del sujeto y lo que llama-
mos identificación primaria es intrínsecamente simbólica, pues está estructu-
rada de una manera original por la presencia del significante, pues este úni-
co rasgo, que Lacan denomina rasgo unario, es en definitiva un significante,
identificación que forma el Ideal del Yo. El sujeto se identifica con un Otro,
que es el Otro en tanto hablante, formación simbólica más allá del espejo,
polo de identificación en tanto no es objeto de necesidad, ni de deseo, y que
como nos dice Freud es del orden del amor. Esta necesidad de ser amado
ya no abandonará jamás al ser humano.
En «El malestar en la cultura» Freud nos dice que al no haber una facultad
original que dé cuenta del bien y del mal de sus actos, el ser humano requie-
re de la participación de un elemento exterior que ejerciendo sobre él una
gran influencia lo ayude a tal determinación. Freud se formula la pregunta
de por qué el sujeto se subordina a esta influencia extraña y la respuesta es
por su desamparo y su dependencia de los demás, por su miedo a la pérdida
de amor. Textualmente nos dice: «Cuando el hombre pierde el amor del pró-
jimo de quien depende, pierde con ello su protección frente a muchos peli-
gros y ante todo se expone al riesgo de que este prójimo más poderoso que
él, le demuestre su superioridad en forma de castigo».
Podemos distinguir entonces el amor como pasión imaginaria y el amor
como don activo, amor que apunta a la particularidad, más allá del cautive-
rio imaginario, y que se constituye en el plano simbólico, que no apunta al
otro imaginario, al sí mismo, sino al Otro, ese amor que trata de conseguir
del Otro una respuesta, respecto a qué objeto soy para el Otro, amor del or-

Akoglaniz 61
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

den del dar lo que no se tiene a quien no es, amor no para reinventar el amor
sino como posibilidad de creación, como posibilidad de invención. Amar para
seguir siendo amado, no amar para seguir amándome.
Freud plantea que en la posición masculina se está inmerso en la relación
anaclítica, en la relación con el Otro, en la necesidad de ser amado, mientras
que en la posición femenina, que también es la posición perversa, se está in-
merso en el narcisismo, en la relación con el otro imaginario, en la necesidad
de amar, amarse, es decir amar para amarse a sí mismo. Y decimos posición
masculina y posición femenina porque pueden ser posición propias tanto de
hombres como de mujeres, en tanto son posiciones del sujeto.
Freud nos habla de organización pregenital de la libido y Lacan va a ma-
tizar esta cuestión marcando que en cuanto a la constitución del deseo al re-
gistro oral, anal, fálico, escópico e invocante le corresponden determinados
objetos que serían el seno, el excremento, el falo, en tanto no está, en tanto
ha operado la castración, tiene un status diferente a los demás, como (– ϕ),
la mirada y la voz. Cada uno de estos objetos en su nivel funcionaría como
causa del deseo, como causa de la desaparición del sujeto, como causa de
la división del sujeto, pero Lacan señala que mientras la voz correspondería
al registro del sadismo y el masoquismo, es decir sería soporte del deseo del
Otro, el objeto anal que corresponde al erotismo anal, estaría determinado
por la prevalencia de la demanda del Otro. Hay un antes y un después de
la castración.
El sujeto para constituirse en el significante necesita situarse en el lugar
del Otro, por eso en el Otro el sujeto puede constituir sus ideales, puede iden-
tificarse a significantes, puede hacerse Otro, puede encontrar allí su Ideal del
Yo. También el sujeto puede identificarse con imágenes, es decir con el otro
con minúscula, puede encontrar en el otro sus imágenes ideales, su Yo Ideal.
Pero siempre va a haber una parte real del sujeto, el objeto a, esa parte que
no puede incluirse como significante, ni como imagen, fuera del espejo y fuera
del significante. Objeto a que como causa del deseo nos va a dar a cada su-
jeto la singularidad, algo que es privado en última instancia, algo que es ina-
lienable, algo que por razones de estructura es imposible que sea del otro,
o del Otro.
En la cuestión de la neurosis obsesiva el excremento entonces entra en la
intersubjetividad por la demanda del Otro, cuyo lugar es ocupado en princi-
pio por la madre, con lo cual entra en esa dialéctica entre madre e hijo en
la que la madre le pide que haga caca en tal momento, que no lo haga en
tal otro, que va acompañado de un ceremonial donde el aroma y la limpie-
za, donde la aprobación o la desaprobación hace que el objeto excremento
se coordine con la demanda del Otro, con la demanda de la madre, y es el
excremento en tanto es perdido, en tanto objeto que es solicitado por el Otro.
La satisfacción de una necesidad, la necesidad de defecar, deja de ser necesi-
dad para entrar en la dialéctica de otra satisfacción, la satisfacción de la de-
manda del Otro. Hay algo más importante que la satisfacción de la necesi-

62 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

dad: la demanda del Otro. La necesidad en el humano está trastornada por


la demanda del Otro y es el deseo lo que aparece como resistencia a la de-
manda del Otro.
La necesidad por un lado queda articulada con la satisfacción de la de-
manda y por otro con el deseo, por eso Lacan nos dice: «el deseo es aquella
parte de la necesidad que no se articula en la demanda». Lo que no se arti-
cula en la demanda surge como deseo, y surge una necesidad transformada
porque el deseo de retener no tiene nada que ver con la necesidad originaria
de defecar.
La caca exigida por la demanda del Otro, comienza por ser objeto mara-
villoso y cobra un valor máximo como objeto, pues además, como nos dice
Freud, es el primer objeto de producción propia del sujeto, una parte del cuer-
po propio que el sujeto cede al Otro. Esta relación del sujeto al objeto anal
es la matriz de todas las relaciones futuras del sujeto a los objetos valiosos,
incluso a él mismo, en tanto el sujeto llega a situarse como objeto valioso.
Pero también está la otra cara de la cuestión, pues no tiene que deleitarse
en exceso con esto, no tiene que tocarlo, no tiene que ensuciarse, tiene que
limpiarse, es decir un objeto relevante, digno de admiración pero también es
un objeto repugnante, un objeto que hay que excluir, es por un lado objeto
maravilloso y por otro lado objeto perdido, por eso que en la medida que
el sujeto es este objeto anal, es o no es, vale o no vale, puede ser requerido
o desechado por el Otro.
Si recordamos que el obsesivo vive bajo la teoría del parto anal, bajo la
idea de que los niños se desarrollan en el intestino y son paridos por el ano,
este objeto puede valer por el hijo, y también por todas las demás equivalen-
cias simbólicas: pene, dinero, regalo.
Podemos decir que el objeto oral y el objeto anal entran en la fórmula
del fantasma de la Demanda del Otro, es decir <> D), pero mientras en el
objeto oral la demanda que prevalece es la demanda del sujeto dirigida al
Otro, en tanto es el Otro el que interpreta que es una demanda del sujeto
dirigida al Otro, en el registro anal aparece la inversión de la demanda, en
tanto es el Otro el que demanda, podemos decir que para el paso del regis-
tro oral al registro anal es necesaria la inversión de la demanda. El objeto
anal, el excremento, puede funcionar como sustituto, como metáfora del falo
ausente, del falo que no hay, en la estructura del obsesivo, y es por eso que
en el análisis en los obsesivos el analista se ve llevado a aprobar el deseo del
sujeto, algo que en realidad refuerza su neurosis obsesiva pues el sujeto de-
sea a partir de este momento, podríamos decir, desea a pedido, sólo después
de que su deseo haya sido aprobado y autorizado. Es por eso que Lacan nos
dice que hay un más allá de la relación con el objeto anal, en tanto una cosa
es analizar en el sentido freudiano y otro analizar en el sentido de la psico~
logía del Yo, donde el obsesivo acaba teniendo un yo más fuerte, es decir se
volvería más anal.
Es por eso que es necesario pensar otros registros en la organización

