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SAN BEDA EL

VENERABLE
SAN BEDA EL VENERABLE (673-735), que escribe en Britania, en un latín de gran
calidad.
De Beda es una Historia eclesiástica del pueblo inglés tan celebrada que por sí sola
bastaría para haberle hecho famoso. Tanto el título como el estilo recuerdan la Historia
eclesiástica de Eusebio de Cesarea, pues, como él, tiene Beda un fino sentido crítico y
un buen conocimiento de las fuentes, que también cita a menudo extensamente. Si
Eusebio es el padre de la historia de la Iglesia, Beda lo es de la de Inglaterra.
En el epílogo de esta gran obra, que terminó en el año 731, hacia el final de su vida,
Beda da noticias sobre su persona y sus obras, la mayoría de las cuales han llegado
hasta nosotros. Había nacido en las tierras del monasterio de Warmouth, en el norte de
Inglaterra, y a la edad de siete años había sido confiado al abad de aquel monasterio,
Benedicto Biscop; dos años después pasó al cercano monasterio de Jarrow, donde
permanecería el resto de su vida. Biscop, sucesivamente abad de ambos cenobios, había
sido educado en el de Leríns, en Provenza, y su gran erudición influyó ciertamente en la
de Beda. Tanto él como Ceolfrid, abad de Jarrow cuando Beda llegó allí, son venerados
como santos.
Beda fue ordenado diácono a los 19 años y presbítero a los 30. A lo largo de su vida,
dedicada al estudio y la enseñanza, tuvo ocasión de tratar y de establecer estrechas
relaciones personales con muchas de las principales personalidades inglesas de su
época. Murió hacia los 62 años y, venerado muy pronto como santo, figura desde 1899
entre los doctores de la Iglesia por decisión del papa León XIII, que añadió su fiesta al
calendario universal.
Otras obras históricas de Beda son las biografías de los cinco primeros abades de
Wearmouth y Jarrow, que él había conocido personalmente y que en cierta manera
vienen a completar su obra magna; una ambiciosa crónica, en la que divide la historia
del mundo en seis edades; una obra de cronología, importante para determinar las
fechas y las fiestas; y, aunque de un estilo muy diverso, una vida de San Cutberto y otra
de San Félix de Nola.
Pero la mayor parte de la producción literaria de Beda la constituyen las exposiciones
de la Sagrada Escritura, ya sea en forma de comentarios sistemáticos a muchos de los
libros del Viejo y del Nuevo Testamento, en la de disertaciones sobre algunas cuestiones
particulares y estudios sobre puntos especialmente obscuros, o en la de homilías,
destinadas primeramente a los monjes de Jarrow y pronto difundidas por otros
monasterios. Se trata, muchas veces, de resúmenes claros y ordenados de comentarios
de otros padres anteriores, tanto griegos como latinos; otras veces, las reflexiones son
más personales, y se puede observar entonces su gusto por la interpretación alegórica y
moral con preferencia a la meramente literal.
Beda compuso un tratado de ortografía, uno de métrica y uno de retórica para la
educación de los monjes. Una muestra de sus amplios intereses es el tratado Sobre la
naturaleza donde recoge los conocimentos de astronomía y cosmografía de la
antigüedad, y donde hace un primer ensayo de geografia general. También algunas de
sus cartas, relativamente numerosas, son auténticos tratados, más o menos breves, como
las que tratan del equinocio, de la celebración de la pascua o del afán enfermizo por
averiguar la fecha del fin del mundo. Unos libros de poesía, no muy inspirada pero que
son un testimonio más de su pericia en el uso del latín, cierran el catálogo de las obras
de un autor que, a semejanza de Isidoro de Sevilla, contribuyó en gran manera a la
transmisión del saber antiguo al mundo medieval, al que ya pertenecía plenamente, y
cuya influencia sobre él, a juzgar por el número de ejemplares de sus obras conservados
en las bibliotecas de monasterios y catedrales, no fue mucho menor que la de Ambrosio,
Jerónimo y Agustín.

