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Belisario y el

violín

Belisario descubrió su amor por la música el día que escucho cantar a Belinda,
la gusanita de la manzana de al lado. Belinda salía a tender la ropa para que la
sacara el viento de la mañana, y cantaba un canto estiradito que daba vueltas
en el aire soleado.

-Ay, Belinda -el dijo el vecino-. ¿Me dejaría acompañarla con el violín?

-¡Seria maravilloso! -contesto Belinda, cerrando los ojos, emocionada.

-En un momentito regreso -dijo Belisario-, voy a buscar el violín. -Y se fue.

A paso largo llego junto a la ventana, donde lo dejaba siempre, pero el violín no
estaba.

-¿Cómo que no esta? -pensó Belisario-. ¡Esto es un verdadero misterio! -Y ahí


nomás salio a buscarlo.

Anduvo un poco y se encontró con una mariposa brillante.

-Mariposa que no sabes volar,

¿No has visto mi violín pasar?


-Por aquí paso -dijo segura la mariposa-. Hará cosa de media hora la vi bajar
por esa rampita de enfrente.

-¡Que raro! -dijo Belisario-, que yo sepa, mi violín no camina. Pero, ¡gracias,
mariposa! -Y siguió buscando.

Bajaba por el tronco del árbol, frenando con las patas de adelante y
sosteniéndose con las de las atrás, cuando tropezó con alguien oscuro.

-Buen día, Escarabajo -dijo Belisario-. ¿No has visto mi violín por aquí abajo?

-Casualmente lo vi bajar por este camino de corteza, hace no mucho rato.

-¡Que raro! -murmuro Belisario-. Nunca vi a mi violín avanzar cuesta abajo. -


Belisario se despidió y siguió buscando.

Y mientras seguía avanzando, se puso a pensar que ya era la hora de lustrarlo y


de estirar sus cuerdas, hasta que su sonido fuera como el trino de los pájaros.
Pero el violín no aparecía y era mucho silencio. Belisario estaba tan cansado que
se detuvo un ratito en el centro de una hoja; y fue justo en ese momento que lo
alcanzo la tristeza.

Por suerte, la abeja Florinda iba pasando cerca de la hoja donde estaba Belisario
envuelto en su tristeza, y lo vio tan quietecito que se detuvo a preguntar que le
pasaba.

-¡Mi violín ha desaparecido!

-le explico el, con voz de lagrima.

-Ah, pero no llores, Belisario -dijo Florinda con voz de caricia-. Te ayudare a
buscarlo. -Y giro en el aire, zumbando por el sol mañanero.

-¡Lo tienen las hormigas! -grito desde el aire-.

¡Allí abajo, al pie del árbol!

-Nunca pensé que a las hormigas les gustara la música -dijo Belisario, y se
encamino cuesta abajo por las veredas del árbol.

Cuando toco tierra suspiro, mira a su alrededor y alcanzo a ver su violín justo
en la puerta del hormiguero. Unas hormigas guardianas enrollaban la cuerda
que hacia subir una gran puerta levadiza.

-¡Un momentito! -les grito-. ¡Ese es mi violín, señoras hormigas!


-Disculpe, señor gusano -le contestaron-. Lo vimos abandonado y pensamos
que era un buen regalo para la reina.

-¿Abandonado? ¡Pero que insolencia! -dijo Belisario levantando la nariz para


parecer mas enojado.

Las hormigas buscaron rápido la puerta de su casa, mirando la vez en cuando


hacia atrás y perdiendo en el revuelo zapatos y sombreros.

Belisario llego hasta el violín y lo abrazo como se abraza a los amigos de mucho
tiempo. Le acaricio las cuerdas una por una y le dijo palabras redonditas.
Después, paso a paso, se lo fue llevando de regreso.

Dos días y dos noches demoro en llegar otra vez a su manzana, porque iba
cuesta arriba y con el violín cargado sobre la espalda. Una vez en casa, se sentó
en la vereda y espero que la vecina saliera a tender la ropa

-¿Cómo era su canto, vecina? -dijo, mientras acomodaba el violín.

Y la vecina canto:

Tras una hoja verde

gusano se pierde;

tras una hoja roja

gusano se aloja.

Ay, mi dulce amor

Tras una hoja nueva

Te encuentro mejor.

Desde entonces, cuando Belinda sale a cantar, Belisario la acompaña con el


violín. Todos los animalillos del vecindario se asoman, desde atrás de una
cortina de pétalos, desde el tobogán de una hoja, desde debajo de una semilla.

María Cristina Ramos


(argentina)
(adaptación)

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