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A fines del siglo XIX se observa un desplazamiento en la figura del peligroso que amenaza a la

sociedad. Si previamente el peligroso era el delincuente, para fines del siglo XIX y principios del
XX los peligrosos fueron los inmigrantes, que se habían transformado en una amenaza para la
sociedad, poniendo en tensión la cuestión de la construcción de la nación y la ciudadanía con la
cuestión obrera y la pobreza.91
La inmigración que había sido alentada por el Estado era ahora cuestionada y sospechada por su
carácter extranjero y por portar ideas disolventes y corruptas que comenzaban a desestabilizar el
orden vigente. Estos temores ante el protagonismo adquirido por los “nuevos habitantes” se
canalizaron a través de la definición de un sistema coercitivo que pretendió dar respuesta desde los
sectores hegemónicos a la sensación de sorpresa/temor generada en su seno por el aumento de la
conflictividad social.
La Nación era representada en la metáfora de un cuerpo dividido, amenazado por las “enfermedades
morales” y el “desorden” provocado por la presencia de una “nueva barbarie”
identificada en los rostros de “inmigrantes exóticos”. El temor de los sectores dominantes a la
propagación del germen de la disolución social se encuentra estrechamente vinculado al aumento de
la conflictividad social.

Los orígenes de la llamada “cuestión social” argentina se remontan a la última década del siglo
XIX. Este término describe el conjunto de consecuencias sociales del proceso de inmigración
masiva, urbanización e industrialización que transformó al país, entre las que se contaron problemas
en áreas de vivienda, sanidad y salud pública, el aumento de la criminalidad urbana, la protesta
obrera y el surgimiento de nuevas corrientes ideológicas que desafiaban la validez de las
instituciones políticas y económicas vigente
Por último, el surgimiento de las primeras organizaciones obreras y sus campañas reivindicativas, y
las amenazas del terrorismo anarquista introdujeron un fuerte contenido político- ideológico que se
sumaba a los reclamos por una transformación del sistema político argentino
Por aquellos años del novecientos, hacinados en los conventillos del Centro y de la Boca,
marginados y excluidos de las sociedad y de la política, acusados en muchos casos de extranjeros
indeseables, los sectores populares supieron crearse ámbitos y espacios de reunión, de defensa de
sus intereses inmediatos; al tiempo que presionaban sobre el Estado y la sociedad, supieron elaborar
una identidad y, más aún, una cultura propia, que podría definirse como trabajadora y
contestataria.99
El impacto inmigratorio facilitó la transmisión de formas organizativas y de resistencia que
cuestionaron la vigencia del modelo económico agroexportador de corte capitalista marcando los
inicios del movimiento obrero en nuestro país.
Estas condiciones fueron propicias para la formación de una clase trabajadora y el encuentro
solidario entre emigrantes europeos y nativos entorno a ciertos principios reivindicativos en relación
a: la explotación, desempleo, salarios bajos, alquileres elevados, mala alimentación, jornadas de
trabajo extensas y desprotección legal del obrero. En consecuencia, surgirán las organizaciones
partidarias y sindicales que definen su accionar a través de principios ideológicos anarquistas y
socialistas.
Supo interpretar con su lenguaje político la miseria y el descontento popular y brindó respuestas al
malestar y a la insatisfacción de los sectores humildes.
hemos privilegiado los conflictos
que se articularon desde comienzos del siglo XX alrededor
del mundo del trabajo, aunque incorporando otros
actores sociales cuando han significado un cambio sustantivo
en el tono de la protesta.

sino la de que en cada momento


histórico se combinan y entrelazan factores estructurales,
el rol del Estado, las prácticas políticas, sociales,
culturales e ideológicas así como la experiencia

en donde la población
trabajadora experimentó la explotación y la opresión
capitalista bajo formas diferentes: el despotismo de
la clase dominante, la distancia entre trabajadores y
empresarios, la parcialidad de la ley, la represión policial,
la disciplina laboral, las largas jornadas y las malas
condiciones de trabajo, y la discriminación política. Todo
esto ha provocado frecuentes conflictos y agitaciones que
adoptaron formas variadas de acuerdo con los diferentes
contextos históricos y con la compleja relación con el
Estado. Así, es cierto que hubo coyunturas en que la
conflictividad social pasaba a un segundo plano o permanecía
larvada debajo de la superficie, ya sea por la estabilidad
económica, la paz social o el equilibrio político;
cada uno de estos términos se combinó de manera diversa
para canalizar las demandas populares y amortiguar
la conflictividad social. Sin embargo, la historia argentina
del siglo XX no transcurrió sin conflictos. Al contrario,
está jalonada por ellos, y desde la propia conformación
como país capitalista, la protesta de los nuevos
actores sociales emergió con intensidad preocupando a
las élites gobernantes, que debieron apelar a concesiones
de tipo político y social para neutralizar la intensidad
de la protesta social
la alta conflictividad social y política
de vastos sectores de la sociedad durante casi todo
el período comprendido entre 1955 y 1976
definieron
un espacio para el conflicto -el de las fábricas y
sus alrededores- y delinearon una cultura obrera centrada
en torno al lugar de trabajo. En cambio, las huelgas
generales extendían la protesta al ámbito de la ciudad,
convirtiendo las calles y plazas en el escenario de la
confrontación. Huelgas parciales y huelgas generales así
como manifestaciones callejeras fueron colocando el boicot
y el sabotaje en un lugar secundario. Las fábricas y
talleres diseminados en las ciudades resultaron escenarios
propicios para las huelgas, pero las protestas podían
extenderse a las calles adyacentes que, a veces,
se convertían en verdaderos campos de batalla.
empresarios. Con el
aumento de la represión luego del golpe militar que en
1955 derrocó al presidente Perón, se fue consolidando
una cultura de la rebelión que privilegió el uso de la violencia
como arma política. Sabotajes, tomas de fábricas
y rehenes conformaron la «resistencia» al régimen militar;
y de esta forma los trabajadores no sólo reclamaban
por sus reivindicaciones especificas sino también, y de
manera inédita, por el retorno de su líder al poder. Sólo
una década más tarde aparecieron las prácticas violentas
de la guerrilla urbana, que, aunque no formaban parte
de la protesta obrera, se entrometieron en ella amenazando
o secuestrando empresarios y directivos con el
fin, a veces, de obtener mejoras para los trabajadores.
Con la entronización de la dictadura militar, la violencia
desde arriba no sólo se adueñó de los lugares de
trabajo sino que derramó su manto de desaparición, tortura
y muerte sobre un amplio conjunto de la sociedad.
La acción represiva del Estado modificó profundamente
el tono de la protesta, pues quienes se movilizaron (trabajadores,
vecinos, jóvenes, artistas y mujeres) lo hicieron
en buena medida y de manera novedosa, alrededor
de los derechos humanos y en defensa de la vida.
Las formas de protesta se volvieron multiformes, y
a la caída del régimen dictatorial, las profundas transformaciones
de la vida económica, política, social y cultural
bajo los efectos del neoliberalismo consolidaron una
multiplicidad de caminos para efectuar los reclamos
El presente libro se basa en un presupuesto fuerte
que organiza el relato: desde
fines del siglo XIX se fue
conformando una sociedad sobre la base del trabajo pro
ductivo y una clase social, los trabajadores, que luchó
permanentemente para que patrones y gobiernos los interpelara
como interlocutores legítimos. A lo largo del siglo
xx, en un complejo proceso, se fueron afianzando las
herramientas de lucha que permitían amortiguar la explotación,
y los trabajadores hicieron valer sus demandas
avanzando hacia la obtención de la ciudadanía social.
La opresión económica pero también política a la
que fueron sometidos los trabajadores y el conjunto de
los sectores populares durante las diversas dictaduras
militares en los años cincuenta y sesenta favoreció la
participación de otros actores sociales que se aliaron a
la clase obrera, y convirtieron la protesta social en un
fenómeno más heterogéneo.
En el tercer capitulo se abordan
los cambios en los repertorios de confrontación a la luz
de las crisis políticas, con sus ciclos de inestabilidad
política y alternancia entre gobiernos civiles y militares;
el impacto de la represión y la vinculación de los trabajadores
con otros sectores sociales como los estudiantes;
y el papel de la guerrilla.
Si se examina la actuación de los poderes públicos nacionales durante el mismo periodo se
comprueba la casi total inexistencia de preocupaciones en torno a la cuestión social. Los conflictos
laborales no fueron temas de atención para los legisladores, sólo en momentos de crisis o
efervescencia social se produjeron algunos atisbos de intervención.11
Fue así que se gesto una precepción negativa del extranjero que desembocó inevitablemente en la
Ley de Residencia y en una política de fuerte sesgo represivo, generalizándose el rechazo al
extranjero desde alusiones culturales hasta biológicas y racistas.
El grupo dirigente apeló a la profundización de la coerción física para mantener un orden imperante
que articulaba liberalismo económico y conservadurismo político y social. La Ley de Residencia y
otras medidas represivas representaron una respuesta lógica de un sistema de ideas que vinculaba
conceptos tales como crimen, violencia, anarquismo, socialismo, huelgas, prostitución o
degeneración de la raza con la inmigración, con el extranjero. El conflicto social instaurado en la
sociedad urbana del momento fue así percibido como un fenómeno residual de las relaciones
sociales de los países industrializados europeos. Esta visión negadora del conflicto social, como
elemento inherente a las modernas sociedades capitalistas instauró un velo distorsionador en el
entramado de las relaciones entre la clase dominante y los trabajadores.
La ley tratada anteriormente no había logrado consumar sus objetivos, haciéndose visible el
aumento de las tensiones sociales a las cuales no había dado respuesta y dejando abierta la
posibilidad de sancionar nuevas leyes que profundizarán el carácter represivo por parte del Estado.

