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Vivir tiene muchos significados.

Hay quienes están muertos, pero siguen en este mundo con nosotros; esos a quienes
llamamos conocidos; que solo vuelven a la vida cuando nos acordamos de que existen.
Es un tema demasiado complejo para pensarlo.
Pero el solo hecho de respirar no significa de que existamos. Por eso necesitamos
de otros para sentirnos vivos. Un familiar, unos hermanos, unos amigos... nos hacen
ver de que importamos en este mundo. Pero cuando estás solo... realmente estás
viviendo?

Tener el mar al lado de donde está mi casa no es tan impresionante para mí como
para otras personas que no tienen la posibilidad de verlo tan a menudo, pero aún
así este día lo encontré majestuoso. Me preguntaba si realmente necesitábamos tanta
agua en este planeta, pero de todos modos me parecía increíble en esos momentos. Me
daba el tiempo para meditar en estas cosas, sin embargo la situación no lo
ameritaba. Llevaba casi un mes sin ir a clases y mis padres no sospechaban ni
sabían nada. Confiaban tanto en mi que solo asumían de que asistía. Error.
Lo más tonto de todo es que el primer día falté solo porque iba muy atrasado. Tengo
algún tipo de obsesión con la puntualidad y ese día preferí desviarme hacia la
playa. Llegué en la tarde a mi casa fingiendo haber ido a mis clases. Pero quedé
con la paradoja en mi cabeza. Como hacer para justificar esa inasistencia? Mis
padres no se podían enterar, o me metería en problemas. Pero tampoco me dejarían
entrar a mi sala si no justificaba. Así que decidí faltar otro día para pensar
mejor en alguna solución.
Y así pasó un día y otro y otro... hasta que me descubrieron. ¿Cómo?

Había un niña que me gustaba, que solía mirar cada vez que pasaba por fuera de mi
casa. Nuestros padres se conocían, pero nunca me atreví a conversar con ella. Tenía
una hermana menor que por lo general se metía en problemas y de una personalidad
muy fuerte. Cierto día desapareció y nadie supo de ella. Su familia y amigos la
buscaron por todos lados y mis padres también decidieron ayudar en la búsqueda.
Pero no encontraron a la niña. Encontraron otra sorpresa. A mi.

Casualmente mis padres buscaron en la playa algún rastro de la niña, sin embargo
encontraron a un vago acostado, con su mochila lista para ir a estudiar, el
uniforme planchado, y lleno de arena.
- Hola - dije con una leve sonrisita
Casualmente no me regañaron. Más bien dijeron
- Andate para la casa, estamos buscando a Karla que está desaparecida desde la
mañana. Después conversamos -
Eso era como un aviso del sermón del siglo. Pero yo fui el tonto que no dijo nada
en todo ese tiempo.
Aquí fue el comienzo de todo. Ese periodo "perdido" me ayudó a ver mi realidad.
Estaba solo y estuve solo mucho tiempo. Yo era el único responsable de todos modos.
No era apegado a ninguno de mi familia y creía ser una especie de "dios" que no
sentía dolor, o al menos era capaz de enfrentarlo sin ayuda de nadie.
Estaba muerto.

Día nublado, tarde como para descansar. Era el clima típico para quedarse en casa
sin hacer nada. Ya era tarde y no tenía nada más que hacer. Además ya me había
llevado el regaño de mi vida, aunque, a decir verdad, no era primera vez que hacía
algo como esto. ¿Quién no ha hecho una locura en esta etapa de la vida?
Decidí salir un momento de mi habitación y por la ventana de la cocina miraba hacia
la calle de atrás. Y allí pasaba otra vez Ella. ¿Que es esa extraña sensación en el
pecho? Se te detiene el corazón y de a poco se presiona contra tus pulmones
entrecortando la respiración. Una señal de tu cuerpo pidiendo a gritos estar entre
los brazos de esa persona. No, no es la persona más bella del planeta, pero tiene
ese "algo".

-¿A quien miras?- me dijo una voz en mi espalda con tono burlesco
-Solo miraba hacia el mar- respondí
-No querrás escapar de nuevo-
Era la voz de mi hermano menor arrancando de mi posible furia. No es que me haya
enojado, pero suele molestarme seguido y en ocasiones terminamos peleando. Pero
somos hermanos. Volvemos a la normalidad siempre.
-Te gusta ¿cierto?
-...
-¡Te gustaaa!
-¡Ahora si ponte a correr!

Entre toda esa pequeña discusión me di cuenta de que ella me miraba con una
sonrisa. Escuchó todo el griterío y solo le correspondí con una estúpida cara y mi
mano agitándose en un saludo que me hacía ver más tonto aún.
No supe cómo reaccionar, asi que me agaché tras la ventana escondiéndome de no sé
qué, si de todos modos ya me había visto.
En un arranque de valentía me puse de pie para verla a la cara de nuevo, pero ya no
estaba. Mi hermano se había ido a su habitación y yo me senté en el suelo tras la
ventana imaginando cómo sería estar junto a ella. Tal como dice una canción, "soñar
no cuesta nada". Ir de la mano con ella, sentarnos en una plaza, tener una casa,
una hija con el rostro de ella versión miniatura... en fin, la imaginación da para
mucho. ¿Cuando iba a tener el valor de hablar con ella?

