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Límites, limitaciones y el deseo de fusión en el tratamiento de adolescentes

Resumen conceptual

Boundaries, Limitations, and the Wish for Fusion in the Treatment of Adolescents

H. Shmuel Erlich, Ph. D.

Traducido por Jorge Gutiérrez. Doctorado ELEIA 2004.

Resumen del desarrollo conceptual del artículo: Tratará sobre la centralidad del tema de

los límites en la adolescencia desde diversas perspectivas, como el desarrollo y la

consolidación del self, la internalización del superyó y la autoridad, y el encuentro entre

el self y el otro. El estudio de los límites a través de los modos experienciales del ser y

del hacer nos llevan a distinguir dos tipos de límites, uno basado en la separación y la

diferenciación, y el otro basado en la fusión. La adolescencia implica la integración de

ambas modalidades para que puedan tener lugar la formación de la identidad y de la

intimidad.

Los límites juegan un rol importante en la comprensión del desarrollo y del

funcionamiento de la adolescencia. Para abordar la cuestión de los límites es necesario

integrar dos aspectos complementarios: la experiencia de la limitación y los deseos de

unión y fusión.

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El autor piensa que el concepto de límites intrapsíquicos es central y fundamental para

el psicoanálisis, y puede ubicarse tanto en el nivel de la discusión clínica como en el

discurso metapsicológico. Si por una parte el concepto es flexible y elástico, por otra es

fundamental y valioso. La centralidad y elasticidad del concepto de límite queda de

manifiesto en las tres áreas de explicación y aplicación del psicoanálisis

contemporáneo: desarrollo, psicodinámica y psicopatología.

El autor identifica diversas subáreas o facetas de la experiencia de los límites: 1)

Límites como reflejo del proceso y como componentes del desarrollo y de la

consolidación del self; 2) Contribuciones del superyó a la formación de límites,

especialmente referidos a la autoridad; 3) Límites como diferenciación y encuentro

entre el self y el otro; 4) Límites como características de roles sociales específicos,

jugando una parte en la formación de la identidad.

1. Límites como reflejo del proceso y como componentes del desarrollo y de la

consolidación del self

Los límites del self son un buen ejemplo del resultado de la interacción e integración de

un proceso complejo, que contiene aspectos maduracionales, del desarrollo y físicos,

componentes experienciales, e influencias social-sistémicas. La formación de los

límites internos podría entenderse, por ejemplo, como un sentido de separación en el

niño, y después en el adolescente, cuyo proceso puede describirse con el título de

separación – individuación (Mahler et al., 1975).

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1.1. La piel. Hay sensaciones que resultan de la interacción entre lo psicológico y las

actividades corporales. Desde el inicio del psicoanálisis están presentes: Freud (1923)

hablaba de que “el yo es primero, pero antes está el yo corporal”; Jacobson (1964) habló

del self psicofisológico; Anzieu (1970) se refirió al desarrollo del “yo piel”. La piel

representa un contenedor, un instrumento de separación, y una línea divisoria que el

aparato mental usa para distinguir las representaciones mentales. La piel adquiere un

renovado significado durante la adolescencia: es investida con excesivo poder y con

significados y contenidos emocionalmente polarizados (como la belleza y la fealdad, la

aceptación y el rechazo). Durante la adolescencia la piel puede ser objeto de ataque y

mutilación por el self, como sucede, por ejemplo, con los tatuajes.

1.2. El conocimiento. Éste contribuye a la formación del concepto del self separado del

objeto. Desde la teoría psicoanalítica, el sentido de separación del self y del objeto

deriva de la integración de las representaciones intrapsíquicas del self y del objeto.

Jacobson (1964) se refirió a los límites como una función del nivel de diferenciación de

representaciones internas. En las teorizaciones de Freud (1915a) (1915b), las

representaciones internas son ideacionales, que funcionan en diversos niveles de

concretización o abstracción. Durante la adolescencia, los límites resultan del desarrollo

cognitivo, atravesando por una revolución estruendosa que pasa de lo concreto a las

operaciones formales (Inhelder y Piaget, 1958). Este proceso deja su huella en el nivel

de diferenciación y en el entusiasmo para definir la representación interna tanto del self

como del objeto durante la adolescencia.

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1.3. Imagos parentales. Otra contribución en la formación de límites viene de la

introyección de las imagos parentales punitivas y amorosas, y de la identificación con

tales representaciones durante la formación del superyó.

