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Volanta: #JusticiaporDaianaColque
Bajada:
Daiana Colque fue asesinada el 29 de septiembre del año pasado por Hernán Bais, vinculado a las
bandas narco de la villa 31 bis. Su madre, Marta Tarquis, luchó desde entonces para que el caso no
quede impune y encontró en otras madres como ella el camino de la lucha para cambiar el
contexto en que crecen las chicas pobres hijas de trabajadores excluídos. En diálogo con El Grito
Sur, reconstruyó los últimos días de Daiana y su camino en búsqueda de justicia.
Título en la nota: “Pido que haya justicia para que estas cosas no vuelvan a pasar en el barrio”
Bajada:
La lucha de Marta Tarquis logró que un femicidio silencioso, cometido contra su hija Daina Colque
hace un año en la villa 31 bis, no quedara en el olvido del miedo que impone el narco en los
barrios, ni encerrado en la mudez mediática a la que son sometidos estos casos, ni tampoco
impune entre los cercos machistas de la justicia. En diálogo con El Grito del Sur, Marta habló de la
impotencia que genera la pérdida – “estos casos son comunes en el barrio”, dijo – y volvió a exigir
justicia para Daiana. La sentencia contra el femicida, Hernán Bais, llegará a fin de año.
Es viernes en la villa 31. Marta Tarqui llega apurada y cuenta que se retrasó llevando a su
hija menor al jardín. Se sienta y, antes que nada, saca la foto de Daiana y la apoya sobre la
mesa. Sin muchos preámbulos cuenta la última vez que la vio: fue el día anterior a que la
mataran.
Daiana era su segunda hija. Tenía diecinueve años y se había reinsertado a la escuela
secundaria porque quería estudiar una carrera. Tenía carácter fuerte y contestatario, era
morocha y sonriente, y disfrutaba de estar con su familia, especialmente con su hermanita.
Esa última vez juntas, mientras desayunaban, Marta volvió a notar varios moretones en las
piernas de su hija. Daiana dijo que eran resultado de la caída por una de las escaleras de
caracol características de la villa 31 bis, que van conectando las arquitecturas encimadas
entre sí. Aunque no le creyó, Marta evitó insistir. Sabía que las cosas no iban bien desde
que su hija convivía con su pareja, Hernán Baez. Las visitas a la casa materna se habían
vuelto más espaciadas y la notaba cabizbaja y distraída.
Hernan Baez tenía 36 años, era de nacionalidad paraguaya y en la villa 31 lo conocían como
el “crespo” o “esqueleto” por su cuerpo enflaquecido en base al consumo de paco. Había
caído preso en varias ocasiones, la última de ellas a mediados del 2016 por posesión de
armas. Marta no confiaba en él, veía en Baez un hombre violento, criado en una cultura
machista y forjado por las dificultades que conlleva la extrema pobreza. Aunque no llevaban
tanto tiempo saliendo, Daiana fue en varias ocasiones a visitarlo durante su estadía en la
cárcel de Devoto. “Ella lo visitaba aun cuando toda su familia lo dejó de lado”, cuenta.
A fines de Julio del 2016 Baez recuperó su libertad luego de pagar una fianza. A la semana
ya estaba mudado a la pieza que alquilaba Daiana, donde se produjo el crimen.
La madrugada del 29 de septiembre sonó el teléfono en la casa de marta. Escuchó del otro
lado de la línea la voz de la dueña pensión donde vivían Daiana y el “Crespo”. Había
encontrado el cuerpo de su hija tendido en el suelo, con al menos 14 puñaladas. Antes,
según dijo, los había escuchado discutir.
La desesperación recorrió el cuerpo de Marta desde el día anterior presentía que algo malo
estaba por suceder pero no esperaba ver cómo se materializaba lo peor.
Baez era conocido en la villa 31 por el consumo y venta de paco. Esta sustancia, asociada
las clases bajas es parte de una realidad que segrega y estigmatiza. En un país donde se
consumen 400.000 dosis de paco por día y es la tercera droga más utilizada en la ciudad de
Buenos Aires su fabricación y comercio solo aceita el círculo vicioso de desigualdad. Pocxs
logran escapar del circuito consumo-marginación.
Sin embargo este no es el único factor que atraviesa el caso de Daiana Colque. Como
muchas otras mujeres Daiana se debió lidiar con la violencia que su pareja ejercía sobre ella
por el hecho de ser mujer. En un escenario donde el patriarcado pisa fuerte, la violencia
machista atraviesa los cuerpos de la chicas de tres manera, por ser jóvenes por ser mujeres
y por ser pobres. “Yo sólo pido que haya justicia para que estas cosas no vuelvan a pasar en
el barrio”, exige.