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LA LEYENDA DE
PALAMEYCORA

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LA LEYENDA DE
PALAMEYCORA

de

Rudy Spillman

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Este libro no podrá ser reproducido ni total ni par-
cialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.
© 2007 Standard Copyright License
ISBN N° 978-965-90580-3-7 ‫מסת"ב‬
Registrado en la ciudad de Bnei Barak, Estado de
Israel, con fecha 25 de julio del año 2007.

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Prólogo

La novela es una historia de ficción que se desarro-


lla en un lugar geográfico no develado al lector
aunque uno de los acontecimientos principales de la
misma coincida por su semejanza con hechos acae-
cidos en la década de los 70, en la Argentina,
anteriores a la dictadura militar.
De todas maneras se deja expresa constancia que
cualquier similitud con hechos históricos reales es
pura coincidencia y que tanto los acontecimientos,
como los personajes y lugares son de exclusiva
creación del autor.

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Introducción

En el centro de esta historia se encuentra la familia


Lebornia. Los padres parecen estar en turbios asun-
tos sobre los que Marta y Fernando, los hijos,
parecen no saber nada.
Paralelamente, Fernando descubre cambios físicos
en sí mismo que lo asustan y que no entiende.
El relato va enredando a sus personajes y situacio-
nes, entrelazándolos a todos en un triste y desafiante
presente. Y es justamente al enterarse de pormeno-
res del pasado lejano que Fernando, junto con su tío
Ernesto, logran atar de a poco todos los cabos y des-
cubrir de que manera los atroces hechos del presente
se conectan con una antigua leyenda indígena, com-
prometiendo sus propias vidas.
Es cuando descubren a las verdaderas bestias, que
deciden emprender una venganza, la que no dará
tregua a los culpables y cortará el aliento al lector.

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Primera Parte:

La Bestia

Esta es la historia de una familia, los Leborne. Ale-


jandro estaba casado con Teresa y tenían dos hijos:
Marta y su hermano menor, Fernando, el que acaba-
ba de cumplir quince años de edad.
Alejandro, hombre de negocios, era casi un extraño
en la casa. Los hijos habían crecido sintiendo la falta
de padre y Teresa, la esposa, llevaba muchos años
viviendo la ausencia de su marido.
Cuando Fernando empezó, en forma repetida, a ir
corriendo al baño, encerrándose allí durante tiempo
prolongado, todos comenzaron a burlarse de él.
La madre, Teresa, solía frecuentar largas reuniones
vespertinas de canasta en lo de sus amigas o en su
propia casa. Otra de sus aficiones consistía en insul-
tar a la putana de su hija, Marta (así es como ella
solía llamarla cuando discutían), cada vez que ésta
salía hasta altas horas de la madrugada con alguno
de sus pretendientes de turno a revolcarse

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con él en la cama según la madre solía aseverar. El
matrimonio se encontraba en pleno trámite legal de
divorcio hacía ya largo tiempo. La actitud de los
cónyuges era fría, indiferente, sin reproches, conve-
nientemente amistosa y calculada por ambos como
un negocio más.
Si bien los padres no disponían de tiempo suficiente
como para advertir que la extraña actitud de Fernan-
do era algo más que una simple diarrea, fue la madre
Teresa, la que empezó a apestillarlo a preguntas
cuando en forma repetida a lo largo de semanas y no
ya días lo veía correr al baño dando un portazo. Pero
sus preguntas quedaban siempre sin
contestar y el vacío silencio de las respuestas ador-
naba de misterio la situación.
Marta empezó a salir con un nuevo pretendiente.
Según los dichos de Fernando, esa vez la cosa pare-
cía ir en serio y su hermana parecía muy enamorada.
Fernando era un muchacho alegre. Si bien un tanto
retraído y vergonzoso, transmitía una paz interior
muy especial y sus ojos siempre reflejaban una mi-
rada por demás comprensiva. Era un joven
extrañamente adulto para su edad. Difícil era creer

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que la deteriorada relación entre los padres y el trá-
mite de divorcio no influyeran negativamente
en él como lo habían hecho en su hermana Marta.
Así transcurrieron los meses. Y las misteriosas en-
tradas de Fernando al baño continuaban
ininterrumpidamente. Pero él nada quería decir so-
bre el asunto.
-Mi vida privada, es privada- solía decir y todo
tipo de diferentes evasivas.
Los pronósticos de Fernando respecto de su herma-
na habían estado un tanto equivocados. Ese tal
Sebastián la había dejado embarazada llevándose un
valioso alhajero de la madre de Marta y 3000 dóla-
res de la caja fuerte luego de haber obtenido el
número de la combinación, de su ingenua novia. Y
había desaparecido para siempre. El embarazo de
Marta ocasionó no pocos conflictos y peleas en el
seno de la familia. Los que se acrecentaron al des-
cubrirse el embarazo de la madre, teniendo en
cuenta que Alejandro y Teresa no mantenían rela-
ciones sexuales hacía ya casi un año. Si hasta el
momento el trámite de divorcio se había desarrolla-
do en forma pacífica y amistosa, los últimos
acontecimientos lo convirtieron en una verdadera

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lucha encarnizada. Nunca se supo por que motivo en
aquel momento toda la agresividad familiar comen-
zaba a concentrarse en la persona de Fernando.
Todos parecían coincidir en que no se trataba más
que de un muchacho que había tomado por el mal
camino.
Luego de visitar varios médicos, el padre decidió
ayudarlo a iniciarse en sus relaciones íntimas con
mujeres. Para ello, lo llevó él mismo a uno de aque-
llos lugares conocidos en la ciudad. Y así fue como
su padre descubrió que Fernando no poseía la más
mínima apetencia por el sexo opuesto. Esto irritó
considerablemente los ánimos de la familia y su
predisposición agresiva hacia el muchacho. Poco
tiempo le llevó al padre decidir hablar con su her-
mano Ernesto para pedirle que se hiciera cargo de
Fernando aunque sólo fuera por un tiempo. Ernesto
vivía solo hacía ya mucho tiempo. Su esposa, presa
de una enfermedad demencial, había asesinado a sus
dos pequeñas hijitas y se había seccionado las venas
a la altura de las muñecas, dejando una escena de
horror y espanto frente a los ojos del marido a su
llegada a la casa. Ernesto no quiso volver a relacio-
narse con ninguna otra persona. En ningún sentido.

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Por lo que empezó a vivir como un ermitaño, sólo
rodeado de animales. Criaba cerdos, poseía ganado
vacuno y equino, un rebaño de ovejas, un gallinero,
y por supuesto, vivía rodeado de perros.
Fue Rosa, una buena amiga de Marta, la que se
apiadó del pobre Fernando e intentó ayudarlo. Su
hermano era homosexual y aceptado en su propia
familia. Pero a través de Rosa, la familia Lebornia
se pudo enterar de que las inclinaciones del mucha-
cho tampoco eran homosexuales.
Fue una sorpresa para toda la familia. Pero en espe-
cial para el hermano. Ernesto había aceptado recibir
en su rancho a Fernando casi sin pensarlo ni por un
minuto. Pero existían 2 condiciones:
La primera era que Fernando lo hiciera por propia
voluntad. Y la segunda, que el muchacho viajara
solo. El tío lo iría a buscar a la estación de tren del
pueblo más cercano a su rancho.
Fernando daba amplias muestras de comprensión y
se mostraba muy tolerante ante la creciente hostili-
dad familiar hacia él. Pero en realidad no entendía
nada de lo que sucedía en el seno de su familia.
¿Porqué era tan grave que su madre estuviese emba-
razada de otro hombre si ella ya no era la pareja de

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su padre? ¿Y porqué se enojaban tanto con su her-
mana y con él, por lo que había hecho Sebastián?
¿Porqué tenían que insultarse,
diciéndose siempre cosas tan terribles si finalmente
todos coincidían en que él era el culpable de todo lo
que ocurría en la familia?
Y sin decirlo expresamente toda la familia decidió
deshacerse de él. Pero a Fernando nada parecía afec-
tarlo demasiado. Hizo una amistad bastante
profunda y sincera con Rosa y Jacinto, su hermano
homo. Esto le costó a Rosa su relación de amistad
con Marta, la que a su vez la trató de traidora. Pero a
Rosa no le interesó demasiado. Encontraba mucho
más interesante ser amiga de Fernando. Y así fue
que comenzaron los tres a recorrer juntos las noches
de la ciudad. No hacían más que caminar, descansar
en los bancos de las plazas, observar las estrellas,
charlar, filosofando a veces hasta altas horas de la
noche. Les encantaba cruzar el puente que unía la
ciudad con la ruta, detenerse en su curva más alta,
sentarse junto a la baranda que miraba al este, ob-
servando la altura que los separaba del agua del
riachuelo y luego, levantando la vista al horizonte,

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esperar el fuego del sol de la madrugada, aparecien-
do detrás de las montañas.
Alejandro presentó una denuncia policial contra Se-
bastián. Y obligó a Marta a que lo acompañara. Pues
había que aportar datos y sobretodo, reconocerlo, en
el caso de que lo atraparan. Marta no sabía su ape-
llido ni conocía su domicilio. El padre poseía
importantes influencias e intentó hacerlas valer en la
Comisaría dando un golpe de
puño sobre el mostrador y haciendo escuchar sus
gritos. Intentaba persuadir al oficial de que tomaría
medidas si la investigación no culminaba rápida y
exitosamente.
Teresa y Alejandro ya no vivían juntos. Ella quería
realizar un aborto. Argumentaba que no era conve-
niente un parto a su edad y que tampoco la
beneficiaría en la gestión de divorcio. Lo que Teresa
no se imaginaba era el rumbo insospechado que ésta
tomaría.
Aunque el segundo motivo era el que en realidad le
interesaba: su nuevo hombre no estaba dispuesto a
permitírselo. Él era 13 años más joven que ella,
nunca había experimentado el ser padre y no estaba
dispuesto a dejar pasar esa oportunidad.

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Teresa se encontraba en un nuevo y serio problema.
La casa se encontraba habitada por Alejandro y sus
2 hijos. Aunque pronto Fernando debería tomar el
tren que lo llevaría hasta lo de su tío Ernesto. Ale-
jandro y Marta quedarían solos en la casa,
deshojando margaritas.
Esa noche saldrían a caminar solos, Rosa y Fernan-
do. Pues Jacinto había conocido un
muchacho con sus inclinaciones y esto podía signi-
ficar una relación seria en puerta, que es lo que el
hermano de Rosa tanto buscaba. Saldrían juntos esa
noche para conocerse. Así fue que Rosa y Fernando
recorrieron tomados de la mano los lugares que más
los apasionaba. Y ella aprovechó la oportunidad pa-
ra expresarle de alguna manera a Fernando la pasión
que por él crecía hacía tiempo en su corazón. En ul-
tima instancia ella ya sabía que Fernando no era
como el hermano y su falta de interés por las muje-
res podría deberse a las propias inhibiciones de la
edad. No le pareció un factor importante y mucho
menos negativo que ella le llevara 4 años. Pero el
ingenuo de Fernando por supuesto que de todo esto
nada se imaginaba.

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Alejandro debió volver a la Comisaría, pero no en
calidad de denunciante sino de imputado. Creyendo
que se trataba del tema de Sebastián asistió a la cita-
ción acompañado de su hija. El sub-comisario lo
hizo pasar a su despacho. Ante su sorpresa y la de su
hija Marta ella debió quedar esperando fuera. Marta
observó a su padre salir de ese despacho completa-
mente transfigurado. Su rostro reflejaba una especie
de mezcla entre angustia y odio. Salió vociferando
palabras que nadie pudo descifrar. Marta lo apesti-
llaba a preguntas mientras se retiraban del lugar.
Pero todas sonaron en el vacío y quedaron flotando
en una zona de duda y silencio.
La policía parecía estar investigando ciertos ilícitos
al parecer muy graves y de los cuales Alejandro po-
dría resultar imputado. Pero a raíz del secreto de
sumario y para no entorpecer la investigación, se-
gún fuentes policiales autorizadas, ni siquiera el
propio Alejandro pudo enterarse de qué se lo impu-
taba.
-No en esta etapa de la investigación- había escu-
chado decir varias veces al oficial que lo
interrogaba, a lo largo de su declaración. Por el
momento tenía prohibido abandonar el país.

