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El centenario de Rivera en Valencia

La Ilustración Ibérica, Barcelona, 4 de febrero de 1888

El centenario de Ribera en Valencia

Solemnes han sido las fiestas que en Valencia se ha celebrado para conmemorar el tercer
aniversario del insigne pintor José de Ribera.
La Atenas española, la dos veces leal ciudad que ha sido cuna en otros tiempos de inspirados
artistas y de ilustres poetas, la que en el catálogo de sus hijos tiene inscritos nombres tan ilustres
como Ausias March, Gil Polo, Guillem de Castro, Ribalta, Ribera y Joanes, ha demostrado
recientemente que, si hoy no cuenta con hombres tan esclarecidos, sabe al menos rendir tributo
esplendoroso de admiración a los que se hicieron inmortales por los destellos de su genio.
Nada tan original en su principio como ese homenaje que Valencia ha prestado a la memoria
del gran Spagnoletto.
La estatua erigida al ilustre pintor no lo ha sido por el mundo oficial, no ha sido debida a
subvenciones del Gobierno ni de ilustres personalidades: un grupo de entusiastas artistas y unos
cuantos admiradores de Ribera han sido bastante poderosos para elevar ese monumento que hoy
admira Valencia, y cuya reproducción hace ya algún tiempo que se publicó en LA ILUSTRACIÓN
IBÉRICA.
Esto en el día es bastante original, pues aquí, en España, son muy raras las obras debidas a
esfuerzos individuales, por esa arraigada necesidad que todos sienten en cualquiera ocasión de
solicitar el apoyo del Gobierno.
Para que el monumento llegara a su terminación ha sido preciso muchas veces acudir al
bolsillo particular de algunos amateurs del arte que se interesaban por la realización de la obra de
Mariano Benlliure, ese joven escultor que goza ya de una fama verdaderamente envidiable y cuyo
nombre no tardará mucho en ser universal para gloria de su patria.
El monumento ha sido levantado en la plaza del Temple, frente al edificio del Gobierno
Civil.
En la construcción del pedestal se han invertido sólo nueve semanas, dato que prueba la
vertiginosa actividad que se ha desplegado en los trabajos.
El pedestal, como podrían ver los lectores en el grabado que apareció en esta publicación, es
de forma octógona. Consta de tres cuerpos, y su conjunto, al par que sencillo, es artístico y elegante.
El basamento es de piedra de Villamarchante, y el pedestal, propiamente dicho, de mármol
blanco.
En sus cuatro caras vense colocadas otras tantas coronas de laurel: En el interior de una de
ellas léese esta inscripción: A Ribera; y en el lado opuesto esta otra: Los artistas valencianos. 12 de
enero de 1888.
La fiesta más importante de las muchas que se celebraron en la ciudad del Cid el día 12, fue
la solemne inauguración de la estatua.
Desde las primeras horas de la mañana la plaza del Temple se encontraba llena de un
compacto gentío.
Alrededor del pedestal se habían colocado un buen número de mástiles, cubiertos de
gallardetes, escudos y banderas; y verdes guirnaldas de follaje pendían a los lados de la estatua, que
estaba completamente cubierta por una bandera con los colores nacionales.

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El centenario de Rivera en Valencia
La Ilustración Ibérica, Barcelona, 4 de febrero de 1888

El acto de la inauguración fue verdaderamente solemne.


