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CRÍMENES ALTRUISTAS

Las ideas de Uribe


CRÍMENES ALTRUISTAS
Las razones del Presidente Uribe para abolir
el delito político en Colombia

Las ideas de Uribe

Libardo Botero Campuzano


(Compilador)

Fundación Centro de Pensamiento Primero Colombia


Fundación
Centro de Pensamiento Primero Colombia
José Obdulio Gaviria
Presidente
Fernando Alameda Alvarado
Director Ejecutivo
Carlos Manuel Sierra Acero
Secretario
Claudia Lozano Beltrán
Comité Editorial
Ricardo Rojas Parra
Director de Medios
Gonzalo España Arenas
Comité Temático
Abel Coronado Gómez
Director Político
Roberto Muñoz Torres
Tesorero
Marta Patricia Mora Hernández
Revisora Fiscal

© 2007, Libardo Botero Campuzano / Compilador


© 2007, Centro de Pensamiento Primero Colombia
ISBN : 978-958-42-xxxx-x
Director Proyecto Editorial: Gonzalo España
Coordinadora Editorial: Claudia Lozano
Foto portada: Carlos Duque
Armada electrónica: Nubia Balaguera, Marcela Robles

Primera edición: noviembre de 2007

Impreso por Quebecor World Bogotá S. A.

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medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de
fotocopia, sin permiso previo del editor.
CONTENIDO

Un sólido y robusto cuerpo de doctrina 11


José Obdulio Gaviria

Nota muy grata 16

Acerca de esta compilación 17


Un esfuerzo honesto por corregir la historia
Libardo Botero Campuzano

¿Debe existir el delito político en Colombia? 23


Álvaro Uribe Vélez

Colombia no puede seguir estableciendo diferencias 25


entre delitos de la guerrilla y delitos de los paramilitares
Entrevista del Presidente Uribe en Caracol Radio
4 de abril de 2005

Exposición del Presidente Uribe en Escuela Superior de Guerra 31


4 de mayo de 2005

Mi afán es defender la credibilidad de Colombia 35


Entrevista del Presidente Uribe en Radiosucesos RCN
7 de junio de 2005

Delito político armado no debe haber en una democracia 61


Entrevista del Presidente Uribe con El País de Cali
23 de mayo de 2005

El delito político no va a tener conexidad para borrar delitos 65


como el narcotráfico o de lesa humanidad
Álvaro Uribe Vélez
Lo válido para una democracia europea, 87
es válido para la democracia latinoamericana
Alvaro Uribe Vélez

El homicidio político 97
Luis Carlos Restrepo Ramírez

Alcances del delito político 99


Luis Carlos Restrepo Ramírez

Redefinir el delito político 103


Luis Carlos Restrepo Ramírez

No tiene sentido justificar el crímen por un ideal 105


Luis Carlos Restrepo Ramírez

Caducidad del delito político 119


Luis Carlos Restrepo Ramírez

Dos sentencias de la Corte Constitucional 131


Sentencia No. C-009/95, 17 de enero de 1995
Sentencia C-456 DE 1997, 23 de septiembre de 1997 147

Sobre el delito político 183


Eduardo Posada Carbó

Delito, democracia y paz 189


Eduardo Posada Carbó

El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas 201


Eduardo Posada Carbó

Crimen e impunidad 217


Mauricio Rubio
¿Crimen o delito político? 223
Fernando Cepeda Ulloa

Un debate pertinente 225


Francisco José Lloreda Mera

¿Si Colombia no es una democracia, entonces qué es? 227


Darío Acevedo Carmona

Conversatorio con Savater 231

Savater, el terrorismo y Uribe 245


Jaime Jaramillo Panesso

La libertad, distintivo de la democracia 247


Alfonso Monsalve Solórzano

¿Ley de amnistía para el Eln? 249


Eduardo Pizarro Leongómez

Amnistías e indultos, siglos XIX y XX 251


Mario Aguilera

Decisión marco del Consejo Europeo sobre terrorismo 267


Consejo Europeo

Salvamento de voto en el fallo sobre el artículo 127 277


del Código Penal, Sentencia C-456 de 1997
de la Corte Constitucional
Carlos Gaviria Díaz y Alejandro Martínez Caballero

Nota del editor 301


Las Otras Fuentes
UN SÓLIDO Y ROBUSTO CUERPO DE DOCTRINA
José Obdulio Gaviria

Publicar un libro sobre el delito político en este preciso momento de


la vida nacional parecería, o el resultado de una increíble casualidad, o el
producto de una juiciosa acuciosidad. La preparación de este libro, y el hecho
de que vea la luz hoy, cuando casi no se habla de otra cosa en Colombia que
de delito político, es, hay que decirlo, lo más lejano a lo que llamamos casua-
lidad. –¡Claro que sí hay detrás, una gestión intelectual acuciosa!–.
Valga decir que el Centro de Pensamiento Primero Colombia, que gira
alrededor de la doctrina del Presidente Uribe, es, en cierta forma, causa y razón
de que el país esté dando el debate. Este libro, su contenido, es prueba de ello.
Me explico: el investigador principal del Centro, el doctor Libardo Botero, y
su equipo de trabajo, han estado, segundo a segundo, en el epicentro del debate
político de los últimos años. Por eso es que tenían a la mano, debidamente
clasificados, los principales documentos que hoy se compilan. ¿A raíz de qué
hubo tal involucramiento del Centro de Pensamiento  en el debate nacional?
El Centro nació como resultado de una observación que hasta la segunda
campaña presidencial de Álvaro Uribe, poco se hacía notar en los círculos
académicos: que el Presidente, de manera lenta e imperceptible, sin aspa-
vientos retóricos y sin reclamar reconocimientos, había desarrollado durante
el transcurso de varias décadas de estudio, de combate político y de gestión
pública, un sólido y robusto cuerpo de doctrina.
Eso es un hecho trascendental e histórico, porque es el factor que permite
que los liderazgos políticos repercutan, que convierte un liderazgo de partido,
de región, de clase, en el liderazgo de la nación toda. Un líder capaz de
formular una doctrina, es un fenómeno histórico escaso: Bolívar lo hizo; los
conservadores de 1848, Mosquera, Núñez, los liberales de la Convención del
22, Gaitán… No son muchos.
Una de las tareas que ha realizado el Centro de Pensamiento es reunir los
elementos teóricos formulados por Uribe, esos que componen su doctrina. Y
ya hay más de 10 tomos preparados. Algunos, como es obvio, se ocupan de

11
Crímenes altruistas

la Seguridad Democrática, puntal de la Doctrina Uribe. Y allí, como carga de


profundidad teórica, está el asunto de la definición del delito político y de su
vigencia en la actual legislación colombiana.
Los expertos saben que en nuestra legislación no está definido expresa-
mente lo que es el delito político. La Constitución se circunscribe a nombrar la
figura, y a anunciar la potestad del Ejecutivo para conceder ciertos beneficios
a quienes lo hayan cometido. El Código Penal por ninguna parte menciona las
palabras “delito político”. ¿Entonces? 
Son la doctrina y la jurisprudencia las que denominan delito político a
los tipos o descripciones de conductas penales que se describen en el título
XVIII del Código Penal –o delitos contra el régimen constitucional y legal, a
saber: rebelión, sedición y asonada–. En rebelión incurren quienes mediante
el empleo de las armas pretendan derrocar al gobierno nacional, o suprimir
o modificar el régimen constitucional o legal vigente; en sedición, quienes
mediante el empleo de las armas pretendan impedir transitoriamente el libre
funcionamiento del régimen constitucional o legal; en asonada, los que en
forma tumultuaria exigen violentamente de la autoridad la ejecución u omisión
de algún acto propio de sus funciones.
Esos tipos penales se refieren, evidentemente, a actuaciones muy propias,
socorridas y comunes de los políticos y militares del siglo XIX, cuando los
partidos políticos estaban en embrión, cuando la separación de poderes era
una novedad, las libertades públicas estaban por conquistarse y se discutía en
cada caso la legitimidad de origen de los gobiernos, de los congresos y de las
cortes. Con excepción de los Estados Unidos e Inglaterra, los poderes guberna-
mentales no absolutos, no arbitrarios, no omnímodos, o limitados por la Cons-
titución –forma fundamental para decir que existe una democracia liberal–,
sólo aparecieron cuando ya el siglo XIX estaba muy avanzado. Colombia,
entre todos los países de Occidente, fue uno de los primeros en acceder al
sistema, de la mano de Bolívar y Santander.
En ese ambiente político, social y jurídico del siglo XIX, emplear las armas
para derrocar gobiernos, cambiar constituciones o impedir el libre funciona-
miento de un régimen, era pan de cada día. Todos nuestros grandes líderes
de ese siglo están asociados a esas conductas: Bolívar, Nariño, Santander,
Sucre, Mosquera, Obando, Ospina, Núñez… Todos. Y, claro, sus móviles,
casi siempre, fueron altruistas (palabra usada recientemente en sentencia de
la Corte Suprema, cuando hablaron de otros, muy distintos, personajes de
nuestra reciente historia criminal).

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Un sólido y robusto cuerpo de doctrina

Ese ambiente de formación de las democracias liberales y esos móviles


altruistas, llevaron a los legisladores a practicar la clemencia con la oposi-
ción armada derrotada, pensando, con sentido común y en interés propio, que
en el cambiante escenario de la formación de las nuevas naciones, había un
carrusel en el que hoy uno se sentaba en la silla de los presidentes y, mañana,
ese mismo alguien estaba en el banquillo de los acusados.
El trato benigno a los delincuentes políticos (políticos derrotados en las
guerras) fue una tendencia filosófico política que imperó hasta la octava década
del siglo XX. El delito de rebelión casi se equiparaba con una contravención
de policía: penas ínfimas, autorización al juez para declarar los homicidios y
otros delitos atroces cometidos por los rebeldes como conductas subsumidas
en el delito principal (rebelión). Terminada la acción rebelde (individual o
colectivamente), la Constitución autorizaba el otorgamiento del indulto o de
la amnistía a los derrotados, así como el levantamiento de las inhabilidades
para ser elegidos congresistas o presidentes.
Como podrá deducir el lector, una punición blanda, clemente, bonda-
dosa, del llamado por la doctrina y la jurisprudencia “delito político”, es
una obsolescencia del siglo XIX y una inconsecuencia desde el punto de
vista del actual constitucionalismo. Las instituciones democrático liberales,
la vigencia de los derechos y garantías, la estabilidad de los regímenes
surgidos de la voluntad mayoritaria, el funcionamiento de los órganos legí-
timos, todos esos son bienes supremos de una sociedad. Agredirlos con las
armas, o con la simple amenaza de usar las armas, es, en las sociedades civi-
lizadas, una conducta terrible a la que por consenso universal se denomina
hoy, terrorismo.  
Desde un punto de vista práctico, los actuales “delincuentes políticos”
son, mejor, políticos delincuentes. El tratamiento benigno a sus conductas es
una bofetada a las democracias y a los demócratas. Ningún móvil, ninguna
ideología, puede servir de pretexto para ejercer la violencia contra los Estados,
los grupos sociales y las personas. Por eso, las conductas consagradas en el
título XVIII de nuestro Código Penal, son los peores delitos y merecen un
tratamiento draconiano.
Hablar de altruismo en las motivaciones de un asesino o de un secues-
trador, es, éticamente, una complicidad con el criminal. Aducir que los
problemas políticos, sociales  o económicos no resueltos, son la causa de la
existencia de las actividades de los grupos armados ilegales, es, éticamente,
una complicidad y justificación de sus acciones criminales.

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Crímenes altruistas

La mejor demostración de que la decisión de ejercer la violencia es subje-


tiva y no el resultado de la existencia de causas objetivas que impelen necesa-
riamente a la violencia; la mejor demostración, digo, está en el hecho de que
esos mismos propósitos revolucionarios que adujeron (como pretexto de sus
actos) los fundadores de las guerrillas, han sido defendidos pacífica y demo-
cráticamente por sectores lúcidos y esclarecidos de la izquierda colombiana.
Francisco Mosquera, fundador y Secretario General del Moir, escribió un
artículo en 1985 con este título categórico y definitivo: “El problema social
no determina la insurrección”. En su alegato demuestra la falsedad de la teoría
sobre la existencia de causas objetivas que obligan al pueblo a practicar la
violencia. Mosquera desbarata la presunción de que es obligatoria una tran-
sacción política (solución negociada) con los jefes o promotores de las orga-
nizaciones armadas. Dijo Mosquera:
Desde finales de la década del cincuenta los anarquistas criollos vienen imputando sus frus-
tradas rebeliones a las agudas diferencias económicas que prevalecen en la sociedad. El
argumento suena muy sabio; sin embargo, resulta profundamente falso. En cualquier época y
lugar, al margen de cuán extremada sea la miseria de las gentes, el requisito indispensable de
cualquier guerra civil del modelo que entre nosotros se pregona consiste en el concurso eficaz
de la población. Y en Colombia, por lo menos desde el surgimiento del Frente Nacional, el
pueblo se ha mostrado apático a la solución violenta. Seguir justificando las aventuras terro-
ristas con los desajustes sociales, como suelen hacerlo los políticos astutos y los clérigos
piadosos, significa simplemente que nunca habrá “paz”, pues las transformaciones histó-
ricas no se coronan en un santiamén ni brotarán de los arreglos de tregua. Los insurgentes
continúan supeditando cualquier compromiso verdadero con el régimen a un entendimiento
previo sobre los proyectos de desarrollo, el reparto de la riqueza y aun la inclusión en la
nómina oficial. A los colombianos les consta que bajo semejantes premisas la llevada y traída
reconciliación no deja de ser una entelequia, cuando no un engaño.