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A pesar de la sostenida negativa de la madre en ver-
se con Fernando, según él, sólo para despedirse
antes de tomar el tren hacia lo de su tío, Fernando
insistió. Algo le decía que detrás de ese aparente y
exagerado enojo y odio que la madre guardaba hacia
él había algo más. Y penosamente lo descubrió al ir
a su encuentro sin que ella lo supiera.
La observó desde lejos. Vio golpeados su rostro y su
brazo izquierdo. La pudo ver rengueando y usando
unas horribles gafas oscuras que jamás le había visto
anteriormente y que no terminaban de cubrir por
completo los hematomas producidos por su novio, el
que había jurado matarla si sólo intentaba abortar el
niño.
Fue precisamente debajo de aquel puente que tanto
ellos amaban. En el extremo sur que se une a la ruta.
En la resbaladiza bajada repleta de tierra y yuyos
que lleva hasta la orilla del riachuelo. Allí mismo
fue donde Rosa finalmente tomó aliento y se animó.
Empezó a besar a Fernando apasionadamente. El
frío viento invernal no se dejó sentir en su cuerpo
que ardía de pasión. Fernando, atónito, se dejaba.
Tieso como una estatua. Sus ojos casi desprendidos
de sus órbitas. No atinaba a reaccionar. Por nada

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del mundo quería herir a la amiga. ¡La quería tanto!
Pero Rosa ya casi no había dejado partes de su cuer-
po sin conocer sus húmedos y apasionados labios.
Fernando no hablaba ni expresaba de ninguna mane-
ra nada que pudiera significar una insinuación para
Rosa. Y fue debido a eso que Rosa entonces inter-
pretó libremente lo que más le convenía.
Entusiasmada por expresarle a su joven amante lo
que por él sentía empezó a deslizar su mano derecha
en forma de suave caricia por todo su frágil y delga-
do cuerpo hasta abrazar por entero su miembro a
través del pantalón.
Rosa debió escuchar repetidas veces de boca del pa-
ralizado y tembloroso joven:
-Rosa, por favor no…- y sujetándole por la muñeca
su escurridiza mano con delicada prudencia, comen-
zaba levemente a transpirar y empalidecer. Suave,
como venida de lejos, Rosa continuaba escuchando
su voz que repetía una y otra vez la misma frase.
La muchacha, asombrada y desconcertada, retiró
lentamente su mano, quizás para dar al muchacho
una oportunidad más de arrepentimiento. Pero en
vez él, retiró la suya de su muñeca, le esbozó a Rosa
una última y triste mirada y se retiró corriendo del

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lugar. Su imagen se perdió en la oscura noche, la
que aparecía a Rosa más oscura que de costumbre.
Ella no bajó su vista hasta no comprobar que Fer-
nando había ya desaparecido. Fue entonces que la
muchacha experimentó sentimientos encontrados.
Por un lado, había algo en aquel casi niño que la
atraía poderosamente, pero por el otro, estaba muy
asustada: advirtió que el pantalón del muchacho es-
taba empapado en la zona que ella había tocado. Y
la pegajosa humedad del joven, viscosa y extraña,
quedó en su mano provocándole quemaduras que en
el momento de la eyaculación no supo advertir. Le-
vantó finalmente su vista hacia el lugar de la noche
por donde él había desaparecido deseando profun-
damente que volviera. Pero esto no ocurrió.
La casa de los Lebornia era una mansión muy am-
plia y cómoda. Si bien sencilla y ubicada en un
barrio para nada residencial, poseía 2 entradas, tan
distantes una de la otra que podía inducir al equívo-
co de pensar que a través de cada una de ellas se
ingresaba a diferentes casas. Pero una vez dentro y
recorriéndola en toda su extensión se podía advertir
que se trataba de la misma casa. Últimamente se en-
contraba vacía la mayor parte del día. La habitaban

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sólo tres personas que raramente se encontraban en
los mismos horarios. Luego de su desgraciado inci-
dente con Rosa esa noche, Fernando decidió
caminar. Caminó casi sin cesar hasta sentir dolor en
sus piernas intentando mitigar así su angustia a la
que por lo menos él no estaba acostumbrado.
Ya casi vencido por el sueño y sabiendo que al otro
día debía madrugar pues lo esperaba aquel largo via-
je en tren que lo llevaría hasta el rancho de su tío,
decidió volver a la casa.
Eran las 3:50 de la madrugada cuando llegó. Para no
despertar al padre o a la hermana que él daba por
seguro que estarían durmiendo decidió descalzarse y
entrar por aquella segunda entrada de la casa que
hacía ya mucho tiempo nadie utilizaba.
Pero al abrir la puerta y entrar sigiloso y descalzo
escuchó ruidos provenientes del sótano. Aquel viejo
sótano y el despacho escritorio del padre eran los
dos únicos lugares de la casa a los que se estaba ab-
solutamente prohibido entrar. Solamente Alejandro
tenía acceso a ellos.
Nunca se habían escuchado explicaciones. Tampoco
a nadie que las pidiera. Pero el susto de Fernando
fue grande cuando frente a él y en medio de la oscu-

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ridad vio aparecer la figura del padre llevando algo
en sus manos que inmediatamente escondió merced
a un brusco movimiento, el que provocó un ahogado
alarido de temor en Fernando. Se
escuchó la voz de Alejandro, ronca y enojada, pre-
guntando:
-¿Qué haces aquí?- mientras ponía cerrojo a la
puerta de acceso al sótano, dándole la espalda a Fer-
nando.
Éste dio las explicaciones lógicas del motivo por el
cual se encontraba allí y se retiró a descansar.
A Jacinto se lo veía contento últimamente. Hacía
tiempo que buscaba formalizar una relación seria. Y
Gastón, su nueva pareja, parecía satisfacer todas sus
expectativas.
Contrariamente a lo que ocurría en la casa de los
Lebornia, Rosa, su hermano Jacinto y los padres es-
taban unidos por lazos de amor y abiertos siempre al
diálogo.
Si bien Jacinto podía hablar sobre sus intimidades
con cualquiera de los padres, él siempre había prefe-
rido a Rosa, como su mejor consejero espiritual.
Aunque en ese período en que su hermana estaba
absorbida por su conflicto sentimental con Fernan-

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do, no pudo ser de mucha ayuda para él. Percibió
que algo raro le sucedía. No sabía qué. Pero sabía
que debía esperar.
Rosa y Marta volvieron a discutir. Fue nuevamente
Marta la iniciadora de la discusión. Ella se sentía
completamente sola. Luego de experimentar con una
lista de pretendientes que no habían hecho más que
utilizarla. Conociendo finalmente a Sebastián, el
peor de todos. Una madre que la odiaba. Un padre
que no existía. Y un hermano de otro planeta. Fi-
nalmente había perdido a su mejor y única amiga,
Rosa.
Cuando Marta se ofendió con su amiga retirándole
su amistad para siempre, como ella misma lo había
expresado, su intención fue conmover a Rosa y
hacerla reaccionar. Por el contrario, se encontró con
una reacción de indiferencia casi total.
Esto despertó en ella profundos sentimientos de ce-
los y de competencia, los que la determinaron a
decidir reconquistarla definitivamente como amiga.
Aunque en un principio fue al encuentro en forma
muy agresiva, ni bien advirtió que no obtendría
resultado alguno, cambió el tono. La agresiva discu-
sión culminó en una amistosa conversación entre

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amigas. Primero Rosa la escuchó en una actitud en-
tre compasiva y sorprendida mientras observaba
como Marta cambiaba tan fácilmente su estado de
ánimo pasando de los gritos histéricos a la charla
pausada y amistosa. Marta dio mil vueltas para in-
tentar explicarle a Rosa que su familia era muy rara
y que en especial la amistad de su hermano Fernan-
do no le convenía en absoluto. No conseguiría más
que meterse en problemas. Rosa daba muestras de
estar escuchándola con gran interés pero en realidad
nada de lo que hasta el momento había argumentado
su amiga le interesaba en absoluto. Pero ella era
consciente de que no podía revelarle a Marta sus
verdaderos sentimientos hacia Fernando. Así fue
que decidió continuar escuchándola. Promediando la
conversación y en un intento final por recuperar la
amistad de su amiga le propuso contarle un secreto
sobre Fernando que sólo ella conocía y que segura-
mente la decidiría a no verlo nunca más. Fue
precisamente en ese momento que se despertó el in-
terés de Rosa en la conversación. Y Marta lo notó.
Hacía ya dos días que Sergio, el agresivo amante de
Teresa no regresaba al hogar.

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Ella empezaba a preocuparse. Luego de tantas ame-
nazas, ¿era posible que la hubiese abandonado?
Poco a poco se iba recuperando de los golpes y en el
fondo ella realmente lo amaba. Era el padre del hijo
que llevaba en su vientre. Y no quería pensar que le
hubiera pasado algo.
Sólo 2 pequeñas valijas llevaba Fernando consigo
cuando llegó a la inhóspita estación de tren. La reco-
rrió de punta a punta. Vio muy poca gente allí pero
ninguno respondía a las características físicas del tío
según la descripción que el padre le había dado. Se
agotó de tanto buscar y se dejó relajar en un incó-
modo asiento de madera sujetando su equipaje con
las piernas, dándole un gran valor. El valor de ser lo
único que él poseía. Pensó en Rosa, de la que no se
animó a despedirse. Pensó en su pobre hermana, a la
que tanto quería. También pensó en su madre y en
aquel bastardo que ahora la acompañaba. Él nada
sabía sobre la desaparición de Sergio. Pensó en su
padre y en ese sótano. Recorrió mentalmente la casa.
Pensó preocupado en su familia. Deseó tanto haber
tenido una distinta. Notó de pronto que su pantalón
se había empapado nuevamente. Y ya agotado, que-

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dó profundamente dormido mientras su pegajoso y
abundante líquido caliente se secaba en él.
El siguiente día Miércoles, a las 15:00 horas se vol-
verían a ver Teresa y Alejandro,
después de tres meses de no saber nada el uno del
otro. El encuentro se llevaría a cabo en el Juzgado
de Primera Instancia en lo Civil. Ambos asistirían
con sus respectivos abogados. La intención era rea-
lizar a una conveniente conciliación para llegar a
una justa y equitativa partición de bienes, los que no
eran pocos y la tutela de la parte que en el futuro le
correspondería a los hijos. El tema de tenencia de
los mismos sería innecesario tocar.
Como loco se lo veía a Alejandro envuelto en su fi-
no traje de casimir inglés, corbata y camisa de seda,
diseños exclusivos, zapatos de charol; recorriendo
aquella mugrienta plaza, en busca de su hija. Allí
solía reunirse Marta con un grupo de amigos a pasar
aquellos conocidos atardeceres de marihuana. El
padre lo sabía. Ni bien la vio, la tomó de un brazo y
se la llevó para la Comisaría, informándole a la vez
que la policía había capturado a un tipo. Podía ser
ese tal Sebastián. Había que reconocerlo. En el ca-

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mino a la Comisaría, Marta había notado al padre
entusiasmado pero nervioso.
Teresa también habría querido asistir a aquel en-
cuentro con el muy canalla pero se encontraba
recuperándose del aborto del día anterior, al cual
había asistido con la ayuda de Alejandro.
Aquel día, en la Corte de Justicia nadie pudo enten-
der lo que de pronto ocurrió entre ellos.
Los abogados se miraban sorprendidos al verlos
despedirse con un inocente beso de roce entre sus
labios luego de haber presenciado una relación de
verdadero respeto y afecto entre ambos.
Las autoridades policiales habían logrado detener a
Sebastián. Se lo veía desaliñado, todo despeinado,
sin afeitar ni bañar, formando una ronda de recono-
cimiento junto con otros tantos sospechosos. Fue
muy fácil de reconocer. Pero él no los pudo ver a
ellos.
A través de una puerta que por descuido había que-
dado entreabierta y mientras padre e hija ya se
retiraban del lugar, se dejó escuchar una voz, la que
a gritos decía:
-¡A apurarse! ¡Hay que hacer algo! ¡No pienso caer
sólo!-

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Era la voz de Sebastián. Alejandro echó una rápida
mirada a su hija y a los 2 oficiales que se encontra-
ban junto a ellos. Marta interrogó a su padre sobre lo
que había dicho el canalla al tiempo que él la toma-
ba del brazo y se retiraban del lugar. Ya los dos en
la calle, Marta logró librarse de las garras del padre
y aún bajo la influencia de la droga (a causa de la
cual casi queda detenida ella también), comenzó a
gritarle que la dejara ya en paz, pues decía que ella
ya había cumplido con su declaración. Y que él y
Sebastián no la molestaran más. Y se fue corriendo
en busca de Rosa. En su ultima charla ella no había
estado correcta insinuándole la existencia de aquel
secreto y luego negándole el relato. Corría el riesgo
de perder nuevamente a su amiga. Y fue en busca de
ella decidida a contarle todo.
Los fuertes sacudones recibidos en su hombro des-
pertaron a Fernando. Ni bien logró abrir los ojos no
pudo salir de su asombro. Tal era el parecido físico
del tío Ernesto a su padre. Se quedó mirándolo un
rato largo hasta que el tío le hizo saber que no le
gustaba que lo mirara de esa manera. Pero de tanto
en tanto, Fernando no podía evitar volver la vista
nuevamente a él. El encuentro no fue muy cariñoso.

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El afecto no parecía ser una característica del tío.
Pero tampoco parecía esto molestar demasiado a
Fernando. Y así viajaron casi dos horas y media en
la desvencijada carreta del tío tirada por el viejo ca-
ballo Melchor, hasta llegar al rancho. Durante el
viaje casi no cruzaron palabras. Se escuchaba de vez
en cuando la ronca voz del tío dándole órdenes a
Melchor. El muchacho creyó estar escuchando al
padre. Tal era el parecido también de su voz.
El rancho era amplio, cómodo, sencillo y muy proli-
jamente arreglado y limpio. Ni bien ingresaron en la
casa, Ernesto le hizo un ademán al muchacho con el
brazo señalándole su habitación y el baño. Comida
habría a partir del día siguiente. A las 5:30 de la ma-
ñana había que despertar para comenzar a atender a
los animales. Fernando se recostó en la amplia y
crujiente cama y quedó dormido sin advertir hasta
qué punto habría de cambiar su vida a partir del día
siguiente.
Sonó el timbre en la casa de Rosa. Jacinto abrió la
puerta. Como un rayo y sin ni siquiera saludar, Mar-
ta recorrió la distancia que la separaba de la
habitación de la amiga subiendo casi a los saltos las
escaleras de madera de la casa. Sin golpear a la

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puerta irrumpió en la habitación. Se escuchó un por-
tazo detrás de ella.
Tomó a la amiga de los hombros y le susurró asus-
tadamente:
-Debes conocer el secreto de Fernando-
Sin detenerse más que para respirar, le contó que
accidentalmente pudo ver lo que le pasaba a Fernan-
do cuando se encerraba en el baño. Probablemente,
en aquella oportunidad y debido al apuro él no atinó
a poner el cerrojo. Y continuó relatándole, que al
abrir la puerta, vio a un ser que no era su hermano:
-…su rostro blanco como el papel, sus ojos abiertos
y completamente blancos, las venas y los músculos
intentando salirse de su cuerpo; temblaba como si
tuviera dentro un volcán en erupción-. Su miembro
mostraba un tipo de erección que jamás en mi vida
había visto antes. Y del mismo emanaba sin cesar
un abundante y espeso líquido, hirviendo de tal ma-
nera que una vez en el piso todavía mostraba los
vapores y las burbujas del hervor-
En ese momento Marta se interrumpió, puso una
mano sobre su propio pecho, tomó aire y agregó:
-No pude seguir viendo más. En ese preciso mo-
mento pensé que me iba a desmayar. Solo atiné a

