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La sombra azul cargaba la pared de luciernagas.

Entre los azulejos fríos se reflejaba apenas,


borrosa, intáctil, burlona, como si fuera agua en charco, reflejando su mente. ¿Qué acababa de
aconteser? -se preguntaba el galeno- mientras su cuerpo sucumbía a una gravedad nunca antes
presenciada: La gravedad aunada a una incertidumble resuelta.

EL reloj sonaba como único compañero de desvelo. Según él, eran las 4 de la madrugada. La pila de
historias restantes significaba el único muro contra el eco de una habitación poco amoblada.
Tendido sobre estas, el galeno, Dr. Vermes rascaba su corto cabello desaseado. Una noche más,
una noche menos...qué diferencia puede ejercer un poco de serotonina y sinapsis bien
descansadas en la toma de decisiones frente a cuánta medicina o qué dosis aportarle a un
enfermo? La enfermedad ya estaba bien estudiada, los esquemas terapéuticos eran reconocidos a
nivel nacional por su efectividad. En verdad, Vermes sabía que la ciencia médicina estaba por
encima de él, sabía que nada que él dijera o hiciera aportaría realmente. El factor profesional
humano, era tan útil como una aguja hipodérmica a un niño muerto. Cada paciente, debía ingresar
por trillaje, escupir en un frasco, el cual al ser analizado por un intrincado laboratorista electrónico,
otorgaría un diagnóstico preciso. Ya con este diagnóstico, el saco de carne, sería trasladado a una
cómoda habitación de aislamiento para recibir un tratamiento en dosis pre-establecidas. La vida
del Dr. Vermes se reduce a visitar diarias de auscultamiento:

-¿Qué tal Sr. pedazo de carne?¿Alguna molestia?¿Los pulmones? Claro, eso es normal señor. ¿Ya
tomó su medicamento? Excelente, regesaré mañana.

-¿Qué tal Srta. pedazo de carne?¿Alguna molestia?¿La garganta seca? Claro, eso es normal
señorita. ¿Ya tomó su medicamento? Excelente, regesaré mañana.

Y escribir, escribir, escribir, lo mismo: El paciente se muestra estable. Manifiesta la siguiente queja.
Se observa reacción positiva al medicamento. Compensado, Saturado, Despierto, Piel blanda,
Abdomen depresible...En los once meses de internado médico, no había ejercido otra técnica que
la del mecanógrafo y estaba seguro, que de haber uno, haría incluso un mejor trabajo. Vermes,
necesitas en verdad dejar esta rutina. Vermes, me volveré loco. Necesito un paciente real! Alguien
que dependa de mi! Alguien que me necesite con su vida! Necesito sentir que los once años de
estudio y maldito desvelo no se perpetuarán el resto de mis días en un infierno italiano. Yo estudie
para salvar vidas, no para brindar visitar inopinadas y superficiales a un montón de simios quienes
ya me odien probablemente. Más de uno debe de haber notado mi media sonrisa. Es más que
obvio, ya hasta han de haber notado que mi trabajo aquí no es más que una fachada, un circo de
payasos! Y NO. Me niego a ser una marioneta colorada para esos mandriles!

Como de costumbre, "Fredo", pasaba a la una de la mañana por la habitación del pobre doctor
Vermes: ¿Otra vez amaneciéndose doctor? Veo que otra vez ha dejado las cosas para el final, tiene
muchas historias pendientes. Procure ser más responsable, le dejo las llaves para que cierre todo,
iré a dormir...Oh, y doctor, quizá una ducha le ayudaría a "concentrarse", descanse, oh, claro, mejor
dicho, "buenas noches". Mientras el guardia de seguridad se alejaba bostezando, transitaba por su
angosta mente un bosquejo de extrañez y suspicacia. Lamentablemente, su pesado sueño e
incompetencia premiable pudieron más que un destello de lucidez.

No había marcha atrás, ya todo había sido minuciosamente revisado hasta en tres ocasiones.
Cómo eliminar el instrumento, la coartada, el ambiente, y el paciente perfecto: Cama 321,
veinticinco años, sin familiares cercanos, con la enfermedad avanzada y sólo 10% de posibilidades
de sobrevivir. Sumado a esto, los procemidimientos médicos incluía múltiples catéteres venosos,
uno uretral y un par de nasogástricos. Nadie extrañaría a este pobre sujeto, es más, si pudiera leer
las pulsiones como uno de esos asquerosos mentalistas estaría aún más seguro que este trozo de
carne desaría estar colgado ya. Al ingresar al futuro nicho, entre la oscuridad, apenas enfrentada
por unos cuantos puntos, tan sólo se escuchaban apenas dos latidos, uno acelerado y otro silvante
que pronto vibraron en sintonía.

En algunos pacientes, la exposicion constante al dolor genera una amplitud del umbral del dolor
impidiendo o reduciendo su reacci´n física ante estímulos, digamos "aguja". SIn embargo, en una
minoría el umbral de dolor no aumenta, sino que disminuye, predisponiendo la activación del
sistema simpático ante estímulos considerados incluso "ambientales", digamos "el respirar de un
médico". Claro, esto no es algo que pase desapaercibido, sino que constaba en una de las tantas
notas que imprimían las enfermeras del pabellón (hasta tres al día) las cuales rezaban algo como
esto: Paciente paranoide, desoreintado y delusivo. EL flujo frío inbuído desde el cateter no hizo
menos que despertar al "trozo de carne", sino que la presencia extraña y repentina de un "ente
extraño" fomentó que se abalance sobre él, vociferando: "! Cristo te llevará, nos llevará a ambos al
infierno ¡".

Era muy tarde, la enfermera ya lo había visto. Aún peor, la sangra que le crubía la gabardina, la
sangre que cubría el cuello del paciente y las blancas sábanas sólo tenían una causa: Él. Todo se
arruinó, el plan perfecto, arruinado por un miserable e indolente espécimen que se aferraba a su
asquerosa y limitada existencia, ¿para qué?. Y ahora, quien fue alguna vez un destacado
estudiante, erudito en todos los niveles del conocimiento, plurilinue, con un futuro prometedor :
encerrado como una rata en el baño de la residencia. Nunca antes su mente proceso información a
mayor velocidad, en respuesta a los llamados estruendosos de la policía y la pata de cabra que se
incrustaba en el borde de la puerta. Allí, frente a sus ojos nublados, en cada lágrima virgen si diluía
un tratamiento prolongado y doloroso, el uso y abuso penitenciario y una vida de vergüenza,
propia de un payaso circense. Frente a esta vil y sincera profecía, adornada por luces y sirenas, su
bisturí brillaba como única e irónica respuesta.

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