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cloro, flúor y carbono. Son incoloros, inodoros, inocuos, incombustibles y estables cuando se
emiten. Al llegar a la estratosfera, se dividen y liberan átomos de cloro, que destruyen la capa
de ozono del planeta por ello ahora solo pueden usarse, en forma limitada. Antes de
prohibirlos, se usaban en aerosoles, refrigeradores, acondicionadores de aire en casas,
vehículos y empresas, extinguidores de incendio, espumas aislantes, empaques de espuma de
poliestireno para alimentos, y disolventes de limpieza o para equipo electrónico. Los CFC son
también un “gas con efecto de invernadero” porque absorben el calor de la atmósfera, envían
parte del calor absorbido de regreso a la superficie del planeta y contribuyen a su
calentamiento y al cambio climático.
Los CFC surgieron por la necesidad de buscar sustancias no tóxicas que sirvieran como
refrigerante para aplicaciones industriales, en la época en la que se descubrió el uso de los CFC
no existía mucha información sobre el ozono y se desconocían los efectos dañinos, sin
embargo durante la década de 1970 se reveló que los CFC liberados en la atmósfera se
acumulan en la estratósfera, produciendo un efecto perjudicial sobre la capa de ozono.
El mecanismo a través del cual atacan la capa de ozono es una reacción fotoquímica: al incidir
la luz sobre la molécula de CFC, se libera un átomo de cloro con un electrón libre, denominado
radical Cloro, muy reactivo y con gran afinidad por el ozono, rompiendo la molécula de éste
último. La reacción es catalítica, se estima que un sólo átomo de cloro destruye hasta 30.000
moléculas de ozono. El CFC permanece durante unos dos años en las capas altas de la
atmósfera donde se encuentra el ozono.
Cuando los CFC destruyen la capa de ozono, los rayos ultravioleta nocivos llegan a la Tierra. La
exposición a rayos ultravioleta más fuertes puede causar cáncer de la piel, cataratas y debilidad
del sistema inmunitario, así como, un rendimiento menor de los cultivos, y una disminución en
la productividad del fitoplancton, principal productor del medio oceánico.
La exposición directa a algunos tipos de CFC puede causar pérdida del conocimiento, dificultad
respiratoria e irregularidad de los latidos del corazón. También puede causar confusión, mareo,
tos, dolor de garganta, dificultad respiratoria y enrojecimiento y dolor de los ojos. El contacto
directo con la piel con algunos tipos de CFC puede causar quemaduras por frío o sequedad de la
piel.
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