Akoglaniz 63
WS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

pregenital de la libido, en la constitución del deseo. El objeto escópico e


invocante entrarían en la fórmula del fantasma del deseo del Otro, es de-
cir (S<>a).
El neurótico necesita encontrar un punto donde fijar su deseo, e inter-
pretar el deseo del Otro, pero así como la histérica lo hace a partir de los
signos que encuentra del deseo del Otro, el obsesivo no quiere saber nada
con los signos del deseo del Otro, incluso los evita, pues él no necesita de
la intermediación del Otro para subsistir como deseante, él sostiene su deseo
en un fantasma sólidamente constituido.
A <> falo imaginario.
El objeto a en función de cierta equivalencia erótica. Erotización de su
mundo, especialmente el mundo intelectual. El falo imaginario como unidad
de medida, por ejemplo en el Hombre de las ratas la medida era la rata.
y sabemos que el objeto a tiene que ser un objeto sin imagen especular,
no especularizable, nos dice Lacan, pues es diferente el objeto a que la ima-
gen especular y el yo del sujeto, es diferente el objeto a, que i(a) e i'(a), en
tanto el objeto a pertenece al registro de lo real.
Así decimos que nuestro campo escópico está en orden en la medida que
nuestra propia mirada está de allí excluida, extraída. Cuando nuestra propia
mirada, que es el objeto a causa del deseo en este registro, no está extraída
del mundo visible, éste se desorganiza, pasamos a ese estado en que otro
nos mira con nuestros propios ojos, recordemos lo siniestro.
El obsesivo es ese sujeto que le resulta imposible pensar que el otro bus-
ca de él un sujeto deseante, un sujeto viviente, cree que el otro ama de él
esa imagen de «yo mismo», por eso vive en un mundo de imágenes, y donde
él se encuentra representado por cada una de las imágenes, en todos los ideales
que encuentra, incluso puede encontrarse representado por talo cual compa-
ñero más exitoso que él mismo, puede amar exclusivamente una imagen del
otro. El está en todos los lugares interesantes del mundo, pero en ninguno
juega auténticamen,te su deseo. El ha desaparecido no se juega en su deseo,
de aquí la modalidad imposible del deseo. Es por eso que mediante la con-
templación el obsesivo calma su angustia, porque es en el registro escópico
que el otro no es un deseante, es una imagen y para el obsesivo el otro del
registro escópico es su semejante, donde nada de él es enigmático.
Así como en la histeria son los síntomas los que le permiten solucionar
su angustia, en el obsesivo no es por el nivel sintomático, no es por la duda,
ni por la representación obsesiva, sino en el registro del narcisismo, lo cual
le permite sólo instantes de tranquilidad pues el deseo irremediablemente va
a romper el espejismo, pues sabemos que el obsesivo es altamente deseante,
aunque como deseo retenido, como defensa contra otro deseo, como defensa
ante la posibilidad de la emergencia del deseo sexual.
Decimos que el obsesivo no llega al acto, duda, y en lugar de ser un acto
preparatorio lo sustituye.

64 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

No hay relación sexual pero hay deseo sexual y el obsesivo permanente-


mente intenta reprimirlo, intenta borrar todas las huellas que puedan quedar
de eso. Es como Lady Macbeth lavándose las manos, queriendo borrar la man-
cha de sangre que imagina que le ha quedado después del asesinato del rey
Duncan.
Lavarse las manos como la pantomima del intento permanente del obse-
sivo de borrar su relación con la experiencia del goce, su relación con la ex-
periencia donde se constituyó su deseo. Intentar borrar sus huellas también
tiene relación con el erotismo anal, y por mucho que se lave siempre queda
un poco de olor.
Para cubrir el deseo del Otro el obsesivo tiene una vía, nos dice Lacan,
que es el recurso a la demanda del Otro, por eso queda condenado a no al-
canzar nunca su objetivo, y siempre le es necesario que le autoricen, que el
Otro le demande eso, que se lo pida. Es por eso que las interpretaciones me-
tafóricas pueden ser entendidas por el obsesivo como pedidos y hacer un uso
de obediencia de esas interpretaciones del analista.
El obsesivo es ese personaje que necesita autorización, por eso pregunta
¿te parece que está bien? ¿lo hago o no lo hago? Incluso si se siente autori-
zado puede cometer un acto perverso pero más que un acto perverso se trata
de obediencia debida.
Es por esto que cuando lo que el analista dice puede ser entendido por
el paciente, cuando puede creer saber lo que el Otro quiere es cuando el ana-
lista puede ser reducible a una demanda del Otro y donde no hay margen
para el deseo del Otro. El efecto de ese decir entra en la dialéctica de la su-
gestión. Por esto que si queda un margen de incomprensión, un margen que
deje al sujeto en una interpretación angustiante; ¿qué me quiso decir?, ¿qué
quiere de mí?, ¿qué me quiere?, entonces sí puede aparecer algo del orden
de lo que tiene que ver con el deseo del Otro, cuyo soporte es la voz, aunque
no la voz del Otro. Pues la voz es objeto a, es decir exterior al Otro.
La interpretación del analista opera sobre el cuerpo y es sensible al decir
porque entra por algún lado, por los orificios del cuerpo, y el oído es el ori-
ficio que no puede cerrarse. Voz que no es un hecho laríngeo, sino un estre-
mecimiento del cuerpo, voz como objeto silencioso y estremecedor, voz que
es áfona, que no se escucha, aunque esté articulada con la materialidad fó-
nica del significante.
Recordemos la voz del superyó que es angustiante para el sujeto, pero no
para el obsesivo que traduce el mandamiento loco en demanda inteligible y
luego la cumple, en el Hombre de las Ratas encontramos numerosos ejem-
plos de esto.
Este Otro interior que comanda al obsesivo pero sólo existe en su fantas-
ma, pues el único soporte real que hay para el deseo, el deseo que viene del
Otro, es el a, en este nivel la voz. Pero la voz que busca hacerse oír en el
decir, no en el pensar, en el decir que invoca el Otro real, no el Otro fantas-
mático.
(S<>a), no (A<> ϕ)

Akoglaniz 65
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

EL LABERINTO Y EL COMPLEJO DE EDIPO

En las obras policíacas siempre nos muestran que la solución del miste-
rio es inferior al misterio.
En la leyenda los laberintos siempre son lugares donde acecha la muerte,
recuerdan a las telarañas donde siempre está surgerido el crímen.
De cómo el obsesivo invierte en la construcción del laberinto todo su tiem-
po, incluso el tiempo que tendría que dedicar a su trabajo, a sus estudios,
a sus amores, y todo por un crímen que ya ha sido cometido (como deseo
no realizado), y todo porque necesita una coartada.
Todos sus movimientos son por temor a su propio odio, no lo mueve la
codicia. Aunque pareciera que el dinero es esencial para él, no es porque va-
le como dinero, sino porque el dinero entra en una nueva circulación, inclu-
so tiene equivalentes, así el caso ejemplar que es el Hombre de las Ratas, ca-
da vez que pagaba a Freud pensaba: tantos florines, tantas ratas. Su dinero
no es como el de otros, puede llegar a pensar que su dinero daña a quien
lo recibe, incluso que el psicoanalista quiere precisamente «su dinero». Algu-
nos pacientes obsesivos firman todo billete que pase por sus manos, otros
llegan a lavar y planchar los billetes, padeciendo conscientemente un temor
al contagio y, sin embargo, hay una falta de temor en sus quehaceres sexua-
les, su propia masturbación, o bien, una indiferencia en aprovechar situacio-
nes de gratificación sexual un tanto inmorales. Esto es debido a que el meca-
nismo de desplazamiento es propio de sus operaciones mentales.
Freud nos habla de un caso de un sujeto muy escrupuloso con las cues-
tiones del dinero, necesitado siempre de billetes a estrenar, y sin embargo, sin
culpa alguna para ser el encargado de la iniciación sexual de todas las jóve-
nes hijas de sus amigos.
Es habitual, en el obsesivo, permitirse cualquier mal pensamiento sobre
el prójimo, el próximo, el vecino, para inmediatamente pasar al cálculo men-
tal de contar las esquinas de un rincón de la habitación donde se encuentra,
o bien, calcular sin descanso el número de baldosas recorridas cada minuto,
o buscando su nombre entre los nombres de los muertos que ese día publica
el diario, o acusándose de ser el asesino de cada uno de los casos que ese
día son noticia, o de ser la causa de la muerte de todos los muertos que des-
cansan en el cementerio más próximo a su lugar de trabajo.
Los temas de la muerte y del padre son cuestiones que ponen en jaque
al obsesivo.
Así como la histérica y el histérico se preguntan ¿qué es ser una mujer?,
el obsesivo se pregunta ¿por qué está ahí? ¿De dónde sale? ¿Qué hace ahí?
¿Por qué va a desaparecer?
Preguntas que el significante es incapaz de darle respuesta, por la senci-
lla razón de que las preguntas lo ponen precisamente más allá de la muerte.
El significante lo considera muerto de antemano, es decir lo inmortaliza por
esencia.

