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“Lo que más me gusta es que no lo termino de entender”

(o reflexiones sobre los objetivos de un área de Talleres en un colegio


secundario)

El proyecto del que damos cuenta en este artículo es un área de talleres extracurriculares que
funciona en un colegio secundario de gestión privada de la Ciudad de Buenos Aires, el Colegio
de la Ciudad. En el texto, nos interrogamos acerca de los objetivos que pueden plantearse en
un espacio educativo de estas características, que implica formatos pedagógicos distintos a los
tradicionales, con otros modos de participación y de evaluación.

Una ciudad de talleres

La escuela ha sido durante mucho tiempo el pasaje necesario y sin discusión para ser alguien
en la vida. Una institución respetada por padres docentes, y alumnos. Una estructura segura,
un modo de ser que funcionaba: el profesor en la tarima, el alumno en el banco, la hora de
entrada, tiza y pizarrón, el recreo, la hora de salida. Aún cuando en épocas como los años ’60 y
principios de los ´70 se produjeron otros modelos sobre la escuela vinculados a la idea de
emancipación y de ruptura con el sistema, la lógica imperante siguió en pie varios años
más...pero ya no: estos paradigmas que dieron sentido a los siglos XVIII, XIX y XX hoy no
están vigentes. Esa escuela, la que era pieza clave en la reproducción del paradigma, atravesó
crisis y transformaciones. Hoy no alcanza considerarla el templo del saber. Para muchos
estudiantes, la escuela es tiempo inmóvil, horas que se suceden para que al tocar el timbre de
salida pueda empezar el verdadero contacto con lo real y lo identitario de cada uno.
Podríamos decir entonces que la crisis de la escuela media y su pérdida de sentido está
vinculada en gran medida a una nueva mirada sobre qué significa crecer y ser joven que
todavía no transita en el espacio de las aulas.
Atravesados además por una coyuntura determinada por la desigualdad social y la lógica del
consumo en todas sus aristas, los adolescentes pulsean diariamente y muchas veces sin
saberlo siquiera, entre su propia construcción de identidad, la ley del mercado y la fuerza social
de los estereotipos. En el pasado eran varias las instituciones y espacios que convocaban y
reunían a las personas: los clubs, el barrio con sus plazas y veredas, instituciones religiosas y
organizaciones barriales. En la actualidad estos espacios se han ido perdiendo o desdibujando.
En este sentido, pensamos que la escuela se ha convertido, le guste o no, en el casi único ring
donde confluyen la pertenencia, la identidad, los procesos de aprendizaje y los lazos con otros.
Instancia privilegiada y más que capitalizable, si tomamos la posta.
¿Puede una institución que no ha modificado su estructura, digamos, siendo benévolos, en los
últimos 50 años, albergar a los jóvenes de hoy y sus nuevas realidades? ¿Con qué
herramientas y saberes cuenta la escuela para repensarse y potenciarse? ¿Qué nuevos
espacios debe habilitar y permitir/se una escuela?
Desde lo formal, al interior de las aulas, sin dudas que hay mucho por hacer. Pero no es
suficiente. El modo cada vez más protagonista que toma la escuela en la construcción de la
subjetividad adolescente requiere de otros espacios y modelos pedagógicos que puedan
complementarse con el espacio curricular.
Lo que contamos a partir de aquí es la experiencia de un proyecto posible, un entramado de
espacios y concepciones sobre la educación y el mundo adolescente que habita y convive con
el espacio formal de un colegio. La ciudad de talleres, como le decimos, está conformada por
una enorme variedad de propuestas extracurriculares en su mayoría artísticas que se
organizan y funcionan con una lógica distinta de la curricular1. Otros modos de aprender, otras
formas de enseñar, tan ricas y necesarias como las que ocurren frente a los pizarrones. Una
lógica escolar intervenida por otra que aparece cuando suena el timbre de salida.
La primera lógica escolar que rompen los talleres es que son optativos. La segunda, es que los
alumnos no están divididos por curso ni por edades sino por elección: la música, el teatro, las
artes visuales, el periodismo, determinan grupos nuevos, identidades grupales particulares,
nuevos lazos, y para muchos, la posibilidad de romper su rol aúlico, esa imagen que han
portado durante años y que en varias ocasiones inhabilita y opaca.
¿Qué impacto tienen estos otros modos de aprender? Visto desde el otro lado, ¿qué nos
proponemos que suceda al plantear esta otra lógica escolar? En este artículo, vamos a intentar
meternos un poco con estas preguntas, explorando los para-qués de los talleres: los objetivos,
lo que nos planteamos habilitar en tanto experiencia.

