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Reflexiones sobre una incompetente "Ley del psicólogo

peruano".

Walter Obregón Sánchez

Recuerdo con pena la reunión sostenida con representantes del


Colegio de Psicólogos del Perú el día 20 de Abril del 2002, en el
auditorio de la Asamblea Nacional de Rectores, cuando se
definían los parámetros bajo los que se iba a fundamentar la Ley
del psicólogo peruano; considerando que con este Gobierno fatuo
que se va, cada grupo profesional quería contar con su propia ley
que rija su suerte futura.

Yo estaba representando a la Asociación de Psicólogos del Seguro


Social del Perú en calidad de vice-presidente. En teoría por el
rango que ocupaba tendría que apelar al criterio de voz y voto.
Lamentablemente esta infame cofradía que es el Colegio no
permitió que mis propuestas elevadas en tono enérgico pudieran
llegar a plasmarse en opciones válidas para que en adelante todo
colega profesional cuente con una mayor proyección laboral y
principalmente de participación en el desarrollo histórico y social
que nuestro país necesita.

Mis propuestas señalaban tácitamente la necesidad de incluir


artículos que considerasen la asesoría de psicólogos profesionales
al momento de tomar decisiones en el ámbito gubernamental
dentro de las áreas de salud, educación, cultura y deporte.

Es decir, que toda política macro social ejecutada por cualquier


gobierno al momento de su organización tenía que contar con el
aval de los análisis y sugerencias que nuestra profesión en su
calidad de soporte estructural del desarrollo humano ofrece.

Esto es, no permitir en el futuro que las decisiones de políticas de


salud sean sólo orientadas a la comprensión del campo de la
medicina y que sean los médicos los factores decidores del rumbo
de la misma, esquilmando los derechos de participación de los
otros profesionales.
No permitir que el psicólogo esté supeditado a ser un empleado de
segunda categoría y que según la Ley General de Educación, no
tenga presencia importante en la elaboración de los currículos
educativos o el Proyecto de Desarrollo Institucional en cada
escuela, y sólo en algunos casos sean considerados como
promotores (i.e. difusores, comunicadores, facilitadores,
“charlatanes”) que culminan cumpliendo órdenes concebidas por
otros.

Así mismo en el campo cultural y del deporte, no permitir que


continúen las programaciones con un carácter mercantilista y
degradante que hoy en día se encuentra en la televisión; rechazar
la falta de sentido formativo con un criterio amplio –y no sólo
occidentalizado y alienante- en los medios de comunicación y
promover la presencia de un proceso real de educación que
valorice al ser humano en su integración con el medio social y
con una visión prospectiva de su vida.

Con esto también íbamos a poner freno a la participación de


psicólogos “mercenarios” que fueron cómplices de los llamados
psicosociales del régimen dictatorial anterior, quienes vendieron
su alma por un plato de lentejas, degradando impunemente
nuestra profesión y sin que el Colegio de Psicólogos se
manifestara. Por ejemplo, aquellos que distrajeron a la población
a través de su participación en los talk-shows, desviando la
atención de los problemas principales por los que se atravesaba.

Otro tema a considerar fue el hecho de hacer hincapié en que


dentro de cada institución del Estado se debiera de contar con la
participación obligatoria de un psicólogo profesional, para que
con su presencia se pueda garantizar un mejor clima de desarrollo
organizacional e igualmente se preserven los elementos
necesarios y fundamentales que promuevan la salud mental y la
armonía entre las personas. Evitando así que, por ejemplo, en un
lugar alejado de nuestro país, las personas sufran por problemas
que no pueden solucionar debido a la falta de conocimientos y a
su incipiente actitud de luchar por la defensa de sus derechos.
Impidiendo que continúen en los colegios los maltratos por los
que atraviesan nuestros educandos cuando demuestran secuelas de
violencia familiar, o se sienten impotentes por la mala formación
de nuestros profesores y que no utilizan adecuadamente las
estrategias de enseñanza y aprendizaje, exigiéndoles un mayor
rendimiento académico en una situación en donde es casi
imposible de lograr.

Con esta propuesta se esperaba implícitamente llegar a cubrir una


cantidad amplia de plazas laborales, que permitirían brindar
trabajo a nuestros colegas capacitados para estos puestos y
actualmente fuera de la actividad profesional. También permitiría
posesionar a la psicología dentro de la sociedad demostrando su
eficacia cuando se vea su rendimiento en la búsqueda del
equilibrio de la persona, la familia y las organizaciones.