66 Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESTA

La pregunta de los neuróticos sobre el padre nunca se refiere al padre real,


sino al padre simbólico o bien al padre imaginario, preguntas que son consi-
deradas preguntas significantes, en tanto el significante cuanto menos signi-
fique, mejor. En cambio en la psicosis es sobre la función real del padre en
la generación.
Las fórmulas de Einstein son puro significante, no tienen la menor signi-
ficación, y es por eso, gracia a él, que tenemos el mundo en la palma de la
mano.
Los números llamados naturales y no por eso menos artificiales, introdu-
cen al hombre en un mundo nuevo. Podemos decir que el número cinco es
una conquista, y que es un significante, en tanto todo verdadero significante
es, en tanto tal, un significante que no significa nada.
Mientras más no signifique nada, más indestructible es el significante.

Akoglaniz 67
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

EL COMPLEJO DE EDIPO

Es el complejo que pone en funcionamiento el significante en el organismo.


Hay una disimetría fundamental del Edipo en ambos sexos. Esta disime-
tría no se debe a la relación de amor con la madre, ni tan siquiera es debido
a que para la niña en principio los dos sexos sean idénticos. Freud mismo
escribe varios artículos intentando esclarecer el tema: Consideraciones acerca
de la diferencia anatómica entre los sexos. El declinar del complejo de Edi-
po. La sexualidad femenina. Para decirnos que la razón de esta disimetría está
a nivel simbólico, se debe al significante.
No hay simbolización del sexo de la mujer en cuanto tal, no tiene el mis-
mo modo de acceso que la simbolización del sexo del hombre, en tanto lo
imaginario sólo proporciona una ausencia donde en el sexo masculino hay
un símbolo muy prevalente.
Es esta prevalencia fálica la que fuerza a la mujer a tomar el rodeo de
la identificación al padre y seguir durante un tiempo los mismos caminos que
el varón.
Es porque el falo es el elemento simbólico central del Edipo el que hace
que el acceso de la mujer al complejo de Edipo sea mediante una identifica-
ción imaginaria al padre. Sin olvidar que es en función del padre, el padre
como portador del falo, para que el falo no sea un meteoro, porque el falo
es un símbolo que no tiene correspondencia ni equivalente.
Esta disimetría significante determina las vías por donde pasará el com-
plejo de Edipo, y en ambos sexos estas vías llevan por el mismo sendero, el
sendero de la castración. Castración del falo imaginario, es decir asesinato
de la cosa por la palabra, funcionamiento del significante en tanto no signi-
fica nada, en tanto puro significante, es decir sin significación previa sino co-
mo generador de la significación, generando la cosa misma. Por eso decimos
que porque el hombre tiene palabras conoce cosas y el número de cosas que
conoce corresponde al número de cosas que puede nombrar.
Volverse mujer es algo muy distinto que preguntarse qué es una mujer,
incluso se pregunta porque no se llega a serlo, y hasta cierto punto pregun-
tarse es lo contrario de llegar a serlo. Esta es la pregunta de la histérica, mien-
tras que en el histérico se trata también de la pregunta por la posición feme-
nina, pero es en torno al fantasma del embarazo que se hace la pregunta.
¿Podré engendrar? Es una pregunta sobre la procreación, y esto porque tan-
to la paternidad como la maternidad no son cuestiones que se sitúen a nivel
de la experiencia, sino a nivel significante, en tanto todo está hecho para afir-
mar que la criatura no engendra a la criatura, que la criatura es impensable
sin una creación. Como nada explica que unos seres mueran para que otros
nazcan. Hay algo radicalmente inasimilable al significante.
Por esto decimos que el modo obsesivo de la pregunta va siempre más allá
del padre real, va más allá de la muerte real, por eso su pregunta es ya coar-

68 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

tada, en tanto lo inmortaliza por esencia, y hace del padre muerto un padre
absoluto, pues constituye un padre mediante el deseo de muerte del padre.
Genio y figura hasta la sepultura o criminal sin mesura, inteligente o ne-
cio, son los dilemas que atraviesan cada paso, cada avance o retroceso, del
obsesivo.
Soy o no soy, quiero o no quiero, me quiere o no me quiere, no soy hom-
bre ni mujer, ni sueño ni realidad, son cuestiones que mantienen al obsesivo
dentro de su armadura de hierro, donde se detiene y se encierra, para impe-
dirse acceder a un horror que él mismo desconoce. Petrificado, matando con
su indiferencia cualquier sentimiento que acontece en el otro, ese otro imagi-
nario que forma parte de sí mismo.

Akoglaniz 69
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

POSICION DEL PSICOANALISTA Y EL OBSESIVO

Toda intervención del psicoanalista es tomada por el paciente en función


de su estructura y toma en él una función estructurante en razón de su for-
ma, así podemos hablar de intervenciones psicoterapéuticas no analíticas que
pueden calificarse de sistemas obsesivos de sugestión, de sugestiones histéri-
cas de orden fóbico, y de apoyos persecutorios. Las palabras cautivan al su-
jeto, pueden embarazar a la histérica, pueden hacer que un sujeto se identi-
fique al pene materno, puede representar el flujo de orina de la ambición ure-
tral o el excremento retenido del goce avaricioso. Incluso las palabras pueden
sufrir lesiones simbólicas, como en El Hombre de los lobos, la palabra Wes-
pe, queda castrada de la W para que S.P. representen las iniciales del sujeto.
La palabra puede convertirse en objeto imaginario o real para que el len-
guaje pierda como tal su función, pero esto lo podemos considerar como re-
sistencias, pues de lo que se trata en psicoanálisis es de la realización por el
sujeto de su historia en relación con su futuro. Por eso que se trata de una
vuelta a Freud cuando se trata de alcanzar la verdad del sujeto. Habrá que
dejar de hablar de discurso en función fálico-uretral, o erótico-anal, o inclu-
so sádico-oral para volver a Freud, ese Freud que es capaz de tomarse liber-
tades con la exactitud de los hechos cuando se trata de alcanzar la verdad
del sujeto, así cuando habla de la escena primaria en el Hombre de los lobos
o bien cuando se percata de la importancia que desempeña en el Hombre de
las Ratas la propuesta de matrimonio presentada al sujeto por su madre en
el origen de la fase actual de su neurosis. Freud no vacila en interpretar para
el sujeto su efecto como de una prohibición impuesta por el padre difunto
contra su relación con la dama de sus pensamientos. Esto no sólo es mate-
rialmente inexacto, en tanto esta acción castradora del padre, sobre la que
Freud insiste de forma sistemática, no tiene sino un papel de segundo plano,
pero como interpretación es tan precisa, que desencadena el levantamiento
decisivo de los símbolos mortíferos que ligan narcisísticamente al sujeto a la
vez con el padre muerto y con la dama idealizada, pues sus dos imágenes
se sostienen en una equivalencia característica del obsesivo.
Y es en la deuda forzada cuya presión es actuada por el paciente hasta
el delirio, demasiado perfecto en la expresión de sus términos imaginarios,
como para que el sujeto intente realizarla, es en esa restitución vana que Freud
se percata de la cuestión, es en el modo en que hace que el sujeto recupere
la historia del matrimonio de su padre por conveniencia pues en boca de su
madre está que antes de casarse con su madre había otra mujer, «pobre, pe-
ro bonita», y la historia del honor de su padre salvado por un amigo saluda-
ble y a quien nunca pudo pagar la deuda engendrada.
Cuando el sujeto que Freud llama El Hombre de las Ratas llega a la con-
sulta está sumido en un laberinto de idas y vueltas y del cual no puede salir.
Llega a pensar incluso en visitar a Freud para solicitarle un certificado don-
de conste que su tratamiento requiere que el teniente A acepte el pago de 3,80
coronas.
70 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