¿Cómo son los talleres?


El Área de Talleres está estructurada en cuatro escuelas: Artes Visuales, Comunicación,
Música y Teatro. Algunos otros talleres o actividades como acrobacia aérea, natación,
formación de tutores pedagógicos, fútbol, juego de rol, también forman parte de la propuesta,
por fuera de las escuelas. Además de los talleres, hay otras instancias de trabajo que implican
periodicidades y compromisos distintos, pero hacen también a la constitución del área:
seminarios, clínicas de trabajo, una intensiva de arte, meriendas de compartida, muestras, una
intervención artística y con talleres en un tren2, un gran festival de todo el Colegio del que
participamos intensamente, entre otras.
Cada escuela ofrece un recorrido múltiple y personal, permitiendo realizar sólo una actividad de
tal o cual formaciòn, o muchas: zambullirse a la pileta o mojar los pies, y en el medio tantos
grises como pibes hay. De este modo, podemos alojar tanto al alumno que, dentro de la
propuesta de Escuela de Música forma parte de un ensamble, realiza lenguaje musical y clases
de guitarra, como al que sólo asiste al taller de Canto Grupal (y quizás sea parte del taller de
Murales, de la Escuela de Artes Visuales, y de Periodismo Deportivo, de la Escuela de
Comunicación).
Un camino propio, donde la decisión de quien seguirá una carrera artística convive con la de
quien sólo lo hace como algo complementario, y no por eso menos comprometido.
Al mismo tiempo, este entramado genera un clima particular, un pequeño mundo dentro de la
escuela. Malena3, pocas semanas antes de terminar quinto año, cuenta:

1
Y que a su vez funciona integradamente con las áreas curriculares, en nuestra institución.

2
Ver en viajetrenadentro.wordpress.com

3
A lo largo del artículo, citamos varias voces de estudiantes. Con la única excepción explicitada,
el resto corresponden a una entrevista colectiva hecha en noviembre de 2014 a un grupo de 4
estudiantes de 5to año.
“Después de un tiempo te vas dando cuenta de la diferencia y podés separar ambos mundos
aunque sea dentro de la misma aula. Yo tengo casi todos los talleres en la misma aula que
tengo clase y sin embargo siento que son dos mundos distintos. Cuando entro al taller literario,
aunque sea en la misma aula en que me dieron matemática en la mañana, estoy en otro
universo totalmente diferente. Y hasta te podés llegar a olvidar que estás en el Colegio.
Termina el horario curricular y empiezan los talleres y siento que el Colegio se convierte un
poco en otra cosa. La manera en que caminan los chicos por el colegio, la energía que fluye.
Se convierte en otra cosa que es algo medio invisible pero si estás un rato te podés dar cuenta
de eso. Y está bueno que dentro del mismo edificio, del mismo lugar, te relacionás de una
manera a la mañana con gente y a la tarde, con la misma gente, te relacionás de otra manera,
porque es otro campo, otro territorio, porque da más pie para la libertad.”
O Manuel, desde el mismo momento de su recorrido:
“Yo lo veo como club social esto, y me quedo aunque no tenga talleres ni nada. A veces digo: a
partir de cierta hora empezó el happy hour del Colegio de la Ciudad, porque puede pasar
alguien vestido de conejo Duracell perfectamente. Es otro aire que se respira, está muy bueno.”

