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Tuvimos ayer la primera reunión del taller "Los que aman, odian" y una de las cuestiones que charlamos es la

inclinación habitual de los varones a los amoríos. No como asunto de deseo, sino como paso defensivo habitual en la
consolidación de una pareja. Atravesado el conflicto que funda una relación, ocurre muchas veces que el varón deje
de mirar a aquella que (hasta ese momento) lo fascinaba, para empezar a buscar en otro lado. ¿Cuál es el motivo de
esta defensa? ¿Qué sentido psíquico tiene esta hipervalencia amorosa? La respuesta es directa: el frenesí amatorio,
el reforzamiento de la actividad, reprime la pasividad de dejarse amar. En esto consiste la castración para un varón, en
dejarse querer por una mujer, porque cuando termina el momento del flirteo y la conquista, cuando ella ya dijo "sí", ese
pasaje la ubica como un sustituto materno, ya que, después de todo, madre no es la mujer progenitora, sino la primera
mujer que dijo "sí" sin que fuera necesaria la seducción. El varón, entonces, huye del incesto a través del
reforzamiento de su papel de amante. Como dice una canción de Yoko Ono "Todo hombre tiene una mujer que lo
ama", sí, claro, ¡su mamá! Por eso también la consolidación de la relación implica una pérdida de erotismo o, como se
dice en el lenguaje popular, "se busca afuera lo que ya no se encuentra en la casa". Esto explica también por qué, por
lo general, los principales artífices de las despedidas de soltero no sean otros solteros, sino otros casados.
Otra forma de entender lo que Lacan llama "goce femenino" podría ser: es un goce cuya causa no es el falo, es
decir, no es un goce así o asá, sino que para delimitarlo hay que repensar la idea de causa. El goce femenino es un
goce cuya causa no tiene un referente; por ejemplo, una escena común (y angustiante en muchos varones): al
acostarse con una mujer, ante los signos de su goce, no pueden dejar de sentir que están ahí como meros
instrumentos, pero no como fuente de ese goce, sino como algo circunstancial; e incluso es frecuente que, en este
tipo de situaciones, los varones tengan fantasías homosexuales (ser penetrados por otro varón) o, más
simplemente, pidan la colaboración de algún dedo. Hay una relación directa entre el goce que se le supone a la
mujer y la pasividad del varón, que demuestra que esta fantasía homosexual no es una homosexualidad en sentido
estricto, sino apenas una identificación femenina. Esta es la matriz de la que nace el interés por los tríos en los
varones. El punto importante es que si el varón es pasivo respecto del goce femenino, entonces la causa de ese
goce es otro hombre, es decir, el padre. Esto explica muchos síntomas de eyaculación precoz en varones, que ante
la menor señal de goce de una mujer no pueden resistirse a... convocar al padre. Lo muestra el caso del Hombre
de las ratas, cuando después de una relación, dijo: "Esto es grandioso. A cambio de ello uno podría matar a su
padre". El goce femenino, entonces, no es un goce así o asá (ni excesivo, ni loco, ni en el cuerpo, ni místico, ni
ninguna de esas imaginaciones), sino el que supone atravesar de manera no sintomática la relación con el padre.
Por eso no es un goce privativo de las mujeres.
Fui a hacer la charla por la renovación del registro. Una especie de Morrissey, con toda la actitud de "enfant
terrible", nos interpelaba irónicamente acerca de por qué manejamos tan mal. Nos dijo que el 70% de los
accidentes se deben al uso del celular en el auto. "¿Por qué usan el teléfono en el auto?", preguntó y una señora
mayor dijo que cuando suena la "campanita" (sic) es "como si se prendiera una luz y tenemos ganar de mirar" (sic).
Entonces, él nos preguntó qué era la dopamina y yo respondí que es un neurotransmisor y él dijo que es la lucecita
que se activa en nuestro cerebro cuando tenemos ansiedad. "Porque al cerebro no le gusta pensar" dijo (y me
conquistó) y, luego, habló de las adicciones y preguntó a qué podemos ser adictos: al teléfono, a las drogas... y yo
dije: "A las personas" y, entonces, ahí sí me miró. Notó mi presencia. Entonces volvió a preguntar: "¿Por qué
manejan tan mal y no pueden dejar de usar el teléfono?" y un señor canoso dijo que es porque "somos adictos" y
yo dije: "¿Vos qué hacés cuando te subís al auto y esperás el mensaje de alguien?". "Vos no vas a aprobar la
charla si te seguís portando mal", me respondió.

Hace un tiempo empecé a atender parejas. No soy especialista en el tema, como no soy especialista en nada. Me
gusta haber notado la renegación que implica decirle algo a otro con el atenuante "pero estaba enojado", es decir, a
veces la intención de herir puede ser más fuerte que la de decir. Esta tarde tuve una entrevista larguísima con una
pareja que no paraba de pelear, tanto que me levanté y me fui a preparar mate. Cuando volví pensaba en la bronca
que me tirarían los vecinos después, pero satisfecho de esta venganza involuntaria por las cosas que me tiran en el
patio. Armé una ronda de mate mientras se puteaban. En un momento, él dijo: "Qué mates más feos", porque había
visto que usé la yerba de Boca que compra Joaquín en el chino. Ella se rió y yo me di cuenta de cuánto se quieren.
Otra cosa que noté en este tiempo de atender parejas es que hay una defensa contra la alianza inconsciente con el
analista: que los dos se unan contra el mismo enemigo. Si dos personas pueden reírse juntos, que no es igual a
reírse de lo mismo, todavía hay algo sano y reparable. Lo primero que una pareja pierde cuando ya no se quiere es
el sentido del humor. Lo segundo es la complicidad lingüística.
A propósito de lo que escribí ayer sobre el amor en el obsesivo, J. me escribe para preguntarme qué sería lo
sintomático de que alguien se enamore de mujeres por las que siente pena, a las que les da culpa dejar, etc.
Respuesta: si un varón se engancha con el sufrimiento de una mujer, tarde o temprano la va a hacer sufrir, porque
no podrá compadecerse sin ser, al mismo tiempo, su verdugo. Muchos de los casos actuales de violencia de
género y maltrato hacia las mujeres no tiene que ver con varones psicópatas, sino con el modo en que el varón
obsesivo sintomatiza el amor.

Esta tarde hablamos con Diana del movimiento de iniciación de un análisis. Podría resumirse así: en el inicio
alguien le habla al analista y busca su cuerpo en la mirada de éste; es lo propio del estadio del espejo: el cuerpo se
recibe del otro, por eso en ese momento aparecen afecciones como la vergüenza; mientras que, en cierto
momento, el cuerpo ya no depende de la mirada y, por lo tanto, se corporaliza la palabra. Se pasa del cuerpo
imaginario al cuerpo simbólico; entonces quien habla ya no habla, sino que escribe: es escritura la libidinización de
la palabra que, por ejemplo, permite que se puedan recortar letras. La letra implica el pasaje del cuerpo simbólico al
cuerpo real. En el inicio del análisis, entonces, se descubre la escritura, se revela la pulsionalización del habla que
permite que se pase de la compulsión de contar cosas (en función de lo que se espera que el otro dirá) a decir
cosas que se escuchan o, mejor dicho, se leen. Sólo puede leerse lo que, una vez escrito, queda borrado. Después
Diana dijo otras cosas muy interesantes que me dejan pensando el finde.

Hay un conflicto que determina brutalmente el modo en que ama el neurótico obsesivo: su identificación con el
sufrimiento de la madre. Si su síntoma fundamental es la duda, la otra cara de esta es la fantasía con que sostiene
al padre terrible: la mujer víctima, a la que al mismo tiempo le supone un goce. Dicho de otro modo, como le
supone un goce a la mujer, se defiende de esa suposición con la victimización de la madre. Miles de narrativas
nacen de este punto: la anécdota en la que hubo que interceder en una pelea entre los padres porque no pudo
dejar de cuidar a la vieja (con la que siempre chusmeó a espaldas del viejo), el pibe que no le puede cortar a la
novia porque le da culpa, el otro que se engancha con minas que le dan lástima, el marido que jamás rompería un
matrimonio para no destruir una familia, etc. No puedo, no puedo, no puedo. Así funciona la impotencia del
obsesivo. Por supuesto que el análisis no es para que un obsesivo haga lo que no puede; porque, por lo general,
cuando cae esa identificación todos esos conflictos se disuelven y ni se plantean como tales.

