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LA GENERACION DEL 44:

La Generación del 44 fue una de las generaciones literarias más representativas del siglo XX en El
Salvador, y fue llamada así porque en 1944 un grupo de escritores se pronunciaron en contra de la
dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez, que gobernaba en el país. Esta dictadura
sería duramente criticada por un grupo de escritores salvadoreños, cada uno desde su propio
ámbito literario y periodístico. De esta manera, los escritores de la Generación del 44 jugaron un
papel muy activo en el movimiento democrático que puso fin a la dictadura.

La Generación del 44 se transfomó a partir de 2 grupos literarios:

“El Grupo 6” (por el número de sus integrantes).

Comité de escritores y artistas antifascistas y de mundo libre.

El aporte de la Generación del 44 fue el hecho de pronunciarse sobre el régimen autoritario en


periódicos, revistas, conferencias y en reuniones intelectuales;

también produjeron obras de mucho mérito y se dieron a conocer públicamente situaciones que
les ocasionaron persecución y exilio.

Esta Generación fue conocida también como Generación de la dictadura, generación


antimartinazo y generación antifascista.

Características de la Generación del 44

Denuncia de injusticias sociales y políticas.

Lucha por lo humano, por elevar las condiciones del ser humano sumido en la pobreza.

Proyectos de trabajo por cada autor desde cada especialidad artística y literaria.

Exigencia académica y calidad en la producción literaria de cada uno.

En la década de 1944 alcanzó su madurez un grupo de escritores entre quienes se cuentan Pedro
Geoffroy Rivas (1908-1979), Hugo Lindo(1917-1985), José María Méndez (1916), Matilde Elena
López (1922), Julio Fausto Fernández, Oswaldo Escobar Velado, Luis Gallegos Valdés, Antonio
Gamero y Ricardo Trigueros de León. Pedro Geoffroy Rivas produjo una obra lírica marcada por las
vanguardias y, además, desarrolló una importante labor de rescate de las tradiciones indígenas y
de la lengua popular. La poesía de Oswaldo Escobar Velado tiene una delatada preocupación
existencial y un componente esencial de denuncia de las injusticias sociales. José María Méndez y
Hugo Lindo exploraron nuevas fronteras de la narrativa.

En los años cincuenta, un grupo de escritores salvadoreños sintetizó lo que más adelante fue uno
de los grupos artístico-intelectuales más importantes de la historia de nuestro país. La crítica a las
dictaduras militares y al sistema social salvadoreño de los 50 fueron dos de las características más
importantes en esa década.

El término “Generación Comprometida” tiene en sí mismo una serie de inconvenientes a partir de


diversos modos de entender la historia literaria nacional. “Uno de ellos sirve para aludir a una
serie de agrupaciones de escritores salvadoreños, fundamentalmente poetas, que surgieron en el
escenario literario local a partir de 1950.

La primera agrupación fue el llamado Cenáculo de Iniciación Literaria, el cual dio pie más adelante
al Grupo Octubre, fundado en 1950 e integrado por Ítalo López Vallecillos, Orlando Fresedo,
Waldo Chávez Velasco, Irma Lanzas, Eugenio Martínez Orantes, Álvaro Menéndez Leal, Jorge
Cornejo y los pintores Camilo Minero y Luis Ángel Salinas”, explica Luis Alvarenga en su tesis
doctoral sobre Roque Dalton García.

El año 1952 es muy importante en el concepto de esta Generación. El editor, periodista, poeta,
dramaturgo e historiador Ítalo López Vallecillos, quien falleció en plena guerra civil salvadoreña en
1988, se fue a estudiar a España en el 52, y se acercó al término “comprometido” que fue utilizado
por el filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre sobre la “literatura comprometida”, según explica
un autor que también formó parte de una generación del compromiso literario, el autor de “Un
día en la vida”, Manlio Argueta, actual director de la Biblioteca Nacional.

A su regreso en 1953 nominó al grupo que ya existía desde 1950 como Generación Comprometida.
Por su parte, Roque Dalton, quien fuera cercano a Ítalo y a Álvaro Menéndez Leal, se unió a otros
escritores de su edad o menores en el llamado Círculo Universitario, donde destacaron Roberto
Armijo, Manlio Argueta, Tirso Canales, José Roberto Cea, Alfonso Quijada Urías, entre otros.

“En un principio el Círculo estuvo constituido por Dalton y Castillo, y unos 30 estudiantes de
Derecho. Al final, muchos se quedaron como abogados y no siguieron en la literatura. Pero según
el crítico salvadoreño Luis Gallegos Valdés, en su obra, Panorama de la literatura salvadoreña,
tanto los poetas de 1950, como los del Círculo Universitario de 1956, constituíamos la Generación
Comprometida, pues ambos profesábamos los mismos postulados”, añadió Argueta, escritor y
Director de la Biblioteca Nacional Francisco Gavidia.