Los talleres no se eligen como latas de tomate


La propuesta de talleres como proyecto educativo no comienza cuando empieza cada taller,
sino cuando entregamos la gacetilla de actividades y la ficha de inscripción. Tras un tiempo
prudencial, cada alumno se inscribirá en la/s actividad/es que más le interesen.
Más allá de los tiempos que aparecen nombrados en la gacetilla, el tiempo personal que cada
pibe se toma para entregar su inscripciòn es crucial. Porque el aprendizaje está en el registro y
la lectura de lo que ese papel supone. No es góndola de supermercado, no es objeto agotable.
Es la apuesta a un espacio en donde se pondrá el cuerpo, el compromiso, el trabajo. Como
dice Malena, “no es por hacer actividades, como cuando sos chico y te metés en una actividad
porque estás aburrido. Se trata de tener las posibilidades, vas haciendo camino a lo largo de
los cinco años de colegio, y vas descubriendo más o menos cuál es tu lugar en todo esto. Y
sentís que formás parte de este mundo diverso.”
De esta manera, la Dirección de Talleres se guarda el “derecho de admisión de fichas de
inscripción”, interceptando a quien tras dos minutos de recibir la gacetilla con más de treinta
propuestas distintas , nos entrega el papel completo como un múltiple choice, al que marca el
95 por ciento de los talleres, aún viendo como cinco o seis propuestas se le superponen
horariamente (como si estuviera comprando algo que se agota y lleva por las dudas), o el que
eligió poner tímidamente su ùnica cruz para realizar una clase particular de instrumento
(actividad individual, muchas veces complementaria entre un mundo de opciones grupales).
Sí. A ellos y a tantos otros, les devolvemos su ficha de inscripción a su taller optativo, que al fin
de cuentas es lo que quiere hacer, quètanto. ¿Censura? ¿interés en un taller por sobre otro?
¿manipulaciòn de identidades? No. Intervención, señores. Trabajo pedagógico, en el
acompañamiento y la mirada sobre la toma de decisiones, en las trayectorias escolares.
De nada serviría devolver lo que supone una elección genuina sin el momento de encuentro
entre el alumno y el coordinador, y la charla, la pregunta:
“tomate tu tiempo, ¿estás seguro?”
“¿es lo que vos elegiste, o a ese taller van tus tres mejores amigos?”
“te vendría bien hacer algo grupal también”
“una sola actividad es poco”
“no vas a poder con todas, volvé a pensarlo”
“con este profesor vas a pegar muy buena onda, ¿por qué no lo conocés?”
Por otro lado, la elección de los talleres se sigue haciendo a lo largo de todo el año y, luego, de
toda la escolaridad. Es fundamental que nadie se quede en un taller por inercia, sino que pueda
volver a elegirlo. Y que tenga las herramientas y la ocasión para hacerlo. Porque, como cuenta
Luciano, “tal vez no sabés por qué elegís un taller, pero te enganchás una vez que estás
adentro. Creo que la mayoría no sabe de qué trata un taller hasta que entra. tanto antes de
entrar”.