El manejo de los honorarios es una de las dos dimensiones fundamentales de la transferencia en un análisis. El
pago es correlato de la culpa de quien ya pagó antes con un síntoma. En principio, entonces, no tiene problema en
pagar para librarse del síntoma. Es algo que se nota especialmente en la clínica con niños: sólo por culpa unos
padres son capaces de ceder su hijo a un extraño para que haga algo. Por eso también es importante que, en
cierto momento, el análisis les parezca un gasto inútil. Porque el análisis sería un gasto inútil si no fuera por la
culpa. Esto explica por qué es un indicador saludable que un paciente se queje de la modificación del honorario. No
se trata de la realidad del país, porque una persona adinerada es capaz de llorar por una moneda y otra con menos
recursos puede pagar lo que no tiene (y sería un obstáculo, un redoblamiento de la neurosis que la haría
inanalizable). Es un economía que no depende de la clase social, sino de lo social del deseo como forma de lazo.
Me alegra a veces que un paciente prefiera usar su dinero para otra cosa, si es que puede pagar por ese libro, esas
calzas, lo que sea, si puede pagarlo sin que sea un gasto inútil. Hay una imagen idealizada del paciente
comprometido con su análisis que es una estafa.

Ayer me encontré de casualidad con una amiga a la que no veía hace mucho tiempo. Nos saludamos con afecto.
Le pregunté por su novio. Me dijo que se separó. Agrega que no sabe cómo pudo estar tanto tiempo con él. Me
cuenta que el finde pasado leyó en una revista Muy interesante un artículo que describía los rasgos propios de un
psicópata. "No me digas que era un psicópata", exclamé sorprendido porque no se me ocurría otra cosa. No
advirtió la ironía. "¿Podés creerlo? Vos porque sos psicólogo, pero una que no sabe está en peligro". Estuve a
punto de responderle que ese artículo que leyó era una estupidez, que confirmaba algo que ella ya sabía: no que el
tipo era un psicópata, sino que necesitaba inventarse un motivo para separarse y, con ese motivo objetivado como
dato real y exterior, justificar una decisión que podría haber tomado hace mucho tiempo, pero que no tomó porque
esa relación le era funcional en más de un aspecto. "Estás bárbara, me alegró el día verte así, fresca, divina". Nos
dimos un abrazo grande y nos prometimos vernos en algún momento. Una cuadra más adelante había un kiosco
diarios cerrado, en el que había escrita con aerosol una frase sobre el amor, decía algo así como que entre dos
amantes puede haber pausas, pero que la distancia también es una forma de la eternidad.

Mientras tomamos una cerveza en Retiro, con una transpiración continua y chorreante sobre el cuerpo sin órganos
de nuestra conversación, Esteban me pregunta sobre el capricho de mi amiga D. con su padre. Le digo que en
términos kleinianos eso se podría decir: D. necesita envenenar todos los regalos de su padre, para que no sean
fecundantes y si su antojo no es histérico es porque el padre que ella hiere y rechaza es el que puso sus falos en
seno materno y así protege de la envidia materna. Ahora entiende y dice: "Así es más claro, dicho en deleuziano".
Y sí, porque El Anti-Edipo es un homenaje a Klein. De este modo seguimos tomando notas para nuestro taller de
febrero, con este hermoso amigo que me banca el corazón flotante.

Muchos pacientes (y amigos varones) suelen quejarse de ese tiempo en que, después de parir, una mujer no
quiere tener relaciones. No le pasa a todas las mujeres. Sí muchas parejas no resisten ese reclamo y se separan.
Hay diversas coordenadas que atraviesan este fenómeno, pero una explicación muy interesante me la dio ayer una
mujer que actualmente amamanta: de alguna manera la teta modifica su erotismo, cambia un placer receptivo por
uno activo, porque si, al nutrir, ella sintiera la misma satisfacción que cuando la chupan, la lactancia sería
imposible. De ser un órgano que recibe, la teta pasaría a ser un órgano que erotiza otro órgano (la boca). El pezón
se vuelve deleuziano con la lactancia. Algo que también decía Melanie Klein, pero que interpretó en términos
fálicos cuando sostuvo que la teta puede convertirse en un pene para la mujer que amamanta y que, por eso, su
interés sexual por el varón disminuye.

La desaparición de la experiencia pone en cuestión los diagnósticos tradicionales. Freud pensó sus categorías en
un mundo en el que todavía pasaban cosas, en el que se vivía y, por ejemplo, un neurótico se iba tres meses a
unas termas a ver qué onda. Hoy en día perdimos el sentido de la transición, del pasaje, la salud de pasar de una
cosa a otra. Un niño deja de hacer algo porque no le sale, y eso no habla de su intolerancia a la frustración, sino de
que no disfruta de explorar, de ver qué pasa. Es el mismo aburrimiento que agobia a la mujer casada que empieza
una historia con un compañero de trabajo. "¡Conflicto!", podría pensar el desprevenido y diagnosticar duda
obsesiva entre el marido y el amante. Ni siquiera. Es simple: la única manera de sostener ese trabajo es erotizando
la escena, con un deseo que despierte un poco. El deseo no como causa, sino como recurso onanista. El típico
pajerismo de las oficinas. Esta erotización de la vida cotidiana es una defensa desesperada contra el aburrimiento,
cuando ya no hay mejor que vivir.

Soñé que era el fin del mundo. Estaba declarada la guerra entre Corea del Norte y Estados Unidos. El desastre era
inminente, pero no había acuerdo sobre cómo tirar la bomba. Uno tras otro escuchaba el relato de especialistas
que discutían resultados de información de satélites, leyes físicas, cálculos de mapas. Un chino decía que la tierra
giraba alrededor del sol, pero también otros planetas; por lo tanto, si el proyectil se iba demasiado de órbita podía
pegarle a la Luna que, además, no era parte del litigio. Un ruso con sobretodo, a pesar del calor, explicaba con
mapas de hace 80 años que ya tenían todo listo desde ese entonces, pero que tenía dudas de un membrete, que
podía haber sido falsificado; un amigo mío también aparecía y decía que la tierra no era redonda y ya estábamos
todos muertos desde que Colón llegó a América; un místico decía que la muerte no existe y que llamamos con ese
nombre a la desaparición de la experiencia; y así. [Parece que se me juntaron el fin de año, el Ara San Juan, la
noticia de una nueva novela de Bolaño]

Mientras bajamos en ascensor, un paciente teólogo me dijo algo hermoso que quisiera contarle a mi amigo G, pero,
para no llamarlo ahora y molestarlo, mejor lo escribo acá y que después lo lea: "Creer en Dios no es creer en algo,
Dios no es una idea, no tiene contenido; la cuestión es creer y punto. Si creés, independientemente de aquello en
que creas, ahí está Dios. Eso significa ser creyente, la palabra lo dice. Por eso también se dice que la fe puede ser
ciega, porque no apunta a un objeto, no es un acto intencional (referido a una representación), es un acto puro. No
hay nada en qué creer, porque la creencia viene primero, es suficiente por sí misma, sólo los extraviados necesitan
razones o motivos, y esto sirve para amaMi amiga D. me cuenta que la pasó fatal en Navidad. No soporta los
chistes tontos y misóginos de su papá, que se hacía el gracioso con su novio. Le digo que no es para tanto, que
conozco a su viejo y, si bien su machismo es un código anticuado, lo cierto es que muestra que busca complicidad
con ese novio que ella llevaba a una fiesta por primera vez. "Boludeces de varones, una forma de aceptarlo". Peor
sería que ella estuviese encantada con su papá y el novio mirase desconcertado la escena edípica e incestuosa
entre padre e hija. D. no quiere ceder en el enojo con su papá. "Llamalo 'rencor' si querés", me dice. "Vos lo llamás
así" le respondo y vuelve a quejarse de que su papá es mezquino. Recuerdo que la última vez que la vi me dijo que
le había regalado un teléfono muy lindo. "Sí, él te da, pero siempre es a cambio de que lo quieran", dice. Y, ¿cuál
es el problema con eso? "Me estás jodiendo, es un egoísta, porque además siempre que le pedís algo, eso no". Mi
amiga espera que su papá le de lo que ella pide, ¿no es ese el intercambio del que ella habla, pero al revés? Si me
da lo que pido, me quiere. Ella interpreta, entonces, que todo lo demás que su papá le da es "lo que le sobra". Me
hizo acordar a esa canción de la Bersuit que dice "Dame, solamente, lo que más te guste y nada más", que podría
entenderse como "Dame cualquier cosa", pero apunta a "eso" que más cuesta soltar. Mi amiga D. me dice que voy
a pensar que es una histérica. "No, sos una caprichosa nomás". Nos despedimosr, vivir o cualquier otro acto que
quieras. Sagrada es cualquier cosa que hagas con fe"