La discusión sobre los conflictos laborales, las condiciones precarias de trabajo, y los sueldos bajos,
no era la principal preocupación de la clase dirigente, la representación sobre los problemas
gremiales recaía en la responsabilidad del anarquismo al convencer, a modo de secta, a los
indefensos y sanos obreros.
política represiva cuyo principal objetivo era aislar y erradicar a los elementos más
contestatarios del movimiento obrero;
El control se tornaba mucho más efectivo con el anarquismo que era considerado el verdadero
enemigo del orden público y al cual era necesario desarticular en la medida que no tenían intención
de aceptar las reglas del juego.
La fuerte presencia del movimiento ácrata expresada a través de dichas acciones, las cuales
cobraban mayor notoriedad durante los momentos de acrecentada violencia en el ámbito social,
comenzaron a alarmar al poder gubernamental, sector desde el cual se percibió la escalada del
fenómeno libertario como una amenaza al orden público considerando al anarquismo como un
enemigo altamente peligroso.
En vísperas del Centenario, durante el periodo comprendido entre la “Semana Roja” de mayo de
1909 y el mes de abril de 1910, cuando el gobierno decidió encarar una persecución implacable
contra el anarquismo, los círculos vivieron el clima de euforia y optimismo de todo el movimiento
anarquista. Sin embargo, una vez desatada la represión el clima de euforia se desmoronó como un
castillo de naipes y la actividad de los círculos libertarios cesó casi por completo.154
La huelga insurreccional era considerada por los anarquistas como un momento de inflexión en el
combate contra el capitalismo, no era una mera herramienta táctica para obtener mejoras generales
para los trabajadores, sino una poderosa arma revolucionaria para cambiar radicalmente la sociedad.
Los mecanismos de acción directa, el boicot y el sabotaje, pueden englobarse dentro del concepto
de huelga general. Esta fue desde un primer momento un símbolo muy distintivo del anarquismo
que en muchas ocasiones polemizaba con otras corrientes socialistas y sindicalistas sobre el carácter
de las huelgas. Para los anarquista cualquier sindicato que protestara debía ser apoyado por una
huelga general que involucrara a toda la clase trabajadora, esto estaba fuertemente relacionado con
la solidaridad obrera. Basada en ese principio fue adoptada como el medio más práctico y
revolucionario entre los trabajadores, aunque no involucraba solo a los obreros sino también al
pueblo en su conjunto que podía utilizar a esta herramienta de lucha en los distintos niveles de la
sociedad.
La huelga general consistía en suspender la producción en todas las ramas del trabajo durante los
días que eran necesarios para destruir el valor de cambio y permitir a los proletarios la toma de
posesión de los medios de producción de la riqueza.158
El anarquismo veía en cada huelga general una oportunidad para adelantar el camino a la
revolución, en Argentina la enorme magnitud de la Huelga de Inquilinos ocasionada en 1907 fue
interpretada de este modo por los ácratas locales.
Los desajustes acontecidos en el proceso de inserción de dicha masa de trabajadores a su nuevo
contexto laboral se plasmaron en una visible inestabilidad y mala distribución del empleo
acompañado del deterioro en los niveles de ocupación, contribuyendo dichos factores a la
agudización del conflicto social. A las dificultades en la integración económica social de los
trabajadores inmigrantes se sumaban su difícil integración en el plano político y cultural, de lo cual
se desprende que los trabajadores en Argentina se convirtieron antes en “obreros”, en última
instancia en “clase obrera”, antes que en “ciudadanos”.68
Ante este panorama emprenderán sus actuaciones reivindicativas las cuales aludían a presupuestos
ideológicos elaborados en otros contextos sociales.
El mito del éxito posible en una sociedad abierta como así también el del crisol de razas que
estimulaban la realización del mito igualitario generaban a la vez un conjunto de ilusiones que
operaban de manera ambigua ya que enmascaraban una realidad concreta dominada por
todo tipo de desigualdades y prejuicios.
La contradicción entre sus aspiraciones como inmigrantes y su calidad de asalariados
explotados motivará al inmigrante a la resistencia al sistema imperante, y será la
causa del arraigo de las ideas contestatarias. El factor que transformara esta situación
potencial en acto, sobredeterminándola, serán las condiciones de vida y de trabajo que
deberán enfrentar las masas.
Las condiciones de trabajo fueron, desde el comienzo de este proceso, una de la preocupación
central de los trabajadores y la causa de gran parte de la protesta social. Así, los accidentes de
trabajo, el hacinamiento, el empleo y la explotación de menores, las largas jornadas laborales, los
bajos salarios, la desigualdad del trabajo femenino con relación al masculino, la disciplina laboral
(reglamento, capataces), el trabajo nocturno, la regularidad o la eventualidad del empleo y las
propias formas de contratación de la mano de obra eran todas cuestiones que
motivaron la protesta reiterada de los trabajadores, con el objetivo, de mejorar sus condiciones de
trabajo y su calidad de vida.
Sin embargo, si nos detenemos a analizar las características del mercado laboral podremos observar
también su inestabilidad e incertidumbre ya que demandaba fundamentalmente un elevado número
de trabajadores no especializados y altamente móviles. La irregularidad existente derivaba en
situaciones laborales disimiles que afectaban la capacidad de negociación y presión de los
trabajadores de cada rubro, y que se reforzaba en el caso de las ocupaciones de importancia
estratégica para el funcionamiento de la actividad agroexportadora. Por encima de las diferencias,
quienes dependían de un salario para su subsistencia compartían, en mayor o menor grado, las
dificultades, las necesidades y los anhelos de una existencia signada por el desarraigo, la
explotación y la esperanza muchas veces frustradas de mejoramiento social.73
Junto con las deficientes condiciones de vida, que trabajadores y sus familias debían soportar de
manera cotidiana en la gran urbe, eran los problemas intrínsecos a la situación laboral las causas
que alimentaban el malestar obrero: las bajas remuneraciones, las multas y reducciones salariales,
las jornadas abrumadoras, la amenaza del desempleo, etc.74
Por su parte, el Estado incrementó sus tareas en muchos planos
José Panettieri señala que había que distinguir entre “dos” ciudades que coexistían: junto al de la
oligarquía existía “el otro” Buenos Aires, el que yacía soterrado sobreviviendo en la indigencia, el
de los nativos y extranjeros pobres.
La Argentina del Centenario se mostraba así como un país unificado que había resuelto los
principales problemas del siglo XIX. Buenos Aires, la ciudad portuaria, se había vuelto la
lujosa capital de una nación que parecía haber alcanzado su apogeo. En esa “república
oligárquica” que representaba el orden conservador y la completa incorporación del país a la
civilización europea, sin embargo, la democracia seguía siendo un ideal lejano, pero la
prosperidad y el optimismo estaban a la orden del día.
Los sectores dominantes vieron en la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo
una oportunidad de legitimación como grupo social al mostrarse al mundo como los
propulsores de una verdadera potencia exportadora que estaba a la par de cualquier país
europeo desarrollado. La conmemoración debía realizarse con todo el lujo y la pompa que
merecía uno de los grandes exportadores del mundo capitalista y para ello se gastaron
fortunas para engalanar lujosamente la ciudad de Buenos Aires e invitar a numerosas
personalidades de la cultura y jefes de estado.172
Esto apuntaba a unir la conmemoración con un modo de enfrentar la heterogeneidad étnica
inmigratoria. De allí la necesidad de edificar con mayor intensidad que nunca una memoria
colectiva capaz de cohesionar a la sociedad toda, en un momento en que la legitimidad del régimen
político se hallaba fuertemente debilitada y, a la vez, construir otra legitimidad en reemplazo: la del
pasado histórico glorioso y la del presente venturoso, anuncio de un futuro en esa misma dirección.
El Centenario fue clave para la definición identitaria del sujeto argentino recortando esta figura en
términos de oposición nacional- extranjero. De esta manera, en un contexto político más amplio, la
conmemoración de un centenario aparecía como una “invención” hecha a medida para la
celebración de eventos que permitía cimentar la formación de las modernas naciones occidentales
afirmando la construcción de sus identidades.175

En realidad el exceso celebratorio estaba ocultando ciertos malestares y preocupaciones, en el seno


de la elite dirigente, vinculadas al funcionamiento del sistema político y fundamentalmente al
crecimiento de la economía y la sociedad que de alguna manera neutralizaba
el optimismo reinante en la superficie, identificando la base de ese malestar en las propias
características de la sociedad y en el tipo cultural de la población que se había gestado.
Signo y síntoma de una época de contrastes, sobre el cuadro luminoso de las fiestas patrióticas se
proyectó una sombra, identificada en el aspecto político como un “enemigo imprevisto” producto de
la existencia de una enorme masa peligrosa de sujetos extranjeros que no contaban todos entre sí
con el mismo criterio común de pertenencia.
En ese contexto en el cual se revén las categorías de civilización y barbarie los inmigrantes
expresaban más rasgos de barbarie que de civilización. Así pues, cien años después de la
independencia, se percibía la amenaza de otra barbarie más peligrosa, quizás, que la de antaño. Si
los sectores más lucidos de la clase dirigente ya habían expresado su perplejidad frente aun
población heterogénea y mal integrada la cuestión vuelve al primer plano en el momento del
centenario. Comenzó a buscarse la civilización en lo verdaderamente argentino, es decir en el no
inmigrante, en el criollo, en la figura del gaucho.
La nueva amenaza se encontraba en el flamante proletariado urbano que estaba asociado
fuertemente a la figura del inmigrante. Es así que los intelectuales construyen entonces una
nueva figura de lo bárbaro: el cosmopolitismo. Entorno a 1910 comienza un proceso de
apropiación estatal de la figura del gaucho, testigo esencial del pasado nacional y
representación simbólica de la nación.186
Los trabajadores vieron en los festejos del centenario una buena oportunidad para demostrar
a ese orden social vigente y henchido de orgullo “la vacuidad del consenso social que
supuestamente se identificaba con él”. Y tenían capacidad para hacerlo pues en aquel
momento se erguían como una mano de obra imprescindible temporalmente para poner a
punto la compleja escenografía urbanística diseñada para el aniversario. Dispuestos a sacar
partido de ésta situación de
trabajo transitoria, y a sabiendas de que una campaña huelguística desbarataría los planes de
fiesta de la élite, se lanzaron a la lucha.187
Serán los anarquistas, por su combatividad y su impugnación frontal a las instituciones
existentes, quienes utilizaran su más preciado arsenal contra los símbolos que la oligarquía
había montado para la gran celebración. Desde la visión de los libertarios se desprendía una
fuerte crítica hacia esa idea de patria que los dirigentes buscaban acentuar para acrecentar su
legitimación entre la población. Al respecto Rafael Barret afirmaba: “no hablan a cada
momento de la patria los que la engendran, sino los que la explotan”.188 A su vez, también
consideraban a Buenos Aires como una ciudad maquillada de urbanidad, buscando desnudar
los signos y símbolos de una urbe que crecía ampliando las diferencias sociales.189
La irrupción al despuntar el siglo XX de una serie de conflictos sociales, que no encontraban
resolución, llevó a que varias figuras políticas del régimen conservador denotasen una seria
preocupación ante el malestar obrero que podía llegar a opacar las festividades programadas para
ese año tan especial.
Ante la reaparición de las huelgas obreras luego del levantamiento del estado de sitio en enero de
1910, comenzó a discutirse en el seno del movimiento obrero local la necesidad de una huelga
general que coincidiese con los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo. Desde la
impresionante huelga general desarrollada durante la primera semana de mayo de 1909, respuesta
obrera ante la brutalidad policial que provocó la muerte de una decena de manifestantes durante la
movilización del 1° de Mayo de ese año, no se habían vuelto a producir huelgas tan importantes.
Para los festejos del 1° de Mayo de 1910 se preveían tres manifestaciones diferentes llamadas
respectivamente por la F.O.R.A anarquista; la CORA sindicalista y por el Partido Socialista y sus
representaciones gremiales. Como prueba de la voluntad de que no se produjeran conflictos, los
dirigentes foristas habían negociado previamente el recorrido de su manifestación civilizadamente
con la policía y ésta se comprometió a mantener una discreta vigilancia para evitar sucesos como
los del año anterior.
En ese contexto la respuesta del gobierno fue implacable, el presidente Figueroa Alcorta adoptó una
drástica resolución frente a las huelgas que amenazaban paralizar los festejos: el 13 de mayo se
sancionó en el Parlamento el proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo imponiendo el estado
de sitio que permitió clausurar e imponer censura a la prensa anarquista – que por el momento
contaba con dos diarios muy difundidos – socialista y obrera en general; cerrar los locales gremiales
y partidarios y se detuvo a los principales militantes los cuales fueron expulsados del país. De esta
manera un sector importante de la sociedad argentina fue marginado contra su voluntad de la
celebración del Centenario de la Revolución de Mayo.
La medida adoptada por parte del sector gubernamental debe ser entendida señalando el fuerte
impacto que habían tenido los atentados realizados por adeptos anarquistas el año anterior cuyas
principales víctimas fueron personas destacadas del gobierno incluido el mismo presidente Figueroa
Alcorta y los cuales probablemente se hallarían aun muy arraigados en sus memorias.
El movimiento huelguístico se llevó a cabo de todas maneras, incluso había comenzado el día 16
antes de lo previsto, en respuesta a la violenta represión y al estado de sitio, pero sin poder adquirir
las dimensiones esperadas debido a la gran represión sufrida fue finalmente levantada el día 21 de
mayo. El acto inaugural de las festividades había sido igualmente, pese a la huelga, realizado, sin
embargo, la iluminación fue saboteada; el arco del triunfo preparado, incendiado; y
muchas exposiciones, muestras y otros eventos que habían sido programados fueron demorados a
causa de la huelga siendo efectuados con semanas de retraso.
Para lograr mayor eficacia en la tarea represiva, se instigó la formación de grupos de civiles,
muchos de ellos estudiantes y miembros de la clase alta local que buscaban exaltar el fuerte
nacionalismo vivido en ese moment
La celebración del Centenario fue sin duda un homenaje al orden social vigente que tiñó de espíritu
festivo a la ciudad capital, exhibido en una gran cantidad de actos, visitas ilustres y festejos
callejeros. Sin embargo, las fuerzas contestarías a ese orden especialmente compuestas por obreros
y grupos anarquistas, que contaban con renovada presencia en esos últimos años, coincidieron en
tomar la fecha como tentadora ocasión para expresar justamente los límites del supuesto consenso
social que los festejos oficiales pretendían mostrar .
1910 fue especialmente un año de confrontaciones violentas por lo que la policía de la ciudad se
tornó de algún modo en un nexo clave de las dos caras de los festejos. Encargada de controlar y
reprimir toda manifestación que fuera muestra de aquello que los festejos oficiales pretendían
ocultar: atentados anarquistas (y sus intentos), huelgas y conflictos obreros o expresiones de la
actividad política anarquista y socialista, tuvo también la ocasión de asomar a la sociedad con una
visibilidad diferente.
Todas esas manifestaciones, sustentadas en la propaganda de hecho, que buscaban influenciar y
lanzar un mensaje concreto a un público más amplio intentaron encontrar eco en la prensa del
momento que comenzaba a tomar el carácter de una prensa masiva.
El Centenario como ya se ha visto se trata de una coyuntura caracterizada por la amenaza
social y marcada por la anarquización política del orden conservador. La militancia de
urgencia anarquista, más allá de todos los intentos gubernamentales de ocultarla, dominó un ciclo
corto que abrió con el asesinato del Jefe de Policía Ramón Falcón y cierra con el estallido de una
bomba en el Teatro Colón el 26 de junio de 1910.194
Convertidos en un actor principal del mundo urbano, participaron y se expresaron en una sociedad
que comenzaba a caracterizarse por la confrontación y el enfrentamiento. El anarquismo marcado
por su tendencia a la acción y no a la mera reflexión fue así un integrante sustancial de la cultura del
conflicto ocupando aquellas zonas en donde el Estado se encontraba aún ausente.
En ese contexto de conflictividad el festejo por el Centenario de la República venia a
representar una “batalla simbólica” entre dos formas distintas de percibir la realidad.
Lo que se pretende analizar en las páginas siguientes es la reconstrucción de los distintos sucesos
violentos emprendidos por el anarquismo local en proximidades a la celebración del Centenario
realizada por una de las revistas gráficas más importante del momento.