Abriendo las puertas


Con los talleres funcionando a modo de usina se agrega aquí otro pilar que a nuestro entender
no puede quedar afuera del proyecto escuela: "lo comunitario". Y es que la práctica educativa
para nosotros cobra sentido pleno cuando es con otros, cuando deviene encuentro. Porque
reconstruye, actualiza, y vitaliza los lazos sociales. Porque lo que se pone en acto y se apropia,
transforma e interpela. Con esta idea, los talleres salen de las aulas, y de los límites del
colegio.
Un ensamble que toca en la sala de espera del Hospital Tornú, alumnos de quinto año
enseñando a abuelos del PAMI a usar las redes sociales, el taller de escritura haciendo una
intervención artística en una escuela primaria, un grupo de alumnos en la villa 31, armando la
biblioteca de un jardín de infantes, los murales, el “Viaje tren adentro”. El libro de poemas que
salió de un encuentro entre pibes nuestros que escribían poesía y pacientes del Borda. Y entre
estas experiencias y tantas tantas otras, Arte en la Plaza4, festival que reúne a alumnos del
colegio, a padres, vecinos, artistas independientes, organizaciones barriales, centros culturales
y escuelas alrededor de actividades y propuestas relacionadas con la cultura y el arte.
Desde los talleres, están los de la Escuela de Música que subirán con sus bandas a compartir
escenario con músicos de diversos recorridos profesionales. También están los actores y su
match de improvisación, y los acróbatas que se colgarán de la tela en la estructura de circo, y
los que exponen. Están también los de la Escuela de Comunicación, que ese día tendrán a su
cargo la locución, la radio abierta y la cobertura periodística. Están los del staff, gran equipo de
estudiantes que antes del festival arma envíos de postales para difusión, selecciona y organiza
materiales para los distintos talleres, elabora las credenciales, pinta telones, banderas, carteles
señalizadores, y tras varias reuniones de trabajo en los que se acuerdan horarios, funciones y
espacios a cubrir sale al ruedo ese día, y se convierte en el anfitrión de la fiesta: bienvenidos,
qué necesitan, ésta es su mesa, no se pasen del horario, gracias por venir. Un staff que año a
año crece en responsabilidades y en precisión, en cantidad y en calidad. Es aquí donde se
pone en juego el trabajo cotidiano que se gesta al calor de las “tardes de talleres”, y no nos
referimos solamente a la muestra de producciones. Afloran los procesos individuales y grupales
en esta suerte de rompecabezas donde cada ficha es necesaria para la imagen final.

