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Fuyumi Ono

Traducción: Revisión:

Kapia/Kirhom Pinguino
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Fuyumi Ono, 2008


Doce Reinos - Mar de Sombras
Título original: Juuni Kokki - Tsuki no Kage, Kage no Umi

Traducción Kapia/Kirhom
Revisión Pinguino

Título original:
JUUNI KOKKI – TSUKI NO KAGE, KAGE NO UMI
de Fuyumi Ono
Publicado en Japón en 1992/2001
Doce Reinos

CAPÍTULO 1

Todo estaba oscuro. La chica se encogió en la oscuridad. Desde lo alto, resonó el


eco de una gota estrellándose contra un lago en calma. Una caverna, fue lo primero que
pensó, pero ella sabía que no era una cueva. La oscuridad era demasiado asfixiante,
demasiado grande, demasiado profunda.
Un crisol de luces se veía en la distancia. Las llamas titilaban y giraban, formando
un sinfín de formas. El fuego estaba cada vez más alto, creando largas sombras en la densa
penumbra, sombras de incontables bestias wur brincaban alrededor del fuego: monos,
ratas, pájaros… todo tipo de criaturas, y ninguna como las que salen en los libros, eran
demasiado grandes, con las pieles rojas, y negras, y azules.
Giraban en un torbellino, alzando sus cabezas y agitando sus brazos al aire. Esto le
hizo pensar en un Carnaval, donde la gente se azotaba en un fervor extático. Pero aunque
ellos bailaban y giraban, su atención se centraba en ella, pronto transportarían el sacrifico al
altar.
Cuatro millas más allá, lejos de sus locos intentos de golpearla como un duro
viento, el monstruo, a la cabeza de la multitud, abría su boca en un aullido de júbilo.
Ella no oía nada.
Solo el sonido de una gota rompiendo la superficie en calma de un estanque.
No podía apartar la mirada de las confusas sombras. Cuando ellos lleguen, pensaba sin
ninguna duda, me matarán. Desgarrándola miembro a miembro, royéndole los huesos. Pero
ella no podía moverse. No había manera alguna de defenderse. La sangre bombeaba en sus
venas, rugiendo en sus oídos como si del mar se tratase.
En el tiempo que había pasado, la estampida estaba mucho más cerca.
Youko despertó sobresaltada. Pestañeó intentando borrar aquella imagen de sus
ojos, respiró hondo.
—Sólo un sueño… —dijo con un suspiro.
Oyendo su propia voz quiso confirmar que estaba despierta. Ella no se relajaría
hasta que no estuviese segura.
—Sólo un sueño —repitió. Un sueño. Un sueño que la agobiaba desde varias
semanas atrás.
Youko paseó la mirada por todos los rincones de su habitación. Las gruesas
cortinas no dejaban pasar la luz. El reloj que tenía en la cabecera de la cama le decía que ya
7 Capítulo 1

era hora de levantarse. Debería hacerlo, pero su cuerpo parecía haberse convertido en
plomo, sus brazos y piernas parecían haber estado sumergidos en alquitrán.
Había empezado a tener ese sueño hacía un mes. Al principio, no veía nada más
que oscuridad, y no escuchaba otra cosa que el agua cayendo. Ella estaba de pie, quieta, y el
miedo se acrecentaba, estaba desesperada por huir, correr a cualquier parte, pero parecía
estar petrificada y no se movía.
Hacía cinco noches, había despertado gritando, perseguida por luces rojas y
sombras danzantes, y la oscuridad asfixiante seguía inexpugnable.
Durante la tercera noche, vio la figura de las aterrorizantes criaturas que danzaban
alrededor del fuego, provenientes del mismo infierno.
Dos días. Hacía dos días que las bestias se habían distinguido y separado de las
sombras. Ella se había levantado, inestable, y frotó sus brazos.
Estaban tan cerca.
En un mes, habían llegado hasta allí partiendo del horizonte. Mañana, o quizá
pasado, llegarían hasta ella.
¿Qué podría hacer?
Youko meneó la cabeza.
Sólo es un sueño.
Por más que el sueño se repitiese una y otra vez durante un mes o más, éste no era
más que un sueño. Pero intentar convencerse de eso no la tranquilizaba. Su pulso seguía
acelerado, la sangre latía en sus oídos, su respiración le quemaba en la garganta. Youko
apretó su peluche como si su vida dependiese de ello.
Se bajó de la cama, se puso el uniforme de la escuela y bajó las escaleras. No
importaba como se sintiese, haría lo que acostumbraba a hacer. Se lavó la cara y fue a la
cocina.
—Buenos días —dijo.
Su madre estaba en el fregadero, haciendo el desayuno.
—¿Estás bien? —dijo mirando por encima del hombro. Un gesto de preocupación
cruzó su rostro.
—Se te está poniendo roja otra vez.
Por unos segundos, Youko no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Luego se
echó el pelo hacia atrás. Normalmente se lo trenzaba antes de bajar a la cocina, se había
estado peinando la noche anterior pero no había terminado de hacerlo.
—¿Por qué no te lo tiñes?
Doce Reinos

Youko meneó la cabeza. El pelo golpeó sus mejillas. Para empezar, su pelo era
demasiado caoba para alguien japonés y el agua y el sol lo desteñían. Ahora el pelo le
llegaba a la mitad de la espalda y en las puntas parecía rosa.
—Quizá si te lo cuidases un poco… —presionó su madre.
Youko no respondió. Inclinó la cabeza, sus trenzas se tambalearon haciendo que
todo se oscureciese por un momento.
—Me pregunto a quién habrás salido, con ese pelo… —gruñó su madre con un
pequeño suspiro.
—¿Sabes que tu profesor particular me preguntó lo mismo? Quería saber si eras
adoptada. ¡Imagínatelo! También pensó que era una buena idea que te tiñeses.
—Teñirse el pelo va contra las normas —protestó Youko.
Su madre estaba demasiada ocupada con el café.
—Luego cortártelo. Al menos esto no te costará tanto trabajo —dijo con voz de
madre—. La reputación de una chica es muy importante. No deberías llamar la atención, o
dar alguna razón para que se pregunten sobre ti. No es algo que quieres que te ocurra
supongo, es lo único que digo.
Youko estudiaba la mesa de la cocina.
—Sabes como te miran las personas por tu pelo y tu color de ojos. Para en la
peluquería cuando vuelvas de la escuela hoy y córtatelo. Yo te daré el dinero.
Youko gruñó, exasperada.
—¿Me has oído?
—Sí.
Youko vio las nubes grises arremolinándose al otro lado de la ventana. Era
mediados de Febrero. El viento era frío, y fuerte, y cruel.

Youko iba a un instituto normal. A parte de que fuese privado y para chicas, no
había nada excepcional que decir de él.
El que asistiera a aquel instituto fue decisión de su padre. Le había ido bien en la
secundaria y por eso esperaba llegar lejos. El orientador escolar le había rEcomendado un
instituto mejor. Pero su padre se mantuvo firme. El instituto estaba cerca de casa y no tenía
una reputación vergonzosa ni controvertida. Se enorgullecía de ser estricto y tradicional y
eso era más que suficiente.
9 Capítulo 1

Al principio, su madre no se conformaba con la calidad del instituto. Después de


todo, ella había seguido los resultados de los exámenes de práctica de Youko. Pero pronto
su padre la convenció. Y una vez su madre y su padre estaban de acuerdo en algo, no se
podía hacer nada.
Pudo haber entrado a uno mejor aunque estuviera un poco más lejos. Entre otras
cosas, tenían uniformes mucho más bonitos. Pero no parecía adecuado armar un escándalo
sólo por el estilo de un uniforme, así que no protestó e hizo lo que le ordenaron.
Por esa razón, ahora, en su primer año en el instituto, poseía muy poco de lo que
podría llamarse «espíritu escolar».
—¡Buenos días! —Un alegre trío de voces saludaron a Youko mientras entraba al
salón.
Las tres chicas la saludaron con la mano desde el otro lado de la habitación.
Una de las chicas se acercó a ella.
—Oye, Youko, ¿hiciste los deberes de matemáticas, no? ¿Me los dejas?
Youko se abrió paso hasta su pupitre, cerca de la ventana. Sacó los deberes de su
bolso. Varias chicas se arremolinaron alrededor de ella y comenzaron a copiar sus
respuestas.
—Eres una estudiante tan buena, Youko. Con razón eres la delegada de la clase.
Youko movió la cabeza tímidamente.
—¡Realmente no! ¡Odio los deberes! Entran por una oreja y salen por la otra.
—Sí, a mí también me pasa lo mismo. En el momento en que empiezo a pensar en
eso, no entiendo nada. Es como ver cómo se seca la pintura. Me quedo frita. Quisiera ser
tan inteligente como tú.
—Seguro que ni tuviste que abrir el libro.
—No, no es verdad.
—¿Te gusta estudiar, o no?
—No seas tonta —Youko aparentó enfadarse por el comentario—. Es mi madre,
siempre está detrás de mí.
No era verdad. Su madre no era para nada estricta con ella. Pero era mejor seguirles
la corriente.
—Revisa mis deberes cada noche —Youko mintió—. No lo soporto.
La verdad era justo lo contrario. De hecho, el que Youko estudiara tanto molestaba
a su madre. No es que no le importara que su hija no sacara buenas notas, simplemente no
era prioritario.
Doce Reinos

—Si tienes tiempo de estudiar todo el día, entonces también tienes tiempo de hacer
las tareas de la casa. —Esta era su frase favorita en ese entonces.
Y tampoco era que a Youko le importara estudiar. La verdad del asunto era,
simplemente, que la desaprobación de sus maestros la aterrorizaba.
—¡Qué mal! Revisar tus deberes todas las noches.
—Sí. Mis padres también son así. Esperan verme estudiando cada minuto del día.
¡Ninguna persona normal puede estudiar tanto!
—Es verdad.
Youko asintió, sólo de alivio porque ya no era el tema de conversación.
Detrás de ella alguien susurró:
—Mira, es Sugimoto.
La mirada de todos en la habitación se posó sobre una chica que acababa de entrar,
y en el mismo momento dejaron de mirarla. Una onda de fría indiferencia colmó el
ambiente. En los últimos seis meses, ignorar a Sugimoto se había convertido en el deporte
de la gente popular de la clase.
Sugimoto los miró a todos de reojo, un cervatillo asustado bajo las luces de un
coche, entonces arrastró los pies hasta donde se encontraba Youko. Se sentó en el pupitre a
su derecha.
—Buenos Días, Youko —dijo.
Habló muy educadamente. Youko empezó a contestar, por acto reflejo, y entonces
se calló su respuesta. Una vez, no hace mucho tiempo, sin darse cuenta, le había devuelto el
saludo a Sugimoto. Después de aquello, sus compañeros de clase la trataron con desdén.
Así que no dijo nada, hizo como si Sugimoto no estuviera ahí. Las otras chicas
empezaron a reír. Sugimoto bajó la cabeza, pero no apartó la mirada. Youko sintió cómo la
miraba. Para esconder su incomodidad aparentó que se unía a una conversación.
Puede que se sintiera mal por Sugimoto, pero si iba en contra de los demás, la
próxima vez ella sería la ignorada.
—Um… ¿Youko?
Youko pretendió no escucharla. Sabía que lo que estaba haciendo era cruel pero no
sabía qué podía hacer.
Sugimoto insistía.
—Youko —dijo.
11 Capítulo 1

La conversación se detuvo. Como si fueran uno solo, el círculo de gente que estaba
alrededor del escritorio de Youko centró su atención en la chica. Youko no pudo evitar
hacer lo mismo y se encontró con la mirada de Sugimoto.
—¿Hi… hiciste los deberes de matemáticas?
La timidez de la voz de la chica causó otro ataque de risa en el círculo de gente.
Youko luchó por encontrar la respuesta apropiada.
—Yo…sí, más o menos.
—¿Me dejas verlos, por favor?
La profesora de matemáticas siempre escogía a un estudiante para que explicara los
deberes del día anterior. Youko pensó que hoy era el turno de Sugimoto. Miró al círculo de
gente. Nadie dijo nada. Le respondieron con la misma mirada que reservaban para
Sugimoto. Youko entendió inmediatamente que sólo estaban esperando ver de qué manera
iba a rechazar la súplica de Sugimoto.
Youko se esforzó para tragar saliva.
—Yo… todavía necesito revisar algunos errores.
Aquel rechazo indirecto no impresionó a sus compañeros.
—Oh, Youko —dijo uno de ellos, con una voz que rezumaba desaprobación y
reproche—. Eres muy blanda.
Youko se encogió sobre sí misma. El resto se metió en la conversación.
—Tienes que ser más directa, Youko.
—Tiene razón. Una persona en tu posición no puede dejar lugar para la duda.
—De otra forma terminarás rodeada de idiotas que no pueden tomar un no por
respuesta.
Youko no sabía qué hacer. Le faltaba el coraje para traicionar abiertamente sus
expectativas. Al mismo tiempo, le faltaba la indiferencia disciplinada requerida para lanzarle
a la chica el tipo de palabras que ellos querían escuchar. Finalmente respondió con una risa
nerviosa:
—Estoy segura…
—¡Es verdad! Eres demasiado amable todo el tiempo. Es por eso que a nadie le
gusta que siempre esté detrás de ti.
—Pero soy la delegada de la clase.
—Por eso es que debes ser más estricta. Después de todo, tienes verdaderas
responsabilidades. No te puedes distraer cada vez que una molestia como esa se te acerque.
—Supongo que sí.
Doce Reinos

—Así es —Una delgada y cruel sonrisa se dibujó en los labios de la chica—.


Además, si le das tus notas a Sugimoto, las… ensuciará.
—Sí, no querrás que eso pase.
El círculo de gente se disolvió y se convirtió en otro de júbilo despiadado. Youko se
unió a las risas. Pero no antes de darse cuenta por el rabillo del ojo de la cabeza baja de la
chica, las lágrimas rodando por sus mejillas.
También es su culpa, se dijo a ella misma. A la gente como ella no la molestan sin ninguna
razón. Siempre hay una razón. Ellos mismos se lo buscan.

Con el infinito atardecer no había ni cielo ni tierra. Solamente el sordo sonido de la


caída del agua. Mirase donde mirase nada más que veía aquel débil resplandor carmesí, las
sombras retorcidas, las extrañas bestias galopando a su alrededor.
Ya estaban a menos de dos yardas. Su nimio tamaño le impedía medir bien la
distancia. Había un mono entre los monstruos, con la boca entreabierta pero no se oía
nada, parecía reírse escandalosamente, resplandeciendo ligeramente entre la luz roja… Este
estaba tan cerca que con cada salto, con cada movimiento, podía ver dibujarse en su piel
sus músculos y tendones.
Ella estaba inmóvil, ensimismada y atrapada. Por más que intentase apartar la
mirada solo podía ver la bailarina y macabra banda. El olor a muerte inundaba el ambiente
y la oprimía, asfixiándola.
Tengo que despertar.
Tenía que despertarse antes de que la alcanzasen. Aunque se lo repetía una y otra
vez no era capaz de hacerlo. Si la soledad era lo que hacía falta, ella ya lo habría hecho.
Mientras ella estuviese allí sin ayuda, la distancia entre ella y los monstruos se
reducía a la mitad.
Tengo que despertarme.
Una frenética desesperación la poseyó. El pánico recorrió todo su cuerpo,
deslizándose sobre su piel. Tragó saliva fuertemente. Su corazón palpitaba, el bombeo de la
sangre tronaba en sus oídos.
¿Qué pasará si no puedo escapar?
En ese momento sintió una presencia sobre su cabeza, un golpe ansioso de sangre
se cernía sobre ella. Por primera vez en el sueño, descubrió que podía moverse. Vio unas
alas pardas, algo del mismo color. Un escamoso pie terminado en una afilada y potente
13 Capítulo 1

garra. No tenía tiempo para considerar una escapatoria. El bramido del mar recorrió su
cuerpo.
Gritó:
—¡Youko!
Ella huyó. No pensó cómo escapar. Su cuerpo solamente cumplió su deseo. Corrió
y corrió. Al poco rato, miró a su alrededor.
Y la mirada asustada de su profesora, las inquisitivas miradas de sus compañeros.
Estaba a unos cuantos pasos de su pupitre. En clase de inglés. Exhaló un profundo
suspiro de alivio, luego se sonrojo, avergonzada.
Un latido, y las risas resonaron en la sala como un vendaval.
Se había quedado dormida. El sueño había hecho que tuviese insomnio. A menudo
había dado cabezadas en las clases. Pero las pesadillas nunca la habían visitado en el día a
día.
Su profesora se acercó rápidamente a ella. Youko se mordió el labio, preocupada.
Normalmente no tenía problema con los profesores, pero por alguna razón, ésta era
diferente. No importaba lo modesta y sirviente que Youko intentara ser, su profesora de
inglés parecía tener algo personal contra ella.
La profesora golpeó en el pupitre con la esquina de su libro.
—Acepto el hecho de que alguien pestañee unas cuantas veces en mi clase, pero
esto… esto es la primera vez que me pasa, señorita Nakajima. ¿Te traerás una almohada la
próxima vez? Lamentaría mucho que nuestros incómodos pupitres hicieran que te doliese
algo.
Youko bajó la cabeza y volvió a su pupitre.
—¿Tengo que pensar que crees que las clases son para esto? No sé si me equivoco,
pero creo que los estudiantes deberían dormir en casa. Y, si encuentras las clases tan
aburridas, no hay necesidad de que lo muestres, ¿de acuerdo?
—Lo siento.
—O quizá estuviste anoche demasiado ocupada para dormir bien, ¿es eso?
Otra oleada de risas sacudió la clase, algunos de los que se rieron eran sus amigos.
No oyó siquiera una sonrisa contenida de Sugimoto.
La profesora cogió la trenza de Youko.
—Tu pelo…¿es normalmente de este color?
—Sí
Doce Reinos

—¿De verdad? Una amiga mía también tiene el pelo rojo. Más que tú, incluso. Me
recuerdas a ella —Se sonrió—. En su último año de instituto, terminó en un tribunal
juvenil y se lo tuvo que cortar completamente. ¿Sabes en qué se convirtió? Ains, hace tanto
tiempo…
La clase reprimió otra carcajada.
—Bueno, ¿ya estás preparada para prestar atención, señorita Nakajima?
—Si, señora
—De cualquier manera, mejor que te quedes de pie el resto de la clase, para ayudar
a que te quedes despierta. —Sorbió por la nariz, se había divertido con la conversación,
volvió tranquila a su posición en la clase.
Youko se quedó al lado de su pupitre el resto de la hora. Las risas de mofa no
cesaron en todo el tiempo.
Le tomaron nota del incidente en la clase de inglés. Esa tarde, fue llamada al
despacho para un interrogatorio intensivo sobre su vida personal.
El subdirector era un hombre de mediana edad completamente surcado de arrugas.
Dijo:
—De hecho, algunos profesores creen que tienes, ejem, actividades extraescolares.
¿Piensas que esto podría ser lo que está repercutiendo en tu comportamiento?
—No. —Era demasiado largo explicar todo sobre sus sueños.
—Entonces estuviste levantada hasta tarde —dijo—. ¿Viendo la televisión?
—No, yo… —Youko buscó una buena excusa—. Yo… mis notas medias, no son
demasiado buenas.
El subdirector mordió el anzuelo.
—Ah, sí, entiendo. Es cierto, tus notas han bajado un poco recientemente.
—Sí.
—Tienes que entender que estudiar hasta media noche es contraproducente si no
puedes prestar atención en clase.
—Lo siento.
—No, no, no, no quiero que te disculpes. Desafortunadamente, señorita Nakajima,
las personas sacan conclusiones equivocadas sobre las cosas más inocentes. Ven el color de
tu pelo, y, bueno, ya sabes…
—Estaba pensando en ir a cortármelo hoy.
—¿Eh? —Afirmó, dando su consentimiento—. Es duro, lo sé. Pero no tan
desagradable como parece, solo actuamos conforme a tus intereses.
15 Capítulo 1

—Sí.
Él meneó la cabeza.
—Bien, eso es todo. Puedes irte.
Youko respondió con una ligera inclinación.
—Con permiso —dijo.
Tras ella, un hombre le gritó.

Dijo:
—Te encontré.
Su presencia venía acompañada de un tenue olor a océano. El subdirector se les
quedó mirando sorprendido. Cuando Youko miró sobre su hombro, el hombre confirmó:
—Sí que eres tú.
Ella supuso que tendría alrededor de veinticinco años. Todo lo demás en él era
simplemente impresionante. Usaba una larga tela, como una capa, sobre sus hombros. Su
cabello era de un increíble dorado brillante, que enmarcaba una cara que parecía de mármol,
y que llegaba hasta sus rodillas.
Nunca lo había visto.
—¿Y tú quién eres? —preguntó el subdirector.
El desconocido lo ignoró y en vez de contestarle hizo algo aún más increíble. Se
arrodilló a los pies de Youko y bajó la cabeza.
—Aquél que se había estado buscando ha sido encontrado.
—¿Conoces a esta persona?
Youko movió la cabeza.
—No lo conozco, no lo conozco.
Mientras estaban de pie confundidos, el hombre se levantó de un salto.
—Debemos irnos.
—¿Irnos?
—Señorita Nakajima, ¿qué es todo esto?
—¡No lo sé!.
Doce Reinos

A su alrededor, un grupo de profesores y el personal de oficina intercambiaron


miradas curiosas. Youko miró suplicante e indefensa al subdirector, quien se incorporó en
toda su altura.
—Joven, está invadiendo el territorio de la escuela. ¡Debo pedirle que se vaya en
este momento!
La cara del desconocido reflejaba sólo indiferencia. Dijo fríamente, sin agresividad
en su voz:
—Esto no te incumbe —Inspeccionó la habitación sin cambiar su expresión—. No
interfiráis, ninguno de vosotros.
El tono imperial de su voz tuvo un efecto inmediato, dejándolos sin palabras.
Entonces posó su mirada en la igualmente asombrada Yoko.
—Te explicaré más tarde. Debemos irnos ahora.
—¿Qué vamos…?
Una voz cercana interrumpió la pregunta.
—Taiho.
Levantó la cabeza como si alguien lo hubiera llamado por su nombre.
—¿Qué pasa? —hablándole al aire. La preocupación oscureció su cara.
De alguna parte y de ninguna parte la voz resonó una vez más.
—El enemigo está a las puertas.
Una temible expresión reemplazó su impasible rostro. Asintiendo en un gesto de
comprensión, tomó a Youko de la muñeca.
—Discúlpame —dijo—, pero este lugar es peligroso.
—¿Peligroso?
—No hay tiempo para explicar. Llegarán en cualquier momento.
Youko se alejó de él, llena de un terror que no podía articular.
—¿Quiénes llegarán? —gritó.
Estaba a punto de preguntar nuevamente cuando la voz sin cuerpo dijo:
—Están aquí.
La ventana más cercana a Youko explotó.
Cerró los ojos, escuchó un chillido, los fragmentos de vidrio llovían a su alrededor.
—¡¿Qué fue eso?!
Youko abrió los ojos al escuchar la voz del subdirector. Todos en la oficina se
juntaron alrededor de las ventanas. Entró una brisa fría proveniente del ancho río que
estaba detrás de la escuela. Con la brisa, también iba el olor de la matanza y del mar.
17 Capítulo 1

Vidrio roto alrededor de sus pies. A pesar de ser la más cercana a la ventana, no
tenía ni un rasguño.
—¿Cómo…?
Antes de poder entender la situación, el desconocido le habló.
—Es tal como te advertí. Algo malvado se aproxima —La tomó de su brazo—.
Sígueme.
El pánico la invadió. Youko opuso resistencia, pero el desconocido simplemente la
arrastró. Cuando se tropezó y perdió el equilibro, pasó su brazo alrededor de los hombros
de ella. El subdirector se atravesó en su camino.
—¿Eres el responsable de esto?
El timbre de la voz del desconocido, se tornó frío y amenazante.
—Eres irrelevante. Apártate.
—No antes de que expliques lo que pasa, amigo. ¿Qué estás haciendo con la
señorita Nakajima? ¿Esto es algo relacionado con pandillas? —Vio a Youko con una
mirada acusadora—. ¿En qué problema te has metido?
—¡No sé de qué habla!
—¿Y él? —dijo, señalando al hombre.
Youko vio en los ojos del subdirector cómo sacaba una conclusión aún peor: estaban
en esto juntos.
—¡No lo conozco! ¡Lo juro!
Intentó soltarse, liberando su brazo. Al mismo tiempo, desde arriba y detrás de
ellos, la voz habló una vez más, esta vez más inquieta.
—¡Taiho!
Las personas en la oficina se miraron los unos a los otros, como tratando de
identificar el origen de la voz.
El desconocido frunció el ceño, obviamente frustrado.
—¡¿Tienes que ser tan obstinada?! —Antes de que Youko pudiera reaccionar o
responder, se arrodilló y tocó los pies de Youko, rogando—. Su Excelencia, le prometo mi
lealtad eterna —habló rápidamente, sus ojos no se alejaban de los de ella—. Te pido que
aceptes.
—¿Acepte q-qué?
—¿No aprecias tu vida? ¡Acepta!
Demasiado sorprendida para considerar coherentemente lo que él pedía, y
abrumada por la intensidad de sus palabras, Youko terminó asintiendo.
Doce Reinos

—Acepto —dijo.
Lo que hizo luego dejó a Youko completamente muda.
En coro, un grupo de voces se levantaron, objetando.
—¿Qué les pasa a los dos? ¿Están locos?
Petrificada, Youko observó cómo este hombre —al que nunca había visto en su
vida— se postraba ante ella, llegando a tocar sus pies con la frente.
—¿Qué estás…? —Empezó a decir, pero la interrumpieron.
Sus sentidos flaquearon. Sintió algo que pasaba a través de ella. Su visión se oscureció
momentáneamente. Un estruendo como el de un terremoto sacudió la habitación. El patio
que se encontraba afuera de las ventanas cayó en una turbia oscuridad.
—¡Nakajima! —gritó el subdirector, con una cara enfurecida—. ¿Qué demonios
está pasando?

Un torrente de agua chocó contra el edificio, reventó las ventanas que quedaban y
lanzó una ola llena de fragmentos de hielo a través de la habitación. Youko se tapó la cara
con las manos. Una ráfaga de pequeños dardos aguijonearon su cabeza, sus brazos y su
cuerpo.
Sus oídos se cerraron ante toda esa violencia. No escuchaba nada.
La sensación de ser atrapada en una tormenta de arena, se desvaneció. Abrió los
ojos. El cristal relucía sobre todas las superficies. Aquellos que se habían reunido alrededor
de las ventanas, ahora estaban en shock, en cuclillas. El subdirector estaba en el suelo a los
pies de Youko.
«¿Está bien?», se sintió obligada a preguntar, hasta que vio que el cuerpo del
subdirector estaba incrustado con fragmentos brillantes. No se encontraba bien. Los otros
estaban luchando por ponerse en pie, gimiendo. Youko estaba de pie al lado del
subdirector, y aun así, no tenía ni una herida ni corte.
El subdirector tomó el tobillo de Youko.
—¿Por qué? —gimió.
—¡Yo no hice nada!
El desconocido apartó la mano ensangrentada del subdirector de su pierna. Él
estaba ileso, como ella. Y dijo:
—Debemos irnos.
19 Capítulo 1

Youko ladeó la cabeza. Si se iba con él ahora mismo, todos deducirían que estaban
en esto juntos, desde el principio. Pero el miedo de quedarse pudo más. Dejó que él la
arrastrara. «El enemigo está a las puertas». Eso no significaba nada para ella. El miedo de
permanecer ahí, entre los heridos y ensangrentados, la asustaba mucho más.
Salieron de la oficina e inmediatamente se encontraron cara a cara con otro
profesor. Éste gritó:
—¿Qué está pasando? —Sus ojos miraban sospechosamente al desconocido.
Antes de que Youko pudiera responder, el desconocido señaló hacia la oficina.
—Allí hay personas heridas. Necesitan atención médica. —Y continuó caminando,
arrastrando a Youko.
El profesor les gritó algo que ella no entendió.
Youko dijo:
—¿A dónde vamos?
Sólo quería correr a su casa lo más rápido posible. En lugar de bajar las escaleras, el
desconocido subió.
—Por aquí se va al techo —jadeó Youko.
—Otras personas estarán usando las escaleras de abajo.
—Pero…
—A donde nos dirigimos, el infierno viene después. Es mejor que no involucremos
a nadie más.
¿Entonces porqué me involucraste a mí?, quería gritarle Youko. ¿Qué enemigo? ¿De qué
hablas?, pero no tenía el coraje de levantarle la voz.
Abrió de golpe la puerta que estaba al final de las escaleras y medio arrastró a
Youko a la azotea. Tras ellos venía el sonido de metal contra otro metal oxidado. Una
sombra pasó por la puerta. Youko abrió los ojos, viendo unas gigantescas alas, una boca
abierta bajó un pico doblado y lleno de veneno.
Un aullido parecido al de un gato se escapó de la gigantesca boca. Cada una de las
enormes alas del ave tenía en la punta cinco garras.
Conozco a esta criatura.
Estaba de pie, petrificada como si estuviera atada de pies y manos. Con cada
horrible chillido de la criatura, podía percibir la sed de sangre.
En mis sueños.
Un oscuro atardecer manchaba el cielo nublado. A través de los gruesos pliegues de
nubes arremolinadas, se podía ver el turbio fulgor rojo del sol poniente.
Doce Reinos

La gran ave parecida a un águila tenía un cuerno en el centro de su frente. Movía su


cabeza y aleteaba, zarandeándolos en una ráfaga de olor nauseabundo. Como en sus
paralizantes pesadillas, Youko sólo podía mirar. El ave elevó el vuelo desde su percha, flotó
hacia arriba, batió las alas una vez más, alistó sus alas y cayó en picada en dirección a
Youko. Sus terroríficas extremidades se dirigían a ella, las garras afiladas como una navaja
que salían de sus ásperos pies.
No tenía tiempo de prepararse. Sus ojos estaban abiertos de par en par. Pero aún
así no veía nada. Incluso cuando sintió un golpe en sus hombros, le parecía imposible que
las garras de la criatura estuvieran rasgando su carne.
—¡Hyouki! —El nombre hizo eco a través del aire. Una fuente color rojo brillante
brotó ante sus ojos.
Mi sangre.
Pero de alguna manera no sentía nada de dolor. Cerró los ojos. No quiero saber nada,
se dijo a sí misma. Incompresiblemente, parecía que la muerte debería ser más aterrador
que esto.
—¡Aguanta!
Alguien la tomó de los hombros y la agitó. Volvió en sí, abrió los ojos para ver al
desconocido mirándola. La pared de cemento se sentía firme contra su espalda, su hombro
izquierdo contra la valla que cerraba el perímetro del techo.
—¡Este no es momento para desmayarse!
Youko se incorporó alarmada. La colisión la había lanzado hasta el otro lado de la
azotea. Un grito atormentado de dolor se escuchó. Extendida ante la puerta, la enorme ave
aleteó, produciendo ráfagas de viento. Sus garras estaban clavadas profundamente en el
cemento mientras movía la cabeza de atrás para adelante. No se podía liberar. Una bestia
tenía las mandíbulas cerradas en el cuello del ave, una bestia parecida a una pantera con un
pelaje color escarlata.
—Qué… ¿Qué es eso?
—Te advertí de los peligros que nos acecharían.
La alejó de la valla. Youko se encontró a sí misma mirando fijamente a la bestia y al
ave, entrelazados en un combate mortal, y entonces miraba de vuelta al desconocido.
El desconocido dijo:
—Kaiko.
La forma de una mujer salió de la sólida superficie sobre la que se encontraban,
como alguien que se está bañando sale de una piscina. Sólo se veía la parte superior de su
21 Capítulo 1

cuerpo, un cuerpo forrado de suaves plumas, brazos como delicadas alas. Sostenía una
espada que se encontraba dentro de una magnífica vaina. La empuñadura de la espada
estaba incrustada de oro, perlas y piedras preciosas.
A Youko le dio la impresión de que era más que un ornamento frívolo. El
desconocido tomó la espada y se la presentó a Youko.
—¿Qué…?
—Es tuya. Tú y sólo tú debes usarla.
—¿Yo? —Sus ojos iban de la espada a la cara del desconocido—. ¿Por qué yo?
El desconocido presionó el arma contra las manos de Youko, su expresión se
mantenía fría.
—No tengo interés en usar la espada…
—¡Pero dijiste que me ayudarías!
—… ni talento para hacerlo.
Era más pesada de lo que parecía. ¿Cómo demonios se supone que iba a defenderse
con eso?
—¿Qué te hace pensar que yo sí? —replicó.
—¿Morirás como una oveja que se dirige al matadero?
—¡No!
—Entonces usa la espada.
Youko estaba perdida en un caos de pensamientos. No quería morir, aquí no, así
no. Pero tampoco tenía ningún interés en salir al campo de batalla moviendo la espada
sobre su cabeza. No poseía ni la fuerza ni la habilidad para hacer algo con el arma. Las
voces en su cabeza le decían que blandiera la espada, que no lo hiciera, que sí lo hiciera,
que…
Eligió la tercera opción. La tiró.
El desconocido le gritó, tanto enfadado como sorprendido:
—¡Loca!
Youko había apuntado a la cabeza del ave. La espada cayó antes de llegar a su
destino, rozando la punta de un ala y cayendo a los pies del ave.
—¡Maldición! —Haciendo una serie de sonidos con su lengua, el hombre gritó—.
¡Hyouki!
La pantera se desenredó de entre las garras del ave. Se agachó, cogió la espada en su
boca y trotó de vuelta hasta Youko. Se veía claramente molesto por tener que abandonar su
presa.
Doce Reinos

El desconocido tomó la espada. Le dijo a la criatura:


—Espera aquí hasta nuevas ordenes.
—Como desees —respondió inmediatamente la criatura.
—Paciencia —le dijo el desconocido.
Se dio la vuelta hacia la mujer emplumada.
—Kaiko.
La mujer hizo una reverencia.
En ese momento, el ave volaba libremente, dejando caer grava y cemento sobre
ellos. Giró en el aire. La bestia en forma de pantera trepó tras el ave. La mujer salió del
suelo, revelando unas piernas humanas cubiertas de pluma y una larga cola, y también atacó
al ave.
El desconocido dijo:
—Hankyo. Juusaku.
Igual que la mujer, las cabezas de dos bestias feroces aparecieron en la azotea. Una
parecía un gran perro, la otra un babuino.
—Juusaku, Hankyo. La dejo bajo vuestra protección.
—Como ordenes. —Hicieron una reverencia.
23 Capítulo 1
Doce Reinos

El desconocido asintió, le dio la espalda a Youko, caminó hacia la valla y


desapareció.
—¡Espera! —Youko lo llamó.
Sin preguntarle su opinión, el babuino la cogió y la envolvió fuertemente en sus
brazos. Ignorando sus protestas, la levantó, saltó sobre la valla y dio un salto en el aire.

El babuino saltó de azotea en azotea, de azotea a poste telefónico, esquivando


obstáculos, yendo de lugar en lugar con grandes zancadas, casi como si fuera llevado por el
viento. Esa agitada e incómoda forma de transportarse eventualmente los llevó hasta las
afueras de la ciudad, a la orilla del mar.
El babuino liberó a Youko sobre el rompeolas en dirección al puerto. En el tiempo
que tardó en coger aliento, el babuino desapareció. Inspeccionando el rompeolas de arriba
abajo para ver a dónde se había ido, vio al desconocido abriéndose paso a través del gran
grupo de tetrápodos de cemento. Llevaba la espada enjoyada.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
Youko asintió. Se sentía mareada. Esto era culpa del babuino, el resultado de la
cruel locura que había alrededor de ella. Sus rodillas cedieron. Cayó sentada y empezó a
sollozar.
El desconocido apareció ante ella.
—Este no es lugar para llorar.
¿Qué está pasando?, quería preguntarle. Pero podía ver que no estaba de humor para
dar explicaciones. Dejó de mirarlo y se sujetó las rodillas con las manos temblorosas.
—Tengo miedo.
Su reacción fue fría y abrupta.
—Guárdate esas emociones para después. Nos están persiguiendo mientras
hablamos. No vamos a tener tiempo ni siquiera para coger aliento.
—¿Nos están persiguiendo?
El desconocido asintió.
—No lo mataste cuando debías. Ahora no hay nada que nosotros podamos hacer.
Hyouki y los otros lo entretendrán, pero me temo que eso no será suficiente.
—¿Te refieres al pájaro? ¿Qué era eso?
—Te refieres al kochou.
—¿Qué es un kochou?
25 Capítulo 1

El desconocido respondió con una expresión de odio:


—Es uno de ellos.
El vacío de la explicación hizo que Youko se encogiera por dentro.
—¿Y quién eres tú? ¿Por qué me estás ayudando?
—Mi nombre es Keiki.
No dijo más nada. Youko suspiró para ella misma. Había escuchado claramente
cómo los demás le llamaban Taiho pero no estaba de humor para preguntar más sobre ese
asunto. Sólo quería huir, ir a casa. Su mochila y su chaqueta estaban en la escuela. No
quería regresar ahí, al menos no sola. Y no es que quisiera ir a casa en este estado. Se
tumbó sobre el rompeolas, perdida en sus pensamientos.
—¿Estás lista? —preguntó Keiki.
—¿Lista para qué?
—Lista para irnos.
—¿Irnos? ¿A dónde?
—Allí.
De nuevo, a cualquier sitio, a ninguna parte. A Youko no le podía importar menos.
Keiki la tomó del brazo nuevamente, por enésima vez. ¿Por qué no explicaba sus
intenciones? ¿Por qué seguía arrastrándola a todas partes?
Youko dijo:
—Oye, espera un segundo.
—Ya has tenido suficiente tiempo. No hay más para desperdiciar.
—¿Dónde es «allí»? ¿Cuánto tardaremos?
—Si nos vamos de una vez, un día.
—¡No puede ser!
—¿Qué quieres decir con eso?
Su tono de voz la intimidó. Había estado considerando la idea de irse con él por
pura curiosidad. Pero no lo conocía en lo más mínimo. Y un día entero. ¡Era impensable!
¿Qué dirían sus padres cuando llegaran a la casa y la encontraran vacía? Nunca le habían
permitido viajar a un lugar tan lejano ella sola.
—No puedo. Simplemente no puedo.
Nada de esto tenía sentido. ¿Por qué la seguía amenazando, pidiéndola cosas
imposibles? Quería llorar. Sabía que él la regañaría si lo hacía, así que abrazó sus rodillas,
cerró la boca e intentó retener desesperadamente las lágrimas.
Una voz familiar hizo eco alrededor de ellos.
Doce Reinos

—Taiho.
Rápidamente Keiki empezó a examinar el cielo.
—¿El kochou?
—Sí.
Un escalofrío bajo por la columna de Youko. El ave monstruosa estaba
acercándose. Keiki le dijo:
—Necesito tu ayuda.
Keiki la obligó a incorporarse, y le puso la espada en las manos.
—Si amas tu vida, entonces usa esto.
—Ya te lo dije, ¡no sé cómo hacerlo!
—Nadie más puede.
—¡Eso no cambia nada!
—Te otorgaré un Hinman —dijo—: Jouyuu.
A esa orden, la cabeza de un hombre salió de la superficie rocosa, un pálido
semblante con ojos hundidos y delineados de rojo. Subió y se hizo claro que no tenía
cuerpo debajo del cuello, a excepción de unos apéndices gelatinosos parecidos a los de una
medusa que colgaban.
Youko jadeó.
—¿Qué es eso?
La cosa salió completamente del suelo, se dio la vuelta y se lanzó sobre ella. Youko
intentó correr. Keiki la atrapó y la sostuvo. La criatura se aferró a su cuello, frío y suave, y
luego se sumergió por su espalda. Youko gritó:
—¡Quítamelo!
Se sacudió inútilmente con sus manos.
—¡Para, para!
Keiki la mantuvo sujeta.
—Estás siendo irrazonable. Cálmate.
Quiso vomitar. Jirones como frías hebras serpenteaban por su cuerpo, desde su
columna hasta debajo de la carne de sus brazos. Lo sentía presionando fuertemente en su
nuca. Gritó aterrorizada. Se retorció para alejarse de él y se liberó, tambaleó y cayó de
rodillas, se intentó desgarrar el cuello y los hombros en un ataque de pánico, sin tener éxito.
—¿Qué es esto? ¿Qué has hecho?
—Jouyuu te ha tomado como huésped.
27 Capítulo 1

—¿Huésped? —Youko pasó las manos por su cuerpo. La sensación repugnante se


había ido.
—Jouyuu es un hábil espadachín. Este conocimiento estará a tu disposición. El
kochou llegará pronto. Debes matarlo, y no sólo a él, si piensas escapar.
—¿No sólo a él?
Así que había más persiguiéndola, igual que en el amanecer rojo de sus sueños.
—No… puedo. Ese Jouyuu o Hinman o lo que sea, ¿dónde está?
Keiki no respondió. Miró fijamente el cielo.
—Ya vienen.

En el momento en que se dispuso a verlo por sí misma, tras ella, escuchó un


extraño grito. La espada estaba en su mano. Al principio no fue consciente de esto. Se dio
la vuelta en dirección al grito y vio el gran tamaño del ave mientras volaba en círculos y caía
hacia ellos.
Gritó de miedo, dándose cuenta casi inmediatamente de que no había hacia dónde
huir. El ave descendía más rápido de lo que ella podía correr. La espada era inútil. No tenía
idea de qué hacer con ella. ¿Enfrentarse a la bestia con ella? Eso era absurdo. No había
manera de protegerse.
Los grandes apéndices en forma de garra del ave eran todo lo que podía ver. Quería
cerrar los ojos pero no podía.
Un destello de luz blanca pasó rápidamente frente a ella, seguida por un sonido
violento, duro, parecido al de dos rocas chocando una contra la otra. Una gran garra,
resplandeciendo como el filo de un hacha, se detuvo justo frente a su cara. Youko notó el
movimiento que hizo con la espada, la cual estaba medio desenvainada y a la que sostenía
frente a ella con ambas manos.
No hubo tiempo de preguntarse cómo lo había hecho.
Su mano, por sí sola, desenvainó el resto de la espada. En el mismo movimiento,
dirigió la espada hacia los pies del ave. Un torrente caliente y brillante de sangre roja la
bañó.
Bloqueada por la sorpresa, sólo podía pensar, no soy yo quien está haciendo esto. Sus
manos y pies reaccionaron por cuenta propia, cortando los miembros del kochou mientras
revoloteaba sobre ellos confundido.
Doce Reinos

Más sangre cayó, empapándola. El cálido líquido corrió por su rostro y su cuello y
empapó el cuello de la camisa. Se estremeció del asco. Ella —o más bien, sus piernas— se
alejaban, esquivando la erupción de sangre.
El monstruo se elevó, se estabilizó y se lanzó en picado hacia ella. Youko cortó sus
alas. Con cada movimiento podía sentir las frías hebras ondulando a través de ella.
Es esa cosa, el Jouyuu.
Sus alas se rasgaron, el ave chilló y se estrelló contra el suelo. Un segundo le bastó a
Youko para comprender la escena. El Jouyuu era quien estaba haciendo esto, ella lo sabía,
estaba moviendo sus brazos y piernas como si fuera una marioneta.
La gigantesca ave se retorcía en agonía, golpeaba con sus alas en el suelo y se
arrastró con las garras hacia ella. Sin dudar ni un momento, Youko atacó. Esquivando el
ataque del ave, cortó su cuerpo. Pronto se cubrió de una espesa sangre. Todo lo que
alcanzó a notar fueron las repugnantes repercusiones en sus manos mientras cada golpe
atravesaba carne y hueso.
Hizo un sonido de disgusto pero no fue capaz de detenerse. Ignoró la sangre que
fluía y clavó la espada en el ala del ave, luego tiró de la espada, cercenando una buena parte
del ala. Se dio la vuelta y quedó cara a cara con la cabeza del animal, que echaba espuma
por la boca y chillaba.
—¡Por favor, detente!
La gran ave aleteó su ala herida pero fue incapaz de levantar su cuerpo del suelo.
Youko zarandeó el ala y apuñaló al ave en el torso. Cerró los ojos para evitar ver lo que
hacía pero sintió la suave resistencia en sus brazos al momento en que la espada cortaba
grasa y tejidos. Sacó la espada, dio la vuelta y apuntó al cuello del ave.
La columna del animal detuvo el movimiento de la espada. Sacó la espada del
cuerpo del ave, salpicándose de carne y fluidos; volvió a golpear y cercenó la cabeza con un
corte limpio.
Sólo tras limpiar la espada con las todavía temblorosas plumas del ave, recuperó el
control de su cuerpo.
Gimió angustiada y tiró la espada tan lejos como pudo.

Youko se puso de rodillas en el borde del rompeolas y vomitó. Sollozando, se


deslizó entre los brazos de cemento de los tetrápodos y se metió al mar. Eran mediados de
febrero. El agua estaba tan fría como para partirla en dos. Pero su único deseo era lavarse la
sucia sangre de su rostro.
29 Capítulo 1

Para cuando había vuelto en sí, estaba temblando tanto que lo único que pudo
hacer fue arrastrarse desde el dique hasta el rompeolas. De vuelta en la tierra, rompió a
llorar. Lloró con miedo y repulsión, lloró hasta que su voz se quedó ronca, hasta que ya no
tenía lágrimas que salieran.
—¿Estás bien? —preguntó Keiki.
—¿Que si estoy qué?
No había color en la expresión del hombre. Dijo:
—Ese no es el único. Hay más en camino.
—¿Y? —Su cuerpo estaba entumecido. La amenaza no produjo nada en ella.
Mirando la cara del hombre, sintió que ya no le temía.
—Son fuertes, son implacables. Si te voy a proteger, debes venir conmigo.
—Olvídalo.
—Estás actuando como una tonta.
—Quiero ir a casa.
—Tu casa tampoco es segura.
—No me importa. Tengo frío. Me voy a mi casa. Esos monstruos son todos tuyos.
Te los regalo —Youko lo miró enfurecida—. ¡Y saca ese Jouyuu de mí!
—Todavía lo necesitas.
—Yo no lo necesito. Me voy a casa.
—¡Mujer estúpida! —explotó con una ira que hizo a los ojos de Youko abrirse
sorprendidos—. ¿Acaso le das la bienvenida a la muerte? No lo entiendo. ¡Si no quieres
morir, entonces debes venir conmigo!
—¡Cierra la boca! —Youko le gritó— ¡Cierra la maldita boca! —Nunca en toda su
vida le había dicho algo así a otra persona. Una sensación extraña de regocijo se apoderó de
su pecho—. Haré lo que a mí me dé la gana y no quiero ser parte de nada de esto. Me voy a
casa.
—No escuchas lo que te estoy diciendo.
—Me voy a casa —apartó con un pie la espada que le habían ofrecido— No acepto
órdenes tuyas.
—¡No comprendes el peligro!
Youko respondió con una delgada sonrisa:
—Bueno, si yo no tengo problema con eso, ¿qué tiene que ver contigo?
Él contestó con un leve sonido de disgusto:
—Tiene que ver todo conmigo.
Doce Reinos

Él asintió mientras ella pasaba. Antes de poder reaccionar, dos brazos blancos la
habían alcanzado y la tenían inmovilizada.
—¿Qué estás haciendo?
Se retorció para mirar sobre su hombro. Era la mujer alada que le había traído la
espada. Sujetó los brazos de Youko y la forzó a sostener la espada.
—¡Suéltame!
Keiki dijo:
—Eres mi ama.
—¿Soy tu qué?
—Eres mi ama. Bajo cualquier otra circunstancia, obedecería ciegamente cualquier
otra orden que me dieras. Debes perdonarme. Una vez tu seguridad esté asegurada,
proveeré cualquier explicación que desees. Si deseas regresar a casa, eso también procuraré
cumplirlo.
—¿Cuándo demonios me convertí en tu ama?
—No hay tiempo para esas cosas —respondió con una mirada fría—. Con mucho
gusto vería a alguien como tú abdicar, pero esa no es mi decisión. No puedo abandonarte.
Lo mejor que puedo hacer es evitar que más inocentes se vean envueltos. Si fuerza es lo
que se requiere, entonces utilizaré la fuerza. Kaiko, llévatela.
—¡Déjame ir!
—Hankyo —dijo con un gesto. La bestia de pelaje cobrizo emergió de las
sombras—. Necesitamos escapar de aquí. Este lugar está lleno de olor a sangre.
Después de esto, apareció la enorme pantera llamada Hyouki. Todavía sujetando
los brazos de Youko, la mujer subió al lomo de la bestia pantera y montó a Youko de
espaldas en frente de ella. Keiki montó a Hankyo.
Youko suplicó:
—Por favor, no estoy bromeando. ¡Llévame a mi casa! ¡Sácame esta cosa de mi
cuerpo!
—No te molesta ¿verdad? Ahora que te ha poseído completamente, no deberías
volver a sentir su presencia.
—¡No me importa si puedo sentirlo o no! ¡Quítamelo!
Keiki se dirigió al Jouyuu:
—No te muestres. Haz como si no estuvieras.
No hubo respuesta.
31 Capítulo 1

Keiki asintió. Youko apenas tuvo tiempo de agarrar el brazo de la mujer para
estabilizarse antes de que la bestia se levantara sobre sus patas y saltara.
—¡Detente! —gritó.
La bestia pantera no le hizo caso. Trepaba sin esfuerzo en dirección al cielo,
moviendo sus patas como un perro nadando a través del aire mientras aumentaba
lentamente la velocidad. Si no fuera por el suelo que se alejaba de ellos ahí abajo, Youko
podría haber creído que de hecho no se estaban moviendo.
Como en un sueño, la bestia galopaba cada vez más lejos de la tierra, mostrando un
último vistazo de la ciudad que se encontraba debajo, envuelta en el crepúsculo que caía.

El cielo estaba sofocado por una brillante y fría luz. A través de la superficie de la
tierra, una constelación de estrellas marcaba el contorno de la ciudad.
La bestia pantera voló sobre la bahía como si nadara a través del aire. La velocidad
de la salida la había dejado sin aliento, pero aun así, extrañamente no sentía el fuerte y
esperado viento, y por eso no tenía idea de la velocidad. Sabía cuán rápido debían estar
yendo por el ritmo al que desaparecía el paisaje de la ciudad.
No importaba cuanto suplicara, nadie le respondía.
Y sin manera de juzgar la velocidad de su progreso, su miedo en cuanto a este
asunto amainó, y en su lugar se dirigió a la naturaleza incierta de su destino.
La bestia pantera se dio la vuelta en dirección al mar abierto. Ya no podía ver a
Keiki montado sobre su criatura voladora. Éste había prometido que sería un largo viaje.
Aunado a su cansancio, una profunda sensación de indiferencia se apoderó de ella.
Se rindió, sus protestas cesaron. Y ahora que lo pensaba, mientras cambiaba sus
extremidades de posición, no estaba incomoda. Los brazos de la mujer se sentían cálidos
alrededor de su cintura.
Youko dudó, y entonces preguntó:
—¿Siguen tras nosotros? —Miró hacia atrás para ver a la mujer.
La mujer dijo:
—Son una legión. —Aún así, lo dijo con una voz amable y de alguna manera,
tranquilizadora.
—¿Quién eres tú?
Doce Reinos

—Somos los sirvientes del Taiho. Ahora mira hacia adelante. No estará contento si
te dejo caer.
Youko se enderezó de mala gana. Todo lo que podía ver era el cielo oscuro y el mar
oscuro, la débil luz de las estrellas, la débil luz blanca de las olas. Una alta luna de invierno.
Nada más.
—Cuida bien de la espada. No la sueltes bajo ninguna circunstancia.
El recordatorio tocó una cuerda de miedo en Youko. Eso solía podía significar que
habían más espantosas batallas por delante.
—¿El enemigo?
—Nos persigue. Pero Hyouiki es rápido. No te preocupes.
—Entonces…
—Y ten cuidado de no perder la espada ni la vaina.
—¿Ni la vaina?
—Espada y vaina son un dúo, y deben mantenerse juntos. La joya unida a la vaina
está ahí para tu protección.
Youko bajó la mirada para observar la espada en sus brazos. Una esfera azul
verdosa del tamaño de una pelota de ping-pong estaba unida a una cuerda ornamental
alrededor de la vaina.
—¿Esta?
—Sí. Sostenla y compruébalo tú misma. Debe hacer suficiente frío para notarlo.
Youko tomó la esfera. La sensación gradualmente se filtró a sus manos.
—Está caliente.
—Será útil para ti cuando estés herida, enferma o cansada. La espada y la vaina son
tesoros invaluables. No los pierdas.
Youko asintió. Estaba pensando en su próxima pregunta cuando la velocidad
disminuyó repentinamente.
La blanca luna brillaba como un círculo sobre el agua oscura. La intensidad del
reflejo meciéndose a través de las olas, crecía a medida que descendían, era casi como si la
misma luz de luna condujera a las blancas crestas a su destino espumoso. Un poco más
cerca y Youko podría ver la superficie del mar agitándose y levantándose.
Youko se dio cuenta que la bestia pantera estaba a punto de zambullirse
directamente en el anillo de luz en el centro del remolino brillante.
—¡No sé nadar!
33 Capítulo 1

—No te preocupes —dijo la mujer, apretando los brazos alrededor de la cintura de


Youko.
—Pero…
No tuvo tiempo de objetar.

Se hundieron en el remolino. Youko cerró los ojos, se preparó para la fuerte


colisión. Pero en vez de eso sintió… casi nada. Ni el salpicar de las olas, ni la fría sensación
del mar. Nada más que una inmersión en la plateada luz, luz que se filtraba por las esquinas
de sus ojos.
Algo como una delgada tela tocó su cara. Abrió los ojos. Estaban situados, al
parecer, en un túnel de luz. No había oscuridad, no había viento, sólo un brillo que los
envolvía de pies a cabeza, un halo de luz de luna bajo las negras olas.
—¿Qué es esto? —se preguntó Youko en voz alta.
Había un anillo de luz bajo los pies de la bestia, e igualmente había una sobre su
cabeza. Si la luz venía desde la cabeza a los pies o era al revés, era algo que ella no podía
diferenciar. En todo caso, lo cruzarían pronto.
Casi inmediatamente después de haber entrado en el círculo de luz, sintió una vez
más el delicado velo rozar su cara. Con un salto salieron disparados sobre el agua. El
sonido del mar regresó. Levantando la mirada, pudo vislumbrar nuevamente la gran y
oscura extensión del mar. Salieron del círculo de la luna. Cuán lejos estaban de la superficie
era algo que ella no podía distinguir. Todo lo que podía ver eran las puntas de las olas
bañadas en luz de luna.
La superficie se agitaba en una radiante espuma, como si fuera llevada por un feroz
viento. Las olas se levantaban alrededor de ellos formando anillos concéntricos que
rompían en crestas blancas. Sobre la bestia pantera, Youko no podía sentir nada del
huracán, sólo sentía un delicado viento lateral. Las nubes se arremolinaban arriba. La bestia
se esforzó aun más y escaló en dirección al cielo. Pronto estaban demasiado alto como para
siquiera ver la luz de luna meciéndose a través del mar sacudido por la tempestad.
Doce Reinos
35 Capítulo 1

¡Hyouki! —gritó la mujer.


La inquietud de su voz hizo que Youko se diera la vuelta para mirarla. Siguiendo la
mirada de la mujer, pudo ver una multitud de sombras negras saliendo del brillante círculo
de la luna.
La única luz provenía de la luna y de su reflejo en el mar. Se dieron prisa en entrar a
la envolvente oscuridad de las nubes que se arremolinaban.
Completamente oscuro.
No había cielo ni tierra. En ese momento, sólo el oscuro brillo color ámbar de la
luna seguía presente, una débil luz que bailaba y cambiaba de lugar como las llamas de un
rabioso incendio. Vio las incontables sombras y sabía que venían tras ella. Las criaturas
salían rápidamente de la luna color rojo sangre, los simios y ratas y aves, las bestias de
pelaje rojo, las bestias de pelaje negro y las bestias de pelaje azul.
Youko observó sorprendida la escena ante sus ojos. Ya la había visto antes. Lo
sabía.
—¡Más rápido! —gritó—. ¡Nos alcanzarán!
La mujer la sacudió.
—Cálmate. Eso es lo que estamos haciendo.
—¡Dios, no!
La mujer presionó el cuerpo de Youko sobre el lomo de la bestia pantera.
—Espera —dijo.
—¿Qué estás…?
—Debo intentar impedir su progreso. Agárrate fuerte, no dejes caer la espada.
Se aseguró de que Youko había entendido sus instrucciones, quitó el brazo que
estaba alrededor de la cintura de Youko y saltó hacia atrás, levantando el vuelo y alejándose
de ellos. Por un momento, Youko pudo ver las rayas doradas que corrían por su espalda
antes de ser tragada por la oscuridad.

Youko no podía ver más que una envolvente penumbra. Eran golpeados por
ráfagas de viento. Se cubrió sobre la espalda de la bestia.
—¿H-Hyouki-san? —dijo.
—¿Qué pasa?
—¿Podremos escapar?
—Es difícil saberlo —respondió inescrutablemente. Luego gritó:
—¡Cuidado! ¡Sobre ti!
Doce Reinos

Youko miró hacia arriba y alcanzó a ver un destello rojo.


—Un gouyu. —Hyouki se dio la vuelta sin avisar. Algo se golpeó contra su costado y
cayó.
—¿Qué era eso?
Hyouki continuó, esquivando de lado y lado. Repentinamente se detuvo.
—Saca tu espada. Es una emboscada. Nos han arrinconado.
—¿Qué quieres decir? ¿Una emboscada?
Esforzándose por ver hacia adelante, en la oscuridad, pudo ver cómo aparecía otra
luz escarlata, vio como el grupo salía saltando de la oscuridad tras ellos.
—Oh, Dios.
El pensamiento de sacar nuevamente la espada la llenó de una sensación de
aversión. Al mismo tiempo, las frías hebras tocaron el interior de sus piernas. Con una
fuerza que hizo crujir sus articulaciones, sus rodillas se sujetaron fuertemente a los costados
de la bestia. El gusano gélido se arrastraba por su columna. Su cuerpo se separó contra su
voluntad de la espalda de Hyouki. Sus manos se soltaron, sus brazos se prepararon para la
batalla. Desenvainó la espada y metió la vaina en el cinturón de su falda.
—¡Detente!
Extendió la espada con su mano derecha, y con la izquierda sujetó la melena de la
bestia.
—¡Por favor!
Se acercaron el uno al otro, se estrellaban el uno contra el otro como dos tormentas
colisionando. Hyouki penetraba en el grupo de enemigos y la espada de Youko cortaba en
la avalancha de sangre. No podía hacer más que gritar y cerrar los ojos. No era sólo la
matanza de seres vivos. Ni siquiera pudo soportar ver la autopsia de una rana en la clase de
biología. Su existencia no debería demandar tanta matanza.
La espada detuvo su movimiento. Hyouki gritó:
—¡Abre tus ojos! ¡Jouyuu no te podrá defender si nos los abres!
—¡No!
La bestia se encabritó, echó hacia atrás la cabeza, se dobló hacia atrás. Youko
mantenía los ojos fuertemente cerrados. No iba a ser la causa de más muertes. Si cerrando
sus ojos hacia que la espada dejara de moverse, entonces eso es lo que haría.
Hyouiki viró abruptamente hacia la izquierda. Se golpearon fuertemente, una
colisión parecida a estrellarse contra una pared. Escuchó el aullido de un perro herido.
37 Capítulo 1

Abrió los ojos y lo único que veía era el color negro. Antes de poder ver lo que había
pasado, Hyouki se desplomó.
Sus piernas perdieron el soporte. Caía a través del aire.
Ante sus asustados ojos, embistió a una bestia como un jabalí salvaje. En su brazo
derecho sintió el impacto de metal cercenando músculo y hueso, escuchó el rugido del
monstruo herido, y sus propios gritos.
Y después nada. No veía nada, no escuchaba nada, no sentía nada, no pensaba
nada. Sólo ella cayendo y cayendo a través de la infinita oscuridad.
Doce Reinos

CAPÍTULO 2

Youko despertó con el sonido de las olas. Sintió el salpicar del mar en su rostro.
Abrió los ojos, levantó la cabeza. Había caído en una arenosa playa no muy lejos de donde
comenzaba el mar. Una gran ola rompió contra la costa. El agua se llevó la arena, lavándole
los pies.
Extrañamente, el agua no estaba fría. Youko yacía allí en la arena dejando que las
olas la bañaran. El rico aroma del océano la rodeaba, un aroma parecido al olor de la
sangre. El mar estaba en sus venas. Es por eso que, cuando cerraba sus oídos, no oía más
que el distante rugido del océano.
La siguiente oleada llegó hasta sus rodillas. La arena que se agitaba con la marea le
hacía cosquillas en la piel.
Ese profundo aroma del mar.
Miró sus pies. El agua alrededor de su cuerpo estaba teñida de rojo. Observó las
grises olas, y luego el gran cielo gris. Bajó la mirada nuevamente. Y confirmó que el agua
estaba roja.
Buscó la fuente de esto.
—Ah —dijo.
Sus piernas. La corriente de color carmesí salía de su piel. Rápidamente se puso de
pie. Sus manos y pies estaban teñidos de rojo. Hasta su seifuku azul marino se había
convertido en un granate oscuro.
Sangre.
Gimió. Todo su cuerpo estaba empapado de sangre. Sus manos estaban negras y
pegajosas por la espesa sangre, igual que su rostro y su cabello. Gritó, y chapoteó en medio
de las olas. El agua salía de un gris lodoso, el carmesí se desvanecía. Cogió un poco de agua
con las manos. Sangraba entre sus dedos. Por mucho que se restregaba las manos no podía
hacer volver su color de piel natural. La oleada llegó hasta su cintura. Un charco de color se
extendió alrededor de ella, escarlata bajo el cielo color carbón.
Youko llevó nuevamente las manos a la altura de su rostro. Frente a sus ojos, sus
uñas se alargaron, crecieron hasta convertirse en afiladas garras casi tan largas como sus
propios dedos.
—¿Qué…?
39 Capítulo 2

Volteó las manos. Había una gran cantidad de pequeñas rajas o fisuras a través de
su piel. Un fragmento de piel se desprendió, flotó en al aire y cayó en el agua. Bajo la piel
había un pelaje corto de color rojo.
—No, no me lo creo.
Rozó su brazo con la mano. Más piel se desprendió revelando un pelaje rojo. Cada
vez que se movía caía más piel. Una ola se arremolinaba a su alrededor. Su uniforme hecho
jirones como si un ácido lo hubiese carcomido. El agua lavaba el pelaje y el mar se volvía
rojo.
Las garras en sus manos, el pelaje creciendo en cuerpo: se estaba convirtiendo en
una de esas bestias.
—No, no, no —sollozó. La manga de su uniforme se rompió, revelando un brazo
que se doblaba de manera extraña. Parecían las patas de un gato o un perro. La sangre, la
sangre de esas criaturas me ha convertido en una de ellas. No era posible. Gritó:
—¡Dios, NO!
Con sus propios oídos no escuchó un solo sonido que pudiera reconocer, solo el
rugido de las olas que se estrellaban y el inarticulado aullido de una bestia.

Youko abrió los ojos para ver un pálido cielo azul.


Le dolía todo el cuerpo. El dolor en sus brazos era insoportable.
Levantó las manos y dejó salir un sonido de alivio. Normales. Tenía manos
humanas normales. Nada de pelaje, nada de garras.
Se rompió la cabeza tratando de recordar qué había pasado y cómo había llegado
hasta allí. Todo llegó a ella como un destello. Estaba a punto de incorporarse pero sus
músculos estaban tan tensos que apenas podía moverse. Se quedó ahí tomando una
bocanada de aire tras otra. Poco a poco el dolor amainaba, algo de movimiento regresó a
sus miembros.
Se sentó, dejando caer a su falda una capa de agujas de pino.
¿Agujas de pino?
Ciertamente parecía pino. Miró alrededor y se dio cuenta de que estaba en medio
de un bosque. Mirando hacia arriba, vio una rama que colgaba sobre su cabeza, revelando
la madera nueva que resaltaba como el blanco en la oscuridad. Se dio cuenta de que había
caído allí y que la rama se había partido mientras caía.
Su mano derecha seguía sujetando fuertemente la empuñadura de la espada. Así que
después de todo no la había dejado caer. Examinó el resto de su cuerpo y no encontró
Doce Reinos

ninguna herida seria, nada excepto unos pequeños rasguños y moretones. Nada
extraordinario. Y lo mejor de todo es que no había rastros de la horrible transformación
que sufrió en sus sueños.
Dudosa, examinó su espalda, sus manos se encontraron con la vaina que había
asegurado en el cinturón de su uniforme. Se la puso en el frente y envainó la espada.
Una ligera neblina blanca se amontonaba en el cielo matutino. Olía como huele el
aire en el momento antes de amanecer. Escuchó el distante sonido de las olas. Se preguntó
a sí misma en voz alta:
—¿Así que fue por eso que tuve ese sueño?
Tenía sentido que el recuerdo de la violenta lucha con las bestias, su sangre
empapándola y el sonido de las olas, se unieran en su sueño para provocarle esa horrible
pesadilla.
Inspeccionó los alrededores y no pudo creer lo que veía: el bosque era como
cualquier bosque de pino típico japonés. Los árboles eran pequeños y sus ramas retorcidas.
Era justo antes del amanecer y estaba cerca del mar. Estaba viva, había sufrido
algunas heridas leves. Eso es todo lo que sabía.
No le pareció que hubiera ningún enemigo cerca. Nada siniestro acechaba en el
bosque. Tampoco había aliados. Cuando salieron del círculo lunar, la luna todavía se
encontraba alta en el cielo nocturno. Ya casi amanecía. Por todo ese tiempo había
naufragado. ¿Dónde estaba Keiki? Le había dicho que si se separaba debía quedarse donde
estaba y no debía moverse, ni un centímetro.
Deben estar buscándome, pensó.
Después de todo ese espectáculo para decirle que la protegería, y ahora que no
estaba para ordenarle qué hacer o para decirle cosas sin sentido, empezaba a echar de
menos su presencia. Yoko se recostó en un árbol y apretó la joya que colgaba de la vaina.
Poco a poco, los dolores que sentía por todo el cuerpo desaparecieron.
Qué raro…
Observó nuevamente la joya, pero no parecía ser más que una roca cualquiera.
Tenía un brillo barato, como el del vidrio y era de un azul opaco. Si existiese un jade azul,
esto lo sería.
Mientras seguía apretando la piedra, se sentó, cerró los ojos y se durmió.

Cuando abrió nuevamente los ojos, los árboles y la hierba a su alrededor estaban
siendo iluminados por el difuso brillo de la mañana.
41 Capítulo 2

Llegan tarde… si es que van a venir.


¿Qué otra cosa podrían estar haciendo además de buscarla? ¿Cómo eran capaces de
dejarla tanto tiempo sola? Keiki, Kaiko y Hyouki…
Youko dudó un segundo y finalmente pronunció el nombre que había escuchado
decir a Keiki.
—¿Jouyu?
Seguramente esa cosa seguía dentro de ella. Lo llamó nuevamente, pero no hubo
respuesta. Se tocó los brazos, las piernas y la nuca, pero no lo sentía en ninguna parte. No
había forma de saber si estaba allí o no, ya que sólo se mostraba era cuando usaba la
espada.
—¿Estás ahí? ¿Qué le ha pasado a Keiki? —se preguntó nuevamente, pero no hubo
respuesta.
La inquietud presionaba en su cabeza y hombros. ¿Qué pasa si querían encontrarla,
pero no podían? Los gritos que escuchó antes de caer volvieron a ella vívidamente. Hyouki,
ella lo había dejado solo con los enemigos. ¿Estará bien? ¿Habrá sobrevivido?
Una punzada de preocupación la hizo arrodillarse, sus articulaciones crujieron
cuando se puso de pie para mirar alrededor. A su derecha estaba lo que parecía un claro.
Si solo camino hasta allí, no será tan peligroso.
Youko caminó hacia el claro, hasta que llegó al final del bosque. Tras el último
árbol había un campo marrón con pequeños arbustos. Más allá del campo, después del
borde de un acantilado, había un vasto mar negro, que era raro, pues incluso con la luz de
la mañana, era negro.
Llevada por un impulso que no entendía, Youko caminó hasta el borde del
acantilado. Cuando alcanzó el lugar donde la tierra terminaba, vio que su altura era
considerable: al menos era tan alto como el techo de los grandes almacenes que habían en
su ciudad. La altura no le importaba, pero el mar que se extendía bajo sus pies era
inexplicablemente raro. Era un azul tan oscuro que realmente parecía negro. Mientras
pensaba en esto, miraba la costa donde el escarpado acantilado se encontraba con el agua, y
se sorprendió al descubrir que podía ver cómo la roca continuaba hasta muy por debajo de
la superficie del mar. ¡El agua no era negra! Al contrario, era increíblemente clara.
Ahora se daba cuenta de que no estaba mirando un mar tan oscuro que parecía
negro, sino que estaba mirando a través de metros de agua increíblemente clara sobre algo
enorme y oscuro en sus profundidades más lejanas. Tal vez el fondo estaba tan profundo
que ni la luz podía llegar a él.
Doce Reinos

Y aún así, allí abajo en esas profundidades imposibles, creyó haber visto pequeñas
luces brillando. Observó indecisa a los pequeños brillos. Parecían pequeños granos de
arena dispersos, que brillaban desde adentro; en algunos lugares se agrupaban en colonias,
brillando débilmente.
Como estrellas…
Youko se sintió mareada. Cerró los ojos por un momento, y clavó los dedos en dos
mechones de hierba que crecían en ambos lados de donde estaba sentada. Entonces, miró
nuevamente.
Era como si estuviera mirando el espacio interestelar. Las constelaciones y galaxias
que había visto en incontables fotografías se extendían bajo sus pies.
No. No conozco este lugar.
Ese pensamiento llegó sin dificultades a su mente. Se dio cuenta de que ya sabía que
las estrellas estaban ahí desde la primera vez que vio el extraño y oscuro mar, pero había
estado evitando la idea, incapaz de aceptar la verdad. Ahora, el saberlo la abrumaba y se
sentía perdida.
Este no era el mundo que Youko conocía. Nunca había visto un océano como este.
Todo —el bosque, el acantilado, las oscuras olas— pertenecía a otro mundo.
No puede ser verdad.
Youko cerró los ojos y gritó:
—¡Jouyu! ¡Por favor, respóndeme!
Pero todo lo que escuchó fue el rugido de las olas. La cosa —debía seguir ahí— no
contestó.
—¡¿Te has ido?! ¡Que alguien me ayude!
¿Dónde se encontraba? ¿Qué clase de lugar era este? ¿Estaba a salvo, o en peligro?
Había pasado un día entero desde que se había levantado para ir a la escuela. Su madre
tenía que estar preocupada. Y si conocía bien a su padre, estaría furioso, pero aun así,
Youko habría dado cualquier cosa para verlo.
—Quiero irme a casa —susurró, y lágrimas empezaron a caer—. Quiero irme a
casa.
Una vez empezó, no pudo detenerse. Abrazó sus rodillas y hundió el rostro.
Entonces, rompió a llorar.
Youko lloró largo y tendido, hasta que sus ojos se volvieron pesados y calientes.
Finalmente, exhausta, levantó nuevamente la cabeza. Como mínimo, tanto llorar la había
ayudado a calmarse. Abrió lentamente los ojos y observó el mar.
43 Capítulo 2

Realmente era como mirar un cielo lleno de estrellas. Mirando con más cuidado,
pudo ver que las galaxias en el agua giraban lentamente.
Extraño… y hermoso.
Youko respiró lentamente. Había peores cosas que esta, pensó. Así que se sentó
ahí, observando, mientras pasaba una hora y un poco más. Observando las estrellas en las
profundidades.

Youko se sentó mirando fijamente el mar hasta que el sol estuvo alto en el cielo.
¿Qué mundo es este? Todo sobre este lugar era raro, especialmente el viaje a través del
reflejo de la luna que la había traído hasta aquí. Le habían enseñado, y era algo que
honestamente creía, que el reflejo de la luna no era algo que simplemente se atravesaba.
Eso sería como atrapar el sol.
Y también estaba Keiki y las extrañas bestias que comandaba. No había animales
como esos en el mundo de Youko. Seguramente él y todas esas criaturas, hasta las que
venían tras ella, habían venido de este mundo que no era el suyo. ¿Pero qué significaba
todo eso?
¿Por qué Keiki me trajo aquí? ¿Qué estaba pensando?
Dijo que ella estaba en peligro, que él la protegería, ¿pero dónde se encontraba
ahora? Y la cosa en forma de ave que los había atacado, ¿qué era y por qué deseaba
destruir a una chica ordinaria como ella? ¿Y por qué todo era como en su sueño recurrente?
Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que no entendía nada. Todo lo que
le había pasado desde que conoció a Keiki permanecía como un gran signo de
interrogación. Sintió que la proporción de cosas conocidas en su vida y misterios estaba
patas arriba.
Youko sintió cómo nacía un apasionado resentimiento hacia Keiki. Había aparecido
sin advertencia o explicación, sólo para arrastrarla a ese mundo temible y raro. Si no lo
hubiera conocido, nunca habría venido aquí, nunca habría tenido que matar a ningún ser
vivo: monstruo o no.
Y aun así, parecía que Keiki era la única cosa a la que se podía aferrar en ese
extraño lugar. ¿Así que dónde estaba? ¿Algo había le había pasado? ¿Quería venir pero algo
se lo impedía? ¿O era otra cosa?
Doce Reinos

Youko suspiró. Por muy difícil de creer que fuera, parecía ser que los problemas
solo habían empeorado.
¿Qué he hecho para merecer esto?
Nada. Al menos nada que ella pudiera recordar. Todo era culpa de Keiki. Hasta la
criatura que la había atacado probablemente lo había hecho por Keiki. Esa voz que había
escuchado en el salón de profesores, ¿no decía que los habían seguido? Keiki había hablado
sobre unos enemigos, ¿pero cómo podrían ser los enemigos de Youko? Youko no podía
ver ninguna razón por la que un monstruo la pudiera considerar una amenaza.
Recordó la afirmación de Keiki de que Youko era su ama. Tal vez esa era la raíz de
todo el problema. Si Youko era el ama de Keiki, entonces por supuesto que los enemigos
de Keiki irían tras ella. Así que había sido forzada a usar la espada para defenderse de los
enemigos de él.
Pero ella no tenía ningún recuerdo de haberse convertido en ama de nadie, eso sería
algo que ciertamente no habría olvidado. Tampoco podía imaginarse una razón por la que
querría un sirviente o un súbdito. Todo debe ser un malentendido de parte de Keiki. Keiki
dijo que la había estado buscando. No hay dudas de que ha estado buscando a su amo real
y simplemente había cometido un error muy serio. ¿A qué te refieres con que me «protegerás»?
¿Dónde estás ahora? Youko dijo tranquilamente:
—Todo es tu culpa.

Las sombras se alargaban, y finalmente Youko se levantó. Sentarse ahí quejándose,


no la estaba ayudando. Observó el acantilado en ambas direcciones, pero no podía ver ni
una grieta en su rostro de piedra. Dándose la vuelta, regresó una vez más al bosque de
pinos. Se dio cuenta de que, aunque no llevaba abrigo, no tenía frío. El clima era
evidentemente mucho más cálido que en su ciudad.
El bosque era pequeño, un poco más grande que una arboleda. Mientras lo
atravesaba, Youko notó ramas rotas en el suelo, como si un tifón hubiera pasado y hubiera
dejado un camino de destrucción a su paso. Pasó apartando los escombros y llegó hasta un
gran claro pantanoso.
Tras estudiar el lugar por un momento, se dio cuenta de que no era un pantano,
sino una serie de campos cultivados en los que la tormenta había depositado una gran
cantidad de lodo. Aquí y allá había caminos estrechos que atravesaban el pantano. Largos
retoños verdes de alguna cosecha se podían ver a través de la tierra, pero Youko pudo ver
que la mayoría habían sido aplastados contra el lodoso suelo.
45 Capítulo 2

Los campos llenos de lodo se extendían hasta muy lejos, más allá de un grupo de
pequeñas casas: una aldea, aparentemente. Mucho más allá, podía ver una escarpada cadena
montañosa, difusa en la distancia.
Sus ojos rastrearon la aldea. En ninguna parte podía ver algo parecido a un poste
telefónico o a una estructura moderna. No había líneas eléctricas, ni antenas en ningún
techo. Los mismos techos estaban cubiertos de tejas negras, y las paredes estaban hechas de
algún tipo de lodo amarillento. Pequeños árboles habían sido plantados en la cerca que
rodeaba la aldea como una muralla, pero pudo ver que la mayoría de ellos se habían caído.
Con todo eso, no era nada tan exótico como esperaba. De hecho, los campos y el
bosque se parecían mucho a aquellos en el campo cerca de donde ella había crecido. Miró
una vez más hacia la parte de las cosechas y vio a varias personas de pie a cierta distancia
del bosque. No podía identificar sus rasgos, pero hasta donde podía ver, no había nada
monstruoso en ellos. Por la manera en que se agachaban y caminaban arrastrando los pies,
parecían estar trabajando en el campo.
Youko suspiró de alivio. La espeluznante vista del mar lleno de estrellas la había
llevado hasta sus límites, pero nada aquí parecía ser inusual. Si ignoraba el hecho de que
estas personas aparentemente no tenían electricidad, podría haber estado mirando una
aldea en cualquier lugar de Japón.
Youko respiró profundo y decidió llamar a los trabajadores. Normalmente, habría
sido demasiado tímida para hablar con completos desconocidos, pero este era difícilmente
un día normal, y Youko no pensaba ser capaz de sobrevivir sola en un lugar desconocido
como este.
Se preocupó por un momento sobre si entenderían su idioma o no, pero esa
preocupación desapareció rápidamente cuando consideró sus alternativas: No quería
quedarse sola en el bosque.
Para sofocar el miedo que sentía, Youko susurró los detalles de su plan una y otra
vez:
—Les explicaré lo que pasó y les preguntaré si han visto a Keiki.
Eso era todo lo que podía hacer.
Después de buscar por un momento, encontró un camino sobre el que podía andar
y empezó a moverse en dirección a la gente del campo. Mientras se les acercaba, se dio
cuenta de que aunque eran humanos, ciertamente no eran japoneses.
Una de las mujeres tenía cabello castaño y había un hombre con un feroz cabello
rojo. Notó que todos se parecían mucho a Keiki.
Doce Reinos

Sus rostros y rasgos no lucían particularmente occidentales, pero el cabello de


extraños colores —que todos llevaban extremadamente largo— los hacía parecer fuera de
lugar en el campo. Las ropas que usaban también eran peculiares: algo como kimonos, pero
con un corte diferente que los hacía parecer extranjeros. Aparte de eso, no había nada que
valiera la pena mencionar de estas personas. Estaban ocupados rompiendo los restos de los
caminos entre los campos con herramientas parecidas a palas.
Uno de los trabajadores levantó el rostro. Vio a Youko y le dijo algo a los que le
rodeaban. Entonces le gritó algo a ella, y aunque estaba muy lejos para entender las
palabras, no parecía ser un idioma extranjero. Había unas ocho personas, y ahora paraban
de trabajar mientras observaban a Youko aproximarse. Cuando se había acercado una
distancia considerable, Youko se detuvo e hizo una reverencia. No tenía idea de qué más
podía hacer. Un hombre con cabello negro que debía tener unos treinta años, se subió
ágilmente al camino por el que Youko venía.
—¿De dónde vienes? —dijo en japonés, para alivio de Youko. Una sonrisa se
dibujó en sus labios. Tal vez no estaba metida en un problema tan grande.
—Los acantilados… —empezó.
Los otros hombres y mujeres dejaron de trabajar y se quedaron de pie observando a
Youko y al hombre que se le había dirigido en primer lugar.
—¿Los acantilados? ¿Tu lugar de origen?
Youko casi responde «Tokio». Pero lo pensó mejor y cerró la boca. Por un
momento, estuvo tentada de decirles todo lo que había pasado. Pero entonces se le ocurrió
que aunque lo hiciera, probablemente no le creerían.
Mientras consideraba qué decir, el hombre la cuestionó una vez más.
—Tus ropas son raras. Viniste del mar, ¿verdad?
Youko asintió. No era realmente la verdad, pero estaba cerca.
Los ojos del hombre de cabello negro se abrieron como platos.
—¡Ya veo, ya veo! Esto es una sorpresa —sonrió irónicamente, y Youko se sintió
más confundida que antes. La miró fijamente por un momento, una mirada sospechosa, y
entonces sus ojos se fijaron en su cadera derecha.
—Eso que llevas ahí es un tesoro. ¿Cómo te lo encontraste?
Youko se dio cuenta de que hablaba de la espada que seguía en la vaina que colgaba
de su cintura.
—Fue un regalo.
—¿De quién?
47 Capítulo 2

—Un hombre. Su nombre es Keiki.