Dirigentes y activistas fueron muertos, presos, desaparecidos,


exiliados. Las cifras, aunque imprecisas, tienen contornos
siniestros y horrorosos; se cuentan no por individuos sino por
centenares, por miles. Hubo ejecuciones en las fábricas y violencias
físicas y psicológicas tendientes a aterrorizar a los obreros.
Se prohibieron asambleas y reuniones. Se montó un sistema
complejo de prevención: el reclutamiento obrero comenzó a
hacerse de modo provisional; solamente después de informar a
inteligencia de las fuerzas de seguridad y recibida la respuesta
de éstos se adquiría una relativa estabilidad en el trabajo. Es
obvio que un antecedente como activista impedía el acceso.
Este sistema estuvo vigente en las zonas industriales del país
por lo menos hasta 1979. La estabilidad en las fábricas
dependía ahora no solamente de la eficiencia, de la clasificación
o de la disciplina sino de la adaptación ideológica.7
Como explicaba el sindicalista Víctor De Gennaro, ex Secretario General de
la Central de los Trabajadores Argentinos:
El 67% de los desaparecidos son trabajadores, y fundamentalmente
se apuntó a destruir a los activistas, delegados, y algunos
secretarios generales (…).
La evidencia recolectada por un conjunto de investigadores y activistas
señala que la represión al movimiento obrero, si bien estuvo dirigida y ejecutada
mayoritariamente por el ejército, contó no sólo con la connivencia sino también
con el apoyo activo de grandes empresas, que en una gran cantidad de
casos denunciaron a sus trabajadores, entregaron fondos a las fuerzas represivas,
e incluso en ocasiones hasta autorizaron la instalación de centros clandestinos
de detención en el predio de sus fábricas.9 Esta política represiva,
aunque se extendió a todas las actividades económicas, se concentró de mane-
ra preferencial en las actividades industriales (dentro de ellas, metalúrgicos y
mecánicos fueron dos gremios especialmente perseguidos) y en los servicios
públicos esenciales (transportes, ferroviarios, Luz y Fuerza), es decir, aquellos
sectores que habían constituido, durante la segunda etapa de la industrialización
por sustitución de importaciones, pilares clave de la organización sindical.
Un blanco central de la política represiva fueron los delegados y miembros de
las comisiones internas, es decir los representantes de base de los trabajadores
que durante décadas habían cumplido un papel muy importante en la
defensa de los derechos laborales y en la organización y sostenimiento de conflictos
y negociaciones con la patronal.10
A estas formas de represión el gobierno de facto sumó la intervención de la
mayoría de los grandes sindicatos y federaciones, que comenzaron con la de la
central nacional de trabajadores, la Confederación General del Trabajo (CGT).11
En los primeros tres años, en los que se alcanzó el punto represivo más alto, se
intervinieron decenas de las principales organizaciones obreras y se les retiró
la personería jurídica a otras tantas.12
En lo que se refiere a las políticas laborales, la dictadura militar promovió un
conjunto de legislación tendiente a legalizar la actividad represiva y la intervención
en el mundo sindical. Una serie de normas establecieron el congelamiento
de la actividad gremial, como la Ley 21.261 del 24 de marzo de 1976 que suspendió
el derecho de huelga; la Ley 21.356 de julio de 1976, que prohibió la actividad
gremial, es decir asambleas, reuniones, congresos y elecciones, facultando
al Ministerio de Trabajo a intervenir y reemplazar dirigentes dentro de los
establecimientos fabriles; la Ley 21.263 del 24 de marzo de 1976 que eliminó el
fuero sindical; Ley 21.259 del 24 de marzo de 1976, que reimplantó la Ley de
Residencia, en virtud de la cual todo extranjero sospechoso de atentar contra la
“seguridad nacional” podía ser deportado, la Ley 21.400 del 9 de septiembre de
1976, denominada de “Seguridad industrial”, que prohibió cualquier medida
concertada de acción directa, trabajo a desgano, baja de la producción, entre
otras. La Ley Sindical 22.105 sancionada el 15 de noviembre de 1979, derogó
la de Asociaciones Profesionales 20.615 dictada por el gobierno constitucional
previo, y terminó por legalizar la intervención extrema del estado dictatorial,
socavando las bases institucionales y financieras del poder sindical. 14
La fijación de los salarios por parte del Estado estaba estrechamente ligada
al cercenamiento de derechos básicos como las convenciones colectivas de trabajo,
el derecho a la negociación y a la protesta por parte del movimiento obrero.
Una vez establecida la regulación oficial de los salarios, éstos sufrieron una
caída de cerca del 40% respecto a los vigentes en 1974, en un contexto de suba
del desempleo, supresión de horas extras y recortes en las prestaciones sociales.
Sin embargo, el gobierno autorizó un marco de flexibilidad a las empresas
respecto a los salarios fijados oficialmente, por lo que como producto de luchas
obreras o por la situación particular de algunas firmas, en muchas industrias
los trabajadores recibieron salarios superiores a los autorizados. Al mismo
tiempo, la abrupta caída del salario real, aunque afectó al conjunto de los trabajadores,
lo hizo de diferentes maneras en cada caso. L
El historiador Pablo Pozzi cuestionó
esa mirada en un libro publicado a fines de la década del ´80, en el cual
sostuvo que, por el contrario, existió una amplia gama de actividades de resistencia
y oposición. Pozzi no solamente cuestionó las apreciaciones de Delich respecto
a la ausencia de conflictos sindicales frontales y de tipo “clásico” (en términos
de las formas históricas de lucha de los trabajadores argentinos), en
especial la huelga general de 1979, sino que además enfatizó la importancia de
las acciones “subterráneas” de resistencia, a las que nos referiremos más extensamente
luego. En sus conclusiones, el autor señala que las actividades de
resistencia obrera tuvieron una magnitud importante, sino que, además, habrían
adquirido un papel protagónico en el debilitamiento del régimen militar:
La resistencia de la clase obrera, frente al tremendo poder
que desató la ofensiva de la gran burguesía financiera a
través del partido militar, se convirtió en un escollo fundamental
frente al cual relativos éxitos en otros campos se revelarían
secundarios.21
(…) Los conflictos obreros tienen un profundo significado político que
va a imposibilitar la resolución de la crisis orgánica determinando,
por ende, el fracaso del Proceso de Reorganización Nacional. 22
Estas
medidas de protesta encubiertas llevadas adelante por grupos de trabajadores
con reducida coordinación e impacto, incluían el “trabajo a tristeza,” el “trabajo
a desgano” (reducciones del ritmo de trabajo), interrupciones parciales de
tareas, sabotajes, y una multiplicidad de iniciativas tendientes a la organización
de los trabajadores y al perjuicio de la patronal. Este autor considera a estas
nuevas formas de protesta como producto de un aprendizaje previo, desarrollado
en el contexto de la “resistencia peronista” contra los gobiernos militares
(o producto de elecciones en las que el peronismo estaba proscripto), posteriores
al derrocamiento del gobierno constitucional de Perón en 1955.23 Más allá
de las posibles controversias sobre su origen, sería de particular importancia
investigar en profundidad estas tácticas, que podrían ser consideradas como
un ejemplo interesante de lo que James Scott ha denominado “hidden transcript”,
o discurso oculto.24 Esto es, se trata de formas de protesta que aunque
respetaban la letra de la ley y las reglas impuestas, subvirtieron en realidad el
espíritu de las mismas, convirtiéndose en un desafío al régimen que se volvi
En términos de las formas de organización y lucha que tuvieron lugar en territorio
nacional, es posible dividir al período de la dictadura en dos etapas diferentes,
divididas por un hecho trascendente que transformó la dinámica sindical:
la primera huelga general de abril de 1979. El primer período, se extiende
desde marzo de 1976 a abril de 1979, mientras que el segundo se inicia en
mayo de 1979 y concluye con el inicio de la transición democrática en 1983.
El primer período estuvo caracterizado por una mayor fragmentación de las iniciativas
de oposición abierta, una situación de enfrentamiento y diferenciación
entre las corrientes sindicales y, sobre todo, por la elevada intensidad de la política
represiva, que acalló y dio por concluidos conflictos importantes y promovió
la desmovilización en casos en los que un contexto relativamente más permisivo
probablemente habría ocasionado protestas de magnitud. Como intentaremos
demostrar en los próximos párrafos, los conflictos obreros fueron, incluso en esta
etapa, numerosos y algunos de ellos lograron un impacto significativo.
El sindicalismo argentino había estado lejos de la unidad en el período previo,
comprendido entre fines de los ´60 hasta comienzos de los ´70, y el
enfrentamiento entre los sectores que apoyaban a los líderes más ortodoxos
del movimiento obrero y los sectores combativos se volvió crecientemente
agudo y virulento a partir de 1973.26 Desde el golpe militar de 1976 en adelante,
las divisiones sindicales continuaron, y la actitud de la dirigencia sindical
frente a la dictadura en sus primeros años estuvo lejos de ser unívoca. Sin
embargo hubo cambios dramáticos en la dinámica interna del movimiento sindical.
Fundamentalmente, tanto los dirigentes como los trabajadores afiliados
a las corrientes combativas del sindicalismo fueron uno de los blancos centrales
de la represión dictatorial y fueron en su mayoría encarcelados, desaparecidos,
o condenados al exilio externo o interno. Por lo tanto, aunque hubo divisiones
en torno a la necesidad de participación o confrontación en el seno del
sindicalismo durante la dictadura, la disputa estuvo sostenida por líneas sindicales
diferentes a las predominantes antes de 1976. Por un lado, es posible distinguir
a un sector de dirigentes que cultivaron una relación de cercanía y apoyo
a la dictadura, y por otro, hubo líderes moderados cuya posición se fue radicalizando
frente a la connivencia de otros sindicalistas con el régimen.
El primer sector, de tendencia “participacionista,” proporcionó el grupo de
dirigentes obreros que concurrió a la conferencia de la Organización
Internacional del Trabajo en mayo de 1976, a sólo dos meses del golpe militar.
Por otro lado, un segundo grupo, crecientemente “confrontacionista,” concretó
en este primer período la creación de la Comisión Nacional de las 25 organizaciones
(denominada “Comisión de los 25”), que propuso desconocer la presencia
de los interventores militares o civiles en los gremios. En 1978, en un
contexto de estabilización del plan económico y el auge de la propaganda dictatorial
por el Campeonato Mundial de Fútbol, el gobierno militar logró acercamientos
mayores con dirigentes “participacionistas,” que terminaron conformando
en junio de ese año la Comisión de Gestión y Trabajo, que luego se convirtió,
en octubre, en la base principal de la Comisión Nacional de Trabajo (CNT).
Por su parte, el ala “confrontacionista” fundó en junio de 1978 el Movimiento
Sindical Peronista (MSP), que organizó la convocatoria al primer paro nacional,
que se llevó a cabo en abril de 1979.
En lo que se refiere a cantidad de conflictos laborales, los datos agregados disponibles,
provenientes del procesamiento de la información de prensa de la época (es decir,
que reflejan únicamente los conflictos más importantes que no podían ser omitidos por
la prensa de la dictadura) confirman la impresión del incremento progresivo de las protestas
obreras, con la excepción del año 1978 en el que se evidencia un retroceso en términos
de la lucha sindical: mientras en 1976 se habrían desarrollado 89 conflictos, en
1977 habrían sido 100, de los que se habría bajado a 40 en 1978, para culminar, en
1979, con un pico de 188 conflictos.27 Del total de medidas de fuerza reflejadas en los
medios de comunicación masiva del país, la mayor parte fueron, hasta 1979, paros y quites
de colaboración, y tuvieron como principal demanda el aumento de los salarios, aunque
una minoría se propuso cuestionar las condiciones de trabajo, demandar la posibilidad
de organización sindical.28
Otro análisis cuantitativo, en este caso de casi 300 conflictos sindicales entre
el 24 de marzo de 1976 y octubre de 1981 que tuvieron lugar en el Gran Buenos
Aires, la Capital Federal, Córdoba y Rosario, y que se llevaron a cabo en actividades
industriales, mayoritariamente en fábricas metalúrgicas, automotrices,
textiles y otros, de más de cincuenta obreros (en su mayoría, superiores a 100),
confirma que la mayor cantidad de medidas de fuerza se debió a demandas
salariales, mientras que una minoría se debió a protestas por las condiciones de
trabajo, falta o disminución del trabajo, defensa de la organización sindical, o
rechazo a las represalias patronales o a la represión estatal o paraestatal. 29 De
la totalidad de las medidas de fuerza analizadas, casi un 33% fueron huelgas,
otro tanto fueron quites de colaboración y trabajo a reglamento, mientras que
otro 10% consistió en medidas diversas como boicots al comedor de planta, concentraciones
internas y escasas ocupaciones de planta. El resto, alrededor de un
23% se plasmó en petitorios, reclamos y negociaciones. Ricardo Falcón destaca
la práctica de elección de delegados provisorios o representantes de base, al
margen de los procedimientos legales, que en muchos casos terminaban siendo
reconocidos por las empresas como interlocutores legítimos.30
Resulta imposible, en el marco de este dossier, realizar un análisis exhaustivo
del desarrollo de las medidas de fuerza año a año, ni siquiera de las más importantes,
pero cabe destacar una línea general de desarrollo que nos brindará un
panorama general del problema. Incluso durante 1976 se produjeron conflictos
significativos en grandes fábricas. Algunos ejemplos son los conflictos de IKARenault
de Córdoba en marzo, General Motors en el barrio de Barracas en abril,
Mercedes Benz, Chrysler de Monte Chingolo y Avellaneda y Di Carlo en mayo.
A partir de octubre de 1976 entraron en conflicto los trabajadores del gremio
de Luz y Fuerza, que aglutinaba a trabajadores de las empresas SEGBA,
Agua y Energía, DEBA y Compañía Italo Argentina de Electricidad. El conflicto se
extendió a varias ciudades del país e involucró a centenares de afiliados. En los
primeros meses de 1977 el Sindicato de Luz y Fuerza desarrolló nuevamente
medidas reivindicativas, y de resistencia a la aplicación del plan económico del
ministro de economía José Martínez de Hoz. En el contexto de dicha lucha, y
cuando se había concretado un acuerdo con la patronal, el dirigente más importante
de Luz y Fuerza, Oscar Smith, fue secuestrado por las Fuerzas Armadas,
lo que sin embargo no logró frenar el surgimiento de otros conflictos.
En junio de 1977, más de seis mil trabajadores agrícolas se sumaron a
medidas de obreros industriales en la zona de Rosario y San Lorenzo, mientras
que en agosto los transportistas petroleros desarrollaron protestas contra las
empresas Shell y Exxon. En octubre, los obreros de IKA-Renault de Córdoba
reclamaron un aumento salarial del cincuenta por ciento, y la intervención de
las fuerzas armadas dejó el saldo de cuatro obreros muertos. También en octubre,
los ferroviarios entraron en huelga, mientras que en noviembre se declaró
una medida de fuerza en la planta de Alpargatas de Florencio Varela que se prolongó
por días, y que fue seguida por un lockout patronal, despidos y represión
contra varios de los trabajadores involucrados.
En 1978, un año de relativo descenso de la protesta obrera debido a una
relativa recuperación económica y a sucesos políticos de importancia (el mencionado
Mundial de Fútbol, las informaciones sobre el supuestamente inminente
enfrentamiento militar con Chile, entre otros), las principales acciones las
llevaron adelante los portuarios, los obreros de la fábrica Fiat y del frigorífico
Swift de Rosario, bancarios y transportistas, ferroviarios, y automotrices de las
empresas Renault y Firestone.
El año 1979 constituyó un momento de transición en el que pudo concretarse
la convocatoria a la primera huelga general, llevada adelante por la
Comisión de los 25 con la oposición de los sectores “participacionistas” nucleados
en la CNT. En abril de 1979, en un contexto de agitación creciente (uno
de los conflictos más resonantes fue el de Alpargatas: los 3.800 obreros de la
