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1 La alegría de la vida.

Descubra el secreto y la ciencia de la


felicidad. Capítulo 8. Fragmentos.
LOS FACTORES CONDICIONANTES

El sufrimiento sigue a un pensamiento negativo, como las ruedas de una carreta siguen a los bueyes que
tiran de ella.

The Dharmmapada

La biología y la neurociencia nos explican lo que ocurre en nuestro cerebro cuando


experimentamos emociones agradables o desagradables. El budismo, por su parte, además
deayudarnos a explicarnos estas experiencias de forma más explícita, también nos proporciona los
métodos que nos permiten cambiar nuestros pensamientos, sentimientos y percepciones para que,
a un nivel básico y celular, podamos ser más felices, estar más en paz y convertirnos en personas
más amorosas.

Tanto si se la examina subjetivamente, por medio de la observación atenta como lo enseñó el


Buda, u objetivamente con los medios tecnológicos de los que disponen los laboratorios modernos,
esto que llamamos "la mente” es algo que emerge como un encuentro constantemente cambiante
de dos hechos: el mero reconocimiento (la simple conciencia de algo que está ocurriendo) y los
factores condicionantes (o procesos que no solo describen lo que percibimos, sino que también
determinan nuestras respuestas). En otras palabras, toda la actividad de nuestra mente surge de la
actividad combinada de la mera percepción y de las asociaciones neuronales más duraderas.

Una de las lecciones que aprendí, una y otra vez, de mi maestro Saljay Rinpoché es que, si quería
ser feliz, tenía que aprender a reconocer y trabajar con los factores condicionantes que producen
las reacciones compulsivas o vinculadas con los rasgos. La esencia de su enseñanza es que
cualquier factor se debe entender como compulsivo en la medida en que oscurece nuestra
capacidad de ver las cosas tal y como son, sin juzgarlas. Por ejemplo, si alguien nos está gritando,
difícilmente nos tomaremos el tiempo de distinguir entre el mero reconocimiento de "Oh, esta
persona está elevando su voz y diciendo palabras”, y la respuesta emocional de "Este tipo es un
maleducado”. Lo que ocurre, más bien, es que combinamos la simple percepción con nuestra
respuesta emocional en un único paquete, y pensamos "Este tipo me está gritando porque es un
maleducado”.

Si pudiéramos dar un paso atrás para examinar la situación un poco más objetivamente, sin
embargo, quizá veríamos que estas personas que nos gritan están disgustadas por algo que no
tiene nada que ver con nosotros. Quizá uno de sus superiores les reprendió y tienen miedo de
perder su trabajo. O quizá acaban de escuchar que un ser querido suyo está muy enfermo. O quizá
tuvieron una discusión con algún amigo o colega y luego no pudieron dormir bien. Por desgracia,
la influencia de nuestro condicionamiento es tan fuerte que raras veces logramos recordar
que podemos dar un paso atrás. Y, como nuestra comprensión es limitada, pensamos que la
pequeña parte que podemos ver es toda la realidad de la situación.

¿Cómo podemos responder adecuadamente, cuando nuestra visión es tan limitada y no conocemos
todos los factores de la situación? Si aplicamos a nuestra experiencia cotidiana el criterio de los
tribunales norteamericanos, es decir "toda la verdad, y nada más que la verdad”, no nos queda más
remedio que reconocer que "toda la verdad” es que todas las personas simplemente quieren ser
felices. Y lo que es realmente triste es que la mayoría de las personas buscan la felicidad de formas
que, en realidad tienen el efecto de sabotear el propio intento. Si pudiéramos ver "toda la verdad”
de cualquier situación, nuestra única respuesta sería la compasión.
LAS AFLICCIONES MENTALES

¿Quién creó las armas de los infiernos, y cómo?


SHANTIDEVA,
La práctica del bodhisattva (BODHICHARYAVATARA)

En términos budistas, estos factores condicionantes suelen recibir el nombre de "aflicciones


mentales” o, a veces, "venenos”.

