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violín
Belisario descubrió su amor por la música el día que escucho cantar a Belinda,
la gusanita de la manzana de al lado. Belinda salía a tender la ropa para que la
sacara el viento de la mañana, y cantaba un canto estiradito que daba vueltas
en el aire soleado.
-Ay, Belinda -el dijo el vecino-. ¿Me dejaría acompañarla con el violín?
A paso largo llego junto a la ventana, donde lo dejaba siempre, pero el violín no
estaba.
-¡Que raro! -dijo Belisario-, que yo sepa, mi violín no camina. Pero, ¡gracias,
mariposa! -Y siguió buscando.
Bajaba por el tronco del árbol, frenando con las patas de adelante y
sosteniéndose con las de las atrás, cuando tropezó con alguien oscuro.
-Buen día, Escarabajo -dijo Belisario-. ¿No has visto mi violín por aquí abajo?
Por suerte, la abeja Florinda iba pasando cerca de la hoja donde estaba Belisario
envuelto en su tristeza, y lo vio tan quietecito que se detuvo a preguntar que le
pasaba.
-Ah, pero no llores, Belisario -dijo Florinda con voz de caricia-. Te ayudare a
buscarlo. -Y giro en el aire, zumbando por el sol mañanero.
-Nunca pensé que a las hormigas les gustara la música -dijo Belisario, y se
encamino cuesta abajo por las veredas del árbol.
Cuando toco tierra suspiro, mira a su alrededor y alcanzo a ver su violín justo
en la puerta del hormiguero. Unas hormigas guardianas enrollaban la cuerda
que hacia subir una gran puerta levadiza.
Belisario llego hasta el violín y lo abrazo como se abraza a los amigos de mucho
tiempo. Le acaricio las cuerdas una por una y le dijo palabras redonditas.
Después, paso a paso, se lo fue llevando de regreso.
Dos días y dos noches demoro en llegar otra vez a su manzana, porque iba
cuesta arriba y con el violín cargado sobre la espalda. Una vez en casa, se sentó
en la vereda y espero que la vecina saliera a tender la ropa
Y la vecina canto:
gusano se pierde;
gusano se aloja.
Te encuentro mejor.