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Lo narrativo en lo visual en las obras The Sandman: Overture y La historia interminable

Por Martín Romero Chi

Uno de los aspectos que más me fascinan de la narrativa es que puede encontrarse en

formas casi infinitas. Como prueba de ello tenemos los primeros esbozos de narrativa

gráfica que encontramos en las pinturas rupestres. Por supuesto, la técnica de narrar gracias

a lo visual ha evolucionado a la par de la Literatura, con la cual comparte el ancestro común

de la oralidad.

Cuando hablamos de narrativa gráfica nos adentramos en un mundo que no sólo está

plagado de superhéroes. Desde finales del siglo pasado, las viñetas se han llenado de

monstruos y personajes atípicos para los principales reflectores del medio. Llegó un

momento en que la línea entre héroe y villano se volvió cada vez más difusa hasta que

personajes de moral cuestionable se volvieron protagonistas en historias como Watchmen o

V for Vendetta.

Entre esa nueva ola de narrativa gráfica hubo una serie que abordó lo fantástico y

terrorífico en una mezcla que se materializaría en lo onírico: The Sandman, del autor

británico Neil Gaiman, que cuenta las aventuras de Sueño de los Eternos, conocido también

como Morfeo. Él no es un héroe, a pesar de que salva al universo un par de veces, ni un

villano, aunque es el encargado de crear pesadillas. Simplemente es. Cuando los seres en la

existencia estaban listos para soñar él nació, tal como vemos en la obra The Sandman:

Overture (2013-2015), que sirve a manera de precuela y secuela de la serie que fue

publicada entre 1989 y 1996.

En la serie original The Sandman el apartado visual es caracterizado por ser algo

“sucio”, más cercano a los garabatos que a los trazos finos. La funcionalidad de esto va de
la mano con el sentido de la ensoñación, difusa, confusa e imperfecta. Del mismo modo, las

portadas de cada número son más un collage que mezcla ilustración y fotografía. Al abrir

las páginas de Overture, uno inmediatamente se da cuenta de que el arte ya no es errática ni

grotesca. Sin embargo, hay una constante que permanece —e incluso, se trabaja más sobre

ella— a lo largo de toda la obra: la ausencia de las viñetas tradicionales.

Como vimos en el módulo dedicado a la narrativa gráfica, una de las características

del cómic es el uso de viñetas para señalar la secuencia de eventos. Los artistas

experimentaron con los límites de la viñeta, y si conocimos la simetría perfecta en

Watchmen, en The Sandman ocurrió lo contrario: las viñetas se vuelven irregulares y a

veces desaparecen. Por su parte, Overture lleva esto a un nivel superior al presentar páginas

que obligan al lector incluso a girar el libro ciento ochenta grados para seguir la secuencia

cuando Sueño entra a la enigmática Ciudad de las Estrellas. Del mismo modo, cuando el

protagonista visita a su padre, el Tiempo, accede a un mundo diferente en el que el orden

parece no existir. El personaje de Tiempo se ve anciano, luego joven y después como un

infante; la única guía para el lector es la posición de los bocadillos —o globos de diálogo

—.

J.H. Williams III, el ilustrador de Overture, crea a la par de Gaiman un mundo de la

ensoñación, de la luz, del tiempo e incluso de la noche, y cada uno de estos reinos cuenta

con una identidad propia, inherente al relato en el que Morfeo debe superar pruebas y pedir

consejo para proteger la existencia, amenazada por un error que cometió en el pasado al no

cumplir con sus responsabilidades. La narrativa visual se complementa con la textual en el

sentido de que una no podría sobrevivir sin la otra, o al menos el sentido de lo que quieren

contar se perdería: la creación y la re-creación, esta última como el renacer del mundo —de

la existencia— a través de la voluntad.


La amalgama de ambos lenguajes —el literario y el visual— componen una obra

que requiere una total atención para que el lector pueda introducirse en los mundos

fantásticos que Morfeo visita; las sensaciones propiciadas por estos lugares, ya sea el

asombro, la confusión o incluso la náusea ante las páginas que deben ser giradas, son

fundamentales para que el receptor disfrute de la experiencia estética propuesta por los

autores.

En la propia literatura existe un caso que puedo asemejar al efecto de inmersión de

Overture, se trata de la novela alemana La historia interminable, de Michael Ende. En esta

obra nos encontramos con dos historias aparentemente independientes: por un lado,

tenemos la vida de Bastián, un muchacho que sufre de problemas comunes de estudiante, y

por otra parte está la aventura de Atreyu, un personaje fantástico que Bastián encuentra en

un libro que lleva el nombre de la novela misma.

