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La revisión frecuente de las obras clásicas resulta ser un ejercicio muy conveniente
para reafirmar los conceptos de la filosofía política. Mi profesor titular solía
recomendarme, en mis tiempos de ayudante, que no malgastara mi tiempo abrumándome
con múltiples lecturas de variados autores "lea los clásicos" —por el contrario—
recomendaba: "pero bien leídos" insistía "de ese modo comprenderá mejor a razonar las
cosas...".
Así como Maquiavelo, Hobbes, Bodin, Locke, Rousseau, Montesquieu, Siéyes y Alexis
De Tocqueville no pueden estar ausentes en cualquier serio intento de hacer teoría
política, lo cierto es que en la teoría del Estado no pueden faltar los aportes de los tres
grandes autores alemanes que fueron Herman Heller, Hans Kelsen y Georg Jellinek, a
quien cabría sumar a Carré de Malberg, quien llevó el método alemán al análisis del
Estado francés. Será a partir de una construcción teórica sobre el estado el método en que
se arribe a una fundamentación del concepto de "Estado de derecho".
Cada una de estas teorías puso su énfasis o enfoque en algún aspecto particular, así
Herman Heller elaboró una teoría del Estado que tuvo en cuenta la fenomenología, es
decir, el análisis sociológico de los aspectos fácticos que fundamentan la creación de
instituciones. Por su parte, Hans Kelsen construyó una teoría jurídica, al punto tal de
identificar al Estado con la totalidad del ordenamiento jurídico. El aporte de Jellinek no
solamente ha sido más descriptivo, sino también más amplio desde el punto de vista
científico al partir de un criterio dualista que considera tanto los aspectos sociológicos
como los jurídicos del Estado.
Sucede que el Estado no existió siempre, no es un dato "dado" en el orden de las cosas;
sino que, por el contrario, estamos ante un epifenómeno que aparece como consecuencia
de una evolución cultural de los pueblos. Una vez que se arribara a ese estadio histórico,
ha quedado probada y ratificada la necesidad de su existencia y su papel fundamental
como árbitro de las relaciones entre el capital y el trabajo.
Hay también una distinción previa que resulta necesario efectuar entre los conceptos de
"imperio de la Ley" y "Estado de derecho" (Rule of Law, Etat de Droit, Rechstaat) que
no solamente no son sinónimos sino que además cada uno de estos términos se encuentra
sujeto a disputas sobre su definición normativa. Puede, sin embargo, afirmarse que la
mayoría de las definiciones tienen un núcleo común o denominador común, cuál es que
el sistema legal es un sistema jerárquico ordenado a partir de una Constitución que aspira
a su completitud como sistema a través de la existencia de principios lógico-formales que
se ordenan conforme a la lógica de los antecedentes y que contiene normas de clausura
del mismo sistema.
Georg Jellinek fue profesor en la Universidad de Heidelberg entre 1891 hasta su muerte
acaecida en 1911. Allí también aparecería la contribución alemana a la sociología a través
de las enseñanzas de Max Weber que se esparcían a través de los bellos paisajes frente al
río. Jellinek había nacido en 1851 y su obra titulada Teoría general del Estado ha sido
una contribución de enorme importancia, no obstante haber quedado pendiente una
segunda parte que planeaba escribir acerca de una "Teoría especial o particular del
Estado".
En su Teoría general, Jelinek afirma que el Estado tiene una doble naturaleza: es,
primeramente, una formación histórica a la que se adosa el derecho, pero que no pudo
crear a éste, sino que es más bien el fundamento de su existencia. El ser precede a la
norma, el hecho hace nacer el derecho, lo real se transforma en normativo. Pero, a su vez,
la norma origina, en virtud de un elemento racional y progresivo, un orden superior al
derecho positivo. Por ello, el Estado es al mismo tiempo una formación social y una
institución jurídica; de ahí que, para estudiarlo, sea preciso el concurso de dos ciencias
autónomas: la teoría jurídica del Estado y la teoría social del Estado. A la primera
corresponde la aplicación del método jurídico, mientras que a la segunda el método de las
ciencias naturales.
Jellinek no es una excepción en ese sentido. De manera que su traductor al español que
fue Fernando de los Rios Urruty se ocupó en la introducción a la obra de la genealogía de
la teoría de Jellinek, destacando dos influencias principales: la de Gerber y la de Gierke.
A la influencia de Gerber debe Jellinek la consideración del poder público como un
derecho del Estado, así como la consideración de la personalidad moral del Estado como
un concepto de carácter ético que se expresa a través de una metodología jurídica.