Así mismo se buscó la inclusión de un artículo cuya necesidad


estimo era fundamental: el planteamiento de desarrollar jornadas
laborales de 36 horas a la semana; como lo tienen impreso en su
ley y con carácter de obligatoriedad otros profesionales, sean de la
salud –médicos, odontólogos, químicos farmacéuticos,
enfermeras-, y en el campo educativo, los profesores con jornadas
de 20 a 25 horas semanales. Esto a raíz de los excesos cometidos
por instituciones estatales o privadas, quienes insistían en el
trabajo de 50 horas o más por semana. En el campo estatal a
aquellos que trabajaban bajo el régimen laboral de la ley 728 de
contratos de vínculo laboral, que originalmente se propuso para el
sector privado. Amén de que en nuestro desempeño diario
estamos sometidos al estrés de carácter físico y mental por la
naturaleza de nuestro trabajo e igualmente por la baja
remuneración y la insuficiente importancia que se le brinda,
conllevando a la justificación de procesos de surmenage y al
recientemente conceptualizado burn-out (o “quemado”).

También se vio la posibilidad de integrar dentro del marco de


alcance de esta ley a aquellos colegas que trabajaban en
instituciones militares o policiales, quienes por cuestiones
jerárquicas de su organización deben de regirse por otras leyes, en
las cuales se limita su participación y proyección.
Un tema personal en el que hice hincapié, al margen de mi
decidida lucha por la aprobación de la jornada laboral de 36 horas
y la inserción de un psicólogo profesional en cada entidad estatal,
fue la atribución de que en el desarrollo de los programas
preventivos promocionales, en todo ámbito de nuestra
competencia, sea el psicólogo quien asuma la sistematización,
articulación y dirección de estas tareas. Lo justifiqué porque
dentro de nuestra preparación profesional expresamos los
conocimientos obtenidos con una metodología pedagógica propia
de la actitud terapéutica bajo la que nos hemos ido consolidando.
Además, en mi calidad de profesional de la Educación –que es la
segunda carrera profesional que detento-, los trabajos de
enseñanza y de aprendizaje son aplicaciones prácticas de las
teorías desarrolladas en el campo de la psicología. Esto hace
indudable que ningún otro profesional, por ejemplo en el sector
salud, está al nivel de la preparación y competencia que tiene el
psicólogo; así mismo, en el sector educativo, la preparación
brindada a un profesor no lo habilita para tener la actitud
psicoterapéutica o de promoción y prevención de los problemas
de salud, por no estar incluido dentro de su estructura curricular.

Sin embargo las respuestas obtenidas fueron completamente


nefastas para nuestra proyección futura. Para aquel que revise la
Ley del psicólogo peruano, ésta en su fundamentación es un
simple saludo a la bandera, porque no obtiene logros o méritos
que rebasen los que hasta ahora se han ido desempeñando. Esto
es, la ley sólo ha servido para que lo que hemos venido haciendo
hasta la fecha se siga haciendo, pero ahora con un documento que
legitimiza su acción. Nunca se han proyectado al futuro. Lo
repito: “¡Nunca!”. El accionar timorato, medroso de este grupo de
personas, me refiero al Colegio de Psicólogos, con una
mentalidad caduca, decrepita y ociosa marcó el sacrificio de
nuestra profesión. No hay proactividad. Otros grupos
profesionales tuvieron una mejor visión y misión de lo que
querían lograr. Los argumentos que plantearon frente a mis
propuestas fueron las siguientes:
1. Que el psicólogo como profesional no puede obligar y
condicionar su participación en las decisiones políticas a nivel
macro-social en todo ámbito de gobierno; salvo que sea solicitado
como un consultor para que emita una opinión –ni siquiera un
juicio de valor- porque sino estaría haciendo política y no labor
profesional.
2. Que este documento es una ley y no un pliego de reclamos
sindical. Por tal razón no se puede comprender un artículo que
pretenda incluir al psicólogo obligatoriamente en cada institución
estatal. Además bajo este criterio la ley nunca hubiera sido
aprobada porque demandaría un mayor incremento en los gastos
del Estado y el erario nacional. Y ningún congresista observaría
esto con un buen semblante.
3. Que la jornada laboral de 36 horas semanales era imposible de
plantear, porque a diferencia de otras profesiones, la psicología no
sólo se circunscribe al contexto del campo clínico, sino también
hay psicólogos en el área educativa, en la labor docente
universitaria, en los centros de rehabilitación del INPE, y en el
sector privado, por ejemplo el caso de los psicólogos
organizacionales, quienes podrían ser perjudicados
–“despedidos”- si este artículo fuese incluido dentro de la ley.
4. Que el psicólogo no puede atribuirse la dirección de cualquier
proyecto preventivo promocional porque estaría desconociendo la
capacitación que cualquier otro profesional haya obtenido.