Y Álvaro Delgado, durante casi treinta años miembro principal del Comité
Central del Partido Comunista de Colombia, la organización que fundó las Farc,
dice en su libro Todo tiempo pasado fue peor, que si Vieira, Secretario General,
Hubiera insistido en su oposición al secuestro y al resto de formas de terrorismo, una parte
del Comité Central se habría atrevido a romper el temor de perder el apoyo político del resto
de sus compañeros. Tal vez así el partido no se habría comprometido tan profundamente en
la ejecución de las acciones de las Farc contra la población civil como lo está en el presente,
cuando en las páginas de VOZ no aparece una sola línea que pueda ser interpretada como
velada crítica a los actos de barbarie que perpetra esa guerrilla y a los secuestros de civiles
inermes les llaman “retenciones”, dando a entender que son inevitables actos de guerra.

Y, ni que decir de las referencias  de Saramago o de pensadores de la


izquierda colombiana a las atrocidades de las Farc, el Eln y las Auc.

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Un sólido y robusto cuerpo de doctrina

Muchos preguntarán: ¿por qué, entonces, si ustedes son enemigos de la


existencia de la figura del delito político como tipo penal que merezca trata-
miento benevolente, proponen que la conducta de los armados de las Auc se
tipifique como “delito político”?
Pues, porque mientras no se deroguen las normas benevolentes, ellas
deben regir por igual para todos los ciudadanos. Dado que los miembros de
las Auc entregaron las armas, se desmovilizaron y se han reinsertado a la
sociedad, las normas que facultan al Ejecutivo para otorgar el indulto o la
amnistía, debieran poder aplicárselas. Es un asunto relacionado con el prag-
matismo, no con la filosofía política.
La doctrina de la Seguridad Democrática, el pensamiento Uribe, al ir
calando en la mente de los colombianos, impone unos cambios legislativos
acordes con los tiempos. Así como se mira con asco a los violadores y se
les quiere escarmentar publicando sus fotografías, muy pronto los ciudadanos
pedirán que a los violadores de la Constitución –por la vía de la rebelión y de
la sedición–, se les siente en la picota pública como ejemplo de la peor maldad
y la más agresiva peligrosidad.
Tiene el lector común, el investigador, el comunicador, el académico, un
gran libro en sus manos. Un esfuerzo intelectual acorde con la consigna del
Presidente Uribe: elevar el nivel del debate político en Colombia.

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NOTA MUY GRATA

Este libro fue patrocinado por Ramón Crespo Morles, Simón Char Abdala
y José Antonio Sánchez Patiño, del grupo de amigos de Barranquilla, quienes
conformaron y apoyaron la primera candidatura del señor presidente Alvaro
Uribe Vélez en 1999. Y fue en Barranquilla precisamente, donde se inició la
campaña en ese mismo año; campaña que finalmente llevó al entonces candi-
dato Alvaro Uribe Vélez cuyas posibilidades en ese momento eran mínimas,
a la Presidencia de La República de Colombia.
Los editores de este libro agradecen además de manera muy especial la
colaboración de las siguientes personas: Gustavo Tellez Riaño, Ady Ochoa
Torres, Paola Andrea Holguín Moreno, Carolina Escamilla Pacheco, Espe-
ranza Chávez Fonseca y Stella Tovar Suárez.

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Acerca de esta compilación
UN ESFUERZO HONESTO POR CORREGIR LA HISTORIA
Libardo Botero Campuzano

El 18 de mayo de 2005 el Presidente Álvaro Uribe Vélez, con la fran-


queza que lo caracteriza, propuso al país el análisis desapasionado y tran-
quilo de un tema crucial: la supresión del “delito político” de nuestro ordena-
miento legal. No es éste un asunto nuevo, como veremos. El mismo Presidente
había señalado en repetidas ocasiones, en los meses anteriores, con motivo
de la discusión sobre la caracterización de la violencia que nos asola como
“amenaza terrorista”, que no es aceptable el calificativo de “delincuente polí-
tico” para quien se levanta en armas contra el régimen democrático, ni que por
ese hecho deba tener un trato penal preferencial, ni que se deba distinguir el
actuar delictivo de los guerrilleros como “político” y el de los mal llamados
“paramilitares” como “común”.
En una entrevista concedida a Caracol Radio el 4 de abril de ese año
observó: “Colombia no puede seguir estableciendo diferencias entre delitos de
la guerrilla y de los paramilitares. Algunos han dicho, históricamente, que la
guerrilla siempre comete delitos políticos y los paramilitares delitos ordinarios.
No hay diferencia.” La novedad ahora reside en sugerir que se estudie la aboli-
ción de la categoría del “delito político” de la legislación colombiana, en cuyo
derecho penal aparece a través de las figuras de rebelión, sedición y asonada.
La propuesta presidencial ha generado un saludable debate. Varios contra-
dictores suyos entraron a terciar a favor de mantener la tradición jurídica que
prevalece en el país casi desde el nacimiento de la república. A su turno, se
publicaron distintas argumentaciones jurídicas, políticas, sociológicas y aún
económicas de otros tratadistas que avalan el criterio presidencial. Hemos
efectuado una minuciosa recopilación de textos viejos y nuevos sobre la
materia, a partir de los del propio Presidente Uribe, para ofrecer un panorama
bastante completo sobre el debate.
Tres tópicos relevantes, a nuestro entender, han sido el epicentro de la
polémica hasta el momento: dos de ellos, de corte doctrinario, político uno,

17
Crímenes altruistas

jurídico otro, que configuran el basamento mismo de la reforma propuesta; el


tercero, relativo a la coyuntura política. Con el fin de facilitar la comprensión
y análisis del material de referencia por parte de los lectores presentamos un
bosquejo de lo que entendemos como la esencia de los mismos.

Consideraciones políticas
Probablemente el argumento fundamental para sugerir la abolición del
“delito político” de la normatividad legal sea el que expone reiteradamente
el Presidente Uribe: “En la medida que haya una democracia plena, como se
profundiza la democracia colombiana, delito político armado no debe haber. Y
lo que son expresiones de opinión o expresiones de conciencia, no se pueden
consagrar como delito político.” Es decir: no es aceptable atentar por medio de
la violencia contra la democracia; y mucho menos considerar esa acción como
de mejor familia que otras acciones criminales, o inclusive como encomiable.
Innumerables argumentos militan a favor de esta consideración. El de la
Corte Constitucional en sentencia 009/95 es de este tenor: “En aras del orden
no puede introducirse su antinomia: el desorden. En aras de la paz no puede
legitimarse la violencia, porque el fin siempre exige medios proporcionados
a él. En el marco constitucional de un Estado donde existen instrumentos
idóneos para expresar la inconformidad como son el estatuto de la oposición,
la revocatoria de mandato, el principio de la soberanía popular, el control de
constitucionalidad, la acción de tutela, las acciones de cumplimiento y las
acciones populares, entre otros, no hay motivo razonable para señalar que es
legítima la confrontación armada y mucho menos actitudes violentas de resis-
tencia a la autoridad.”
Además, es la tendencia de las democracias más avanzadas del mundo.
El Presidente Uribe enfatiza que las constituciones europeas tienden a excluir
el delito político: “Uno ve las democracias avanzadas de Europa: eliminaron
el delito político. ¿Por qué lo eliminaron?: primero, porque hay una demo-
cracia profunda; segundo, cuando frente a una democracia profunda se aspira
a acceder al poder, con apoyo en las armas, el delito deja de ser político y
pasa a ser terrorismo. Cuando hay armas, para esas democracias europeas,
ya no hay delito político, sino que hay terrorismo.” La misma Corte Consti-
tucional en otra sentencia, que incluimos en esta edición, la 456/97, recuerda
cómo España, cuya normatividad penal ha inspirado la nuestra en las últimas
décadas, suprimió de su Constitución desde 1978 la amnistía y el indulto, y
la rebelión y sedición tienen penas muy severas, que contrastan con las muy

18
Acerca de esta compilación

benévolas de nuestro código penal. A partir del 11S la tendencia se ha hecho


más evidente en el Viejo Continente.
Filósofos de la talla de Fernando Savater, de gran peso en el pensamiento
contemporáneo, han ido más allá, llegando a invertir los términos tradicio-
nales: el “delito político” no solo no puede ser considerado altruista, y recibir
un tratamiento generoso frente a los demás delitos; por el contrario, es de peor
laya que los restantes. Sus razones son de este tipo: “Poner bombas o secues-
trar ciudadanos no son actividades políticas en una democracia, lo mismo que
no es una actividad religiosa asesinar a los herejes o a los blasfemos”. Por
tanto “la motivación política que lleva a cometer delitos violentos no tiene por
qué ser una eximente ni penal ni moral: en un Estado democrático de derecho
más bien debería ser un agravante”. En síntesis: “asesinar… quita la razón
política a los asesinos”.
Los críticos de la propuesta presidencial reviven los viejos argumentos de
los desequilibrios económicos y sociales, de la explotación, y las falencias del
régimen político, como justificativos del accionar violento contra el Estado.
Apelan a la tradición doctrinaria muy antigua que postula la pertinencia del
levantamiento contra la opresión. Estas tesis tienen también como trasfondo
la idea de que nuestra democracia lo es apenas en sentido formal, pero que en
la realidad niega el acceso de las mayorías a las decisiones del Estado. De tal
manera que se justificaría la apelación a la rebelión como medio de hacer valer
la voluntad de las mayorías excluidas.
Vistas las cosas así, la discusión sería más bien en torno a la legitimidad
de nuestro Estado de Derecho, a la capacidad del mismo de dar cauce a los
anhelos de los ciudadanos. Por tal motivo, en la recopilación hemos incluido
varios textos que debaten el asunto, en particular en cuanto a la naturaleza
de nuestra democracia, que van desde la descalificación de la misma hasta el
reconocimiento de su vigencia pese a sus imperfecciones.

Consideraciones jurídicas
Una tradición jurídica, asentada en razonamientos de orden sociológico,
ha dado pie a la instauración de la figura del delito político en muchas constitu-
ciones y por consiguiente en los códigos penales. Quien en nuestro medio proba-
blemente defendió de manera más vehemente esa concepción hace un poco más
de medio siglo fue el profesor Luis Carlos Pérez. Dijo este penalista en 1948:
a diferencia de los delitos comunes, que tienen propósitos egoístas, los polí-
ticos “son de naturaleza altruista y social”. De allí que merezcan un tratamiento

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Crímenes altruistas

benigno. Enrico Ferri, penalista italiano de finales del siglo XIX y comienzos
del XX ha sido quizás el principal mentor intelectual de esta corriente.
Dentro de semejante óptica este delito es excusable por su intenciona-
lidad, pues quien lo comete busca loables metas de mejoramiento social, y
el tratamiento que se le debe dar, como lo estipulan muchas constituciones,
no es el de la sanción sino el del perdón y el olvido, a través de amnistías
o indultos. Para algunos, inclusive, delitos comunes “conexos” con los de
rebelión o asonada deben “subsumirse” en éstos y no merecer penas como
tales. Aún más: es frecuente en esta escuela del derecho señalar que en el
delito político no es posible determinar una responsabilidad individual; entre
otras cosas porque es inevitable y hasta justo que se de la rebelión contra una
sociedad opresora y enferma, y porque en la mayoría de los casos los crímenes
se cometen haciendo parte de movimientos u organizaciones levantadas contra
gobiernos. Eduardo Posada Carbó lo pinta de esta manera:

… durante el siglo veinte, buena parte de esa tolerancia podría explicarse por la concepción
dominante que se ha tenido del delito, al que se ha entendido no como un mal en sí sino como
síntoma de una enfermedad social. Tal razonamiento ha eximido de culpas a los criminales,
quienes entonces han quedado convertidos en víctimas de la sociedad.

Establecer la categoría del “delito político” no solo exime de penas a quien


lo comete, sino que el presunto altruismo es una apreciación subjetiva de las
intenciones y fines del delincuente político. De donde el resultado judicial es
que exime de pena, no solo por los hechos objetivos, sino por sus motivaciones
subjetivas, ideológicas, convirtiendo el asesinato, el secuestro o las masacres
terroristas en armas políticas lícitas. Más aún: el marco tipológico del “delito
político” promueve la eliminación del otro como enemigo, enemigo de la
supuesta bondad y verdad excluyentes que defiende y porta el victimario.
La concepción anterior es la que se ha conocido como subjetiva, pues
parte de la intención del trasgresor para calificar su delito. Otra, prácticamente
opuesta, encabezada por Cesare Beccaria, criminólogo italiano del siglo XVIII,
postula que lo que debe tenerse en cuenta es el daño a la sociedad y no las
supuestas o reales intenciones del delincuente. Es la denominada escuela obje-
tiva. La pena debe aplicarse por el daño a la vida, el patrimonio, etc., y graduarse
según la gravedad de dicho daño. Disminuir el castigo por la intencionalidad
es en últimas crear estímulos para delinquir contra el Estado y las personas.
Los delitos comunes cometidos en nombre de una causa social o política no
pueden excluirse o exceptuarse de su penalización normal. Y es individuali-

20
Acerca de esta compilación

zable la responsabilidad y no puede excusarse en males sociales, invirtiendo los


términos y colocando a la sociedad como criminal y al criminal como redentor.
Mauricio Rubio ha escrito entre nosotros un lúcido libro, Crimen e impu-
nidad (Tercer Mundo Editores-Cede, 1999), del cual publicamos algunos
apartes, donde argumenta en este sentido. Mirando el caso colombiano
reflexiona sobre las graves consecuencias que ha tenido la escuela subjetiva,
en el sentido de propiciar la violencia, gracias a su influencia en nuestra legis-
lación penal y en el pensamiento de la clase dirigente. Toda esa línea de pensa-
miento tiene sus consecuencias. Como advierte Rubio, de la premisa de que
los delincuentes políticos son bandidos sociales, con nobles intenciones, se
deduce por muchos que la salida no es penalizarlos sino entablar con ellos una
negociación política. En lugar de que haya castigo y reparación por los daños
cometidos, la sociedad se presenta contrita y queda sometida a sus exigencias
como medio de evitar que sigan atropellándola.

