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Teoría e historia Quisiera mostrarles, en un plano de abstracción superior, de qué modo la teoría
resulta imprescindible para interpretar correctamente la historia. La Historia -la secuencia de
acontecimientos que se desenvuelven en el tiempo- es «ciega». Nada nos dice sobre las causas y los
efectos. Podríamos estar de acuerdo, por ejemplo, en que la Europa feudal era pobre, la Europa
monárquica era más rica y la democrática lo es aún más. Ahora bien, ¿quiere ello decir que Europa era
pobre a causa del feudalismo y que se enriqueció a causa de la monarquía y la democracia o, más bien,
que Europa se enriqueció a pesar de estas formas de gobierno? Los historiadores qua historiadores no
pueden responder a este tipo de interrogantes y no hay datos estadísticos, por muchos que estos sean,
capaces de alterar este hecho. Toda secuencia de acontecimientos resulta compatible con un número
indeterminado de interpretaciones rivales y mutuamente incompatibles. Para decidirnos por una de
esas interpretaciones incompatibles necesitamos, en rigor, una teoría. Por teoría entiendo yo una
proposición cuya validez no depende de la experiencia ulterior, sino que puede ser establecida a priori.
Ello no quiere decir que cualquiera sin una experiencia general pueda establecer una proposición
teorética. Ahora bien, incluso si la experiencia es necesaria, la visión teórica se extiende,
trascendiéndola, más allá de la experiencia histórica particular. Las proposiciones teóricas tienen que
ver con hechos y relaciones necesarios y, por consecuencia, con ciertas imposibilidades. La experiencia
puede ilustrar la teoría, pero nunca la experiencia histórica podrá establecer o refutar un teorema. La
Escuela Austriaca La teoría económica y política, sobre todo la desarrollada por la escuela austriaca, es
un verdadero tesoro de proposiciones de este tipo. Por ejemplo, que una mayor cantidad de un bien
resulta preferible a una cantidad menor de ese mismo bien; que la producción necesariamente precede
al consumo; que sin propiedad privada de los factores de la producción no se puede conocer el precio
de los factores y que sin el precio de los factores es imposible la contabilidad de costes; que un
incremente en la oferta de papel moneda no puede hacer que aumente la riqueza social total, sino
únicamente redistribuir la riqueza existente; que ninguna cosa o parte de ella puede ser poseída
exclusivamente por más de una persona al mismo tiempo; que la democracia, en el sentido del gobierno
de la mayoría, y la propiedad privada son incompatibles. La teoría, evidentemente, no es un sustituto de
la historia, pero sin un firme asidero teórico no se podrán evitar graves errores en la interpretación de
los datos históricos. Revisionismo histórico Pertrechado con una teoría económica y política
fundamental, presentaré a continuación una reconstrucción revisionista de la moderna historia
occidental: del auge de los Estados absolutistas a partir de los órdenes feudales aestatales; de la
transformación de los Estados monárquicos en Estados democráticos, proceso inaugurado en el mundo
occidental por la Revolución francesa y concluido al final de la Gran guerra; del ascenso de los Estados
Unidos al rango de «imperio universal». Los escritores neoconservadores como Francis Fukuyama
suelen interpretar este desarrollo como un progreso de la civilización, proclamando que, con el triunfo
de la democracia occidental (al modo norteamericano) y su globalización (para hacer el mundo más
seguro para la democracia), ha llegado el «fin de la Historia». Primer mito Mi interpretación teórica es
radicalmente distinta. Ello implica la demolición de tres mitos históricos. El primero y más importante
es el mito de que el desenvolvimiento de los Estados a partir de un orden anterior no estatal ha
determinado el progreso económico y de la civilización. En realidad, la teoría dictamina que el progreso
tiene lugar a pesar -no a causa- de la fundación del Estado. Un Estado se define convencionalmente
como una agencia que ejerce el monopolio territorial compulsivo de la decisión soberana (jurisdicción)
y la imposición fiscal. Por definición, todo Estado, con independencia de su constitución, resulta ser
económica y éticamente deficiente. Todo monopolista es «perverso» desde el punto de vista de los
consumidores. Por monopolio se entiende la ausencia de entrada libre en un sector concreto de la
producción: sólo una agencia, A, puede producir X. Todo monopolio es «malo» para los consumidores,
pues al estar blindado contra la incorporación de potenciales rivales en un sector, el precio de sus
productos será más elevado y la calidad más baja que si el derecho de entrada fuese libre. Así pues, un
monopolista del poder soberano será todavía más perverso. Mientras que otros monopolistas producen
bienes de inferior categoría, un poder jurisdiccional monopolista, además, producirá males, pues quien
decide en última instancia en caso de conflicto tiene también la última palabra en todo conflicto que le
afecta. Consecuentemente, a pesar de la prevención y resolución de conflicto, un monopolista de la
última instancia de la decisión causará y provocará conflictos precisamente para establecer el
monopolio en su propio beneficio. No se trata sólo de que nadie querría aceptar semejante monopolio
jurisdiccional, sino que nadie, en ningún caso, estaría de acuerdo con una provisión de decisiones
jurisdiccionales que permitiera al juez determinar unilateralmente el precio que debe pagarse por ese
«servicio». Previsiblemente, semejante monopolista destinaría cada vez más recursos (procedentes de
la imposición sobre las rentas) para producir cada vez menos bienes y cometer cada vez más infamias.
Esta asignación de recursos no atendería a la protección de los ciudadanos, sino a su opresión y
explotación. La resultante del Estado no es, pues, la cooperación pacífica y el orden social, sino el
conflicto, la provocación, la agresión, la opresión, la depauperación, en suma, la descivilización. Sobre lo
cual, después de todo, nos ilustra la historia de los Estados, que no es otra cosa que la historia de los
millones de víctimas inocentes del Estado. Segundo mito El segundo mito se refiere a la transición
histórica de las monarquías absolutas a los Estados democráticos. No son únicamente los
neoconservadores los que interpretan esta mutación como un progreso, pues existe un acuerdo cuasi
universal en reconocer que la democracia representa, frente a la monarquía, un avance y que es la
causa del progreso económico y moral. La teoría contradice esta interpretación, pues si bien todo
Estado, sea monárquico o democrático, es deficiente, la democracia es mucho peor que la monarquía.