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cerrar la puerta y me fui espantada de aquel lugar.
Nunca hablé de esto con nadie. Ni siquiera con mi
propio hermano-
Rosa abrazó a su amiga, la que comenzaba a llorar.
No sabía qué pensar de aquel relato.
Pero algo si era cierto. En vez de ahuyentarla esto la
acercaba mucho más a Fernando.
Transcurrieron los meses y el desmembramiento to-
tal de la familia Lebornia le producía a cada uno de
sus integrantes la sensación de que el tiempo pasaba
muy de prisa. Marta tuvo un parto prematuro que
costó la vida del bebé y casi comprometió la vida de
la pobre muchacha, la que debió luchar en el hospi-
tal durante 3 semanas para recuperarse de una severa
infección. Contó para entonces con el apoyo moral y
la compañía de su amiga Rosa. Luego de ser dada de
alta en el hospital, estando aún débil y recuperándo-
se, Marta recibió el tentador ofrecimiento de la
amiga, de ir a vivir juntas. Primero lo hicieron mu-
dándose a la propia casa de los Lebornia. Vivieron
un primer tiempo allí solas, pues Alejandro había
sido finalmente detenido e incomunicado. Su abo-
gado habría ofrecido una suma millonaria para
lograr la libertad condicional en aquella etapa del

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proceso, la cual fue negada por el juez de la causa en
virtud de la gravedad del delito imputado.
Transcurrido un mes, las 2 amigas se mudaron defi-
nitivamente a un modesto pero cómodo
departamento totalmente subvencionado por el pa-
dre de Marta. Rosa lograba mientras tanto la
recuperación de su amiga de su adicción a la droga
con singular éxito.
Su fórmula era muy poco profesional: entrega in-
condicional de amor y dedicación absoluta a la
amiga. Rosa sentía una imperiosa necesidad de ayu-
dar a Marta. Era una forma de sentirse más cerca de
Fernando mientras no pudiera verlo a él. Pero por
supuesto esto no lo podía saber Marta.
Mientras tanto en el rancho, Fernando llevaba una
vida de continuos esfuerzos físicos. Se levantaba
todas las mañanas al alba y durante el día, sin más
descanso que el tiempo que le tomaba desayunar,
almorzar y cenar se dedicaba a todas las faenas pro-
pias del campo: ordeñaba las vacas, las marcaba,
alimentaba y aseaba a los caballos, alimentaba a los
porcinos, atendía el gallinero, recolectaba los hue-
vos, llevaba a pastar el rebaño de ovejas con la
ayuda de los perros pastores (todavía no había

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aprendido a esquilarlas pues aún no había llegado la
época).
A las noches Fernando se sentía agotado pero con-
tento y satisfecho con él mismo. Su relación con el
tío iba avanzando en forma muy paulatina creando
entre ambos fuertes lazos afectivos solamente expre-
sados a través de una mirada especial o la
preocupación que cada uno mostraba por el otro en
momentos de necesidad. Así fue como Fernando
recibió del tío cuidados muy especiales en oportuni-
dad de seccionarse accidentalmente el dedo índice
de su mano izquierda cuando se encontraba cortando
leña. En otra oportunidad, avanzada la hora en la
noche el tío no regresó de vuelta al rancho.
El muchacho, preocupado por lo que le hubiese de-
parado al tío, agotado luego de la faena diaria, sin
comer ni descansar se alistó y salió de la casa en su
busca, sin ni siquiera esperar la luz diurna del nuevo
día. Llevó consigo lazos, todo tipo de herramientas
de posible uso, una escopeta cargada y una caja de
cartuchos. El alimento y bebida indispensables por
si debiera pasar la noche fuera de la casa. Todos los
animales del bosque conocieron aquella noche el
nombre del tío.

35
-¡Tío Ernesto!- gritaba Fernando, casi sin cesar has-
ta quedar afónico. Agotado y ya al límite de sus
fuerzas, luego de 4 horas de caminar inútilmente,
volvió a gritar con el resto de voz que le quedaba:
-¿Tío Ernesto, dónde estás?-
Pero esa vez, una voz más parecida a un quejumbro-
so gemido de dolor le contestó:
-Aquí estoy, muchacho-
Su rostro se iluminó en medio de la noche y el exce-
so de adrenalina le devolvió las fuerzas que ya no
poseía y que tanto necesitaba en aquel momento. En
el término de media hora logró sacar a su tío del po-
zo ciego de unos 3 metros de profundidad donde
había caído probablemente fracturándose varias cos-
tillas. La atención que Ernesto recibió del sobrino en
aquella oportunidad fue hasta su absoluta recupera-
ción y sin la intervención de médico alguno debido a
que Ernesto se negaba. En esa época Fernando tam-
poco descuidó las tareas del rancho. Como único
agradecimiento recibió una mirada y una sonrisa
medio tristona por el dolor de las contusiones. Para
Fernando fueron más que suficientes.
En una de esas grises y lluviosas mañanas invernales
en que las faenas debían esperar a que el viento y las

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lluvias se calmaran el desayuno compartido entre tío
y sobrino se alargó por encima de lo acostumbrado.
Fue en esa oportunidad que Fernando se animó a
preguntarle al tío:
-¿Tío, qué significa la palabra “Palameycora” gra-
bada sobre la madera de la tranquera
de entrada al rancho?-
El tío, sorprendido por la pregunta, se levantó de la
mesa y en un tierno gesto, poco característico en él,
acarició la nuca del muchacho y le sugirió:
-Vamos, termina tu pan con tocino y el café. Nos
espera un largo día…Empieza a aclarar…Algún día
te contaré sobre Palameycora-
Ambos se sumergieron en las faenas cotidianas. To-
do volvió a la tan anhelada rutina.
Recuperada ya por completo, Teresa debió asistir al
Juzgado, en repetidas oportunidades. Pero el motivo
no era el trámite de divorcio, sino careos que el Juez
instruyó, entre Teresa y Alejandro, para determinar
la prosecución de la investigación y si Teresa estaba
o no involucrada en los ilícitos que se investigaban.
Aunque el juez no sabía todavía que posible relación
pudieran tener con la causa que se investigaba, en el

37
expediente quedaron registrados dos recientes acon-
tecimientos:
el primero, que Sebastián había sido atacado en los
baños de la prisión por varios convictos no identifi-
cados profiriéndosele durante dicho ataque 23
profundas puñaladas en toda la extensión de su
cuerpo, con arma blanca, más de una. Cuando los
investigadores llegaron a la escena del crimen pu-
dieron fácilmente reproducir los últimos momentos
de Sebastián intentando escapar de sus sorpresivos
atacantes. Su sangre recorría primero las paredes,
luego las puertas y lavatorios, para finalmente depo-
sitarse ya quieta en el suelo dejando claros rastros de
su intención de escapar, finalmente frustrada.
El segundo acontecimiento: Sergio, el amante de
Teresa, permanecía desaparecido y
absolutamente nadie parecía conocer su paradero.
A pesar de que la relación afectiva entre ambos se
robustecía rápidamente con el paso del tiempo, Fer-
nando nunca se animó a relatarle nada al tío sobre su
anormal transformación, la que se experimentaba en
su máxima expresión varias veces al día sin contar
las otras tantas en que simplemente se mojaba sin

38
siquiera advertirlo. En esos casos no necesitaba ais-
larse ni esconderse.
Desde que había llegado al rancho eligió un cómodo
e íntimo rincón del establo en vez del baño. Esto le
permitía sentirse más tranquilo y seguro de no ser
visto por el tío. Fernando realizaba cortas interrup-
ciones en su trabajo diario para depositar su espeso e
hirviente líquido siempre en aquel mismo rincón de
tablas de madera y suelo de alfalfa en medio de los
nerviosos relinchos de los caballos que lo rodeaban.
Siempre hacía su depósito en el mismo rincón y sin
remover lo anterior. Hasta que comenzó a notar una
lenta transformación en el tamaño y color de sus de-
pósitos. Tuvo la loca idea de que algo vivo había
allí. Se asustó. Pero entonces supo porqué no remo-
vería aquello del lugar. Simplemente decidió
esperar.
Hasta el momento los careos evolucionaban en for-
ma muy favorable para ambos, tanto para Alejandro
como para Teresa. Ellos se apoyaban, no se contra-
decían y lograron finalmente desorientar tanto a los
respectivos abogados como también al
Juez de la causa. Pero el Fiscal acumulaba una vasta
experiencia en este tipo de casos que salían de lo

39
común por no responder, por sus extrañas caracterís-
ticas, a un comportamiento social normal, llamado
en ese ámbito “patrón standard”.
Hacía dos años y medio que la justicia estaba tras
uno de los brazos más importantes de una vasta
organización criminal internacional dedicada al se-
cuestro y posterior asesinato (cobrando en todos los
casos suculentas sumas de dinero en calidad de res-
cate), de importantes empresarios y gente de
negocios del país. La actividad de dicha organiza-
ción se caracterizaba por el hecho de que las
víctimas jamás volvían a aparecer. Ni vivas, ni
muertas. Un hecho casual permitió a la justicia
avanzar en las investigaciones y prosperar en el ca-
so: una de las víctimas secuestradas, joven, astuta,
dueña de una fuerte personalidad y poder de convic-
ción, además de ser propietaria de la empresa
petrolera más grande del país, convenció a uno de
sus secuestradores para que la liberara.
Previamente, dispuso la transferencia de una sucu-
lenta suma de dinero para la apertura de
una cuenta bancaria en Suiza, a nombre del secues-
trador y su familia. Tuvo mucha suerte.

40
El secuestrador quiso ser honesto y cumplió su pro-
mesa de liberarla. La Organización lo descubrió y
esto le costó la vida al rufián. Pero esta mujer, la
víctima, única sobreviviente a las atroces activida-
des de la Organización, se encontraba a salvo.
Cambiada su identidad y luego de una cirugía facial
que había cambiado por completo su rostro, se en-
contraba viviendo en algún país desconocido.
Siendo soltera y sin familia le resultó mucho más
sencillo escabullirse de los intentos de la Organiza-
ción por encontrarla. Desde entonces y en forma
secreta colaboraba firmemente con la justicia para
lograr el desmantelamiento de la organización sub-
versiva.
Después de sufrir aquellos conocidos temblores y
espasmos volvió a ser él. Quedó reposando sobre un
costado de las tablas recuperándose del trance.
Cuando de pronto su vista quedó atrapada. Empezó
a acercarse más y más al lugar de sus depósitos y ya
no le quedó ninguna duda. Algo había cambiado.
Demasiado como para no darse cuenta. Aquel espe-
so líquido ya no parecía tal, sino piel. Piel humana y
vellosa. Había adoptado la forma de un feto huma-
no. Claramente podían verse sus extremidades, sus

41
brazos y piernas en formación. Cuando se acercaba
para observar mejor la cosa, ésta se movió provo-
cando el sobresalto de Fernando. Cayó de espaldas
al suelo y quedó aturdido. La cosa se había movido.
No podía ser, pensó. Quizás había llegado el mo-
mento de contarle todo a su tío. Pero se fue del lugar
muy asustado. Y sin saber si se animaría a volver.
El Fiscal decidió finalmente tenderle una trampa a
Teresa. La hizo llevar a su despacho. Y permanecie-
ron a solas. Presionándola y contándole algunas
mentiras pudo obtener de ella importantes verdades.
Le dijo que con motivo del progreso de las investi-
gaciones y los testimonios de la única de las
víctimas que había logrado escapar con vida, ya sa-
bían que ambos, su esposo y ella, se encontraban
seriamente comprometidos. Como confidente y con
la aparente intención de ayudarla le relató que le
había ofrecido un muy conveniente acuerdo a Ale-
jandro Lebornia. La propuesta consistía en confesar
y ayudar a la investigación y de esta manera él en
persona se ocuparía de que se le redujera considera-
blemente la condena y podría así obtener más
rápidamente la libertad condicional. Le dio la buena
noticia de que el marido ya había confesado todo y

42
por supuesto había confirmado haber actuado en
combinación con ella. Agregó que sabía que ambos
formaban parte de una cadena internacional de la
cual eran apenas pequeños eslabones. Y esto defini-
tivamente los favorecía mucho en su defensa. Luego
de horas de interrogatorio el Fiscal logró quebrarla.
Obtuvo así su confesión escrita involucrándolo tam-
bién a Alejandro. De inmediato dio parte al Juez y
los citaron a ambos a otro careo. El último. No hubo
necesidad de posteriores careos entre ambos. Todo
lo que se tuvieron que decir lo dijeron allí. A veces
hasta sin advertir que los representantes de la justi-
cia escuchaban y tomaban nota. Nada pudieron
hacer ya los respectivos abogados. Los 2 oficiales de
policía apostados a la entrada del juzgado debieron
ingresar para evitar un violento desenlace.
Por medio del último careo entre ambos se pudo
descubrir que:
1) Sebastián pertenecía a la Organización y había
sido invitado secretamente por los propios padres de
Marta para que comenzara a salir con ella. Nueva-
mente, esto no cuadraba dentro de lo que el Fiscal
llamaría “comportamiento social esperado”.