La idea de constituir esta generación fue crear compromiso social. Se puso como lema el “escritor
es una conducta social”, proveniente de las palabras Premio Nobel Miguel Ángel Asturias.

Ante la situación de la época…

La base de este grupo se constituía en el compromiso con el pueblo salvadoreño ante una época
de militarismo y autoritarismo y de carencia total de partidos políticos en el sentido real de la
expresión, “esto fue antes de 1960, y la primera ley de Partidos Políticos se dio en 1961”, dijo
Argueta.
Al no existir partidos políticos y haber represión y violencia institucional, los escritores se
constituyeron en la única oposición desde la Universidad de El Salvador, pues todos los del Círculo
eran estudiantes universitarios. Una de las más conocidas manifestaciones fue el Desfile Bufo,
donde se burlaban del Gobierno militar.

Ese hecho originó que en diciembre de 1959 fuera capturado Roque Dalton y enviado a la
penitenciaría. “Ahí comenzó la crisis política debido a la expulsión de los poetas y universitarios, y
esto culminó con un golpe de Estado en octubre de 1960, debido a levantamientos populares
desde la universidad”, puntualizó Argueta.

Uno de los elementos más importantes para esta generación fue que buscaban que la literatura no
sólo fuera independiente de los poderes fácticos del país, sino que se convirtiera también en
conciencia crítica, ética, reflexiva y creativa.

“Esta postura no solo propició una renovación de la escritura literaria en distintos géneros, sino
que también logró ampliar la actividad intelectual en el país, es decir la constitución de una
intelectualidad propiamente dicha. Alrededor de la Generación Comprometida encontraremos no
solo escritores, sino también artistas plásticos como Carlos Cañas, o historiadores como Jorge
Arias Gómez”, indicó el Dr. Ricardo Roque Baldovinos, escritor y catedrático de la UCA.

Sin lugar a dudas esta corriente de pensamiento que abrió la Generación tuvo un impacto
considerable en la vida intelectual y política del país. Se puede decir, incluso, que a partir de allí
surgió una serie de corrientes que impulsarían la búsqueda de la democracia.

“Fue la primera generación poética que pasó por las aulas universitarias, donde se combinó el
quehacer poético y el trabajo sostenido en diversas disciplinas académicas”, finalizó el Dr.
Baldovinos.

Debido a la situación política y sociocultural que estaba viviendo El Salvador en ese tiempo,
muchos de los escritores tuvieron que ir al exilio, enviando así sus aportes literarios desde fuera,
pero que a su regreso al país continuaron trabajando para poder sacar adelante el ámbito literario
en el país.

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Tal fue el caso del escritor Roque Dalton, quien publicó casi todos sus libros en el extranjero. Al
igual que Dalton, Manlio Argueta escribió y publicó sus obras más sobresalientes fuera del
territorio cuscatleco: Caperucita en la Zona roja (Premio Latinoamericano de Novela), Un día en la
Vida, y Cuzcatlán donde bate la Mar del sur, traducidas a otros idiomas.

Por su parte, Ítalo López fundó EDUCA, Editorial del Consejo Universitario Centroamericano en
Costa Rica, donde editó más de 150 libros de Literatura, Historia y Ciencias Sociales. Armijo fue
profesor en la Universidad de París. Álvaro Menén Desleal fue profesor universitario en Argelia
dejando un legado de obras a nuestro país.

Sin lugar a dudas estos escritores, poetas y artistas de las letras abrieron una brecha que permitió
que nuevas generaciones pudieran expresar sus ideas a través de la literatura.
JOSE MARIA MENDEZ
Narrador, ensayista y jurista salvadoreño, nacido en Santa Ana el 23 de septiembre de 1916. Su
brillante trayectoria en el campo de las Leyes (jalonada de honores y reconocimientos desde sus
estudios universitarios, pasando por el ejercicio de la docencia, y culminada en el desempeño de
numerosos cargos oficiales al servicio de la Administración de su país), le llevó a ser condecorado
con el Premio Nacional de Cultura en 1979. Al mismo tiempo, su dedicación al cultivo de las letras
lo sitúa entre los maestros hispanoamericanos de la narrativa breve contemporánea.

Pronto se vio que la innata vocación humanística de José María Méndez habría de configurar una
de las ejecutorias intelectuales más relevantes de todo el vasto ámbito geo-cultural
centroamericano, ya que en 1936 fue galardonado por haber sido el alumno más brillante de su
facultad, y cuatro años más tarde triunfó con una espléndida monografía jurídica que,
ampliamente difundida por toda Hispanoamérica, le valió una nueva condecoración otorgada por
la Universidad de El Salvador. A dicha obra, titulada El cuerpo del delito (1940), le siguió un año
después su aplaudida tesis doctoral (La confesión en materia penal), que se hizo acreedora de la
medalla de oro concedida por la susodicha Alma Mater.