planta de Barracas decretaron en asamblea en la puerta de la fábrica un paro
por tiempo indeterminado, desoyendo las amenazas oficiales) el consejo directivo
de los 25 llamó a defender la industria nacional, a revisar la política arancelaria
y a restituir el poder adquisitivo del salario, convocando a una “jornada
de protesta” sin concurrencia al trabajo el 27 de abril de 1979. Más allá de que
la convocatoria fue de un solo sector del sindicalismo, expresó un grado de
cohesión y organización del movimiento sindical ausente en los años previos, al
tiempo que constituyó un desafío al gobierno militar de una extensión y fuerza
inusitadas, con fuerte repercusión nacional e internacional. 31
Esta coyuntura planteada por el punto de inflexión que implicó el conflicto de
1979 resulta interesante para introducir una segunda dimensión de la resistencia
en este primer período que no hemos abordado aquí: el análisis de las
acciones de resistencia por parte de trabajadores y sindicalistas en el ámbito
internacional. Aún sin compartir la apreciación de Delich respecto a que el
espacio sindical nacional habría estado completamente “clausurado”, consideramos
correcta su apreciación respecto a que “el espacio internacional cobró
una importancia inusual y las acciones que allí se desarrollaron tuvieron repercusiones
inesperadamente relevantes”, en especial en este primer período que
se extendió entre 1976 y 1979.32
En lo que se refiere a las acciones en el exterior, cabe destacar algunos procesos que
hasta muy recientemente habían sido poco estudiado por la historiografía, como la labor
de trabajadores y sindicalistas que debieron dirigirse al exilio, y que sumaron sus esfuerzos
a la campaña de denuncia y aislamiento internacional de la dictadura militar por
parte de organizaciones de defensa de los derechos humanos. Una serie de contribuciones
recientes sobre el tema han demostrado que no sólo se constituyeron distintos
agrupamientos en el exilio dedicados a la problemática sindical que establecieron
contactos fructíferos con otros movimientos sindicales nacionales en Europa y América
principalmente, sino que, además, varias de las iniciativas desarrolladas tuvieron impacto
en la situación argentina.33 Ejemplos de ellas son las campañas por la liberación de los
presos obreros y sindicalistas, que incidieron en la supervivencia e incluso liberación
anticipada de trabajadores por los que se reclamaba (es el caso de los obreros de Villa
Constitución, por ejemplo), y las intervenciones en coyunturas críticas, en las que someter
al gobierno dictatorial a presiones internacionales en ocasiones amplió el margen
de maniobra para los que luchaban en territorio argentino. Al mismo tiempo, la Organización
Internacional del Trabajo se convirtió, en este período, en un foro de denuncia de
la situación argentina, tanto por las intervenciones de delegados obreros del país que
desconocían el mandato del gobierno de presentar una buena imagen ante la comunidad
internacional, como, fundamentalmente, por la presencia de líderes exiliados en
la conferencia que facilitaban la difusión de información sobre la represión a obreros y
sindicalistas, promoviendo el repudio a la dictadura.34
La huelga general de 1979 constituye una coyuntura interesante para apreciar,
aún en forma parcial y limitada, el funcionamiento de la campaña de apoyo
a los trabajadores a nivel internacional. Las reacciones internacionales se produjeron
sobre todo a partir de la detención, tres días antes de la medida de fuerza,
de veinte de los sindicalistas que la habían convocado. El episodio fue especialmente
escandaloso debido a que los sindicalistas fueron apresados a la salida
de una reunión en el Ministerio de Trabajo, a la que habían sido convocados
por miembros del gobierno militar. Este hecho proporcionó a las organizaciones
de exiliados la oportunidad de colaborar concretamente con los sindicalistas en
suelo argentino, convocando a la solidaridad del sindicalismo internacional. La
reacción de las organizaciones internacionales no se hizo esperar: las tres centrales
mundiales enviaron telegramas pidiendo la inmediata liberación de los
detenidos, numerosas centrales nacionales europeas (sobre todo las francesas
y españolas) presentaron inmediatas protestas y hasta voceros del gobierno de
Estados Unidos manifestaron la preocupación del presidente Carter por los detenidos.
35 A los pocos días algunos de los dirigentes comenzaron a ser liberados,
mientras otros fueron procesados y puestos a disposición del Poder Ejecutivo. 36
El segundo período en términos de conflictos llevados adelante por los trabajadores
se abrió con el primer paro general y culminó con la transición a la
democracia en diciembre de 1983 estuvo marcado por la sanción de la Ley de
Asociaciones Profesionales, al tiempo que estuvo caracterizado por intentos
fallidos de unificación de las tendencias sindicales, una disminución significativa
de la intensidad de la política represiva, y el surgimiento de nuevos espacios
para la organización, que permitieron que las formas de lucha se extendieran
y se volvieran crecientemente masivas.
Una iniciativa importante en lo que se refiere a los intentos de unificación, aunque
finalmente resultó efímera, fue la conformación de la Conducción Unificada
de los Trabajadores Argentinos (CUTA), en septiembre de 1979, para enfrentar la
inminente aprobación de la Ley Sindical promovida por la dictadura. Debido a la
imposibilidad de consolidar acuerdos sobre las tácticas de oposición a la norma,
el intento culminó en fracaso, y la CUTA se escindió en abril de 1980. La aprobación
de esta norma implicó un ataque directo al poder sindical ya que se disolvieron
las entidades de tercer grado existentes, no contemplaba la existencia de
federaciones, se ampliaron las facultades de intervención en los sindicatos por
parte del estado, entre otros, y a su fuente de financiamiento a partir de la estipulación
de que los sindicatos no serían destinatarios de los recursos provenientes
de las obras sociales, ni intervendrían en la conducción y administración de
las mismas, estableciendo además restricciones a su patrimonio.37
Paradójicamente, a partir de la sanción de la Ley Sindical, las diferencias entre
estas dos corrientes del sindicalismo no disminuyeron sino que se expandieron. Y
la conflictividad, lejos de acallarse, se incrementó sin pausa hasta el final de la
dictadura. Los cambios en la situación política y sindical argentina no sólo abrieron
nuevas oportunidades de apoyo concreto al movimiento sindical en Argentina
por parte de la solidaridad internacional, sino que modificaron los ejes de trabajo
de las agrupaciones sindicales en el exilio. En efecto, aún cuando la actividad
de denuncia internacional siguió siendo importante, el desarrollo de alternativas
políticas en el propio país pasó a ocupar en esta nueva etapa el lugar principal. 38
Las divergencias de las dos corrientes principales en términos de proyectos
de vinculación del sindicalismo con el Estado se plasmaron aún más claramente
cuando los sectores “confrontacionistas” decidieron reconstituir la CGT. Estas
tentativas culminaron a fines de noviembre de 1980, cuando se constituyó, bajo
el signo de la explícita hostilidad oficial, la CGT “Brasil” (denominada como la
calle donde tenía su sede).39 En abierto desafío al decreto especial de la Junta
Militar que declaraba a la CGT disuelta, y a la Ley 22.105, vigente desde noviem-
bre de 1979, que vetaba la existencia de entidades sindicales de tercer grado,
fueron electos el 12 de diciembre el dirigente cervecero Saúl Ubaldini como
Secretario General, Fernando Donaires del sindicato de papeleros como adjunto,
Lesio Romero, del sindicato de la carne, como Secretario de Hacienda.40
Al mismo tiempo, a partir de 1980 los efectos de la campaña de denuncia de
distintos grupos de exiliados, por parte de agrupamientos sindicales y fundamentalmente
de derechos humanos, comenzaban a mostrar importantes progresos.
La dictadura militar se encontraba prácticamente aislada internacionalmente, lo
cual puede verse claramente en la convocatoria que la Junta Argentina extendió
en octubre de 1979 a los gobiernos militares de Chile, Uruguay y Paraguay para
conformar un “mecanismo geopolítico y geoestratégico de defensa.” 41
El nuevo protagonismo de los sectores “confrontacionistas” del sindicalismo argentino
quedó claro en 67ª Asamblea de la OIT en Ginebra, en julio de 1981, cuando Saúl
Ubaldini comenzó su mensaje, como cabeza de la delegación paralela, sosteniendo:
La situación política, económica y social del país no puede ser
más crítica. Han pasado más de cinco años desde el 24 de
marzo de 1976 y nada ha cambiado en cuanto a las restricciones
a la actividad gremial, pero todo ha empeorado en
cuanto a las condiciones de vida de nuestro pueblo.42
A partir de mediados de 1981 las protestas sindicales se fueron sucediendo
de manera más frecuente y fueron adquiriendo un carácter cada vez más masivo.
Se realizó una segunda huelga general con muy alto acatamiento el 22 de
julio de 1981, a raíz de la cual el gobierno detuvo a gran cantidad de sindicalistas
involucrados en su organización. El 7 de noviembre de 1981 se realizó la primera
movilización popular contra la dictadura que no se restringió al ámbito sindical
pero en la cual éste tuvo presencia central. El sindicalismo “confrontacionista”
buscó confluir con la Iglesia, llamando a una marcha a San Cayetano
(santo del trabajo de acuerdo a la religión católica) bajo el lema “Paz, Pan y
Trabajo.” Numerosos partidos políticos y organizaciones sociales adhirieron a la
medida, y a pesar de la fuerte represión, de la intimidación en los medios de
comunicación y del sitio establecido por las fuerzas de seguridad, más de
10.000 personas participaron de la movilización. El 30 de marzo de 1982, sólo
dos días antes de la declaración de guerra a Gran Bretaña por las Islas Malvinas
se realizó una huelga y marcha a Plaza de Mayo a la que concurrieron 30.000
personas y que terminó con graves disturbios y numerosas detenciones.
El interregno de la Guerra de Malvinas puso en suspenso por dos meses
toda movilización sindical de protesta contra la dictadura. Sin embargo, después
de la derrota y del papel cumplido por los altos mandos del Ejército en la
guerra, percibidos por muchos sectores como la sentencia final de la dictadura,
el movimiento de protesta por el descenso en las condiciones de vida de los
asalariados, el cierre de fábricas y el incremento del desempleo no hicieron
más que aumentar.43 El 22 de diciembre de 1982, 30.000 personas se movi-
Contribuciones recientes para analizar la problemática de la
“resistencia” obrera a la dictadura militar desde estudios de caso
Queda claro, a partir de lo analizado en los dos apartados previos que las
políticas económicas, laborales y represivas tuvieron un impacto profundamente
negativo sobre la clase trabajadora, restringiendo sus posibilidades de organización
y lucha, al mismo tiempo que erosionaron fuertemente su poder
económico, político y social. Aunque para el conjunto de la clase trabajadora
estas políticas tuvieron un efecto devastador, importantes sectores de la misma
desarrollaron formas de organización y protesta, que fueron variando y cambiando
a lo largo del período junto con la intensidad de la política represiva, y
la disponibilidad de márgenes de acción.
Si una oposición absoluta y excluyente entre resistencia e inmovilidad no
resulta útil para caracterizar las acciones de la clase trabajadora, la asociación
de la primera con resistencia y de la segunda con tolerancia o incluso apoyo a
la dictadura presenta mayores desafíos interpretativos. A partir de miradas globales
predominantemente cuantitativas resulta difícil determinar cuáles fueron
los motivos, objetivos, características e impactos de los conflictos obreros
durante la dictadura militar. ¿Es correcto asumir que toda iniciativa de acción y
organización por parte de los trabajadores constituyó una acción de resistencia,
que expresaba una oposición consciente a la dictadura?
Esta es una de las principales preguntas implícitas en la investigación de
Daniel Dicósimo sobre la historia de los trabajadores de dos empresas en Tandil
durante la última dictadura militar. La primera es la “Metalúrgica Tandil,” empresa
autopartista fundada en 1948, que en los primeros años setenta ingresa al
complejo automotor mediante la subcontratación con Industrias Kaiser
Argentina (IKA). La segunda es la filial de la empresa de cemento Loma Negra
Villa Cacique, que fue construida por Alfredo Fortabat en el año 1955 a siete kilómetros
de Baker, en Loma Cacique, al sudoeste de la Provincia de Buenos Aires.
La investigación de Dicósimo al estar focalizada en dos casos específicos
difiere de otras aproximaciones previas que habían intentado dar cuenta de
grandes tendencias y conflictos a nivel nacional. Sin embargo, esta investigación
le permite al autor afirmar que en sus casos, en los que se llevaron a cabo
distintas medidas de protesta y reivindicativas durante la dictadura no es posible
detectar una posición anti-dictatorial unánime y clara, sino que por el contrario,
el eje de los conflictos fue predominantemente económico y no tuvo un
contenido político de magnitud. Desde su perspectiva, “el comportamiento de
los trabajadores sustenta más la interpretación de una defensa de los intereses
económicos de clase que la de una oposición política al proyecto del
‘Proceso de Reorganización Nacional.’”44
En este punto surge una nueva pregunta: ¿Es correcto considerar que sólo aquellas
protestas abierta y explícitamente identificadas como anti-dictatoriales fueron
expresiones de protesta contra la dictadura? Ivonne Barragán, realizando una lectura
crítica de Daniel Dicósimo citó una interesante afirmación de Víctor de Gennaro:
Hubo resistencia [a la última dictadura militar]. Cuando uno
empieza a buscar sin prejuicio encuentra que hubo paros todos
los días. Uno puede aceptar que a los efectos de análisis teóricos
puede haber una separación de lo reivindicativo de lo político,
después, cuando uno aprende otras cosas, va aprendiendo
que sigue siendo todo mucho más integral.
Lo reivindicativo es también parte de lo político, cómo se enfrenta
la reivindicación es una definición política, porque uno puede
decir que quiere ganar más plata, ahora la puede ir a pedir por
favor o puede hacer un paro cuando está prohibido… Es una
definición política, también la lucha reivindicativa.
En un país dominado por los militares, con el terror y los grupos
económicos, la estructura mediática, todo manejado de forma
autoritaria cualquier lucha es una lucha política.45
Contrariamente a lo sostenido en este argumento, Dicósimo tiende a escindir
el plano de la reivindicación económica de la política, aún en el marco de políticas
represivas extremas que incluyen la prohibición y penalización del conflicto
y la agitación política con la desaparición, la tortura y la muerte. Aunque reconoce
la presencia de una política represiva por parte del Estado, y de una política
disciplinaria por parte de la patronal, cuya intersección y/o vinculaciones no
son cabalmente exploradas en su trabajo, éstas aparecen en un segundo plano:
Si bien hubo señales claras de cuál sería el costo de oponerse
como la detención en días previos de seis delegados sindicales
de la empresa, amenazas e incluso breves secuestros… el consenso
hacia el golpe de Estado parece haber tenido mucho de
voluntario: los testigos recuerdan que la planta funcionaba a
pleno esa mañana… y que el comentario era “ahora vamos a
estar mejor, se a acabar el despelote, vamos a poder trabajar.” 46
En este contexto, el pánico generado por el violento accionar de las bandas
paramilitares nucleadas en la Triple A, que fueron respondidos por acciones de
organizaciones político-militares, fueron aprovechados por las fuerzas militares
y las fracciones económicas dominantes, que se habían visto forzadas a retroceder
por las luchas y movilizaciones populares agudizadas desde el Cordobazo
en adelante. Las fuerzas militares, en articulación con fracciones dominantes de
la elite económica llevaron adelante el golpe del 24 de marzo. Aunque la nueva
dictadura militar se presentó como una alternativa salvadora frente al caos y la
violencia, terminó en cambio instaurando un estado terrorista que aplicó la política
de desaparición forzada de personas, e implementando un profundo cambio
económico que marcó el cauce posterior de la historia argentina.