Coyuntura política
Como la propuesta de eliminar la figura del delito político fue lanzada en
el momento en que el gobierno del Presidente Uribe adelantaba un proceso de
acuerdos para la desmovilización de las autodefensas, mientras el Congreso
discutía el proyecto de ley de justicia y paz, se relacionó un tema con el otro
en el debate político y doctrinario. Los críticos del gobierno aseguraron que
éste se contradecía pretendiendo abolir el delito político a la vez que buscaba
otorgarle estatus político a las autodefensas. A su juicio, se buscaba privilegiar
a los paramilitares, quienes se beneficiarían de ese estatus, dándoles derecho
a amnistía e indulto, perdonando sus crímenes atroces por consiguiente, mien-
tras que a la guerrilla se le negaría, pues en el futuro, cuando se negociara con
ella, ya no existirían esos mecanismos legales para aplicárselos al ser supri-
midos de nuestra legislación.
El Presidente Uribe explicó con insistencia que el proceso con los para-
militares requería la aplicación de las normas vigentes, y que la discusión
propuesta sobre el delito político buscaba cambios para el futuro, que no
podían ser aplicables todavía. Aseveraba, por otra parte, que no le reconoce
estatus político al accionar delictivo de paramilitares ni guerrilleros, y que a
las autodefensas no se les había concedido tal categoría ni se pedía eso en el
articulado de la ley de justicia y paz. La calificación de las autodefensas como
“sediciosos”, para ajustarse a la normatividad penal vigente, buscaba simple-
mente que a quienes se han levantado en armas violentando el régimen consti-

21
Crímenes altruistas

tucional vigente, pero sin cometer otros delitos (como los de lesa humanidad o
crímenes de guerra), se les puedan conceder los beneficios autorizados por la
ley para estos casos al desmovilizarse. Pero a quienes hayan cometido delitos
atroces, distintos al de pertenecer a una organización ilegal armada, se les
aplicarán las normas previstas en la ley de justicia y paz sobre juzgamiento,
condena a penas especiales, y reparación a las víctimas. En estos casos no
caben ni indulto ni amnistía, ni el posterior goce de derechos políticos.
El Comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, amplió y explicó con
detalle este punto, en dos documentos de su autoría que incluimos en esta
edición. “No nos interesa conceder estatus político a grupos armados al
margen de la ley. No creemos pertinente que el Jefe del Estado reconozca
como movimientos políticos a organizaciones que matan, secuestran o delin-
quen. No puede haber en Colombia dos tipos de movimientos políticos. Unos
sometidos a la Ley y otros que pueden delinquir”, dijo durante un debate de la
mencionada ley en el Senado. Para agregar luego que lo que se proponía en el
polémico artículo 64 del proyecto de ley en estudio no era eso, sino tipificar
la pertenencia a grupos armados ilegales como las autodefensas (o las guerri-
llas) como “sedición” y no simplemente “concierto para delinquir”, para darle
seguridad jurídica a la desmovilización de miles de personas de esos grupos
que decidan abandonar su actividad ilegal, siempre que no hayan cometido
otros delitos, mucho menos si son atroces o de lesa humanidad.
En las últimas semanas se ha revivido esta discusión en el país, con
motivo de un fallo de la Corte Suprema de Justicia (Fallo de la CSJ-Segunda
Instancia 26945, 25 de julio de 2007), en el cual niega que pueda aplicarse la
figura de “sedición” a los paramilitares que no se hallen incursos en delitos
atroces, para concederles el consiguiente perdón. El Presidente de la Repú-
blica ha respondido con vehemencia, ratificando las tesis originales sobre
el particular. A la vez el gobierno ha presentado al Congreso un proyecto
de ley para darle solidez jurídica a la desmovilización de los paramilitares.
Incluimos sendas entrevistas del Presidente de la República y el de la Corte
Suprema de Justicia que reflejan las discrepancias con nitidez.
A fin de que nuestros lectores puedan cotejar los puntos de vista contrarios,
hemos incluido algunos artículos de analistas que defienden la preservación del
delito político considerándola una “sana tradición democrática”, incluso una exal-
tación del pluralismo en nuestra cultura política, justificada por la presencia de
desequilibrios en nuestra sociedad, a la vez que acusan al gobierno de querer bene-
ficiar a los paramilitares y cerrarle las puertas a una negociación con la guerrilla.

22
APORTES PARA UN DEBATE ACADÉMICO
¿DEBE EXISTIR EL DELITO POLÍTICO EN COLOMBIA?
El presidente de la República plantea reflexión
en el marco de una democracia plena y profunda.
(Fragmentos)

El presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, propuso al país, iniciar


un debate académico sobre si en Colombia debe o no existir el delito político.
Para el Jefe de Estado, no se trata solo de producir titulares de prensa sino
de hacer una reflexión sobre el tema, frente al cual explicó:
Ese es otro tema que hay que mirar con menos espectacularidad perio-
dística, con más reposo. Uno ve las democracias avanzadas de Europa: elimi-
naron el delito político. ¿Por qué lo eliminaron?: primero, porque hay una
democracia profunda; segundo, cuando frente a una democracia profunda se
aspira a acceder al poder, con apoyo en las armas, el delito deja de ser político
y pasa a ser terrorismo. Cuando hay armas, para esas democracias europeas,
ya no hay delito político, sino que hay terrorismo.
Infortunadamente el delito político en Colombia tiene una connotación
armada, lo cual es muy grave, por eso hay que sembrar esta inquietud en la
mente de todos los colombianos.
¿Qué espacio quedaría para el delito político?: el que no se puede.
Quedaría, simplemente, el delito de conciencia, el delito de opinión, que
no se pueden consagrar como delitos en una democracia respetuosa de la
individualidad.
Entonces por eso, pienso que es oportuno que Colombia empiece a dar
también ese debate. En la medida que haya una democracia plena, como se
profundiza la democracia colombiana, delito político armado no debe haber. Y
lo que son expresiones de opinión o expresiones de conciencia, no se pueden
consagrar como delito político.
Mientras nosotros llegamos a ese avance, mientras el país da este gran
debate –serenamente, racionalmente– lo que hay que hacer es igualar a todos
los actores. Uno no puede darles a unos un tratamiento y a otros, otro.

23
Crímenes altruistas

El dolor de las víctimas es el mismo, independientemente de que la muerte


de su familiar o el secuestro hayan sido causados por un grupo o por otro.
Mientras avanzamos en este debate, por lo menos demos el mismo trata-
miento a todos los actores.
Ahora, es muy claro que la extradición no es por delitos políticos, la extra-
dición es por otros delitos, como el narcotráfico, como el terrorismo, etcétera.
O sea que no se puede crear esa confusión al pueblo colombiano.
Esto es, hay que pensar en ese debate. Mire, yo creo que el tema no es de
titulares noticiosos sino de ir haciendo una reflexión.
Les repito la reflexión: ¿qué pasa en muchos países europeos? Se ha
dicho: como hay una democracia profunda, no se acepta que las personas
atenten contra esa democracia por razones ideológicas, por razones políticas,
por la vía armada. Entonces, allí no se acepta que un delito que esté apoyado
con armas, sea político.
¿Qué he dicho?: si la democracia colombiana se profundiza, como todos
los días se profundiza –es que este Gobierno, en el último año llevamos 162
alcaldes elegidos, con garantías para todo el mundo, en esas elecciones que
se llaman atípicas, solamente el último domingo se eligieron 10 alcaldes en 8
departamentos de Colombia, no hubo una sola queja de falta de garantías. Eso
demuestra la profundización de esta democracia–.
Una democracia que así se profundiza, es una democracia que tiene
que pensar si sí vale la pena darle el estatus de delincuente político a quien
atenta contra ella, por la vía armada. Por eso yo creo, que ante una demo-
cracia profunda, debe pensarse en no calificar como político el delito basado
en armas, es simple terrorismo.
Estas son reflexiones para un debate intelectual en el país.

Bogotá, 18 de mayo de 2005


Fuente: www.presidencia.gov.co SNE

24
COLOMBIA NO PUEDE SEGUIR ESTABLECIENDO
DIFERENCIAS ENTRE DELITOS DE LA GUERRILLA
Y DELITOS DE LOS PARAMILITARES
Entrevista concedida por el presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez,
a los miembros de la mesa de trabajo de Caracol Radio, cadena básica,
presidida por el periodista Darío Arizmendi.

Darío Arizmendi: Señor Presidente, el proyecto de Justicia y Paz a la


consideración del Congreso: hoy el ex fiscal Alfonso Gómez Méndez tiene
una columna titulada “Entre el delito político y la criminalidad común” y
habla del salto de garrocha que se pretende dar para convertir en delitos
políticos lo que son delitos de lesa humanidad o delitos comunes.
Presidente Uribe: Primero. Los delitos de lesa humanidad no son ni
serán delitos políticos en Colombia. Me parece de la mayor gravedad que
alguien, tan conocedor de la materia, trate de inducir a esa confusión.
Nosotros, muy claramente, hemos dicho, en ese proceso de paz con las
autodefensas, en el proyecto de ley, que: los delitos de lesa humanidad no son
indultables, no son amnistiables. Y esa es una de las grandes discusiones, en el
proceso de paz, y es uno de los puntos que el Gobierno ha manejado con total
firmeza. ¡Ahí no puede haber concesión! ¿Por qué?: porque así lo manda la
Constitución colombiana, así lo impone el bien público y así lo demandan los
tratados internacionales, de los cuales Colombia es signataria.
Segundo, delitos ordinarios comunes y delitos políticos. Lo que pasa
es que en Colombia ha habido un sesgo y el país no puede seguir con esos
sesgos. Algunos tienen un sesgo “pro-guerrillero” y otros un sesgo “pro-
paramilitar”. Entonces, el único sesgo que hay que tener es el sesgo pro-
institución.
Este país, consecuencia de muchos “gobiernos”, ¿cómo nos lo entre-
garon? En la vía de dividirse en tres países: una república paramilitar en
una parte, una república guerrillera en otra y un Estado débil y decadente
–todos los días más chiquito– en el centro del país. Por eso he convocado a
los colombianos a que no haya sesgo “pro-guerrillero”, a que no haya sesgo

25
Crímenes altruistas

“pro-paramilitar”, a que el único sesgo, la única devoción, la única parcia-


lidad, sea a favor del control institucional del Estado.
¿Qué hemos propuesto nosotros? –pero lo propusimos en el discurso
político de la campaña–: Colombia no puede seguir estableciendo diferencias
entre delitos de la guerrilla y de los paramilitares. Algunos han dicho, históri-
camente, que la guerrilla siempre comete delitos políticos y los paramilitares
delitos ordinarios. No hay diferencia. Uno pregunta y ¿por qué? ¡Ah! porque la
guerrilla estaba en contra del orden establecido y los paramilitares a favor del
orden establecido. Tan político o tan ordinario puede ser lo uno como lo otro.
Finalmente, ambos en sus propósitos violan el ordenamiento jurídico, utilizan
ilegítimamente armas, interfieren la democracia y el sufrimiento de la comu-
nidad. Es lo mismo cuando las víctimas provienen de ataques de la guerrilla,
que cuando las víctimas provienen de ataques de los grupos paramilitares.
¿Por qué hemos propuesto que el delito de sedición se extienda también a
los mal llamados grupos paramilitares? Primero, por la convicción de que no
puede haber diferencia entre el delito que unos cometen y el delito que cometen
los otros. Y segundo, por razones prácticas, porque en este Gobierno ha tenido
lugar un proceso de desmovilización, sin antecedentes en Colombia. Llevamos
casi 12.000 desmovilizados. ¿Sabe cuánto nos cuestan este año?. 200 mil
millones de pesos, eso es más o menos 80 millones de dólares. Ahí hay una gran
inversión social, una gran reinversión social que no se reconoce por algunos.
¿Sabe cuánto nos cuesta atender a los desplazados?. Otro tanto. ¿Sabe
cuánto nos cuestan las Familias Guardabosques?. Casi otro tanto. En esos tres
rubros tenemos, este año, 240 millones de dólares de inversión social.
En esos reinsertados que son 12.000, hay aproximadamente 6000 parami-
litares y 6000 guerrilleros. En los paramilitares hay unas desmovilizaciones
individuales y otras colectivas. ¿Cómo hemos desmovilizado a unos y a otros
hasta ahora?: aplicando la Ley 782.
La Ley 782 se ha venido interpretando en el sentido de que se puede
desmovilizar por igual al guerrillero que al paramilitar. ¿Por qué en la nueva
ley pedimos que se tipifique ese delito de sedición? Por una razón: porque lo
que venimos haciendo, de acuerdo con la Ley 782, es vía interpretativa. El día
que un fiscal o que un juez diga que los paramilitares no cometen el mismo
delito que los guerrilleros, y que no los podemos desmovilizar a la luz de la
Ley 782, se paraliza todo este proceso. ¿Qué haríamos? Entonces queremos
seguridad jurídica para continuar con este proceso sin que ello implique
impunidad, sin que ello implique –y es muy claro el Gobierno y el proyecto–