Así, de forma tan precoz como rutilante, dio comienzo una dilatada andadura jurídica que permitió
a José María Méndez ocupar una Cátedra de su especialidad, ser nombrado Fiscal en dos
ocasiones, alcanzar los puestos de Vice-Rector y Rector de la Universidad de El Salvador, y ocupar
la Presidencia y Vicepresidencia de la Comisión de Defensa de la Autonomía Universitaria,
corporación dependiente de la Unión de Universidades de América Latina (UDUAL). Además, el
escritor de Santa Ana fue honrado con el título de “Abogado del Año” en 1984 (distinción
concedida por la Asociación de Abogados de El Salvador), y con el nombramiento de “Jurisconsulto
más brillante del siglo” en 1993 (reconocimiento otorgado por el Instituto de Estudios Jurídicos de
El Salvador). Entre otros muchos premios, honores y condecoraciones, José María Méndez fue
también investido, en 1997, Doctor Honoris Causa por la Universidad Tecnológica de su país. A la
luz de todos estos cargos, méritos y galardones, no es de extrañar que haya ejercido como
Magistrado de la Sala de lo Penal de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador entre los años de
1994 y 1997.

Con todo, desde el punto de vista intelectual todos estos honores cosechados en el terreno de las
Leyes palidecen al lado de su importancia como creador literario, ya que fue declarado Maestre de
la narrativa centroamericana tras haber obtenido en tres ocasiones (1970, 1973 y 1976) el primer
premio en los Juegos Florales de Quezaltenango (Guatemala), siempre en su modalidad de cuento.
Previamente, José María Méndez ya se había adentrado con fuerza en los círculos literarios de su
entorno merced a su libro de relatos titulado Tres mujeres al cuadrado (1962), que fue honrado
con el segundo premio en el Certamen Nacional de Cultura convocado en dicho año.
El resto de su producción literaria queda configurado por los títulos siguientes: Disparatario
(1957), Flirteando (1969), Espejo del Tiempo (1974), Tiempo irredimible (1977), Cuentos del
alfabeto (1992), Diccionario personal (1992), Tres consejos (1994), Antología definitiva (1995),
Juegos peligrosos y otros cuentos (1996), 80 a los 78. Cuentos de Chema Méndez (1996), La pena
de muerte: un ensayo, tres cuentos y una addenda (1997) y Las mormonas y otros cuentos (1997).

Pero la relación de sus escritos no ha de quedar reducida a esta nómina de títulos, ya que, en
medio de una asombrosa lucidez y fecundidad creativa, impropia de un hombre que ya ha pasado
los ochenta años de edad, José María Méndez continúa embarcado en numerosos proyectos
literarios, algunos de ellos ya a punto de convertirse en letra impresa. Entre ellos, sobresalen la
redacción de sus memorias, que saldrán bajo el título de Aunque parezca una novela; la Historia
constitucional de El Salvador; la biografía de su padre, el ilustre jurista Antonio Rafael Méndez,
que verá la luz bajo el epígrafe de Perfil de un magistrado; y una muestra antológica de su poesía,
que saldrá de los tórculos bajo el marbete de Flor de ingenio.

Naturalmente, en medio de todos estos títulos venideros siguen creciendo en la imaginación de


Méndez algunos de esos relatos que le han convertido en uno de los maestros indiscutibles de la
narrativa breve escrita en lengua castellana. Basta un somero repaso de la relación de títulos
expuesta más arriba para advertir su preferencia por el cultivo de este dificilísimo género literario,
en el que ha sido capaz de alcanzar algunos logros tan aplaudidos como el de Cuentos del alfabeto,
consistente en una colección de relatos escritos, cada uno de ellos, con una sola letra del
abecedario.

Como casi todos los grandes escritores de su nación, José María Méndez alternó su cultivo de la
creación literaria con una constante presencia en los principales medios de comunicación
salvadoreños. Así, fue redactor y, posteriormente, director del famoso rotativo Patria Nueva,
donde vertió numerosos artículos satíricos que, tras una esmerada selección, vieron lugo la luz en
uno de los volúmenes citados en un parágrafo anterior (Flirteando). Lógicamente, esta fecunda
actividad literaria y periodística llevó al escritor de Santa Ana a ocupar un puesto distinguido en las
más variadas instituciones culturales de su patria, como la Academia Salvadoreña de la Lengua y el
Ateneo de El Salvador; e, igualmente, fue nombrado miembro de numerosas corporaciones
internacionales.

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