En términos teóricos, la transición de la monarquía a la democracia implica nada más y nada menos que
el «propietario» de un monopolio hereditario -príncipe o rey- es sustituido por el monopolio de los
«custodios» o representantes democráticos (caretakers) -presidentes, jefes de gobierno y
parlamentarios, todos ellos temporales e intercambiables-. Tanto los reyes como los presidentes
producen males, pero como quiera que un rey es el «propietario» de un monopolio que puede vender o
legar, se ocupará de las repercusiones de sus acciones sobre el valor de su capital. Como propietario del
capital de «su» territorio, el rey, comparado con los curadores democráticos, estará orientado al futuro
(baja preferencia temporal). Para preservar o aumentar el valor de su propiedad, el rey explotará
moderada y calculadamente su patrimonio. Por el contrario, un representante democrático provisional
e intercambiable no es el propietario del país, pero mientras se desempeñe en su cargo podrá usarlo en
su propio beneficio. De este modo se dedicará a una explotación a corto plazo del mismo (elevada
preferencia temporal), realizada sin tener en cuenta el valor del capital. Tampoco parece que sea una
ventaja de la democracia el hecho de que en estos regímenes exista el derecho de entrada libre al
gobierno (mientras que bajo la monarquía la entrada queda sometida a la discrecionalidad del rey). Al
contrario, únicamente la competencia en la producción de bienes es una cosa buena. La competencia en
la producción de males no es buena; de hecho se trata de una perversión completa. Los reyes, que
alcanzaron su posición en razón de su nacimiento, puede que fuesen unos diletantes inofensivos o unos
hombres decentes (pues si fueran unos «locos» lo normal es que la gente cercana y concernida por el
patrimonio dinástico le contuvieran en seguida o, llegado el caso, le asesinaran). En agudo contraste, la
selección de los gobernantes mediante elecciones populares hace imposible que una persona inofensiva
o decente pueda llegar a lo más alto del gobierno alguna vez. Los presidentes y los jefes de gobierno se
alzan con sus magistraturas como consecuencia de su gran eficacia como demagogos moralmente
desinhibidos. Por eso, la democracia es el régimen que asegura que únicamente los tipos peligrosos
llegan arriba. Concretamente, la democracia es vista como la causante de la elevación de la preferencia
temporal social (orientación al presente) o de la «infantilización» de la sociedad. Ello se refleja en el
continuo aumento de los impuestos, del dinero fiduciario y el papel moneda inflacionario, en la
expansión del azote de la legislación motorizada y en la cada vez mayor «deuda» pública. Del mismo
modo, la democracia determina la disminución del ahorro, el aumento de incertidumbre legal y la
confiscación de los ingresos personales y su redistribución. Implica además la «ocupación» legislativa
de la propiedad de unos cuantos -los poseedores (The haves)- y su «transferencia» a los demás -los
desposeídos (The have-nots)-. En la medida en que las gentes puedan aspirar a la redistribución de
cualquier cosa valiosa -aquello que los poseedores tienen en gran cantidad, pero no los desposeídos-,
semejante posibilidad redistributiva se convertirá en un poderoso incentivo para que el valor o la
producción de las cosas se reduzcan drásticamente. En otras palabras, la proporción de gente poco
recomendable aumentará, así como la de los tratos, hábitos y conductas dudosas, de modo que la vida
social se embrutecerá progresivamente. Finalmente, la democracia puede describirse también como la
causante de una profunda mutación en la conducción de la guerra. Dado que las democracias pueden
externalizar los costes de su agresión contra terceros (vía impuestos), ello determina que tanto los
reyes como los presidentes sean más agresivos y belicosos de «lo normal». Sin embargo, la motivación
que hace que un rey vaya a la guerra es típicamente una disputa por la propiedad de una herencia. El
objetivo de esa guerra es algo tangible, de naturaleza territorial, a saber: el dominio eminente sobre
una región y sus habitantes. Para alcanzar esa meta le interesa distinguir entre combatientes (sus
enemigos y objetivos del ataque) y no combatientes y sus propiedades (que quedarán al margen de la
guerra los daños que esta inflige). Fue la democracia el régimen que transformó las guerras limitadas
de los reyes en guerras totales. En esta nueva etapa, las guerras se hicieron ideológicas, librándose en
nombre la democracia, la libertad, la civilización o la humanidad. Los objetivos eran ya, pues,
intangibles y difíciles de aprehender: la «conversión» ideológica de los perdedores precedida de la
rendición «incondicional» (la cual, dado que nunca se puede estar seguro de la sinceridad de la
conversión, puede llegar a exigir medios como el asesinato masivo de civiles). Al mismo tiempo, con la
democracia se desdibujó, hasta desaparecer, la distinción entre combatientes y no combatientes;
finalmente, la implicación de las masas en la guerra -impulsada por la conscripción militar obligatoria-
y los «daños colaterales» se convirtieron en parte importante de la estrategia bélica. Tercer mito Por
último, el tercero de los mitos que deben ser erradicados es la presunción de que no existe una
alternativa a las democracias sociales occidentales según el modelo de los Estados Unidos. De nuevo, la
teoría indica algo muy distinto. De entrada, esta creencia es falsa, pues el moderno Estado de bienestar
no es un sistema económico «estable». Esta abocado al colapso bajo el peso de su gravosa estructura
parasitaria, lo mismo que socialismo de estilo ruso se desplomó hace una década. Mas existe una
alternativa estable a la democracia. El término que yo propongo para esa alternativa es el de «orden
natural». En un orden natural todo recurso escaso, incluida toda la tierra, es poseído privadamente;
toda empresa depende de los consumidores que voluntariamente adquieren sus productos o de los
donantes privados y el derecho de entrada en un sector de la economía, incluido el de la protección de
la propiedad, el arbitraje de conflictos y la pacificación, es libre. Mientras que los Estados desarman a
sus ciudadanos para poder robarles mejor (con lo que les hacen más vulnerables también al ataque
criminal o terrorista), un orden natural se caracteriza por una ciudadanía armada. Este es precisamente
el rasgo distintivo de las compañías de seguros, que desempeñarían un prominente papel como
proveedoras de seguridad y protección en un orden natural. Los aseguradores animarían a la gente a
poseer armas de fuego, bajando las primas a sus clientes armados y entrenados en el uso de estos
instrumentos. Por su naturaleza, los aseguradores son agencias defensivas. Únicamente los daños
«accidentales» son «asegurables», no los autoinfligidos o los causados o provocados por el individuo.
En un orden natural, los agresores y provocadores serían excluidos de la cobertura, lo que les
debilitaría. Puesto que los aseguradores estarían obligados a indemnizar a sus clientes en caso de ser
victimados, tendrían que ocuparse permanentemente de la prevención de las agresiones criminales, del
rescate de los bienes expropiados y de la captura de los responsables de los daños en cuestión. Por otro
lado, la relación entre el asegurador y su cliente sería contractual. Las reglas del juego serían
mutuamente aceptadas y fijadas. Un asegurador no podría «legislar» o alterar unilateralmente los
términos del contrato. Así, un asegurador deseoso de atraerse una clientela, tendría que ofrecer en sus
contratos una cobertura para la previsible contingencia del conflicto, pero no sólo en el caso de que este
se produzca entre sus propios clientes, sino sobre todo con los clientes de otros aseguradores. La única
provisión que cubriría satisfactoriamente esta última contingencia sería que cada asegurador se ligara
contractualmente al arbitraje de un tercero independiente. Sin embargo, no valdría cualquier tipo de
arbitraje. Los aseguradores en conflicto tendrían que estar de acuerdo en el árbitro y agencia de
arbitraje y precisamente para que los aseguradores reconozcan al árbitro, este tendría que producir un
producto (un procedimiento legal y un juicio sustantivo) capaz de suscitas el consenso moral más
amplio posible tanto entre los aseguradores como entre los clientes. Así pues, en contra de las
condiciones impuestas por el estatismo, un orden natural se caracterizaría por un derecho predecible y
estable y por una creciente armonía jurídica. Estrategia Proceden ahora, como conclusión, unos cuantos
comentarios sobre los problemas estratégicos. ¿Cómo puede transformarse un Estado centralista y
democrático en un orden natural? Ciertamente, el Estado centralista y democrático no se autoabolirá
democráticamente. He aquí la respuesta: mediante la secesión como etapa intermedia y decisiva hacia
la meta última de la privatización total. Un gobierno central que gobierna vastos territorios -y con más
razón una superpotencia y, en última instancia, un único gobierno mundial- no puede aparecer ab ovo.
Al contrario, todas las instituciones con poder fiscal y reglamentario sobre los propietarios particulares
comenzaron a desarrollarse a pequeña escala. Ello supuso cientos de años y guerras interestatales sin
cuento antes de que se alcanzara el actual grado de centralización política. Para sustituir al Estado
democrático por un orden natural, el proceso de expansión y centralización territorial, inherente a la
naturaleza del Estado, debe ser revertido. El Estado central tiene que descomponerse en sus partes
constituyentes. Así, en vez de un «Orden Mundial» (inevitablemente controlado por los Estados
Unidos), tendríamos un mundo basado en decenas de miles de diversos países, regiones o cantones y
cientos de miles de ciudades libres independientes como las hoy pintorescas Mónaco, Andorra, San
Marino, Liechtenstein, Hong-Kong, Singapur, Bermuda, etc. Los apologetas de un Estado central y de la
centralización política (como los Estados Unidos) argumentan que este mundo que yo defiendo
conduce a la desintegración y al empobrecimiento. Sin embargo, la reflexión teórica demuestra que esa
aspiración no es más que otro mito estatista. Estimo que el resultado sería exactamente el contrario.
