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1. INTRODUCCIÓN
En los últimos años han comenzado a surgir voces que reclaman cada vez
con más fuerza la necesidad de eliminar la denominación retraso mental por su
escasa eficacia para planificar la intervención y por las consecuencias negativas
(prejuicios, segregación, etc.) que genera. También se han ido sustituyendo los
términos utilizados para referirse a esta población, tratando de eliminar las con-
notaciones peyorativas de conceptos como idiota, imbécil, morón, oligofrénico,
subnormal o débil mental. En la actualidad es común referirse a esta población
utilizando expresiones como disminuido, discapacitado intelectual, minusváli-
do, niño con retardo en el desarrollo, deficiente mental, niño con dificultades
de aprendizaje permanentes o alumno con necesidades especiales. Estas expre-
siones, al igual que la de retraso mental, continúan manteniendo un carácter
estigmatizador, simplificador y una escasa utilidad práctica. Sin embargo, argu-
mentos como la utilidad de estas etiquetas para realizar investigaciones sobre
grupos específicos de personas, o la conveniencia de contar con criterios «obje-
tivos» para la toma de decisiones administrativas (por ejemplo, subvenciones),
hacen que, de momento, se sigan utilizando los diferentes términos.
El problema esencial no es el de las denominaciones utilizadas sino la modifi-
cación de actitudes sociales y profesionales hacia estas personas, a través de una
mayor y mejor formación e información. La clave es también eliminar los usos
inadecuados de las categorías diagnósticas por parte de profesionales, familiares y
otras personas significativas. Por ello, es necesario fomentar usos más correctos del
lenguaje para referirnos a ellos. En este sentido, dos recomendaciones son necesa-
rias; en primer lugar, no utilizar la expresión retraso mental para referirnos a aque-
llos individuos con niveles de inteligencia y adaptación que solamente requieren
un apoyo intermitente o limitado en sus vidas; en segundo lugar, siempre que sea
posible, anteponer el término «persona con» a la etiqueta de discapacidad, cual-
quiera que ésa sea, siguiendo así las pautas del documento emanado del II Semi-
nario sobre Discapacidad e Información, desarrollado en Madrid en 1987 y que
dio lugar a un libro de estilo (Real Patronato de Prevención y Atención a Perso-
nas con Minusvalía, 1990). En dicha propuesta se indica lo siguiente: «digamos
personas con discapacidad» y, «cuando sea posible, subraye la unicidad y valía de
todo individuo hablando de una persona que tiene una discapacidad, o una per-
sona que es sorda, mejor que “discapacitados” o “sordos”» (pág. 17).
de CI) con respecto a la primera estimación, cerca de dos tercios de las veces.
Así, una puntuación típica de CI tendría un margen de error que oscila de 3 a 5
puntos por encima o por debajo de la puntuación obtenida. Este rango puede
considerarse como una «zona de incertidumbre» (Reschly, 1987). Así, un CI
de 70 se debe entender no como una puntuación precisa sino como un margen de
confianza basado en parámetros de, al menos, un error típico, esto es, con pun-
tuaciones que oscilan entre 66 y 74, o en un parámetro de dos errores típicos,
esto es, puntuaciones entre 62 y 78 (Grossman, 1983). Esta consideración es
fundamental en todo diagnóstico de retraso mental.
La elección de instrumentos de evaluación y la interpretación de los resul-
tados deben tener en cuenta factores que pueden limitar el rendimiento en los
test (por ejemplo, el origen sociocultural del sujeto, su lengua materna y sus dis-
capacidades sensoriales, motoras y comunicativas asociadas). Cuando, en las
puntuaciones de los subtest, se produce una dispersión significativa, las capaci-
dades del sujeto quedan mejor reflejadas por el perfil de las puntuaciones que
por el CI total o, en el caso de las Escalas de Wechsler, por el CI Manipulativo
y el CI Verbal.
Por su parte, la actividad adaptativa se refiere a la eficacia con que los suje-
tos afrontan las exigencias de la vida cotidiana y al nivel de destreza esperable
en alguien situado en su grupo de edad, origen sociocultural y comunidad. La
conducta adaptativa, o habilidades adaptativas, según el manual de la AAMR,
puede estar influida por distintos factores, entre los que se incluyen caracterís-
ticas ambientales o estímulos contextuales (por ejemplo, escolaridad, oportuni-
dades sociales y laborales) y características personales (por ejemplo, motivación,
personalidad, trastornos mentales y enfermedades médicas adicionales). Para
determinar la relevancia de estímulos contextuales que puedan estar incidiendo
en la presencia del retraso, es importante recoger datos mediante entrevistas,
revisión de datos de archivo, etc., utilizando una o más fuentes fiables inde-
pendientes (por ejemplo, evaluación del maestro e historia médica, evolutiva y
académica). Además, los datos se deben complementar con técnicas como la
observación en situaciones naturales.