racias a un comentario de Mar encontré la idea que buscaba para prologar el libro que compiló Nicolás Farji sobre
consumos problemáticos: ¿por qué las más hermosas canciones de amor se escribieron para la falopa? Sería vano
decir que la letra "en realidad, trata de" y no, por ejemplo, de una mujer, cuando "en verdad, trata de" amor. Un
amor particular, que -para el caso- hace que una mujer se sustancialice, o bien que una sustancia pueda adquirir
atributos femeninos y feminizantes. Todas las canciones hablan de amor, porque todas las canciones hablan de
falopa, en una sociedad en la cual el erotismo no es un consumo problemático más, sino la forma contemporánea
de nuestro deseo. "Es verdad que soy una rata de ciudad; no tengo religión, tengo ansiedad", describe el pasaje a
la vida moderna, a la filosofía diletante, al paseante melancólico que todavía podía gozar de la literatura. Hoy las
letras son una forma muerta, el instrumento lúdico de psicóticos aburridos por las matemáticas; el goce musical, en
cambio, es el que necesitamos explorar para entender nuestras formas actuales de consumo, ¿quién puede vivir
sin canciones? ¿Quién puede definir una canción? Hay tantas como drogas imaginables, lo que demuestra que no
es ese u objeto, más o menos prohibido o prohibible, de lo que se goza en el consumo, sino de un sonido o, mejor
dicho, una voz que arrulla y duerme, o sobresalta y estimula. Quien quiera entender el proteico mundo de las mal
llamadas adicciones, tiene que volver a estudiar canciones de cuna en un mundo en el que ya no es posible la
experiencia de leer una novela de amor de 500 páginas, porque tampoco existen ya historias de amor de 500
páginas [y sigue].

Entro al bar de la esquina. Sebrelli está en su mesa. Verlo me dan ganas de pensar en él, pero me interrumpe la
música que suena: "Pronta entrega" de Virus. Amo esta canción y muchas veces que amé pensé en esta canción,
pero nunca me había dado cuenta de que es una canción profundamente triste. La letra empieza "Recordando tu
expresión, vuelvo a desear". Es la primera vez que noto que no describe el encuentro de dos cuerpos, sino al
amante solitario, cuyo deseo nace del recuerdo. Qué cruel. El deseo no nace de la visión, sino de la memoria, de la
pérdida. Son dos modos incompatibles: el deseo-percepción-presencia; el deseo-recuerdo-ausencia. El deseo
melancólico del amante solitario, en la canción, habla del cuerpo que busca, distante, lejano y, por eso sufre.
Mientras pienso, lo miro a Sebrelli tomar su café. Maxi me trae un café a mi también. Lo pedí por falta de
imaginación. Para ocupar esta media hora. Qué dolor me produce esta canción. "Me puedo estimular, con música y
alcohol". El amante idiotiza su deseo, lo narcotiza, porque le resulta insoportable, "pero me excito más, cuando es
con vos". A esta parte ya le había prestado atención: me impresiona la confianza en Eros que, incluso herido,
derrotado por la ausencia, es más fuerte que el autoerotismo, que la satisfacción replegada sobre sí misma. "Siento
todo irreal". Ahora sí vuelvo a encontrar un nuevo sentido: la fantasía sale victoriosa, porque sólo podemos desear
con esa falta que, aunque nos lastima, hace que lo real no sea lo que vemos sino lo que más extrañamos (que
produce extrañamiento); lo irreal no es no-real, sino lo real en sentido pleno, plenitud vacía. Por último, el título
"Pronta entrega" que, en la letra, reclama "por favor", suplicante, ¿se puede recuperar lo perdido? El deseo dice
que sí, pero el sujeto no lo cree. A veces con el deseo no se hace nada. Es una canción tristísima. Pago el café,
paso junto a Sebrelli, pienso que es horrible la expresión "Un gusto verte" y vuelvo a trabajar

Otra formar de entender la idea lacaniana de que "La mujer no existe" podría ser afirmar que el varón no puede
identificarse con una mujer. Sí puede identificarse con la niña díscola que lo enamora, con la víctima que lo hace
sentir culpable, con la madre tierna que lo protege (o la madre cruel que lo reta), con la compañera valiente y
arriesgada que le recuerda su cobardía, etc. Incluso el varón puede asumir una posición femenina, o ser mujer
(trans), pero no identificarse con una mujer. Así, la mujer permanece no como un Otro absoluto, sino como la
diferencia no subsumible a lo fálico. Por eso la pregunta masculina por excelencia es "¿Qué quiere una mujer?",
simple de responder para cualquiera que no sea varón. La mujer, en cambio, puede identificarse con el varón,
como lo muestra la identificación viril de la histeria. La diferencia sexual no es entre órganos genitales, sino entre
usos discrecionales (y sexuados) de la identificación
La pirotecnia mata, pero la endogamia mucho más. Las fiestas son una ocasión privilegiada para que una familia se
burle o le saque el cuero a quienes no pertenecen a ese núcleo sagrado. Amigo, es de boludo que hagas causa
común con otro para reírte del nuevo novio de tu hermana que, como un santo, está ahí fumándoselos a ustedes.
Amiga, no te empieces a quejar con tu papá como si tuvieras cinco años (salvo que tengas cinco años) y mejor
pensá cuándo vas a dejar de hacerte la inteligente en una fiesta de retrasados. No es necesario abolir la propiedad
privada en una reunión familiar; si te pinta la ironía, metete en FB o Instagram, que para eso están. La pirotecnia es
peligrosa, pero la endogamia mata todo el año.

No me gustan los diarios ni las cartas de escritores, aunque la correspondencia de Francis Scott con su esposa
Zelda Fitzgerald es magnética. Quizá porque es el intercambio de una pareja, la intimidad abierta de dos personas
que se reclaman sin especulación ni recelo. Todas las novelas de F. son incluso una conversación con su mujer,
desde "A este lado del paraíso" que incluye párrafos de un diario de Zelda hasta la descripción de la estación en
Gatsby que también es suya; pero la más impactante participación es en "Suave en la noche", donde la locura de
Zelda, por ese entonces internada en un psiquiátrico, es la fibra sensible de la historia. Francis no amaba a su
esposa, incluso los biógrafos de Zelda dicen que él era un marido insoportable, celoso y posesivo, que buscaba en
ella su propia falta de talento. Francis sí amo a alguien, a Hemingway y, entonces, fue Zelda quien se puso celosa y
se lo dijo. Ese día se pelearon y casi destruyeron el hotel en que vivían. Las cartas entre Francis a Zelda siempre
me conmueven. Ella le dice: "Scott Fitzgerald soy yo". Él murió en 1940 alcohólico tratando de escribir guiones que
nadie quiso en Hollywood. Hasta 1948, internada, Zelda le siguió escribiendo. Murió cuando se incendió el
psiquiátrico. Pienso que, mientras le escribiese, hubiera podido vivir eternamente. Hermosos, malditos, hay parejas
que no admiten clasificación.
Un conflicto femenino típico es la división entre el deseo y el ideal. Es una idea freudiana, que el ideal reprime y,
así, surge la división entre el hombre y el "candidato". Un buen "candidato", sin duda, cumple con el ideal, pero no
erotiza. Sostiene el narcisismo, pero no hace pareja. Por lo general, todos los rasgos del candidato no dicen nada
de su condición como compañero. En el varón hay un conflicto semejante, entre la mujer para casarse y aquella
para el deseo. No es un conflicto neurótico, sino el conflicto fundante del sujeto: deseo o narcisismo. La neurosis ya
es un conflicto con el deseo. Hoy en día, poco frecuente. Por lo general, por efecto de la angustia de castración, los
varones sacrificaban el deseo más fácilmente. En estos días, son las mujeres. La mujer narcisista de nuestro
tiempo vive el guión de película XXX en que la esposa de un empresario termina acostándose con el jardinero o, al
menos, lo fantasea. Ese escenario es una posición masculina en una mujer. Como dice la canción de Sabina:
"suspira y fantasea con que la piropea un albañil". La histérica reprimía el deseo, la narcisista lo rechaza.