43
Sobre este asunto decidió que debería continuar in-
vestigando.
2) Que Sergio, el amante de Teresa, había sido cap-
turado por la Organización por haber puesto en
peligro la vida de Teresa. Al igual que el resto de las
víctimas, ya no se encontraba con vida.
3) Las víctimas eran sistemáticamente ingresadas en
el sótano de la residencia de los Lebornia, del cual
no volvían a salir con vida.
Finalizado aquel escandaloso careo, ambos, Alejan-
dro y Teresa, quedaron a disposición del Juzgado y
continuarían en prisión durante un largo período.
A la Justicia le resultó relativamente fácil descubrir
a través de los interrogatorios que Marta y Fernando
nada sabían en absoluto respecto de lo que venía
sucediendo en la Residencia Lebornia pues los ilíci-
tos se realizaban siempre utilizando aquella
segunda entrada de la casa y en horarios que se sabía
fehacientemente que ninguno de ambos muchachos
se encontraba por los alrededores. El Juzgado citó a
declarar a Marta y a Fernando. Cuando el tío Ernes-
to le comunicó durante una cena las asombrosas
novedades sobre sus padres (incluyendo que ambos
se encontraban en prisión y ya sin esperanzas de po-

44
der salir), Fernando quedó aturdido por la sorpresa.
Antes de que pudiese recuperarse el tío agregó que
él debía viajar a la ciudad para prestar testimonio en
los Tribunales. Debió tomarse un tiempo para asimi-
lar tantas desgraciadas noticias. A todo esto se
sumaba la sensación de culpa que Fernando sentía
por no haber sido capaz de advertir durante tanto
tiempo que su propia casa funcionaba como centro
de detención clandestino. Pero lo que le quitó el
aliento y lo angustió más fue el hecho de tener que
viajar debiendo abandonar el rancho y a su tío, aun-
que sólo fuera por unos días. El inexpresivo hombre
abrazó a Fernando y le susurró al oído:
-No importa muchacho. Este viaje servirá para que
ambos nos podamos enterar a tu vuelta, de cuán
juntos deseamos estar-
El Juzgado ordenó el allanamiento de la residencia
de los Lebornia. Se trataba de una operación fuera
de lo común, de características extraordinarias, por
lo cual en el lugar se dieron cita: una División Espe-
cial de la Policía, otra del Ejército, varias unidades
móviles de Bomberos y un Escuadrón Especial,
aprovisionado de un sofisticado equipo de tractores
y grúas para excavaciones y remoción de pesados

45
materiales de construcción. Expertos y profesionales
ingresaron primero en la casa. La recorrieron toda.
Tomaron medidas. Con aparatos especiales golpea-
ban las paredes y los pisos, buscando probablemente
vigas y zonas huecas de la casa. Hasta que se con-
centraron todos en el sótano. No les fue fácil y les
tomó largo rato. Se ayudaron de completos mapas
municipales en los que por supuesto no aparecían las
reformas realizadas por la organización delictiva.
Pero finalmente lograron encontrar el sofisticado y
muy bien escondido mecanismo electrónico. A tra-
vés del mismo abrieron una pesada pared de
ladrillos montada sobre poderosos rieles empotrados
en el piso, encontrando así el acceso a 4 separadas
celdas de detención y torturas. Pero esto no explica-
ba cual era el destino
final de tal cantidad de cadáveres acumulados du-
rante tantos años. Hasta que ya a altas horas de la
noche descubrieron una segunda abertura electróni-
ca que se operaba desde una de las celdas y abría un
metro cuadrado del piso. Así llegaron por medio de
una larga escalera a un sub-sótano dentro del mismo
sótano. Encontraron allí un amplio

46
cementerio. Sin lápidas ni ataúdes. Realizando ex-
cavaciones pudieron verificar la existencia de una
fosa común y decenas de cadáveres en diferentes
estados de descomposición. Allí mismo encontraron
a Sergio, el ex-amante de Teresa, presentando toda-
vía frescas señales de las torturas recibidas.
Luego del incidente ocurrido a Sebastián en la pri-
sión, el Juzgado ordenó aislar por completo a
Alejandro y a Teresa del resto de los reclusos para
proteger sus vidas. Fueron enviados en forma sepa-
rada a una celda individual en un lugar de extrema
seguridad, prohibiendo su contacto con otros deteni-
dos y colocándoles una fuerte custodia policial.
Rosa esperaba ansiosa y nerviosa a la salida del Juz-
gado la aparición de Fernando. Pero los celos
traicionaron a Marta. Solo se escuchaban gritos en-
tre ellas cuando él apareció luego de su declaración
testimonial. Rosa y Fernando se cruzaron las mira-
das mientras los gritos de Marta iban lentamente
apaciguándose hasta el silencio total al presenciar la
hipnótica mirada cruzada entre ambos. Rosa hubiese
deseado decirle tantas cosas y preguntarle tantas
otras, pero él la detuvo con decisión. Le explicó que
lo de ellos era imposible. Él la quería como amiga y

47
su vida estaba definitivamente en el rancho junto a
su tío. Con cierta pena por ella pero con convicción
él le insinuó que en esos largos meses había cam-
biado mucho. Y ella se pudo dar cuenta. Le pidió
que cuidara a su hermana. La abrazó, la besó sua-
vemente en la mejilla y se retiró. El llanto ahogado
de Rosa fue apaciguado por el consuelo de los bra-
zos de Marta, la que podía ya sentirse tranquila de
no tener que continuar disputando el cariño de su
amiga. Finalmente Rosa comprendió a Fernando.
Pero esa vez su vista no quedó mirándolo hasta que
su imagen desapareciera.
Gracias a la labor del Fiscal pudo aclararse la extra-
ña actitud de la familia Lebornia y comprender los
motivos de la falta total de afecto que la caracteriza-
ba.
Alejandro y Teresa siendo apenas dos adolescentes
fueron capturados y entrenados profesionalmente
por la Organización, la que decidió el futuro com-
pleto de sus vidas hasta el último de los detalles. En
qué país vivirían, cuáles serían sus actividades labo-
rales, cuántos y qué hijos tendrían, proveyéndoselos,
sin la necesidad de que Teresa concibiera. Marta
había sido extraída de un automóvil pocos minutos

48
después de producido un serio accidente de tránsito
que le costó la vida a los padres. La beba contaba
con unos meses de edad y milagrosamente había sa-
lido ilesa del trágico evento. Fernando había sido
obtenido de los descendientes de una antigua tribu
indígena.
Se trataba de una joven pareja, sus padres biológi-
cos, los que habían presenciado
involuntariamente uno de los primeros secuestros
perpetrados por el matrimonio Lebornia. Sus restos
yacían desde entonces en la fosa común del conoci-
do sótano.
Sus pertenencias: un rancho, que posteriormente
Alejandro cedió a su hermano Ernesto a raíz de la
tragedia que le arrebató a su familia. Y el pequeño
Fernando, el que pasó a ser hijo de la pareja Lebor-
nia y hermano de Marta. Todo combinaba. La
Justicia estaba a punto de cerrar definitivamente la
causa.
El esperado reencuentro entre Fernando y el tío fue
muy emotivo. Pero sólo entendido por ellos. No
hubo casi palabras. Ni siquiera necesitaron grandes
demostraciones de afecto. Cada uno sabía lo que
sentía el otro. Él ya no debió recorrer la estación de

49
tren buscando a su tío. Ernesto supo hasta por qué
sector del anden se abriría la puerta del tren y apare-
cería su sobrino. Y él ya estaba allí. Se confundieron
en un abrazo sin palabras. Ernesto lo ayudó con par-
te del equipaje. Y emprendieron el viaje de vuelta al
rancho. Fernando durmió durante todo el camino
mientras Ernesto conversaba de vez en cuando con
Melchor.
Hacía ya unos meses que Fernando pasaba sus tran-
ces en uno de los baños del rancho.
Era el baño más retirado de la casa pero no había
impedido que el tío sospechara algo. De todas mane-
ras ninguno de los dos decía nada. Hasta que una
mañana, en medio de la faena, Fernando se animó y
decidió visitar nuevamente aquel rincón del
establo que tanto temor le había infundido. Pero la
cosa ya no estaba.
Como loco buscó por todo el establo y los alrededo-
res hasta advertir que era inútil continuar. Desistió y
volvió a sus labores sólo mostrando un dejo de pre-
ocupación en su rostro. Casualmente esa noche en la
cena casi no hablaron.
-Muchacho, hay cosas que hace tiempo deberíamos
habernos contado. Es algo que todavía nos debe-

50
mos- comentó Ernesto mientras trozaba un pedazo
de pan.
Fernando, bajando su vista, contestó:
-Sí, sí tío-
Y el silencio absoluto volvió a apoderarse del lugar.
Rosa, convencida ya de que su relación con Fernan-
do era imposible se aferró a su
amiga. Ambas lograron con el transcurso del tiempo
una relación repleta de amor, al descubrir que cada
una podía brindar lo que la otra necesitaba. Solían
invitar a Jacinto y a Gastón a comer o simplemente
salir los 4 juntos. Marta olvidó finalmente a los
hombres y dejó definitivamente la droga. Y hasta
logró ir olvidando que había 2 personas en prisión
que habían tenido algo que ver en su vida. Alejandro
y Teresa recibieron una condena de cadena perpetua
sin ninguna posibilidad de ver disminuida o conmu-
tada la pena. Pasarían en prisión el resto de sus días.
Transcurrían tiempos de felicidad plena para Fer-
nando y su tío en el rancho. Amaban
despertar juntos en las mañanas, compartir las silen-
ciosas comidas. Retirarse a conciliar el sueño
sabiendo ambos que amaban esa rutina. Que estaban
juntos y lo estarían siempre. Y sobre todo que no

51
había nadie más en las cercanías. Esto último los
hacía sentir que el Mundo les pertenecía.
Una noche, mientras saboreaban la copita de licor de
sobremesa, después de la cena, sentados en los mu-
llidos sillones frente al hogar de leños encendido,
escucharon un estruendo que sacudió los cimientos
de la casa. Ernesto dirigió una mirada de terror a
su sobrino, el que no supo entender lo que estaba
sucediendo en aquel momento, pero se hizo eco de
la misma sensación y fue presa del mismo pánico.
De pronto, la enorme puerta de macizo roble de en-
trada a la casa comenzó a astillarse y cuartearse
debido a los potentísimos golpes que causaban dolor
a sus oídos. Ernesto se levantó de su sillón y mos-
trando en su rostro una angustia que Fernando no
había conocido jamás, le dedicó al muchacho una
última mirada. Fernando también pudo ver el espan-
to y el horror reflejados en sus ojos.
-Ten confianza, muchacho- susurró el tío en ese
momento.
La puerta ya destrozada cayó al piso como si fuese
de cartón. Fernando y Ernesto giraron bruscamente
sus cabezas hacia ella. Y todo finalizó.

52
Cuenta la leyenda que hace aproximadamente un
siglo existía una tribu en el lugar. La tribu de los
Menau que durante largo tiempo habían debido en-
frentarse a sus poderosos enemigos en batallas
nunca iniciadas por ellos, sufriendo saqueos y pérdi-
das, no solo de sus guerreros sino también la cruel
matanza de mujeres y niños. Fue entonces que Vor-
ga, el anciano brujo de la tribu, descubrió la forma
de salvar a todos los nativos en una época
en que la misma corría peligro de extinguirse. Cuen-
ta la leyenda que durante 12 noches, en que la luna
permaneció llena, Vorga efectuó todo tipo de hechi-
zos y embrujos, bebiendo finalmente un brebaje que
le permitió a partir de entonces dar a luz seres sin
ningún tipo de intervención femenina. Éste solía re-
cibir trances que transformaban su cuerpo y le
producían eyaculaciones de un espeso líquido en
estado hirviente. Hasta que en forma independiente
el mismo se convertía en un ser vivo. Crecían y se
desarrollaban en relativamente corto tiempo seres
dotados de una fuerza física extraordinaria con
un aspecto y fiereza no conocidos hasta entonces en
ninguna fiera salvaje que hubiese habitado la Tierra.
De este modo, con una pequeña cantidad de aquellos

53
seres poseedores de genes masculinos exclusiva-
mente, lograron en poco tiempo aplastar a los
enemigos. Se cuenta que ni siquiera armas necesita-
ban en sus batallas. Eran casi invencibles. Estaban
capacitados para triturar y devorar a sus contrincan-
tes en cuestión de segundos, de tal manera, que ni
rastros de la propia sangre de la víctima quedaba en
el lugar de la escena. Cada uno de estos feroces
(como se los solía llamar), cumplido un año de vida
daba a luz en forma espontánea y también indepen-
diente (sin intervención de la mujer), a un ser,
siempre varón, aparentemente normal, con la única
peculiaridad que lo distinguía de los hombres comu-
nes, en que debía soportar ciertos trances de
transformación con hirvientes depósitos de espesos
líquidos a partir de los quince años de edad aproxi-
madamente. Y de esta manera el brujo Vorga se
aseguró de perpetuar la especie.
En una ceremonia ritual muy especial, la tribu cam-
bió el nombre del sabio brujo por el de
“Palameycora”, palabra que en el dialecto de la tri-
bu significaba “hombre que da a luz”.
Con el transcurso del tiempo y el avance de la tecno-
logía armamentista la tribu fue aniquilada junto con

54
todos sus feroces. Dicen que a través de las genera-
ciones siempre aparece algún descendiente del
astuto brujo, aquí o allá.
Luego de aquella triste noche, el rancho quedó to-
talmente abandonado por muchos años. Su orden,
limpieza y prolijidad, era la misma de siempre. Sal-
vo por una vieja puerta de grueso roble que yacía
destrozada sobre el piso.

55
56
Segunda Parte:

Época de Venganzas

Aquella noche, mientras saboreaban la copita de li-


cor de sobremesa, después de la cena, sentados en
los mullidos sillones, frente al hogar de leños en-
cendido, escucharon un estruendo que sacudió los
cimientos de la casa. Ernesto dirigió una mirada de
terror a su sobrino, el que no supo entender lo que
estaba sucediendo en aquel momento, pero se hizo
eco de la misma sensación y fue presa del mismo
pánico. De pronto, la enorme puerta de macizo roble
de entrada a la casa, comenzó a astillarse y cuartear-
se debido a los potentísimos golpes que causaban
dolor a sus oídos.
Ernesto se levantó de su sillón y mostrando en su
rostro una angustia que Fernando no había conocido
jamás, le dedicó una mirada al muchacho. Pero Fer-
nando pudo también ver el espanto y el horror
reflejado en sus ojos.