4
Se realiza desde el año 2002, en la plaza 25 de Agosto. Declarado de Interés Cultural por el
Ministerio de Cultura de la Nación.
Y también con los docentes
Además de todas las instancias de trabajo que ya contamos con los estudiantes, el Área de
Talleres se conforma también por varios espacios de trabajo con los docentes y los
coordinadores. Entendemos que para que el proyecto funcione con su máximo despliegue es
necesario que cada integrante del equipo, tanto coordinadores como docentes, pueda tanto
apropiárselo como pensarlo. Y eso se logra no sólo desde la oficina, en un rol organizativo-
logistico: hay que “andar la tarde”, entrar en los talleres, ser parte, sin ser invasivo, de los
procesos y encuentros entre alumnos y docentes.
Para llevarlo adelante, tenemos tanto instancias informales como formales. Las informales, que
se dan en la oficina, el pasillo, el aula, están alentadas por la presencia permanente en la tarde
del equipo de coordinación. Las formales son reuniones de coordinación o por escuela,
autoevaluaciones docentes, a fin de año, y el plenario.
El plenario docente del área de talleres nos da un momento para trabajar a fondo sobre la
experiencia, desde la pluralidad de voces. Tomando en general un eje de trabajo, se aborda
desde momentos de reflexión individual, en pequeños grupos y/o con la totalidad del equipo. Es
el momento para volver la mirada sobre lo que se está haciendo y pensarlo en conjunto.
En el plenario del año pasado, se planteó una situación que hacía un buen tiempo venía
rondando conversaciones del equipo: en las clases de canto, tanto las individuales como la
grupal, el repertorio demandado por las chicas era sobre todo de canciones en inglés y de
género pop. Una elección no cuestionable en cada caso particular, pero para revisar como
tendencia, teniendo en cuenta que habilitaba poca diversidad en los timbres de voz, gestos,
movimientos, que tendían más a imitar un único estilo sin dejar mucho margen para lo propio,
además de estar atado a un fenómeno de mercado.
Aunque algunos intentos de proponer otros temas habían funcionado, la mayoría quedaban en
intenciones. Y eso que las estrategias eran variadas. No se trataba solo de sugerencias o
invitaciones verbales, sino que muchas veces las propuestas surgían de proyectos de
ensamble, audiovisuales, conversaciones más a fondo sobre la elección del repertorio y la
conformación de una como cantante.
Esta tensión entre el deseo de los pibes y los objetivos del docente no es ajena ni siquiera a los
espacios curriculares, donde los objetivos están definidos de manera muy precisa. En las
formas de plantear un tema, de trabajarlo, de incorporar la voz y la mirada de los estudiantes,
las clases (cuando hay un docente que escucha) no pueden ignorar los deseos y los gustos de
quienes participan en ella. En un taller, donde no hay un programa de contenidos y en el que la
participación es voluntaria, la tensión se hace mayor: ¿Para qué ir más allá del deseo que
manifiestan quienes eligen venir? ¿Cómo hacerlo?
Vamos a postergar la segunda pregunta para otro artículo. La primera, la del para qué, tiene
bastante camino por andar. Y quizás pueda darnos elementos para pensar los cómos.
El plenario había sido diseñado precisamente en torno a este eje: el de los para qués, los
objetivos, los procesos que nos proponemos habilitar desde el área de Talleres. La forma en
que llegamos a decidirlo fue una lenta decantación de situaciones presentadas como
problemas, ya sea por los docentes, los chicos o por nosotros mismos. Cada una de estas
situaciones, aunque con trayectos distintos, cambiaba su estatuto de problema cuando la
analizábamos desde una mirada más amplia que considerase no solo el presente sino períodos
de tiempo más extensos y, en ellos, hacia dónde podía derivar.
Una demanda del taller de Juego de rol acerca de la cantidad de participantes, que parecían
ser muchos y con dificultades para escucharse, derivó en un proceso muy interesante de
pensar esa misma dificultad como un desafío a trabajar para el grupo y no como una
consecuencia necesaria del número y en una reorganización del taller con estudiantes más
grandes asumiendo responsabilidades que les planteaban nuevos aprendizajes. Nadie dejó el
taller y el encuentro de cierre, a fin de año, fue con un clima de disfrute y celebración, en el que
los chicos destacaron como novedades interesantes los cambios producidos.
También el relato de Carolina, en retrospectiva desde el momento de finalización del
secundario, acerca de una situación vivida en primer año, da que pensar respecto al lugar de lo
disciplinar en las trayectorias. “Me acuerdo de una vez que en primer año, en la escuela de
teatro, hacíamos videoclips. Yo recién entraba al Colegio y habíamos hecho un videoclip de los
Pimpinela, o sea, cualquiera. Pero me acuerdo que fue la primera vez que me pude soltar,
como que fue un momento súper significativo.
Fue como “de acá me pude abrir”, aunque no haya sido el mejor ejercicio de todos. Fue como
atravesar una puerta”.
Otros talleres fueron trayendo situaciones que partían de la diversidad: diversidad de intereses,
de recorridos, de edades. Un espacio de trabajo que integra jóvenes de 13 a 18 años plantea
casi necesariamente desafíos en los aprendizajes técnicos-disciplinares, a la vez que en la
construcción de los vínculos grupales. No por nada a la escuela le resulta tan difícil moverse
del sistema de agrupamiento por edades y conocimientos acreditados: tener estudiantes con
“niveles” desparejos o chicos con “sobreedad” es un problema frecuentemente aducido por los
docentes.
Nuestros talleres no ignoran estas tensiones. Pero el nivel técnico o disciplinar, los saberes
que cada chico tiene en un área determinada, no son las únicas variables que tomamos a la
hora de comprender los procesos. Y esto es porque los objetivos que tenemos en el horizonte
son varios: independientemente de que un chico o una chica aprenda a actuar, a dibujar o a
tocar percusión en un ensamble, y pueda crecer personalmente en ese plano, miramos también
otras cosas que pasan y consideramos valiosas. Con el agregado de que, para que estas
últimas sucedan, los conflictos no solo son posibles, sino muchas veces imprescindibles.
No nos proponemos formar artistas, sino personas de manera integral. Y tal como el arte nos
parece imprescindible para crecer verdaderamente como ser humano y lo ponemos en el
centro de las trayectorias escolares, no confundimos las experiencias de expresión, juego y
creación que puede tener alguien a través del arte con su constitución como artista. Si esto
último se pone como objetivo en primer plano, puede contribuir más a consolidar egocentrismos
que a educar en un sentido pleno del término.