El hombre se acercó a ella. Youko retrocedió un paso.
—Parece ser un poco pesada para ti. Dámela. Yo te la sostengo.
A Youko no le gustaba la mirada en los ojos del desconocido. Algo en su
comportamiento le hacía pensar que no se ofrecía a sostenerle la espada por amabilidad.
Apretó la espada y la vaina en su pecho y negó con la cabeza.
—No, así está bien. De hecho, me preguntaba si me podías decir dónde me
encuentro.
—Hairou. Y no creo que necesites un arma así para preguntar dónde estás. Dámela.
Youko retrocedió otro paso.
—Me dijeron que no debía perderla.
—¡Dame la espada! —gritó el hombre. Youko se estremeció, pero no tenía el valor
de negarse por más tiempo, así que, de mala gana, le entregó la espada. El hombre se la
arrebató y le dio la vuelta en sus manos, observando el trabajo.
—Está bien hecha. El hombre que te la dio debió haber sido rico.
Mientras hablaban, los otros hombres y mujeres se habían acercado al camino y se
reunían alrededor de ellos. Ahora hablaban entre ellos, observando a Youko con ojos llenos
de desconfianza.
—¿Quién podrá ser? ¿Kaikyaku? —susurró uno.
—Parece ser que sí —dijo el hombre de cabello negro—. ¡Mirad esta espada!
Sonriendo, intentó desenvainar la espada, pero aparentemente el agua la había
oxidado, porque la espada no se movía ni un centímetro. El hombre estaba decepcionado.
—Como pensé, una decoración. Era muy bonita para poder ser usada. Pero no
importa.
Riendo, el hombre aseguró la espada en su cinturón. Entonces, dando un repentino
paso hacia adelante, alcanzó y agarró los brazos de Youko. Indiferente a sus gritos, le
retorció las muñecas en la espalda y la sostuvo.
—¡Oye! Para. ¡Me haces daño!
—Lo siento, pero sólo cumplo con mi deber. Todos los kaikyaku deben ser
llevados ante el magistrado. Es la ley —dijo, mientras sonreía—. Ahora empieza a caminar,
por allí. No te preocupes, no queremos hacerte daño.
El hombre empujó a Youko, llamando a los demás:
—Que alguien me eche una mano con esto. Nos la llevaremos ahora.
Doce Reinos

Los brazos de Youko le dolían en el lugar donde se los sostenían. ¿Qué le daba la
autoridad de maltratarla? No tenía idea de quién era ese magistrado, pero no tenía ningún
interés en «ser llevada ante él».
Sólo quiero estar sola, ¡quiero escapar! Una vez ese pensamiento se formó en su mente,
sintió cómo una sensación fría alcanzó sus brazos y piernas. En un destello, sus brazos se
retorcieron, soltándose fácilmente de las manos del hombre. Por su propia cuenta, su mano
le arrebató la espada y la vaina del cinturón al hombre. Dio un salto hacia atrás.
—¡Oye!
El hombre arremetió, y alguien gritó:
—¡Cuidado con la espada!
—¿Eh? Si sólo es un ornamento. Vamos, chica, te vas conmigo. No más trucos.
Youko negó con la cabeza.
—No.
—¿Debo forzarte? Deja de actuar como tonta y ven.
—No lo haré.
El hombre se acercó. La mano de Youko bajó y sacó la espada de la vaina con un
movimiento fluido.
—¡¿Qué?!
—Por favor, no te acerques más —Youko retrocedía. Mientras se miraban el uno al
otro, más personas salieron de las casas en la aldea. El grupo original de trabajadores del
campo, se mantenía de pie, congelado, mirándola como si fuera una víbora venenosa. Se
dio la vuelta y empezó a correr. Inmediatamente, escuchó el sonido de pasos que iban tras
ella.
—¡Alejaos!
Miró sobre su hombro para ver si el hombre de cabello negro la perseguía. Un
instante después su cuerpo se detuvo en seco, se colocó en una posición de pelea y levantó
la espada. Prácticamente podía escuchar el sonido de la sangre pasando por su rostro.
—¡No, detente! —gritó al aire.
La espada se balanceaba violentamente hacia el desconocido, quien corría hacia ella.
—¡Detente, Jouyu, no!
No podía permitir que esto pasara. La punta de la espada cortó un arco limpio a
través del aire.
—¡No cometeré un homicidio! —gritó y cerró los ojos fuertemente. La espada se
detuvo abruptamente.
49 Capítulo 2

Un momento después, la derribaron de un golpe. Alguien se subió sobre ella y le


arrebató la espada de las manos. Empezó a llorar, más del alivio que del dolor.
—¡Niña endemoniada!
En los momentos que siguieron, la golpearon violentamente, pero no sintió dolor.
Eventualmente, la forzaron a arrodillarse y dos manos fuertes le retorcieron los brazos
detrás de la espalda, una vez más.
Youko no tenía voluntad para resistirse. Su mente estaba llena de la atemorizante
posibilidad de que Jouyu pudiera revelarse nuevamente y la llevara a hacer algo que no
podría perdonarse a sí misma.
No aquí, pensó. No contra estas personas.
—Traed a la chica y a esa espada demoníaca a la aldea. Los llevaremos ante el
magistrado.
Youko cerró fuertemente los ojos, no tenía idea de quién hablaba. Y se dio cuenta
de que tampoco le importaba.

Dos hombres empujaban a Youko, haciéndola andar a través del estrecho camino
que serpenteaba por los campos. De esa forma, salieron de la aldea sin descansar.
Entonces, después de cerca de quince minutos de viajar de forma tan incómoda, llegaron a
una pequeña ciudad rodeada de una alta muralla. Era sólo un grupo de edificios, como los
que estaban en la comunidad más pequeña junto a los campos, pero la pared que la rodeaba
debía tener cinco metros de alto.
Se acercaron a un lado que estaba protegido por un gran portal cuyas robustas
puertas estaban abiertas hacia adentro. Más allá, ella podía ver una pared roja con algún
tipo de dibujos pintados directamente sobre la superficie, como una pintura al fresco.
Frente a la pared se encontraba una silla de madera vacía.
Al ser empujada desde atrás, Youko entró tambaleándose a la ciudad. Sus captores
la llevaron alrededor de la pared roja, y del otro lado vio un camino que iba derecho hasta
el centro de la pequeña comunidad.
La ciudad parecía extrañamente familiar, y aun así, al mismo tiempo sabía que
nunca había visto este lugar antes. Quizá la familiaridad venía del hecho de que los edificios
parecían ligeramente occidentales. Las paredes eran de estuco blanco coronadas con techos
de tejas negras, y los árboles habían sido cuidadosamente podados: las ramas habían sido
Doce Reinos

apuntaladas aquí y allá con postes de madera. Pero el lugar era muy peculiar por su
completa falta de vida humana.
El camino blanco que salía del portal se dividía a mitad de camino en dos más
pequeños. Yoko miró en ambas direcciones, pero no puedo ver indicios de personas en
ninguna parte.
Notó que todos los edificios eran de un piso y que estaban separados del camino
central por largas paredes blancas. Estas paredes divisorias eran tan altas como los aleros de
los edificios; ambos se separaban a intervalos regulares para permitir el acceso hacia las
casas, y a través de las aberturas ella podía ver pequeños jardines y puertas.
Todas las casas tenían casi el mismo tamaño, y aunque cada una era ligeramente
diferente, todas eran extremadamente similares. También parecían terriblemente desiertas.
Algunas casas tenían las ventanas abiertas con las persianas sostenidas por lo que
parecían ser postes de bambú. Sin embargo, de alguna manera este signo de domesticidad
hacía ver al lugar aun más desolado. No había ni un perro ladrando en las calles, o cualquier
sonido que se podría esperar de una ciudad de este tamaño.
El camino principal terminaba a unos cien metros del portal, en un gran patio
frente a una casa blanca. Las paredes y columnas estaban pintadas con colores brillantes y
alegres, lo que le pareció artificial a Youko. Sintió como si estuviera observando una obra
de teatro, no la vida real. Todo era tan brillante y real que parecía falso. Las calles aledañas
seguían unos treinta metros desde la intersección principal antes de encontrarse con lo que
Youko pensaba que era la pared exterior de la ciudad y perderse de vista. No había nadie en
las calles.
Mirando alrededor, Youko notó que ninguna casa era particularmente más grande
que las otras. De hecho, donde se encontraba —cerca de la intersección—, podía ver el
borde de todos los techos de tejas negras y ver afuera de la pared en la parte lejana de la
ciudad. Si pasaba la mirada por todo el paisaje, podía ver por completo la pared exterior: un
largo y estrecho rectángulo.
Ahora que estaban dentro, la extraña comunidad se veía pequeña y las calles eran
tan estrechas que se sentía claustrofóbica. La anchura total de la ciudad era un poco más
que la mitad de su escuela. Para un lugar tan pequeño, la pared exterior parecía ser
innecesariamente alta. Todo esto combinado, le dio a Youko la sensación de que estaba
caminando a través de una maqueta de plástico de una ciudad fantasma en el fondo de un
acuario gigante.
51 Capítulo 2

Youko fue llevada adentro del edificio que quedaba en el patio donde la calle
principal terminaba. Su construcción le hizo recordar un lugar que una vez visitó en
Chinatown, en Yokohama. Los pilares estaban pintados de un rojo brillante y las
decoraciones eran chillonas. Todo era tan falso como todo lo demás que había visto en la
ciudad.
Dentro, un corredor largo y estrecho llevaba hasta el centro del edificio oscuro y sin
vida. Los captores de Youko hicieron una pausa momentánea en la entrada, para discutir
algo en voz baja, y después la guiaron por el corredor hasta llegar a una pequeña habitación.
La metieron y cerraron la puerta tras ella. La naturaleza de la habitación era aparente: era
una celda.
Había baldosas de arcilla alineadas en el piso, muchas de ellas rajadas o rotas en las
esquinas. Las paredes estaban hechas de tierra dura llena de rajas. Cerca de la parte superior
de la pared exterior, había una pequeña ventana con una reja de hierro. La única puerta
también tenía una pequeña ventana, también enrejada; a través de ella Youko podía ver a
un hombre en el pasillo.
Dentro de la celda había una silla de madera, una mesa de madera y una plataforma
abultada lo suficientemente larga para que Youko se acostara. Aparte de eso, la habitación
estaba vacía. Una sabana gruesa había sido colocada sobre la plataforma abultada, por lo
que asumió que sería una cama.
Youko estaba llena de preguntas. ¿Dónde estaba? ¿Qué tipo de lugar era este? ¿Qué
le iba a pasar? Vio al hombre que estaba fuera, pero no parecía particularmente amigable o
dispuesto a hablar. Finalmente, se sentó en la cama. No había más nada que pudiera hacer.
Una considerable cantidad de tiempo pasó antes de que Youko se diera cuenta de
que más personas habían entrado al edificio. Escuchó pasos acercándose a la puerta de la
celda, y el guardia cambió. Los nuevos guardias usaban armaduras de cuero azul que
hicieron pensar a Youko que eran la policía o algún tipo de guardias de la ciudad. Contuvo
la respiración y esperó lo peor, pero los hombres armados sólo la miraron en silencio.
Después de un tiempo, una vez su ansiedad inicial había pasado, Youko decidió que
estaba feliz de que alguien estuviera afuera de su celda. Su situación estaba lejos de ser ideal,
pero sentía que había estado sola por incontables horas, su inseguridad le había empezado a
afectar. Pensó en hablarles a los soldados, pero no podía encontrar la fuerza necesaria para
levantar la voz.
Parecía que una eternidad había pasado mientras Youko estaba sentada en la oscura
habitación. El tiempo se arrastraba tan lentamente que quería gritar.
Doce Reinos

No fue hasta después de que el sol se pusiera y la habitación estuviera


completamente oscura que tres mujeres bajaron por el corredor y le quitaron el seguro a la
puerta. La primera en entrar fue una anciana canosa con una pequeña linterna en una
mano. Su ropa parecía una antigua vestimenta china que Youko había visto alguna vez en
una película.
Fue un alivio para Youko el ver a alguien nuevo, especialmente alguien que no fuera
un hombre de rostro tétrico. Esperó pacientemente preguntándose qué pasaría ahora.
—Dejadnos —dijo la anciana a las otras dos mujeres que la acompañaban. Cada
una llevaba un montón de paquetes, los cuales dejaron cuidadosamente en el piso de la
celda. Entonces hicieron una reverencia y partieron. La anciana observó mientras se
marchaban y luego puso la mesa de madera junto a la cama. Colocó la linterna sobre la
mesa y un cuenco lleno de agua al lado.
—Tu cara —dijo, moviéndose hacia el cuenco—. Lávate.
Youko sólo asintió. Moviéndose lentamente, se restregó el agua contra su rostro,
sus manos y sus piernas. Sus manos estaban negras por los restos de sangre y mugre, pero
después de lavárselas un poco, volvían a estar blancas.
Sólo ahora Youko notaba cuan tensa estaba. Es por el Jouyu, pensó. Los brazos y
piernas de Youko se habían movido mucho más rápido y habían hecho más de lo que
estaban acostumbrados a hacer, por esa razón, sus músculos y articulaciones estaban
pagando el precio.
Se lavó tan delicadamente como pudo, el agua fría lastimaba sus heridas y
moratones. Entonces decidió peinarse, deshizo su trenza y se dio cuenta de algo
extraordinario.
¡¿Qué es esto?! , Youko miraba fijamente su pelo, horrorizada.
Era rojo. Ahora el pelo color marrón rojizo del que estaba tan avergonzada, era de
un rojo brillante, como si se hubiera manchado con la sangre de las criaturas contra las que
peleó. Las puntas eran de un feroz escarlata. Y eso no era todo: Cuando deshizo su trenza,
su pelo cayó sobre sus hombros en forma de ondas.
El color era uno que nunca había visto en su vida. Había conocido pelirrojos antes,
pero esto no era ni remotamente parecido. Este color no podía existir en la naturaleza. Era
demasiado raro.
Youko tembló. Se parecía demasiado al color del pelaje con el que había soñado esa
mañana.
—¿Pasa algo? —preguntó la anciana.
53 Capítulo 2

Youko balbuceó todo lo que pensaba, y la anciana escuchó cuidadosamente cada


palabra.
—¿Raro? No veo nada raro. Es poco común, sí, pero es un matiz hermoso.
Youko sacudió la cabeza y metió las manos en el bolsillo de su uniforme. Sacó un
espejo de mano. En él podía ver el pelo rojo puro, y allí, debajo de los mechones
ondulados, vio a una completa extraña.
Por un momento, Youko no entendía qué significaba. Levantó una mano y dudosa,
se tocó el rostro. La extraña en el espejo hizo lo mismo, y sólo entonces fue que entendió
que estaba mirando su propio reflejo.
Esta no es mi cara.
Aun si ignoraba la diferencia del cabello rojo, este no era su rostro. Si era más
atractiva o más fea, no era el punto. Simplemente estaba mal. Miró fijamente, y unos ojos
color verde oscuro la miraban de vuelta.
—Esta no soy yo —dijo Youko, un poco más alto de lo que pretendía.
La anciana frunció el ceño.
—¿Qué has dicho?
—¡Que esta no soy yo!

La anciana tomó el espejo de las temblorosas manos de Youko. Lo levantó


casualmente, echó un vistazo en sus profundidades y luego se lo regresó a Youko.
—No parecer haber nada malo con el espejo.
—Pero esta no es mi cara —repitió Youko, y sintió otro impacto al darse cuenta de
que hasta su voz no parecía la misma que recordaba.
¿Qué estaba pasando? ¿Se había convertido completamente en otra persona?
No soy un monstruo, pero aun así…
—Entonces, quizá eres tú quien tiene algo malo —dijo la anciana con una pequeña
sonrisa.
Youko la miró mal y observó nuevamente el espejo. Era una sensación extraña. Allí,
donde ella debería estar, había otra persona.
—¿Por qué?
Doce Reinos

—Si tuviera las respuestas te las daría con gusto, pero tristemente, no las tengo. —
La anciana seguía sonriendo. Tomó las manos de Youko y con un pedazo de tela
empapado en algún líquido aromático, empezó a embadurnar las heridas en su brazo.
Observando más de cerca el rostro en el espejo, Youko creyó ver un pequeño
indicio de la Youko que conocía, aunque fue tan débil que pudo haber sido su imaginación.
Bajó el espejo y tomó la decisión de no mirar nuevamente. Nunca le había tenido
un cariño particular a su rostro, pero sentía que no tenía el coraje para que su mirada se
encontrara con la de esa chica desconocida. Aún no. Se dijo a sí misma que no importaba
cómo fuese su rostro, y decidió que podía seguir viviendo con el pelo rojo brillante si fingía
que había sido teñido.
—Bueno, supongo que este tipo de cosas pasan —dijo inútilmente la anciana—. Te
acostumbrarás, con el tiempo.
Quitó el cuenco de la mesa y puso un gran tazón en su lugar. El tazón estaba lleno
de sopa con algo como pastelillos de arroz flotando en ella.
—Come. Si esto no te llena, hay más.
Youko negó con la cabeza. No podía imaginarse comiendo.
—¿No tienes hambre?
—No quiero.
—Intenta comer, y puede que descubras que tienes más hambre de lo que crees.
Youko sacudió la cabeza y no dijo nada. La anciana dejó salir un suave suspiro y
con un largo chorro, vertió té desde una jarra alta. Entonces, acercó su silla a la chica.
—Así que, ¿has venido de Aquel Lugar?
Youko levantó la mirada.
—¿«Aquel Lugar»?
—Más allá del mar. Cruzando el Kyokai.
—¿El Kyokai?
—El mar bajo el acantilado. El océano oscuro y vacío.
Así que se llama Kyokai, pensó Youko, guardando el sonido de la palabra en su
cabeza para futura referencia.
La anciana sacó una hoja de papel y la extendió sobre la mesa. Y entonces puso una
caja con algo de tinta en ella. Tomó un pincel y lo extendió hacia Youko.
—¿Cuál es tu nombre?
Aunque sorprendida, Youko tomó el pincel y escribió su nombre:
55 Capítulo 2

—Youko Nakajima, ese es un nombre japonés.


¿Japonés? ¿Conoce Japón?
—Estoy en… ¿China? —preguntó Yoko. La anciana negó con la cabeza.
—Estás en Kou. Oficialmente, el Reino de Kou, supongo.
Mientras hablaba, la mujer tomó pincel y empezó a escribir con el carácter de Kou
en la parte superior:

—Bien, ahora —continuó la anciana—, estamos en la ciudad de Hairou:

»En la prefectura de Shin:

»Que es el territorio de Rokoh, que se encuentra en la Región Fuyo, en la provincia


de Jhun. Soy una de las ancianas de Hairou —terminó, garabateando una larga serie de
caracteres antes de soltar el pincel.
La mente de Youko se tambaleaba al ver el tamaño de la columna de nombres y
subdivisiones. Sin embargo, aunque la línea de caracteres que la mujer había dibujado tenía
figuras raras aquí y allá, Youko reconoció instantáneamente que eran caracteres chinos.
—¿Usan caracteres chi- um, caracteres aquí?
—Usamos las letras como mejor vemos. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis, así que, ¿hay caracteres para esa palabra… Kyokai?
—Eso está escrito con los caracteres de vacío y mar —dijo la mujer, dibujando los
caracteres en el papel:

El Mar del Vacío… Ahora que lo pensaba, era un nombre muy apropiado para la
expansión negra de agua.
—¿A qué te dedicas?
—Soy una estudiante —respondió Youko, y la anciana sonrió.
—Bueno, parece que puedes hablar y puedes leer nuestra escritura. ¿Has traído algo
aparte de esa extraña espada?
Doce Reinos

La chica metió la mano en los bolsillos y examinó sus pertenencias: un pañuelo, una
horquilla ligeramente doblada, el espejo de mano, una pequeña libreta, una pulsera rota… y
eso era todo.
Youko extendió sus exiguas pertenencias sobre la mesa. La anciana las observó,
sacudiendo la cabeza, y entonces con un suspiro tomó los objetos y los metió en su
kimono.
—¿Qué me va a pasar?
—Bueno, eso lo decidirá gente más importante que yo.
—¿He hecho algo malo? —Youko sentía que era tratada como una criminal.
La anciana negó con la cabeza.
—No, no has hecho nada malo. Sólo que estamos obligados a llevar a los kaikyaku
ante el magistrado. Por favor, compréndenos.
—¿Kaikyaku?
—Visitantes del mar. Está escrito con los caracteres de mar e invitado.
La anciana hizo una pausa para añadir los caracteres a la ya repleta hoja de papel:

—Así llamamos a los que vienen del Mar del Vacío. Se dice que lejos al este hay una
tierra llamada Japón. Nadie la ha visto jamás, pero los kaikyaku vienen, así que debe estar
allí —Miraba intensamente a Youko—. Las personas que vienen de este tal Japón
ocasionalmente se ven atrapadas en un shoku y llegan aquí, como tú. Esos son los kaikyaku.
—¿Un shoku?
—Sí. Se escribe con el carácter de comer:

»Pero añades el carácter de insecto a un lado, así que… —Dibujó el nuevo carácter
en el papel:

»Es como una tormenta, pero es diferente a una tormenta. Comienza


repentinamente y termina repentinamente. Y entonces aparecen los kaikyaku —La anciana
dejó ver una sonrisa de preocupación—. Casi todos son cadáveres. Pero muertos o vivos
debemos llevarlos. Nuestros líderes decidieron lo que debía hacerse.
—¿Y qué es eso?
57 Capítulo 2

—Para decirte la verdad, no lo sé. Mi abuela era una niña pequeña cuando llegó el
último kaikyaku vivo. Dicen que uno murió antes de llegar a la oficina del magistrado. Tú
llegaste a la orilla sin ahogarte. Tuviste suerte.
—Um… —empezó Youko—. ¿Qué es este lugar?
—La provincia de Jhun, como te he dicho. —La mujer señaló el nombre de la tierra
que había escrito momentos antes.
—¡No me refiero a eso! —exclamó Youko, su voz subía de tono con
exasperación—. ¡Mire, nunca había escuchado de ningún Mar del Vacío! O de ningún reino
llamado Kou. No conozco este mundo. ¡¿Dónde estoy?!
La anciana suspiró pero no respondió.
—Quiero saber cómo ir a casa.
—No puedes.
Youko apretó los puños, no quería creer lo que escuchaba.
—¿Qué?
—Nadie puede cruzar el Mar del Vacío. La gente puede venir, pero no irse. Nadie
que lo ha intentado lo ha logrado.
Le tomó un rato asumir las palabras.
—¿No puedo ir a casa? Eso es rídiculo.
—Lo siento, pero es verdad.
—Pero, yo… —Una lágrima solitaria bajó por la mejilla de Youko—. Tengo
padres. D-debo ir a la escuela. Estuve fuera toda la noche y no le dije a nadie que iba a
venir. Estoy segura de que todos están preocupados.
La anciana apartó la mirada, entonces se levantó y empezó a arreglar las cosas en la
mesa.
—Tendrás que acostumbrarte.
—¡Pero yo no quería venir!
—Creo que ningún kaikyaku lo desea. Ciertamente los muertos no.
Youko no estaba escuchando.
—Dejé todo. No traje nada conmigo. ¡¿Y no puedo ir a casa?! Yo… —Y siguió
balbuceando hasta que se quedó sin palabras y entonces empezó a sollozar fuertemente. La
otra mujer vino a buscar las cosas que habían traído, y cuando la puerta se cerró, Youko
pudo escuchar el sonido de la llave poniendo el seguro a la puerta. De nuevo estaba sola en
la celda. Hasta se llevaron la lámpara, pensó. La habían dejado en completa oscuridad.
Doce Reinos

—Quiero irme a casa. —Demasiado débil y adolorida para levantarse, Youko se


enroscó en la cama. Por un tiempo siguió llorando en voz alta, entonces, exhausta de tanto
llorar, se quedó dormida.
Su sueño fue profundo y no soñó nada.

—Levántate.
Youko despertó con un dolor en su hombro. Alguien la maltrataba mientras
dormía.
Sus parpados estaban pesados de tanto llorar, y cuando finalmente los abrió, la luz
le hirió los ojos. Estaba débil por la fatiga, aunque todavía no sentía ni un poco de hambre.
Un hombre había entrado a la celda a despertarla. Ató —no demasiado fuerte— las
manos de Youko con una áspera cuerda. Entonces la empujó hasta el corredor y la hizo
caminar delante de él todo el camino hasta el patio, donde un vehículo los esperaba.
Era un carro tirado por dos caballos. La llevaron a la parte trasera de éste y la
obligaron a entrar. Sólo cuando la sentaron finalmente levantó la mirada y notó a todas las
personas que estaban de pie por todo el patio observándola. ¿Todas estas personas se
habían escondido el día anterior?
Inspeccionó a la multitud: Sus rasgos eran mayormente asiáticos, pero el color de
sus cabellos no eran normales. En vez de negro había cafés, rojos y amarillos, todos eran de
un color tan chillón que parecía artificial. Con tantas personas en un solo lugar, el efecto
era raro. Cada rostro, sin excepción, llevaba una expresión mezclada de curiosidad y odio.
Se sentía como un criminal que era llevado a la horca.
Abriendo sus ojos en la oscuridad matutina de su celda, se había intentado
convencer de que todas sus desgracias de los dos días pasados no habían sido más que un
largo y horrible sueño: uno que todavía continuaba. Pero la realidad de las violentas manos
que la habían cogido y la habían empujado en frente de esta multitud hostil, destrozaron
rápidamente esa ilusión. Ni siquiera le habían dado tiempo de vestirse apropiadamente o de
lavar su cara. Su uniforme todavía olía a mar.
Un hombre subió al carro y se sentó junto a Youko. El conductor les dio latigazos a
los caballos. Aturdida, Youko vio a la ciudad alejarse de ella. Todo en lo que podía pensar
era en darse un baño. Quería hundirse en agua caliente y profunda y limpiar cada
centímetro de su cuerpo con un jabón de dulce aroma. Entonces, podría ponerse ropa
interior limpia y su pijama e irse a dormir en su propia cama.
59 Capítulo 2

Cuando despertara, comería un desayuno que su madre le haría e iría a la escuela.


Saludaría a sus amigos y hablarían sobre nada en particular. Ahora que lo pensaba, todavía
le faltaba hacer la mitad de sus deberes de química… y todavía no había devuelto varios
libros a la biblioteca. La noche anterior era el episodio final de una miniserie que había
estado viendo. Esperaba que su madre lo hubiera grabado.
«Tendrás que acostumbrarte», había dicho la anciana.
No podía creerlo. Keiki no había dicho nada sobre no poder regresar a casa. No
podía quedarse aquí así, ¡no para siempre! Siendo arrastrada a quién sabe dónde sin tiempo
para cambiarse o lavarse la cara, amarrada como un criminal y hacerla subir a un sucio
carro. Ciertamente Youko no era una santa, pero estaba segura de que no había hecho nada
para merecer este abuso.
Observando las puertas pasar sobre su cabeza, Youko se rozó la mejilla contra el
hombro para limpiar las lágrimas que no podía alcanzar con sus manos atadas. El hombre
junto a ella llevaba una bolsa en el regazo y observaba fija e indiferentemente al paisaje que
pasaba.
—Disculpe, ¿a dónde me llevan? —preguntó Youko indecisa.
El hombre la observó con recelo.
—¿Puedes hablar?
—Por supuesto. ¿A dónde me llevas?
—A la oficina del magistrado. Ya lo verás.
—¿Y entonces qué me pasará? ¿Estaré en un juicio? —Youko no podía quitarse la
idea de que la estaban tratando como a algún tipo de criminal.
—Permanecerás allí hasta que sea claro si eres un buen kaikyaku o un mal kaikyaku
—dijo el hombre, como si eso fuera lo más obvio del mundo.
Youko sacudió la cabeza.
—¿Buen kaikyaku? ¿Mal kaukyaku?
—Sí, si eres uno bueno, entonces quienes te deben cuidar vendrán por ti e irás a
vivir a un lugar apropiado. Si eres uno malo, serás exiliada o te ejecutarán.
Youko se estremeció. Una sensación fría recorría su columna.
—¿Me ejecutarán?
—Los kaikyaku malos arruinan todo. Si eres un mal presagio, tu cabeza será el
precio.
—¿Un mal presagio?
El hombre puso los ojos en blanco ante sus persistentes preguntas.
Doce Reinos

—¡Sí! A veces los kaikyaku traen guerras o pestilencia. Cuando ese es el caso, los
deben matar rápidamente o el reino morirá.
—¿Y cómo saben si es bueno o malo?
En el rostro del hombre se dibujó una sonrisa perversa.
—Una vez hayas estado aquí por un tiempo, lo sabremos. Si cosas malas empiezan
a pasar, será evidente que tu llegada es un mal presagio. Aunque —El hombre miró
temeroso a Youko—, temo decirte que es casi seguro que eres uno de los malos.
—¿Qué? ¿Por qué lo dices?
—El shoku que te trajo… ¿cuántos campos crees que convirtió en lodo? La
cosecha de Hairou está hecha ruinas.
Youko cerró los ojos. Ahora tenía sentido. Es por eso que la trataban como un
paria. Para estos aldeanos, ella llevaba la marca del desastre y la promesa de más por venir.
Repentinamente, Youko estaba muy asustada. No quería morir y pensó que ser
ejecutada era peor que una muerte ordinaria. Si moría aquí, en una tierra desconocida,
¿quién lloraría por ella? Dudaba que alguien se molestaría en enviar su cadáver de vuelta a
casa.
¿Cómo ha podido pasarme esto?
Youko no podía creer el giro que su vida había tomado. ¿Acaso es el destino? Apenas
el otro día —cuan vívidamente lo recordaba ahora— había salido de su casa exactamente
igual que siempre. En la escuela, el día había empezado como cualquier otro. Debió haber
terminado como cualquier otro. ¿Dónde había perdido el rumbo?
Empezó a recordar todas las opciones que había tenido desde que empezó su
extraña aventura. Quizá no debió haber hablado con los granjeros. Quizá debió haberse
quedado en el mar, sentada en ese acantilado. Debió haber esperado a aquellos que la
trajeron aquí. O quizá, el error estaba en haber venido en primer lugar.
Aunque en realidad nunca le habían dado la opción ¿No había dicho Keiki que la
llevaría con él sin importar qué? Y con esos monstruos tras ella, Youko había sido forzada
a hacer algo.
Era como si hubiera caído en algún tipo de trampa. Cuando se despertó en aquella
aparentemente ordinaria mañana, ya había caído en ella, y cada minuto que pasaba cerraba
cada vez más los dientes de la trampa. Para el momento en que se había dado cuenta de
que algo andaba mal, ya era muy tarde.
Debo escapar.
61 Capítulo 2

Era todo lo que Youko podía hacer para evitar entrar en pánico. Si iba a salir de
este desastre, probablemente sólo tendría una oportunidad, y no podía permitirse perderla.
No tenía idea de qué tipo de castigo enfrentaría si esas personas desconocidas y sombrías la
atrapaban intentando escaparse. Esperaría por el momento preciso, así debía ser.
Youko empezó a estudiar sus alrededores, su cabeza se movía hacia atrás y hacia
adelante a un ritmo acelerado. Sentía que estaba usando su cerebro más de lo que lo había
hecho en toda su vida.
—¿Cuánto tiempo falta hasta que lleguemos al magistrado? —preguntó después de
un momento.
—Yo diría que medio día en carro.
Youko miró hacia arriba. El cielo tenía esa clase de azul claro que aparece después
de que un tifón pasa, y el sol ya estaba en lo alto. Tenía que encontrar una manera de
escapar antes del atardecer. No sabía qué tipo de lugar sería la oficina del magistrado, pero
estaba segura de que una vez que llegara allí, sus oportunidades para escapar serían
menores que las que tenía en este carro.
—¿Qué le pasará a mis pertenencias?
El hombre miró receloso a Youko.
—Todas las pertenencias de los kaikyaku las llevan al magistrado.
—¿La espada también?
El hombre la miró aun más receloso.
—¿Y por qué lo preguntas?
Con cuidado, Youko…
—Es muy importante para mí —Apretó las manos detrás de su espalda—. El
hombre que me capturó la primera vez parecía quererla. Tenía miedo de que la hubiera
robado.
El hombre resopló.
—Tonterías. La entregaremos como nos ordenaron.
—¿Oh? Sólo es un ornamento, no es nada de valor.
El hombre miró su cara y luego a la bolsa de tela en su rodilla. Youko pudo ver un
destello de luz dentro de la bolsa, entonces el hombro metió la mano lentamente y sacó la
espada enjoyada.
—¿Dices que es un ornamento?
—Sí.
Doce Reinos

Una ola de alivio se estrelló contra Youko al ver la espada tan cerca, aunque no
tenía forma de tomarla con sus manos atadas. El guardia agarró la espada por la
empuñadura.
Por favor, que no pueda desenvainarla.
El hombre en el campo no había sido capaz de sacarla de la vaina. Keiki le había
dicho que sólo ella podía usarla, por lo que entendió que sólo ella podría desenvainar la
espada. Pero ahora que su vida dependía de ello, no estaba tan segura.
El brazo del guardia se tensó. La espada no se movió un centímetro.
—Uh —el hombre gruñó disgustado—. Pensé que era real.
—Dámela —demandó Youko.
—Debo llevarla al magistrado —respondió el hombre con una sonrisa irónica—. Y
si de todas maneras vas a perder la cabeza, no la necesitarás. De ahora en adelante, tendrás
que aprender a vivir sin ella.
Youko se mordió el labio. Si tan sólo no estuviera amarrada podría haber tomado el
arma. Pensó por un momento que Jouyu quizá ayudaría, pero cuando intentó forzar las
cuerdas, las notó fuertes y apretadas. Aunque la cosa dentro de ella tenía una habilidad
increíble, al final su fuerza seguía siendo la de una chica adolescente.
Subrepticiamente, empezó a buscar algún medio de cortar las ataduras de sus
muñecas. Entonces, repentinamente, notó un brillo dorado entre el paisaje.
El carro había empezado su ascenso por un camino montañoso. Allí, en la mitad
del oscuro bosque de árboles tamaño uniforme, Youko vio un tono familiar de dorado y
abrió los ojos. En ese mismo momento, sintió el frío de Jouyu surgir de debajo de su piel.
Alguien estaba en el bosque a cierta distancia del camino: un hombre con un rostro
blanco y un largo cabello dorado; llevaba una bata de mangas largas parecida a un kimono.
Keiki.
Al mismo tiempo que la palabra se formó en su mente, escuchó otra voz dentro de
ella que no era la suya.
Taiho.

—¡Detente! —Youko se apoyó contra el borde del carro y gritó— ¡Keiki! ¡Estoy
aquí!
Con una mano aferrada al carro, el guardia la agarró por el hombro y la empujó
bruscamente contra su asiento.
63 Capítulo 2

—¡Siéntate!
Youko se dio la vuelta para darle la cara.
—¡Para el carro! Vi a alguien que conozco.
—Aquí no conoces a nadie, chiquilla —dijo el hombre gruñendo.
—¡Sí conozco a alguien! Lo vi. ¡Era Keiki! ¡Por favor, detente!
El caballo bajó la velocidad, pero cuando Youko se dio la vuelta para mirar, el brillo
dorado ya estaba muy lejos. Pero aun así, podía ver que él seguía allí y junto a él estaba
alguien más: una figura usando una capucha negra como algún dios de la muerte. En su
dirección iban varias bestias.
—¡Keiki! —gritó Youko, apoyándose una vez más contra el borde.
El guardia la tiró hacia atrás aun más bruscamente que antes. Youko perdió el
equilibrio y cayó de lado sobre su asiento, y cuando levantó nuevamente la cabeza para
mirar detrás, la figura de cabello dorado se había ido. Todavía podía ver el lugar donde
había estado de pie, pero ya no había nadie.
—¡¿Keiki?!
—¡Cállate, chiquilla! —El hombre arrastró violentamente a Youko de vuelta a su
asiento—. ¡Ahí no hay nadie! No intentes engañarme. No soy ningún tonto.
—¡Él estaba allí!
—¡Suficiente!
Youko se encogió ante el tono de voz del hombre. Miró hacia atrás, viendo el
camino, deseando con todo su corazón que lo que había visto no fuera sólo su vista
engañándola, pero no vio nada. No había nadie allí.
¿Por qué?
Esa voz que escuchó cuando pensó haber visto a Keiki debió haber sido Jouyu. Y
eso significa que ese sí era Keiki. Keiki y sus bestias. Había sobrevivido.
¿Entonces por qué no me rescata?
Youko buscaba desesperadamente por todas partes esperando ver otro indicio de la
reveladora luz dorada, cuando escuchó una voz diferente salir del bosque en la dirección en
la que casualmente miraba. Esta vez, el guardia a su lado también miró.
Era el llanto de un bebé. El hijo de alguien estaba en el bosque llorando con todas
sus fuerzas.
El guardia señaló hacia el bosque.
Doce Reinos

—¿Qué es ese sonido? —gritó al conductor del carro, quien no había dicho una
palabra desde que salieron desde la ciudad. El conductor miró de reojo a sus dos pasajeros
y tensó las riendas. Los caballos se detuvieron.
—¡Es un niño! —exclamó el guardia, levantándose.
—No le prestes atención —dijo bruscamente el conductor—. Si escuchas a un
bebé llorar en el bosque, es mejor que mantengas la distancia.
—Sí, p-pero… —el guardia tartamudeaba confundido.
El bebé lloraba con vigor renovado. Era un llanto insistente y apremiante, como si
el infante intentará persuadir a aquellos que lo escuchan para que no lo dejaran. El guardia
se asomó apoyándose en el carro para buscar la fuente de la voz, y el conductor lo
reprendió fuertemente.
—¡Te he dicho que lo ignores! He escuchado historias de demonios come hombres
en los bosques que lloran como bebés.
La espalda de Youko se tensó ante la palabra demonio.
Insatisfecho por la explicación, el guardia miró al conductor y miró de vuelta al
bosque. Con una expresión seria en su cara, el conductor hizo mover a los caballos a
latigazos. El carro se tambaleaba salvajemente mientras subía el empinado camino del
bosque, virando precipitadamente a través de las sombras de los árboles de cada lado.
Por un momento, Youko pensó que el llanto era parte de algún tipo de truco que
Keiki estaba usando para salvarla, habría gritado de alegría si Jouyu no se retorciera con
tanta fuerza dentro de ella. Todo su cuerpo estaba tensionado, listo para la acción.
Youko escuchó nuevamente al bebé, esta vez más cerca.
¡Se está acercando!
Entonces, en respuesta al llanto, escuchó otro chillido de una dirección diferente y
luego otro hasta el punto en que rodeaban por todas partes al veloz carro.
—¡Aah! —gritó el guardia aterrorizado, su cuerpo se tensionó mientras sus ojos se
movían rápidamente, observando el bosque de un lado a otro. Aunque el carro iba a toda
velocidad, las voces se acercaban cada vez más. Estos no eran niños. No podían serlo. El
cuerpo de Youko se retorcía. Su pulso se aceleraba. Algo crecía dentro de ella, no era Jouyu
sino una oleada de energía que llenaba sus oídos con un sonido parecido al de una marea
creciente.
—¡Quítame las cuerdas!
El guardia miró sorprendido a Youko y sacudió la cabeza.
—¿Tienes una forma de protegernos si nos atacan?
65 Capítulo 2

El guardia negó nuevamente con la cabeza, desconcertado.


—¡Entonces quítame las cuerdas! ¡Dame la espada!
Youko podía escuchar que los aullidos se acercaban cada vez más de cada lado. El
círculo se estaba cerrando. Los caballos corrían y el carro se tambaleaba tan
pronunciadamente que Youko temía que fueran lanzados al bosque.
—¡Rápido! —gritó ella. Un instante después vio al hombre a su lado caer de lado
como si algo lo hubiera golpeado, y sintió que un gran impacto la levantaba en el aire.
Youko dio vueltas por las sombras, por lo que pareció una eternidad; entonces,
impactó contra el suelo con una terrible fuerza. Mientras su cabeza se aclaraba
gradualmente, se dio cuenta de que el carro se había dado la vuelta.
El guardia yacía no muy lejos de ella y se levantaba sacudiendo su cabeza como si
estuviera confundido. Sus manos seguían agarrando fuertemente la bolsa de tela. El
espeluznante aullido parecido al llanto de un bebé se podía escuchar en el bosque
directamente junto a ellos.
—¡Por favor, desátame! —rogó Youko. Escuchó a uno de los caballos chillar del
dolor, y al mirar hacia el animal pudo ver que una cosa parecida a un gran perro había
saltado a la espalda del caballo. La criatura estaba cubierta de un pelaje negro y cuando
abrió las mandíbulas, su cara pareció dividirse en dos. El hocico de la criatura era blanco,
pero mientras Youko miraba, se teñía de rojo por la sangre. El guardia todavía de pie y
paralizado, gritó aterrorizado.
—¡No hay tiempo! ¡Quítame las cuerdas y dame la espada!
El hombre parecía incapaz de escuchar la voz de Youko. Su rostro se retorcía por el
pánico; se dio la vuelta y empezó a descender rápidamente por el camino, todavía llevaba la
bolsa en su mano.
Inmediatamente, varias bestias negras salieron del bosque tras él. En cuestión de
segundos, habían saltado sobre él y lo habían atrapado entre sus mandíbulas. Y cuando sus
patas tocaron el suelo, Youko pudo ver al hombre de pie en la mitad, estaba agachado.
No, pensó, no está agachado. Está «recortado».
Había un espacio vacío donde su cabeza debía haber estado y también faltaba uno
de sus brazos. Su cuerpo resistió ahí un momento y luego cayó, dejando salir fuentes de
sangre que pintaban la tierra de rojo. Youko escuchó al otro caballo chillar tras ella.
Insegura de qué hacer, la chica se cubrió contra el carro. Algo le tocó el hombro, y
se dio la vuelta para ver que era el conductor del carro. El hombre se acercó a la espalda de
Youko y tomó sus manos. Youko podía ver que llevaba un cuchillo largo.
Doce Reinos

—Corre, muchacha —dijo el hombre—. Están distraídos, puedes escabullirte.


El hombre se levantó y Youko sintió que las ataduras alrededor de sus manos se
aflojaban.
El conductor ayudó a Youko a levantarse y la empujó por donde el primer hombre
había ido, de vuelta por el camino por el que habían llegado. Pudo ver más arriba en la
colina a un grupo de monstruosos perros agrupados como moscas sobre uno de los
caballos muertos. Más abajo había otro grupo sobre el cadáver del guardia, podía ver la
cabeza del hombre en el suelo.
Aun cuando Youko palidecía ante la escena, su cuerpo se estaba preparando para la
batalla. Se agachó y cogió algunas piedras.
¿Qué puedo hacer con esto?
En segundos, consiguió recolectar muchas piedras pequeñas. Desagradables
crujidos emergían de la masa de figuras peludas, llegando a sus oídos al mismo tiempo que
los movimientos de las piernas del cadáver. Youko empezó a contar con los ojos a las
criaturas: uno, dos… cinco, seis perros en total.
Caminando rápidamente, Youko se acercó a la manada. Una parte de ella se dio
cuenta de que los aullidos parecidos a los de un bebé habían cesado y habían sido
reemplazados por sonidos de huesos siendo partidos y carne desgarrándose.
Mientras se acercaba, una de las criaturas levantó su cabeza y la vio; su nariz blanca
goteaba sangre. Y entonces, como si hubiera algún tipo de señal implícita, los otros perros
levantaron las cabezas al mismo tiempo.
¿Qué hago ahora?
Youko sintió que empezó a correr. El primer perro que saltó hacia ella terminó con
una roca en la nariz, no fue suficiente para detenerlo, pero al menos detuvo el ataque de la
bestia por un momento. Con un gruñido enojado, la bestia se alejó.
No puedo ganar esta pelea.
La manada se dispersó, revelando una pequeña pila de restos apenas reconocibles
como el de un humano.
Moriré aquí.
Un mordisco de cualquiera de esas asquerosas mandíbulas podría convertirla en un
trozo tembloroso de carne en cuestión de segundos, una espantosa cena que sería
devorada. Los monstruos se la comerían justo como habían hecho con el guardia. Sin
embargo, aun cuando su corazón se hundía en la desesperación, Youko seguía corriendo,
67 Capítulo 2

alejando a los perros con piedras de perfecta puntería. Esta vez no detendría a Jouyu. Se
relajó, para no estorbarle, y espero que esto terminara pronto. Y sin dolor.
En un punto, Youko sintió un impacto agudo, seguido de una sensación caliente en
su espalda. Al darse la vuelta para buscar desesperadamente alguna ayuda, vio al conductor
del carro huyendo en la dirección contraria, moviendo su espada contra los arbustos
mientras se internaba en el bosque al borde del camino. Ya estaba casi dentro de la maleza
cuando algo lo agarró y tiró de él, llevándolo a donde no se le podía ver, detrás de un árbol.
Doce Reinos
69 Capítulo 2

Youko se preguntó por qué el hombre había ido por ese camino, y entonces se dio
cuenta de que la había usado como carnada. El hombre había pensado en huir hacia el
bosque mientras los perros estaban ocupados matándola, pero su plan había fallado. Youko
tragó saliva. Ella sería la siguiente.
Se le acabaron las piedras a tres pasos del destrozado guardia. Un hocico
puntiagudo arremetía hacia ella desde la derecha. Lo atrapó con sus manos desnudas y lo
alejó. Al mismo tiempo, sintió que algo la agarraba del cuello, y se inclinó hacia adelante
para evitarlo. Segundos más tarde, algo pesado la golpeó justo debajo del omóplato y cayó
de cabeza sobre los restos del cadáver.
No podía gritar. La parte de ella que debía sentir repugnancia estaba adormecida.
En lugar de eso, saltaba y daba vueltas. No pensó que mirar con hostilidad a los perros
serviría de algo, pero para su sorpresa cesaban su ataque y agachaban la cabeza recelosos.
Rápidamente se dio cuenta de que sólo estaban esperando una oportunidad. No esperarán por
mucho tiempo. Aun así, aunque fuera sólo eso, las rocas les habían mostrado que ella no
estaba indefensa.
Youko se puso de cuclillas y metió la mano derecha bajo el cuerpo mutilado que
estaba a su lado. La muerte del hombre pasó ante sus ojos. ¿Qué estaba haciendo? No tenía
tiempo para esto. La manada atacaría y la batalla se acabaría en un instante.
Sus dedos tocaron algo duro.
¡La espada!
Y entonces sintió la empuñadura en su mano, como si la espada hubiera sentido
que se acercaba y hubiera saltado a su alcance. Se sentía como si estuviera a punto de
ahogarse y se aferrara al salvavidas, intentó sacar la espada y la vaina de debajo del cadáver,
pero por alguna razón la vaina se quedó atrapada a mitad de camino y no cedía. Le habían
dicho que no debía separar la espada de su vaina, pero este era a duras penas el momento
indicado para preocuparse por el consejo de desconocidos que ahora estaban ausentes.
Después de dudar un momento, Youko tiró de la espada. Entonces, buscó la
cuerda que unía la joya a la vaina, la cortó con la punta de la espada y apretó la joya en su
mano. Sus ojos miraron hacia arriba en el momento exacto para ver al primer perro saltar.
Antes de estar segura de qué veía, su mano derecha se movió y la espada pasó ante
sus ojos. La boca de Youko se abrió para dejar salir un gritó inarticulado.
Moviendo la espada a ambos lados, cortó a dos de las bestias y entonces huyó a
través de la apertura que había creado. Youko corrió por su vida, deteniéndose sólo para
matar a los perros que la perseguían de cerca.
Doce Reinos

Youko se recostó sobre un gran tronco y se deslizó hasta que quedó sentada. Había
seguido corriendo colina abajo hacia el bosque de la montaña hasta que sus pies se
detuvieron aquí.
Cuando levantó su brazo para limpiarse el sudor que caía sobre sus ojos, se dio
cuenta de que la manga de su uniforme estaba pesada. Estaba empapada en sangre.
Haciendo muecas, se quitó la camisa, dejando sólo su delgada camiseta entre su piel
y el frío aire del bosque. Con un retazo limpio de la vestimenta empapada de sangre, limpió
la espada. Entonces, sostuvo el lado afilado ante sus ojos.
Youko recordó que en clase de historia había aprendido que había un límite
referente a cuánta gente podías cortar con la misma espada. Aparentemente, las astillas de
los huesos y el aceite de la sangre podría, después de un tiempo, inutilizar la espada. Pensó
que su espada debería estar muy dañada ya, pero luego de una pasada de la tela, no vio ni
una sola mancha.
—Qué raro…
Era un arma extraña, y no solamente porque Youko era la única que podía
desenvainarla: una habilidad que carecía de sentido ahora que no tenía la vaina. Cuando la
sostuvo por primera vez, pensó que la espada era muy pesada, pero para su sorpresa, ahora
que no tenía la vaina, la larga espada de metal era extremadamente ligera.
Youko envolvió la brillante espada en la ropa que se había quitado. Metiendo el
bulto bajo su brazo, respiro profundamente hasta que sus cansados pulmones se
recuperaron por completo.
Asumiendo que los perros no la habían sacado del cadáver, la vaina seguía tirada en
alguna parte.
¿Debo ir a buscarla?
Le habían dicho que jamás las separara, ¿pero eso quería decir que la vaina era
importante por alguna razón o sólo lo era la joya que colgaba de ella?
Youko había dejado de sudar y sentía aun más el frío del bosque, pero se negó a
ponerse la camisa manchada. Ahora que estaba algo calmada se había dado cuenta de que le
dolía todo el cuerpo y de que estaba cubierta de arañazos.
Había manchas rojas en su camiseta en los lugares donde los colmillos habían
atravesado la tela, y su falda estaba rasgada en varias partes, revelando una gran cantidad de
cortadas en sus piernas. Algunas todavía sangraban, pero comparado con lo que le había
pasado al guardia que huía, sintió que sus heridas no eran gran cosa.
71 Capítulo 2

Qué extraño. No podía imaginar cómo pudo escapar con tan pocas heridas. Recordó
el momento en que se encontraba en la sala de profesores, cuando los vidrios se rompieron
e hirieron a muchas personas, pero ella salió ilesa. Y también estuvo ese otro momento
cuando se cayó de la espalda de la bestia que la trajo a este mundo, había salido con apenas
algunos rasguños aunque con toda seguridad había caído desde una gran distancia.
Todo era muy peculiar, aunque quizá no tan inexplicable como el hecho de que
cuando miraba al espejo, veía a una total extraña.
Youko suspiró. Sentía cómo la tensión nerviosa de su huida desaparecía lentamente
de su cuerpo. Al tiempo que se relajaba gradualmente, se dio cuenta de que su mano
izquierda todavía seguía apretada en forma de puño. Abrió los tensos dedos y la joya azul
rodó hasta el suelo del bosque. Recuperándola rápidamente, sintió que el dolor de su
cuerpo se desvanecía. Youko sostuvo la joya por un tiempo, hasta que se dio cuenta de que
todas las heridas habían dejado de sangrar.
—Qué raro… —Decidió que el poder de la joya era probablemente la razón por la
que le habían dicho que no perdiera la vaina.
El dolor y la fátiga que habían estado consumiéndola habían desaparecido. No
importaba lo que pasara, no perdería esta joya. Era una gran aliada; de hecho, en este
momento era su única aliada.
Desató el pañuelo de su uniforme y usó la espada para cortarlo en tiras. Enrollando
fuertemente una de las tiras, la pasó a través del orificio en la joya donde la cuerda original
había estado, y ajustó el largo hasta que tuvo el tamaño perfecto para colgarlo en su cuello.
Se lo puso y miró alrededor. Seguía en la colina, y el bosque a su alrededor era
denso. El sol empezaba a meterse por el horizonte. Sus rayos apuñalaban la neblina que
flotaba bajo las ramas. Youko estaba segura de que el carro se dirigía colina arriba cuando
ella y sus captores fueron atacados, pero a parte de eso no sabía en qué dirección quedaba
qué cosa.
No es que importe demasiado. No tengo a dónde ir.
—¿Jouyu? —preguntó indecisa, concentrando sus pensamientos en su nuca, pero
no hubo respuesta—. Por favor, di algo.
No hubo respuesta.
—¿Qué debo hacer? ¿A dónde debo ir?
No escuchó nada. Debía seguir dentro de ella, pero aunque se esforzaba todo lo
que podía, no podía sentirlo en ninguna parte. El débil sonido de las hojas alrededor de sus
pies hacía parecer al bosque extremadamente silencioso.
Doce Reinos

—Estoy tan perdida que no diferencio la derecha de la izquierda —murmuró


Youko en voz alta—. Si voy a un lugar donde hayan personas, me intentarán capturar de
nuevo. Si me atrapan, me matarán. Probablemente. Pero no puedo pasarme la vida
huyendo, evitando a la gente para siempre. Oh, si solamente hubiera una puerta en alguna
parte y con solo abrirla pudiera ir a casa, pero no creo que sea tan simple, ¿no?
Sabía que tenía que hacer algo, y ese algo no era seguir hablando sola, eso se daba
por seguro. Y seguir sentada allí tampoco estaba ayudando, ¿pero a dónde más podía ir?
El crépusculo llegaba rápidamente al bosque. No tenía forma de hacer una fogata o
un lugar donde poder dormir. No tenía nada que comer ni nada que beber. No podía ir a
una ciudad o una aldea —era demasiado peligroso—, pero la idea de quedarse aquí afuera,
vagando sola en la oscuridad, la aterrorizaba.
—Dime, ¿qué debo hacer? ¡Al menos dime eso! —No hubo respuesta, como era de
esperar—. ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué paso con Keiki y los demás? Aquel era él, ¿no es así?
¿Por qué se escondió? ¿Por qué no me ayudó? ¡¿Por qué?!
Pero todo lo que escuchó fue a las hojas moviéndose
—¡Por favor, te lo ruego, di algo! —Una lágrima caía por su mejilla—. Quiero irme
a casa.
No podía decir que le encantara su hogar; pero el que se le llevaran, el que le dijeran
que nunca podría volver… eso era demasiado. Youko sintió que una oleada de nostalgia
pasar sobre ella. Sintió que sería capaz de hacer cualquier cosa por irse a casa, y, una vez
llegara, jamás se iría nuevamente.
—Quiero… Quiero irme a casa —lloriqueó y luego empezó a sollozar como una
niña. Una parte de ella sabía que sentir lástima por sí misma era una tontería. Después de
todo, había escapado al peligro del día, no iba a ser ejecutada ni a ser comida por monstruos
infernales. Estaba sentada, viva, abrazando sus rodillas y llorando.
Se preguntaba si la libertad realmente era una cosa tan maravillosa.
Habría sido tan rápido…
Un pensamiento a medio formar apareció repentinamente en su mente y se obligó a
olvidarlo. Era algo demasiado aterrorizante para siquiera pensarlo. Se abrazó a sí misma
aún más fuerte, formando una pelota con su propio cuerpo.
Fue entonces que escuchó la voz.
Era una voz rara y de tono alto, como la de un anciano; y decía los pensamientos
que Youko acababa de forzarse a olvidar.
—El dolor habría sido rápido, y todo habría acabado ya, ¿mmm?
73 Capítulo 2

Agitada, Youko miró alrededor, su mano derecha sostenía fuertemente la


empuñadura de la espada. El bosque a su alrededor se había convertido en una solida
sabana de noche. Aun cuando esforzaba la vista, apenas podía distinguir a los troncos más
cercanos o la pared de maleza entre ellos.
Entonces vio una luz pálida a no más de dos metros de donde ella se encontraba.
Algo la observaba desde los arbustos, algo con un ligero brillo azul.
Youko vio lo que era y emitió un sonido de sorpresa.
Era un mono con un pelaje que brillaba como un gran incendio azul. Asomó la
cabeza entre dos arbustos y le mostró sus colmillos en una sonrisa burlona.
La criatura se rió con un sonido agudo y estridente que rechinó en sus oídos. Y
entonces, para su sorpresa, habló:
—Si dejas que te coman, todo habrá terminado, ¿mmm?
Youko sacó la espada de sus ropas.
—¿Qué… qué eres?
El mono carcajeó aun más fuerte:
—¿Que qué soy, preguntas? Yo soy yo, ¿lo ves? ¡Chica tonta, ¿por qué huiste así?!
Has debido dejar que te engulleran, sí. Entonces te habrías librado de este problema,
¿mmm?
Youko preparó su espada:
—Te he preguntado quién eres.
—Y yo he respondido que yo soy yo. Tu amigo ¿mmm? Sí, y como tu amigo, pensé
que debería decirte algo que te sería de ayuda.
—¿Y qué es eso?
Youko veía pocas razones por las que confiar en el mono. Pero aun así, no sintió
ninguna tensión dentro de ella, ninguno de los pegajosos hilos deslizándose que señalaban
que Jouyu se preparaba para la batalla. Quizá esta cosa parecida a un simio no era un
enemigo, aunque no se veía seguro confiar en él.
—No puedes ir a casa, ¿sabes?
Youko lo miró molesta.
—¿Cómo sabes eso? ¡No sabes quién soy!
—¡Sé que no puedes ir a casa! Es imposible. No hay forma de que puedas, ni una.
¿Quieres saber otra cosa?
—En realidad no —respondió Youko, frunciendo el ceño.
—Oh, pero igual te lo diré. Te engañaron, ¿mmm? —carcajeó el simio.
Doce Reinos

—¿Engañada? —Youko sintió que le tiraban un balde de agua fría.


—Pequeña niña tonta. ¡Sí, engañada! ¡Traicionada! ¡Caíste en la trampa!
Youko tragó.
Una trampa. Keiki… ¿acaso la había engañado? ¿Había sido él?
Su manó temblaba mientras apretaba la espada, pero no podía encontrar las
palabras para negar lo que el mono decía.
—¿Lo ves? Tú misma lo sospechabas. Te trajeron hasta aquí. Directo a una trampa.
Y nunca volverás. —La voz de la criatura apuñalaba sus oídos.
—¡Cállate! ¡No te creo! —Youko blandía la espada ciegamente. Con un sonido
agudo y seco, cortó las hojas superiores del arbusto en frente de ella. Sin Jouyu para
ayudarla, ni siquiera se había acercado a la criatura.
—Cubre tus ojos y tapate los oídos si así lo quieres, pero eso no cambiará la verdad,
¿mmm? Es precisamente porque mueves la espada con tanta entusiasmo por lo que estás
en este problema, chiquilla. Bájala y quizá mueras. Ahórrate todas la dificultades que
vendrán.
—¡Cállate!
—Una espada tan buena, ¡deberías usarla como se debe! ¿Qué te parece cortarte el
cuello, mmm? —El mono echó la cabeza para atrás y se rió en dirección al cielo.
—¡Cállate, monstruo! —Youko se inclinó hacia adelante una vez más, pero el simio
había desaparecido. Vio su cabeza emerger desde detrás de otro arbusto a unos pasos de
allí. Llevaba una gran sonrisa.
—¿Estás segura de que quieres eso? Puede que cortarme no sea tan buena idea,
¿mmm? Si yo me fuera, no tendrías con quien hablar.
Youko hizo un gesto de sorpresa.
—¿Acaso he hecho algo malo? —preguntó el resplandeciente simio azul—. ¡Si todo
lo que he hecho es tener la amabilidad de charlar contigo!
Youko rechinó los dientes y cerró los ojos.
—Pobrecilla, ser arrastrada hasta tan lejos de casa.
—¿Y qué debo hacer?
—No hay mucho que puedas hacer.
—No quiero morir.
—¡Entonces vive! Ciertamente yo no me quejaré.
—¿A dónde debo ir?
75 Capítulo 2

—Oh, no hay muchos lugares a los que puedas ir, ¿mmm? Imagino que todos los
lugares serán iguales. A donde vayas, serás perseguida por las personas… o los demonios…
o peor.
Youko cubrió su rostro con ambas manos. Estaba llorando.
—Llora mientras puedas, chica. Tus lágrimas se secarán pronto y tendrás que
encontrar algo mejor que hacer, ¿mmm? —dijo el mono sarcásticamente. Youko escuchaba
los sonidos de las carcajadas alejarse y levantó la cabeza.
—¡No, espera!
No quería admitirlo, pero la criatura estaba en lo cierto: No quería quedarse sola.
Hasta una cosa simiesca, rara, grosera e insufriblemente maleducada era mejor que nada.
Buscó el brillo azul entre el bosque, pero no estaba en ninguna parte. Todo lo que
podía escuchar era la risa chillona de la criatura alejándose más y más en la oscuridad. Se
desvaneció lentamente hasta desaparecer por completo, y Youko estaba sola nuevamente.

El dolor habría sido rápido, y todo habría acabado ya…


Estas palabras se clavaban en el corazón de Youko como un cuchillo. Por mucho
que lo intentara, no podía olvidarse de ellas.
Sus pensamientos vagaban y pronto se encontró fascinada por el brillo de la espada
que descansaba sobre sus rodillas. La cuchilla estaba fría y dura contra su piel.
El dolor…
Sacudió la cabeza, tratando de pensar en algo, cualquier cosa, pero sus
pensamientos estaban atrapados en un círculo; siempre regresaban a lo que el simio había
dicho. Youko se sentó y miró fijamente a la espada. Parecía más brillante ahora. Sí,
ciertamente lo era, esto era más que su visión intentando ajustarse a la oscuridad. La espada
brillaba. Los ojos de Youko se abrieron como platos.
Primero el perfil, y luego todo la espada se volvió tan clara como el vidrio. Levantó
la espada, una chispa bajaba por la cuchilla. Cuando la acercó, sus ojos pudieron distinguir
una figura. ¡Podía ver a alguien moviéndose en la espada!
Y entonces escuchó un sonido: el lejano sonido de agua goteando sobre la
superficie de un estanque. Gradualmente, como si las ondas en el reflejo acuático
desaparecieran, pudo distinguir la imagen en la espada.
Era una persona, una mujer, caminando en una habitación.
Doce Reinos

El reconocimiento instantáneo llenó los ojos de Youko de lágrimas.


Mamá…
Era su madre, y estaba en la habitación de Youko.
Ahí estaba el papel tapiz con las rayas color blanco márfil. Ahí estaban las cortinas
de pétalos de flores de Youko, sus sábanas, sus peluches en el estante, el libro que había
estado leyendo seguía sobre el escritorio. Hasta podía leer el título: El largo invierno.
Su madre caminaba por la habitación cogiendo varias cosas. Tomó el libro, hojeó
algunas páginas, luego se sentó en la cama y suspiró.
Mamá…
Su madre parecía delgada y cansada. Su rostro esaba pálido.
Debe estar muerta de la preocupación. Ya habían pasado dos días desde que Youko
partió. Youko nunca había llegado tarde a cenar, mucho menos desaparecer sin decir nada.
Su madre miró el estante junto a la cama, cogió algunos peluches y empezó a llorar,
sus hombros se movían con los sollozos ahogados.
—¡Mamá! —gritó Youko. Ver a su madre llorar así era demasiado para ella.
En el instante en que Youko gritó, la escena desapareció. Sus ojos se reajustaron y
todo lo que pudo ver ante ella era la espada brillando débilmente, pronto también eso se
desvaneció y estaba rodeada de completa oscuridad una vez más. El sonido de agua
goteando había cesado.
¿Qué había pasado? ¿Era real lo que había visto?
Youko sostuvo la espada ante sus ojos, deseando que pasara algo; pero nada
apareció en el oscuro metal, y el familiar sonido de goteo no regresó.
Youko sacudió la cabeza, intentaba contener las lágrimas. Su pesadilla se había
vuelto realidad, ¿ahora su hogar y su madre no eran más que un sueño? Ver a su madre la
hizo querer ir a casa aún más que antes.
Si creía lo que el simio había dicho, lo que la mujer había dicho —que estaba
atrapada aquí para siempre— entonces no había esperanza.
Esto no es una trampa, se dijo a sí misma. Estaba segura de que Keiki tenía una buena
razón para no salvarla cuando pasó a su lado en el carro. No la había abandonado. Debía
haber alguna razón…
Pensándolo bien, recordó que no había visto el rostro de la persona en el bosque.
Pudo haber imaginado que era Keiki. ¡Por supuesto, eso era! Aunque se parecía a Keiki,
obviamente no era él. Aquí había todo tipo de gente, con todo tipo de colores de pelo. Sólo
había visto ese cabello dorado y había supuesto que era él, pero no había visto su cara.
77 Capítulo 2

Ahora que lo pensaba, estaba segura que de que la persona que había visto era más baja que
Keiki.
No era él.
No era Keiki. Él nunca abandonaría a Youko. Y si no podía venir por ella por
alguna razón, entonces ella tendría que ir a buscarlo. Entonces podría ir a casa.
Agarró firmemente la empuñadura de la espada y sintió un cosquilleó en su espalda.
—¿Jouyu? —susurró.
Su cuerpo se movió por sí solo y tomó una posición de pelea.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó con poca esperanza de escuchar una respuesta.
Más adelante escuchaba el sonido de la maleza siendo apartada violentamente, y un aullido
amenazador parecido al de un perro grande.
¿Serán los perros-demonios?, se preguntó.
Con Jouyu o sin él, no sería capaz de pelear en la oscuridad. Necesitaba ir a un lugar
con más luz, a cualquier lugar menos aquí. Dio un paso, indecisa, y sintió como Jouyu se
movía en su pierna, empujándola hacia adelante. Agradecida por la ayuda, Youko empezó a
correr. Detrás de ella, escuchó el sonido de algo arremetiendo a través de la maleza.
Youko corrió desesperadamente a través del bosque nocturno. Sea lo que sea lo que
iba tras ella, parecía ser algo rápido y terriblemente ágil. De hecho, estaba segura de que ya
la habría alcanzado si no hubieran estado en el bosque donde el follaje dificultadaba el
movimiento. Podía escuchar a su perseguidor girar a la derecha y a la izquierda, esquivando
árboles y arbustos; en un momento, le pareció escuchar que se estrellaba contra un gran
árbol.
Entonces, en la distancia, Youko vio la tenue luz de un claro. Corrió hacia él a toda
velocidad y salió del bosque..
Se encontró a sí misma en el valle inclinado entre dos picos. La línea de los árboles
formaba una marcada frontera, y la pendiente había sido convertida en un bancal. Después
del borde del bancal, podía ver la pendiente continuar debajo de ella, iluminada por la
blanca luz de la luna. Youko frunció el ceño, habría preferido una planicie para correr. Así
que se dio la vuelta y se preparó para confrontar a su perseguidor, mientras éste salía del
bosque con un ruido estruendoso.
La criatura gigante no era un perro-demonio, de hecho, era más como una vaca
horrible cubierta de un pelaje largo que se levantaba en crestas erizadas cada vez que
bramaba. Cuando la bestia vio a Youko, aulló como un perro, ansioso por matar.
Doce Reinos

Youko se sintió extremadamente calmada. Su pulso seguía acelerado y su aliento


seguía atrapado en su garganta, pero su miedo por la extraña criatura amainaba
rápidamente. Se concentró en lo que Jouyu estaba haciendo, mientras la sensación de una
marea creciente inundaba su cuerpo. Una parte de su mente hizo la indiferente observación
de que pasara lo que pasara, no quería terminar cubierta de sangre esta vez.
La luna estaba alta en el cielo, y la fría luz blanca hacía que el metal de su espada
brillara como la nieve. Y entonces, la espada blanca se tiñó de negro, con tres golpes la
gigantesca bestia había sido derribada. Mientras se acercaba a su desparramada figura para
darle el golpe final, Youko vio muchos pares de ojos rojos brillantes reuniéndose en la
oscuridad del bosque a su lado.
Sería una larga noche.
Sin atreverse a dormir, escogiendo los caminos más iluminados, Youko se movió a
través del bosque peleando con los demonios que se acercaban a ella a multitudes.
Quizá había algo de verdad en la idea de que los monstruos salen de noche, pensó
Youko, porque la atacaron muchas veces antes del amanecer. Aunque tuvo tiempo de
descansar entre matanza y matanza, y aunque tenía el poder sanador de la joya para
recobrar su fuerza; estaba empezado a sentir una profunda fatiga que hacía pesados sus
brazos y piernas. No había pasado mucho tiempo cuando ya caminaba apoyada en la
empuñadura, clavando la espada en el suelo, usándola de bastón.
Los ataque se hicieron menos frecuentes a medida que el cielo se iluminaba, y se
detuvieron completamente cuando los primeros rayos del sol atravesaron las cimas de las
montañas. Youko había encontrado un camino que parecía hecho por el hombre, pero
ahora que había luz, no quería encontrarse con nadie. Así que resistió la tentación de tirarse
en el suelo y dormir en el lodo junto al camino. Obligando a sus piernas y brazos sin fuerza
a llevarla un poco más lejos, se arrastró lejos del camino hacia donde el bosque era más
denso. Luego de una corta distancia, encontró un terreno de hierba suave en una
hondonada, donde cayó e inmediatamente se durmió, abrazando la espada cerca de su
cuerpo.
79 Capítulo 3

CAPÍTULO 3

Por tres días, Youko durmió cuando el sol estaba en lo alto, despertaba cuando
estaba atardeciendo y pasaba las noches peleando. Vagaba sin dirección, dormía en camas
de hierba, comía las nueces o bayas que podía encontrar.
El esfuerzo de cada noche la dejaba tan exhausta que no tenía problema en dormir
todo el día siguiente, a pesar del hambre cada vez más feroz que le roía el estomago como
un enjambre de insectos. Mientras tuviera en su poder la joya azul pálido, no moriría de
hambre, pero sus propiedades mágicas estaban muy lejos de poder llenarle el estómago.
En el cuarto día, tuvo un momento de claridad. Se dio cuenta de que estaba
esperando encontrar algo sin parar un momento a preguntarse qué era lo que buscaba.
Tengo que encontrar a Keiki, decidió.
Eso quería decir que tenía que ir donde hubiera gente, una ciudad o una aldea. Pero
a donde quiera que fuera, estaba segura de que la identificarían como una kaikyaku. Se la
llevarían nuevamente, la arrastrarían de vuelta, pateando y gritando, al lugar donde toda esta
pesadilla había empezado.
Youko observó su uniforme hecho jirones. Como mínimo, necesitaría ropa nueva.
Una vestimenta local podría esconder el hecho de que era una kaikyaku; su extraño rostro
nuevo y su color de pelo la hacían parecer ya una nativa, así que encontrar ropa era su
prioridad. No llevaba dinero cuando la trajeron, y dudaba que usaran yenes, así que sus
elecciones eran limitadas. Tendría que usar su espada o robar.
Aunque era reacia a aceptarlo, ya había llegado a esa conclusión hace días. Sólo que
había tomado las últimas cuatro noches vagando por las montañas para reunir el coraje
suficiente para imaginarse a sí misma haciéndolo. Después de todo, esto es un asunto de
supervivencia. Y no es como si estuviera planeando matar a alguien y robarle la ropa al
cadáver. Simplemente… lo pediría prestado.
Escondida en la sombra de un gran árbol, Youko estudiaba la aldea que había
escogido. Era muy parecida a las otras que había visto a lo largo de su viaje: Casas
destartaladas reunidas en un valle. El sol estaba en lo alto, y podía ver a las personas en los
lejanos campos que marcaban el borde del valle; sin lugar a dudas los aldeanos estaban
haciendo sus tareas diarias.
Respiró profundo, se armó de valor y salió del bosque, recorriendo una línea hasta
la casa más cercana. El patio no tenía paredes de ningún tipo, la única defensa del edificio
era un pequeño jardín bien cuidado. El techo era de tejas negras, las paredes blancas y
Doce Reinos

llenas de rajas, el estuco se caía por algunos. Un agujero en una pared hacía las veces de una
pequeña ventana sin cristal. Pedazos de metal colgaban de ambos lados, estaba
completamente abierta ante el sol de mediodía.
Youko se acercó a la casa, vigilando atentamente los alrededores. Se había
acostumbrado tanto a los ataques cada noche, que había aprendido a esperar bestias y
demonios como si fuera algo natural, pero pensar que fueran personas las que la encontraran
la llevaba al punto en que estaba lista para saltar ante el más ligero sonido.
Mirando por la ventana, Youko vio una habitación sencilla que parecía ser el
comedor y la cocina. Pudo ver un pequeño horno y una mesa, ambos sobre un piso de
barro. No había nadie dentro, al menos que ella viera. La habitación estaba en silencio.
Caminó cerca de la pared exterior tan silenciosamente como pudo, hasta llegar a
una puerta en la pared, justo en frente de un pozo en el patio. Cuidadosamente, puso su
mano en el frío metal de la puerta. Sus dedos encontraron el picaporte y le dio un leve
tirón. La puerta se abrió suavemente.
Conteniendo la respiración, se esforzó por ver dentro, no se atrevía a entrar hasta
asegurarse de estar sola. Una vez estuvo satisfecha, exhaló y puso un pie del otro lado de la
puerta.
La primera habitación le pareció bastante pequeña, y para su sorpresa el compacto
piso de barro era duro bajo sus pies. Los muebles eran simples, hasta un poco primitivos; y
aun así, el lugar parecía como un hogar, con sus cuatro paredes, sus muebles y demás
utensilios de la vida diaria. Era completamente diferente a la casa que había dejado en
Japón, pero al mismo tiempo le parecía tan familiar que Youko quería llorar.
En los estantes de la habitación sólo había unas cuantas tazas y platos, así que
Youko se acercó a la única puerta que pudo ver. La abrió lentamente y encontró lo que
parecía ser un dormitorio. Dos camas, un poco mejores que el pedestal abultado sobre el
que había dormido en la celda, estaban contra las paredes de la habitación. Había estantes,
un escritorio, y una gran caja de madera del tamaño de una televisión de pantalla gigante.
Parecía que esta era la única otra habitación en la casa.
Youko notó que la ventana estaba abierta —esa sería su puerta de salida si alguien
decidiera llegar a casa—, así que entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí.
Inspeccionó los estantes que estaban delante de ella, pero no vio nada que le sirviera de
algo, así que abrió la tapa de la caja de madera.
La caja estaba llena de pedazos de tela, pero no vio nada que pareciera ropa. Youko
miró la habitación nuevamente. No había armarios u otros contenedores que pudieran
81 Capítulo 3

tener ropa. Decidió que la ropa debía estar en lo más profundo de la caja, y empezó a sacar
las cosas de la parte superior, depositando el contenido en el suelo.
Cuando la había vaciado completamente, encontró varias cajas pequeñas con varios
objetos personales, sábanas de todos los tamaños, un edredón grueso, y ropa de niña:
demasiado pequeña para poder usarla.
¡Qué suerte la mía! ¡Encontré la única casa en la que no hay ropa!
Youko no había visto ropa colgando afuera, pero era obvio que aquí no había nada.
Se estaba dirigiendo a la cama más cercana, cuando escuchó abrirse la puerta principal en la
habitación contigua.
Youko se sobresaltó al escuchar el sonido. De repente, la ventana que había
escogido como su ruta de escape, parecía estar demasiado lejos. Nunca la alcanzaría sin que
la escuchara quien sea que estuviera en la otra habitación.
¡Por favor, no entres!
Youko escuchó ligeras pisadas moverse desde la otra habitación hasta la puerta del
dormitorio. La puerta empezó a abrirse lentamente. Youko se quedó paralizada, de pie
frente a la caja, las telas, sabanas y ropa de niño que estaban tiradas en el piso alrededor de
ella. Instintivamente, alcanzó la empuñadura de la espada; pero se forzó a sí misma a alejar
la mano lentamente.
Es cierto que había venido a robar, pero no a matar. Ciertamente podía amenazar a
alguien con la espada, pero si la persona no se asustaba, tendría que hacer uso de ella; y
Youko estaba determinada a no blandir su espada contra otro ser humano. Así que este era
el destino. Había apostado, y perdió.
El dolor habría sido rápido…
La puerta se abrió y una mujer entró a la habitación. Se congeló al ver a Youko.
Ante los ojos de Youko, parecía ser una mujer de mediana edad de constitución robusta,
una granjera.
A Youko no le apetecía seguir huyendo. Se quedó de pie, en silencio,
experimentando una repentina sensación de calma. Había sido descubierta. Dejaría que la
llevaran ante el magistrado, y allí recibiría su merecido castigo. Todo había terminado. No
tendría que estar hambrienta o exhausta más nunca.
La mujer bajó la mirada y observó la ropa regada alrededor de los pies de Youko, y
entonces habló temerosa:
—Aquí no hay nada que valga la pena robarse.
Youko esperaba que la mujer gritara.
Doce Reinos

—¿Estás buscando algo para vestir? ¿Quieres ropa?


Perpleja, Youko seguía de pie, en silencio. La mujer debió tomar eso como una
afirmación, porque entró a la habitación señalando la cama.
—La ropa está allí.
Pasó al lado de Youko y se puso de rodillas. Levantando el borde de la cama, abrió
un cajón en el fondo de la cama.
—No uso ninguna de las cosas en esa caja. La que usó esa pequeña ropa hace
tiempo que murió. —Con cuidado, empezó a sacar ropa más grande del cajón.
—¿Qué ropa quieres? Sólo tengo la mía, así que temo que no hay mucho.
La mujer examinó a Youko mientras ésta estaba de pie con los ojos desorbitados.
Viendo que no respondía nada, la mujer empezó a esparcir la ropa sobre la cama.
—Si mi hija estuviera viva, quizá tuviéramos algo. Todo esto parece ser demasiado
simple para ti.
—¿Por qué? —La voz de Youko rompió el silencio.
¿Por qué esta mujer no entra en pánico? ¿Por qué no intenta huir?
La mujer se detuvo, mirándola, pero Youko no pudo encontrar las palabras para
continuar. La mujer sonrió levemente y continuó esparciendo la ropa.
—Vienes de Hairou, ¿no es así?
Youko asintió.
—Qué conmoción hubo allí, con lo del kaikyaku y todo eso —La mujer miró a
Youko y le dio una sonrisa lúgubre—. Hay mucha gente tonta en esa ciudad, con muchas
ideas raras. «Los kaikyaku destruyen todo», «Los kaikyaku son malos presagios», también le
echarían la culpa del shoku a los kaikyaku si pudieran, ¿pero cómo puede una persona crear
una tormenta? ¡Es ridículo!
La mujer se detuvo y miró a Youko de arriba a abajo.
—¡Estás cubierta de sangre!
—Demonios, en las montañas… —La voz de Youko se apagó.
—Te atacaron los demonios, ¿cierto? En estos días eso pasa cada vez más. Tienes
suerte de haber sobrevivido —La mujer se levantó, y habló con un tono formal—. Bien.
Necesitas sentarte. No voy a hacerte daño, y si te juzgo bien, no pretendes hacerme daño.
De hecho, pareces famélica. No has estado comiendo, ¿no es así? ¡Estás pálida!
Todo lo que Youko podía hacer era mover la cabeza.
—Primero lo primero, te conseguiré algo de comer. Y necesitarás agua caliente para
lavarte. Después de eso, nos preocuparemos por tu ropa.
83 Capítulo 3

La mujer se dirigió hacia la puerta, y entonces se dio la vuelta para observar a


Youko, quien seguía de pie en el centro de la habitación.
—¿Cuál es tu nombre?
Youko abrió la boca, pero su voz no salió. Apenas si podía seguir de pie, su cabeza
agachada, lágrimas cálidas bajando por sus mejillas.
—Pobre chica —Escuchó que la mujer dijo suavemente, y sintió unas manos
cálidas tocándole la espalda—. Has visto cosas terribles… cosas terribles.
Todo lo que Youko había estado sintiendo —el miedo, el agotamiento, la
desesperación— salió a flote, haciéndole doler la garganta. Desplomándose en el piso, se
enroscó como una niña pequeña y lloró.

