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“LA CONSPIRACIÓN DEL MOVIMIENTO GAY

APOTEÓSIS DE LA GUERRA DE LOS SEXOS”


Rafael Palacios - Madrid 2012
(Diálogo con los libros)

La satanización del varón heterosexual y del sexo heterosexual es uno


de los rasgos más destacados de las sociedades “ricas” (cada vez menos
ricas) de nuestro tiempo. Esto va unido a una imposición desde las
instituciones estatales y capitalistas de la homosexualidad y el lesbianismo.
Todo ello se observa con sólo mirar el entorno. A día de hoy, hay un erotismo
ortodoxo, bendecido desde arriba, el de lesbianas y gays, y otro heterodoxo,
denostado, desautorizado y sometido al acoso represivo de la legislación
vigente, en primer lugar, la Ley de Violencia de Género, verdadera división
acorazada Brunete contra el amor y el sexo entre mujeres y varones.

Sólo el vil erotismo heterosexual mercantilizado, el negocio de la


prostitución, escapa a esa consideración, al estar muy bien conceptuado por
los todopoderosos agentes de la biopolítica, la manipulación de mentes y
conductas, la ingeniería social y la deshumanización.

Esto, tan evidente, no puede denunciarse, la presión de las religiones


políticas en curso, como el feminismo, lo hace difícil y peligroso, dados los
procedimientos inquisitoriales y terroristas de que se valen contra las y los
disidentes. Por eso el libro de Palacios tiene interés, porque abre una brecha
en el opresivo entramado de los silencios y el mirar para otro lado, mientras
una de las libertades civiles fundamentales, la sexual heterosexual, es
pisoteada por los vendedores de paraísos tecnológicos, modernidades hiper-
trepidantes y “liberaciones” milagreras.

Palacios capta la realidad cuando expone que el poder constituido


preconiza en el presente que “el hombre y la mujer deben ir cada uno por su
lado”. Cierto. Se está construyendo un abismo entre los sexos, como jamás
ha existido en la historia, y abriendo una brecha entre varones y féminas que
se pretende desemboque en una nueva contienda civil. Los dos sexos hoy
quedan obligados a ignorarse, odiarse y agredirse. Así las cosas, todos los
hombres han de ser gays y todas las féminas lesbianas, quedando proscrito el
amor y el erotismo heterosexual, tales son las órdenes que el Estado-capital
envía ahora en esta cuestión.

El libro señala que el victimismo gay es, en buena medida, una


exageración y una invención, recordando que la plana mayor de las SA nazis,
la principal fuerza de choque y terror callejero del nacional-socialismo, estaba
formada por homosexuales y que grandes reaccionarios, primeros
mandatarios y multimillonarios del pasado y presente lo son. Es
desmitificador que señale el repulsivo hábito de lesbianas con poder
económico, mediático o político de abusar sexualmente de mujeres,
realizando violaciones en masa con impunidad, asunto bien conocido y
siempre silenciado.

Se aportan reflexiones sobre la castración psíquica del varón medio


actual, salvo si es gay, al que se exige se avergüence de su condición y se
sienta lo más culpable posible, se someta a sucesivas auto-negaciones y
auto-humillaciones, se purgue de su supuesta agresividad congénita y se
haga dócil, sumiso, tembloroso, desexuado y pacato. Sólo si se pasa al sexo
homosexual puede aparecer como un machote desinhibido y jactancioso,
según se observa cada año en el Día del Orgullo Gay, una explosión de
barbarie, chabacanería, inespiritualidad y mal gusto que anonada.

Promover el autoodio es una de las más eficaces formas de dominación


política e ideológica que el poder constituido utiliza sin límites en estas
cuestiones. Por tanto, los varones heterosexuales han de rechazar ese estado
de ánimo enfrentándose con coraje a quienes se lo pretendan inculcar.

Acierta asimismo cuando denuncia las maquinaciones ideológicas,


económicas, biopolíticas y legislativas a escala planetaria de la Fundación
Rockefeller, promotora del feminismo y el totalitarismo gay en curso. Pero
hay muchas más instancias del capitalismo que promueven a los nuevos
movimientos reaccionarios, pro-capitalistas y estatolátricos que militan contra
la libertad sexual. En realidad toda la patronal lo hace, una de sus
monomanías es la persecución de la maternidad (también, aunque menos, de
la paternidad), en la empresa. Para el gran capital el trabajador modelo es
gay y la trabajadora modelo lesbiana, dado que la experiencia muestra que
quienes carecen de hijas o hijos, familia y sólidas relaciones afectivas son los
que se entregan en cuerpo y alma a la producción.

