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Hannah Arendt-Bluecher

317 West 95th Street


Nueva York, N. Y.
17 de octubre de 1941

Querido Scholem:

Miriam Lichtheim me dio su dirección y me transmitió sus saludos. Aunque creo que sin este
empujón también me hubiera animado a escribirle, debo reconocer que ha sido un empujón
muy efectivo.
Wiesengrund me dijo que le hizo llegar un informe detallado sobre la muerte de
Benjamin.1 Yo misma me he enterado al llegar aquí de algunos detalles nada irrelevantes.
Quizá tampoco esté demasiado cualificada para exponer los hechos, pues apenas había
contado nunca con un desenlace como este, de manera que durante varias semanas después
de su muerte creí todavía que era todo un chismorreo de emigrantes. Y esto a pesar de que
precisamente en los últimos años y meses éramos muy amigos y nos veíamos con regularidad.
Al comienzo de la guerra estuvimos todos juntos de veraneo en un pequeño nido
francés cerca de París. Benji estaba en excelente forma, había acabado partes de su
Baudelaire2 y pensaba —con razón, según mi opinión— que estaba a punto de hacer cosas
óptimas. El estallido de la guerra lo asustó en seguida sobremanera. El primer día de la
movilización huyó de París a Meaux por miedo a los ataques aéreos. Meaux era un famoso
centro de movilización, con un aeropuerto de gran importancia militar y una estación de tren
que constituía un punto estratégico para toda la concentración de tropas. La consecuencia fue
por supuesto que desde el primer día las alarmas aéreas no cesaron, y Benji volvió
rápidamente bastante espantado. Llegó justo a tiempo para que lo encerraran en un campo de
internación. En el campo provisional de Colombes, donde mi marido [Heinrich Blücher]
mantuvo largas conversaciones con él, se encontraba muy desesperado. Y ello naturalmente
por buenos motivos. En seguida puso en práctica una forma peculiar de ascetismo, dejó de
fumar, regaló todo su chocolate, se negó a lavarse, a afeitarse o incluso a moverse. Tras su
llegada al campo definitivo no se sintió tan mal en realidad: tenía a su alrededor un grupo de
chicas jóvenes que le tenían aprecio, que querían aprender de él y que lo libraron de todo tipo
de cargas.3 Cuando volvió a mediados o finales de noviembre estaba más bien contento de
haber hecho esa experiencia. También había desaparecido por completo su pánico inicial. En
los meses siguientes escribió las Tesis filosófico-históricas, de las que también le envió a
usted, como me dijo, una copia,4 y de las que podrá deducir usted que andaba sobre la pista
de cosas nuevas. No obstante, en seguida se sintió bastante temeroso de la opinión del
Instituto. Usted sabrá seguramente que el Instituto le había comunicado antes del comienzo
de la guerra que su honorario mensual ya no estaba asegurado y que debería intentar buscar
otra cosa. Eso lo entristeció mucho, aunque la verdad es que tampoco estaba muy convencido
de la seriedad de esta pretensión. Pero en lugar de mejorar su situación, esto la hizo aún más
difícil. Este miedo desapareció con el estallido de la guerra, pero siguió temiendo la reacción
a sus teorías más recientes y por cierto bastante poco ortodoxas. En enero, uno de sus jóvenes
amigos del campo, que casualmente era también un amigo o discípulo de mi marido, se
suicidó. Fundamentalmente por razones personales. Esto le afectó de manera extraordinaria,
y en todas las conversaciones tomaba partido por este chico y su decisión con una vehemencia
realmente apasionada.
En la primavera de 1940 todos emprendimos el camino del consulado americano con
el corazón pesaroso, y, a pesar de que ahí se nos explicó de forma unánime que tendríamos
que esperar entre dos y diez años hasta que nos llegara el turno en la lista de espera, los tres
empezamos a tomar clases particulares de inglés. Ninguno de nosotros se lo tomó muy en
serio, pero Benji aspiraba a aprender lo suficiente como para poder decir que no le gustaba
en absoluto ese idioma. Y lo logró. Su horror a América era indescriptible, y ya entonces
dicen que había comunicado a amigos que preferiría una vida más corta en Francia a una más
larga en Estados Unidos.
Todo esto acabó rápido cuando, a partir de mediados de abril, a todos los internados
liberados hasta la edad de 48 años se les realizó un reconocimiento médico con el fin de
determinar si eran aptos para el servicio de trabajo militar. Este servicio de trabajo en realidad
solo era otra palabra para el internamiento de trabajos forzados y, en comparación con el
primer internamiento, significó en la mayoría de los casos un empeoramiento. Que iban a
declarar a Benji no apto estaba claro de antemano para todos, excepto para él. En este tiempo
anduvo muy irritado y me explicó repetidas veces que no podía pasar otra vez por el mismo
drama. Luego, naturalmente, fue declarado no apto. Independientemente de esta medida, a
mediados de mayo vino el segundo y más minucioso internamiento, del cual usted ya habrá
tenido noticia. Tres personas se libraron de milagro, entre ellas Benji. No obstante, en medio
del caos de la administración nunca pudo saber si y por cuánto tiempo iba la policía a acatar
una orden del Ministerio de Exteriores, y si no lo iba a detener sin más. Yo misma ya no lo
vi más por entonces, porque también me habían internado,5 pero unos amigos me contaron
que ya no se atrevía a salir a la calle y que se hallaba en un estado de pánico constante. Logró