—Usa esto por ahora —La mujer le pasó a Youko una ropa blanca desde el otro
lado de un biombo—. No te preocupes, no espero que las lleves fuera de la casa. Es un
pijama. ¿Dormirás aquí, no es así?
Youko asintió, abrumada por el alivio con un cierto matiz de vergüenza. Había
venido a robarle a esa mujer, pero en vez de eso, cuando había empezado a llorar, la mujer
—quien según lo esperado debía haber salido corriendo a buscar ayuda— la había
consolado, le hizo pasta de arroz y le preparó un baño de agua caliente en una gran bañera.
Ahora el hambre de Youko había sido saciada y la sangre acumulada de noches de
pelea, había sido lavada con agua fresca y cálida. Cuando introdujo los brazos en las
mangas del pijama limpio, se sintió humana por primera vez en quién sabe cuánto tiempo.
—Muchas gracias —Youko salió del biombo e hizo una reverencia—. Lo siento.
Yo…
Iba a robarte. Levantó la mirada, directo hacia los brillantes ojos azules de la mujer.
La mujer rió.
—Está bien, sé cuando alguien necesita algo caliente para comer. Toma, bebe esto
—Le ofreció a Youko una taza de barro llena de té frío—. Y es hora de que te vayas a
dormir. Te arreglaré la cama.
—Gracias.
La mujer hizo una pausa.
—Discúlpame, pero tuve que guardar tu espada. No es correcto dejar esas cosas
por allí.
Doce Reinos

—Sí, lo siento.
—Sí que te gusta pedir disculpas —dijo la mujer sonriendo—. Y, nunca me dijiste
tu nombre.
—Youko. Youko Nakajima.
—Los nombres de los kaikyaku son raros, ¿no crees? Mi nombre es Takki, o al
menos así es como me llaman todos.
—¿Takki? ¿Cómo se escribe eso?
Con su dedo, la mujer escribió los caracteres de bueno y hermana mayor en el polvo
sobre la mesa:

Youko sonrío.
—Así que, Youko, ¿a dónde te diriges? ¿A algún lugar en especial?
Youko negó con la cabeza.
—No… Takki, ¿conoces a alguien con el nombre de Keiki?
—¿Keiki? No… No conozco a nadie llamado así. ¿Estás buscándolo?
—Sí.
—¿De dónde es? ¿De Kou?
—Sólo sé que es de este mundo…
Takke sonrió.
—Eso no dice mucho. Al menos necesitarás saber de qué reino es, y saber de qué
parte del reino también ayudaría.
Youko miró al piso.
—No sé nada de esta tierra.
—Así parece —Takki bajó la taza—. Bien, hay doce reinos en el mundo conocido.
Este es el que queda más al suroeste, se llama Kou.
Youko asintió. La anciana en Hairou le había dicho esto.
—¿Y el sol sale desde el este?
—Por supuesto. Ahora, nos encontramos en la parte oriental de Kou, un lugar
llamado Aldea de los Cinco Ancianos. Si caminas diez días hacia el norte, llegarás a unas
montañas altas. Crúzalas, y estarás en Kei.
Mientras hablaba, dibujaba el carácter en la mesa con el dedo:
85 Capítulo 3

—Hairou, que es de donde vienes, está en la costa, más al este de aquí. A unos
cinco días de viaje por la carretera.
Hasta ahora, los pocos lugares a donde Youko había ido existían en medio de la
neblina, las direcciones y distancias permanecían confusas. Ahora, al menos, una vaga
imagen de este mundo al que había llegado, empezaba a tomar forma en su mente.
—¿Este reino es muy grande, Kou?
Takki ladeó la cabeza.
—Quién sabe. Supongo que si pretendieras caminar de esquina a esquina, de oeste
a este, te tomaría unos tres meses.
—¿Tanto tiempo? —Youko estaba sorprendida. Era difícil para ella medir la
distancia basada en el tiempo de caminata, pero estaba muy segura de que caminar a través
de la gran área de Tokio, tomaría unos cuantos días, si acaso.
—Creo que sí. Después de todo, este es un reino de verdad. El viaje sería similar,
yendo de sur a norte. Después de cruzar las montañas o el mar, estarás en las tierras
vecinas. Pero supongo que eso te tomaría cerca de cuatro meses.
—¿Y existen doce de estos reinos?
Takki asintió.
Youko cerró los ojos. Una parte de ella había imaginado este mundo como algún
tipo de patio de recreo elaborado, algo cerrado, limitado. Un país en una caja. ¿Pero cuatro
meses para ir a otro reino? No había esperanza de encontrar a una persona en un área tan
vasta, sin más pistas que un nombre y un recuerdo de un largo cabello dorado. Puede que
tuviera que buscar por todo el mundo, y eso llevaría años. Décadas.
—Y, ¿quién este Keiki? —preguntó Takki.
—Realmente no lo sé. Sólo sé que es de este lugar. Él… —Youko hizo una pausa,
tratando de buscar las palabras apropiadas—. Él me trajo aquí.
—¿Te trajo?
Youko asintió.
—¿En serio? ¡Es la primera vez que escucho algo así! —Takke estaba visiblemente
intrigada.
—¿Es algo raro?
—Bueno, nunca me gustó leer mucho, así que quizá sean solo cosas mías —Takke
se rió con pesar—. Y no sé mucho sobre los kaikyaku. No vemos muchos de vosotros a
menudo.
—Ya veo…
Doce Reinos

—Pero quien quiera que sea, si te trajo aquí, no debe ser una persona común y
corriente. No puede ir cualquiera a Aquel Lugar. No me sorprendería que fuera algún tipo
de deidad, o hechicero, o quizá hasta un mitad-demonio.
Youko miró a Takki. Estaba sonriendo.
—La gente común como yo, no podemos ir a Aquel Lugar, y mucho menos traer a
alguien. Sí, diría que tu amigo es alguien especial. Un brujo, ¿quizás?
—No es mi amigo… —empezó a decir Youko, y entonces sacudió la cabeza—. Sé
que hay demonios… ¿pero también hay dioses y hechiceros?
—Por supuesto. Pero viven en el mundo del Cielo, muy lejos de nosotros. Los
dioses y los hechiceros, todos viven allá arriba. Raras veces bajan aquí.
—¿Allá arriba?
—Sobre el cielo. Pero por supuesto, algunos han bajado. El Gobernador es uno de
ellos.
Takki respondió a la expresión de confusión de Youko, con una sonrisa.
—Verás, cada provincia tiene sus señores. Esta es la provincia de Jhun, y nuestro
señor es el gobernador de Jhun. Es el Rey quien le da esa posición, gobierna a Jhun en el
nombre del rey. Un gobernador nunca es una persona ordinaria. No envejece y no muere.
Tiene el poder de hablar con los dioses. No es de este mundo… algo que tienes en común,
¿eh?
—Así que Keiki… ¿también es de otro mundo?
—Yo diría que sí —Takki rió nuevamente—. Quizá es un cortesano. Casi todas las
personas importantes son hechiceros. Allá en el palacio del rey (que también está sobre el
cielo) hasta los sirvientes y mensajeros son hechiceros. ¡Deben serlo sólo para ir a trabajar!
Takki sonrió.
—La familia del rey es una familia de dioses. Son quienes designan a los hechiceros
y demás. Se dice que algunas personas ascienden al Cielo con sus propios poderes, pero
esos son personas apartadas, como ermitaños, alpinistas; gente que se ha alejado del mundo
mortal sin más. En resumen, todos los dirigentes son de un mundo diferente al nuestro, y
la gente como nosotros nunca los llega a conocer… lo que te hace especial.
Youko bajaba la cabeza ante cada palabra de Takki, guardándolas en su memoria
para su uso futuro. Cada pedazo de información se guardaba con un significado especial.
—También se dice que en el mar hay un Dios Dragón que controla las olas. Puede
ser verdad o puede no ser más que un cuento de hadas. Aun si existiera un Reino Dragón,
87 Capítulo 3

creo que la gente allí tampoco sería normal, teniendo en cuenta que tendrían que vivir bajo
el agua.
—¿Y qué pasa con los mitad-demonio? —preguntó Youko—. ¿Qué son esos?
—Ah —dijo Takki, asintiendo—. Son los más peligrosos de todos. Los demonios
que pueden tomar forma humana son a quienes llamamos mitad-demonios. Se parecen
mucho a ti y a mí. Algunos se parecen tanto a una persona normal que no puedes
diferenciarlos.
Taukkee vertió más té frío para Youko, desde una jarra hecha de barro.
—Se dice que en alguna parte, hay un reino lleno de demonios. Pero no sé si eso es
cierto. Si existe, ese es otro mundo completamente diferente… ¡y menos mal!
Youko suspiró desconcertada. En sólo unos minutos, su conocimiento de este
mundo se había multiplicado por diez, y con él, su confusión. Si Keiki no era una persona,
¿entonces qué era? Le había parecida tan raro y extravagante cuando lo vio por primera vez
en la escuela, pero también le había parecido lo mismo las supuestas personas «normales»
aquí en Kou. ¿Era Keiki un mitad-demonio? Y Hankyo y Kaiko… ¿eran demonios
también?
Youko frunció el ceño.
—¿Has escuchado de demonios llamados Hyoki o Kaiko? ¿O Jouyu?
Takki la miró extrañada.
—No, no los conozco. ¿Por qué preguntas?
—¿Y hinman?
Takki la miró aún más recelosa
—Sí, un hinman es un demonio de tipo cohesivo de la guerra y la batalla. No tienen
cuerpos y sus ojos son rojos. ¿Cómo sabes sobre ellos? —preguntó Takki, mientras escribía
los caracteres para hinman en la mesa:

Youko se estremeció levemente. ¡Así que Jouyu es un demonio! Youko no sabía


que significaba «cohesivo», pero parecía ir bien con la cosa esponjosa parecida a la gelatina
que había visto salir de la tierra, y cuyo frío roce todavía recordaba en la nuca.
Youko sacudió la cabeza. No le podía decir nada de su experiencia con Jouyu,
Takki no lo comprendería. De hecho, Youko no sabía si ella misma había comprendido.
Trató de recordar más palabras que hubiera escuchado en los últimos días.
—¿Kouchou…?
Doce Reinos

—Ah, un kouchou.
Youko observó mientras Takki dibujaba dos antiguos caracteres, de los que estaba
segura que significaban monstruo y ave, en la mesa.

—Es un ave con cuernos. Son violentos, se dice que comen gente. ¿Qué pasa con
ellos?
—Uno me atacó.
—¡Tonterías! ¿Dónde?
—Fue… en Aquel Lugar. Un kouchou me atacó y tuve que huir hasta aquí. Vino
tras de mí, o quizá tras de Keiki. Él me dijo que la única forma de protegerme era si venía a
este lugar. A tu mundo.
—Vaya, vaya, vaya —murmuró Takki.
Youko dejó salir un suspiro y miró a la mujer.
—Estos kouchou, ¿son comunes? Quizá si supiera dónde viven, podría deducir de
dónde es Keiki, y por qué lo perseguían.
Takki negó con la cabeza.
—No los llamaría comunes, no… Si un demonio aparece aquí, la noticia vuela por
toda la ciudad. Los demonios no suelen aparecer cerca de los lugares donde viven los
hombres.
—¿Es eso cierto?
Takki asintió.
—Aunque, la verdad sea dicha, cada vez hay más de ellos. Estas son épocas
peligrosas. Cuando el sol se oculta, nos quedamos dentro. Si algo tan peligroso como un
kouchou apareciera, se armaría un gran revuelo. Aun así, algo en tu historia me da
curiosidad —Takki frunció el ceño—. Los demonios son como bestias salvajes. Pueden
perseguir a una persona para comerla o algo así, pero no perseguirían a una persona en
particular. E ir todo el camino hasta Aquel Lugar… Es la primera vez que escucho algo así
—Takki le tocó la cabeza—. Youko, querida, ¿en qué tipo de problema te has metido?
—Ojalá lo supiera.
Al ver la expresión de preocupación de Takki, Youko empezó a preocuparse
también, particularmente cuando consideró lo que la mujer había dicho. Youko había
asumido que los demonios atacando en el bosque eran una cosa común por aquí.
Evidentemente no era así, y los demonios la perseguían a ella en particular.
¿Qué me está pasando?
89 Capítulo 3

—Bueno —dijo Takki alegremente—, sentarse aquí a hablar de demonios no nos


hará ningún bien. Youko, ¿sabes a dónde debes ir?
Youko miró dudosa los ojos de la mujer y negó con la cabeza.
—Sólo sé que debo buscar a Keiki. No puedo pensar en más nada.
Pueden ser demonios o mitad-demonios o peor, pero ella estaba segura de que
Keiki y las bestias que iban con él no la lastimarían.
—Tomará su tiempo. No creo que sea fácil.
Youko asintió.
—Y mientras tanto, debes vivir. Podrías quedarte aquí, pero si los demás te
encuentran, te enviarán al magistrado. Puedo decir que eres un familiar, pero no creo que
esa mentira dure mucho.
—No quiero causarte más problemas.
Takki negó con la cabeza y sonrió.
—A tres días de caminata hacia el suroeste hay una ciudad llamada Kasai. Mi madre
vive allí. Ella administra un hotel. Y si eres una buena ayuda, no tendrá razones para
enviarte ante el magistrado, aunque no supiera quién eres. Quieres trabajar, ¿no es así?
—Sí —Youko respondió sin dudar. Encontrar a Keiki no será fácil, pero había
empezado a darse cuenta de que si quería alguna esperanza de tener éxito en su misión,
necesitaba tener un lugar dónde quedarse.
Cuanto más rápido terminaran las eternas noches de evitar demonios y quedarse
dormida hambrienta sobre el duro suelo, mejor.
Takki rió y asintió.
—Bien por ti. Y no te preocupes, el trabajo no será tan duro. Todos los otros
chicos son buenos trabajadores y buenas personas. Y además, estoy segura de que te
llevarás con ellos estupendamente. Podemos viajar mañana.
—¡Bien!
Takki sonrió felizmente.
—Ahora descansa un poco. Duerme bien. Si te despiertas mañana y decides que no
irás, siempre puedes quedarte aquí un rato más.
Youko sonrió e hizo una reverencia con la cabeza, así pudo agradecer y al mismo
tiempo esconder las lágrimas de gratitud que llenaban sus ojos.
Doce Reinos

Youko se sentía tan aliviada de dormir en una cama real que se quedó dormida
inmediatamente… solo para despertarse en la mitad de la noche.
Observó la cama al otro lado de la habitación y vio a la amable mujer que la había
acogido durmiendo profunda y despreocupadamente. Youko se sentó y llevó las rodillas
hasta su pecho, sintiendo el tirón del pijama tocar su piel.
Con las ventanas completamente cerradas, la habitación estaba en silencio y casi
totalmente oscura. El pesado techo y las gruesas paredes impedían que entraran hasta los
sonidos nocturnos usuales que se había acostumbrado a escuchar.
Youko sacó los pies de la cama y caminó lentamente a través de la habitación,
dirigiéndose al comedor-cocina. Encontró su espada en un estante alto, la tomó y la
sostuvo en sus brazos, suspirando de alivio. En los últimos días, la oscuridad significaba
peligro, y se sentía incómoda si no sujetaba la empuñadura de la espada todo el tiempo. Se
sentó en una silla e inspeccionó la tela con la que Takki había envuelto la espada como
protección.
Youko casi se atrevió a soñar que no tendría que usar más nunca la espada. Sólo era
una caminata de tres días a la ciudad de Kasai, donde estaba el hotel de la madre de Takki,
y allí tendría un trabajo; tendría un lugar en este mundo. ¿Qué tipo de persona sería la
madre de Takki? ¿Cómo serían los demás trabajadores? Nunca había trabajando antes, pero
sentía más entusiasmo que ansiedad ante la posibilidad.
Dormiría bajo un techo, se despertaría en la mañana, trabajaría todo el día y se iría a
dormir en la noche. Puede que Youko no fuera capaz de regresar a su casa o de encontrar a
Keiki, pero quizá eso no importaría por un tiempo. Podría estar tan ocupada con su trabajo
que ni siquiera tendría tiempo de pensar en esas cosas.
Por primera vez, Youko sintió que había empezado a encontrar el equilibrio en este
lugar desconocido. Con la sensación de alivio llegó también una repentina ola de
agotamiento, y cerró los ojos.
Fue entonces cuando escuchó el sonido: un alto y lejano sonido de agua goteando.
Youko abrió los ojos y miró la espada. Una débil luz salía de debajo de la tela que la
rodeaba. Youko desenvolvió lentamente la espada y la encontró brillando como lo había
hecho hace varias noches. E igual que antes, vio unas formas vagas reflejadas en el frío
metal de la espada.
La escena empezó a aclararse gradualmente, las formas mostraban profundidad, sus
figuras empezaban a verse nítidas. Youko vio nuevamente su habitación tan claramente
como si estuviera viendo una pantalla de cine. Parecía tan real que pensó que podría tocarla
91 Capítulo 3

si estiraba la mano, pero sabía que esto no podía ser: el sonido de agua goteando en una
cueva era la prueba de que este no era más que una visión como las demás.
Una vez más, Youko vio la imagen de su madre en la espada. Caminaba por la
habitación de Youko, paseándose de un lado a otro, abriendo cajones, jugueteando con las
cosas en el armario. Parecía como si estuviera buscando algo. Cuando había abierto el cajón
por décima vez, Youko vio la puerta de la habitación abrirse. Su padre apareció en el
umbral.
—¿No es hora del baño? —Youko podía escuchar claramente la voz de su padre.
Su madre elevó la mirada, y luego la regresó en dirección al tocador.
—Adelante. El agua está en la bañera.
—¿Has visto mi pijama?
—¿No puedes encontrarlo por ti mismo?
La voz de la madre de Youko tenía un tono mordaz. Su padre frunció el ceño,
parecía aún más perturbado que ella.
—¿Qué bien te va a hacer el pasarse todo el día vagando en su habitación?
—No estoy vagando. Estoy pensando en algo. Encuentra tu pijama tú solo.
Cuando respondió, la voz de su padre era baja.
—Youko se ha ido, ¿bien? Pasarte el día aquí no la va a traer de vuelta.
¿Me fui?, pensó Youko.
—No se ha ido, ella…
—Escapó de casa. Ya escuchaste que un hombre fue a su escuela. Y sobre sus
amigos que rompieron los cristales. Obviamente Youko estaba relacionándose con este tipo
de personas a nuestras espaldas.
—Ella no haría eso. No mi Youko.
—Simplemente no pudiste verlo. ¿Sabes? Apuesto a que se teñía el pelo.
—Estás equivocado.
—Historias de chicos relacionándose con personas equivocadas y huyendo de casa
son muy comunes. Pronto se cansará y regresará a casa. No te preocupes.
—Es que esto no es algo que Youko haría. No la crié para ser así. —Su madre
insistía agresivamente, mirando hostilmente a su marido. Y él le devolvía la mirada.
—Eso es lo que todos los padres dicen. Mira, parece que el hombre que fue por ella
a la escuela también tenía el pelo teñido. Quizá es algo de pandillas. En cualquier caso,
frecuentaba a la gente equivocada. Ese es el tipo de persona que era.
Doce Reinos

—¿Cómo puedes decir eso? —gritó su madre, años de frustración finalmente


encontraron una voz—. ¿Y tú que puedes saber? Todo lo que has hecho es trabajar y
trabajar más. ¡Yo crié a Youko! Es mi hija y la conozco.
—¡Cálmate! Yo también la conozco. Después de todo, soy su padre.
—¿Padre? ¿Tú?
—Ritsuko…
Youko no podía recordar la última vez que escuchó a su padre llamar a su madre
por su primer nombre. Siempre le decía «Mamá».
—¿Acaso ir a trabajar y ganar dinero te hace su padre? No perdiste ni un día de
trabajo cuando desapareció. ¡No has hecho nada! ¡¿Eso te hace un padre? ¿«Ese es el tipo
de persona que era»? No sabes ni la mitad de quién era ella. ¡De quien es!
Su padre parecía más sobresaltado que enfadado. Movió la mano en señal de paz.
—Por favor, cálmate…
—Oh, estoy calmada. Nunca he estado tan calmada antes en mi vida. Nuestra hija
está en peligro. Tengo que manejar esto. ¿Quién la va a recuperar si no soy yo?
—Todos tenemos nuestros papeles. Si estás tan calmada como dices, ya sabrás qué
hacer. Las cosas funcionarán.
—¿Lo que debo hacer? ¿Qué? ¿Encontrar tu pijama? ¿Eso es más importante que
preocuparte por tu propia hija? ¿Alguna vez has pensando en otra persona que no seas tú?
El rostro del padre de Youko se oscurecía con ira. Su madre lo apuñaló con una
mirada fría.
—Era una buena chica. Nunca respondió mal, nunca cuestionó, nunca se rebeló.
Era amable y predecible. Nunca nos dio razones para preocuparnos hasta ahora. Y… me
contaría cualquier cosa, cualquier cosa. No era el tipo de chica que huiría de su casa. Era
feliz… —Sus palabras se ahogaron en un sollozo.
Su padre seguía de pie en la puerta, apartando la mirada en silencio. Cuando
finalmente habló, su voz era baja y sin una pizca de calidez.
—Youko dejó su mochila en la escuela, ¿sabes? Y su abrigo. ¿Y crees que huyó de
casa? Algo debió haberle pasado. Esa es la única explicación.
—¿Y si es así, qué pasa? —La madre de Youko levantó la mirada—. ¿Qué estás
sugiriendo?
El hombre respondió con dificultad después de una pausa.
93 Capítulo 3

—Dices que quieres hacer algo… pero si se vio envuelta en algún tipo de incidente,
¿qué podrías hacer que no hubiéramos hecho ya? Ya hemos ido a la policía. ¿Cómo es que
sentarnos aquí, confundidos en la oscuridad, podría traer de vuelta a Youko?
—¿Cómo puedes rendirte así?
—No es rendirse, ¡es la realidad! ¿Deberíamos salir y pegar su fotografía en postes
telefónicos? ¿Eso la traerá de vuelta? No quiero ser cruel, pero…
—Lo eres.
—Si no huyó de casa, si se vio envuelta en algo, entonces, probablemente Youko
esté muerta.
—¡No!
—Vamos, ya has visto las noticias. Sabes tan bien como yo lo que le pasa a las
chicas que se pierden de esta manera. ¡Sólo estoy diciendo que Youko pudo haber huido
para hacerte sentir mejor, no porque en realidad lo piense!
Youko vio a su madre desplomarse sollozando. Su padre permanecía de pie,
mirándola, y entonces salió de la habitación.
Mamá… Papá…
Era doloroso mirar. La escena se volvió borrosa, y Youko cerró los ojos al mismo
tiempo que sentía un hilillo de lágrimas calientes bajando por sus mejillas. Cuando volvió a
abrir los ojos, la imagen había desaparecido.
El frío metal de la espada estaba oscuro entre sus manos. La espada se sintió pesada
de repente y Youko la dejó en el suelo. Entonces bajó la cabeza, dejando que las lágrimas
cayeran libremente por su rostro.

¡No estoy muerta!


Youko sabía que seguía viva, aunque no era más capaz de demostrarle eso a su
madre que si en realidad estuviera muerta, y de alguna forma, la muerte habría sido
preferible a su situación actual.
No huí de casa.
Youko quería ir a casa más que nada en el mundo. Quería ver a sus padres y
asegurarles que jamás huiría.
Es la primera vez que los veo discutir…
Doce Reinos

Youko apoyó su frente en la mesa y cerró los ojos. Las lágrimas seguían saliendo
aunque parte de ella sabía que la visión podía no haber sido real.
Se incorporó, se limpió las lágrimas, y envolvió nuevamente la espada en la tela.
Todo lo que sabía era que la espada le estaba mostrando fantasmas, nada más. Pero aun así,
sentía en sus huesos la verdad de lo que había visto.
Sentía el corazón pesado en su pecho, Youko abrió la puerta trasera de la casa y
salió.
El cielo estaba lleno de estrellas, pero aun así, ni una sola constelación le parecía
familiar. Aunque por supuesto, nunca había tenido ningún interés en aprenderse las
constelaciones. ¿Quizá no me aprendí exactamente estas?
Se sentó en el borde del pozo y levantó sus pies descalzos, estaba sentada con las
rodillas presionadas contra su pecho. La sensación de la piedra fría y la fresca brisa
nocturna la calmó un poco. La humedad en su rostro empezaba a secarse cuando escuchó
una voz tras ella, una voz desagradable y con un tono musical que se sentía como espinas
agujereando sus oídos.
—Oh, no puedes irte a caaaaaaaaaaaaasa.
Youko se dio la vuelta lentamente para ver una familiar cara sonriente saliendo de la
pared de piedra sólida al lado del pozo. La cabeza del mono azul parecía casi como si la
hubieran cortado y descansara sobre la piedra: un busto sonriente sin cuerpo.
—¿Todavía no te rindes, mmm? Ya sabes que no puedes ir a casa. Pero aun así
quieres ir, ¿no es así? ¿Quieres ver a tu madre? Llora todo lo que quieras, jamás regresarás.
Youko estiró la mano y lo único que tocó fue aire, había olvidado la espada dentro
de la casa.
—Haz lo que te dije antes, ¿mmm? Córtate la cabeza y termina esto ya. Oh, sería
tan fáciiiiiil. No habría esperanza, no habría pena, ¡todo desaparecería, desaparecería!
—Tienes razón —dijo Youko—. Pero no me voy a rendir. Volveré a casa. No me
importa cuánto tarde.
El simio carcajeaba.
—¡Como desees, como desees! ¡Oh, pero tengo algo más que decirte, pececilla!
—No lo escucharé —respondió, poniéndose de pie.
—¡Oh, pero deberías! Es información sobre ella, la mujer dentro de la casa.
—¿Takki?
Youko levantó la mirada y encontró a la cosa simiesca mostrándole los colmillos.
—No deberías confiar en ella.
95 Capítulo 3

—¿Qué? ¿A qué te refieres?


—Oh, crees que es un ángel, un ser amable bajado del Cielo, pero no es ni la mitad
de buena persona que crees que es, ¡ni un cuarto! Qué suertuda, qué suertuda, no hubo
veneno en la comida de hoy, ¿mmm?
—Sabía que no debía escucharte.
—Te despellejará y te disecará para colgarte en la pared, o te venderá a algunos
esclavistas, le da igual. ¡Y le agradecerías por eso, lo harías! Chiquilla tonta, tonta.
—No sabes de qué hablas.
—¡Hablo con la amabilidad de mi corazón! No puedes verlo, ¿no es así? No tienes
amigos aquí. A nadie le importa si mueres. De hecho, la mayoría preferiría que murieras.
Youko miró mal al mono, causando que saliera otra ronda de carcajadas de su gran
boca.
—¡Sí, el dolor habría sido rápido! Podías haber terminado todo en el bosque,
¿mmm? Estoy seguro que a los cachorritos les habría gustado ayudarte —la criatura reía
aun más fuerte, y entonces mostró una sonrisa amenazante—. Toma mi consejo: ¡Déjala
sentir tu espada!
—¿Qué…?
—Corta a la mujer, toma el dinero que tiene y huye, chiquilla. ¡Huye! Si sigues
aferrándote a la fantasía de que podrás superar esto, es mejor que te des prisa mientras
tienes la oportunidad.
—¡Suficiente!
Riendo como loco, el mono desapareció abruptamente en la oscuridad una vez
más. Igual que la otra noche cuando lo conoció por primera vez, la única cosa que quedaba
era su risa chillona resonando en sus oídos. Después, eso también desapareció en la
distancia.
Youko miró en la dirección en que se había ido. ¿Qué razón puede tener para decir esas
cosas? No las creo, ni una palabra.
Sea lo que sea esa criatura, dice sólo mentiras.
A la mañana siguiente, Youko se despertó cuando alguien la tocaba amablemente.
Abrió los ojos y vio que estaba en la habitación de la casa, una gran mujer la miraba
preocupada.
—¿Takki?
—¡Estás despierta! Pareces agotada, querida. Ten, levántante, come algo.
Doce Reinos

—L-lo siento. Dormí demasiado. —Youko se sentó inmediatamente. Por la


expresión de Takke, se dio cuenta de que debía haber dormido por mucho tiempo.
—No tienes nada de qué disculparte. ¿Y bien? ¿Todavía quieres viajar? ¿O irás
mañana?
—Estoy bien. Puedo ir hoy —dijo Youko, sacando las piernas de la sabana. Takki
rió y señaló el escritorio junto a la cama.
—Allí hay algo que puedes usar. Sabes cómo ponertelo, ¿no?
—Creo que sí…
—Llámame si necesitas ayuda.
Takki desapareció en la habitación contigua. Youko bajó de la cama y tomó la ropa
que Takke había arreglado para ella.
Había una falda que llegaba hasta los tobillos atada con un lazo simple, una blusa
que era más como un kimono corto, y un abrigo del mismo largo. Se puso la ropa, y se
sintió un poco incómoda. Estaba insegura, pues no sabía si se la había puesto
correctamente. Así fue a la habitación siguiente y encontró el desayuno esperándola en la
mesa.
—¡Oh! ¡Qué bien te ves! —declaró Takki, sonriendo mientras colocaba un gran
tazón de sopa sobre la mesa—. Espero que no sean demasiado simples. Si tuviera algo de
ropa de cuando era joven…
—¡No, no es así! Muchas gracias.
—Esa ropa era un poco brillante para mí. Ya estaba pensando en regalarla. Bien,
ahora comamos. ¡Llena ese estómago! Nos espera una larga caminata.
—Sí, gracias.
Youko asintió agradecida y se sentó a la mesa. Mientras cogía los palillos, las
palabras que el mono había dicho la noche anterior pasaron por su mente, pero apartó
rapidamente la preocupación.
Takki es una buena persona.
Youko sólo tenía que pensar en todo lo que arriesgaba Takki por protegerla.
Es una buena persona. Estaría mal dudar de ella.

Salieron de la casa de Takki un poco después del mediodía. Para alivio de Youko, el
viaje hasta Kasai había transcurrido sin incidentes, y para su sorpresa, lo había disfrutado.
Al principio, se estremecía cada vez que veían gente en el camino, pero había tomado el
97 Capítulo 3

consejo de Takki y se había teñido el pelo de negro, y una vez se acostumbró al hecho de
que nadie veía nada sospechoso en ella, empezó a esperar con ansias su ocasional
encuentro con los otros viajeros.
Admirando el paisaje, la manera en que las casas estaban juntas, la manera en que
las colinas habían sido convertidas en bancales… casi podía imaginarse estar en la Antigua
China. Sin embargo, la ilusión se dañaba en el momento en que veía a las personas. Sus
caras parecían occidentales y sus pelos, ojos y piel venían en tal variedad de color que a
veces sentía que estaba en algún extraño parque de atracciones.
Vio pieles de blanco puro y negro azabache, ojos tan oscuros como carbón y otros
de un azul extremadamente claro. Lo más dramático de todo era el efecto caleidoscopio
creado por los inmumerables colores de pelo. Vio pelirrojos con rayas púrpuras y gente
mayor con largos mechones de un azul blancuzco. Ocasionalmente, veía gente cuyo cabello
tenía rayas de diferentes matices, como si se hubieran teñido sólo en algunas partes.
Le costó un tiempo acostumbrarse a la infinita variedad de apariencias, pero una
vez lo hizo, se dio cuenta que hasta le gustaba. Aunque se mantenía alerta, no vio a nadie
con un cabello dorado como el de Keiki.
La ropa que la gente llevaba, como el paisaje, le recordaban imágenes que había
visto de la Antigua China. Los hombre usaban pequeños abrigos con pantalones cortos,
mientras las mujeres usaban en su mayoría faldas largas. Ocasionalmente, veía grupos de
viajeros usando atuendos particularmente extravagantes, que aunque le parecían vagamente
occidentales, no podía ubicar en ningún país o período. Según Takki le había dicho, esos
eran los juglares errantes.
Youko estaba feliz de tan sólo estar caminando. Yakke conocía el camino y arregló
todo, desde la comida hasta el alojamiento. Por supuesto, Youko no llevaba dinero, así que
Takki había pagado todo.
—No puedo agradecerte lo suficiente —dijo Youko mientras caminaban.
Takke soltó una carcajada.
—Siempre estoy ayudando gente. No te preocupes.
—¿Cómo puedo pagartelo?
—¿Pagarme? Si no fuera por ti, no tendría excusa para visitar a Mamá. Eso es pago
suficiente.
Youko sonrió.
—Takke, ¿te mudaste a los Cinco Ancianos para casarte?
—No, no. Fui asignada.
Doce Reinos

—¿Asignada?
Takki asintió.
—Cuando cumples veinte años, los oficiales te dan un terreno. Mi terreno estaba en
los Cinco Ancianos.
—¿Así que todos reciben un terreno cuando cumplen veinte?
—Todos sin excepción. Mi esposo era el anciano de la casa de al lado. Nos
separamos cuando la niña murió.
Youko observó el rostro sonriente de Takki. Recordó haber visto ropa de niña la
noche anterior.
—Lo siento.
—No hay nada que sentir. Supongo que no tenía lo que se necesitaba. Me dan una
niña y la dejo morir.
Youko se detuvo, insegura de cómo responder.
—Los niños son enviados por el Cielo. El que los cielos la hayan reclamado sólo
quiere decir que no era apta para el trabajo. Supongo que no estaba lista. Pobre niña.
Youko se rascó la cabeza y sonrió un poco. Takke la miró meláncolicamente.
—Tu madre debe estar preocupada por ti. Espero que puedas regresar pronto.
Youko asintió.
—Sí. Pero me pregunto si de verdad podré regresar. La anciana en Hairou dijo que
no podía.
—Si llegaste aquí creo que es posible que puedas volver, ¿no crees?
Youko parpadeó. Takki lo hacía sonar todo tan fácil.
—Sí —dijo, sonriendo nuevamente—. Estoy segura de que tienes razón.
—Por supuesto que tengo razón. Ah, por aquí. —Takki señaló a la izquierda.
Habían llegado a una bifurcación. Aquí, al igual que en cualquier otra intersección que
habían encontrado, había pequeñas tablas de piedras que tenían grabadas los nombres de
las aldeas cercanas y las distancias. Youko notó que la unidad de distancia aquí era el li. La
tabla decía: «Sei – cinco li»:

Recordaba vagamente de sus libros de historia que el li era usado en la Antigua


China, y se supone que correspondía a unos tres kilómetros, pero el li aquí parecía equivaler
menos. Así que cinco li no era tan lejos.
La tierra por allí no parecía ser particularmente abundante pero era pacífica y bella.
El terreno que las rodeaba era accidentado, subía en montañas cada vez más altas. A través
99 Capítulo 3

del aire claro, podía ver hasta una lejana cadena montañosa con picos que parecían lo
suficientemente sublimes como para atravesar las nubes, si hubiera estado nublado. El aire
sobre las montañas era puro y claro, aunque por alguna razón, Youko tenía la impresión de
que el cielo estaba bajo; parecía posible escalar hasta la cima de esas montañas y tocarlo.
Parecía que la primavera llegaba más temprano a este mundo que a Tokio. Las
flores retoñaban en los caminos entre los campos. Algunas parecían familiares, mientras
que había otras flores que Youko jamás había visto antes.
Aquí y allá podían ver pequeñas comunidades de pequeñas casas. Takke le informó
que eran aldeas de granjeros. De vez en cuando pasaba por una comunidad más grande
rodeada de una gran muralla. Estas eran ciudades, donde la gente del área se iba a vivir para
pasar el invierno.
—¿Así que las personas viven en un lugar diferente durante el invierno?
—Sí, no hay razón para estar en los campos en invierno. Es verdad que algunas
personas fuera de lo común se quedan en las aldeas durante el invierno, pero es mucho más
agradable ir a las ciudades, así estás con todos los demás. Y además, las ciudades son más
seguras.
—Siempre tienen esas grandes murallas, ¿no? ¿Es por los demonios?
—No, no, los demonios no atacarían una ciudad. Las murallas son más para las
guerras y para mantener alejados a los animales salvajes.
—¿Animales salvajes?
—Sí, lobos, osos y demás. No hay muchos de esos por aquí, se ven más tigres y
leopardos. Hay poco que comer en las montañas durante el invierno, así que bajan a las
aldeas a buscar comida.
—¿Y cómo consigues casa en una ciudad durante el invierno? ¿La alquilas?
—Sí y no. A todos nos dan una casa en la ciudad cuando cumplimos veinte, pero la
mayoría se la vende a los comerciantes para que la usen mientras ellos están en las aldeas.
Cuando llega el invierno, alquilan un lugar más pequeño en la ciudad y vuelven.
Youko asintió. Cada ciudad por la que habían pasado estaba protegida por una gran
muralla, cada una con una sola entrada resguardada por una fuerte reja. Los guardias en el
portal vigilaban las entradas y salidas de los viajeros. Takki había dicho que los guardias en
el portal siempre estaban allí, pero Youko notó que parecían estar deteniendo chicas
pelirrojas. Han debido llegar noticias de Hairou sobre el kaikyaku fugitivo.
Dentro de las murallas, las casas estaban muy juntas. Siempre había una larga calle
central con tiendas a los lados. También parecía haber mucha gente sin techo en las
Doce Reinos

ciudades. Youko había visto unos cuantos viviendo bajo tiendas levantadas inmediatemente
después de entrar.
—¿No se supone que todos reciben terrenos? ¿Por qué tienen que vivir en tiendas?
—preguntó Youko, señalando las moradas temporales.
Takke frunció el ceño.
—Esos son refugiados del Reino de Kei. Pobre gente.
—¿Refugiados?
—Sí. Verás, Kei está en problemas en estos días. Los refugiados vienen aquí para
escapar de la guerra y los demonios. Ahora que se está haciendo más cálido, vendrán más
aún.
—¿Así que también hay guerras?
—Por supuesto. Y no sólo en Kei. El Reino de Tai al norte, está casi en la misma
situación. Algunos dicen que Tai está mucho peor —mientras hablaba, Takki movía la
mano en el aire, haciendo trazos complicados para el cáracter Tai:

Todo lo que Youko podía hacer era asentir. Aparentemente, Japón era muchó más
pacífica y segura comparada con este mundo. Youko había visto a Takki revisar su equipaje
varias veces, y siempre mantenía cerca sus pertenencias. Tres veces durante el viaje,
hombres sospechosos las habían llamado mientras caminaban por la campiña y una vez las
habían llegado a rodear en el camino. Cada vez, Takki había disuadido a sus atacantes con
un aluvión de coloridos insultos y amenazas.
Nadie viajaba de noche. La noche añadía la amenaza de demonios a la de los
bandidos, y las puertas de la ciudades cerraban al atardecer. Las dos viajeras tenían cuidado
de llegar antes del atardecer a la ciudad que fuera su destino del día.
—Dijiste que tardaría unos cuatro meses viajar de un reino a otro, ¿no es así?
—Así es.
—¿No hay otra forma de viajar además de caminar?
—Algunos usan caballos o carros, pero sólo los ricos. Te aseguro que nunca podré
viajar en uno de esos.
Kou también era mucho más pobre que el mundo que Youko conocía. No había
coches, por supuesto, y tampoco gas o electricidad. No había visto cañerías de ningún tipo.
Al principio había pensado que era porque la civilización iba más atrasada que la suya, pero
por lo que había dicho Takki, ese no parecía ser el caso. Simplemente les faltaban recursos
como aceite o carbón que habían hecho posible la industrialización en el mundo de Youko.
101 Capítulo 3

—Así que —preguntó Youko—, ¿cómo sabes tanto sobre otras tierras? ¿Alguna
vez has estado en Kei o en Tai, Takki?
Takki rió fuertemente.
—Nunca he salido de Kou. Los granjeros no hacemos muchos viajes largos.
Tenemos que atender nuestros campos. Pero nos enteramos de las noticias gracias a los
juglares.
—¿Juglares? ¿Te refieres a los que vimos en el camino?
—Sí, esos. Algunos han viajado por todo el mundo. Venden unos libros pequeños,
y si los lees te puedes enterar de qué pasa en otros lugares. Los libros están llenos de
historias de todo tipo de tierras y noticias de otras prefecturas.
Es como los noticieros que mostraban en los cines antes de que la televisión se hiciera popular,
pensó Youko, aunque esa tecnología era mucho más avanzada que esta.
Al final de cada conversación, Youko se sentía más confundida que antes,
convencida de que jamás entendería este mundo; pero era una gran diferencia el tener a
alguien que respondiera a sus preguntas. Se dio cuenta de que su falta de conocimiento
sobre los hechos más básicos de la vida, la habían vuelto más insegura de lo necesario.
Sentía que había estado caminando en la oscuridad. Ahora, con una amable compañera a su
lado, las cosas eran diferentes. Estaba empezando a divertirse.
En tres días, sus viajes con Takki transformaron el mundo alrededor de ella, de uno
lleno de privaciones y peligro a uno de asombro y misterio. Aunque las palabras del mono
azul perduraban en su mente, y las visiones nocturnas que veía en su espada le hacían echar
de menos su hogar; con cada nuevo amanecer se sentía vigorizada y con un deseo de ver
más de este nuevo mundo. Cada aldea a la que llegaban tenía algo nuevo y maravilloso que
ver, y Takki siempre estaba con ella, alegre y generosa. Gracias a la joya de la vaina, los
largos días de caminata no cansaron a Youko ni la mitad de lo que lo hubieran hecho en su
hogar, y podía estar segura de que comería bien cada noche y de que dormiría bajo un
techo sólido.
Youko no sabía qué dioses eran responsables de la suerte en este mundo, pero
quienes fueran, se lo agradecía.

Para Youko, los tres días de viaje terminaron demasiado rápido, la dejaron
queriendo más. Sin embargo, respecto a destinos de viaje, decidió que a pesar de su
Doce Reinos

apariencia intimidante, no había nada mejor que Kasai. Desde lejos, la ciudad parecía ser un
gigantesco edificio, frío y cuadrado, ganándole a cualquier otra comunidad que hubieran
visto hasta ahora: era la única que realmente parecía una ciudad.
—¡Wa, es gigantesco! —exclamó Youko mientras pasaban por el portal. Se detuvo
subitamente y miró fascinada a su alrededor.
Takki sonrió.
—La única ciudad más grande que Kasai por aquí, es Takkyu, donde están las
oficinas territoriales.
Youko había aprendido que un territorio era algo más grande que una prefectura;
de la que había asumido que tendría casi el mismo tamaño de una prefectura japonesa, pero
realmente no tenía idea de cuán grande eran estas divisiones comparadas con el reino.
Todo era muy confuso. Le había preguntando a Takki, pero su mentora tampoco parecía
saberlo. Con respecto a las oficinas, aparentemente había una en cada aldea que se
encargaba de manejar las cosas diarias, y los asuntos más serios iban a la oficina del
magistrado provincial; eso era suficiente para lidiar con las preocupaciones de la gente.
El camino principal en Kasai estaba bordeado por tiendas de todo tipo. En
contraste con aquellas que habían visto en otras ciudades, estas estaban bien decoradas y
eran grandes. Youko vio cristal en las ventanas de los edificios por primera vez desde que
había llegado y la decoración de colores chillones la hacía sentir que había entrado en algún
sitio raro de Chinatown. La luz matutina había empezado a oscurecerse, y habían pocas
personas en el camino, pero Youko podía imaginar que la calle principal se llenaba de gente
cuando los viajeros llegaban cada mañana.
La idea de empezar una nueva vida aquí, en una ciudad, aliviaba un poco a Youko.
No era exigente —en este momento habría sido feliz con una casucha en alguna aldea
sucia—, pero una vibrante ciudad con gente nueva y aventuras era mucho más atrayente.
Takki la guiaba por la calle principal, y finalmente giró en una calle alterna que
serpenteaba entre un grupo de pequeñas tiendas. Los edificios en este camino eran un poco
más viejos que los de la calle principal, pero no eran menos animados. Además, había más
gente aquí que en la calle principal. Takki siguió caminando hasta que llegó al edificio más
grande, tenía las puertas abiertas flanqueadas por pilares de un verde brillante.
Youko siguió a la mujer a través de la gran entrada, ingresando a un gran comedor
bullicioso. Se quedó ahí de pie, embobada por las espléndidas decoraciones, mientras Takki
hablaba con confianza con un hombre que había salido a darles la bienvenida.
—Llama a Mamá. Dile que Takki está aquí, ella sabrá a qué me refiero.
103 Capítulo 3

El hombre sonrió y desapareció por una de las puertas en la parte trasera de la


habitación. Takki lo observó partir y luego dirigió a Youko hasta una de las mesas cercanas.
—Siéntate aquí, pidamos algo de comer. ¡La comida aquí es increíble!
—¿Estás segura de que está bien?
El restaurante era más grande que cualquiera de los hoteles donde se había quedado
durante el viaje.
—¡Claro! ¡Mamá invita! Puedes comer lo que quieras.
Youko dudó, se preguntaba qué tipo de platos ofrecerían en un lugar así. Takki rió
al darse cuenta de la indecisión en la que estaba, así que llamó a uno de los camareros y
pidió dos o tres platos.
El hombre hizo una reverencia y desapareció en la cocina. Un momento después,
Youko vio a una mujer, que sólo podía describirse como «anciana», aparecer desde una
pequeña puerta en el fondo de la gran habitación.
—¡Mamá! —gritó Takki, sonriendo al mismo tiempo que se ponía de pie.
La anciaba le respondió con una sonrisa. Youko sonrió también. La anciana parecía
aún más amable que Takki. Si ella estaba a cargo del lugar, el trabajo no podía ser tan duro.
—Youko, espera aquí. Iré a hablar con Mamá.
—Está bien —dijo Youko asintiendo. Takki sonrió y se dirigió rapidamente hacia
su madre. Riendo, se dieron palmadas en la espalda y desaparecieron en la pequeña puerta.
Sonriendo, Youko las vio irse; y entonces, acercando la bolsa de Takki a su silla, observó el
salón en donde se encontraba.
Por lo que podía ver, no había otras mujeres trabajando aquí. Todos los camareros
que se movían entre las mesas eran hombres, igual que casi todos los clientes que
empezaban a entrar. Youko notó que unos cuantos la miraban raro, y aunque los intentó
ignorar, le fue imposible relajarse.
Después de un rato, un grupo de cuatro hombres entraron y se sentaron en una
mesa cercana a ella. Youko miró hacia ellos casualmente y se dio cuenta de que uno de ellos
la miraba lascivamente. El resto susurraba y se reían entre ellos, y aunque no podía
escuchar qué decían, no podía quitarse la incómoda sensación de que hablaban de ella.
Youko miró hacia la parte trasera de la habitación, pero no veía a Takki por
ninguna parte. Se sentó derecha todo el tiempo que pudo, pero cuando uno de los cuatro
hombres se levantó y empezó a caminar hacia ella, no pudo soportarlo más y se puso de
pie.
Ignorando al hombre que la llamaba, Youko habló con uno de los camareros.
Doce Reinos

—Um, ¿sabes a dónde fue Takki?


El camarero solamente señaló hacia la parte trasera de la habitación. Tomando esto
como señal de que podía ir, Youko tomó la bolsa de Takki y empezó a caminar en
dirección a la pequeña puerta. Nadie la detuvo.
Al pasar el umbral, se encontró en un estrecho corredor que llevaba todavía más
atrás hacia lo que parecía ser los dormitorios del personal. Se sentía mal por tener que
escabullirse de esa manera, pero ahora que estaba aquí no se iba a retirar sin encontrar
antes a Takki, así que siguió caminando hasta que llegó a una puerta de madera
elegantemente decorada. Abrió la puerta y escuchó la voz de Takki desde detrás de un
biombo que ocultaba la mayor parte del cuarto.
—No hay nada de qué preocuparse.
—¡Sabes tan bien como yo el problema que trae! ¡Es una kaikyaku, y además, la
buscan!
Youko se detuvo. Hablaban de ella, y la desgana en la segunda voz, que
evidentemente pertenecía a la madre de Takki, era aparente. La insegura Youko que con
tanto esfuerzo había intentado dejar atrás, renació repentinamente dentro de ella. Era como
temía: no la contratarían por ser una kaikyaku.
Por un momento pensó en entrar a la habitación, agachar la cabeza y rogar que la
dejaran quedarse, pero entonces decició que eso sería demasiado directo. Después de todo,
parecía que Takki estaba intercediendo por ella. Debía dejarla hablar. Aun así, no era capaz
de regresar al restaurante, así que se quedó allí de pie y siguió escuchando.
—¿Y qué pasa si es una kaikyaku? No es su culpa haber terminado aquí. Y sé que
no crees en las supersticiones sobre malos presagios y demás.
—Claro que no… pero si los oficiales se enteran…
—¡No se enterarán si nadie les dice nada! Y te aseguro que ella no lo hará. ¡Piénsalo!
¡Es un regalo! Tiene la apariencia necesaria y está en una edad perfecta.
—Pero aun así…
—Y también tiene buenos modales. Enséñale un poco sobre cómo tratar a los
clientes y la tendrás trabajando en menos de lo que canta un gallo. Estoy pidiendo un
precio justo, ¿no es así? ¿Por qué la duda?
Youko ladeó la cabeza. Algo en la voz de Takki parecía diferente, más insensible. Y
podía escuchar algo más: el débil sonido de la marea creciente en sus oídos.
—¡Es una kaikyaku, Takki!
105 Capítulo 3

—Exactamente, ¡y eso es lo genial! No tiene amigos, no hay relaciones que se


interpongan. Nada de padre ni hermanos que vengan a hacer escándalo, exigiéndola de
vuelta. Es como si jamás hubiera existido. ¡Creo que puedes ver el valor que tiene eso!
—¿Realmente crees que quiere trabajar aquí?
—Eso me dijo. Le dije que era un hotel. Cree que ayudará con las tareas, arreglando
las habitaciones. Para decirte la verdad, es un poco tonta.
Youko seguía de pie, dejando que las palabras entraran. Había algo raro. Sabía que
Takki hablaba de ella, pero la calidez que siempre había sentido cuando hablaba con ella
había desaparecido. ¿Qué estaba pasando? Era casi como si no fuera Takki la que estuviera
hablando.
—Aun así…
—Por favor, los pilares verdes obviamente señalan esto como un burdel. Ya
debería saberlo, ¿no? Compréndelo ya y págame, rápido.
Youko tenía los ojos desorbitados. Se aferró fuertemente a la bolsa en sus manos,
sintiendo un corriente fría pasar desde su cuero cabelludo hasta la punta de sus pies.
¿Qué es lo que el mono había dicho? ¿Por qué no lo escuché?
Su pulso se aceleró, un poco por la sorpresa y un poco por su enfado. Contuvo la
respiración hasta que le ardió la garganta, y el sonido de la marea creciente en sus oídos era
tan fuerte como un terremoto.
Así que así están las cosas, ¿eh?
La mano de Youko apretó la espada que estaba envuelta en tela a su lado, cerró los
ojos y respiró profundo. Un momento después, con una gran sensación de desapego, se dio
la vuelta silenciosamente. Caminando rápidamente hacia el corredor estrecho, salió
nuevamente al área del comedor, pasó por el restaurante como si nada importara y salió
rápidamente del lugar.
Dando la vuelta para observar el edificio, vio que los pilares, aleros e incluso los
marcos de las ventanas estaban pintadas de verde. Es por eso que este lugar era diferente a
los otros hoteles donde había estado. ¿Por qué no lo notó antes? Youko se dirigió hacia la
calle. Todavía llevaba la bolsa de Takki en sus brazos, pero cualquier idea de devolverla se
había salido de su mente.
Como si estuvieran sincronizadas, una ventana en el balcón del segundo piso se
abrió al mismo tiempo que Youko ponía un pie en la calle, y una mujer elegante se
asomaba, observando a los que pasaban. Su kimono brillante estaba demasiado abierto en
la parte del cuello, revelando completamente su pecho.
Doce Reinos

Youko se estremeció, probando la bilis que podía sentir en la garganta. La mujer


se dio cuenta de que la miraba y con una sonrisa burlona cerró lentamente la ventana.

—Oye, gatita…
Agitada, Youko apartó la mirada de la ventana del segundo piso. Un hombre, al que
reconoció como uno de los que la habían estado mirando en el burdel, estaba debajo del
alero, a unos metros de ella.
—Dime… ¿trabajas aquí?
—No. Definitivamente no —respondió rápidamente Youko, dándose la vuelta para
irse. El hombre la cogió por el brazo y se puso delante de ella, impidiéndole el paso.
—¿No? ¿Así que sólo viniste a comer?
—Estaba con alguien… alguien que tiene un amigo aquí.
—¿Y dónde está esa persona, eh? No, creo que no viniste a comer. Creo que viniste
a ser vendida. —La mano del hombre se movió hacia su barbilla, y Youko la apartó
rápidamente.
—No me toques.
—Conque una gata rebelde, ¿eh? —rió el hombre, acercándola más—. ¿Quieres
beber algo? ¿Quizá un tazón de leche?
—No, no quiero. Déjame en paz.
—Te vendieron, ¿no es así? Y ahora estás huyendo. ¡Déjame ayudarte a escapar!
Sólo ven…
Youko utilizó toda su fuerza y se libró del hombre.
—No me vendieron. No trabajo aquí. Déjame sola.
Empezó a alejarse, pero el hombre la cogió del hombro. Se sacudió y se logró
soltar, y entonces, antes de que pudiera acercarse a ella nuevamente, Youko sacó la espada
envuelta, mientras escuchaba un sonido familiar inundar sus oídos.
Hay un océano dentro de mí. Un remolino violento que fluye en dirección contraria.
Youko quería más que nada que el océano dentro de ella saliera de sus poros y se
llevara al hombre, al burdel y al resto de esta ciudad asquerosa.
—¡Te dije que no me tocaras! —Sacudió la espada hábilmente, apartando la tela,
que cayó ondeando al suelo. El hombre palideció y retrocedió.
—Oye…
—Si valoras tu piel, me dejarás ir.
107 Capítulo 3

El hombre miró la espada y luego a Youko, y nuevamente a la espada. Su boca


formaba una sonrisa tensa.
—¿Estás segura de que sabes usarla, gatita?
Youko no dijo nada. Con un movimiento fluido levantó la espada y la llevó a solo
centímetros de la garganta del hombre.
Sí, soy una gata y esta es mi garra. Y es muy, muy afilada.
—Vuelve dentro. Tus amigos te esperan.
Youko escuchó que alguien llamó al hombre desde el restaurante a sus espaldas,
pero no quería darse la vuelta a mirarlo. Estaba reacia a sacar la espada por miedo a causar
una conmoción en medio de la calle, pero ya era muy tarde para preocuparse por eso.
Después de mirar varias veces entre Youko y la punta de la espada, el hombre se
retiró lentamente. Entonces, cuando estaba fuera de alcance, dio una vuelta y entró
corriendo por una de las puertas del burdel.
Youko empezaba ya a correr cuando escuchó la voz de una mujer.
—¡Allí está! ¡Cogedla!
Youko miró sobre su hombro y vio a Takki gritando desde la entrada de los pilares.
Sintió una fría amargura, una que le recordaba el estanque color escarlata que había visto en
las olas del mar en su sueño.
—¡Es una fugitiva! ¡Atrapadla!
Una ola de ira nauseabunda se levantó en el pecho de Youko. No sabía si estaba
furiosa con la aparentemente amable Takki que la había engañado tan cruelmente, o si era
con ella misma por haberse dejado engañar tan fácilmente.
Las personas empezaban a salir a la calle desde el burdel y los edificios contiguos
para ver qué estaba pasando. Youko levantó la espada y le dio la vuelta a la empuñadura en
su mano, para así poder golpear más fácilmente con la parte sin filo de la espada. Si eso le
permitiría o no sobrevivir al combate que se avecinaba sin matar a nadie, dependía
completamente de Jouyu. Youko sentía la furia feroz en su corazón y sabía que no dudaría
en matar a alguien si eso significaba evitar ser capturada.
No tengo amigos en este lugar.
Pensó que tenía una amiga. Estaba tan agradecida con Takki, agradecida por la
buena fortuna que la había llevado hasta la casa de la mujer. Le había dado las gracias desde
el fondo de su corazón, y ahora eso le daba nauseas.
Doce Reinos

Un grupo de hombres corrió hacia ella, y sintió la familiar sensación pegajosa


deslizarse por sus miembros. Con un movimiento fluido y grácil, levantó la espada y corrió
apuntando hacia aquellos que bloqueaban su camino.
—¡Derribadla! ¡No puedo permitirme perderla!
Youko miró hacia atrás al escuchar la voz histérica de Takki. Los ojos de la
estafadora y la traicionada se encontraron. La boca de Takki se selló. Con una expresión de
temor en su rostro, retrocedió dos pasos hasta la sombra de la puerta del burdel.
Youko la observó un momento con una mirada fría, y entonces se preparó para
recibir a la avalancha de hombres. Esquivó a uno, a dos, y derribó al tercero con la parte sin
filo de su espada.
Inmediatamente, toda la multitud se reunió, formando una pared humana a su
alrededor. Youko se mordió la lengua al ver la multitud que crecía. No podía imaginar una
forma de salir de esto que no requiriera derramar sangre.
—¡Vamos! ¡Hay recompensa para el que la atrape! —gritó Takki en un momento.
Y justo entonces, un grito salió de la parte trasera de la multitud. Las cabezas se
giraron, y hubo una gran conmoción. Youko podía escuchar gritos.
—¿Qué está pasando?
—¡Una fugitiva!
—¡No, hay algo allí!
La pared humana que rodeaba a Youko cambió. Más allá de los espectadores más
cercanos, Youko podía ver una marea de gente empujándose por el camino, acercándose.
Estaban gritando y corriendo por sus vidas.
—¡Demonio!
La mano de Youko se estremeció.
—¿Un demonio?
—¡Bafuku!
—¡Corre!
Y en ese momento, la pared humana se tambaleó y se deshizo. Youko se unió a la
oleada de gente que huía. Directamente detrás de ella se escuchó un chillido salido de otro
mundo: una temible bestia arremetía contra la multitud, abatiendo a las aterrorizadas
personas mientras pasaba.
Tenía la forma de un tigre gigante, pero este no era un animal salvaje ordinario. Su
cara extraña, parecida a una horrorosa caricatura de una cara humana, ya estaba manchada
con rayas escarlatas; pero aun así, Youko pudo adivinar de alguna manera que su hambre
109 Capítulo 3

antinatural estaba dirigida particularmente hacia ella. Esquivando a las personas que salían
corriendo desde las tiendas, corrió lo más rápido que pudo.
Pero no fue suficiente. La criatura cerró la distancia entre ellos en segundos.
Dándose cuenta de que no tenía oportunidad de escapar, Youko se dio la vuelta y se quedó
firme sobre el suelo.
Inquieta por la sed de sangre reflejada en los ojos casi humanos del demonio,
Youko apretó la empuñadura y levantó la espada. La bestia arremetió contra ella con la
velocidad de un huracán. Youko lo evadió en el último momento, dibujando un arco con la
espada en dirección a la criatura. Se escuchó salir una fuente de sangre, pero Youko no vio
nada, había aprendido gracias a sus batallas con los demonios, que podía evitar ver la peor
parte de la matanza si cerraba los ojos en el mismo instante en que su espada se encontraba
con la carne.
Youko cortó la gran pata rayada de la bestia, y en vez de arremeter terminó
tambaleándose, cayendo de frente sobre su cara. Evadiendo la gran masa que caía, Youko
cortó nuevamente a la criatura y la pateó cuando intentó levantarse. Entonces giró y salió
corriendo por la calle ahora desierta.
En segundos había llegado a la calle principal, donde se encontró con una pared de
gente pululando, confundidos por lo que informaban los que huían de la calle alterna.
—¡Fuera de mi camino!
La multitud se dispersó al escucharla gritar y al ver aparecer a la terrible bestia que
amenazaba tras ella.
¡¿Qué?!
Algo le llamó la atención a Youko: una franja de dorado al final de la multitud. Era
un hombre. Estaba demasiado lejos para poder distinguir claramente sus rasgos, y ella no
tenía tiempo de quedarse mirando atontada, pero por todo lo que había visto en el camino,
Youko sabía que el cabello dorado era algo raro en este mundo. ¡Tenía que ser él!
—¡Keiki!
Youko corrió impulsivamente hacia la figura, pero el pelo dorado fue tragado en la
confusión de personas intentando escapar del demonio.
—¡¿Keiki?!
Una sombra se situó sobre Youko. Al subir la mirada, vio al gigantesco tigre
saltando en medio del aire sobre ella.
Las cuatro patas gruesas del demonio bajaron en la mitad de la marea de gente
delante de ella, mandando a varias personas a volar hacia el adoquín. Youko se detuvo.
Doce Reinos

¿Pudo haber sido Keiki?


No había tiempo de pensar. Cortando con su espada para distraer al monstruo,
encontró la oportunidad de escabullirse entre un grupo de gente que huía. Perdida entre la
confusión, Youko huyó de la ciudad de Kasai.

—¿Ves? Tenía razón —rió el mono azul sobre su nueva percha, una señal de piedra
en la encrucijada donde Youko estaba de pie intentando escoger su camino. Era la mitad de
la noche.
Habiendo dejado a Kasai tras ella, Youko vagaba una vez más, siguiendo la
carretera. Nuevamente viajaba sola, pero todavía tenía la bolsa de Takki con un cambio de
ropa y la cartera de la mujer. Había suficientes monedas para quedarse en hoteles por un
tiempo, mientras que ahorrara y se quedara en los lugares más baratos que pudiera
encontrar. No sentía el más mínimo remordimiento al usar el dinero.
—Te lo advertí, ¿no es así? ¡Niña tonta!
Youko lo ignoró. Empezó a caminar por el camino más grande, la criatura
débilmente luminiscente se mantenía a su lado, pero ella nunca miró directamente a la cosa
carcajeante. Se sentía lo suficientemente tonta por haber sido engañada. No necesitaba al
mono para recordárserlo.
Además, tenía otra cosa en mente que le preocupada más que su molesto
compañero simiesco: el hombre de pelo dorado que había visto en Kasai y el demonio que
la había perseguido por la calle.
Se supone que los demonios no entran en las ciudades, ¿no?
Eso es lo que Takki había dicho. Al menos, había dicho que era algo muy raro.
Se supone que los demonios no salen durante el día, ¿no?
Por su agitado viaje por los montañas, Youko sabía demasiado bien que los
demonios rara vez salían durante el día, aun en la tarde. Podía contar con una mano a los
que había visto en el día: la cosa tigresca en Kasai, los perros-demonio que atacaron el
carro que la llevaba ante el magistrado y el kochou que apareció en la escuela.
Y cada vez, Keiki estaba ahí observando.
La chillona voz del mono rechinaba en sus oídos:
—¡Engañada! ¡Traicionada! ¡Embaucada! ¡Jeje!
Youko no pudo ignorarlo por más tiempo.
—¡No fue así!
111 Capítulo 3

—¡Oh, claro que sí! Piensa en eso, chiquilla. Prueba la verdad de esto con tu lengua.
Te sabe raro, ¿no, mmm?
Youko se mordió el labio. Tenía que confiar en Keiki. Sin él, no había esperanza a
la que aferrarse en esta tierra desconocida. Sin embargo, con cada momento que pasaba
Youko sentía que su convicción perdía fuerza.
—Te engañaron. Caíste en una trampa. ¡Realmente te engañó, te engañó!
—¡No, estás equivocado!
—Claro que no lo quieres admitir. Espero estar equivocado, por tu bien… si no es
así, estás en un gran problema, chiquilla —reía fuertemente el mono.
—Keiki me protegió del kouchou. Keiki es mi amigo. —Aunque había sido ella
quien las pronunció, las palabras sonaban huecas.
—¿Oh? ¿Lo es, lo es? No te ha ayudado mucho últimamente, ¿no es así? Ahora que
lo pienso, sólo te ayudó esa vez, ¿no?
Youko miró mal al mono. ¿Cómo sabía lo que le había pasado en casa?
—¿A qué te refieres con «esa vez»?
—En Aquel Lugar, cuando el kouchou te atacó.
—¿Y cómo es que tú sabes eso?
El mono rió.
—Oh, sé todo sobre ti, chiquilla tonta. Y sé que empiezas a dudar. Dudas de Keiki,
¿mmm? Y sé que intentas negarlo, aun a ti misma. No quieres creerme. A nadie le gusta ver
cómo han caído en una trampa.
Youko apartó la vista y bajó la mirada para observar el camino oscuro.
—No es así.
—¿Entonces por qué no viene a salvarte, mmm?
—Debe tener alguna razón.
—¿Y qué razón puede ser esa? Pensé que estaba aquí para protegerte. Piénsalo,
chiquilla. Es una trampa, ¿no crees? ¡Puedes verlo!
—En la escuela sí estaba, pero las otras dos veces nunca vi su rostro. Pudo no
haber sido Keiki.
—¿Conoces a alguien más de pelo dorado?
No te escucho.
—Jouyu también supo que era Keiki, ¿no?
¿Cómo sabe sobre Jouyu?
Doce Reinos

Los agitados ojos de Youko se encontraron con los del mono, éstos brillaban
burlonamente.
—Lo sé todo. ¡Ya te lo dije!
Taiho…
La palabra hacía eco en la mente de Youko. Sacudió la cabeza. ¿Cómo alguien
podría hacerla sentir tan esperanzada y desesperada al mismo tiempo?
—¡No, estás equivocado! —insistió—. Debes estarlo. Esto es algún tipo de
malentendido. Keiki no es mi enemigo.
—No estaría tan seguro de ello si fuera tú. ¿Estás segura?. Oh, por tu bien, espero
que no sea así.
—¡Cállate!
El mono levantó la cabeza en dirección al cielo y rió alegremente. Entonces
susurró:
—Eh, se me acaba de ocurrir algo.
—No quiero escucharlo.
—¿Y qué pasaría si Keiki te estuviera enviando estos demonios?
Youko se detuvo en seco y le lanzó una mirada fulminante al mono. Estaba a unos
metros de ella y su boca se retorció formando una sonrisa.
—No puede ser
El mono carcajeaba.
—¡No!
—¡Oh, claro que puede ser!
—¿Qué razón podría haber para hacer una cosa así?
—Se me ocurren unas cuantas. —El mono sonrió retorcidamente.
—¡Pues no! ¿Por qué haría algo así? ¡Él fue quien me salvó del kouchou! Me dio la
espada y a Jouyu… Keiki es la única razón por la que estoy viva.
El mono sonrió.
—Si me quisiera muerta, habría podido dejar que estos monstruos me mataran.
¿Por qué me habría dado a Jouyu? Sería mucho más fácil terminar el trabajo si no tuviera
esa cosa salvándome el cuello.
—Pero no quiere matarte. ¡Usa tu imaginación! Quizá los envió para poder salvarte
y hacerse pasar como tu amigo.
Youko se mordió el labio.
—¿Y por qué querría eso?
113 Capítulo 3

—Quién sabe, ¿mmm? Seguro lo sabremos tarde o temprano. Este no es el fin de


los demonios.
Youko lanzó otra mirada fulminante al rostro sonriente del mono y aceleró el paso.
—Sí, creo que lo sabes —dijo tras ella la familiar voz—. Nunca irás a casa. Morirás
aquí.
No…
—¡No te esfuerces tanto! El dolor sería rápido.
—¡Deja de decir eso!
Pero Youko estaba sola. La noche negra se tragó el sonido de su voz, todo estaba
en silencio.
Doce Reinos

CAPÍTULO 4

Youko caminó por la carretera por dos días. Estaba sola, a excepción de la
ocasional visita no deseada del mono azul. Caminó sin rumbo o conocimiento de su
ubicación, en lo único en que pensaba era en agrandar lo más posible la distancia entre ella
y Hairou, así como del mal recuerdo que Kasai representaba.
La seguridad era muy estricta en las entradas de cada ciudad por la que pasaba,
hasta los viajeros que encontraba en el camino parecían estar siempre en guardia. Youko
temía que se hubiera corrido la voz de que el kaikyaku que escapó de Hairou había pasado
por Kasai. Tenía la esperanza de escabullirse en alguna ciudad, mezclándose entre las
multitudes para poder pasar por los portales y encontrar alojamiento, pero se vio forzada a
abandonar ese plan. Había tan pocos viajeros en camino a las ciudades más pequeñas, que
no había ninguna multitud en la cual esconderse.
Así que siguió caminando por la carretera, acampando bajo el cielo abierto. En el
tercer día de viaje, llegó a una ciudad más grande con unas altas murallas. Era todavía más
grande que Kasai. Era el lugar donde el gobierno territorial se encontraba.
Las ciudades que había visto hasta ese momento sólo tenían campos fuera de las
paredes, pero en Takkyu las tiendas salían hasta el exterior del gran portal. A cada lado del
portal había una pequeña ciudad formada por las tiendas de los comerciantes y las mesas de
los vendedores que mostraban miles de mercancías. Era un mercado exterior, lleno del
ajetreo de compradores y vendedores de diferentes productos.
Youko vio toda clase de objetos exhibiéndose dentro de las tiendas más simples.
Caminando a través de la multitud frente a los portales, se encontró con una tienda con
mesas llenas de altas pilas de ropa; en un impulso, compró un atuendo de hombre. Viajar
sola como una mujer era algo difícil. Gracias a la ayuda de Jouyu podía escapar de la
mayoría de los problemas, pero prefería evitar meterse en problemas en primera instancia.
La ropa que compró consistía en una camisa simplona parecida a un kimono, lo
suficientemente larga para llegarle a las rodillas; y un par de pantalones cortos que hacían
juego. Había visto a los granjeros con ropas similares, y hasta a algunas mujeres, aunque
estas eran casi siempre pobres o refugiadas de Kei.
Youko se alejó de las cercanías de la ciudad, y entonces, ocultándose en una
arboleda, se cambió de ropa. Al quitarse la camisa, se sorprendió de su propio cuerpo. En
menos de un mes, todos los vestigios de flacidez se habían desvanecido de su figura. Estaba
más delgada que jamás en su vida, aunque no pudo decidir cómo se sentía sobre eso en ese
momento. Sus brazos y piernas habían soportado un gran estrés, y aunque se sentía débil,
115 Capítulo 4

pudo ver líneas de músculos bien definidos en sus brazos. En casa, siempre había estado
aterrorizada de subirse a la báscula del baño. Ahora la idea de hacer dieta le causaba risa. Se
metió en la ropa de hombre sin la menor incomodidad.
Ropa de hombre…, la mente de Youko estaba llena de color azul, un matiz particular
de azul marino con una pizca de índigo: el color de los vaqueros. Siempre quiso usar
vaqueros.
Cuando estaba en primaria, debía ir a un viaje escolar a la campiña donde tenían
que hacer carreras de relevo, chicos contra chicas. Youko siempre llevaba faldas a la
escuela, pero como no podía correr bien en falda, le había rogado a su madre que le
comprara un par de vaqueros. Cuando los llevó a casa, su padre se enfadó.
—Las niñas no deben andar corriendo por ahí vestidas así. No está bien.
—¡Pero todos los usan, papá!
—Las niñas no se deben vestir como niños, y tampoco deben hablar como niños.
Es una vergüenza. No permitiré eso bajo mi techo.
—Pero hay una carrera. ¡Perderé si llevo falda!
—¿Y por qué las niñas tendrían que vencer a los niños?
Youko había intentado discutir, pero la reacción de su madre la había detenido.
Su madre bajó la cabeza como señal de derrota.
—Lo siento. Youko, pídele disculpas a tu padre.
Por petición de su padre, los vaqueros volvieron a la tienda al día siguiente.
—¡No quiero devolverlos!
—Youko, obedece a tu padre.
—¿Por qué debo pedirle disculpas? No he hecho nada malo.
—Cuando te cases, lo entenderás. Esto es por tu bien.
Mientras recordaba, Youko sonrió de repente. Podía imaginarse la cara de su padre
si la viera ahora: usando ropa de hombre, con una espada y durmiendo bajo las estrellas. Se
pondría rojo como un tomate y tan furioso como un enjambre de abejas.
Ese es el tipo de padre que es.
Las chicas deben ser limpias y guapas, serviles y amables. Y deben ser tímidas. No
deben ser inteligentes, astutas o fuertes. Youko se daba cuenta ahora de que al menos una
parte de ella pensaba que su padre tenía razón.
Ya no lo creo.
¿Debería bajar la cabeza y dejar que la capturaran? Los granjeros despiadados de
Hairou o los matones de Kasai… ¿Quizá tendría que haber dejado que Takki la vendiera a
Doce Reinos

un burdel? Youko rechazó esa idea. Apretó la empuñadura de la espada a través de la nueva
envoltura que había encontrado. Si hubiera sido más fuerte —un poco menos sumisa y
«femenina»— podría haberse enfrentado a Keiki. Al menos le habría podido preguntar a
dónde la llevaba y por qué; cuál era su destino y cuándo podría volver a casa. Podría haber
sido capaz de preguntar estas cosas. Si lo hubiera hecho, no estaría tan perdida ahora.
Debo ser fuerte. A los débiles los hieren… o algo peor.
Había usado tanto su cabeza como su cuerpo —llevándolos hasta sus límites—
para sobrevivir.
Sobreviviría, e iría a casa. Esa esperanza hacía que su pecho ardiera e iluminaba sus
ojos.
Youko llevó a un puesto de ropa su antigua vestimenta y el otro cambio de ropa
que estaba en la bolsa de Takki y los cambió por una pequeña cantidad de dinero.
Entonces, apretando las monedas en su mano, Youko se adentró en la multitud
mientras ésta fluía hacia la puerta principal. Como esperaba, había demasiada gente para
que los guardias se molestaran en detenerlos a todos y buscar a un kaikyaku. Una vez
segura dentro de la ciudad, se dirigió al centro. Había aprendido en su corto viaje con Takki
que cuanto más lejos del portal fueras, más barato sería el alojamiento.
—¿Qué vas a comer, chico? —preguntó el dueño del hotel inmediatamente después
de que ella entró. Youko sonrió un poco. Los hoteles en este mundo eran a menudo
restaurantes. Era una costumbre tomarte la orden tan pronto como cruzaras la puerta.
Youko observó el lugar. Estaba aprendiendo a diferenciar cómo era un hotel por la
atmósfera en el comedor. Este lugar no tenía nada de especial, pero tampoco era tan malo.
—¿Te quedas? —El dueño miró a Youko con desconfianza—. ¿Solo?
Youko asintió.
—Serán cien sen. Traes dinero, ¿no es así?
Sin decir una palabra, Youko sacó dinero de su bolsa. Era normal pagar el
alojamiento después de quedarse, pero era asunto de cortesía el mostrar que tenías dinero
para pagar.
La moneda local era el sen, que incluía todo tipo de monedas —cuadrada, redonda,
de oro y de plata—, pero Youko no había visto dinero de papel. El valor de cada moneda
estaba grabado sobre ella, las cuadradas tendían a valer más.
—¿Necesitarás algo? —preguntó el dueño.
117 Capítulo 4

Youko negó con la cabeza. Tomar té o darse un baño costaban, esta era otra
información útil que había aprendido en el viaje con Takki. Youko comería en un puesto a
las afueras de la ciudad donde la competencia había hecho bajar los precios.
El hombre asintió y gritó a la parte trasera del hotel:
—¡Un huésped! ¡Mostradle su habitación!
Un anciano salió sigilosamente de la parte trasera, asintió y le hizo señas a Youko
para que lo siguiera. Youko levantó su bolsa, se dirigió hacia el pasillo y se sintió aliviada
por haber podido encontrar una habitación donde pasar la noche.

Youko todavía iba siguiendo al anciano, subió las escaleras en la parte trasera del
hotel, llegando finalmente al cuarto piso. Los edificios en las ciudades de Kou estaban casi
completamente construidos de madera, los más grandes solían tener tres pisos de alto. Esta
era la primera vez que estaba en uno de cuatro pisos, pero el techo era tan bajo que
fácilmente podía estirarse y tocarlo. Una mujer alta como Takki probablemente necesitaría
encorvarse para pasar por los umbrales de las puertas.
El anciano guió a Youko hacia una pequeña habitación. Apenas era lo
suficientemente grande para que entraran dos camas, aunque allí no había nada parecido;
sólo un piso de madera y un estante que colgaba del techo en la parte trasera de la
habitación. En el estante había apilados dos futones delgados. Youko supuso que era de
esperarse que los extendiera en el piso y durmiera allí.
El estante colgaba muy bajo del ya de por sí bajo techo, tanto, que Youko tenía que
arrodillarse para alcanzarlo. Los lugares en los que se había quedado mientras viajaba con
Takki habían sido muy diferentes: habitaciones limpias con techos altos y hasta mesas. Por
supuesto, Takki había pagado unas cinco veces lo que Youko pagaría por esta habitación, y
ahora sabía por qué.
Aun así, hasta las habitaciones más baratas en este mundo tenían grandes cerraduras
en las puertas, había que soltar la cerradura para poder entrar o salir. El anciano le dio la
llave a Youko. Había empezado a retirarse caminando por el pasillo cuando ella lo llamó.
—Disculpe, ¿dónde está el pozo?
Al escuchar la voz de Youko, el anciano se tensó y miró alrededor con los ojos
desorbitados. Se quedó de pie mirándola fijamente.
Oh, es cierto, la ropa. Probablemente pensó que era un hombre.
Doce Reinos

Youko sonrió y repitió la pregunta. Pero el anciano seguía de pie mirándola.


—Japonés… —dijo finalmente, regresando desde el pasillo en dirección a ella—.
Eres… ¿eres de Japón?
Ahora era Youko la que había quedado muda. El anciano la agarró por el brazo.
—Un kaikyaku, ¿eh? ¿Cuándo llegaste? ¿De dónde eres? Por favor, habla
nuevamente.
Youko estaba boquiabierta.
—Por favor, sólo una vez más. Oh, han pasado cuarenta y tantos años desde que
escuché a una persona hablar japonés como se debe.
—Um…
—¡Yo vengo también de Japón! Vamos, déjame escucharlo.
Una luz iluminó los ojos del anciano, una luz sepultada bajo las arrugas de su
rostro. Repentinamente, Youko sintió que quería llorar. Qué coincidencia. Otro japonés,
aquí, en esta esquina de una gran ciudad.
—También… ¿también eres un kaikyaku? —preguntó, encontrando finalmente su
voz.
El anciano asintió vigorosamente. Sus dedos arrugados agarraban el brazo de
Youko, y ella pensó que podía sentir la intensidad de su soledad por la forma en que su
mano la cogía. Entonces, puso su mano delicadamente sobre la de él.
—Té… —tartamudeó en voz baja—. ¿Te gustaría tomar un poco de té?
Youko dudó.
—Por favor, debes tomar algo de té. Sólo tengo un poco, pero es té japonés. Lo
traeré, ¿de acuerdo?
Youko no sabía qué decir.
—Gracias —murmuró.
Después de un momento, el anciano regresó con dos tazas calientes. Youko notó
que sus ojos estaban rojos. Había estado llorando.
—Lo siento, señorita, no es un té muy bueno.
—Estoy segura de que está delicioso, gracias —dijo Youko amablemente,
sospechando que sería todo lo contrario.
Estaba algo simple, pero el ligero olor a hojas secas de té verde hizo que Youko
sintiera nostalgia nuevamente. El anciano la observaba beber de su taza mientras él seguía
sentado en el piso enfrente de ella.
119 Capítulo 4

—Qué feliz soy, soy tan feliz de encontrarme contigo que le dije al dueño que no
me sentía muy bien y que tomaría un descanso. Chico… no, eres una chica, ¿no es así?
¿Cuál es tu nombre?
—Nakajima. Youko Nakajima.
El hombre parpadeó y sonrió.
—El mío es Seizo Matsuyama… mi japonés no suena raro, ¿verdad?
Riéndose por dentro, Youko negó. Tenía un acento fuerte, pero podía entenderlo.
—Sí, sí… ¡ha pasado tanto tiempo! —El hombre sonrió, se veía realmente feliz. Un
momento después empezó a llorar de la alegría—. ¿Dónde naciste? —preguntó,
limpiándose los ojos.
—¿Mi lugar de nacimiento? Tokio.
Seizo agarró fuertemente su taza.
—¿Tokio? Así que todavía existe Tokio.
—¿Qué? —preguntó Youko, pero parecía que el hombre no la había escuchado.
Se limpió el rostro con el cuello de la camisa.
—Soy de Kochi. La isla de Shikoku. Pero estaba en Kure cuando vine aquí.
—¿Kure?
—Así es, en Hiroshima. ¿Lo conoces?
Youko frunció el ceño mientras intentaba recordar sus lecciones de geografía.
Había pasado tanto tiempo.
—Creo que he escuchado de ese lugar, pero no estoy segura.
El hombre se rió melancólicamente.
—Había un puerto militar allí, con el arsenal naval. Yo trabajaba en ese puerto.
—¿Así que te fuiste de Kochi para trabajar en Hiroshima?
—Así es, mi madre era de Kure. Su casa fue destruida por los bombardeos del 3 de
julio. Me enviaron a la casa de mi tío. No podía quedarme allí comiendo gratis, así que me
enviaron a trabajar cuando nos atacaron nuevamente. Estoy casi seguro de que los barcos
en el puerto se hundieron. Y en la conmoción caí al agua.
Youko se dio cuenta de que hablaba de la Segunda Guerra Mundial.
—Cuando recobré la consciencia, estaba en el Kyokai. Floté en el mar hasta que
alguien me rescató.
Youko notó que Seizo pronunciaba Kyokai con una entonación algo diferente que el
resto de la gente. Por raro que fuera, le sonaba como una palabra extranjera y menos como
el ya familiar Mar del Vacío.
Doce Reinos

—Ya veo —dijo Youko, insegura de qué decir—. Debió haber sido duro.
—Había habido varios bombardeos antes de eso —continuó el hombre, perdido en
sus recuerdos—. No quedaba mucho del arsenal naval. Teníamos un puerto
completamente útil y ni una sola nave decente que utilizar. Y para colmo, en el mar interior
y en el estrecho había tantas minas submarinas que no hubiéramos podido ir a ninguna
parte de haber tenido un barco.
Youko asentía mientras escuchaba.
—En Marzo, escuchamos que Tokio había sido muy afectada, dijeron que la habían
reducido a cenizas. Y en Junio hicieron lo mismo con Osaka. El siguiente fue Luzon y
finalmente Okinawa. En ese tiempo no pensaba que tuviéramos muchas probabilidades de
ganar —Seizo hizo una pausa y miró a Youko—. ¿Perdimos, no es así?
—…Sí —respondió después de un momento.
Seizo suspiró profundamente.
—Ya me lo imaginaba. Je, y pensar que todo este tiempo me lo había estado
preguntando… Qué tontería, ¿eh?
Si Youko sentía que Japón estaba muy lejos de este lugar, el Japón de la Segunda
Guerra Mundial le parecía aún más lejano. Sus padres habían nacido después de la guerra.
Sus abuelos debieron haber pasado muchas dificultades, pero no era muy cercana a ellos, y
tampoco le habían hablado de eso jamás. Todo le parecía historia antigua, un mundo que
sólo conocía a través de libros, películas y televisión.
El Japón que este hombre conocía era tan extraño para Youko como el mundo en
que ambos se encontraban ahora, así que luchaba para sentirse identificada con sus
experiencias. Sin embargo, la hacía feliz el simplemente escuchar nombres conocidos y
pedazos de historia que recordaba.
—Así que Tokio sigue existiendo, ¿no? Supongo que ahora los estadounidenses
dirigen el lugar.
—¡Claro que no! —exclamó Youko.
El hombre la miró fijamente.
—¿En serio? Entonces… ¿por qué tienes los ojos de ese color?
Youko iba a responder, pero entonces recordó el rostro que había visto en el
espejo. Sus ojos eran verdes.
—No, esto… —Youko apartó la vista y el hombre bajó la cabeza y la sacudió.
—No, no, no quiero entrometerme. Pensaba que era porque Japón era parte de
Estados Unidos. Si ese no es el caso, entonces no me lo tienes que decir.
121 Capítulo 4

Youko se sentó preguntándose cómo sería vivir aquí, bajo un cielo desconocido,
pensando en tu tierra natal por tanto tiempo. Ella también había cambiado de domicilio
repentinamente y contra su voluntad, pero cuan diferente debe ser dejar tu país en una
época como la de él. Al menos ella estaba segura de que si regresaba, tendría un lugar al
cual regresar. Este hombre había desaparecido hace cuarenta años sin saber siquiera eso.
Hacía que el corazón le doliera a Youko.
—¿Y el Emperador?
—¿El Emperador Showa? Sí, bueno… sobrevivió a la guerra. Claro que ahora,
está… —Estuvo a punto de decir «está muerto», pero corrigió sus palabras—. Falleció.
—Oh… —Seizo levantó repentinamente la cabeza, y entonces bajó la mirada y se
tapó los ojos con la manga. Después de dudar un momento, Youko estiró la mano y la
puso con cuidado sobre la espalda del anciano, pudo sentir la dureza de sus huesos a través
de la piel y ropa. Al anciano no pareció importarle, así que Youko se quedó sentada allí,
acariciando suavemente su espalda hasta que sus sollozos se detuvieron.