Antes de continuar, quiero denunciar el hecho de que dentro del


conjunto de debate se encontraban varias agrupaciones que
buscaban la satisfacción de intereses personales, que al final, por
tratar de obtener tales beneficios hicieron perder el sentido rector
y de alcance futuro que esta ley debió de tener.

Por ejemplo, en el tema de la jornada laboral de 36 horas, que era


vital para muchos jóvenes psicólogos que trabajaban en EsSalud,
y algunos del Ministerio de Educación; los miembros del Colegio
de Psicólogos del Perú argumentaron que esto afectaría a aquellos
que trabajaban en entidades privadas como psicólogos
organizacionales –esto es de 60 a 72 horas por semana-, y a
aquellos que hacían la labor de docentes universitarios en
diferentes universidades. De cualquier manera a la larga ellos
pensaban que iba a afectar sus intereses, como es el caso de la
docencia universitaria. Lo recuerdo perfectamente porque en una
oportunidad, posterior a esta reunión, tuve un encuentro de
casualidad con un representante del Colegio en un centro
comercial, y en tono airado defendió esta negativa, llevándolo al
plano personal en donde dijo que su familia se quedaría “sin
comer” si se aprobaba este artículo, porque en la universidad
particular en donde trabajaba le iban a recortar las horas laborales.
Sin embargo, grande sería su ignorancia, porque no se daba
cuenta que la actividad docente a nivel superior nunca se iba a
regir por esta ley del psicólogo peruano, debido a que la figura
laboral es la de docente y no de psicólogo, por lo tanto se rige por
la Ley universitaria. Este tipo de personas egoístas son las que al
final se han enquistado en el Colegio y que lamentablemente en
su actitud despótica irrumpen contra todo tipo de demanda
democrática, justa y viable; atentan contra la razón y la lógica que
la necesidad sustenta.

Los psicólogos nombrados, o antiguos de instituciones estatales


por su parte estaban viendo la posibilidad de incluir artículos que
eleven su posición laboral a un rango mayor dentro del
organigrama que su institución detenta. Se aferraban a la idea de
crear Departamentos, Jefaturas y Servicios, con su respectivo
nivel de remuneración alto, para que posteriormente según los
criterios que se incluyan dentro del Reglamento de la ley sean
ocupados por ellos. La obstinación no pasa por reclamar derechos
que le corresponden a su competencia, lamentablemente se
quisieron aprovechar de la oportunidad para crear cargos a su
medida y con posteridad encontrarle un beneficio. Pienso que el
pedido es justo, en la medida que otros grupos profesionales
también lo ostentan. Es el caso de la Ley de enfermeras, en donde
crearon un órgano de línea que va a ser manejado por ellas, con
sus respectivas atribuciones de rango jerárquico, autonomía
profesional y presupuesto. Sin embargo, considero que todavía
falta más preparación, organización, presencia gremial,
justificación y don de mando en los psicólogos antiguos. No
niego la posibilidad de que en el corto plazo sea esto una realidad.
Pero hasta ahora poco se ha hecho para que sea meritorio un
reconocimiento de gran magnitud. Opino que el entrampamiento
en el cual se mantuvo la reunión a estas alturas también fue un
signo de egoísmo por parte de ellos. Igualmente, pensaron sólo en
sus beneficios y no se pusieron en los zapatos de más de 10,000
colegas desempleados que tenemos en el país, o que se van al
extranjero para cumplir labores menores, con un cariz de
frustración y pena. Por tal razón y por lo anteriormente
manifestado en el párrafo precedente es que no tenemos una
cantidad suficiente de aportantes al Colegio de Psicólogos del
Perú. Al margen de la mediocridad de sus dirigentes, cuya
circularidad reelectorera raya en lo caótico y miserable.

Me queda el mal sabor de una incompetencia en una vasta


mayoría de colegas asistentes a este evento. Cuando propuse el
artículo en lo referente a la dirección y organización de los
programas preventivos promocionales en las instituciones
correspondientes. Encontré un rechazo, pero no por la “falta de
respeto” a los otros grupos profesionales sino porque este tipo de
tarea enjundiosa era demasiado compleja para la preparación que
ellos sustentaban. Lamentablemente no tienen conciencia de que
en la actualidad estamos en una etapa de aprendizaje continuo y
evitan comprometerse en tareas que al final prometen dar un
mayor campo de desempeño a nuestra carrera profesional. Hoy en
día en las instituciones de salud del Estado, hay otros
profesionales, como enfermeras u obstetrices, que lideran estos
programas, porque así lo han determinado en sus leyes e
igualmente manifiestan el interés por hacerlo. Un médico amigo
me comento:” ¡Qué baja auto-estima tienen los psicólogos!,
pudiendo obtener un mejor background laboral lo recusan”.

