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PROGRAMA No.

0568

2 CORINTIOS

Cap. 3:11 - 4:1

Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 3 de esta Segunda epístola del apóstol
San Pablo a los Corintios. Y este estudio en esta Segunda epístola a los Corintios, nos
mantiene en la cima de la montaña, por así decirlo, y es muy difícil para nosotros poder
respirar en estas alturas. Ahora, si usted no ha notado que esta Segunda epístola a los
Corintios es un libro maravilloso, pues, es porque en realidad hemos fracasado nosotros de
una manera bastante rotunda en nuestra enseñanza y reconocemos que no hemos sido
capaces de llegar a lugares tan elevados todo el tiempo. Quizá somos arrastrados hacia
abajo un poco; pero este es un libro glorioso, maravilloso y esperamos que el Espíritu de
Dios lo haga algo real para cada uno de nosotros.

Notemos ahora en esta sección que estamos considerando en particular, que el apóstol
Pablo dice aquí en el versículo 11, de este capítulo 3:

11
Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece. (2 Cor.
3:11)

Pablo está haciendo aquí un contraste entre la ley, el otorgamiento de la ley y el día de gracia
en el cual vivimos. Aún el otorgamiento de la ley fue algo glorioso. Ahora, antes de leer los

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próximos dos versículos, los versículos 12 y 13, de este capítulo 3, de la Segunda epístola a los
Corintios, quisiéramos que usted piense en esto, amigo oyente: ¿a qué es lo que Pablo hace
referencia cuando él dice, aquí en los versículos 12 y 13?:

12
Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; 13y no como Moisés, que
ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de
aquello que había de ser abolido. (2 Cor. 3:12-13)

Otra vez la pregunta: ¿A qué se está refiriendo Pablo? Hay dos cosas aquí a las cuales
quisiéramos dirigir su atención. En primer lugar, necesitamos reconocer que hubo el primer
otorgamiento de la ley y un segundo otorgamiento. Cuando Moisés subió al monte Sinaí, Dios
le había dado las tablas de la ley y que Él mismo había escrito. Esa era la ley que esta gente de
Israel tenía que guardar, tenía que cumplir. Y en realidad, tenían que ser salvos o juzgados por
ella.

Ahora, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí, el pueblo de Israel rompió las dos primeras
leyes: No tendrás dioses ajenos delante de mí. Moisés mismo tuvo que decir que temía y
temblaba porque esa ley era muy estricta, muy rígida. Era ojo por ojo, diente por diente,
. . . quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe. Y era algo absoluto, era
una justicia y santidad intrínseca.

Lo que el hombre merecía según la ley, tenía que recibir. Y esta gente estaba rompiendo la
ley, violando la ley, ¿qué iba a pasar con ellos, entonces? Dios le había dicho que bajara del
monte, y cuando Moisés lo hacía, pudo ver a la distancia que los hijos de Israel estaban
desobedeciendo los primeros dos mandamientos, y él no se atrevía a traer las tablas de piedra al
campamento. ¿Por qué? Porque toda la nación entonces, hubiera sido borrada de ese lugar en

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ese mismo momento. Podían haber sido juzgados porque estaban desobedeciendo las leyes, y
eso quería decir una muerte instantánea. ¿Qué es lo que Moisés debía hacer? Tomó las tablas
de la ley y las arrojó al suelo, haciéndolas pedazos; y después se dirigió al campamento. No las
quería llevar consigo, porque si así lo hacía, quería decir que ellos iban a ser exterminados.

Cuando Moisés regresó otra vez al monte Sinaí, podemos apreciar que algo ha sucedido con
la ley. Lo que pasó es que Dios ahora ha moderado la ley con misericordia y con gracia. ¿Qué
está pasando? Bien, lo que sucede es que en el mismo corazón del sistema mosaico tiene que
haber un tabernáculo y tiene que haber un sistema sacrificial que será la base del acercamiento de
esta gente a Dios. Y que es: Sin derramamiento de sangre no se hace remisión de pecados.
Pero sin santidad ningún hombre puede ver a Dios. ¿Cómo entonces podemos nosotros entrar a
Su presencia? Bien, Dios tiene que hacer un nuevo camino para nosotros, y Dios hizo ese
camino. Por tanto, aquí se hace referencia a eso.