Ya se hacía de noche y yo aún estaba ahí en el suelo. Llegaron mis padres que
estaban de compras, me miraron y no dijeron nada. Nunca dicen nada. Están
acostumbrados a que haga mis cosas solo. Quizá no es culpa de ellos. Dentro de
aquello que llamo orgullo propio no cabía la idea de que los demás me ayudaran. Y
aún sabiendo de que necesitaba ayuda de todos modos, trataba de hacer lo máximo
posible por mi mismo. Solo escuché a mi madre decir que me levantara del suelo.
Estaba helado y podría resfriarme.
Me levanté y fui a mi habitación. Entre esas cuatro paredes tenía una pequeña
privacidad y se me hacía más fácil poder pensar en ella, en sus ojos coquetos, su
pelo negro y abundante, su voz dulce y labios que, de solo verlos, dan ganas de
comérselos a besos. Tenía las murallas llenas de dibujos que hacían alusión a su
belleza, a su fuerte presencia. Es increíble la sensación que me causaba. El pasar
cerca de ella hacía que mis piernas temblaran y mis ojos se confundieran tratando
de esquivar su figura, aunque mi corazón quería mirarla.
Me asomé a la ventana que da hacia la plaza. Allí estaba ella sentada, bajo la luz
de un farol que hacían brillar su cabello y su blanca carita. Desde que la vi por
primera vez acostumbro a estar pegado a las ventanas esperando a que pase por
fuera. Pero como las lenguas en el vecindario son "pocas" debe haber más de algún
comentario diciendo que me la paso espiando quizá que cosa. De todos modos me
importa poco lo que opinen. Mis ojitos están tontos por verla a ella.
Volviendo a la realidad, ¿Que hace afuera a estas horas de la noche?
-¡Esta es mi oportunidad!- me dije
Podría ir, acercarme a ella y quitarme un poco este sentimiento de cobardía. La
sonrisa que me entregó hoy en la tarde me daba una mínima esperanza de que pueda
haber algo entre nosotros. Tal vez esté chiflado y esté imaginando mucho. Quizá le
gusto un poco... Quizá... Quizá...
Me armé de valor, me peiné rápidamente, me sacudí la ropa y fui ensayando en el
camino cómo iniciar esa incómoda conversación. Tenía todo practicado. Sin embargo
la ví y mi mente quedó completamente en blanco. Mis piernas tiritaban y sentía que
la sangre en mi rostro se iba de viaje al suelo.
-Que frío hace a estas horas- me decía para ocultar mi nerviosismo.
-Ya estamos aquí, vamos!, llegaste lejos!, Es ahora o nunca-
Estaba a unos metros de llegar a ella y los pasos se me hacían eternos. Sin duda
todo habría sido perfecto con una buena vestimenta, luces, un ramo de flores y una
sonrisa perfecta; todo por impresionarla.
Pero en vez de eso, solo lágrimas.
Me puse el gorro del poleron y seguí de largo sin mirarla. Mi corazón ya no lo
sentía. Solo frío. Solo dolor. Solo mi piel quemándose y haciéndome pedazos. Nada
podía consolarme. Ardía mi garganta de las ganas de gritar de desesperación, de
sufrimiento, impotencia. Mi alma desgarrada y mis manos vacías e inútiles. Mi
estúpida cara.
¿Porque? Me preguntaba mil veces y no entendía nada.
Estaba a solos pasos de ella... Y llegó él.
La abrazó, la besó y ella se posó en sus brazos como una pequeña ave en su nido. Y
yo masoquista observando todo, quebrándome por completo al ver esa escena. No tenía
nada más que hacer. Solo pasar de largo, con mi capucha puesta y de vuelta a mi
habitación, al rincón que ya no me daba tranquilidad, sino desesperanza.
Lloraba callado y abatido. Todo mi corazón era de ella, mi futuro, mis ilusiones,
mi... Todo!
No sabía nada y no quería nada. Esa sensación que queda no se puede explicar con
palabras. Solo entiende el que lo ha vivido.

Una nueva mañana, un nuevo día. Hacer como si no hubiera pasado nada era mi
prioridad. Pensaba en salir a dar una vuelta, pero no quería encontrarme con ella y
revivir todo lo que sentí. No señor. Me puse a dibujar una líneas sin sentido, ya
que en ese momento no tenía inspiración alguna, no obstante en algo debía
distraerme ¿no?

Se acercaba la hora de almuerzo y no había tomado desayuno. Llegó una llamada de un


viejo amigo.
-Ey! Dante, ven a jugar basket con nosotros. Miguel también va a ir.
- No tengo ganas de salir- respondía
-Solo será una hora. Te servirá para distraerte si no andas de ánimo.
-No puedo. No quiero hacer nada hoy.
-Entiendo, entiendo- me dijo en un tono sarcástico. Iré a verte más tarde.

No pasaron ni 5 minutos y llegó a mi casa porque los demás no quisieron jugar.


Estaban dispares y de a poco uno a uno comenzaron a poner excusas para no
participar. Así que Miguel llegó a mi casa para saber que me había ocurrido.

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