salir de París con el último tren. Solo llevaba consigo un pequeño maletín con dos camisas y
un cepillo de dientes. Se dirigió, como sabe usted, a Lourdes. Cuando yo salí de Gurs a
mediados de junio, también fui a Lourdes por casualidad y me quedé ahí varias semanas por
iniciativa de él. Era el momento de la derrota; pocos días después ya no circulaban los trenes;
nadie sabía dónde habían quedado familias, hombres, niños o amigos. Benji y yo jugábamos
al ajedrez de la mañana a la noche y en las pausas leíamos el periódico, si lo había. Todo esto
estuvo bastante bien hasta el instante en que se proclamó el armisticio con la famosa cláusula
de extradición.6 Evidentemente a continuación nos sentimos bastante peor, aunque no puedo
decir que Benji realmente entrara en pánico. Al poco tiempo supimos de los primeros
suicidios de internados mientras huían de los alemanes, y Benjamin por primera vez empezó
a hablar conmigo y de manera repetida del suicidio. De que justamente quedaba esta salida.
Ante mi protesta sumamente enérgica de que a uno siempre le quedaba tiempo para eso,
repitió de manera muy estereotipada que esto nunca se podía saber y que en ningún caso
debería uno retrasarse demasiado. Por otra parte hablábamos de Norteamérica. Parecía
haberse reconciliado más con esta idea que antes. Tomó en serio una carta del Instituto en la
que se le explicaba que se estaban haciendo todos los esfuerzos para llevarlo allí. Menos en
serio se tomó otra declaración que decía que iba a formar parte del consejo editorial de la
revista con un salario asegurado.7 Lo tomó por un contrato simulado para facilitarle un
visado. Tenía mucho miedo, parece que sin razón, de que una vez aquí lo pudieran dejar en
la estacada. A principios de julio salí de Lourdes para ponerme à la recherche de mon mari
perdu [en busca de mi marido perdido]. Benji no estaba muy entusiasmado, y yo dudé durante
mucho tiempo si no debería llevarlo conmigo. Pero esto hubiera sido sencillamente
irrealizable. Ahí estaba tan a salvo de las autoridades locales (con un escrito de
recomendación del Ministerio de Exteriores) como no lo podría haber estado más en ninguna
otra parte. Hasta septiembre solamente tuve noticias suyas por carta.8 Mientras tanto, la
Gestapo había estado en su piso y había confiscado todo. Me escribió muy deprimido.
Aunque entretanto se han recuperado sus manuscritos, tenía entonces razones para dar todo
por perdido.
En septiembre fuimos a Marsella, porque nuestros visados ya habían llegado allí.
Benji ya estaba allí desde agosto, dado que su visado había llegado a mediados de ese mes.
También estaba en su poder el famoso Transit [visado de tránsito] español y, por supuesto,
el portugués. Cuando lo vi de nuevo, a su visado español tan solo le quedaban ocho o diez
días de validez. No había entonces ninguna esperanza de obtener una visa de sortie [visado
de salida]. Me preguntó desesperado qué debía hacer y si no podríamos encontrar
rápidamente visados españoles para poder cruzar la frontera todos juntos. Le dije y le mostré
que era inútil y que por otro lado él debía salir ya, pues los visados españoles en aquel tiempo
ya no se renovaban. Además le dije que me parecía muy incierto cuánto tiempo más iban a
existir estos visados en general y que no debería uno arriesgarse a dejarlos caducar. Que
evidentemente lo mejor sería que los tres fuéramos juntos, que luego debía venir a
Montauban, donde estaríamos nosotros, pero que nadie podía asumir la responsabilidad de
todo ello. A lo cual sí que decidió partir precipitadamente. Los dominicos le habían dado una
carta de recomendación para algún abad español. Esta nos impresionó mucho entonces,
aunque era totalmente absurda. — En aquellos días en Marsella mencionó nuevamente
intenciones de suicidio. — Lo demás lo sabrá usted seguramente: que tuvo que partir con
personas que le eran completamente desconocidas; que eligieron el camino más largo, que
implicó una caminata a pie por la montaña de aproximadamente siete horas; que por razones
inconcebibles destruyeron sus documentos de residencia franceses y así se impidieron ellos
mismos la vuelta a Francia; que luego llegaron a la frontera española justamente veinticuatro
horas después de su cierre a personas sin pasaporte nacional —a todos tan solo nos quedaban
los papeles del consulado americano—; que Benji se había derrumbado varias veces ya en la
ida; que a la mañana siguiente deberían ser entregados en la frontera española, y que él, en
la noche que se les había concedido, se suicidó. Cuando meses más tarde llegamos a Portbou,
buscamos su tumba en vano: no se podía encontrar, en ninguna parte ponía su nombre. El
cementerio da a una pequeña bahía, directamente al Mediterráneo, está esculpido en terrazas
de piedra; en aquellos pedrizos también se mete los ataúdes. Es con diferencia uno de los
lugares más fantásticos y hermosos que he visto jamás en mi vida.
El Instituto tiene el legado, pero de momento no se atreve a publicar nada en lengua
alemana9. Me pregunto si independientemente de esto no se podrían publicar las Tesis
filosófico-históricas en Schocken. Me regaló el manuscrito y el Instituto tan solo lo obtuvo
gracias a mí. Querido Scholem, esto es todo lo que le puedo decir, y lo he hecho lo más
escrupulosamente que he podido y con los menos comentarios posibles.
A usted y a su mujer saludos afectuosos de Monsieur y míos.
Suya,
Hannah Arendt [a mano]

