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Pensé toda la semana en qué anécdota sobre mí contar, pero no se me ocurrió

nada. Y es que no suelen pasarme cosas graciosas, sino cosas absurdas, como la
vez que barriendo unas hojas me caí del techo y me quedó un gran moretón en la
pierna, o cuando enchufé unas viejas luces de navidad y explotaron, además de
dejar sin luz mi casa por toda la tarde. Tal vez estas situaciones sean graciosas
para alguien más, pero no para mí, porque en esos momentos me siento bastante
estúpida y por lo general quiero esconderme bajo tierra.

Tengo días en los que todo me sale mal, realmente mal, y aunque para los ojos de
los demás sean asuntos sin importancia, para mí son un montón de pequeñas cosas
que a lo largo del día hacen de mi vida un fastidio.

Una de esas veces, fue cuando después de haber estado toda la mañana
consiguiendo un centro médico que tuviera una hora disponible, llevé a mi hija al
doctor y como siempre que uno sale con niños, me atrasé.

Llegué un par de segundos antes de la hora que estaba citada y le entregué el


carnet de mi hija a la secretaria de turno. Ella me dijo que no podía venderme el
bono porque no aparecía en el sistema. Sin entender bien qué pasaba, traté de
llamar a mi marido para preguntarle si sabía el motivo, pero no lo conseguí, así que
le mande un mensaje y me fui a la farmacia más cercana para comprar un jarabe
para la tos y uno para el resfriado. Luego decidí que sería buena idea, aprovechando
que estaba cerca, pasar por el supermercado, pero en el camino me encontré con
la feria y me pareció que podría comprar algo de fruta, era un día soleado y unas
ricas manzanas siempre vienen bien. Lo que no sabía en ese momento era que la
bolsa traía un hoyo y se me rompería minutos después de haberlas comprado.

Por fin llegué al supermercado, con la bolsa de manzanas a medio amarrar y fui
directo a los casilleros, metí mis cosas y saque la única moneda de cien que andaba
trayendo. Me la tragó. Tuve que pedirle al guardia que me pusiera la huincha
pegajosa en la bolsa y entré a comprar. Por suerte no tuve ningún percance o al
menos no me acuerdo, tal vez fue algo tan terrible que lo bloqueé, nunca voy a
saberlo. Tampoco recuerdo bien que pasó en la caja, supongo que pague normal
y me fui, porque mientras pagaba estaba pensando:
Siempre tengo mala suerte, y siempre que compro algún juego de azar pierdo, tal
vez ahora que tengo aún más mala suerte, me vaya bien.

Con toda la fe puesta en mi misma, fui al puesto de juegos azar que estaba a la
salida y me gasté dos mil pesos en raspes con la esperanza de salir millonaria del
supermercado.
Adivinen que… perdí.

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