Los pequeños gobiernos tienen muchos competidores próximos. Si se nota demasiado que gravan a sus
propios súbditos y les complican la vida con reglamentaciones más que sus competidores, quedarán
expuestos a sufrir la emigración del trabajo y el capital. Además, cuanto más pequeño es un país, mayor
será la presión para optar por el librecambio en vez del proteccionismo. Toda interferencia gubernativa
en el comercio internacional causa un empobrecimiento relativo, tanto dentro del país como fuera. Pero
cuanto más pequeño sean un territorio y su mercado interior, más dramático será ese efecto. Si los
Estados Unidos adoptaran el proteccionismo, el nivel de vida norteamericano se desplomaría, pero
nadie perecería. Sin embargo, si una simple ciudad, digamos Mónaco, hiciera lo mismo, desaparecería
casi inmediatamente. Supongamos que una hacienda sencilla es la unidad secesionista más pequeña
concebible. Si adoptara el librecambio sin restricciones, incluso el más pequeño territorio sería capaz
de integrarse plenamente en el mercado mundial, participando de todas las ventajas de la división del
trabajo. Sus propietarios serían así la gente más rica de la tierra. Por otro lado, si los propietarios de
esta misma hacienda decidieran prescindir del comercio interterritorial, la más abyecta pobreza y la
muerte se abatirían sobre ellos. Según esto, cuanto más pequeño es un territorio y su mercado interior,
más probable es que opte por el librecambio. Además, y esto es algo que ahora no puedo explicar con
detalle, sino tan sólo indicar, la secesión promueve la integración monetaria, conduciendo a la
sustitución del actual sistema monetario de moneda papel nacional fluctuante por un patrón de dinero-
mercancía totalmente ajeno al control del gobierno. En suma, el mundo estaría constituido por
pequeños gobiernos liberales, económicamente integrados gracias al librecambio y a un dinero-
mercancía internacional como pueda serlo el oro. Ese sería un mundo de una prosperidad, un
crecimiento económico y un avance cultural inauditos.
Monarquía autoritaria
Monarquía autoritaria es una categoría utilizada por la historiografía, que califica de monarquías
autoritarias —sin que eso signifique considerarlas representantes de un sistema
político completamente articulado y definido con validez general— a las monarquías de Europa
Occidental (que también suelen designarse como monarquías nacionales o primeros estados-nación)
entre finales de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, en el surgimiento de lo que se ha
venido en llamar el Antiguo Régimen.
Ejemplos de monarcas
Ejemplos de monarquías autoritarias serían las de Juan I de Portugal (quizá el caso más precoz), Luis XI
de Francia (imponiéndose en el exterior a los ingleses y borgoñones y comenzando a imponer la
supremacía real sobre los particularismos locales y estamentales en el interior de Francia), los Reyes
Católicos en España o Enrique VIII en Inglaterra. Con más dificultades podría considerarse también a
Maximiliano I de Habsburgo, pues si se ha de esperar a una definición territorial de sus dominios, de
hecho no se producirá nunca, siendo el respeto de las peculiaridades locales uno de los rasgos de la
dinastía Habsburgo, tanto en los Habsburgo de Madrid (Casa de Austria) como en los Habsburgo de
Viena, incluso cuando ya éstos ya pudieron considerarse absolutistas, en el siglo XVIII y el XIX (el
Imperio austrohúngaro sobrevivió como un estado multinacional hasta 1918).
El Imperio, uno de los poderes universales de la Edad Media, pareció estar a punto de restaurarse de
forma formidable con su nieto, Carlos V, pero su idea imperial (alimentada por el humanismo de
Erasmo de Rotterdam y Adriano de Utrecht) fracasó, en beneficio de los príncipes alemanes, tanto
católicos (elector de Baviera) como protestantes (elector de Brandemburgo, luego rey de Prusia). El
otro poder universal, el Papado, no logró convertirse en una potencia territorial, y su poder espiritual
fue desafiado por la Reforma (en las monarquías protestantes) o el regalismo (en las monarquías
católicas).
También pueden definirse como autoritarias las monarquías escandinavas, ya bien entrado el siglo XVI;
en cambio, no consiguió conformarse como autoritaria la poderosa dinastía Jagellón polaca. El caso del
imperio zarista ruso, que comienza a formarse con Ivan el Terrible y terminará dando origen al sistema
político de la autocracia, responde a una base socioeconómica totalmente diferente, con campesinos
sujetos a servidumbre, unos poderosísimos alta nobleza y alto clero terratenientes, y un papel marginal
de ciudades y burguesía.
Valois, Tudor y Habsburgo fueron las dinastías que, en un juego de enfrentamientos y alianzas entre
ellas, dominaron el panorama internacional de la Europa Occidental siglo XVI; y hacia dentro de sus
territorios asentaron su poder en un ejército permanente, una burocracia y una Hacienda cada vez más
desarrollados, que les hacían inalcanzables para la nobleza, que empezará a ser atraída a su servicio
como nobleza cortesana. La Iglesia también ha de ser controlada, tanto en su relación con el papado
como en el control del clero local. La convulsión de la Reforma tiene que entederse en este contexto.
En el camino se van formando los estados-nación, en torno a conceptos de lengua, religión y mercados
nacionales, conceptos quizá problemáticos en esos siglos, pero sin cuyo desarrollo inicial sería
incomprensible el surgimiento del nacionalismo en la Edad Contemporánea.
Por separación de poderes se entiende la división tripartita del poder del Estado, propugnada por el
pensamiento liberal y el constítuclonallsmo clásico (siglo XVIII) para que la actividad estatal no esté
reunida en un solo cuerpo u órgano sino repartida entre tres distintos órganos (poderes o funciones):
el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, con la doble finalidad de asegurar la libertad de los gobernados y
de mantener limitado el poder. Es, pues, una teoría polítlco-juridlca. Pocas teorías politlcas y
constitucionales han tenido tanta audiencia y han sido tan frecuentemente Invocadas como la
separación de poderes, aunque con el paso del tiempo haya perdido parte de su slgntflcacíón y alcance
originales. A partir de su reformulación por Montesquíeu ha servido hasta hoy de base Indiscutible para
estructurar el poder del Estado, aunque e las funciones mismas hayan evolucionado,
transformándose. Se trata de una teoría afortunada. trastocada en dogma polítlco al convertirse en uno
de los pilares fundamentales del Estado liberal. Desde una perspectiva histórica esa teoría, a la vez que
recogió la exigencia de limitar el poder absolutista. apareció estrechamente vinculada con la
concepción de las libertades Individuales. convírtténdose en mecanismo Institucional para
resguardarlas. pues sólo el poder repartido entre distintos órganos estatales podía ser un "poder
limitado". Y es a esa teoría a la que se deben las denominaciones de EJecutivo, para el órgano
presidencial o los órganos gubernamentales, y el de Legislativo para el congreso u órganos
parlamentarios. Antecedentes.- Se ha atribuido a Aristóteles el honor de ser el primer pensador que se
ocupó de la separación de poderes. En su obra La políttca [libro IV, capítulo XlV) hace referencia a tres
elementos o partes que conforman los regí menes: el que delibera los asuntos de la comunidad
(asamblea general), el cuerpo de magistrados cuya naturaleza, atribuciones y destgnaclón hay que
determinar y el tercer elemento que se encarga de la administración de justicia. Pero todo Indica que el
Iílósofo Hernán Salgado Pesantes griego buscaba analizar las funciones estatales según su contenido
(substancia) sin tratar de atribuirlas a diferentes órganos o personas. En los siglos posteriores la conce
ntracíón del poder. por derecho o por fuerza, en una persona u órgano fue la regla general. El
constltuclonalista alemán Karl Loewensteln encuentra la razón de que no se haya desarrollado
anteriormente el principio de la separación de poderes en el hecho de que no se conoció ni en la
Antigüedad ni en el medioevo la teoría y práctica de la representactón política que es, según ese autor.
la condición previa e Indispensable para distribuir el poder político entre diversos órganos o personas.