Historia eclesiástica del pueblo inglés


Interés del Papa Gregorio el Grande por la evangelización de los ingleses, con una
carta suya del 17 de junio del 601, unos cuatro años depués de la llegada de Agustín a
Canterbury:
Con los legados suyos acabados de nombrar, el Papa Gregrorio envió al obispo Agustín,
quien le había expuesto que allí la mies era mucha y los obreros pocos, algunos
colaboradores y predicadores, los primeros y principales de los cuales eran Melito,
Justo, Paulino y Rufiniano. Por medio de ellos enviaba también todo lo que era
necesario para el culto, como vasos sagrados y manteles para los altares, adornos para
las iglesias, ornamentos para los sacerdotes y los clérigos, reliquias de los santos
apóstoles y mártires, y muchos libros. También mandó una carta en la que dice que le ha
enviado el palio y le da unas directrices sobre la forma de establecer obispos en
Britania. El texto de la carta es el que sigue (...)
Cuando estos mensajeros ya habían partido, el santo padre Gregorio les mandó una
carta, digna de ser conocida, que muestra bien a las claras su gran interés por la
salvación de nuestro pueblo. Escribió así:
«A nuestro muy querido hijo el abad Melitus, Gregorio, siervo de los siervos de Dios.
»Estamos preocupados porque desde que marcharon de nuestro lado los que ahora te
acompañan no hemos recibido noticias de como os va el viaje. Por tanto, cuando con la
ayuda de Dios todopoderoso lleguéis al reverendísimo hermano nuestro, el obispo
Agustín, decidle lo que he pensado después de dar muchas vueltas a los asuntos de los
ingleses: que no se han de destruir los templos de los ídolos que hay entre aquella gente,
lo que hay que destruir es los ídolos que hay en ellos; prepárese agua bendita, aspérjase
sobre los templos, háganse altares y deposítense reliquias; porque, si estos templos están
bien construidos, lo que conviene hacer es sacarlos del culto de los demonios y
dedicarlos al del Dios verdadero, para que la gente, viendo que sus templos no son
destruidos, abandone el error y, conociendo y adorando al verdadero Dios, acuda más
fácilmente a los lugares acostumbrados. Y como suelen sacrificar muchos bueyes a los
demonios, habrá que substituir esto por algunas otras ceremonias, de manera que, en el
día de la dedicación o del martirio de los santos mártires a quienes pertenezcan las
reliquias que se hayan puesto allí, se hagan tiendas de ramaje alrededor de las iglesias
que habían sido templos y se celebren banquetes religiosos; y que no sacrifiquen ya
animales al demonio, sino que, alabando a Dios, los maten y los coman y den gracias
por su hartura al que da todos los bienes. Así, al respetarles algunas satisfacciones
exteriores, se sentirán más inclinados a buscar las interiores. Porque es ciertamente
imposible arrancar de golpe todos los errores de las mentes endurecidas, y quien trata de
subir un alto monte lo hace paso a paso y ascendiendo gradualmente, no a saltos. Así fue
como el Señor se reveló al pueblo israelita en Egipto, destinando a su culto los
sacrificios que antes ofrecían al diablo y ordenando que le sacrificasen animales, de
modo que, cambiando la intención, en parte abandonasen los sacrificios y en parte los
retuviesen; pues si bien eran los mismos los animales que acostumbraban a ofrecer, ya
no eran los mismos sacrificios, puesto que ahora los ofrecían al Dios verdadero y no a
los ídolos. Conviene que digas todo esto a nuestro hermano Agustín para que él, que es
quien está allí, considere qué debe hacer. Que Dios te guarde, queridísimo hijo.
»Dada el día quince de las calendas de julio, en el año diecinueve de nuestro
piadosísimo señor y emperador Mauricio Tiberio Augusto, y el dieciocho después de su
consulado, indicción cuarta».
(1, 29-30; traducción hecha sobre PL 95, 69-71)
MOLINÉ

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