2. Contribuciones del superyó a la formación de límites, especialmente referidos a

la autoridad

Desde la perspectiva de la operaciones, estos límites difieren de aquellos surgidos de la

consolidación de representaciones internas del self y del objeto. Desde el punto de vista

del superyó, los límites que se forman están referidos a “lo correcto y equivocado”

(right and wrong). Ellos permiten responder a preguntas como: qué es lo mío y qué no;

a qué tengo derecho y a qué no; cuáles son mis derechos y mis obligaciones; y, sobre

todo, ¿con quién es permitido o prohibido satisfacer mis deseos insintivos? Estas

cuestiones, aunque provienen de un proceso intrapsíquico, necesitan de la familia como

marco referencial para ser resueltas. Dicha resolución necesita del “yo familiar”, que

mantenga la integridad de la familia entera, incluyendo las diferencias entre

generaciones, géneros, estilos, etc. (Klein y Erlich, 1978).

El carácter obligatorio de los límites así como su autoridad, se adquieren durante la fase

edípica, sus crisis y resoluciones. Al establecerse las identificaciones con los padres,

sobre todo con el del mismo sexo, el niño procura darse un “descanso” de las presiones

instintivas que le permitirá llegar a la latencia y después a la adolescencia. Estas

internalizaciones, adquiridas a través de la identificación y del amor, le proveen el poder

y la fuerza para compensar sus sentimientos de inferioridad e insignificancia, la envidia

y las propias limitaciones.

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En la adolescencia resurgen los antiguos deseos edípicos (Blos, 1962), pero también se

experimentan de nuevo la limitaciones edípicas, tal vez de forma más aplastante y

urgente. La adolescencia representa el tiempo de una posible satisfacción de los deseos

intitntivos, cuya inminencia e intoxicante sentido de poder, demandan al adolescente

negar dos peligros fundamentales: el amenazante sentido de poder y el sentido de las

propias limitaciones, que no es menos ominoso (Erlich, 1986).

3. Límites como diferenciación y encuentro entre el self y el otro

Se trata aquí del tema de los límites en relación con el objeto o con el otro. Toda

relación de objeto comprende un proceso de separación-individuación que se propone

como problema central. En este punto, es necesario precisar el concepto de “relación de

objeto”: la relación self-otro que el autor describe, va más allá que la supuesta por el

proceso de separación-individuación. En la teoría psicoanalítica, el término “relaciones

objetales”, no se refiere primeramente, como parece que lo han entendido muchos, a

relaciones interpersonales reales. El significado original y heurístico del concepto se

ubica, en primer lugar, en un nivel intrapsíquico, entre representaciones del self y de

objeto; y, en segundo lugar, a la catexis que estas representaciones reciben. De forma

derivada, el término se refiere a la relación que se da entre personas, particularmente

con gente que son significantes e importantes entre sí.

El asunto de las relaciones de objeto es importante durante la adolescencia ya que

juegan un papel importante en la formación y consolidación de la identidad. La

identidad del adolescente no es un asunto que busque, de forma reductiva, responder a

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la pregunta “¿Quién soy yo?”. Ericsson (1968) afirmaba que la identidad psicosocial se

forma y adquiere significado cuando el yo o el self encuentra una expresión y una

posición dentro de un rol específico. No es que el adolescente “invente” un rol que le

permita forjar su identidad; lo que hace, más bien, es investirse de un rol, sentirse capaz

de llevarlo a cabo, y sentirse original al realizarlo. Todo esto se da de acuerdo a los

lineamientos que ha trazado la sociedad, y no de acuerdo a algo que el adolescente haya

creado. Se trata de un reto a su habilidad que le pide ajustarse a un orden preestablecido

u ofrecido por otros. El adolescente descubre que los límites han sido puestos desde

fuera, por lo que resulta comprensible que aparezcan sentimientos de disgusto y

repulsión, resistencia y rabia, pues no pueden escapar a lo establecido.

Por otra parte, aún cuando el adolescente pudiera encontrar su propio lugar o

plataforma, pudiendo expresarse auténtica y originalmente, dentro de los límites

sociales preestablecidos, queda el asunto de la intimidad. Más allá de la resolución del

rol social, asociado al género y las preferencias sexuales, como masculinidad/feminidad

y homosexualidad/heterosexualidad, el adolescente tardío, así como el joven adulto,

deben permitirse la oportunidad de fusión y unión con su colega más cercano (a), sin

dejar de definir su individuación y separación de él (ella).