También da en el clavo cuando señala que una parte notable y en


aumento de las series de TV, películas, novelas, letras de canciones, cursos
escolares, etc., están centradas en la promoción de la libídine homoerótica, lo
que suele ir unido a la reprobación manipulativa del sexo heterosexual, en
especial del reproductivo, que es presentado por las instancias de poder
como una verdadera abominación, lo mismo que el afecto y amor natural
hacia niñas y niños, asunto que mide el grado de perfidia y monstruosidad en
que está instalada la sociedad actual.

Bajo la categoría de “normalización” de la homosexualidad y el


lesbianismo lo que se encuentra, en realidad, es su imposición a las
desventuradas masas hiper-manipuladas y sobre-dominadas de las
sociedades postindustriales.

Es apropiado que Palacios muestre las sustanciosas subvenciones que


reciben los colectivos homo de las instituciones, con la salvedad que éstas
son muchísimas más de las conocidas, estatales y de multinacionales. Hay
un sinnúmero de datos que niegan el supuesto carácter “antisistema” de la
homosexualidad y el lesbianismo. Uno es que el Ayuntamiento de Madrid, de
la derecha española, el PP, desde hace mucho subvenciona el Día del Orgullo
Gay. Otro que en febrero de 2012 (BOE de 2-2-2012) el Ministerio de Interior,
en manos del PP, ha declarado “de utilidad pública” a la Federación Estatal de
Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, FELGTB. Un dato más, en
Inglaterra el Partido Conservador organiza concurridas fiestas gay. Dicho de
otro modo: el victimismo ya no tiene sentido, es una mentira, un abuso, un
modo de atrapar más y más euros exhibiendo ofensas, llagas y persecuciones
sin pudor, las más de las veces inventadas.

La categoría “de utilidad pública” confiere a las organizaciones


vinculadas a esa celebración un carácter institucional y partícipe del sistema.
Hoy los gays y lesbianas son tan oficialistas y ortodoxos como la Guardia
Civil, la Iglesia católica, las corridas de toros, el cuerpo de oficiales del ejército
de tierra, los registradores de la propiedad, la Semana Santa sevillana, el
Banco de Santander, la Audiencia Nacional, la paella o el Ministerio de
Economía y Hacienda.

Lo mejor del libro de Palacios es el análisis del gran montaje hoy


existente en torno a la violencia de género, obra del feminismo organizado
como poder del Estado en el Ministerio de Igualdad (hoy Secretaría de Estado
del Ministerio de Sanidad), en la práctica un apéndice de los Ministerios de
Defensa, Interior y Trabajo. Señala que en 1999 se inició una de las más
formidables, perversas y abrumadoras campañas de adoctrinamiento de
masas de la historia contemporánea, que usa oportunistamente aquella
violencia, muy real por lo demás, para satanizar a los varones y victimizar a
las mujeres, forma de destruir a unos y otras. Todos los años se invierte en
ella una cantidad desconocida, probablemente miles de millones de euros, a
tenor de su intensidad, persistencia, agresividad inaudita y gran número de
colectivos y personas intervinientes (para eso se les subsidia y subvenciona).

La intención de las instituciones estatales y poderes económicos


implicados es equiparar heterosexualidad a violencia, hacer del hombre
heterosexual un maltratador y violador nato y de la mujer heterosexual una
criatura congénitamente débil, inerme e incapaz que necesita la protección
de la policía, el poder judicial y todo el sistema legal, dado que
pretendidamente no es apta para defenderse a sí misma, enfoque que
manifiesta el intolerable machismo propio del feminismo promotor.

El incesante aleccionamiento de masas en esta cuestión muestra,


además, la naturaleza totalitaria del orden político actual, que viola lo más
sagrado en el ser humano, la libertad de conciencia, para promover sus fines
políticos y económicos.