—Lo siento mucho. Las lágrimas vienen más fácilmente cuando eres viejo.
Youko asintió.
Después de un momento, el hombre aclaró su garganta.
—Así que… ¿en qué año fue?
—¿Perdón?
El anciano la miraba fijamente con una expresión de urgencia en sus ojos.
—La Guerra del Pacífico. ¿En qué año finalizó?
—Um… estoy casi segura que en 1945.
—¿1945? ¿Estás segura? —Su mirada era cada vez más intensa—. Ese fue el año en
que vine. ¿Cuándo? ¿En qué mes?
—Agosto… agosto 15.
Seizo apretó sus puños.
—¿Agosto 15, 1945?
—Sí…
—Caí al mar el 18 de julio —La miró fijamente como si fuera culpa de ella—. ¡Sólo
faltaba medio mes!
Doce Reinos

Youko sólo pudo asentir. No sabía qué decir, así que no dijo nada mientras el viejo
Seizo empezaba a nombrar la larga lista de cosas que había sacrificado por la guerra.
Gradualmente, su exasperación se convirtió en una divagación sobre sus recuerdos.
La noche se hizo interminable y cerca de la medianoche, el anciano empezó a
preguntar más sobre Youko. Quería saber sobre su familia, cosas como el tipo de casa
donde vivía, en qué trabajaban y dónde comían. Se le hacía difícil responder algunas
preguntas, pues los recuerdos todavía eran demasiado recientes. Además, había un
pensamiento acechando desde una esquina de su mente: he aquí alguien que había
terminado aquí mucho antes de que ella naciera, y no había podido regresar. ¿Cuántas
oportunidades tenía ella?
¿Estaba Youko mirándose a sí misma dentro de muchos años? ¿Viviría para
siempre en este lugar extraño sin poder regresar a casa? Este hombre estaba tan solo,
atrapado aquí todos estos años sin poder hablar con nadie. Youko se dio cuenta de la
suerte increíble que habían tenido para encontrarse.
—No sé qué pensar —Seizo estaba sentado sobre el piso con las piernas cruzadas,
sus codos descansaban sobre sus rodillas, su cara estaba sobre sus manos—. Dejé a mis
amigos, mi familia, vine aquí solo. Aunque habrán muerto por los bombardeos… pero
dices que todo terminó sólo medio mes después. Sólo medio mes.
Youko seguía callada.
—Si hubiera estado cuando la guerra terminó, podría haberme divertido
nuevamente. Podría haber comido todo lo que quisiera, podría haber estado con mi familia,
pero en vez de eso…
—No es tu culpa —empezó a decir Youko.
—Hubiera sido mejor morir durante los bombardeos. Sería mejor que estar aquí, en
esta pesadilla donde no conozco el lugar ni sé hablar su idioma…
Los ojos de Youko se abrieron.
—¿No puedes hablar el idioma?
—¿Esos disparates? Claro, he aprendido una que otra palabra. Pero eso es todo.
¿Crees que quería trabajar aquí? Es todo lo que pude hacer —el anciano se detuvo y lanzó
una mirada recelosa a Youko—. Espera… ¿tú sí lo entiendes?
—S-sí —tartamudeó Youko—. Pero no sé por qué —Miró al hombre—. Pensé
que hablaban japonés.
123 Capítulo 4

—¡Tonterías! —resopló Seizo, anodado—. ¿Dices que eso es japonés? Si a


excepción de mí, la primera vez que he escuchado japonés en cuarenta años fue hoy, de ti.
No estoy seguro de qué idioma hablan. Suena un poco como chino, pero…
—Pero sí usan caracteres chinos, ¿no?
—Sí, pero lo que sale de sus bocas no es chino. En el puerto tenía algunos
compañeros chinos y no sonaban así.
—¡Pero eso no tiene sentido! —dijo Youko confundida—. He podido hablar con
ellos desde que llegué. Pero no hablo ningún idioma extranjero. Tienen que estar hablando
japonés.
—¿Entiendes a las otras personas del lugar?
—¡Sí!
Seizo sacudió la cabeza.
—Bueno, lo que escuchas no… no es japonés. Nadie habla japonés en este lugar.
Eso te lo puedo asegurar.
No es japonés… ¿Qué está pasando aquí?
Youko no tenía la menor duda que lo que había estado escuchando era japonés.
Pero este hombre decía que no lo era. Pero aun así, a diferencia de un ligero acento, no
escuchaba ninguna diferencia entre el idioma que había escuchando durante toda su
estancia en Kou y lo que ambos estaban hablando ahora.
—Este país se llama Kou, ¿no es así? ¿Escrito con el carácter de habilidad?
—Youko dibujó el carácter en la mesa con su mano:

—Así es.
—Y somos kaikyaku, venimos del Mar del Vacío… ¿el Kyokai?
—Así es —dijo, levantando una ceja.
—Hay una oficina en esta ciudad, la oficina territorial, ¿verdad?
—¿Oficina territorial…? Nunca he escuchado de eso. Quizá te refieres al goujou.
—Bueno, pensé que era algo parecido a una oficina prefuctural en Japón, ¿algo del
gobierno?
—Bueno, si te refieres a la persona más importante, ese debe ser el kensei.
—¿Qué? —dijo Youko—. Pero los hombres aquellos dijeron que me llevarían ante
el magistrado.
—Quizá entendiste mal la palabra.
Doce Reinos

—Está bien —dijo Youko, respirando profundo—. En el invierno, las personas


viven en ciudades, y en verano viven en aldeas.
—En invierno la gente vive en ri, y en verano viven en roh.
—Pero lo que escuché fue… —Youko sacudió la cabeza.
El anciano miró fijamente a Youko.
—¡¿Quién eres?!
—Yo…
—No eres un kaikyaku, al menos no uno como yo. Escucháme, chiquilla. He
estado solo desde el día en que llegué. Dejé Japón y la guerra en medio de un desastre,
terminé en este lugar en el que no conocía ni el idioma ni las costumbres; ahora soy un
anciano y nunca tuve esposa ni hijos. Estoy tan solo como se puede estar.
¿Qué estaba pasando? Youko sólo estaba medio consciente de las palabras del
hombre mientras buscaba en su mente alguna pista, alguna razón por la que ella tendría una
habilidad que ese hombre no. Hasta ahora, no se le ocurría nada. Seizo continuaba
hablando.
—Fui de mal en peor. ¡Pero tú! ¡Has vivido una vida fácil en Japón gracias a nuestros
sacrificios! ¿Y aquí también vivirás fácilmente? No es justo. ¡¿Por qué?!
—¿Y cómo voy a saberlo? —exclamó Youko, saliendo de su confusa meditación.
Un momento después, escuchó la voz de alguien del otro lado de la puerta.
—¿Pasa algo?
Seizo puso un dedo sobre sus labios, y Youko miró ansiosamente hacia la puerta.
—Lo siento, no pasa nada.
—Sí, bueno, te agradecería que guardaras silencio. Aquí hay otros huespedes.
—Bajaré la voz.
Esperó hasta que escuchó que los pasos se alejaban y entonces suspiró de alivio. Se
dio la vuelta y se encontró con la mirada desconfiada del anciano.
—¿Lo entendiste, no es así?
Youko asintió.
—Así es.
—Estaba hablando su idioma.
—Y… ¿qué hablé yo?
—Sonó como japonés.
—Pero me entendió.
—Así parece.
125 Capítulo 4

Youko seguía sintiendo que había estado hablando sólo un idioma. Y sólo había
estado escuchando un idioma, el mismo idioma con excepción de alguna palabra rara o
pronunciación extraña. ¿Cómo podía explicar esto?
La expresión del anciano se relajó.
—Bueno, supongo que hay varias clases de kaikyaku.
Cuando dijo kaikyaku, Youko notó nuevamente una diferencia en su pronunciación
con la de la gente de Kou. Había algo diferente en su entonación que hacía que sonara
menos como una palabra local y más como japonés normal.
—¿Y cómo lo haces?
—Eso es lo que no entiendo.
—Entonces somos dos —dijo Seizo con un suspiro.
—¿Por qué llegué aquí? ¿Por qué somos tan diferentes?
¿Por qué soy tan diferente?
Youko levantó una mano y rozó suavemente su cabello teñido.
—¿Cómo vuelvo a casa?
—Oh, busqué una forma. La respuesta es: no puedes volver a casa —Seizo se rió
melancólicamente—. Si pudiera volver, creéme, me habría ido hace mucho tiempo. Aunque
si volviera ahora sería como el niño de esa historia que se despierta como un anciano…
¿Urashima Taro? —El hombre miró a Youko y ella creyó ver una profunda tristeza en sus
ojos—. ¿A dónde irás, señorita?
—Realmente no tengo a dónde ir. Puedo… ¿puedo preguntarte algo?
—¿El qué?
—¿No te atraparon cuando llegaste?
—¿Atraparme? —Seizo frunció el ceño, entonces sus ojos se abrieron como si se
hubiera dado cuenta de algo—. Ah, cierto. ¿A los de aquí no les gustan los kaikyaku, no es
así? No, no, para mí fue diferente. Primero fui a Kei.
—¿Kei? ¿El reino vecino?
—Así es. Parece que tratan a los kaikyaku diferente en cada lugar. Cuando llegué a
Kei me hicieron ciudadano inmediatamente. Viví allí hasta hace un año, cuando el rey
falleció y las cosas se salieron de control. Había muchos problemas para vivir allí después
de eso, así que huí aquí.
Youko recordó a los refugiados que había visto en la ciudad.
—¿Así que no me perseguirían si voy allí?
Seizo asintió.
Doce Reinos

—No por ser un kaikyaku. Por supuesto, las cosas están peores ahora. Hay una
guerra, y el reino está en mal estado. La aldea donde vivía fue atacada por demonios, la
mitad de la gente murió.
—¿Los mataron los demonios? ¿No fue la guerra?
—Es lo mismo. Cuando un reino se corrompe, los demonios aparecen, y pasan
cosas peores. Sequías, inundaciones, terremotos. Cosas malas, una tras otra. Por eso me fui.
Youko se cubrió los ojos con las manos. Por un momento, había tenido la
esperanza de que Kei fuera la respuesta, pero ahora le parecía que sus opciones eran menos
que seductoras: podía seguir viviendo como fugitiva en Kou o huir a Kei donde podía
terminar en la mitad de una guerra.
—Ah, y también está el que seas una chica, aunque pasas bien como chico vestida
con esa ropa. Verás, las mujeres se fueron mucho antes que yo. Antes de morir, el rey se
volvió loco. Intentó echar a todas las mujeres del reino. ¿Puedes creerlo?
—Qué raro.
—Es cierto. Escuché que mataban mujeres en Gyoten —la capital—. Las cosas
jamás fueron muy bien allí, y cuando empezaron a echar a las mujeres, muchas personas lo
tomaron como una señal para irse. Lo mejor es alejarse de allí. Imagino que ahora es un
nido de demonios. Solía venir mucha gente de allí diariamente, pero las cantidades han
bajado a casi nada. Quizá ni siquiera pueden pasar por la frontera.
—Y-ya veo —tartamudeó Youko.
—Comparado con Kei, Kou es un paraíso. Pero supongo que no es fácil ser un
fugitivo —Seizo sonrió sumisamente—. Puede que no sepa mucho de Japón, pero sé
bastante sobre este lugar. Prácticamente soy uno de ellos, claro, con excepción del idioma.
—A mí me pareces bastante japonés.
Seizo rió y levantó las manos.
—Quizá. Quizá…
—Señor Matsuyama, yo… —Youko quería explicar su predicamento, pero no
encontraba las palabras correctas.
Seizo sonrió, aunque ella podía ver las lágrimas brillando en sus ojos.
—Ya lo sé, no es tu culpa —dijo—. Es suficientemente difícil ser un desconocido
en este lugar, sin estar a la fuga. Creo que de alguna manera tú estás en una situación más
difícil que la mía.
Youko sólo sacudía la cabeza.
—Bueno, debo volver a trabajar. Cuídate, señorita.
127 Capítulo 4

Con esas palabras, el anciano se levantó y salió de la habitación cerrando la puerta


tras de sí.
Youko casi lo llamó, pero lo pensó mejor y sólo murmuró:
—Buenas noches.

Youko sacó un futón del estante, lo tiró al suelo y se desparramó sobre él con un
profundo suspiro. La noche desaparecía y habían pasado días desde que había dormido en
algo parecido a una cama, pero aun así, no podía cerrar los ojos. Podían sentir su mente
acelerada.
Las personas de Kou no hablaban japonés. ¿Entonces cómo les entendía? Imaginó
qué habría pasado si no fuera así, tenía una buena idea de dónde estaría ahora. Sin
embargo, no podía empezar a imaginar cómo esto era posible.
¿Y qué estaba diciendo cuando habló con el hombre del otro lado de la puerta?
¿Por qué le sonó como japonés al anciano pero no a los otros?
Además, cuando el anciano usaba palabras locales, sonaban un poco diferentes a
cuando otras personas las pronunciaban. Eso le pareció lo más raro. Y también estaba el
que ella y Seizo usaran palabras diferentes para la misma cosas. ¿De dónde venían las
palabras de Youko? ¿Por qué él nunca había escuchado hablar del magistrado?
Youko miraba fijamente el techo.
Me están traduciendo.
Algo en algún lugar, de alguna forma, estaba traduciendo las palabras antes de que
llegaran a los oídos de Youko, y luego traducía lo que ella decía de forma que todo el que la
escuchara entendiera lo que decía: aun si hablaban idiomas diferentes.
—¿Jouyu? ¿Eres tú el que está haciendo esto? —dijo en voz alta, mirando sobre su
hombro para hablar con su espalda. Como siempre, no hubo respuesta.
Cuando el sueño finalmente la alcanzó, Youko durmió como siempre, con la espada
abrazada cerca de su pecho.
Cuando despertó, la esquina de su habitación donde había dejado la bolsa de Takki,
estaba vacía.
Youko dio un salto y revisó la puerta.
Cerrada.
Doce Reinos

Corrió por el pasillo y encontró a uno de los sirvientes, a quien le explicó lo que
había pasado. Él y otro trabajador entraron y examinaron el interior de la habitación, y
entonces revisaron la puerta con miradas desconfiadas. Sus ojos se fijaron en Youko.
—¿Estás segura de que tenías esa bolsa en primer lugar?
—Por supuesto. Mi bolsa de dinero estaba allí. Alguien la robó.
—Pero la cerradura está en su lugar.
—¿No tienen una llave maestra?
El hombre se dio la vuelta para mirarla aún más recelosamente.
—¿Insinuas que uno de nosotros lo robó?
—Creo que nunca existió tal bolsa —dijo el otro—. Planeó esto para pasar la noche
gratis.
El hombre se acercó a ella. Youko puso la mano suavemente sobre el bulto de ropa
en su mano izquierda. Podía sentir la empuñadura de la espada a través de la tela.
—Eso no es cierto.
El hombre ladeó la cabeza, sonriendo.
—Quizá te debamos hacer pagar ahora.
—Pero ya les dije, me han robado el dinero.
—Entonces tendremos que llevarte ante el magistrado. Él sabrá qué hacer.
—Esperad… —dijo Youko. Estaba intentando ganar tiempo mientras desenvolvía
la espada, pero entonces recordó a Seizo—. Llamad al anciano que estuvo aquí anoche.
Sí, él me ayudará. Él apoyará mi versión.
—¿El anciano?
—Sí, el de Kei. El señor Matsuyama.
Los hombres se miraron entre sí.
—¿Qué tiene él que ver con esto?
—Llamadlo. Él estuvo aquí anoche. Vio mi bolsa.
El hombre en el umbral hizo un gesto con su barbilla al joven tras él, quien se fue
corriendo por el pasillo, y dio la vuelta para mirar a Youko.
—¿Qué es eso bajo tu brazo?
—Nada de valor.
—¿Oh? Yo seré quien juzgue eso.
—Una vez el anciano esté aquí, te dejaré —le contestó. El hombre frunció el ceño
con desconfianza. Pronto escucharon pasos volviendo del pasillo. El sirviente más joven
había regresado.
129 Capítulo 4

—No está aquí.


—¿No está?
—Se fue, y se llevó sus cosas con él. Creo que el viejo Matsumaya huyó.
Youko apretó los dientes. ¿Cómo pudo ser capaz?
El viejo y triste Seizo, quien parecía tan amable e indefenso —casi lamentable— se
había llevado sus pertenencias. Youko cerró los ojos.
Traicionada. Traicionada por un compañero kaikyaku.
Quizá no la pudo perdonar por crecer después de la guerra o porque entendía el
idioma. O quizá había planeado robarle desde antes de saber su historia. Le hablaría, se
ganaría su confianza, su simpatía; y entonces le robaría mientras dormía.
Pensó haber encontrado finalmente un amigo, un compañero en el exilio. No había
tenido el coraje de confiar en nadie tras la traición de Takki, pero él era un kaikyaku, un
compatriota. Parecía tan feliz de verla…
Claro que estaba feliz. Había encontrado una presa fácil.
Youko sintió la bilis en su boca. La ira emergió de ella como un mar oscuro y
tempestuoso. Sentía que se estaba convirtiendo en otra cosa, un animal salvaje, feroz y
fuera de control.
—Él lo robo —dijo Youko, descargando ondas de ira.
—No, él es un trotamundos. Simplemente no le gustaba este lugar —dijo el
hombre desdeñosamente—. Suficiente charla. Me darás lo que llevas allí. Ya decidiré si
contiene algo de valor.
Youko agarró la empuñadura y no se movió.
—Es a mí a quien le robaron. Soy la víctima.
—Y este es nuestro negocio. No podemos dejar que la gente se quede gratis, no
importa lo creativa que sea la historia.
—No es mi culpa que hayan contratado a un mal trabajador, a un ladrón.
—Suficiente, chico. Dámela. —El hombre empezaba a cerrar la distancia entre ellos
y Youko se agachó. Su brazo derecho se movió rápidamente, rasgando la tela que envolvía
la espada. La luz que entraba por la pequeña ventana hizo brillar el frío metal, creando
brillantes reflejos en las esquinas de la habitación.
—¡¿Q-qué es esto?! —El hombre retrocedió un paso.
—Fuera de mi camino. Soy yo la perjudicada, y no pienso dejar que suceda de
nuevo.
Doce Reinos

El joven se había ido. Podía escucharlo bajar por el pasillo, gritando, dejando a su
compañero confundido en el umbral.
—Dije que te movieras, si quieres mi dinero, encuentra al anciano.
—Esto es lo que planeabas desde el principio, ¿no es así? —preguntó el hombre.
—No. Encuentra al anciano y coge el dinero de mi bolsa.
Sacó el arma de un tirón y el hombre se tambaleó hacia atrás. Youko dio tres pasos
y extendió la espada. El hombre se escabulló de lado, se dio la vuelta y huyó.
Youko corrió tras él.
En las escaleras, pudo ver a varios hombres subiendo, quizá eran a los que el joven
había llamado. Youko movió la espada y retrocedieron, dejando el camino libre para poder
correr hacia el vestíbulo y luego hasta la puerta principal. Salió del hotel y se introdujo en la
multitud de afuera, escabulléndose en la muchedumbre.
Mientras Youko corría, sintió un ligero dolor en su muñeca derecha: donde Seizo la
había agarrado con esa mirada de feroz soledad en sus ojos.
El dolor era una lección, pensó mientras corría.
No debo confiar en nadie más nunca.

Una vez mas, Youko regresó a sus días de vagar sin rumbo y dormir a la intemperie.
Al principio, más o menos seguía la carretera con la esperanza de llegar a la ciudad
siguiente. No tenía dinero, así que no encontraría ni comida ni alojamiento, pero pensó que
al menos podría entrar y dormir con los refugiados bajo las murallas de la ciudad. Aun así,
cuanto más pensaba que tendría que estar entre una gran multitud, más se petrificaba, al
igual que le pasaba con esos guardias crueles que buscaban kaikyakus en las entradas de
cada ciudad.
No tengo aliados en este lugar. No tengo amigos.
Parecía que no se le permitiría la comodidad de la compañía o de la comida. Si estar
en una ciudad significaba más traición, Youko prefería luchar contra demonios y dormir a
la intemperie.
Si cambiar de ropa la había hecho parecer menos femenina, también la había hecho
parecer más joven. Algunas veces, Youko se encontraba rodeada de grupos de viajeros que
usualmente la trataban con un desprecio que a veces se convertía en amenaza; aunque en
estos días nunca dudaba en sacar la espada al primer indicio de peligro, fuera demonio o
humano.
131 Capítulo 4

Durante el día, vigilaba atentamente a los otros viajeros; y durante la noche,


utilizaba su espada para lidiar con los demonios. Si dormía de noche, corría el riesgo de que
la atacaran, así que viajaba durante las horas más frías desde el atardecer hasta el amanecer
y dormía cuando el sol brillaba alto en el cielo.
En las aldeas que bordeaban la carretera, había casas donde vendían comida, pero
éstas sólo atendían a viajeros matutinos, y como no tenía dinero, no había comido nada. En
un par de ocasiones, impulsada por un hambre incesante, había intentado tragarse su recelo
y buscar trabajo, pero las ciudades estaban llenas de refugiados y había poco trabajo
disponible. Una joven de aspecto esquelético como ella, era menos probable que
consiguiera trabajo comparada con los demás.
Los demonios aparecían de noche y algunas veces la asediaban durante el día. El
miedo, la fatiga y el hambre retorcieron sus días hasta convertirlos en una maraña
interminable de miseria. Y para empeorarlo, el mono azul seguía acechándola con sus
burlas y susurros.
«Mejor hubieras muerto, ¿mmm?»
Y también estaban las visiones.
Era duro ver a su madre llorar. Sin embargo, no podía dejar de mirar la espada
cuando empezaba a brillar, así fuera sólo para ver algo familiar. Deseaba más que nada
acurrucarse en su cama en casa y hablar con alguien —cualquiera— que no la fuera a
traicionar.
La espada le mostraba imágenes cada noche, como si respondiera a su deseo de ir a
casa. No estaba segura de si el poder de la espada sólo se manifestaba de noche, o si ese era
el único momento en que lo notaba. Los momentos de oscuridad en que estaba demasiado
ocupada eludiendo a los demonios para siquiera pensar en su casa, la dejaban exhausta; y
entonces, durante los momentos más calmados, su nostalgia regresaba con fuerza,
carcomiéndole el corazón hasta que se sentía vacía por dentro. Sabía que podía ignorar a la
espada cuando empezara a brillar, pero no era lo suficientemente fuerte para resistirse.
Y así, en esta noche, Youko se encontró nuevamente observando la débil
luminosidad de la espada. Había huido de una manada de demonios, atravesando caminos y
claros hasta llegar a lo profundo de las montañas. Ahora estaba sentada, exhausta, su
cabeza descansaba sobre el tronco de alabastro de un árbol cercano.
Por aquel entonces, los bosques le eran familiares, pero estos árboles, que se veían
ocasionalmente en las áreas montañosas más profundas, eran completamente desconocidos
para Youko. Su corteza era de un blanco puro y sus ramas eran lo suficientemente largas
Doce Reinos

para albergar una casa completa, aunque sería una casa muy baja, porque hasta la más alta
de las ramas medía un poco más de dos metros.
Las ramas sin hojas bajo el árbol colgaban tan bajo como para tocar el suelo en
algunas partes. Eran delgadas, pero muy resistentes, de hecho, eran tan resistentes que
Youko descubrió que ni aun el filo de su espada podía hacerles ni una muesca. Los árboles
eran como hermosas esculturas hechas de metal color blanco porcelana. Bayas de color
dorado colgaban de sus ramas, pero cuando intentó tomar una, parecía estar fusionada con
la madera y no se soltaba no importaba lo fuerte que tirara de ella.
Las ramas blancas de estos árboles resaltaban en la oscuridad del bosque y se
podían ver desde lejos incluso de noche. Brillaban muy fuerte, particularmente en noches
de luna, y Youko se había encariñado con la vista. Aunque las ramas eran tan bajas para
tocar la tierra en su perímetro, si buscaba con cuidado bajo ellas, siempre podía encontrar
suficiente espacio para sentarse cerca del tronco. Resguardarse bajo esas ramas blancas era
como estar en algún tipo de santuario, los demonios venían con menos frecuencia y los
animales salvajes nunca aparecían.
Así que se sentó, con la espalda contra el tronco, y observó la espada. Diez días
habían pasado desde que se encontró con el anciano kaikyaku en Takkyu.
La espada reflejaba un halo sobre su cabeza que a su vez venía reflejado de la luz de
las ramas cercanas, y los racimos de bayas brillaban como el oro. Youko esperaba, como
siempre, para ver a su madre; pero hoy había más formas moviéndose en la espada.
Un hombre alto. Ropa negra. Una chica. Una gran habitación con muchos
escritorios.
Era su clase.
Mientras la imagen se enfocaba, pudo ver a varias de sus compañeras en lo que
parecía ser un gran salón. Observó a las chicas: sus cabellos secos y perfectamente
arreglados, sus uniformes planchados, su pálida piel parecía más limpia que cualquier cosa
que Youko había visto. No podía evitar pensar en cómo era ahora, y la hacía reír
amargamente.
—¿Eschuchaste que Nakajima huyó de casa?
La primera voz en romper el silencio estuvo seguida por una avalancha de otras.
—¿Nakajima? ¡No te creo!
—¡No, te lo juro! Ayer no vino a la escuela, ¿verdad? Fue cuando huyó. ¡Su madre
nos llamó anoche! Sí que me sorprendió.
Youko se dio cuenta de que debía estar viendo una escena de hace un tiempo.
133 Capítulo 4

—¿Nakajima? ¡Quién lo habría dicho!


—Increíble, era la representante de la clase y todo.
—Te lo digo, cuanto más serias son, más esconden.
—Es verdad.
Youko rió nuevamente. Sentía que estaba observando a un grupo de extraterrestres,
el constraste con su situación actual era demasiado grande.
—¿Escuchaste que un montón de gente rara vino a la escuela a verla? Dicen que el
tipo parecía peligroso.
—¿Un tipo? ¡Ánimo, Nakajima!
—¿Así que se fugaron juntos?
—Puede ser. ¡Y además, todas esas ventanas rotas en la sala de profesores! Dicen
que uno de sus amigos hizo eso.
—¿En serio?
—¿Y qué tal el tipo? ¿Era guapo?
—Oh, no sé, pero supuestamente tenía el pelo muy largo y estaba teñido o algo
porque era de color dorado. Y llevaba una ropa muy rara.
Youko seguía sentada sin moverse mientras observaba la visión en la espada en la
que hablaban de Keiki.
—Seguro que a Nakajima le gustaba el heavy metal.
—¡Tienes razón!
—¡Lo sabía! Y siempre decía que no se teñía el pelo. Es increíble que acabase
creyéndomelo.
—Sí, como si alguien pudiera tener ese color naturalmente.
—Obviamente era una gran mentira. Nadie nace con el pelo de ese color.
—Escuché que dejó su bolso y su abrigo en la clase.
—¡¿Eh?! ¡Qué raro! ¿Por qué habrá hecho eso?
—¡Es verdad! Moritsuka los vio aquí ayer.
—Definitivamente se fugó. Ya sabes, romance y toda la pesca. Se fue sin más que la
ropa que llevaba puesta…
—No sé, si no se llevó nada con ella, ¿sigue contando como fuga? ¡Es casi como si
se hubiera perdido o la hubieran secuestrado!
—¡Qué miedo!
—¡Seguro que mañana vemos un anuncio de ella en la estación!
—Sí, y su madre los pegará por toda la ciudad.
Doce Reinos

—«¿Ha visto a esta chica?»


—Aah, vamos, eso no se dice. ¿Y si en realidad ha pasado algo?
—¡Oye, a mí no me mires! No le hice nada.
—Seguro que huyó…
—Sí, sí. Siempre son los buenos estudiantes los que se vuelven locos.
—Yo apuesto que se fugó. ¡Quién diría que debajo de esa cara tan seria, las llamas
del amor ardían con fuerza!
—Ahora te burlas, ¡pensé que érais amigas!
—¿Amigas? ¡Vamos! Le hablaba, pero realmente nunca me cayó bien.
—Sí, era una sabelotodo.
—¡Cierto!
—Siempre estaba hablando de lo estrictos que eran sus padres, como si fuera algún
tipo de princesa. Como si el resto de nosotros llévaramos una vida más fácil.
—¡Sí! Aunque no me quejo. Es decir, al menos había alguien a quien copiarle los
deberes.
—Es verdad. Lo que me recuerda que todavía no he hecho los deberes de
matemáticas de hoy.
—¡Yo tampoco!
—Esperad, ¿nadie los ha hecho?
—¿Qué? ¿Te parece que mi apellido es Nakajima?
—¡Youko! ¡Vuelve, Youko!
La risa se contagió como un virus a través de la habitación. Finalmente, la escena se
apagó y desapareció. Youko vio a las figuras doblarse y retorcerse en la superficie de la
espada, perdiendo gradualmente la forma. Parpadeó lentamente una vez para aclarar la vista
y cuando sus ojos se abrieron nuevamente, todo había acabado. La superficie de la espada
en sus manos estaba apagada una vez más.

Repentinamente, sintió la espada terriblemente pesada, y la apoyó en el suelo.


Una parte de ella sabía —y siempre había sabido— que esas personas a quienes
llamaba amigas, realmente no lo eran. Sólo eran compañeras, atrapadas en la misma jaula
estrecha que ella, forzadas a estar hombro a hombro con ella por un tiempo. Una vez
subieran de grado o fuesen transferidas a clases diferentes, se olvidarían las unas de las
135 Capítulo 4

otras. Después de la graduación, nunca volverían a verse. Youko estaba segura de que así
eran las cosas.
Pero aun así no pudo aguantar las lágrimas.
Sí, habían sido amistades de conveniencia, pero quizá, sólo quizá, se había
permitido tener la esperanza de que había algo más profundo escondido allí, la esperanza
de que algún día encontraría una conexión verdadera y eterna con alguien.
Quería entrar corriendo a la clase y decirles todo lo que realmente le había sucedido.
Sus reacciones no tendrían precio.
El mundo de ellas era uno diferente, uno pacífico y distante. Oh, ellas también
tendrían problemas, igual que Youko en su antigua vida. Llegarían a conocer el dolor, y
sólo pensar en eso le hacía sonreír con los labios secos mientras se acomodaba en el suelo
para descansar.
Youko fue expulsada de ese mundo, estaba completamente sola. Se enroscó y cerró
los ojos.
Ah, se había sentido sola antes, después de una pelea con sus padres o alguna
discusión con esos mismos amigos, o cuando alguien había herido sus sentimientos. Qué
equivocada estaba. Siempre había tenido un hogar al que volver, gente que no le haría daño,
cosas para aliviar sus preocupaciones. Y aunque hubiera perdido todo eso, siempre habría
estado segura de que podía hacer nuevos amigos.
Son sólo amistades de conveniencia.
Fue entonces que escuchó la voz, tan chirriante como siempre, no importa cuantas
veces la escuchara. Youko frunció el ceño mientras se acostaba en el suelo.
—No te vas a casa. ¡Jeje! No puedes irte a casa. ¡Ojojo!
—Cállate.
—¿Todavía estás pensando que podrás irte a casa? ¿Por qué no lo intentas, mmm?
Aunque nadie te está esperando. ¡Jeje! Qué mal, qué mal. Supongo que no valía la pena
esperarte.
Youko decidió que el mono azul debía estar relacionado con las visiones de la
espada. Siempre aparecía antes o después de las visiones. Nunca la hería sólo la irritaba. Esa
fea voz fastidiosa tenía una forma de decir las cosas que ella no quería escuchar, pero nunca
le puso una pata encima. Eso explicaría por qué Jouyu nunca se tensionaba cuando el
mono azul aparecía.
—Allí está mi madre. Ella está esperándome.
Doce Reinos

Youko recordó la visión que había visto de su madre cogiendo sus peluches y
llorando. Aun si no tenía amigos verdaderos en su clase, sabía que pasara lo que pasara, su
madre estaba de su lado. La nostalgia se despertó dolorosamente en su pecho.
—Mi madre estaba llorando. Es por eso que debo volver a casa.
El mono rió todavía más fuerte.
—Sí, sí, bueno, al final es una madre. Siempre están tristes de ver a sus chiquillos
partir. Pero verás, eso no tiene que ver contigo.
—¿Qué quieres decir? —Youko levantó los ojos para mirar el rostro azul brillante,
su barbilla descansaba sobre la hierba a un brazo de distancia.
—Verás, en realidad no está triste por perderte. Sólo se siente mal por ella misma,
por perder a su hija. ¿Qué? No habrás pensado…
Las palabras del mono apuñalaron el pecho de Youko. Quería gritarle, dejar salir
toda su ira y su frustración, pero su aliento estaba atrapado en la garganta.
—No importaría quién fuera el hijo. Podría ser el mocoso más fastidioso y malo, y
aun así estaría triste, recuerda mis palabras. Las madres son así.
—Cállate.
—No tienes por qué cabrearte. Simplemente he dicho la verdad —el mono
carcajeó fuertemente—. ¡Igual que una vaca que antes era una ternera, o un cerdo que antes
era un cochinillo! Vive con ellos el tiempo suficiente, vélos crecer y pronto te apegas.
¿Entiendes?
—¡Cállate! —Youko se incorporó y alistó la espada.
—Oh, estoy aterrorizado. ¡Mira como tiemblo! —el mono reía—. ¿Todavía quieres
ver a tus padres? ¿Aunque ya sabes la verdad, mmm?
—No te estoy escuchando.
—Oh, no te molestes en decírmelo. Lo sé. Sólo quieres ir a casa. No es que
extrañes a tus padres. Sólo quieres dormir en una cama cómoda, ¿mmm? ¿Quieres comida
caliente sobre tu mesa? No te importan las personas. ¿Por qué te habrían de importar?
—¡¿Qué?!
El mono carcajeó.
—Tus padres no te traicionarán. ¿Eso es lo que piensas? ¿Estás segura? No, no, a ti
no. ¡¿Cómo podrían tracionarte?! ¡A su cochinilla, jamás!
—¿Qué…?
—O quizá eres más como su perro o su gato. Una mascota, ¿mmm? Qué bonito,
cuando se portan bien y se dejan acariciar. Pero los echan rapidamente a la calle cuando
137 Capítulo 4

muerden la mano que los alimenta o desordenan la casa. Por supuesto, tus padres no
podrían echarte a ti. Tienen vecinos. Pero si nadie está mirando, hay muchos padres que le
retorcerían el pescuezo a sus hijos con gusto, ¿mmm?
—Eso es rídiculo.
—¿Rídiculo? Oh, estoy de acuerdo —Los ojos del mono brillaron con un astucia—
. Verás, lo que les gusta es la idea de ellos mismos cuidando de sus hijos. ¡Sí, aman hacer el
papel de buenos padres! ¡Qué rídiculo! —Su chirriante risa resonó en los oídos de Youko—
. ¿No es igual contigo, chiquilla?
Youko detuvo la mano cerca de la empuñadura.
—Tú también haces un papel: el de la «buena hija», ¿mmm? ¿Escuchabas a tus
padres porque pensabas que tenían razón? Oh, no, eras como un perro, observando la
mano de su amo, deseando morderla, y morderla con fuerza, pero también con miedo de
que le peguen.
Youko se mordió el labio. Aun con todas sus faltas, sus padres eran buenas
personas. No, nunca tuvo miedo de que le pegaran o de que la echaran de casa. Pero,
Youko se dio cuenta de que se había preocupado por castigos menos severos: que la
regañaran, ver a su madre infeliz, no obtener las cosas que pedía. Sabía que había
observado sus rostros buscando indicios de aprobación o desaprobación.
—¡La buena hija! ¡Buena con sus padres! Mentiras, mentiras, mentiras, las dicen en
todos los hogares de todos los lugares. Y es el buen hijo el que teme más que nadie que le
echen, así que todos los días debe actuar como un buen hijo ante sus padres. Y buenos
padres, eso también es mentira. No existe tal cosa. Sólo los cobardes tienen miedo de lo
que sus vecinos podrían decir. Ah, pero es tan facil: sabes que habrá traición. Traicionarás a
tus padres. Tus padres te traicionarán. Todas las personas son así, sí, ¡y tú eres como ellas!
Traicionas y te traicionan, ¿mmm?
—¡Monstruo!
El mono carcajeó con más fuerza.
—¡Ese es el espíritu! Oh, sí, soy un monstruo, pero uno honesto. No digo mentiras.
No habrá traición de mi parte, ¿mmm? Oh, qué triste que no me escuches.
—¡Cállate!
—No puedes irte a casa, ¿eh? Estarías mejor muerta, ¿mmm? ¿Qué te pasa? ¿Te
falta coraje? Entonces escoge una mejor manera de vivir con eso —el mono extendió una
de sus esqueléticas patas y señaló la espada en las manos de Youko—. Estás tan llenas de
mentiras, que te mientes a ti misma. ¡No tienes amigos! Todos son tus enemigos. Hasta
Doce Reinos

Keiki, él también es un enemigo. Tienes hambre, ¿no es así? ¿Quieres vivir mejor y tener un
techo sobre tu cabeza? Usa la espada. Mata y toma lo que necesites.
—¡Te he dicho que te calles!
—¿Por qué te sentirías mal? Después de todo, te estarías llevando un dinero sucio.
Sólo toma un poco. Córtalos una vez y mátalos. Eso te conseguirá un techo.
Girando repentinamente, Youko movió su espada en la dirección de la chirriante
voz, pero no había nada allí. La risa del mono resonó en la noche, desapareciendo en la
distancia.
Youko raspó la tierra bajo ella. Sus manos se curvaron como garras, y excavó en la
tierra, y por un momento pensó que podría sentir que mudaba de piel, las escamas caían de
entre sus dedos.

Youko estaba perdida. No tenía idea de cuántos días habían pasado desde que dejó
Takkyu, y mucho menos cuántos días habían pasado desde que se fue de casa. No tenía
idea de dónde estaba o de a dónde iba, y cada día que pasaba le importaba menos y menos.
El sol se metía, así que se sacaba la espada. Los enemigos llegaban, así que peleaba.
La mañana llegaba, así que encontraba un lugar donde dormir. Y el ciclo seguía y seguía, y
Youko no veía razón por la que debería terminar.
Se había vuelto la cosa más natural en el mundo para ella el caminar apoyada en la
espada mientras apretaba la joya en una mano. Si no había con qué pelear, se sentaba y
descansaba. Cuando había un par de ataques, bajaría el ritmo, dejando que sus pies se
arrastraran por el suelo. Descubrió que había empezado a hablar consigo misma cuando
estaba sola, murmuraba en voz baja.
El hambre estaba en su interior, aferrado a ella como un nuevo órgano dentro de su
cuerpo. Una vez, de la desesperación, había cortado a uno de los demonios que había
matado y había levantado un pedazo de carne al nivel de su boca, pero el hedor hizo que se
ahogara y tosiera. También intentó cazar, pero para el momento en que atrapó algo, había
estado tanto tiempo sin comer, que su cuerpo no aceptaba comida sólida.
Le daba la bienvenida al amanecer al final de una de muchas noches y decidió
apartarse de la carretera para probar suerte nuevamente en las montañas, pero su fatiga
hizo que caminar por el bosque fuera difícil. Las raíces pasaban por sus pies, y finalmente
se cayó, dando volteretas por una pendiente. Cuando dejó de rodar, durmió allí, indiferente
a todo. Ni siquiera había mirado alrededor antes de caer en un profundo sueño catatónico.
139 Capítulo 4

Durmió sin tener sueños, y cuando se despertó, notó que no podía levantarse.
Estaba en una pequeña cañada rodeada de un bosque lleno de matorrales. El sol estaba
bajo en el cielo. La noche se aproximaba. Si continuaba allí, incapaz de moverse, sería una
presa fácil para los demonios. Ah, seguramente Jouyu obligaría a sus miembros a levantarse
y a pelear contra los primeros y quizá los segundos, pero no creía que su cuerpo soportaría
más que eso.
Youko raspó el suelo con las uñas. Debía volver al camino, allí podría pedir la ayuda
de alguien. Era eso o morir allí. Sus manos apretaron la joya alrededor de su cuello, y la
sostuvieron fuertemente como si fuera un salvavidas, pero todavía no encontraba la fuerza
para incorporarse, aun usando la espada de apoyo.
—Nadie vendrá a ayudarte.
Los ojos de Youko se dirigieron inmediatamente en dirección de un repentino
sonido. Era la primera vez que escuchaba al mono azul hablar durante el día.
—Al final descansarás, ¿mmm?
Youko simplemente miró distraídamente al esponjoso cabello del mono, como si
mirara la pelusa de una flor y se preguntó por qué había aparecido antes del anochecer,
mucho antes de que la espada le mostrara las visiones.
—Arrástrate hasta el camino si quieres, te atraparán como a un pez en la orilla. Oh,
te ayudarán inmediatamente… ¡Te ayudarán a ponerle fin a tu miseria! ¡Jaja!
Supongo que tiene razón, pensó Youko confundida. Pero tenía que pedir ayuda. Lo
deseaba con todas sus fuerzas, aunque dudaba que pasaría. Lo más probable es que se
arrastraría hasta la carretera y nadie pasaría. Muchos refugiados se desmayaban en el
camino y nadie los ayudaba. Ella sería uno de ellos, una vagabunda sucia y olvidada. Nada
más.
Si tenía suerte, los viajeros que la encontraran, la ahuyentarían. Quien fuera, miraría
a Youko para ver si tenía algo que valiera la pena robar y se llevaría la espada. Tal vez hasta
le harían el favor de matarla con ella antes de irse. Ese era el tipo de lugar que era este
mundo.
De repente, un pensamiento floreció en su mente, se había dado cuenta de algo, era
como un momento de claridad en medio de la agonía de una fiebre alta. En las pocas horas
en las que no estaba peleando contra demonios o durmiendo como una muerta, a veces se
preguntaba por qué el mono azul la molestaba. Ahora parecía obvio. Estaba aquí para
alimentarse de su desesperación. Como un profeta manipulador, decía en voz alta la
Doce Reinos

inseguridad que se escondía en el corazón de Youko, y la hacía derrumbarse. Es por eso


que venía.
Youko sonrió, estaba feliz de haber resuelto este pequeño misterio. El logro le dio
la fuerza de rodar. Tensionó los brazos y se obligó a sentarse.
—¿No deberías rendirte y ya?
—Cállate.
—Habría sido tan rápido…
—¡Cállate!
Youko clavó la punta de la espada en el suelo. Afirmando sus débiles rodillas, se
aferró a la empuñadura, las articulaciones de sus manos protestaban. Intentó levantarse,
pero perdió el equilibrio y cayó al suelo. Estaba asombrada de lo pesado que parecía su
cuerpo. Era como si fuera una criatura creada para arrastrarse por el suelo, incapaz de
levantarse, el producto de una horrible evolución.
—¿Deseas vivir con tantas fuerzas? ¿Cuál es el propósito?
—Debo volver.
—Después de todo lo que has pasado, ¿realmente crees que vivirás para poder
regresar?
—Me voy a casa.
—No puedes ir a casa. No puedes cruzar el Mar del Vacío. Te traicionarán y
morirás en esta tierra.
—Mientes.
Ella tenía un aliado. Su espada. Agarró la empuñadura y apretó la mano. No había
más nada en que confiar, nada a qué aferrarse: sólo su espada la sostenía.
Además, la espada le recordaba de su esperanza.
Keiki le había dado la espada, y él nunca había dicho que no podría regresar. Si sólo
pudiera encontrarlo, quizá podría encontrar una forma de regresar.
—¿Estás segura de que Keiki no es el enemigo?
No, no debo pensar eso.
—¿Realmente crees que vendrá a salvarte?
No lo pensaré.
Era mejor encontrar a Keiki que vagar sin rumbo para siempre. Amigo o enemigo,
lo encontraría. No podía pensar en otra cosa que hacer. Lo encontraría, y le preguntaría por
qué la había traído aquí y si había una forma de regresar a casa; de hecho, le haría cada
pregunta que se había hecho.
141 Capítulo 4

—Así que irías a casa si pudieras. ¿Y eso arreglará todo? Oh, no lo creo.
—Calla. Eso ya lo sé.
Youko nunca olvidaría este lugar, aunque encontrara una manera de regresar a casa.
No podría simplemente regresar a su vida anterior, pretendiendo que nada de esto había
pasado. Tampoco estaba segura de si podría ser como solía, su antigua yo, ni en el interior
o el exterior. Una cosa era segura: si su apariencia seguía como la de ahora, nunca podría
volver a ser Youko Nakajima.
—Oh, qué triste, cochinilla tonta.
La risa del mono desapareció en la distancia. Youko se sentó nuevamente. Ni
siquiera sabía por qué quería volver a casa. Sí, era una tontería. Sí, podía ser una meta
superficial, una solución temporal; pero pensaba que si se iba a rendir, debió haberlo hecho
hace mucho. Era muy tarde ya.
Youko recordó su cuerpo. Estaba cubierta de heridas y sucia de sangre y barro. Su
ropa estaba todavía más rasgada hasta el punto en que era un poco más que jirones, y cada
movimiento que hacía, dejaba salir un hedor que llegaba hasta sus fosas nasales. Pero
cualquiera que fuera su apariencia, había podido defender su vida a cada paso, y no iba a
desperdiciar todo eso ahora. Si morir realmente era mejor, entonces debió morir en la
azotea de la escuela, al principio, cuando el kochou fue por ella. Pero de alguna manera, eso
iba en contra de su naturaleza.
No era que no quisiera morir. Tampoco era que quisiera vivir. Simplemente no
quería rendirse.
Casa. Iría a casa, aun si ya no era su casa. Ya habría tiempo para preocuparse por lo
que le esperaba. Hasta ese momento, se protegería a sí misma. Se mantendría con vida,
sobreviviría. No quería morir en este lugar.
Youko se levantó, apoyando todo su peso en la espada. La clavó en la pendiente y
empezó a subir. Nunca habría pensado que una pendiente tan poco inclinada y tan corta
sería tan amargamente difícil de escalar.
Se resbaló incontables veces, forzándose a sí misma hasta que al fin llegó a la cima,
donde cayó. Levantó la mirada y estiró los brazos. Allí, a unos cuantos metros, estaba el
camino.
Clavando las uñas en la tierra, se arrastró hasta el camino, sus musculos destrozados
gritaban exhaustos. Rodó hasta la superficie de tierra compacta y recién se había puesto
boca arriba cuando de repente escuchó un sonido.
Doce Reinos

Youko no pudo evitar reír amargamente ante el sonido que llegaba del otro lado del
camino. Este lugar me conoce demasiado bien. Y me odia.
La voz que escuchó y que se acercaba rápidamente, era el llanto de un bebé
hambriento.

La manada de perros-demonio que se aproximaba a toda velocidad, animados


fragmentos de noche en la menguante luz del día, eran casi iguales a los que la habían
atacado en el otro camino hace tanto tiempo. Para cuando hubo acabado con la mayoría, su
espada se sentía pesada en sus manos entumecidas por la fatiga y el desconcierto, y estaba
cubierta de sangre.
Se dio la vuelta para enfrentarse a un superviviente que iba a atacarla desde abajo.
Lo cortó en el costado y entonces hundió más profundo la espada, enviando al monstruo
hacia unas hierbas donde pataleó por un momento y luego se quedó quieto. El
entumecimiento se extendió hacia los brazos y piernas de Youko, y aturdida, cayó de
rodillas. Un profundo mordisco en su muslo derecho escurría sangre, pero no sentía dolor.
Sus pies eran bloques de plomo.
Sus ojos observaron sus piernas pegajosas por la sangre, y luego subieron
nuevamente, buscando a más enemigos en el camino montañoso. Quedaba uno.
El último perro-demonio era más grande que cualquiera de los otros que había
matado. También parecía más fuerte. Ya había tenido enfrentamientos dos veces con él,
pero parecía estar ileso.
Youko observó a la criatura agacharse, preparándose para saltar. Aseguró la
empuñadura. A través de las semanas, la espada se había convertido en una extensión de su
brazo, pero ahora, solamente el levantar la punta para que se aproximara al demonio que se
acercaba, parecía una tarea imposible. Youko se sintió terriblemente mareada, y sus
pensamientos nadaban a través de aguas pantanosas.
Movió su espada hacia la borrosa forma del demonio que saltaba. No hubo
esfuerzo en ese movimiento, ni siquiera le había dado la vuelta para que el filo cortara al
enemigo. En vez de eso, le estaba pegando con la parte sin filo del metal. Aun tomando
prestada un poco de la habilidad de Jouyu, esto era lo mejor que podía hacer.
Sin embargo, la espada logró derribar a la criatura. La figura negra rodó por el
suelo, y entonces se levantó rápidamente y saltó nuevamente hacia ella. Esta vez, Youko
hundió la espada en su nariz.
143 Capítulo 4

La punta de la espada cortó el costado de la cara de la bestia, pero no antes de que


las afiladas garras se encontraran con el hombro de Youko. El impacto casi la hizo dejar
caer el arma, pero de alguna manera la pudo sostener; con toda la fuerza que le quedaba,
movió el arma en dirección a la criatura chillona que rodaba en el suelo.
La velocidad de la espada era demasiada para poderla controlar. Todo su cuerpo se
inclinó hacia adelante, siguiendo el arco del corte mientras la espada se hundía en el cuello
del demonio. Youko sintió el filo atravesar un denso pelaje negro, luego músculo y
tendones. Entonces, el arma estaba libre y seguía descendiendo, la punta se hundió en la
tierra junto al monstruo caído, y a esto le siguió una lluvia de sangre negra.
Youko cayó al suelo y se quedó inmovil allí, a un brazo de distancia de un demonio
herido. Ambos combatientes permanecieron inmóviles por un momento que pareció durar
una eternidad. Y entonces, al mismo tiempo, ambos levantaron las cabezas y sus ojos se
encontraron. La espada de Youko brillaba en su lugar, su punta clavada en el suelo, casi
fuera de alcance. La boca de la bestia se abrió en una sonrisa burlona y dejó caer una
espuma sangrienta sobre la tierra del camino. Y entonces se sentaron, mirándose el uno al
otro.
Youko fue la primera en moverse. Con sus cansadas manos se acercó y tomó la
empuñadura de la espada una vez más, e inclinándose con su peso sobre la espada, sacó la
punta del suelo. Un instante después, la bestia saltó, pero estaba demasiada herida para
mantenerse de pie. Todavía de rodillas, Youko lo observó tambalearse y caer fuertemente
de costado. Youko levantó la incómoda espada sobre su cabeza, gateó hacia el demonio
caído. La criatura levantó su cabeza y balbuceó un gemido, sangre espumosa salió de su
hocico. Sus cuatro patas se clavaban débilmente en la tierra mientras intentaba en vano
levantarse y huir.
Youko bajó la espada con ambos brazos, dejando que el peso de la espada la llevara
profundo en el cuello del monstruo. La espada brilló con la oscura sangre, y la criatura se
estiró, sus cuatro miembros temblando con espamos, sus garras extendidas.
Nuevamente la bestia balbuceó. Por un momento, Youko tuvo la extraña impresión
de que estaba intentando decir algo.
¿A quién le importa lo que tenga para decir?
Utilizando el último gramo de fuerza, Youko levantó la espada y la movió
nuevamente hacía el cuello con pelaje negro. Esta vez, la bestia no reaccionó.
Youko se aseguró de que la espada había atravesado el cuello del demonio antes de
soltar la espada. Entonces cayó boca arriba en el suelo, observando el nublado cielo del
Doce Reinos

crépusculo. Después de un rato, intentó tomar una bocanada de aire, y el costado del pecho
le ardía como si estuviera incendiándose. Con cada respiración sentía que su garganta se
abría en dos. Sus brazos y piernas estaban tan entumecidas que habría sido mejor cortarlos,
pues no le servían de nada.
Quería tomar la joya con sus manos, pero no podía mover los dedos. Así que se
sentó, haciendo un intento de ignorar el mareo que hacía que el suelo debajo de ella diera
vueltas como un barco en medio de una tormenta. Había nubes a través de todo el cielo
oscuro, el pálido rubor del sol poniente pintaba sus bordes de color escarlata.
De repente, una violenta naúsea se apoderó de ella. Se puso de costado y empezó a
vomitar. Los malolientes jugos de su estomágo vacío resbalaban por su mejilla. Respiraba
con dificultad, ahogándose con la repugnante acidez.
Sobreviví.
De alguna manera, había vencido a la muerte una vez más.
¡Sobreviví!
Todavía tosiendo, repitió esas palabras en su cabeza hasta que su respiración se
normalizó. Y entonces escuchó un sonido.
Era el sonido de pisadas acercándose. Youko levantó la cabeza, temiendo la llegada
de un nuevo enemigo, pero hasta ese movimiento era demasiado para su maltratado
cuerpo. El mundo giraba alrededor de ella y todo se oscureció. La última cosa que sintió
fue el costado de su cabeza golpeando el suelo.
No puedo moverme.
La consciencia llegó a Youko como una onda vertiginosa. Una imagen bailaba en su
mente, algo que había visto un segundo antes de desmayarse. El color dorado.
—¡Keiki! —gritó, con una mejilla sobre el suelo—. ¡Keiki!
Eras tú. Enviaste esos demonios.
—¡Dime por qué!
Escuchó pasos acercándose. Youko levantó la cabeza con cuidado, moviendo
dolorosamente sus pesados ojos hacia arriba, y pudo ver el dobladillo de un hermoso
kimono. Sus ojos se movieron hacia más arriba hasta que alcanzó a ver un largo pelo
dorado.
—¿Por qué…? —la voz de Youko se apagaba. El rostro no era el de Keiki. Youko
gimió. Ni siquiera era un hombre.
Una mujer con un cabello dorado como el de Keiki la miraba. Youko forzó sus ojos
a mantenerse abiertos.
145 Capítulo 4

—¿Quién eres?
Era hermosa. Youko pensó que debía tener unos diez años más que ella. Por alguna
razón, parecía triste. De hecho, parecía estar a punto de llorar. En ese momento, una
colorida mancha llamó la atención de Youko: Allí, en uno de los delgados hombros de la
mujer, se posaba un enorme loro con el plumaje más brillante que hubiera visto jamás.
—¿Quién…? —preguntó Youko con un susurro ronco, pero la mujer simplemente
estaba de pie allí, mirandola fijamente en silencio. Una lágrima salió de su ojo.
¿Qué?
La mujer parpadeó lentamente, haciendo que lágrimas translúcidas rodaran por sus
mejillas. Youko estaba sorprendida. Miró sin comprender nada mientras la mujer se alejaba
de ella para examinar el cádaver del gran perro-demonio que yacía cerca. Su expresión era
de dolor, como si hubiese conocido a la criatura, como si la hubiese querido. Dio otro paso
en esa dirección y cayó de rodillas junto al cádaver.
Youko sólo podía observar. Aunque hubiese querido moverse, no habría podido.
Estaba completamente entumecida, incapaz de mover ni un dedo.
La mujer acercó suavemente una mano y tocó a la bestia caída. Había algo rojo en
la punta de sus dedos, y retiró la mano como si hubiera tocado algo caliente y la hubiera
quemado.
—¿Quién eres? —preguntó Youko.
La mujer no respondió. Estiró la mano nuevamente y esta vez tomó la empuñadura
de la espada que estaba clavada en la bestia y la sacó. Puso la espada en el suelo y arrulló la
cabeza de la bestia sobre su regazo.
—¿Fuiste… fuiste tú quién envió esas bestias para matarme?
La mujer acariciaba el pelaje de la bestia muerta. Sangre y suciedad manchaban su
kimono fino.
—Y los otros demonios. ¿También los enviaste tú? ¿Por qué? ¿Qué he hecho para
que me odies tanto?
La mujer sacudió la cabeza, con la bestia todavía en su regazo. Youko frunció el
ceño y el loro en el hombro de la mujer aleteó.
—Mátala.
Los ojos de Youko se dirigieron inmediatamente hacia el ave. Sin duda había sido el
loro el que había hablado. La mujer movió la cabeza para mirar al ave en su hombro.
—¡Acaba con ella!
Por primera vez, la extraña mujer habló:
Doce Reinos

—No puedo.
—Mátala. Termina con su vida.
—¡Perdonadme! ¡No puedo hacerlo! —exclamó la mujer, moviendo la cabeza
violentamente.
—Te lo ordeno.
—No puedo.
El loro aleteó y alzó el vuelo. Dio una vuelta y aterrizó en el suelo.
—Entonces coge la espada.
—La espada le pertenece a ella. No me servirá de nada. —Había dolor en la voz de
la mujer.
147 Capítulo 4
Doce Reinos

—¡Entonces córtale los brazos! —gritó el loro, batiendo las alas en el suelo—. Al
menos podrás hacer eso. Córtale los brazos, para que no pueda blandir la espada nunca
más.
—No puedo usar esa espada.
—Entonces usa esto.
El loro abrió el pico, y desde lo más profundo de su garganta, tras su afilada lengua,
algo blanco y brillante apareció. Los ojos de Youko se abrieron como platos. El loro estaba
vomitando lentamente algo, algo increíblemente largo. Un minuto después, el objeto cayó
al suelo: era una espada con una vaina negra, pegajosa por la mucosa de la garganta del
loro.
—Úsala.
—Por favor, no me obliguéis a hacerlo —rogó la mujer con una expresión de
desesperación. El loro aleteó impacientemente.
—Hazlo.
La mujer se protegió el rostro como si la voz le llegara físicamente.
Youko luchaba. Tenía que levantarse y escapar. Sin embargo, lo único que podía
hacer era clavar las uñas en el suelo.
La mujer levantó del suelo la espada negra que el loro había vomitado. Con las
manos empapadas de la sangre del demonio, desenvainó la espada.
—¿Quién… quién eres? Por favor, detente.
¿Quién o qué es ese loro? ¿Y ese demonio? ¿Qué está pasando?
La mujer movió los labios de forma casi imperceptible. Youko pensó haber
entendido dos débiles palabras:
—Lo siento.
—Por favor… no lo hagas.
La mujer dirigió la punta de la espada hacia la mano derecha de Youko, la cual
seguía infructuosamente clavada en la tierra. La espada se movió. La mujer parecía estar al
borde del colapso, aunque Youko no se le ocurría por qué, aparentemente no tenía heridas.
El loro voló y se posó en el brazo de Youko. Sus garras se clavaban en su piel. Su
peso era inmenso, era como si una gran roca estuviera en su brazo. Quería apartarlo, pero
su brazo estaba pegado al suelo.
El loro exclamó:
—¡Hazlo!
149 Capítulo 4

La mujer levantó la espada.


—¡No! —Youko se forzó a luchar contra el peso del loro, pero fue demasiado
tarde. La espada bajó como un destello de luz.
No hubo dolor, sólo un impacto silencioso.
¿Este es el momento en que conoceré mi destino?
El dolor todavía no había aparecido cuando la consciencia de Youko ya se había
dado por vencida.

Un dolor insoportable trajo a Youko de vuelta a la realidad. Abrió sus ojos y miró
su mano por encima. La espada estaba de forma vertical, atravesaba su palma y estaba
firmemente clavada en el suelo debajo de ella.
Por un momento, sólo la observaba, sin comprender qué pasaba. Levantó la mirada
hacia el cielo nublado, y luego la bajó para observar la espada que se erguía en el suelo,
derecha como un pararrayos. Un momento después, el dolor la hizo regresar a gritos a un
estado consciente.
La delgada espada había atravesado completamente su mano. El dolor de la herida
subía por sus brazos en forma de ondas, subiendo hasta su hombro y golpeando su cabeza.
Intentó mover el brazo, pero se detuvo inmediatamente cuando la desgarradora
agonía la hizo gemir. Le llevó un tiempo el recobrar la compostura.
Entonces, con cuidado de no mover la mano, se sentó, intentando ignorar el dolor
y el mareo. Temblando, estiró la mano izquierda y cogió la empuñadura de la espada.
Cerrando sus ojos y apretando los dientes, tiró de ella. El dolor se extendió por todo su ser,
haciendo convulsionar su cuerpo.
La espada estaba fuera. La tiró a un lado y apretando su mano herida, se retorció de
dolor en el suelo junto al perro-demonio caído, entonces gritó hasta que su voz se convirtió
en un llanto ronco. El dolor le hizo sentir unas violentas nauseas.
Al final, al borde del delirio, buscó la joya en el bolsillo del pecho de su camisa
rasgada. Cuando la encontró, la apretó fuertemente. Y entonces la puso en su mano
derecha. Apretando los dientes, presionó la joya contra su palma herida y se enroscó en el
suelo.
El poder milagroso de la joya había salvado nuevamente a Youko. El dolor
desapareció casi inmediatamente. Yació ahí por un tiempo, recuperando el aliento y
Doce Reinos

entonces se incorporó nuevamente. Miró alrededor pero no vio señales de la mujer o el


loro. Mientras seguía presionando la joya en la herida, intentó mover los dedos en su mano
derecha, pero no podía sentir nada de la muñeca hacia abajo. Se sentó allí por un rato,
usando su mano izquierda para apretar los dedos de la derecha que rodeaban la joya. Sintió
una oscuridad fría subiendo por su columna, y lentamente todo se oscureció.

Los ojos de Youko se abrieron y miró hacia el cielo oscuro. En el horizonte, las
nubes todavía seguían pintadas de color crepúsculo. Había estado inconsciente sólo por
poco tiempo.
¿Quién era la mujer de pelo dorado? ¿Por qué había apuñalado a Youko? No podía
pensar en una explicación posible para lo que había sucedido, era otro misterio que añadir a
su lista que ya era larga. Youko estaba harta de los misterios. Mientras estaba en el suelo,
toqueteaba alrededor, buscando su propia espada, y cuando la encontró, la apretó en su
pecho, tuvo cuidado con su mano derecha y se quedó inmóvil.
Habían pasado unos minutos cuando escuchó una voz.
—¿Eh?
Alguien se encontraba cerca de ella sobre un camino, era una niña, quien se dio la
vuelta y llamó a su madre. Una mujer llegó corriendo y se detuvo cuando vio a Youko
tirada en el barro.
Youko miraba fijamente el rostro de la niña. Parecía una eternidad desde la última
vez que había visto algo tan inocente. La madre también parecía benevolente, honesta.
Llevaba una gran canasta en su espalda y su ropa era muy precaria, hecha de tela áspera y
teñida con barro.
Ambas se acercaron a Youko, se veía preocupación en sus rostros. Como si fueran
una misma, hicieron muecas cuando se acercaron al cadáver del perro-demonio. Youko no
podía moverse. Simplemente observaba mientras se acercaban.
Por un breve momento, sintió esperanza. Al fin había sido salvada. Pero entonces,
una nube oscura pasó por su rostro y la inseguridad revivió en su pecho: era demasiado
perfecto. Aquí estaba ella, completamente exhausta. Era posible que nunca más pudiera
caminar. La joya había curado algo del dolor de su mano, pero no completamente. Si
alguien la atacara, sería su final; y la noche con todos sus demonios, se acercaba
rápidamente. Qué suerte que casualmente encontrara a estas dos amables viajeras.
Es el mismo tipo de suerte que me llevó a casa de Takki, pensó. Es el mismo tipo de suerte que
me llevó hacia Seizo. Es el mismo tipo de suerte que me trajo a este mundo en primer lugar. Mala suerte.
151 Capítulo 4

—¿Qué pasa? ¿Estás bien?


Youko sintió las manos de la niña tocarle las mejillas. La madre se agachó y levantó
a Youko. La sensación de calidez a través de su ropa, la hizo sentir enferma.
—¿Qué te pasó? —preguntó la madre—. ¿Te atacaron? ¿Estás herido? —Sus ojos
encontraron la mano derecha de Youko y exclamó suavemente—: ¿Qué? Espera…
La mujer metió la mano en la manga de su kimono y sacó una tela delgada parecida
a un pañuelo, con la que procedió a envolver la mano derecha de Youko. La niña bajó la
bolsa que llevaba y de ella sacó un tubo de bambú. Se lo ofreció a Youko.
—Oiga, señor, ¿quiere un poco de agua?
Youko dudó. Esta niña la llevaba en su bolsa, debe ser su propia agua. No envenenaría su
propia agua.
Youko observó con cuidado para asegurarse de que la niña no le echaba nada al
tubo de bambú. Convencida, Youko asintió, y las diminutas manos quitaron el corcho y
pusieron la boca del tubo en los labios de Youko. Agua tibia bajó por su garganta y
repentinamente, respirar se le hizo más fácil.
—No… no has estado comiendo, ¿verdad? —dijo la madre.
Youko no sentía hambre, pero sabía que debía estar famélica, así que asintió
ligeramente.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
Youko permaneció en silencio. Era demasiado esfuerzo el intentar contar los días.
—Mamá, tengo algo de pan frito.
—No, no, eso no servirá. No será capaz de comerlo. Danos algo de dulce.
—Bien.
La niña empezó a escudriñar en el bulto que su madre había dejado en el suelo. Era
una gran canasta de mimbre llena de jarrones de diferentes tamaños. Youko había visto
gente llevando cosas similares muchas veces por el camino. La niña sacó una varita con
algo que parecía dulce duro adherido. Vendedores de dulce.
—Eso servirá —dijo la mujer, asintiendo.
Sin dudarlo esta vez, Youko estiró la mano izquierda y tomó el dulce. Era tan dulce
que le supo mal.
—¿Estás viajando? ¿Qué pasó aquí?
Youko no respondió. No podía decir la verdad y no tenía fuerzas para pensar en
una mentira.
Doce Reinos

—Si fuiste atacado por demonios —La mujer miró la carnicería a su alrededor—.
Bueno, tienes suerte de estar vivo. ¿Puedes levantarte? El sol se pondrá pronto. Pero
estamos cerca de una aldea que está al pie de la montaña. ¿Puedes caminar hasta allí?
Youko negó con la cabeza. Lo que quería decir es que no quería ir a la aldea, pero la
mujer asumió que se refería a que no podía moverse. Se dirigió a la niña:
—Kuyo, corre a la aldea y llama a alguien. ¡Lo más rápido que puedas! La noche se
acerca.
—Sí, mamá.
—No… —masculló Youko, sentándose. Observó al asombrado dúo—. Gracias —
dijo, tambaleándose hasta lograr ponerse de pie, resultado de un esfuerzo heroico. Todo lo
que podía hacer era poner un pie en frente de otro. Youko se tambaleó a través del camino
hasta el otro lado, donde la pendiente de la montaña se inclinaba.
—Espera, ¿a dónde crees que vas? —gritó la madre.
Youko no tenía idea. No respondió.
—El sol se está poniendo. Si vas a las montañas, morirás.
Youko cruzó lentamente el camino. Cada paso enviaba una sacudida de dolor a sus
piernas y hasta su mano derecha.
—Ven con nosotras a la aldea.
La pendiente delante de ella era demasiado inclinada, y Youko se dio cuenta de que
subirla le costaría algunos huesos, especialmente sin poder usar su mano.
—Somos comerciantes. Trabajamos en Bakurou. No somos ladronas. Al menos
ven con nosotras a la aldea. Por favor.
Youko cogió una vara tirada en el camino.
—¡Espera!
—Estoy bien, estoy acostumbrado. Gracias por el dulce.
La mujer miraba perpleja a Youko, una expresión que podía ser señal de su
amabilidad frustrada u otra cosa. Youko no tenía idea de qué era, y no tenía intención de
averiguarlo.
Se forzó a sí misma, subió con dificultad los primeros metros de la pendiente
inclinada, había hecho una pausa para recobrar el aliento cuando escuchó a la niña
llamándola desde abajo. Bajó la mirada y vio a la niña de pie con sus brazos estirados. En
una mano llevaba la cantimplora y en la otra una taza. La taza estaba llena de dulce.
—Tómala. No parece que tienes mucho.
—Pero yo…
153 Capítulo 4

—Por favor, Kuyo, ven.


La niña se estiró hasta los límites de su altura y colocó la cantimplora y los dulces a
los pies de Youko. Entonces se dio la vuelta y corrió hacia su madre que estaba de pie con
las bolsas.
Youko observó mientras madre e hija ponían las bolsas en sus espaldas. No fue
capaz de decir nada, ni siquiera de agradecerles, así que sólo se quedó allí, atontada,
observando al par darse la vuelta y bajar la colina en dirección a la aldea.
Cuando ya no pudo verlas más, Youko se agachó y cogió el tubo y la taza. Sintió
que la fuerza se iba de sus piernas, y sus rodillas cayeron al suelo.
Hice lo correcto. Estoy segura.
No tenía ninguna garantía de que esas personas que la invitaron a la aldea llevaran
buenas intenciones. Podrían cambiar una vez pusieran un pie en la aldea. Y aunque no
pretendieran hacerle daño, en cuanto supieran que Youko era el kaikyaku fugitivo, los
aldeanos la enviarían ante los oficiales. Le dolía, pero debía tener cuidado. No podía confiar
en nadie, no debía atreverse a tener esperanza. En el momento en que bajara la guardia,
sufriría las consecuencias.
—Quizá en realidad querían ayudarte, ¿mmm? —preguntó la familiar voz
rechinante. Youko respondió sin darse la vuelta para mirarlo.
—Pudo haber sido una trampa.
—Pudo haber sido tu única oportunidad. ¿O te crees que la ayuda vendrá dos
veces en este lugar?
—¿Y qué pasa si no era ayuda?
—¿Tienes opción? Con esa mano y esas heridas… Creo que no, ¿mmm?
—Lo lograré.
—Te has debido ir con ellas.
—Estaré bien.
—¡Morirás! Acabas de desperdiciar tu primera y última oportunidad de obtener
ayuda, chiquilla. Qué triste, qué triste.
—¡Cállate!
Youko movió la espada, cortando sólo el aire crepuscular, pues el mono no estaba
por ningún lado. La única señal de su presencia eran las carcajadas desapareciendo sobre
ella en la maleza de la montaña.
Doce Reinos

Youko miró el camino por el que había venido. Aparecían manchas negras,
manchas que eran apenas visibles en la oscuridad. Estiró su mano sana y sintió una gota en
la palma. Estaba empezando a llover.

Esa noche fue la más dura que había vivido.