Aunque los textos de la psicología budista consideran una gran variedad de factores
condicionantes, todos concuerdan en identificar tres aflicciones principales, que son la base de
todos los demás factores que inhiben nuestra capacidad de ver las cosas tal como son realmente.
Estas son: la ignorancia, el apego y la aversión.

La ignorancia

La ignorancia es nuestra incapacidad fundamental de reconocer el infinito potencial, la claridad y


el poder de nuestra mente, como si estuviéramos mirando el mundo a través de un cristal tintado:
todo lo que vemos queda falseado o distorsionado por el color del cristal. A nivel más básico, la
ignorancia distorsiona la experiencia fundamentalmente abierta de la conciencia, creando
distinciones dualistas entre categorías intrínsecamente existentes de "yo” y "otros”.

La ignorancia es, por tanto, un doble problema. Cuando establecemos el hábito neuronal de
identificarnos a nosotros mismos como un "yo” único y dotado de existencia intrínseca,
inevitablemente empezamos a ver todo lo que no es "yo” como "otro”. Este "otro” puede ser
cualquier cosa: una mesa, un plátano, otra persona, o incluso los pensamientos y sensaciones del
propio "yo”. Todo lo que experimentamos se convierte, en cierto sentido, en un extraño y, a
medida que nos acostumbramos a distinguir así entre "yo” y los "otros”, nos quedamos encerrados
en un modo de percepción dualista, estableciendo fronteras conceptuales entre nuestro "yo” y el
resto del mundo, "allí fuera”. Y este mundo parece tan desproporcionadamente grande que nos es
casi imposible evitar empezar a v vernos como algo muy pequeño, limitado y vulnerable.
Empezamos a ver a las demás personas, los objetos materiales y demás como fuentes potenciales
de felicidad o de desdicha, y la vida se convierte en una lucha para conseguir lo que necesitamos
para ser felices antes de que alguien más pueda hacerse con ello.

Esta lucha es lo que se conoce en sánscrito como samsara, palabra que literalmente significa
"rueda” o "círculo”. Concretamente, samsara significa la rueda o círculo de infelicidad; es un hábito
que nos hace dar vueltas en redondo, persiguiendo las mismas experiencias una y otra vez,
siempre con la expectativa de conseguir un resultado diferente. Si alguna vez has visto un perro o
un gato perseguir su propia cola, has visto la esencia del samsara. Y es verdad que puede ser
divertido mirar un animal que persigue su cola, pero no es tan divertido cuando tu propia mente
hace lo mismo.

Lo contrario del samsara es nirvana, aunque esta palabra se suele malinterpretar casi tanto
como vacuidad. La palabra sánscrita nirvana se puede traducir aproximadamente como "extinguir”
o "apagar” (como se apaga la llama de una vela), y muchas veces se la entiende como un estado de
dicha o felicidad completa, que surge de la extinción o consumación del ego o de la idea de un "yo”.
Esta interpretación es correcta en cierto sentido, pero no tiene en cuenta el hecho que la mayoría
de nosotros vivimos como seres encarnados, viviendo nuestras vidas en este mundo relativamente
real con todas sus distinciones morales, éticas, legales y materiales.

Tratar de vivir en el mundo sin atenerse a sus distinciones relativas sería tan absurdo y difícil
como tratar de evitar las consecuencias de haber nacido diestro o zurdo. ¿Qué sentido podría
tener? Una interpretación más precisa del nirvana es la adopción de una perspectiva muy amplia,
en la que todas las experiencias -ya sean agradables o dolorosas- tienen su cabida como aspectos
de la conciencia. Está claro que muchas personas preferirían experimentar solo las "notas altas” de
la felicidad. Pero, como señaló recientemente un alumno mío, eliminar todas las "notas bajas” de
una sinfonía de Beethoven, o de cualquier canción moderna, daría como resultado una experiencia
bastante triste e insustancial.

Quizá la mejor forma de entender el samsara y el nirvana es como una diferencia de punto de vista.
El samsara es un punto de vista que se basa principalmente en definir e identificarse con las
experiencias, considerándolas como agradables o desagradables, mientras que el nirvana es un
estado fundamentalmente objetivo de la mente: una aceptación de la experiencia sin juicios, que
nos abre la posibilidad de ver soluciones que no estén directamente relacionadas con nuestra
supervivencia como individuos, sino con la supervivencia de todos los seres sensibles.