En aquellos años la situación de los trabajadores distaba de merecer los tonos eufóricos y
celebratorios de los festejos del Centenario. Sin embargo, no puede negarse que la presencia
de los obreros y sus organizaciones fue una nota fundamental de aquella coyuntura.”

La exclusión de las mayorías populares y la escasa presencia del Estado para resolver los
problemas más acuciantes de los trabajadores fueron conformando una sociedad en donde la
confrontación social y el enfrentamiento ocuparon un lugar destacado. La puja entre la clase
obrera porteña y sus manifestaciones ideológicas, por un lado, con los patrones y el Estado,
por otro, adquirió en muchas oportunidades características violentas, profundizando el clima
de conflictividad. En este sentido, el Centenario puede definirse como una batalla simbólica
emprendida por los sectores dominantes en contra de los sectores políticos más radicalizados.
Símbolo de contrastes, el centenario mostró la contracara de la celebración , se trataba del
proletariado urbano que vio en en las fiestas patrióticas, la coyuntura propicia para manifestar
sus críticas a una Argentina caracterizada por la exclusión política, la concentración de la
riqueza, la explotación obrera y las desigualdades sociales;masa de sujetos extranjeros que
para la elite constituirán un “enemigo imprevisto”, una inmigración “no deseada” y contra la
cual aplicarán mecanismos represivos y una legislación arbitraria y excluyente.
Pasemos ahora a la segunda pregunta. ¿Cuál fue el rol de los trabajadores
durante la última dictadura?

Siguiendo con lo que veníamos viendo, podemos sostener que uno de los focos
centrales sobre el que el terrorismo de Estado quería actuar era la clase trabajadora y
el movimiento obrero organizado. Fueron la principal presa del accionar represivo. El
mismo 24 de marzo de 1976, día del golpe de Estado, la Junta militar y sus
aliados civiles intervinieron los sindicatos y las confederaciones obreras y
empresarias, la CGT fue primero intervenida y luego legalmente disuelta, y se
intervinieron 175 sindicatos. Sus máximos dirigentes fueron encarcelados;
prohibieron el derecho de huelga; anularon las convenciones colectivas de
trabajo y congelaron los salarios.

Se trataba de fragmentar y desmovilizar socio-políticamente a la clase trabajadora. En


pocas palabras: se intentaba reducir al máximo las conquistas sociales de los
trabajadores. Para esto, como decíamos antes, uno de sus principales instrumentos
fue el accionar represivo, pero además, se realizaron profundas modificaciones en el
plano legislativo laboral.

Todo intento de protesta o resistencia por parte de los trabajadores ante estos
avances, fue tajantemente reprimido. Se buscó eliminar toda forma de organización
obrera, especialmente las comisiones internas, para lo cual se operó directamente
sobre muchos delegados y dirigentes de base. Todos los lugares de trabajo y
producción pasaron a ser considerados objetivos militares. Se intentaba desmantelar
toda la organización laboral y sindical que se había construido por más de 30 años. En
la fábrica Ford, por ejemplo, “el Ejército entraba en las plantas fabriles y se instalaba
en el mismo lugar de trabajo. Los obreros tenían que trabajar con los fusiles
apuntándoles. A los ritmos infernales, contra los que no podían protestar, y el
aplastamiento de viejas conquistas relativas a derechos individuales, se sumaba la
intimidación del Ejército”, como relata Álvaro Abos en su texto "Las organizaciones
sindicales y el poder militar (1976-1983)", incluido en el libro de Caraballo, Charlier y
Garulli –La dictadura (1976-1983). Testimonios y documentos– publicado por Eudeba
en 1999. Otro ejemplo es el de la empresa ACINDAR, mencionada en la entrevista de
Basualdo, que contó con un Centro Clandestino de Detención dentro de su propia
fábrica.