El teniente A nada sabe de este sujeto, el Hombre de las Ratas, es un sig-


nificante que aparece en boca del capitán llamado capitán cruel, porque le
gusta contar torturas ejemplares, entre ellas la tortura de las ratas, tortura
donde al torturado se le introducen ratas por el ano. Teniente A, al que el
capitán cruel atribuye haber pagado el coste del contrareembolso de las len-
tes que su oculista le envía desde Viena, pues «casualmente» las había roto
el día que escuchó el relato de la tortura de las ratas. Cuando el capitán cruel
le dice que habrá de pagar al Teniente A y después le dicen que al Teniente
B, el Hombre de las Ratas, ya sabe que no es ni al Teniente A, ni al Teniente
B, sino a la señora de correos a quien tiene que pagar la deuda, no obstante
borra ese saber, lo aisla como conocimiento, algo característico de los obse-
sivos, borrar y aislar, porque le sirven de paredes para su laberinto. Es lo real
y no la realidad, como en la interpretación psicoanalítica, lo que hace que
el sujeto se posicione dentro o fuera del laberinto protector.
Nos podemos preguntar de qué le protege y la respuesta está en la histo-
ria que Freud devela en el análisis, la doble deuda impagada del padre que
tiene que mantener como impagada, para ello qué mejor que introducirse en
un laberinto que no le permita llegar a la salida.
Tiempo después de haber comenzado su análisis con Freud, en momen-
tos de resistencia, cuando la transferencia le lleva a proclamarse deudor, to-
davía prefiere volver al laberinto, sentirse Teseo, atarse al hilo de Ariadna.
Se dice de la histeria que busca amo para dominarlo, para hacerlo desear
y del obsesivo que ha encontrado amo y espera su muerte, por eso mientras
tanto espera fundamentalmente recibir demandas, ponerse en posición de sa-
tisfacer las demandas.
Como Penélope el obsesivo teje y desteje mientras espera la muerte del
amo, pues el regreso de Ulises es incierto, está muerto, es el amo absoluto.
La posición de espera en el obsesivo es fundamental. El obsesivo vive es-
perando la muerte del amo para empezar a vivir, para empezar a tener de-
seos, por eso que es una coartada para no jugarse en sus deseos, por eso que
sus hazañas siempre son en lugares, en cosas que si investigamos no le inte-
resan realmente, por eso siempre está en otro lugar que donde se juega su
deseo. El obsesivo se protege en esta situación para librarse de su obligación
de vivir, por eso se habla del desfallecimiento del deseo del obsesivo.
La histérica promueve la castración a nivel del nombre del padre simbóli-
co, en el lugar del cual ella se plantea como queriendo ser, en último térmi-
no, su goce.
Y es porque este goce no puede ser alcanzado que ella rehúsa todo otro
que ella pudiera tener, en tanto entra en juego ese carácter de disminución,
de no tener. La histérica después de poner en cuestión el a, es igual a ese
a, la irreductible hiancia de una castración realizada.
Para el obsesivo el Otro es completo, mientras que para la histérica está
agujereado desde el principio.

Akoglaniz 71
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

AUTOEROTISMO, NARCISISMO Y HOMOSEXUALIDAD

En la constitución del sujeto se toma al propio cuerpo como objeto amo-


roso antes de pasar a la elección de una tercera persona como tal. Esta fase
de transición entre el autoerotismo y la elección de objeto es indispensable,
fase donde queda constituido el narcisismo y que para algunos sujetos se con-
vierte en destino. Esto quiere decir que la elección de objeto más que quedar
marcada por el carácter narcisista del sujeto, queda marcada por la caracte-
rística sexual de su propia imagen, con lo cual la elección de objeto pasa por
una elección homosexual, es decir por un objeto provisto de genitales idénti-
cos a los suyos, antes de alcanzar la elección heterosexual.
Todo esto, nos dice Freud, está determinado porque el sujeto no puede
desprenderse de aquella teoría sexual infantil según la cual los dos sexos po-
seen idénticos genitales.
En psicoanálisis se habla de una identificación antes de toda relación de
objeto, pues no hay una relación establecida del objeto al sujeto. Por esto
también cuando decimos experiencia psicoanalítica no hablamos de experiencia
en sentido de algo que sería vivido sino de una construcción que incluye las
paradojas, pues no se trataría ni tan siquiera de la organización de las fanta-
sías pues se partiría de la idea de una relación sujeto objeto previamente es-
tablecida.
Freud nos habla de un objeto que se constituye en dos tiempos del desa-
rrollo infantil, que hace que el rehallazgo del objeto, como lo nombra en 1905,
en Tres ensayos para una teoría sexual, sea siempre marcado por el hecho
de que hay un período de latencia, de la memoria que atraviesa este período,
un olvido definitivo, que hace que el objeto primero, este de la Cosa mater-
na, sea rememorado de una manera que no ha podido cambiar, que hace que
el objeto sea siempre un objeto reencontrado, objeto siempre marcado por
el estilo primero de este objeto que introduce la división esencial, constitu-
yente del sujeto, en este objeto reencontrado y en el hecho mismo de su re-
hallazgo.
Es en torno al hecho mismo de la discordancia entre el objeto buscado
y el objeto reencontrado que se introduce la primera dialéctica de la teoría
de la sexualidad en Freud.
Introduce la noción de libido en este funcionamiento que permite pensar
una memoria a espaldas del sujeto, en tanto introduce un objeto que viene
a perturbar toda relación de objeto.
Esto introduce lo imaginario en esta articulación de la etapa genital, que
no pre-edípica, que es de entrada esencialmente una dialéctica de lo simbóli-
co y lo real.
Desde el principio, en la historia de la constitución del sujeto, está en juego
lo real, lo simbólico y lo imaginario. Aunque en la historia del psicoanálisis,
es decir, como escrito, esta introducción de lo imaginario no se produce has-

72 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

ta 1914 con Introducción al Narcisismo y con La Organización genital infan-


til, donde Freud introduce la fase fálica.
Para Freud es una razón ética la que se introduce en la época pregenital,
época que no se articula sino en la experiencia edípica, época de relaciones
vivientes y vividas que sólo se aprehende por apres-coup y como pasado. Es
así como se organiza la organización imaginaria.
Cuando en psicoanálisis decimos organizar la organización imaginaria no
quiere decir que hay que dirigir al paciente sino que como nos dice Lacan se
trata de que los sujetos repasen su lección en la gramática del psicoanálisis.
Es por esto que no podemos imputar a Freud una tendencia al adoctrinamiento,
pues se trata de que los sujetos «repasen su lección» en su gramática.
Hablar de organización imaginaria nos lleva a pensar que se opone a to-
da idea de un desarrollo armónico, ya que desde el origen los objetos son
tomados por otra cosa que lo que son, es decir están ya trabajados.
Por eso en psicoanálisis es en torno a la falta de objeto que debemos or-
ganizar toda la experiencia, lo cual implica una noción de búsqueda, ya sea
bajo la operación de frustración, privación o castración.
La experiencia psicoanalítica se organiza a partir de la noción de castra-
ción, pues no se trata de la frustración de la palabra para atrapar la cosa,
ni de la privación de la palabra para nombrar la cosa, sino de la necesaria
castración imaginaria en la palabra de la cosa, a partir de la cual la palabra
funciona en su función significante.
En la castración hay una falta que se sitúa en la cadena simbólica, mien-
tras que en la frustración se produce como daño imaginario, y en la priva-
ción el sujeto sitúa la falta en lo real.
Imaginario, real y simbólico que tanto en la frustración como en la pri-
vación, como en la castración están en juego, pero decimos que es desde la
castración, desde RSI, donde se realiza simbólicamente lo imaginario, que se
organiza hasta la imaginaria frustración.
En principio imaginariamente todos tienen idénticos genitales, ya sean seres
animados o inanimados, la falta de objeto está en lo real, y es la: madre sim-
bólica, la atribución fálica a la madre, la que permite esta situación.
Cuando se simboliza la falta de objeto, en tanto hay seres que tienen falo
y otros que están privados de esa posibilidad, se produce un agujero en lo
real, y la falta de objeto que está en cuestión es un objeto simbólico, surge
la idea del padre imaginario que priva a la madre de su lugar como madre
fálica.
Pero es la castración materna la que sitúa al padre como portador del fa-
lo, es la caída del falo imaginario, la castración imaginaria en la palabra de
la cosa, la que permite el funcionamiento inconsciente de la cadena signifi-
cante.
Cada uno de estos estadíos en el desarrollo de la sexualidad humana in-
tegra una posibilidad de fijación, diríamos en términos freudiano s, en el ca-
mino que se extiende entre el autoerotismo, el narcisismo y la homosexuali-