Su fuerza estaba agotada. La fría lluvia le quitaba a su cuerpo la escasa calidez que le
quedaba. La ropa se pegaba a su piel, dificultando sus movimientos. Sus miembros se
negaban a moverse. Ya había recuperado algo de sensación en su mano derecha, pero
todavía no podía agarrar nada, ni qué decir de llevar una espada. Además, la empuñadura
de la espada estaba pegajosa por la lluvia. Era una noche que haría que cualquier humano
corriera para buscar refugio, pero los demonios se deleitaban en ella. La penumbra era tan
oscura como una cueva lo que disimulaba sus siluetas, pero aun así vinieron, mostrando sus
dientes y farfullando, pequeños en tamaño pero grandes en número.
Youko se tambaleaba por barrancos embarrados, revolcándose en la sangre de sus
enemigos y derramando sangre de sus propias heridas hasta que la lluvia se lo llevó todo,
junto a su fuerza. La espada se sentía pesada en su mano izquierda y los impulsos de Jouyu
eran cada vez más débiles y distantes, si es que seguía allí. Cada vez que un demonio
llegaba, sentía que la espada estaba cada vez más baja, hasta que llegó a temer que quizá no
la podría volver a levantar.
Alzó la mirada en dirección al cielo, como si estuviera rezando, rogando para que
llegara la mañana. Las noches que había pasado huyendo antes parecían cortas, pero esta
noche, con su flujo inagotable de enemigos era inconcebiblemente larga. Una y otra vez
dejó caer la espada, sacando la fuerza para levantarla aun cuando los demonios le
desgarraran la piel. Finalmente, cuando el horizonte estaba indicando la llegada del
amanecer, encontró uno de los árboles blancos.
Youko rodó debajo, cogiendo una de las ramas duras a su lado. En el suelo, recobró
el aliento. Pudo sentir por un largo tiempo a los demonios caminando en la distancia,
acechando, hasta que finalmente desaparecieron en la lluvia y se fueron.
El cielo se iluminó gradualmente, y pudo ver el dosel enmarañado del árbol
colgando sobre su cabeza.
—Estoy salvada…
Youko respiró. Sus hombros estaban pesados del cansancio, y gotas de lluvia caían
en su boca abierta.
155 Capítulo 4

Sus heridas se quejaban, estaban contaminadas de lodo, pero ahora poco le


molestaban. Por un rato estuvo allí de lado, jadeando en el aire húmedo, esperando que los
pedazos de cielo que podía ver a través de las ramas blancas, se iluminaran. Cuando sus
pulmones dejaron de esforzarse, se dio cuenta de que tenía mucho frío. El árbol blanco era
una protección contra los depredadores más grandes, pero era de poco ayuda para detener
la lluvia. Sabía que debia salir de allí y encontrar un refugio, pero su cuerpo se negaba a
moverse.
Apretó la joya, intentando obtener fuerza de ella, la extraña energía le calentó la
punta de los dedos. Con gran esfuerzo consiguió rodar y salir de debajo de las ramas del
árbol, empezó a bajar la pendiente a gatas. La hierba y la tierra mojada le facilitaban bajar
por la colina.
Quería evitar los caminos pero después de la persecusión a través de la oscuridad de
la noche anterior, no tenía idea de cuán profundo en las montañas había ido.
Con la joya en una mano y utilizando la espada como bastón, logró levantarse. El
dolor de sus heridas era crónico, casi insoportable. Con cada paso que daba, sus rodillas se
doblaban, hasta que no pudo soportarlo más y cayó redonda. Medio arrastrándose, llegó al
final de la pendiente, donde encontró un camino. Era más bien un lugar por donde pasaban
los animales, no un camino: no habían señales de ruedas y tampoco era tan ancho para
permitir que un carro pasara. Una vez llegó a él, lo supo: este era su final. Cayó de rodillas,
clavando las uñas en el tronco de un árbol cercano en un último esfuerzo para sostenerse.
Youko cayó de cabeza contra el camino de barro y no se movió.
Todavía sostenía firmemente la joya en su mano herida, pero la débil calidez que
salía de allí, hacía poco para aliviarla. Cualquier fuerza que la joya le daba, era superada por
lo que la lluvia se había llevado. El poder milagroso de la joya había llegado a su límite.
Así que moriré aquí.
Youko sonrió. Probablemente sería la única de sus compañeras en morir congelada.
Sus compañeras de clase… esas eran personas de otro mundo. Siempre tendrían
hogares esperando por ellas, familias para protegerlas y un futuro garantizado libre de
hambre y necesidades.
Había hecho todo lo que pudo. No quería rendirse, pero hiciera lo que hiciera,
apenas podía levantar un dedo. Entonces, nuevamente, pensó, si su recompensa por llegar
hasta su límite personal era una muerte fácil, entonces quizá había valido la pena.
Después de un rato, pudo escuchar un zumbido que se confundía con el sonido de
la lluvia. Levantó los ojos, la espada cercana a su mejilla brillaba pálidamente. No podía ver
Doce Reinos

el costado de la espada desde su posición con la mejilla contra el barro, pero pudo ver
algunas formas en el agua de lluvia que salpicaba al caer sobre el acero pulido.
—¿Nakajima?
Era la voz de un hombre, era su profesor. No podía ver dónde se encontraba.
—Nakajima era una chica brillante, una de mis mejores estudiantes. Nunca daba
problemas.
Hablaba con alguien. Podía escuchar a la otra persona, tenía una voz gruesa de
hombre mayor.
—¿Vio señales de que podía estar asociándose con las personas equivocadas?
—No que yo supiera.
—¿No que usted supiera?
Su profesor se encogió de hombros.
—Era una estudiante excepcional, la mejor de su clase. Nunca me preocupé sobre
con quién pasaba su tiempo libre. Es la última chica que esperarías que se metiera en
problemas.
—Un hombre extraño vino a la escuela, ¿es eso cierto?
—Es verdad, pero… en ese momento, parecía que Nakajima no lo conocía. No
estoy seguro de qué estaba pasando. Pero aun así tengo mis dudas.
—¿Dudas?
El rostro de su profesor se retorció en una sonrisa irónica.
—Quizá esa no es la palabra correcta. No… estoy seguro de cómo decirlo. Verá,
Nakajima era una estudiante excepcional. Se llevaba bien con las otras chicas de su clase. Y
parece que se llevaba bien con sus padres también. Pero, ya sabe, eso no es posible.
—¿De veras?
—No estoy seguro de si debería decir esto, pero los profesores… bueno, cada uno
solemos tener un ideal de lo que debe ser un estudiante, ¿no? Sus amigos son iguales. Y los
padres, bueno, ellos tienen cosas que quieren para sus hijos también. Cada uno de nosotros
tiene sus intenciones, la idea de lo que una persona debe ser, y lo imponemos en ellos
quieran o no. Ahora, es poco probable que todos nosotros tengamos el mismo ideal en
mente sobre un estudiante en particular. Si los profesores y los padres cumplieran con sus
objetivos, el estudiante sería miserable. Por ejemplo, Nakajima. Era una «buena chica» con
todos, ¿no?
El otro hombre asintió.
157 Capítulo 4

—Bueno, si me lo pregunta, sólo nos mostraba la cara que queríamos ver. Lo que
pienso es que si Nakajima se llevaba tan bien con todos, no hacía énfasis en nadie,
¿entiende? No estaba cultivando conexiones reales con nadie.
—¿Ni con usted?
El rostro del profesor tomó una expresión amarga.
—Para ser brutalmente honesto, prefiero los estudiantes algo problemáticos, ya
sabe, los que precisan atención. Siempre pensé que Nakajima era una buena chica, pero
cuando se graduara, seguramente me olvidaría de ella. Todos lo haríamos. Probablemente
no la habría recordado cuando viniera a una reunión de reencuentro.
—Ya veo…
—No sé si Nakajima lo hacía adrede o si sólo intentaba ser una buena chica y eso
era todo. Si era un acto, no tengo idea de qué hacía a nuestras espaldas. Si no lo era, creo
que sería terriblemente triste cuando se enfrentara a la verdad. Se preguntaría quién era.
Quizá hasta querría desaparecer. Eso no me sorprendería.
Youko miraba fijamente la lluviosa imagen de su profesor, estaba atónita. La
imagen desapareció gradualmente y una chica apareció. Era una estudiante con la que
Youko se llevaba bastante bien.
—Escuché que eras amiga de Nakajima —preguntó el hombre de la voz gruesa.
La chica estaba asustada.
—Realmente no, no éramos mejores amigas ni nada por el estilo.
—¿En serio?
—Es verdad que hablábamos en la escuela, pero no nos reuníamos después de
clases ni nos llamábamos. Bueno, quizá una o dos veces, pero eso es sólo ser una
compañera de clase.
—Ya veo.
—Así que realmente no sé nada sobre ella, ¿de acuerdo? Sólo hablábamos de cosas
normales en clase.
—¿No te caía bien?
—No, no es que la odiara, pero tampoco pensaba que tuviera nada de especial.
Supongo que sólo estaba intentando ser sociable, no porque de verdad me interesara o algo
así.
—Mmm…
La próxima chica no fue tan amable:
—¿Nakajima? Era una hipócrita total.
Doce Reinos

—¿Hipócrita?
—Sí, por ejemplo, cuando molestábamos a alguien. Simplemente asentía y seguía la
corriente y decía «Sí, tienes razón» y cosas así, pero cuando la otra chica decía cosas malas
de nosotros, también asentía y le seguía la corriente. Siempre mostraba su cara amable para
todos… por eso es que no la soportaba.
—¿Amigas? ¿Nosotras? Ni loca. Ella servía para quejarse por tener que hacer tareas
y tal. Era buena escuchando porque simplemente asentía por cualquier cosa que le dijeras.
Eso es todo.
—Ya veo.
—Seguro que es por eso que huyó de casa. Estaría juntándose con gente rara a
escondidas, hablando mal de sus compañeras de clase y de los profesores. No me
sorprendería. Es decir, ¿no es esa una situación clásica? La buena chica con el oscuro
secreto.
—¿Así que crees que hay una posibilidad de que se viera envuelta en algún tipo de
incidente?
—Bueno, quizá peleó con la gente a la que veía en secreto. Sea como sea, no tiene
nada que ver conmigo.
Otra chica fue aún más lejos:
—¿Quiere que sea honesta? Me alegro de que se haya ido.
—Te molestaban en clase, ¿no?
—Sí.
—¿Y Nakajima también lo hacía?
—Ajá, me ignoraba con los demás, mientras pretendía ser una buena chica.
—¿Oh?
—Las otras chicas me decían cosas horribles y Nakajima sólo se sentaba ahí,
siguiéndoles la corriente pero sin hacerlo en realidad. Era como si no quisiera hacerlo pero
de todas maneras siguiera la corriente porque no quería que la odiaran. Hubiera preferido
que tomara una posición, ¿sabe? Era una cobarde.
—Creo que te entiendo.
—Allí estaba ella, la buena chica, mirándome con lástima. Pero no las detenía. Eso
me enfadaba aún más.
—Ya veo.
—Mire, se haya ido de casa o la hayan secuestrado o lo que sea, eso no tiene nada
que ver conmigo. Pase lo que le pase, entre ella y yo, yo era la víctima. No tengo… simpatía
159 Capítulo 4

por ella. Sólo espero no terminar como ella. Puede sospechar de mí si quiere. No me caía
bien, me alegro de que se haya ido y no mentiré sobre eso. Es la verdad.
Fue su madre la que salió a su defensa. Estaba encorvada en una silla.
—Era una buena chica. No era del tipo que huiría de casa, o que se juntaría con la
gente equivocada.
—Sí, pero parece que Youko no era feliz en casa.
La madre de Youko abrió los ojos sorprendida.
—¿Youko? No veo por qué no.
—Escuché que se quejaba con sus compañeras de que sus padres eran demasiado
estrictos —dijo el hombre.
—Oh, bueno, supongo que la regañábamos a veces, pero ese es nuestro trabajo
como padres, ¿no? No, no lo creo. Nunca pareció ser infeliz, ni en lo más mínimo.
—¿Así que no puede pensar en una razón por la que hubiera huido?
—Ni una. Simplemente es algo que ella no haría.
—¿Y qué pasa con el hombre que fue a la escuela buscándola?
—No sé nada de eso, no era el tipo de chica que se juntaría con desconocidos o,
o… gente rara.
—¿Entonces por qué cree que desapareció?
—Quizá cuando venía de la escuela, alguien…
—Lo siento, no tenemos evidencia de eso. Youko salió del salón de profesores con
un hombre y no se le ha visto más después. Aparentemente, el hombre no la obligaba a
seguirlo. Algunos de los profesores dicen que actuaba como si lo conociera.
La cabeza de su madre colgaba mientras escuchaba.
—Aparentemente, Youko dijo que no lo conocía, pero creo que aunque no se
hubieran visto antes, estaban relacionados por algo. Quizá tenían un amigo en común.
Estamos investigando eso.
—¿E… es verdad que Youko se quejaba de su vida en casa?
—Parece que es así.
Su madre se cubrió el rostro con las manos.
—No parecía infeliz, no parecía el tipo de chica que huiría o que se juntaría con la
gente equivocada a nuestras espaldas. Es verdad. No era alguien que involucraría a su
familia en una tragedia.
—Bueno, los jóvenes no suelen mostrar sus verdaderas personalidades ante sus
padres.
Doce Reinos

—Pero si recuerdo escuchar a las otras familias hablar de sus hijos y pensar qué
buena chica era Youko. ¿Quizá debía haber sospechado algo?
—Sí, bueno, nuestros hijos crecen contadas veces como quisiéramos. Mi hija es una
problemática empedernida.
—Es verdad, ¿no es así?... Parecía tan buena, hizo a sus padres sentirse orgullosos.
Supongo que… pudo habernos engañado. Quizá estábamos equivocados por confiar en
ella ciegamente.
Youko parpadeó.
No… Mamá…
Youko quería llorar, pero las lágrimas no salían. Movió los labios para decir las
palabras «No, eso no es verdad» una y otra vez, pero no emitió ni un sonido. La imagen
desapareció.
Youko yacía en un gran charco de agua de lluvia con su cara medio hundida en el
lodo, sin fuerzas para levantarse. Nadie de su antigua vida podría haber adivinado dónde
estaba ahora, ni siquiera en sus sueños más salvajes. Es por eso que dicen esas cosas. Porque no
tienen idea.
Arrojada en este mundo desconocido y brutal, pasando hambre sola y herida,
incapaz de siquiera levantarse… y sin embargo aquí estaba ella rechinando los dientes y
deseando más que nada volver a casa.
¿Casa?
¿A qué se refiere exactamente esa palabra?
Lentamente la verdad parecía tomar forma. Todo lo que tenía en el otro mundo
eran las personas… personas como las que había visto en la espada.
¿Casa?
Nadie estaría esperándola allí. No tenía nada y nadie la entendía. Mentiras.
Traiciones. Hasta donde sabía, este mundo y el otro tenían mucho en común.
Siempre lo he sabido.
Pero… Quiero ir a casa.
Youko rió, silenciosa e irónicamente. Quería reír con todas sus fuerzas, pero su
rostro congelado por la lluvia no se movía. Quería llorar también, pero no le quedaban
lágrimas.
Suficiente.
Había tenido suficiente, suficiente de todo. Youko permaneció allí y esperó a que
todo terminara.
161 Capítulo 5

CAPÍTULO 5

La lluvia seguía cayendo como delgadas tiras de seda bajando del cielo.
Youko estaba tirada de lado, con su mejilla en un charco, incapaz de levantarse —
incapaz de llorar— cuando de repente escuchó movimientos en la maleza tras ella. Sus
instintos le gritaban que mirara en esa dirección pero apenas podía levantar la cabeza para
ver qué se acercaba.
¿Un aldeano? ¿Un animal salvaje? ¿Un demonio?
Por supuesto, pensó, sea lo que sea, el resultado final será el mismo. No importa
que sea capturada, atacada o simplemente la dejen allí en el lodo, terminará en el mismo
lugar.
Muerta.
Lo que finalmente entró a su oscurecida visión no era nada de esas cosas. Ni
siquiera era una persona. Era una criatura peculiar del tipo que jamás había visto antes.
Parecía una rata. Se balanceaba sobre sus patas traseras, como hacen algunos
roedores, y se peinaba los bigotes justo como una rata. De hecho, la única cosa que no
parecía de rata era que estaba levantada sobre sus patas, era tan alta como un niño humano.
Así que, no era un animal salvaje común, pero tampoco era un demonio. Youko se había
encontrado con suficientes de esos para saber la diferencia.
Llevaba una gran hoja sobre su cabeza como un paraguas para evitar mojarse, lo
cual bordaba pequeñas cuentas de gotas plateadas en el verde casi transparente. Hermoso,
pensó Youko distraída.
La rata se quedo de pie, mirándola fijamente con una expresión de sorpresa, aunque
no excesivamente alarmada. Era un poco más gorda que las otras ratas que había visto en
su mundo. Su pelaje era de un color en algún lugar entre marrón y gris, y parecía muy
grueso, hasta esponjoso. Youko pensó en lo bien que se sentiría tocarlo. Las gotas de agua
que caían allí parecían cuentas. La criatura estaba cubierta de pelo por todas partes, hasta en
su cola, lo que era bueno, pensó Youko, porque no había una cosa que le diera más asco
que las colas desnudas de las ratas.
La cosa parecida a una rata se tocó los bigotes varias veces, y entonces, caminando
en sus patas traseras, se acercó a Youko. Se inclinó sobre ella, observándola. Una pequeña
pata tocó su hombro.
—¿Estás bien?
Doce Reinos

Youko parpadeó. La voz sonaba como la de un niño, pero sin dudas salía de la cosa
parecida a una rata que estaba de pie junto a ella. La criatura ladeó la cabeza, tenía una
expresión extraña en su cara.
—¿Qué pasa? ¿No te puedes mover?
Utilizando la poca fuerza que le quedaba, Youko movió el cuello para poder mirar
directamente a la cara de la criatura. Asintió. De alguna forma, el hecho de que esa cosa no
era un humano la hacía sentirse más tranquila.
La rata suspiró y estiró una pata.
—Vamos, mi casa está por allí.
Youko suspiró como respuesta, aunque no estaba segura de si era un suspiro de
alivio o de desesperanza.
Intentó tomar la pata de la criatura, pero sólo las puntas de sus dedos se movieron.
La rata acercó sus pequeños dedos cálidos alrededor de la fría mano de Youko.
Apoyada sobre el sorprendentemente fuerte roedor, Youko se permitió ser llevada,
tambaleando, hasta una pequeña casa entre los árboles. Recordó una entrada y caminar a
través de ella y entonces todo se desvaneció.
En las largas horas que siguieron, su consciencia iba a la deriva, la recobraba y la
perdía, vio muchas cosas pero su mente no encontraba el sentido de ninguna. No sabía
dónde estaba, o si había alguien allí con ella, o si se podría volver a levantar. Pasó por
ataques de sueño profundo alternando con ligeros sueños febriles, y cuando al fin se
despertó estaba dentro de una casa sencilla, sobre una cama rústica.
Miró confundida al techo por un rato y entonces se sentó de un salto. Saltando de
la cama, aterrizó sobre un suelo de madera y cayó inmediatamente. Sus piernas eran
completamente inservibles.
Aparentemente no había nadie más en la pequeña habitación. Mareada, Youko miró
alrededor, y entonces se arrastró hacia el pie de la cama, pero no encontró ninguna
amenaza. Había una pequeña mesa y un estante que eran un poco más que unas cuantas
tablas pegadas con alguna tela encima; sobre el estante, descansaban su espada y la joya
azul.
Youko dejó salir un suspiro de alivio. Después de frotarse las piernas para estimular
la circulación, finalmente logró levantarse y llegar hasta el estante. Se puso la joya alrededor
del cuello, tomó la espada y la tela que le había estado sirviendo de vaina improvisada y se
tumbó nuevamente en la cama. Envolviendo la espada, la puso junto a ella bajo las sabanas.
Ahora sí podía relajarse.
163 Capítulo 5

Por primera vez, Youko se dio cuenta de que estaba usando pijamas, alguien le
había cambiado sus harapos.
Sus heridas también habían sido tratadas. Sintió algo húmedo bajo su hombro y
estiró la mano para encontrar un paño mojado. Debió haberse caído de su frente cuando se
sentó. Se lo puso de vuelta y el contacto de la tela fría con su piel fue agradable. Poniendo
la sabana gruesa a la altura de su cuello, se aferró fuertemente a la joya, cerró los ojos y
suspiró nuevamente de alivio. Aunque su vida podía valer poco en ese momento,
reflexionó, todavía estaba feliz de haber sido salvada.
—Ah, estás despierta.
Youko se sobresaltó, buscó el origen de la voz, y descubrió al gran roedor de pelo
grisáceo entrando a la habitación. Llevaba una bandeja en una mano y un balde de madera
pálida en la otra.
Las alarmas sonaron en la cabeza de Youko. Si vivía como humano y hablaba como
humano, ni su apariencia amable era garantía de que tenía buenas intenciones.
La rata se acercó caminando casualmente, haciendo caso omiso a la mirada recelosa
de Youko. Puso la bandeja en la mesa y dejó el balde al pie de la cama.
—¿Y tu fiebre?
Una pequeña pata peluda se acercó. Youko se estremeció y la apartó. Retirando la
pata, la rata se tocó los bigotes, y entonces se agachó a recoger el paño que una vez más
había caído de la frente de Youko. Si notó el bulto que la chica tenía aferrada a su pecho, la
criatura no dijo nada. Lanzando el paño al balde, la rata miró a Youko a los ojos.
—¿Cómo te sientes? ¿Puedes comer?
Youko negó con la cabeza. La rata se tocó los bigotes nuevamente, y levantó una
taza de la mesa.
—Es medicina. ¿Puedes tomarla?
Youko sacudió la cabeza de nuevo. Estaba determinada a tener cuidado, no podía
exponerse al peligro nuevamente. La rata le dio una mirada desconcertada y entonces se
puso la taza en la boca. Mientras ella miraba, tragó algo del líquido.
—Es sólo medicina. Un poco amarga, pero no es imposible tomarla. ¿Y bien?
La rata le acercó la taza nuevamente, pero Youko volvió a negarse. La rata frunció
el ceño y se rascó tras una oreja.
—Supongo que tu fiebre se habrá ido. ¿Entonces qué comerás? Debes comer y
beber o te morirás. ¿Qué tal algo de té? ¿Leche de cabra? ¿Quizá algo de avena?
Youko no dijo nada, y la rata olisqueó perpleja.
Doce Reinos

—Has dormido tres días. Si quisiera herirte, ya lo habría hecho, ¿no crees? —La
criatura señaló con el hocico hacia el bulto en brazos de Youko—. Y tienes tu espada
escondida allí. ¿Quizá es que no confías en mí?
Youko miró a los ojos negros como cuentas que la observaban, y finalmente soltó
la espada, dejándola en la cama junto a sus piernas estiradas.
—¡Bien! —dijo la rata con una expresión de satisfacción. Él (Youko había decidido
que era un «él»), estiró una pata y Youko no se estremeció esta vez. La pequeña palma tocó
su frente brevemente.
—Todavía estás un poco caliente, pero estás mucho mejor. Necesitas dormir. ¿Hay
algo que quieras?
Youko hizo una pausa y entonces una débil voz dijo con voz ronca:
—Agua.
Las orejas de la rata se movieron.
—¡Agua! Bien, puedes hablar. Iré a buscar un poco. Y si te vas a sentar, mantén el
paño en tu frente.
Youko asintió, pero la rata ya estaba de espaldas para salir de la habitación, su cola
de pelaje corto se mecía tras él. Pronto regresó con una jarra de agua, una taza y un
pequeño tazón. El agua había sido hervida y todavía estaba un poco cálida. Era deliciosa.
Youko bebió varias tazas llenas y entonces observó el tazón. Contenía un brebaje de color
naranja rosáceo que olía fuertemente a alcohol.
—Qué… ¿qué es esto?
—¡Melocotones! Encurtidos en vino y hervidos en azúcar. Seguro que puedes
comer estos.
Youko asintió y miró a la rata.
—Gracias.
La rata peinó sus bigotes de punta a punta. El pelaje en sus mejillas se infló y sus
ojos se entrecerraron. Estaba sonriendo.
—Mi nombre es Rakushun, ¿y el tuyo?
Youko dudó antes de responder.
—Youko.
—¿Youko? ¿Cómo escribes eso?
Youko tuvo que esforzarse para no quedar boquiabierta de la sorpresa. Supongo que
no debería estar sorprendida, pensó. Si habla, ¿por qué no va a escribir?
165 Capítulo 5

—Bueno, el you es carácter para sol, y el ko es el carácter de niño —explicó,


haciendo un gesto.

—Sol y Niño, ¿eh? —Rakushun ladeó la cabeza con curiosidad, y entonces


sonrió—. Qué nombre gracioso. ¿De dónde eres?
Youko sintió que debía responderle algo, así que, dudando un poco, dijo:
—Kei. Del Reino de Kei.
Doce Reinos
167 Capítulo 5

—¿Kei? ¿Qué parte de Kei?


Por supuesto, Youko no conocía ningún lugar de Kei, así que dijo la primera
palabra que se le ocurrió.
—Hairou.
—¿Eh? ¿Dónde queda eso? —Rakushun se rascó bajó la oreja, una vez más
perplejo—. Supongo que no importa. Duerme un poco. ¿Puedes beber la medicina?
Esta vez, Youko asintió.
—Eh, ¿cómo escribes Rakushun?
—¡Como yo! Feliz… ¡y rápido! —E hizo un gesto.

—¡A tus órdenes! —La rata sonrió e hizo una reverencia.

Youko durmió el resto del día, se despertaba ocasionalmente y veía a Rakushun


moviéndose alrededor, llevándole medicina o limpiando. Se dio cuenta de que la criatura
rata vivía sola.
—Así que tiene cola, ¿por eso todo estará bien, mmm?
Era la mitad de la noche. La cabeza del mono azul se asomaba desde el pie de la
cama de Youko.
—¡Sólo te traicionarán nuevamente!
Youko miró alrededor con tristeza. Rakushun no estaba allí. Había dos camas en el
dormitorio, pero no dormía allí, aunque Youko dudaba que hubiera más habitaciones en la
casa.
—¿No es mejor que te vayas? Es mejor escabullirse y no que tomes tu último
aliento bajo este techo, ¿mmm?
Youko no respondió. Sólo se sentó allí en silencio, dejando que la voz del simio
continuara la alharaca. ¡Sé lo que haces, mono! Él era la personificación de las preocupaciones
que la acechaban desde lo más profundo de su mente, ese mono sólo estaba allí para darle a
sus miedos una voz, para alimentarse de su creciente inseguridad.
Escuchó un sonido familiar y el mono azul trepó sobre el edredón, subiendo hasta
la cabecera de la cama para descansar junto en su almohada. Su pequeña cara miraba directa
a los ojos de Youko.
Doce Reinos

—¡Ataca tu primero antes de que pase algo! Ataca primero, ataca rápidamente. Es la
única forma de sobrevivir, ¿mmm?
Youko se puso boca arriba y miró al techo.
—¿Quién ha dicho que confío en Rakushun?
—¿Oh?
—No puedo moverme. ¿Qué más puedo hacer? Tengo que quedarme aquí, al
menos hasta que pueda utilizar nuevamente la espada. Es eso o convertirme en comida de
demonios. —La herida en su mano derecha era profunda. Había sostenido la joya todo el
día desde que despertó en este lugar, pero todavía le faltaba la fuerza necesaria para
apretarla firmemente.
—¿Pero y qué pasará si se da cuenta de que eres una kaikyaku? Oh, y estás aquí tan
desprotegida. El magistrado podría tocar a la puerta en cualquier momento.
—En ese caso dejaré que la espada hable por mí. Estoy segura de que puedo con
cuatro o cinco oficiales. Mientras tanto… usaré a la rata.
No tengo amigos aquí.
Pero nunca había necesitado ayuda tan desesperadamente. Al menos hasta que
pudiera tomar la espada, hasta que su fuerza regresara, permanecería en este lugar.
Necesitaba descanso, comida y medicina.
Youko no sabía si Rakushun era amigo o enemigo, pero ahora mismo, eso era lo de
menos. La criatura le proveía lo que necesitaba. Estaba feliz de dejarle hacerlo hasta que sus
verdaderos motivos salieran a flote.
—¿Estás segura de que no hay veneno en tu comida? Y esa medicina… es muy
sospechosa.
—Estoy teniendo cuidado.
—¿Todo fríamente calculado?
El mono azul continuó con su letanía de peligros, diciendo todas las
preocupaciones de Youko. Responderle era como hablar consigo misma, tratando de
aplacar sus propios miedos.
—Si realmente quisiera hacerme algo, ya ha tenido muchas oportunidades mientras
estaba inconsciente. No tiene por qué poner veneno en mi comida. Ha tenido
oportunidades más que suficientes para matarme.
—Quizá está esperando algo, ¿mmm? ¿Refuerzos?
—Entonces es mejor que recobre toda la fuerza que pueda.
—¡Tal vez quiere ganarse tu confianza para luego traicionarte!
169 Capítulo 5

—Entonces pretenderé que confío en él hasta que vea sus verdaderas intenciones.
El mono empezó a reír repentinamente.
—Eres difícil, ¿mmm?
—Lo sé ahora. Sé cómo es el mundo.
No tengo amigos. No tengo destino, ni forma de volver a casa. Estoy sola. Sin embargo, debo
sobrevivir.
De alguna forma, no tener nada hacía que su vida fuera más valiosa. Si cada ser vivo
en este mundo quería que Youko muriera, entonces viviría, aunque fuera sólo para
restregarlo en sus caras. Si todo en este mundo al que había sido arrastrada no quería que
regresara, entonces volvería a casa.
No quiero rendirme. No debo rendirme. Viviré, encontraré a Keiki y volveré a Aquel Lugar.
Aunque sea mi enemigo, lo obligaré a que me lleve a casa.
—¿Y por qué querrías volver a casa?
—Me preocuparé por eso cuando esté de vuelta.
—¿Por qué simplemente no mueres y terminas con todo?
—Si a nadie le importa si vivo o muero, entonces con más razón me importará.
—La rata te traicionará. Lo sabes.
Youko miró hostilmente al mono.
—¿Cómo podría traicionarme si no confío en él?
Se ha debido dar cuenta mucho antes. Youko era una kaikyaku, por esa razón la
perseguían. Los kaikyaku no tienen amigos, no tienen aliados y no tienen un lugar en este
mundo. Ya lo sabía y aun así había dejado que Takki y Matsuyama la engañaran tan
fácilmente. En vez de confiar en ellos y ser traicionada, fingiría que confiaba en ellos y los
usaría: los usaría para poder sobrevivir.
Usar lo que puedas usar. ¿Qué tiene eso de malo?
Tanto Takki como Matsuyama habían usado a Youko para ganar dinero, así que
Youko utilizaría a Rakushun para su curación. Era simple.
—Creo que veo el nacimiento de una gran villana, ¿mmm? ¡Tú!
—No tengo problemas con eso —murmulló Youko, moviendo la mano frente al
rostro del mono como si estuviera espantando una mosca molesta—. Estoy cansada. Vete
ya.
El mono la vio con una expresión extraña, como si se hubiera tragado algo amargo.
Se dio la vuelta y se metió en el borde de la manta, desapareciendo.
Youko lo vio partir y sonrió ligeramente.
Doce Reinos

Hablarle al mono le estaba ayudando a enfrentarse a sus sentimientos y


preocupaciones con éxito.
A él también puedo usarlo.
—¡Villana!
Escuchó una pequeña risa burlona desde alguna parte de la habitación.
A Youko no le importaba. Era mejor ser una villana que ser usada una vez más por
otra persona. No dejaría que nadie la pusiera en peligro nuevamente. Se protegería a sí
misma.
Tenía razón en hacer lo que hice en ese momento.
Youko recordó a la mujer y a la niña que había encontrado en la montaña. No la
habrían traicionado, porque ella no les habría dado la oportunidad.
A Rakushun tampoco le daré la oportunidad.
Así sería como sobreviviría.
Todavía había muchas preguntas sin respuestas y todo parecía implicar una
amenaza o una coacción. ¿Por qué Youko había sido traída a este mundo? ¿Por qué Keiki
la llamaba su «ama»? ¿Por qué iban tras Youko? Y esa mujer con el pelo dorado de Keiki,
¿quién era y por qué atacó a Youko?
Los demonios atacan indiscriminadamente, no atacan a gente en particular.
¿Entonces por qué siempre me atacan? La mujer del cabello dorado abrazó el cadáver de un perro-
demonio como si sintiera pena por él.
¿Era su amigo? ¿Ella controla a los demonios como Keiki controla a las criaturas que van con él?
¿Fue ella quien envió a esos perros endemoniados para atacarme? Cuando hablaba con el loro parecía no
querer hacerlo, casi como si estuviera siguiendo órdenes para atacar… ¿entonces quién dio las órdenes?
¿Keiki sólo estaba siguiendo órdenes cuando fue por mí?
No entendía nada, lo que la enfadaba más. Encontraría las respuestas de alguna
forma.
Inconscientemente, apretó las manos en puños y sus uñas largas se clavaban en sus
palmas. Al levantar las manos para ver sus dedos, Youko vio que sus uñas partidas y
astilladas se habían convertido en afiladas y puntiagudas… eran las uñas de una bestia.
Sólo los demonios y los hechiceros pueden cruzar el Mar del Vacío.
Youko no era ni un mago ni un dios.
¿Y qué tal un demonio?
Recordó el sueño que había tenido a las orillas del Mar del Vacío, en el que se
convertía en una bestia de pelaje rojo. ¿Realmente había sido sólo un sueño?
171 Capítulo 5

Su otro sueño —el otro que había tenido todas las noches antes de llegar aquí— se
había hecho realidad. ¿Quería decir eso que el otro sueño también se haría realidad?
¿Y qué si el que mi cabello se pusiera rojo y mis ojos verdes eran sólo un paso para convertirme en
otra cosa? Quizá ni siquiera soy humana. Quizá soy un demonio.
Era terriblemente aterrorizante, y al mismo tiempo, extrañamente, casi divertido.
Podía gritar, podía chillar, podía llevar una espada, podía hacer que la gente se
encogiera de miedo ante ella. Algo en eso le producía alegría. En el mundo donde había
nacido, Youko jamás le habría levantado la voz a nadie, nunca hubiera menospreciado a
nadie. De hecho, siempre había pensado que esa clase de comportamiento era malo o
errado. ¿Quizá era porque no conocía nada más?
Tal vez la propia consciencia de Youko siempre había sabido que era un demonio,
una bestia salvaje. Sabía que no podría haber vivido en el mundo en el que nació, así que se
había mentido, esperando su oportunidad, pretendiendo ser indefensa y civilizada por
tantos años…
Es por eso que nadie sabía quién era yo. Así es.
Youko se desvaneció en un sueño profundo.

La casa de Rakushun era bastante simple, era del tipo que Youko había visto a
menudo en las aldeas mientras vagaba por la campiña. Mientras que casi todos los edificios
que había visto eran pobres, este seguramente estaba entre los más paupérrimos.
Usualmente, las casas de este tipo se agrupaban en pequeñas aldeas, pero esta casa estaba
sola sobre una colina. No había otros lugares a la vista.
Pero aunque la casa era pobre, no era particularmente pequeña, no era mucho más
pequeña que una casa humana normal. Parecía estar fuera de lugar con el tamaño de su
diminuto anfitrión. No sólo el edificio, pero todos los utensilios y muebles parecían
construidos para un humano. Qué raro, pensó Youko.
—Rakushun, ¿dónde viven tus padres?
Desde que Youko se había recuperado lo suficiente para caminar, se entretenía
ayudando a la rata en la casa. Ahora mismo estaba vertiendo agua en un tazón de metal que
iba en la parte de abajo de una gran estufa de ladrillos. Su mano derecha, que llevaba un
balde, seguía envuelta en vendajes, pero la herida debajo estaba casi completamente
cerrada.
Doce Reinos

Rakushun dejó de echarle leña al horno y miró a Youko.


—No tengo padre. Mi madre se fue de viaje.
—¿…De viaje? No la he visto desde que estoy aquí. ¿Se fue lejos?
—No, no. Fue a una ciudad cercana. Consiguió un pequeño trabajo allí. Aunque
debía volver anteayer, pero como no lo ha hecho, supongo que le habrán dado más trabajo.
Así que su madre podrá volver en cualquier momento.
—¿Qué hace tu madre?
—Es una sirvienta durante el invierno. En verano trabaja en los campos como los
demás. Pero aun así, si la llaman durante el verano, va a la ciudad a cumplir con su trabajo.
—Ya veo…
—¿Estabas en camino a alguna parte, Youko?
Youko tenía que pensar en eso. Realmente no se estaba dirigiendo a ningún lugar
en particular. Pero no le importaba admitir que había estado vagando sin rumbo. Miró a su
anfitrión.
—Co… ¿conoces a alguien llamado Keiki?
Rakushun se quitó algunas astillas de madera del pelaje.
—Estás buscando a alguien, ¿eh? ¿Es de por aquí?
—No sé de dónde es.
—Mmm, lo siento, pero no conozco a ningún Keiki.
—Lo supuse —Youko se volvió hacia el horno—. ¿Hay otra cosa que pueda hacer?
—No, no. No curé tus heridas para que trabajaras hasta morir. Debes descansar.
No hubo que decírselo dos veces a Youko. Encontró una vieja silla desvencijada, y
cayó pesadamente, sintiendo el frío piso de la tierra bajo sus pies descalzos.
Miró hacia la silla junto a ella, donde había dejado la espada envuelta en la tela.
Youko nunca la alejaba de su lado, y Rakushun nunca lo mencionó.
—Me preguntaba… —la criatura le habló a Youko con su voz infantil, con el
brillante pelaje de su espalda todavía en dirección a Youko—. ¿Por qué estabas vestida
como hombre?
Youko recordó que había despertado de su delirio inconsciente con ropa nueva. Se
podía imaginar la sorpresa al momento de quitarle los harapos.
—Los caminos no son seguros para una mujer sola.
—Sí, es cierto.
Rakushun se acercó silenciosamente, llevaba una jarra de arcilla. El aroma de algo
recién preparado inundaba la habitación. La rata puso dos tazas en la mesa y miró a Youko.
173 Capítulo 5

—Próxima pregunta. ¿Por qué no tienes una vaina para esa espada?
—La perdí —respondió Youko. Casi lo había olvidado, pero ahora sus memorias
llegaban de golpe. Cuando cruzó el Mar del Vacío le dijeron que no separara la espada de
su vaina. Pero aun así, no parecía que mucho le había pasado por haberla perdido. Estaba
casi segura de que se referían a que no debía perder la joya, había demostrado su valor
muchas veces ya.
Rakushun asintió y murmulló para sí mismo mientras trepaba a una silla, era igual a
un pequeño niño peludo.
—Debes conseguir una nueva vaina. Es una buena espada la que tienes allí. No la
querrás tener llena de muescas.
—Sí, supongo que debo hacerlo —respondió Youko con desgana.
Rakushun la miró con sus ojos color negro azabache. Ladeó la cabeza con
curiosidad.
—Dices que vienes de Hairou, ¿no?
—Así es.
—No hablas de Kei, ¿no es así? Hairou es una aldea en la parte este de la Prefectura
Shin, si no me equivoco.
Es verdad, pensó Youko, ese era el nombre de la ciudad a la que llegó al principio. ¿Por qué
dije eso?
—Un gran shoku pasó por allí hace poco, ¿no?
Youko no respondió.
—Escuché que trajo un kaikyaku. Escuché que se escapó.
Youko miró fijamente a Rakushun. Inconscientemente, su mano se estiró para
coger la espada en la silla junto a ella.
—¿Qué insinúas?
—Según lo que escuché, se dice que el kaikyaku era una chica. De dieciséis o
diecisiete años, de cabello rojo. Oh, y también tiene una espada. Pero sin vaina. Te teñiste
el cabello, ¿no, Youko?
Youko tomó la empuñadura de la espada con los ojos fijos en Rakushun. No podía
leer nada en la expresión de la rata, que repentinamente le parecía inescrutablemente
inhumana.
—Lo escuchamos del magistrado.
—¿Y…?
Doce Reinos

—No tienes por qué asustarte. Si quisiera entregarte, lo habría hecho cuando los
oficiales vinieron el otro día, ¿no crees? Tu cabeza vale mucho, ¿sabes?
Youko desenvolvió la espada y se puso de pie, blandiendo la espada que brillaba en
la débil luz de la habitación.
—¿Qué quieres?
La rata levantó la mirada, sus ojos como cuentas brillaban, y se tocó los suaves
bigotes.
—Sacas conclusiones apresuradas, ¿eh?
—¿Por qué me protegiste?
Rakushun sonrió y se rascó una oreja.
—¿Que qué quiero? Bueno, así no son las cosas. Una vez te encontré, no podía
dejarte tirada en el lodo. Así que te cuidé. Y cuando los oficiales vinieron, bueno, no podía
simplemente entregarte después de haber pasado por tantos problemas, ¿no crees?
Youko no confiaba en sus palabras. Si confías tan fácilmente, te arrepentirás.
—Los kaikyaku van a donde el magistrado. Si tienes suerte, te encierran para que te
pudras en una celda. Si no tienes suerte, te cuelgan. Francamente, pensé que serías de los
segundos.
—¿Y qué te hace pensarlo?
—Porque piensan que eres peligrosa. Los demonios atacaron cuando intentaron
llevarte ante el magistrado, ¿no? ¡Demonios! Pero escapaste.
—Esos demonios… yo no tengo nada que ver con eso.
—No lo creo —dijo la rata, asintiendo—. Los demonios no atacan a las personas
tan fácilmente. No, no creo que los hayas llamado… creo que iban tras de ti. ¿Estoy
equivocado?
—No… no lo sé.
Rakushun sorbió su té.
—Sí, supuse que seguramente serías considerada uno de esos supuestos mal
kaikyaku. Especialmente si te persiguen demonios.
—¿Y?
—Si te envían ante el magistrado, bueno, las probabilidades que tendrías serían muy
bajas, si me entiendes. Supongo que la única cosa que queda por hacer es huir, pero si no
sabes hacia dónde huir…
Youko se sentó en silencio.
175 Capítulo 5

—Que sería tu caso, ¿no? Supongo que sí, si estás merodeando en un lugar como
este. Debes ir al Reino de En.
Youko miró fijamente la cara de Rakushun. La expresión de la rata seguía siendo
imposible de leer. Al menos, estaba del lado de Youko.
—¿Por qué? ¿Por qué me ayudas?
—¿Tú podrías sólo quedarte de pie y ver como matan a alguien? —demandó
Rakushun, sonriendo—. Lo siento, pero no soy del tipo que se asocia con criminales, ni
con gente cuyas cabezas tienen precios. Pero que te maten sólo porque eres una kaikyaku…
bueno, eso es diferente.
—Pero soy un mal kaikyaku, ¿no?
—Claro, seguro eso es lo que pensará el magistrado. Pero yo no sé nada de
«buenos» o «malos» kaikyaku. A mi parecer, las personas le temen a lo que desconocen.
—¿Y qué pasa con un mal kaikyaku arruinando al reino?
—Superstición.
La rápida respuesta de la rata hizo sospechar más a Youko. Recordó a otra persona
que había usado esa palabra «superstición». Una mujer.
—¿Y entonces qué? ¿Si voy al reino de En estaré segura allí?
—Creo que sí. El rey de En no cuelga kaikyaku como los demás. Los kaikyaku de
allí viven como gente normal. Para mí, eso es prueba de que no hay tal cosa como malos y
buenos kaikyaku. Y también es por lo que pienso que debes dirigirte a En. Y… —
Rakushun miró la espada—. ¿Quizá podrías considerar apartar esa cosa puntiaguda?
Youko dudó por un largo tiempo antes de guardar la espada.
—¡Siéntate! El té está frío.
Youko finalmente tomó asiento. No entendía qué era lo que quería Rakushun.
Ahora que sabía que era una kaikyaku, sentía que debía irse lo antes posible, pero antes
quería saber sobre este tal Reino de En.
—¿Sabes cómo está organizada la tierra por aquí?
Youko negó con la cabeza. Rakushun asintió, y entonces, tomando la taza, se bajó
de la silla y se movió hacia el lado de la mesa donde se encontraba Youko. Ella seguía
sentada con la mano sobre la espada, viéndolo caminar sobre el piso sucio.
—Aquí donde estamos es la aldea de Kahoku, en la Prefectura Anyou —explicó la
rata, dibujando un mapa en el suelo con su dedo—. Bien, aquí está el Mar del Vacío, y la
Prefectura Shin de donde vienes, está por aquí —Señaló un área en lo que aparentemente
era la costa este de la tierra que estaba dibujando—. Creo que Hairou está por aquí, así que
Doce Reinos

has venido caminado en dirección sudoeste. En otras palabras, has caminado desde la
costa, hasta el centro de Kou. Pero claro, deberías estar yéndote de Kou, así que has ido en la
dirección equivocada.
Youko miró el mapa, sus sentimientos se agitaban dentro de ella. ¿Podría confiar en
esta criatura? ¿Estaría alterando el mapa de alguna forma? A pesar de sus dudas, lo miró
fijamente, absorbiendo todos los detalles. Esta era la información que necesitaba.
—Dirígete hacia el oeste desde aquí, y llegarás a la Prefectura Ryou del Norte. Sigue
hacia el oeste desde allí y llegarás a uno de los mares interiores, Seikai: el Mar Azul. En la
otra orilla de ese mar, está el reino de En.
El pequeño dedo de Rakushun dibujó sobre el suelo, unos caracteres
sorprendentemente elegantes. Primero el del Mar Azul:

Y para En:

—¿Así que primero debo dirigirme a Ryou del Norte?


—Así es. Luego debes llegar a la ciudad portuaria de Agan. De allí puedes subir a
un barco hacia En.
—¿Un barco?
¿Acaso podré subir a un barco? Si el puerto está vigilado, estaré yendo directo a una trampa.
—Creo que estarás bien —dijo Rakushun, como si pudiera leer su mente—. La vía
más rápida hacia Shin es ir directo al norte sobre las montañas de Kei. Ni los que te buscan
de parte de la oficina del magistrado pensaron que vendrías todo este camino hasta el oeste.
Así que de cierta forma, fue bueno el que te hayas perdido. Hay un anuncio de personas
buscadas que está repartiéndose en las aldeas, pero buscan a una chica joven de pelo rojo.
Si sólo pudieras hacer algo respecto a la espada, creo que serías capaz de pasar.
—Sí —dijo Youko de pie—. Gracias.
Rakushun la miraba fijamente un poco sorprendido.
—Oye, no pretenderás irte ahora, ¿no?
—Debo darme prisa. Siento tener que irme tan pronto después de todo lo que me
has cuidado. Me gustaría poder devolverte el favor…
Rakushun se puso rápidamente de pie.
—Espera. Cielos, qué precipitada eres.
—Pero…
177 Capítulo 5

—¿Qué harás una vez llegues a En? ¿Piensas preguntarle al primer extraño que
encuentres si ha visto a ese tal Keiki? ¿Al menos sabes cómo llegar al barco? ¿O cómo
buscar ayuda cuando llegues a En?
Youko bajó la mirada, sintiéndose tonta de repente. El sólo hecho de tener un
destino era un cambio tan gigantesco comparado con el viaje sin rumbo que venía
haciendo, que sintió que ya estaba allí; pero ahora Rakushun estaba señalando las otras
dificultades obvias que tendría. Empezó a sospechar que apenas se había enfrentado a una
décima parte de las dificultades que la esperaban.
—Todo requiere preparaciones, ¿ves? No estés tan ansiosa y te des prisa. Si evitas
hacer lo que debes hacer en este momento, sólo te encontrarás en problemas más adelante.
Por dentro, Youko todavía temía que la rata la estuviera llevando a algún tipo de
trampa, pero era cada vez más obvio que todavía no terminaba de depender de Rakushun.
—¿Y bien? ¿Comemos? Necesitas fuerza. Llegar a Agan es un mes de viaje.
Youko bajó la cabeza una vez más.
Esperaría, al menos hasta poder recobrar completamente su fuerza. Decidió que
para ese momento ya sabría las verdaderas intenciones de Rakushun. Quizá esta vez había
tenido suerte o tal vez todo era parte de un plan secreto. No obstante, Rakushun sabía más
sobre ella que ella sobre él. Sabía de dónde era y que iba a Agan, y que de allí iría al reino de
En. Algo que debía hacer antes de partir, era igualar la situación.

—Escuché que fue un shoku inusualmente grande —dijo Rakushun, trayendo el


tema mientras limpiaban las sobras del almuerzo.
—Eso me dijo la anciana en Hairou.
—Escuché que la parte occidental de la Prefectura Shin perdió toda la cosecha de
trigo del año. Será un invierno duro.
Youko asintió con la cabeza. Escuchar sobre la destrucción hacia que le doliera el
corazón.
Evidentemente Rakushun notó su expresión de tristeza.
—No dejes que te moleste, Youko —dijo amablemente—. No es tu culpa, ¿vale?
—No es… Estoy bien.
Doce Reinos

Youko se dio prisa en terminar su tarea, sacando las cenizas con una pala del fondo
de la estufa de ladrillos, y entonces sintió una cola de pelo corto tocarle suavemente la
mano.
—Los shoku no aparecen porque vengan los kaikyaku. Los kaikyaku vienen porque
hay un shoku.
Youko tiró las cenizas en una pequeña caja de madera y entonces tomó los
pequeños pedazos de carbón que no habían sido quemados y los puso en una caja
diferente.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo ella después de un tiempo.
—¿Qué pasa?
—¿Qué es un shoku? —Ella había escuchado de una anciana de Hairou que era
como una tormenta, pero no estaba segura de que eso lo explicara todo.
—¿Eh? ¿No sabes qué es un shoku? Supongo que no hay de esos de donde vienes.
—Bueno, usamos los mismos caracteres de shoku en las palabras japonesas para
eclipse solar y lunar. —Youko escribió ambas palabras con su mano sobre la mesa, primero
nisshoku, o eclipse solar:

Luego gesshoku, o eclipse lunar:

—¿Sí? —respondió Rakushun, levantando una poblada ceja—. Bueno, supongo


que podrías llamarlo eclipse, pero no tiene nada que ver con el sol o la luna. Como te dijo la
anciana, es una tormenta. Pero mientras las tormentas normales se forman de viento y
agua, un shoku se forma de poderes espirituales.
—¿Pero cae la lluvia y sopla el viento?
—Así es. Algunos shoku llegan como si fueran tormentas normales con fuertes
vientos soplando en todas direcciones. Esos shoku, los pequeños, no hacen mucho daño.
Es cuando la tierra tiembla y los relámpagos suenan, y los ríos fluyen al revés y que el suelo
cede de repente; es en ese momento cuando te encuentras con un verdadero shoku. Dicen
que en Hairou el Lago Youchi se desbordó y desapareció. ¡No quedo ni un rastro de un
lago entero!
Youko se detuvo mientras quitaba las cenizas de sus manos.
—¿Es así de grave?
179 Capítulo 5

—Como te dije, depende del shoku. Pero ya puedes ver por qué las personas le
temen más a un shoku que a una tormenta normal. Nunca sabes lo que pasará en un shoku.
—¿Y qué los crea? No hay nada como eso en mi mundo.
Rakushun vertió té con una expresión seria, cada movimiento era calculado.
—Verás, el shoku ocurre cuando Aquel Lugar se mezcla un poco con Este Lugar,
es como si se solaparan, hay un choque. Los dos mundos normalmente se mantienen
separados, pero cuando colisionan, el desastre aparece. No tengo los detalles muy claros,
pero eso es lo que he escuchado.
—¿Aquel Lugar… y Este Lugar? —Youko preguntó, sorbiendo un poco del té
caliente. El té que Rakushun servía se parecía un poco al té verde. Sin embargo, el aroma
era completamente diferente, y el sabor era más como el de un té herbal.
—Por «Aquel Lugar» nos referimos a las tierras al otro lado del Mar del Vacío. Por
«Este Lugar», me refiero a… bueno, a aquí. Este mundo. No hay nombre para eso.
Youko asintió.
—El Mar del Vacío rodea todas las tierras del mundo conocido. No hay nada más
allá.
—¿Nada? ¿Pero no acabas de decir que Aquel Lugar está al otro lado del Mar del
Vacío?
—Bueno, está y no está. Verás, puedes subir a un barco y navegar por siempre y
jamás llegarías al otro lado. He escuchado de personas curiosas que lo intentan para
comprobarlo ellos mismos, pero nunca vuelven.
—¿Pero si continuaras por suficiente tiempo no tendrías que volver al lugar de
donde saliste? O… ¿me quieres decir que este mundo es plano?
Rakushun subió a su silla y miró seriamente a Youko.
—Claro que el mundo es plano. ¡Si no lo fuera todos nos caeríamos!
La rata casi entra en pánico. Youko rió.
—Lo siento, supongo que todavía no sé mucho de este mundo.
De un lado, su peludo compañero cogió una nuez que estaba en la mesa y la puso
frente a ellos.
—Mira, en la mitad del mundo está el Monte Suusan.
—¿Suusan?
—Sí, se escribe con gran y montaña, así:
Doce Reinos

Al menos ese es el nombre oficial. Simplemente la llamamos Gran Montaña,


aunque algunos la llaman el Pico Central. A los cuatro lados hay otros picos: Houzan, o la
Montaña del Ajenjo al este; Kazan, la Montaña del Esplendor al oeste; Kakuzan, la
Montaña de lo Apremiante al sur; y Kouzan la Montaña de la Constancia al norte; son
cinco montañas en total. La historia dice que la montaña occidental se solía llamar Taishan.
El emperador del reino del norte de Tai cambió la forma en que se escribía el apellido de su
familia del carácter que significaba «generaciones» al que significaba «calma pacífica», al
igual que Taishan. Por respeto a él, Taishan se convirtió en Houzan. Juntas se les llama
Gozan, las Cinco Montañas.
Youko asintió, intentando recordar todos esos nombres desconocidos.
—Alrededor de esas cinco montañas está el Kokai, el Mar Amarillo:

Se le dice mar pero no es nada como el mar normal, no es del tipo que tiene agua.
Es un páramo desolado lleno de piedras, desiertos, pantanos y marañas de árboles.
Youko vio cómo Rakushun dibujaba los caracteres con su dedo.
—¿Has estado allí?
—Claro que no. El Kokai está rodeado de cada lado por las cuatro Montañas
Diamante. Dentro de sus fronteras no hay lugar para los mortales.
—Ya veo —dijo Youko, sin entender nada en realidad. El mapa que Rakushun
armaba con nueces en la mesa parecía un antiguo mapa del mundo, antes de que los mapas
reales se hicieran, basados más en mitos y leyendas que en cartografía científica.
—Los cuatro mares internos están alrededor de las Montañas Diamante, y los ocho
reinos, de los cuales Kou hace parte, los rodean. Alrededor de ellos, está el Mar del Vacío.
En el Mar del Vacío, cerca del continente, hay cuatro grandes islas, cada una tiene un reino
también. Así que estas cuatro, más ocho que están alrededor de las Montañas Diamante,
suman en total doce reinos.
Youko observó a las nueces acomodadas de forma geométrica sobre la mesa. Le
recordaban a una flor, con las cinco montañas en el centro y los reinos alrededor como
pétalos.
—¿Y no hay más?
—Nada. Más allá del Mar del Vacío sólo hay un mar de nada que se extiende hasta
el fin del mundo. Aunque (y es aquí donde entra Aquel Lugar) —La voz de Rakushun se
volvió un murmullo—, dicen que hay una isla extraña en la esquina oriental del Mar del
181 Capítulo 5

Vacío, un lugar al que no puedes acceder por vías normales. En realidad es una leyenda.
Los cuentos lo llaman la tierra de Hourai… aunque he escuchado a algunos llamarlo Japón.
Mientras hablaba, Rakushun escribía los caracteres para Hourai:

Y luego para Japón:

Espera un segundo, pensó Youko, esa es la palabra antigua para Japón… ¿Cómo se
pronunciaba? ¿Wa?
—¿No te refieres a Japón? —preguntó Youko, escribiendo los caracteres modernos
de Japón:

—No —respondió Rakushun, señalando nuevamente el Wa que había escrito.


Youko se mordió el labio. ¿Sería trabajo del traductor invisible?
—Dicen que los kaikyaku vienen de Wa —dijo Rakushun, mirando a Youko.
Los ojos de Youko se abrieron como platos. Esta vez había escuchado claramente
que decía «Wa». Quizá el traductor había decidido que ahora que sabía la palabra, no era
necesario convertirla a «Japón». Esto era cada vez más misterioso.
—No sabría qué decirte, pero siempre que hablan de un kaikyaku mencionan la
palabra Wa. Algunas personas arriesgadas hasta han intentado cruzar el mar para buscar a
Wa. Pero nunca regresaron, por supuesto… pero supongo que no esperabas que dijera que
sí.
La mente de Youko estaba acelerada. Si Japón realmente estaba cruzando el Mar
Vacío, entonces había una oportunidad de subir un barco hacia el este y regresar a casa. Sin
embargo, aunque la idea afloró, sabía que era un sueño sin esperanzas. Después de todo,
ella había venido a través del reflejo de la luna sobre el mar. Parecía muy poco el tipo de
viaje que se pudiera reproducir con un barco, una vela y un par de remos.
—Por otra parte —continuó Rakushun—, en alguna parte de las Montañas
Diamante, hay un pico llamado Kongou. Allí hay otro reino mítico: China. De allí vienen
los sankyaku.
Mientras dijo la palabra China, Rakushun escribió la antigua palabra para China:
Kan.
Doce Reinos

—¿Sankyaku? ¿Te refieres a visitantes de las montañas? —dijo Youko, dibujando los
caracteres robre la mesa con su dedo:

Rakushun asintió con la cabeza.


—Así que… ¿hay otras personas aquí además de los kaikyaku que han venido de
Aquel Lugar?
—Así es. Los kaikyaku llegan a las orillas del Mar del Vacío, y los sankyaku llegan a
las faldas de las Montañas Diamante. No hay muchos sankyakus por aquí, pero los que
aparecen son perseguidos.
—Ya veo —suspiró Youko.
—No se puede llegar a Kan ni a Wa por medios normales. Dicen que sólo los
demonios y hechiceros pueden hacerlo. Pero cada cuanto, cuando hay un shoku, la gente
de Aquel Lugar es arrojada a este mundo. Esos son los sankyaku y los kaikyaku.
Youko asintió. Había escuchado lo mismo de Takki.
Rakushun miró alrededor de la habitación y se inclinó hacia Youko, susurrando en
un tono conspirativo:
—Dicen que en Kan y en Wa, las casas están hechas de oro y plata. Que la tierra es
rica, y las personas viven como reyes. ¡Que las personas allí pueden atravesar los cielos y
cruzar cien li en un día! Dicen que hasta los niños pequeños pueden derrotar a los
demonios con sus increíbles poderes. ¡Dicen que los demonios y los hechiceros que viven
aquí, obtienen sus poderes espirituales al cruzan a Aquel Lugar y beber de un manantial en
un bosque profundo! —Rakushun miró a Youko emocionado, obviamente esperaba algún
tipo de confirmación.
Youko negó con la cabeza y se rió. ¡Qué absurdo!, pensó. Si les dijera a las personas
en casa una historia como esa, pensarían que es algún tipo de cuento de hadas. Así que,
pensó, también tienen cuentos de hada en este lugar.
Una sonrisa de preocupación se formó en los labios de Youko. Había pasado todo
el tiempo desde su llegada pensando en lo raro que era este nuevo mundo, pero ahora tenía
una idea de cómo las cosas lucían desde el otro lado, y se empezaba a preguntar quién era el
raro: ¿ese mundo o ella?
183 Capítulo 5

Y tan pronto como ese pensamiento pasó por su mente, sabía que tenía la
respuesta. Es por eso que los kaikyaku eran perseguidos. Es por eso que alguien o algo la
quería ver muerta.

—Así que todos los kaikyaku que vienen de Kou terminan muertos, de una forma u
otra —señaló Youko luego de considerar en silencio la suerte de los muchos kaikyaku que
habían venido antes que ella—. Y parece que siempre será de esa manera, hasta que las
personas aprendan que el shoku y los kaikyaku son cosas diferentes.
—A eso se reduce todo —dijo Rakushun, suspirando. Levantó la mirada para
verla—. Dime algo, Youko, ¿qué tipo de trabajo realizas?
—Soy una estudiante.
Rakushun asintió con la cabeza, había un brillo entusiasta en sus ojos.
—Verás, algunos kaikyaku tienen conocimientos especiales, habilidades que no se
conocen en nuestro mundo. Esos son protegidos por personas poderosas y se les permite
vivir aquí. ¿Quizá…?
Youko sonrió irónicamente y sacudió la cabeza. Su idea tenía sentido, pero ella no
tenía ningún conocimiento particular que pudiera imaginar que le sirviera a alguien en el
mundo.
—Rakushun… ¿conoces una forma de volver a Wa?
Rakushun frunció el ceño.
—Lo siento… no sé sobre eso. Y, aunque probablemente no debería decírtelo —
añadió, respirando profundo—. No creo que exista una forma de volver.
—Pero eso no puede ser. Si vine hasta aquí, debe haber alguna forma de volver,
¿no crees?
Los bigotes de Rakushun bajaron e hizo un sonido triste, parecido al de un sollozo,
con su garganta.
—Las personas no pueden cruzar el Mar del Vacío, Youko.
—Pero yo lo crucé. ¡Así es como llegué!
—No creo que funcione en ambas direcciones. Nunca he escuchado de un
kaikyaku ni un sankyaku que regresara.
—Pero eso no es justo —declaró Youko tajantemente, sabiendo a la perfección que
nadie le había prometido jamás que su vida sería justa. Sin embargo, algo dentro de ella aún
Doce Reinos

se aferraba a la esperanza de que algún día podría regresar—. ¿Y un shoku? ¿No puedo
esperar uno e irme a casa?
Rakushun sacudió la cabeza lentamente.
—Quizá, pero no hay forma de saber dónde y cuándo vendrá un shoku. Bueno,
supongo que hay algunos que ya sabrás que vendrán, pero eso no cambia nada. Las
personas no pueden ir a Aquel Lugar.
Esto no puede ser, se repetía Youko a sí misma. Keiki tendría que haberme dicho algo. No
le dijo nada, nada en la forma en que actuaba siquiera sugería que ella no podría volver
jamás a casa.
—Cuando vine de Wa, estaba siendo perseguida por un kochou…
—¿Un kochou? ¿Uno de esos te persiguió hasta a Aquel Lugar?
—Sí… y no sólo a mí. Estaba con un hombre llamado Keiki.
—Ah, ¿el que buscas?
—Sí, Keiki fue quien me trajo a Este Lugar. Dijo que tenía que traerme para poder
protegerme, porque el kochou me perseguía —Youko miró a Rakushun—. ¿No querría
decir eso que si ya no tiene que protegerme puedo regresar a casa? Hasta me dijo que me
llevaría a casa si así se lo pedía.
—Eso suena sospechoso.
—Keiki tenía una bestia que volaba por el aire. Una bestia parlante como tú,
Rakushun. Dijo que si íbamos inmediatamente, el vuelo hasta allí, eh, aquí tomaría un día.
¿No suena como si pudiéramos regresar? Es decir, es vuelo directo, ¿no?
Rakushun se quedó en silencio, inseguro de cómo responder.
—¿Rakushun?
—Bueno, no sabría qué decirte. Parece que estás envuelta en algún asunto
importante.
—¿Importante? ¿Lo crees? ¿Por qué lo dices?
—Bueno, primero estás hablando de un kochou. Esos son demonios, sólo eso ya es
algo importante. Con sólo mencionarlo, una aldea sería abandonada inmediatamente. ¿Y
luego dices que el kochou estaba tras de ti? ¿Y que fue hasta a Aquel Lugar para atacarte?
Primera vez que escucho algo como eso. Y este tal Keiki, ¿dices que te trajo hasta Este
Lugar?
—Así es.
—De todos los cuentos que he escuchado, los que mencionan demonios y
hechiceros yendo y viniendo, siempre mencionan a una persona. Aunque Keiki fuera uno
185 Capítulo 5

de esos hechiceros, me sorprendería si lograra traer a otra persona con él. No estoy seguro
de cómo llegaste hasta aquí, pero todo eso suena bastante inusual. De hecho, no tiene nada
de usual.
Rakushun se concentró en sus pensamientos un rato, sus ojos negros como cuentas
miraban a la distancia, y entonces se dirigió nuevamente a Youko:
—¿Y entonces qué harás? ¿Buscarás un lugar seguro en Este Lugar, en este
mundo… o seguirás intentando ir a casa?
—Quiero… ir a casa —dijo Youko.
Rakushun asintió con la cabeza.
—Puedo entenderlo. Si tan sólo supiera una forma de hacerlo. Pero a dónde sea
que te dirijas al final, creo que lo mejor es que primero vayas al reino de En.
—Sí, ¿y después?
—Bueno, no creo que un oficial o el gobernador puedan ayudarte. Cuando llegues a
En, debes buscar ayuda del Rey Eterno.
—¿El Rey Eterno?
—Así es, el reino de En ha sido regido por generaciones por un rey llamado así.
—¿Y él me ayudará?
—No tengo idea.
¡No puede ser!, quería gritar Youko, pero tuvo que esforzarse para reprimir el grito.
—No puedo saber esas cosas —continuó Rakushun—, pero cualquier cosa es
mejor que este lugar. Tienes más oportunidades allí que yendo hasta donde el Emperador
de Kou. Verás, el Rey Eterno es un taika.
—¿Un taika?
—Así es —dijo la rata mientras dibujaba los caracteres de fruto y matriz con su
delicada pata:

—Se refiere a alguien que nace en Aquel Lugar. Dicen que a veces pasa, pero es
raro. Los taika son personas de este mundo pero nacen en Aquel Lugar por equivocación.
Los ojos de Youko se abrieron de par en par.
—¿Eso puede pasar?
—Así es, muy raramente, pero sí puede pasar. Pero no estoy seguro si lo raro es
que nazcan en Aquel Lugar o que sean capaces de poder volver a Este lugar, ¿entiendes?
Youko asintió.
Doce Reinos

—Ha habido tres taika famosos: Uno es el Rey Eterno de En, el Ministro de En y
el Ministro de Tai.
—¿Ministro?
—Así es, son algo así como los consejeros de los reyes. Aunque escuché que el
ministro de Tai murió hace tiempo. Y el Rey Pacífico de Tai está desaparecido, por esa
razón el país está hecho un caos. Sí, es mejor que vayas a En. Intenta probar suerte allí.
La cabeza le daba vueltas a Youko, en parte por toda la información que había
absorbido en tan poco tiempo y por otra parte porque en minutos había pasado de no
tener futuro a tener que prepararse para un viaje de meses con la misión de conocer a un
rey, ¡nada menos que a un rey!
Hablar con un rey era probablemente lo mismo que hablar con un presidente o
primer ministro en su mundo. ¿Es siquiera posible?, se preguntaba a sí misma. Al mismo
tiempo se preguntaba si su situación era realmente tan poco común como decía Rakushun.
Mientras Youko permanecía sentada perdida en sus pensamientos, notó un sonido
en el exterior: el sonido de pasos acercándose a la casa.

La puerta frontal chirrió al abrirse y del otro lado había una mujer de mediana edad
de pie sobre el camino.
—¿Rakushun?
Las orejas de Rakushun se levantaron.
—¡Madre! —gritó con sus bigotes moviéndose rápidamente—. Encontré, er… una
interesante… ¡invitada!
Youko se sentó atónita. ¿Esta era la madre de Rakushun? La mujer en la puerta era
inconfundiblemente humana. Por su parte, la mujer también parecía sorprendida. Sus ojos
se movían rápidamente entre Rakushun y Youko.
—¿Una invitada? ¿Dónde la conociste?
—La encontré en el bosque. Es una kaikyaku, llegó de Aquel Lugar durante el
shoku en la Prefectura Shin.
Youko se estremeció.
Hasta aquí llegó el secreto.
La mujer murmuró algo y miró seriamente a Rakushun.
187 Capítulo 5

Youko se preparó. Si esta mujer había escuchado algo del kaikyaku fugitivo en Shin,
podría hacer algo. ¿Protegería a Youko como Rakushun había hecho? De alguna manera,
Youko lo dudaba.
—Bueno —La mujer se dirigió a Youko, su rostro se relajó y formó una sonrisa—.
Ese ha debido ser un viaje peligroso —La mujer se dio la vuelta para hablarle a
Rakushun—. ¿Qué es lo que te pasa? Has debido llamarme. ¡Debía estar exhausta! ¿Y la
cuidaste tú solo?
Rakushun asintió.
—¡Sí! La cuidé bien.
—Hmph, me pregunto si será verdad —La mujer rió y entonces se dirigió a Youko
con una mirada brillante—. Siento no haber estado en casa para ayudar. Espero que
Rakushun realmente te haya cuidado como dice.
—Ah… sí, lo hizo —dijo Youko asintiendo—. Tenía fiebre y no me podía mover.
Él me rescató, me salvó la vida. Le debo mi gratitud.
La mujer se acercó rápidamente a Youko y puso una mano cálida sobre su frente.
Youko se sobresaltó.
—¿Estás segura de que estás bien? Quizá es mejor que descanses.
—Estoy bien, gracias. Realmente me cuidó bien —Youko escogió sus palabras con
cuidado, estudiando la expresión de la mujer para identificar algún signo de engaño.
Sintió que podía confiar un poco en Rakushun. Después de todo era una bestia. No
era humano como esta mujer.
No puedo confiar en los de mi propia especie.
Un escalofrío bajó por la columna de Youko mientras lo pensaba.
—Pues es más razón aún para haber llamado a su madre, a veces no usa la cabeza.
—¡Pero la cuidé bien, mamá!
La mujer miró a Youko.
—Bueno, entonces me alegro. ¿Estás segura de que estás lista para caminar? Estás
pálida, quizá necesitas dormir más.
—No, de verdad estoy bien.
—Si tú lo dices. ¡Y esa ropa! Es demasiado ligera para este clima tan frío. Rakushun,
saca otro kimono.
Rakushun entró a prisa a la otra habitación, dejando a Youko sola con la mujer a
quien llamaba madre.
Doce Reinos

Youko se preguntaba sobre qué podía hablar, pero la mujer, que seguía hablando,
ya iba de aquí para allá en la habitación.
—¡Este té está muy frío! Espera un segundo, haré más.
Cerró la puerta principal, le puso seguro y fue hasta el pozo en el patio. Los ojos de
Youko la siguieron todo el camino. Cuando Rakushun regresó con una prenda parecida a
un abrigo delgado, Youko se acercó rápidamente a él.
—¿Esa es tu madre? —susurró.
—Así es. Papá no está, murió hace mucho tiempo.
¿El padre de Rakushun también era humano? ¿O era él la rata? ¿Qué estaba
pasando aquí?
—Um… —empezó Youko, insegura de cuáles eran las palabras apropiadas para
esta situación—. ¿Es tu madre real?
Rakushun la miró confundido.
—Claro que lo es. Fue quien me recogió.
Youko parpadeó.
—¿Cómo dices…? ¿Te recogió?
Rakushun asintió.
—Del riboku, el árbol familiar. Recogió la fruta en la que estaba yo —De repente
los ojos de Rakushun se abrieron, como platos, como si acabara de recordar algo—. ¿Es
verdad que en Aquel Lugar los niños nacen de los vientres de sus madres?
—Sí, más o menos. Eso… ¿no pasa aquí?
—Siempre me lo había preguntado —continuó Rakushun, ignorando la pregunta
de Youko—. ¿Las frutas crecen en sus vientres? ¿Cómo los recogen? ¿Cuelgan o algo así?
Youko frunció el ceño.
—No estoy segura a qué te refieres con «recoger».
—Pues a recoger el ranka, ¿de qué más puedo estar hablando?
—¿Ranka?
—Sí, al canistel, más o menos de este tamaño —Puso sus manos como si estuviera
sosteniendo una pelota pequeña—. Es una fruta amarilla con un bebé dentro. Crecen del
riboku y los padres van allí a recogerlos. ¿No tienen canisteles en Aquel Lugar?
Youko puso sus manos ligeramente sobre su frente. Esto era demasiado raro para
poder comprenderlo.
—Parece que no —dijo Rakushun, notando su expresión de angustia.
Youko rió sarcásticamente.
189 Capítulo 5

—En Aquel Lugar, los niños se hacen en los vientres de sus madres. Las madres los
dan a luz.
Los ojos de Rakushun se abrieron todavía más.
—¿Como las aves?
—Bueno, es un poco diferente, pero supongo que es la misma idea.
—¿Y cómo se hacen? ¿Hay una rama en su vientre? ¿Cómo puedes recoger la fruta
dentro del estomago de alguien? —Rakushun se estremeció.
—Por Dios… —dijo Youko sosteniéndose la cabeza entre las manos. Y justo en
ese momento, la madre de Rakushun regresó sonriente con un balde lleno de agua.
—Bien, tomaremos té. ¡Espero que tengas hambre!
La madre de Rakushun insistió en que su hijo contara la historia de Youko.
Mientras lo hacía, se mantenía ocupada en la cocina, haciendo dulces parecidos a pastelillos
con sus hábiles manos, pero escuchando atentamente al mismo tiempo.
—… Así que —dijo Rakushun finalmente, tomando un poco del pan hervido con
su pequeña pata—, le sugerí que fuera a En. Y hasta allí llegamos.
La madre de Rakushun asintió.
—Sí, esa es probablemente la mejor idea.
—Así que… estaba pensando —Rakushun miró a su madre—, quizá deba llevar a
Youko hasta Kankyu. Debemos darle algo de ropa nueva.
La madre de Rakushun lo miró a los ojos seriamente.
—¿Que harás qué cosa?
—¡No hay de qué preocuparse! Sólo es un pequeño viaje y Youko no sabe nada de
estas tierras, necesita alguien que la guie. ¿Estarás bien tú sola, no?
Su madre lo miró fijamente por un rato y entonces asintió.
—Bien, entonces está bien. Pero ten cuidado.
—Rakushun —interrumpió Youko—, aprecio el gesto, pero no puedo pedirte que
hagas eso por mí. Si sólo me señalas la dirección estaré bien.
Youko no quería a nadie a su lado, pero no podía decirlo.
—Tal vez podrías dibujarme una copia del mapa sobre algo que pueda llevar, si no
es mucha molestia.
—Youko, será muy difícil llegar a En, ¿pero pretendes obtener una audiencia con el
Rey Eterno por ti misma? Eso será casi imposible. Aunque conocieras el camino, el viaje a
Kankyu dura más de tres meses. ¿Qué piensas comer todo ese tiempo? ¿Y dónde te
quedarás? ¿Tienes dinero?
Doce Reinos

Youko se quedó muda.


—Nunca lo lograrás hacer tú sola. Especialmente porque no sabes nada de este
mundo.
Youko pensó profundamente. ¿Por qué hacía esto por ella? Finalmente asintió.
—Gracias —dijo, mirando el bulto que era su espada con el rabillo del ojo—.
Acepto.
Probablemente le iría mejor estando con Rakushun como compañero, tanto su
madre como él parecían estar realmente interesados en ayudarla. Pero había otra cosa que
no podía señalar. Youko no pensó que su inquietud fuera solamente producto de los
nervios.
Aun así, murmuró su voz interna, sean amigos o enemigos, no puedo simplemente dejarlos
aquí, saben mi objetivo y mi destino. Si van ante el magistrado una vez me haya ido, habrá alguna trampa,
no un barco el que me esté esperando en Agan.
Por otra parte, si se llevaba a Rakushun con ella, le serviría de rehén, aseguraría el
buen comportamiento de su madre. Y finalmente, si Rakushun la amenazaba, bueno…
siempre estaba su espada.
Esta es la única opción, pensó, intentando ignorar la violenta punzada de odio hacia sí
misma que se retorcía inexplicablemente dentro de ella.

Youko y Rakushun dejaron la casa cinco días después.


Al menos había descansado bien durante su estancia. Si era o no una actuación, al
menos madre e hijo habían sido muy amables con ella, aunque las palabras de advertencia
del mono azul resonaban en lo profundo de su mente todo el tiempo.
No sabes qué están pensando…
La madre de Rakushun había sido uno de mucha ayuda al asistirlos para preparar el
viaje. Aunque su casa parecía ser mucho más pobre que la de Takki, había conseguido un
cambio de ropa un poco simple, pero útil para Youko. Su ropa consistía ahora en un
kimono grande de hombre, adaptado para su talla. Youko supuso que debía haber
pertenecido al padre fallecido de Rakushun.
La ropa y la hospitalidad hicieron a Youko ser más cautelosa. Era difícil imaginarse
que ambos anfitriones estaban haciendo tanto por ella sin ninguna razón. En Rakushun
podía confiar un poco, no era como los demás —humanos— que había conocido en este
mundo. Pero Youko no tenía el valor de confiar en su madre.
191 Capítulo 5

—¿Por qué me ayudas? —Youko finalmente encontró el coraje de preguntar justo


cuando perdían de vista la pequeña casa sobre la colina.
Rakushun jugó con la punta de sus bigotes con una pequeña pata peluda.
—Bueno, primero que todo, es verdad que no creo que puedas llegar tú sola a
Kankyu.
—¿Pero no sería suficiente mostrarme el camino?
—No, además, Kankyu es un buen lugar. He escuchado muchas cosas interesantes.
La gente dice que se parece mucho a Aquel Lugar. Por supuesto, tiene sentido, teniendo en
cuenta que el rey es de Aquel Lugar.
—¿Te refieres a Wa o a Kan?
—De donde vienes tú: Wa.
—¿Así que eso es todo? ¿Vienes conmigo para pasear un poco?
Rakushun levantó la mirada para ver a Youko.
—¿Todavía no confías en nosotros, Youko?
—Es que sois demasiado amables. Es difícil de creer.
La rata se rascó el pelaje del pecho y acomodó la gran bolsa que llevaba en la
espalda.
—Bueno, estamos en igualdad de condiciones. Como puedes ver, soy un mitad-
bestia.
—¿Un qué?
—Un mitad-bestia, nos llaman hanjuu. Al rey de Kou no le gustamos, igual que no
le gustan los kaikyaku. Para serte sincero, no le gusta nada fuera de lo común.
Youko sólo asintió.
—Los kaikyaku no son muy comunes. Vienen de las costas orientales, así que
puede que haya más aquí que en otras partes, pero nadie lo sabe con seguridad.
—¿Cuántos crees que haya?
—Bueno, yo diría que más o menos cada tres años aparece uno, me refiero a los
que sobreviven.
—Ya veo —dijo Youko. Eran más de los que imaginaba.
—La mayoría llega a Kei. Después de todo es el reino más al este. Luego vendría
En. Kou está de tercer lugar, y tampoco tenemos cantidades de hanjuu. Pero no estoy
seguro del porqué.
—¿Hay más en otros reinos?
Doce Reinos

—Bueno, hay más en Kou. De hecho, soy el único hanjuu en toda esta área.
Nuestro rey no es tan malo, pero tiene sus pequeños caprichos, y bueno, los kaikyaku y los
hanjuu salimos perdiendo —Rakushun jugaba con sus bigotes—. No estoy alardeando,
pero soy el más listo de por aquí, incluyendo humanos.
Youko miró confundida a Rakushun.
—Soy inteligente, astuto y agradable.
Youko se rió.
—Ya veo.
—Sin embargo, no me tratan como a una persona. Soy mitad persona como
máximo. Eso se decidió cuando nací así. No es mi culpa.
Youko asintió. Así que simpatizaba con ella porque ambos eran víctimas de la
discriminación. Eso tenía sentido, aunque ella dudaba que esa fuera la historia completa.
—Es como te pasa a ti, los oficiales están tras de ti, pero no por algo que hiciste.
Sólo porque eres una kaikyaku, ¿ves? ¡No es tu culpa!
—Entiendo.
Rakushun se rascó fuertemente el pelaje bajo su oreja.
—¿Sabes? Fui a la mejor escuela en la región y era el mejor de mi clase. El decano
me recomendó a la mejor universidad de Jhun. Si vas allí, puedes ser un oficial regional.
—Y una región es más grande que una prefectura, ¿cierto?
—Sí, el orden es: prefectura, territorio y región. Cada provincia tiene varias
regiones, aunque el número difiere. Una región tiene bajo su poder a unos cincuenta mil
hogares repartidos en cuatro territorios. Cada uno tiene cerca de doce mil quinientos
hogares en cinco prefecturas. La geografía política era mi especialidad —explicó Rakushun
con los ojos brillantes.
Youko simplemente asintió con la cabeza. Tenía problemas entendiendo cuánto
eran cincuenta mil hogares. ¿Cuántos tenía Tokio?
—Pero claro, se supone que ni siquiera tendrían que haberme dejado entrar a la
escuela. Pero mi mamá insistía, y me decía siempre: «Si obtienes buenas notas, podrás ir a
una escuela mejor y ser un oficial del reino». Porque soy un hanjuu nunca podré obtener
tierras, pero si me convierto en alguien de alto rango, al menos podré mantenernos —
Rakushun suspiró—. Me detuvieron en la entrada, «No se permiten hanjuu en este lugar»,
dijeron.
—Qué mal —declaró Youko, insegura de qué otra cosa decir.
—Mi mamá vendió sus tierras y su casa para pagarme la escuela.
193 Capítulo 5

—¿Es decir que ahora no tiene tierras propias?


—Administra las tierras privadas de un hombre rico que vive cerca.
—¿Tierras privadas?
—Así es. La tierra que los oficiales te asignan, se conoce como «tierra asignada». La
tierra que cultivas pero que pertenece a otra persona, es una «tierra privada». Mi mamá es la
única de la familia que trabaja, yo no lo hago. Quiero trabajar, pero no puedo. Nadie
contrataría a un hanjuu. Perderían mucho en impuestos.
Youko frunció el ceño.
—¿Por qué lo dices?
—Algunos hanjuu son como osos o bueyes, y como son más fuertes que las
personas normales, tienen una ventaja adicional y por eso le cobran más impuestos al
granjero. Por supuesto, eso importa poco cuando eres una pequeña rata, pero a los oficiales
no les interesa hacer distinciones a la hora de cobrar. Al final todo se reduce a que al rey no
le gustan los hanjuu.
—Qué mal.
—Bueno, no nos va tan mal como a los kaikyaku. Al menos no intentan atraparnos
o matarnos. Sin embargo, no nos cuentan como personas, no obtenemos campos y no
podemos encontrar trabajo. Así que mi madre tiene que trabajar para mantenernos a
ambos. Es por eso que somos tan pobres.
Youko asintió. Parecía que muchas cosas en ese mundo no eran justas, pero ella
tampoco podía decir que las cosas eran justas en el lugar de donde había venido.
—No es que no quiera trabajar, porque sí quiero hacerlo —Rakushun levantó el
monedero que colgaba alrededor de su cuello—. Este es todo el dinero que mi mamá
ahorró para ponerme en la universidad en En, donde las bestias pueden ascender y llegar
hasta los estudios superiores. Hasta pueden convertirse en oficiales del reino. Los tratan
como personas y pueden tener campos y una casa para su familia. Pensé que quizá si te
acompañaba, yo también podría encontrar un lugar para mí en En.
Con que es esto, pensó Youko cínicamente. Ahora veo la verdadera razón de la amabilidad
de Rakushun. Seguramente no era su intención hacerle daño pero tampoco era todo buena
voluntad. ¿Cuándo se le ocurrió que podría servir para escoltarlo hasta En? ¿Fue cuando vio la espada?
—Ya veo —dijo Youko con resentimiento en su voz.
Las pequeñas pisadas de Rakushun se detuvieron abruptamente. Miró a Youko un
rato y permaneció en silencio.
Youko tampoco dijo nada.
Doce Reinos

Las personas viven para sí mismas. Aunque afirmen que están haciendo algo por altruismo, si los
presionas lo suficiente, verás que se jugaban algo personal en esa acción.
Ella sabía que no debía sentirse traicionada simplemente porque Rakushun tuviera
sus propios planes. Era algo natural. Youko suspiró por dentro. Era porque las personas
vivían para sí mismas y nada que más para ellas que había traición en el mundo: en todos
los mundos. Quizá había sido muy ingenua al pensar que alguien podría preocuparse por
otros. No, ahora lo veía claro, era imposible.

En la noche de su primer día de viaje, Youko y Rakushun llegaron a una ciudad


llamada Kakuraku. Era tan grande como Kasai y aunque al principio Youko estaba un poco
intimidada, la noche pasó sin mayores contratiempos y mientras el viaje continuaba,
aprendió a relajarse en esos lugares.
Youko también se adaptó al hecho de que sus viajes eran mucho más frugales de lo
que habían sido con Takki. Ella y Rakushun se alimentaban con comida de plebeyos en las
tiendas a los costados del camino y dormían en los alojamientos más baratos. Usualmente
se quedaban en una habitación sencilla de cincuenta sen en algún hotel de mala muerte y
luego la dividían con un biombo para reservar algo de privacidad. Youko no se quejaba,
después de todo, Rakushun pagaba todo.
En el camino, Rakushun le dijo a la gente que Youko era su hermano. Si un hanjuu
podía tener una madre humana, supuso Youko, entonces era obvio que también podía
tener hermanos humanos. Y por lo que le parecía, nadie lo dudó.
El viaje fue fácil al principio. Rakushun pasaba el tiempo durante el camino
enseñándole cosas de este mundo.
—De los doce reinos, están los cuatro Grandes Reinos, los cuatro Principados y los
cuatro Reinos Exteriores.
—¿Y los cuatro Grandes Reinos son…? —preguntó Youko volteando a ver a su
compañero, que caminaba tras ella.
—Kei al este, Sou al sur, Han al oeste y Ryu al norte. Los Grandes Reinos no son
mucho más grandes que los Principados, pero así los llaman. Los Principados son En,
Kyou, Sai y por supuesto, Kou. Finalmente, los cuatro Reinos Exteriores: Tai, Shun, Hou y
Ren.
195 Capítulo 5

»Bien —continuó Rakushun—, cada uno de esos reinos tiene un rey, obviamente.
El rey de Kou es llamado el Rey de la Colina y su palacio queda en Gosou en la provincia
de Ki, es llamado Suikou o el Palacio del Bosque Verde.
—¿Gosou? ¿Es una ciudad?
Rakushun asintió y señaló a las montañas de la izquierda. El terreno por donde
caminaban era muy accidentado. A lo lejos hacia la izquierda, una cordillera de colinas
todavía más altas podía verse, y después de eso, otra inclinada cordillera.
—Está más allá de esas montañas, la montaña que llega hasta el cielo: El Monte
Gosou. En su pico queda el Palacio del Bosque Verde y la ciudad de Gosou la rodea en su
falda.
Youko asintió.
—Allí es donde el rey gobierna. Le da sus órdenes a los gobernadores, promulga
sus leyes y juicios, y divide la tierra entre las personas.
—¿Y qué hacen los gobernadores?
—Los gobernadores son quienes se encargan de cada provincia. Administran la
tierra, las personas y los ejércitos. Se aseguran de que las leyes del reino sean obedecidas,
recaudan los impuestos y mantienen al ejército listo en caso de cualquier problema.
—Así que el rey no se encarga de dirigir directamente a su pueblo.
—No, supongo que es más como un supervisor. Decide la dirección general en que
el reino debe ser gobernado.
Youko no estaba segura de entender completamente, pero esto empezaba a sonarle
como el tipo de gobierno indirecto como el que usaban en Estados Unidos; no una
dictadura como esperaba.
—El rey dicta las leyes que se seguirán en el reino —Rakushun continuó—. Las
llamamos las Leyes Terrenales Los gobernadores también pueden hacer sus propias leyes,
pero no pueden ir en contra de las Leyes Terrenales. Y las Leyes Terrenales no pueden ir
en contra de las Leyes Celestiales.
—¿Leyes Celestiales? ¿Qué es eso?
—Son las formas de gobernar otorgada desde el Cielo a los reyes de este mundo. Si
piensas en este mundo como un pabellón, las Leyes Celestiales son los soportes. Son lo que
sostienen todo. Por eso también las llamamos los Pilares de la Providencia o las Columnas
Celestiales. Aunque seas un rey debes seguirlas, pero mientras el rey no vaya en contra de
las Leyes Celestiales puede hacer lo que quiera con su reino.
Doce Reinos

—Espera —dijo Youko—, ¿y entonces quién decide qué son las Leyes Celestiales?
No me digas que son los dioses.
Rakushun rió y encogió los hombros.
—Se dice que hace mucho, mucho tiempo, Tentei, el Dios Supremo de los Cielos
conquistó las Nueve Provincias y las Cuatro Tribus, eran trece tierras en total. Y entonces
tomó el mundo y lo metió en un huevo, dejando cinco dioses y doce hombres dentro. Y
entonces, en el centro del huevo, creó las cinco montañas y puso a Seioubo, la Gran Madre
del Oeste como su soberana; convirtió las tierras que rodeaban las Cinco Montañas en el
Mar Amarillo y convirtió a los cinco dioses en los Reyes Dragones de los cinco mares.
—Suena como un mito.
—Supongo que así es. También se dice que les dio una rama a cada uno de los doce
hombres, cada rama tenía una serpiente enrollada y cada una de ellas llevaba tres frutos
dorados. Las serpientes se desenrollaron y levantaron el cielo. Las frutas cayeron creando la
tierra, los reinos y el trono, en ese orden. Y entonces cada rama se convirtió en un pincel.
Youko asintió educadamente. La historia de Rakushun le sonaba cada vez más
como mitología, pero aun así era diferente de cualquier cosa que hubiera escuchado jamás.
—Las serpientes simbolizan las Leyes Celestiales. La tierra hace referencia al censo,
el reino son las leyes y el trono simboliza a los sabios, es decir, los ministros. Y finalmente,
los pinceles simbolizan la historia de la humanidad —Rakushun se tocó los bigotes
mientras pensaba—. Por supuesto, yo no había nacido en ese entonces, así que no puedo
decirte qué pasó en realidad.
—Ya veo —dijo Youko, la cabeza le daba vueltas. Había leído un libro sobre mitos
de China cuando era niña, hace mucho tiempo, pero lo que recordaba no era nada
parecido.
—¿Así que este Tentei es el dios más poderoso?
—Sí, supongo que se puede considerar así.
—Y cuando rezas, ¿a quién lo haces? ¿A Tentei?
Rakushun ladeó la cabeza con curiosidad.
—Supongo que puedes pedirle favores si a eso te refieres.
—¿No piden por buenas cosechas y ese tipo de cosas?
—Ah, para eso está Gyoutei. De hecho, hay algunas sectas que sólo adoran a
Gyoutei. Para evitar inundaciones y cosas de ese tipo, se le reza a Utei. Y para protegerse de
los demonios está Koutei.
—¿Hay uno para cada cosa?
197 Capítulo 5

—Así es, y cada uno tiene un culto con seguidores.


—¿Un culto? ¿Y a quién adoran las personas normales? ¿A alguien?
—No hay necesidad, si trabajas duro y el clima es bueno, tendrás una cosecha
próspera. Ningún dios cambiará eso. Y al final, son los cielos quienes deciden si el clima
será bueno o no. Puedes llorar y puedes reír todo lo que quieras pero cuando la lluvia cae,
cae y cuando no, no lo hace. Rezar no ayudará en nada.
Youko se sorprendió.
—¿Pero y entonces qué pasa con las inundaciones y las tormentas y… los shoku?
—Para evitarlos el rey construyó cañerías y canalizó los ríos.
—¿Y las nevadas?
—Bueno, no hay mucho que se pueda hacer contra ellas. Pero el rey mantiene un
almacén de granos para evitar las hambrunas en esos casos.
Youko frunció el ceño.
—De donde vengo la gente le reza a los dioses para que les vaya bien en exámenes
o para tener suerte con el dinero. Y sé de otros países donde la gente le reza a sus dioses
por todo. ¿Aquí no hacen eso?
Rakushun entrecerró los ojos.
—Bueno, yo diría que todo eso depende de cuánto esfuerzo le pongas. ¿Por qué
ayudaría rezar?
—Bueno, sí, supongo que tienes razón.
—Si estudias lo suficiente, pasarás los exámenes, y si haces dinero, serás rico. No
veo que los rezos influyan en nada.
Youko sonrió, y entonces su sonrisa se congeló abruptamente en su rostro.
Ahora entiendo.
No hay tal cosa como regalos de Dios en este mundo, ni suerte ni buena fortuna.
Es por eso que las personas tomaban cualquier oportunidad de hacer dinero, aunque
significara traicionar a un amigo.
—No me digas —murmuró Youko, su voz le sonó fría hasta a ella misma.
Rakushun la miró rápidamente, y entonces volvió a bajar la mirada, sus bigotes estaban
caídos.

Rakushun sabía muchas cosas y era inteligente, o eso decía él. Youko podía
entender lo difícil que eran las cosas para él, ser tan inteligente pero aun así estar destinado
a ser una carga para su madre por un accidente al nacer. Mientras el viaje continuaba,
Doce Reinos

escuchó pacientemente mientras él le contaba las largas historias de su nacimiento e


historias de las tierras que los rodeaban, conociendo el valor de la información, Youko
guardaba ávidamente todo lo que decía. Pero cuando él quería saber más sobre ella, o más
sobre Japón, Youko evitaba el tema.
El ataque se dio el décimo sexto día después de que habían abandonado el hogar de
Rakushun en Kahoku.