Esta “crónica” que hoy presento es una de varias que voy a ir


desarrollando. Tenemos la necesidad de fortalecernos en base a la
crítica y a la auto-crítica que constructivamente vayamos
haciendo en el camino hacia la afirmación de nuestro trabajo.
Estamos pasando por momentos difíciles a nivel de nuestra
profesión: hay una crisis institucional. Nuestros dirigentes son re-
electos continuamente de una forma irregular en el Colegio de
Psicólogos del Perú, encerrando una pseudo-cofradía compuesto
por miembros de una universidad particular que quiere
perpetuarse en el poder –si es que acaso no lo lograron ya-,
haciendo procesos disciplinarios a quienes se les oponen; otra es
la indiferencia y la mezquindad de los colegas antiguos hacia los
nuevos, pensando que el criterio del elemento antigüedad es el
determinante del éxito profesional, sabiendo que la sabiduría no
se obtiene por ser el más viejo sino porque se reflexiona y se
actúa mejor y se tiene mejores ideas; así también no nos
pronunciamos frente a los abusos y atropellos que se cometen
contra los derechos y la dignidad de nuestros compatriotas en este
sistema social y actuamos con indiferencia y resignación y
patético egoísmo.

Hay una desorientación en nuestros colegas, quienes en vista de


su propia inopia y falta de satisfacción con su profesión, evitan
desarrollar los temas que le corresponden a su labor: no quieren
trabajar en áreas de búsqueda del desarrollo humano con sus
compañeros de trabajo, por miedo a entrar en un conflicto de
intereses; no quieren elaborar políticas de salud porque piensan
que siempre deben un respeto al “médico”, que de paso es un
rezago del moderno inconsciente colectivo que nos han hecho
respetar desde las aulas de la universidad –Me refiero también a
que en la actualidad hay un médico neurólogo que quiere
sistematizar conocimientos de su especialidad para sustentar y
fundamentar una teoría de la personalidad del hombre concreto, y
cientos de psicólogos le dan pleitesía sin comprender el contexto
de su propuesta, o la intención oculta de negar los grandes aportes
de los psicólogos que hemos tenido en el mundo desde William
James hasta Lev Vigostsky, e incluso relega a un plano
secundario la articulación constante entre el individuo y la
sociedad como elemento decidor dentro de la construcción de la
personalidad, planteado por ejemplo por Vigotsky, Alberto
Merani y Leontiev, asumiendo más una visión teleologista al
estilo aristotélico, en el cual la dinámica misma de la personalidad
está determinada casi genéticamente, o sea, que tiene un fin que
cumplir, recordándome esto a Piaget o Chomsky-; y los inútiles
debates entre si es apropiado llamarle a nuestra contribución
profesional: “Salud Mental” o “Salud Psicológica” para no
dejarnos mandar por los psiquiatras. Pienso que son necedades y
habría que decirle a ellos: “zapatero a tus zapatos”. Porque un
médico en cuanto a su formación profesional no hace salud,
recupera la salud, trata las enfermedades. Y la salud mental o
psicológica no es una enfermedad, sino un bienestar. El psicólogo
promueve el bienestar fundamentalmente.

También hay que estar advertidos que se viene una oleada grande
de desorientación y de desinformación: la propuesta de la
aplicación de la medicina tradicional china o hindú como una
medicina alternativa y que varios de nuestros colegas hoy en día
abrazan como la última panacea del hombre o la caja de Pandora.
No dándose cuenta que esta solución en sentido estricto no es una
solución, porque nunca va al meollo del problema sino sólo alivia
los síntomas y no cura la anomalía. Por ejemplo con relajación no
vas a combatir las situaciones de estrés por las que atraviesa
realmente una trabajadora que tiene que laborar parada de 10 a 14
horas diarias, sin alimentación adecuada y con la exigencia de
producir mercadería al destajo para sobrevivir con la pitanza de
pago que percibe. Estos psicólogos nunca dicen nada, nunca
protestan, sólo llevan a la resignación, al lamento y a la cómoda
actitud de quien observa esto desde su consultorio que se ha
convertido en un templo a la indiferencia: aunado al uso ridículo
del incienso, los aromas florales y la música de relajación que les
crea a los pacientes una sensación ficticia de bienestar y cataloga
a los psicólogos como los modernos mitómanos y encima todavía
estólidamente se lo creen y defienden.

Toda persona que vive en un mundo social asume quiéralo o no


una posición frente al mundo: nuestra cosmovisión. Y al afirmarla
hace política, aquel que crea que el ser psicólogo es asumir una
postura apolítica, es un insensato que niega la esencia del zoom
politikon de nuestro querido maestro Aristóteles. Yo al menos lo
sostengo y defiendo. Y hago patria.

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