Sólo Inglaterra escapó a la norma general y su Parlamento mantuvo su separación e Independencia
respecto de otros poderes en el siglo XVII, elevándose al rango de detentador central del poder en la
nueva sociedad estatal que surgió con la "Gloriosa Revolución" de 1688. La teoría de la separación de
poderes Iba a ser desarrollada por John Locke y posteriormente. casi a mediados del siglo XVIII por
Montesquleu. Sin desconocer las Influencias del Renacimiento y de la Reforma, Loewensteln afirma que
la teoría y práctica de la representación política fue la que hizo posible la Institución del parlamento
como detentador del poder separado e Independiente del gobierno y que la Independencia de los
tribunales fue el complemento lógico. Primer esbozo de la teoria.- John Locke (1632-1704) -para quien
el hombre es un ser razonable y la libertad es Inseparable de la feIicldad-, analiza en su segundo Ensayo
sobre el gobterno civil el alcance del Poder Legislativo, que debe corresponder a una asamblea elegida
por el pueblo. al cual considera el poder supremo encargado de elaborar las leyes y que debe estar
separado de su ejecución. Al Poder Ejecutivo correspondería aplicar las leyes y cuidar de ellas mientras
estén vigentes, y otro poder -al que según el mismo autor podría llamarse federativo- asume el derecho
de la guerra y de la paz, de constituir ligas y alianzas y de llevar adelante todas las negociaciones In
ter351 çnacionales. Dado que resulta dificil separar y poner en manos de distintas personas estos dos
últimos poderes. Locke no ve Inconveniente en que las relaciones Internacionales. o poder federativo,
se reunan con el poder de ejecución, De modo que la división tripartita de Locke se reduce. finalmente.
a dos poderes: el de hacer leyes (legislativo) y el de ejecución tanto en el ámbito Interno como en el
Internacional (Ejecutivo y federativo). Locke piensa que para alcanzar la separación de poderes debe
establecerse I~ supremacía del legislativo. cuya asamblea no será permanente sino que tendrá una
función discontinua. ejercida de modo Intermitente. De modo que al legislativo. poder supremo único.
deben subordinarse los demás poderes. El filósofo Inglés omite en su esquema el poder de juzgar o
Judicial aunque sostiene que las leyes deben ser aplicadas por jueces señalados y conocidos. Concreción
de la separación de poderes. Charles de Secondat. barón de Montesquleu (1689-1755). en su obra El
espíritu de las leyes (lIbro XI. capitulo VI) concreta la teoría de la separación de poderes y la desarrolla
en el marco de su pensamiento aristocrático e Inclinado al parlamentarismo. Su Ideal es la organización
de la libertad a través de un gobierno moderado (que posteriormente se denominará "constttucional")
y. para ello. postula la separación de poderes. el bícameraltsmo. la descentralización. los cuerpos
Intermedios. la facultad de Impedir y el control recíproco. todo lo cual traerá el equilibrio del poder
estatal. Luego de señalar los tres poderes que existen en cada Estado -el legislativo, el Ejecutivo y el
poder de Juzgar-o al reflexlonar sobre la libertad polit íca Montesquíeu piensa que ella existe cuando
los índívíduos tienen la seguridad de que no podrán ser objeto de medidas arbitrarias: "la libertad
polítíca -dlce- es esa tranquilidad de espirltu que proviene de la opinión que cada uno tiene de su
seguridad". Para que esa libertad sea efectiva es necesario que los tres poderes sean ejercidos por
órganos distintos: Independientemente realizarán sus funciones y cada uno tendrá la facultad de
Impedir (empécher} y de detener (arréter} al otro u otros poderes para que actúen. separadamente.
dentro de los limites establecidos para el ejercicio del poder si no se quiere caer en la arbitrariedad y el
despotismo. 'Todo hombre que tiene poder es Impulsado a abusar de él". escribe. Esto hace necesario
poner limites. porque "la virtud misma tiene necesidad de límites", Una vez separados. los poderes van
a limitarse los unos a los otros: "le pouuolr arréte le pouoorr". Muchos verán en esta célebre expresión
el no menos célebre sistema politlco de "frenos y contrapesos" (checks and balances) fijado por los
Constituyentes norteamericanos de Filadelfia en 1787. Sin embargo. los tres poderes deberán marchar
en armonía. de donde se deduce la colaboración que debe exJstlr entre ellos. lo que resulta más
Interesante cuando. al final del capitulo VI. Montesquleu señala que el Estado llegará a su fin en el caso
de que "el poder legislativo sea más corrompido que el ejecutivo". El autor francés tiene el mérito de
haber añadido el factor Ideológico a la te orla de la separación de poderes al hacer de ella la garantla de
la libertad de los gobernados. base de la seguridad de todos. aspecto que preocupa a Montesquleu más
que los conceptos de poder o de función. lo que le conduce a establecer un régimen de legalidad para
superar los despotismos. La separación e independencia de poderes. principio fundamental de la
democracia.- A partir de Montesquleu la teoría de la separación de poderes Irá adquiriendo sus
contenidos actuales. aunque en esa tarea Intervinieron también sus exégetas, criticas y analistas, que no
han cesado de Interpretarla y de darle díferentes significados. Los documentos más Importantes del
siglo XVIII recogieron la teoria y la consagraron como principio jurídtco-polítíco del nuevo Estado
liberal. Así. la Constitución de los Estados Unidos de América. si bien no hace mención expresa del
término. dedica sus tres primeros artículos, con sus respectivas secciones. a organizar las funciones
legislativa. ejecutiva y Judicial. Igual sucederá con las constituciones de la Revolución Francesa (excepto
la de 1793). partlcularmente con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. de 1789.
que en su articulo XVI proclama categóricamente que no hay Constitución si no está determinada la
separación de poderes. Desde entonces no ha habido Estado que no la Incluyera en su Carta
ConsUluclonal. En nuestro siglo. los estados marxtstas-lenínístas van a rechazar el principio y su teorta,
a fin de que no contrarien su praxis política. pues correspondía al Partido Comunista. más que a los
órganos estatales. lo esencial del poder. Hoy día, al declinar su sustento doctrinario. en esos países ha
vuelto a surgir la separación de poderes como criterio de organización del poder estatal y de
preservación de la libertad de los gobernados. Como bien ha explicado Loewensteln, una de las razones
para que las constituciones elaboradas después de la Segunda Guerra Mundial se mantengan firmes en
cuanto a la separación de poderes -aunque el principio esté superado y 352 I 1 l ( ! alejado de la
realidad del siglo XX- radica en la dificultad de formular la nueva conformación del poder en el texto
constitucional. "El Iconoclasta -dlce- no puede sentirse satisfecho con sólo remover de su pedestal al
ídolo [... ) estará obligado a colocar en su lugar otro análisis de la dinámica del poder más de acuerdo
con la sociedad pluralísta de masas de nuestro siglo". y trató. él mismo. de formular esa nueva dinámica
del poder estatal. Otra de las razones para la supervivencia del principio está en el significado
democrático que nuestro siglo ha dado a la separación e Independencia de poderes. vinculándolo con la
libertad y seguridad de la comunidad política. Y aunque esta forma del ejercicio del poder no sea
suficiente para preservar tal finalidad (pues bien podrían vlolarse los derechos y las libertades Incluso
con esa Independencia). la separación tiene la ventaja que se deriva de estar enraizada en la conciencia
polí tica de los pueblos como un remedio a la arbitrariedad despótica del poder. ilimitado y
concentrado ayer en aquellos monarcas que creían ser "soberanos" y la personificación misma del
Estado. y en nuestra época en los duce. los Jüh· rer y otros modelos dictatoriales. Cabe señalar. además.
que en el régimen parlamentario la separación de poderes se presenta atenuada y. para algunos
críticos. es prácticamente nula. Ello se debe a que el ejecutivo dual: el jefe de Estado y el jefe de
gobierno. con su respectivo gabtnete. son elegidos o ratificados por el parlamento. que Igual puede
destituirlos. Inclusive el primer ministro y los miembros de su gabinete son parlamentarios que
conservan sus curules mientras ejercen su cargo en el gobierno. En el régimen presidencial. por el
contrario. la separación de poderes está mayormente acentuada y es más rígida puesto que el titular del
Ejecu tívo, al Igual que los congresistas. provienen del sufragio popular. Por ello el Legislativo no puede
destituir al presidente (ni al vicepresidente) de la República salvo en casos excepcionales. ni éste puede
disolver a aquél. Sin embargo. la presencia del vicepresidente del Ejecutivo en el cuerpo Legislativo. en
calidad de presidente del senado o del congreso. como sucede en Estados Unidos y en algunos paises
que siguen ese modelo. desdibuja la separación e tndependencia de los poderes pues. pese a cuanto se
diga. constituye una interferencta de un poder en otro. Otros cuestionamientos.- Se ha observado que la
independencia de los tres poderes ha sido. constantemente. mal conducida e incluso anulada. como ha
sucedido a menudo con el Poder Judicial. Quizás Estados Unidos sea una de las raras excepciones. El
poder de administrar Justicia no ha sido considerado como Igual de los otros poderes. Ya el propio
Montesquleu se- . ñalaba que de los tres poderes "aquel de juzgar es en cierto modo nulo" y que no
quedaban sino dos poderes. afirmación que ha sido objeto de múltiples Interpretaciones. El tratadista
francés veía la función Judicial en un ámbito limitado. restringido exclusivamente a las diferencias entre
particulares. Esto demuestra que el Poder Judicial no contaba para nada en el proceso político. tanto
por el carácter generalmente privado de las relaciones a él sometidas cuanto por la ausencia de
facultades ínterorgánícas. lo que ha hecho que se cuestionara si el Poder Judicial es realmente un poder.
