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Si todo el mundo hiciera lo que puede, el mundo sería, con certeza, mejor.
- José Saramago
Fue el viernes 18 de junio del año pasado cuando José Saramago partió de este
mundo. Desde la isla de Lanzarote, ubicada en el archipiélago de las Canarias, el
literato portugués dejó un vacío para el mundo, un mundo que le adeuda su radical
comprensión. Hoy se dice que la literatura y la izquierda mundial se encuentran de
luto, pero la retirada de Saramago no se vuelve una falta en un determinado
ámbito, sino la ausencia de producir sorpresa en lo más cercano a nosotros
mismos: el hombre como tal.
Tal vez por ello la literatura no pueda extinguirse frente a los embates de la
ciencia. Dicha afirmación no sólo es profética, ni un deseo ferviente por mantener
una ante la otra, sino entender las posibilidades mismas que tienen en el seno de
su quehacer: el ámbito del sentido es radicalmente inaprensible mediante la
explicación, el cálculo y la formalización científica. Lo que capta la ciencia no es el
sentido, sino la estructura de la realidad. La práctica científica, por tanto, es roma
ante lo verdaderamente humano (No pensemos inmediatamente en
consecuencias funestas: la ciencia también es un modo de entender el presente, y
no porque sea incapaz de la comprensión del sentido, debemos abandonar su
práctica; toda empresa humana es por sí limitada, hecha a imagen y semejanza
nuestra, pero la finitud no es ya un carácter para avergonzarnos, sino el motivo
para hacernos).
Es más, el trabajo del lusitano se encuentra alejado de las felices consignas que
implican un humanismo ingenuo. Nos enseñó Saramago –y ojalá que con su
distancia con-siga haciéndolo – que al hombre debemos pensarlo también en su
constante actuar, en los rasgos que otros podrían olvidar: no en vano “Ensayo
sobre la ceguera” le valió el Premio Nobel de Literatura en 1998, por mostrarnos lo
más sublime y miserable que se halla en nosotros mismos. El ataque a las
instituciones humanas, a partir de la búsqueda de aquello que nos hace hombres,
no sólo le permitió retorcer historias y parábolas, sino reinventarlas para pensarlas
una vez más. El tan famoso “El evangelio según Jesucristo”, y la última obra
publicada, “Caín”, no es un desafío a la Iglesia: es un desafío a nuestra capacidad
de pensar el presente.
“Si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos
pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias
inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables,
no llegaríamos siquiera a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera
hecho detenernos. Los buenos y malos resultados de nuestros dichos y obras se
van distribuyendo, se supone que de forma bastante equilibrada y uniforme, por
todos los días del futuro, incluyendo aquellos, infinitos, en los que ya no estaremos
aquí para poder comprobarlo, para congratularnos o para pedir perdón, hay quien
dice que eso es la inmortalidad…” Con profundo dolor, y en recuerdo, hasta
siempre Saramago.