La Ley de Violencia de Género, que fue votada por unanimidad en el


Parlamento en 2004 y tiene el apoyo de todas las instituciones, desde la
Iglesia a la extrema izquierda más anticlerical pasando por el PP, va contra el
amor entre mujeres y hombres, contra el sexo heterosexual, y a favor de que
cada mujer se haga lesbiana. Induce al varón a la homosexualidad o a ser
asiduo de la prostitución o a la masturbación compulsiva. En lo ideológico
dicha norma es una aplicación de los contenidos del nazi-feminista
“Manifiesto SCUM”.

La Ley de Violencia de Género y quienes la respaldan, todos los


partidos políticos y casi todos los colectivos feministas, es el mundo al revés:
el Estado, verdadero agente agresor de las mujeres, puesto que creó el
patriarcado (con el Código Civil de 1889) y hoy el neopatriarcado, aparece
como su “protector” y “salvador”. Y el varón de las clases populares,
compañero y aliado estratégico de las féminas, como asesino de facto o en
potencia. Así el pueblo queda políticamente dividido por sexos y el Estado-
capital busca ganar un aliado formidable, las mujeres. En lo erótico el
lesbianismo es la “solución” recomendada e impuesta a las féminas por el
Estado, esto es, por el ejército, la policía, el poder judicial y el sistema
carcelario.

Palacios denuncia con valentía la triste realidad de cierto movimiento


gay que se presenta a sí mismo formando una casta “superior” por “más
selecta”. Lo cierto es que controla lo peor de la TV, toda la telebasura es obra
suya, y es un grupo social en exceso consumista, conformista, volcado en un
hedonismo sórdido y simplón, narcisista, inculto, erotomaniaco, amoral,
corporativista e insolidario. Apunta con el dedo a politicastros tan destacados
como Pedro Zerolo, que no tiene otro fin que mercadear con la demagogia
para atraer el voto del movimiento hacia el PSOE, el principal partido del
capitalismo en el presente, tanto si está en el poder como en la oposición.
Advierte que en cada vez más profesiones no es posible ascender sin ser
lesbiana o gay, quedando los heterosexuales proscritos y excluidos, cuando
no hostigados.

Al referirse al feminismo más androfóbico, cuyos únicos contenidos son


el odio homicida al varón, Palacios apunta que sus teóricos fundamentales
son hombres, lo que es una paradoja: sí, son hombres (con poder) quienes
manipulan y violentan psíquicamente a las mujeres para que aborrezcan a
otros hombres (sin poder). Ahora el ideólogo principal del feminismo español
es Miguel Lorente Acosta, que fue delegado del gobierno del PSOE para la
violencia de género, un genio maligno en las más viles mañas de azuzar a las
mujeres contra los varones de las clases populares, a la vez que las manipula
para que adoren a los de las clases pudientes. Así protege los intereses
esenciales del capital y del ente estatal, asunto con el que este sujeto ha
construido su exitosa carrera profesional.

Aduce el libro que el neo-malthusianismo, esto es, la pretendida


“superpoblación” que padece el planeta es lo que está detrás de las
actividades biopolíticas en curso, dirigidas a exaltar el sexo no-reproductivo y
a prohibir el heterosexual. No hace falta recordar las aceradas críticas que C.
Marx hizo a Malthus, clérigo inglés negador de que era el capitalismo y no la
“superpoblación” la causa de los males sociales y medioambientales. Ahora
una buena parte de lesbianas y gays, al ponerse del lado de Malthus,
manifiestan su naturaleza de agentes del capital y del Estado.
Terminada la exposición de lo más notable del libro paso a explicar mi
ideario, en buena medida diferenciado del preconizado por el texto que
analizamos.

Lesbianas y homosexuales tienen, como exige la justicia natural, toda


la legitimidad para vivir su afectividad y sexualidad con plena libertad, sin
sufrir ninguna discriminación o marginación. Si desean contraer matrimonio
en vez de quedarse en el amor libre deben poder hacerlo sin limitaciones.
Hay que terminar con lo que queda de homofobia y se debe condenar con
fuerza la persecución criminal que los gays padecen en la mayoría de los
países islámicos, los sometidos al fascismo clerical, en el África negra (aquí el
racismo antiblanco, ahora en ascenso, arguye que el lesbianismo y la
homosexualidad son “vicios” introducidos por los blancos, por tanto
perseguibles) y en varios de Latinoamérica, Cuba “socialista” también. El odio
irracional de las elites clericales de varias religiones contra la homosexualidad
y el lesbianismo ha de desaparecer.