Joaquín le pidió su regalo a Papá Noel: un flor. Su razón es emotiva y no la voy a contar. Sí cuento algo de su
relación con los "bienes". El otro día íbamos por la calle y quería que le compre algo. Apelé al típico "No me
alcanza la plata", porque él no entiende que puedo no tener plata. Sí que tengo poca, porque -como me dijo hace
un tiempo- "el abuelo es más grande, por eso tiene más plata que vos". Entonces, sí entiende que yo no puedo
tantas cosas. No acepta mi impotencia, sino la potencia relativa de mi posición burguesa. Me sirve para calmar sus
ansias, a veces. Luego de que le dijera que no puedo, al pasar frente a un cajero me dijo: "Acá podés comprar más
plata y te alcanza". Le expliqué que la plata no se compra, que se gana con esfuerzo, a cambio de la fuerza de
trabajo (bajo el concepto de salario, del que se desprende el robo de la plusvalía). Básicamente, hablamos de la
explotación del hombre por el hombre y le gustó -con espíritu hobbesiano- que el ser racional pueda ser comparado
con un lobo feroz. ¿De qué otra cosa habla Caperucita sino de la opresión de clase trabajadora y la revolución?
Todo muy lindo, pero Joaquín no aceptó que el dinero no se pueda comprar; y su incredulidad me hizo recordar el
dicho "la plata trabaja sola". Somos dos generaciones diferentes: el capitalismo de producción vs. el capitalismo de
la especulación financiera. A mi hijo le gusta la timba, hacer trampa con las cartas, toma 1 y dame 2. Ahora
entiendo mucho mejor algunos de sus juegos, mi pequeño economista es especialista en bonos. Me hace pensar
en ese momento en que los niños empiezan a jugar a la plata, sin la idea de trabajo. No es Edipo, diría Deleuze, es
Wall Street.

Ya no) me sorprende que, cada vez más, mujeres sostengan una relación a expensas del deseo. No es que
prescindan de un deseo propio, que no existe, sino de un deseo en la pareja. Eso no quiere decir que esos lazos no
impliquen el amor; a veces son relaciones en las que se ama muchísimo, pero sin erotismo propiamente dicho. La
histeria, una especie de otro tiempo, no se bancaba algo así, al punto de que cuando el deseo faltaba, lo suponía
(por ejemplo, con los celos); hasta el amor podía sacrificar la histeria, pero no el deseo. Si no hay deseo, que no
haya nada, mientras que muchas mujeres de nuestro tiempo ya no se interesan por eso. La histérica, incluso, hasta
podía despreciar a quien la amase, pero no diera cuenta de un deseo: lo demuestra el horror que siente ante la
predisposición del amado, de la que prefiere desconfiar si acaso es verdad, como una forma de mantener un
enigma. La mujer narcisista de nuestro tiempo se incomoda con el enigma del deseo, prefiere el amor cautivo, la
comodidad de no sufrir por amor. Es tiempo de hacer un elogio de la histeria.

El lenguaje nunca es ingenuo. Cuando afirmamos algo, también decimos lo contrario. Predicar no es una tarea
descriptiva, sino esencialmente valorativa. Si digo "El hombre es mortal", no defino un hecho, sino que sitúo la
muerte como un deber para el hombre y, por lo tanto, también digo que sólo el hombre puede rechazar hacerse
cargo de su finitud y, por ejemplo, fantasear con la inmortalidad. Así, también digo que el hombre puede negar no
sólo un predicado, sino lo más propio de su ser y, entonces, volverse inhumano (ya no como no-humano, sino al
descubrir en sí mismo el límite de la humanidad). En conclusión, al afirmar una propiedad de un sujeto, quedan
supuestas la negación de esa propiedad, pero también el sujeto como identidad simple, que permite recuperar ese
rasgo como intrínseco y ya no como algo exterior. En la dialéctica siempre se sale por adentro, como en el
psicoanálisis

Hay una escena que escuché en diversas parejas: en medio de la noche, ella se despierta por el avance sexual de
su compañero, quien, al día siguiente, nada recuerda. "¿Cómo me agarraste anoche?", dice ella ante un mirada
extrañada; "¿Quién, yo?", porque, en efecto, la pregunta es respecto de cuál es el sujeto de ese acto. Incluso
algunas mujeres cuentan que si los rechazan en ese momento, no pasa nada, siguen durmiendo; y ellos cuentan
que de lo único que pueden dar fe es del relato de su compañera, porque ni siquiera recuerdan haber tenido un
sueño erótico. Es como si irrumpiera un deseo puro, cuyo sujeto aparece después (como suele ocurrir con el
sujeto) en el extrañamiento, quizá también en la culpa. "¿Seré un abusador y no lo sé?" se preguntaba un hombre
una vez. No recuerdo haber escuchado nunca una mujer en la que la sexualidad irrumpiera de esa forma nocturna.
Creo que esta situación que, como dije, me comentaron miles de veces y, tal vez, sea parte del análisis de todo
varón, muestra cómo el deseo para éste es una fuerza que lo precede y lo pasiviza, es decir, varón es quien
padece el deseo masculine

Mi amiga L. siempre fue muy vergonzosa con los hombres. Por eso se esconde en Tinder, aunque sin mucha
suerte. Hace poco hablamos y se reprochaba su vergüenza otra vez. Le dije que peor es no tenerla, que incluso
puede ser una pasión muy seductora. En la semana me contó que se anotó en curso, dispuesta a conocer a
alguien poniendo el cuerpo. Es un seminario sobre Mao y la revolución cultural. Hoy me escribe para contarme
que son todas mujeres y un tipo que no se sabe qué es. Pobre chinita, otra vez caerá en la red del Imperio.
2.

Mi amiga M. lee a Judith Butler y me pide que le recomiende un libro sobre psicoanálisis y género. Le
sugiero La diferencia sexual. Fue a la librería y lo pidió como “La pequeña diferencia”. Me lo cuenta riéndose.
Le digo que son unos pocos centímetros, pero diferencia al fin, ¿no? Me animo a contarle un secreto: tengo un
diente de más. Donde la gente “normal” tiene la serie paleta-diente-colmillo, yo tengo paleta-diente-diente-
colmillo. Mi dentista dice que soy un caso famoso en congresos. Una especie de mutación. M. se ríe y dice: “Te
sobra un diente”. Me quedo pensativo y respondo: “Tengo un diente de más, no me sobra un diente”. M. agrega:
“Es cierto, y que yo no tenga, no quiere decir que me falte”. ¿Puede haber mejor definición de la envidia del
pene que creer que no tener es que falte? ¿Puede haber mejor definición del “feminismo espontáneo de la
histeria” (como lo llamaba Dio Bleichmar) que creer que lo que está de más, sobra?

Converso con mi amiga L. acerca del perspectivismo en Nietzsche. Me da un ejemplo que no me convence,
pero que propone una imagen incuestionable: la voz de Dread Mar I es insoportable en sus baladas
de pathetic reggae, mientras que es terriblemente seductora cuando canta de invitado con Dancing Mood. “La
única voz propia es la extranjera”, concluye.