Era casi de noche. Youko y Rakushun habían apenas vislumbrado los portales de la
ciudad de Goryou, donde planeaban pasar la noche. Todos los viajeros que seguían en la
carretera se daban prisa para entrar a la ciudad; Youko y Rakushun se movían entre ellos,
tomando velocidad para mantener el paso.
Cuando estaban sólo a cuatrocientos metros de distancia, el sonido de un tambor,
que tenía intención de presionar a los viajeros, salió desde las murallas. Youko, que había
escuchado el tambor antes en su viaje, sabía que cuando dejara de sonar, cerrarían los
portales.
Los viajeros aumentaron el paso aun más hasta que salieron corriendo como una
manada descoordinada hacia la ciudad. La primera señal de problema fue un grito dentro
de la multitud. Aquí y allí, la gente se detuvo, mirando tras ellos, luego hacia al cielo y
entonces la multitud se paralizó repentinamente. Alarmada, Youko levantó la mirada y vio
unas siluetas de una bandada de pájaros gigantes acercándose rápidamente.
Alas levantadas… aves gigantescas parecidas a halcones con cuernos… ocho en total.
—¡Kochou! —gritó alguien, y la muchedumbre de viajeros se convirtió en una
estampida en dirección a Goryou. Youko empezó a correr y Rakushun iba tras ella, pero
era claro que el kochou los alcanzaría.
Los grandes portales empezaron a cerrarse. Cualquiera que siguiera en el camino
estaba siendo abandonado.
¡No!
Tenía sentido. Los habitantes de la ciudad querían protegerse del kochou. No les
debían nada a los viajeros. Pero aun así, Youko pensó, ¿qué pueden hacer unas puertas cerradas
contra criaturas que pueden volar?
—¡Por favor, esperad!
—¡Esperad!
199 Capítulo 5

Mientras corrían, la muchedumbre empezó a gritar de pánico. Youko se abrió paso


rápidamente entre ellos, gritándole a Rakushun que la siguiera. Tendrían una mejor
oportunidad en el campo abierto, donde podría usar su espada sin preocuparse por la gente
alrededor.
Afortunadamente todavía estaban lejos de las puertas. Más cerca a la ciudad había
un caos total mientras las personas se tiraban contra las paredes, cada mujer, hombre y
niño luchaba por su seguridad mientras que los que iban llegando los empujaban contra las
puertas. Todos gritaban.
Al fin Youko se había separado de la multitud y ahora trotaba lentamente hacia la
ciudad. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro.
Aquí no hay dioses que te salven.
Llegaban las inundaciones y los demonios atacaban, y aun así nadie en este mundo
pedía ayuda a sus dioses. Esa era la razón por la que todos corrían solos, dejando a sus
compañeros atrás. Esa era la razón por la que cerraron los portales, dejando a los viajeros a
su suerte. Sin ayuda divina, sin suerte, el que uno fuera atacado por los demonios o no,
dependía completamente de cuánto cuidado se tuviera. Si a uno lo mataban o se salvaba,
dependía completamente de la fuerza.
Si es así, entonces muchos morirán hoy aquí.
Un chillido parecido al llanto de un niño hizo que Youko se detuviera. Rakushun se
adelantó, gritando sobre su hombro:
—¡Youko! ¡No lo lograremos!
—¡Ve a la ciudad, Rakushun!
El kochou líder estaba suficientemente cerca para que Youko pudiera ver el patrón
de plumas en su pecho. Vigilando al kochou, le hizo una señal a Rakushun para que se
dirigiera a la ciudad, y con el brazo quitó la tela que envolvía su espada.
Una sensación demasiado familiar corrió bajo su piel. Estaba bien acostumbrada a
la sensación de Jouyu. Youko le dio la bienvenida con una gran sonrisa.
Oh, sí que lo lograremos.
Los kochou eran fáciles comparados con otros demonios, y sólo eran ocho. La
espada de Youko podría atravesar hasta el tendón más grueso, de hecho, hasta ayudaba un
poco que los monstruos fueran tan grandes. Eran blancos fáciles, y porque tenían que volar
en línea recta, era fácil saber cuándo atacarían.
Había pasado tanto tiempo sin pelear contra nada, y aquí estaba, sonriendo. Youko
se sorprendía de sí misma.
Doce Reinos

Sus heridas habían sanado, su fuerza había regresado y tenía una confianza
indomable. La hizo sentirse orgullosa el escuchar a las demás personas gritar, personas que
debían estar persiguiéndola, a ella, la kaikyaku.
En el último momento, Youko se dio la vuelta y levantó su espada para enfrentarse
contra la bandada maligna mientras ésta se dirigía a ella produciendo un viento maloliente.
Sentía una oleada de sangre en sus venas y un mar agitado golpeaba sus oídos.
Soy una bestia. Un demonio como ellos.
¿De qué otra forma podría explicarse su alegría ante la promesa de batalla?

La matanza empezó, tanto de los kochou como de los viajeros.


Youko cortó al primero que cayó en picado, luego al segundo, y para el momento
en que había acabado con la mitad de ellos, el camino estaba teñido de rojo por la sangre.
La quinta gran ave caía en picado en su dirección. Youko la esquivó y movió la
espada con una precisión increíble, cortando la cabeza del monstruo mientras pasaba. El
cuerpo sin cabeza se estrelló contra el suelo y dio varias vueltas antes de detenerse. Youko
se dio la vuelta justo a tiempo para ver al sexto kochou yendo en su dirección. Saltó para
esquivarlo, cayendo boca abajo y observó cómo el demonio, enfadado por haber perdido
su presa, planeaba hasta donde los viajeros se apiñaban en las puertas de la ciudad para así
vengarse con ellos.
Youko se levantó en una posición de pelea, conteniendo su respiración. Había
realizado con la mayor eficiencia su trabajo asesino. Se había acostumbrado al olor de la
sangre, a cortar carne y hueso; pero el ver a los muertos le hizo detenerse un momento. En
un instante recobró el coraje. Evadía las puntiagudas garras de sus enemigos, los atravesaba
con su espada relampagueante, se alejaba de las fuentes de sangre y no tenía que ver con
nada más por un rato.
Cuando el séptimo kochou cayó, Youko se levantó y miró al cielo. El octavo se
mantenía en el aire, muy alto. Volaba en grandes círculos a través del aire crepuscular,
aparentemente inseguro de qué hacer. El cielo había oscurecido rápidamente a medida que
se acercaba la noche, hasta que el color era el de metal oxidado, atravesado solamente por
la silueta negra del ave demoníaca.
Aun con la ayuda de Jouyu, no podía perseguirlo por el cielo.
—Baja —susurró Youko. Ven aquí, donde mi garra puede atraparte.
Mientras todavía miraba a la figura que volaba, Youko empezó a inspeccionar sus
alrededores, mirando por el rabillo del ojo.
201 Capítulo 5

El kochou había atacado de día, lo que quería decir que era probable que ella
estuviera cerca. La mujer del cabello dorado.
¿Dónde estaba? Youko podría verla si estuviera cerca. Y cuando la viera, estaba vez
la atraparía. Ahora podía hacerlo. Y entonces averiguaría todo lo que quería saber. Y si la
mujer no quería hablar, le cortaría un brazo y vería qué tenía que decir sobre eso.
Youko se detuvo abruptamente, atónita por el salvajismo de sus propios
pensamientos.
¿Esta es mi verdadera naturaleza? ¿Una bestia?
¿Qué era este rencor dentro de ella? ¿O era simplemente ansias de sangre por el
frenesí de la batalla…?
Doce Reinos
203 Capítulo 5

Muy lejos sobre ella, la sombra cambió de dirección en pleno vuelo. Youko lo vio
descender y apretó con más fuerza la espada. La levantó y el ave demonio cambió de
dirección una vez más, volviendo a subir para volar en círculos.
—¡Baja! —gritó al cielo.
Los demonios no deberían temerle a la muerte. O quizá estaba asustado por encontrar una
presa tan fuerte.
Youko levantó la espada y apuñaló el cadáver del kochou que se encontraba a sus
pies.
—¡Baja o cortaré a tus amigos, ¿me escuchas?!
Bien. Eso llamó su atención.
Momentos después de apuñalar a su compañero caído, el kochou que daba vueltas
descendía en picado. Youko sacó la espada del cadáver justo a tiempo para enfrentarse a las
garras que parecían flechas y se dirigían hacia ella. Salieron chispas de la espada mientras
rechazaba el ataque y entonces Youko le dio vuelta a la espada, haciendo que la punta
atravesara una de las patas del kochou.
El ave chilló y aleteó. El viento la zarandeaba mientras la criatura intentaba alzar el
vuelo, con ella incluida. Youko arrancó la espada con ambas manos y se tiró al suelo, rodó
una vez y entonces se levantó de un salto y clavó la espada al ancho pecho del ave. No
percibió ninguna respuesta inmediata, pero cuando retrocedió, sacando el arma en el
proceso, salió una fuente de sangre.
El resto fue fácil. La criatura ya no tenía fuerzas para volar. Incapaz de sostenerse,
cayó al suelo. Después de un segundo y un tercer golpe, Youko le dio el golpe de gracia y le
cortó la cabeza. Batió la espada en el aire, sacudiendo la sangre. Para ese momento, nada a
su alrededor se movía.

Los kochou no eran lo único que yacía en el camino en el crepúsculo. Los


cadáveres de viajeros atrapados por los kochou estaban esparcidos por todas partes. Youko
escuchó algunos gemidos: algunos de ellos habían sobrevivido.
Youko los observó fríamente mientras limpiaba la hoja con el cadáver del kochou
más cercano. Y entonces lo recordó.
No vine sola.
—¡¿Rakushun?!
Observó el camino que iba hasta Goryou y vio que las puertas de la ciudad estaban
abiertas. Los guardias que salían de la angosta entrada se veían diminutos desde tan lejos.
Doce Reinos

Youko examinó el suelo entre ella y las paredes de la ciudad. En un momento pudo
ver a una corta distancia, una masa de pelaje gris empapado de sangre.
—Rakushun…
Youko empezó a correr hacia él, y luego se detuvo, mirando nuevamente hacia los
portales de la ciudad. Los guardias y las otras personas que salían de la ciudad gritaban algo,
pero ella no pudo discernir sus palabras.
Youko miró a Rakushun y luego volvió a los portales.
No podía saber a esta distancia cuán graves eran las heridas de Rakushun, pero
parecía poco probable que todo la sangre en su pelaje fuera del kochou que estaba a su
lado.
Youko apretó la joya que colgaba de su cuello. ¿Su magia funcionaría en otros o
sería como la espada que sólo podía usar ella? No lo sabía. No lo había intentado. Pero si
funcionaba, podría usarlo para salvar a Rakushun.
La mente de Youko estaba confundida. Debería correr a ver sus heridas, y si era
muy grave podía intentar utilizar la joya. Eso, sin lugar a dudas, sería lo mejor para
Rakushun. Sin embargo, no se movió ni un centímetro.
Mientras fuera a ayudarlo, los guardias la alcanzarían. No estaban tan lejos.
Youko sobresalía, era la única persona de pie entre los cadáveres del camino. Peor
aun, si los guardias habían estado observando todo desde la seguridad de la ciudad, habrán
visto que los kochou iban tras ella… y habrían observado boquiabiertos —o quizás
horrorizados— mientras Youko los derrotaba. Cada persona en la ciudad sospecharía de
ella, o directamente estarían asustados.
A partir de allí, Youko podía adivinar qué pasaría. Su espada no tenía vaina. Si la
revisaban, pronto descubrirían que llevaba el cabello teñido. Y entonces sabrían que era la
kaikyaku buscada.
Pero y si huyo…
Youko observó al bulto inmóvil de pelaje ensangrentado.
¿Qué diría Rakushun si Youko lo abandonaba?
Viaja sola, lleva una espada envuelta en una tela, tiene el cabello teñido de negro, usa ropa de
hombre. Se dirige a Agan para cruzar hasta el reino de En…
Si estas cosas se hacían de conocimiento público, entonces estaría atrapada. No
podía dejarlo allí. Pero tampoco tenía la fuerza de correr y llevarlo con ella. Los guardias la
atraparían seguro.
Por el bien de Rakushun, debía volver. Pero por su bien…
205 Capítulo 5

Su pulso se escuchaba fuertemente en sus oídos.


Y entonces, escuchó una voz a través de la marea creciente que llenaba su mente:
Corre hacia la rata y mátalo.
¿Quién está allí? ¿Quién dijo eso? ¿Jouyu? ¿Yo misma?
No había tiempo de pensar en eso. Si Rakushun decía algo que no debía, sería el fin
de Youko. No podía volver. Eso significaría tirar todo por la borda. Pero tampoco podía
dejar allí a Rakushun. Eso era peligroso.
¿Y entonces qué hago…? ¿Regreso y hago lo que más me conviene? Hasta podría quitarle el
dinero. Eso me sacaría de problemas. Es la única forma y tengo tiempo. Al menos tiempo de hacer eso.
Youko levantó la mirada. Los portales de la ciudad se habían abierto
completamente y una multitud salía hacia la planicie. Estaban corriendo en dirección a ella.
Por reflejo, empezó a correr.
Una vez empezó, no pudo detenerse.
Youko corrió de vuelta al camino, donde una multitud de viajeros apenas llegaba a
la escena de la matanza. Escabulléndose a través de una caravana, Youko llegó finalmente
hasta el lado más lejano de la multitud recién reunida, y con ellos entre ella y la gente de la
ciudad, huyó de vuelta a la carretera.

Estará bien. Debe estarlo.


Youko se repetía esto una y otra vez mientras corría a oscuras por el camino.
Una vez que el sol desapareció completamente y en el camino ya no había personas,
Youko corrió sin tener cuidado de ser sigilosa. Dejando a Goryou detrás, cruzó por la
primera intersección que encontró, escogiendo un nuevo camino para evitar volver a donde
había pasado la noche anterior.
Aun cuando ya estaba a una distancia decente entre ella y la intersección, Youko no
redujo la velocidad. Sentía que si no se daba prisa, algo la alcanzaría.
Tiene que estar bien.
Aunque Rakushun les dijera algo sobre ella, no tenían fotografías en este mundo.
No serían capaces de encontrarla tan fácilmente. Y Rakushun la había protegido, ¿no es así?
No podía decirles que había tenido en su casa a un kaikyaku fugitivo, o él también correría
riesgo de ser castigado.
Doce Reinos

Youko se dijo esto a sí misma hasta que se lo creyó, y finalmente dejó de correr.
Sintió un vacío en su alma y un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío aire
nocturno.
No debería estar pensando en esas cosas. ¿Está Rakushun a salvo? ¿Logró sobrevivir? Youko
no había visto heridas serias, ¿pero cómo podía estar segura?
Debes volver¸ dijo una voz en su cabeza. Al menos debes averiguar si estaba a salvo o no. Si
sobrevivió, entonces eres libre para irte.
No… es demasiado peligroso, dijo otra voz. Y aunque volviera, ¿qué podría hacer?
Tienes la joya.
¿Y qué? ¿Y si no funciona en Rakushun? ¿Y si ya está muerto?
Si vuelve, podría meterse en un gran problema, y no lograría nada. Y una vez la
capturaran, ya podría considerarse muerta.
¿Valoras tu vida tanto? ¿La valoras por encima de la de los demás?
Claro que lo hago.
Él salvó tu vida. ¿Lo abandonarás?
¿Quién dice que salvó mi vida? Habría sobrevivido. Lo habría logrado.
Te salvó. Te protegió.
Lo hizo para beneficio propio. No hay tal cosa como buena voluntad. Las personas siempre
traicionarán para alcanzar sus propios fines.
¿Y qué si tienen razones personales? ¿Eso hace que esté bien abandonar a alguien? ¿Estás
segura? Todos esos heridos… uno de ellos era tu amigo, ¿puedes dejarlos a su suerte? ¿Al menos no debiste
haber ayudado a la gente que iba a ayudarlos? Quizá pudiste salvar a algunos. Sus muertes están en tus
manos.
Un pensamiento hermoso, pero eso no sirve en Este Lugar. Aquí, si esa es la suerte que te tocó,
pierdes Morirás. No pienso perder.
No es sólo un pensamiento. Es lo que se llama humanidad.
Humanidad. ¿Hasta había olvidado lo que era ser humana?
—¿Aun ahora sigues debatiendo tus principios, chiquilla?
Aun ahora, chiquilla. ¡Aun ahora!
—¡Vuelve, mata a la rata!
Youko se estremeció al escuchar la voz chillona tras ella. Se dio la vuelta para ver al
mono azul asomado entre los arbustos a un lado del camino y sonriendo.
—¿No es eso lo que estabas pensando, mmm?
Youko miró fijamente al mono, boquiabierta. Todo su cuerpo temblaba.
207 Capítulo 5

—Lo pensabas matar, ¿no es así, querida? Y aun así sigues pensando en la
moralidad, ¿aun después de todo por lo que has pasado?
—¡No es verdad!
—Oh, claro que lo es. Es exactamente lo que estabas pensando.
—¡Nunca haría nada así!
—Sí que lo harías.
—No podría haberlo hecho. ¡No podría!
El mono carcajeó con un brillo de alegría en sus ojos.
—¿Lo dices porque pensar en asesinar te asusta o porque querías matarlo pero no
sacaste el coraje de hacerlo? —el mono reía mirándola alegremente—. Oh, has crecido, has
crecido. No te preocupes. Serás capaz de matar la próxima vez.
—¡No!
El mono seguía riendo e ignoró su respuesta, su voz hacía eco sin piedad en los
oídos de Youko.
—Voy a volver —declaró ella.
—¿Y para qué? ¡Ya está muerto!
—Eso no lo sabes.
—Oh, pero sí que está muerto. Pero haz lo que quieras. ¡Vuelve! Que te atrapen y
que te maten sin razón.
—No importa, volveré de todas formas. No me interesa lo que digas. —Youko se
dio la vuelta y empezó a caminar en la dirección de la que había vuelto.
—Oh, ¿quizá crees que eso te absolverá de tus pecados?
Youko se detuvo.
—¡Vuelve! Ve y llora sobre su pequeño cadáver peludo. Sólo sigue repitiéndote que
nunca pensaste en matarlo, ¿mmm?
Youko miró atónita al simio sonriente.
Esta soy yo. Esta no es más que mi propia voz. Estos son mis verdaderos sentimientos, nada más
que eso.
—Oh, además, no es que no te fuera a traicionar. Menos mal que esto pasó antes
de que lo hiciera, ¿eh?
—Cállate, monstruo.
—¡Oye! ¡Esos guardias podrían estar en camino ya! Tal vez la rata habló.
—¡He dicho que te calles!
Youko sacó la espada y cortó con ella las puntas de los arbustos.
Doce Reinos

—Espero que esté muerto, por tu propio bien. Oh, habría sido tan perfecto si sólo
hubieras tenido la fuerza de hacerlo. Sigues siendo algo débil, ¿mmm?
—¡Cállate!
—Lo harás la próxima vez. La próxima vez que un amigo caiga, lo atravesarás.
—¡Te odio!
La espada pasaba a través de la hierba nuevamente.
No podía imaginar qué hubiera pasado si de verdad se hubiese atrevido a matar a
Rakushun. Sólo haberlo abandonado estaba matándola ahora mismo, ¿cómo podría haber
vivido con sangre en sus manos?
¿No es suficiente el sólo vivir? ¿Aun si significa convertirse en la criatura más horrible, no es
suficiente el sólo vivir?
No, me alegro de no haberlo matado.
Se alegraba de no haber sucumbido a sus pensamientos. Se alegraba más que nada
de no haberlo hecho.
El mono se reía sarcásticamente de ella.
—Así que lo dejarás vivir. ¡Dejarás que la rata te acuse! ¿Qué tiene eso de bueno,
mmm?
—¡Rakushun puede decir lo que le venga en gana!
Las emociones que se agitaban en su pecho por fin encontraron una voz y las
lágrimas bajaban por sus mejillas.
—Tiene ese derecho. ¡Puede decir lo que quiera sobre mí!
—Sigues siendo demasiado blanda, Youko. Sigues siendo blanda.
¿Por qué soy incapaz de confiar en la gente?
No le estaban pidiendo que confiara ciegamente. Había niveles de confianza.
Habría podido ser capaz de darle a la rata algo de crédito como mínimo. Le debía su vida.
—Sigues siendo demasiado blanda, y ellos pueden verlo, ¿sabes? Es por eso que te
traicionan. Eres un blanco fácil.
—Entonces que me traicionen.
—¡Demasiado blanda! —las carcajadas del mono atravesaban la noche—. ¿Estás
segura? ¿Estás segura de que estás feliz con la situación patética que vives? ¿Estás feliz de
ser una tonta a quien todos traicionan?
—Que me traicionen. Sólo los hace más cobardes y no me hace daño. Es mejor que
ser una cobarde como ellos.
209 Capítulo 5

—Ah, pero verás, son los cobardes quienes ganan. Esta es una tierra de demonios,
Youko. ¡Demonios! No le importas a nadie. ¡No hay una sola alma bondadosa en este
lugar!
—¡Eso no tiene por qué cambiar quien soy!
Así que nadie sería jamás verdaderamente bondadoso. ¿Y qué? ¿Era razón
suficiente para abandonar a alguien que sólo había sido amable con ella? Claro, puede que
no fuera puro altruismo, ¿pero no pudo confiar en él igualmente? ¿No pudo escoger ser
equitativa, un favor por un favor, amabilidad por amabilidad? Si no era así, ¿entonces qué
decía eso sobre ella? ¿Que se había convertido en alguien sin corazón y que podía apartar a
todos, cortando todos los lazos de confianza y de amistad?
Seguramente Youko podría confiar en otros, aun si traición era todo lo que daban a
cambio. Aunque de verdad estuviera sola en este vasto mundo, sin un alma que la ayudara,
sin un alma que la consolara, esa no sería razón suficiente para que ella misma actuara
cobardemente, sin confiar en nadie, abandonar a sus amigos… o peor, hacer daño a otros.
La risa histérica del mono apuñalaba sus oídos.
—Oh, yo creo que sí.
—Debo ser fuerte —murmuró Youko, apretando la empuñadura de la espada.
Este mundo, estas personas… nada tiene sentido. Puedo tomar mis propias decisiones. Puedo
volverme lo suficientemente fuerte como para vivir por mí misma, orgullosa de ser quien soy. No seré lo que
ellos me hagan.
Repentinamente, el mono dejó de reír.
—No —dijo entre dientes—. Morirás. ¡No puedes ir a casa y nadie te echará de
menos! Serás engañada y traicionada, y seguramente morirás.
—No moriré.
Si muriera aquí y ahora sería aceptar que era la tonta cobarde que sentía que se
había convertido. Sería muy fácil decir que su vida no valía la pena, pero eso sería escapar.
No podía vivir negando su propia humanidad. No podía permitirse hacer eso.
—Morirás. ¡Pasarás hambre y te dejarán morir, exhausta y cansada!
Youko movió la espada con toda su fuerza. La espada cortó a través de hierba,
arbustos y el aire oscuro y sintió cómo impactaba con otra cosa. La cabeza del mono, que
seguía brillando de color azul pálido, cayó. Youko observó, incrédula, mientras caía al suelo
y rodaba entre las sombras, dejando un rastro de sangre tras ella.
—No me perderá a mí misma —dijo, enjugándose las lágrimas. Había estado
llorando todo el tiempo.
Doce Reinos

Youko secó sus ojos con la manga de la camisa. Había empezado a caminar cuando
notó un brillo dorado a sus pies. Por un momento, se quedó allí distraída, mirándolo,
insegura de qué significaba.
En la mitad del charco del sangre que se esparcía como una mancha en el suelo,
justo donde la cabeza del mono azul debía haber estado, vio algo que no tenía sentido.
Algo que pensó haber perdido hace mucho.
Era la vaina de su espada.
211 Capítulo 6

CAPÍTULO 6

—Es más o menos de este alto —Youko tenía su mano levantada señalando lo que
sería la altura de un niño—. Se ve como una rata.
La anciana miró con desconfianza a Youko.
—Eh, ¿de qué hablas? ¿Es un hanjuu?
—Sí. Escuché que salió herido ayer en la noche.
—Ah… ¡por el kochou! —exclamó la mujer, volviéndose. La ciudad de Goryou
apenas era visible en la distancia—. Bueno, no sabría decirte. Pero si estás buscando a algún
herido, estarán en la oficina de la ciudad. Allí es donde los llevan a curarlos.
A Youko le habían dicho todos casi lo mismo desde esa mañana.
Había esperado a que fuera de mañana en Goryou, pero entonces encontró que la
guardia en los portales de la ciudad era tan dura que no tenía esperanza de pasar sin ser
detectada. Y aunque hubiera podido arreglárselas para entrar, la oficina de la ciudad era el
último lugar en el que quería que la vieran.
—Has ido a mirar, ¿no?
—Sí… no estaba.
—Entonces probablemente esté detrás —dijo la anciana, siguiendo su camino con
su pesada carga.
Detrás de la ciudad, a la sombra de las murallas, estaba la lúgubre hondonada donde
dejaban los cuerpos de los muertos. Youko escudriñó desde la distancia, pero la guardia allí
también era demasiado estricta. No podía acercarse lo suficiente para ver si Rakushun
estaba entre los cadáveres.
Youko observó cómo la anciana se alejaba lentamente, y luego se volvió para
esperar al próximo viajero que saliera de Goryou.
—Disculpe…
Esta vez fue una pareja. El hombre tenía una pierna vendada y se apoyaba en un
bastón. Los dos la miraron con suspicacia.
—Lo siento, escuché que hubo varios heridos ayer…
—¡Tú! —gritó el hombre, apuntando repentinamente a Youko con su dedo—. ¡Tú
eres! ¡El que llevaba la espada!
Youko se dio la vuelta antes de que el hombre terminara de hablar.
—¡Oye! ¡Detente!
Sorda ante los gritos del hombre, huyó, ocultándose entre los viajeros en el camino.
Doce Reinos

Juzgando por su pierna, el hombre probablemente había estado entre los heridos
por el ataque de los demonios. Y la recordó.
Youko ya había huido así varias veces en ese día. Cada vez, parecía que el número
de guardias en los portales aumentaba, forzándola a alejarse cada vez más de la ciudad.
Ella sabía que sería más seguro irse de Goryou y esperar en las montañas hasta que
la conmoción amainara. Si seguía vagando por el camino, los guardias la atraparían dentro
de poco. Pero aun así, de alguna forma no podía irse. Tenía que saber.
¿Por qué importa lo que le pase?
El sólo verificar si Rakushun había sobrevivido no la absolvería de haberlo
abandonado el día anterior. Lo hecho, hecho está y no se puede deshacer.
Y aunque le hubiesen dicho que estaba vivo, no podría entrar a la ciudad a
disculparse. El momento en que pusiera un pie dentro de esos portales, sería reconocida y
capturada. Y eso significaba la muerte.
¿Qué hago?
Una parte de ella sentía que estaba perdiendo el tiempo. Había caído tan bajo como
podía. ¿Qué sentido tenía intentar arreglar las cosas? Sin embargo, al mismo tiempo, se
sentía incorrecto el simplemente rendirse y abandonar a su antiguo compañero.
No podía decidirse, así que continuó allí.

El día desaparecía y Youko todavía no había llegado a una decisión. Había


regresado a los portales varias veces más. Allí, arrinconó a viajero tras viajero, haciendo las
mismas preguntas y obteniendo las mismas respuestas. Se había quedado sin suerte y sin
tiempo.
—¡Oye tú! —una voz gritó tras ella.
Por reflejo, Youko empezó a alejarse, mirando con cautela sobre su hombro. Y
entonces vio a madre e hija de pie a una corta distancia, mirándola raro.
—¡De verdad eres tú! Te conocimos por Bakurou.
Youko se detuvo sorprendida, y se volvió hacia ellas. Eran la mujer y la niña que la
habían encontrado en el sendero en la montaña hace tantos días, las vendedoras de azúcar
todavía llevaban sus canastas llenas en sus espaldas.
—¡Lo lograste! Qué bien, no estaba segura… —dijo la madre sonriendo, aunque
había más que alegría en su expresión.
La niña se veía extremadamente confundida.
—¿Y tus heridas? ¿Ya sanaron?
213 Capítulo 6

Youko dudó un momento antes de asentir. Y entonces hizo una reverencia.


—Gracias. Gracias por ayudarme en las montañas.
Le habían ofrecido su ayuda y ella la había rechazado y luego había huido, incapaz
de confiar en los desconocidos. Pudo haberles agradecido en ese momento, pero Youko no
pensó que en ese entonces realmente lo sintiera.
—Bueno, realmente me alegra ver que estás bien. Estaba preocupada por ti, sola en
el bosque y herida —La mujer sonrió con más soltura ahora—. ¿Ves, Gyokuyou? Está
bien. No había nada de qué preocuparse —La madre veía a su hija que seguía abrazada a su
pierna. La niña veía a Youko como si no creyera lo que veía. Youko intentó sonreírle. Los
músculos en sus mejillas se tensaron, arqueando hacia arriba las esquinas de su boca. Se
sentía poco natural, poco practicado.
La niña llamada Gyokuyou parpadeó y se escondió tras la pierna de su madre,
haciendo pucheros. Youko se agachó hasta quedar al nivel de la niña.
¿Si no me hubieran dado agua y dulce habría sobrevivido esa noche?
Esta vez la sonrisa de Youko era un poco más alegre.
—Gracias a ti también. Tú fuiste quien me dio dulce, ¿no?
La chica miró a Youko, luego a su madre y sonrió un poco. Inmediatamente,
frunció el ceño de nuevo pero no pudo hacerlo por mucho tiempo y entonces sonrió,
mostrándole sus dientes. Era tan pequeña, tan femenina, casi hacia llorar a Youko.
—¿Te dolía mucho? —preguntó la niña que ahora sonreía.
—¿Qué?
—Tus heridas. Mamá dijo que estabas amargada porque te dolían las heridas.
—Sí, me dolían. Ella tenía razón. Siento haber sido amargada.
—¿Ya no te duelen?
—No, ahora estoy bien —Youko se levantó una manga para mostrar la cicatriz
donde uno de los perros-demonio la había cortado. Cuando lo hizo, se preocupó de que
notarían que había sanado demasiado rápido.
Gyokuyou miró a su madre.
—¡Ya está mejor, Mamá!
La madre entrecerró los ojos y bajó la mirada para ver a su hija.
—Bueno, me alegro. Pensé en volver y buscarte pero para cuando llegué a Bakurou,
los portales ya estaban cerrando y en estos días los guardias no tienen la valentía de salir
luego del anochecer. ¿Estás buscando a alguien?
Youko asintió.
Doce Reinos

—Mi amigo. Un hanjuu.


—Nos estábamos dirigiendo precisamente hacia Goryou. ¿Quieres ir con nosotras?
Youko tuvo que negar con la cabeza. La madre asintió con una expresión pensativa
en su rostro.
—Bueno, Gyokuyou, vayamos a buscar dónde quedarnos hoy —La mujer tomó la
mano de su hija y miró nuevamente a Youko—. ¿Dijiste que buscabas a un amigo?
Youko asintió.
—O está en la oficina de la ciudad, o… está detrás. ¿Cuál es su nombre?
—Rakushun…
—Entonces espera aquí. Iré a mirar —dijo, acomodando la canasta en su espalda.
Youko bajó la cabeza.
—Gracias. De nuevo.
Casi al anochecer, la mujer regresó sola. Le dijo a Youko que no había nadie como
su amigo Rakushun entre los heridos. Y entonces se dio prisa para volver a la ciudad,
dejando a Youko con la duda de si la mujer sabía qué había pasado el otro día o de quién
era en realidad Youko.

Youko decidió que era hora de rendirse. O la vendedora de dulces no había visto a
Rakushun o el hanjuu ya se había ido de la ciudad.
Y no tengo forma de saber cuál de las dos opciones es.
Youko bajó la cabeza desde su posición en el camino, todavía miraba los portales a
la distancia.
Este es mi castigo.
Entendió que aquí, en este lugar, había llegado al fin a una línea que no podría
cruzar.
Con el corazón pesado, se volvió y empezó a caminar sola.
Youko pronto volvió a su antigua forma de viajar: caminaba de noche, vigilante de
los habitantes de la oscuridad y dormía cuando llegaba el amanecer a la tierra. Había pasado
tanto tiempo caminando en la noche, pensaba, que una parte de ella estaba convencida que
este país era una tierra de la noche donde la oscuridad era la norma y la débil luz del día no
era más que un sueño perturbador.
Rakushun llevaba el dinero, así que Youko no tenía ni un centavo. Pero aun así,
estaba tan acostumbrada a las batallas rutinarias contra los demonios y dormir hambrienta
215 Capítulo 6

sobre una cama de hierba, que pensó muy poco en ello. Era suficiente con tener un
objetivo. Iría a Agan y cruzaría hasta En. Le faltaba el dinero para pagarle a un barco, pero
tenía mucho tiempo para pensar cómo solucionar eso.
Youko calculó lo mejor que pudo y adivinó que debía haber estado caminando por
más de un mes desde que el viejo en Takkyu le robara las cosas. Sabía que mientras
caminara, pronto no habría nada que beber, nada que comer, y sólo el poder de la joya la
podría mantener en pie. Pero precisamente porque lo sabía, era mucho más fácil de
soportar.
El mono azul nunca volvió, y ahora que tenía la vaina, la espada ya no le mostraba
visiones de su casa. Ocasionalmente, escuchaba el lejano y débil sonido de agua goteando, y
por el rabillo del ojo veía una débil luz en el espacio entre la empuñadura y la vaina, pero
nunca sacó la espada para mirar. En vez de eso, seguía caminando en silencio, cada vez más
rápido.
Qué patética. ¿De verdad tu vida vale tanto, mmm?
Podía escuchar la voz del mono en su voz, tentándola en sus pequeños momentos
de descanso. No la sorprendió. Después de todo, era solamente la voz de sus propios
miedos. No necesitaba la presencia de la criatura para escuchar eso.
Lo vale.
¿Vale tanto como para abandonar al amigo que la salvó?
No lo sé. Pero no me rendiré.
¿Por qué no te entregas mejor? Pagas tus deudas… Pagas por tus pecados…
Lo pensaré cuando vuelva a En.
Youko pensó que podía escuchar el sonido de las carcajadas en la distancia.
Tienes tanto miedo de morir, ¿no es así? ¡Tienes miedo! Oh, crees que tu vida es tan importante.
Lo es. Aun más porque él la salvó. Y cuando ya no necesite que me salven, cuando ya no necesite
protección, cuando mi vida sea completamente mía, pensaré sobre cómo quiero vivirla. En ese momento me
preocuparé por arrepentimientos y pesares.
El ahora, pensó Youko, el ahora es para vivirlo.
Sí, vivirlo. Vivir y matar. Destrozar demonios, amenazar a las personas con tu brillante espada.
Te gusta cuando te ven con miedo, ¿no es así?
Sólo hago lo que tengo que hacer. Debo ir a En. No puedo darme el lujo de vagar por ahí. Una
vez esté allí, podré dejar mi espada.
¡Ir a En no resolverá nada!
Doce Reinos

Quizá no. Pero debo buscar a Keiki y encontrar un camino de vuelta. Y hay muchas cosas en las
que debo pensar.
¿Todavía piensas que Keiki es tu amigo, mmm?
Lo sabré cuando lo vuelva a encontrar. No necesito pensar en eso hasta que llegue ese momento.
Aunque lo encuentres una vez más, no serás capaz de ir a casa.
No me rendiré hasta que confirme que así es.
¿Y para qué ir a casa? Nadie te está esperando.
No me importa.
Youko había vivido por años —parecía ser que toda su vida— observando los
rostros de la gente a su alrededor, buscando señales de lo que querían. ¿Eran felices?
¿Estaban enojados? ¿Les caía bien? ¿Cómo podría hacer que les agradara más? Pasó su vida
asustada de la confrontación, haciendo cualquier cosa para evitar un regaño.
Es gracioso ahora que lo pensaba. ¿De qué tenía miedo?
Se le ocurría que no solamente había sido una cobarde. Quizá también era floja. Era
más fácil hacer sólo lo que la gente quería que hiciera y no lo que ella quería. Requería
mucha energía el hacer lo que quería, era mucho más fácil seguir la corriente, era más fácil
actuar como una «buena chica» y desaparecer lentamente todas las partes de ella misma que
no concordaban.
Había sido una cobarde y una floja. Más que nada es por eso por lo que quería
volver a casa. Regresaría al mundo que conocía y esta vez viviría su vida de forma
completamente diferente. Quería otra oportunidad.
Youko le daba vueltas a estos pensamientos mientras corría a través de la noche.

La lluvia caía más frecuentemente a medida que pasaban los días, ya que estaban en
la estación lluviosa. Acampar al aire libre se volvió imposible, así que decidió buscar lugares
donde quedarse en las aldeas que estaban regadas por la campiña. Algunas personas
estaban dispuestas a dejarla dormir en sus graneros, mientras que otros le exigían un pago
que ella no estaba en condiciones de dar. Algunas veces, las personas más beligerantes
llamaban a los guardias de la aldea. Una vez, la aldea entera la perseguía y Youko estaba
segura de que habría sido apedreada sino hubiera escapado. Pero otras veces, la invitaban a
comer una cena caliente, era más frecuente en las casas más pobres.
Mientras su viaje continuaba, Youko aprendió cómo trabajar por su estancia.
Se quedaba por la noche y al día siguiente trabaja para sus anfitriones. Aprendió
cómo realizar muchas labores: ayudó en los campos, limpió las casas, ayudó a arreglar
217 Capítulo 6

techos, se encargó del ganado y barrió los graneros. Una vez hasta ayudó a cavar una
tumba.
Algunas veces, las personas más prósperas la dejaban quedarse por unos días y le
daban un poco de dinero. Y de esa forma, Youko fue de aldea en aldea, trabajando como
pudo, blandiendo su espada y huyendo del peligro. Descubrió que cuando un aldeano
llamaba a los guardias, la seguridad aumentaría en todas las aldeas contiguas, así que
acampaba a la intemperie hasta que llegaba a un área donde las personas estuvieran menos
prevenidas.
También había demonios, y en cantidades cada vez mayores, pero ya casi no les
prestaba atención. Peleaba, limpiaba su espada y seguía su camino.
Cuando llevaba viajando cerca de un mes, Youko iba andando por un camino
cuando escuchó un sonido tras ella, y cuando miró en esa dirección, encontró que estaba
siendo seguida por un grupo de hombres, guardias de una aldea que había dejado atrás hace
mucho. Cada vez que se detenía en una aldea y conocía gente, dejaba un rastro; no era de
sorprender que alguien lo haya seguido hasta alcanzarla.
Huyó hacia las montañas y logró perder a sus perseguidores entre los árboles y la
maleza; pero en los días que siguieron, se encontró a más y más guardias caminando en la
carretera, y cada vez más se vio forzada a alejarse de los caminos y tuvo que viajar a través
del campo abierto.
Su peor miedo era que no le permitieran entrar a Agan, así que a medida que se
acercaba a su destino, evitaba quedarse en las aldeas o hablar con otras personas en el
camino. Finalmente, se rindió y empezó a caminar a través de las montañas, abriéndose
paso con determinación.
Rakushun había dicho que le tomaría un mes entero llegar a Agan, pero ya casi
habían pasado dos meses antes de que Youko pudiera divisar por primera vez la ciudad
portuaria.

—Disculpe —dijo Youko, deteniendo a otro viajero frente a las puertas de Agan.
La ciudad estaba al fondo de una cuesta larga y no muy empinada. Desde su
ubicación en la carretera, podía ver todo el puerto.
El Mar Azul realmente era de un azul brillante, cortado aquí y allí por las blancas
crestas de las olas subiendo y rompiendo contra la orilla. Era impresionante: el mar
Doce Reinos

traslúcido, la curva de la península que guardaba el puerto, los barcos blancos en el puerto.
Más allá de la península, la perfecta línea del horizonte dividía la distancia entre el mar y el
cielo. Si este mundo realmente era plano, algo aquí no tenía sentido.
Todos los caminos que llevaban a las puertas de Agan estaban llenos de gente. Era
una gran ciudad con mucho tráfico. Youko se había introducido a una multitud de lo que
parecían ser gente del lugar y llamó a la primera persona que parecía ser amable que vio.
—Disculpe, ¿sabe cómo puedo llegar a En?
El anciano le señaló el camino. Le preguntó cómo podía conseguir un pasaje y
cuánto costaría. El dinero que había ganado durante su viaje sería más que suficiente.
—¿Cuándo zarpa el barco?
—Un barco de pasajeros sale cada cinco días. Faltan tres días para el próximo.
Youko preguntó a qué hora salía el barco. Si cometía un error y el puerto cerraba,
todo habría sido en vano. Hizo cada pregunta útil que se le ocurría y entonces hizo una
reverencia en señal de gratitud.
Dándole la espalda a Agan, Youko pasó el resto de ese día y el siguiente, en las
montañas de los alrededores. El barco zarparía por la mañana, el día anterior, se aventuró a
entrar a la ciudad una vez más.
La seguridad en los portales era muy fuerte. Pero tenía que pasar la noche en la
ciudad y no podía darse el lujo de levantar sospechas. Youko miró su espada envuelta en la
tela. Aunque ahora tenía vaina, los viajeros que llevaban espadas eran muy pocos y no
quería atraer atención innecesaria.
¡Cuán fáciles serían las cosas si sólo no tuviera esa espada! Por esa razón había
considerado dejarla en Kou, pero eso la habría dejado indefensa contra los ataques de los
demonios. Y lo que buscaban los guardias no eran solamente una espada, así que Youko
pensó que deshacerse de ella no mejoraría su situación.
Una idea se le ocurrió: volvió a las montañas, cortó varios fajos de hierba y los ató
alrededor de la espada. Entonces puso la espada junto con sus otras pertenencias y juntó
todo en un gran paquete, escondiendo el arma completamente. Con el bulto bajo sus
brazos, volvió al camino mientras el crepúsculo se acercaba y se sentó en el borde del
camino, esperando su oportunidad.
Una vez se sentó, un anciano la llamó.
—¿Pasa algo, hijo?
—Ah, no es nada —respondió, volviendo su voz tan gruesa como pudo—. Sólo
que me lastimé la pierna.
219 Capítulo 6

El hombre la miró con suspicacia, y entonces aumentó la velocidad mientras


caminaba hacia Agan. Youko, que seguía sentada, vio cómo se alejaba. Tres personas más
la interrogaron antes de encontrar a quien estaba esperando.
—¿Pasa algo?
Era una pareja joven con dos niños pequeños.
—No… No me siento bien… —dijo Youko, mirando el suelo.
La mujer puso su mano en el hombro de Youko.
—¿Puedes caminar?
Youko negó con la cabeza. Si no podía ganarse la simpatía de esta mujer, se vería
obligada a abandonar su espada, volviéndose vulnerable. Su nerviosismo ayudó en su
actuación, pues una gota de sudor frío rodó por su frente.
—No te ves muy bien. Estamos cerca de Agan, ¿puedes caminar hasta allí?
Youko asintió débilmente. El hombre la tomó por el hombro.
—Ven, apóyate de mi brazo. Sólo camina un poco más y habrás llegado.
Youko asintió, apoyando la mano en el hombro del hombre. Mientras se levantaba,
dejó caer su bolsa a propósito. Se volteó para levantarla pero la mujer la detuvo, la tomó y
se dirigió a los niños.
—Aquí tienen, lleven esto. No pesa.
Los dos niños tomaron el equipaje de Youko y asintieron, su expresión seria
reflejaba su preocupación.
—¿Puedes caminar? ¿Llamamos a los guardias?
Youko negó con la cabeza.
—No, estaré bien. Mi amigo ya está dentro buscando alojamiento.
—Ya veo —Sonrió el hombre—. Qué alivio saber que tienes un amigo esperando
por ti.
Youko asintió y empezó a caminar, recostándose levemente en el hombro del
hombre; débilmente, para que no pensara que estaba tan enferma, pero lo suficientemente
cerca para que cualquier viajero que pasara pensara que viajaban juntos.
Se acercaban a los portales, donde varios guardias caminaban entre los ríos de
viajeros, revisando los papeles al azar y observando a la multitud. Youko y la familia
pasaron junto a ellos. Sintió cómo los ojos de un guardia se fijaron en ella
momentáneamente pero el grito que tanto temía nunca llegó. Manteniéndose
cuidadosamente entre la pareja, Youko pudo entrar a Agan.
Doce Reinos

Después de haber caminado un poco más, Youko suspiró de alivio. Miró sobre su
hombro, asegurándose de estar tan lejos de los guardias que no pudieran reconocerla.
Lo logré.
Estaba aliviada y se alejó del hombre.
—Gracias, señor. De aquí en adelante puedo hacerlo yo solo.
—¿Estás seguro? Podemos llevarte hasta donde pasarás la noche.
—No. No, gracias. Estaré bien. De verdad. Muchas gracias. —Youko bajó la
cabeza. Siento haberlos engañado.
El hombre y la mujer se miraron, le desearon que mejorara y se fueron por su lado.

Al igual que Takkyu, la ciudad de Agan estaba llena de refugiados. Temiendo que
las personas de algún hotel sospecharan de ella, Youko pasó la noche de cuclillas en una
esquina abandonada cerca de las murallas.
Cuando finalmente llegó la mañana, se levantó y caminó a través de las calles
enlodadas en dirección al puerto. Entre más se acercaba al agua, las calles se iban
agrandando cada vez más. Youko se detuvo cuando vio un embarcadero de madera con
una línea de personas que subían a un barco que se encontraba al final. Varios de los
guardias de la ciudad estaban supervisando todo, revisando a todos los pasajeros que
subían.
Por un momento, la visión de Youko se nubló. Aturdida, observó cómo los
guardias revisaban las pertenencias de los pasajeros. Youko tenía una idea de lo que
buscaban, pero no quería deshacerse de su espada. Se acercó más al embarcadero,
quedándose de pie bajo la sombra de una pequeña pared. No se atrevía a acercarse más.
Desde ahí, veía a los pasajeros y a los guardias.
¿Debo deshacerme de la espada?
Perder su único medio de protección era mejor que quedarse atrapada en Kou. Era
la única forma, decidió, y se volvió en dirección al mar… pero por alguna razón, no pudo
hacerlo. La espada era lo único que la relacionaba con Keiki. Perderla significaba perder su
única conexión con él: su única conexión con su hogar.
¿Qué debo hacer?
Youko dudaba, incapaz de decidirse. Inspeccionó el puerto. Debía haber alguna
forma de llegar a En sin tener que perder su espada. Vio varios veleros atracados en la
bahía. Quizá podría robar alguno.
No sé cómo utilizarlos.
221 Capítulo 6

Rakushun había dicho que el Mar Azul era un mar interno. ¿Habría alguna forma de
caminar por la orilla y llegar hasta En?
Seguía de pie e indecisa, cuando escuchó el retumbe de un tambor.
Los ojos de Youko se dispararon hasta el final del embarcadero. El sonido salía del
barco, la tripulación estaba anunciando que ya era hora de irse. La línea de pasajeros
finalmente había subido. Los guardias seguían ahí, pero no estaban haciendo nada, su
trabajo había terminado.
No lo lograré.
Si corría hacia el barco ahora, los guardias la atraparían. No tenía tiempo de sacar la
espada y se vería sospechoso si intentaba abordar sin llevar equipaje. Youko estaba
congelada, incapaz de moverse como si tuviera raíces y observaba mientras el barco
levantaba las velas lentamente.
Habían quitado la pasarela que conectaba al barco con el embarcadero. Finalmente,
Youko abandonó la sombra de la pared y corrió. El barco ya había empezado a moverse, se
movía a través del embarcadero y los guardias estaban ahí de pie, observándolo. Youko se
detuvo abruptamente. No podía arriesgarse a acercarse más.
Boquiabierta, Youko observó mientras el barco se alejaba lentamente. La imagen de
sus grandes velas blancas quedaron grabadas en su mente.
Si voy ahora, si salto al mar y nado hasta el bote…
Youko seguía allí pensando ideas alocadas pero su cuerpo no se movía.
¡Si tan sólo pudiera subir al barco llegaría a En!
Todo lo que pudo hacer fue quedarse ahí de pie, apretando su bolsa, observando
cómo el barco partía. Se sintió entumida, incapaz de creer que había perdido lo que pudo
haber sido su única oportunidad.
—¿Qué te pasa? ¿Perdiste el barco?
De repente una voz trajo de vuelta a Youko a la realidad.
Bajo ella, del otro lado del rompeolas hecho de tierra y madera comprimida, vio un
pequeño barco con cuatro hombres en la cubierta. Uno de ellos la miraba.
Youko asintió, bajó el rostro para esconder su frustración. Pasarían cinco días antes
de que llegara el próximo barco con dirección a En. Esos cinco días determinarían su
destino.
—Bueno, salta, hijo. Sube.
Se quedó congelada por un momento, incapaz de comprender lo que el hombre le
decía.
Doce Reinos

—Tienes prisa, ¿no es así?


Youko asintió. El hombre estaba recostado contra una guindaleza que estaba
amarrada a uno de los postes a sus pies.
—Bueno, entonces deshaz esa cuerda y salta. Alcanzaremos el barco en Fugou. Y
podrás ayudar en la cubierta mientras tanto.
Los otros hombres en el barco se rieron al escuchar esto. Una vez más, Youko
asintió, lentamente, preguntándose si era un error atreverse a confiar en ellos. Y entonces
desató la guindaleza, la sostuvo fuertemente y subió al bote.
El pequeño bote era un barco mercante que llevaba mercancías a la isla de Fugou,
que se encontraba en el Mar Azul al norte de Agan. Fugou era el distrito más al norte de
Kou, era un viaje de un día y una noche desde Agan y era el último puerto en el camino a
En.
Con la excepción de un corto viaje en ferri que había tomado en un viaje escolar
hace muchos años, Youko jamás había subido a un barco y mucho menos a uno con velas.
Caminó por la cubierta en un estado perpetuo de confusión, tirando de las cuerdas
y llevando instrumentos náuticos como le ordenaban. La tripulación del barco la dejó
exhausta. Una vez el barco entró a aguas más profundas y la navegación era más fácil,
Youko tuvo que limpiar ollas y preparar la comida para la tripulación. Para el final del viaje,
hasta le había lavado los pies a un compañero. Cuando alguien le preguntaba algo sobre
ella, sólo balbuceaba una respuesta desganada y el resto se reía de lo reticente que era pero
por suerte no preguntaban más.
El barco continuó su viaje sin imprevistos a través de las olas y para el día siguiente
ya había llegado al puerto en Fugou.
El barco que iba hacía En había llegado al puerto un poco antes que ellos y ahora
descansaba. La tripulación del barco mercante hizo fregar y lavar a Youko hasta el último
minuto, cuando pasaron junto al barco de pasajeros que había bajado el ancla a poca
distancia de la orilla. La tripulación del barco mercante saludó al otro barco,
preguntándoles si dejarían subir a Youko. Un momento después Youko se encontraba
subiendo la pequeña escalera que habían bajado del gran barco. Cuando llegó a cubierta,
uno de los hombres del barco mercante le lanzó una pequeña bolsa.
—Pan cocido. Necesitarás algo de comer —dijo, despidiéndose.
Apretando fuertemente el paquete bajo un brazo, Youko respondió:
—Gracias.
—Nah, gracias por el trabajo. Cuídate.
223 Capítulo 6

Los hombres rieron y quitaron los flotadores que impedían que los barcos chocaran
—Youko fue la encargada de bajar los flotadores antes de ir al otro barco— y se
despidieron nuevamente. Fueron las últimas personas que conoció en Kou.

Aunque era un mar interno, el Mar Azul era tan vasto que la orilla más lejana no
podía verse y el olor a sal que Youko percibía al estar de pie en la cubierta lo hacía
indiferenciable de cualquier otro océano. El barco abandonó el puerto en Fugou e inició su
viaje a través del brillante mar azul, en dirección a la ciudad de Ugou en En. El viaje desde
Fugou duró tres días y dos noches.
Al principio, Youko pensó que En parecía ser igual de lo que había visto en la orilla
occidental de Kou. Sin embargo, mientras el barco se acercaba al puerto, empezó a notar
las diferencias. El puerto era mucho más grande, con muchos muelles y en mejor estado.
Detrás se extendía una gigantesca aldea —en realidad era una ciudad—, más grande que
cualquiera que hubiera visto en Kou. Parecía más una ciudad costera de Japón, sin la parte
del concreto. Evidentemente algunos de los viajeros que estaban reunidos en la cubierta
también veían Ugou por primera vez, porque se quedaron de pie como Youko, con los
ojos como platos, embebiéndose en la vista.
La ciudad de Ugou empezaba en el puerto y llegaba hasta una pared con forma de
U que marcaba sus límites. Al igual que Agan, la ciudad estaba construida en una cuesta que
subía hasta unas montañas que se levantaban en la parte más lejana de las murallas de la
ciudad. Los brillantes colores pastel de los edificios de madera se combinaban en la
distancia, dándole a toda la ciudad un ligero tono rosa. En las esquinas y por uno que otro
lugar en el centro, vio edificios más altos que parecían estar hechos de piedra. Uno de ellos
era claramente una atalaya, otra cosa que nunca había visto en Kou.
Youko estaba atónita. El puerto de aquí hacía parecer al de Agan como una
casucha. Los muelles bullían de actividad. Un pequeño bosque de mástiles se abarrotaba en
el agua. Aquí y allí, velas de color blanco y marrón claro hacían contraste con el azul del
mar.
Libre de la pobreza y el peligro de Kou, Youko se sintió como si nunca hubiera
visto algo tan hermoso en toda su vida.
Doce Reinos

Al bajar del bote, Youko se encontró inmersa en un panal de actividad. Hombres


ocupados revoloteaban en los muelles. Niños iban y venían de hacer mandados. Gritos de
los vendedores de comida se elevaban sobre lo de los de la multitud, añadiéndose al ritmo
de la alegre cacofonía. Era como un gran festival.
La primera idea de Youko después de mirar a la gente en la multitud era que este
sería un lugar maravilloso para vivir. Era estimulante ver los rostros de la gente tan frescos
y vivos, y supuso que el de ella debía lucir igual.
Estaba caminado por el muelle, absorta en el bullicio de esta nueva tierra, cuando
escuchó una voz muy familiar llamándola.
—¿Youko?
Youko se sobresaltó y giró, y cuando lo hizo vio a una figura familiar: baja con un
pelaje marrón grisáceo acicalado. Era Rakushun, sus bigotes brillaban de un color plateado
bajo el sol del mediodía.
—Rakushun…
El hanjuu se abrió camino entre la multitud hasta llegar a los pies de Youko. Sus
pequeñas patas rosadas envolvieron las manos de Youko.
—Me alegra que lo hayas logrado. Me alegra mucho.
—¿Cómo…?
—Bueno, supuse que si habías subido en el barco en Agan, estarías aquí. Así que
esperé.
—¿Me esperaste?
Rakushun asintió con la cabeza y apretó la mano de Youko.
—Esperé un tiempo en Agan y como no aparecías, pensé que quizá habías venido
antes que yo. Pero cuando llegué tampoco pude encontrarte. Así que he estado viniendo
cada día a la orilla donde llegan los barcos. Para decirte la verdad, estaba a punto de
rendirme —admitió la rata, sonriéndole a Youko.
—¿Por qué…? ¿Por qué me esperaste por tanto tiempo?
Rakushun se encogió de hombros.
—Fui muy tonto. Debí haberte dejado algo de dinero, o al menos haberte dejado
llevar la mitad. Has debido pasar por muchas dificultades para llegar aquí. Lo siento, eh.
—¡Pero fui yo quien huyó! ¡Te abandoné!
—Sí, pero no fui de mucha ayuda, ¿no crees? —La rata mostró una sonrisa
avergonzada—. Tuviste razón en huir. ¿Qué habrías hecho si los guardias te atrapaban? Te
225 Capítulo 6

habría aconsejado hacer exactamente lo que hiciste y hasta te hubiese dado mi bolsa de
dinero, si no hubiese estado, eh… inconsciente.
—Rakushun…
—Como sea, luego de eso, estaba muy preocupado por ti. Me alegra que estés bien.
—No creas que te abandoné… por no haber tenido más opciones.
—¿De verdad?
—Sí. Lo admitiré, estaba asustada de viajar con otra persona. N-no podía confiar
más en la gente. Pensaba que todos eran mis enemigos. Por eso lo hice.
Rakushun se peinó los bigotes.
—¿Y ahora? ¿Sigo siendo tu enemigo?
Youko negó con la cabeza.
—Entonces ya no hay ningún problema. Vamos.
—Rakushun —Youko lo llamó—. ¿No estás enfadado? Siento que te traicioné.
—Oh, quizá piense que eres un poco tonta por haberlo hecho, pero no te odiaré
por eso, Youko —dijo Rakushun con una sonrisa.
—Hasta… hasta llegué a pensar… que debía regresar y matarte. Para evitar que
hablaras.
Rakushun apartó su pata y dejó de caminar.
—Eh, Youko…
Youko tragó.
—¿Sí?
—Para decirte la verdad, cuando me dejaste atrás, sí, estaba un poco decepcionado.
Sólo un poco. Sabía que no confiabas en mí. Estabas nerviosa todo el tiempo que pasamos
juntos, preguntándote si te haría algo.
»Pero aún así, me dije a mí mismo “Rakushun, dale algo de espacio y lo superará”.
Así que sí, fue una decepción, pero parece que ya entendiste. Así que realmente ya no hay
ningún problema, ¿vale?
—Pero sí hay problemas —protestó Youko—. Es decir, ¿por qué quedarte y
esperarme? ¿Por qué molestarte después de todo lo que te hice?
—Bueno, siempre hago lo que mejor me parece. Quería que confiaras en mí: ese es
mi problema. Y el que confiaras en mí o no, bueno, esa era tu decisión. ¿Quién soy yo para
saber si ganabas o perdías al confiar en mí? Esa también era tu decisión.
Youko asintió lentamente.
—Rakushun, realmente eres…
Doce Reinos

Rakushun sonrió.
—Ni lo menciones.
—No. Me rendí tan fácilmente. Pensé que no tenía amigos.
—Youko. —Una pequeña pata apretó el brazo de Youko.
—Es sólo que, estoy tan avergonzada…
—No debes estarlo.
—Debería.
—No, no deberías, Youko. Oye, no soy yo quien terminó en una tierra extraña, y e
perseguido y engañado donde sea que va.
Youko miró a Rakushun, quien la observaba.
El hanjuu sonrió.
—Te fue bien, Youko. Te irá mejor.
—¿Eh?
—Me di cuenta apenas bajaste del barco. Tienes una especie de… presencia. Es
difícil no notarte.
—¿Yo?
—Así es. Ahora, vámonos.
—Vale. ¿Pero a dónde?
—A las oficinas de la ciudad. Si te registras como kaikyaku, te facilitará las cosas de
ahora en adelante. Si mencionas que quieres una audiencia con el rey, quizá hasta te
escriban una carta de presentación. Mientras esperaba que llegaras, estuve observando
todo. Fui a las oficinas, entre otras cosas. Fueron quienes me dijeron eso.
—Oh… gracias —dijo Youko.
Hasta ese momento este mundo se había sentido como una jaula para ella, pero de
repente, pudo escuchar el sonido de las barras. La puerta se estaba abriendo.

El par de amigos se dirigieron al centro de la ciudad. Ugou era mucho más animado
entre más alejado de los puertos. Había muchas personas en las calles y los tenderos
gritaban desde sus puestos, invitando a los clientes a pasar.
—Muy diferente de Kou, ¿eh?
—Sí.
—Había escuchado que En era un país rico, pero escuchar y ver son dos cosas
diferentes.
227 Capítulo 6

Youko asintió. Las calles aquí eran más anchas, la escala de todo era mayor. Hasta
las murallas que rodeaban la ciudad era más gruesa, en algunos lugares podía llegar a ser
hasta seis metros más gruesa; había muchísimas tiendas que habían sido esculpidas
directamente dentro de la muralla. Le recordaba a Youko los restaurantes bajo las líneas del
tren elevado en Tokio.
Casi todos los edificios estaban hechos de madera y tenían tres pisos de alto. Cada
ventana tenía vidrios, e incluso desde el exterior, se podía ver que por dentro las
habitaciones tenían techos altos y eran espaciosas. Aquí y allí vio edificios más grandes
hechos de ladrillos y piedra que le daban a la ciudad un ambiente muy diferente que el de
Chinatown que había visto en Kou.
Las calles no estaban sucias, sino que estaban pavimentadas con adoquines y en
ambos lados habían fosas del desagüe. Hasta había un parque y una plaza central. Era la
primera vez que Youko veía algo semejante en este mundo.
—Parece que hubiese vivido en el campo toda mi vida y fuese mi primera vez en la
gran ciudad.
Rakushun rió:
—Pensé lo mismo cuando llegué. Por supuesto, yo sí he vivido siempre en el
campo.
—Y las murallas de la ciudad… hay más de una.
—¿Eh?
Youko señaló a la serie de altas paredes de piedra que sobresalían sobre los techos,
parecían formar varios anillos concéntricos de defensas dentro de las paredes externas de la
ciudad.
—Oh, esas. De hecho, la parte más externa de las murallas es lo que llaman las
murallas perimetrales. Las que están dentro de la ciudad se les conoce como los muros
internos. La mayoría de lugares en Kou no tienen de estos. Son una protección añadida
contra ataques. Pero aún así, me pregunto si los muros internos no serán simplemente
murallas perimetrales que fueron insuficientes a medida que crecía la ciudad.
—Oh…
Había algunos refugiados de Kei viviendo en la plaza y en pequeñas tiendas bajo las
murallas, pero todo se veía más ordenado comparado con los que Youko había visto en
otras partes. Rakushun pensaba que probablemente era la misma ciudad la que les donaba
las tiendas.
—¿Ugou es una capital provincial?
Doce Reinos

—No —respondió Rakushun—. Una capital territorial.


—Oh, y un territorio está un rango por debajo de una provincia, ¿verdad?
—No. Está dos rangos debajo. Empezando con aldeas de unos veinticinco mil
hogares, el orden es que las aldeas y las ciudades están al final, luego vienen los municipios,
luego los distritos, las prefecturas, los territorios, las regiones y finalmente las provincias.
Las regiones tienen unos cincuenta mil hogares.
—¿Y cuántas regiones tiene una provincia?
—Bueno, eso depende de la provincia.
—Así que… ¡si este es sólo una capital territorial, entonces la capital regional y
provincial deben ser mucho más grandes! —exclamó Youko. Sintió que al fin entendía la
división política de este mundo, aunque le dolía un poco la cabeza—. ¿Pero por qué En y
Kou son tan diferentes?
Rakushun sonrió sarcásticamente.
—Mejor rey, mejor reino.
—¿Mejor? —dijo ella, mirando alrededor. Rakushun asintió con la cabeza.
—El Rey Eterno de En se supone que es un genio en la administración, el mejor
desde hace mucho tiempo. Ha estado en el poder por quinientos años. Nada como nuestro
fugaz Rey de la Colina que sólo ha reinado por cincuenta años.
Youko parpadeó.
—¿Quinientos… años?
—Así es. El único que ha reinado por más tiempo ha sido el Rey Sacerdote de Sou.
Básicamente, entre más tiempo reine, mejor es el rey. Por eso dicen que Sou es un reino
rico y próspero.
—¿Un rey por quinientos años?
—Sí, claro. El rey es un dios, después de todo. ¿Pensaste que era humano? No, los
poderes del Cielo sólo le otorgan al reino a uno que sea merecedor de estar a cargo. Y el
reino prospera o decae de acuerdo a su valor.
—Oh… —murmuró Youko, asombrada.
—Verás, cuando un reinado termina, siempre hay problemas con la sucesión. Es
por eso que los reinos con un rey sabio y duradero prosperan. Del Rey Eterno, en
particular, se dice que es muy hábil para dirigir el reino. Ha hecho reformas importantes. El
Rey Sacerdote también tiene una buena reputación, pero la diferencia es que Sou es
conocido por su paz y tranquilidad, mientas que En es conocido por ser un lugar donde las
cosas se hacen.
229 Capítulo 6

—Bueno, sí que es animado aquí.


—¡Así es! Ah —dijo Rakushun, señalando un edificio delante de ellos—, allí están
las oficinas.
Youko levantó la mirada y se encontró con un gran edificio ornamentado, estaba
hecho de ladrillos. Las decoraciones en sus paredes y bajo los techos eran
inconfundiblemente chinas, pero la estructura en sí parecía muy occidental. Cuando
entraron por la puerta principal, Youko vio que el interior del edificio también mantenía
una mezcla entre elementos arquitectónicos chinos y occidentales.

Cuando salieron nuevamente, la primera palabra que Youko dijo fue:


—¡Increíble!.
Rakushun asentía vigorosamente.
—¡Así es! Sé que en Kou tratan mal a los kaikyaku, pero qué diferencia, ¿eh?
Youko también asentía, sosteniendo una tarjeta de madera que había recibido en la
oficina. La tarjeta tenía un sello, y lo que decía era: «Conferido en las Oficinas de Ugou,
Región Shiuyou, Territorio Haku, Provincia Tei», esas palabras estaban escritas en tinta
negra.

En la parte trasera estaba escrito el nombre de Youko. Esta era su identificación.


El procedimiento fue increíblemente indoloro. Una vez dentro de las oficinas, los
había llamado un oficial menor. Había pedido el nombre de Youko y pidió su dirección y
trabajo en Japón. Para su sorpresa hasta le pidieron su código postal y código de área.
Cuando respondió a todas esas preguntas, recibió la tarjeta.
—Eh… Youko, me estaba preguntando… —La voz de Rakushun sonó—. ¿Qué es
exactamente un código postal? ¿O un código de área?
Su compañero preguntaba lo mismo que había preguntado el hombre, que
aparentemente no sabía la respuesta, simplemente dijo que era un procedimiento de rutina
el preguntar, que esa información era requerida por las reglas del manual de políticas
oficiales. Youko había mirado en el libro cuando el hombre lo abría, y notó que estaba
impreso en estilo japonés. El oficial se había referido al manual varias veces mientras
tramitaba su identificación.
Doce Reinos

—Bueno —explicó Youko—, un código postal es algo que le añades a la dirección


cuando quieres enviar una carta. Y el código de área es algo que usas cuando llamas a
alguien por teléfono.
—Eh, ¿tele qué?
—Um… es algo que usas cuando quieres hablar con alguien a distancia.
—¡Brujería! ¿Tienen de eso en Wa? ¿Y todos pueden usarlo? ¡Increíble! —
Rakushun tocó sus bigotes con una expresión de desconcierto—. ¿Pero de qué le sirve al
oficial preguntarte esas cosas?
—Quizá es porque nadie sabría qué son esos códigos a menos que venga de Wa.
Ahora sabe con seguridad que soy una kaikyaku. Supongo que el gobierno no investiga las
afirmaciones de las personas que dicen que vienen de mi mundo, podría haber muchos
impostores por allí —rió Youko, sosteniendo su tarjeta.
—Eso debe ser.
Le habían dicho a Youko que sólo podría usar su nueva identificación por tres
años. En ese período, tendría que decidir de qué viviría, escogería un lugar donde quedarse,
y empezaría un registro familiar, que era un documento de rutina que te hacía oficialmente
ciudadano del reino. Mientras tanto, por esos tres años, podría usar las escuelas y hospitales
de En sin pagar. Y aún más, podría llevar su identificación a un lugar llamado kaishin, que
era algo como un banco, y le darían un pequeño subsidio para poder subsistir.
—¡Qué lugar tan maravilloso!
—Y me lo dices a mí.
Qué pobre era Kou y qué rico era En. La tarjeta colgando de su cuello lo decía
todo.
Ahora el ver al Rey Eterno sería más fácil, pensó Youko. Rakushun le dijo que
debía pedirle ayuda, pero ella no estaba segura de qué más ayuda podría esperar. Sintió que
al fin podía respirar. El miedo a la persecución se había ido.

Como Rakushun había dicho, los hanjuu no eran poco comunes en En. Para
Youko, ver animales caminando en dos patas entre las multitudes, resultaba casi cómico.
Algunos de ellos también llevaban ropa humana, lo que los hacía ver aún más graciosos.
Youko a veces tenía la impresión de estar en algún tipo de carnaval y que la gente a su
alrededor no eran más que las atracciones principales.
231 Capítulo 6

Rakushun había encontrado trabajo en el muelle mientras esperaba que Youko


llegara. Aunque en realidad todo lo que había hecho era ayudar a cargar cajas, hablaba del
trabajo como si fuera el mejor del mundo.
Era el primer trabajo que había tenido. Sin embargo, cuando Youko llegó, renunció.
Youko sugirió que se podían quedar en Ugou si quería trabajar un poco más, pero él no
cambió de opinión.
—Además —dijo—, les dije que sólo quería el trabajo porque estaba esperando a
una amiga, no habrá rencores si me voy: ya lo esperaban.

El día siguiente a que llegara Youko, ambos dejaron Ugou y se dirigieron a Kankyu.
Youko había recibido su primer pago del kaishin, y aunque no era una gran suma de dinero,
era más que adecuado para sus gastos, así que el viaje fue relativamente fácil. Caminaban
por la carretera durante el día y de noche entraban a la ciudad más cercana para encontrar
alojamiento. Todas las ciudades en En parecían ser grandes y lo que cobraban por la
estancia era razonable. Por la misma cantidad de dinero que pagaban por dormir en una
habitación sombría en Kou, la utilizaban aquí para dormir en un lugar cómodo. Cada
noche, luego de encontrar un lugar donde quedarse, caminaban por la ciudad. Rakushun
disfrutaba especialmente de entrar a las tiendas locales.
El viaje fue bastante placentero. Nadie parecía seguir a Youko, aunque le tomó un
tiempo dejar de lado su miedo y dejar de preocuparse cuando veía a un guardia acercarse.
Nunca se atrevió a salir de las ciudades de noche, así que no estaba segura, pero por lo que
escuchaba, parecía que los demonios aparecían raramente en esta parte del mundo.
De noche, mientras Youko tomaba un baño, Rakushun escuchaba a la gente hablar
en la calle y escuchó el rumor de que había otro kaikyaku cerca. Era el día número once en
Ugou y estaban a más de un tercio de camino de Kankyu.
Aunque Rakushun había sugerido que Youko debía vestirse con colores más vivos
ahora que estaban en En, todavía usaba ropa de hombre: la túnica similar a un kimono que
llamaban hou, no le veía sentido a cambiarse. El hou le permitía moverse con facilidad y
estaba reacia a usar un kimono largo como los que había visto que usaban las mujeres.
Por su vestuario, Youko siempre era confundida por un chico, y aunque en casi
todos los lugares donde se habían alojado tenían baños, las mujeres y los hombres eran
separados y eran comunes las situaciones incomodas cuando quería entrar a la sección de
mujeres. Así que hacía que le llevaran el agua caliente a su habitación. Ya que no les faltaba
dinero para el viaje, ambos se aseguraban de tener habitaciones decentes incluyendo una
Doce Reinos

bañera privada. Aún así, Youko hubiera preferido un gran baño público, y se sentía mal por
tener que echar a Rakushun cada vez que se bañaba.
En esa noche en particular, Youko estaba lavando sus largos mechones maltratados
en una bañera llena de agua caliente, pensando en todo el problema que su cabello le había
causado. Takki lo había teñido poco después de que Youko llegara a este mundo, pero ya
habían pasado meses desde entonces y ahora estaba mucho más largo.
A veces había buscado las mismas raíces que Takki había sacado de su jardín para
teñirle el pelo, pero nunca había salido tan bien, y las partes que recién teñía perdían su
color rápidamente cuando las lavaba. Gradualmente su cabello volvía cada vez más a su
original rojo, el brillante color que tanto la había asustado al principio. Sin embargo, ahora
ya se había acostumbrado a verlo. Todavía era una experiencia rara mirarse al espejo, pero
descubrió que con el tiempo aprendió a soportarlo. Así que se lavó, se restregó y se cambió
de ropa; todo esto pensando en que se había acostumbrado a vivir en este mundo.
Un poco después, Rakushun regresó.
—Hay una gran ciudad más adelante llamada Houryou —dijo—. Y dicen que allí
vive un kaikyaku.
Youko levantó la mirada por un momento, y luego volvió a mirar el suelo.
—Oh, no me digas.
No se sentía especialmente emocionada por encontrarse con esta persona, quien
quiera que fuera. No tenía nada contra conocer a otro kaikyaku pero de alguna forma sentía
que pasar tiempo con un compañero de su antiguo mundo sólo le dificultaría olvidar todo
lo que había perdido.
—Dicen que se llama Hekirakujin.
—¿No querrás decir Heki Rakujin?
—Así es. Dicen que es profesor en una universidad prefectural.
Eso significaba que no podía ser el anciano que le robó. Y cuando lo pensó con
cuidado, no era muy probable encontrárselo por aquí. Pero ese era sólo un alivio temporal.
—¡Entonces vamos a verlo! —dijo Rakushun, mirando inocentemente a Youko.
—Supongo que eso debemos hacer.
—¡Claro que debemos!
—Sí, tienes razón.

Al día siguiente, dejaron el camino que iba a Kankyu y llegaron hasta Houryou,
donde buscaron la escuela. Las escuelas de nivel shire aquí eran llamadas jogaku y las
233 Capítulo 6

academias prefecturales eran llamadas shogaku. En En, los estudiantes que querían ir a una
academia distrital (joushou) podían hacer todos los arreglos preparatorios en una academia
prefectural, o podían ir a una universidad politécnica prefectural (shoujo). Este tal «Profesor
Heki» que visitaban, enseñaba en un shoujo. Vivía en los dormitorios en la escuela.
Llegar sin avisar donde un profesor era considerado de mala educación. Siguiendo
el procedimiento formal, enviaron una carta y pidieron una entrevista. La respuesta de Heki
Rakujin llegó al hotel a la mañana siguiente. El cartero que llevaba la carta de respuesta los
acompañó hasta la escuela.
La escuela en Houryou estaba localizada dentro de los muros internos de la ciudad,
estaba construida en un típico estilo chino. Con grandes jardines, la escuela parecía más una
mansión que una escuela. Los llevaron a un pequeño vestíbulo donde esperaron. La
próxima persona en aparecer fue Heki Rakujin.
—Gracias por esperar. Soy Heki.
Era difícil suponer la edad del hombre. Youko pensó que debía estar entre los
treinta y los cincuenta. Parecía más joven pero al mismo tiempo daba la impresión de tener
mucha sabiduría. Estaba sonriendo y ciertamente era muy diferente a Seizo Matsuyama.
—¿Cuál de los dos me envió la carta?
Rakushun se levantó.
—Fui yo, señor. Muchas gracias por regalarnos un poco de su tiempo.
Heki sonrió.
—Por favor, siéntate.
—Eh… ¡Bien! —dijo Rakushun, rascándose nerviosamente bajo su oreja y luego
miró a Youko—. Ella es una kaikyaku.
El hombre levantó una ceja.
—Ah, ya veo. Sin embargo, no parece mucho una, ¿no? —Miraba inquisitivamente
a Youko.
—¿No… lo parezco?
El hombre rió.
—La verdad nunca vi ese color de pelo en Japón.
Youko vio la pregunta en los ojos del hombre y dio una explicación de cómo había
llegado a este mundo y cómo había cambiado de repente. No sólo en el color de su pelo,
sino también su rostro, su cuerpo y hasta su voz. Cuando terminó, Heki asentía.
—Entonces lo más probable es que seas una taika.
—¿Yo? ¿Taika? —Los ojos de Youko se abrieron como platos.
Doce Reinos

—Cuando llega un shoku, Este Lugar y Aquel Lugar se mezclan, se revuelven. Los
kaikyaku vienen y los ranka se van.
—No estoy segura de entenderte.
—Ocasionalmente, un shoku llevará gente de Aquel Lugar a este mundo. Al mismo
tiempo, un canistel o ranka (lo que considerarías como embriones) son llevados de aquí y
enviados a aquel mundo. Fascinantemente, los ranka que llegan a aquel mundo terminan en
el vientre de una madre. Los que nacen son conocidos como taika, que literalmente
significaría, frutos del vientre.
—¿Y soy una de esas?
Heki asintió.
—Los Taika son originalmente de este mundo. La forma que tienes ahora es la que
Tentei te dio cuando fuiste concebida.
—Así que cuando estaba en Aquel Lugar…
—Bueno, si hubieses nacido así en Wa, habría sido una conmoción, ¿no crees?
Asumo que al nacer tu apariencia cambió, de forma que te parecías a tus padres.
—Sí. Siempre me dicen que me parezco a mi abuela paterna.
—Así que la forma que tenías en Aquel Lugar es lo que podríamos llamar un
cascarón. Como una cubierta que te fue impuesta mientras estabas en el vientre, para
protegerte cuando nacieras en un lugar donde tu apariencia natural te pondría en peligro.
Mientras permanecieras en ese mundo, tu apariencia real cambiaba para adaptarse a su
nueva forma.
A Youko le tomó un largo tiempo aceptar lo que le decían. Si era verdad, entonces
eso quería decir que ni siquiera pertenecía al mundo en el que había crecido. También había
sido una desconocida en ese mundo. La idea iba contra todo lo que le habían enseñado de
niña, y aún así, al mismo tiempo, sentía que una parte de ella lo había sabido todo ese
tiempo.
Es por eso que nunca encajé.
Repentinamente, el dolor que había llevado consigo desde la primera visión que
apareció en la espada, desapareció. El dolor se había ido, pero en su lugar, había ahora una
tristeza profunda.

Youko pensó por un rato sobre este mundo, y sobre el mundo que había dejado
atrás. Y entonces le dirigió la palabra una vez más a Heki.
235 Capítulo 6

—¿Entonces tú también eres un taika?


El profesor sacudió la cabeza y rió.
—Yo soy un kaikyaku normal. Nací en la Prefectura Shizuoka. Fui a la Universidad
de Tokio. Vine aquí cuando tenía veintidós años. Intentaba salir del anfiteatro Yasuda, me
metí bajo un escritorio y terminé aquí.
—Disculpa, ¿el anfiteatro Yasuda? —preguntó Youko, temerosa de estar revelando
su ignorancia sobre algo que debía saber.
—Ah, supongo que fue antes de tu tiempo. Era una protesta estudiantil. Bueno,
nosotros pensábamos que era una especie de revolución. Fue algo importante, al menos en
nuestras mentes. Aunque quizá no llegó a los libros de historia.
—Eh… no soy muy buena en historia.
—Ni yo. Pero sí recuerdo el día: Enero 17, 1969. Acababa de anochecer.
—Eso fue antes de que naciera.
Heki sonrió.
—¿Ya ha pasado tanto tiempo? No me daba cuenta cuánto tiempo había pasado en
Este Lugar.
—¿Así que has estado aquí desde entonces?
—Así es. Primero llegué a Kei. Vagué por ahí, eventualmente llegué a En, y
finalmente me asenté en esta escuela hace seis años. Enseño lo que viene a hacer biología
aquí —Rió y sacudió la cabeza—. Pero estoy seguro que no fue eso lo que viniste a
discutir. ¿En qué puedo ayudarte?
Youko hizo la única pregunta que inundaba su mente:
—¿Hay alguna forma de volver a casa?
Heki hizo una pausa y luego dijo en voz baja:
—Nadie puede cruzar el Kyokai. El camino entre Aquel Lugar y Este Lugar sólo es
de una vía. Puedes venir pero no puedes irte.
Youko suspiró infelizmente, aunque la respuesta no la sorprendió.
—Siento no haberte podido ayudar.
—Gracias de todas formas. Me temía que fuera verdad. Pero hay… otra cosa… me
lo he estado preguntando. ¿Puedo preguntarte?
—Adelante.
—En…entiendo el idioma de aquí. ¿Por qué?
Heki levantó una ceja.
Doce Reinos

—De hecho, al principio ni me había dado cuenta de que hablaban un idioma


diferente —explicó Youko—. Pensé que era japonés. Las únicas palabras que no entendía
eran las palabras locales para cosas que no tenemos en casa. Pero cuando estuve en Kou,
me encontré con un anciano, otro kaikyaku. Fue el que me dijo que las personas a mi
alrededor no hablaban japonés. Esperaba que me dijeras lo que esto significa.
Heki se quedó en silencio mientras pensaba. Y entonces rió y miró a los ojos a
Youko.
—Querida, todo parece indicar que no eres humana.
Tampoco me sorprende, pensó Youko, recordando su extraño sueño.
—Cuando llegué, el idioma fue una dificultad —dijo Heki—. Estoy casi seguro de
que está un poco relacionado con el chino, pero el mandarín básico que conocía me fue
inútil. Por años viví escribiendo todo lo que decía. Aquí usan caracteres chinos así que
podía entender. Por supuesto, mi escritura china tampoco es muy buena, así que el primer
año las cosas fueron difíciles. Es lo mismo para todos los que llegan, no importa si sé es
taika o no. He investigado sobre los kaikyaku, pero nunca había escuchado de alguien que
llegara aquí entendiendo el idioma. Tengo el presentimiento de que no eres una kaikyaku
normal.
Youko se puso la mano en el pecho y respiró profundo.
Heki continuó:
—He escuchado que los demonios y los hechiceros tienen la habilidad de hablar en
lenguas y entender lo que se dice en cualquier idioma. Si es verdad que nunca tuviste
dificultad para hablar con la gente, entonces te puedo decir que no eres humana. Debes ser
un demonio o un hechicero o algo parecido.
—Los… ¿demonios también pueden ser taika?
Heki asintió sonriendo.
—Nunca he escuchado algo así, pero puede ser posible. Por supuesto, esto quiere
decir que quizá podrías volver a casa.
Youko levantó la cabeza.
—¿Lo crees?
—Sí. Los demonios y los hechiceros son capaces de cruzar el Kyokai. Yo no puedo.
Nunca regresaré al mundo donde nací, pero no puedo atreverme a decir lo mismo de ti.
Deberías pedir una audiencia con el Rey Eterno.
—¿Crees que me ayudará?
237 Capítulo 6

—Puede que sí. Conseguir una audiencia no será fácil, pero creo que vale la pena
hacer el esfuerzo.
—Sí, gracias —Youko asintió y miró el suelo—. Así que no soy humana. Ya decía
yo.—Youko rió.
—Youko —dijo Rakushun con voz de preocupación.
Youko se subió la manga de la camisa y estiró su mano derecha.
—Pensé que era raro. Esta mano estuvo muy malherida. Fue una herida que recibí
de un demonio luego de llegar aquí. Cortaron a través de mi mano, muy profundamente,
pero ahora apenas si se ve.
Rakushun observó la palma de Youko y empezó a tocarse los bigotes. Él había sido
quien había atendido esa herida. Era testigo y podía asegurar que era verdad.
—Y no sólo es esta: me han herido por todas partes. Sin embargo, todas las
cicatrices han desaparecido y ya casi ni sé distinguir dónde estaban. Y aún cuando recién las
había recibido, las heridas parecían demasiado leves para haber sido hechas por las cosas
monstruosas que me atacaban. Me atravesaban las manos cuando me mordían y sólo
quedaban marcas de colmillos. Parecía resistente a las heridas.
Youko rió. Por alguna razón la confirmación de Heki la hacía sentirse mareada.
—Todo era porque soy un demonio. Supongo que por eso todos iban tras de mí.
—¿Iban tras de ti? —preguntó el profesor, con el ceño fruncido.
Fue Rakushun quien contestó:
—Es verdad.
—¡Increíble! ¡Eso no tiene precedentes!
—Así es. También lo pensé, pero se lo puedo asegurar, a donde va Youko, los
demonios la siguen. Yo estaba ahí cuando una bandada de kochou nos atacaron.
Heki sostuvo su cabeza con las manos.
—He escuchado rumores de que últimamente han visto muchos demonios en
Kou… ¿me dices que es culpa de ella?
Rakushun se estremeció y miró a Youko, pero ella asintió.
—Puede ser —dijo ella—. Después de todo, fue un kochou el que me persiguió
hasta este lugar.
—¿Un kochou te persiguió hasta este mundo? ¿Desde Aquel Lugar? ¿A través del
Kyokai?
—Sí. Había un hombre llamado Keiki… Supongo que también sería un demonio.
Me dijo que debía venir a este mundo, que era para protegerme. Él fue quien me trajo.
Doce Reinos

—¿Y dónde está ahora?