El proceso de definición de la identidad, así como de la preparación para la intimidad,

deben combinarse de tal manera que permitan al adolescente continuar su desarrollo

hacia la adultez; si ambos aspectos no llegaran a darse, el adolescente se encaminará

hacia la soledad (Erlich, 1989b).

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La teoría sobre los límites internos se ha estructurado a partir de la observación directa y

de algunas conceptualizaciones como la barrera de los estímulos (Esman, 1983), la

barrera de la represión, y el modelo económico, en los que se invierte una porción

significante de energía mental con el fin de construir tales barreras a través de

anticatexis. Esta teoría surge, entonces, de la consideración de los instintos y sus

derivados.

Sin embargo, tal como Balint (1958) (1960) y Winnicott (1971) habían ya puntualizado,

existen niveles psíquicos donde no todo está referido o se origina de los instintos. Kohut

(1977), por su parte, colocó el self en el centro de la psiqué, considerando los instintos

como componentes secundarios.

Elrich (Erlich y Blatt, 1985); (Erlich, 1987) (1988) (1989ª) (1989b) ha postulado poner

en el centro del funcionamiento psíquico, no los instintos, sino un modelo cuyas

características son las funciones del yo. Describió, en este sentido, dos modalidades

experienciales: ser y hacer. Tales modalidades son innatas y su trabajo consiste en

procesar, todo el tiempo, el campo experiencial, que abarca el self y el bjeto

relacionados mutuamente.

En la modalidad de hacer, tanto el self como el objeto se experimentan como entidades

separadas. Esta modalidad está constituida sobre una medida de separación y límites

entre el self y el objeto. En la modalidad de ser, el self y el objeto se experimentan como

unidos, inseparables por límites, sumergidos y unidos en una experiencia que no sabe de

tiempo ni lugar. Los límites se experimentan como una limitación, pero no entre

representaciones del self y del objeto, sino en el afuera, alrededor del self y del objeto.

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4. Límites como características de roles sociales específicos, jugando una parte en

la formación de la identidad

La identidad se va construyendo entre la vertiente del ser y del hacer. Por ejemplo, el

momento en que la identidad se va construyendo en la modalidad de hacer, puede

experimentarse como insatisfactoria, ya que está basada en la separación del objeto, y

en una relación funcional y orientada por los instintos. El funcionamiento social aquí es

mecánico, seco, extremadamente orientado hacia el cumplimiento de tareas. La que se

construye en la vertiente del ser trae consigo el placer de la fusión y de la unión con el

objeto, y la seguridad que dicha unión da al self, pero sólo en un nivel espiritual,

apartada de la sexualidad.

El desarrollo adolescente necesita la integración de ambas vertientes o modalidades, en

primer lugar, en orden a la formación de la identidad y, en segundo lugar, para llegar a

la experiencia de la intimidad. En tal experiencia de intimidad podemos encontrar, al

mismo tiempo, el impulso dirigido al otro, donde la separación y los límites juegan un

papel importante (por ejemplo, en el hecho de ser de diferente género); y

simultáneamente, la necesidad de fusión con el otro, donde los límites se borran.

Caso clínico

M llegó a tratamiento cuando era una muchacha de 15 años. Sus padres estaban

preocupados y sentían que la situación se les había salido de control. Decían que M les

había anunciado su deseo de dejar la casa y la escuela para irse a un internado. Parecía

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que se trataba de un patrón repetitivo: cuando M tenía 2 años, insistió en irse y apareció

vestida inapropiadamente.

El analista estaba impresionado de la fuerza de voluntad y el buen manejo con que se

había envuelto la paciente. Con un atuendo verdaderamente inconvencional, con un

arete en la nariz, y el cabello peinado a la punk, habló con rabia de cómo se amenazaba

a ella misma y a los que la rodeaban. Comentó su deseo de no vivir con los padres

debido a las dificultades que tenía con ellos. Se dirigía a las figuras de autoridad

degradándolas y ofendiéndolas. Decía que tenía muchos amigos y contactos que podrían

hacerse cargo de ellas; según el terapeuta, no podía saber si se trataba de amigos

criminales, enfermos mentales o personas marginales (con el tiempo el analista se dio

cuenta que, efectivamente, se trataba de este tipo de personas).

En ocasiones, M ponía a prueba los límites del tratamiento (según el encuadre inicial) y

del analista mismo, despareciendo durante ciertos períodos, no atendiendo las sesiones y

evadiendo cualquier tipo de contacto. Sin embargo, para éste era claro que la terapia era

extremadamente importante para ella.