4.

Converso con mi amiga D. respecto de algo que conversamos de ayer. Ella dice que los hombres nunca tienen
paciencia, no sólo en los reclamos sexuales. Le pregunto por qué dice eso. Le pregunto también por qué piensa
que los hombres hacen de lo sexual un termómetro de la relación (en el sentido de que una pareja que coge
parece que está bien). Le digo que hay una respuesta en Freud para eso. D. se pone impaciente. Me dice que no
sólo los hombres hacen eso, y me cuenta la situación de una pareja en la que la chica le recrimina al chico que
tengan poco sexo y que, encima, él mire pornografía. Es una idea interesante: supone creer que el placer de
coger puede sustituir al goce autoerótico de mirar. Es una fantasía histérica. Se suma el hecho de que muchas
parejas se separan en el summum de la relación sexual. El sexo es lo que menos une a dos personas. La pregunta
que se vuelve importante, entonces, es por qué muchas personas dicen que se quedan en una relación por el
sexo. Mi amiga dice que se trata de cuestiones “culturales”. Yo le digo que más que algo cultural, es estructural
a la diferencia de los sexos. Nadie puede gozar sin suponerle un goce a otro. Y la deserotización hace pensar en
la infidelidad o en alguna otra forma de frustración. No importa que el otro no quiera coger, sino que es vivido
como algo que el otro no da. Eso engancha mucho y erotiza el reclamo mismo. Mi amiga insiste en que hay
“algo preestablecido” acerca de cómo debe funcionar una pareja. “Una vez por semana, al menos, hay que
coger”. Le propongo que eso que llama “cultura” lo piense en términos pulsionales. Es por alguna satisfacción
pulsional (en una fantasía u otra) que alguna gente cree que “tiene que” coger una vez por semana. Lo
normativo siempre tiene un fundamento erótico. Ella me pregunta si hay algo que no lo tenga. Tiene razón, por
eso el culturalismo (y las ideas de socialización, educación, etc.) no me convence, lleva al relativismo, mientras
que como analista prefiero el “pulsionalismo”, que lleva a unas pocas fantasías. Todo lo cultural se sostiene en
algunas fantasías inconscientes. Y las fantasías no son simbólicas, sino piezas de lo real, respuestas fijas a la
roca dura de la castración.

Puede haber algo más atractivo que una mujer con sentido del humor? Mi amiga V. me cuenta que salió con el
muchacho que le gusta y, al despedirse, él le dijo: “Te dejo en la B”. Se refería a la línea de subte, pero como
ella es muy inteligente, bromeó: “Siempre me dejás en la B”. A partir de ese equívoco, empezó entre ellos un
idioma común para gastarse como equipos en busca del ascenso. Qué suerte que V. no se identificó a la más
básica de las fantasías histéricas: declararse seducida y abandonada. No creo que su saber-hacer con el humor se
deba a que trabaja de analista, quizá sí a que hizo su análisis para encontrar una posición femenina.
6.

Mi amiga S. me recuerda que la semana pasada dije que “marido ideal” es el que escucha. Y me confronta con
que ayer haya planteado que a un tipo, cuando habla, se le para. Su pregunta es: entonces, ¿el buen marido es
impotente? Respondo, porque se trata de una cuestión muy importante: 1. Que un hombre escuche no excluye
que hable; por lo tanto, al “marido ideal” se le para; 2. Un “marido ideal”, como todo ideal, no es real; 3. No es
lo mismo un “marido ideal” que un “buen” marido; 4. Un “buen marido” siempre es impotente; por eso el mejor
marido para una mujer… es otra mujer; 5. La heterosexualidad es un invento de la medicina del siglo XIX; 6.
Sólo se puede ser heterosexual por fastidio u obstinación; 7. “Fastidio” y “obstinación” son dos palabras más
sencillas para hablar de deseo; 8. “Fastidio” y “obstinación” es equivalente a la distinción “masculino” y
“femenino”.

i amiga J. dijo algo que me dejó pensando: “Nosotras podemos hacernos las tontas y hacer que una pregunta no parezca
más que una pregunta, mientras que al varón se le nota el deseo más fácilmente, habla y ya se le ve la intención”. La
diferencia sexual no es anatómica, sino entre modos discrecionales de mostrar el deseo. Lo voy a escribir en mi diario
íntimo.
Hace un tiempo privilegio los encuentros breves, fugaces, que producen algo y se disuelven. Así fue que armamos
un pequeño grupo, interdisciplinario, para investigar el diagnóstico de autismo de acuerdo con perspectiva de
género. Partimos del dato que trajo una pediatra de que, según el consenso de varias estadísticas, la proporción es
10 niños por cada 1 niña. Trabajamos con diferentes casos y pudimos notar que: 1) el diagnóstico en varones suele
ser más temprano; [porque] 2) los síntomas están recortados a partir del crecimiento del niño varón; 3) los síntomas
en niñas quedan encubiertos porque son funcionales a un tipo de crianza que heteronormativa; 4) [por eso ] los
síntomas en niñas se empiezan a notar más tardíamente, cuando se combinan con otras afecciones y las
perspectivas de tratamiento son menores. Llegamos a un final, ahora cada uno puede seguir su camino.

Ante el peligro, los animales huyen o se defienden. Los seres humanos, miran. El goce de mirada es pasivizante:
no se puede dejar, por eso también es onanista. Se mira para envidiar, cuando se chusmea, en la indignación, en
todo lo que reduce la potencia. Se mira y no se toca. Donde hay mirada, no hay acto. Pero a veces es necesario
actuar.

En una pareja hay dos escenas típicas en torno a la infidelidad. Uno empieza a notar que el otro se comporta de
manera especialmente atenta, no es usual que esté de tan buen humor, menos el uso de la ternura fuera de
contexto (por ejemplo, en un ascensor ante la mirada de otros). Entonces ese uno pregunta: "¿Vos me estás
cagando, no?", en base a la lectura espontánea de esos indicadores de un enamoramiento artificial; y quizá sea
cierto, lo clásico es: la culpa se compensa con ese extremo cuidado y permite desplazar hacia la pareja el cariño
que se reprime con el amante, es decir, en el inconsciente la infidelidad no es sexual sino respecto de lo tierno. Por
eso muchas personas cuando son descubiertas en un acto infiel dicen "Esto no es lo que parece", como un modo
de decir "Es solo sexo, acá no hay intimidad". Sin embargo, hay otra circunstancia que interesa para pensar la
infidelidad: otro modo de tramitar la culpa ya no es con la compensación amorosa, sino a través de la indiferencia
que produce hostilidad en el otro; o bien un reforzamiento superyoico (como forma de disociación de la culpa) que
le marca al otro detalles, que hace que éste le diga "Estás insoportable" y, por esta vía, descarga de manera
indirecta su castigo sobre el culpable, lo que produce alivio y tranquilidad. Esta manera de "hacerse retar" es
menos corriente, pero no menos típica
Hay parejas que vienen con "fecha de vencimiento", son modos de lazo que, desde un principio, anticipan su final,
a menos que puedan reformularse. Un ejemplo: él se enamora de ella de una forma tierna y asume una actitud
protectora, la estimula e impulsa para que se desenvuelva de manera autónoma, pero el día en que ella alcanza
esa independencia es el primero en boicotearla, porque se siente atacado, en peligro, padece el miedo del
abandono que proyecta como una traición y ella no puede ya amar a un paranoico. Caso típico de varones con
mujeres (mucho) más jóvenes. Otro ejemplo: ella lo apuntala para que él progrese en su carrera y cuando accede a
un lugar destacado, él se olvida de ella y comienza a tener una amante, para sentirse realizado él necesita reprimir
la dependencia con su mujer, entonces la deja por la otra, pero al poco tiempo se da cuenta de que su decisión fue
estúpida y no hay retorno y se va por la canaleta del juego y de la droga. En ciertas parejas hay guiones típicos.
Como en el cine y la literatura. Porque en todos los casos se trata de fantasías. Los analistas hacemos eso:
analizar fantasías.