En otros casos. particularmente en el sistema parlamentario. el Ejecutivo (la rama del gobierno) ha sido
puesto en situación de dependencia respecto del Legislativo. Por el contrario. en el régimen
presidencial -latinoamericano generalmente- se ha visto la hegemonía del Ejecutivo. lo cual se debe.
entre otras razones. a la naturaleza misma del presidencialismo que fortalece al titular del Ejecutivo al
concentrar en sus manos todo el poder que corresponde a esa función. siendo sus ministros simples
colaboradores. lo que no sucede en el parlamentarismo donde hay un jefe de Estado (monarca o
presidente de la República) y un jefe de gobierno (primer ministro y gabinete). También se ha
planteado que los partidos políticos contribuyen a alterar el principio de la separación e independencia
de los poderes. puesto que la mayoría que obtienen. con el apoyo del electorado. les permite acceder a
las funciones ejecutiva y legislativa e intervenir. además. en las magistraturas Judiciales. En semejante
contexto. cuando el poder se ha concentrado en manos del partido mayoritario. es inevitable que se
anule la separación e independencia de los poderes e incluso su control recíproco. Estos y otros hechos
llevan con frecuencia a afirmar que en la práctica Jurídico-política no se ha respetado la separación e
independencia de los poderes y que tal vez ella no sea la fórmula más adecuada para nuestra época.
caracterizada por la complejidad creciente de los estados. Precisamente. las múltiples cuestiones que
debe resolver un Estado (estabilidad interna. seguridad externa. problemas socíoeconórnícos, etc.) han
conducido a un desplazamiento del centro de gravedad del poder hacia el Ejecutivo: prueba de ello
sería su aparato administrativo y tecnoburocrállco cuyo desorbitado crecimiento 353 hoy se discute.
Conclusión.- Sin olvidar que cada teoría polí tica y Jurídica es trlbularla de su época hlsló rica. puede
afirmarse que la separación e Independencia de poderes tiene vigencia. Se trata de un principio
democrático. considerado más exactamente como una repartición de la potestad estatal para realizar
determinadas funciones. a condición de tomarlo con Ilextbllídad: no exige una separación total o
absoluta, lo que sería Inconveniente y podría paralizar al Estado. Cada poder participa, hasta cierto
punto. en las actividades principales de los restantes. sin Invadir, y menos usurpar, sus atribuciones. Se
trata de una participación recíproca. Puesto que los tres poderes dependen unos de otros, deben
cooperar entre sí, y cada uno de ellos asume la responsabilidad principal en el ámbito de sus funciones
específicas. En suma, la separación prohibe la acumulación de funciones por un solo órgano, pero no
excluye la participación de varios órganos en una misma función, lo cual supone la colaboración.
Finalmente, no Interesa el número ni la naturaleza de las potestades en que se divide o reparte el poder
estatal. La separación de poderes denominada clásica distinguió tres. pero actualmente pueden
agregarse. por ejemplo la potestad constituyente, la potestad electoral. la potestad administrativa. Lo
que cuenta es la repartición de potestades o funciones, o sea la no concentración del poder en un solo
órgano. La separación e independencia de poderes en el constitucionalismo ecuatoriano.- El
constltuclonalismo ecuatoriano. desde sus Inicios. Incluyó la teoría de la separación de poderes en las
diversas Cartas políticas como un principio básico para la organización del poder y del gobierno. La
denominada Constitución gulteña de 1812, antecedente honroso de nuestro constltuclonalismo, acogió
sin reservas la concepción de que la autoridad soberana. en atención a sus funciones, "no se podrá
jamás ejercitar por un mísmo Cuerpo ni unas mismas personas en los diferentes Ramos de su
administración. debiendo ser siempre separados y distintos el Ejecutivo, Legislativo y Judicial" (Art. 8).
El constltuclonalismo ecuatoriano tiene dos grandes épocas, claramente delimitadas en su contenido e
Inspiración. La primera va desde el tímido esbozo de organización Institucional con la Constitución de
1830 hasta la Carta de 1906 con que culmina el Intento de forjar un Estado de tipo liberal, orientado
por los principios del constltuclonalismo clásico, entre los cuales se halla, precisamente, la separación
de poderes. En esta primera época. con sus periodos históricos definidos, encontramos que la
Constítucíón de 1830, sin hacer mención expresa. establece la distinción entre Poder legislativo. Poder
Ejecutivo y Poder Judicial. La Carta de 1835. que consolida las nacientes Instituciones. dispone: "el
Poder Supremo se divide para su administración en Legislativo. Ejecutivo y Judicial: cada uno ejercerá
las atribuciones que le señala esta Constitución, sin exceder de los límites que ella prescribe" lArt. 15
del Titulo IV: "Del Gobierno del Ecuador"). La Constitución Jloreana de 1843 señala de mejor manera
(Art. 3) que el Gobierno está "distribuido para su ejercicio en tres poderes... " y agrega al final -frase que
sólo traen esta Constitución y la de 1851- "...sln que jamás puedan reunirse en una misma persona" ("o
corporación", agregará la Carta de 1851). La expresión "se dlvíde para su administración" es
defectuosa: más correcto es "distribuir para el ejercicio" (del poder). Estas fórmulas quedarán
establecidas. con ligeras variantes, en las constituciones de la primera época: de 1845 (Arl. 15). de 1851
(Art. 13), de 1852 (Art. 151,de 1861 (Art. 14). de 1869 (Art. 151. de 1878 (Art. 6), de 1884 (Art. 4), de
1897 (Art. 4) yde 1906 (Art. 41. La segunda época del constltuclonalismo ecuatoriano está Inspirada en
el denominado Constltuclonalismo Social de postguerra o Estado Social de derecho. Se Inicia con la
Carta de 1929 y va hasta la Constitución que rige en nuestros días. Los contenidos y concepciones
Insertos en los textos constitucionales varían: así, los que corresponden a derechos y garantías tanto de
las personas como de la sociedad se enriquecen sobremanera y asumen una Importancia fundamental.
Esa diferente orientación de la actividad estatal se acompaña de nuevos criterios democrattco-
organtzatívos del Estado y de su gobierno, con miras a cristalizar los derechos sociales y económicos y a
alcanzar una administración eficaz, lo que, no habiéndose obtenido plenamente, llevan a cuestionar hoy
día, tina vez más, la organización del aparato estatal. No se hace constar de modo expreso el principio
de la separación de poderes ni se fija una norma con el enunciado. Sin embargo. al proceder a señalar la
organización y atribuciones de los órganos del Estado. se establecen el Poder legislativo, el Poder
Ejecutivo y el Poder Judicial. Las constituciones de 1929, 1945, 1946, 1967, Y la actual de 1978-79
siguen ese camino. Desde la Carta Política de 1945 se preferirá hablar de funciones en lugar de poderes,
y en las dos últimas (la de 1967 y la actual) la Función 354 Judicial se denomina Jurisdiccional. Las
reformas constitucionales de diciembre de 1992 impondrán el retorno a la clásica denominación de
Función Judicial. Respecto de la separación de poderes en la actual Constitución ecuatoriana véase
Constitución, Estado, Ejecutivo, Legislativo, Función Judicial. Rasgos complementarlos son el hecho de
que el sufragio popular es obligatorio para los que saben leer y escribir y facultallvo para los
analfabetos y que la Función Judicial. como en otros países. carece de Independencia por diversas
razones, entre ellas: a. La forma de designación de los Magistrados de Jusllcla; b. La Intervención de los
partidos políticos que actúan movidos por el deseo de obtener "cuotas de poder"; c. Su presupuesto
financiero sobremanera pobre; d. La falta de garantías para hacer realidad tangible la estabilidad y la
carrera Judiciales. Superada la concepción de Montesquieu y de su época -que veían en el juez a "un ser
Inanimado" o, stmplernente. "la boca que pronuncia las palabras de la ley"-, la Interpretación y la
Integración del Derecho son Instrumentos de los que dispone el juez para llegar a cierto grado de
creación Jurídica al aplicar la nonna genera! y abstracta e Individualizarla para el caso concreto. Y es a
través de sus sentencias que los jueces pueden Influir decisivamente en la comunidad social y política,
propiciando el retomo a un orden más justo y humano.