26
Colombia no puede seguir estableciendo diferencias

amnistía o indulto para los delitos atroces, para los delitos de lesa humanidad.
Sin que ello implique conexidad con el narcotráfico.
Es que este es un punto bien importante. Le decía a algún senador:
hombre, este Gobierno merece credibilidad en su lucha contra el narcotráfico,
mire las fumigaciones, la extinción de dominio –el primer proyecto que a este
Gobierno se le aprobó, presentado por el doctor Fernando Londoño Hoyos–,
un proyecto para agilizar la extinción de dominio, eso ha crecido sin ante-
cedentes en Colombia y yo creo que a la fecha he firmado alrededor de 280
resoluciones de extradición.
Cuando yo llegué, de los carteles del norte del Valle del Cauca se hablaba
entre asombro, siempre en secreto o como tema de diversión en los cócteles.
Nosotros hemos enfrentado esos carteles con toda la determinación.
Primer punto, hechos de este Gobierno frente al narcotráfico: cuando este
Gobierno muestre esos hechos, es injusto que se trate de sembrar una duda de
que va a haber conexidad para beneficiar narcotraficantes.
Segundo punto, hechos de este Gobierno en el proceso de paz de Ralito:
nosotros expresamente hemos ordenado que en ese proceso de paz no participen
personas con nombre propio que han sido simples narcotraficantes que se hacen
pasar por autodefensas. Y tercero, veamos lo jurídico: Colombia es signataria de
la Convención de Viena y la Convención de Viena prohíbe la conexidad de los
delitos políticos con el narcotráfico, con el terrorismo, con el secuestro, etcétera.
¿Qué hemos hecho? Hemos dicho: para que no haya dudas, para que se
disipe cualquier duda que quieran proponer, hemos redactado un nuevo artículo
–que lo ha presentado el Ministro (del Interior y de Justicia) Sabas Pretelt– y
que dice que no hay conexidad con el narcotráfico. Eso es bien importante.
Además, quiero recordar lo que dije el pasado sábado en Manizales. El
pasado sábado un fiscal en Manizales –porque allá hicimos un consejo de
seguridad y en paralelo un Consejo Comunitario, yo estuve unos primeros
minutos en el consejo de seguridad, a partir de allí lo presidió el Ministro de
la Defensa, y después me trasladé al Consejo Comunitario– me dijo al oído
que me iban a pedir un permiso para que la Fiscalía hiciera una diligencia en
Ralito. Yo me anticipé y le contesté públicamente: no me lo tienen que pedir,
tienen todo el apoyo del Gobierno para que entren allí a hacer cuantas diligen-
cias quieran. Es que nosotros no vamos a permitir que la justicia colombiana
se excluya de un milímetro del territorio nacional.
Por eso ayer entró la Policía a San José de Apartadó. Pero no entró a
desafiar la comunidad ni a maltratarla, sino a ganarse la confianza de la comu-

27
Crímenes altruistas

nidad y a protegerla. Porque es que, lo complicado es cuando no se acepta la


presencia de la Fuerza Pública, hay masacres y a renglón seguido, algunos, se
las quieren imputar a la Fuerza Pública.
O sea, que nosotros estamos en lo dicho: necesitamos una ley para
procesos de paz, pero una ley que sea creíble. ¿Qué le da credibilidad a esta
ley?: las acciones del Gobierno en estos 32 meses, la circunstancia de que hay
12.000 desmovilizados, una ley que sea equilibrada, un buen balance entre
paz y justicia.
Es la primera vez que Colombia en un proceso de paz se preocupa por la
justicia. Antes, Colombia simplemente se preocupaba por la paz, no importaba
que hubiera o no impunidad, con tal de que se diera la paz, qué le hace que los
delitos de lesa humanidad quedaran impunes, ahora hay una gran preocupa-
ción y está en el texto legal.
Hemos dicho: en nombre de la paz no podemos llegar a la impunidad,
pero también hay que recordar que es un proceso de paz. Hemos dicho, en
nombre de la justicia: no podemos llegar al sometimiento, ni sometimiento
ni impunidad, es un proceso de paz con reparación, es un proceso de paz con
justicia. Y lo otro que hemos dicho: tiene que ser universal, es una ley para
todos estos grupos que están delinquiendo y vamos a insistir en ese camino y
confiamos que el Congreso de la República nos ayude con un texto legal con
toda la sensatez para la conveniencia colombiana.
Judith Sarmiento: Presidente, eso significaría que se aplicaría el perdón,
o la penalización leve, solo a aquellos a quienes se les pruebe que se organi-
zaron para tomar las armas bien sea contra el Estado, o bien sea para enfrentar
a la guerrilla, pero no que tenga ningún otro tipo de delito cometido. La
pregunta es, ¿en la práctica qué tan posible es lograr eso y qué pasará con los
líderes, autores intelectuales de las masacres de uno y otro lado, no podrán ser
entonces beneficiarios de la ley de Justicia y Paz?
Presidente Uribe: Primero hay un problema en Colombia, práctico, que
nadie puede desconocer: todos estos grupos se han contaminado de narcotráfico.
En el Plan Patriota, en las selvas, todos los días le desarmamos más
laboratorios de droga a las Farc, todos conocemos la manera cómo se han
involucrado los grupos de autodefensas en el narcotráfico y todos los días
capturamos gente del Eln en sitios como El Tarra y la Cordillera del Cata-
tumbo en el Norte de Santander, en el Magdalena Medio, en la Serranía de
San Lucas, interviniendo en cultivos de droga. Todos estos grupos inter-
vienen en droga.

28
Colombia no puede seguir estableciendo diferencias

¿Cómo se resuelve esa dificultad?: la solución no es fácil. El Gobierno


lo ha dicho en lo político y lo ha propuesto en lo jurídico: las leyes de paz
solamente son aplicables a aquellos que hayan tenido, por objeto principal,
organizarse en esos grupos contra el Estado, sean grupos guerrilleros o grupos
paramilitares. Si hay una persona que lo que estaba haciendo era interviniendo
en el negocio de droga, y después quiere aparecer haciéndose pasar por para-
militar o por guerrillero, esos delitos que cometió esa persona no pueden ser
objeto de los beneficios de disminución de penas de esta ley.
En cuanto al tema de las masacres. Si la persona entra en el proceso de
paz –y para eso hay unos requisitos y uno de los requisitos, repito, es que la
persona no sea un narcotraficante disfrazado de paramilitar, que la persona no
sea un narcotraficante disfrazado de guerrillero–, reúne todos los requisitos
y esa persona es responsable de masacres, no tiene indulto, no tiene amnistía
porque esa masacre es un delito de lesa humanidad y estamos discutiendo con el
Congreso de la República el mínimo de cárcel que esa persona tiene que pagar.
Aquí hay que recordar el principio de la ley: la ley en nombre de la justicia
no puede indultar ni amnistiar el delito atroz; pero, si es una ley para procesos
de paz tampoco puede llegar, en nombre de la justicia, al extremo de que sea
una ley de sometimiento. Tenemos que trazar dos líneas divisorias: del lado
de la paz una línea divisoria entre lo que es la paz y la no impunidad, que
haya paz pero sin impunidad, y del lado de la justicia una línea divisoria entre
lo que es la justicia y la reparación y lo que es el sometimiento. Que haya
justicia, que haya reparación, pero que no haya sometimiento. Porque si lo que
salimos es con una ley de sometimiento, entonces vamos a frustrar también las
posibilidades de paz.
Judith Sarmiento: Presidente, entonces, para esas personas, a quienes
además de haberse organizado en armas resulten involucrados en masacres, o
en narcotráfico, o en cualquier otro delito, se les aplicaría las penas que resulten
aprobadas en el proyecto de Justicia y Paz, los siete o los ocho años, en fin…
Presidente Uribe: No me lo deje así. No me lo deje así, Judith. Miremos
para ver si nos queda clarito. La persona ha sido narcotraficante y quiere
aparecer como paramilitar, esos delitos de narcotráfico no tienen los bene-
ficios de la ley. Recuerden el caso de un señor Sierra que quiso aparecer en
Ralito como vocero de las autodefensas, el doctor Luis Carlos Restrepo, Alto
Comisionado para la Paz, fue informado por la justicia, yo lo supe e inmedia-
tamente el Gobierno produjo un comunicado público diciendo: este señor no
puede participar en la mesa, este señor no es beneficiario del proceso y hoy la

29
Crímenes altruistas

Policía está persiguiendo, buscando la captura de ese señor. Entonces, si esa


persona ha sido narcotraficante y quiere disfrazarse de paramilitar o guerri-
llero, esos delitos de narcotráfico no pueden ser beneficiarios de esta ley.
En el caso de personas que sean beneficiarias de esta ley, que han come-
tido masacres, sean ellos de la guerrilla o de los paramilitares, son beneficia-
rios de esta ley pero no tiene beneficio de indulto –el Gobierno no lo puede
otorgar–, no tendrán beneficio de amnistía. Y estamos discutiendo cómo van a
estar en la cárcel, cuánto tiempo, y estamos discutiendo en el proyecto de ley
cuáles serán sus obligaciones de reparación al pueblo colombiano.
¿Cuál es la diferencia entre este proceso y anteriores procesos? En ante-
riores procesos solo se prestó atención a la paz, se perdonó –con los ojos
cerrados o con el texto de la ley– delitos atroces del pasado. Esa gente recobró
la plenitud de los derechos políticos, llegaron a todas las instancias de la
democracia nacional. Ahora no podemos hacer eso. Ahora, lo que son delitos
de lesa humanidad, no pueden recibir el beneficio de la amnistía ni el bene-
ficio del indulto.

Bogotá, 4 de abril de 2005 (SNE)


Fuente: www.presidencia.gov.co SNE (Fragmentos entrevista en Caracol Radio)

30
EXPOSICIÓN DEL PRESIDENTE URIBE EN LA
ESCUELA SUPERIOR DE GUERRA

Observé una situación china que, sin conocerla, he podido estudiar hace
muchos años, reconociéndole a Mao Tse-Tung que pone unas bases filosó-
ficas bien importantes, que ayudaron a distinguir a China de otras sociedades
comunistas. Porque él siempre habló de la teoría de la evolución. Resuelta una
contradicción, hay que emprender la búsqueda de la solución de la siguiente.
Por comparación, he creído que Colombia tiene dos realidades: un 52%
en la pobreza, lamentable, que hay que sacar adelante. Y un 48% que vive en
un modelo social que no nos puede avergonzar ante nadie, un modelo social
presentable en cualquier parte del mundo.
Y me he preguntado: ¿quién es el responsable de ese 52% de pobreza? ¿El
48% restante? Entonces para darme la respuesta digo: ¿las empresas privadas
tienen suficientes cargas de seguridad social en Colombia? ¿Tienen suficientes
cargas fiscales?
Muchas, están abrumadas. Aquí la empresa privada seria es socialmente
de inmensa responsabilidad. Yo no le imputo la tragedia del 52% al otro 48%.
Se la imputo a varios factores, el más importante el terrorismo.
Entonces uno no puede involucrar un problema social para darle legiti-
midad a la causa. El problema social es esa pobreza y una causa muy eficiente
es el terrorismo. Yo no puedo invocar la pobreza para decir que hay un conflicto
armado. Porque ese conflicto armado sería como legitimar ese terrorismo, que
es la causa de esa pobreza.
Lo otro. Esos grupos violentos en alguna forma se legitiman desde la polí-
tica de Aristóteles (que esta noche me la recordaban José Obdulio Gaviria y
Gina Parodi), por las tiranías. Aquí no las hay. Mire las elecciones del 2003, el
referendo. El Presidente de la República hoy se tiene que someter a cualquier
clase de debates sin privilegios de televisión ni de prensa. Aquí no hay tiranía.
Yo me he procurado respetar no solamente a los candidatos de todos los
partidos, sino sus espacios de gobernabilidad. He manejado con toda la delicadeza
la relación con todos los alcaldes y con todos los gobernadores, para construir

31
Crímenes altruistas

Patria y para proceder con una conducta que ayude a enaltecer esta democracia.
Aquí no hay tiranía. Frente a una democracia no se puede legitimar
ninguna acción armada. Entonces por eso he negado el conflicto.
Que tenemos un problema social muy hondo, sí. Que lo tenemos que
superar, sí. Pero eso no nos puede servir para darle la categoría de conflicto a
la amenaza de terrorista.
Y muchos preguntan: bueno, pero si usted los define terroristas ¿cómo
se negocia con ellos? Por eso se les exige el cese de hostilidades, que es el
problema que hemos tenido con el Eln.
Yo me reúno con Felipe Torres cuando sale de la cárcel en un hotel de
Medellín. Me dice: ¿Cuál es la propuesta suya, Presidente? Le dije: Muy clara,
acepten el cese de hostilidades. No se tienen que desarmar, no se tienen que
desmovilizar y empezamos el proceso de negociación. El desarme y la desmo-
vilización se aplazan, son puertos de llegada.
Y él me dice: Eh, nos matan. Dije no. Las Fuerzas Militares y de Policía
de Colombia son combatientes, yo soy combatiente, pero no somos tramposos
ni vamos a proceder a la mansalva. En un cese de hostilidades no vamos a
operar contra ustedes.
Llego a México y me hacen unas preguntas en público sobre la materia,
delante del presidente Fox. Y después me dicen: ¿entonces lo que usted dice
podría tener garantes? Y dije: pónganle el que quiera. Al buen pagador no
le pesan las prendas. ¿El Gobierno de México? Dije: magnífico. Si es el
Gobierno de México, aquí está el embajador con toda la buena voluntad a
ayudar de facilitador.
Y el doctor Luis Carlos Restrepo con el embajador, delegado especial-
mente por México, a buscar textos para darle gusto en el texto al Eln.
Finalmente no aceptaron porque el Gobierno no les aceptaba que exclu-
yeran el secuestro. ¿Usted se imagina donde aceptemos empezar un diálogo
habiendo hecho la previa concesión de que pueden continuar secuestrando?
Ese sería el peor de los mundos.
Entonces a nosotros nos hacen una pregunta, y a mí me la hacen: bueno
¿usted por qué los llama terroristas y abre la posibilidad de negociar con ellos?
Por eso se exige, para hacer compatible la posibilidad de negociar con ellos
con el calificativo que creo justo y jurídico de “terroristas”, se exige el cese
de hostilidades.
Y ahí hay unos temas bien bonitos que quiero mencionarlos aquí para
estimular el espíritu de estudio de la Escuela.