Pensando en términos de habilitaciones


Pensamos en aprendizajes espiralados en los que los más grandes vuelven sobre lo hecho en
otro momento para acompañar a los más chicos, en la construcción permanente del vínculo
con los otros que implica esperar, escuchar, intentar comprender lo diferente, en lo que sucede
con las configuraciones identitarias cuando nos encontramos con personas y colectivos
diferentes y trabajamos con ellos. Y no solo en aprendizajes, sino también experiencias.. Es
decir, transitar una escuela más habitada por el asombro, la diversidad, encuentros y
desencuentros, resulta sin lugar a dudas valioso para nuestra perspectiva. Aún cuando no se
pueda dar cuenta de algo en particular que se ha aprendido. Aún cuando no sepamos con
certeza qué queda de todo eso vivido.
Al ser preguntado por qué siente que se lleva de su paso por Talleres, Manuel afirma:
“Está buena la experiencia de hacer algo porque realmente te gusta. Esa certeza de que esto
no solo me gusta, sino que podría no venir acá, pero elijo venir acá y está bueno.
Por más único que sea uno, tiene un montón de gente que es bastante parecida. Con lo cual se
puede encontrar ámbitos donde hacer cosas que le gustan, y se va a encontrar con gente que
le gusta lo mismo. Con lo cual todo eso de pasarla bien, y pasarla bien con otros. Que es
todavía mejor”.
Y ante la misma pregunta, dice Malena:
“Creo que me ayudó en algo bastante particular que es poder conectarte con vos y al mismo
tiempo, con esa conexión, conectarte con los demás. Sentirse todos en conjunto conectados a
sí mismos, una cosa que siento que es muy difícil de hacer porque son dos procesos inversos.
Pero cuando llega la hora del taller, cada uno está ahí porque quiere y se siente bien ahí, se
logra este efecto que es bastante particular. Y que te deja esa capacidad de estar bien con vos
mismo y bien con el entorno sin tener que estar tironéandote para ver para qué lado vas.”
Tal vez esté de más aclarar que estos no son los únicos testimonios ni las únicas miradas
acerca de los impactos.. Sin embargo, son pistas más que interesantes para pensar en torno a
lo vivido y lo aprendido en Talleres. Otras voces de estudiantes, tomadas de las
autoevaluaciones de mitad de año5, cuentan:
“Lo considero un taller muy grupal, porque conocí muchas personas muy lindas que no hubiera
conocido de no haber participado”.
“Logrando de a poco con los aportes de cada una ir construyendo algo que esta bueno y sobre
todo que me da más seguridad y confianza”.
“Es un taller que me gusta muchísimo, y justamente lo que más me gusta es que no lo termino
de entender. O a lo mejor sí, pero no puedo ponerlo en palabras”.
“Me gusto mucho el taller pude aprender mucho sobre la fotografía que antes no me hubiese ni
preguntado”
“Esta parte del año hicimos un trabajo que no me gusto como me salió, pero me parece bien
que veamos todas las técnicas porque de eso se trata. A veces hay que salirse del lugar en el
que se siente cómodo y hacer otro tipo de trabajos”.
¿Cómo dar nombre, cómo sistematizar estas ideas en términos de objetivos? El desafío no es
menor, y la tarea no puede hacerse de una vez y para siempre. Tras la experiencia de todos
estos años, fuimos encontrando palabra para traducir nuestro modo de hacer y pensar para
poner sobre la mesa cuáles son las experiencias que pretendemos habilitar. Los pensamos
como ejes parciales, hipótesis de trabajo, puntos de referencia móviles en un mapa a construir:

