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Encerrada libertad

Me habían atrapado al fin, lo que creí verdad toda mi vida se transformaba en la


razón la cual pasaría años tras las rejas, por el simple hecho de tener pequeñas
ideas en mi cabeza, nacidas de las historias que el abuelo solía relatarnos a mí y a
mi pequeña hermana, esas historias que en cierto modo me hicieron volar y me
abrieron los ojos, dándome cuenta que en realidad lo que la gente llamaba “vida”
no era más que una absurda ilusión, la vida estaba en mis manos, tan solo eso,
amar y vivir a través del mundo. Al cerrar los ojos, desde pequeño siempre pude
ver un mundo y colores que en ningún lugar me enseñaron, gracias al abuelo cree
un paraíso dentro de mí, era mi guarida, mi verdadero hogar.

Mis padres siempre fueron de aquellas personas que se acostumbraba a ver en


todas las calles de este pequeño pueblo llamado Llay-Llay, que a toda costa
trataba de ofuscar cualquier color que no fuese negro, gris y a más el blanco. No
existía diferencia el uno con el otro, pues todos eran igual; corbatas ajustadas y
del mismo color, peinados que pareciesen jamás desordenarse en ningún
momento del día y miradas fijas que no se tomaban las molestias de buscar el
calor en ojos ajenos. Estos eran los individuos que me habían atrapado, a mí y a
mis ganas de vivir en libertad.
En los pocos minutos del día que podíamos encender la televisión o la vieja radio
que nos dejó el abuelo en su lecho de muerte, la misma voz grave de todos los
días que pareciera que siempre estuvo ahí, nos decía que los colores nos
distraían de nuestras labores.

Al parecer no era mi día. Desperté, me fui a bañar se cortó el gas, y para variar
nadie me quiso hablar en casa. ¡Todo se sentía peor de lo que ya era! No me
quedaba otra alternativa que esperar que algo ocurriera, algo que me hiciera
sentirme vivo nuevamente
Eran las 12 P.M y yo me encontraba encerrado entre cuatro paredes, frente a los
ojos más secos que haya visto alguna vez, de esos que tienen la fría habilidad de
sentenciar a muerte la vida de pobres individuos “desgraciadamente” felices, lo de
un juez. ¿Es raro, no? Como una simple persona, acomodando simples palabras
puede aparentar ser Dios, decidiendo el destino de cualquier persona.
El tribunal estaba lleno, al parecer todo Llay-Llay se había percatado que aquel
muchacho fue atrapado queriendo salir de los estatus establecidos por aquella voz
tras la vieja radio, esa voz que nos decía que los colores estaban prohibidos. El
juicio aun no empezaba y ya estaba inquieto, nervioso de lo que fuera a pasar.
Traté de pensar que nada de esto estaba sucediendo, que aún era aquel niño
pequeño que se imaginaba jugando en el patio de su casa con su fiel carro
"amarillo". Podía ver a mamá sentada en las galerías del tribunal e intentaba
darme una imagen de lo que estaba pensando en ese momento, al ver a su hijo a
punto de ser sentenciado a muerte o en los peores de los casos a ser encarcelado
para destruir una conciencia que para todos no era más que un estorbo. Solo al
ver su rostro me traía un montón de preguntas, una tratando de acogerme en ellas
y otras simplemente dudando de lo inevitable de sus sentimientos, sentimientos
que jamás sentí a flor de piel. Me preguntaba si en algún momento fui más que
esa responsabilidad de criar a un hijo engendrado solo con el fin de procrea y
mantener esta enfermiza raza. Deseaba verla ahí llorando como si el mundo se
fuese a acabar. Junto a ella se encontraba Samantha, mi hermana, totalmente
confundida por todas esas corrupciones que la cegaban en aquel instante,
corrupciones que destruyeron enseñanzas que vivimos en las fantásticas historias
del abuelo. Debo admitir por una parte me repugnaba y por la otra la comprendía,
si en aquella cabeza aún existía algo que no permaneciese corrompido sé que ella
lo negaría para a ratos encontrarse con la pequeña Sam de unos años atrás.
Por un costado de las cabezas de esas personas que parecían tan lejanas a mí
y que por años llamé “mi familia”, se podía ver las miradas de viejas amistades, lo
cuales me observaban sorprendidos, era inevitable no notar sus caras de
hipócritas tratando de mostrar empatía hacia mí, pero yo sabía que no muy dentro
de ellos disfrutaban verme en esa situación, disfrutaban aquel morbo de ver la
muerte pasar frente a sus ojos persiguiendo a un desgraciado como yo. No sabía
si culparlos o solo dejarlos, si eran cómplices de sus miserias o solo victimas de
sus propias vidas total, cada uno elige su camino.
No lograba encontrar a mi padre en medio de toda la confusión. En primera
instancia lo busqué cerca de mi madre y mi hermana pero aun así no lo lograban
hallar con él. Jamás tuvimos ese lazo de padre e hijo, ni mucho menos lo llamaba
“Padre”, si no que desde que era pequeño lo llamé por su nombre, Carlos. No lo
culpo por no haber estado en la sentencia de su único hijo hombre, sabía que
dentro de él existía alguien que gritaba a aullidos sordos. Habían veces en las
cuales no soportaba ver a un ser tan salvaje como Carlos preso dentro de un traje.
El juez había comenzado la sesión y yo me disponía a darle la espalda al
público. Pensaba tantas cosas en esos instantes que no logré escuchar la
sentencia, mis ojos parecían cejados por mi tan emergente odio y resignación a
toda la gente. Les escupía en sus rostros con mis pensamientos y ellos tenían el
descaro de seguir con esa misma cara cuadrada que siempre los caracterizó a
cada uno de ellos, estaba solo, sólo yo, nadie era como yo y la frustración de
sentirme así me consumía.
De un momento a otro todo se volvió escuro y difuso, no lograba distinguir
ninguna silueta, ningún brillo de luz ¿Dónde estaba? ¿Estoy muerto? estaba
totalmente confundido, solo quería estar en mi habitación y despertar de un
horrible sueño, pero la realidad era otra. Aun que me encontraba solo, en una
ubicación desconocida, una sensación me llenaba por dentro, sentía que mis
labios decían algo y mi corazón lo contrario, me encontraba en una guerra entre lo
que pensaba ser yo y mi yo interior. Cerré mis ojos con fuerza para aclarar mis
dudas pero no me puse concentrar, una armoniosa música invadía mis
pensamientos, al abrir los ojos algo raro sucedió, colores y figuras delineados con
tanta delicadez de movían sin cesar ante mí, era tan similar a mi hogar.
Toda mi vida me sentí atrapado en Llay-Llay, queriendo salir de corrupciones que
establecieron personas que solo tenían como objetivo producir robots, pensé que
si algún día salía de todo eso sería libre, viviría en armonía con mi cuerpo y alma
pero todo esos años estuve equivocado, la libertad no se trata de vivir en un
bosque apartado de la civilización, la libertad es más que serlo, es abrazarla cada
mañana, respirarla la música del alma. Tal vez intentaron destruir mi imaginación
encerrándome, pero puedo asegurar que en ese lugar pude reír de felicidad, llorar
por el motivo más absurdo que exista, bailar e imaginar, pude sentí lo que
muchos han buscado toda su vida. Libertad.

Tamara Andrea Aranda Neira


19.829.258-3
16 Años
Población padre hurtado, Pasaje José María Restrepo #121
Liceo Politécnico de Llay-Llay
3°c

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