También se origina en Gerber el concepto de órgano, que resultará fundamental en la
teoría del Estado de Jellinek toda vez que, será a través de la acción de los órganos que
se realizará la acción de la personalidad del Estado.
El poder de querer del Estado es, según Gerber, el derecho de éste, siendo
consecuentemente el derecho político, la doctrina del poder del Estado. Así, las ideas
fundamentales en la doctrina de Gerber son: el Estado-persona moral; el Estado-poder
público y el concepto de órgano; ideas que se incorporan a la doctrina de Jellinek con
algunas variantes.
De esa misma corriente se expresan en la obra de Jellinek una dirección realista en el
derecho político que proviene de la teoría de Max Seydel y una justificación del
organicismo frente al individualismo en el que se nota el aporte de Van Krieken.
Considerando que el derecho no está formado para organismos sino para personas, llegó,
sin embargo, a considerar la personalidad del Estado exclusivamente como un
instrumento técnico para la construcción jurídica y no como una personalidad dotada de
vida interna.
Aparece así nuevamente el carácter orgánico del Estado como producto de fuerzas
sociales que se manifiestan también en el propio individuo, mostrándose como un
organismo social humano con vida común, propia, distinta de la de sus miembros y que
forma una unidad.
El Estado tiene un poder político que nace de la voluntad general para realizar un fin o
fines determinados.
Es Estado de derecho como se suele llamar, porque no se exterioriza sino en el derecho y
propone el orden jurídico como norma y limitación de su voluntad soberana, pero el
Estado de derecho (Rechstaat) debe ser también Estado de cultura (Kulturstaat).
De ahí que el aspecto jurídico del Estado no agote la doctrina acerca del mismo y habrá
que hacer, por ende, estudios sobre la naturaleza física, económica, ética y política del
mismo.
Jellinek inició su labor de publicista con una tesis doctoral en la que analizó la concepción
del mundo de Leibniz y Schopenauer; esa experiencia sirvió para despertar en él su
preocupación por algunos problemas capitales de la ética. Para Leibniz, la perfección y
la búsqueda de la perfección es un estado positivo (teodicea), en tanto para Schopenauer
predomina una visión más pesimista que interpreta que en el obrar humano el principio
es negativo (injuria).
A esto responde Jellinek que si el obrar injusto fuera el principio positivo no se podría
fijar el concepto de derecho donde la referencia es positiva. De allí también que para
Jellinek el derecho tenga el valor de representar un "minimun ético", de donde resulta el
siguiente principio ético: "Si quieres que la sociedad evolucione necesitas obrar de tal
suerte que tu acción contribuya al progreso".
La doctrina del Estado de Jellinek afirma que el derecho, encausado por una voluntad
para favorecer constantemente los intereses que está llamado a amparar y auxiliar, da al
Estado, su fin y la razón de su existencia: favorecer los intereses solidarios, individuales,
nacionales y humanos en la dirección de una evolución progresiva y común. Se trata de
fines que hacen del Estado un valor categórico y un fenómeno consustancial en la historia.
Sostiene que el Estado puede ser considerado desde un doble punto de vista: sociológico
y jurídico, aunque el fundamento último del mismo es de carácter metajurídico, de
manera que la positividad del derecho no se fundamenta en otra norma o principio del
mismo ordenamiento sino que descansa en la convicción de su obligatoriedad.
Un correcto análisis exige ubicarse en el tiempo histórico en que nuestro autor escribe a
principios del siglo XX con la llegada tardía de Alemania al Estado liberal de derecho y
bajo el modelo de Bismark a quien Jellinek tiene en mira durante su obra.
Quien ejerce el poder y el dominio, obra en base o en nombre de la ley, se limita a invocar
de forma de forma competente una norma válida. Una instancia legislativa hace las leyes,
pero esta no rige, ni tampoco dispone, ni aplica esas leyes, sino que tan solo elabora
normas válidas en nombre y bajo sometimiento a las autoridades que las aplican y que
tiene que ejercer el poder estatal.” (Carl Schmitt, 2006, pág. 2-3)
Pero respondiendo a las críticas, no debe dejar de observarse que, si bien la tesis
decisionista puede encontrar fundamentos a la construcción de un derecho objetivo como
poder del Estado y en la personalidad moral del mismo; no obstante para Jellinek el obrar
estatal al ajustarse al derecho y no solamente a una vertiente sociológica del poder,
asegura un "minimun ético" que también debe reflejarse en los fines del Estado para
asegurar la solidaridad y el progreso común, criterio ético que en nuestra opinión lo
diferencia del decisionismo de Schmitt; rescatando el formidable aporte de Jellinek a la
construcción de una doctrina orgánica del Estado que lo analiza tanto en su composición
como en la dinámica de su actuar.