La procesión cívica que se había organizado en la Casa Consistorial fue llegando a la plaza y
desfilando ante la estatua.
Las banderas de las sociedades que formaban parte de aquella quedaban junto al pedestal, y
sobre el basamento de éste iban depositando las numerosas comisiones magníficas coronas.
Cuando los representantes del municipio llegaron junto a la estatua, y con ellos el final de la
manifestación, el espectáculo fue verdaderamente deslumbrador.
La bandera que cubría la estatua cayó como por encanto, y quedó descubierta la magnífica
obra de Benlliure.
En el mismo instante las músicas rompieron a tocar el himno que, expresamente para dicha
solemnidad, había compuesto el maestro Espí. De los balcones del Gobierno Civil se arrojaron
centenares de palomas, y el público prorrumpió en ruidosas aclamaciones que ahogaron por mucho
rato el sonido de los instrumentos.
Es preciso contemplar un acto de tal clase para poder imaginárselo después. Nada hay en el
mundo semejante al entusiasmo de un pueblo que al aclamar a un genio comprende que se honra a
sí mismo y que aplaude su ilustración.
La Naturaleza pareció asociarse a la fiesta que Valencia celebró el día 12; pues un cielo
puro, radiante y esplendoroso, uno de esos cielos cargados de luz y color, propios de los países
meridionales, cubría a la hermosa ciudad del Turia.
En aquellos instantes la imaginación no podía menos que trasladarse a la antigua Grecia, con
sus fiestas al aire libre, en las que se coronaban las estatuas de los poetas y los héroes.
Después de descubierta la estatua, cuando el entusiasmo del público fue calmándose un
tanto, hubo lo que es de rigor en tales casos: esa segunda parte que se llama la solemnidad oficial.
El alcalde pronunció un discurso ensalzando al insigne Ribera, e inmediatamente se disolvió
la manifestación.
Por la noche, a más de numerosas serenatas, se celebró en el Teatro de Apolo una magnífica
velada literaria, en la que Valencia demostró una vez más los medios con que cuenta para poder
realizar tal clase de solemnidades.
Nada tan bello como el decorado del teatro, que corrió a cargo de la misma comisión
ejecutiva de artistas que trabajó por la erección de la estatua.
El escenario tenía el aspecto de un espléndido salón, estilo del Renacimiento.
Los muros aparecía cubiertos por tapices que representaban diversas escenas de la vida del
Spagnolettto, y en el centro veísase un hermoso rompimiento de columnas, y un gigantesco busto de
Ribera, cuyo pedestal ostentaba los atributos de la pintura y un sinnúmero de coronas y ramos de
laurel.
El teatro estaba alumbrado con focos de luz eléctrica de gran potencia, y en su patio se veía
todo cuanto de notable encierra Valencia en ciencias, literatura y artes, así como en los palcos las
más hermosas y elegantes damas valencianas.
La sesión fue presidida por el alcalde de Valencia, y del discurso se encargó el Sr. Querol,
apasionado amateur del arte, que es tal vez quien más esfuerzos ha hecho para lograr la realización
del centenario y de la estatua.
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El centenario de Rivera en Valencia
La Ilustración Ibérica, Barcelona, 4 de febrero de 1888

Después procedióse a la coronación del busto de Ribera, y se leyeron poesías de los señores
Ortiz, Pizcueta, Llorente, Bellmont, Manuel del Palacio y Querol, que el público recibió con
generales aplausos.
La Sociedad de Conciertos de Valencia, que se encargó de amenizar el acto con clásicas
piezas, interpretó un magnífico himno de D. Salvador Giner, director del Conservatorio de Música e
inspirado compositor, cuyo nombre (con harto pesar de su modestia exagerada) es muy conocido en
el mundo del arte.
La sesión terminó a las dos horas, con harto sentimiento del público, que durante aquellas
saboreó con fruición las divinas manifestaciones de la elocuencia, de la poesía y del arte.
Si en Valencia terminaron las fiestas en honor de Ribera el día 12, no así en la provincia;
pues en Játiva, cuna del insigne artista, se celebró el día 15 una imponente manifestación con
motivo de la visita de las sociedades humorísticas Lo Rat Penat y l’Oronella, que fueron a la
pequeña ciudad con el objeto de colocar una lápida conmemorativa en la parte exterior de la iglesia
donde recibió las aguas bautismales el Spagnoletto.
En el acto de la colocación de la citada lápida dióse lectura a la partida bautismal de Ribera,
escrita en lemosín, y que, por ser documento de alguna importancia en las circunstancias presentes,
no puedo menos de trascribir.
Dice así:
A 12 de Giner any 1588 fon batezat Josep Benet fill de Lois Ribera y de Margarita Gil:
foren compares Berthomeu Crnys Notj y comare Margarita Rita Albero filla de Nófre Albero(1).
También en Játiva se celebró una solemne velada literaria en honor del eminente artista.
Antes de esto ya se habían verificado, con el mismo objeto, unos Juegos Florales a los que
concurrieron los principales literatos valencianos.
Tales han sido, descritas a grandes rasgos, las fiestas más importantes del centenario de
Ribera.
Terminadas éstas, los últimos ecos de la música y de las aclamaciones se han desvanecido
en el espacio: Valencia ha vuelto a recobrar su normal aspecto, pero ha quedado en ella algo que
antes no existía y que es más corporal que los himnos y los vítores: la obra de Mariano Benlliure.
Los artistas valencianos deben mostrarse orgullosos de su triunfo al contemplar hoy esa
gigantesca estatua que han erigido a un maestro, sin otro auxiliar que sus propios esfuerzos.
Ahora, según parece, tratan de levantar otra estatua dentro de un plazo de tiempo
relativamente corto: la del Cid Campeador.
No sabemos si en esta empresa les ayudará la suerte tanto como en la otra; pero de todos
modos es digna de aplauso la conducta de esos hijos de Valencia, que, al par que la engalanan con
artísticos monumentos, tienen la noble aspiración de legar a las vivientes generaciones la historia de
la patria escritas en páginas de bronce.

Fuente: La Ilustración Ibérica, Barcelona, 4 de febrero de 1888

(1) A 12 de enero de 1588 fue bautizado José Benito, hijo de Luís Ribera y de Margarita Gil: fueron padrinos Bartolomé Cruañes, notario;
y Margarita Rita Albero, hija de Onofre Albero.

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