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La desconfianza: una señal de miedo

Todos tenemos en nuestras cabezas el significado de


desconfianza, lo interpretamos como falta de confianza o
esperanza en alguien o algo. Pero, ¿qué significa ser
desconfiado? ¿Por qué hay personas que desconfían de forma
casi inmediata de todos los que le rodean? ¿Se puede ser feliz
siendo desconfiado? ¿Qué función tiene la desconfianza?
Daremos respuesta a esta preguntas en seguida.
Todos hemos desconfiado alguna vez de alguien, unas veces
con todo el sentido y lógica del mundo y otras nos hemos dado
cuenta del sin sentido de nuestra suspicacia.
Surge del miedo
La desconfianza tiene el origen en uno mismo; si nos creemos
que estamos indefensos ante alguien desconfiaremos en mayor
medida que si nuestra personalidad es fuerte y segura. La
desconfianza surge del miedo a no saber defenderse, a verse
indefenso ante la amenaza real o inventada de otra persona.
La principal función que le atribuimos a la desconfianza es de
protección. De barrera contra lo que hay fuera de nosotros que
amenaza nuestra integridad en todas sus manifestaciones. En
este sentido, no es negativo, porque es verdad que no podemos
ir sin defensas por el mundo, tenemos que protegernos
poniendo límites a los demás y no dejando que nos hieran.
Las personas desconfiadas en extremo suelen ser personas
temerosas, con una idea del “yo” bastante deprimida, lo que
hace que se sientan tan vulnerables que se tengan que proteger
casi continuamente y de cualquier situación. La tensión que
acumulan y el círculo en el que se meten no hacen más que
empeorar la situación: al desconfiar tanto de las personas que le
rodean éstas se comportan de la manera proyectada en ellos y
los desconfiados verifican sus hipótesis haciendo más sólida sus
ideas acerca de la desconfianza.
Mecanismo “automático”
Muchas de las personas que desconfían lo hacen de una manera
automática, por ejemplo: ven la cara de una persona y ya saben
si es “de fiar” o no. Lo suelen llamar intuición, pero no es, ni
más ni menos, que catálogos internos, categorizaciones
mentales que hacemos en función de nuestra experiencia. Si
hemos tenido una mala experiencia con dos pelirrojos, por
ejemplo, sobrextendemos, sobregeneralizamos y el pelo rojo se
convierte en una característica de la que “desconfiar”. No somos
conscientes de ello, no sabemos por qué, pero personas con x
rasgos no nos gustan. Estas categorías internas tienen sentido,
ya que son una forma eficaz de aprendizaje que nos ayuda a
entender y a relacionarnos con el medio, pero nada tiene que
ver con la intuición.
Cuando una mala experiencia sirve de catalizador para
desencadenar una serie de pensamientos negativos hacia las
personas que nos rodean es cuando la persona no podrá
disfrutar de las personas que le rodean, generando una gran
tensión a su alrededor y perdiéndose oportunidades de ser feliz.
Cuando, tras conocer a una persona, ésta pasa automáticamente
a la categoría de “persona de la que desconfiar” y se la descarta
de cualquier tipo de intercambio comunicativo por un miedo
injustificado a ser herido es cuando tenemos un problema.
Problemas de relación
La personas en extremo desconfiadas suelen tener problemas
relacionales, ya que interpretan cualquier acto como un ataque y
suelen sentirse heridas muy fácilmente, siendo incapaces de
olvidar esa agresión interpretada por mucho tiempo.
Debido a que están en alerta continua frente a las amenazas se
comportan de forma excesivamente suspicaz y aparentan
frialdad emocional, pueden mostrarse hostiles e irónicos. De ahí
la frase: “La hostilidad es la herramienta de los débiles”.
Sin embargo, las personas más confiadas parecen personas más
seguras de sí mismas, no es que no tengan miedo a ser heridas,
sino que este riesgo les compensa. Es cierto que quedan más
“desprotegidas” con respecto a los demás, pero también es
cierto que las experiencias les sirven para ser más fuertes, y a
más fuertes son menos miedo tienen. Sin embargo, las personas
temerosas y desconfiadas nunca sufren, siempre se protegen,
pero viven dentro de un muro del que se deberían proteger más
que de ninguna otra cosa.
Además, a veces, las personas desconfiadas obtienen
consecuencias negativas por su actitud, por ejemplo, ocurre que
las personas de las que desconfiamos se dan cuenta de que
desconfías de ellas y se comportan como tal, sería la profecía
autocumplida.
Buscar el equilibrio
Como decía Aristóteles: “La virtud está en el término medio”, en
este sentido, ser demasiado desconfiado te librará de ciertos
golpes, pero no te dejará ser plenamente feliz ni conectar con
los demás, y ser demasiado confiado en un mundo en el que
vivimos sería totalmente desadaptativo.
Y, ¿cómo llegar al término medio, os preguntaréis? Confiar en
uno mismo es la clave, se consigue una fuerza que te protege de
cualquier obstáculo. Confiar en la verdadera intuición, y
aprender de la experiencia, son formas prácticas de llegar al
término medio.
Es verdad que la confianza es algo que se gana con el tiempo,
por lo que la desconfianza también. Tan malo sería confiar a
ciegas ante una persona que acabas de conocer como desconfiar
hasta el punto que esto te impida conocerla. Mi consejo sería
conocer antes de tomar una decisión, no tener miedo a las
experiencias porque en ellas está la respuesta a si es una
persona merecedora de nuestra confianza o no. Tanto para
confiar como para desconfiar nos hace falta el trato directo.

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