5
Ver en el apartado siguiente.
 Configuración de subjetividades e identidades: los talleres como un espacio en el que
l@s pib@s pueden ampliar su espacio interior, su subjetividad y reconfigurarse en
identidades múlitples.
 Construcción de grupalidades: distintas formas de pertenecer y de vincularse con los
otros, modos de actuar en la heterogeneidad y la diferencia.
 Trabajar con las maneras de estar/ transitar en el colegio: las relaciones con los saberes
y con la construcción del ser estudiante, las decisiones en torno a los espacios en que
se desea o no estar, y las formas de hacerlo.
 Aprendizajes técnicos-disciplinares: lo más cercano a los contenidos tradicionales.
Lenguajes, herramientas, cánones, producciones.
 Una poética/estética que es del colegio y que se pueda hacer experiencia: el tránsito
por una cosmovisión, una forma de mirar el mundo, que no por integral deja de ser
múltiple, contradictoria, heterogénea. Que no deje de ser una política. Que se pueda
hacer experiencia en tanto permita ser apropiada y, para eso, transformada,
constituyendo una mirada singular y personal sin que deje de enraizarse en una
tradición, en un nosotros.
 Articulación con otros y construcción de lo público: los talleres como un espacio de
vínculo con el afuera de la institución. La construcción de lo público como la ampliación
de un nosotros a gran escala, en donde poder estar desde un@ mismo sin pretender
abarcar la totalidad.

Estos objetivos-habilitaciones, que están en revisión permanente, se superponen, se cruzan,


funcionan de manera interdependiente y particular. En ciertas situaciones, pueden
contraponerse, y entonces es necesario analizar y elegir la manera de continuar. Por eso
necesitan ser concebidos en una mirada a largo plazo, con procesos complejos, no lineales,
que abarcan tanto a sujetos individuales como colectivos. Del trabajo de un taller podemos
destacar, en un año, la construcción del grupo, las producciones en el siguiente y en el otro un
ida y vuelta interesante con el espacio público. O el recorrido que hace, en un mismo período,
un chico en relación al vínculo con los demás, otro en lo que hace a la construcción de su
identidad, y un tercero respecto a sus formas de estar en el colegio y crecer en tanto
estudiante.

¿Y para evaluar?
Esta diversidad de objetivos y los distintos planos temporales en los que los pensamos generan
una dificultad: que su evaluación se convierta en un “como si” autocomplaciente, en el que se
ve sólo lo que se desea, en el que las categorías se van amoldando a las necesidades y las
tensiones o los estancamientos se dejan de lado. Algo que puede suceder, y sucede en el
automático al que muchas veces lleva la rutina, cuando nos maravillamos siempre de las
producciones, o miramos siempre a los mismos pibes que se destacan, o nos deleitamos de
grupos con mística y donde todos se llevan bien, pero no proponemos nuevos desafíos
estéticos, no dialogamos puertas afuera del colegio, no vemos a pibes que se quedan afuera.
Un proyecto con objetivos concebidos de esta forma precisa extrañar la mirada una y otra vez,
volver a ver lo que pasa con otros ojos. Y para eso es necesario construir un marco potente de
evaluación.
La forma en que evaluamos los procesos es múltiple, diversa, y todos los años se modifica.
Compromete a todos los actores que formamos parte del trabajo cotidiano: coordinadores,
docentes, pibes. Se hace en distintos momentos del año, de formas más y menos explícitas,
con distintos lenguajes, de forma oral y de forma escrita. Se toman distintas unidades: los
recorridos individuales, recorridos grupales, cada taller como una pequeña totalidad, la tarea
docente, el área de talleres como una totalidad. Algunas de las instancias de evaluación se
repiten con la misma forma para todos los espacios. Otras no.
Los estudiantes participan siempre de alguna manera en su confección, a veces en grupo y de
modo general, a veces haciendo ellos una autoevaluación que luego cada docente revisa,
transforma y/o confirma. O que se relee en grupo. Los informes llegan a las casas, y son
también una vía de comunicación con las familias.
Otra instancia semiformal, pero en este caso exclusiva de los docentes, son las
autoevaluaciones de fin de año. En ellas, y a partir de una serie de preguntas que proponemos,
cada profesor elabora un texto (que muchas veces toma la forma de crónica) en el que hace un
balance del año. Varias veces este proceso se continúa de manera presencial, en reuniones de
cierre individuales o grupales.
El plenario, del modo en que contamos antes, es también a su modo una instancia de
evaluación. Y lo son todos los cierres que hacemos de los talleres, tanto al interior de cada
grupo, en el último encuentro del año, como hacia fuera, con muestras o publicaciones. Uno de
los sentidos más importantes de estos cierres hacia fuera es que son una parte del proceso
que se desarrolla en los talleres, tanto a nivel individual como colectivo.
Es muy importante aclarar que esta evaluación no implica un juzgamiento, sino una vuelta
sobre el proceso y un cierre. Desde las intenciones, por supuesto, pero tampoco desde cómo
es vivida. De esto da cuenta el hecho que los coordinadores del área de talleres solemos
circular por los espacios de trabajo, quedarnos un rato, mirar, conversar, y el clima no se
quiebra. De la misma manera, en tanto en las voces de los chicos como en la de los profesores
se manifiestan incomodidades, críticas, disgustos: si no es por escrito, en las instancias
existentes, de manera oral, en los pasillos. No es una regla, siempre hay y habrá malestares
silenciosos. Pero no es lo habitual.
De esta característica también da cuenta, nuevamente, Malena: “Los talleres son acompañados
por una evolución tuya. Uno tiene que ir haciendo un progreso mental para darse cuenta, para
separar el ámbito de clase, que te juzga mucho más, del ámbito de taller, que es todo lo
contrario. Nadie te juzga, estás ahí para expresarte. A medida que vas haciendo ese proceso
aprendés a expresarte más como vos, sin ninguna vergüenza, sin el qué pensarán, que por ahí
en la clase está más marcado porque hay un bien y un mal”.

