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Estándares ambientales en

Perú: ¿son muy exigentes?

El paquete reactivador del Gobierno ha despertado críticas por una supuesta


relajación excesiva de los estándares ambientales

¿Paquetazo antiecológico o medidas para alentar las inversiones? El Gobierno


peruano apuesta por dinamizar los proyectos mineroenergéticos a través de la
audaz iniciativa de flexibilizar la normativa ambiental. Las propuestas presentadas
para el efecto el 18 de junio han encendido la pradera ambientalista y llevado una
brisa de satisfacción a los sectores que consideran que el Ministerio del Ambiente
(Minam) frena las inversiones con desmedidas regulaciones.

Esta última es la opinión de Cecilia Blume, ex asesora del Consejo de Ministros,


quien afirma que el Minam “se ha excedido de los límites razonables” al
imponer estándares suizos de calidad ambiental de aire, agua y suelo, en un
país como el nuestro. Otro tanto apunta el economista Miguel Palomino, director
gerente del Instituto Peruano de Economía, quien advierte que el Minam obra
irracionalmente al imponer estándares que no se cumplen ni cerca de su misma
sede, pero que son exigidos a la industria como si esta pudiese ser tratada como
“un parque natural”.
En la orilla opuesta, Iván Lanegra, ex viceministro de Interculturalidad, considera
que dichas críticas son injustas. “La normativa ambiental tiene dos componentes:
las metas ambientales, contenidas en los estándares de calidad ambiental (ECA) y
en los límites máximos permisibles (LMP); y los instrumentos que se utilizan para
alcanzar dichas metas, como los estudios de impacto ambiental (EIA) y el
ordenamiento territorial”, explica.
Remarca que los estándares ambientales no han generado ninguna dificultad a la
industria minero energética (la más regulada por el Estado), salvo en el caso de
los nuevos ECA del aire, cuya aplicación se ha reconocido como inviable en tres
industrias específicas: la refinería de Ilo, el Complejo Metalúrgico de La Oroya y el
parque automotor de Arequipa.
Ricardo Briceño, ex presidente de la Sociedad Nacional de Minería, Petróleo y
Energía, apunta a su turno que el empresariado no busca que el Gobierno
rebaje los estándares ambientales, sino que facilite la adecuación a las
normas. Sin embargo, aseveró que es imposible hacerlo con los ECA para dióxido
de azufre (SO2), cuya fijación en 20 microgramos por metro cúbico (ug/m3),
cuando el promedio en la Unión Europea es de 125 ug/m3, fue un “craso error del
ex ministro del Ambiente Antonio Brack, que hasta él mismo admite”.
Carlos Loret de Mola, ex presidente del Consejo Nacional de Ambiente, contradijo
a Briceño en un debate televisivo. El especialista manifestó que los ECA del aire
no han afectado a la refinería de Ilo, pues esta continúa trabajando con el antiguo
ECA de 80 ug/m3, mientras Southern busca la forma de acceder a la tecnología
que le posibilite rebajar sus emisiones a 20 ug/m3.
Sin embargo, funcionarios de la minera comentaron a Día_1 que los ECA sí
afectan sus operaciones en Ilo. Para adecuarse a la norma, la fundición debe
hacer paradas periódicas que en el primer semestre del 2013 reportaron pérdidas
de 18.000 toneladas de producción en cátodos. “Pensábamos incrementar la
capacidad de la fundición, de 1,2 millones a 1,8 millones de toneladas, para dar
mayor valor agregado al concentrado que producimos, pero con el ECA no se
puede”, dijeron.

¿AGILIDAD O CALIDAD?

Exceptuando el caso de las refinerías de Ilo y La Oroya, las operaciones minero-


metalúrgicas peruanas satisfacen los estándares ambientales más exigentes del
mundo, asevera Mario Cedrón, director del Centro de Innovación Tecnológica para
la Minería y Medio Ambiente. “El problema no va por allí, sino por las demoras y
trabas para obtener los permisos ambientales, que dilatan el tiempo de ejecución
de los proyectos”, explica.
La situación es particularmente dramática en el sector hidrocarburos, donde 27 de
72 lotes de exploración y explotación se hallan paralizados debido, principalmente,
a retrasos en la obtención de licencias ambientales. El principal cuello de botella
identificado por los especialistas petroleros es el engorroso proceso de
elaboración y evaluación de los EIA para exploración inicial (o sísmica), que
en algunos casos demora hasta tres años, según comentaron funcionarios de
Pluspetrol.
Andrés Fernández, gerente general de la consultora ambiental Golder Associates
en Perú, refirió que la falta de racionalidad en este proceso origina que la luz verde
para un EIA de exploración petrolera demore tres veces más en el Perú que en
Colombia.
Por este motivo, el Gobierno ha propuesto reducir a 30 días hábiles el plazo
máximo para que las entidades vinculantes y no vinculantes se pronuncien
sobre un EIA, bajo pena de incurrir en falta grave.
Lanegra, en tanto, considera que esta medida será contraproducente, pues
obligará a las entidades estatales, “caracterizadas por su débil capacidad para
hacer buenas evaluaciones ambientales”, a cometer errores que pueden ser
dañinos para la inversión, la población y el Estado.
César Gamboa, presidente ejecutivo de la ONG Dar, explica que esta propuesta
no es nueva. “¿Sabes por qué se plantea nuevamente? Porque los decretos
supremos 054 y 060 (lanzados en el 2013) no han funcionado. ¿Y por qué no han
funcionado? Porque un funcionario no puede, en 30 días hábiles, evaluar
miles y miles de páginas de un proyecto mineroenergético”, asevera.
¿Qué tan complejo puede ser un EIA para minería e hidrocarburos? Según los
especialistas de la consultora ambiental GEMA, el proceso de redacción y
aprobación de un EIA para exploración inicial en la selva puede demandar, en
condiciones favorables, unos 24 meses. El resultado es un expediente voluminoso
que puede sobrepasar las dos mil páginas.
“El conjunto del EIA que enviamos para su distribución entre los actores sociales,
pesa en promedio unos 800 kilos. Sería de mayor utilidad para el proceso de
participación ciudadana y la política estatal de inclusión social, enviar un CD con
una explicación verbal del resumen ejecutivo, en idioma nativo”, refirieron.
“El problema no está en la legislación ambiental, sino en la lentitud de la
burocracia estatal”, manifiesta Gamboa. Y no le falta razón, pues si el Estado no
mejora la capacidad de gestión de sus entidades, todos los esfuerzos que haga
para agilizar los trámites ambientales serán vanos.

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