Sin embargo, establecer cuál es el modelo de Estado adecuado para alcanzar los fines
constitucionales no es tarea fácil, máxime cuando los dos modelos enunciados
anteriormente, representaron momentos históricos diferentes, con necesidades diferentes,
y poco a poco han sido revaluados, y actualmente nos encontramos ante la necesidad de
encontrar o estructurar un nuevo modelo estatal que respete los derechos que los
ciudadanos han conquistado frente al Estado, en los términos de Ronald Dworkin1, e
igualmente genere espacios de interacción y crecimiento económico ante una nueva era
de globalización y tecnología.
1 R. Dworkin. La lectura moral y la premisa mayoritarista en Democracia deliberativa y derechos humanos, 2004,
Barcelona: Gedisa Editorial S.A. pp. 101 – 111.
Ante este escenario, quizás nos damos cuenta que no es fácil encasillar la labor del Estado,
en una tarea de árbitro externo que no se involucra con las necesidades de sus ciudadanos
y que simplemente plantea reglas mínimas de juego, sin importar las condiciones de
igualdad, libertad, capacidades o acceso a bienes y servicios que tienen las personas que
representa. Pero tampoco, añoramos un Estado acaparador, que interviene como actor
principal en todas las áreas de la vida jurídica, social y económica de una sociedad.
Siendo eminente la creación de una tercera concepción de modelo estatal, que sin
pretender ser totalmente diferente a las anteriores, en realidad es una hibridación o
armonización de los planteamientos radicales de los dos modelos esbozados
anteriormente.
En la actualidad, el rol o la labor del Estado está centrada en la garantía y real disfrute de
los derechos humanos de los ciudadanos, incluyendo derechos de libertad (derechos
civiles) como los derechos a la subsistencia y a la supervivencia (derechos sociales),
acompañado por un desarrollo económico y social del Estado, cuyas pautas establece
directamente la Constitución, como norma de normas o marco normativo que irradia todo
el ordenamiento jurídico, lo que se ha denominado Estado Constitucional de
Derecho.2 Consecuentemente, el Estado genera espacios de diálogo e intervención activa
de sus ciudadanos e inversión y crecimiento económico, para garantizar mayor cantidad
y disfrute de derechos, pues de lo contrario se pueden reconocer derechos (carta
constitucional), pero no garantizarlos por falta de voluntad política o de recursos
económicos, lo cual conlleva a una utopía de los derechos fundamentales. En otro
contexto, se puede generar crecimiento económico, que no es necesariamente sinónimo
de desarrollo, en el entendido de Amartya Sen, pero no se genera espacios de desarrollo
y bienestar para todos, entonces nos preguntamos ¿Crecimiento económico para qué? O
¿para quienes?
En este entendido, “el desarrollo puede concebirse […] como un proceso de expansión
de las libertades reales de que disfrutan los individuos. El hecho de que centremos la
atención en las libertades humanas contrasta con las visiones más estrictas de desarrollo,
como su identificación con el crecimiento del producto nacional bruto, con el aumento de
las rentas personales, con la industrialización, con los avances tecnológicos o con la
modernización social. El crecimiento del PNB o de las rentas personales puede ser, desde
luego, un medio muy importante para expandir las libertades de que disfrutan los
miembros de la sociedad. Pero las libertades también dependen de otros determinantes,
como las instituciones sociales y económicas (por ejemplo, los servicios de educación y
de atención médica), así como de los derechos políticos y humanos (entre ellos, la libertad
para participar en debates y escrutinios públicos).” (Carl Schmitt, 2006, pág. 90)
Y es aquí, donde surge el Estado Constitucional de Derecho, que tiene la gran misión de
proteger y garantizar un real disfrute de los derechos humanos a todos los ciudadanos y,
asimismo de armonizar los intereses económicos del Estado para generar escenarios de
estabilidad jurídica y económica donde esos derechos y libertades se puedan materializar.
Pero, como sabemos no existen fórmulas mágicas que resuelvan transcendentalmente los
problemas jurídicos, sociales y económicos que se presentan en un sociedad. Por el
contrario, la historia nos ha demostrado que existen procesos, incorporación de
determinadas políticas o estructura estatal que van cambiando el rumbo o destino de los
países. De esta forma, el modelo de Estado Constitucional, per se, no generaría los
cambios estructurales deseados de inclusión social, garantía de derechos humanos y
crecimiento económico, necesita complementarse con otras herramientas o prerrogativas
que le van a permitir desempeñar adecuadamente su labor. Dichas prerrogativas,
considero que podría centrarse en dos, las cuales son: La democracia y el fortalecimiento
de las instituciones estatales, no sin antes aclarar que podría realizarse una lista más
extensa, pero para objeto del presente análisis me centraré únicamente en estas dos.
