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11 de agosto de 2010

Las bailarinas del cielo

Hermosas bailarinas llenaron mis pupilas de algo que con seguridad debe ser parecido al cielo poblado de
ángeles y querubines; cintas, aros y pelotas no dejaban de danzar con una sincronía perfecta con los latidos de
mi corazón. Ahí estaba yo, un hombre de 20 años llorando como niño ante la hermosa y majestuosa realidad
infantil de pequeñas damas con sonrisas gigantes, una realidad que envidio y necesito en estos momentos de
mi vida donde los egos que habitan la sociedad amenazan con extirparme la poca inocencia que no me he
dejado arrebatar.

Eliza Ramírez tiene 9 años de edad, su rutina es simple pero


cargada de movimientos delicados que logra meneando con
suavidad una cinta verde que parece tener vida, que parece
danzar en honor a su especial belleza; al terminar su rutina
la competencia continúa, es una especie de maratón
personal auspiciada por las dificultades económicas que en
nuestro país funcionan como detonante de oportunidades.
Eliza tiene que cambiarse la trusa en menos de 2 minutos,
es la única que tiene la delegación para lucirse frente los
espectadores, los recursos son limitados para las ganas de
competir lo superan todo, sólo una trusa, sólo una cinta,
sólo una pelota, pero más de 10 personas que tienen
sincronizados los corazones buscando representar una
región.

Eliza, Andrea, Jennifer, Floralba y Katherine son las representantes de la tierra del acordeón; cinco pequeñas
gimnastas que se roban las miradas de los espectadores, mágicas infantes que cautivan la atención de todos
aquellos que, pretendiendo escapar de su realidad, se sumergen en el universo especial que nos crea FIDES en
estas Olimpiadas. Gina Ustariz es la psicóloga encargada de la delegación del Cesar, una mujer con sonrisa
cálida y mirada maternal que apoya sus niñas con una vehemencia tal que transmite seguridad a todos aquellos
que le rodean; besos abrazos y lagrimas en los ojos son la evidencia perfecta de que el amor no es un
sentimiento exclusivo del corazón, es un sentimiento que brota por cada uno de los poros de quien lo siente;
ese mismo amor nos lleva a superar todo tipo de problemas y dificultades, y que nos lleva a demostrarnos hasta
dónde somos capaces de llegar.

Por: Pablo Andrés Vélez


Los amores de mi salvavidas

Y veía el agua, la Piscina Olímpica estaba atestada de jóvenes con


ganas de competir; la alegría parecía haberse impregnado en cada
espacio que recorrían aquellos que, en medio de la lucha por
alcanzar una medalla, dejaban una estela de vida en el alma de
cada espectador.

Mientras caminaba alrededor de la piscina, descubrí un equipo con


olor a la Colombia alegre, la representación de una región que por
décadas ha marcado con su música el amor de muchas
generaciones: el equipo de Natación del César. Melissa, Ana y Luz
Ebely salieron del agua guiadas por Ayanir Velásquez, una de sus
entrenadoras; detrás de ellas iba Jhon David, un niño de 10 años
que con su carisma consigue llevar en la piel un toque coqueto innato.

Sin darme cuenta, me encontraba sentado con ellos en un costado de la piscina, un poco aturdido al sentir
cómo el agua se aferraba a mis pantalones empujándome inconcientemente al lugar de la competencia.
Desperté de mi momento de ceguera y pregunté a Luz Ebely – sí me caigo ¿tu me ayudas a Salir?- me sonrió,
puso su mano en mi pierna y, con ese acento caribe que a todos nos atrae, me dijo que sí. Luz Ebely Rangel
tiene 18 años y durante los últimos 7 ha llevado en su corazón el orgullo de ser una nadadora de profesión, su
alma la ha entregado a la felicidad. Generalmente va acompañada por Ayanir, una mujer que más que
instructora o docente es su escudo y su suerte. Una madre que, orgullosa, mostraba con gran satisfacción y
orgullo el amor eterno que siente y promete seguir siguiendo por su hija.

Ya un poco en confianza, mi joven Salvavidas de la tierra del vallenato me contó infidencias sobre ella. Estudió
hasta séptimo grado y ahora se dedica completamente al deporte que la hace brillar como mujer. Imprudente,
como buen periodista, me atreví a indagarle por un tema mucho más serio: el amor. Describir el amor es una
tarea imposible, cada quien pone nombres a las mariposas que vuelan en el estomago; unas más grandes, otras
más coloridas; la experiencia de sentirlas es para cada persona algo diferente.
Para Luz Ebely esta sensación es muy común, mientras hablábamos, y al indagarle
si tenía novio, centró su vista en el agua y pausadamente dijo Óscar.

Óscar Maestre tiene 17 años y también viene del Cesar, practica el ciclismo y ha
llegado a Medellín con el fin de llevarse su cuarta medalla en este deporte.
Aunque es un joven de pocas palabras, muy elegante y con mirada penetrante,
también ha sentido esas mariposas que han llegado a nuestros estómagos alguna
vez. Cuando salió del agua, comencé a hablar con él y su madre se acercó a
nosotros; les conté que Luz Ebely estaba deseándole lo mejor a Óscar en su
competencia final y le consulté a él sobre su novia; con una sonrisa delatadora dijo
que le gustaba mucho, que Nieves era la mujer que amaba…

En este punto de la historia las cosas cambiaban de nuevo, mi salvavidas


enamorada del ciclista elegante y él muriéndose de amor por una de sus profesoras de la institución especial a
la cual pertenece…

Desilusionado, volví a la sala de prensa, a escribir una historia sin final feliz (por lo menos entre Oscar y Luz
Ebely) que debía ser contada. Pero, después de comenzar a atar las primeras frases, descubrí que a estas cosas
se reduce la felicidad: a construir una vida soñada en la cual nuestro cuerpo es la única señal de que cada paso
es real, y a comprender que amar es sentir que nuestro cuerpo se convierte en el recinto de miles de mariposas
que llenan de color y calma nuestra memoria.

Por: Freddy Abelardo Velásquez

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