32
Exposición del Presidente Uribe

Los europeos no le dan el alcance de delito político a acción armada


alguna. La denominan terrorismo. Aquí los delitos políticos conllevan acción
armada. En Europa no.
Y yo me he preguntado: ¿por qué allá es terrorismo la simple amenaza
del uso de fuerza? La razón es que tienen una democracia profunda y que
la defensa elemental de esa democracia debe ser impedir que alguien atente
contra ella apoyado en armas.
Prácticamente en esas democracias europeas hoy no hay delito político.
Porque lo que es para nosotros delito político allá es terrorismo. Y el único
delito político que cabría hoy es el delito de opinión. Y las democracias no
pueden consagrar el delito de opinión o de conciencia como delito político,
porque no es delito.
Yo voy creyendo que, en la medida que esta democracia se profundice,
no solamente debemos hacer una gran tarea persuasiva para decir: aquí hay
un problema social pero no un conflicto armado con los terroristas sino una
amenaza terrorista. Y para decir: en Colombia no debe haber delitos políticos.
Porque las democracias no pueden permitir acciones armadas contra el Estado,
en nombre así sea de ideales políticos, y porque tampoco las democracias
pueden tipificar como delito el disenso o las expresiones de la conciencia.

Bogotá, 4 de mayo de 2005


Fuente: www.presidencia.gov.co SNE

33
MI AFÁN ES DEFENDER LA CREDIBILIDAD
DE COLOMBIA
Entrevista del Presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, con la mesa
de trabajo de la emisora Radiosucesos RCN, dirigida por Juan Gossaín

Juan Gossaín: Señor Presidente, como usted comprenderá, periodistas


como nosotros tenemos temas de diversa índole para plantearle, por ejemplo
en relación con la situación política del país, en relación con las negociaciones
con los grupos de autodefensas o paramilitares, en fin.
Comencemos señor Presidente con la situación política. ¿A qué caso
concreto se estaba refiriendo usted cuando dijo, hace unos días, que en el
pasado hubo gobiernos que hicieron alianzas con narcotraficantes como ‘Don
Berna’, para que los ayudara a combatir a otros narcotraficantes?
Presidente Uribe: Yo le he expresado permanentemente al país y a la
Fuerza Pública, en privado y en público, que la política de Seguridad Demo-
crática tiene que ser una política sostenible. Y para que sea sostenible tiene
que ser creíble. Y para tener credibilidad tiene que ser eficaz y al mismo
tiempo transparente. Y para ser transparente, la política de Seguridad Demo-
crática tiene que ser muy rigurosa en materia de cumplimiento de los derechos
humanos y tiene que ser basada, totalmente, en los esfuerzos institucionales.
He dicho: no puede haber colusión con grupos de bandidos para enfrentar
otros bandidos. Eso ha sido una norma de este Gobierno.
Porque bien, uno podría haber dicho –según lo esperaban mis contradic-
tores– a los mal llamados paramilitares: “miren, no hagan masacres, quédense
quietos, no hay nada contra ustedes, ayúdenos a acabar a la guerrilla” y ese sería,
de pronto, un camino más rápido y más efectivo para combatir a la guerrilla, pero
una pésima herencia institucional para el país, una manera de profundizar más la
herida. Entonces, el camino nuestro ha sido, totalmente, el camino institucional.
El caso de este señor Murillo Bejarano, el alias “Don Berna”, la verdad es
esta –como lo dije la semana pasada–, yo habría querido como Presidente de la
República, que lo hubiéramos aprehendido físicamente pero, como terminaron
las cosas terminaron bien. Porque, acepto que el Gobierno lo recibió, eso fue

35
Crímenes altruistas

presionado por la Fuerza Pública, fue una entrega, sí, con un elemento de nego-
ciación –esos elementos de negociación los conoce el país–, el Gobierno lo
recibió como desmovilizado, el Gobierno define el sitio, está asegurado por la
Policía. Entonces empieza la crítica que le han venido haciendo al proceso: “que
hay unos narcotraficantes que están involucrados con el paramilitarismo”.
Infortunadamente, todos estos grupos de paramilitares, de guerrillas, están
contaminados de narcotráfico. Entonces se hace otra crítica: “que esos señores
eran, antes, narcotraficantes, y que aparecieron de paramilitares”. El problema
es que este Gobierno los encontró de paramilitares. Estas desmovilizaciones
que se han hecho, especialmente la de Medellín de paramilitares, ha sido una
desmovilización en la cual ha intervenido este señor.
Cuando yo asumí la Presidencia fui informado que venían dos procesos
de paz en marcha: uno con el Eln a través de Cuba y otro con los paramilitares
a través de la Iglesia Católica. Yo dije que se aceptaba que se continuara con
ambos, siempre y cuando se respetara un cese de hostilidades. Y con estos
señores, con los que ha estado negociando este Gobierno, es con los que se
venía negociando.
Ahora, hay un problema muy grave, sí, que unos de esos señores eran
narcotraficantes y que después aparecieron de paramilitares. De paramilitares
los encontró este Gobierno. Esas desmovilizaciones que han ayudado, ellos han
intervenido en esas desmovilizaciones. La Iglesia Católica ayudó en ese proceso y
lo condujo hasta el momento en el cual ellos aceptaron un cese de hostilidades.
Entonces, ahí tenemos una dificultad: unos señores que empezaron como
narcotraficantes, unos señores que después se incorporaron como paramili-
tares –que este Gobierno encontró como paramilitares–, que han ayudado en
este proceso de desmovilizaciones y por eso estamos buscando el marco jurí-
dico más adecuado.
Juan Manuel Ruiz: ¿Esa afirmación suya significa, como dijo el ex presi-
dente Pastrana, que por primera vez usted reconoce que en Santa Fe Ralito el
Gobierno está negociando con integrantes del cartel de Medellín?
Presidente Uribe: La verdad es que no. No, para que me voy a poner a
contestarle. Simplemente, el Gobierno está negociando con aquellos con los
cuales venía negociando la administración anterior, a través de la Iglesia Cató-
lica. Y a mi me preguntaron si podía seguir esas negociaciones y dije: “por
supuesto, siempre y cuando, haya un cese de hostilidades”.
Juan Gossaín: Señor presidente Uribe Vélez, coincidieron los ex presi-
dentes Pastrana y César Gaviria, en afirmar –según palabras de ellos– que

36
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

usted se ha vuelto pendenciero y camorrista, incluso “bravucón” lo llamó el ex


presidente Pastrana. ¿Usted cree, presidente Uribe, que se merece esos califi-
cativos, se ha vuelto usted pendenciero, camorrista?
Presidente Uribe: Una cosa son los problemas y otra cosa son las
personas. Yo he planteado siempre problemas y no se responde a los
problemas, sino que se responde con agravios personales. Pero dejemos eso a
un lado. Mientras yo planteo problemas, responden con agravios personales
y no aclaran los problemas.
Planteemos otra cosa, ¿por qué he asumido la defensa del Gobierno?: no
solo por la defensa del Gobierno, no solo por la defensa del Presidente, sino
porque este Gobierno se propuso recobrar, para este país, confianza.
Aquí se había perdido la confianza, aquí no se había vuelto a invertir, el
desempleo había saltado a niveles cercanos al 20%, la economía estaba prácti-
camente estancada, en los últimos 12 años el endeudamiento público saltó del
12% del PIB, al 56%, el déficit fiscal saltó de un país que, en 1990 –cuando
lo dejó el presidente Barco– estaba en equilibrio y cuando yo lo recibí estaba
en el 4,2%. Los estudiantes se querían ir de Colombia. Colombia había produ-
cido un éxodo al extranjero de 4 millones de ciudadanos, un desplazamiento
interno de 2 millones.
Entonces, este Gobierno se ha propuesto reestablecer confianza en
Colombia. Y cuando uno ve que hay una estrategia, una sinfonía, para maltratar
al Gobierno como paramilitar, para lanzar un manto de duda, tratando de que
quede la duda de que el Gobierno es paramilitar, pues hay dos cosas: primero,
es un Gobierno que ha procedido con toda la honradez. Expliqué nuevamente
a ustedes, ahora, en qué baso la credibilidad de la política de Seguridad Demo-
crática, la baso en eficacia y en transparencia, y la transparencia en obser-
vancia de los derechos humanos y en un ejercicio totalmente institucional, sin
mezclar la Fuerza Pública con bandidos para atacar bandidos.
Entonces, cuando hay ese celo por la transparencia, cuando hay ese celo
para recuperar la confianza en Colombia, a uno lo preocupa mucho que se
lance ese manto de duda, por eso he salido en la defensa del Gobierno, por eso
he salido en la defensa de nuestra actividad, por eso he salido en la defensa
de lo que estamos haciendo. Mientras yo planteo unos temas sustantivos, la
respuesta es simplemente de agresión personal.
Juan Manuel Ruiz: Señor Presidente, algunos piensan que esos discursos
suyos, tan contundentes y controversiales, corresponden a una estrategia de su
campaña hacia la reelección, ¿esa apreciación es correcta?

37
Crímenes altruistas

Presidente Uribe: Primero, yo soy un luchador democrático, de todas las


obras, con o son reelección. Yo nunca lo niego. Siempre, en lugar de estar por
ahí, haciendo conspiraciones de tertulia, o sonsacando un senador o un repre-
sentante, yo he vivido siempre de cara al pueblo colombiano. Así he procedido
en donde he estado, así procedí en la gobernación de Antioquia.
Segundo, mi gran afán es que no se lancen mantos de duda, injustamente,
que afecten la credibilidad en Colombia. Porque se afecta el Gobierno, sí; se
afecta el prestigio del Presidente, sí; pero se afecta ese proceso de recupera-
ción de confianza en Colombia.
Ahora que en Colombia nuevamente se está invirtiendo, ahora que por
ejemplo estamos pasando de explorar 12 pozos de petróleo al año a explorar 40
pozos de petróleo al año, ahora que está regresando el turismo, ahora que está
empezando a rebajar el desempleo, ahora que los colombianos que se fueron
al extranjero invierten en el país, nosotros no podemos dejar que ese embrión
tan importante de recuperación de confianza en Colombia, se pierda.
Mi gran preocupación es: por favor, no lancen mantos de duda que afecten
la confianza que se está recuperando en Colombia, porque por hacerle daño
al Presidente de la República y al Gobierno, le hacen un profundo daño a esa
recuperación de la confianza. Mi gran celo es cuidar la recuperación de la
confianza en Colombia.
Humberto de la Calle: ¿Señor Presidente cómo respondería usted las
recientes manifestaciones de congresistas americanos en relación con la ley de
Justicia y Paz. Y no sólo, dijéramos algunos demócratas, un tanto radicales, sino
también miembros del Partido Republicano. Simultáneamente, la ley de Justicia
y Paz está saliendo prácticamente con fórceps: ¿no sería necesaria una mayor
dosis de consenso para un proceso como el que se adelanta con las Auc?
Presidente Uribe: El Gobierno que yo presido, es un Gobierno abierto
al examen de estos textos legales. Personalmente he dedicado muchas horas
a examinar opciones a estos textos legales, pero algunos, en lugar de seguir
en esa tarea, se fueron al extranjero a crear mal ambiente. Infortunadamente,
lo estamos viendo con esa carta de los congresistas norteamericanos. ¿Qué
le toca al Gobierno? Al Gobierno le toca defender esa ley, todo lo que haya
que corregirse lo corregimos, pero hay que ser muy cuidadosos porque nada
nos ganamos con una ley que no sea práctica, con una ley que no nos ayude a
avanzar en la desmovilización de todos estos grupos.
En los próximos días la señora Canciller (Carolina Barco) y el doctor Luis
Carlos Restrepo, Alto Comisionado de Paz, se van a trasladar a Washington