Akoglaniz 73
WS LABERIN1VS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

dad, lugar donde se hallaría localizada su disposición a la enfermedad, ya


que son etapas por las que todo sujeto debe pasar en su desarrollo psicose-
xual.
Cuando el falo se considera un objeto real se produce en el sujeto un es-
tado de frustración imaginaria, donde algo que se puede tener él no tiene.
Cuando se considera un objeto simbólico se produce en el sujeto un estado
de privación en la realidad de algo que los demás tienen. Pero cuando se trata
de un objeto imaginario se próduce la castración simbólica de todos, donde
nadie puede tener algo que no es de nadie, y nadie puede dar a nadie lo que
es de nadie.
El obsesivo es alguien que fue colmado por una madre insatisfecha, pues
aunque no toda mujer insatisfecha produce un obsesivo podemos decir que
un obsesivo siempre es producto de una madre insatisfecha, por eso para él
la madre tiene, la madre es la que si existiera, en el caso de estar muerta,
podría darle a él lo que le falta, y en el caso de estar viva, si no tuviera que
estar con ese hombre que es su padre, o bien si está viuda y lejos de él para
que resulte inalcanzable, si estuviera a su lado. Condiciones que el obsesivo
siempre evita, siempre mantiene como imposibles, pues él siempre corre el ries-
go en otro lugar, no quiere arriesgarse a que mamá también sea castrada, al-
go que sabe y la evitación es el mecanismo utilizado para mantenerlo como
no sabido, algo que mientras evita le mantiene en estado de espera. Espera
que siempre es una coartada y que para el obsesivo se puede llegar a conver-
tir en destino. Entreteniéndose en sus laberintos para que la eternidad ace-
che, para que algo, aunque sea la espera se pueda convertir en eterna.

74 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

LA TRANSFERENCIA Y LA NEUROSIS OBSESIVA

La significación nunca remite sino a otra significación, por eso que la pre-
gunta, ¿a qué realidad pertenece?, no ha lugar.
En psicoanálisis el método para buscar la significación de una palabra con-
siste en catalogar la suma de sus empleos. Lacan nos dice que si queremos
buscar la significación de la palabra mano debemos hacer el catálogo de sus
empleos, y no sólo cuando representa el órgano de la mano, sino cuando fi-
gura en «mano de obra», «mano dura», «mano muerta», etc. No se trata,
entonces, de agotarnos en la búsqueda de referencias suplementarias.
Todo uso es siempre metafórico, y la metáfora no debe distinguirse del
símbolo mismo y de su uso. El surgimiento del símbolo crea, literalmente,
un orden de ser nuevo en las relaciones entre los hombres. Por eso cuando
estamos en el mundo del símbolo no podemos salir del mundo del símbolo.
Cuando estamos en el orden de la palabra todo adquiere sentido en fun-
ción de ese mismo orden. Es a partir del orden simbólico que los otros órde-
nes, imaginario y real, ocupan su puesto y se ordenan.
No podemos olvidar que para que una palabra sólo sea palabra es nece-
sario que alguien crea en ella. No es necesario que lo que ella dice sea verda-
dero, pues siempre se trata de una presentación, siempre un espejismo, un in-
tento de representar lo no representable, pero este primer espejismo nos ase-
gura que estamos en el dominio, en la dimensión de la palabra. Sin esta di-
mensión una comunicación no es más que algo casi igual a un movimiento
mecánico, pero a partir del momento que hay alguien para comprenderlo pue-
de haber lenguaje hasta en los animales.
La palabra se instituye en la estructura del mundo que es el del lenguaje.
La palabra no tiene nunca un único sentido, ni el vocablo un único empleo.
Toda palabra sostiene varias funciones, envuelve varios sentidos, a no ser que
lleguemos a decir que la palabra tiene una función creadora y que es ella la
que hace surgir la cosa misma. No su forma, ni su realidad, sino que hace
que la cosa esté allí. Se trata de una identidad en la diferencia, en el sentido
que Hegel plantea que el concepto es el tiempo de la cosa.
El elemento tiempo es una dimensión constitutiva del orden de la pala-
bra. Así en la relación transferencial se trata de la palabra del sujeto frente
al analista, es su relación existencial ante el objeto de su deseo. Situación que
no tiene nada que sea actual, emocional o real, pero que una vez alcanzada,
cambia el sentido de la palabra, en tanto el sujeto se da cuenta que su pala-
bra no es más que palabra vacía, pues carece de efecto. Pero también es cier-
to que en psicoanálisis somos remitidos al acto mismo de la palabra, y es
el valor de este acto actual el que hace que la palabra sea vacía o plena. En
análisis se trata de saber en qué punto de su presencia la palabra es plena.
Por eso la transferencia, la palabra Übertragung, en Freud no aparece en los
Escritos Técnicos, o a propósito de relaciones reales, imaginarias o simbóli-
cas con el sujeto, es decir, no es en el caso Dora, o en algún otro caso que

Akoglaniz 75
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

aparece, sino en el capítulo VII de «La Interpretación de los sueños» (Traum-


deutung), en el capítulo que Freud titula, Psicología de los procesos oníri-
cos. Aquí Freud nos muestra cómo la palabra, o sea la transmisión del de-
seo, puede hacerse reconocer a través de cualquier cosa, con tal de que esa
cualquier cosa esté organizado como sistema simbólico. Así como durante mu-
cho tiempo no se supieron entender los jeroglíficos, lo mismo pasó con los
sueños. Así como nadie se daba cuenta que una pequeña silueta humana po-
día querer decir un hombre, pero también el sonido hombre y entrar en una
palabra como sílaba, así el sueño está formado como los jeroglíficos.
Freud nombra la transferencia como un fenómeno constituido por el he-
cho de que no existe traducción directa posible por el sujeto para un cierto
deseo reprimido. Lo que no es decidible puede ser expresado y para ello Freud
cuando nos quiere hablar de transferencia, Übertragung, nos habla de Tages-
restre, de restos diurnos, estos insignificantes restos, destituidos de su senti-
do propio y retomados en una nueva organización a través de la cual logra
expresarse otro sentido.
El deseo inconsciente imposible de expresar, encuentra un medio para ex-
presarse en los restos diurnos.
Freud nos señala que los sueños, en el transcurso de un análisis, se van
haciendo más claros y analizables, porque tienden a dirigirse al analista.
Aquí es necesario que aclaremos que lo mismo que hemos diferenciado
la transferencia del automatismo de repetición, también debemos distinguir
el acting-out o acting-in del acto de la palabra.
Se califica de acting-out cualquier cosa que ocurra durante el tratamien-
to cuando el paciente tiende a realizar acciones, es decir que cualquier acting-
out se hace dirigiéndose al analista. Pero en psicoanálisis no se trata del aná-
lisis del acting-out, sino del análisis de la transferencia, es decir encontrar en
un acto su sentido de palabra, ya que un acto es una palabra. Por eso la fun-
ción de la transferencia sólo puede ser comprendida en el plano simbólico.
Por eso decimos que toda significación remite a otra significación, no a una
realidad, ya sea real, simbólica o imaginaria.
El lenguaje no está hecho para designar las cosas, la función de la pala-
bra es creadora. La palabra no como palabra vacía o plena, plena como la
palabra en el neurótico obsesivo o vacía como la palabra en la histeria, sino
la palabra como función significante. Si partimos de su función significante,
los gestos de un sujeto están del lado del lenguaje y no del lado de la mani-
festación motora.
Apenas instaurada la palabra se desplaza en la dimensión de la verdad,
pero la palabra no sabe que es ella quien hace la verdad.
Frente a las palabras que oímos no sabemos si son verdaderas o falsas,
si refutarlas o aceptarlas, o bien dudar de ellas. Sin embargo la significación
de todo lo que se emite se sitúa en relación a la verdad. Por eso Freud nece-
sitó de la Verneinung, la Verdichtung y la Verdriingung (la negación, la con-