CONSTITUCIÓN
l. El tema del poder puede enfocarse desde muy diversas perspectivas: histórica, sociológica,
política, jurídica. Bertrand de Jouvenel, en su libro La pouvoir, lo ha examinado a través de la
historia: pero no con el fin de depurarlo, sino para captar en ella las leyes sociológicas que rigen la
dinámica del poder político. Y, en esa perspectiva, ha formulado como leyes positivas las dos
tendencias que -cree- constituyen sus constantes principales. La primera es la tendencia al
acrecentamiento del poder del Estado hasta la absorción, en él, de todos los poderes sociales. La
segunda es la tendencia a su desintegración a causa del parasitismo de quienes lo ejercen,
utilizándolo al servicio de sus particulares intereses. Proudhon, el mismo que en 1840 había
afirmado «la propiedad es un robo», años más tarde, en una de sus obras póstumas, aparecida en
1862, Teoría de la propiedad, reconocería que el Estado «constituido de la manera más racional,
más liberal, animado de las intenciones más justas, no deja por esto de ser una potencia enorme,
capaz de aplastarlo todo a su alrededor, si no se le pone un contrapeso». Y, según el: «No hay otro
más que la propiedad. Tó- mese la suma de las fuerzas propietarias y se tendrá un poder igual al
Estado». Pero, para ésto, requería que la propiedad fuera libre, independiente del poder del
Estado. Se trata, pues, de un requisito sociológico, de hecho. Pero, sin duda, el requisito de la
libertad de la propiedad dependerá, en gran parte, del orden jurí- dico y del político imperante.
¿Cuál fue la perspectiva de Montesquieu? Sin duda, fue múltiple; y esto es una de las razones de lo
difícil que resulta captar su pensamiento plenamente. Pero tenemos un primer dato evidente. Una
de sus preocupaciones constantes fue debida a su temor y su aversión al despotismo, que
contempló como una forma corrupta de cualquier clase. de gobierno. Así, en el Dossier de l'Esprit
des lois (M.P.235), escribió: «La monarquía degenera ordinariamente en el despotismo de uno
sólo; la aristocracia en el despotismo de varios; la democracia en el despotismo del pueblo».
Aunque, generalmente, el de este último -como dice en EL. 8, 2, 7, inc. final- cae finalmente en
manos de una oligarquía, en especial, de uno sólo, que lo ejercen. también el Barón de la Bréde
enunció una tendencia constante del poder: «quien tiene poder, tiene la tendencia a abusar de él
hasta que halla límites»; y, por ello, propuso esta regla práctica para contrarrestar esa tendencia y
preservar la libertad: «es preciso que, por la disposición de las cosas el poder contenga [o detenga]
al poden>; que «le pouvoir arréte le pouvoir» (EL., 11, 4). 2. ¿Pero cómo puede lograrse esa
contención o freno del poder? Montesquieu, aunque amante de fórmulas generales, no era un
dogmático sino un empírico. Pensaba que el mejor modo de conseguirlo depende, en cada tiempo
y país, de una serie de circunstancias. Por eso, sus soluciones son múltiples; y, en especial,
distingue las monarquías que observaba en la Europa continental de su tiempo, y calificaba de
moderadas, y el régimen inglés, que conoció durante su estancia en Inglaterra. Por otra parte, no
sólo contempló frenos de carácter político-jurídico, sino también religiosos y sociológicos; y, en
conjunto, los dimanantes del espíritu general de cada nación. Ha escrito incluso (EL. 2,4, 7): «Cómo
el mar, que parece cubrir toda la tierra, es detenido por los matorrales y por los menores arenales
que se hallan en la ribera: así las monarquías, en las que el poder parece sin límites, se detienen
ante los más pequeños obstáculos y someten su fiereza natural a la petición y la plegaria».
Centrando una perspectiva general, Norberto Bobbio ha dicho que Montesquieu es uno de los
máximos teóricos tanto de los poderes divididos como de los contrapoderes, constituidos por los
cuerpos intermedios. Es decir, de la contención del poder: sea por éstos, mediante una «división
horizontal del poder»; o bien, en base a las tres funciones del Estado, mediante una «división
vertical del poder». Ante esa panorámica, ¿cabe formular una teoría general de la contención del
poder por el poder, según Montesquieu? La mayor dificultad está en que, sin salirnos del capítulo
6 del libro JI del Espíritu de las leyes. existen varias formulaciones. En los «Cahiers de Philosophie
Politique et Juridique» de la Universidad de Caen, n.? 7, del año 1985, aparece a este respecto un
interesante estudio del profesor napolitano Alberto Postigliola. En relisant le chápitre sur la
constitution d'Anglaterre. En él, profundiza el análisis, deteniéndose incluso en el examen de la
fecha en que fueron escritos los distintos párrafos de ese capítulo, atendiendo a la letra en que
fueron manuscritos, que permite identificar al secretario que transcribió cada uno y relacionarlo
con el período de tiempo en que cada cual ejerció su función. Por tra parte, en su relectura,
encuentra en este capítulo cinco diversas distinciones de los poderes y analiza sus distintos
sistemas de contrapeso. La primera, es expuesta en el primer párrafo del capítulo: «En cada
Estado existen tres especies de poderes: la postestad legislativa, la potestad ejecutiva en las cosas
que dependen del derecho de gentes y la potestad ejecutiva en las cosas que dependen del
derecho civil». Corresponde a la formulación establecida por Locke, en el capítulo XII de su
Segundo tratado sobre el gobierno de los pueblos, donde diferencia los poderes legislativo,
ejecutivo y federativo o confederativo (No olvidemos que se ha discutido mucho si, en el tema que
tratamos, el bordelés siguió al inglés. Cuestión magníficamente tratada por J. Dedieu, en su libro
Montesquieu et la tradition politique anglaise en France). La segunda formulación, que examina a
partir del párrafo cuarto, parte de la distinción, establecida ya por Aristóteles, entre potestades
legislativa. ejecutiva y judicial. De la tercera trata en medio del capítulo, y es la que caracteriza a
los gobiernos mixtos, o sea, los resultantes de una mezcla de monarquía, aristocracia y
democracia. En ellos estima preciso que la función de juzgar sea autónoma - y alude al depósito de
leyes en los parlamentos provinciales en la Francia de su tiempo (que, subrayárnoslo, carecían de
toda potestad legislativa)-; el poder legislativo correspondeía, conjutarnente, al cuerpo de nobles y
al de representantes del pueblo, con recíproco derecho que veto, o sea teniendo, uno y otro, la
facultad de statuer (estatuir) y d'empécher (vetar); y el poder ejecutivo era exclusivo del monarca,
quien, además, tenía la potestad de convocar y disolver las asambleas legislativas. La cuarta
formulación es la que presenta como el modelo inglés de su tiempo; en el cual, el poder de juzgar
resulta nulo. en cuanto sometido a la letra de las leyes; el poder legislativo es confiado, de una
parte, a la cámara de los lores y, de otra, a la de los comunes, que recíprocamente se limitan y,
además, lo están por el derecho de veto del monarca, a quien corresponde el poder ejecutivo. Por
lo' cual, esas tres fuerzas «monarca y cámaras alta y baja»- necesitan concertarse para que el