38
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

a explicarle a estos congresistas el alcance de la ley. Por ejemplo una de las


críticas: “es que no podemos aceptar desmovilizaciones individuales”. ¿Cómo
que no? Si las desmovilizaciones individuales ayudan muchísimo a que se
vaya dando ese proceso, así sea gradualmente. Si nosotros no estuviéramos
avanzando en desmovilizaciones individuales, no se habría presentado el
resultado favorable en el caso del señor Murillo Bejarano. Porque si nosotros
no pudiéramos darle un tratamiento selectivo a individuos de estas organiza-
ciones, entonces la falla de alguno implicaría romper con toda la organización.
O la circunstancia de que no se entregue toda la organización, nos privaría
de desmovilizar algunos personajes de gran peligrosidad. Todo esto hay que
explicarlo como hay que explicar el tema del narcotráfico.
Ellos van a hacer ese viaje para explicarles a ellos el proyecto de Justicia
y Paz, para explicar por ejemplo por qué hay que aceptar desmovilizaciones
individuales, por qué hay que dar un tratamiento selectivo. ¡Qué tal que noso-
tros no aceptáremos desmovilizaciones individuales!, privaríamos al país de la
oportunidad de ir desmovilizando así sea gradualmente, caso por caso, gente
de alta peligrosidad. Si nosotros no aceptáramos desmovilizaciones indivi-
duales no tendríamos hoy estas desmovilizaciones de la guerrilla.
Y muchas de las desmovilizaciones de los paramilitares no han sido colec-
tivas, han sido desmovilizaciones individuales. Incluso ahora, a las diez de la
mañana, la IV Brigada (del Ejército) de Medellín, va a dar un informe muy
importante sobre una desmovilización de muchísimas personas del Eln.
El tema del narcotráfico, todos estos grupos –infortunadamente– están invo-
lucrados en el narcotráfico, pero la ley es clara, la ley dice: “los beneficios de este
texto legal no se le aplican a quienes hayan tenido por objeto principal el narcotrá-
fico”. Ahora, si hay un paramilitar o un guerrillero, cuyo objeto principal ha sido
el paramilitarismo o la guerrilla, pero está contaminado con el narcotráfico –esa es
la triste realidad que encontramos en el país–, se ha dicho: sin que haya conexidad
con el delito político ¡que no la puede haber!, sin que haya indulto, amnistía para
delitos de lesa humanidad, los otros beneficios de la ley se deben aplicar.
La ley se ha discutido ampliamente. Ahora hay que poner, también, a
las personas a pensar en esto: en el supuesto de una negociación con el Eln o
con la Farc. ¿Qué van a decir el Eln y la Farc de esta ley? Porque encuentro,
también, un sesgo en muchos de los críticos.
Muchos de los críticos de esta ley –a mí me lo han dicho de frente– consi-
deran que esta ley es muy generosa con los paras, pero que no es suficiente
con las guerrillas. La ven como un lacito muy largo y muy generoso con los

39
Crímenes altruistas

paramilitares, pero un lacito muy cortico y muy avaro con las guerrillas. Y ahí
es donde el Gobierno tiene un criterio que hay que defender: la ley debe ser
igualita para ambos.
Nosotros, en Colombia, no podemos seguir dándole un tratamiento
benigno a un grupo sobre el otro. Finalmente son terroristas. Y vamos a expli-
carle todo esto a la comunidad internacional.
Es la primera vez que en Colombia hay una ley de paz que se preocupa
por la reparación de las víctimas, que se preocupa por la justicia. En anteriores
procesos el único afán, la única preocupación era: “desmovilícelos”, reconci-
liémonos con ellos y nos olvidábamos de la justicia y la reparación. Esta es la
primera vez en la cual se hace un esfuerzo de justicia y de reparación.
Vamos a explicarle esto, ampliamente, a estos congresistas norteamericanos.
Juan Manuel Ruiz: Señor Presidente, usted ha dicho hace unos instantes
que algunos dirigentes colombianos se van al extranjero a crear mal ambiente
a propósito de Colombia. ¿A quiénes se refiere usted concretamente?
Presidente Uribe: Dejémoslo ahí, dejémoslo ahí porque infortunada-
mente, ¿qué ha pasado?: el Gobierno es amplio para la discusión de la ley,
¿cuántas modificaciones se le han introducido?, llevamos año y medio en la
discusión. Ahora, no se puede aceptar todo, no se puede aceptar todo, entre
otras cosas, porque nada ganamos con una norma impracticable. No se puede
aceptar todo, porque muchos de los que nos han propuesto una ley totalmente
rigurosa, impracticable, frente a los paras, ellos también me han dicho a mí
que para la guerrilla sería otro tratamiento, y el Gobierno no puede aceptar un
tratamiento diferente a guerrillas y a paramilitares. Y se ha pretendido crear un
mal ambiente internacional contra la ley, contra el Gobierno, en esta materia;
pero vamos a ir con toda paciencia, inicialmente la Canciller y el doctor Luis
Carlos Restrepo, al Congreso de Estados Unidos, a hablar con cada uno de
estos senadores.
Es que, además, este Gobierno tiene una carta de presentación muy impor-
tante: la acción militar contra los paramilitares.
Le quiero decir a mis compatriotas esto: el proceso de paz con los parami-
litares no es un proceso por liberalidad de los paramilitares, no es un proceso
por espontaneidad de los paramilitares, es un proceso inducido –también– por
la Seguridad Democrática, porque este Gobierno, con toda firmeza, ha perse-
guido militarmente a los paramilitares. Ahí están los resultados: casi 10.000
paramilitares presos, más de 1.200 paramilitares dados de baja. La acción de
este Gobierno ha sido implacable contra estos grupos.

40
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

Y ese es un elemento de comparación que ha reclamado este Gobierno,


y es un elemento de legitimidad que ha reclamado este Gobierno. Y por eso
un Gobierno que ha procedido así, tiene el derecho de decir: ¡por favor!, no
lancen mantos de duda ante la comunidad internacional, no traten de señalar
a este Gobierno de paramilitar, que por hacerle daño a este Gobierno lo que le
hacen daño es a Colombia.
Juan Gossaín: Según dicen en su carta esos mismos senadores de
Estados Unidos, usted no ha cumplido su promesa de incluir en ese proyecto
de Justicia y Paz, temas como el de que los líderes paramilitares desmantelen
sus estructuras, abandonen el narcotráfico, cesen sus actividades criminales y
garantías de que serán extraditados si los reclama la justicia de Estados Unidos
¿Esas exigencias quedarán contempladas en la ley, se mantendrá, señor Presi-
dente, la decisión de extraditar jefes paramilitares a Estados Unidos, qué va a
pasar con la extradición de los paramilitares?
Presidente Uribe: Me extraña que reclamen en esas condiciones.
¿Cumplido promesas? Si hay alguien serio en esos temas, he sido yo.
Primero, la extradición. Este Gobierno se ha negado totalmente a nego-
ciar la extradición. Este Gobierno se ha negado totalmente a debilitar la extra-
dición. ¿Por qué?: porque la historia de Colombia, en materia de extradición,
le ha creado al país mucha falta de credibilidad. Si hay algún lunar en la Cons-
titución de 1991, es la manera como se eliminó la extradición.
Ustedes saben que si hacemos un recorrido hacía atrás, en el tema de la
extradición, eso le crea a la historia política reciente de Colombia muchas
dificultades. Este Gobierno lleva más de 330 órdenes de extradición. Eso no
tiene antecedentes.
Entonces, tengo el derecho, sobre los hechos, de decir: no pongan en
duda un Gobierno que ha sido capaz de firmar más de 330 órdenes de extra-
dición en menos de 36 meses de acción gubernamental. Un Gobierno que se
ha negado, reiteradamente, a que el tema de la negociación incluya cualquier
debilitamiento de la extradición. Ahora, ¡por supuesto, por supuesto!, desde
el 27 de abril del año pasado, nosotros produjimos un comunicado en el cual
decíamos: este Gobierno no va a volver a poner a Colombia como un país
paria, este Gobierno no va a debilitar la extradición, este Gobierno no va a
sentar a Colombia en el banquillo internacional.
Además, Colombia como miembro de la Corte Internacional de Justicia, no
puede debilitar la extradición. Si alguien quiere liberarse de la extradición, tiene
que someterse a un proceso de contrición, a un proceso de arrepentimiento, a un

41
Crímenes altruistas

proceso de cumplimiento riguroso de la Constitución, de construcción de credi-


bilidad en la comunidad nacional e internacional. Eso es lo que se aplica.
Ahora, uno ve que hay una cantaleta de todos los grupos terroristas –y que
esa cantaleta tiene eco en algunos políticos muy importantes– para eliminar la
extradición, este Gobierno no lo ha hecho, ni lo hará.
La exigencia de que tienen que desmovilizar todas las estructuras, ¿cómo
que no se ha cumplido? Entonces, de donde tendríamos casi 7.000 desmovi-
lizados de los paramilitares, ¿por qué no se mira lo último, lo que pasó con
este señor Murillo Bejarano, con “Don Berna”? El Gobierno aceptó, después
de esa presión militar a que lo sometimos, después de que el presidente de la
República ordenó que la policía ingresara a capturarlo a la zona de Santa Fe
Ralito para ponerlo a órdenes de la justicia, el Gobierno aceptó una entrega
de él en calidad de desmovilizado, es cierto. Y le dije a Luis Carlos Restrepo:
dígaselo desde el mismo día al país, para que no nos tengan que poner unidades
de investigación de la prensa a preguntar por la verdad.
La verdad es que el Gobierno lo aceptó en calidad de desmovilizado. Pero
mire el punto importante: él se comprometió a desmontar toda su estructura.
Si hay un Gobierno que va en al dirección de que se desmonten todas
estas estructuras, es este Gobierno.
Es que sí, este es un proceso de paz, pero con 7.000 desmovilizados a la
fecha. Es un proceso de paz donde el Gobierno no ha destinado la autoridad. Es
un proceso de paz donde el factor determinante ha seguido siendo la Seguridad
Democrática, la presión militar implacable y sin antecedentes del Gobierno
–empezando por el presidente de la República– sobre los grupos paramilitares.
¡En Colombia, nunca antes, había habido esta presión militar sobre ellos!
Juan Manuel Ruiz: Señor presidente, en una entrevista que se conoció
esta semana, en la que por primera vez el jefe paramilitar José Vicente Castaño
Gil da la cara, dice que es muy difícil desmovilizarse y entregar las armas si
existe la posibilidad de terminar en una cárcel de Estados Unidos (leo textual-
mente). Además, habla claramente de la necesidad de un blindaje jurídico ante
la extradición y pide al Gobierno garantías de que no lo van a extraditar a él, a
Salvatore Mancuso y a alias “Don Berna”. ¿Qué reflexión le suscita este pronun-
ciamiento, señor Presidente?
Presidente Uribe: La que les acabo de decir. Este Gobierno no va a
cometer la irresponsabilidad de volver a sentar a Colombia en el banquillo
de los acusados por el tema de la extradición. ¡Este Gobierno no negocia la
extradición!

42
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

Juan Gossaín: Señor presidente, si a usted le parece, me gustaría ir a


otros temas del día, volver por ejemplo al tema político y continuar con este
diálogo. ¿Está usted de acuerdo?
Presidente Uribe: Correcto, Juan. Una de las cosas que me contó el
doctor Luis Carlos Restrepo ayer, es que el señor Castaño dijo que tenían el
35% del Congreso...
Juan Gossaín: Sí, que tienen congresistas amigos en un 35 ó 40%.
Presidente Uribe: Quiero, sobre eso, hacer tres comentarios:
Primer comentario. Eso me parece muy grave, me parece inmensamente
grave, le hace daño a la democracia, eso le hace daño a este proceso.
Segundo: infortunadamente, conociendo la historia reciente de Colombia,
por falta de acción estatal contra los terroristas, en muchas regiones de la
Patria –para la gente aspirar a las gobernaciones, a las alcaldías, al Congreso
de la República, a los consejos municipales, a las asambleas–, tenían que
pedirle permiso a terroristas de una u otra naturaleza. Eso es una triste historia
de Colombia, que no se puede esconder, que no se puede esconder. ¡Qué difi-
cultades teníamos quienes no le pedíamos permiso a los grupos violentos para
poder llegar a estas posiciones de elección popular!
Y el tercer comentario sobre ese punto. Aspiro a que con el avance de la
política de Seguridad Democrática, las elecciones del año entrante sean elec-
ciones en las cuales los candidatos puedan ir a todos los sitios de la geografía,
en las cuales no haya presión de grupos violentos sobre candidatos.
Y quiero avalar eso en lo siguiente: en los últimos meses, en Colombia, se
han dado 168 elecciones de alcaldes, el Gobierno ha dado todas las garantías.
Las quejas, prácticamente, han sido inexistentes, porque se ha visto la Fuerza
Pública comprometida, dándole las garantías a todos los candidatos. Inclusive
más de 50 de esas alcaldías han sido ganadas por la oposición y han ganado
alcaldías en el departamento del Magdalena.
Algunos voceros del oficialismo liberal se quejan de lo del departamento
del Magdalena, antes no se quejaban, cuando eso estaba perdido entre guerrilla
y paramilitares. Y dicen que no han tenido garantías, se han ganado varias de
esas alcaldías en los últimos meses en el departamento, rodeados de garantías
por este Gobierno.
Juan Gossaín: A propósito de ese tema específico, señor presidente
Álvaro Uribe Vélez, el tema de garantías para recorrer el país, los dirigentes
políticos haciendo proselitismo, a propósito –digo-, el ex presidente César
Gaviria afirmó públicamente que él y el Partido Liberal van a recorrer todo

43
Crímenes altruistas

el país incluyendo el municipio de Valencia, en Córdoba, donde está preso


“Don Berna”, porque “no tenemos que pedirle permiso a nadie”, según dijo
el propio ex presidente Gaviria. ¿Qué piensa usted de esas palabras, señor
presidente Uribe?
Presidente Uribe: A mí me parece muy bien y el Gobierno va a dar todas
las garantías.
Él terminó la Presidencia en agosto de 1994, justamente en el momento
en que yo estaba haciendo campaña a la Gobernación de Antioquia. ¡Y, Ave
María, si tuve dificultades! Hubo muchos sitios donde no podía ir porque me
amenazaba un grupo o el otro. Yo logré ganar la Gobernación de Antioquia
enfrentando una balacera y ustedes saben qué me pasó en la campaña a la
Presidencia de la República: los últimos dos meses me tuve que concentrar en
un estudio de televisión en Bogotá, porque la Fuerza Pública me decía: “no le
podemos dar garantías, la situación está muy difícil, está muy difícil”. Y me
tuve que encerrar en un estudio de Televideo.
Espero que ahora todos los candidatos puedan recorrer todo el país, no
sólo puedan ir allá a Valencia, sino que puedan ir al Caguán con la garantía de
la Fuerza Pública colombiana.
Juan Gossaín: Cuando usted dice “poder volver al Caguán”, me imagino
que se está acordando de aquellas imágenes del candidato Horacio Serpa
tratando de llegar a San Vicente del Caguán.
Presidente Uribe: Espero que ahora puedan hacer allí campaña sin la
suerte que corrieron, la una secuestrada –que sigue secuestrada– y al otro que
lo devolvieron.
Juan Gossaín: Señor Presidente, a propósito del tema ¿tenía usted
motivos, algún motivo, para esperar que a su regreso de la OEA, el ex presi-
dente Gaviria se convirtiera en jefe de la oposición?
Presidente Uribe: No, son circunstancias de la política. Creo que ha
podido más el sectarismo, que el compromiso con el país. Porque, la verdad
es esta: yo no he podido que el oficialismo liberal acompañe las grandes deci-
siones de este Gobierno. No pudimos que el oficialismo liberal nos acom-
pañara en el referendo, no hemos podido que nos acompañe en la reforma
tributaria, en la pensional, en la laboral, no pudimos que nos acompañara en
el estatuto antiterrorista. Han tenido todas las garantías en todo el país para
oponerse al referendo, para la abstención, para elegir alcaldes y gobernadores.
Sin embargo, dicen que no tienen garantías y quieren deslegitimar al Gobierno
no sentándose a examinar la ley de garantías, pero lo entiendo, lo entiendo.