Las personas de orientación heterosexual, mujeres y varones, tenemos


que contemplar con gran afecto y simpatía a lesbianas y homosexuales,
considerándolos ante todo como seres humanos. Con ellas y ellos no cabe
discriminación negativa. Tampoco discriminación positiva, sólo igualdad
rigurosa.

Pero una cosa es la legitimidad de la homosexualidad y otra la


homosexualización forzada de la sociedad, impulsada desde el poder
constituido. La primera es natural, la segunda intolerable y execrable.

Los seres humanos han de poder escoger y vivir lo libidinal de manera


razonablemente libre, sin estar sometidos a campañas de aleccionamiento,
manipulación, orientación coercitiva desde arriba o ingeniería social. Cada
cual ha de escoger qué sexo prefiere, hetero u homo, con libertad. Hay que
rechazar toda forma de biopolítica, de injerencia del Estado o las religiones en
la vida sexual de las personas, sea en una dirección o en otra. Tan intolerable
es que el Estado privilegiara en el pasado la heterosexualidad como que
ahora premie y promueva el lesbianismo y la homosexualidad. Las vivencias
afectivas y eróticas de los seres humanos no las pueden determinar los altos
funcionarios de un Ministerio ni la Junta de Jefes de Estado Mayor del ejército
ni unos hiper-financiados grupos de presión y negocios feministas ni los
obispos o clérigos de otras religiones ni los jefes de las Fundaciones de las
grandes empresas y los bancos ni el parlamento ni una intelectualidad dada a
pontificar sobre todo sin entender de nada ni el capital financiero.

Sólo la persona puede hacerlo, en un orden sin adoctrinamiento. Una


de la peor parte del aleccionamiento de las masas la realizan los santones y
sabelotodos sobre sexo, orgasmos, orientación sexual, prácticas libidinales y
afectividad, comenzando por Freud y continuando por Reich, Marcuse, Hite,
Kinsey y tantos otros acuciosos y expeditivos ingenieros de almas al servicio
de los poderhabientes. Hay que dar de lado a la pseudo-sapiencia de los
expertos a sueldo del poder, para pasar a guiarse en estas cuestiones por el
sentido común popular y la experiencia de la vida vivida, tesoneramente
reflexionada, en un esfuerzo por realizar la autogestión colectiva del saber y
el conocimiento.

Los charlatanes multitulados y pedantes encadenan nuestra


inteligencia y matan nuestro espíritu para ponernos de rodillas ante el poder
constituido.

En realidad, no son los gays y lesbianas de base quienes están


imponiendo al público su sexualidad sino los poderes del Estado y el
capitalismo, actuando supuestamente en representación suya. Para eso se
sirven de una minoría de arribistas y vendidos incrustados en esos
movimientos, que por poder y dinero hablan en su nombre, desautorizan la
heterosexualidad y buscan un enfrentamiento civil entre heteros y homos, por
un lado, y entre mujeres y varones, por otro. Todo para debilitar al pueblo y
reforzar el actual sistema de dominación.

Hay que comprender que cuando el vigente régimen de dictadura


política acabe con el sexo heterosexual, lo que está ya cerca
infortunadamente, la emprenderá con el homosexual y lesbiano. El
capitalismo necesita autómatas hiper-productivos vinculados por lazos de
todo tipo, también emocionales, a la empresa y a la producción, y no seres
humanos con afectos, emociones, pasiones, vida sexual y amor. Por eso,
quienes alzamos la bandera de la defensa de la heterosexualidad y del libre
erotismo entre mujeres y varones estamos al mismo tiempo defendiendo el
derecho de quienes no son heterosexuales a su libídine, con los mismos
deberes y derechos, ni uno más ni uno menos. Cuando caiga del todo el sexo
mujer-varón habrá llegado la hora de que el Estado-capital pase a atacar a la
comunidad lesbiana y gay una vez más. De no hacer algo sonado sólo
subsistirá el rufianesco sexo mercantilizado como complemento a vidas
subhumanas que no tendrán otro contenido que el trabajo productivo
incesante.

