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Lo primero que hay que aclarar es que no propongo que Venezuela deje de
vender petróleo. Sostengo, por el contrario, que si queremos salvar la
República, deberíamos colocar en el mercado externo todo el petróleo que
producimos, y al mismo tiempo, cuanto antes, comenzar a suplir las
necesidades energéticas de nuestro desarrollo recurriendo a las llamadas
fuentes alternas o renovables: sol y viento, principalmente.
1.- Porque todo indica que la hora final de los hidrocarburos está muy cerca; el
accidente de la British Petroleum en el Golfo de México, el de la plataforma
gasífera de PDVSA en las costas venezolanas y otros que no han encontrado
sin embargo tanta resonancia mediática, como el recientísimo de Repsol en el
Mediterráneo, constituyen severas advertencias sobre la gravedad del asunto,
como lo fue Chernobil para la energía atómica.
Por si fuera poco, el llamado Peak Oil que ya prevén los estudios
prospectivos anglosajones más conservadores, sitúa el inicio del declive de la
producción mundial de hidrocarburos en un plazo de 30/50 años, el tiempo de
una generación, el arco de la vida de nuestros hijos.
La humanidad se encuentra ante la más importante disyuntiva desde que
en el Neolítico consiguió domeñar el fuego: o satisface las necesidades
energéticas que pedirá en lo sucesivo el desarrollo económico global y la
justicia social internacional, con la energía de las llamadas fuentes alternas y
renovables, o se encamina al desastre civilizatorio y ecológico, es decir, a su
propia destrucción como especie.
Por todas estas razones sostengo que la clase media, al frente de las
fuerzas opositoras, para no desaparecer en la colectivización a la cubana que
quiere imponer el autócrata con el arma petrolera y salvar la República
fundada hace ochenta años por la primera generación de sus líderes:
Betancourt, Villalba, Caldera, Pérez Alfonzo; etc., está obligada hoy a renovar
los postulados que le dieron vida, sobre todo en cuanto se refiere a la
consideración de los hidrocarburos como palanca financiera única para el
desarrollo nacional.
Postulo, en síntesis, que, mientras dure la demanda global de energía
fósil, todo el petróleo (y el gas) que hoy producimos debe ser colocado en el
mercado externo para sacar el mayor provecho monetario de este fin de fiesta
de la Edad Fósil; mientras que el gasto interno de energía deberá ser
satisfecho con la electricidad que estamos en condiciones de producir
sobranceramente, sin desembolso por parte de la República, con las
privilegiadas fuentes alternas de que disponemos: la intensa radiación solar de
Llanos Centrales y los potentes vientos alisios de las costas de nuestro
Caribe, financiadas ambas con los abundantes capitales internacionales que
andan en busca de proyectos como estos para ser invertidos.
Esta decisión nos va a permitir, en el plano económico y en el corto
plazo, dos o tres años, convertir en divisas los hidrocarburos que hoy
consumimos en la generación termoeléctrica; y en el mediano, 15/20 años,
hacer lo propio con los 750.000 barriles de gasolinas quemadas diariamente
por los quizá cuatro millones de automóviles que circulan por nuestras calles,
sustituyendo paulatinamente los motores de combustión por los eléctricos;
todo esto para un incremento global del ingreso por exportación de tal vez el
30/40% sobre la cantidad que vendemos actualmente.
Dinero suficiente para cancelar en el corto plazo la gravosísima deuda
pública que de otra manera heredarán nuestros hijos de la irresponsabilidad
chavista, y para dotar de recursos las universidades y centros tecnológicos de
modo de nacionalizar las tecnologías necesarias para los cambios industriales
que acarreará el programa.
En plano político, puesto que ni los vientos ni el sol están asociados al
subsuelo sino al alcance de quien quiera ejercer el derecho a la propiedad
privada del suelo – es decir, todos los venezolanos - estaríamos creando un
contrapoder no gubernamental a PDVSA, lo que sin dudas redundará en
beneficio de un nuevo equilibrio entre el mundo privado, hoy tan venido a
menos, y el omnímodo Estado venezolano.
De paso, como corolario, culminado el programa, habremos rescatado
nuestros llanos y costas de la sub-utilización a que han estado históricamente
condenadas. Una nueva conciencia geográfica del país surgirá de esta
elemental transformación, una nueva plataforma para dar un liberador impulso
a la diversificación final de la economía del país.
Para terminar, quisiera referirme, razonando como el arquitecto que a
pesar de todo nunca he dejado de ser, a una previsible consecuencia urbana
que seguramente tendrá la adopción de la electricidad como sustituto del
carbón: se trata de que como los motores eléctricos ni queman combustible ni
usan aceites, nuestras ciudades perderán gradualmente ese aspecto grasiento y
sucio de hollín que las ha caracterizado desde que tengo memoria de ellas.
Elías Toro