Muchas veces a los analistas nos toca escuchar a alguien que se queja de su pareja. Lo más tonto sería creer que
eso significa que no lo/la ama y, por lo tanto, sugerir una separación. Hay personas que sólo pueden amar
quejándose de su pareja con otros. De este modo disocian una agresión que si no iría a parar a la relación. Asi
quejarse puede ser una forma de cuidar al otro y si la queja es victimizada encubre el castigo de la culpa por la
agresión. Nunca importa lo que alguien dice, lo dicho, sino el valor psíquico, la carga, la intensidad. Esa
enunciación se interpreta y, a veces, puede ser contraria a lo enunciado. De esta forma el analista puede ser el
depósito de la hostilidad hacia una pareja, reservorio que permite que esa pareja conviva sin mayores sobresaltos.
Lo importante es no olvidarse de pensar el destino del odio en una relación. Nadie ama sin odiar al otro.

La pareja es conflicto. Sólo a través de las peleas que toca atravesar, una relación se consolida. Hay dos tipos de
conflictos: los que se repiten y los que se transforman. La salud es que un conflicto se transforme en otro. Cuando
pasan los años y una pareja se pelea por lo mismo, casi con la sensación de actuar un guión, se trata de una
fantasía. La inercia es el rasgo propio de lo psíquico y en la fantasía de pareja se establece una soldadura. Por
ejemplo, una pareja típica: ella lo admira, como una forma de recuperar la imagen de padre ideal, que la protege de
la culpa hacia la madre, mientras que él es un narcisista que la maltrata, pero que al mismo tiempo la necesita para
sostener su autoestima, porque fuera de la relación es un sometido; entonces un día se separan por un tiempo y,
después de varias relaciones frustradas en las que siguen pensando cada uno en el otro, vuelven a verse y ella
puede encarnar el lugar de la madre castradora, que excita el deseo de él que, a partir de entonces, desviará su
agresión hacia afuera, modificando su masoquismo social. Es un clásico. Muchos argumentos de Hollywood
funcionaron así, porque así es la vida tambien. Por eso la agresión (que no es la violencia) es parte de los
conflictos que tiene que atravesar una pareja y, muchas veces, el tiempo que dos personas pasan separados es
una instancia de elaboración

Me gusta la expresión "Cada pareja es un mundo". Muestra lo impenetrable de la intimidad. Todos conocemos
relaciones que, por ejemplo, socialmente funcionan de un modo y, luego, son diferentes puertas adentro. Todos las
conocemos, porque todas son así. Para hacer pasaje a lo público, una pareja tiene que reprimir su intimidad. Las
parejas más armónicas en sociedad suelen ser más disfuncionales a solas. Por ejemplo, aquellas de las que
después se dice: "¿Cómo se separaron, si eran una pareja tan linda?". Por otro lado, "disfuncional" no es algo
patológico, sino que remite al pacto inconsciente que puede unir a dos personas. En realidad, todo lo que une a dos
personas es patológico. En varones y mujeres hay dos movimientos que se imponen a la hora de armar lazo: para
ellos, erotizar el compromiso; para ellas, no deserotizarse después de comprometerse. Ambos movimientos tiene
su reflejo en conductas sociales, pero su raíz es edípica (es decir, social también) en función de la resignificación
del incesto a partir de la pareja: para el varón, el vínculo exclusivo con una mujer reedita la captura materna; para la
mujer, el placer en la pareja confronta culposamente con la envidia de la madre. Por eso, para entender cómo
alguien arma lazos de pareja, hay que analizar lo materno.

En el ascensor del consultorio me encuentro con una vecina con la que a veces charlo. No hablamos del clima. Me
dice que "los K" quieren impedir la reforma previsional para "tapar el pacto con Irán" (sic). Hoy en día no hay
política, el debate de ideas es cosa del pasado. Hoy en día gana una elección quien mejor sabe manipular las
ansiedades paranoides del electorado. Es la lógica de la fantasía. Por eso no tiene sentido pelearse ni bardear al
otro. Bajale la paranoia. No tiene sentido explicar que ayer estaba la izquierda, que la reforma la objetan políticos y
organizaciones que no tienen nada que ver con el kirchnerismo. Ya no sirve argumentar, mejor desear un buen día
y reconstruir el lazo roto. "Si necesitás algo, llamame, contá conmigo". Que vuelva a haber confianza y solidaridad.
Cuando se deja de "paniquear" -como decía Spinetta- las hilachas se ven solas.
Una de las ideas más difíciles de entender en un análisis es la del pago. El honorario no representa lo que cobra el
analista. Si así fuese, hay dos opciones: la más sensata es inhibirse y no poder cobrar (le pasa a muchos) porque
la otra es enloquecer y creer que lo que uno hace es muy valioso. El pago, en cambio, es una condición del
análisis. Se paga para poder hablar; al principio, como si fuera un costo económico, pero luego el pago ya no tiene
precio y se multiplica: se paga al decir "gracias", al esperar antes de la sesión, al cambiar un horario para ir al
análisis un día en que hay que recorrer toda la ciudad, etc. Se empieza a pagar más allá del honorario y se paga de
más, porque de qué otro modo podría quejarse alguien si no paga. Sólo quien espera puede quejarse de esperar.
Así el pago es la posibilidad del análisis de la transferencia. Es lo que saben quienes se dedican al mercado: si una
actividad es gratis, no va nadie; si tiene un arancel, se llena. Los neuróticos sólo cuidan aquello por lo que pagan,
por eso no cuidan a quienes los quieren. Porque el amor es gratuito y es el más habitual de los duelos: esa persona
que siempre estuvo, sólo es valorizada cuando ya no está. Este es el valor de la pérdida, que explica que sea
necesario el pago para que entre en la relación con el analista la forma sacrificial en que el neurótico se relaciona
con la deuda. Paga de más, pero ama poco y, menos que menos, soporta recibir amor. En un análisis, se empieza
por el costo, se pasa al pago y luego, finalmente, se accede al don.

Mientras voy a tomar finales, veo una escena extraordinaria, de otro mundo, del pasado, un niño en un balcón, en
el primer piso de un edificio, habla a los gritos con voz impostada, pregunta y responde, con un muñeco en cada
mano, a su alrededor no hay veredas, ni personas apuradas, el motor de los autos está en otro lado. Hace rato que
no veía, en la calle, jugar a un niño solo, pero con toda la realidad de su lado. En realidad no estaba en la calle,
sino en ese espacio de transición de la casa que es el balcón. Cuando veo jugar a un niño de ese modo, siento que
floto en el aire. Es la salud que, en el consultorio, permite concluir un tratamiento. Es la capacidad de estar solo que
veo a veces también en mi hijo. Sin embargo, la mayor parte de las veces, veo en los niños, aburrimiento, tristeza y
soledad.

te a un conflicto ético, la represión no es la única opción. También es posible hacer una regresión narcisista. La
más común: la regresión sádico-anal. Es la de aquellos varones que, después de una decepción amorosa, se
convierten en seductores que tratan a las mujeres como la mierda. También la de quien piensa: “Si no lo hago
yo, lo hace otro” y si, por ejemplo, se encuentra una billetera en la calle, se queda con el dinero. Esta regresión
narcisista le permite robar sin sentirse un ladrón, porque el ladrón sería el otro. Es una forma sádica de
confrontar con ley, pero también un pedido de castigo.

Quedarse con algo que es de otro, suele llevar a alguna tragedia. Entre las generaciones produce consecuencias:
la muerte de los jóvenes. Nuestra época es cada vez más arcaica y regresiva. Nunca hubo otros primitivos, salvo
nosotros.

2.

El modo en que el neurótico se defiende de la contingencia (“Lo que pudo haber no sido”) es a través de pensar
lo posible (“Que podría haber sido de otro modo”).

3.

Los neuróticos reprimen. Esto quiere decir que se dan cuenta de lo que desean cuando ya no pueden realizar ese
deseo. Este efecto diferido se llama “culpa”.