Cuando Moisés bajó del Sinaí, esto fue algo glorioso, maravilloso; cuando bajó con las
segundas tablas de la ley en ellas, que es la ministración de la condenación, y es llamada también
la ministración de la justificación, y demanda justificación del hombre. Pero el hombre no
podía producirla por sí mismo, y ahora vemos que aquí hay gracia. Y eso fue lo que Pablo
mismo encontró más adelante, bajo la ley, cuando perseguía al Señor Jesucristo. Él dijo allá en
su carta a los Filipenses, capítulo 3, versículo 9: Y ser hallado en él, no teniendo mi propia
justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.
Aquí tenemos la ministración de gloria en realidad, y ese es el glorioso evangelio.

Y quisiéramos que usted, amigo oyente, se dé cuenta aquí de lo que él está hablando. La ley
era algo glorioso. Proveía un camino de salvación, y aquí se nos dice que es un “evangelio
glorioso” y es algo maravilloso llamarlo así. Allá en su primera carta a Timoteo, en el capítulo

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1, versículo 11, dice el apóstol Pablo: Según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí
me ha sido encomendado. Dios bendito aquí podría ser traducido como el “Dios feliz.”

Ahora, ¿qué es lo que hace feliz a Dios? Lo que hace feliz a Dios es que Él ama al hombre y
quiere salvarlo. Leemos allá en Miqueas, capítulo 7, versículo 18: ¿Qué Dios como tú, que
perdonas la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre
su enojo, porque se deleita en misericordia. Y la razón es que Él se deleita en la misericordia y
no tiene placer en la muerte de los pecadores, sino que quiere que el pecador se vuelva de su
camino pecaminoso y viva. Dios, amigo oyente, quiere salvar, y eso es lo que hace feliz a Dios.
Tenemos un Dios feliz y este es un cuadro maravilloso el que se nos presenta, en verdad es un
cuadro glorioso.

Notemos ahora esto, que cuando Moisés bajó la segunda vez del monte Sinaí, había gozo en
su corazón y su rostro resplandecía ya que ahora había un camino para los hijos de Israel por
medio del sistema de los sacrificios. Ahora, permítanos aclarar aquí una vez más, que el velo se
puso en su rostro, Moisés lo hizo, no porque su rostro estaba resplandeciendo tanto que no lo
podían mirar, sino porque la gloria estaba comenzando a desaparecer. Era algo glorioso, pero
estaba comenzando a desvanecerse. Y ¿qué ocurre entonces? Bueno, sus mentes habían sido
cerradas hasta el día de hoy, porque leemos en el versículo 14 lo siguiente:

14
Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el
antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado. (2
Cor. 3:14)

Lo que Pablo está diciendo aquí es que el velo que Moisés se colocó sobre su rostro, está
ahora sobre la mente de la gente del pueblo de Dios. Y está allí porque en realidad, este pueblo

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no ve que Cristo es el fin de la ley para justificación, y que Él es el cumplimiento de la ley; allí
notamos, entonces, la ceguera del pueblo de Israel.

Veremos más adelante cuando lleguemos a considerar el próximo capítulo, que el dios de
este mundo les ha cegado el entendimiento a esas personas que son incrédulas. Eso lo veremos
en el cuarto capítulo de esta Segunda epístola a los Corintios. Volviendo ahora, al capítulo 3
que estamos considerando, Pablo dijo en el versículo 12:

12
Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; . . . (2 Cor. 3:12)

El evangelio le había dado a Pablo una gran esperanza, mucha confianza, de manera que
pudiéramos decir sin ningún temor que el Señor es mi ayudador, el Señor es mi salvación, y que
un día seremos llevados con Él a las nubes. Ahora, alguien quizá diga: “Bueno, usted sí que se
cree bastante bueno”. No, amigo oyente, yo soy bastante pecador, si quiere saber la verdad.
Pero la confianza nos llega a través del glorioso evangelio que nos ha traído esperanza, esperanza
para el hombre, y Pablo dice que por eso usamos de mucha franqueza en nuestra forma de
hablar. Pablo hablará un poco en el próximo capítulo, sobre el hecho de que nosotros tenemos
un tesoro en vasos de barro. Cuando él estaba predicando el evangelio, dejó eso bien en claro.
Él dijo: No fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre
vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado.

