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Tal vez su punto de unión sea sólo uno, que es demasiado importante
porque hace referencia al obligado y solitario camino que todo ser humano
ha de recorrer para alcanzar cierta sabiduría. Es un camino frontera entre
razón y sin razón, explicaciones y fantasías, ilustración y pesadillas que
componen lo que somos y, a su vez, nos asusta ser, y su recorrido conduce
a la belleza en el sentido clásico griego del término: es decir, a la verdad.
Tan fatalmente unido está este viaje al curso de la vida de todo ser humano
que tanto hombres como mujeres, con más o menos acierto, han de
recorrerlo. Sin embargo, se viene insistiendo en la cercenadora idea de que
durante siglos sólo los hombres tuvieron el privilegio de atravesarlo y de
que las mujeres, sumisas, admitieron la impuesta situación de contemplarlo
desde lejos y escuchar sobre sus maravillas a través de las manifestaciones
artísticas que los varones creaban y mostraban.
Creo que va siendo hora de que incluyan en los programas y manuales del
bachillerato español a estas “Chicas del Óleo” y se las devuelva el prestigio
que en su día ya habían conquistado y que también es el nuestro. Hacerlo
supondría devolver también la dignidad a las mujeres actuales que se
sentirían apoyadas por sus antepasadas y no seres sin herencia que, ahora,
han de construirse partiendo de la nada o de una mentira que afirma que
nunca supimos desarrollar habilidades que fueran más allá de la cabaña. No
somos papel en blanco sobre el que cualquiera pueda escribir a su antojo.
Los derechos no se regalan, se conquistan y nosotras hace mucho tiempo
que los habíamos conquistado.
**Isabel del Río es autora de la novela Ariza (ed. Alcalá, 2008) y del ensayo
Las Chicas del Oleo, pintoras y escultoras anteriores a 1789 (ed. Akrón,
2010)