La forma de entender a M y el planteamiento de la terapia ser realizaron bajo la luz de

las 2 dimensiones y modalidades descritas en la parte teórica del artículo. Desde la

primera dimensión (el hacer) surgieron las hipótesis de trabajo, que tenía que ver con

sus dificultades edípicas. El analista entendía el “escape” de casa como una expresión

de fuertes fantasías y deseos edípicos, así como la necesidad de defenderse de ellos

tomando distancia física. Había miedos y ansiedades asociadas con la escena primaria y

con la sexualidad de los padres. Estas cuestiones fueron ligadas a serios problemas con

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respecto a los límites familiares, especialmente a los límites intergeneracionales, y al

estado cuestionable del “yo familiar” (Klein y Erlich, 1978). M tenía necesidad de

denigrar a su padre, de presentarlo como incompetente e impotente, y más adelante,

como interesado sexualmente por ella (por lo que debía cuidarse de él). Los conflictos

en este nivel giraban alrededor de deseos sexualeslímites, y prohibiciones, y las

defensas eran rígidas y primitivas.

M aprovechaba cualquier oportunidad para expresar su hostilidad y odio hacia el mundo

de los adultos. Concebía a sus padres como personas arrasadas por las demandas de tal

mundo; se habían convertido en robots al servicio de la sociedad. Su patología

borderline, el rechazo de todos los límites sociales, y su alejamiento de la sociedad, eran

la garantía de que no caería en una situación similar a la de sus padres. De ahí su gran

dificultad para conseguir una identidad dentro de los marcos sociales. Vivía un falso y

pobre self (Winicott, 1960); (Erlich, 1989b). ¿Por qué M tenía tanta dificultad para

encontrar un lugar y una identidad dentro de la sociedad? El problema era que no

aceptaba los límites; pero tampoco aceptaba sus limitaciones. Para el analista, M estaba

librando una batalla en la modalidad del ser. Sus deseos y necesidades rebasaban

cualquier expectativa y, por lo tanto, no encontraban forma ser realizados. Estas

necesidades, deseos y dilemas surgieron en la transferencia. Los cuestionamientos de M

(hechos desde la dimensión del hacer) sobre el método terapéutico, las metas del

tratamiento, las intervenciones del analista, etc. descubrieron la verdadera preocupación

(en el campo del ser): de si al analista le importaba o no M.

M relató el siguiente sueño recurrente: Ella permanecía en la orilla del mar donde

había un acantilado que llegaba dentro del agua. La roca se elevaba detrás de ella y no

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podía escaparse. Frente a ella estaba el mar, con olas bravas que rompían en el

acantilado, inundándola completamente, tratando de ahogarla. Lo único que pudo

hacer fue cavar en la roca con sus uñas para no hundirse en el mar. El sueño era

dramático y muy gráfico.

Sus asociaciones le llevaron a imaginarse nadando en el mar. El agua transparente, el

azul infinito, las profundidades, la invitaban a fundirse en ellos, a bucear, a ser

absorbida por el mar y nunca salir. M llamó a este deseo “la desaparición de Yo en el

infinito”. Pero había también en ella una fuerza que la empujaba a vivir y a no morir

dentro del mar. La siguiente sesión apareció un sentido profundo de vacío. Por primera

vez describió esta situación ominosa y la forma como trataba de enfrentarla: lo hacía

sola en su cuarto, cortándose el antebrazo o quemándose con cigarrillos.

Después de un período de ausencia, regresó al tratamiento y permaneció en silencio por

un largo tiempo. Finalmente protestó contra mí y contra el tratamiento: “Ustedes

triunfaron al doblegar mi mente, sacando cada gota de confidencialidad de mi interior”.

La terapia le condujo hacia el mundo de los adultos y hacia la vida, un tipo de vida que

temía, al que se resistía y contra el cual debía luchar. Cada sesión significaba un

acercamiento a dicho mundo y vida, y conforme pasaba el tiempo, M tenía menos valor

para dejar la terapia.

El analista comentó: “Si dejas el tratamiento, significará que renunciarás para siempre

tu deseo de estar en el mar”. Llorando, con rabia y ternura, respondió: “Nunca… Yo

sólo he entendido que no me volveré loca… que nunca podré recibir lo que quiero si

sigo el camino que hasta ahora he seguido”. A lo que añadió el terapeuta: “Es como si

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no hubiera forma de mantener ambas cosas: el estar en el mar y la vida tal como tus

padres y yo la presentamos”. M respondió: “Tal vez sea así… pero ahora sé que estoy

más preparada para creer que hay una salida”.

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