57
-Ten confianza, muchacho- susurró el tío en ese
momento.
Fernando no entendía. Pero Ernesto se preparaba
para la acción. Y sentía un espantoso temor de que
lo que venía planeando hacía ya tanto tiempo pudie-
ra fallarle ahora, justo en el momento final. Era su
única oportunidad y no podía desperdiciarla. En ese
preciso momento la puerta ya destrozada cayó al
piso, como cartón. Fernando y Ernesto giraron brus-
camente sus cabezas hacia ella. Y allí estaba la
bestia. Parada frente a ellos. Sedienta de sangre y
destrucción. Emanando por su boca una espesa y
espumosa saliva.
Con la precisión y rapidez de movimientos sólo dig-
nos de operaciones largamente practicadas, Ernesto
movió un pequeño mármol de la repisa del hogar.
Oprimió un botón allí escondido y volvió aquel sóli-
do trozo a su lugar original. El pesado hogar de
cemento cubierto de decorativos ladrillos empezó a
abrirse como una puerta. Poseía en su extremo mo-
vible una pequeña rueda empotrada en el piso, sobre
un riel que dibujaba el movimiento circular de ese
hogar-puerta cuando era abierto o cerrado. La bestia,
que no por ser tal carecía de inteligencia, intuyendo

58
lo que estaba por ocurrir se abalanzó sobre ambos
indefensos. Fernando, sintiendo un terror que sólo se
siente cuando se sabe que se está a punto de morir
triturado por las fauces de una fiera como aquella
quedó completamente inmovilizado. Entonces fue
que Ernesto abrazó al muchacho como pudo y se lo
llevó dentro traspasando aquella puerta sin perder un
segundo. Un botón mucho más grande y a la vista lo
esperaba dentro. Lo oprimió y pudo ver la puerta
cerrándose mientras la bestia alcanzaba a tomarla
del borde con su enorme y peluda mano derecha
mientras apoyaba la izquierda contra la pared inten-
tando detener su electrónico mecanismo de cierre
para luego abrirla nuevamente. Ernesto, abrazado a
su sobrino que ya no podía saber lo que estaba ocu-
rriendo, sintiendo la necesidad de protegerlo de
cualquier peligro, sintió también su corazón latién-
dole fuertemente en la garganta y creyó que iba a
vomitar. Pero finalmente la poderosa puerta se cerró
herméticamente mientras cuatro amenazantes dedos
caían al piso cubiertos en sangre, dentro de la guari-
da ya segura y frente a los ojos desorbitantes de
quienes acababan de salvar sus vidas. Los espanto-
sos alaridos de dolor de la bestia se dejaron de

59
escuchar en el momento que la puerta terminó de
cerrarse.
Casi inconsciente por el espanto vivido, el mucha-
cho fue trasladado de allí por su tío a un lugar
subterráneo.
Luego de recuperarse lentamente, pudo asombrado
comprobar que ambos se encontraban dentro de una
enorme fortaleza. Amplias camas, cocina totalmente
equipada, baño instalado; todo confortablemente
amueblado, abundante ropa, vajilla completa, enor-
mes y potentes refrigeradores conteniendo
cantidades de alimentos y bebidas suficientes para
abastecerlos durante varios meses. El lugar poseía
instalación eléctrica, conexión de gas para cocinar,
instalación sanitaria de agua potable y un sistema de
calefacción central, recambio de aire por ventilación
y aire acondicionado que funcionaban a través de
anchas tuberías que desembocaban entre abundantes
matorrales a varios kilómetros de distancia de la ca-
sa. En su salida, había colocada una inmensa rejilla
de acero, también herméticamente cerrada. Poseía
orificios de tal tamaño, que no permitían la penetra-
ción o salida de ser vivo alguno, por más pequeño
que fuera. A su vez, la misma se encontraba camu-

60
flada entre los matorrales. Sólo Ernesto podría salir
o entrar de aquella guarida atravesando dichas tube-
rías. Aunque nunca había necesitado utilizarla, sólo
él conocía su mecanismo de apertura y cierre. Tanto
interior como exterior. Mientras tanto, su única fun-
ción era traer o llevar aire frío, caliente o natural.
Por último, la fortaleza poseía en un rincón cercano
a la escalera que ascendentemente conducía a la sa-
lida, por el mismo lugar por donde entraron; una
inmensa jaula de hierro adherida al piso, al techo y a
una de las paredes laterales y formada por gruesos
barrotes con el espacio necesario entre los mismos
para la sola entrada de aire.
Fernando recorrió el lugar atónito, mientras el tío
debió asegurarle en repetidas oportunidades que no
estaba soñando, hasta que el muchacho, ya un poco
más relajado, se animó a comentar:
-Todo esto me recuerda un poco…a ese lugar clan-
destino…encontrado en el sótano de la casa de mis
padres…¿Te acordás, tío?-
-Como no me voy a acordar, hijo. Si todo esto fue
preparado y construido en aquella época por la
misma Organización-

61
El muchacho empalideció mostrando un temor inse-
guro debido a que amaba y confiaba plenamente en
aquel hombre. Probablemente había entendido mal,
pensó. Pero Ernesto al ver su reacción se apuró en
explicarse. Lo invitó a sentarse junto con él en mu-
llidos sillones. No frente a un hogar de leños porque
no lo había. Pero sí para reanudar aquella ceremonia
con la copita de licor, asegurándole a su sobrino que
nadie los interrumpiría. Y frente al silencio expec-
tante del muchacho ansioso como nunca por
escuchar al tío, Ernesto comenzó el relato de toda la
historia.
Así fue como Fernando pudo saber todo sobre “la
leyenda de Palameycora”. Le costaba creer lo que
estaba escuchando. Aquel hombre le relataba cosas
que lo involucraban definitivamente con la leyenda.
¿Cómo reaccionaría su tío al enterarse que él prove-
nía de los hechizos del brujo Vorga (o
“Palameycora”)?, pensó. ¡Cómo explicarle que él
era hijo de uno de aquellos feroces creado por el as-
tuto brujo para preservar a la especie! ¡Y que él
mismo engendraba a esas bestias! ¡Qué pasaría
cuando le contara al tío sobre sus monstruosos tran-
ces con los hirvientes y espesos depósitos! La idea

62
lo angustió. Pero decidió por el momento no hablar
y continuar escuchando. Finalizado el relato de
aquella extraña leyenda, Fernando se enteró también
esa noche que las sorpresas estaban muy lejos de
haber acabado.
Ernesto hizo una interrupción en su largo monólogo,
se embebió de golpe un trago del licor vaciando su
copa, cuando escuchó a Fernando, aun bajo la fuer-
te influencia del trauma vivido, preguntar:
-Tío…no es posible…la bestia…quizás…no se... que
se de maña para apretar el botón como tú lo hicis-
te...- el muchacho temblaba de horror y agregó con
un timbre de voz tan débil que casi no se lo escu-
chaba:
- ¿ ...y poder entrar aquí...?-
imaginándose lo que acababa de insinuar le impedía
expresarse claramente. Su tío, mostrando una leve
sonrisa mientras jugaba con la copa vacía y hablan-
do en un tono tranquilizante, le preguntó:
-¿Qué quieres preguntarme, hijo? ¿Si la bestia allí
afuera es lo suficientemente inteligente como para
poder correr el trozo de mármol y oprimir el botón
de ingreso a nuestra guarida?-

63
Fernando sacudió afirmativamente la cabeza sin
hablar. Y entonces Ernesto le explicó que ambas
entradas a la fortaleza, tanto la del hogar-puerta co-
mo la de la rejilla en los matorrales para ingresar por
las tuberías, contaban con un dispositivo electrónico
de extrema seguridad que impedía accionar el botón
de ingreso a la guarida más de una vez para abrirla.
Existía escondida en su habitación una pequeña caja
electrónica con botonera digital conectada a todo el
mecanismo que previo ingreso de un código secreto
de seis cifras que sólo él conocía habilitaba al mis-
mo para una nueva y única entrada a la cueva
oprimiendo nuevamente el mismo botón. Pero per-
mitía la entrada una vez y volvía a desconectarse.
Desde adentro este mecanismo de protección no
existía. Muy cerca de ambas salidas aparecía un
llamativo botón rojo, el que podía ser oprimido cada
vez que se deseara salir. Salvo que alguien desde
fuera accionara el código secreto de seis cifras a los
efectos de desactivar el mecanismo desde adentro.
En tal caso, quien se encontrara dentro quedaría
atrapado hasta que alguien lo accionara nuevamente
desde afuera utilizando el mismo código secreto.

64
-Sobrino querido, como podrás darte cuenta, a la
Organización no se le escapó ningún detalle. Todo
ha sido minuciosamente calculado. Puedes quedarte
tranquilo. Aquí dentro no corremos ningún tipo de
peligro-
La Organización…la Organización, de nuevo aque-
lla Organización, pensó Fernando.
¿De qué manera podía estar conectada una organi-
zación delictiva semejante con su tío? ¿Con qué
motivo construirían algo así debajo de su propio
rancho? ¡Él no podía pensar que una persona como
su tío estuviera involucrada con aquella banda de
criminales! Y si así fuera, lo mantendría en secreto
frente a él, cosa que no hizo. Pero Fernando no se
animaba a preguntarle. Seguía solo escuchándolo.
Hasta que las respuestas a sus interrogantes llegaron
una a una sin que el muchacho tuviera la necesidad
de preguntar. Fue cuando Ernesto terminó de contar-
le todo sobre “la leyenda de Palameycora” y
empezó a relatarle una nueva historia: “la historia
de la familia Lebornia”, la que distaba mucho de ser
una leyenda.
Avanzada ya la hora aquella noche, Ernesto volvió a
llenar las copitas de licor y le explicó a su sobrino

65
sobre su origen, pero no el de la leyenda, pues ese su
tío no lo conocía. Fernando se enteró de boca de su
propio tío, que era hijo de la última pareja de indí-
genas de la desaparecida tribu de los Menau y que
habían muerto en las inescrupulosas manos de los
Lebornia amparados por la Organización. Fernando
empezó a soltar lágrimas involuntarias que mojaban
paspando su blanco rostro.
Aunque él sabía que tampoco los jóvenes indígenas
habían sido sus padres biológicos.
Tenía que hacerle conocer a su tío su verdadero ori-
gen. Pero no sabía como.
Mientras tanto se incorporó y sólo atinó a abrazarlo
y llorar en silencio sobre su hombro.
-Muchacho, todo esto ocurrió hace ya mucho tiem-
po…No vale la pena lastimarse ahora con todos
estos tristes recuerdos. Tenemos mucho por
hacer…y tú me ayudarás. Serás mi único y mejor
aliado. Ya verás, todo saldrá a la perfección…-
y mientras acariciaba el abundante y oscuro cabello
del muchacho, agregó:
-Déjame que te cuente ahora lo que realmente les
ocurrió a mi esposa, Natalie y a mis dos pequeñitas,
Sofi y Cyntia…Será difícil para mí…nunca he

66
hablado con nadie de esto …Pero se que debo hacer
el esfuerzo, para que tú entiendas todo. Y de esa
manera puedas ayudarme-
Gordas y pesadas lágrimas asomaban a sus ojos re-
costándose en sus pestañas. Pero él las fregó con sus
toscas manos antes que comenzaran a recorrer su
agrietado y cansado rostro. Fernando miró a su tío
sin entender palabra. Pero tuvo la triste sensación de
que las sorpresas no terminarían nunca. La esposa
de Ernesto no había asesinado a sus hijitas debido a
una enfermedad mental según se había difundido
por razones de conveniencia y seguridad. Esa tarde
de cielo gris y que culminó negra en los corazones
de aquella familia, Ernesto y Natalie, viajaron al
pueblo en la carreta tirada por Melchor, como solían
hacerlo cotidianamente a los efectos de vender pro-
ductos de la granja y a su vez obtener todo el
aprovisionamiento de lo que ellos no producían. Pe-
ro al volver al rancho no encontraron rastro alguno
de las niñas. Por aquella época corrían rumores en la
zona sobre la repentina reaparición de uno de aque-
llos feroces de la época de “Palameycora”. Hasta
en las cercanías del pueblo se había dejado divisar
su siniestra sombra. Y Ernesto sabía casi todo sobre

67
esas bestias. Se había interesado en estudiar su raro
comportamiento desde los orígenes de la tribu de los
Menau.
Cuando el día de la tragedia él regresó al hogar, al
ver las quebraduras de la puerta de entrada contras-
tantes con el estricto mantenimiento del orden y
limpieza en el lugar de los hechos sin una sola gota
de sangre derramada, no tuvo ninguna duda. Sin
perder un solo momento tomó del armario su esco-
peta 16 de doble caño y desesperado se internó en el
bosque. Sabía que ya a sus hijitas no las recuperaría
y también sabía que en el caso de encontrarse con el
feroz sus posibilidades serían menos que escasas.
Pero no tenía nada que perder. En todo caso, él
muerto ya estaba.
Lágrimas de rabia y de odio caían sobre el arma
mientras Ernesto buscaba en la noche.
En la casa, el llanto agónico de Natalie ponía un ve-
lo de eterno duelo para aquella familia.
Ernesto regresó al rancho exhausto al amanecer del
otro día trayendo en sus manos la misma escopeta
con los cartuchos sin usar. Trajo consigo el mismo
dolor y el mismo odio. Y una promesa: llegaría el
día de la “venganza”. Pero la desgracia se ensañó

68
aun más con él. Pese a todos los esfuerzos hechos
para consolar a su esposa Natalie intentando expli-
carle que ella era el único consuelo que le quedaba a
su desgarrado corazón, ella no pudo superar lo ocu-
rrido y tres meses después puso fin a su vida.
Casi al amanecer, tío y sobrino se durmieron sobre
sendos sillones, riendo y llorando a la misma vez.
Quizás porque la tragedia y la felicidad los unían a
ambos en un mismo grito de amor y liberación.
Ernesto aun dormía cuando Fernando debió urgente
llegar hasta el baño y encerrarse para recibir uno de
sus trances. Le tomó más tiempo que de costumbre.
Quedó observando pensativo, aquel espeso e hir-
viente líquido y luego oprimió con fuerza el botón
del retrete y no lo soltó hasta no haber comprobado
que había desaparecido por completo. Quiso verifi-
car frente al espejo que había vuelto a ser él mismo
antes de abandonar el baño. Al
regresar encontró a Ernesto preparando sendas tazas
de café. Juntos saborearon el mismo pan con tocino,
quesos, mermeladas. Nada parecía haber cambiado
demasiado. Pero se trataba tan sólo de una ilusión
por reconstruir un agradable pasado que todavía sen-
tían cercano.