Las pruebas existentes para medir la conducta adaptativa general sirven, en
unos casos, para ayudar en el diagnóstico general de retraso mental y, en otros
casos, para profundizar en el análisis de las competencias de las personas de cara
a la intervención. El uso de pruebas para analizar distintas áreas de adaptación
social puede ser de gran utilidad. No obstante, en España carecemos de adap-
taciones formales de las pruebas más recomendables en este sentido. Única-
mente el Inventario para la Planificación de Servicios y la Planificación Indivi-
dual (ICAP) (Montero, 1993), que constituye una adaptación de las Escalas de
Conducta Independiente de Bruininks, Woodkock, Watherman y Hill (1984),
presenta garantías psicométricas suficientes. Este instrumento fue desarrollado
para valorar distintas áreas del funcionamiento adaptativo y las necesidades de
servicios de una persona. El ICAP puede utilizarse para registrar la información
descriptiva, diagnóstico actual, limitaciones funcionales, destrezas de conducta
Evaluación y tratamiento del retraso mental 111
3. CLASIFICACIÓN DE LA AAMR
Intermitente
Apoyo «cuando sea necesario». Se caracteriza por su naturaleza episódica.
Así, la persona no siempre necesita el(los) apoyo(s), o tan sólo requiere apoyo
de corta duración durante transiciones en el ciclo vital (pérdida de trabajo o
agudización de una enfermedad). Los apoyos intermitentes pueden proporcio-
narse con una elevada o baja intensidad.
112 Miguel Ángel Verdugo Alonso
Limitada
Intensidad de los apoyos caracterizada por su consistencia temporal, por
tiempo limitado pero no intermitente; puede requerir un menor número de
profesionales y menos costes que otros niveles de apoyo más intensivos (entre-
namiento laboral por tiempo limitado o apoyos transitorios durante la transi-
ción de la escuela a la vida adulta).
Extensa
Apoyos caracterizados por su regularidad (diaria) en, al menos, algunos
ambientes (como el hogar o el trabajo) y sin limitación temporal (apoyo a largo
plazo en el trabajo y apoyo en el hogar a largo plazo).
Generalizada
Apoyos caracterizados por su estabilidad y elevada intensidad, proporciona-
da en distintos entornos, con posibilidad de mantenerse toda la vida. Estos apo-
yos generalizados suelen requerir más personal y mayor intrusión que los apo-
yos extensos o los limitados.
Algunos autores (Beirne-Smith, Ittenbach y Patton, 1998) agrupan los nive-
les de retraso mental teniendo en cuenta las intensidades de apoyo y, frente a los
grupos propuestos por la APA en el DSM-IV, establecen tan sólo dos grupos.
Así, un primer grupo es el compuesto por personas con formas más ligeras de
retraso mental. Esto equivaldría al grupo de personas denominadas con «retra-
so mental leve», de la clasificación de la APA (1995). Un segundo grupo es el
compuesto por personas con retraso mental severo, y que incluye a personas con
niveles medios o moderados, severos o graves y profundos, es decir, los tres gru-
pos restantes conforme a la clasificación de la APA (1995). En conjunto, un 85
por 100 de la población presenta formas de retraso mental leve, y un 15 por 100
presenta formas más severas (Beirne-Smith y cols., 1998).
proceso propuesto por la AAMR (Luckasson y cols., 1992, 1997) aparece refle-
jado en el siguiente gráfico (véase Figura 1).
Figura 1
Diagnóstico, clasificación y determinación de la intensidad de los apoyos
• CI < 70-75
R. M. si: • Antes de los 18 años. DIAGN.
• Deficiencias en 2 o más áreas adaptativas
P. FUERTES/DÉBILES EN:
En
I. Funcionamiento intelectual/Habilidades adaptativas CLASIF.
II.Consideraciones psicológicas/Emocionales
III. Consideraciones físicas/Salud
IV. Consideraciones ambientales En
TIPOS DE APOYOS:
• Intermitente (puntual)
• Limitado (crisis/transición) INTENS.
• Extenso (determindas áreas)
• Generalizado )más intenso y estable)
FUENTE APOYOS:
• Individual
• Otros: Familia/Profesionales
• Técnicas: Ayudas técnicas/Técnicas conductuales
• Institucional: Normal/Específica
FUNCIONES APOYOS:
• Amistad
• Conducta
• Economía
• Empleo
• Hogar
• Salud
• Uso de la comunidad
Figura 2
Posibles causas de la no emisión de una conducta
NO EMISIÓN DE RESPUESTA
¿SABE?
NO
¿SABE CÓMO?
SÍ
¿INHIBICIÓN? ¿MOTIVACIÓN? SÍ NO
Adquisición/
¿SABE CUÁNDO?
SÍ SÍ Construcción de
conductas
Reducción activación NO
fisiológica
Modificaciones cogniciones
Utilización Utilización
reforzamiento instigadores
De este modo, una persona con retraso mental puede tener una condición
médica asociada que haga inviable la emisión de una conducta. En este caso, se
Evaluación y tratamiento del retraso mental 115
5. INTERVENCIÓN EN ALUMNOS
CON DISCAPACIDAD INTELECTUAL
datos del contexto y del sujeto (Menchetti y Flynn, 1989). Para ello, es útil
desarrollar un Inventario Ecológico (véase Figura 3).
Figura 3
Fases para la construcción de un inventario ecológico
SÍNTESIS
TÉCNICAS DE INTERVENCIÓN
– Análisis Conductual Aplicado: Discriminación/Generalización
– Técnicas de Instrucción: No instrucción/Limitada/Generalizada