Y esto nos lleva a la segunda de las tres aflicciones mentales principales:

El apego

Las percepciones de un "yo” separado de unos "otros” es, como ya hemos explicado, esencialmente
un fenómeno biológico, un patrón establecido de chismorreo neuronal que señala regularmente a
las distintas partes de nuestro sistema nervioso que cada uno de nosotros es un ser distinto y
dotado de existencia independiente, que necesita ciertas cosas para poder perpetuar su existencia.
Puesto que vivimos en cuerpos materiales, algunas de las cosas que necesitamos, como el oxígeno,
la comida y el agua, son realmente indispensables. Además, según me han explicado, algunos
estudios han demostrado que los niños pequeños necesitan de cuidados físicos y atención para su
supervivencia. Necesitamos que nos toquen y que nos hablen; necesitamos que se reconozca el
simple hecho de que existimos.

Los problemas empiezan, sin embargo, cuando generalizamos estos factores biológicamente
indispensables a otros ámbitos que no tienen nada que ver con el simple hecho de mantenernos en
vida. En términos budistas, esta generalización se conoce como "apego” o "deseo” y, al igual que la
ignorancia, podemos ver que tiene un fundamento puramente neuronal.

Cuando experimentamos algo que nos gusta, como el chocolate, establecemos conexiones
neuronales que equiparan el chocolate con una sensación física de placer. Esto no significa que
el chocolate sea por sí mismo algo bueno o malo. El chocolate simplemente contiene compuestos
químicos que crean una sensación física de placer. Pero es nuestro apego neuronal al chocolate el
que crea los problemas.

El apego se puede comparar, de forma bastante general, con la adicción, una dependencia
compulsiva de objetos exteriores o experiencias que crean una ilusión de completitud. Y como
todas las adicciones, desgraciadamente, el apego se suele hacer cada vez más intenso con el
tiempo. La satisfacción que experimentamos cuando conseguimos algo (o a alguien) que
deseábamos no es muy duradera. Las cosas o las personas que nos han hecho felices hoy, este mes
o este año, inevitablemente van a cambiar. El cambio es la única constante de la realidad relativa.

El Buda comparó el apego con beber agua salada del océano: cuanto más bebes más sed sientes. De
la misma forma, cuando nuestra mente está condicionada por el apego, por muchas cosas que
tengamos, nunca llegamos a estar verdaderamente satisfechos. Perdemos la capacidad de
distinguir entre la simple experiencia de la felicidad y los objetos que en ese momento nos hacen
temporalmente felices. Y el resultado es que no solamente nos volvemos dependientes del objeto,
sino que además reforzamos los patrones neuronales que nos condicionan a depender de fuentes
externas para sentirnos felices.
Puedes sustituir el chocolate por toda una variedad de objetos. Para algunas personas, las
relaciones son la clave de la felicidad. Cuando ven a alguien que les atrae, piensan en toda clase de
formas de acercase a esa persona. Pero si finalmente consiguen tener una relación con él o ella,
resulta que esta relación no es tan placentera como lo habían imaginado. ¿Y por qué? Porque el
verdadero objeto de su apego no es la persona o la cosa externa; es una historia hilada por las
neuronas del cerebro , que se desarrolla simultáneamente a diferentes niveles, desde lo que
piensan que podrían ganar si logran lo que desean, hasta lo que temen que suceda si no lo
consiguen.

Otras personas piensan que serían felices de verdad si tuvieran un gran golpe de suerte, como
tocarles la lotería. Pero un estudio muy interesante realizado por Philip Brinkman, del que me
habló uno de mis alumnos, demostró que las personas que acababan de premiarles la lotería no
eran mucho más felices que un grupo de control que no acababa de experimentar la emoción de
hacerse rico de golpe. De hecho, una vez pasado el entusiasmo inicial, las personas que les había
tocado la lotería decían que disfrutaban menos de placeres cotidianos como hablar con su amigos,
recibir cumplidos o simplemente leer una revista, que las personas que no habían experimentado
semejante cambio.