sistema funcione. y la quinta y última formulación, a la que se refiere al final del capítulo, es la
nacida en los bosques germánicos, según la narración de Tácito, de la que surgirían tanto el
sistema inglés como el que denomina gobierno gótico, del que habla especialmente en el párrafo
final del capítulo 8 del mismo libro y califica de la «mejor especie de gobierno que los hombres
han podido imaginar». Postigliola cree que estas cinco formulaciones son complementarias, y que
la teoría de la libertad política y de la contención del poder es, para Montesquieu, producto de la
armonía orgánica de estos tres factores. 1.° El Estado mixto. 2.° «La distinción o no confución de
los tres poderes (sean «aristotélicos» o «lockianos»), compartidos y distribuidos entre las fuerzas
sociales del modo tal que constituye un sistema muy sofisticado de contrapesos y controles
recíprocos». 3.° «El principio medieval tardío de la autonomía de la justicia». A la segunda de estas
conclusiones había llegado, ya en el año 1952, Charles Eisenmann, en su estudio La pensée
constitutionelle de Montesquieu. Es más, a juicio de este autor, la esencia de la doctrina del
bordelés, su quinta esencia, «no está ligada a la constitución concreta compuesta de un monarca,
una cá- mara de nobles y una cámara popular», sino que, a juicio de este profesor, cabe
perfectamente que «sus principios puedan trasplantarse también a una constitución republicana y
a una sociedad democrática. Los resortes serán otros, pero el mecanismo de relojería será el
mismo». Pero, ¿cuál es éste? 3. Hemos referido la tendencia del poder estatal a suprimir todo
obstáculo que se le oponga y absorber todos los poderes sociales, Pero el pretendido remedio de
la separación de poderes, si ésta fuere total y cada poder fuese absoluto en su respectiva función:
conllevaría grandes defectos que producirían un colapso en el gobierno del Estado. Jovellanos, en
el borrador de un discurso inacabado ya lo advertía: «Si el rey pudiese hacer la guerra o la paz,
proveer a la defensa exterior o a la tranquilidad externa del Estado, crear empleo, señalar
recompensas a su arbitrio, en suma, obrar en todas sus atribuciones sin más regla que su voluntad,
luego arruinaría al Estado con sus caprichos. »Si las Cortes pudiesen hacer leyes y sancionarlas y
llevarlas a ejecución sin intervención de nadie, si quisieran se apoderarían del poder ejecutivo y
podrían burlar el judicial; podrían forzar a éste a juzgar por leyes injustas y a aquél a ejecutarlas;
en fin, unas cortes de un año podrían deshacer en un día cuanto hubiesen establecido las de un
siglo. »Si el poder judicial pudiese juzgar libremente, ya en casos no determinados por la ley, ya
interpretando la ley a su arbitrio, se convertiría por este medio indirecto en poder legislativo, y ya
no serían las leyes, sino los hombres los que dispusiesen de la fortuna y libertad de los individuos.
»Debe, pues, la constitución poner un límite a la independencia de estos poderes, y este límite no
puede hallarse sino en una balanza que mantenga entre ellos el equilibrio». En estos párrafos,
¿criticaba Jovellanos a Montesquieu, sin nombrarle? Creemos que no; pues el bordelés,
realmente, no defendió la separación de poderes, sino su equilibrio y el de las distintas fuerzas
sociales que los ejerzan. Sin embargo, se ha entendido y sigue afirmándose que Montesquieu fue
el formulador de la teoría de la separación de poderes. En 1933 el profesor Charles Eisenmamm,
en su colaboración a las «Melanges Carré de Malberg», L'Esprit des lois et la separation de
pouvoirs, demostró que esa creencia es totalmente errónea. Y lo reiteró en 1952, con ocasión del
bicentenario del Espíritu de leyes, en su trabajo La pensée constitutionelle de Montesquieu y en
1955 en el «Congrés Montesquieu» en su ponencia Le sisteme constitutionel de Montesquieu et le
temps presento Según él, la doctrina constitucional de l'Esprit des lois no es tan simple, y se
compone esencialmente de dos principios primordiales irreductibles, muy diferentes, que
intervienen sucesivamente para resolver otro problema. Primer principio: no es admisible que dos
de los tres poderes, y menos aún los tres, se ejerzan por un solo órgano; por tanto, no cabe que un
solo órgano ejerza dos poderes, y menos aún los tres; ni que ninguno de los tres órganos sea
idéntico a ninguno de los otros dos. Las diferencias, en cuanto a ese principio, de esta
interpretación con respecto a la separatista, consisten en las dos siguientes: l.a La de Montesquieu
sólo rechaza la confusión total de dos o de los tres órganos, es decir, que estén formados, exacta y
únicamente, por los mismos elementos; y no impide que un mismo individuo o un mismo cuerpo
forme parte simultáneamente de dos órganos titulares de poderes diferentes, con tal de que ello
no ocurra con todos los elementos integrantes. Es decir, entre una y otra interpretación, hay la
diferencia que media entre la separación total y la diferenciación absoluta, de una parte, y la no
confusión o no identidad de otra. 2.a La interpretación de la tesis del bordelés que predominó en
el siglo XIX, sólo excluye la acumulación total en bloque de dos -y tanto más de los tres- poderes;
pero no de toda atribución particular que pueda ser delimitada o aislada. En suma, el principio se
concreta a la no confusión de dos o de los tres poderes y a la no identidad de los dos o tres
órganos que los ejerzan. Lo cual, comporta un margen de indeterminación importante.
Negativamente «excluye cierta composición de los tres órganos, cierta atribución de los tres
poderes; pero subsisten aún varias posibilidades, que concuerdan parejamente con él». Segundo
principio, se refiere a la atribución del poder supremo, del que quedan excluidos los titulares de la
función de juzgar; ya que aquel sólo atañe al parlamento y al monarca o gobierno. Sólo los órganos
ejercientes de las funciones legislativa y ejecutiva son órganos políticos y el problema está en su
atribución. Montesquieu, al tratar de la Constitución de Inglaterra, distribuye el poder legislativo
entre la cámara popular, la cámara aristocrática y el monarca, requiriendo que se pongan de
acuerdo, aunque sólo sea para no interponer el veto. No hay separación, sino contrapesos; un
balancear y contaba lancearlas. No obstante, en los «Cahiers de Philosophie Politique» de la
Universidad de Reims, de 1985 que reproducen los dos primeros artículos de Eisenmam, el
profesor de dicha Universidad, Michel Troper advierte, para justificar esa reproducción, que, aún
cuando la demostración de Eisenmamm es «irrefutable» y sus argumentos «jamás han,sido objeto
de la menor tentativa de la refutación», se sigue repitiendo rutinariamente a lo que él refutó.
«Carre de Malberg -sigue Troper- había demostrado que el principio de la separación de poderes
era absurda [hemos visto que ya lo había mostrado Jovellanos]. Eisenmann dejaría sentado que
Montesquieu no era su autor». Ciertamente, si repasamos las palabras empleadas por
Montesquieu, al tratar este tema en l'Esprit des lois, vemos que alerta del riesgo de que estén
reuni dos el poder legislativo y el ejecutivo (Ll, 6, 4), o no separados el de juzgar del ejecutivo (id.
