Está en la página 1de 1

Los sordos me enseñaron…

Por Miguel Fernández

Hace poco escuché acerca del oyente que no oye, en el sentido de que no es un sujeto receptor de una
actividad dialéctica, de que no puede percibir lo que ocurre a su alrededor porque no cuenta de la
capacidad de percibir los estímulos en los que ocurren las cosas en su entorno. Pareciese que tan solo
estuviese describiendo a una persona sorda en un mundo de oyentes, un mundo de sonidos y palabras
orales, pero podemos atrevernos a sustituir una variable de la ecuación para darnos cuentas de que lo
mismo puede ocurrir en el sentido contrario.

El mismo día en el que aprendí eso estuve leyendo un poema con el título de “Tienes que ser Sordo para
comprenderlo” (Mansen, 1971) con mi grupo de estudios de Cultura Sorda y Lengua de Señas, y cada verso
que encontramos en el texto me resonó de una manera muy especial, precisamente porque esa misma
mañana, cuando me dirigía —muy retrasado de tiempo— al aula donde veíamos esa clase, me sorprendí
al ver las escaleras del edificio cerradas con una reja, y frente a dicha reja un numeroso grupo de jóvenes
sordos, teniendo diversas conversaciones por medio de señas entre sus miembros. Yo necesitaba pasar y
subir, pero en ese instante no se me ocurrió la más mínima manera de expresar esa necesidad, dado que
me he valido de mi voz para que las personas me entiendan por casi veinte años, y yo no sabía si entre
esos jóvenes se encontraba alguien que pudiese escucharme, y si me atrevía a hablarles para buscar a
algún oyente me iba a sentir muy mal de no encontrarlo. Ese fue mi momento de sordera en el mundo,
pues no podía escuchar con mis ojos y hablar con mis manos como ellos lo hacían. Esa experiencia no
tardó más de dos minutos, pero me hizo reflexionar en la sensibilización que pretendo establecer con
estas personas, su experiencia y su cultura, y el mensaje que yo quiero difundir en base a esto.

Lo cierto es que, tal como nos enseñó el poema, jamás realmente entendí la barrera que los sordos
viven hasta que me puse desde la perspectiva de la persona frustrada. Probablemente padecí de lo que
una vez un profesor de mi carrera denominó el síndrome de la máquina diagnóstica, que ocurre cuando
médicos y psicólogos estudian a las personas con mucho apego a los enfoques teóricos y los criterios
diagnósticos, de manera que nos distanciamos de nosotros mismos como humanos y terminamos como
meras máquinas o herramientas disociadas. Es un mal comparable al del paradigma clínico del sordo, pero
que se cura con apartar la vista de las láminas y los manuales para permitirnos el contacto humano.

Y eso es uno de los mejores puntos que encontré en la película Le Pays des sourds, el que eran los
propios sordos quienes narraban sus experiencias desde sus propias perspectivas, o como los mostraban
en sus aprendizajes y frustraciones de manera tan natural, siendo así un medio sensibilizador por
excelencia. Me encontré sorprendido viendo cómo era de complicado para ellos comprar una casa, cómo
se sentías excluidos en sus propias familias, y, más aún, cuando el profesor de Lengua de Señas comentó
que solo les bastaban dos días de interacción y contacto para entenderse abiertamente con Sordos de
todas partes del mundo. Es una habilidad que cualquier oyente envidiaría, sin duda alguna. Supongo que
lo que quiero decir es que lo mejor que podemos hacer es escuchar atentamente y desde una calidad
humana a los sordos, ellos tienen mucho que decir y mucho que enseñarnos.

También podría gustarte