Este estudio me recordó la historia que escuché hace poco de un hombre que había comprado un
billete de lotería para un sorteo de más de cien millones de dólares. Al poco tiempo de comprar el
billete, tuvo unos problemas de corazón y fue ingresado en un hospital, bajo el cuidado de un
médico, que le ordenó descanso completo en cama y le prohibió absolutamente cualquier cosa que
pudiera causar demasiada conmoción. Mientras el anciano estaba en el hospital, su billete fue
premiado. Como estaba en el hospital, el hombre no supo de su fortuna, pero sus hijos y su esposa
lo supieron y acudieron al hospital para darle la noticia.

De camino a su habitación, se encontraron con el médico, le explicaron la buena fortuna del


hombre, y el médico inmediatamente les rogó que no le dijeran nada todavía: "Podría emocionarse
demasiado y morir de la tensión en su corazón”. La esposa y los hijos discutieron con el médico,
convencidos que la buena noticia contribuiría a mejorar su estado. Al final, aceptaron que fuera el
médico quien le diera la noticia, de forma lenta y suave para evitar crear una conmoción.

El médico entró en la habitación del paciente, mientras la esposa y los hijos esperaban sentados en
el pasillo. Primero le hizo toda clase de preguntas sobre sus síntomas y cómo se sentía, y pasado
un tiempo le preguntó, con un tono muy despreocupado:

-¿Ha comprado alguna vez un billete de lotería?

El anciano contestó que sí, que había comprado un billete poco antes de ingresar en el hospital.

-Si le tocara a usted la lotería -preguntó el médico-, ¿cómo se sentiría?

-Bueno, si me toca, está bien, y si no, está bien también. Ya soy viejo, y no voy a vivir mucho. Que
gane o que no gane, realmente no importa mucho.

-¡No puede usted pensar esto! -dijo el médico, como alguien que habla de algo puramente teórico-.
Si le tocara, seguro que estaría muy emocionado, ¿no?

Pero el anciano contestó:

-No mucho. La verdad, le daría gratamente la mitad a usted, si pudiera encontrar alguna forma de
hacer que me encuentre mejor.
El médico rió.

-No hace falta que piense en ello. Era solo una pregunta.

Pero el paciente insistió:

-No, lo digo de verdad. Si consigo el premio, le daría realmente la mitad a usted si pudiera hacer
que me encuentre mejor.

El médico rió de nuevo, y contestó como bromeando:

-¿Por qué no escribe un documento que diga que me daría la mitad?

-¿Y por qué no?

El anciano asintió y levantó el brazo para coger un bloc de papel de la mesa al lado de la cama.
Lentamente y con pocas fuerzas, escribió una carta en la que se comprometía dar al médico la
mitad del dinero que pudiera ganar en la lotería. La firmó y se la tendió. Cuando el médico vio el
documento firmado, se emocionó tanto con la idea de conseguir tanto dinero que murió allí
mismo.

Cuando el médico cayó, el anciano empezó a gritar: su mujer y sus hijos temieron que el médico
hubiera tenido razón, que la noticia le hubiera excitado demasiado y el anciano hubiera muerto de
la tensión en su corazón. Entraron corriendo en la habitación, donde encontraron al anciano
sentado en la cama y al médico desplomado en el suelo. Mientras las enfermeras y otras personas
del hospital se apresuraban a tratar de reanimar al médico, los parientes del anciano le dijeron
tranquilamente que había sido afortunado en la lotería. Para su sorpresa, no pareció excitarle
mucho saber que había ganado millones de dólares, y la noticia no le hizo ningún daño. De hecho,
tras unas semanas su estado mejoró y fue dado de alta. Se alegró, sin duda, de poder disfrutar de
sus nuevas riquezas, pero no tenía demasiado apego a ellas. El médico, en cambio, se había
apegado tanto a la idea de tener todo ese dinero, y su excitación había sido tan grande, que su
corazón no pudo aguantar la tensión y murió.