Cómo me agradaría ver en nuestros seminarios y escuelas bíblicas, que nosotros pudiéramos
regresar al tiempo cuando dependíamos del Espíritu de Dios y no en nuestros propios métodos,
inteligencia o habilidad. Depender simplemente de la Palabra de Dios para poder hacer la obra
de Dios. Hoy en día tenemos gran cantidad de métodos y maneras y sistemas de hacer las cosas,
que estamos utilizando, buscando que la gente levante sus manos, que firme alguna tarjeta, que

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pase adelante, que haga esto, que haga aquello. Amigo oyente, si nosotros hoy pudiéramos
aprender a usar un lenguaje sencillo, presentando el mensaje de Dios tal cual es, podríamos
entonces darnos cuenta que eso es lo realmente importante y de gran ayuda para todos.

Llegamos una vez más a esta declaración de que Moisés puso un velo sobre su rostro; la
gloria ya se había ido. Sus mentes estaban cegadas, como si tuvieran un velo sobre ellas. Y
dice este versículo 15, del capítulo 3 de la Segunda epístola a los Corintios:

15
Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de
ellos. (2 Cor. 3:15)

Cuando ellos leían la ley pensaban que quizá la podrían cumplir y pensaban que quizá ellos
lograrían un mérito por hacerlo. Pero nos damos cuenta, amigo oyente, que aún en el Antiguo
Testamento la gente no tenía esa confianza que uno podría esperar o que debería haber en el
corazón y la mente del pueblo de Dios. Uno puede ver que aún David se hallaba perplejo.
David había presentado algunas preguntas; Job se encontraba completamente sorprendido, y
Ezequías volvió su rostro hacia la pared y lloró con gran lloro. Él no podía entender.
Permítanos decirle, amigo oyente, que este es un día cuando el más débil de los santos que
confían en Jesucristo, tiene la absoluta certeza, la absoluta seguridad de su aceptación perfecta
con Dios.

Siguiendo adelante, Pablo dice en los versículos 15 al 17:

15
Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de
16 17
ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el
Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (2 Cor. 3:15-17)

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Amigo oyente, sólo el Espíritu de Dios hoy puede levantar el velo y ayudarnos a ver que
Cristo es el Salvador. Solamente Él puede hacerlo, y como resultado, es el Unico. Y sólo el
Espíritu de Dios puede hacer eso verdadero, real. Pablo está hablando a su pueblo en su día,
como lo hizo Simón Pedro. Simón Pedro dijo allá en el libro de los Hechos, capítulo 10,
versículo 43: De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren,
recibirán perdón de pecados por su nombre. Amigo oyente, si usted no puede ver al Señor
Jesucristo en el Antiguo Testamento, entonces, el Espíritu de Dios no es su Maestro, porque el
Espíritu de Dios toma las cosas de Cristo y nos las muestra. El Espíritu de Dios nos lleva al
lugar de libertad, no nos pone bajo la ley, el nos libra de la ley y nos lleva a Cristo. Cuando el
lo hace, usted se dará cuenta de lo que quiere decir aquí, el versículo 18:

18
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu
del Señor. (2 Cor. 3:18)

Este pasaje de las Escrituras es algo maravilloso. Creemos que ha sido abusado demasiado
en nuestro tiempo, y como resultado notamos que hay aquellos que toman una posición que es
más o menos la siguiente: Si ellos pueden contemplar al Señor, es decir, mirarlo, entonces
estarán capacitados para ser testigos. Pero no estamos seguros que eso sea lo que se está
enseñando aquí. Permítanos decirle, amigo oyente, que creemos que él está hablando
claramente sobre algo completamente distinto, y creemos que es algo muy importante. Él está
hablando de cómo el evangelio del día de hoy está velado, cubierto.

Ahora, el velo es quitado y estamos mirando al Señor Jesucristo. Lo que no nos permite
verle claramente es que hay pecado en nuestras vidas. Pero si lo vemos a Él aquí cuando
dirigimos nuestra mirada hacia Él, esto es lo que apreciamos: Porque el Señor es el Espíritu; y

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donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta. Hay algunos que utilizan aquí la palabra “reflejando” y creo que es mucho mejor
decir “contemplando” como en un espejo la gloria del Señor. La idea no es la de una reflexión
para transformar, sino la de contemplar hasta ser transformado, entonces, sí podemos reflejar la
gloria.