69
Para Fernando quedaban puntas sin unir, cosas que
no le quedaban claras. El tío debió explicarle que
luego de la doble tragedia por él vivida, su hermano
Alejandro, temeroso de que pudiera cometer otra
locura hizo todo lo que tenía a su alcance, y que no
era poco, por ayudarlo.
Durante los primeros meses después de lo ocurrido,
los hermanos, que nunca se habían llevado demasia-
do bien estuvieron muy juntos. Alejandro le abrió
una cuenta bancaria a su nombre y depositó en ella
una suma de dinero que le permitiría a Ernesto vivir
dignamente por el resto de sus días. Y no conside-
rándolo suficiente lo visitaba en el rancho 2 veces
por semana. Al enterarse de los planes de venganza
de Ernesto y del peligro que corría allí solo en el
rancho, decidió hacerle construir aquel refugio se-
creto contando con el soporte técnico y financiero de
la Organización. Pero Ernesto desconocía todo esto
y todo lo relacionado con las oscuras actividades del
matrimonio Lebornia. Recién después que el caso
judicial se hizo público saliendo todo a la luz, asom-
brado pero ya no tanto, pues la vida lo había
castigado demasiado llevándose consigo quizás gran
parte de su poder de asombro, pudo atar cabos y sa-

70
car conclusiones. Una vez que su hermano Alejan-
dro comprobó que él estaba ya anímicamente
recuperado volvió a desaparecer de su vida. Solo
volvió a contactarse con él el día que le solicitó que
recibiera temporariamente a Fernando en el rancho.
Ernesto llevó un trozo de pan con tocino a su boca y
lo acompañó con un sorbo de humeante café negro.
Fernando, luego de haber escuchado tan claras ex-
plicaciones, esbozaba una especie de mueca, la que
podía culminar tanto sonriendo como llorando,
mientras sudaba su rostro a pesar del frío.
El muchacho se sentía muy aturdido. Por un lado, no
podía negar la felicidad que le producía que su tío
fuera tan inocente como él siempre lo había conside-
rado. Pero por el otro, un extraño escalofrío recorría
su cuerpo y un profundo dolor nacía en su alma al
advertir que de acuerdo a sus relatos él se convertía
en el peor de sus enemigos y el principal “objetivo
de venganza” de su tío. Nuevamente pensó que de-
bía encontrar la forma de contarle toda la verdad.
Pero ¿como podía contarle al ser que él más quería,
algo que sin duda provocaría en él una profunda
desilusión y odio sediento de venganza? ¿Porqué el
destino le había tendido semejante trampa? Sus pen-

71
samientos fueron detenidos por Ernesto, que colo-
cando nuevamente la taza de café sobre el plato y
mostrando un gesto de moderada preocupación, le
preguntó:
-¡Muchacho!…¿Te sucede algo?…No debes estar
preocupado. Sabes, durante todos estos años, no he
tocado ni un solo centavo de lo que tu padre me de-
positó en el banco. Y se ha ido reproduciendo con
los intereses. ¡Y es todo nuestro, hijo! ¡Sólo nuestro!
Primero, lograremos llevar a cabo mi plan de ven-
ganza. Y luego, podremos vivir el resto de nuestras
vidas felices. Deberemos quedarnos encerrados
aquí un tiempo relativamente largo. No conviene
salir por ahora. No podemos correr el riesgo de que
nos descubran. Y lo más difícil será que no podre-
mos trabajar por muy largo tiempo. Debemos dar la
impresión de que el rancho quedó realmente aban-
donado. Te aseguro que no nos faltará nada. Ya
verás. Y lo más importante es que tú estás conmigo.
¡Me has devuelto las fuerzas que necesitaba!…¡Los
deseos de vivir!-
Fernando llegó al límite de su resistencia. Estalló en
un espasmódico e incontenible llanto de niño, ta-
pando avergonzado, su rostro con las manos. El tío,

72
que disfrutaba de sus planes y el compartirlos con su
sobrino creyó entender la reacción del muchacho.
Sin advertir todo lo equivocado que estaba.
Transcurrieron los años para todos, acumulando una
especie de paz y tranquilidad que se hacía cada vez
más sospechosa. Marta y Rosa habían estudiado
afanosamente la carrera de Derecho, recibiendo en
sendos casos el diploma de abogadas. Trabajaban
bien en la profesión, pero Marta invertía muchas
horas estudiando el enmarañado e interminable ex-
pediente de los padres (los Lebornia) y la
Organización. Recibía la desinteresada ayuda de su
amiga Rosa en todo lo que necesitara. Contaba tam-
bién con la colaboración testimonial y financiera de
la multimillonaria petrolera que había logrado
escapar de manos de sus secuestradores. Todo este
trabajo conjunto facilitó la reapertura del expediente
y el reinicio de la investigación.
Rosa intentaba convencer a la amiga que sería inútil
su empeño por demostrar la inocencia de sus padres.
Pero lo único que conseguía era fastidiarla más.
Marta repetidamente le explicaba que su objetivo
era llegar al fondo de la cuestión descubriendo

73
todos los procedimientos y actividades de la Organi-
zación incluyendo la participación de
los Lebornia, como parte del mismo engranaje.
-Solo deseo llegar a la verdad desnuda y objetiva
desprovista de agregados de conveniencia publici-
taria o distorsiones de interés político- solía
enérgicamente aseverar Marta moviendo su elevado
dedo índice derecho mientras clavaba una autoritaria
mirada en su amiga. Rosa acostumbraba ceder ante
la elocuencia y mal carácter de la amiga. Riendo y
abrazándola decidían juntas cambiar de tema.
Los abogados de los Lebornia trabajaban full-time
intentando infructuosamente reducir la pena de ca-
dena perpetua y lograr la libertad condicional del
matrimonio.
Se abría una muy pequeña esperanza en la vida de
los Lebornia: el procedimiento de la Organización
en los diversos países donde actuaba incluía el se-
cuestro, lavado de cerebro y reeducación de niños y
jóvenes de ambos sexos. El futuro destino de los
mismos era dispuesto por la Organización del mis-
mo modo que lo habían hecho con los Lebornia.
Lejos, muy lejos de la ciudad, en el rancho que con-
tinuaba viéndose totalmente abandonado, Ernesto y

74
Fernando permanecían escondidos, disfrutando de
una prematura y forzosa jubilación. Habían acos-
tumbrado sus vidas a esa nueva realidad. Y no lo
pasaban del todo mal. La primera vez que el tío de-
cidió que podían salir fue tres meses después de la
visita del feroz y lo hicieron a través de las tuberías
de la casa debiendo caminar varios kilómetros por
dentro de las mismas hasta llegar a la salida en los
matorrales. Una vez fuera, el sol dolió en sus ojos.
Pero fue un dolor pasajero. En cambio, la paranoica
sensación de tener siempre al feroz a sus espaldas
demoró mucho más en desaparecer. Cuando salieron
por la rejilla a los matorrales Ernesto quiso aprove-
char la oportunidad para enseñarle al sobrino como
operaba el mecanismo de apertura y cierre electróni-
co, incluyendo el número de combinación secreta.
-¡Ojalá nunca necesites utilizarlo, hijo! Pero…uno
nunca sabe…Es mejor así- se lo escuchó decir al tío
mientras entusiasmado mostraba la alta sofisticación
del mecanismo a su sobrino.
Con el tiempo, fueron logrando más confianza en sí
mismos y entonces Ernesto decidió que las salidas
podrían hacerlas a través del hogar-puerta de la
misma casa, con la condición de que todo en el ran-

75
cho quedara en el mismo lugar y estado en que se
encontraba. Ellos estaban considerados muertos. Y
nada debía cambiar por el momento. También deci-
dió que fuera Fernando quien saliera cuando se
trataba de adquirir provisiones en el pueblo. No de-
bían levantar sospechas. Y a su sobrino nadie lo
conocía. Sus instrucciones cuando viajaba al pueblo
eran estrictas: dejar a Melchor pastando a 2 kilóme-
tros del pueblo y llegar caminando. Llevar su
cabello recogido debajo de un sombrero, anteojos y
una bufanda que tapara parte de su rostro. Comprar
lo necesario rápidamente y volver al rancho sin per-
der tiempo ni detenerse por ningún motivo. Lo que
Fernando nunca olvidaba en ninguno de sus miste-
riosos viajes al pueblo era la compra de un periódico
que trajera noticias nacionales e internacionales. Era
el único contacto que tenían con el mundo exterior.
Años transcurrieron llevando esa pacífica pero pre-
sionada vida. En su último viaje, Fernando trajo
consigo un periódico con los siguientes titulares:

76
“ULTIMO MOMENTO. INVESTIGACION
ESPECIAL: NIÑOS Y NIÑAS
SECUESTRADOS APRENDIAN A
SECUESTRAR”.

Celosamente guardado entre las provisiones el mu-


chacho llevó el periódico hasta su tío y se lo entregó
en mano. Durante largo tiempo tuvieron de que
charlar.
A Marta se la veía últimamente muy nerviosa y an-
siosa efectuando trámites al parecer secretos que
debían según ella explicaba, conducirla a descubri-
mientos clave en la investigación. Rosa con especial
cuidado y diplomacia le recriminaba a su amiga el
haber descuidado demasiado el resto de los casos
durante el último tiempo. Y si los clientes lo adver-
tían podían crearles un serio dolor de cabeza.
Generalmente Marta, concentrada únicamente en lo
que le interesaba hacía caso omiso a las observacio-
nes de la amiga. Pero cuando decidía escucharla
solía enojarse mucho. Por lo que Rosa se apuraba en
aclararle que no le hiciera caso. Que todo estaba
bien.

77
Sonaba insistentemente el teléfono mientras Marta
no dejaba ni por un instante de buscar entre todos
sus papeles desparramados sobre el escritorio, un
documento que había recibido telegráficamente. Al
no encontrarlo se dirigió a los estantes de la
biblioteca donde gordas carpetas con decorativo lo-
mo adornaban su oficina, pensando que quizás lo
habría archivado allí. Rosa levantó el auricular:
-¿Hola? ¿Sí?...-
La voz que escuchó del otro lado le cortó la respira-
ción. Intentó disimular frente a la amiga. No le costó
demasiado por encontrarse de espaldas a la misma.
Pero debió sentarse sobre la mesa de escritorio para
no caer. Marta continuaba buscando el documento
entre sus desordenados papeles sin advertir lo que
allí mismo frente a ella estaba sucediendo.
-Hola, Rosa…soy yo, Fernando. Te pido por favor,
no vayas a mencionar mi nombre si mi hermana es-
ta contigo. Nadie debe saber que mi tío y yo estamos
vivos. No me he olvidado de ti. Eres la única perso-
na en la que puedo confiar. ¡Y sé que no me
defraudarás!-
Rosa , ya recuperada del primer shock, simulaba
hablar con uno de sus clientes mientras escuchaba a

78
Fernando. Este se despidió diciéndole que necesita-
ba hablar con ella cuando estuviese sola. Dos veces
le repitió la fecha y hora en que la llamaría nueva-
mente, calculando la fecha de su próximo viaje al
pueblo. E insistió: necesitaba que estuviese sola
cuando él volviera a llamar.
-¡Aquí está! ¡Aquí está! ¡Lo encontré!-
Marta ni siquiera preguntó quien había llamado por
teléfono. Por lo que Rosa se sintió más relajada y
satisfecha al no tener que inventar conversaciones
inexistentes con clientes imaginarios. Su amiga
había encontrado un documento conteniendo impor-
tantes datos sobre la agente XL. Pero datos
imprescindibles como lugar de residencia, domici-
lio, nombre y fotografía habían sido tachados en el
documento cuya fuente era la Organización. El
mismo contenía datos ultra secretos pertenecientes a
agentes que trabajaban para el Estado y debían apor-
tar pruebas en el juicio en contra de la Organización.
Esto comprobaba una sospecha que hacía tiempo
rondaba la cabeza de Marta. La idea de que el Go-
bierno Nacional era socio principal de la
Organización delictiva. Decidió que aquella tarde
llevaría el documento consigo en su primer encuen-

79
tro con sus padres, los Lebornia. Después de tantos
años los visitaría por primera vez, en la cárcel.
La visita no parecía ser de tipo sentimental. Iba con-
vencida de que obtendría los datos que necesitaba.
Estaba segura de que los padres conocían a la agente
XL. Rápidamente le contó todas las novedades a su
amiga y se retiró de la oficina dando un portazo. Ro-
sa no dejaba de pensar en Fernando.
Catherine Shlechter disfrutaba de una soleada ma-
ñana descansando a la sombra de la sombrilla sobre
su cómoda reposera, saboreando su acostumbrada
piña colada junto a la pileta de natación mientras
leía una de las novelas de Agatha Christie que tanto
le apasionaban cuando fue interrumpida por su ama
de llaves anunciándole la llegada del empleado de la
empresa encargada de la limpieza y mantenimiento
de los filtros de la piscina. La majestuosidad de la
casa que la Sra. Shlechter tenía a sus espaldas colo-
caba un cálido sello de suntuosidad al lugar. El
hombre de mameluco concluyó su tarea sin dificul-
tades. A su salida pudo burlar a todo el personal de
servicio subiéndose a su vieja camioneta y retirán-
dose del lugar. Minutos después los gritos histéricos
de la mucama anunciaban a todos que la patrona flo-