La aversión

Cualquier apego contundente genera un miedo igualmente profundo a no lograr obtener lo que
deseamos, o a perder lo que ya hemos conseguido. Este miedo, en el lenguaje del budismo, se
denomina aversión: una resistencia a los cambios inevitables que se producen como consecuencia
de la naturaleza impermanente de la realidad relativa.

La idea de un "yo” duradero y dotado de existencia independiente nos impulsa a hacer esfuerzos
enormes por resistirnos a la inevitabilidad del cambio, para asegurarnos que este "yo” se
mantenga seguro y a salvo. Cuando hemos logrado algo que nos hace sentir completos e íntegros,
queremos que todas las cosas se queden exactamente de esa manera. Y cuanto más profundo es
nuestro apego a lo que nos hace sentir completos, más grande es nuestro miedo a perderlo, y más
cruel es el dolor que sentimos si lo perdemos.

La aversión es, en muchos sentidos, una profecía que se cumple en sí misma, que nos obliga a
actuar de formas que prácticamente aseguran el fracaso de nuestros esfuerzos por lograr esta cosa
de la que pensamos que nos traerá paz duradera, estabilidad y satisfacción. Piensa por un
momento en cómo te comportas cerca de una persona que te atrae mucho. ¿Te comportas como la
persona cortés, sofisticada y llena de confianza que querrías que él o ella vea? ¿O te conviertes en
un bobo que se queda mudo de repente? Si esta persona habla y ríe con otros, ¿te sientes dolido y
celoso, y muestras tu dolor y tus celos de formas pequeñas y obvias? ¿Te apegas a esta persona
hasta tal punto que él o ella siente tu desesperación y empieza a evitarte?

La aversión refuerza los patrones neuronales que generan una imagen mental de ti mismo como
alguien limitado, débil e incompleto. Puesto que percibes como una amenaza cualquier cosa que
pudiera socavar la independencia de este "yo” mentalmente construido, inconscientemente
desperdicias una cantidad inmensa de energía vigilando y anticipando peligros potenciales. La
adrenalina corre por tu cuerpo, tu corazón se acelera, tus músculos se tensan y tus pulmones
bombean a un ritmo desesperado. Todas estas sensaciones son síntomas del estrés que, según me
han explicado muchos científicos, puede provocar una inmensa variedad de problemas, como
depresión, trastornos del sueño, problemas digestivos, sarpullidos, problemas de tiroides y de
riñón, presión arterial alta, e incluso exceso de colesterol.

En un nivel puramente emocional, la aversión se suele manifestar como ira, o incluso odio. En vez
de darte cuenta que tu desdicha se basa en una imagen construida por la mente, encuentras
"natural” culpar de tu dolor a otras personas, objetos o situaciones externas. Cuando alguien hace
algo que aparentemente te impide conseguir lo que deseas, empiezas a considerarle como una
persona mezquina e indigna de confianza, y haces esfuerzos por evitar a esta persona, o incluso
vengarte de ella. Cuando eres presa de la ira ves todas las personas y todas las cosas como
enemigos, y el resultado es que tus mundos interno y externo se hacen cada vez más pequeños.
Pierdes la confianza en ti mismo y refuerzas los patrones neuronales que generan sentimientos de
miedo y vulnerabilidad.
1 Los tres tipos de sufrimiento.
Yangsi Rinpoche. Practicing the path: a commentary on the Lamrim Chenmo. Boston, Wisdom
Publications, 2003. (Pp. 212-213). (Traducido por María A. García; revisado por Alberto
Fournier).

Los tres tipos de sufrimiento


Ahora nos movemos a la clasificación final dentro de las explicaciones del verdadero sufrimiento y de la
verdadera causa, que es la contemplación en los tres tipos de sufrimiento.

Por favor recuerden que cuando reflexionamos en el sufrimiento, debemos tratar de entender que éste no
surge inherentemente por medio de su propia naturaleza. Cada tipo de sufrimiento surge y existe debido
a causas y condiciones, debido a la interdependencia. Como no existe inherentemente, es
definitivamente posible eliminar sus causas y así erradicar el sufrimiento en nuestras vidas para siempre.