Y aquí es donde resalta lo que Victoria Basualdo marcaba como un aspecto


fundamental del accionar represivo sobre los trabajadores: la estrecha colaboración y
apoyo del sector patronal en la tarea de represión y eliminación sistemática de un
sector del movimiento obrero. Esta colaboración de distintas empresas con las fuerzas
represivas tomó distintas formas, una de ellas fue la provisión de materiales como
vehículos, infraestructura, dinero, personal. Pero también el libre acceso a las plantas
para ejercer allí la represión. Hubo también pasaje de información, de servicios de
inteligencia entre las partes.

Es decir que el objetivo último del terrorismo de Estado no era eliminar a la


insurgencia guerrillera –justificación recurrente del discurso de la dictadura aunque, en
1976, ya lalucha armada tenía una capacidad acotada de afectar el orden público- sino
que lo que se pretendía, esencialmente, era exterminar a la oposición obrera y popular
que estaba encuadrada fundamentalmente en organizaciones sociales tales como
sindicatos, centros barriales y nuevas formas de organización de base que surgieron en
aquella época.
Desde el plano de la legislación laboral, lo que se buscó fue profundizar la estrategia
de atomización y debilitamiento de los trabajadores organizados, instrumentando
diferentes normativas. Seguimos para esto el estudio de Arturo Fernández. Según él,
entre estos instrumentos legislativos podemos destacar:

 Leyes que regularon las relaciones laborales. Suspensión por tiempo


indeterminado de las negociaciones de las comisiones paritarias; suspensión del
derecho de huelga y de toda medida o acción directa; prescindibilidad (por
decreto) de los empleados públicos; suspensión del Estatuto del Docente;
modificación de la Ley de Contrato de Trabajo.
 Normas referentes a la organización y a la actividad sindical. Se
intervinieron la CGT y las principales organizaciones sindicales de segundo
grado; y se nombraron oficiales de las tres armas como interventores. Se
prohibieron las elecciones sindicales, las asambleas y en general toda actividad
de tipo gremial.
 Normas referentes a las obras sociales. El objetivo fue distorsionar este
importante instrumento de la política social, logrando, entre otros puntos, el
desfinanciamiento por la reducción en el número de afiliados; el
desmantelamiento, debido a la privatización de algunos servicios o la falta de
personal médico.

Las intervenciones militares en los conflictos obreros, la detención de trabajadores y


dirigentes gremiales y sindicales, y el despido de cientos de miles de obreros, entre
otras prácticas represivas, “estuvieron amparadas bajo un aparato que llamaremos,
entre comillas legal, elaborado desde el primer día del golpe de 1976. A pesar de la
inconstitucionalidad de los decretos-ley emanados del gobierno militar, estos fueron
amparados por la Corte Suprema de Justicia dela Nación”.

Este aparato “legal” fue invocado por empresarios y empleadores de fábricas ante
cualquier tipo de movilización o protesta obrera. La consecuencia de esa invocación
era, en la mayoría de los casos, la ocupación de los lugares de trabajo por efectivos
armados.

A pesar de todo este accionar represivo, no dejaron a los trabajadores sin respuesta, y
éstos buscaron modos de manifestarse y protestar. La mayor parte de los conflictos
obreros a partir de 1976 se registraron en el sector industrial, entre los metalúrgicos,
los obreros textiles y los de las automotrices, entre otros. Especialmente fuerte fue el
desarrollado por los trabajadores de Luz y Fuerza –sindicato de trabajadores de la
electricidad nacido en 1943-; incluso en una protesta llegaron a concentrar a 10.000
personas, y este conflicto sólo terminó cuando desaparecieron al dirigente Oscar
Smith, quien estaba encabezando dicho conflicto. Ese mismo año, los trabajadores de
la mayoría de las empresas automotrices (Ford, General Motors, Fiat, Renault) y del
ámbito portuario protagonizaron varias huelgas. A lo largo de todo el gobierno militar
los trabajadores buscaron la manera de responder a los ataques. Hasta que el 27 de
abril de 1979, el Movimiento Sindical Peronista, de reciente conformación, logra
convocar al primer paro nacional; y el segundo recién se convoca el 22 de julio de
1981.

¿Cómo hacían para manifestarse ante tanto control militar y empresarial? Las acciones
de resistencia de los trabajadores se tuvieron que instrumentar a través de otros
métodos. Muchas de las comisiones internas de las fábricas y muchos de los delegados
gremiales asumieron una posición que podríamos llamar de “resistencia defensiva”, lo
que implicaba la lucha por mantener los niveles salariales y las condiciones de trabajo,
y el cuidado frente a las represalias empresariales en contra de los dirigentes y las
organizaciones gremiales. Eran también muy comunes las formas de protesta que
evitaban el choque de fuerzas directo, como el trabajo a desgano o el sabotaje.

El Proceso de Reorganización Nacional comportó un proyecto autoritario de refundación social,


institucionalizando aquello que venía realizando desde un tiempo atrás: la violencia extralegal hacia
todo aquello considerado “subversivo” de los valores tradicionales.
No llama la atención entonces que el principal sector de la sociedad argentina golpeado por el
Proceso fuera el movimiento obrero organizado, altamente movilizado en el periodo previo al
golpe. Ya en marzo de 1975 en Villa Constitución, luego de una huelga declarada a raíz de la
intervención represiva, se realizaron decenas de detenciones, acrecentándose las desapariciones y
asesinatos a partir del final de la huelga. Otro caso es el de astilleros Astarsa en Tigre, donde los
asesinatos de militantes de agrupaciones
En los años en que tuvo lugar la última dictadura militar en Argentina, los sucesivos
gobiernos militares se dedicaron a elaborar y sostener una política laboral coactiva tendiente a
disciplinar y fragmentar un movimiento obrero que se había mostrado en los años inmediatos con
una alta capacidad de presión, movilización y negociación.
Esta política estatal tuvo dos planos: uno de represión abierta y directa y otro legislativo.
Respecto del primero, cabe señalar un periodo alto hasta marzo de 1981, en el que las FF.AA se
abocaron a dos objetivos:
a) Inmovilizar al conjunto de la clase trabajadora, dictando duras normas represivas de las
huelgas, interviniendo las principales organizaciones sindicales, apresando dirigentes
“moderados” y prohibiendo la actividad gremial.
b) Exterminar a la minoría combativa clasista o contestataria, cuya influencia era local y
radicaba en las comisiones internas de un cierto número de empresas. En este caso se
secuestraron dirigentes militantes de base o simples trabajadores que habían manifestado
3
adhesión a posiciones radicalizadas, no siempre relacionados con organizaciones armadas

De igual modo, se atacó a las comisiones internas de fábrica y sus delegados, aunque no
todos ellos fueran elementos radicalizados. En ciertas plantas se persiguió a aquellos obreros que
hubiesen adoptado posiciones combativas, tuviesen o no relación con organizaciones guerrilleras.
Fue en esta fracción de la clase obrera que se cuenta la mayoría de las víctimas del Proceso. A este
último le fue necesario, para desarticular al sindicalismo, “amputarlo” de su base natural que se
encuentra en los lugares de trabajo.
La represión no fue solamente directa sino también “disuasiva” es decir, a través de la
intimidación o intervención militar y policial en las plantas, con verdaderas exhibiciones de fuerza.
Se suman además las detenciones, con posteriores liberaciones. Las “desapariciones” de
trabajadores y dirigentes asociados por el regimen militar a la actividad huelguística funcionaron
como verdaderos disciplinadores del movimiento obrero, si bien en algunos casos constituyeron el
móvil de protestas y conflictos laborales durante el periodo.

constituyeron el móvil de protestas y conflictos laborales durante el periodo.


La represión y eliminación sistemática de todo un sector del movimiento obrero tuvo el
principal apoyo del sector patronal
En segundo lugar, la política represiva y la anulación de todo movimiento social de
oposición fue una precondición para la implementación de un modelo económico basado en un
nuevo modo de acumulación centrado en la especulación financiera. Las empresas arriba
mencionadas se beneficiaron de este nuevo modelo económico, acrecentando su patrimonio a
través de programas de promoción industrial selectivamente otorgados, subsidios y rebajas
impositivas y transferencias al Estado de sus deudas privadas.

Cuando no recurrían al aparato represivo, las empresas destruían las organizaciones


sindicales por lugar de trabajo a través de despidos, sin justificación aparente, de los delegados
y los trabajadores que se mostraran más combativos, desarmando así las comisiones internas
de fábrica.
La trama de relaciones entre estado, empresas y movimiento obrero constituye una
deuda para la historiografia del movimiento obrero del periodo 1976-1983.

El plano legislativo comenzó a instrumentarse desde el mismo 24 de marzo. La nueva


legislación laboral, con el objetivo de debilitar y dividir aun más al movimiento obrero
organizado, atacó en primer lugar las “conquistas históricas” de los trabajadores argentinos. La
inmediatez del accionar del gobierno castrense sobre los asuntos laborales da cuenta de la
importancia dada al control y represión de este sector de la sociedad argentina del momento.

Entre 1955 y 1958, la resistencia a la implementación de este plan de racionalización de la


producción fue llevada a adelante según James por el accionar de una red semiclandestina de
comisiones internas. En palabras del autor, “Cualquier acuerdo formal que permitiese la
introducción de esquemas de incentivación, el acortamiento de los tiempos para hacer una tarea, la
limitación en la reciprocidad y la garantía de mayor movilidad en el trabajo, todo esto se vería
22
potencialmente anulado en la practica por una clase obrera decidida y su comisión interna” . Es
por ello que se hizo necesaria desde el gobierno y la patronal la limitación del poder de las
comisiones y sus delegados gremiales para poder avanzar en la aplicación de medidas que
efectivizaran el plan de racionalización productiva.
La resistencia obrera desde las comisiones internas de fábrica se caracterizó en este periodo
por una negativa a cooperar con la patronal más que en una acción abierta de huelgas. En un plano
más general, amplios sectores de trabajadores simplemente no aceptaban “cualquier forma de pago
que fuese resultado de esquemas de incentivación “ sumándose además la resistencia a la revisión
por parte de los empresarios de las cláusulas que reglamentaban las condiciones de trabajo.
A partir de 1958 con el gobierno de Frondizi se produce el intento más sistemático y exitoso
de implementar nuevas pautas de producción. Empresarios y gobierno introdujeron finalmente
nuevas cláusulas a los convenios laborales, referentes entre otros puntos a la “definición y
limitación del poder de las comisiones internas. Pero la comisiones ya venían asistiendo a su
desmantelamiento debido a la represión llevada adelante por la acción conjunta de empresarios y
Estado, sumado al creciente desempleo.
De igual modo que en el periodo trabajado por James, durante la ultima dictadura militar
argentina se creyó necesario, para la implementación de una economía abierta y competitiva a nivel
mundial, “transformar en eficientes todas aquellas empresas que aun condicionan la eficiencia
23
global de la economía”. Varios autores coinciden en señalar para este periodo a las comisiones
internas de fabrica y sus delegados como los protagonistas de la resistencia obrera a las medidas (de
empresarios y gobierno militar) de efientizacion en las fabricas, tendientes a flexibilizar el uso de la
fuerza laboral: jerarquizacion de trabajadores a categorías no contempladas en los convenios
colectivos de trabajo, extensión de la jornada laboral, traslados de sección, eliminación de los
regímenes especiales por insalubridad, etc. En palabras de Pozzi, “tanto para los empresarios como
para el proceso, el delegado gremial personificaba los problemas básicos con los cuales ellos tenían
que enfrentarse en la campaña
22
Ídem Pág.334.
23
Entre ellos Arturo Fernández, Pablo Pozzi, y Ricardo Falcón.