44
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

Muchas figuras importantes del liberalismo que me han apoyado, han sido
prácticamente expulsadas del oficialismo liberal por apoyar a un Gobierno
que procede honesta y patrióticamente. Confío en que todos los días haya más
gente de la base del pueblo liberal que nos apoye y más gente de la dirigencia
liberal que no siga esas orientaciones de la Dirección Liberal, que ha tenido a lo
largo de este Gobierno, de simplemente boicotear la acción de este Gobierno.
Ha sido una especie de oposición anarquista, de oposición porque sí.
Juan Gossaín: Señor Presidente, usted acaba de decirnos que le pide al
pueblo liberal, a los seguidores y dirigentes del Partido liberal, que se unan al
Gobierno en lo que usted llama el compromiso con Colombia. En ese sentido
¿qué espera usted del congreso del Partido Liberal que se reúne este fin de
semana que viene?
Presidente Uribe: No, no Juan. Este llamado simplemente lo hago, como
siempre lo he hecho, llevo muchos años donde lo que he hecho es apelar a esa
base y a muchos de sus dirigentes, porque hemos tenido una posición totalmente
negativa en esas directivas, y creo que en medio de tantas dificultades el país va
saliendo adelante. Por ejemplo, este fin de semana hice un recorrido muy intenso
por el Pacífico, donde hay tanta pobreza, coca, dificultades, y en medio de tantas
dificultades uno encuentra allá el mejor ambiente y optimismo en algunas de
esas poblaciones de la Patria, y confío en que las bases nos apoyen.
Juan Manuel Ruiz: A propósito de su visita este fin de semana al Pací-
fico Colombiano, usted afirmó allí que no está de acuerdo con las privatiza-
ciones a ultranza que se han hecho en América Latina desde el comienzo de
los años 90 ¿Le está usted enviando una crítica al ex presidente Gaviria?
Presidente Uribe: Eso lo he sostenido desde que era candidato, porque
el oficialismo Liberal, entre otros, decía: “no se puede votar por Uribe porque
Uribe es neoliberal, Uribe lo va a privatizar todo”. Entonces, he dicho:
¡hombre! nosotros estamos luchando es por un Estado eficiente y sostenible.
Por ejemplo, nosotros reformamos a Ecopetrol, pero no lo privatizamos.
Dijeron: “Uribe va a acabar Bienestar Familiar porque Uribe es neoliberal”,
no señores, nosotros no estamos en esa ola privatizadora de los noventas. Lo
que hemos hecho es crecer Bienestar Familiar en un 40%, y ahora vienen
otros dos crecimientos importantísimos. Confío, en 90 días por tarde, estar
adicionando otros 500.000 niñitos a los grupos de niñitos que reciben un
desayuno en Bienestar Familiar, niñitos de menos de cinco años. Estamos
estudiando ya el siguiente paso a la revolución educativa que es, darle estudio
al millón de niñitos pequeñitos que reciben nutrición de Bienestar Familiar,

45
Crímenes altruistas

que no solamente reciban nutrición sino estudio. Y también, vamos a dar otro
paso en los próximos días, importantísimo, a través de Bienestar Familiar,
que es entregarle una comida al día a 400.000 ancianos de la Patria. Hoy
estamos entregando un subsidio financiero a 170.000 ancianos. Se decía:
“es que Uribe es neoliberal, Uribe va a privatizar el Sena”; yo decía: yo
quiero es un Sena sin politiquería, un Sena que cumpla su tarea misional y
lo hemos multiplicado por tres y lo vamos a multiplicar por cuatro al final
del Gobierno. Hemos reformado 152 empresas del Estado, en medio de un
tremendo debate.
Recuerdo que me posesioné un miércoles y llegué a emprender la reforma
de Emcali el viernes de esa misma semana y ¡qué cantaleta!, “Uribe neoli-
beral” y les dije: no señores, este Gobierno que empieza no viene en la ola
del neoliberalismo que lo quiso privatizar todo en América Latina en los años
noventa, nosotros lo que vamos a tener es una Emcali transparente, eficiente,
austera, que responda a un concepto de Estado Comunitario, que requiere que
las entidades del Estado sean sostenibles, que las entidades del Estado en lugar
de vivir quebradas, de no tener con qué pagarle a los pensionados, en lugar de
vivir controladas por unos sindicalistas de extrema y por unos políticos que las
maltratan, sean entidades transparentes, austeras y sostenibles. Tenemos el caso
de 152 empresas del Estado reformadas con ese criterio, pero faltan muchas.
Juan Gossaín: Señor Presidente, oyéndolo hablar de dirigentes de
partidos, oyéndolo hablar del Congreso Liberal del próximo fin de semana, a
mi se me ocurre plantearle este tema: ¿qué reflexiones le suscitan a usted casos
como el de algunos muy importantes dirigentes del uribismo, los cuales desde
que comenzó el Gobierno incluso ganaron su elección a nombre del uribismo,
como los senadores Rafael Pardo y Andrés González, que ahora –una vez
llegó el ex presidente Gaviria y convocó a sus amigos– se han convertido en
furibundos antiuribistas?
Presidente Uribe: El senador Andrés González no fue elegido bajo estas
banderas, pero rápidamente empezó a apoyarme con mucha generosidad. Él
me visitó en estos días, y le dije: “hombre, no me abandone”, me dijo que lo
había llamado el presidente Gaviria, que le había dicho que la oportunidad de
él era participar en la consulta y que era donde tenía el espacio político. Yo
lo comprendí, le dije: “por lo menos, Andrés, ayúdeme en las leyes, que la
agenda legislativa nuestra es muy importante para la Patria, la ley de garan-
tías, la ley estatutaria de justicia, la ley antitrámites, la ley de pensiones, el
estatuto de capitales, la ley de normas de estabilidad para construir confianza

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Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

en el sector privado”. Le he pedido que nos ayude en eso, y, sobre el otro


Senador, guardo silencio Juan.
Juan Gossaín: ¿Usted me permite insistirle sobre el otro Senador?
Presidente Uribe: No. No porque me pica la lengua y estoy despierto
desde las 4:30 de la mañana, rezándole al Espíritu Santo que me ayude a
poner ahí, en ese punto medio, entre la franqueza y la prudencia. Ser franco
sin ser imprudente.
Juan Gossaín: En ese punto medio, en ese punto equidistante entre la
franqueza y la prudencia, señor presidente Uribe Vélez, a usted cuando va a
todos estos consejos comunales, reuniones, correrías por todo el país, alguien,
un ciudadano común, un obrero o un campesino, le ha preguntado: oígame,
¿qué pasó con Rafael Pardo?, ¿le han planteado el tema alguna vez?
Presidente Uribe: Sí, la gente es muy inquieta, muy curiosa, esa revo-
lución de las comunicaciones mantiene a la gente al día, y hacen muchas
preguntas de esa naturaleza, pero uno es prudente.
Ese Consejo Comunitario de Buenaventura estuvo muy positivo, en
medio de tanta pobreza y dificultades, ¡cómo ha cambiado el ambiente en
Buenaventura!
Cuando asumimos el Gobierno prácticamente, no había manera de llegar
a Buenaventura. La gente ha recuperado confianza, confianza en esa carretera.
Inauguramos la Casa de Justicia número 39 en Buenaventura –próximamente
voy a inaugurar la Casa de Justicia número 40 en Tunja–. Y además va bastante
avanzada la vía alterna–interna en Buenaventura. Hemos incorporado 26.000
personas al régimen subsidiado de salud, vamos a avanzar en otras obras de
gran importancia en Buenaventura. Está el Conpes de desarrollo portuario, en
el segundo semestre de este año abrimos la licitación para la profundización
del Puerto de Buenaventura. Fue un Consejo Comunitario muy importante.
Ahora, muchas veces en los Consejos Comunitarios –como me ocurrió en
Cali hace pocos días–, se reflejan también unos sectores rabiosos contra este
Gobierno. Pero yo he tenido una norma que es la siguiente: en mi discusión
con el pueblo colombiano, cariño y paciencia, cariño y paciencia con la base
popular de la Nación, así hayan muchas voces agresivas, como las hubo en
Aguablanca, en Cali. Cariño y paciencia con la base popular. De pronto no sea
yo tan paciente con la dirigencia, pero con la base popular sí tengo totalmente
cariño y paciencia.
Juan Manuel Ruiz: Escuchándolo a usted señor Presidente, cuando Don
Juan le preguntó a propósito del senador Rafael Pardo Rueda, uno le encuentra

47
Crímenes altruistas

a usted, noto que trata de reducir a algún adjetivo y vamos a ver si lo logramos
o que usted nos ayude, ¿está usted “decepcionado”, “traicionado”, “sorpren-
dido” con las actitudes de algunos senadores como Rafael Pardo?
Presidente Uribe: Nada, en eso hay que ser, en alguna forma, enajenado.
Juan Gossaín: ¿En qué sentido, señor Presidente?
Presidente Uribe: Frente a algún dolor hay que enajenarse, Juan.
Juan Gossaín: ¿Le dolió mucho lo de Rafael Pardo?
Presidente Uribe: Se enajena uno, se enajena uno...
Juan Gossaín: No le insisto más señor Presidente. Déjeme más bien
plantearle a Usted esta frase que escuché y leí en estos días: “el presidente
Uribe Vélez se la pasa reviviendo el pasado, porque no quiere enfrentarse con
la realidad del presente”, firmado: César Gaviria Trujillo.
Presidente Uribe: Sí, la verdad es que usted me ha dicho en esta entrevista
que me dicen “camorrista”, “pendenciero”, que me dicen que “no enfrento el
presente”. Sí, yo enfrento problemas y a mi me responden, simplemente, con
descalificaciones.
La verdad es esta: yo recibo el Gobierno, con “Don Berna” y todos estos
señores como cabecillas paramilitares, venían en un proceso de negociación con
la Iglesia, lo continúo con la condición del cese de hostilidades. Le hemos dado
de baja a más de 1.200, presos casi 10.000. Primera vez que hay un Gobierno
de autoridad, eficaz frente al paramilitarismo en Colombia. Primera vez que
muchas regiones empiezan a respirar tranquilas de guerrilla y de paramilitares.
Es que yo asumí la gobernación de Antioquia –yo la gané por allá en
octubre del 94– en el cambio de Gobierno entre los presidentes Gaviria y
Samper, y yo sé cómo estaba ese departamento de guerrilla y paramilitares.
Yo viví la campaña a la Presidencia de la República y tuve que estar encerrado
en un estudio de Televideo de Bogotá dos meses, porque la Fuerza Pública me
confesaba, con todo patriotismo, que la situación era muy difícil para darme
totales garantías.
Eso lo estamos enfrentando. Vea por ejemplo aquí, ¿qué ha pasado? Vea, le
doy unas cifritas a ver si estamos enfrentando o no, los problemas colombianos:
En Colombia la inversión privada se había caído al 6%, está en el 12. En
el curso de pocos años, el país pasó de ser un país en equilibrio fiscal a un
país con el 4,2 de déficit. El déficit de este año no va a subir del 2,5%. El año
pasado fue el 1,2%.
En el curso de pocos años este país pasó de un endeudamiento del 12%
del PIB –cuando terminó el presidente Barco– al 54, 56% del PIB, cuando yo

48
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

llegué. Ese endeudamiento está hoy en el 46%, todavía muy alto, necesitamos
ponerlo por debajo del 40%.
En el curso de pocos años, este país pasó de un desempleo del 7,5% a casi
el 20%. Hoy está en el 12%, todavía muy alto, pero paramos esa tendencia
geométrica expansionista del desempleo.
En el año 2002, en esta Patria nuestra, hubo 2.986 secuestros. En el 2001,
3.050. Este año van 297 secuestros. Y ya estamos prácticamente llegando a la
mitad del año. Mucho, pero hay una reducción sustancial.
En esta Patria, en homicidios, cuando yo llegué había 66 homicidios por
cada 100.000 habitantes. En lo que va del año llevamos 15. ¡Ojalá al final de
año la tasa sea muy baja! El año pasado fue de 44.
Cuando yo llegué, en Colombia había 29.000 asesinatos por año. Este
año, casi la mitad de año, llevamos 7.027.
Aquí, cuando yo llegué, estaban asesinando 160 sindicalistas al año ¡160!
Este año van 7 integrantes de organizaciones sindicales. Cuando yo llegué había
casi 400 alcaldes que no podían despachar, presionados por los grupos violentos.
Hoy, casi todos, están despachando. ¡Faltará mucho, faltará mucho por hacer,
pero ahí vamos trabajando y ahí vamos produciéndole resultados a esta Patria!
Humberto de la Calle: Teníamos a Pastrana como Embajador, sin cartera,
suyo y mire en lo que estamos, y también César Gaviria se la jugó en la OEA,
en el caso del apoyo de este organismo a las autodefensas, y ahora también
hay una ruptura. ¿Qué es lo que ha pasado allí, hay algo que no sepamos los
colombianos, que debamos saber, cuál es la intimidad de estas rupturas?
Presidente Uribe: No conozco la intimidad de estas rupturas. Yo manejo
tan poquita intimidad, procuro que lo que diga en privado lo pueda decir en
público. Manejo muy poquita intimidad.
Me reuní con el presidente Gaviria hace unos meses, le expliqué todo. A
mi me sorprendió –sin que de mi boca le hubiera dicho “los ojos tenés verdes”–
que el presidente Gaviria llegara al país a decir que era un Gobierno autori-
tario, que Uribe iba a acabar con el Partido Liberal. ¡Me sorprendieron!, me
sorprendieron esas cosas y me sorprendieron esos mantos de duda, de que esto
es una acción gubernamental prácticamente paramilitarizando el país, cuando
la realidad muestra que es el Gobierno que ha enfrentado con rigor, con deci-
sión, en público y en privado y con resultados, a los paramilitares. Entonces,
yo no tengo nada en la intimidad. Ahora lo que sí tengo es la decisión de salir
a defender el Gobierno, procuraré hacerlo sin apariencias de intemperancia,
en eso uno tiene que vivir en una autocrítica permanente.