5). Emplea también el verbo reunir o estar unidos (id. 47); continua hablando de distribución de
los poderes (l l, l l, 2; l l, 12, epígrafe, y l l, 14, epí- grafe) y, en su repaso histórico, señala,
supuestos en que estaban bien distribuidos (11, l l, 2, Y l l, 18, 17) Yotros en que se hallaban mal
distribuidos (11, l l, 3). En fin, también explica como los poderes legislativo y ejecutivo pueden
conjugarse (11, 6, 41 y ss). En cambio, la expresión de la separación de poderes donde sí fue
expresada es en la «Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano» de 1789: «Toute
societé dans l'aquelle la garantie des droits n 'est pas asuré, ni la separation des pouvoirs
determiné n 'a point de constitution». Demuestra también, según Eisenrnann, que la teoría del
Barón de La Bré- de no fue la de una separación propiamente dicha de poderes, la interpretación
que, en la segunda mitad del siglo XVIII, dieron de ella: Voltaire -que ironizaría sobre «ce mélange
et ce concert que font l'étonnement des étrangers», y se burlaría diciendo, «trois pouvoirs,
étonnés des noeuds qui les rassamblent...» [la cursiva siempre es de Eisenmann], y Sieyes que
distingue los sistemas del «equilibrio» y los de «los contrapesos», en el cual participan diferentes
equipos de obreros en la misma obra, pudiendo eventualmente deshacer uno lo hecho por el otro,
que atribuía a Montesquieu, y el del «concurso» o de la «unidad organizada», en el cual cada
equipo tiene una función diferente, como él -separándose en eso del bordelés- propugnaba. De la
polémica entre Lor Bolingbroke y Valpole, en 1730, que narra Shackleton, en su biografía crítica de
Montesquieu, resulta que, si bien Montesquieu no sigue la teoría del «armonioso equilibrio» del
Estado mixto, tampoco sigue plenamenta la teoría de la separación de poderes, sino la de sus
contrapesos, de su contrabalanza, que les obliga a ir de concierto. Ha comentado Troper, que
mientras Róusseau, con su doctrina, aseguraba la primacía al poder legislativo -expresión de
volunté générale- y la subordinación del ejecutivo, Montesquieu trató de crear un «equilibrio
constitucional», que fuera, a la vez, «un equilibrio social», del modo de que «cada clase, estando
representada en el seno del poder legislativo, pueda impedir toda tentativa de perjudicar sus
intereses por medio de reformas legislativas. El equilibrio intangible de la constitución se convierte
así en el mismo equilibrio social». Siendo así, con este criterio, hoy, en el actual sistema de
partidos políticos existe confusión de poderes si un mismo partido domina dos de estos poderes y,
tanto más, si controla los tres, aunque formalmente aparezcan como diferentes. Lo importante,
para el Barón de Brede, es el equilibrio de los poderes legislativo y ejecutivo, su armonización, y
que, a su vez, en ellos, resulten equilibradas y armonizados los distintos intereses y estratos
sociales existentes en el país de que se trate. 4. Por otra parte, es necesario advertir una diferencia
fundamental entre el régimen político de la Cristiandad medieval y, por tanto, de su prototipo el
«gobierno gótico», que tanto ensalzó Montesquieu, y el instaurado a partir de la Modernidad.
Esencialmente esa diferencia radica en las limitaciones naturales e institucionales del poder
supremo, en aquél régimen, y el concepto de la 'soberanía del rey o del Estado, inherente al de la
Modernidad. Aquél tenía, por arriba, el límite de la ley de Dios y del derecho natural y, por abajo,
el determinado por las esferas autónomas, personal, familiar, municipal, señorial, regional, etc.
Estos límites se desvanecen en la Modernidad. Bodino definiría la soberanía como «el poder
absoluto y perpétuo de una República», que califica de «no limitada, ni en poder, ni en
responsabilidad, ni en tiempo»; no siendo lí- cito «que el súbdito contravenga las leyes de su
príncipe so pretexto de honestidad y justicia». Hobbes conferiría plena soberanía a su Leviathan. Y
Rouseau, por la aliénation totale a la volonté générale, dotaría a ésta de una soberanía total,
incondicionada e inalienable. Montesquieu no caminaba hacia esta senda, sino que continuaba
por la tradicional. Ya en sus Cartas persas (10,2) pone en boca de Usbek: «la justicia es eterna y no
depende de las convenciones humanas; y si de ellas dependiera, sería una verdad terrible, haría
falta que se hurtara a si misma». En un de sus pensamientos (1905) dice: «Una cosa no es justa
porque sea ley; sino que debe ser ley porque es justa». Y en el capítulo del Espíritu de las leyes
razona: «Decir que nada hay justo ni injusto sino lo que ordenan o prohiben las leyes positivas,
equivale a decir que antes de trazarse el círculo no eran iguales todos los radios». En el capítulo 4
del libro 2 de esta su obra principal señala, en especial, la limitación del poder del monarca por los
poderes intermedios que brotaron en Francia del gobierno gótico. Tanto lo veía así que, en otro
lugar, afirmaría: «La muerte de Carlos VII fue el último día de la libertad francesa». (M.P. 595). Es
algo que no debe olvidarse -y que también se olvida- al examinar la teoría de la limitación del
poder según Montesquieu. Las consecuencias de esas dos diferencias son inmensas. 5. Un siglo
más tarde de la aparición de l'Esprit des lois, pasada ya la experiencia de la Revolución francesa y
después de lo experimentado por Tocqueville, éste atisvaría la llegada de una nueva especie de
tiranía; que Montesquieu no llegó a vislumbrar. Conviene recordar algunos de los párrafos en que
Tocqueville trata de explicarla: «Pienso que la especie de opresión que amenaza a los pueblos
democráticos no se parecerá nada a las que la han precedido en el mundo». «...Veo una
muchedumbre innumerable de hombres parecidos e iguales... Cada uno no existe sino en sí mismo
y para sí sólo...». «Por encima de ellos, se eleva un poder inmenso y tutelar, que se encarga el sólo
de asegurar sus goces y velar por su suerte. Es absoluto, detallado, regular, previsor..»: tanto «que
cada día convierte en menos útil y en más raro el empleo del libre arbitrio». «Después de haber
tomado así, poco a poco, en sus poderosas manos a cada individuo y de haberlo moldeado a su
guisa, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera...». Fue una visión profética de la
masificación social y de la asunción por el Estado providencia de la totalidad de las funciones
sociales, con la consiguiente tecnocratización de su gobierno, que hoy contemplamos por doquier.
El problema actual no es ya tan sólo el de equilibrar y de combinar adecuadamente los órganos
que ejercen los diversos poderes políticos y las funciones públicas, sino que requiere bastante
más. Se siente la necesidad de que el poder del Estado no someta toda la vida social, no tanto al
secular despotismo asiático, sino a esa nueva especie de tiranía suave, como es ese nuevo
despotismo, que atisbó Tocqueville, del Estado moderno hoy pertrechado de las nuevas técnicas
proporcionadas por los avances científicos y tecnológicos. Montesquieu (EL. 26, 15, 1 Y 2) tenía
clara la diferencia existente entre Estado político y Estado civil, y la consecuente distinción entre
leyes políticas y leyes civiles, correspondientes aquéllas a la competencia del Estado y éstas a la de
los distintos integrantes de sociedad. Pero, entonces, no había llegado la alienación total,
propugnada por Rousseau. Por otra parte, las actuales tendencias, comunistas, socialistas,
socialdemó- cratas y tecnocráticas no tenían cabida en la mente del Barón de La Brede, que sí
consideraba perjudicial al bien común la interverción del Estado en cuestiones económicas.
Tampoco pudo prever Montesquieu, como posible, un monopolio estatal de la enseñanza, de la
información, la sanidad, la seguridad social e, incluso, de la investigación, la cultura y el ocio.
Absorciones, con las cuales, tiende a ser reducida la libertad de cada ciudadano a la de recibir una
ración igual de los servicios estatales, a cambio de tributar en una elevada participación,
progresivamente creciente, de la cuantía de sus beneficios particulares. Los «tributos excesivos»,
decía ya Montesquieu, «tienen el efecto de producir la servidumbre» (EL. 13, 15, 2). En fin, ese
totalitarismo providente coincide, en el mundo occidental, con una progresiva laicización del
Estado. Ello comporta la pérdida del único freno que Montesquieu creía posible para el
despotismo (EL. 24, 3, 4); ya que - dijo (EL. 3, 10, 6)- existe «una cosa que, a veces, puede
oponerse a la voluntad del príncipe [déspota]: es la religión». Precisamente el principio del
gobierno gótico -tan admirado por el bordelés- fue el de una única fe sobrenatural, que era el
principal cimiento de la recíproca fidelidad entre los miembros de aquella sociedad, jerarquizada,
pero solidaria por aquella fe y esta fidelidad. El remedio, ante el proceso mecánico del
acrecentamiento del poder del Estado, lo señala Bertrand de Jouvenel, en primer lugar, en «un
proceso espiritual que provoque una repugnancia general que los dirigentes despierten a toda la
nación», e, incluso, «una inquietud en su propia conciencia». Pero, no creemos que pueda
producirse esto proceso espiritual y esa inquietud, si no le antecede un vigoroso retorno a la fe en
la trascendencia divina, de la que dimana el orden objetivo moral y jurídico que el Estado debe
respetar, tal como Antígona recordó a su tío Creón. Pienso, que sin esto no será posible derretir el
alud helado del Estado moderno.