“De uno mismo para el afuera”


La ciudad de talleres sigue su movimiento, y, aunque de las experiencias que ocurren podemos
ver y comprender sólo una pequeñísima parte, creemos que dan cuenta del todo de una
manera no tan alejada de la realidad. El intento por sistematizar objetivos es una manera de
ajustar la mirada, de volver a encontrarnos con la materia de lo vivido. Y de intentar
comunicarlo con otros, establecer puentes, diálogos. Este artículo es fruto también de diálogos
y puentes: están aquí no solo las voces de quienes escribimos y firmamos, sino de todo un
proceso de trabajo junto con docentes y estudiantes. Para ir cerrando, queremos volver a pasar
la pelota a una estudiante, egresada en el 2014. Dice Manuela:
“Es importante que aprendamos a nutrirnos de estas experiencias. Entender que nuestras vidas
no están condenadas a un día a día de labores impuestos, sino que también hay proyectos
donde se intenta llegar a un punto profundo interno que movilice y desestructure a nuestro
"deber ser". Si tenemos esto naturalizado desde jóvenes es más fácil poder reproducirlo a otros
que quizás no tienen la posibilidad de vivir esto en lo cotidiano. Vivimos todos muy apurados y
sin ver al otro, teniendo conceptos armados sobre el resto (por ejemplo, alguien que sube a un
tren a querer mostrar algo). Yo ahora que estoy terminando el colegio pienso constantemente
en que quiero elegir un futuro que no deje de lado este tipo de proyectos. Es cuestión de uno
mismo para el afuera.
Creo que las herramientas son las vivencias, la personalidad, la voluntad y lo comunitario. El
colegio te da las pistas para que vos hagas con eso lo que quieras, que es lo importante. Si
diesen todo servido, no sería lo mismo y nadie lograría armar un propio proyecto."
Y ahora sí, para terminar, nuevamente con la voz de Malena. La poesía, en sus múltiples
sentidos, tal vez sea todavía mucho más elocuente:

Mi voz6

Retumbará en todas direcciones

mi voz

hará vibrar raíces

mi voz

hará que el viento se enfurezca

se desarme

se abrace

y grite

como yo

Yo, acostada

yo, entre los matorrales

6
La autora es Manuela Suárez Rodríguez.
sólo veré el cielo

no podré ver el mundo

Pero abriré mi boca

saldrá mi voz

y el mundo me oírá

a mi, como soy

violenta y melodiosa

Y cantaré

porque de vez en cuando

mi voz debe respirar

tanto tiempo

adentro

se asfixia

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