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MARÍA CREYENTE

“La fe no es simplemente creer por ser verdadero, es un don


total de sí a Dios, es arriesgar bajo su palabra la propia vida”.
María es la primera que creyó en Cristo. La primera en
responder con un sí total a su persona. Acoge totalmente a Cristo
con un corazón disponible. Isabel ve en Ella a la creyente y la felicita:
“¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá” (Lc. 1,45). María ha respondido siempre con generosidad y
empeño a las diversas invitaciones que Dios le hizo a lo largo de su
vida.
En este año de la fe el Papa quiere que recorramos “un
camino para reforzar o reencontrar la alegría de la fe” (17-10-2012),
María fue la primera en recorrerlo, “avanzó en la peregrinación de la
fe y conservó fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (LG 58).
Ella quiere y puede ayudarnos a caminar por esa senda este año y
durante toda nuestra vida. Ella vivió en condiciones de peregrina.
Reflexionemos bajo el amparo y modelo de nuestra Madre
para vivir más intensamente nuestra fe, sigamos su ejemplo
escuchando la palabra revelada, acogiéndola y aceptándola en el
corazón, tomándola como luz y norma de nuestra vida.
La fe es creer en el amor de Dio y en su acción
Profundicemos en lo que pide de nosotros nuestro vivir como
creyentes. Creer no es solo asentir a las verdades particulares sobre
Dios; “es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es
Padre y me ama; es adhesión a un “Tú” que me dona esperanza y
confianza…La fe es creer en este amor de Dios que no decae ante la
maldad del hombre, frente al mal y la muerte, sino que es capaz de
transformar toda forma de esclavitud, donando la posibilidad de la
salvación. Tener fe, entonces, es encontrar a este “Tú”; que me
sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no
sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con
la actitud del niño, quien sabe que todas sus dificultades, todos sus
problemas están asegurados en el “tú” de la madre…” (24-10-2012).
 ¿Nos hemos encontrado ya con este amor? ¿Sustenta toda
nuestra jornada?
 ¿Vivimos alegres y confiados sabiendo que nos puede liberar de
todas las manifestaciones del pecado que aparecen en nuestra
vida y en la de los otros?
 ¿Veo la acción de Dios en todo lo que ocurre y que El permite
para mi bien?
Respondamos con un AMEN Y ALELUYA a todo lo que el Señor nos
va presentando sea dulce o amargo. Vivir confiados a la acción de
Dios nos hace vivir sin miedo y con la certeza de que El actúa. Si
tuviéramos conciencia del amor personal que el Señor nos tiene lo
tendríamos todo hecho.
S. Juan de Ávila nos da un consejo muy hermoso para que
vivamos en y de este amor: “No esperéis horas ni lugares ni obras
para recogeros a amar a Dios; mas todos los acontecimientos serán
despertadores de amor. Todas las cosas que antes os distraían,
ahora os recogerán; y las que derribaban vuestra confianza, ahora
os la esforzarán. Porque, decidme, ¿quién no confiará de quien ve
ser tan amado, que a cada momento le hace mercedes?
Bienaventurado aquel a quien Dios dio sentimiento de su bondad en
todas las cosas, y que de todas usa en viva fe; y miserable de aquel
que hace de las armas de la confianza instrumento para desconfiar,
y se tornan carbones apagados y apagadores los encendidos
carbones que Dios le envía para le encender…porque gran
descanso es para un señor tener un criado que le entienda bien lo
que le dice.” (Carta 39)
* Todos los acontecimientos ¿ya son “despertadores de amor”?
Vemos la mano amorosa de Dios en todo?.
* ¿Vivimos dispersos, distraídos, nerviosos con cosas y personas o
todo nos ayuda a recogernos y mostrarnos agradecidos a la acción
amorosa de Dios que se manifiesta de tantas formas?
* “Bienaventurado aquel a quien Dios dio sentimiento de su bondad
en todas las cosas, y de todas usa en viva fe” María se nos muestra
aquí como modelo, aparece como una mujer sabia que recuerda
actualiza e interpreta acontecimientos sucedidos en el nacimiento e
infancia de su Hijo, y se pregunta sobre el significado de palabras
oscuras, sobre las cuales se proyecta la sombra de la cruz y acoge
los silencios de Dios con un silencio de adoración. ¿Nos recogemos
ante cualquier acontecimiento para adorar la acción de Dios?
La fe es un entregarse a un “TÚ”
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que sólo es posible
creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero
igualmente requiere una respuesta por nuestra parte: “…salir de uno
mismo, de las propias seguridades, de los propios esquemas
mentales, para confiarse a la acción de Dios que nos indica su
camino para conseguir la verdadera libertad, nuestra identidad
humana, la alegría verdadera del corazón, la paz con todos…Así
pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro
corazón dicen su “sí” a Dios…Y este “sí” transforma la vida, le abre el
camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de
alegría y de esperanza fiable” (Benedicto XVI,24-10-2012).
Creer supone dejar un estilo de vida que no se ajusta al
evangelio, supone salir de mí, de mi comodidad, de criterios
egoístas, de “las propias seguridades”, de formas de pensar que no
están iluminadas por la fe. ¡Qué fácil es bajar, bajar, bajar…hasta
quedarnos con criterios y comportamientos a ras de tierra, sin la
altura y plenitud de la fe!. Si así lo hacemos estamos cerrando la
puerta a la preciosa posibilidad de vivir de un modo superior, como
hijos de Dios y estamos renunciando, a veces sin saberlo, a “nuestra
identidad humana, la alegría verdadera del corazón, la paz con
todos...”
Confesar mi fe, decirle mi “sí” a Dios “implica la disponibilidad
a dar mi vida, aceptar la pasión…Por la “confessio” realmente vale la
pena sufrir, vale la pena sufrir hasta la muerte. Quien hace esta
“confessio” verdaderamente demuestra de este modo que cuanto
confiesa es más que vida: es la vida misma, el tesoro, la perla
preciosa e infinita” (Benedicto XVI-8-10-2012).
*¿Estamos dispuestos a darle en cada momento nuestra vida a
Cristo haciéndole presente en nosotros y a través de nosotros?
* ¿Estamos dispuestos a defender nuestra fe cuando el ambiente es
adverso, “cuando nos complica las cosas”?
*¿Sabemos aceptar el sufrimiento que conlleva el “prescindir del
propio yo”, para poderle decir nuestro “sí” a Dios, a su plan de
salvación sobre nosotros y todos los hombres?
* ¿Demuestro con mi vida que para mí la fe es el tesoro más
precioso, la perla preciosa e infinita?
La fe hay que testimoniarla
El creyente ha recibido la fe de otro y debe trasmitirla a otros.
Estamos llamados a cooperar con Dios en la nueva evangelización
fundados en la oración y en su presencia real, El es el que actúa.
“Pero, por otra parte, este Dios, Que es siempre el principio, quiere
que participemos con nuestra actividad…e implicando nuestro ser,
toda nuestra actividad.” (Benedicto XVI,8-10-2012)
* ¿Ya está implicado todo nuestro ser en esta tarea evangelizadora?
¿Me he parado a pensar despacio lo que esto exige de mí en mi
estado, a mi edad, en mi trabajo, en mis circunstancias concretas?
El Papa nos dice que profesar nuestra fe en nuestros
ambientes es “presentar positivamente una realidad” ¿Cuál es esta
realidad? No otra que hacer presente el rostro de Cristo en cada uno
de nosotros. Ocurre así cada vez que reconocemos y reparamos
nuestras faltas, cuando somos humildes y sencillos y sentimos la
necesidad de dar cuenta de nosotros mismos, cuando no nos
aferramos al propio parecer y voluntad, cuando no nos quejamos de
nada ni de nadie, cuando no buscamos compensaciones humanas :
estima, afecto, fama, prestigio…, cuando sabemos obedecer,
aprovechar el tiempo al máximo, hablar lo menos posible de nosotros
mismos, evitar una curiosidad, sonreír a los que nos contradicen,
aceptar las contrariedades con buen humor, cuando no nos
defendemos y sabemos aceptar la incomprensión, el olvido, el
menosprecio….
A cada uno de nosotros el Espíritu Santo si sabemos
escucharle nos irá diciendo cómo debemos hacer presente el rostro
de Cristo en nuestra vida.
Somos también conscientes de otra realidad que nos
recuerda el Papa: “…además de una respuesta positiva al don de la
fe, existe también el riesgo del rechazo del Evangelio, de la no
acogida del encuentro vital con Cristo. Ya san Agustín planteaba
este problema en un comentario suyo a la parábola del sembrador:
“Nosotros hablamos –decía-, echamos la semilla, esparcimos la
semilla. Hay quienes desprecian, quienes reprochan, quienes
ridiculizan. Si tememos a estos, ya no tenemos nada que sembrar y
el día de la siega nos quedaremos sin cosecha. Por ello venga la
semilla de la tierra buena” (Discurso sobre la disciplina cristiana) . El
rechazo, por lo tanto, no puede desalentarnos. Como cristianos
somos testigos de este terreno fértil: nuestra fe, aun con nuestras
limitaciones, muestra que existe la tierra buena, donde la semilla de
la palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, de paz y de
amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la
Iglesia con todos los problemas demuestra también que existe la
tierra buena, existe la semilla buena y da fruto”. (Benedicto XVI 24-
10-2012)
El Señor nos pide que seamos esta semilla buena, que
sepamos enterrarnos cada uno para dar frutos de santidad en la
Iglesia, como Cristo y otros hermanos nuestros han hecho antes que
nosotros.
Pidamos a María, la primera y mejor creyente que nos ayude
a vivir como Ella, aferrados por Cristo, que seamos “Personas que
sean casi un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva
en el Espíritu, la presencia de ese Dios que nos sostiene en el
camino y nos abre hacia la vida que jamás tendrá fin” (Benedicto
XVI,24-10,2012). Que así sea.

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