32
Los autores que destacan la oposición y/o la resistencia obrera a la última dictadura militar
analizan los conflictos obreros que tienen lugar en las fábricas, organizados por delegados,
comisiones internas o por los mismos obreros, señalando las especificidades de las luchas obreras
en el periodo. Derivan en general en dos interpretaciones, en algunos aspectos, antagónicas
acerca de la resistencia obrera hacia la dictadura. P. Pozzi resalta la oposición obrera hacia el PRN
elevándola al papel de detonante del fracaso y fin del Proceso de Reorganización Nacional. La
presencia de la resistencia obrera para este autor es innegable si se realiza un estudio “desde
abajo” del periodo 1976-1983. Esta mirada desde abajo permite identificar el constante accionar
de la clase obrera argentina desde sus bases, en los lugares de trabajo, quienes a pesar de sufrir
los duros embates de la represión militar consiguen sobrevivir en la clandestinidad, y proteger a
las comisiones internas de fabrica y sus delegados , los verdaderos protagonistas de la oposición
obrera a la dictadura. La resistencia constante a la política económica del Proceso a través de
novedosos métodos de resistencia (como el trabajo a tristeza) y la reedición de viejos (sabotajes a
la producción, trabajo a desgano, a reglamento) constituyeron la base material de la caída del
regimen militar instaurado en 1976, impulsando a los demás sectores
sociales a alinearse en contra del gobierno militar e imposibilitando durante todo el periodo la
instauración del consenso social necesario para la supervivencia del regimen.
Por su parte, R. Falcón prefiere señalar el carácter defensivo de la resistencia obrera, que
si bien estuvo presente a lo largo del periodo, fue dispersa y molecular. Señala también la
presencia de delegados provisorios, comisiones clandestinas, así como también de “mecanismos
inéditos” de lucha. Pero a diferencia de Pozzi no le atribuye un papel determinante a la hora de
evaluar el fracaso del PRN, matizando la resistencia con la brutal ofensiva del gobierno y las
empresas.
Los conflictos y sus características.
Asistimos entonces a un primer momento de la resistencia obrera a la dictadura, desde 1976
a 1979, signado por una serie de conflictos obreros caracterizados como “moleculares”, en su mayor
33
parte inorgánicos, es decir, sin coordinación sindical , con elecciones de delegados provisorios que
salvaron la necesidad de un “interlocutor valido” para negociar durante los conflictos con la
patronal o los interventores militares. Resistencia en la que tuvieron participación las comisiones
internas, muchas veces clandestinas, o por el contrario contaron con la participación de los
delegados más cercanos a las fábricas en conflicto, cuyos mandatos fueron prorrogados por el
34
Ministerio de Trabajo.
La distinción de las luchas desarrolladas por las bases (a nivel de empresa) de aquellas que
fueron coordinadas por la dirigencia sindical nacional no significa pensar en un enfrentamiento
entre unas y otras; como señala Arturo Fernández, se cree que ellas son en alguna medida,
complementarias.
Las bases sindicales sufrieron una brutal represión desde los años previos a la dictadura y
de modo sistemático a partir del golpe. Esto generó cierto repliegue de los trabajadores, sus
delegados y las comisiones internas. Pero el duro golpe a los salarios y a las condiciones de trabajo
desató tempranos conflictos. Así, la oposición a la política laboral y económica del “Proceso” y la
represión promovieron modos de lucha de características novedosas.
Este cambio viene dado principalmente por el fracaso que experimentan los trabajadores de
una táctica de enfrentamiento abierto a la ofensiva de la dictadura. La ausencia de “responsables
visibles” o “interlocutores válidos” en varias huelgas del periodo responde justamente a estos
nuevos métodos de lucha que va desarrollando el movimiento obrero desde su base, para evitar
señalar a los delegados y dirigentes gremiales por lugar de trabajo frente a las detenciones y los
despidos masivos.
Para un análisis de los conflictos obreros del período 76-83, se deben incluir como medidas
de lucha los petitorios, reclamos y negociaciones; Ricardo Falcón las reconoce como tales debido a
que “en las circunstancias de la época, estas medidas, especialmente la primera (refiriéndose a los
petitorios) constituían sin duda una medida de lucha, aunque no fuera estrictamente un acto de
35
fuerza” . Este autor entiende además como “acto o medida de fuerza” a las huelgas, quites de
colaboración, trabajo a desgano, trabajo a tristeza, trabajo a reglamento, boicots al comedor de
planta, concentraciones internas y ocupaciones de planta.
La mayor parte de los conflictos obreros a partir de 1976 se registraron en el sector
industrial, los metalúrgicos, Luz y Fuerza, UOM, textiles, automotrices entre otros. Estos gremios
“fueron los hasta entonces tradicionalmente vanguardistas, es decir los representantes más
conspicuos del proceso de crecimiento industrial por sustitución de importaciones de los
años treinta y cincuenta y también los que se incorporan con el proyecto desarrollista en la
36
década del sesenta .
Para ejemplificar el cambio en los métodos de lucha Pozzi describe el conflicto que tuvo lugar entre
octubre de 1976 y marzo de 1977 que protagonizó Luz y Fuerza (sindicato que nucleaba a todas las
empresas de electricidad: SEGBA, Agua y Energía, Compañía Italo Argentina de Electricidad. En
abril de 1976 es intervenido este sindicato. Fueron cesanteados 260 empleados de SEGBA, entre
ellos el secretario general del sindicato Capital Federal de Luz y Fuerza, Oscar Smith, finalmente
secuestrado en marzo de 1977. En octubre del mismo año se despiden 208 empleados al aplicarse la
Ley de Prescindibilidad; se da además una rebaja en las remuneraciones, falta de pago de los
incrementos salariales y se aplican sanciones al personal por reclamar ante estas medidas. Por esto
entre octubre y noviembre de 1976 se inicia la lucha con una huelga de brazos caídos, que continúa
con paros, abandono de tareas, intento de movilización, trabajo a desgano y gran cantidad de
apagones en diferentes zonas.
De estas dos últimas medidas de fuerza (trabajo a desgano y apagones) resultan dos tácticas
características del período: el trabajo a tristeza (que constituye una novedad) y los sabotajes.
Respecto del primero comenta un delegado despedido de SEGBA en octubre de 1976: “Es una
variante (el trabajo a tristeza) de lo que se llama trabajo a desgano. Nosotros decimos que no
podemos trabajar porque estamos tristes [...] porque echan a nuestros compañeros, [...] porque
ganamos poco [...] En fin, hay miles de razones para que los trabajadores argentinos hoy estemos
tristes. Por eso no levantamos un dedo para hacer lo que nos mandan”. Acerca de los sabotajes, el
mismo delgado comenta: “...para un hombre que viene trabajando muchos años entre los cables y
las cámaras, provocar un cortecito de energía es muy simple. Así comenzaron los atentados...
cuando los trabajadores de una especialidad se deciden a sabotear una producción, es imposible
intentar todo tipo de represión ya que es posible que encarcelen a cientos pero con uno que quede,
37
el sabotaje esta asegurado” .
Este conflicto continúa con paros, trabajo a desgano y una gran cantidad de sabotajes, a lo largo de
los meses de diciembre, enero y febrero. Concluye finalmente con la detención y desaparición de
Oscar Smith, “lo cual significó una terrible advertencia para los sindicalistas de cualquier nivel”,
38
desactivando la lucha de los trabajadores de las empresas eléctricas . El sindicato de Luz y Fuerza
y los diferentes gremios que nucleaba sufrieron un gran desgaste debido al número de trabajadores
secuestrados, detenidos y despedidos. Después de 1977 no protagonizará más luchas frontales, sólo
se sumará a las movilizaciones de noviembre de 1977 y de 1979.
En 1976 tuvieron lugar además huelgas en la mayoría de las empresas automotrices (Ford, General
Motors, Fiat, Renault), en el ámbito portuario, entre setiembre y octubre. En 1977 los conflictos
laborales se extienden en todo el país, con un aumento importante en el número de trabajadores
involucrados. Se destacan los conflictos en la zona industrial de Rosario y San Lorenzo, que
cuentan con la adhesión de trabajadores agrícolas. En la planta de IKKA-Renault en Córdoba, se
reclama el aumento salarial del orden del 50%. La modalidad de protesta es una huelga de brazos
caídos: se produce una dura represión y enfrentamiento abierto con las fuerzas de seguridad,
39
dejando como saldo 4 obreros muertos. Se sucedieron huelgas y paros en el transporte de corta,
media y larga distancia (subterráneos, ferrocarriles) y en los gremios metalúrgicos, textil, mecánico
y bancario, entre otros. Según datos de A. Fernández, en noviembre de ese año 21 sectores
gremiales suspendieron sus actividades laborales en reclamo
Asistimos entonces a un derrotero de resistencia y conflictividad laboral en los años del llamado
“proceso” que a pesar de las medidas represivas logró cierta continuidad a lo largo del periodo, si
bien es necesario destacar su carácter disperso, inorgánico la mayoría de las veces. La ausencia de
coordinación sindical se mantuvo hasta un punto en el que se hizo necesario canalizar en las vías
orgánicas la resistencia molecular de las bases obreras, por una dirigencia
El periodo histórico que se inaugura en marzo de 1976 en la Argentina
encuentra a un movimiento obrero que venia presenciando actos de
represión en particular en su sector más combativo. A partir del golpe, la
implementación sistemática de la represión a gran escala acompañada de
una legislación laboral comienza a socavar la capacidad de organización,
negociación y presión del movimiento obrero argentino frente a las
políticas económicas y laborales impulsadas desde el Estado Nacional.
Como vimos, esta fue condición necesaria para la brutal apertura de la economía y la especulación
financiera que se propuso el equipo económico del P. R. N. con Martínez de Hoz a la cabeza.
Si reducimos la escala de análisis y fijamos la atención en las bases obreras del movimiento sindical
argentino, podemos relativizar ciertas miradas que tienden a calificar al periodo 76-83 respecto al
accionar de la clase obrera como de “desmovilización” y “repliegue”. Un análisis del accionar
obrero a nivel de las fábricas, de los lugares de trabajo, nos enfrenta a cierto grado de oposición,
conflictividad y activismo gremial no solo frente a las políticas económicas y laborales del regimen,
sino también a los constantes ataques de sector empresarial. La relación entre trabajadores y
patronal durante la última dictadura militar argentina constituye también un vacío a llenar desde la
producción historiográfica sobre el periodo.
El estudio de los conflictos obreros a partir de 1976 nos revela el accionar de “delegados
provisorios”, de comisiones internas clandestinas, de trabajadores comunes que se ocultan tras
conflictos “sin cabezas visibles” generando la demanda de empresarios y militares de un
“interlocutor válido” con quien negociar finalmente.
Estas bases generaran una presión constante, directa o indirectamente, hacia sus dirigentes
sindicales para que canalicen sus demandas y planteen un plan de acción concreto, de
12

Los trabajadores como sujetos políticos. Notas sobre

una vieja polémica

expresado en el acontecimiento del 17 de octubre. Y

es que se define con mucha nitidez la aparición de los trabajadores

como actores políticos. No es que estuvieran ausentes, pero nunca

ningún movimiento pol

Lo distintivo del peronismo es su

inclusión como actor social colectivo.

la constitución de nuevas identidades colectivas populares.

Habría que

considerar además la alienación de las masas en un orden social y

político excluyente, entendiendo que la naturaleza de la inserción de

los trabajadores al peronismo se comprende a partir de la

marginalidad política de los sectores populares y de la falta de acceso

a la ciudadanía durante la década infame

Su atractivo fundamental es su capacidad para redefinir la

noción de ciudadanía dentro de un contexto más amplio,

fundamentalmente social. Ante la exclusión política de los tiempos de

la restauración conservadora, articula un lenguaje de inclusión que se

apropia del legado yrigoyenista de una retórica en donde prevalecen

los símbolos de una lucha contra la oligarquía con un lenguaje

tradicional acerca de la ciudadanía y los derechos y obligaciones de

carácter político. Esto, que no es novedoso, adquiere significación y

eficacia ante la crisis de confianza generada en la década infame en


las instituciones y los partidos tradicionales, incluida la Unión Cívica

Radical. El éxito del peronismo se explica por su capacidad para

refundar el problema total de la ciudadanía en un molde nuevo de

carácter social. Contra la formalidad de la ciudadanía política de los

partidos tradicionales opone una ciudadanía social, y en oposición a la

democracia formal postulada por el liberalismo propone una

democracia real plena de reconocimientos y derechos para las masas

trabajadoras. Acompañando las mejoras en las condiciones de vida,

realiza un llamamiento a la clase trabajadora como clase y no sólo

como un conjunto de ciudadanos atomizados. Los invita a

incorporarse al Estado por medio de los sindicatos, la expresión

organizada de dicha clase. Pero además les asigna un papel

protagónico principal en la construcción de una nueva Argentina,

relacionando su accionar con la industrialización y el nacionalismo

económico.