Al contemplar al Señor Jesucristo usted es transformado. En otras palabras, la Palabra de


Dios no sólo lo regenera, no sólo somos regenerados por el Espíritu de Dios usando la Palabra de
Dios, sino que como dice el apóstol Pedro, allá en su primera carta, capítulo 1, versículo 23:
Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que
vive y permanece para siempre. Esto es muy importante, porque en la Palabra de Dios nosotros
podemos ver al Señor. Él no es un “Super estrella”. Él no es simplemente un hombre. En la
palabra de Dios usted ve a Cristo sin velo, y esto es maravilloso.

Se cuenta la historia de un anciano que estaba enfermo de muerte. Su médico le había


informado que no pasaría mucho tiempo antes de su muerte. Un amigo, que aparentemente era
su Pastor, llegó a visitarlo y a pasar un rato conversando con él. Este amigo le dijo: “Me dicen
que no va a estar con nosotros por mucho tiempo más.” (¡Qué forma de consolar a un enfermo).
Y también le dijo al enfermo: “Espero que usted pueda por lo menos dar un pequeño vistazo al
rostro del bendito Salvador, cuando usted pase por el valle de sombra de muerte.” Y el
moribundo, mirando hacia arriba y con un esfuerzo le dijo: “Ahora ya no quiero simplemente
dar un vistazo, ya que en los últimos 40 años he podido contemplar Su rostro, y ahora no quedaré
satisfecho con simplemente un vistazo.” Amigo oyente, permítanos decirle que esto es algo
maravilloso, el poder contemplarle hoy mismo.

¿Quiere usted, amigo oyente, ser como Cristo? Entonces, debe contemplarle. “Ponga sus

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ojos en Cristo, tan lleno de gracia y de amor, y lo terrenal sin valor será, a luz del glorioso
Señor.” Yo necesito esto, amigo oyente y espero que usted también sienta la necesidad de verlo
a Él en las páginas de la Palabra de Dios y que pueda crecer para ser igual que Él

Llegamos ahora, al capítulo 4, de esta Segunda epístola a los Corintios. Y, tenemos aquí,
otro aspecto del consuelo de Dios. Vimos en el primer capítulo el consuelo de Dios para los
planes de la vida. Luego, en el segundo capítulo observamos el consuelo de Dios al restaurar a
los santos que habían pecado, y en el capítulo 3, el consuelo de Dios en el glorioso ministerio de
Cristo. ¿No es cierto que ese capítulo 3 fue algo maravilloso? Pues bien, nosotros no vamos a
descender de la cima de la montaña; vamos a continuar aquí arriba porque aquí tenemos el
consuelo de Dios en el ministerio del sufrimiento por Cristo. No estamos muy seguros, pero
quizá tengamos que subir aún más arriba, y pensamos que estamos llegando a una altura donde
se nos hace muy difícil respirar, pero continuemos hacia arriba. Él nos llama a subir más alto, y
eso es lo que queremos hacer. Leamos, pues, el primer versículo de este capítulo 4, de la
Segunda epístola a los Corintios:

1
Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido,
no desmayamos. (2 Cor. 4:1)

Este es el ministerio, dice, el ministerio glorioso. El ministerio que Él nos ha dado hoy es un
ministerio que ningún hombre podía haber creado. Ningún hombre lo podría haber inventado.
Es algo imposible de hacer para cualquier persona. Yo no encuentro ninguna otra razón por la
cual Él me haya permitido entrar en esta actividad, sino por lo que Pablo dice aquí en este
versículo: según la misericordia que hemos recibido. Como ya dijimos anteriormente, Dios es
rico en misericordia. Él no la usó toda antes de llegar a mí porque Él vio que yo necesitaría
mucha, y Él ha sido rico en misericordia para conmigo. Y por su misericordia ha permitido que

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tengamos este ministerio radial. Podemos asegurarle, amigo oyente, que esa es la razón de su
existir, y a causa de eso, nosotros no desfallecemos. Nos regocijamos en esto en el día de hoy.

Y aquí, vamos a detenernos por hoy, amigo oyente, porque nuestro tiempo ha tocado ya a su
fin. Continuaremos, Dios mediante, en nuestro próximo programa y contamos como siempre
con su muy valiosa sintonía. Hasta entonces, pues, amigo oyente, ¡sea el mismo Dios
misericordioso, quien guíe y bendiga su vida en gran manera!

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