El primer tipo de los tres tipos de sufrimiento es el sufrimiento del sufrimiento. Ésta es la manera más
común y burda de sufrimiento, y es fácilmente reconocible en nuestras vidas cotidianas. El segundo de
los tres tipos de sufrimiento es el sufrimiento del cambio.

El sufrimiento del cambio opera en el contexto de todas esas cosas en nuestras vidas que ordinariamente
consideramos que constituyen la felicidad. De hecho, todos esos sentimientos de felicidad y placer que
experimentamos en la existencia cíclica son en realidad, el sufrimiento del cambio. Los llamamos
"felicidad” porque nos traen sensación de placer. Pero, de acuerdo a la filosofía budista, a lo que damos
la etiqueta de "felicidad” es realmente solo el momento de alivio que surge entre una experiencia previa
de sufrimiento y la próxima. Si tenemos un área sensitiva en nuestro cuerpo que nos pica terriblemente,
al principio, cuando nos comenzamos a rascar se siente extremadamente placentero. Pero si nos
rascamos por un tiempo largo, solo nos causaremos más dolor.

El tercer tipo de sufrimiento es el sufrimiento de condición todo permeante. Este tipo de sufrimiento que
está siempre con nosotros - es un factor continuo y subyacente en nuestra existencia. El sufrimiento del
cambio, por el contrario, está allí algunas veces y en otras no está. Aunque el sufrimiento de condición
todo permeante en su estado natural se siente como un tipo neutral de existencia, cuando encontramos
circunstancias adversas, causa sentimientos contaminados de sufrimiento. Cuando encontramos
condiciones externas positivas o conducentes, causa sentimientos contaminados de placer o felicidad.
Acumulamos karma basándonos en el sufrimiento de condición todo permeante. Las experiencias de los
primeros dos tipos de sufrimiento giran primordialmente alrededor de nuestros sentimientos -los
objetivos de nuestros sentimientos, los aspectos de nuestros sentimientos y los objetos de nuestros
sentimientos. Cuando tratamos de desarrollar el deseo de liberarnos del sufrimiento del sufrimiento y del
sufrimiento del cambio, debemos renunciar no solo al resultado del sufrimiento mismo, sino también a
las causas y condiciones que contribuyen a ese resultado. Es importante tener la visión más amplia.
Mientras estamos en el samsara, constantemente anhelamos la experiencia de sentir. Debemos tratar de
comprender que cualquier sentimiento que experimentamos en la existencia cíclica está contaminado,
amarrado a la naturaleza del sufrimiento. Cuando experimentamos sentimientos de placer, desarrollamos
pensamientos obsesivos de apego. Cuando experimentamos sentimientos de infelicidad, desarrollamos
pensamientos de ira y odio. Los sentimientos neutrales nos causan el desarrollar confusión e ignorancia.
Como resultado de todos estos engaños, acumularemos karma negativo y eventualmente
experimentaremos la maduración de resultados negativos. Los sentimientos que producen la mente de ira
traen renacimientos en el reino de los infiernos; los que producen apego traen renacimientos en el reino
de los espíritus hambrientos; y los que producen ignorancia traen renacimientos en el reino animal. El
sufrimiento de condición todo permeante es como estar atado a la carga del karma y los engaños.
Mientras estemos amarrados a esta carga, experimentaremos sufrimiento. El término "todo permeante”
puede ser entendido en dos contextos.
Primero, el sufrimiento es todo permeante en el sentido de que se extiende a través de todo el samsara,
desde el infierno de Avicci hasta el punto culminante del samsara. Segundo, el sufrimiento es todo
permeante pues estamos enteramente bajo su control.

Cuando adiestramos nuestra mente a la renuncia basada en la contemplación de los tres tipos de
sufrimiento, debemos comenzar con la contemplación del sufrimiento del sufrimiento, seguido por la
contemplación del sufrimiento del cambio y entonces la contemplación del sufrimiento de condición
todo permeante. Contemplar sobre los niveles más burdos del sufrimiento, primero nos inspirará a
desarrollar aversión a los mismos y a reflexionar en sus causas. En esta manera, nuestras mentes serán
llevadashacia la contemplación de las causas más sutiles del karma y los engaños.

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