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Programa para rebelarse contra el mundo (Lygia Bojunga, Carlos

Pellicer, Marina Colasanti)

La configuración de un romántico

El sofá estampado (1996) de la escritora brasilera Lygia Bojunga no narra —como

anotó algún redactor apurado de la separata dominical de historietas de El Tiempo—

la divertida historia de amor entre una gata y un armadillo.

Lejos de todo esto, lo que el libro retrata es la desesperada búsqueda de identidad

personal del armadillo Víctor y la configuración rebelde de un conjunto de valores

necesarios para interpretar la realidad, la vida y los sueños. La gata Dalva, una

teleadicta enfermiza y de una vanidad sin límites, constituye en el lado contrario un

símbolo de la comodidad y la estupidez pasiva que no cuestiona el mundo y lo acepta

tal como viene empacado en los programas de televisión.

El libro es una afortunado encuentro de lo individual y lo político (sí, también los niños

pueden leer novelas políticas) y la realidad social de modo permanente permea la

narración, incluso aplastando lo seupoético. Cuando el nervioso y soñador Víctor le

pregunta a su abuela —que es una declarada luchadora por los derechos ecológicos

de la selva amazónica y ha recorrido medio mundo— qué es lo que ella ve más, el

bosque o el mar, la armadilla le responde con brusquedad: "Lo que más veo es gente

pobre".

Aunque ésta no es la mejor novela de Lygia Bojunga —el reseñista se inclina siempre

por esa biblia de la rebeldía y la utopía, un "manifiesto comunista" de niños y animales,

que es La bolsa amarilla (1986)—, pues está cargada de confusos símbolos


sicoanalíticos, es brusca en su organización narrativa y tiene un mensaje ecologista

explícito al peor modo de la literatura de mensaje, aquí aparecen en esencia, aunque

fragmentariamente, los instrumentos creativos de esta autora brasilera, una leyenda

viva, clásica, de la literatura latinoamericana, cuyo nombre siempre debe incluirse al

lado de maestros contemporáneos de la talla de García Márquez, Cortázar, Onetti y

Jorge Amado.

Saber pintar es saber decir las cosas

Julieta ha recibido como regalo una caja de colores. Probablemente, en un medio

consumista y alienado donde todas las cosas no son más que medios para divertir,

olvidar y botar pronto, esta caja hubiera quedado perdida en un bolso escolar.

Pero en manos de esta nena, después de una tarde de lluvia, cuando no puede salir a

jugar, se convierten en herramientas del arte (una "caja mágica") al descubrir con la

inocencia del riesgo el gozo de pintar lo que se quiere, sin mediación alguna de lo que

Freud llamó "cultura": "Ella con sus colores hacía aparecer ciudades y frutas, burros

de colores, cantos de pájaros y sueños en su cuaderno".

Aunque no lo sabe, está creando el mundo, esto es, está significándolo al modo como

lo hicieron Van Gogh, Degas, Picasso, Matisse y varios historietistas e ilustradores que

aparecen intertextualizados en el libro. La imaginación libertaria, la burla de las

convenciones académicas, la búsqueda inalterada de lo que es auténtico, la soledad

como requisito básico para crear, están en la base de este hermoso libro que

constituye un hito dentro de la literatura infantil latinoamericana.


Como ha señalado el crítico Sergio Andricaín, Julieta y su caja de colores (1996) "es

a todas luces un homenaje a la pintura no solo como arte, sino sobre todo como

vocación vital, acto expresivo y comunicativo" (en Revista Latinoamericana de

Literatura infantil y juvenil, No, 4, Fundalectura).

Ulises femenina

Frente a la tradición literaria de la novela juvenil que coloca al sexo masculino

—recordemos al capitán Nemo de Verne o a los personajes de Conrad o London—

cómo símbolo de la aventura y el riesgo, Marina Colasanti ha creado una ensoñadora

historia, Ana Z, ¿dónde vas? (1995), donde ahora son las mujeres las que salen a

preguntar el mundo y no a esperar las respuestas.

Ana Z es una niña que cualquier día, empujada por una curiosidad atrevida, baja a un

pozo —metáfora del mundo desconocido— se enreda en múltiples aventuras que van

desde descubrir un sarcófago egipcio, pasando por ser rehén de un sultán que la obliga

a repetir el papel de Scherezada, hasta casi ser vendida por veinte camellos en pleno

desierto. Al salir del pozo y regresar a casa ya no es una niña, sino una adolescente.

Simbólicamente ha crecido y tal vez eso justifique la forma como desafió un peligroso

destino: "Quizá lo único que busqué durante todo este tiempo era el viaje". Un libro

hermoso, de desbocada fantasía, y una fina metaforización sicológica sobre el paso

de niña a mujer.

Marina Colasanti, la autora, es cosmopolita por fuerza de los hechos: nació en 1937

en Etiopía, muy niña emigró con sus padres a la Italia de Mussolini y luego en 1948 se

trasladó su familia a Brasil. Aunque graduada en artes plásticas, sus oficios han

variado entre el el periodismo y la literatura. Dotada de un particular encanto oral para


contar historias que trasladadas al papel adquieren una poderosa fuerza poética —

heredera y continuadora, sin duda alguna, de la gran tradición femenina de escritoras

brasileras: Cecilia Meireles, Raquel de Queiroz, Cora Coralina, Nélida Piñón, Clarice

Linspector— su universo creativo varía entre las coordenadas clásicas de la historia

de hadas y el relato simbólico. En 1996 ganó el Premio Latinoamericano de Literatura

infantil y juvenil Norma-Fundalectura.

Magazín Dominical, No. 709, dic 15 de 1996

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