“El problema político se concentró sobre un tema fundamental: qué hacer con
la masa mayoritaria que apoyaba a Perón y que rechazaba obstinadamente su
apoyo a las diversas y variadas alternativas políticas que unos y otros
imaginaron para seducirla. Durante dieciocho años fueron estériles los
esfuerzos para encontrar una fórmula supletoria a la que apoyaban
fervientemente las masas mayoritarias.”
José Luis Romero

ientras las principales potencias reconocían al nuevo gobierno, en Villa Manuelita, una
barriada muy pobre cercana al frigorífico Swift, en la zona sur de Rosario, bajo la
atenta de las fuerzas represivas de la caballería, un grupo de mujeres, junto con sus
pequeños hijos, colgó un cartel en el tanque de agua. Lo habían escrito con brea
sobre una improvisada tela armada con guardapolvos cosidos y allí podía leerse:
“Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita no lo reconoce”. Cuenta Juan
Vigo:
De la columna de jinetes, tres soldados se apearon y lentamente se acercaron al
tanque. Venían con la orden de quitar la bandera que desafiaba al general rebelde.
Las mujeres arrastraban a sus pequeños hijos que lloraban y los alzaban
consagrándolos hacia Dios que, a lo mejor estaba en el cielo: “¡Adelante!...
¡mátenlos!... ¡asesinos!... ¡mátenlos!... ¡tiren cobardes!” Los tres soldados se dieron
media vuelta y volvieron corriendo. Dicen que uno iban llorando. Y Villa Manuelita,
firme, no se rendía […]. El 23, mientras Lonardi entraba triunfante en Buenos Aires,
vitoreado por todas las especies del antiperonismo y la oligarquía, Villa Manuelita
adherida a su agonía, resistiéndose a morir de indignidad. Los soldados intentaron
tres veces sin éxito sacar la bandera que desconocía el triunfo del golpe. Fueron
corridos a piedrazos y ladrillazos a las afueras de la Villa por una muchedumbre que
coreaba el nombre del presidente depuesto. Habían montado guardias al pie del
tanque y nadie aflojaba. Pero los festejos no pueden esperar: la oligarquía aguarda su
banquete y lo quiere en paz y el país tiene que demostrar que está en calma. Se
descarga toda la oleada represiva en un solo día y comienzan a avanzar las
tanquetas, los caballos y desde las avionetas empiezan a tirar latas con gases
lacrimógenos que explotan sobre los techos de las casillas. 4

En las barriadas humiles, en los cordones industriales, en el interior profundo, al borde


de las cañas de azúcar, de los algodonales, las familias peronistas sabían que más
allá de las proclamas y los discursos, el gobierno que asumía no venía
precisamente a liberarlos, sino más bien a todo lo contrario, a llevarse por
delante todas las conquistas sociales, todos los derechos adquiridos. Sabían
también que comenzaría la revancha de los poderosos y por lo tanto había que
prepararse para una larga lucha.

Recordaba uno de los miembros de aquella resistencia:

Desde el golpe de estado del 16 de setiembre de 1955, Rosario se convirtió en un


bastión de la resistencia peronista en contra del golpe militar. En Villa Manuelita, viven
modestamente familias obreras que trabajan en el frigorífico, trabajadores ferroviarios
y portuarios donde existe un importante apoyo al gobierno peronista. En el tanque de
agua aparece un cartel “Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita no lo
reconoce”.

Empleadas del frigorífico se reúnen en las calles preocupadas por sus fuentes de trabajo.
Conocían el alzamiento de Córdoba y se organizaba la resistencia contra las fuerzas golpistas. En
la creciente agitación, una de ellas desabrochó su blusa y dirigiéndose hacía los enemigos gritó:
"¡Tiren! ¡No le tenemos miedo!". Los resistentes bloquearon las vías del tranvía.

Llegó una formación de soldados con la orden de tomar el tanque de agua. De la columna, tres
de ellos se acercaron con la orden de quitar la bandera que desafiaba al general rebelde. Las
mujeres se interpusieron con sus hijos frente a los militares, que decidieron retirarse. Nunca
penetraron en Villa Manuelita.
Los enfrentamientos en todo el país se extendieron hasta el 21 de septiembre y finalizaron
cuando Perón renunció a la presidencia y marchó al exilio

Esta es la frase que seleccioné:«Nosotros no matamos personas, matamos


subversivos».(General Ramón Camps, citado por José Pablo Feinmann, «La hora de la
indignación», en Página/12, 4 de septiembre de 2004)

Elegí esta frase por la contundencia con la que evidencia la faceta más nefasta del terrorismo
de estado: la deshumanización sistemática del enemigo. El régimen militar se encargó se
construir un “otro” identificado como subversivo, considerado amenaza peligrosa y fuente de
conflictos. Esta demonización y objetivación del opositor político supuso excluir de la
condición humana a todos aquellos a quienes se pretendía eliminar, no solo físicamente sino
que también se buscó suprimir su identidad, su ideología, su historia y legado, como
menciona Pittaluga se trató de un crimen ontológico.

Este plan macabro que llevó el gobierno militar lo ejecutó y llevo a través de una profunda
transformación de la estructura económica, que implicó la desarticulación y liquidación de la
pequeña y mediana industria en favor de los sectores exportadores Agropecuarios e
Industriales nucleados en torno a los grandes grupos económicos

Entre las de mayor impacto estuvieron la apertura de la economía a través de la eliminación


de los mecanismos de protección a la producción local, lo que terminó afectando directamente
a la industria nacional frente a la competencia de los productos importados; y la creación de
un mercado de capitales a través de la Reforma Financiera de 1977 que liberó la tasa de
interés y dio impulso a la especulación.

Suprimió las condiciones económicas que convertían a los trabajadores en un actor social
clave; volcando sobre la clase obrera todo el peso de la represión política, apuntando a sus
integrantes más activos y a las organizaciones sindicales.

Se intentaba reducir al máximo las conquistas sociales de los trabajadores.

Todo intento de protesta o resistencia por parte de los trabajadores ante estos avances, fue
tajante mente reprimida.

“Nosotros decimos que no podemos trabajar porque estamos tristes. Tristes porque echan
a nuestros compañeros, porque ganamos poco, porque cercenan nuestros convenios. En
fin, hay miles de razones para que los trabajadores argentinos hoy estemos tristes” (Pablo
Pozzi, La oposición obrera a la dictadura (1976–1982), Buenos Aires, Imagomundi, 1988.)

a complicidad de las empresas con las fuerzas armadas es solo un ejemplo del nivel de
atrocidad que alcanzo la ultima dictadura militar. Quiero rescatar del material que la principal
causa de denuncia de trabajadores por parte de los patrones era su desempeño como activistas.
Esto indica, como decíamos en la primera clase, que "enemigo" era considerado todo aquel que
no este conforme con el gobierno militar.

"...Los directivos de las grandes empresas no sólo aceptaron la represión a sus trabajadores,
sino que la demandaron y guiaron, proporcionando listados de trabajadores a ser
secuestrados y
aportando recursos para el funcionamiento de la maquinaria de la represión"
¿Por qué las empresas se involucraron tanto y participaron del terrorismo de Estado? Por un
lado esta situación ocasiono aislamiento entre los trabajadores y la prohibición de la actividad
colectiva. Esta anulación del derecho de los trabajadores a asociarse trajo como consecuencia
el aumento de la explotación siempre en beneficio de las grandes empresa

El proyecto económico de la dictadura militar dio comienzo a la implantación del modelo


neoliberal en nuestro país, siguiendo las directrices de los organismos financieros
internacionales. El liberalismo económico y el autoritarismo político se aunaron para
desmantelar el aparato productivo del país y reprimir al sector obrero, lo que produjo un fuerte
impacto en la estructura económico- social argentina.

Este modelo rentístico-financiero tuvo como pilares la apertura irrestricta al mercado externo
en detrimento de la industria nacional, la concentración de capitales en manos de grandes
grupos económicos y empresas transnacionales, el auge de la especulación financiera y el
crecimiento de la deuda externa y la aplicación de una política regresiva en la distribución del
ingreso, siendo los trabajadores la variable de ajuste del plan económico. Esto se tradujo en la
pérdida de fuentes de trabajo, la reducción de los salarios y la supresión de los derechos
laborales, incrementando la exclusión social de los sectores populares. El terrorismo de
estado impuso el disciplinamiento social e impidió toda forma de resistencia al modelo
económico. El objetivo fue desmantelar y reprimir toda forma de organización obrera y
sindical, para lo cual se contó con el apoyo de las patronales, no obstante los trabajadores
asumieron formas alternativas de resistencia. En síntesis, este plan de desregulación y
exclusión dejó profundas huellas, condenando a la pobreza a los sectores mayoritarios de la
población. Como plantea Rodolfo Walsh: "En la política económica de ese gobierno debe
buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a
millones de seres humanos con la miseria planificada.

En 1976 se produjo en la Argentina un nuevo golpe


militar que generó cambios profundos en la economía, la
sociedad y la cultura, que modificó las formas de la protesta
social e instauró un gobierno dictatorial sin antecedentes
en cuanto a la magnitud de la violación de los
derechos humanos. La protesta obrera estuvo marcada
por una política represiva que diezmó las organizaciones
de base y eliminó a los trabajadores más combativos. La
extensión del autoritarismo a todos los niveles de la sociedad
civil ayudó a que algunos sectores de la población
buscaran nuevos canales de participación democrática
y expresión política, por lo que la protesta social
excedió el mundo del trabajo e involucró a familiares de
los detenidos y desaparecidos,
La represión fue fundamental para implementar la
política económica y social del gobierno. Buscó destruir
la tradición de intervención estatal que se había forjado a
lo largo del siglo XX e impulsar un mercado de capitales
a corto plazo y la movilidad sin trabas de las divisas. Las
primeras medidas del equipo económico encabezado por
José Alfredo Martínez de Hoz suprimieron las negociaciones
colectivas y prohibieron las huelgas.
Como el gobierno militar se propuso
modificar el rol de la clase obrera y de sus representaciones,
se atacó no sólo a los sectores más
combativos del movimiento obrero sino también a la vieja
estructura sindical que se había consolidado desde 1945.
También se desarticuló la estructura nacional centralizada
del movimiento obrero, que, por otra parte, había sido
Durante este periodo, se buscaba destruir el tipo de organización
sindical afianzado durante la segunda mitad
del siglo XX y, en buena medida, los gremios tuvieron que
resistir las disposiciones implementadas por el régimen.
La magnitud de la represión produjo una
notoria desmovilización general de los trabajadores entre
1976 y 1981, aunque la resistencia fue importante en
algunas fábricas y empresas de servicios.
Los trabajadores organizados siguieron utilizando
los repertorios de confrontación que habían empleado tan
eficazmente en décadas anteriores, pero evitaron los
enfrentamientos abiertos y directos, pues eran muy vulnerables
ante la represión. Por eso utilizaron a menudo
la huelga de brazos caídos y el trabajo a desgano o a
reglamento, usado en el pasado cercano y que ahora
pasó a llamarse «trabajo a tristeza» debido a las dificultades
impuestas por la insuficiencia del salario,
Para comprender este rasgo es preciso
tener en cuenta que los militares entendían como
«subversivo» todo tipo de confrontación social y que
instauraron una política destinada a «extirpar» todo intento
de «disociación social». Los reclamos obreros se
realizaban en un clima de amenazas y presiones que fue
claramente expresado por un obrero cuando decía que
«uno estaba trabajando y tenia un soldado con un fusil
al lado». La magnitud de la represión en el campo laboral
sólo pudo realizarse con el apoyo decidido de los empresarios,
que contribuyeron a la depuración del movimiento
obrero de todos los elementos que pudieran obstaculizar
los planes para disciplinar y subordinar a la clase obrera.
A pesar de la represión, las expresiones de descontento
podían ocupar carriles distintos de los de la tradicional
protesta obrera. Como se ha visto, durante la
década del sesenta fue tomando forma una cultura de la
rebelión juvenil que podía expresarse a través del movimiento
estudiantil o de los partidos políticos; pero para la
dictadura, el mero hecho de ser joven era peligroso; por
lo que cerró todos los canales de participación con represión.

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