Los referidos autores señalan que, primero, las democracias no son necesariamente más
eficientes económicamente que otras formas de gobierno, pues su objetivo está focalizado
en el reconocimiento de derechos, no específicamente en obtener más recursos
económicos.
Por otro lado, respecto al fortalecimiento de las instituciones del Estado, que se constituye
en un prerrequisito indispensable para el éxito de un Estado Constitucional y
Democrático, es necesario resaltar que la tradicional tridivisión de poderes – Legislativo,
Ejecutivo y Judicial-, apoya en la elaboración de la concepción institucional y
especializada del Estado, que si bien no agota la cantidad de funciones que cumple el
Estado, sí enmarca las principales funcionales estatales, como son; elaborar las leyes,
ejecutarlas, elaborar políticas públicas, velar por la garantía y reconocimiento de los
derechos de todos los ciudadanos, así como solucionar los conflictos de los ciudadanos
de forma definitiva impartiendo justicia, entre otras. División de poderes que representa
una función específica y fundamental en el desarrollo de las tareas encomendadas al
Estado, donde ninguna de las ramas del poder es jerárquicamente más importante que la
otra, por el contrario conviven en una relación armónica de check and balance o frenos y
contrapesos, según la cual ellas mismas se controlan mutuamente, evitando excesos de
poder en las otras ramas del poder.
Cuando se rompe esa armonía y control mutuo, porque existe un poder superior de una
de las ramas (v. gr. El Ejecutivo o Presidente) sobre las otras ramas del poder (Congreso,
Poder Judicial o Tribunal Constitucional), se van debilitando las instituciones, generando
subordinación a los intereses particulares del Gobierno o autoridades de turno, generando
corrupción, limitando la independencia y autonomía en la toma de decisiones en sus
respectivos ámbitos de función, lo cual implica que los canales de comunicación y acción
entre los funcionarios públicos y la ciudadanía se vean truncados, afectando el normal
funcionamiento del sistema de gobierno o modelo de Estado, por ello, contar con
instituciones sólidas, independientes, respetuosas de los derechos humanos de los
ciudadanos y del ordenamiento jurídico, es lo único que garantiza el normal
funcionamiento de un Estado Constitucional y Democrático.
A pesar de que muchos de los defensores del consenso de Washington ahora no dudan en
afirmar que habían comprendido la importancia de las instituciones, el marco legal y el
orden concreto de aplicación de las reformas, lo cierto es que, desde finales de los ochenta
hasta principio de los noventa, las cuestiones del eje Y referentes a la capacidad del
Estado y a la construcción del mismo brillaron por su ausencia en el debate político. Hubo
muy pocas advertencias por parte de quienes elaboraron esa política desde Washington
acerca de los peligros que suponía impulsar la liberalización sin las instituciones
adecuadas.”(Francis Fukuyama, 2004, pp. 35 y 36)
Las instituciones deben seguir cumpliendo su rol legítimo de proteger los intereses y
derechos de los ciudadanos, además, de continuar con la facultad o capacidad
institucional de elaborar e invertir en políticas públicas que representen un desarrollo
integral (reconocimiento de derechos, incremento económico y de libertades) para todos
los ciudadanos.
Por lo tanto, es indispensable “distinguir entre el alcance de las actividades estatales, que
consisten en las diferentes funciones y objetivos que asumen los gobiernos, y la fuerza
del poder del Estado o la capacidad de los Estados para programar y elaborar políticas
públicas y aplicar las leyes con rigor y transparencia, que equivale a lo que se denomina
hoy en día capacidad estatal o institucional.”(Francis Fukuyama, 2004, pp. 23)
De esta manera, independientemente del modelo económico adoptado por una sociedad,
lo importante es contar con instituciones estatales fuertes, impermeables a la corrupción
y otros males que aquejan a la administración pública. Así, como mantener clara la
función y capacidades que cumplen las instituciones dentro del Estado, pues contar con
instituciones fortalecidas coadyuva al desarrollo de los fines del Estado Constitucional de
Derecho, los cuales son en últimas armonizar los presupuestos normativos de
reconocimiento de derechos con el desarrollo económico y social, para alcanzar un real
disfrute de las garantías constitucionales.