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Ibarra Martínez Norma Frida

Crónica sexualidad

19/05/16

Efervecer

Han pasado varias horas de la madrugada. La oscuridad domina la escena, todo podría reducirse a
negro si no fuera por el destello de la luna que logra iluminar, entre las nubes, algunos rincones
de los hogares. En la penumbra se escucha la voz de una joven que habla por teléfono. La puerta
de su cuarto está cerrada, la luz apagada y ella tendida bajo las cobijas, evitando ser escuchada
por sus padres.

-¿Quieres saber qué soñé ayer? – pregunta el chico al otro lado de la línea. El tono de su voz
se escucha más quedo que en toda la conversación, como si algo contuviera su voz. Ante la
afirmación de la chica el relato comienza. Sus facciones cambian luego de los primeros treinta
segundos. Los ojos se abren tanto que por un segundo parece carecer de parpados, la sonrisa
tierna supuestamente esculpida en su rostro es transformada en una línea recta.

El clima es el mismo, pero a ella le parece que ha descendido por lo menos cinco grados.
Está petrificada, es como un hielo bajo el sol de la mañana. Se pierde en sus recuerdos. Han
hablado por varios días. En compañía de la madrugada contaron sus secretos, sus aventuras y sus
desgracias. Cuando el chico le hizo aquel cuestionamiento, ella lo tomo por lo más inocente, un
tema de conversación para sacar a ambos de su somnolencia. Nunca imaginó que cambiaría el
rumbo de la noche y de su relación.

La confusión la posee. No tiene idea de que hacer o como responder. Dentro de ella se libró
una lucha que el instinto ganó, tomando el control de su cuerpo. Su piel se eriza, como si tuviera
frío, pero no es así, siente como su temperatura asciende. Lo escucha con atención. Muerde su
labio inferior y disfruta de la voz que sale de su celular, la manera en que ésta parece volverse
profunda y áspera, como si a cada momento se le dificultara más el respirar o hablar.

Aquella voz tiene la habilidad de acariciar su cuerpo a la distancia. Cierra los ojos. Escucha
la respiración entrecortada de su compañero. Bajo las sabanas su mano libre se pierde dentro de
su pijama. Un calor húmedo inunda su cuerpo, mientras tiene la sensación de cientos de hormigas
caminar por su piel. De otro lado de la línea se escucha un suspiro entrecortado.
Ahora es su turno. Relata su presente, lo que hace y como se siente. Le cuenta la forma en
que vibra cada centímetro de su piel. La electricidad que la recorre de pies a cabeza. Él le
responde con afirmaciones cortas. Se pierde en la música que siente en la piel. Ambos han
adquirido un color rosado en las mejillas, gotas de sudor navegan por su frente y espalda.

Olvidan el pudor. Pierden la noción del lugar en el que se encuentran, por un momento
rompen las barreras del espacio y el tiempo. Sienten como si las paredes de su habitación se
expandieran, desapareciendo. Como por arte de magia se encuentran ambos en el mismo sitio.
Perciben su aroma, su temperatura, su respiración y el sudor que se extiende por todo el cuerpo.

Ya no hablan. Sólo son suspiros y sonidos guturales. Por un segundo tienen el mundo a sus
pies. Son capaces de logar cualquier cosa, han descubierto un poder oculto, algún tipo de magia
negra que les vuelve dioses momentáneos. Con una sincronía perfecta, algo frío nace en el pecho
de ambos y baja hacia su abdomen como si hubieran comido un helado entero, sin dar ni un
mordisco. Esa sensación helada se convierte en calor y luego en la nada, una sensación de
estabilidad que se conjunta con la lluvia que se ha desatado fuera de sus ventanas.

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