76 Akoglaniz
AMELlA DIEZ CUESTA

densación y la represión) porque lo que habla en el hombre llega más allá


de la palabra, llega hasta sus sueños, incluso a su organismo.
Para Freud la estructura de la transferencia es el motor del análisis y el
motor de su progreso es la palabra, pues la transferencia no puede ser expli-
cada por una relación dual, imaginaria, no se puede recurrir a la proyección
ilusoria, ni hacer intervenir la relación de objeto, o la relación entre la trans-
ferencia y la contratransferencia, pues todo lo que tiende a una relación dual
es inadecuado, y es para que la relación transferencial no se conciba en espe-
jo que se introduce ese tercer término que es el acto de la palabra. Lacan
llegará a decir que la transferencia es la puesta en acto de la realidad incons-
ciente, realidad que siempre es sexual reprimido.
El psicoanálisis entonces es una técnica de la palabra y la palabra es el
ambiente mismo en el que se desplaza, no se trata de comprobar si el pa-
ciente dice o no la verdad, pues siempre dice la verdad, lo que ocurre es que
la verdad se produce y por tanto la realidad también. La realidad no estaba
esperándome ahí antes de que yo llegara, la realidad no es lo que parece, si-
no que lo que parece también es una representación, una de las máscaras de
la verdad.
Palabra entonces más allá de que sea engañadora pues para quien habla
el engaño mismo exige primero el apoyo de la verdad que se quiere disimu-
lar. A medida que la mentira se organiza emite sus tentáculos, pues le es ne-
ces,ario el control de la verdad. Se dice que hay que tener buena memoria
para saber mentir, incluso un refrán señala que es más fácil pillar a un men-
tiroso que a un cojo.
Hay una idea acerca de que la verdad se propaga en forma de error, in-
cluso se dice que las vías de la verdad pueden ser las vías del error. Pero el
error no puede detectarse mientras las definiciones no hayan sido planteada,
por eso el error siempre culmina en una contradicción. Sin embargo toda pa-
labra está siempre en una necesidad interna de error. Por eso decimos que
el discurso del sujeto, para el psicoanálisis, se desarrolla entre el error y la
mentira, pero irrumpe una verdad que no es la contradicción, la verdad sur-
ge por el representante de la equivocación, el lapsus, el acto fallido, que son
actos que triunfan.
El sujeto siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más que
lo que sabe que dice, y mediante este algo, el sujeto manifiesta algo más ve-
rídico que todo lo que expresa con su discurso de error.
En psicoanálisis se trata de un discurso pero distinto al discurso del error,
se trata de una palabra verídica que detectamos no por observación sino por
interpretación, en el síntoma, el sueño, el lapsus, el chiste. Podemos decir que
la palabra auténtica tiene otros modos que el discurso corriente.
Cuando Freud explica al paciente la causa ocasional de su enfermedad,
ésta no es reconocida por el Hombre de las Ratas.
El Hombre de las Ratas está entre dos pares de personajes: por un lado

Akoglaniz 77
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

el teniente A y el teniente B, y por otro lado, la empleada de correos y la


hija del posadero.
Todo ocurre, nos dice Lacan, como si los atolladeros propios de la situa-
ción original, eso que no está resuelto en ninguna parte, se desplazaran a otro
punto del esquema de la red mítica, reproduciéndose siempre en algún punto.
La deuda del padre es la que se va a repetir a nivel del hijo, pues lo que
se repite es lo que no ha tenido lugar. Por esto la deuda con la empleada
de correos, circuito simbólico del intercambio, ha quedado como deuda de-
tenida. En el lugar del Otro surge la voz del Superyó: debes pagar al teniente
A, pues a nivel parental, existe falta a la palabra dada, al ejército y a una
mujer. El padre ha cometido una falta con el ejército que ha pagado un amigo
a quien no puede restituir y además se ha casado por interés con una mujer
rica cuando amaba a otra linda pero pobre. La deuda tiene que ser pagada
a nivel significante, por eso es una deuda inagotable pues el significante tie-
ne la última palabra. Así podemos interpretar ese pensamiento que tiene ca-
da vez que paga a Freud: «Tantos florines, tantas ratas».
Cuando Freud le interpreta que la enfermedad surge cuando se ve obliga-
do a casarse por interés, el Hombre de las Ratas, dirige a Freud las peores
injurias, se levanta del diván y se pasea por la consulta como rata enjaulada,
como rata «acorralada». En definitiva pone a Freud a prueba.
¿Cómo puede usted soportar todo esto? le dice a Freud. Pero Freud resiste.
El Hombre de las Ratas produce entonces el famoso sueño de transferen-
cia, donde Freud quiere desposarle con su hija que en lugar de ojos tiene
basuras. Freud le interpreta que quiere casarse con su hija no por sus lindos
ojos, sino por su dinero. El Hombre de las Ratas asocia que así es pues una
vez cuando esperaba en la puerta de la consulta se encontró con una joven
que tomó por la hija de Freud e inmediatamente imaginó que Freud quería
casarla con él, imaginó además que era rica y que el matrimonio iría en contra
de su Dama, una mujer pobre.
Podemos decir que el Hombre de las Ratas retoma a su cargo el deseo
de su padre: quiere casarse con una mujer rica.
Lacan escribe un artículo que titula Función y campo de la palabra y del
lenguaje, donde nos indica que la palabra es una función del lenguaje que
es un campo, donde la palabra revela la estructura del lenguaje que le pree-
xiste. El sujeto no es un ser sino un supuesto a eso que habla.
«Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha»
nos dice Lacan en L'Etourdit.
Lo que cuenta es lo dicho, sabiendo que en psicoanálisis no sirve dar mar-
cha atrás. Recordemos el ejemplo de ¿por qué me mientes al decirme la ver-
dad?, ¿por qué me dices que vas a Cracovia cuando vas a Lemberg?, cuando
en realidad el billete que se expende en la estación decide, de todos modos,
el asunto. Por eso que la función de lo escrito, nos dice Lacan, no está en-
tonces, en la guía sino en la propia vía férrea.

78 Akoglaniz
AMELIA DIEZ CUESTA

Freud nos dice que la relación analítica está fundada sobre el amor a la
verdad, y el reconocimiento de la realidad, sabiendo que la verdad no puede
sino semi-decirse y que la realidad es la realidad psíquica que está en juego,
es decir donde lo real imposible también tiene su lugar. Sabemos también que
Freud, ya en 1913, nos habla de tareas imposibles, como gobernar, educar y
analizar, y que Lacan formula la topología de los cuatro discursos, añadien-
do la cuarta tarea imposible: desear. Así hablará del discurso del Amo, de
la Universidad, del Análisis y de la Histeria.
Freud diferencia entre el lenguaje de la histeria que para él coincide con
el lenguaje figurado de los sueños, de los productos idiomáticos, o dialectos
de la neurosis obsesiva y de las parafrenias (demencia precoz, conocida tam-
bién como esquizofrenia y la paranoia).
Así podemos ver que aquello que la histeria representa por medio de «vó-
mitos» se exteriorizará en las enfermas de neurosis obsesivas por medio de
penosas medidas preventivas contra la «infección» y en las parafrénicas por
medio de la acusación o la sospecha de que se trata de envenenarlas. Y lo
que todas ellas expresan no es sino un deseo reprimido y rechazado a lo in-
consciente de engendrar un hijo, o bien, la defensa de la paciente contra ese
deseo.