80
taba boca abajo en el agua de la pileta, la que iba
tiñéndose de un rojo cada vez más intenso.
Hacía mucho tiempo que Marta no se sentía tan
frustrada como se sintió después de aquella tan espe-
ranzada visita. Una vez en la prisión las autoridades
no le permitieron ver a sus padres simultáneamente
como ella hubiese deseado sino por separado. Marta
sintió una falta de afecto total por parte de ambos.
Sólo se interesaron por contarle que estaban por ser
liberados de prisión con una especie de libertad con-
dicional a raíz de las reveladoras noticias sobre los
métodos que utilizaba la Organización para entrenar
secuestradores profesionales reclutando jóvenes ino-
centes y llegando a secuestrar niños y hasta bebés.
Esto los colocaba a ellos, de alguna manera, en po-
sición de víctimas por lo que podían ver aliviada
considerablemente la pena. De todo esto se estaban
ocupando actualmente los abogados. Por supuesto,
les estaba costando mucho dinero, sin contar la su-
ma que deberían depositar en calidad de fianza. Pero
le prometieron que habría mucho dinero para ella
cuando ellos quedasen liberados. Le negaron por
completo conocer a esa agente XL. Pero ella sabía
que ellos mentían. Insistió al principio hasta que ad-

81
virtió que el método no le daría ningún resultado.
Los padres no hicieron comentario alguno sobre la
trágica desaparición de Fernando y del tío Ernesto.
Y a Marta esto no le sorprendió demasiado. Se retiró
aquel día de la prisión con una sensación de asco y
el profundo deseo de que el juez de la causa recha-
zara la petición de los abogados.
Fernando intentaba apurar a Melchor en su trayecto
al pueblo pues de lo contrario no lograría comuni-
carse con Rosa a la hora prometida. Se había
atrasado por una discusión que había mantenido con
el tío. Fernando venía explicándole que habían
pasado ya muchos años. Que él era joven y quería
otro tipo de vida. Ernesto se ponía muy mal al escu-
char al sobrino decir estas cosas. Pero éste insistía:
-Tío, sabes muy bien que haría cualquier cosa por
ti… Y por complacer todos tus deseos de venganza.
Y no es verdad que quiera dejarte. Nunca haría una
cosa así. Pero tú no quieres entender que necesita-
mos tener un contacto de confianza afuera.
De lo contrario nos pudriremos aquí dentro los dos
solos sin poder hacer nada. ¿Es eso lo que tú quie-
res?-

82
Ernesto había finalizado aquella última discusión
mostrando un rostro que expresaba algo de flexibili-
dad. Aunque la idea de confiar en alguien que no
fuese su sobrino o él mismo, lo atormentaba.
Fernando debió soportar un nuevo trance, el que lo
sorprendió durante los dos kilómetros de caminata al
pueblo luego de haber dejado pastando a Melchor en
el lugar de costumbre. Se quiso cerciorar, mirando
hacia los cuatro puntos cardinales y cuando estuvo
seguro de que nadie merodeaba por la zona se dejó
vencer por el deseo aceptando el goce de la trans-
formación. Al volver a ser él advirtió el peligro de
retirarse dejando allí el depósito. Entonces esperó a
que dejara de hervir y con ayuda de ramas y hierbas
del lugar, lo desparramó. Quedó el extraño líquido
esparcido como rocío de la mañana mojando varios
metros cuadrados de ese pastoral terreno que carac-
terizaba la zona.
Se hizo quemaduras de poca importancia en uno de
los brazos por el apuro que llevaba. Y pensó que si
quería realizar esa llamada a la hora pactada no po-
día continuar caminando. Debería correr.
Fernando llegó a la cabina telefónica agitado pero en
tiempo. Y concretó su llamada de acuerdo a lo pro-

83
metido. El teléfono sonó una sola vez. Y la dulce y
paciente voz de Rosa se dejó escuchar del otro lado:
-Fernando… ¿eres tú?-
-Por supuesto que soy yo. Como te lo prome-
tí…¿Estás sola?-
-Sí, claro que estoy sola. Le iba a pedir a Marta que
hiciera un trámite por mí para
asegurarme que no estuviese aquí cuando tú llama-
ras. Pero no fue necesario, pues
anda enloquecida, sabes, con el asunto de tus pa-
dres y la Organización…Pero dime
tú…¿cómo es que estás vivo? Han pasado tantos
años sin comunicarte…-
Rosa quedó por un segundo en silencio.
-¡Lo siento tanto! De veras que lo siento…Pero me
ha sido imposible. Todos estos años he estado vi-
viendo con mi tío Ernesto... Pero últimamente está
como loco. Y cada vez se pone peor. A veces me da
miedo. Desde que estamos juntos no hace más que
hablar de una venganza contra aquel feroz que hace
tantos años terminó con la vida de sus hijitas. Y ya
se hace un tanto ridículo pensar en atrapar o matar
al mismo animal…Puede ser que haya otros. Quizás
los quiere matar a todos... Yo…ya no sé que

84
hacer…no se que pensar…¿Tú, has escuchado últi-
mamente algo sobre aquellas bestias?-
Rosa lo escuchaba muy preocupado y desconcerta-
do. Por fin Fernando estaba pudiendo
desahogar sus problemas en alguien que no era el
tío. Y esto lo podía hacer escuchando y
haciéndose escuchar por la persona en la cual él
confiaba.
-A mi me parece que tu tío se está volviendo loco.
Hace muchos años que de esas bestias ya no se
habla. Me parece que no existen más. La última so-
bre la que escuché fue por la época en que tú y tu
tío desaparecieron. Había mucha convulsión públi-
ca porque se pensaba que se los había devorado.
Me acuerdo, Fernando, que se reclutaron más de
cien hombres en la zona y finalmente luego de ten-
derle una emboscada lograron matarla. Recuerdo
que…al encontrarla…notaron que le faltaban cua-
tro dedos en una de sus manos. No te imaginás la
publicidad que hicieron con eso…Pero dime Fer-
nando, ¿tú estás bien? ¿dónde te encuentras ahora?
¿dónde estás viviendo?-
-No puedo contestarte a esas preguntas en este mo-
mento, Rosa. Lo siento, solo puedo decirte que

85
sí…sí, estoy bien. Y no me preguntes más por ahora.
Es por tu propia seguridad-
-¡Pero…Cómo! ¿Quiere decir que no nos vamos a
ver? ¿Fernando, no entiendo nada? ¿Para qué me
llamaste entonces?-
-Te pido por favor Rosa…No lo tomes así. Trata de
entenderme. Es todo lo que puedo hacer por el mo-
mento…Si quieres, te daré otra fecha y hora…Y te
prometo volverte a llamar-
Rosa parecía un tanto ofendida. Pero se apuró en
anotar la fecha y hora en que Fernando la volvería a
llamar.
Aquella noche, Fernando llegó tarde de regreso al
rancho. En el camino pasó por el lugar donde había
desparramado su líquido. Pasto ya no había. Se veía
todo negro, quemado. “Esas bestias queman todo lo
que vive, aún antes de nacer”, pensó.
Cuando llegó al rancho debió todavía soportar los
reproches y punzantes interrogantes del tío, en espe-
cial, en relación a la hora de llegada y a las
quemaduras del brazo. Y debió inventar respuestas
convincentes para tranquilizarlo.
En tres días más el matrimonio Lebornia quedaría en
libertad. Los comentaristas de la actualidad política

86
analizaban la situación como un fenómeno de corte
netamente político y financiero a nivel nacional. Se
especulaba con delitos como la corrupción, el preva-
ricato y otros. Marta en su condición de simple
abogada y familiar involucrada estallaba de indigna-
ción. No dormía ni comía bien. El humo de los
cigarrillos que consumía la perseguía a donde fuera.
Tirada sobre el sillón de su oficina hizo una corta
interrupción entre cigarrillo y cigarrillo, para comer
un hot-dog que Rosa le acababa de traer.
-Piensa lo que te digo, Marta. Mostrarles odio y
bronca no te va a ayudar. No hay nada mejor que
hacerse amigo del enemigo para poder conocerlo y
derrotarlo. ¡Tú tienes la oportunidad, quizás única!
No la desperdicies. No sabemos por que motivo,
pero ellos intentan congraciarse contigo. Desean
reconciliarse. Solo así te darás una posibilidad de
obtener de ellos lo que quieres-
Rosa estaba preocupada por su amiga. Pero no podía
dejar de contar los días que faltaban para recibir el
llamado telefónico de Fernando.
Últimamente la euforia no era una característica
habitual en Marta.

87
Pero aquel día, ni bien llegó a la oficina, abrazó y
besó a su amiga mientras la sacaba a bailar sin más
música que su propio tarareo verbal recorriendo
ambas con un vals, el estudio jurídico por completo.
-Estas pálida, querida amiga. ¿Te sientes mal?
¿Qué te sucede? Justamente hoy que te traigo unas
noticias sensacionales…¡Gracias! ¡Gracias, mi
querida Rosa! ¡Té quiero tanto!-
La palidez de Rosa se debía a que en pocos minutos
más esperaba el llamado de Fernando.
Fernando se organizó mejor su tiempo y tuvo más
suerte. Ningún trance interrumpió su viaje y tampo-
co mantuvo discusión alguna con su tío que lo
pudiera demorar. Hasta logró salir antes del rancho
y pudo comprar todas las provisiones necesarias an-
tes de hablar con Rosa.
Cuando finalmente sonó el teléfono en el estudio
jurídico, Marta entusiasmada se apuró a contestar:
-Hola…Hola, hable…¿Quién habla?…- y mirando
el auricular como si de una persona se tratara, lo
volvió a colgar.
-¿Qué raro, no? Colgaron sin contestar…-
Sin prestar demasiada atención al hecho, Rosa aco-
tó:

88
-Probablemente alguien que equivocó el número…-
Fernando al escuchar la voz de su hermana no solo
quedó mudo. También colgó con rapidez el auricular
como si tuviera miedo que Marta pudiera verlo. Se
quedó unos minutos dentro de la cabina telefónica
pensando qué hacer. Luego decidió que iría en busca
de Melchor para regresar al rancho.
Rosa había estado acertada cuando le aconsejó a
Marta que se amigara con los padres. Aunque fuese
por conveniencia. Aunque sólo fuese para engañar-
los. Y resultó. Marta estaba tan contenta y
agradecida con la amiga. Los padres le comentaron
como aliada confidente que la agente XL era una
poderosísima mujer, secuestrada hacía muchos años.
La única víctima que había logrado escapar con vi-
da. Le contaron todo lo que sabían sobre la petrolera
millonaria. Su testimonio era muy valioso porque
había logrado obtener importante información de su
secuestrador, con el que había intimado. Ellos tam-
bién la habían conocido. Cuando Marta les mostró el
documento por ella recibido sobre la agente XL con
los más importantes datos borrados, Teresa, la ma-
dre, frunciendo el ceño le preguntó cual era su
interés en los datos de la agente. Con rapidez mental

89
poco común y una destreza quizás adquirida en el
ejercicio de su profesión, Marta, en forma suelta y
espontánea, replicó:
-No te imaginas, mamá, el tiempo que hace que an-
do detrás de todo tipo de información conectada con
el juicio…Discúlpame, quizás no te guste, pero yo
no pude quedarme cruzada de brazos todos estos
años confiando en los abogados. Por más buenos
que Uds. los consideren. Yo estaba segura que exis-
tía la forma de que fuesen liberados. Y ya lo ves,
aquí están. Pero…bueno, tenés razón. Este docu-
mento no debe ser importante ya. Lo importante de
verdad es que ustedes están libres-
Y arrojó a un costado el documento que sostenía en
sus manos intentando cambiar de tema. Pero la ma-
dre, previo intercambio de miradas con Alejandro,
se incorporó diciendo:
-Espera, hija querida. Con tu padre, tenemos guar-
dada una copia clara del documento, en la caja de
seguridad…- y se retiró a buscarlo.
Cuando volvió, queriendo mostrarle a la hija una
confianza reestablecida, sin dubitar, colocó el do-
cumento en sus manos.

90
-Toma hija, quizás esto pueda servirte. Si la encuen-
tras a esta mujer es muy probable que puedas
obtener importante información. Y si ésta favorece
nuestra situación judicial puedes comunicarte con
nuestros abogados. Ellos sabrán encargarse-
-Por supuesto, mamá. Quédense tranquilos. Voy a
ver qué es lo que puedo hacer-
Marta abrió el documento y leyó el nombre comple-
to de la agente XL. Rezaba:

Catherine Shlechter

Pero eso no fue todo. Al día siguiente, Marta, desco-


razonada, le informó a la madre sobre el asesinato
de la agente XL en la piscina de su casa mostrándole
su desazón por no haber podido recabar más infor-
mación para ayudarlos. Madre e hija tocaron
entonces el tema de la trágica muerte de Fernando y
Ernesto. Fue entonces que Teresa, tomando un pe-
queño pañuelo bordado con el que comenzaba a
secar sus húmedos ojos le confesó a su hija que sus
dos primas, las pequeñas hijitas de Ernesto y Nata-
lie, no habían muerto en manos de un feroz. Ella y
Alejandro, presionados por la Organización, secues-

91
traron a las niñitas, lo que les resultó muy sencillo
por tratarse de los tíos. Luego, Alejandro se encargó
de hacer destrozar la puerta de roble y crear un or-
den y limpieza en el lugar de los aparentes hechos,
de manera tal, que Ernesto no dudaría ni por un se-
gundo que todo había sido obra de algún feroz.
Marta perdió por un segundo su capacidad de disi-
mulo, llevando espantada su mano a la boca. Pero
inmediatamente recordó los consejos de su amiga
que le habían dado tantos buenos resultados.
Había transcurrido ya una semana desde aquel frus-
trado intento de Fernando por comunicarse con
Rosa. Lo primero que hizo ni bien llegó al pueblo
fue dirigirse a la cabina telefónica y marcar el único
número de teléfono que guardaba en su bolsillo.
Rosa contestó al teléfono con tal rapidez como si
todo en la vida fuese tan solo escucharlo a él. Había
tenido suerte calculando el día y la hora en que él
llamaría nuevamente. Y se encargó de poder estar
sola en la oficina. Hablaron aquella tarde largamen-
te, sin trabas ni inhibiciones. Rosa no hacía más que
transmitirle sentimientos no desaparecidos pero sólo
a través de insinuaciones no muy claras. Hasta que

92
en cierto momento de la conversación recordó todo
lo que la amiga le había contado.
Pensó en aquel hombre, Ernesto, y sintió la necesi-
dad de cambiar el rumbo de la conversación:
-¡Fernando, debo contarte algo muy importante pa-
ra tu tío Ernesto!-
Rosa no podía saber en que medida ayudaría a Fer-
nando la noticia sobre la verdadera historia de las
hijitas de Ernesto, actualmente ya mujeres casadas,
pero todavía en prisión.
Ellas integraban la lista de los otros tantos matrimo-
nios que como los Lebornia esperaban su pronta
libertad. En el caso de Sofi y Cynthia, con mucha
más razón pues habían sido secuestradas de muy
pequeñas e incorporadas a la Organización. Rosa
intentó convencer a Fernando sobre la conveniencia
de confiar en su hermana Marta, relatándole todo.
Ella estaba de su parte y en contra de los propios
padres. Y podía resultar de valiosa ayuda.
Pero él no quiso continuar escuchando sobre aquella
idea. Volvió a repetirle que confiaba plenamente en
su discreción. Después de fijar nueva fecha y hora,
se despidieron ambos con la misma sensación de
que la conversación había quedado inconclusa.