—Eso es lo que no sé. Una vez llegué a este lado, nos emboscaron unos demonios
y nos separaron. No lo he visto desde entonces, puede que no esté vivo.
Heki se sentó un rato sosteniendo su cabeza entre las manos.
—Es imposible. No sé qué pensar.
—Eso fue lo mismo que dijo Rakushun.
—Los demonios… son como bestias salvajes. Puede que formen manadas y
ataquen humanos pero no tiene sentido pensar que atacarían a una persona en particular, y
es aún más ridículo pensar que un demonio cruce el Kyokai sólo para atacarte. No es algo
que sean capaces de hacer. Son como tigres. Peligrosos, sí, pero no maliciosos.
—¿Pero no se puede entrenar a los tigres? ¿Quizá es algo así?
—No puedo imaginar a alguien que pueda hacer esas cosas con un demonio. No,
esto es algo aún más grande, Youko.
—¿A qué te refieres?
—Si los demonios cambiaron de alguna forma o fueron forzados a atacarte, si
alguien realmente ha aprendido el arte de manipular demonios, entonces debemos
investigar esto a fondo. Un poder que permita controlar a los demonios como armas sería
una terrible amenaza. Hasta podrían destruir el reino.
Heki miró a Youko.
—Pero si eres un demonio, quizá haya otra explicación para lo que te ha pasado.
Aunque nunca he escuchado de disputas entre los demonios, cuando están muriendo de
hambre, pueden practicar el canibalismo; quizá algo relacionado con tu verdadera
naturaleza puede atraerlos cuando tienen hambre. Pero aún así…
—Qué raro —dijo Rakushun—. Youko definitivamente no parece un demonio.
Heki asintió.
—Hay algunos demonios capaces de tomar forma humana, pero no lo hacen tan
bien. Y por supuesto, si ella fuera un demonio, probablemente nos habríamos dado cuenta
para este momento.
—Pero eso no quiere decir que sea imposible —le dijo Youko, sonriendo con
pesar.
Heki sacudió la cabeza.
—No. Creo que eres algo muy diferente, no un demonio —Y se levantó—. Debes
ver al rey. Podría pedir la audiencia por ti, pero sería más rápido que llegaras directamente a
Kankyu. Ve al Palacio Gen’ei inmediatamente y dile a los oficiales de la corte lo que me
239 Capítulo 6

acabas de decir. Eres la respuesta para lo que está pasando. El rey seguramente aceptará
verte.
Youko también se puso de pie e hizo una reverencia.
—Muchas gracias.
—Si te vas ahora, podrás llegar a la próxima ciudad para el anochecer. ¿Tu equipaje
está en la posada?
—No, esto es todo lo que tenemos.
—Entonces los llevaré hasta la salida de la ciudad.
Heki caminó con ellos hasta el camino a las afueras de la ciudad.
—Aunque no es mucho, enviaré una petición hablando de su caso —dijo—. Puede
que no sean capaces de dejar la capital hasta que el rey y sus consejeros determinen qué está
pasando, pero estoy segura de que el Rey Eterno los ayudará a volver a casa una vez se
aclaren las cosas.
Youko miró al hombre.
—¿Y tú?
—¿Disculpa?
—¿No le pedirás también al rey que te ayude a volver a casa?
Heki sonrió amargamente.
—No tengo la importancia para ver al rey. No tiene tiempo de encontrarse con
cada simple kaikyaku que quiere algo.
—Pero yo podría…
—No… No. Para decirte la verdad, pude haber conseguido una audiencia. Pero no
quería una.
—¿No la querías?
—Estaba cansado de Japón. Cansado de la época, de lo que pasaba. De hecho
estaba feliz de haber llegado a un mundo diferente y ahora no quiero volver a casa. Para el
momento en que pensé que el rey podría devolverme a casa, ya me había decidido en
quedarme aquí.
—Yo… todavía quiero volver a casa —susurró Youko. Cuando lo hizo, una
soledad dolorosa despertó en su pecho.
—Y te deseo la mejor de las suertes consiguiendo tu audiencia. Estarás en mis
plegarias.
—¿No quieres escuchar nada sobre Japón? Me refiero a como es ahora.
Doce Reinos

—No hay necesidad —rió Heki—. Mi revolución falló y llegué a este mundo
escondiéndome. Me contento con seguir escondido.
241 Capítulo 7

CAPÍTULO 7

Youko y Rakushun se apresuraron en la carretera, prácticamente corrieron todo el


camino hacia la siguiente ciudad, donde se escabulleron a través de los portales justo antes
de que los cerraran al caer la noche. Al día siguiente, ambos se fueron tan pronto como la
ciudad volvió a abrir sus puertas.
Youko no había entendido todavía el tamaño de lo que tenían intención de hacer,
pero podía adivinar por las expresiones de Heki y Rakushun y había dejado que la ansiedad
de ambos se le contagiara también.
—¿De verdad crees que podremos ver al Rey Eterno? —preguntó al hanjuu
mientras caminaban.
Rakushun se tocó los bigotes con expresión pensativa.
—Bueno, no puedo asegurarlo. Nunca he intentado ver a un rey antes, dudo que
podamos simplemente llegar al palacio y tocar su puerta.
—¿Y entonces qué hacemos?
—Bueno, en Kankyu de seguro habrá oficiales regionales y provinciales y otro tipo
de canales burocráticos que tendremos que pasar, pero creo que primero debemos pedir
una reunión con el taiho.
—¿Taiho?
Rakushun asintió y dibujó dos caracteres en el aire con la punta de su dedo:

—Taiho. El ministro del rey. Es… eeh, una especie de título honorífico. Kankyu es
la capital de Sei (que es una provincia) y el gobernador es el taiho.
Youko se había detenido repentinamente con los ojos fijos en el lugar donde
Rakushun había dibujado los caracteres para taiho.
—He… escuchado esa palabra antes.
¿Pero dónde? Sonaba tan familiar. Taiho.
—Bueno, no es una sorpresa.
—No, me refiero a que la escuché en Aquel Lugar —Estaba segura de haberla
escuchado, aunque ya parecía una eternidad—. Espera… ¡Ya sé! —Y recordó la voz—. Así
llamaban a Keiki. Lo llamaban Taiho.
Los ojos de Rakushun se abrían y cerraban revelando ópalos negros.
—¿Eh? ¿Keiki? ¿Taiho?
Doce Reinos

—Sí —respondió Youko—. Keiki, el que me trajo a Este Lugar. El que me dio la
espada —rió—. Aparentemente es mi sirviente. Después de todo me llamó «Su Ama», pero
no actuó muy servil que digamos.
—E-espera un minuto —tartamudeó Rakushun, agitando las manos con su cola
levantada—. ¿Alguien llamó «Taiho» a ese tal Keiki? ¿Estás segura?
—Sí, segurísima —dijo Youko. Notaba la sorpresa en sus ojos—. Espera, ¿no lo
conoces o sí?
Rakushun negó fuertemente con la cabeza. Y entonces sus bigotes se movieron de
arriba abajo varias veces. Parecía perdido en sus pensamientos.
—Keiki es un taiho y tú eres su ama —farfulló.
Youko permaneció en silencio. Todo parecía haber pasado hace tanto. Los
recuerdos volvían como si estuviera observando algún álbum de fotos en su mente.
Cuando salió de su ensueño se dio cuenta de que Rakushun la miraba fijamente. Parecía
confundido.
—¿Qué pasa?
—Em…
Youko levantó una ceja.
—¿Sí?
—Bueno, si este Keiki es realmente un taiho, eso quiere decir que es el ministro de
Kei.
—¿Oh? —Youko miraba con curiosidad la expresión atónita de Rakushun—. ¿Y
qué pasa si Keiki es un taiho?
Rakushun se sentó junto al camino y le hizo señas a Youko para que se le uniera.
Youko se sentó a su lado. Por un rato todo lo que hizo fue mirarla fijamente antes de que
ella rompiera el silencio.
—¿Qué sucede? ¿Quién es Keiki?
—Esto… esto es importante, Youko.
—No entiendo.
—Mira, te lo explicaré. Sólo siéntate y escucha.
Una sensación de incomodidad aumentaba en Youko. Asintió y escuchó mientras
Rakushun hablaba, peinándose los bigotes y hablando emocionado con su voz infantil.
—Si tan sólo me hubieses dicho antes que era un taiho, eso hubiera explicado
muchas cosas raras que han sucedido. Me atrevo a decir que no habrías tenido que pasar
por la mitad de dificultades por las que has pasado.
243 Capítulo 7

—Rakushun, yo…
—Mira, al que llaman taiho es al ministro de un reino, ¿vale? Bien, si me dices que
el nombre del taiho es Keiki eso quiere decir que es el ministro de Kei. Así debe ser.
—Bien, ¿y?
Rakushun peinó sus bigotes. Estiró una pequeña pata como si fuera a tocar la mano
de Youko, pero se arrepintió.
—Eso quiere decir que no es humano. Ni siquiera es un demonio. Es un kirin.
—¿Un kirin?
—Así es, la más grande y noble de las criaturas espirituales, aunque normalmente
usan una forma humana. Los taiho nunca son humanos, siempre son kirin. Sobre tu amigo
Keiki, eso no es un nombre, es un título. Ahora me doy cuenta. Es el kirin del reino de Kei,
¿entiendes?
—Supongo…
—Bien, Kei está en la orilla oriental del Mar Azul, justo entre En y Kou. Solía ser
un buen lugar, con buen clima y buenas personas.
—Y ahora es un desastre, ¿no?
Rakushun asintió.
—El antiguo rey murió el año pasado y todavía falta que un nuevo rey tome el
poder. El rey mantiene a raya a los demonios, desaparece a las monstruosidades y protege
la tierra de los desastres. Es por eso que sin un rey, el lugar se desmorona.
—Vale, entiendo.
—¿No comprendes? ¡Si Keiki te considera su ama, eso quiere decir que tú eres el
Rey Glorioso!
Youko parpadeó.
—¿Eh?
—¡El Rey Glorioso! ¡La Emperatriz de Kei!
Youko se sentó un rato sin moverse. Lo que Rakushun le decía era tan inesperado
que no sabía cómo responder.
—¡Eres la nueva Emperatriz de Kei! ¡Eres tú, Youko!
—Espera, pero yo no soy de la nobleza… ¡Soy una estudiante de instituto! ¡P-puede
que sea uno de esos taika pero ciertamente no soy de la realeza!
—Ajá —dijo Rakushun moviendo un dedo—. Antes de sentarse en el trono, el rey
es un mero mortal. Los reyes no se determinan por linaje. Para ser honesto, ni siquiera los
Doce Reinos

seleccionan por su carácter, apariencia o algo por el estilo. Todo lo que importa es a quién
escoge el kirin.
—¡Pero!
Rakushun sacudió la cabeza.
—El kirin escoge al rey. Si Keiki te escogió, eso te hace la Emperatriz de Kei. Los
kirin no siguen a nadie… la única persona a quien considerarían sus amos es al rey.
—Eso es ridículo.
—Tentei le dio a cada uno de los reyes originales una rama, ¿recuerdas? Una rama
con tres frutos: la tierra, el reino y el trono. La tierra se refiere a las tierras de la gente, el
reino se refiere a las leyes y regulaciones y el trono se refiere a la virtud del rey, su
consejero… en otras palabras, el kirin —Rakushun continuó hablando—. Youko. No eres
una persona normal, ni siquiera un taika normal. Hiciste un pacto con Keiki, ¿no?
—¿Un qué?
—Un pacto, un acuerdo. Nunca he hecho uno así que no estoy seguro de qué trata.
Todo lo que sé es que el rey es humano hasta el momento en que hace ese pacto con el
kirin. Después de eso… son dioses.
La mente de Youko estaba acelerada, estudiaba todos sus recuerdos de Aquel
Lugar, del tiempo en que conoció Keiki. Pudo recordar claramente una palabra: Acepto.
—Recuerdo… Keiki estaba diciendo algo, no recuerdo bien el qué y yo dije
«Acepto». ¿Podrá haber sido eso? Recuerdo que hizo algo muy raro y sentí algo…
Youko recordaba la sensación: Era casi como si la hubiera atravesado rápidamente.
Momentos después, todas las ventanas del salón de profesores se habían roto y mientras
que todos los profesores estaban malheridos, ella no tenía ni un rasguño.
—¿Algo raro?
—Sí, se arrodilló ante mí y bajó la cabeza. ¡Y puso su frente en mi pie!
—Ese debe ser el pacto —dijo Rakushun—. El kirin es una bestia noble. No se
arrodilla ante nadie… excepto el rey.
—Pero…
—¿Quieres saber por qué? ¿Por qué fuiste escogida? ¡No me preguntes a mí!
¿Cómo sabría? ¡No soy más que un hanjuu común! No tengo nada que ver con los dioses.
¿Sabes a quién deberías preguntar? ¡Al Rey Eterno! —La voz de Rakushun era demasiado
brusca. Miraba fijamente a Youko y seguía tocándose los bigotes con su pata—. Ni siquiera
debería estar hablándote.
—¿A mí?
245 Capítulo 7

—Si las cosas fueran como deben ser, no tendría nada que hacer hablando con
gente como tú, Youko. ¡Ni siquiera debería llamarte por tu nombre! Eh… Su Majestad —
Rakushun se levantó—. Debo llevarla lo antes posible ante el Rey Eterno. Nos
detendremos en la primera oficina del gobierno que veamos, aunque no esté en Kankyu y
avisaremos. Esto es algo grande… tanto para este reino como para el suyo —hablaba de
espaldas a Youko. Y entonces se volvió para mirarla—. Sé que su viaje ha sido largo, eh, Su
Majestad, pero creo que es mejor pedir ayuda ahora y no esperar hasta llegar a Kankyu.
Podemos esperar, eh, en nuestros aposentos hasta que el Rey Eterno nos responda, Su
Alteza. —Rakushun concluyó su pequeño discurso con una reverencia tan grande que sus
bigotes tocaron el suelo.
Youko se entristeció.
—Espera, Rakushun. ¡No tienes que tratarme tan diferente de repente! Sigo siendo
yo.
—No… no, no lo es.
—Yo… —la voz de Youko temblaba—. Soy sólo yo. Siempre he sido yo. No
importa que sea emperatriz o kaikyaku o taika, eso no tiene que ver. Sigo siendo la persona
que ha llegado hasta aquí contigo, Rakushun.
Rakushun se levantó en silencio, mirando al suelo.
—Dime, ¿acaso soy diferente? ¿Qué ha cambiado? Pensé que eras mi amigo,
Rakushun. Si ser emperatriz quiere decir que no puedo tener amigos, entonces no quiero
serlo.
Rakushun no respondía nada.
—Rakushun, eso… eso discriminación. No me discriminabas por ser kaikyaku,
¿no? ¿Entonces por qué ahora sí?
—Youko…
—No he cambiado. No soy alguien lejano. Aunque intentes alejarte de mí, ¡mira!
Sólo estás a dos pasos de distancia. —Youko señaló el pequeño espacio entre sus pies y los
de Rakushun.
El hanjuu levantó la mirada. Jugaba con sus patas, tocándose el pecho o peinando
sus sedosos bigotes.
—¿Estoy en lo correcto?
Rakushun miró el suelo y luego sus cortas patas.
—Youko… puede que sean dos pasos para ti, pero son tres para mí.
Youko rió.
Doce Reinos

—¡Lo siento!
Acercándose, Rakushun estiró una pata y apretó firmemente una mano de Youko.
—Lo siento, Youko.
—No te preocupes. Soy yo quien se debe disculpar por meterte en este problema.
—Youko se estremeció sin querer al considerar todo lo que Rakushun había dicho. Había
sido perseguida, cazada implacablemente; hasta donde sabía, sus perseguidores podían
seguir tras ella en este mismo instante. Quizá su amigo tenía razón. Quizá de verdad era
una emperatriz. Eso podría explicar el anormal interés que los demonios le demostraban.
Los ojos oscuros de la rata brillaban mientras reía.
—Sabes que vine a En por mí. No te preocupes por mí.
—No, temo que he sido una terrible carga para ti.
—No una carga. Si lo pienso, no habría llegado hasta aquí. El momento en que me
hubiera cansado, me habría dado la vuelta y hubiera regresado a casa.
—Te hirieron por mi culpa.
—Oye, sabía que no sería un viaje fácil. Siempre hay peligros cuando se viaja, quizá
no siempre demonios voladores con cuernos, pero aún así… valió la pena hacer el viaje.
—Eres un buen amigo, Rakushun.
—Tal vez, tal vez. He llegado a la conclusión que prefiero estar en peligro contigo
que a salvo sin ti.
—No me digas que esperabas que esto fuera peligroso.
—Bueno, quizá era un poco optimista. Pero ese es mi problema, no el tuyo.
Repentinamente, al no saber qué más decir, Youko simplemente asintió.
La pequeña pata seguía apretando su mano y Youko se encogió por dentro llena de
culpabilidad por haber puesto en peligro a su amigo. ¿Todavía podían castigarlo por
esconder a un kaikyaku? ¿Podrían los demonios atacar su hogar mientras él no se
encontraba? Cuando Rakushun había dicho que su madre sabría cuidarse sola, ¿estaba
consciente del peligro que podría enfrentar gracias a los monstruos que seguían a Youko?
Impulsivamente, Youko estiró los brazos y acercó a Rakushun a ella, abrazándolo.
El hanjuu hizo un sonido de sorpresa y ella siguió apretando su rostro contra el pelaje gris
de su pecho. Su pelaje era tan suave como ella había imaginado.
—Siento haberte metido en todo esto. De verdad lo siento.
—Youko… —Su voz sonaba como si estuviera ahogándose. Ella lo soltó.
Rakushun estaba claramente alterado
—Lo siento, er… me puse algo emotiva.
247 Capítulo 7

—No importa —El hanjuu frunció el ceño y peinó su pelaje con ambas patas—
.Debes aprender cómo controlarte un poco, ¿sabes?
—¿Mmm?
Los bigotes de Rakushun descendieron.
—Tienes mucho que aprender de este mundo, señorita —dijo Rakushun con un
tono de voz que mostraba preocupación. Sin tener una idea clara de a qué se refería, Youko
sólo pudo asentir.

Rakushun hizo los arreglos para hospedarse en una posada cómoda tan pronto
como llegaron a la siguiente ciudad. Allí estuvieron un rato mientras él escribía una carta
corta al taiho y entonces se encontraron con las oficinas del gobierno local, donde le dieron
la carta a un oficial menor a cargo de aceptar la correspondencia importante.
Mientras salían de la oficina, Rakushun explicó que una vez la carta llegara a su
destino, probablemente recibirían respuesta en la posada. Youko todavía estaba atónita,
incapaz de entender el significado completo de lo que sucedía. No había aceptado la
realidad de que era un rey. Ciertamente no se sentía como uno. Pero aún así, no pensaba
evitar que Rakushun escribiera sus cartas y estaba dispuesta a esperar pacientemente a ver
qué sucedía.
—¿Cuánto tardará?
—Bien, pues, escribí todo lo que sé y pedí una audiencia con el ministro, pero
quién sabe cuánto tardará en llegar la carta a él. Siento decir que no tengo mucha
experiencia en estos asuntos.
—¿No puedes decirle a un oficial que vaya a preguntar directamente? ¿No es algo
urgente? —preguntó Youko.
Rakushun rió.
—No, si hiciera eso sólo me sacarían a patadas de la oficina y me arrojarían a la
calle.
—¿Pero y qué si ignoran la carta?
—Escribiremos más hasta que vengan por nosotros.
—¿Crees que se molestarán? ¿Cómo sabrán que estamos diciendo la verdad? No
saben quiénes somos.
—Bueno, es que no veo otra forma.
Doce Reinos

—No me gusta quedarme esperando.


—Mira, las personas que queremos conocer son muy poderosas. Debemos jugar
según las reglas.
Youko no podía creer que estaba envuelta en algo tan grande.
Salieron de las oficinas —oficinas territoriales, en este caso— y Rakushun señaló no
hacia la posada sino hacia la plaza central de la ciudad.
—¿Qué?
—Quiero que veas algo. Algo que nunca has visto.
Youko lo siguió curiosa a medida que atravesaban la plaza. Pronto estaban ante un
gran edificio blanco rodeado por una pared blanca de piedra que estaba adornada con
dorado y colores primarios; Youko pensó que el brillo azul en las tejas alineadas en la parte
superior de las paredes era increíblemente hermoso. El nombre de esta ciudad era Yosho y
vio un anunció frente a la puerta anunciando el lugar como el Templo Yosho. Había visto
un edificio similar en cada ciudad a la que había ido pero nunca pensó en preguntar qué
era.
—¿Aquí?
—Sí, aquí.
—El anuncio dice «templo». ¿No quiere decir que aquí adoran a un dios, como
Tentei? ¿No habías dicho que casi nadie adora dioses?
—Entra y mira por tú misma.
Rakushun sonrió y la guió hasta la puerta frontal. Allí había dos guardias, pidieron
sus identificaciones y luego los dejaron pasar.
Pasaron la puerta y entraron a un pequeño patio con un jardín, más allá se
encontraba el gran edificio que Youko había visto desde la plaza. Después de dudar un
segundo, abrió las puertas, su mano rozaba los detallados grabados que cubrían los paneles
de madera. El aire dentro de la estructura era inmóvil y silencioso. Una gran ventana
cuadrada se encontraba en la fachada de un pasillo que se adentraba aún más en el edificio.
A través de la ventana un patio era visible.
La ventana estaba rodeada de lo que parecía ser algún tipo de altares, estaban
cubiertos de flores, velas y otras ofrendas. Frente a la ventana, cuatro o cinco hombres y
mujeres rezaban fervorosamente.
Youko esperó ver algo en medio de la ventana pero no había más nada. ¿Quizá le
rezaban a algo afuera? Todo lo que podía ver era el patio central y en la mitad un árbol.
—¿Es eso…?
249 Capítulo 7

Rakushun miró reverentemente a los altares y puso sus manos juntas por un
segundo. Luego tomó a Youko de la mano. A cada lado de la pared con la ventana, dos
corredores se adentraban en la estructura.
Youko y el hanjuu entraron a uno de ellos, descubriendo que se abría paso hasta el
patio central, un gran espacio abierto cubierto de piedras blancas. Youko se detuvo allí,
mientras lo que vio en medio del patio la dejaba sin aliento.
El árbol blanco.
Era, sin ninguna duda, uno de los árboles extraños bajo los que Youko había a
menudo encontrado refugio mientras vagaba por las montañas. En cuanto a altura era casi
igual pero este árbol tenía casi veinte metros de diámetro. En su punto más alto tendría
unos dos metros y por debajo, sus ramas rozaban el suelo. Las ramas blancas no tenían ni
flores ni hojas, aquí y allí había lazos atados a las ramas y algunas frutas doradas colgaban.
Los árboles en las montañas tenían unas frutas más bien pequeñas en comparación. Estas
frutas eran tan grandes que se tenían que coger con dos manos.
—Rakushun, ¿qué es esto?
—Es un riboku.
—¿Este es un riboku? ¿Del que crece el ranka?
—Así es, dentro de cada uno de esos canisteles hay un bebé.
Youko miraba el árbol sorprendida. Ciertamente nunca había visto algo así en
Japón.
—Estabas en uno de esos cuando un shoku te arrastró hasta Wa.
—Es tan difícil de creer —susurró, mirando fijamente el árbol. Las ramas y las
frutas brillaban como el oro.
—Cuando una pareja desea un hijo, vienen al templo. Dan ofrendas y rezan para
que se les dé un niño; entonces atan un lazo a una rama. Si Tentei cumple tu petición,
crecerá una fruta donde se encontraba el lazo. La fruta toma diez meses en madurar.
Cuando los padres vienen a coger la fruta, se cae. Después de reposar por una noche, la
cáscara de la fruta se rompe y el niño nace.
—Así que el árbol no da frutas por sí solo. Los padres deben rezar por una.
—Así es, aunque nunca hay certeza. Algunos padres vienen a rezar y jamás crece
una fruta y algunos ven su fruta crecer de un día para otro. Los Cielos deben decidir quién
está calificado o no para ser padre.
—Espera, ¿así que yo fui igual? ¿Alguien ató un lazo alrededor de mi rama?
Doce Reinos

—Seguramente. Qué tristes habrán estado cuando su preciosa cesta se fue en el


shoku.
—¿Crees que pueda encontrarlos?
—No sé. Podríamos mirar el registro, con un calendario podríamos… averiguar
cuándo te enviaron a Aquel Lugar y encontrar un lugar donde el shoku estaba en ese
preciso momento y entonces averiguar cuántos canisteles fueron arrastrados. No será fácil.
—Tienes razón.
Pero si había una forma de averiguarlo, Youko pensaba que le gustaría conocer a
estas personas. Mis verdaderos padres. De alguna forma saber que había personas en Este
Lugar que habían rezado por su nacimiento le ayudó a Youko a aceptar finalmente la
verdad de su origen. Ella había nacido aquí, en este mundo, algún lugar rodeado por el Mar
del Vacío.
251 Capítulo 7
Doce Reinos

—¿Aquí los niños… se parecen a sus padres? —preguntó.


—¿Por qué los niños se parecerían a sus padres?
Youko no pudo sino sonreír ante la evidente confusión de Rakushun. Si una madre
humana podía tener un hijo que parecía una rata, Youko supuso que sería un argumento
sólido contra cualquier clase de relación genética entre madre e hijo.
—En Aquel Lugar, los padres y los hijos se parecen.
—¿Eh? ¿No es un poco raro?
—No creo —dijo Youko. Y entonces se le ocurrió que jamás había pensado
realmente en eso.
—Me parecería extraño que todas las personas viviendo en una casa se parecieran a
ti.
—¿Sabes? Tienes parte de razón.
Mientras Youko observaba, una joven pareja entró al patio central. La mujer señaló
una rama vacía y susurró algo al oído del hombre y después de un momento de indecisión,
se acercaron a la rama y ataron un lindo lazo alrededor.
—Los padres siempre diseñan sus propios lazos. Piensan en el niño que nacerá,
entonces escogen un diseño apropiado y lo bordan en el lazo.
Youko asintió. Le parecía una idea grandiosa.
—Vi árboles como este en las montañas.
Rakushun se volvió hacia Youko.
—Yaboku.
—¿Se llaman yaboku? También tenía frutas.
—Hay dos tipos de yaboku. Uno del cual nacen las plantas y los árboles y otro del
cual nacen los animales.
Los ojos de Youko se abrieron mucho más por la sorpresa.
—¿Así que también los animales y plantas nacen de estos árboles?
Rakushun asintió.
—Por supuesto, ¿de dónde más vendrían?
—Así que los animales crecen de los árboles —dijo Youko, agitando la cabeza de
asombro.
—Pero el ganado domesticado es algo diferente, nace de un riboku —añadió
Rakushun—. El granjero hace una petición al riboku en días especiales y siguiendo ciertas
reglas. En las montañas, los árboles, plantas y animales nacen por sí mismos del yaboku.
Sus frutas se maduran por sí mismas. En el caso de árboles y plantas, el yaboku produce
253 Capítulo 7

semillas; en el caso de aves, el yaboku produce polluelos y en el caso de otros animales, sus
respectivos cachorros.
—No estoy segura sobre las semillas, ¿pero no es peligroso que los cachorros
lleguen al mundo por sí mismos? ¿No vendrían otras criaturas a comerlos?
—Bueno, a algunos animales sus padres los buscan. Otros se quedan bajo el árbol
hasta que son suficientemente fuertes para sobrevivir. Es por eso que los animales no se
acercan a los árboles y los animales que se comen los unos a los otros no nacen al mismo
tiempo y además, no importa lo feroz que sea el animal, nunca se pelea bajo el árbol. Por
eso las personas que no alcanzan a entrar a una ciudad antes del anochecer van a las
montañas y buscan un yaboku. Es seguro.
—Eso tiene sentido.
—Por supuesto, también funciona al contrario. Aunque te encuentres con el más
salvaje de los animales, si estás cerca de un árbol, no debes matarlo.
—Ya veo, así que supongo que no puedes subir a un árbol, coger un huevo y
comerlo.
Rakushun hizo un gesto de asco.
—¿Quién querría un huevo con un bebé dentro?
Youko rió.
—Sí, supongo que nadie.
—¿Sabes? —dijo Rakushun—. Al oírte hablar se me ocurre que pasan muchas
cosas raras en Aquel Lugar.
—Puede que tengas razón, Rakushun. ¿Y los demonios? ¿También hay árboles para
ellos?
—Eso creo, pero nunca nadie ha visto un árbol de demonios. He escuchado de
lugares que son guaridas de demonios, supongo que allí encontrarías un árbol.
Youko asintió. Repentinamente, se le ocurrieron otras preguntas, pero eran de un
tono más vulgar así que se las reservó por el momento. Por ejemplo, qué tipo de cosas
pasaban entonces en los burdeles.
—¿Pasa algo?
—Nada. Gracias por enseñarme esto. Fue… divertido —dijo Youko sonriendo.
Rakushun sonrió también, la expresión seria que había tenido durante su discurso
se suavizaba.
—Bien, me alegro.
Doce Reinos

En el patio central, la joven pareja seguían observando la rama, sus manos se


juntaban mientras rezaban.

Rakushun había insistido en obtener una habitación en un lugar más apropiado


pero Youko se había resistido diciendo que era una pérdida de dinero.
—¿Cómo puede el Rey Glorioso siquiera pensar en quedarse en un lugar así?
—La única persona que dice que soy de la realeza eres tú. Como eres mi amigo, te
creeré por ahora, pero todavía no lo sabemos.
—¿Y si fuese verdad?
—En cualquier caso, no marca ninguna diferencia.
—Sabes, Youko…
—Mira, puede que este lugar no sea el lugar «más apropiado» para el Rey Glorioso,
pero ciertamente es más que apropiado para nuestro presupuesto. No sabemos cuántos
días pasarán antes de que sepamos algo del rey de En. Si nos vamos a un lugar más caro y
terminamos teniendo que quedarnos mucho tiempo, nos quedaremos sin dinero.
—¡Pero eres el Rey Glorioso! No tienes por qué pagar. Además, ¿qué tipo de
posadero le pediría dinero a un rey?
—Entonces es más razón para quedarnos aquí. No voy a vivir en la habitación de
alguien sin pagarle, eso no es justo. Y no me gusta la idea de ir de lugar en lugar con esa
intención.
Tras esa discusión, finalmente decidieron quedarse en la posada que habían
escogido originalmente, una que podía considerarse lo mejor de lo peor. Era pequeña pero
tenía dos camas, había una ventana con vista a un patio interno y hasta tenían una pequeña
mesa bajo la ventana. Era lo mejor que podían pagar con su presupuesto.
Para cuando habían llegado a casa desde el templo, ya era de tarde, así que Youko
se bañó, se cambió de ropa y lavó la que había usado durante el día. El sólo hecho de tener
agua caliente y ser capaz de ponerse ropa nueva se había convertido en un lujo
inimaginable.
Cuando estuvo lista, Youko bajó al comedor donde Rakushun la esperaba y
cenaron. Cenar mientras estaba en un lugar cómodo, sin estar de pie en alguna tienda del
camino también parecía un lujo. Youko sorbió lentamente su té, saboreando la
tranquilidad.
255 Capítulo 7

Justo estaba a punto de volver a su habitación cuando escuchó un grito de algún


lugar tras la posada.
Eso no fue un grito normal.
Youko alcanzó inmediatamente la espada. No importa lo segura que se sintiera,
nunca se quitó el hábito de llevar la espada a su lado y ahora se alegraba de eso. Con su
mano en la empuñadura corrió hacia afuera, donde inmediatamente notó una conmoción
en el camino. Las personas corrían frenéticamente, huían de algo desconocido.
—¡Youko!
No… no aquí.
Había creído que los demonios no la perseguirían hasta En. Y ahora que lo
pensaba, nunca tuvo buenas razones para haber creído algo así.
Sí que había menos demonios en En o eso le habían dicho y como ella y Rakushun se
estaban hospedando en lugares decentes y sólo viajaban durante el día, tenía sentido que no
hubiesen encontrado ningún demonio. Pero los enemigos de Youko ciertamente no
estaban confinados a esos demonios que vagaban en las montañas de noche. De hecho,
podía haber sido sólo su suerte el que hubieran pasado tanto tiempo sin ser atacados.
—Rakushun, entra a la posada.
—Pero Youko…
Youko escuchó algo familiar en los gritos de las personas que escapaban: el miedo a
la muerte. Estos eran el tipo de gritos que la gente emitía cuando sus vidas realmente
estaban en peligro. ¿Qué se acerca? Ah… es eso. Entrelazados con los gritos de las personas,
escuchó otro sonido, el llanto de un bebé.
Los escucho.
Youko blandió su espada, pasándole la vaina a Rakushun.
—¡Por favor, Rakushun, entra!
No hubo respuesta, pero pudo sentir que su amigo ya no estaba a su lado. El flujo
de personas se acercaba y Youko vio más allá una figura negra, como un tigre, pero mucho
más grande, creando la ilusión momentánea de que una pequeña montaña arremetía por la
calle. Escuchó un grito familiar:
—¡Bafuku!
Youko alistó su espada, bajando la punta y posicionándose sobre las plantas de sus
pies, adoptando una posición de defensa. El acero brillaba bajo la luz de las tiendas a lo
largo de la calle.
Doce Reinos

La multitud se partió en dos para evitar a Youko. El gigantesco monstruo parecido


a un gato se acercó rápidamente, atrapando a algunas personas bajo sus pies y golpeando a
otras. Tras él, Youko vio otro monstruo, algo como un gran buey.
Son dos…
El cuerpo de Youko se tensionó. Aunque había pasado mucho tiempo desde su
última pelea, no sentía miedo sino una extraña euforia.
La multitud iba de un lado a otro, había personas entrando a las tiendas, hasta que
finalmente no quedó nadie entre Youko y las bestias. Empezó a correr hacia ellos, ganando
velocidad, su espada estaba lista.
Primero el tigre. La gigantesca bestia saltó, desgarrando con sus grandes zarpas el
espacio vacío donde Youko había estado un momento antes. Mientras la bestia aterrizaba,
Youko lo había evadido, clavando la punta de la espada en su nuca. Un segundo después,
había liberado la espada y se dirigía al buey, la piel de la criatura brillaba de un negro
azulado bajo la penumbra.
El tamaño de sus enemigos hacía que el vencerlos no fuera una tarea fácil, pero sólo
había dos y Youko estaba confiada de que vencería. Moviéndose rápidamente, evadió a la
criatura parecida a un buey, cortándola. Y justo en ese momento, escuchó la voz de
Rakushun.
—¡Youko! ¡Kingen!
Youko levantó la mirada y vio a una bandada de aves del tamaño de pollos
descendiendo hacia ella. Podía haber una o dos docenas, era difícil de determinar.
—¡Cuidado con las colas! ¡Son venenosas!
Youko apretó los dientes. Estos monstruos eran pequeños, rápidos y numerosos.
Esto no sería fácil.
Las colas de las aves tenían forma de dagas. Derribó a dos y entonces, moviéndose
con una eficiencia calculada, le dio el golpe de gracia al tigre moribundo.
Sabía instintivamente que tenía que evitar que las aves atacaran sus piernas, pues
eso la dejaría vulnerable a cualquier ataque desde arriba, así que para evitar caer o resbalarse
corrió tras el cadáver del tigre y quedó de pie con su espalda hacia la posada, encontrando
una sección de suelo seco sobre el que podría mantenerse. En la calle, el buey herido
bramaba y arremetía ciegamente contra los adoquines empapados con la sangre demoníaca.
El camino era angosto y estaba poco iluminado y la bandada se acercaba
rápidamente. La única luz que Youko tenía provenía de las tiendas alineadas en el camino,
una luz tenue que sólo parecía hacer más oscuras las sombras. Levantó la mirada. Las aves,
257 Capítulo 7

atacando en una formación cerrada, cayeron sobre ella, casi como derramándose desde la
oscuridad.
Y entonces el buey arremetió contra ella con la cabeza gacha. Youko saltó para
evadirlo, cortando simultáneamente a otra de las aves y en ese momento escuchó otro
sonido demoníaco, voces que parecían las de un metal oxidado se escuchaban como un
coro sobrenatural.
¡¿Hay más?!
Youko sintió un escalofrío bajar por su espalda. Las aves la habían distraído de
acabar con el buey y estaba dando problemas… y ahora esto.
Mirando tras el demonio buey, vio una horda de criaturas parecidas a monos
saliendo de todas partes del camino.
Su atención se desvió de los recién llegados por un segundo para ver una de las
colas afiladas de las aves flotando justo ante sus ojos. Apenas pudo tambalearse para
evadirla y había perdido el equilibrio y otra ave descendía con su cola apuntada a su rostro.
No podría esquivar esta.
Veneno… Me pregunto si será muy malo. ¿O será que simplemente me saca los ojos? Si no
puedo ver, no puedo pelear. Podría quitarlo con la mano, pero ya no hay tiempo. Todos estos
pensamientos atravesaban la mente de Youko. Apenas si tuvo tiempo de parpadear antes
de que el ave la atacara.
¡Me tiene! ¡No!
Empezó a cerrar sus ojos y de repente, el ave se desvaneció. Alguien la había
apartado, pero no tuvo tiempo de ver quién.
Cortó a dos aves más y evadió al buey azul una vez más. Un resplandor llamó su
atención: el movimiento de una espada siendo clavada en la espalda del monstruo. Youko
estaba tan distraída que no pudo ver que otra ave se le acercó, pero esa también fue cortada
por…
Un hombre estaba junto a ella en la calle. Estaba de pie y tenía el porte de un
guerrero, era una cabeza más alto que Youko.
—Concéntrate.
Y tras sólo decir esa palabra, el hombre se volvió y cortó a la última de las aves.
Youko asintió, cortando al mismo tiempo uno de los monos como si de una mosca
se tratara. Atravesó a uno que había saltado tras ellos y rápidamente se vio nuevamente en
medio de una batalla.
Doce Reinos

El hombre era muy diestro, tenía más habilidad que ella y su fuerza la superaba por
mucho. Los monos en la horda parecían demasiados para contarlos, sin embargo, fue cosa
de minutos antes de que todos cayeran a la ahora silenciosa calle llena de cadáveres.

—Lo has hecho bien —dijo el desconocido tras haber limpiado la sangre de su
espada y haberla envainado.
Youko lo miró fijamente boquiabierta. Ni siquiera estaba respirando con dificultad.
Era un hombre alto, aunque no tan grande para ser un gigante. Era lo que Youko
imaginaba cuando pensaba en un héroe o un rey. Recuperó su aliento mientras lo miraba.
Él sonrió.
—No te ofendas, ¿pero estás herida?
Youko negó silenciosamente.
El hombre levantó una ceja.
—¿Te faltan fuerzas para hablar?
—Yo… no… Gracias.
—No he hecho nada que requiera tu agradecimiento, pero lo acepto.
—Me has salvado la vida.
—¿Oh? Simplemente quería deshacerme de esas criaturas molestas. Salvarte no fue
más que un efecto secundario.
Youko permaneció en silencio, insegura de cómo responder. Entonces sintió una
pequeña mano tirando de su camisa.
—Youko, ¿estás bien?
Era Rakushun, que miraba ansiosamente a los cadáveres de la calle.
Youko tomó de vuelta su vaina y entonces limpió y envainó la espada.
—Sí, estoy bien. ¿Tú estás bien, Rakushun?
—¿Yo? Nunca he estado mejor. ¿Y quién es él?
Youko se encogió de hombros. El desconocido sonrió y miró el edificio tras ellos.
—¿Os albergáis en esta posada?
—Sí.
El hombre murmuró algo y luego los miró.
—La gente se está acercando. ¿Bebéis?
—No…
259 Capítulo 7

—¿Y tú? —preguntó el hombre, mirando a Rakushun, quien estaba perplejo y


jugaba con sus bigotes. El hanjuu se encogió de hombros—. Entonces únete a mí. No
tengo intención de hablar con ningún molesto oficial.
Y tras decir eso, el desconocido se volvió y empezó a alejarse lentamente. Rakushun
y Youko se miraron, asintieron al mismo tiempo y lo siguieron.
El hombre caminó por una calle, moviéndose fácilmente a través de la multitud que
se agolpaba. Tras una corta distancia, una de las posadas llamó su atención y entró
abruptamente. Era una gran posada con adornos brillantes. Sin hacer más que mirar
rápidamente a Youko y a Rakushun, atravesó la entrada.
Youko miró a Rakushun.
—¿Y bien…?
—¿A qué te refieres? ¿No vamos a entrar?
—Bueno, ciertamente quiero hablar con este hombre, es sólo que… no quiero
obligarte a venir conmigo. Puedes volver a la posada, puede que esto no sea seguro.
—¿Y allí afuera sí es seguro? —preguntó Rakushun, sacudiendo la cabeza—.
Vamos, Youko.
Subieron los pequeños escalones de piedra, Youko entró primera. Una vez pasaron
la puerta, encontraron al hombre de pie con el posadero al final de una escalera. Tan
pronto como vio a Youko entrar, sonrió y subió.
Dándose prisa, el posadero los guió a una habitación en el tercer piso. Era una gran
habitación conformada por dos habitaciones más pequeñas que estaban conectadas, con un
balcón que daba al patio central. Todo era lujoso y estaba bien decorado, hasta los muebles
parecían caros. Era un establecimiento de una clase muy alta, del tipo en los que ella jamás
había puesto un pie.
El desconocido pidió comida y bebida al posadero antes de sentarse en una gran
silla parecida a un sofá. Parecía estar acostumbrado a este tipo de lugar. Quizá era el efecto
de tantas velas en la habitación, pero Youko notó de repente que la ropa del hombre era
muy fina y cara.
—Um… —dijo ella, todavía de pie en la puerta.
El hombre rió.
—Podéis pasar y sentaros.
—Por supuesto —murmuró Youko y entonces, mirando de reojo a Rakushun, se
sentó en la silla más cercana. No pudo evitar jugar con sus manos y al ver esto, el hombre
sonrió, pero simplemente permanecía sentado observándola sin decir nada. Insegura de qué
Doce Reinos

hacer, Youko inspeccionó la habitación con la mirada hasta que el posadero llegó con una
bandeja de comida y un jarrón.
—¿El caballero desea algo más?
El hombre negó con la cabeza y le hizo un gesto al posadero para despedirlo,
diciéndole que cerrara la puerta al salir.
—¿Beberás?
Youko negó con la cabeza. A su lado, Rakushun negó con la suya.
—Um… —dijo Youko, todavía insegura de qué decir pero con la necesidad de
empezar algún tipo de conversación.
El desconocido la interrumpió.
—Esa espada es hermosa —dijo con sus ojos centrados en la mano derecha de
Youko. El hombre estiró su brazo y antes de pensarlo dos veces, Youko se vio pasándole la
espada. El hombre tomó suavemente la empuñadura y la espada salió fácilmente de la
vaina.
Ignorando la exclamación de sorpresa de Youko, inspeccionó tanto la espada como
la vaina.
—La vaina está muerta.
—¿La vaina está qué?
—¿No viste algo? ¿Quizá un extraño espectro?
Youko frunció el ceño.
—¿Disculpa?
El hombre sonrió al ver la expresión de consternación de Youko y envainó
nuevamente la espada. Con un movimiento lleno de gracia, le ofreció la espada con ambas
manos.
Youko la tomó y apretó fuertemente la empuñadura.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a lo que dije. No sabes qué es lo que tienes, ¿no es así?
—¿Lo que tengo? ¿Qué quieres decir?
El hombre tomó el jarrón de la bandeja y llenó un vaso, completamente relajado.
—Lo que tienes allí es la Suiguu-tou, la Espada del Mono de Agua. Es una espada
forjada de agua y su vaina está hecha de piel de mono, de ahí el nombre. Como arma es
muy elegante, pero también tiene otros poderes. A veces la espada se vuelve luminiscente,
mostrando a su dueño visiones. Si se aprende a utilizar, se puede mirar el pasado y el futuro
y cruzar distancias muy grandes. Pero si no la cuidas bien, te mostrará espectros muy
261 Capítulo 7

molestos. Sólo la vaina puede sellarlos —El hombre inclinó su vaso y bebió, y entonces
miró nuevamente a Youko—. La vaina en sí puede cambiar, asumiendo la forma de un
mono. El mono tiene el poder de leer los corazones de la gente, pero si fallas en tenerlo a
raya, leerá las partes más oscuras de tu corazón y te molestará. Cuando esto pasa, sólo la
espada puede sellarlo. Esta arma es uno de los tesoros secretos y sagrados del reino de Kei.
Youko se levantó inmediatamente.
—Pero es obvio ahora —continuó el hombre—, la vaina ha muerto. Sin la vaina
para controlarla, los espectros han debido descontrolarse.
—¿Q-quién eres…? —tartamudeó Youko.
—Una carta. La enviasteis a las oficinas territoriales en esta ciudad, ¿no? ¿Qué es lo
que queríais decir?
Pero si sólo la enviamos hoy, pensó Youko. Nadie podría haber contestado tan pronto.
—Tú… —dudó—. No eres el ministro de En, ¿no es así?
El hombre sonrió.
—El ministro está ocupado. Si tienes algo que decir, yo te escucharé.
Youko sintió una profunda decepción.
Así que no es el taiho.
—En la carta decía lo que tenía que decir.
—Ah, sí. Sobre el Rey Glorioso, ¿no?
¡Leyó la carta!
—Soy una kaikyaku. No sé mucho sobre este mundo…
—Eso parece.
—¿Me crees? ¿Crees que soy la Emperatriz de Kei?
—Mi opinión no tiene nada que ver con esto. La Espada del Mono de Agua es un
tesoro sagrado de Kei, fue creada sofocando al más grande de los demonios sin matarlo,
atrapando su esencia y manipulándola hasta que formara espada y vaina. El mero acto de
blandirla es una hazaña al que pocos aspiran y aún menos alcanzan. En otras palabras,
debes ser el Rey Glorioso. Fue, después de todo, el mismo rey el que en épocas pasadas
atrapó al demonio con que se hizo la espada.
—Pero…
—El demonios es atrapado y el amo queda vinculado a su vez… esto quiere decir
que normalmente, sólo el verdadero dueño puede blandirla. Por supuesto, la vaina está
muerta, por lo que hasta yo pude desenvainarla. Pero aún así, aunque quisiera blandirla, en
Doce Reinos

mis manos no cortaría ni la brizna de paja más delgada, mucho menos podría convocar
espectros.
Youko miraba al hombre.
—¿Quién eres? Dime.
—¿No te presentarás primero?
—Mi nombre es Youko. Youko Nakajima.
El hombre se dirigió a Rakushun.
—¿Y tú eres Chou Sei? ¿El que escribió la carta?
Rakushun asintió un poco alterado.
—¿Y el nombre por el que te llaman? —preguntó el hombre.
—Rakushun.
—Ya te hemos dicho quiénes somos —dijo Youko, con su mirada cada vez más
concentrada, pero el hombre parecía desinteresado.
—Mi nombre es Naotaka Komatsu —dijo simplemente.
¡¿Es Japonés?!
Ahora Youko estaba sorprendida.
—¿Eres un kaikyaku?
—De hecho, soy un taika. La mayoría aquí me llama Shouryuu… la pronunciación
china de los caracteres de mi primer nombre.
—¿Y…? —presionó Youko.
—¿Sí?
—¿Quién eres tú? ¿El mensajero del taiho de En?
El hombre rió fuertemente.
—Soy el Rey de En. El Rey Eterno, a tu servicio.

Youko se petrificó instantáneamente. Tras ella, los bigotes de Rakushun se


quedaron rígidos, con las puntas hacia arriba.
El hombre que se llamaba a sí mismo el Rey Eterno estaba muerto de risa. Era
obvio que estaba disfrutando del momento.
—¿El Rey Eterno?
—Así es. Me disculpo por la ausencia de mi taiho, pero pensé que yo serviría de
algo. ¿O era obligatorio que hablaran con él?
Youko negó con la cabeza y tragó saliva.
263 Capítulo 7

¿Cómo llegó tan rápido?


El hombre sonrió e introdujo su dedo en el vaso.
—Quizá una pequeña historia sería útil. Comencemos desde el principio, ¿vale?
Hace un año, el Rey Glorioso de Kei, una emperatriz igual que tú, falleció. Ahora es
conocida como la Difunta Emperatriz Yo, ¿sabías esto?
—No —respondió Youko.
El hombre asintió.
—Su verdadero nombre era Jokaku y tenía una hermana, Joei. Esta hermana, no sé
con qué intenciones, se ha autoproclamado como Rey Glorioso.
—¿Autoproclamado?
—Por cada rey hay un kirin. Es el kirin quien escoge al rey. ¿Sabías esto?
—Sí.
—Cuando la Difunta Emperatriz Yo murió, dejó a su Kirin: Keiki. ¿Lo conoces?
—Sí. Fue quien me trajo a Este Lugar.
El Rey Eterno asintió una vez más.
—Cuando la Difunta Emperatriz Yo murió, el trono quedó vació. Keiki se marchó
inmediatamente a buscar al nuevo rey y desapareció de la corte real. Dos meses después, se
supo que se había escogido un nuevo Rey Glorioso. Sin embargo, estoy obligado a concluir
que ese nuevo rey es falso.
—¿Falso?
El Rey Eterno suspiró.
—Sólo el kirin puede escoger al nuevo rey. Si un rey asciende al trono sin la
bendición del kirin, ese rey es falso. Hay muchos signos que señalan la ascensión de un
verdadero rey y a la ascensión de Joei le faltan todos. Por el contrario, el reino se ha
convertido en una guarida de demonios, abandonado y arruinado por las calamidades.
No… ella no puede ser el verdadero rey de Kei.
—Yo no… —Youko quería decir que no estaba segura de entender lo que le decía,
pero el Rey Eterno movió la mano pidiendo silencio.
—Ahora estoy seguro de que su afirmación es falsa. Cuando investigué un poco
más descubrí que era la hermana de la Difunta Emperatriz Yo la que se autoproclamaba
Rey Glorioso, pero no es más que una simple humana. No puede entrar al palacio ni puede
gobernar. Sabía que esto era algo grave, sin embargo…
Youko no entendía bien lo que le decía, pero se concentró y escuchó atentamente.
Después de un momento, el rey continuó.
Doce Reinos

—Sin embargo, Joei se fue a vivir a una de las fortalezas del gobernador local y
desde allí anunció su ascendencia como el nuevo Rey Glorioso. Los ciudadanos comunes
no tenían forma de saber la verdad y tampoco tenían razones para cuestionar su
autenticidad, de hecho, estaban listos para creer. Joei declaró que los gobernadores habían
conspirado para evitar que ella, la verdadera emperatriz, entrara a su palacio. Las personas
le creyeron y los culparon. Hasta se atrevió a declarar guerra contra sus «súbditos
traicioneros y desleales» y solicitó nuevos oficiales y soldados. El número de enlistados
aumentó inmediatamente.
Mientras hablaba, la expresión del Rey Eterno se oscurecía.
—Hubo un largo periodo de confusión antes de que la Difunta Emperatriz Yo
tomara el poder y su reino fue corto. El reino permaneció en caos por años y el
resentimiento de los plebeyos hacia los gobernadores era muy grande. Por estas razones,
había poco para detenerla. De nueve provincias, tres se unieron inmediatamente al ejército
de la falsa emperatriz.
—¿Nadie intentó enfrentarse a ella?
—Algunos. Pero el kirin seguía desaparecido, no había forma de estar seguros.
Podía ser como ella afirmaba, que los gobernadores habían escondido al kirin temiendo que
se supiera la verdad de su traición. Entonces, cuando el falso rey presentó al kirin, había
poco de qué dudar.
—Sí… —continuó, respondiendo a la expresión de sorpresa de Youko—. Joei
reveló al kirin en su forma bestial, diciendo que había sido rescatado de manos de sus
enemigos. Y en ese momento, la mitad de las seis provincias restantes se unieron a ella.
—¿Presentó un kirin? ¿Cómo? ¿Keiki?
—Sí… me temo que fue capturado.
Es por eso que nunca vino por mí.
Sus peores miedos no se habían hecho realidad, pero esto era suficientemente malo.
—¿Así que esta Joei es la que está enviando a los asesinos? ¿Los demonios? —
preguntó Rakushun.
—No necesariamente. Los demonios atacan a los humanos, eso no es raro. Pero
que los demonios cacen a alguien en especial, eso sí es raro, a menos, claro que fuesen
shirei.
—¿Shirei?
265 Capítulo 7

—Mensajeros, sirvientes. El kirin puede utilizar el poder de los tesoros sagrados del
reino para controlar a los shirei. Si es verdad que alguien está controlando demonios y
haciendo que te ataquen, entonces esta persona debe ser un kirin.
Así que los demonios que seguían a Keiki eran shirei, pensó Youko.
La reacción de Rakushun fue de gran agitación.
—¡Imposible!
El Rey Eterno asintió.
—Así es, imposible, sin embargo, todo apunta a eso. Los demonios que atacaron al
verdadero Rey Glorioso eran los shirei de un kirin y los demonios se unieron para
ayudarlos.
—Espera… eso quiere decir que…
—Cuando consideras los hechos, la impostora Joei no tiene ni las conexiones ni el
dinero para sostener a un ejército entero. Debe haber alguien tras ella, en las sombras.
Alguien muy rico. Si también manda sobre los shirei, entonces debe ser un rey.
Youko miraba al Rey Eterno y a Rakushun.
—¿Qué quiere decir?
—¿Sabes qué tipo de bestia es un kirin?
—Sí, una bestia espiritual, el que escoge al rey.
—Precisamente. Los kirin son bestias, pero no demoníacas. Más bien se acercan
más a los dioses. En su forma natural, son bestias, pero usualmente asumen la apariencia de
un humano. Por naturaleza, son criaturas benevolentes y piadosas. Pueden ser orgullosas y
extremadamente independientes, pero odian las guerras y los conflictos. En particular odian
la sangre, el mero hecho de tocarla los enferma. Nunca empuñan una espada en la batalla.
Su única protección son los shirei, los demonios que han hecho un pacto con ellos. Nunca
atacarían a un ser humano, pues están atados a la naturaleza del kirin.
—¿Y cómo me atacaron?
—Exactamente. Sólo puede haber una explicación: el rey es el amo del kirin. El
kirin debe obedecer al rey en todo. Aunque no está en su naturaleza el sentir odio, si el rey
le ordena algo, el kirin tendría poco que objetar. Que los shirei te hayan atacado debe
significar que el rey le ordenó al kirin que lo hiciera.
—Pero… ¿y si Joei tiene un kirin propio?
—No. Sólo hay un kirin por reino. O sirve a su amo, el rey o está en busca de otro
rey. Nada más.
Así que alguien más era quien atacaba a Youko. Repentinamente, Youko recordó.
Doce Reinos

La mujer en las montañas, le dolió la muerte del demonio. ¡Ha debido ser un kirin llorando por
su shirei! Y cuando ese loro o lo que fuese le ordenó que me atacara, lo hizo renuentemente, con lágrimas en
sus ojos. ¿Podrá ser que ese loro era de alguna forma el rey y esa mujer su kirin?
Todo empezaba a tener sentido.
—¿Pero quién? —preguntó pensando qué rey la querría muerta.
Nuevamente el Rey Eterno se concentró.
—Todo se descubrirá pronto.
—Pero…
—Mientras estés bajo nuestra protección en En, no te herirán. Y creo que pronto
se hará aparente quién ha planeado la muerte de la verdadera Emperatriz de Kei. Los
Cielos no ignorarán esto por mucho tiempo.
—No estoy segura de entender —dijo Youko.
—Sólo debemos esperar. Pronto veremos los movimientos del reino de Kei y
veremos quién ha ordenado matarte. Sin embargo —añadió—, el asunto de tu kirin es más
urgente. Está prisionero en Kei y debemos rescatarlo. Por esto y por tu protección, te
pediré que vengas a un lugar más seguro conmigo. ¿Puedes ir ya?
—¿Ahora mismo?
—Si es posible sí. Por supuesto, tienes tiempo de buscar tus pertenencias. Quiero
que me acompañes a mi domicilio.
Youko miró a Rakushun y él asintió.
—Debes ir. Estarás segura allí.
—Pero…
—No te preocupes por mí. Ve.
El Rey Eterno se rió de Rakushun.
—Un invitado más no hará diferencia. Mi residencia está un poco ruinosa pero
tiene suficiente espacio.
—P-pero…
—Tened en mente que no sé nada de atender invitados, pero sois bienvenidos.
Creo que así lo preferirá el Rey Glorioso —añadió, mirando a Youko.
Por «residencia» el Rey Eterno se refería al Palacio Gen’ei en Kankyu, pero hablaba
del lugar como si fuera una choza arruinada. Youko sacudió la cabeza y miró a Rakushun.
—¡Por favor, ven conmigo! No me sentiría bien si te dejo atrás.
Rakushun asintió.
267 Capítulo 7

Cuando el Rey Eterno llegó a las afueras de la ciudad, puso sus dedos en su boca y
silbó.
Youko sabía que Kankyu estaba al menos a un mes a pie y además, de noche no
había forma de entrar o salir de la ciudad. Estaba intentando pensar en cómo los pensaba
llevar a Kankyu, cuando en respuesta al silbido, una sombra apareció sobre la pared. Pudo
identificar las figuras brillantes de dos tigres. El juego de luz en sus pelajes convertía sus
rayas negras en un blanco iridiscente, no tan pálido como el color de una perla ni tan
impenetrable como el aceite. Sus increíbles ojos eran como ópalos negros y sus colas eran
muy largas.
Y justo como la primera noche en que cruzó el Mar del Vacío, Youko se encontró
sobre una bestia fantástica, los tres viajeros volaron hacia la noche, la media luna los
iluminaba, galopaban hacia Kankyu.
Ahora parecía que había pasado tanto tiempo desde que Youko había cruzado
desde Aquel Lugar. Entendía tan poco en aquel entonces, sobre Keiki y sobre sí misma.
Recordando, estaba asombrada de cuánto tiempo había pasado desde que había llegado a
este mundo. Todavía hacía frío cuando subió al shirei llamado Hyouki en dirección al mar y
ahora era verano. El calor del día se atenuó en el aire nocturno y deseaba poder sentir la
brisa, aunque algo en el aura de la criatura la había mantenido a salvo del viento.
La bestia galopó aún más alto y Youko bajó la mirada para observar el mundo
oscuro que se extendía bajo ella. Aquí y allí la noche de En era iluminada donde las aldeas y
ciudades formaban grupos de luces, recordándole los brillos que había visto en las
profundidades del Mar del Vacío.
—Youko, mira, ¡Kankyu! —exclamó Rakushun desde su posición tras ella,
señalando con su pequeña pata sobre su hombro. Habían pasado unas dos horas desde que
el viaje había empezado.
Youko miró en la dirección en que Rakushun señalaba pero no pudo ver nada. No
había luces, no había más que una oscuridad lúgubre. Estaba a punto de preguntar qué
estaba mirando cuando se dio cuenta que estaba observando mal. Rakushun no estaba
apuntando a algo en la oscuridad, estaba apuntando a la oscuridad misma.
—No puede ser…
Bajo la luz de la media luna, el mundo bajo ellos era del color del mar profundo, su
oscuridad se expandía aquí y allí por los pálidos contornos de los árboles, sus siluetas se
Doce Reinos

elevaban como olas. En el medio de todo, vio innumerables puntos de luz y más adelante
vio un profundo abismo que cortaba la oscuridad del bosque.
No, pensó Youko, no es un abismo. Era una sombra negra, la sombra de la luna
proyectada por lo que parecía ser un agujero en la noche. Pero no era un agujero, era todo
lo contrario.
—Una montaña…
¡Y qué montaña! Era tan alta que aunque las ciudades localizadas en su falda se
veían tan pequeñas como puntos desde la altura de las bestias voladoras, su pico se elevaba
aún más. Una montaña que llega a los cielos, como Rakushun había dicho.
No podía creer que algo así existiera. Por un momento había tenido la aterrorizante
sensación de que era una criatura diminuta y poco importante en el rostro de algo tan vasto
que apenas podía empezar a comprenderlo.
La montaña se erigía como un pilar a través del cielo y la tierra. La forma de la
montaña, que se elevaba desde las colinas de abajo, parecía ser un inmenso grupo de
brochas atadas firmemente, todas de diferentes alturas. La empinada cima estaba escondida
en las nubes.
El rostro de piedra ante ellos era como una pared gigantesca.
—¿Esa es Kankyu? ¿La montaña? —Youko miró hacia el bosque que dejaban bajo
ellos y miró nuevamente a la montaña. Todavía estaba lejos.
Pero se ve tan grande.
—Así es. Es la Montaña Kankyu —murmuró Rakushun tras ella—. Los palacios de
cada reino son iguales, el Palacio Gen’ei se encuentra en la cima.
La luz de la luna brillaba débilmente en los contornos de los precipicios. Las
paredes de piedra eran empinadas, casi verticales. Youko buscó el pico del palacio pero no
podía ver nada a través de las nubes. En la falda de la montaña, sus ojos veían pequeños
grupos de luces.
—Esas son las luces de Kankyu.
Era la capital del reino, entonces seguramente sería más grande que Ugou, pero su
brillo se veía tan lejano que la ciudad completa no parecía más que una mota.
Youko se quedó atónita por un rato, aferrándose con más fuerza al gran tigre.
Aunque el pico no parecía tan distante, aun con la velocidad de las patas de las
bestias no parecían acercarse. Era casi como si se movieran en reversa. Lentamente, la
ciudad se acercó, tanto que no podía ver la montaña entera sin mover la cabeza ni podía
ver claramente la cima. Bajo ellos se hacían visibles los contornos de la ciudad de Kankyu.
269 Capítulo 7

Kankyu se extendió en un semicírculo a través de las colinas alrededor de la falda de


la increíblemente alta montaña. En la sombra de esa montaña gigantesca, pensó Youko, las noches
deben ser muy largas.
—Una vez fui a Gosou en Kou y era igual —dijo Rakushun—. Si recuerdo bien
Gosou se encuentra en la parte occidental de su montaña y el crepúsculo duraba una
eternidad.
Vista desde una distancia menor, Kankyu era claramente enorme: un mar de luces.
Frente a los viajeros, había acantilados hasta donde alcanzaba la vista. Las desnudas capas
de piedra que componían la montaña se veían pálidas en la oscuridad.
Delante de ellos, el Rey Eterno guiaba a su bestia a un lugar muy encima de la
ladera, aterrizando en un peñasco que salía de la inhóspita faz del acantilado.
Youko pudo observar que el peñasco era plano en la parte superior, como una
repisa saliendo de la ladera, tenía suficiente espacio como para construir un pequeño
gimnasio encima. Parecía como si hubiesen unido un gran peñasco a la ladera y luego lo
hubiesen cortado por la mitad, extrayendo la parte superior y apartándola.
Siguiendo al Rey Eterno, el tigre que llevaba a Youko y a Rakushun aterrizó
también en la repisa de piedra. El Rey Eterno ya había desmontado. Se volvió hacia ellos y
sonrió.
—Felicitaciones, llegasteis sin caeros.
Youko se preguntaba cómo alguien se podría caer de la espalda de una bestia que se
movía tan suavemente por el aire, sin siquiera permitir que se sienta el viento. Como si
pudiera leer su mente, el rey rió y dijo:
—Las alturas marean a algunos y otros se acostumbran a la sensación del aura, por
lo que se duermen y se caen.
Ah, por supuesto, pensó Youko sarcásticamente.
La piedra blanca del gran saliente estaba cortada perfectamente y un intricado
patrón había sido tallado profundamente en su superficie. Quizá es para evitar que nos
resbalemos, pensó Youko. No había paredes ni barandillas a lo largo de la saliente y Youko
no tenía ninguna intención de asomarse por la orilla para confirmarlo. No podía imaginar
lo alto que debían estar.
En el acantilado había una gran puerta hacia la que el Rey Eterno se dirigía con
grandes zancadas. Antes de llegar a ella, la puerta se abrió silenciosamente hacia dentro.
Dos soldados habían abierto las puertas, o al menos eso asumió Youko que eran
por las pecheras de cuero que llevaban. Llevaron a cabo su tarea con facilidad, aun cuando
Doce Reinos

las puertas eran al menos el doble de altas que ellos y parecían estar hechas de pedazos de
la piedra blanca.
El rey asintió a los guardias y entonces se volvió hacia Youko y Rakushun que
seguían de pie junto a sus bestias. El rey hizo un movimiento con su cabeza y atravesó las
puertas. Youko y Rakushun se dieron prisa en seguirlo; los dos soldados les hicieron una
leve reverencia y entonces corrieron hacia las dos bestias que descansaban en la repisa de
piedra. Youko los miró con curiosidad. Se imaginaba que los guardias les darían agua y
comida a las criaturas, quizá también las cepillarían, igual que cuidarían de un caballo.
—Es por aquí —dijo el Rey Eterno, mirando a Youko—. ¿Pasa algo?
Youko se apresuró para alcanzarlo y llegó hasta un ancho corredor fuertemente
iluminado por un candelabro que colgaba del techo. Youko supuso que debía ser algo
inusual en este mundo juzgando por la rapidez con la que Rakushun se tocaba los bigotes.
Al final del corto corredor, llegaron a una pequeña habitación y entonces pasaron a
través de unos arcos que daban la impresión de ser un túnel hasta llegar al final de unas
escaleras hechas de la misma piedra que la saliente del acantilado. Rakushun miró las
escaleras y sus bigotes bajaron. Con un pie en el primer peldaño, el Rey Eterno se volvió
hacia ellos.
—¿Pasa algo?
—No —dijo Rakushun con una expresión de seriedad que Youko comprendió
inmediatamente—. Um, ¿Youko? —susurró—. ¿Tenemos que… subir todo eso?
—Eso creo —respondió, Youko. La idea también la había dejado muy poco
entusiasmada. El lugar en el que aterrizaron estaba muy alto, pero la distancia que había
entre ellos y la cima era la de un rascacielos. Caminar hasta allí sería una tortura.
Sin embargo, no se atrevía a quejarse así que subió el primer peldaño mientras
apretaba la mano de Rakushun. Cada peldaño era pequeño pero la escalera parecía seguir
infinitamente. Siguieron y siguieron subiendo, siempre tras el Rey Eterno y cuando
finalmente llegaron al final, seguía un gran pasillo. Allí, doblaron noventa grados y subieron
otras escaleras hasta que llegaron a una habitación pequeña. En la parte trasera de la
habitación había una puerta de madera con grabados ornamentales.
Mientras pasaban por la puerta, una suave brisa con un fuerte olor a mar rozó sus
rostros.
—Oh… —exclamó Youko inconscientemente. Ante ellos había una gran terraza.
Se encontraban sobre las nubes. No entendía qué tipo de milagro era este, pero sólo subir
esas pocas escaleras los había llevado a la cima de la montaña.
271 Capítulo 7

El piso de la terraza era de la piedra blanca y esta sí tenía una barandilla, también
hecha de piedra blanca, bajo ellos, olas de blancas nubes rompían contra la montaña.
¡Espera, realmente son olas!
Los ojos de Youko se abrieron como platos.
—¡Rakushun, es el mar! —gritó fuertemente, corriendo hasta la barandilla de
piedra. Estaban en la orilla del mar, podía oler la sal.
—Claro que sí. Estamos sobre el cielo —dijo Rakushun.
Youko se volteó para mirarlo.
—¿Hay un mar sobre el cielo?
—Pues claro, si no fuera un mar, no se llamaría el Mar de Nubes. ¿No lo llaman así
de donde vienes?
El viento que soplaba sobre las olas hacía que el olor a sal marina fuese más fuerte.
Era de noche y el mar estaba oscuro, pero las crestas de las olas brillaban bajo la luz de la
luna. Youko se inclinó sobre la baranda y miró hacia las profundidades, allí, en el fondo del
mar, vio luces. Era como mirar en el Mar del Vacío, excepto que estas luces eran las luces
de Kankyu.
—¡Increíble! ¿Y por qué no cae esta agua?
—Pues… —dijo el Rey Eterno sonriendo—. Si todo el agua del Mar de Nubes
cayera de una vez, pobres las almas bajo él. Si así lo quieres, haré que le preparen al Rey
Glorioso una habitación con una terraza.
—Um… —dijo Youko, insegura de cómo dirigirse a su anfitrión—. ¿Podrías no
llamarme así?
El Rey Eterno levantó la ceja con curiosidad.
—¿Por qué no?
—Es sólo que… suena como si hablaras de otra persona.
El Rey Eterno sonrió al escuchar eso. Parecía que iba a decir algo, pero
repentinamente miró hacia el cielo. Youko siguió su mirada y pudo ver una luz blanca
flotando a través del cielo sobre ellos.
—Mi taiho ha regresado. Debo ir a verlo, Youko. —Y así, el Rey Eterno se dio la
vuelta. Una corta escalera subía desde la parte izquierda de la pared de la terraza. Youko lo
siguió. Rodeando una esquina en la parte superior, se detuvo, atónita ante lo que veía.
Desde su nueva posición podía ver la escarpada montaña levantándose como una
isla sobre el Mar de Nubes y allí en la ladera de alabastro bañada por la luz de la luna, había
innumerables edificios. Como una escena salida de una pintura sumi-e, veía piedras con
Doce Reinos

formas curiosas, ramas de árboles y arbustos saliendo de la piedra desnuda y muchas


cascadas.
Algunos de los edificios en el acantilado eran torres, otros agujas, pero todos se
interconectaban por muchos corredores, formando un gigantesco edificio.
Era como un enorme castillo enredado en la cima de la montaña. Este era el
corazón de En, el hogar del Rey Eterno: El Palacio Gen’ei.

Youko y Rakushun siguieron al Rey Eterno a uno de los edificios del palacio donde
fueron rodeados por sirvientes —hombres y mujeres— que los alejaban de su anfitrión y
los guiaban a lo que Youko asumió eran las habitaciones de invitados. Las protestas de
ambos amigos fueron respondidas con miradas de absoluto desinterés.
—Cambiaos aquí. Os traeremos agua caliente.
Parecía que aunque los invitados eran bienvenidos al palacio, su ropa mugrienta no
lo era. Confundida, Youko simplemente asintió y se bañó con agua caliente de la jarra que
una sirvienta le había llevado. Ella y Rakushun tomaron turnos para bañarse tras el biombo
en la habitación, cuando Youko terminó, fue a la habitación contigua y encontró ropa
sobre una gran mesa.
—¿Se supone que debes usar eso? —Rakushun preguntó, haciendo una mala cara
mientras tomaba el kimono brillante y lo empezaba a inspeccionar—. Esto es ropa de
hombre. O creen que eres un hombre o el Rey Eterno se está divirtiendo.
—Aquí también hay uno para ti, Rakushun.
Los hombros de Rakushun se encogieron.
—Bueno, será un poco tarde para primeras impresiones, pero supongo que no
estaba vestido para la ocasión.
De hecho estabas desnudo, pensó Youko mientras le pasaba la ropa. Recordó a los
hanjuu que había visto en el puerto al llegar a En. Había varios vestidos. Sin embargo, se
había acostumbrado a ver a sólo el pelaje de Rakushun, así que imaginárselo con ropa le
causaba gracia.
Con la cabeza baja y arrastrando la cola, Rakushun fue tras el biombo y ambos
empezaron a cambiarse. Youko inspeccionó los pantalones que le habían dado: tenía las
botas anchas y estaban hechos de una tela suave y finamente cosida. Su blusa y abrigo
estaban hechos del mismo material delgado. El abrigo era largo y elegantemente bordado.
273 Capítulo 7

Por la sensación de la tela, Youko supuso que sería seda. Estaba acostumbrada a
usar cosas más corrientes y la suave tela le hacía cosquillas. Cuando terminó de amarrarse el
cinturón bordado, un anciano apareció en la puerta.
—¿Ya estáis cambiados?
—Sí —respondió Youko—. Pero mi amigo…
Y en ese instante, el biombo se movió.
—Ya. Estoy listo —dijo una vocecilla. Una figura salió y Youko estaba atónita,
incapaz de hablar.
—¿Qué?
—Tú… Yo no… Rakushun, ¿eres tú?
—Por supuesto.
La figura dio un paso adelante, usando la ropa de seda que le habían dado a
Rakushun, habló seriamente y luego sonrió.
—Oh, es verdad. Primera vez que me ves así, ¿no? No te preocupes, soy Rakushun,
lo juro.
Youko se sintió mareada y tuvo que sostenerse la cabeza con ambas manos. Ahora
entendía a qué se refería Rakushun cuando lo había abrazado y él le había dicho que debía
aprender a controlarse.
—Olvidé que hay cosas en este mundo que están fuera de mi sentido común.
—Eso parece.
El joven que sonreía frente a ella y que se hacía llamar Rakushun, tenía quizá más
de veinte años, y era muy muy humano. Parecía estar en perfecta salud, aunque tal vez un
poco delgado.
—¿Qué? No habrás pensando que era una rata parlante, ¿no? Te dije que era un
hanjuuu, soy mitad bestia, mitad humano. Bueno, ya has visto a la bestia. Esta es mi otra
mitad.
—No me digas —dijo Youko con el rostro sonrojado. No sólo lo había abrazado,
sino que había compartido habitaciones y hace mucho tiempo, el día que la encontró,
recordaba vagamente que él le había cambiado la ropa.
—Pensé que ya habías entendido todo, Youko.
—¿Por qué no usas siempre esta forma? —quiso saber, sin la intención de parecer
tan disgustada como sonó.
Rakushun dejó salir un fuerte suspiro.
Doce Reinos

—Me gusta más aquella forma. Es más fácil —Sus hombros se encogieron bajo la
tela roja de su kimono—. Cuando estoy así siento que estoy muy elegante, me tensiono. Y
por supuesto, en este momento sí que estoy elegante… —murmuró, sonando molesto y
Youko no pudo evitar reírse.
El anciano los guió por un largo corredor, hacia una gran habitación donde muchas
altas ventanas a lo largo de una pared dejaban entrar el olor del mar. Su anfitrión estaba de
pie en la terraza, mirando las olas. Se volvió según entraron. Él también llevaba un nuevo
atuendo, no muy diferente de lo que llevaban Youko y Rakushun. Youko pensó que para la
realeza, esta ropa parecía muy simple, evidentemente el Rey Eterno no estaba
elegantemente vestido. No había nada pomposo ni pretencioso en él.
El rey se dirigió a ellos.
—¿Terminsteis de cambiaros? Temo decir que mis sirvientes son muy respetuosos
con la ceremonia y la etiqueta. Sois nuestros huéspedes de honor pero todo es más fácil si
hacéis lo que dicen. Espero que no haya sido una molestia —dijo riendo con los ojos llenos
de júbilo. Youko sonrió.
—Siéntete libre de quitarte eso, si así lo deseas, Rakushun —añadió el rey.
El joven —Youko tenía que recordarse a sí misma que realmente era Rakushun—
sonrió nerviosamente y dijo:
—Estoy bien. ¿Y el taiho?
—Debería estar aquí en cualquier momento.
Y en ese momento, la gran puerta de la habitación se abrió nuevamente y un viento
salado entró.
—Ah —dijo el rey—. Estábamos hablando de ti.
Como en casi todas las habitaciones que Youko había visto en este mundo, esta
tenía un biombo en frente de la puerta, de forma que la persona que entraba no era visible
hasta que no avanzara más. Y entonces Youko vio que era un niño, quizá de doce o trece
años con el cabello de un color dorado.
—¿Y bien? ¿Qué noticias traes? —preguntó el Rey Eterno cuando el niño se
acercó.
—No ha entrado al palacio, por supuesto —Los ojos del niño se dirigieron a
Youko y Rakushun—. ¿Qué? ¿Tienes invitados?
—No son mis invitados. Son tuyos.
—¿Míos? Nunca los he visto —El niño entrecerró los ojos, mirando el rostro de
Youko—. ¿Y bien? ¿Quién eres?
275 Capítulo 7

—Deberías escoger tus palabras con más cuidado —dijo el Rey Eterno con un
suspiro.
—Oye, son mis invitados, así que no te metas.
El Rey Eterno chasqueó la lengua.
—Te vas a arrepentir…
—¿Qué? ¿Acaso es tu futura esposa o algo así?
—Suficiente.
—¿No? ¿Es tu madre?
—¿Tendría que ser mi esposa o mi madre para que te comportaras? —preguntó el
Rey Eterno, suspirando nuevamente. Se volvió hacia Youko—. Me disculpo por la falta de
respeto. Este es Enki—. Se volvió nuevamente hacia el niño—. Rokuta, esta mujer con
quien hablas es la Emperatriz de Kei. El nuevo Rey Glorioso.
El niño hizo un sonido entre una tos y un grito de sorpresa y retrocedió de un salto.
Miró a Youko. Incapaz de resistirse, Youko se echó a reír. Era la primera vez desde que
había cruzado el Mar del Vacío que su risa era muy fuerte y completamente honesta.
—¿Por qué no lo dijiste antes? ¿No tienes modales? —dijo el niño.
—No eres quien para hablar. Acompañando al Rey Glorioso está el señor
Rakushun —El rey siguió sonriendo y entonces su rostro tomó un tono de seriedad—.
¿Qué ha pasado con Kei?
La sonrisa de respuesta desapareció del rostro del niño.
—La provincia de Ki ha caído.
Acercándose a Youko, Rakushun dibujó el carácter ki con su dedo en la palma de
su mano:

Aunque su traductor automático estaba funcionando, todavía necesitaba prestar


atención a cómo se escribían las cosas. Si nunca aprendía cómo escribir los lugares y
nombres de este mundo, permanecería analfabeta para siempre.
—La provincia Baku es lo último que queda —continuó Enki—. Joei permanece en
la provincia Sei, como esperábamos. Su ejército ha crecido hasta el punto de que el Ejército
Imperial no se atreve a enfrentarse a ellos.
Al escuchar la palabra «Ejército Imperial», Rakushun escribió dos caracteres más:
Doce Reinos

Rakushun escribió: «Los Maestros Reales de la Guerra».


Este debe ser el término para ejército del rey en este lugar, pensó Youko. Su ejército.
—La falsa emperatriz se está preparando para entrar a Baku. El gobernador de
Baku lidera un ejército de tres mil. Tendrán suerte si al menos pueden retrasarlos un poco.
Su victoria es cuestión de tiempo —Al decir esto, el chico saltó para sentarse sobre una
mesa cercana, donde empezó a comerse unas frutas que estaban allí—. ¿Así que dónde
encontraste al Rey Glorioso?
El Rey Eterno prosiguió a contarle todo lo que Rakushun y Youko le habían
contado sobre su llegada a este mundo y todo lo que habían pasado desde que llegaron.
Enki se sentó en silencio, escuchando cada detalle, su expresión pensativa lo hacía parecer
más adulto.
—¿Y entonces quién es el insolente que hace que un kirin ataque a un humano?
—Dejemos eso para después —dijo el rey—. Su identidad será revelada con el
tiempo. Hay un problema más importante: Debemos liberar a Keiki.
Enki asintió gravemente.
—Entonces debemos darnos prisa. Una vez sepan que ha aparecido el Rey
Glorioso, se darán prisa para matarlo.
—Um… —dijo Youko de repente—. Lo siento, pero no estoy segura de qué tiene
que ver eso conmigo.
El Rey Eterno levantó una ceja.
—Vine a este mundo sin saber nada sobre eso. Vine a este palacio sin saber
prácticamente nada. Dicen que soy la Emperatriz de Kei, así que quizá es así, dicen que
otro rey me quiere muerta y probablemente también sea verdad. Pero nunca quise ser el
Rey Glorioso, ni mandé la carta porque quería algún reconocimiento. Estaba harta de que
me persiguieran los demonios y los soldados de Kou. Vine para que me ayudarais a
encontrar una forma de volver a Wa. Eso es todo.
Enki y su amo intercambiaron miradas. Por un largo rato, la habitación se llenó de
un silencio incomodo. Fue el Rey Eterno quien habló primero:
—Youko, siéntate.
—No, mirad… —empezó a hablar.
—Siéntate —repitió él, esta vez con más firmeza—. Tengo una historia que
contarte y no será rápido.
277 Capítulo 7

El Rey Eterno se sentó en silencio por un momento, perdido en sus pensamientos


como si debatiera por dónde empezar. Después de un rato, empezó:
—Hay personas y hay una tierra. Para que haya prosperidad, debe estar gobernada,
¿no?
—Sí —respondió Youko.
—En Aquel Lugar tienen presidentes y primeros ministros. En Este Lugar tenemos
reyes. El rey administra su tierra de acuerdo a los deseos de su gente. Él gobierna, pero no
siempre de la forma que la gente quiere. De hecho, en general es cierto que la autoridad
suprema lleva a la corrupción. Esto no siempre es culpa del rey, ya que desde el momento
en que al rey se le ha dado su autoridad, ya no es un mortal ordinario. Ya no entiende los
deseos de la gente común.
Doce Reinos
279 Capítulo 7

—Pero yo escuché que el Rey Eterno era un gran gobernante.