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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

LAS DEFENSAS, LA RESISTENCIA Y LA TRANSFERENCIA


EN EL ANALISIS

En la relación del amo y el esclavo, el esclavo puede esperar la muerte


del amo, puede pasar de vivir en la angustia a vivir en la esperanza. Mien-
tras que el amo está en una relación mucho más abrupta con la muerte. Está
en una posición desesperada: nada tiene que esperar sino su propia muerte,
pues nada puede esperar de la muerte del esclavo sino algunos inconvenientes.
El esclavo tiene mucho que esperar de la muerte del amo, pero más allá
de la muerte del amo, será preciso que afronte la muerte, en el sentido hei-
deggeriano, su ser-para-la muerte.
Precisamente el obsesivo no asume su ser-para-la muerte, está en suspenso.
Esto es lo que hay que mostrarle en el análisis. Esta es la función de la ima-
gen del amo como tal, que se encarna en el analista en el tratamiento del ob-
sesivo. Sólo después de haber intentado varias salidas imaginarias fuera de la
prisión del amo, de acuerdo a ciertas escansiones, a cierto timing, sólo enton-
ces podrá el obsesivo realizar el concepto de sus obsesiones, es decir, lo que
ellas significan. En cada obsesión hay cierta cantidad de escansiones tempora-
les, e incluso de signos numéricos. El sujeto pensando el pensamiento del otro,
ve en el otro la imagen y el esbozo de sus propios movimientos. Pero cada
vez que el otro es exactamente el mismo sujeto, no hay más amo que el amo
absoluto, la muerte. Pero el esclavo necesita cierto tiempo para percibirlo, ya
que está demasiado contento con ser esclavo, como todo el mundo.
Decimos más de lo que decimos, en tanto podemos decir en un movimien-
to de rechazo, en un movimiento de negación.
El sujeto se compromete cuando se realiza simbólicamente en la palabra
en las vías de realización del ser, no en su realización sino en sus vías, en la
vía del amor, del odio o de la ignorancia.
Sin palabra hay fascinación imaginaria pero no amor. Ocurre lo mismo con
el odio. Existe una dimensión imaginaria del odio en tanto la destrucción del
otro es un polo de la estructura misma de la relación intersubjetiva.
El odio no se satisface con la desaparición del adversario. Si el amor aspi-
ra al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario, a su envileci-
miento, su pérdida, su desviación, su delirio, su subversión, en este sentido el
odio y el amor son una carrera sin fin.
El odio ya no lo vemos desarrollarse tan libremente, pero somos una civi-
lización del odio.
El odio y el amor como las vías de la realización del ser; no la realización
del ser, únicamente sus vías.
Cuando el sujeto se compromete en la búsqueda de la verdad es porque
se sitúa en la dimensión de la ignorancia; poco importa que lo sepa o no. Es-
to es lo que llamamos disposición a la transferencia. Existe una disposición
a la transferencia por el solo hecho de colocarse en la posición de confesarse
en la palabra y buscar su verdad.

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AMELIA DIEZ CUESTA

El psicoanalista no debe desconocer al ser de la dimensión de la ignoran-


cia, por eso que no se trata de guiar al sujeto hacia un saber, sino hacia las
vías de acceso a ese saber. No se trata de decirle al paciente que se engaña
sino mostrarle que habla sin saber, como un ignorante, pues lo que cuenta son
las vías del equívoco.
El arte de Sócrates en el MENÓN consiste en enseñar al esclavo a dar su
verdadero sentido a su propia palabra. Este arte es el mismo en Hegel. Mien-
tras que en psicoanálisis la posición del psicoanalista debe ser la de una igno-
rancia docta, que no quiere decir sabia, sino formal y que puede ser formado-
ra para el sujeto. No se trata de transformar la ignorancia docta en ignorancia
docens. Apenas el psicoanalista cree saber algo, comienza su perdición.
Lo que el psicoanalista debe saber es ignorar lo que sabe, nos dice Lacan
en su artículo sobre Variantes de la cura tipo.
Decir yo soy psicoanalista como decir yo soy rey, no depende de la medi-
da de las capacidades. Las legitimaciones simbólicas en función de las cuales
un hombre asume lo que otros le confieren escapan por entero al registro de
la habilitación de capacidades.
Negarse a ser rey no es lo mismo que aceptarlo, pues por el hecho de" re-
husar ya no es rey. Cuando un hombre dice yo soy rey, no es simplemente la
aceptación de una función. En un instante cambia todo el sentido de sus cali-
ficaciones psicológicas. Sus pasiones, sus designios, incluso sus tonterías, ad-
quieren un sentido diferente. Por el mero hecho de ser rey todas estas funcio-
nes se vuelven funciones reales. En el registro de la realeza, su inteligencia se
convierte en algo distinto, incluso sus incapacidades empiezan a estructurar al-
rededor toda una serie de destinos que serán profundamente modificados por
el hecho de que la autoridad real sea ejercida de talo cual modo por el per-
sonaje con ella investido.
Todos los días vemos como un señor de cualidades mediocres, que presen-
ta todo tipo de inconvenientes cuando ocupa un cargo inferior, cuando es ele-
vado por una investidura soberana, cambia totalmente, donde el alcance de sus
fuerzas y sus debilidades se transforma.
Por eso el psicoanálisis está contra los exámenes pues cuando se trata de
una calificación simbólica no puede tener una estructura totalmente racionali-
zada y no puede inscribirse en el registro de sumas de cantidades.
La transferencia cuando no se reconoce funciona como un obstáculo. Una
vez reconocida se convierte en su mejor apoyo. Freud antes de percatarse de
la existencia de la transferencia ya la había designado.
Hay quienes quieren comprender el fenómeno de la transferencia en rela-
ción a lo real, en tanto fenómeno actual. Donde se habla de aquí y ahora,
donde se trata de enseñar al sujeto cómo comportarse con lo real. Como una
forma de educación.
Otra forma de abordar el problema de la transferencia es hacerlo a partir
de ese nivel imaginario cuya importancia no dejamos de subrayar. La teoría
psicoanalítica no desconoce la función de lo imaginario, pero es algo que no

Akoglaniz 81
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

sólo encontramos en la transferencia también lo podemos encontrar en la iden-


tificación, entonces no se trata de emplearla de cualquier manera.
Hablamos del individuo capturado en una situación dual, en la que se es-
tablece mediante la intervención de la relación imaginaria, una identificación
momentánea. También se habla de lucha imaginaria entre adversarios. Los ad-
versarios evitan una lucha real, que conduciría a la destrución de uno de ellos
y la transforman en una lucha imaginaria. En el hombre lo imaginario está
reducido, especializado, centrado en la imagen especular.
La imagen del yo que por el hecho de ser imagen el yo es ideal, resume
toda la relación imaginaria en el hombre. Se produce en un momento que las
funciones no están desarrolladas, y es en la asunción jubilosa del estadio del
espejo que se expresa, quedando por su prematuración con una hiancia a la
que su estructura queda ligada. Esta imagen el sujeto volverá a encontrarla
como marco de su aprehensión del mundo, teniendo de intermediario al otro.
Es en el otro siempre donde volverá a encontrar su yo ideal, a partir de allí
se desarrolla la dialéctica de sus relaciones con el otro.
Si el otro colma esa imagen se convierte en objeto de una carga narcisista
que es el enamoramiento y si el otro frustra al sujeto en su ideal y en su pro-
pia imagen, genera la tensión destructiva máxima. Por un pelo la relación ima-
ginaria con el otro vira en un sentido o en otro, por eso la súbita transforma-
ción del amor en odio.
Este fenómeno de carga imaginaria juega el papel pivote en la transferen-
cia. La transferencia aunque se establece en y por la dimensión de la palabra,
sólo aporta la revelación de esa relación imaginaria cuando alcanza ciertos pun-
tos cruciales del encuentro hablado con el otro, en este caso el analista.
Se abre para el sujeto la vía de esa fecunda equivocación en la que la pa-
labra verídica confluye con el discurso del error. Pero también cuando la pala-
bra huye de la equivocación fecunda, y se desarrolla en el engaño, se descu-
bren esos puntos, en la historia del sujeto, que no fueron asumidos sino repri-
midos. De aquí la importancia en la historia de los puntos reprimidos.
El sujeto desarrolla en el discurso analítico su verdad, su historia, pero en
esa historia hay huecos, allí donde se produjo lo que fue forcluido o reprimi-
do, que llegó al discurso y luego fue rechazado. En el análisis se abre una me-
moria, cuyo acceso le estaba cerrado, pues ella se abre por la verbalización,
por la mediación del psicoanalista. A través de la asunción hablada de su his-
toria, el sujeto se compromete en la vía de la realización.
No se trata de ir deprisa, pues cuando la transferencia se hace demasiado
intensa se produce la resistencia en su forma más aguda: el silencio. La trans-
ferencia se convierte en un obstáculo cuando es excesiva.
Hay otros silencios que valen como más allá de la palabra. Por eso que
no se trata del análisis de las resistencias o de las defensas, sino de levantar-
las, pues ellas son el obstáculo para alcanzar un más allá, un más allá que
no es nada, que como es un más allá, poco importa entonces lo que en él
se coloca. Si lo consideramos como defensa sólo podemos pensar algo detrás