93
El rostro de Fernando se iluminó dentro de la solita-
ria cabina telefónica y de pronto sintió que la vida le
ofrecería una segunda oportunidad.
¡Qué más podía pedirle a la vida! ¡Después de tantos
años de sentir culpa! ¡Cómo podía sentirse al descu-
brir que habían sido sus propios padres los causantes
de la tragedia del tío, y no las bestias! ¡Y que él ya
no era el principal enemigo del ser que más quería
…!
Fernando no pudo viajar al pueblo fallándole otra
vez a Rosa. Había discutido nuevamente con el tío.
Al haber transcurrido demasiado tiempo y no tener
noticias de él, preocupada por su paradero, decidió
averiguar desde donde había sido realizada su última
comunicación telefónica. Así descubrió que se trata-
ba de un pueblo, el más cercano al antiguo rancho
de su tío.
Rosa pensó mucho en su fidelidad a Fernando y en
su profundo deseo de no defraudarlo. Pero su pre-
ocupación por la incomunicación con él la carcomía
por dentro. Le pidió disculpas en voz alta como si él
la escuchara. Y habló con Marta, segura de que ella
los ayudaría.

94
Después de haber escuchado toda la historia, Marta
le prometió ayudarla y sin decirle de que manera lo
haría decidió informarle a los padres que el tío Er-
nesto y Fernando se encontraban vivos y que el
último llamado telefónico del hermano provenía del
pueblo más cercano al rancho. Los puso al tanto de
sus averiguaciones y les informó que el rancho per-
manecía abandonado hacía ya mucho tiempo. Había
en el lugar una carreta antigua también abandonada
y solían verse merodeando la zona algunos perros y
un viejo potro. Los padres le pidieron que no se pre-
ocupara. Que ellos los harían buscar por las
autoridades competentes e informarían a sus aboga-
dos. Marta les hizo creer que la habían logrado
tranquilizar. Utilizó tres aparatos electrónicos muy
pequeños que hacía un tiempo había escondido en
diferentes lugares de la casa de los padres. Éstos po-
seían sensores de alta calidad que grababan
automáticamente todo ruido o voz captados hasta a
diez metros del lugar donde habían sido instalados.
El pequeño instrumento colocado estratégicamente
debajo de la cómoda del dormitorio había grabado la
siguiente conversación entre los padres:

95
-Pasado mañana debemos hacer ese viaje al rancho.
No podemos demorarlo más. Debes confiar en mí.
Estoy seguro de que los dos se encuentran escondi-
dos en el sótano secreto. No podemos perder más
tiempo. Debemos aprovechar. Nadie conoce
la existencia de aquel lugar. Terminaremos con este
asunto definitivamente…-
Desesperada, Marta le relató los acontecimientos a
Rosa, pero advirtiéndole que si no lograba contac-
tarse con ellos ese mismo día ella daría parte a la
policía, cosa que no la entusiasmaba demasiado ya
que a esa altura de los acontecimientos no podía es-
tar segura de que los mismos altos funcionarios
policiales no estuviesen involucrados en los hechos
ilícitos.
Nunca se los había escuchado discutir tan violenta-
mente. Fernando jamás se hubiese imaginado que el
tío reaccionara de la manera que lo hizo al enterarse
de que sus dos hijas vivían. No sólo no lo creyó. In-
tentó convencerlo de que les estaban tendiendo una
trampa a ambos. ¡Se trataba de una conspiración! Y
se lo dijo. Le gritó y lo insultó como no lo había
hecho jamás por haber violado la confianza deposi-
tada en él contándole todo a Rosa. Fernando le juró

96
que no le había dicho donde estaban ni había hecho
comentario alguno sobre la existencia de la guarida
secreta. Pero Ernesto no le creyó nada. Para demos-
trarle a su tío que la historia sobre sus hijas no era
una trampa le propuso viajar juntos a la ciudad.
Hospedarse en un hotel y buscar en las páginas
amarillas de la guía telefónica el estudio jurídico de
su preferencia. Y contratarlos tan solo para la simple
lectura del grueso expediente que continuaba su
trámite en el Juzgado Federal. Ante su propio asom-
bro, Ernesto dejó de gritar y aceptó la propuesta
desafiando así a su sobrino.
El hombre lloraba sin consuelo aquella mañana en el
juzgado frente a las hojas rubricadas, escritas a má-
quina, que testimoniaban que su sobrino no se había
equivocado. Con notoria desesperación solicitó au-
torización al juzgado para visitar en ese mismo
momento a sus hijas Sofi y Cynthia en la prisión,. El
permiso le fue concedido. Le pidió a Fernando que
lo dejara entrar solo. Pero el dolor fue aún mayor. Se
encontró con dos mujeres que no pudo reconocer.
No podía creer que algún día habían sido sus hijas.
El desprecio que ambas le expresaron tratándolo de
viejo loco, lo acongojó aún más. Sus pequeñas niñi-

97
tas eran ahora mujeres con graves problemas que
debían resolver en sus respectivas vidas. No les inte-
resaba ni siquiera averiguar todas las estupideces
sobre las que hablaba aquel viejo senil. Ernesto las
miró por última vez y se retiró del lugar sabiendo
que hubiese preferido no conocer la verdad.
Mientras el tío había estado intentando rescatar a sus
pequeñitas de las sombras visitándolas en la prisión,
Fernando aprovechó para intentar comunicarse de
nuevo con Rosa. Ambas se encontraban en aquel
momento en la oficina. Rosa atendió el teléfono.
Ansiosa y asustada se apuró a comentarle:
-¡Pasado mañana tus padres viajan para el ran-
cho…! ¡Hablaron de un sótano
secreto donde quizás ustedes se estén escondien-
do…!-
Rosa intentó actualizarlo rápida y detalladamente
sobre todas las novedades. Por último le rogó que se
cuidara. Que se cuidara mucho. Y que la volviera a
llamar. No necesitaba darle ni fecha ni hora. Ella
estaría allí. Esperando.
Ese mismo día, de regreso al rancho, a Ernesto se lo
veía como loco. Sólo pensaba en matar a su herma-
no y a su cuñada con sus propias manos. Una vez de

98
regreso en la guarida, Fernando lo invitó a saborear
esa noche una copita de licor sentados en los mulli-
dos sillones.
-Tío, debes saber mantener la calma y no dejarte
llevar por los impulsos…Sería una pena que derro-
charas tantos años en que has venido planificando
la venganza cuando puedes ahora, mejor que nunca,
llevarla a cabo-
Fernando le explicó detalladamente su plan y se reti-
raron a descansar. Al otro día debían madrugar y
poner en práctica su idea. Contaban con sólo veinti-
cuatro horas para preparar todo.
El día transcurrió en silencio. Tío y sobrino trabaja-
ron en una idea que los aunaba. Casi no se los
escuchó conversar. Apenas asomados los primeros
rayos del sol, el polvo de tierra levantado por un au-
tomóvil y el ruido de su motor espantaban a los
pájaros apostados en las copas de los árboles que se
encontraban al costado del camino. Atravesó la
tranquera sobre la que se veía grabada la palabra
“Palameycora” y junto a la cual yacía la vieja ca-
rreta. El lujoso remise se detuvo frente a la
destrozada puerta de roble de entrada a la casa. Al
abrirse una de las puertas traseras del vehículo, Ale-

99
jandro y Teresa descendieron cerrándola nuevamen-
te detrás de ellos. El polvo invadió nuevamente el
lugar mientras observaban al vehículo retirarse.
Ambos entraron con desconfianza en la casa miran-
do hacia todos los rincones. Al comprobar que el
lugar se encontraba
completamente abandonado, Alejandro se acercó al
hogar extrayendo un arma que apuntaba hacia arriba
mientras le hacía señas a Teresa para que lo siguiera.
No habiendo olvidado detalle alguno, se dirigió al
dormitorio de su hermano e ingresó el número del
código secreto. Volvió al salón, corrió el pequeño
trozo de mármol y oprimió el botón. La pesada puer-
ta-hogar empezó a abrirse. Entró con sigilo y
desconfianza, apenas un metro dentro mientras Te-
resa esperaba atrás.
-¡Fernandoooooo…!- la voz de Alejandro retumbó
produciendo un singular eco.
-Sí tío, aquí estoy…preparando el café-
Alejandro se alegró al descubrir que su voz conti-
nuaba siendo tan parecida a la de su hermano, como
antes. Miró hacia atrás haciéndole una seña a Teresa
con el arma, para que se acercara:

100
-Me confundió con Ernesto. Vamos, no perdamos
tiempo- le murmuró muy bajo al oído, sonriendo. Y
ambos bajaron la escalera para encontrarse después
de tantos años de nuevo con su hijo. Atrás se escu-
chó el “clic” de la pesada puerta-hogar, cerrándose.
Ambos recorrieron el lugar por completo buscando a
Fernando, el que ya no estaba. Alejandro y Teresa se
cruzaron las miradas imaginándose lo peor.
Temblaban de miedo. Sus miradas se inyectaron de
terror e impotencia. Alejandro subió de un salto las
escaleras y sin perder tiempo fue en busca de la
misma puerta por donde habían entrado. Teresa ate-
rrada, lo seguía en silencio.
Desde fuera, en la habitación, el dedo índice de Er-
nesto oprimía seis números en la pequeña caja
electrónica desactivando para siempre el mecanismo
de apertura desde dentro. Cuando Alejandro puso su
mano con fuerza sobre el botón rojo, ya era dema-
siado tarde.
-¡Hijos de putaaaaaa…!- su voz histérica retumbó
en el lugar. Ernesto no pudo escuchar nada. Pero
con cierta satisfacción, se imaginaba.

101
Mientras tanto, Fernando continuaba su maratónica
corrida a través de las tuberías hacia la salida en los
matorrales.
Alejandro bajó las escaleras y le ordenó a Teresa:
-¡Vamos, lo intentaremos por las tuberías! ¡Es nues-
tra única esperanza! ¡Y recemos por que resulte!...
De lo contrario... estaremos perdidos...-
El ya lento galope del viejo Melchor se dejó escu-
char en los matorrales. Ernesto desmontó. Allí lo
esperaba la mezcladora de cemento y hormigón ar-
mado, que habían traído del granero. Estaba
funcionando y contenía ya preparados, 150 Kg. de la
mezcla necesaria. Pasados unos minutos apareció
Fernando un poco agitado pero mostrando satisfac-
ción en su rostro. La pesada rejilla se abrió también
electrónicamente.
Fernando salió de las tuberías y entre ambos volca-
ron toda la mezcla tapando por completo la salida.
Aunque no parecía necesario, Ernesto volvió a ce-
rrar la pesada rejilla ubicada en la salida por las
tuberías de la casa, con el mismo mecanismo elec-
trónico.
La misma quedó hundida en el fresco cemento.

102
Toda aquella obra quedó tapada y escondida entre
los espesos matorrales. Previamente, Ernesto había
cortado para siempre el suministro de agua, luz eléc-
trica, gas, calefacción y aire acondicionado. Había
vaciado por completo todos los refrigeradores dentro
de la guarida. Pero había dejado toda la vajilla, el
confort del mobiliario, incluyendo los
mullidos sillones, una botella de licor y dos copas.
Tío y sobrino trabajaron en completo silencio. No
necesitaron pronunciar palabra alguna. Como en los
viejos tiempos cuando se conocieron.
No festejaron, ni saltaron de alegría, ni bailaron.
Simplemente se abrazaron. Con un dejo de tristeza
en sus rostros pero satisfechos.
Era ya mediodía y todavía no habían desayunado.
Devolvieron la mezcladora al granero. Recorrieron
toda la zona verificando que cada cosa estuviera en
su lugar.
Y abandonaron el rancho. Esa vez de verdad. Para
siempre. Subieron a la desvencijada carreta y Ernes-
to le pidió a Melchor que anduviera. Pasaron por el
pueblo y Fernando quiso hacer un llamado telefóni-
co. Sin que el muchacho se lo hubiese pedido,

103
Ernesto le prometió no discutir más. Que aceptaría
todo lo que el sobrino quisiera. Se lo había ganado.
Antes de discar, supo que Rosa estaría allí esperan-
do. Aunque hubiese tenido que mudarse a la oficina
de ser necesario.
-Hola, ¿Rosa?-
-Sí Fernando, soy yo…-
-Queremos invitarlas, a vos y a Marta…-
-¡¡¿Adónde?!! ¡¡¿Qué pasó?!! ¡¡¿Están bien?!!-
-¡Estamos muy bien!-
“Pero…¿invitarnos adónde?”.
-A compartir el resto de nuestras vidas. Sólo Mel-
chor sabe adonde iremos-
Los cuatro emprendieron un viaje inolvidable, sin
saber exactamente adonde, pero con una meta co-
mún: continuar viviendo sus vidas lejos…muy lejos
de allí…donde no hubiera “bestias”…

Fin

104
Índice

LA LEYENDA DE PALAMEYCORA.................5
Prólogo....................................................................7
Introducción............................................................9
Primera Parte: La Bestia.......................................11
Segunda Parte: Época de Venganzas....................57

105
106
107
108

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