Que los neuróticos reprimen quiere decir que sienten culpa, no de lo que hicieron, sino de lo que podrían haber
hecho y no hicieron. Por eso Lacan decía que sólo se puede ser culpable de ceder en el deseo. Esa frase es una
traducción de lo que Freud llamaba “represión”.
Si no hubiera hecho tal cosa”, “Si hubiera actuado de otro modo”, “Por qué no fue diferente”, son preguntas
habituales que demuestran nuestra alienación a elecciones forzadas. El cine juega con este esquema
desde Manhattan, de Woody Allen, hasta La la land. Es quizá lo que explica el efecto conmovedor y eterno
de Casablanca. Es el mismo efecto que sentí ayer cuando en chiste le conté a una amiga que es el aniversario
de El amor después del amor y ella, también en chiste, mencionó la canción “Brillante sobre el mic”. Entonces
me quedé pensando el resto del día en el final de la letra: “La noche que dejaste de actuar / solo para darme
amor”. Me gusta pensar en la equivocidad que podría tener la palabra “solo” en la frase; pero ahora me interesa
más la elección forzada: “La bolsa o la vida”, “El amor o el acto”.

¿Qué sería un amor que no sea un acto? ¿Qué acto no es amoroso? Igual la canción habla de otra cosa, cada uno
sabe de qué. Lo importante es “otra cosa”. La elección forzada suele reconocerse a través de la culpa
retroactiva. Por eso Lacan decía que sólo se puede ser culpable de ceder en el deseo, porque la culpa es
alienante y hace pensar en mundos posibles. Así el sujeto se indetermina en posibilidades abstractas. Restituir el
deseo en un análisis no es ubicar un amo deseante, un agente que encima tenga que hacerse responsable de lo
que (no) pasó, sino situar el punto en que la contingencia se hizo necesaria (y viceversa): el carácter no
determinado de la elección. Forzada, pero no determinada. En esa recuperación no culpable de una posición en
el deseo consiste la separación.

5.

La “renegación” es no querer escuchar nada diferente de lo que uno piensa. Sólo prestar atención a lo que
confirma lo que sabemos. Es la posición infantil por excelencia; según Freud, es la actitud del varoncito que
desmiente la diferencia sexuada. Desmentir la diferencia, creer que hay sólo un sexo, y que el otro está castrado,
es la fuente del terrorismo fálico. Se puede tener una postura fálica incluso con ideas progres. Es parte del
falicismo (y del facilismo) creer que hay obviedades, evidencias, que “los hechos hablan por sí mismos” (como
decía Stalin). El fa(li)cismo no es sostener tal idea u otra, sino la apelación a los hechos. La diferencia sexual no
es anatómica, sino entre “varoncitos renegadores” (con o sin pito) y los que pueden destituirse del uso defensivo
del saber.

l sujeto es un efecto. El individuo cree que se emociona, pero su afecto es un efecto. Ejemplo: “X corre para no
llegar tarde a un lugar, y llega tarde. Del otro lado de la puerta ve una sombra y no se anima a golpear”. De
regreso a casa piensa en cómo nuestra manera de vivir el amor depende de que existan las puertas. Y los
balcones y las ventanas. Desde Romeo y Julieta, o después del poema de García Lorca que dice “Deja el balcón
abierto” y que Joe Strummer incluyó en una canción de The clash con este verso: “Oh, please, leave the ventana
open”. Como la canción de Jovanotti, “Serenata rap”, que canta en el estribillo: “Affacciati alla finestra amore
mio” y luego dice “amor ch’ a nullo amato amar perdona” (que es el verso 103 del canto V de la Divina
Comedia) y que muestra que el amor es una pasión forzada. “Uno” quiere amar, X quisiera creer que el amor es
algo personal y propio, pero el amor se impone como una estructura; y sólo por haber corrido para no llegar
tarde, X se enamora, como Woody Allen en la última escena de Manhattan, cuando llega y ve a Mariel
Hemingway, del otro lado de la puerta, lista para irse. Todas la puertas, ventanas y balcones, en la literatura, la
música y el arte para reproducir la forma de ese avatar fisiológico que, una vez, alguien llamó “amor”. Hace no
mucho. Canciones que dicen: “Flores en tu ventana”, “Acércate a la reja”, o la de Richard Hawley que dice:
“Oh, open up your door/ Cos we’ve time to give”. El amor es un efecto de la arquitectura moderna. No
amaríamos si no existiera esa topología mínima del espacio cerrado en el que entrar. Adentro/afuera: dame “la
llave de tu corazón”, estás “en mi mente”, etc. ¡Ni siquiera hablaríamos del coito como una “penetración”! Todo
Occidente amó con esta distribución espacial de lo interno y lo exterior, hasta que Fito Páez cantó “El amor
después / del amor, tal vez / se parezca a este rayo del sol”.

7.

En su artículo sobre las teorías sexuales infantiles (1908), Freud dice que lo primero que llamaría la atención de
unos extraterrestres es el modo en que los humanos separamos formas de vida en función de la diferencia
sexual. Al igual que un ser de otro planeta, el niño no se interesa por esta cuestión sino por el origen de los
niños. “¿De dónde vienen los hijos?” es la pregunta que despierta la curiosidad infantil (Freud dice “esfuerzo de
saber”) cuyo primer correlato es la incredulidad en la palabra del adulto. Dicho de otra forma, a partir de la
herida narcisista que implica esta inquietud, algo en el lazo entre el niño y el adulto se rompe. El niño ama al
adulto, pero no le cree. Freud llama a esto “complejo nuclear de la neurosis”. Que el neurótico no cree en la
palabra de quien ama lo demuestran los celos histéricos y la duda del obsesivo. Toda la clínica de la neurosis se
ordena a partir de esta división entre creencia y amor: “¿Me querés?”, “¿Estás seguro/a?”. En el niño se verifica
a nivel de la pregunta por el “por qué” de las cosas, en las que no se busca un saber sino interrogar el estatuto de
la palabra de quien se espera… una decepción. Este es el fundamento de la noción de demanda en Lacan, pero
más importante es que la incredulidad respecto de la palabra se desplaza a la primera teoría sexual infantil: que
no es la creencia de que todos los seres tienen pito, sino que aquellos que no tienen… ya les crecerá, porque les
falta. Es la asignación universal de la falta, basada en la renegación, el primer saber inconsciente en la infancia
(y en la neurosis: la interpretación fálica del deseo).

8.

Toda elección implica condiciones, es en cierta medida una “elección forzada”. El neurótico suele quejarse de
eso, del modo en que la elección se le impuso; el idiota suele decir que él no eligió ni quiere elegir. En este
punto, el neurótico es un ser ético y el idiota es un idiota. A un obsesivo le pasó una vez que, después de un
fallido, con el que terminó seduciendo a una mujer (¡así de peligroso y romántico es el inconsciente!) se
encontró con la pregunta de si ahora no tenía que separarse. La duda es la forma en que el obsesivo interpreta
una elección de manera forzada: una oposición excluyente. La vía del análisis no espera el heroísmo ni el acto
resuelto por el que se toma partido por uno de los dos términos, sino que interroga la división. Si hay separación
en un análisis, es de la elección que se impone, del modo neurótico de pensar una elección y, en el caso del
obsesivo, hacerla imposible. Es lo que le pasó a otro varón que, ¡con otro fallido!, equivoca el nombre de su
mujer y dice el de otra. En el análisis se da cuenta de que este nombre es anagrama del primero y, por lo tanto,
en lugar de pensar que “quizá” (esa forma de indeterminarse) desea a otra mujer, pueda amar a la suya como
otra, de otra manera. El análisis no apunta a la determinación del sujeto, sino que va de la indeterminación a lo
no determinado.

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Hacer-algo-para es una estructura que sirve-para evitar un conflicto. El refugio en la utilidad, como una forma de
evitar la pérdida, sacarle a todo algún provecho, es la moral contemporánea que aniquiló a las neurosis, con sus
propias armas, la del obsesivo: la degradación del deseo a la demanda, no para que el deseo reprimido retorne,
con la fuerza del síntoma, sino para que sea deseo de demanda. Ya no hay neuróticos, sólo hay cálculos de
conveniencia.