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AMELIA DIEZ CUESTA

de lo cual se esconde otra cosa, una máscara tras la cual se esconde otra cosa.
Cuando nos centramos en querer levantar los patterns que ocultarían ese más
allá, el analista no tiene otra guía sino su propia concepción del comporta-
miento del sujeto. Pero aquí vemos el modelado de un ego por otro ego, por
lo tanto por un ego superior. Pero el ego del analista no es un ego cualquiera.
Se dice que la buena voluntad del ego del sujeto debe convertirse en alia-
do del ego del analista, incluso se plantea el fin normal de todo tratamiento
en la identificación con el ego del analista.
Podemos hablar de diferentes concepciones con este punto de vista sobre
la transferencia, que han llegado a tener relevancia en la historia del movimiento
psicoanalítico y como variantes de la concepción de transferencia que Freud
propone. Entre estas concepciones están: Introyección en Ferenczi, Identifica-
ción con el Superyó del analista en Strachey, Trance narcisista terminal en Ba-
lint.
Para Freud la transferencia es el concepto mismo del análisis porque es el
tiempo del análisis. El análisis de las resistencias no permite un solo paso, por
eso cuando acontecen las resistencias en el paciente es preciso esperar.
Esperar porque no se trata del análisis de las resistencias, ni se trata de abre-
viar el tratamiento.
Freud en un texto de 1918, Los caminos de la terapia psicoanalítica plan-
tea que en el camino de su investigación, donde tratamiento e investigación
eran lo mismo, en uno de sus casos más conocidos, El Hombre de los Lobos,
se vio conducido a comunicar a dicho paciente que el tratamiento tendría un
fin determinado para que su posición obsesiva de espera se tornara más activa
respecto a su propio análisis. Para ello, nos dice, tuvo que esperar a que la
relación con él, la relación transferencial, fuera lo suficientemente fuerte co-
mo para que no abandonara el tratamiento ante los inconvenientes que eso ge-
neraba en el sujeto.
Es por eso que en este texto Freud nos dice que en los tratamientos de los
obsesivos hay que esperar a que la cura se convierta en una obsesión para así
dominar «violentamente» con ella la obsesión patológica. Y nos indica «vio-
lentamente» en el sentido que pareciera que el obsesivo es violentado por el
goce, en tanto está sumergido en la encrucijada del erotismo anal y sólo al-
canza la satisfacción acompañada del horror que ello le produce.
Si partimos de que la neurosis es una de las estrategias destinadas a no
querer saber nada de la castración del goce del A, donde todo el empeño del
neurótico es mantener la consistencia del A para no encontrarse con su cas-
tración simbólica, nos encontramos con que todo lo que esté destinado a abre-
viar el tiempo del análisis, que decíamos era la transferencia misma, todo lo
que anticipe el fin, produce la imposibilidad de terminar con la transferencia.
El obsesivo vive en la novela familiar, esto podría querer decir que él mis-
mo es un personaje de ficción pero en realidad todo es para mantener vivo
al padre idealizado, pues el obsesivo más que padre simbólico tiene padre idea-
lizado, por eso que abreviar el tratamiento, mantener al obsesivo en transfe-

Akoglaniz 83
LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

rencia, es mantener al sujeto en las páginas de su novela familiar, haciéndo-


nos olvidar que toda novela, para serlo, tiene que tener un fin.
Lacan nos dice que la transferencia es la puesta en acto de la realidad in-
consciente, por lo tanto si tenemos que pensar la dilución de la transferencia,
será diluir la idea de que el saber lo tiene alguien, la idea de un sujeto su-
puesto al saber, tendremos que dejar de amar a alguien a quien suponemos
el saber para pasar a desear saber, yeso es someterse al método.

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AMELIA DIEZ CUESTA

MAS ALLA DEL LABERINTO

Más allá de las encrucijadas de la estructura obsesiva como necesidad es-


tructural para el sujeto que para serlo padece una neurosis obsesiva, más allá
de ese laberinto o de la ausencia de laberinto, más allá del desierto que sería
otra forma de laberinto, sólo el análisis, el tratamiento psicoanalítico es alter-
nativa.
y digo sólo porque el psicoanálisis es la única disciplina que propone la
necesidad de ser sujeto del inconsciente para que el principio de realidad se
instale en el sujeto y así acceder a la realidad, esa realidad cuya historia está
avalada por siglos de producción y creación, avalada por el sujeto hablante
y por la escritura como lo que permanece del lenguaje, fundamentalmente en
forma de poesía.
La enfermedad como una forma solitaria de resolver una problemática que
se hace humana cuando se establecen relaciones, cuando el lenguaje se usa más
allá de la comunicación, cuando la intención va más allá de comunicarse con
otros, cuando las palabras no sólo son dichas sino que se usan para establecer
un contrato, donde las palabras no sean para estar de acuerdo, especular ilu-
sión, sino para acordar, es decir para mantener la ilusión humana por exce-
lencia, donde el goce no será del orden del beneficio o ganancia sino del usu-
fructo, pues cuando se trata del lenguaje no hay que despilfarrarlo, no hay que
usarlo sin ton ni son, sino que bajo contrato se produce un nuevo sentido, don-
de se diga lo que se diga ya no hay arbitrariedad, nada será del orden del azar,
sino que si el contrato es un contrato psicoanalítico habrá una determinación
tal que se establecerá el deseo del psicoanalista y donde todo lo que diga el
paciente será denominado asociación libre que estará determinado por la trans-
ferencia, orden donde entra en juego el deseo inconsciente del paciente que
por principio no puede expresarse en palabras, en tanto no puede acceder a
la conciencia, pues su condición es permanecer inconsciente, pero que en esa
relación transferencial podrá ser interpretado.
Podríamos decir que se trata de que el obsesivo salga de su laberinto en
tanto lo ha construido él, y en él se gasta todas sus energías, esperando que
algún día caiga la presa en su telaraña, sin darse cuenta que la araña cazado-
ra se acerca y que la presa es él mismo.

Murió de espera
más allá de la eternidad
su resurrección nunca aconteció
sin embargo invirtió sus años
renunció a los placeres
vivió siempre
al otro lado del espejo.

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LOS LABERINTOS DE LA NEUROSIS OBSESIVA

Esperando vengarse
construyó un laberinto.
Olvidó cumplir las reglas
por eso se aconsejó
destruir las paredes.
Fue entonces
cuando se perdió en el desierto.
Sólo el diván
sólo con otros
la posibilidad de lo imposible
no deja de serlo.

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Esta obra se terminó de realizar
por COMFOT, S. L.
el 21 de marzo
del año 1993.

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