1. Tras una primera carta del 8 de octubre de 1940, que comenzaba con la frase: «Walter
Benjamin se ha quitado la vida», el 19 de noviembre Adorno escribía otra carta a Scholem
en la cual le daba detallada cuenta de lo que sabía de la muerte de Benjamin.
2. En julio de 1939 Benjamin terminó el ensayo «Sobre algunos motivos de Baudelaire»,
publicado en enero de 1940 en el último número doble de la Zeitschrift für Sozialforschung (8
[1939, e. d., 1940]/1-2, pp. 50-89) que vio la luz en Europa [Obras, libro I, vol. 2, Abada,
Madrid, 2008, pp. 204-260].
3. Benjamin fue internado en «Clos St. Joseph», en Nevers.
4. Por lo que se sabe, la copia manuscrita de las «Tesis sobre la filosofía de la historia» que
Benjamin mandó a Scholem se extravió durante el envío. Había otra copia que Arendt entregó
a Adorno, en su calidad de albacea del legado literario de Walter Benjamin, tras su llegada a
Nueva York.
5. Arendt estuvo internada en un campo de mujeres en Gurs en el sur de Francia durante
cinco semanas, entre mayo y junio de 1940. Pudo escapar aprovechando el vacío de poder
durante el armisticio.
6. El tratado de armisticio de Compiègne, del 22 de junio de 1940, obligaba al gobierno
francés a la derogación del derecho de asilo y a la puesta en libertad de todos los prisioneros
de guerra y civiles alemanes. Además, el gobierno se comprometía a extraditar, «a
requerimiento», a todos los antiguos ciudadanos alemanes, presentes en Francia o en los
territorios franceses.
7. Adorno envió una carta de apoyo a Benjamin el 15 de julio de 1940, igual que una
declaración formal del Instituto de Investigación Social el 17 de julio de 1940, en la que este
se manifestaba dispuesto a mantener a Benjamin en Estados Unidos como editor de la revista.
8. Estas cartas se publicaron en D. Schöttker y E. Wizisla (eds.), Arendt und Benjamin,
Fráncfort M., 2006.
9. La revista del Instituto apareció a partir de 1940 con el título inglés Studies in Philosophy
and Social Science (SPSS).
10. Jenny Blumenfeld, la esposa de Kurt Blumenfeld, se quedó en Palestina durante el viaje
a Estados Unidos de su marido.

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