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Misma mierda, distinto día. Tráfico, smog, calles grises, bocinazos chirriantes, simples
transeúntes. Día nublado. En el trabajo sonrisas y amabilidad falsa acompañadas de
conversación banal. Como entes amaestrados para un espectáculo. Dolor de cabeza,
mareos, náuseas. Cansancio y zumbidos en los oídos. ¿Por el desvelo o algo más?.
Distraído con las personas de siempre. Comida y agua sin sabor, literalmente insaboros, ni
salado, ni dulce, ni amargo. Miedo.
De vuelta en casa. Todo mal. Maldito desvelo. Cigarrillos y chocolates, único consuelo, sin
resultados. Medianoche. Llamada esperada, la voz al otro lado del teléfono es un premio.
Risa, risa, risa. ¿El tiempo suficiente? no, no con ella. Alejado el regreso, corazón roto,
resignación y un “hasta pronto, te amo”, algunos consejos. Leche tibia, baño con agua de
lechuga, televisión como fondo y acompañamiento. Lo mismo, los ojos y la mente
indomables.
Quinta noche, terrible noche. No hay quinto malo, mentira. Dos y media, dos y cuarenta,
tres de la mañana. Los mismos ruidos. Más fuerte, más fuerte, más fuerte. Terror, sudor,
vergüenza por su imaginación. Pasos a unos cuantos metros. Indicios de locura ¿cierto?,
¿efecto del insomnio? Portazo.
Abajo de las cobijas. Una luz entre ellas. Los ojos entre un hueco, la misma luz por la
ventana, de pronto cambia de color. Enfrente de ella siluetas de tamaño humano, pero con
algo distinto. Irreconocibles. El terror de nuevo, un paso, otro. Adiós falta de sueño, los
músculos como fantasmas, los ojos tras los párpados, la mente fuera de alcance. Ruidos
metálicos. Frío glacial. Hasta nunca más.