Dentro de la comunidad gay-lesbiana parece necesaria una revolución


en las ideas que ponga fin al chovinismo de orientación sexual, al servilismo
respecto al Estado y al capital, a la política de enriquecerse con
subvenciones, el victimismo como muy saneado negocio, la falta de
solidaridad con las agresiones que padecen los heterosexuales de uno y otro
sexo en el presente, las erotomanías, la deshumanización, el consumismo, el
esperpento año tras año del Día del Orgullo Gay. Por suerte, cada vez se
escuchan más voces críticas de lesbianas y gays contra esta mamarrachada
decadente, chocarrera y soez, pero sus invectivas son todavía débiles en los
contenidos y demasiado cautelosas. Interesantes y reconfortantes son las
opiniones críticas, por ejemplo, de Mili Hernández, una lesbiana, sobre tal
efeméride en 2011. Sin embargo, hay que ir más allá, a la raíz, a lo hondo de
los problemas, con audaz y creativo espíritu autocrítico, para innovar y
originar nuevas concepciones y valores en este campo.
De no obrar así las prácticas lesbianas y homosexuales corren el
peligro de identificarse ya del todo con lo institucional, impuesto y subsidiado,
con el poder estatal, el ejército, la banca, la obsesión consumista y el dinero,
desacreditándose.

Hay, asimismo, que exigir la derogación de esa aberración


neofranquista, la Ley de Violencia de Género, co-responsable de que el
número de muertes por violencia de género esté en ascenso desde que se
implantó en 2005, como era previsible por lo demás. Se deben desmontar las
Instituciones de Igualdad (ayer el Ministerio de Igualdad y hoy la Secretaría de
Estado del Ministerio de Sanidad) y todo el sistema de discriminación positiva
y protección paternalista, típicamente neo-patriarcal, del Estado hacia las
mujeres, a las que se insulta y humilla con tales perversidades, que busca
mantenerlas en una situación de tutela e infantilización, con el Estado
feminista ejerciendo de nuevo “pater familias”.

Hay que señalar que todo ello forma parte de un magno plan
estratégico para destruir a las mujeres, para cometer feminicidio, además de
para triturar a los varones. Hay que poner coto a la satanización de los
hombres hetero, denunciando con contundencia a quienes practiquen la
androfobia (su meollo es: los hombres son los culpables, y son los enemigos
de las mujeres, mientras que el Estado y el capital son sus amigos,
protectores y salvadores), parte integrante de un nuevo totalitarismo.

Hay que liquidar la “guerra de los sexos” para poder fomentar la


resistencia del pueblo al Estado y la lucha de las clases. De manera natural
entre los sexos existen contradicciones, sí, pero de naturaleza no antagónica,
a resolver desde la voluntad de unidad, el amor como cosmovisión fundante y
la igualdad más rigurosa en lo político-jurídico, económico y social, con
desigualdad en todo lo demás. Tiene que haber respeto activo por la
maternidad, cariño por la niñez y fomento del impulso natural, hoy casi
perdido, que empuja a varones y mujeres a arrojarse unos en brazos de las
otras, y viceversa, por el deseo.

Quienes demonizan a los varones y exaltan al Estado deben ser tenidos


y tratados como agentes del mismo. Quienes dicen que el trabajo asalariado
emancipa a las mujeres son meros voceros del capitalismo.

Es necesario organizarse para defender la libertad de las mujeres y los


hombres para una sexualidad compartida, el amor, la convivencia y el apego.
Si perdemos esa batalla habremos perdido una parte sustantiva de nuestra
libertad civil y estaremos más cerca de caer en nuevas formas de fascismo,
muy diferentes en las apariencias a las del pasado pero idénticas en su
esencia, con los jerarcas gays y lesbianas junto con el funcionariado feminista
desempeñando el papel que en Alemania tuvieron las SA, Gestapo y SS.
Mujeres y varones deben buscarse y encontrarse desde su diversidad natural,
para cooperar, respetarse y amarse, con sexo y sin él, para construir en unión
una sociedad libre, sin ente estatal ni clase empresarial, con libertad erótica
equitativa para todas las tendencias y todas las corrientes de lo libidinal y
pasional, sin que ninguna sea más que ninguna.

Es patético, o quizá aterrador, que vivamos en un orden político,


económico y social tan desquiciado, artificioso y avieso en que hasta algo en
principio tan inofensivo, vulgar y natural (todas y todos provenimos de él)
como el sexo heterosexual no mercantilizado, por deseo, amistad, pasión o
amor, sea subversivo y tenga que practicarse en la semi-clandestinidad.

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