El rey sonrió.
—No hablo para ilustrarte sobre mis virtudes. Ahora, algunos reyes oprimen a sus
pueblos. ¿Y entonces qué puede hacer la gente? ¿Cómo pueden ser salvados?
—Una forma es la «democracia» de la que has hablado —dijo Enki, sorprendiendo
a Youko—. Las personas escogen a su rey y si no les gusta, hacen que renuncie.
—Así es —dijo el Rey Eterno. Y entonces, dirigiéndose a Youko, añadió—: Mi
ministro tiene un gran interés en las cosas de Aquel Lugar. Sin embargo, en Este Lugar, las
cosas se hacen de forma diferente. Si un rey oprime a su pueblo, entonces debemos escoger
a un nuevo rey que no lo haga. Esta tarea es del kirin.
—¿Así que el kirin es quien escoge al nuevo rey en lugar del pueblo?
—Eso es correcto. En Este Lugar, tenemos algo llamado Voluntad Divina. Se dice
que Tentei hizo la tierra y creó las leyes por las que la tierra debía ser gobernada. El kirin
sigue su Voluntad Divina cuando escoge al nuevo rey. Con el Mandato del Cielo, el nuevo
rey es escogido.
—¿El Mandato del Cielo?
—Un buen rey gobierna sabiamente desde su trono enjoyado, protegiendo su reino,
dando consuelo a su gente y manteniendo la paz cuando la confusión amenaza. El kirin
debe escoger un rey que sea capaz de hacer esto, sin embargo, el kirin sólo está haciendo lo
que el Mandato del Cielo dice. Algunos pueden decir que soy un gran gobernante y decir
que un rey como yo es algo inusual, pero eso no es verdad. Todos los reyes tienen el
potencial para ser grandes gobernantes.
Youko se sentó sin decir una palabra, insegura de cómo responder o de siquiera
descifrar si le estaban pidiendo alguna respuesta.
—Por supuesto, ha habido grandes gobernantes, tanto en Este Lugar como en
Aquel Lugar, en Wa y en Kan —continuó—. Sin embargo, en ambos mundos, todas las
tierras han conocido el sufrimiento en uno u otro momento. ¿Y por qué?
Youko frunció el ceño mientras pensaba.
—Supongo que es porque hasta un gran gobernante comete errores. Y aunque sean
grandes hombres, eventualmente morirán. No hay garantía de que el que le siga aprenderá a
ser un buen gobernante.
—Precisamente. Pero existe una solución: Para evitar que el gran gobernante
muera, sólo se necesita hacerlo un dios. Esto quita la mitad del problema. Aunque claro
que los dioses pueden morir, pero es algo raro, pero cuando eso pasa en Este Lugar, el
Doce Reinos

trono no pasa al heredero del rey muerto. En su lugar, es el kirin quien escoge el próximo
rey y lo supervisa para asegurar de que no se desvíe del camino. ¿Crees que eso funcionaría?
—Supongo… —dijo Youko.
El Rey Eterno asintió, parecía poco perturbado por la falta de entusiasmo de
Youko.
—Me han dado el reino de En para que lo gobierne. Fue Enki quien me escogió.
Otros pudieron haber deseado el trono, otros pudieron haber mostrado gran diligencia
intentando ganarlo, pero mientras el kirin no los escoja nunca serán reyes. Y está en la
naturaleza del kirin el escoger bien. Es como cuando un hombre escoge a una mujer o una
mujer a un hombre. Bien, yo soy un taika. No nací aquí, como tú, no tuve nada que ver con
la realeza en mi antigua vida, sin embargo, el kirin me escogió, desde ese momento en
adelante fui el Rey de En. La Voluntad Divina había sido cumplida y de esa forma mi
camino fue escogido.
—¿Así que dices que eso fue lo que me pasó? ¿No puedo simplemente olvidarlo e
irme a casa?
—Puedes ir a casa, si así lo deseas, pero seguirás siendo la Emperatriz de Kei. Nada
cambiará ese hecho.
Youko bajó la cabeza.
—El kirin realiza un pacto con el rey que ha escogido. Nunca dejará el reino de su
amo por su propia voluntad, nunca lo abandonará. Una vez el rey ha tomado el trono, el
kirin se queda a su lado como su ministro y su consejero.
—Espera… ¿Enki es tu ministro? —dijo Youko mirando con desconfianza al chico
que se encontraba de piernas cruzadas sobre la mesa.
El Rey Eterno soltó una carcajada.
—Sí, dejando las apariencias de lado, todos los kirin son criaturas increíblemente
benevolentes. El kirin reboza de justicia y misericordia.
Enki frunció el ceño. Su amo rió nuevamente.
—El consejo del taiho es la palabra de justicia y misericordia. Sin embargo, un reino
no puede ser dirigido sólo con esas dos cosas. En algunas ocasiones, debo ignorar los
consejos de Enki y hacer cosas que no son exactamente… misericordiosas. Lo hago por el
bien del reino. Si hiciera todo lo que me dice Enki, el reino empezaría a derrumbarse.
»Digamos, por ejemplo, que hay un criminal. Ha matado a otros por dinero. Es un
hombre despreciable. Pero, mirando más de cerca, en casa tiene una esposa y un hijo
hambrientos. Enki podría aconsejarme que lo salve y así los salve a ellos. Eso sería el acto
281 Capítulo 7

misericordioso. Y aún así, si permitimos que los criminales anden libremente, el reino se
arruinaría. Tan triste como parezca, el criminal debe ir a juicio y ser castigado.
—Sí, entiendo —dijo Youko.
—Ahora digamos que le he ordenado a Enki que ejecute al criminal. Va contra la
naturaleza del kirin hacer esto. Sin embargo, al final, matará al criminal, aunque se queje
todo el tiempo. ¿Por qué? Porque el kirin debe obedecer las ordenes de su rey. Es algo
absoluto. Un kirin nunca podrá rebelarse ante la palabra de su amo. Aunque le pidiera que
se quitara su propia vida, no podría resistirse a esa orden.
—Así que una vez que te escoge, eres libre de hacer lo que quieras, ¿no es así?
—Esa es la parte difícil de la situación. La Voluntad del Cielo está hecha de justicia
y misericordia; y es el deseo del Cielo que todos los reinos sean gobernados con estas dos
virtudes. Para lograrlo, actúa a través del kirin. Sin embargo, como dije anteriormente,
justicia y misericordia no son suficientes. Algunas cosas injustas e inmisericordes deben
realizarse. Sin embargo, si un rey las lleva a cabo en exceso o sin ninguna razón, perderá el
Mandato del Cielo.
Youko seguía sentada, mirando fijamente al Rey Eterno.
—El Rey puede hacer obras crueles por el bien del rey, pero con cada acción
injusta, deja de ser calificado para ser rey. Si el rey erra en su camino y pierde su mandato,
el kirin enferma. Esta enfermedad es llamada shitsudou, o la Pérdida del Camino.
Mientras hablaba, el Rey Eterno dibujó dos caracteres en el aire:

—Es un mal que aflige al kirin sólo cuando su rey se ha desviado del camino. Si el
rey cambia su comportamiento, todo se arregla, pero de no hacerlo, la enfermedad del kirin
progresa. Y no es fácil volver al camino correcto cuando uno se ha desviado de él. Pocas
veces un kirin enfermo se recupera.
—¿Y qué pasa si no se recupera?
—Eventualmente el shitsudou lo mata. Cuando el kirin muere, también lo hace su
rey.
—¿Muere? ¿Así como así?
—La vida de un hombre es corta. El rey no muere ni envejece porque está entre los
dioses y por esa razón es inmortal. Sin embargo, es sólo un dios porque el kirin lo hizo así,
sin el kirin, el rey es mortal una vez más.
Youko asintió.
Doce Reinos

—No obstante, hay otra forma de salvar al kirin.


—¿Y cuál es?
—Si el kirin es liberado de su pacto con el rey, puede sobrevivir. La forma más fácil
de liberarlo es que el rey muera, pues la muerte del rey no significa la muerte del kirin.
—¿Y entonces el kirin se recupera?
—Sí, por supuesto, te estoy hablando de lo que le pasó a Keiki —El Rey Eterno
suspiró levemente—. La Difunta Emperatriz Yo era una mujer, humana en naturaleza y los
seres humanos no son perfectos. Se enamoró de Keiki, no permitía que ninguna mujer se le
acercara. Se anunciaba como su esposa y se volvió cada vez más celosa. Al final, llegó tan
lejos como para expulsar a todas las mujeres de su palacio e intentó expulsarlas del reino.
Con Keiki intentando protegerla y cubriéndola, la Difunta Emperatriz Yo empeoró cada
vez más e intentó matar a las que quedaban. En ese momento, Keiki enfermó.
—¿Y entonces qué pasó…? —preguntó Youko.
—La Difunta Emperatriz Yo perdió su camino debido a su amor ciego por Keiki.
Claro que nunca fue su intención que muriera y tampoco le habría traído alegría, no se
había salido tanto de su camino. Finalmente se dio cuenta de su error e intentó repararlo. La
Emperatriz Jokaku escaló el Houzan o Montaña del Ajenjo, cerca del centro del mundo y
allí renunció a su titulo. El Cielo aceptó y Keiki fue liberado. De esa forma, Keiki se salvó
del shitsudou.
—¿Y qué le pasó a ella?
—Ser un rey es morir y renacer como dios. Cuando se deja de serlo, entonces ya no
hay más vida.
Así que la emperatriz anterior de Kei murió, se suicidó, para salvar a Keiki.
—Keiki ya te había escogido como la nueva emperatriz. Para reclamar su trono, tú
también debes escalar el Houzan y recibir allí el Mandato del Cielo; pero este título es más
que una mera formalidad. Una vez el pacto se ha hecho, el trono es todo tuyo. La Voluntad
del Cielo se ha hecho clara. Eres el Rey Glorioso y nada podrá cambiar esto, ¿lo entiendes?
Youko asintió lentamente.
—Es el deber del rey el gobernar a su reino. Puedes abandonar a Kei y regresar a
Wa si eso deseas, pero un reino sin rey está destinado a arruinarse y si tu reino cae, los
Cielos seguramente te abandonarán.
—¿Quieres decir que… Keiki sufrirá el shitsudou? ¿Y yo moriré?
—Es lo más probable. Sin embargo, eso sería poco comparado con el destino de la
gente de Kei. Los reyes no sólo gobiernan, evitan desastres naturales y someten a los
283 Capítulo 7

demonios que de otra forma andarían en libertad. Sí, los demonios aparecerán, las
tormentas llegarán, al igual que las sequías y las inundaciones. El hambre y la pestilencia
marcarán la tierra y los corazones de las personas sangrarán. La misma tierra se derrumbará
y la gente, tu gente, sabrá lo que es el verdadero sufrimiento.
Youko tragó saliva.
—Había otro tiempo —continuó el Rey Eterno—, antes de esto, cuando el reino
de Kei no tenía rey. Keiki tomó mucho tiempo en encontrar a la Difunta Emperatriz Yo
después de que el rey anterior muriera. Durante ese tiempo, la tierra estaba llena de
problemas y la gente estaba exhausta. Finalmente Keiki encontró al rey e hizo el pacto con
ella, pero su mandato no duro más de seis años. Peor aún, al final de esos años, Keiki
estaba enfermo y había poca paz en la tierra. Y ahora lo que sucede actualmente. Muchas
personas de Kei que vivían cerca de En o Kou abandonaron sus casas y huyeron hacia las
fronteras. Pero muchas permanecen en Kei e incluso ahora experimentan muchas
dificultades bajo las garras de los demonios y las calamidades naturales a cada momento.
Sólo hay una forma de salvarlos.
—¿Te refieres a que el verdadero rey vuelva a su trono lo más pronto posible?
—Precisamente.
Youko negó con la cabeza.
—No hay forma de que haga eso.
—¿Por qué lo dices? Creo que posees todos los atributos reales necesarios.
—¿Estás bromeando?
—Eres la dueña de tu propia alma. Sabes qué responsabilidades cargas, cuando un
gobernante le hace falta ese conocimiento, intentar persuadirlo de que cumpla su labor es
inútil. ¿Cómo si no puede gobernarse a sí mismo puede gobernar a otros?
—P-pero no puedo…
—No, tú-
—Shouryuu —interrumpió Enki—. No la obligues. El Rey Glorioso debe decidir
por sí misma qué será de Kei. Si está lista para tomar responsabilidades por sus acciones,
entonces podrá realizar esas mismas acciones.
El Rey Eterno suspiró.
—Claro que sí. No te obligaré, pero debes permitirme que te pida un… favor. He
hecho todo lo que está en mi poder para ayudar a la gente de Kei, pero el dinero de En no
es infinito. Te pido que salves tu reino. Por favor.
Doce Reinos

—Déjame pensarlo —dijo Youko tras una larga pausa mientras miraba el suelo. No
tenía la fuerza de mirar al Rey Eterno a la cara.
—¿Um, perdón? —Fue Rakushun quien rompió el silencio—. ¿Por casualidad
sabéis quién es el rey que tiene algo contra Youko?
El Rey Eterno miró a Enki, pero Enki desvió la mirada.
—¿Quién crees que será? —preguntó el rey, dirigiéndose a Rakushun.
—Bueno, estoy adivinando pero qué tal… ¿el Rey de la Colina de Kou?
Youko miró fijamente a Rakushun. Le tomó un momento el relacionar al hombre
con expresión de preocupación delante de ella con la rata de buen corazón que conocía.
—¿Y qué te hace pensarlo?
—Bueno, no estoy del todo seguro, pero cuando encontré a Youko en las
montañas, estaba envuelta en andrajos. No puedo creer que todos los demonios que la
atacaron fueran los shirei de un kirin y definitivamente espero que no existan tantos
demonios viviendo naturalmente en las montañas. Aunque pensara que la mitad de ellos
son shirei, siguen siendo demasiados para pensar en coincidencias. Creo que el reino entero
tenía algo contra ella, eso es lo que pienso.
El Rey Eterno tocó su barbilla pensativamente y asintió.
—Puede que sea así, sí, hace poco recibí del Rey de la Colina un comunicado
bastante agresivo en el que pedía que le llevara cualquier kaikyaku que llegara de su tierra a
la mía. Siendo Kou ese tipo de lugar, muchos kaikyaku han venido aquí en el pasado
buscando amparo, sin embargo, es la primera vez que había recibido un pedido tan directo.
Como me pareció raro, hice que Enki lo investigara y entonces tuve la sorpresa de
descubrir que de hecho alguien en Kou estaba llevando fondos a la impostora Joei. Y
añadiendo el reciente deterioro de las condiciones en Kou, determiné que el Rey de la
Colina era probablemente el que estaba detrás de los problemas con el Rey Glorioso. Y
justo ayer, me enteré de que el kirin de Kou estaba sufriendo de shitsudou.
—¿Shitsudou? ¿El kirin de Kou? —murmuró Rakushun, sacudiendo la cabeza. Una
mueca se asomó en sus rasgos juveniles—. Así que es el fin de Kou.
—¿No puede hacerse nada? —preguntó Youko, mirando las expresiones de
seriedad de las tres personas que la rodeaban.
—Sería algo fácil intentar aconsejar al Rey de la Colina como un amigo, pero en
estos días no está concediendo audiencias. Aunque me reuniera con él, si es que ya no está
consciente del error de sus actos, hay poco más que puedo hacer por él para convencerlo.
Si hay alguna forma de detenerlo, sería que el verdadero Rey Glorioso reciba su mandato y
285 Capítulo 7

reclame su trono. No sé por qué el Rey de la Colina empezó a inmiscuirse en los asuntos de
Kei, pero si era el deseo de tener una marioneta en el trono y de esa forma controlar al
reino vecino, entonces el ascenso del verdadero Rey Glorioso pondrá final a esas
ambiciones.
El Rey Eterno miró fijamente a Youko. Había dejado claro su punto.
Youko bajó la mirada.
—Necesito tiempo.
Doce Reinos

CAPÍTULO 8

A Youko le fue dada una hermosa suite de techo alto. La decoración, desde los
muebles hasta el jarrón de agua, e incluso los delicados vasos sobre la mesa, era de gran
elegancia. La habitación principal era inmensa y tenía grandes ventanales. Había arreglos
florales aquí y allí e incienso, Youko podía imaginar la sorpresa que un granjero a las
afueras de Kou sentiría si viera un lugar así.
Ya que se había acostumbrado mientras viajaba a los lugares baratos, Youko
también se sentía sorprendida. No podía acomodarse, había querido retirarse a su
habitación para darse un tiempo y pensar las cosas, pero la decoración y las mullidas sillas
eran incómodas. La mesa lacada tenía acabados de madreperla e incluso se verían sus
huellas digitales de haberla tocado. Hasta dudó cuando quiso sentarse allí con la barbilla
sobre las manos.
Caminando por la habitación, notó que había una puerta que daba a una habitación
anexa más pequeña. Se dirigió allí, pensando que quizá era un lugar donde se podría relajar.
La puerta a la habitación más pequeña era una delgada puerta corrediza de tres paneles con
intricados diseños florales por todas partes, la puerta se corrió hacia un lado. Había una
plataforma en la entrada y el resto de la habitación estaba fuera de su vista por una gran
cortina de seda. Youko apartó la cortina y encontró un edredón brocado que se extendía
desde el umbral hasta la pared más lejana. Si esto quería decir que toda la habitación era su
cama, entonces era una broma muy mala. Le era imposible imaginarse acostada para
reflexionar sobre sus pensamientos en una cama tan vasta y mucho menos podía
imaginarse durmiendo allí.
Sintiéndose fuera de lugar, Youko fue hasta los grandes ventanales que iban del piso
hasta el techo en una esquina de la habitación principal. Los marcos de las ventanas eran
intrincadamente detallados y el mismo vidrio tenía colores brillantes. Tras los paneles
brillantes, pudo ver un gran balcón.
Como el Rey Eterno había prometido, le habían dado una habitación con una
terraza que daba al Mar de Nubes.
Youko abrió la ventana y una fresca brisa salada sopló contra su piel, removiendo el
aroma del incienso que la rodeaba. Abrió un poco más la ventana y pasó a través de ella
para llegar a la gran terraza hecha de piedras blancas que rodeaba la circunferencia del
edificio. Caminó un poco y se recostó contra la barandilla para ver el mar de nubes bajo
ella. La luna estaba baja, amenazando con hundirse bajo este mar sobre el cielo.
287 Capítulo 8

Mientras Youko se encontraba allí viendo las olas chochar contra las rocas de más
abajo, escuchó el sonido de pequeñas pisadas tras ella y se volvió para ver a una figura
familiar de pelaje gris acercándose.
—¿Saliste a caminar?
Rakushun sonrió.
—Algo así. ¿No podías dormir?
—No. ¿Tú tampoco, Rakushun?
—¡¿Quién podría dormir en una habitación así?! Hasta llegué a desear estar en una
ruinosa habitación de alguna posada.
—Lo mismo pensé —dijo Youko de acuerdo.
La rata se rió fuertemente.
—Eso no es lo que esperaría de ti. Tienes tu propio palacio allí afuera, ¿sabes?
La sonrisa desapareció del rostro de Youko.
—Tengo uno, ¿verdad?
Rakushun se acercó hasta su lado.
—El palacio real de Kei está en Gyouten, en la provincia de Yei. Se llama Palacio
Kinpa o el Palacio de las Olas Doradas.
Youko asintió. Sabía que había existido un tiempo en que había soñado en vivir en
un palacio así, pero ahora realmente la idea no le interesaba. Rakushun permaneció en
silencio por un momento antes de volver a hablar.
—Dime, Youko.
—¿Sí?
—Esta falsa emperatriz, Joei… ¿Tiene a Keiki, no es así?
—Eso parece.
—Bueno, verás, estaba pensando, si el Rey de la Colina de Kou realmente no te
quiere tener en el trono, hay algo que podría hacer.
—¿Dices matar a Keiki?
—Sí. Si Keiki muere, tú también morirías. No has subido al Houzan para recibir tu
mandato ni nada así, por lo que no estoy seguro de qué pasaría pero parece posible que
puedas morir.
Youko se estremeció.
—Yo también lo creo. Ahora que hice un pacto con Keiki, ya no soy humana. Es
por eso que me cuesta tanto hacerme daño, es por eso que entiendo el idioma, es por eso
que puedo usar esa espada y es por eso por lo que me trajeron aquí desde el Mar del Vacío.
Doce Reinos

—Así es, Youko, y ahora el enemigo tiene a Keiki. Debes tomar el trono, es la
única forma de protegerte-
—No quiero escuchar más —dijo Youko, interrumpiéndolo.
—Youko…
—No, no estoy siendo terca. Ahora sé lo que es un rey y lo que es un kirin. Sé qué
pasará si no acepto ser la emperatriz. Pero no quiero tomar la decisión sólo para salvarme,
¿entiendes?
—Sí, pero…
—No quiero que nadie piense que tomé mi decisión por desesperación —Youko
sonrió—. En los meses después de venir a Este Lugar pensaba que podía morir en
cualquier momento. Pero sin embargo pude salir adelante. Tuve suerte. Así que verás,
estaba lista para morir antes de esto. Ahora no dejaré que el miedo a la muerte se meta en
el camino para tomar mi decisión —Rakushun tragó saliva—. Sé que todos esperan que
decida, pero si decido la forma en que quiero vivir basada en lo que ellos quieren, lo que le
seguirá no será mi responsabilidad. Es por eso que quiero pensarlo bien. ¿Entiendes?
Rakushun levantó sus ojos confundido y miró los de Youko.
—No entiendo por qué es una decisión tan difícil para ti.
—Es difícil porque no puedo hacer lo que me piden.
—¿Por qué no?
—Sé que tipo de persona soy: incompleta, despreciable. No soy ninguna
emperatriz. No soy nadie especial.
—Youko. No creo que-
—Dices que eres medio humano, Rakushun. Bueno, yo también lo soy. Puedo
parecer una persona, pero dentro soy sólo una bestia.
—Youko…
Youko apretó la barandilla. La delicada piedra tallada se sentía exquisitamente suave
en sus manos. Bajó la mirada y vio el agua transparente y a través de ella vio las luces de
Kankyu, brillando como luciérnagas en el campo de la noche. El golpeteo constante de las
olas era un suave sonido rítmico. Era una hermosa vista, sin embargo, ella se sentía indigna
de presenciarla. Sin duda el Palacio Kinpa en Gyouten era hermoso. Cuando se imaginó a
ella misma allí se sentía más asqueada que esperanzada.
A su lado, Rakushun suspiró.
—Cada rey es una persona normal antes de que el kirin los escoja.
289 Capítulo 8

—No, seguía siendo la misma persona después de que me escogieran. Intenté


robar, amenacé a otras personas para poder vivir, desconfié de los demás, te abandoné para
salvar mi propio pellejo… hasta podría haberte matado.
—Pero el Rey Eterno dijo que puedes lograrlo.
—El Rey Eterno no sabe lo bajo que llegué.
—Yo también sé qué puedes, Youko. Y yo soy a quien quisiste matar. Si hasta yo
puedo saberlo, debe ser lo correcto.
Youko miró a Rakushun. La rata, con su cabeza que apenas llegaba a su ombligo,
había metido su nariz entre la barandilla para mirar el mar del cielo.
—Yo… simplemente no puedo —murmuró Youko, mirando al Mar de Nubes. No
hubo respuesta. Una pequeña pata tocó su brazo pero para el momento en que ella se
volvió, la espalda peluda de Rakushun estaba en su dirección.
—Rakushun.
—No puedo culparte. Yo tampoco sabría que hacer en tu posición. Sólo…
pensarlo.
La rata empezó a alejarse con su espalda todavía hacia Youko, sus manos levantadas
como diciendo que ya había hecho todo lo posible y que no haría más. Youko lo observó
alejarse.
—No lo sabes todo, Rakushun —murmuró suavemente.
—Yo sé —dijo una voz en la cabeza de Youko que no era la suya.
Los ojos de Youko se abrieron de par en par y buscó alrededor, pero no había
nadie.
—Nunca estuviste completamente sola. Yo lo sé. Lo sé todo.
—¿Jouyu?
—Ve a por el trono. Puedes hacerlo.
Youko no pudo responderle a la voz en su cabeza, en parte porque estaba
sorprendida y en parte por lo que decía la voz.
—Estoy desobedeciendo órdenes. Discúlpame.
Youko recordaba a Keiki diciéndole a Jouyu que actuara como si no estuviera allí.
¿Por qué nunca respondió antes?
—Me llamaste monstruo, lloraste para que me arrancaran de ti. Mi silencio fue tu castigo.
—Qué tonta he sido —farfulló Youko. La única respuesta fue el silbido del viento
nocturno y el golpe de las olas a lo lejos.
Doce Reinos

A la mañana siguiente, la despertó una joven sirvienta y Youko la siguió de mala


gana hasta la mesa real. Respondió a las miradas expectantes de los demás con una sacudida
de su cabeza. Rakushun, en forma de rata, se sentó con su cabeza baja y tocando sus
bigotes. El Rey Eerno y Enki también parecían un poco desanimados. No estoy lista para
decirles.
—Kei es tu reino. Su gente es tu gente. Haz lo que desees —dijo el Rey Eterno con
una sonrisa—. Sin embargo, debo pedirte que nos dejes intentar rescatar a Keiki.
Especialmente si el Rey Glorioso quiere abandonar su trono, quisiera que al menos salvaras
al ministro, por el bien del reino. ¿Qué dices?
Youko asintió.
—Todavía tengo que tomar mi decisión pero no tengo objeciones en cuanto a
salvar a Keiki. ¿Cómo planeas hacerlo?
—No veo otra forma aparte de quitárselos a la fuerza. Nuestra información indica
que Keiki está en la Provincia Sei, rodeado por el cuerpo principal del ejército del falso rey.
—Tengo una pregunta. Si podemos rescatar a Keiki, ¿podré volver a casa?
El Rey Eterno asintió nuevamente.
—Los kirin pueden crear el shoku. En tu forma actual, eres capaz de cruzar el Mar
del Vacío así que no veo por qué tendrías algún problema. Si deseas volver, Keiki puede
enviarte y si no quisiera, puedo hacer que Enki lo haga.
Qué generoso, pensó Youko. Podría haberla amenazado fácilmente con nunca enviarla
a casa si no aceptaba ser el próximo Rey Glorioso.
Pero Enki habló inmediatamente.
—No importa lo que pase, yo no pienso crear un shoku para ti. Convence a Keiki si
quieres irte con tantas ganas.
Las palabras hicieron que se ganara una mirada consternada del Rey Eterno.
—¡Rokuta!
—Parece que no lo sabes, así que te lo diré —continuó el joven kirin—. Cuando un
shoku viene, lo que le sigue es desastre. Si sólo envías a un kirin a Aquel Lugar, lo peor que
podría pasar sería un fuerte viento, pero si se envía a un rey, causarás gran daño a este
mundo y el otro.
—¿A Wa también?
—Así es. Después de todo se mezclan ambos mundos. Escuché que le pasaron
cosas terribles a Kou con el shoku que te trajo, pero sería muy poco comparado con lo que
291 Capítulo 8

pasaría si un rey atraviesa el Mar del Vacío. Dudo que tengamos tanta suerte la próxima
vez, no tengo intención de ayudarte.
—Bueno, si voy a casa, procuraré hacerlo de forma que no te moleste, Enki.
—Yo procuraré que no lo hagas —dijo el chico.
—Pero Youko —añadió calmadamente el Rey Eterno—, ¿entiendes que no estarás
a salvo aunque vuelvas a casa?
—Ya lo sé.
Mientras el Rey de la Colina me quiera muerta, nunca escaparé de los demonios. Probablemente
los envíe a Aquel Lugar nuevamente. Devastaría esta tierra al irme y al llegar llevaría todo tipo de
monstruosidades demoníacas. Descendería sobre mi tierra como una diosa de la muerte. El ir a casa sería
malo para ambos mundos y para todos a quienes conozco, y eso es asumiendo que la falsa emperatriz no
mate a Keiki y por lo tanto a mí. ¿Cómo es que todavía no puedo decidirme?
—¿Y si hacemos algo con el Rey de la Colina antes de irme a casa?
—Eso no podemos hacerlo, o al menos yo no te ayudaré. —El Rey Eterno negó
con la cabeza—. Te diré esto: Hay tres transgresiones que no están permitidas a ningún rey.
La primera es violar las leyes celestiales y negar el camino de la verdad. La segunda es
rechazar el propio mandato y escoger la muerte sobre la responsabilidad real. Y la tercera es
invadir otro reino, aun con la intención de prevenir la guerra.
Youko asintió.
—¿Pero cuáles son los planes de los que hablaste? ¿Cómo sacaremos a Keiki a la
fuerza?
—Si el nuevo Rey Glorioso está con nosotros, legitimaría al ejército como el
verdadero ejército de Kei. Simplemente estaríamos ayudando por petición del Rey
Glorioso.
—Ya veo.
El Rey Eterno sonrió ampliamente.
—Te prestaré los ejércitos de En para asegurar el regreso de Keiki. ¿Lo harías?
Youko sonrió amargamente y bajó la cabeza.
—No tengo más opción. —Respiró profundo—. Ahora estoy lista. Pido que me
ayuden. Y… siento haberos decepcionado con mi indecisión hasta ahora.
Enki sonrió.
—Shoryu sólo quiere más reyes taika, ¿sabes? No dejes que te obligue. Ha estado
muy solo siendo el único de su tipo.
—¿El único?
Doce Reinos

—Sí, entre los reyes de este mundo yo soy el único taika, traído de Aquel Lugar. He
escuchado de más en el pasado, pero han sido pocos.
—Pero Enki —dijo Youko, dirigiéndose al kirin—. Tú eres un taika, ¿no es así?
—Así es. Sólo yo, Shoryu y Taiki. Tú serías la cuarta.
—Taiki… ¿el kirin de Tai?
—Sí. El chiquillo del reino externo de Tai.
—¿Chiquillo?
—Sí, un kirin que todavía no ha crecido completamente.
—¿Y tú ya creciste completamente, Enki? —preguntó Youko con una sonrisa.
—¿Qué? Claro que sí. Cuando un kirin madura, su apariencia externa se congela en
el tiempo.
—Así que maduraste antes que Keiki… ¿y por eso te ves más joven?
—Así es —dijo el kirin con orgullo evidente.
El Rey Eterno se rió.
—¿Así que Taiki no había madurado?
—No.
—¿Por qué lo dices en pasado? —dijo Youko.
Enki frunció el ceño y miró al Rey Eterno.
—Taiki ya no existe. Al menos es lo que nos han dicho. El reino de Tai está en
medio de una guerra. Taiki y el Rey Pacífico han desaparecido, están perdidos o algo peor.
Youko suspiró.
—Parece que mi reino no es el único con problemas.
—Así es. Los mortales son excelentes para causar problemas. El nombre mortal del
kirin de Tai en Aquel Lugar era Takasato.
—¿Era un chico?
—Sí. El ki después del nombre del reino significa que el kirin es hombre. Para una
kirin se utiliza el rin, así que una kirin de Tai sería Tairin, ¿ves? Taiki era un apuesto kirin
negro.
—¿Un kirin negro?
—Sí. ¿Alguna vez has visto a un kirin en su forma real?
—No, sólo en forma humana —dijo Youko.
—Sus pieles son amarillas, sus espaldas de varios colores y sus melenas doradas, al
menos la mayoría son así.
—¿Dorado como tu cabello?
293 Capítulo 8

—Sí. Claro, este no es mi cabello, es mi melena.


Ah, claro, pensó Youko.
—Pero Taiki era negro, como el color del acero bien encerado. Su piel era color
ébano, su espalda plateada, bueno, no sólo plateada, también tenía otros colores.
—¿Y eso es fuera de lo común?
—Bastante. Ha habido pocos kirin negros en la historia. Aparentemente también ha
habido kirin rojos y hasta blancos, pero nunca he visto uno de esos.
Youko asintió, intentando imaginar cómo sería un kirin negro de espalda plateada.
—Si Taiki estuviera realmente muerto, entonces el Rey Pacífico no podría vivir. Y
en Houzan, la Montaña del Ajenjo, habría crecido un canistel (el Tai-ka) con el nuevo Taiki.
Pero no hay señales de esto.
—¿Tai-ka?
—El árbol en el que crecen las frutas de los kirin está en Houzan. Cuando un kirin
muere, el ranka del nuevo kirin debe empezar a crecer. Si Taiki hubiese muerto, habría
nacido el nuevo kirin de Tai. El ranka es nombrado de acuerdo al reino, en este caso, Tai-
ka. Sin embargo, no hay ningún Tai-ka en Houzan. Así que debe estar vivo.
—¿Los kirin tienen padres?
—No, a excepción de los que somos taika. Los kirin normales no tienes nombres.
Sólo sus títulos.
—¿Cómo Keiki?
Enki asintió. De repente, a Youko le parecía que la vida de un kirin debía ser muy
triste. Y como si pudiese leer sus pensamientos, Enki puso una expresión de amargura.
—Los kirin son criaturas lamentables. Nacen para el rey, sin padres ni hermanos.
Ni siquiera tienen un nombre propio y cuando encuentran a su rey se vuelven meros
sirvientes. Y al final, cuando mueren, es por culpa del rey. Ni siquiera tienen una tumba —
dijo, mirando al Rey Eterno. Su amo esquivó la mirada. Enki frunció el ceño y suspiró.
—¿No tienen tumbas? —preguntó Youko. Enki se estremeció al escucharla—. ¿No
les hacen una tumba?
—No, sí tienen —respondió el Rey Eterno con una sonrisa irónica—. Los
entierran junto a su rey. Sólo que es su espíritu, no hay cadáver.
—¿Por qué no?
¿Se evaporan y ya?, se preguntaba Youko.
—Es suficiente —dijo Enki.
Doce Reinos

—No hay nada que esconder —el rey continuó—. Ya sabes que el kirin usa
demonios como sus sirvientes. Hacen un pacto con estos demonios así como lo hacen con
el rey. El pacto dice que los demonios seguirán las órdenes del kirin y en cambio, cuando el
kirin muera, podrán comerlo.
Los ojos de Youko se abrieron como platos mientras miraba al Rey Eterno y luego
a Enki.
El taiho se encogió de hombros.
—Ahora lo sabes. Parece que los kirin somos bastante apetitosos, o eso he oído. ¿Y
a quién le importa de todas formas? Ni a mí me importará cuando sea mi turno: Estaré
muerto. Si nos tienes lástima, Youko, guárdala para Keiki. No lo decepciones.
Youko no sabía qué decir, así que prosiguió:
—Para el Rey de la Colina no pareció ser muy difícil haber decepcionado a Kourin.
El Rey Eterno levantó una ceja.
—Quién sabe qué estará pensando el Rey de la Colina —A su lado, el rostro de
Enki se oscureció—. Interferir en los asuntos de otro reino es lo mismo que perder el
Mandato del Cielo. Si incluso ese hecho no fue suficiente para evitar la estupidez del Rey de
la Colina, entonces debe tener una motivación muy fuerte.
—Sí, eso creo…
—Debía saber que sus actos estúpidos sólo llevarían a una pérdida personal. Sin
embargo, a veces todos cometemos estos errores, aunque sepamos que están mal. La gente
es estúpida y cuando las cosas están difíciles, son aún más estúpidos.
Sus palabras fueron para Youko como un golpe en el estómago. Sólo pudo asentir.
—Tengo miedo…
—¿Miedo?
—Sí. No sé si yo lo haría mejor que él.
El Rey Eterno rió.
—El kirin siempre obedece al rey, sin embargo, no creas que hará todo sin quejarse.
Nunca olvides que eres una tonta humana y así, tu otra mitad te salvará.
—¿Mi otra mitad? —preguntó Youko confundida.
—Sí, tu kirin.
Youko asintió y entonces miró la silla a su lado.
Allí había una espada —su espada— el tesoro antiguo del reino de Kei.
El Rey Eterno dijo que la Espada del Mono de Agua puede mostrar el pasado, el futuro y lugares
lejanos. Si pudiera dominarla, quizá podría saber qué estaba pensando el Rey de la Colina.
295 Capítulo 8

La conversación en la mesa se convirtió en un consejo de guerra, donde Youko


aprendió que el reino tenía dos ejércitos. La Guardia Provincial que respondía a los
gobernadores provinciales y funcionaba sólo dentro de sus territorios y el Ejército Imperial
que era controlado directamente por el rey.
La caballería normal iría hacia Iryuu, la capital de la provincia de Sei en reino de
Kei. Sin embargo, esta campaña tomaría un mes y para salvar a Keiki un mes era
demasiado. Así que se decidió que un escuadrón combinado de ciento veinte caballeros
élite, diestros en montar bestias voladoras serían reunidos para llevar a cabo un asalto aéreo
a Iryuu.
El Rey Eterno y Enki se marcharon de inmediato para hacer las preparaciones. No
volvieron para el almuerzo y tampoco para la cena. Dejando solo a Rakushun, Youko
regresó a su habitación. Puso la espada sobre la mesa y se sentó frente a ella.
Soy la dueña de esta espada.
Sabía que en teoría era posible usar la espada como una especie de oráculo, como el
Rey Eterno le había dicho, pero todavía dudaba de su habilidad de lograrlo. No obstante,
nunca había tenido una necesidad tan grande de obtener información como ahora. A pesar
de las dudas que la atormentaban, decidió intentarlo.
No tenía idea de cómo forzar a la espada para que le mostrara algo, pero se dijo a sí
misma que no podía ser tan difícil.
Antes de cruzar el Mar del Vacío, Youko había soñado por muchas noches sobre
oscuridad y el sonido de agua goteando. Seguramente eso había estado relacionado de
alguna forma con las visiones que la espada le había mostrado, que siempre estaban
acompañadas por el sonido de goteo. Youko asumió que el arma había estado intentando
advertirle de los enemigos que se acercaban, le había enviado estas visiones en sueños
como una vía para proteger a su dueña.
Pero espera… en ese momento todavía no había conocido a Keiki. Todavía no había hecho ningún
pacto. ¿Cómo sabía la espada que me pertenecía? ¿Qué es primero? ¿La selección del kirin o el Mandato
del Cielo?
Al explicarle esto al Rey Eterno, él le dijo que quizá había nacido con el Mandato
del Cielo, o que quizá el trono había sido suyo desde que Keiki había tomado la decisión.
Doce Reinos

—¿Quién sabe? —dijo Enki—. No te puedo decir por qué lo escogí a él. No había
razones obvias, sólo sabía que él era el elegido.
Enki dijo que el kirin escoge al rey por instinto. En cualquier caso, Youko no
pensaba que comunicarle sus intenciones a la espada sería difícil.
Desenvainó la espada en la habitación a oscuras. Miró fijamente el acero pulido.
El Rey de la Colina. Muéstramelo.
Hasta ahora, la espada sólo le había mostrado visiones de su hogar, del mundo que
había dejado atrás, pero asumió que esto se debía a que siempre estaba pensando en
regresar.
¿Qué pretende el Rey de la Colina?
Youko no estaba segura de qué se necesitaba para convertirse en un buen rey, pero
al menos podría aprender al ver a uno malo.
Un brillo pálido cubrió la espada. Figuras vagas empezaron a formarse en la luz.
Youko escuchó el agudo y lejano tip tip del agua goteando. Miró fijamente la visión y esperó
a que se enfocara.
Vio una pared blanca. En la pared había una ventana y a través de esta, un jardín.
Conocía este jardín, era el que estaba en su casa en Japón.
No, no es esto lo que quiero ver.
Youko perdió su concentración y la visión desapareció. La espada perdió su brillo y
yacía fría en la oscuridad. Había fallado.
—Sólo necesito volver a intentarlo —se dijo a sí misma, mirando fijamente a la
espada. Nunca antes había visto más de una visión por noche, pero antes podía pensar que
había algún tipo de límite en cuanto a lo que la espada podía mostrarle. La espada empezó a
brillar una vez más.
Nuevamente vio el jardín en frente de su casa.
Youko frunció el ceño. Esta vez se mantuvo concentrada en la visión mientras
pensaba al mismo tiempo en lo que quería ver. La visión se volvió borrosa, ondulándose
como el agua en un charco. Las ondas se aclararon y Youko vio su habitación.
¡No!
Luego vio su escuela.
¡No!
Intentó varias veces más pero todo lo que veía eran imágenes de Aquel Lugar. Vio
su casa, su escuela y hasta las casas de sus amigos. La espada no le mostraba nada de este
mundo.
297 Capítulo 8

No es mejor que la vaina, pensó Youko. Un mono azul, atrevido, impertinente e imposible de
controlar.
Al mismo tiempo, se dio cuenta de que el fallo era en parte su culpa por no poder
renunciar completamente a su hogar. Al darse cuenta de esto, intentó hacerlo con más
fuerza.
Decidida, Youko siguió mirando la espada, luchando por lo que han debido ser
horas para ganar control sobre lo que veía. Finalmente una nueva escena apareció: una
visión de una ciudad con una muralla familiar.
¡Lo hice!, pensó mientras la visión se hacia más clara. Lentamente se convirtió en la
imagen de las puertas de una ciudad y el camino enfrente de ellas.
El camino estaba manchado de sangre. Había cadáveres por todo el suelo. Algunas
personas gemían del dolor mientras otros se desangraban en silencio. En la mitad de todo
había una chica con una expresión oscura.
¡No! ¡Soy yo!
—¡Detente!
Youko apartó la visión de su mente. Era Goryou, donde había abandonado a
Rakushun.
Estaba atónita. ¿Realmente me veía así? ¿Cómo pude ser tan cruel?
La espada cayó al suelo con un sonido metálico. Entonces empezó a reírse de sí
misma por haberse asustado.
Es sólo la verdad, ¿mmm?
Eso es lo que el mono azul habría dicho de haber estado vivo.
Era la verdad. No tenía el derecho de apartar sus ojos. En vez de eso, debía mirar
fijamente. Si apartaba la vista de sus propios errores, no habría fin para su estupidez.
Tomó la empuñadura y levantó la espada una vez más. Controlando su respiración,
miró la espada. Nuevamente vio las puertas de Goryou. Youko se vio a sí misma, de pie en
el camino. La expresión en sus ojos era oscura y malévola. Estaba mirando a Rakushun.
Me estoy preguntando si debo volver para matarlo.
Entonces vio gente salir de la ciudad y a ella misma huyendo. Mientas huía, la visión
se volvió borrosa; ahora se veía en un camino en medio de la montaña. Se vio a sí misma
mientras rechazaba a las amables vendedoras de dulces que ofrecieron ayudarla.
Un momento después vio a Takki y al anciano kaikyaku Seizo. Vio las familias de
los hombres que habían muerto gracias a los demonios cuando habían intentado llevar a
Doce Reinos

Youko ante el magistrado. Estaban llorando. Los escuchó llorar y a través de sus gemidos
pudo escuchar cómo la maldecían, a ella, la kaikyaku, por haber traído desgracias.
Vio la destrucción en Kasai después del ataque del demonio. Vio las pilas de
cadáveres alineados en la plaza central en Goryou y los refugiados de Kei apiñados a las
afueras de otra ciudad.
Youko se sentó, observaba todas las visiones. Mientras miraba, pudo entender que
intentar detener estas imágenes dolorosas sólo las hacía más fuertes, más impredecibles;
debía observar y mientras lo hacía, las escenas se acercaban gradualmente a lo que quería
ver.
Vio un palacio y allí a una mujer delgada y débil.
La mujer habló:
—No necesitamos más mujeres en Gyouten.
—Pero… —Era Keiki quién protestaba. Youko se dio cuenta que la frágil mujer
era el anterior Rey de Kei, la Difunta Emperatriz Yo.
—La orden ha sido dada, todas las que permanezcan estarán desafiando las leyes —
dijo débilmente la Difunta Emperatriz Yo—. Son criminales. ¿Por qué dudas en juzgarlas y
sentenciarlas?
Sólo los ojos de la mujer mostraban señales de vida, pues su piel era como la de un
cadáver y la marca de la enfermedad se veía en sus mejillas hundidas y los tensos músculos
de su cuello. De repente, Youko vio demonios destruyendo aldeas, ciudades
completamente quemadas por una revuelta de civiles, campos desnudos por el ataque de las
cigarras y las ratas, ríos desbordándose sobre los campos, donde flotaban los cadáveres
entre los fragmentos de cosechas destruidas.
¿Todo esto porque el reino está sin su rey?
Cuán a menudo había escuchado a la gente de este mundo preocupándose por la
destrucción del reino y cuán poco había entendido. Esas palabras no significaban nada
cuando vivía en Japón pero ahora entendía por qué las escuchaba con tanta frecuencia aquí.
Lo próximo que vio fue un camino en una montaña.

Había dos personas de pie en el camino. Uno llevaba su rostro cubierto como La
Muerte, la otra tenía un cabello dorado. Youko pudo ver incontables bestias a su alrededor.
—Perdón —dijo la mujer de cabello dorado y escondió su rostro en sus manos,
pero Youko estaba segura de que era la mujer que había conocido en las montañas.
299 Capítulo 8

La que apuñaló mi mano con la espada. Esa debe ser Kourin…


—Por supuesto, supongo que es a mí a quien pides perdón.
El que llevaba el rostro cubierto, echó para atrás su capucha, revelando el rostro de
un anciano. Las arrugas estaban profundamente marcadas en su piel, sin embargo, era alto
y parecía fuerte. Un loro de colores brillantes descansaba en su hombro.
—Parecía una chica débil. Siento que no la hayas matado pero no sobrevivirá
mucho perdida en esas montañas. Qué triste que ya hubiese hecho ese pacto —dijo el
hombre, aunque no parecía realmente preocupado. Su voz era como la piedra, fría y sin
emociones—. Así que o morirá de cansancio en esa montaña o entrará a alguna aldea
donde la atraparán. Sea como sea… ¿Taiho?
—¿Sí?
—No me desafiarás nunca más. Matarás a la chica la próxima vez, no importa si
está bien o mal.
Youko se dio cuenta de que el hombre se refería a ella cuando hablaba de «la chica».
Eso quería decir que él era…
¡El Rey de la Colina!
El Rey de la Colina sacudió la cabeza.
—¡Es débil y tímida! ¡No es la indicada para ser emperatriz! —Dirigió su frío rostro
a una de las bestias cerca de él—. ¿Fuiste todo el camino hasta Hourai para encontrarla?
Has fallado.
La bestia era como un ciervo pero tenía un único cuerno poco desarrollado en su
frente, parecía un unicornio. Su melena era de un hermoso dorado, su piel de un amarillo
manchado de dorado y su espalda tenía manchas como las de un ciervo que brillaban en
una maravillosa multitud de colores.
—Tienes mala suerte con tus amos, ¿no es así, Taiho de Kei?
¿Taiho de Kei? ¿Ese es Keiki…? Así que así se ve un kirin.
Youko se dio cuenta de que estaba viendo una escena del pasado, de las montañas
cerca de Hairou, donde había escapado del carro después del ataque de los perros demonio.
La figura que había visto por el rabillo del ojo, el que había pensado que era Keiki, era de
hecho Kourin; pero Keiki, un prisionero en su forma de bestia, también estaba allí. Era a él
y no a la figura de Kourin, a quien Jouyu había llamado Taiho.
—Si es tan joven y débil, ¿por qué no la dejamos a su suerte mejor? —preguntó
Kourin calmadamente—. Dos personas de Kou, de tu pueblo, han muerto hoy. Por favor,
detengámonos aquí.
Doce Reinos

Sus ojos llorosos miraban al Rey de la Colina, era la misma expresión que llevaba
cuando encontró a Youko.
—La gente muere. Así funciona el mundo —respondió indiferentemente su amo.
—El Cielo no permitirá esto. Temo que Kou sea castigado. Ha pasado antes.
—Ya he hecho suficiente para ganarme ese castigo. Tus palabras hacen poco por
mí ahora. Mi camino ha sido escogido, Kou se hundirá y haré que Kei lo acompañe en el
fondo. Me llevaré al Rey Glorioso conmigo.
—¿Tanto odias a los taika?
El Rey de la Colina rió.
—No los odio, los detesto. ¿Sabes que en Aquel Lugar los niños nacen de los
vientres de sus madres? ¿Lo sabes?
—Lo sé, ¿pero qué tiene que ver eso con la forma en que actúas?
—¿No crees que es sucio?
—No.
—Yo sí. En el momento en que nacen del vientre de su madre, los taika están
marcados como gente de aquel mundo. No deben estar aquí, no pertenecen a este lugar.
—El Cielo no está de acuerdo contigo. ¿No hay acaso un rey taika? El desafiar la
Voluntad Divina es lo sucio.
El Rey de la Colina sonrió impacientemente.
—Entonces estamos en desacuerdo.
—Eso parece, amo —respondió la kirin, su voz tan suave como la de una brisa
primaveral a través de los árboles.
—«Amo». Sí, soy tu amo. Y debes seguir las órdenes de tu amo. Seguirás a la chica y
la matarás. No le permitas escapar de las fronteras de mi tierra. Colocaremos caballeros en
la frontera con Kei. Dudo que quiera ir allí.
—Dejemos en paz a la chica sucia, amo. Dices que es joven, dices que es indigna,
¿entonces por qué llegar al extremo de matarla para evitar que tome su trono? ¿No está
acaso destinada a fallar?
—Ningún vecino de Kou será gobernado por un taika —dijo el Rey de la Colina y
suspiró.
—¿Y entonces qué harás con el taiho de Kei?
—Joei tendrá a Keiki. La presencia de un kirin a su lado silenciará a los
gobernadores que se le oponen.
301 Capítulo 8

—Aunque los engañen por ahora, pronto descubrirán alguna razón para sospechar.
Has sellado su cuerno para evitar que Keiki tome forma humana. No puede ni hablar, está
atrapado en esta forma. ¿Qué tipo de taiho es? Por favor, detente. El Cielo no permitirá
estas transgresiones.
—No pido permiso a nadie.
—Aplaudo lo decidido que eres, amo, ¿pero qué hay de tu gente?
—La gente de Kou no tiene suerte. Si muero, quizá un mejor gobernante tomará mi
lugar. A largo plazo, es mejor para ellos.
—Hablas de locuras… —La voz de Kourin se detuvo y se cubrió el rostro con las
manos nuevamente.
—Quizá yo también era indigno para ser rey —dijo el Rey de la Colina suavemente.
Quizá, pensó Youko, su voz es tan fría porque ya no tiene esperanza.
—Tú y el Cielo habéis fallado en vuestra elección.
—No lo creo.
—Pero es verdad. Mi reino terminará después de cincuenta cortos años. En ha
tenido quinientos y Sou casi seiscientos. Mi tiempo ha sido un corto momento comparado
con ellos, pero está claro que es todo lo que podía hacer.
—Si cambias ahora, podrás seguir gobernando.
—No, es muy tarde, Taiho.
Kourin bajó su cabeza.
—He recibido una responsabilidad y he fallado. Estaba destinado a ser un guardia a
las afueras y terminar así mis días, sin embargo, fui favorecido con una suerte que no
conocía ley o razón. Pero no tuve la capacidad de recibirla completamente, sólo pude
sujetarla, soñando con la grandeza por unos pocos cincuenta años.
—Por favor, no digas «pocos». Hay reyes que tuvieron reinados más cortos.
—Es cierto, como el de la Difunta Emperatriz Yo. Kei siempre ha sido una tierra
tumultuosa y mucho más pobre que Kou. Algunos pueden pensar que mi gente es menos
comparada con la de En y Sou, pero somos mucho mejores que el desdichado pueblo de
Kei.
—Pero los reinos de En y Sou no siempre fueron ricos.
—Lo sé, e hice lo que pude para mejorar las condiciones de Kou. ¡Lo hice! Pero
por cada progreso, el Rey Eterno y el Rey Sacerdote hacían mucho más; y mi pueblo me
ridiculizaba, diciendo que éramos más pobres que nuestros vecinos. Prácticamente me
decían que no era tan digno de ser rey como ellos.
Doce Reinos

—Estoy segura de que no es así.


—No tengo deseo de competir con el Rey Eterno o el Rey Sacerdote por más
tiempo. Pero Kei es diferente: Kei es más pobre que Kou. ¿Qué sería de mí si la nueva
emperatriz asciende y Kei se vuelve más rico que Kou? Nos quedaríamos a sufrir en
nuestra miseria y sería conocido como el Rey Tonto.
—La única tontería que puedo ver es tu deseo de perder el Mandato del Cielo. —El
desafío era obvio en la voz de Kourin.
El Rey de la Colina no respondió nada.
—Wa es un país rico. Si escuchas cualquier historia de un kaikyaku, te darás cuenta.
Y el Rey Eterno que regresó de Wa, es bendecido con una tierra rica en este mundo
también. Los taika son diferentes a los que hemos nacido aquí. ¿Cómo no puedo temer al
Rey Glorioso cuando veo lo rico que se ha vuelto el taika de En? Quizá la gente de Wa
tiene algún secreto para la prosperidad. ¡Qué tonto pareceré cuando todos los que me
rodean sean tan exitosos!
—¿Qué estás diciendo? Eso sí es una tontería.
El Rey de la Colina sonrió amargamente:
—Así que eso sí lo es. Es una terrible tontería. Pero ya he llegado muy lejos para
volver y volver ahora tampoco cambiaría el destino de Kou. Mi reino desaparecerá y yo
moriré. Pero lo repito: No moriré solo. La taika de Kei caerá conmigo.
¡No!
—¡Ridículo! —gritó Youko y la visión terminó. Débilmente, Youko bajó la
espada—. ¿Qué está pensando?
Youko pensó que comprendía. Simplemente no quería ser dejado atrás y era más
fácil arrastrar a los demás con él que intentar ponerse a la par.
Es algo muy común.
—Él es señor de su reino —dijo en voz alta—, y sin embargo, no puede ver el
sufrimiento de su pueblo. Transgrede las leyes de este mundo, ¿y para qué? ¿Orgullo?
¿Cuántas personas han muerto por sus acciones? Y si el reino de Kou resultara
destruido por el destino que ha elegido, el número de muertos será aún más grande.
«La gente es estúpida y cuando las cosas están difíciles, son aún más estúpidos».
La voz de Enki hacía eco en sus oídos.
Cincuenta años atrapado entre En y Sou, observando al Rey Eterno y al Rey
Sacerdote superar todos sus esfuerzos. Cincuenta años, pero para el Rey de la Colina ha
debido parecer una eternidad.
303 Capítulo 8

Era un camino en el que Youko misma podía caer. Kei estaba también entre En y
Sou. ¿Podía decir honestamente que no compartía los miedos del Rey de la Colina? ¿O al
menos sus dudas?
—Tengo miedo —murmuró Youko—. Tengo mucho miedo.

Youko salió a la terraza para respirar un poco de aire nocturno y descubrió que no
había sido la única con esa idea.
—¡Rakushun! —gritó cuando vio a la rata de pie a una corta distancia, observando
bajo la barandilla al Mar de Nubes. Su cola se movió ligeramente—. ¿No podías dormir?
—Hay muchas cosas en mi mente.
—¿Te importa decírmelo?
Rakushun asintió.
—Me preguntaba cómo podía hacerte cambiar de idea.
Youko sonrió tristemente. Estaba junto a su amigo como la noche anterior y estaba
sobre la barandilla viendo las olas de nubes estrellarse contra el acantilado de más abajo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—¿Qué?
—¿Por qué quieres que sea emperatriz?
—No quiero que lo seas, ya lo eres, Youko. El kirin te escogió y aún así hablas de
abandonarlo todo. ¿No puedes ver que es un error terrible? Cuando un rey abandona a su
gente, todos sufren: tanto el rey como su gente.
—¡Pero las personas de Kei podrían terminar peor si acepto el mandato!
—No lo creo.
—¿Por qué no?
—Creo que puedes lograrlo, Youko.
—Y-yo no puedo.
—Pero sí puedes —dijo Rakushun y luego suspiró—. Youko… ¿Por qué todavía te
comportas de esa forma y piensas tan poco de ti misma?
—No sólo sería responsable de mí —respondió, mirando las olas—. Si sólo fuera
mi vida la que estuviera en peligro, lo intentaría. Puedo ser responsable por mí al menos.
Pero no es así, ¿no?
—La gente de Kei está esperando el día en que regreses a casa.
Doce Reinos

—Sí. A un país rico y pacífico. ¿Puedo darles eso? No lo creo.


—El Rey Eterno dijo que quien fuera escogido por el kirin siempre tendría lo
necesario para ser un buen gobernante. ¡Estás cualificada!
—Si eso es verdad, ¿por qué Kei está en ruinas? ¿Por qué Kou es tan pobre? Creo
que es una cosa tener lo necesario y otra hacer lo necesario.
—¡Pero puedes hacerlo, Youko!
—¿Sabes qué es la confianza sin ninguna base objetiva, Rakushun? Se llama
arrogancia.
La pequeña figura de Rakushun se encorvó.
—No estoy siendo cobarde. Quizá si no tuviera razones para estar insegura, quizá
entonces podrías llamarme cobarde. Pero tengo muchas razones para dudar de mi
habilidad, he aprendido mucho durante el tiempo que he estado en este mundo, mucho
más de lo que aprendí en casa. Y sobre todas las cosas, aprendí que soy una tonta.
—Youko…
—No creas que estoy sólo considerándome menos que los demás como una forma
de evitar la responsabilidad. ¡Realmente fui (y sigo siendo) una idiota! Ahora sé eso y estoy
intentando cambiar. Tengo eso delante de mí, Rakushun, intentaré ser una mejor persona
pero tomará tiempo. Si ser escogida por el kirin para ser rey es prueba de que tengo lo que
se necesita, entonces quizá es algo que pueda considerar mi meta, pero eso no es lo que soy
ahora.
Rakushun farfulló algo y soltó la barandilla. Arrastró los pies por la amplia terraza,
caminando de arriba abajo muchas veces antes de detenerse y levantarle una tupida ceja a
Youko.
—Tienes miedo, ¿no es así? —dijo.
—Claro que tengo miedo.
—Una gran responsabilidad ha sido puesta sobre tus hombros y tienes miedo de
aceptarla.
—Así es.
—Entonces debes recuperar a Keiki rápido, Youko.
Cuando Youko se volvió, Rakushun estaba tras ella, de pie sobre su sombra.
—Ser un rey no es algo que debas hacer sola —dijo el hanjuu—. Para eso está el
kirin. Piénsalo: Si las personas cometen errores, ¿por qué no hace el Cielo que los kirin sean
reyes? Piensas que no eres digna, piensas que eres superficial, ¿y sabes qué? Probablemente
tengas razón. ¡Pero el kirin te escogió! ¿Quizá los kirin necesitan a alguien imperfecto?
305 Capítulo 8

—¿A qué te refieres?


—Uno tiene mucho, el otro tiene muy poco, si los unes, serán perfectos. Tú sola no
serías suficiente para gobernar un reino y Keiki tampoco. Es por eso que el rey y el kirin
trabajan juntos. ¿Dices que eres media persona? Lo mismo es el kirin. Dos mitades que
forman un todo, ¿ves? Sospecho que así son las cosas también entre el Rey Eterno y Enki.
Youko estaba de pie con la mirada baja, observando las piedras blancas del balcón.
—Hay personas que estarían extasiadas de escuchar que fueron escogidos para ser
reyes, lo aceptarían al instante, ¿y sabes qué? ¡Ellos no serían los indicados! Creo que es
sólo porque tienes miedo cuando piensas en ser responsable por tantas personas que estás
cualificada para estar sobre el trono enjoyado.
—No lo veo así.
—Confía en la elección de Keiki.
—Yo… —empezó Youko.
—Y no sería malo que confiaras en ti un poco más, Youko. Si crees que tienes lo
necesario para ser un rey dentro de cinco años, ¿por qué no empezar ahora? No veo qué
ganas esperando.
—P-pero… —tartamudeó.
Rakushun la interrumpió.
—Keiki te escogió para ser emperatriz. Eso significa que ahora mismo nadie en este
mundo o el otro es más indicado para ser el nuevo Rey Glorioso. La Voluntad Divina es la
voluntad del pueblo. No hay otro candidato que les podría traer la misma felicidad a las
personas de Kei que tú, Youko, ¿por qué no puedes aceptar ese hecho? Las personas de
Kei te pertenecen, como tú perteneces al reino de Kei. —Youko negó con su cabeza—. Si
quieres ser una persona mejor, ve a tu trono y conviértete en una buena emperatriz ¡No
puedo pensar en una forma mejor! Claro, el rey tiene muchas responsabilidades, ¿y qué?
Algunas veces es bueno encontrar un desafío.
—¿Pero qué pasa si no logro superarlo?
—Tu corazón está en el lugar adecuado, ¡tienes que superarlo! Quizá no enseguida,
pero lo lograrás. Y tendrás al kirin y a tu gente para mostrarte el camino, con tantos
profesores, seguro aprenderás algo en muy poco tiempo.
Youko permaneció en silencio por mucho tiempo viendo el mar oscuro.
—Si me vuelvo emperatriz… No podré ir a casa, ¿no?
—¿Sigues queriendo volver a Wa?
Doce Reinos

—No estoy segura.


—¿No estás segura?
Youko asintió.
—Honestamente, no pienso que mi vida en Aquel Lugar fuese especial y ahora aquí
mi vida no es ni la mitad de mala de lo que solía ser.
—¡Es verdad!
—Pero aún así… desde esa noche que pasé a través del Mar del Vacío, parece que
sólo puedo pensar en volver a casa.
—Bueno, eso es algo que entiendo.
—Tengo padres allí, Rakushun. Y amigos. No puedo decirte que fueron los mejores
padres o los mejores amigos, pero eso no es su culpa: Yo era una persona incompleta,
¿cómo podía esperar tener relaciones completas con las personas que me rodeaban? Pero si
regresara ahora, sé que lo haría mejor. Empezaría desde cero, encontraría un lugar para mí
en el mundo en el que nací, un lugar al que realmente perteneciera. Me arrepiento de lo
tonta que fui en el pasado… y quisiera otra oportunidad. Sé que puedo hacerlo mejor esta
vez. —Sus manos apretaron fuertemente la barandilla, una lágrima solitaria cayó sobre su
puño—. Aunque no tenga la oportunidad de hacerlo otra vez, aunque no pertenezca más a
ese mundo, lo echo tanto de menos, Rakushun. Ni siquiera pude despedirme, quizá no me
sentiría así de haber tenido tiempo para prepararme, para despedirme
—Nunca pensé que había sido fácil.
—Yo… yo sólo no me imagino dejando atrás mi hogar. No después de haber
llegado tan lejos y haber hecho tanto.
—Sí.
—Pero aún así sé que si volviera ahora, me arrepentiría de esa decisión también. En
cualquier caso, echaría de menos cualquier mundo que dejara atrás. Los amo a ambos pero
sé que debo escoger.
Algo cálido y suave rozó suavemente su mejilla, limpiando otra lágrima. Era una
mano: Una mano humana.
—Rakushun…
—Oye, no te des la vuelta. No estoy exactamente vestido para la ocasión —Youko
rió y con eso salieron más lágrimas—. Y no te rías, ¿qué más podía hacer? No alcanzaba tu
mejilla con esas patas —Youko se mordió el labio y asintió—. Escucha, Youko. Cuando
tienes dos opciones y no sabes cuál escoger, debes escoger lo que debes hacer. Te
307 Capítulo 8

arrepentirás con cualquiera que escojas, pero si vas a arrepentirte de algo, al menos que sea
de lo menos grave.
—Ya sé…
—Haz lo que debes hacer. Pesará menos en tu consciencia.
—Sí… —La palma de la mano se sentía cálida en su mejilla.
—Y… quiero ver qué tipo de reino puedes hacer.
Los ojos de Youko se abrieron y empezó a volverse, entonces se detuvo en el
último momento. Un poco mareada, fijó su vista en el cielo y en las olas de abajo.
—Gracias, Rakushun —dijo—. Gracias.

El día del asalto a Iryuu, a Youko le dieron una especie de caballo volador llamado
kitsuryou. El kitsuryou tenía una melena roja y su piel tenía rayas blancas, además, tenía unos
hermosos ojos dorados. Youko no tuvo problemas para controlarlo, al parecer Jouyu sabía
cómo montar este tipo de bestias.
El rey sugirió que a lo mejor ella se debía quedar en Kankyu, pero Youko estaba
determinada en tomar parte en el asalto. Había unas seis mil tropas defendiendo Iryuu,
cada guerrero disponible sería necesario. Además, esta era la batalla por Keiki y por Kei: el
reino de Youko. No tenía nada que hacer escondiéndose.
Había necesitado gran valentía para estar frente al Rey Eterno y a Enki, señores de
su reino por más de quinientos años y anunciar que sí tomaría el mando como el Rey
Glorioso. Sabía muy poco sobre este mundo y casi nada de política o historia de los reinos,
y sentía que no tenía los méritos para ser llamada emperatriz. Pero había decidido que
aceptaría ese rol y haría lo indicado con sus habilidades. Eso debía ser suficiente. Si ahora
era necesario que peleara, pelearía. Si alguna vez se iba a convertir en quien quería ser, tenía
que empezar en alguna parte y esconderse en el Palacio Gen’ei no la llevaría a ninguna
parte.
Youko no era la única que se negaba a permanecer escondida, Rakushun insistió
también en tomar parte en la campaña. Youko le había rogado quedarse en Kankyu pero él
se mantuvo firme.
—Entonces ayúdame —le dijo Enki, y así, mientras la fuerza de ataque se reunía en
el palacio, el hanjuu se marchó con el kirin en otra misión. Los kirin aborrecían el
derramamiento de sangre así que ninguno de los dos estaría en la batalla, en vez de eso, sus
Doce Reinos

planes eran visitar a los gobernadores de las diferentes provincias de Kei que habían sido
engañados, esperando persuadirlos para abandonar a la impostora.
En la mañana del intento de rescate, ciento veinte bestias y sus caballeros salieron
del Palacio Gen’ei, volando hábilmente sobre el Mar de Nubes. El ejército de su enemiga
Joei tenía al menos veinte mil. De esos, casi seis mil tropas estaban reunidas en la Provincia
Sei. El Rey Eterno le aseguró a Youko que su tropa élite no tenía ninguna oportunidad en
una batalla de campo abierto contra ellos.
—Hoy sólo volamos por el kirin —dijo—. Si podemos rescatar a Keiki, eso nos
dará tiempo de prepararnos para la próxima fase de la lucha. Y si le damos razón al ejército
del falso rey para sospechar que la persona por la que arriesgan sus vidas es una impostora,
será mejor. Si podemos abrir los ojos de al menos tres gobernadores, la balanza del poder
se moverá a nuestro favor.
Recuperar a Keiki era sólo el primer paso.
—¿Y tenemos alguna oportunidad de lograr eso con tan sólo ciento veinte
guerreros? —preguntó ella.
El Rey Eterno sonrió.
—He hecho lo que he podido, quizá no estemos a la par en números pero cada uno
de mis caballeros vale por diez de ellos y además vamos sobre las nubes. Eso limitará el
número de enemigos que pueden alcanzarnos. Además, es dudoso que sepan que el Rey
Glorioso está con nosotros. Fui a buscarte personalmente para asegurarme de que no se
supiera nada.
Así que por eso fue hasta Yosho a buscarnos.
—Aunque debo admitirlo —añadió el rey, como si leyera sus pensamientos—,
también tenía mucha curiosidad de saber quién sería el nuevo Rey Glorioso. Aparte de esto,
Joei no esperará que En haga un movimiento en su contra y mucho menos usando la
fuerza. Así que aunque seamos pocos, tendremos el elemento de sorpresa en nuestro favor
al atacar sobre las nubes. El resto depende de ti, Youko.
—¿De mí?
—Si tienes éxito impresionando el ejército de la falsa emperatriz, no tendremos que
tomar tantas acciones militares. Ninguna persona pelearía por un rey falso, si se les muestra
sin rastro de duda que eres la nueva emperatriz, entonces los soldados de Joei entregarán a
Keiki voluntariamente.
Si tan sólo tuviera éxito, Youko suspiró.
309 Capítulo 8

—No tengas dudas: tú eres la emperatriz. No lo olvides, un rey es en verdad sólo un


poco más que un sirviente elegante, pero pocos se dan cuenta de lo humanos que somos en
realidad. Siempre ten la actitud de ser la persona más importante de tu reino y lo serás.
—No creo que esa actitud me salga naturalmente —dijo Youko con un profundo
suspiro—. Lo haría si tuviera confianza, ¿pero de dónde va a salir eso?
—¿Confianza? —el Rey Eterno respondió, riéndose fuertemente—. El kirin te
escogió. Así que si te falta algo, desquítate con él.
Youko lo miró un poco sorprendida.
—¿Es así como uno se vuelve un gran líder?
—Así es. Al menos a mí me ha funcionado. Cuando algo me preocupa, Enki lo
escucha y si no puede ayudarme a resolver mis preocupaciones, haré lo que sea necesario
para resolverlo yo sólo.
—Intentaré recordar eso.

El Kei que Youko veía con sus propios ojos era mucho peor de lo que las visiones
le habían mostrado. Aunque lo observara a través de la transparente extensión del Mar de
Nubes, la ruina de la tierra era evidente. En esta temporada, retoños de nuevas cosechas
debían estar apareciendo en los campos, sin embargo, la mayoría de los campos que había
visto estaban casi vacíos y llenos de malas hierbas como si desde hace mucho hubiesen sido
abandonados. Las aldeas y las ciudades sobre las que los caballeros pasaron también
parecían muertas, nadie caminaba en las calles. En algunos lugares quedaban los restos de
edificios quemados, que seguían erguidos como tumbas vacías, mientras que en otros
lugares sólo quedaban las marcas de dónde las casas habían estado, pues habían sido
completamente quemadas.
Youko había pensado que Kou era una tierra pobre, pero no había comparación
con Kei. Recordó a los refugiados que había visto acurrucados junto a las murallas de las
ciudades y sintió una punzada en su corazón. Sintió lo desesperados que estaban de volver
a casa. Ella mejor que nadie sabía lo difícil que era no tener un lugar cálido donde dormir,
un lugar que fuera tuyo.
La fuerza de rescate del Rey Eterno había estado volando medio día sobre el Mar
de Nubes, observando la tierra bajo ellos, cuando finalmente llegaron a Iryuu, la capital de
la provincia de Sei. Resultaba que Iryuu era otra montaña increíblemente alta que llegaba
hasta atravesar el Mar de Nubes, con la fortaleza del gobernador provincial en su pico. En
algún lugar de esa fortaleza, Keiki esperaba.
Doce Reinos

Cuando Youko vio la fortaleza del gobernador en la distancia, se dio cuenta del
número de manchas negras que se levantaban como aves de las murallas del castillo. La
defensa de Iryuu iba a su encuentro.
Pelear significaba matar. Youko había matado muchas cosas desde que había
llegado a este mundo, pero jamás una persona. Nunca había tenido la valentía de llevar el
peso de una muerte humana en su corazón, pero cuando eligió acompañar a la fuerza de
rescate a Iryuu, se decidió: Mataría si debía pero no permitiría que el compromiso con su
misión disminuyera el peso de cualquier vida que tomara. Sabía que recordaría cada una. No
los olvidaré. Es lo mínimo que puedo hacer.
—¿Estás lista? —gritó el Rey Eterno.
Youko asintió.
—No dudes, no titubees. No permitiré que hayas aparecido ante nosotros y te
vayas tan rápido.
—No moriré tan fácilmente —respondió Youko—. Soy una mala perdedora.
El Rey Eterno levantó una ceja y sonrió.
Youko desenvainó su espada, apuntándola en dirección de las tropas que se
acercaban. Su kitsuryou galopaba por el aire, nunca deteniéndose, llevándola directamente
al enjambre de caballeros que salían del castillo.

En el castillo, tras pasar varias almenas y pasillo tras pasillo lleno de fuertes
defensores, Youko encontró lo que buscaba: Una bestia dorada que se encontraba sola en
una habitación silenciosa.
—Un kirin…
¿Keiki?
La criatura miraba a Youko con una profundidad y un misterio que le recordaba al
Mar del Vacío. Rápidamente se acercó y él rozó la punta de su hocico con su brazo. Una de
sus delgadas patas, tan elegantes como las de un ciervo, estaba atada a una cadena de
hierro.
—¿Keiki?
El kirin miró directamente a los ojos de Youko, quien acarició su melena dorada.
Mi otra mitad…
Esta bestia —que en el mundo donde había nacido no era más que un producto de
la imaginación de algún escritor— era quien la había traído y había decidido su destino.
311 Capítulo 8

—Te he estado buscando —dijo Youko. Se arrodilló junto a la bestia y él descansó


sobre su regazo, bajando la cabeza varias veces como haciendo reverencias. Youko volvió a
acariciar su melena y en ese momento escuchó un fuerte sonido metálico.
—Espera, te liberaré. —Youko se arrodilló, sacó su espada, miró la pesada cadena y
entonces, dio un golpe en el eslabón más central con toda la fuerza que tenía. Con un
sonido metálico, la cadena se rompió. El grillete se abrió y el kirin se levantó, moviéndose
como si no pesara nada, entonces bajó nuevamente su cabeza tocando a Youko con su
cuerno.
—¿Qué pasa? —preguntó Youko, mirando el delicado cuerno. Se dio cuenta de que
había una sección tan grande como la palma de su mano que tenía un diseño diferente. Era
el color de la sangre seca con palabras de color rojo oscuro—. ¿Qué es esto?
El kirin continuó rozando su cuerno contra su brazo como si estuviera impaciente y
Youko se dio cuenta de que faltaba algo. Rakushun era un hanjuu y podía hablar. En este
mundo donde las criaturas mágicas podían hablar, ¿no debería el kirin, como una bestia
sagrada, poder hablar también?
Entonces recordó una de las visiones de la espada.
Con su cuerno sellado, el kirin no puede estar en forma humana ni hablar.
Puso su mano suavemente sobre el cuerno de la bestia y él bajo su cabeza
permisivamente. Restregó fuertemente con la manga de su camisa, pero las letras no
desaparecían. Cuando entrecerró los ojos y vio más de cerca, pudo notar que los delicados
caracteres estaban gravados en el mismo cuerno.
Si es una herida, esto puede ayudar, pensó Youko, sacando la joya de su vaina de su
ropa. La puso suavemente sobre la superficie del cuerno y los caracteres desaparecieron en
gran parte. Pasó la joya varias veces más, cada vez, los caracteres se veían más borrosos
hasta que al final fueron invisibles. Repentinamente, una voz bajó su brazo dijo:
—Muchas gracias.
Esa voz era familiar, sin embargo, sentía que había pasado un siglo desde la última
vez que la había escuchado.
—¿Keiki? —Contuvo la respiración.
El kirin entrecerró sus ojos y la miró.
—¿Quién más puede ser? Parece que te he hecho pasar por muchos problemas y
por eso debo pedirte perdón. —No sonaba nada preocupado.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Youko. Sí, era el Keiki que conocía, cínico e
impertinente.
Doce Reinos

—¿Has venido sola? —preguntó.


—El Rey Eterno me ayudó —dijo ella—. Sus caballeros están afuera ahora,
peleando con los ejércitos de la impostora que te encarceló.
—Ya veo —dijo el kirin asintiendo y entonces levantó su voz—. ¡Hyouki! ¡Juusaku!
Las dos bestias aparecieron, deslizándose fuera de las paredes.
—Aquí —dijo Juusaku.
—Id a ayudar al Rey Eterno —ordenó Keiki.
Las dos criaturas hicieron una reverencia y desaparecieron de la forma en que
llegaron.
—¿Estás bien? —preguntó Youko luego de un momento.
—Claro que sí —respondió el kirin, en un tono de voz que señalaba que era la
pregunta más inútil que podía haber hecho.
—¿Cuándo tu cuerno está sellado, no puedes dirigir a tus shirei?
—Parece que has aprendido bastante. Sí, es como has dicho —el kirin dejó salir un
gruñido—. Siento no haber podido ayudarte.
—Al menos Jouyu siguió a mi lado —dijo Youko—. Sin su ayuda no estaría aquí
ahora. ¿Qué pasó con las otras dos bestias?
—Están conmigo. ¿Las invoco?
—No, mientras estén bien no pasa nada.
El kirin asintió lentamente.
—Oh, es cierto —Youko recordó repentinamente algo—, tengo un favor que
pedirte.
—Habla.
—Quiero que retires la orden que le diste a Jouyu, para que pueda hablar conmigo.
Pero déjalo, eeh… dentro de mí —pidió.
313 Capítulo 8
Doce Reinos

El kirin miró a Youko y parpadeó varias veces.


—Has cambiado.
—Sí, bueno —respondió—, debo agradecerte por el hinman. Jouyu me ha salvado
muchas veces. Te estoy agradecida, y… además quería saber otra cosa.
—¿Qué deseas?
—Quiero saber cómo escribes Jouyu. ¿Qué caracteres utilizas?
Los ojos de la bestia se abrieron.
—Una petición muy rara.
—¿Eso crees? Es solo que parece que todo en este mundo parece tener caracteres
propios, siento que si no sé cuáles son, no sabré que significan verdaderamente sus
nombres.
Cuando Youko dijo esto, una sensación de cosquilleo se sintió por su mano.
Involuntariamente, su dedo índice se levantó y empezó a escribir:

¿Ayudante innecesario…?
Youko sonrió.
—A ti también te agradezco, mi ayudante innecesario, Jouyu —dijo al vacío—,
aunque a duras penas te consideraría innecesario.
—Los shirei siguen al kirin y por lo tanto al rey —dijo una voz en su cabeza—, no hay
necesidad de agradecerme nada.
Youko sonrió. El kirin la miraba fijamente entrecerrando los ojos.
—Realmente has cambiado.
—Sí —respondió Youko—. Tenía mucho que aprender.
—Para ser francos —dijo Keiki—, no esperaba volverte a ver.
Youko asintió suavemente.
—Ni yo a ti. ¿No… tomarás forma humana?
—¿Y que Su Majestad me vea desnudo? —respondió sorprendido.
Youko sonrió.
—Por supuesto que no —Sacudió la cabeza—. Vamos a casa a darte algo para
vestir. Aunque pienso que tendremos que estar un rato en el Palacio Gen’ei antes de volver
al Palancio Kinpa.
Youko rió y el kirin parpadeó nuevamente y entonces se arrodilló para estar a sus
pies. Mientras se movía un maravilloso brillo se veía en su espalda.
315 Capítulo 8

—Por el Mandato del Cielo, te sirvo, mi ama —dijo la criatura solemnemente,


bajando su cabeza hasta que su cuerno tocaba los pies de Youko—. Nunca te abandonaré,
siempre te obedeceré, prometo mi lealtad con este juramento.
La emperatriz sonrió.
—Acepto.

Y así empieza la historia de Youko.


Doce Reinos

«Se cuenta que en la primavera del sexto año de Yosei, en el reino de la Emperatriz Jokaku, el
taiho Keiki cayó gravemente enfermo por el shitsudou y las calamidades empezaron en el reino.
La capital, Gyouten, fue arrasada por el fuego y la pestilencia. El gobierno estaba sin orden y la
corrupción y el soborno estaban presentes. Entonces la gente estaba desesperada y se lamentaban, diciendo
que los Dioses de la Muerte habían venido a destruir a Kei.
Fue durante la quinta luna de ese año que el Rey Glorioso conocida como Emperatriz Jokaku, se
postró en Houzan y abdicó de su trono. De esa forma, falleció y fue enterrada en Senryou. Su reino duró
seis años. Después de su muerte, se le conoció con el nombre de Yo por toda la eternidad.
Una vez fallecida la Difunta Emperatriz Yo, la impostora Joei ocupó su lugar. Reclamando el
título de Rey Glorioso, entró a Gyouten y el caos se esparció a través del reino, las miserias del pueblo se
hicieron mayores.
Y entonces, durante la séptima noche del séptimo año, la Emperatriz Youko, el nuevo Rey
Glorioso, recibió el trono. Al ser el apellido de la emperatriz Nakajima, su insignia imperial sería Sekishi,
o la Niña Imperial o Niña Roja, que había nacido como taika del otro lado del Mar del Vacío. En la
tercera luna del séptimo año, regresó de la tierra de Hourai y llevó a cabo su rebelión contra la impostora
Joei en el séptimo mes con el auxilio de Shoryu, el Rey Eterno de En que accedió a su petición de ayuda.
En la octava luna de ese año, en la Montaña del Ajenjo, recibió el Mandato del Cielo y se
convirtió verdaderamente en el Rey Glorioso y fue reverenciada por su gente y entre los dioses. En Gyouten,
la nueva emperatriz volvió a enterrar a la Difunta Emperatriz Yo y nombró a seis nuevos oficiales y
muchos gobernadores para traer orden a la tierra. La era de su reino fue conocida como Sekiraku o la Era
de la Alegría Roja, por el primer carácter de su insignia imperial y el nombre de su amigo y confidente,
Rakushun. Y de esa forma, el reinado del Rey Rojo empezó»

—El Libro Rojo de Kei.


317 Capítulo 8

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