Lo primero que llama la atención del libro es que viene impreso a dos tintas: para la

historia que ocurre en el “mundo real” se utiliza tinta roja y para el relato de Atreyu, que se

sitúa en un lugar fantástico llamado Fantasia, usa tinta verde. Este detalle, que puede variar

entre una edición a otra presentando la diferencia con dos clases de tipografía, es parte

fundamental en el apartado visual que proporciona la experiencia estética de dos ficciones,

una contenida dentro de la otra.

En el módulo dedicado a la novela, uno de los puntos que más capturó mi atención

fue la idea de la novela como un género en movimiento constante, que no busca —o, al

menos, no debería— repetirse a sí misma, que necesita transformarse para escapar de las

temidas fórmulas a las que se adhieren innumerables autores de best seller e incluso

escritores que en sus orígenes tuvieron una extraordinaria calidad literaria.


La historia interminable se propone, desde el principio, combinar ambos lenguajes

aunque sea de manera más sutil. El apoyo visual proporciona mayor énfasis en la

separación de mundos y la fusión de los mismos cuando Bastián descubre que él mismo

puede entrar al libro de La historia interminable para continuar la aventura de Atreyu al

final del capítulo doce, “El viejo de la montaña errante”.

En el capítulo antes mencionado, los personajes leídos por Bastián descubren un

libro titulado La historia interminable, pero no se trata del que nuestro héroe tiene en sus

manos, sino el que nosotros sostenemos, es decir, comienza desde el prólogo que cuenta

cómo Bastián consigue el libro: nos encontramos con un nuevo desdoblamiento en el que

los personajes de ficción ahora leen a quien los lee. En estas páginas los colores se

intercalan y los primeros párrafos que nosotros leemos ya no son de color rojo sino verde,

pues su lectura se realiza dentro del mundo que Bastián ve como ficción.

El párrafo final de este capítulo se divide en dos y a mitad de una de las oraciones el

color rojo —correspondiente a la vida de Bastián— se convierte en verde, dando pie al

desplazamiento que el joven lector sufre hacia el mundo que estaba leyendo. Es de esta

manera que finaliza la primera mitad del libro para dar paso al desarrollo total en Fantasia,

con Bastián como protagonista de aventuras que lo llevan a encontrarse con personajes que

ya conocía y un sinfín de nuevos compañeros de viaje.

A lo largo de su travesía en la reconstrucción de Fantasia —que también se

transformó—, Bastián se rediseña a sí mismo a tal grado de convertirse en una especie de

villano, un dictador enloquecido por el poder que tenía en este nuevo mundo. El joven se

vuelve aquello que lo atormentaba en su mundo: alguien distante y amenazador que exige

respeto, pero descuida su lazo con lo mejor del ser humano como el amor y la compasión.
Esta situación hace de la segunda parte de La historia interminable un ciclo de deterioro y

redención para el protagonista.

Respecto a la temática de los ciclos es importante resaltar cómo el apartado visual

nos orienta desde la portada misma del libro, que presenta un símbolo de uróboros doble. El

uróboros es una serpiente que muerde su propia cola, pero el que vemos en La historia

interminable muestra a dos serpientes mordiéndose la cola una a la otra formando un

circuito, tal como ocurre con la interacción de los personajes que leen y de pronto son

leídos en cierto punto de la obra.

Otro detalle a destacar sobre la narrativa visual en La historia interminable es la

presencia de páginas completas que sirven como “portada” a cada capítulo. Lo curioso es

que estas ilustraciones, dibujadas por la artista Roswitha Quadflieg, se funden con la letra

capital que da comienzo a todos los apartados posteriores al prólogo. Cabe decir que las

mencionadas letras son las que componen el alfabeto de la “A” a la “Z”.

Las obras aquí referidas son experimentos narrativos que llevan al lector a conocer

lo mejor de cada lenguaje. Si alguien lee La historia interminable en una edición que no

cuenta con las “portadas” con letra capital y el texto a dos colores, el receptor puede

resultar menos inmerso al enfrentarse de un texto en formato más común, sin tanto trabajo;

del mismo modo, en The Sandman: Overture la interacción entre el lector y la obra se

vuelve fundamental pues, por ejemplo, si uno no gira el libro para seguir la lectura en las

páginas que mencionamos anteriormente, simplemente no entenderá qué es lo que está

ocurriendo.

Las obras artísticas deben ser siempre un reto para los receptores. Tal como escuché

del profesor del módulo de la novela, lo principal es contar algo que nadie más pueda

contar de una manera que ningún otro pueda contarla. Se trata de transformar, de llevar el
arte a sitios inexplorados. Con todos los avances tecnológicos y con la caída de los muros

que separaban a los tipos de discursos y lenguajes artísticos, estamos en la mejor época para

crear y para sorprender. Podemos, como Bastián, pasar de sólo leer a ser leídos.

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