La proximidad de las fiestas, más allá de las creencias, es ocasión de recuperar la paz. Esta mañana me desperté
con el recuerdo de ese pasaje del Evangelio de Mateo, en que Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debe
perdonar a su hermano y éste responde: "No apenas siete, sino hasta setenta veces siete". Hay una hermosa
película del cine nacional con este título. En la Biblia el perdón de los hermanos ocupa un lugar central, es un
mensaje de todos los evangelios: quien no perdona a sus hermanos no puede estar en paz. No se puede amar sin
perdón y la escritura es clara al respecto: no alcanza con hacer "cosas buenas", sino que hay que perdonar, esa
destitución tan fuerte del orgullo. Y Mateo dice que si alguien te ofende, vayas y te sientes a solas y hables. Que no
te victimices, que no lo salgas a contar, que no seas chusma. Porque el perdón implica renunciar al goce del
resentimiento, abstenerse de hacer valer el habitual "porque vos me hiciste". Así Jesús cuenta la parábola del
deudor que es perdonado, pero le cuenta las costillas a quien le debe. El mensaje es claro: nadie puede juzgar al
otro por sus faltas. Me recuerda el comienzo de El gran Gatsby: cuando quieras criticar a alguien, acordate que no
todos tuvieron tus oportunidades, me decía mi papá. Por eso es tan hermoso el Padrenuestro cuando dice
"perdona nuestras ofensas [deudas/pecados] como nosotros perdonamos". Porque al perdonar nos perdonamos
también.

A veces pensamos que el obsesivo posterga para no decidir, pero esto no es cierto. El obsesivo decide al postergar
y así, por ejemplo, decide que la decisión reciba una condición exterior, por ejemplo, que se tome en el último
momento (el célebre "llegar cagando"). El supuesto de esta posición neurótica es que podría haber una decisión
que no tenga esa condición exterior, es decir, que podría haber una decisión incondicionada ("lo que realmente
quiero"). Lo maravilloso es que el neurótico no se indetermina con una creencia falsa, sino que no cree en la
decisión tal como se toma, siempre con cierta prisa y algo de disconformidad. Por eso no es cierto que el obsesivo
posterga para no decidir, sino que decide postergando y, por ejemplo, no cuenta lo que ya sabe que eligió, hasta
que alguna circunstancia le permite justificarse y decir: "Sabés que pensaba en estos días...". Por eso hace muy
mal el analista que cree que el obsesivo no toma decisiones, porque se pierde ubicar esos detalles precisos, esos
momentos preciosos en que todo sutilmente se decide. Así el analista puede ser una resistencia, porque cree en
una teoría neurótica (obsesiva) de la decisión: que podría haber una decisión auténtica.

Hay una forma, claramente posmoderna, de resolver la angustia de castración, que implica, ante la pérdida, decir
cosas como "Bueno, algún día se iba a terminar", "Eso ya estaba perdido de antemano", etc. Son formas habituales
de la obsesión, con las cuales el neurótico rechaza el síntoma y, por lo tanto, adopta (se adapta) a una posición
conformista. En lugar de atravesar la pérdida y perder la pérdida, que es el movimiento del análisis, prefiere el
consuelo de la resignación. ¡Qué problema cuando es el analista quien usa ese espíritu posmo para intervenir y
dice cosas como que "Todo no se puede", "Siempre algo se pierde" u otras fórmulas de manual, todas igualmente
insoportables, igualmente leves. Ante la angustia de la pérdida, el análisis revela un resultado paradójico, su
carácter constitutivo, como dice la canción de Rosario Bléfari: "Lo que se pierde en una tarde, lo que se gana de
una vez". Menos tango y más canciones, por favor.

¿Cómo estás? Todo bien. Nuestra época no soporta la inquietud. La mayoría de nuestros síntomas de ansiedad
surgen de no soportar ese estado paradójico, porque es de transición y espera, en que consiste la inquietud. Nos
ponemos ansiosos cuando queremos estar bien, conseguir ese estado ilusorio en que ninguna tensión nos
reclame, la inquietud, que no es la angustia. Porque ésta nace de tener que tomar decisiones, mientras que la
inquietud es la vida que fluye, el malestar de fondo al que prestamos más o menos atención. Y cuando no
soportamos la inquietud, le prestamos más atención, y nos ponemos ansiosos

El dolor or es inconmensurable. Por eso la expectiva de ser reconocido como doliente es abusiva. Como dice la
canción del Indio, nadie puede decir "Me voy a comer tu dolor". El dolor es singular. La pretensión de que lo
singular sea reconocido como excepcional es una forma de sadismo. Es el procedimiento de la victimización. La
víctimas no se victimizan. Quienes se victimizan son personas no sólo agresivas sino profundamente egoístas. La
victimización, como procedimiento sádico de reconocimiento individual, atenta principalmente contra las metas
colectivas y la solidaridad

Muchas parejas hoy tienen un hijo y, después, cuando piensan en tener otro, se detienen. O bien lo tienen y se
separan. Aquí parece estar uno de los conflictos más complejos de resolver en las parejas. El pasaje del 1 al 2 no
es aditivo, una mera suma, sino que implica elegir como compañer@ a quien ya sintomatizó la maternidad o la
paternidad (es decir, quien hizo una regresión e incorporó a su persona aspectos infantiles que antes podía
reprimir) y, además, a alguien a quien ya no se ama de manera incondicional (porque de ese amor es depositario el
primogénito). Se añade otro factor: el pasaje del 3 al 4 no es lineal, porque supone antes el 5 (porque se agrega a
la familia una niñera, familiar o amigo que pasará a ser casi un integrante más). Los diversos modos en que parejas
sintomatizan este movimiento, que en otra época estaba facilitado, muestra la inmadurez de muchas personas
llamadas adultas y que la familia no es una institución que necesite ser criticada porque, hoy, sólo permanecen sus
escombros.
El neurótico sufre lo posible, lo que podría ser, lo que no pudo ser pero podría haber sido, etc. El neurótico se
aferra a lo potencial, conserva posibilidades, huye de lo determinado. El neurótico inviste lo determinado con lo
posible, sostiene lo determinado con la posibilidad de que sea de otro modo. El neurótico toma una decisión y se
guarda una opción, una carta bajo la manga, una puerta de salida. Por eso la fobia no es una neurosis, sino la
posibilidad de la neurosis. Y para responder a esta fobia constitutiva de la neurosis es que el mercado inventó la
posibilidad de pagar por garantías extendidas en electrodomésticos.

Es una situación habitual: alguien compra algo, cualquier cosa, incluso un objeto nimio (como si existiesen, un
pantalón, un vestido, unas zapatillas, no es raro que, por lo general, se trate de aquello que hace la imagen propia)
y luego, al llegar a casa, no le gusta. La otra cara de esta situación es la de quien compra algo, también un objeto
de serie, un libro, un regalo de cumpleaños y, sin embargo, no lo puede entregar, lo conserva. Entre una situación y
otra, hay una tercera: quien compra para sí algo que no le gusta, pero no puede desprenderse de lo que compró
para otro, si tiene que entregarlo de todas formas, justifica esta decisión o bien, si es el caso de un libro, lo lee
antes de darlo (y si es ropa, compra otra igual, no para sí, si no para el otro). Esa instauración derivada de lo propio
(de la propiedad), que requiere reconocer en otro lo que es para uno, de manera diferida, porque elegir-se es un
acto imposible, porque no hay deseo que no sea deseo del otro y es más fácil identificarse al gusto de helado que
pide el otro que padecer el sufrimiento de no saber que gusto preferimos, salvo que apelemos a la decisión
conservadora de pedir siempre lo mismo, es decir, de rechazar la posibilidad de elegir, se llama "represión". Y
quienes reprimen, fantasean que podrían tener un deseo propio alguna vez, que habrá algún día en que el deseo
no implique indeterminación, como ocurre en las historias de los héroes, pero estas fantasías heroicas hacen que
sea más imposible decidir hasta el más nimio de los objetos. Con el tiempo, los que viven en función de
experiencias y no de fantasías, aprenden a elegir de manera derivada, aunque no diferida

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