49
Crímenes altruistas

Pero si yo no defiendo al Gobierno, si yo dejo que injustamente prendan en


la opinión nacional e internacional esos mantos de duda, lo que permito es que
se afecte, se deteriore la confianza que estamos reconstruyendo en Colombia.
Por ejemplo, ahora estamos ad portas de que el Congreso nos apruebe una
gran ley, que es la ley para pactos de estabilidad con los inversionistas, a ver
si hay más inversión en Colombia y definitivamente este país se desarrolle y
genere empleo.
¡Yo no puedo permitir que unas críticas infundadas, injustas, por afectar
al Gobierno, afecten la confianza que se está reconstruyendo en Colombia!
Por eso mi celo, mi celo para defender estos temas.
Juan Gossaín: ¿Por qué cree usted que lo sorprendieron? En sus análisis
cuando usted está solo, conversando con su almohada, diciendo “porqué César
Gaviria me sorprendió”, ¿a qué atribuye usted esa sorpresa, esa actitud del ex
presidente Gaviria?
Presidente Uribe: No. No Juan. No me ponga a explicarlas. Yo salgo a
defender el Gobierno, pero tampoco le gasto mucha preocupación a esos análisis.
Por ejemplo, esta madrugada estaba pensando cómo vamos –en estos 15
días que faltan de la legislatura– a que se apruebe la reforma de pensiones.
Este es el Gobierno que más ha trabajado en pensiones, en Colombia, en su
historia, para poder llegar a los mercados nacionales e internacionales a decir:
mire se ha aprobado este acto legislativo de pensiones, Colombia merece que
le rebajen aún más la tasa de interés. A propósito, tenemos la tasa de interés
más baja en la historia de Colombia y eso está ayudando bastante, pero hay
que bajarla para los sectores de medianos empresarios, porque todavía frente
a ellos hay un diferencial muy grande.
Estaba pensando, esta madrugada, cómo Luis Carlos Restrepo y Carolina
Barco le explican, con toda transparencia –como procede este Gobierno– a los
senadores norteamericanos, el alcance de la ley de justicia y paz, los esfuerzos
del Gobierno por acabar el narcotráfico. Es que si en alguna parte conocen los
esfuerzos de este Gobierno por acabar el narcotráfico, es en los Estados Unidos.
Estaba pensando en nuestro plan de Buenaventura hacia el Sur, que lo
consolidamos este fin de semana visitando esa región, para poder acabar allí
el narcotráfico. Es un plan que incluye cinco acciones:
Una acción es fumigación. Este Gobierno ha fumigado sin antecedentes.
Una segunda acción: erradicación manual. Ya llevamos este año 6.000
hectáreas erradicadas manualmente, tenemos 44 cuadrillas de erradicación
manual. Y estamos convencidos que hay que crecer muchísimo en la erradica-

50
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

ción manual, porque le da ingresos a los campesinos, empleo, los compromete en


la destrucción de la droga. De Buenaventura al Sur vamos a instalar, solamente,
para esa región, 40 cuadrillas campesinas de erradicación manual de droga.
Una tercera acción: Familias en Acción. Este Gobierno ha venido pagando
340.000 Familias en Acción. Eso beneficia a un millón de niños, eso es una
acción de política social profunda, sin antecedentes. El Pacífico no tiene sino
3.000, ahora estamos creciéndola a 30.000 en el Pacífico. Antes de ayer les
pagamos a las primeras 2.449 Familias en Acción en Guapi, y le voy a decir
a todas las Familias en Acción en el Pacífico: su compromiso es educar sus
niñitos, su compromiso es nutrir sus niñitos para recibir este subsidio del
Estado, y su compromiso es mantener el área libre de droga.
Entonces, ahí llevamos: Familias en Acción, fumigación, erradicación
manual y viene el programa Resa, que es el programa de Seguridad Alimen-
taria de la Red de Solidaridad. Ese programa beneficia hoy a un millón 100.000
campesinos y lo vamos a llevar al Pacífico.
Y viene el programa del ministerio de Agricultura, para apoyar el caucho,
la palma africana –que en este Gobierno han conseguido exenciones tributa-
rias–, este Gobierno está orientando los recursos del incentivo de capacitación
rural (ICR) al crecimiento de cultivos en organizaciones campesinas de palma
africana, de caucho, y el ministerio de Agricultura está trabajando también
para empezar a entregarle crédito a las organizaciones de pesca artesanal. Este
Gobierno encontró una siembra, en el país, de 175.000 hectáreas de palma y
este año, con la ayuda de Dios, terminamos con 300.000 hectáreas de palma.
Y el ministro de Minas está próximo a entregarle al país la reglamentación
para la producción de biodisel que tiene exención, como el alcohol carburante,
exenciones promovidas por este Gobierno, frente al IVA y frente al impuesto
global al combustible.
En esos temas es que yo me desvelo en las madrugadas, a ver si le respon-
demos a esta Patria.
Juan Gossaín: Le entiendo perfectamente cuáles son los temas que lo
desvelan, como usted dice señor presidente Uribe Vélez. Déjeme volver a
este punto, usted ha dicho textualmente: nunca le dije al ex presidente Gaviria
“tenés los ojos verdes” y él me sorprendió con esas acusaciones e insinua-
ciones de paramilitarismo. Déjeme hacerle un anticipo, déjeme darle de pronto
un hilo conductor, una pista ¿le parece?
Presidente Uribe: Bueno y yo mientras tanto le pido al Espíritu Santo
que me amarre en el poste de la prudencia.

51
Crímenes altruistas

Juan Gossaín: No, es que no es necesario ser imprudente para contestar


esta pregunta, ¿Usted cree que todo eso se debe a que el ex presidente Gaviria
está jugando a que la Corte Constitucional apruebe la reelección, pero no
inmediata, y así se convierta él mismo en candidato Liberal?
Presidente Uribe: No lo sé. Yo si le respondo por mi, ¿por qué he tenido que
salir yo a defender el Gobierno? Algunos dicen: “es que Uribe está en campaña”.
Hombre, no se equivocan, yo he vivido siempre en campaña, yo soy un político
demócrata, yo soy un político de deliberación, yo soy un Presidente que le ha
dicho al Gobierno: “hay que vivir de cara al pueblo”, porque en las democra-
cias modernas uno no gana el día de las elecciones, uno tiene que legitimar
las instituciones democráticas todos los días. Ese esfuerzo mío con estos 98
Consejos Comunitarios, el esfuerzo del Gobierno, es ¿por qué?: para recuperar
confianza popular en las instituciones que nos rigen, en la democracia colom-
biana. Entonces, dicen otros: “Uribe está en campaña”, ahí tiene una respuesta.
Ahora, lo que sí quiero decir, ¿por qué he salido a defender el Gobierno?
Porque esos ataques son injustos, no se puede lanzar un manto de dudas sobre
paramilitarismo contra un Gobierno que es el que ha perseguido eficazmente
a los paramilitares. Y esos ataques injustos, le hacen daño al Gobierno, pero
fundamentalmente le hacen daño al proceso de recuperación de confianza en
nuestra Patria.
Jaime Castro: Señor Presidente, yo quisiera preguntarle sobre las declara-
ciones de don Vicente Castaño y el proyecto de ley de Paz y Justicia que debate
el Congreso. Conforme a esas declaraciones, señor Presidente, el paramilita-
rismo eligió al 35% de los miembros del Congreso, esa afirmación no es nueva
en boca de los paramilitares. Hace unos meses el señor Mancuso, don Salvatore
Mancuso, había dicho que habían elegido el 30%. Usted acaba de reconocer
la gravedad de ese hecho, si es cierto él. Yo le pregunto, como el Gobierno ha
tenido a estos dos personajes de “contertulios”, de “contertulios” suyos en la
mesa de Santa Fe Ralito, ¿no sintió en ningún momento la necesidad, la obliga-
ción de preguntarles quienes fueron esos parlamentarios elegidos para contárselo
al país, para que Colombia sepa quiénes son sus senadores y representantes?
Presidente Uribe: Cuidado, doctor Jaime, con su ironía, cuidado con su
ironía que este Gobierno no los ha tenido de “contertulios”. Si hay alguien que
ha tenido sobriedad, dignidad, respeto a la institución que representa en esa
mesa, es el doctor Luis Carlos Restrepo. Él ha procedido a toda la altura, a la
altura que lo exige su responsabilidad con las instituciones de la Patria.
Repito, hay tres puntos: primero, a mi me parece eso muy grave.

52
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

Segundo, no se puede ocultar que muchos, para llegar a gobernaciones,


congresos, alcaldías, consejos municipales, asambleas departamentales,
porque el país había perdido la institucionalidad, le tenían que pedir permiso
a grupos de violentos, eso es muy grave.
Tercero, este Gobierno ha demostrado con los hechos, que vamos para
unas elecciones el año entrante en las cuales no puede haber presiones de
grupos guerrilleros o paramilitares, sobre aspirantes a los diferentes puestos.
A mi no me juzgue por las elecciones del 2002, yo no las presidí, no era
Gobierno. Incluso las dificultades mías fueron enormes, tuve que pasar los dos
últimos meses en un estudio de televisión en Bogotá porque la Fuerza Pública
me decía que no tenía manera de protegerme frente a amenazas de atentados.
Hagan este listadito, ¿sabe dónde perdí yo las elecciones?: las perdí en
Córdoba, las perdí en el Cesar, las perdí en Sucre, las perdí en Bolívar, las perdí
en La Guajira, las gané por 8.000 votos en el Magdalena, y en mi departa-
mento, donde me favorecieron ampliamente, las perdí en dos regiones, y hagan
una georeferenciación de esas dos regiones: en el Urabá y en el Bajo Cauca.
Ahora, ¡juzguen este Gobierno por las garantías que este Gobierno le dio
a opositores y abstencionistas en el referendo!
¡Juzguen este Gobierno por las garantías que le dio a los candidatos de
verdadera oposición, para que aspiraran a alcaldías y gobernaciones en 2003!
¡Juzguen este Gobierno por el entendimiento que ha construido con
gobernadores y alcaldes de oposición!
¡Juzguen este Gobierno por los 168 alcaldes que han sido elegidos en los
últimos meses!
¡Juzguen este Gobierno por las mismas elecciones del departamento del
Magdalena, donde en los últimos meses el oficialismo liberal, que decía no
tener garantías, ha ganado dos de esas alcaldías!
Este Gobierno está en un proceso de purificación de la democracia, que
no maten a los candidatos por pertenecer a tal o cual grupo político.
En las elecciones del 2003, gracias a la Seguridad Democrática, Colombia
hizo el tránsito de las garantías retóricas a las garantías efectivas. ¿Para qué
garantías en la Constitución si dejaban matar a los candidatos? Y ¿cómo prote-
gimos nosotros a los candidatos, empezando por aquellos candidatos del Polo
Democrático?, ¿quién tiene quejas?
Ahora, pregúntele a un alcalde en el país, pregúntele a un gobernador, si
este Gobierno se ha detenido en el origen político de su elección para condi-
cionar los apoyos a esa alcaldía o a esa gobernación.

53
Crímenes altruistas

Nosotros hemos dado garantías en los procesos de elección y hemos reco-


nocido todas las garantías, a quienes ganaron esas posiciones, y confío que el
año entrante, ni la guerrilla ni los paramilitares, en unas elecciones que presidirá
este Gobierno, puedan presionar a los aspirantes al Congreso de la República.
Jaime Castro: Presidente, con todo respeto, le quiero aclarar a usted y a
la audiencia de RCN que cuando usé la palabra “contertulios”, no lo hice con
ninguna torcida intención ni con ironía. Si usted quiere, cámbiela por inter-
locutores, contraparte, en fin, pero no veo que sobre eso haya lugar a armar
ninguna polémica. Quisiera sí, preguntarle, en relación con la ley de Justicia
y Paz, Presidente. El senador Jimmy Chamorro dijo, hace pocos días, que en
la ponencia para último debate de esa ley, desaparecieron “misteriosamente”
varios textos conforme a los cuales no serían beneficiarios de las ventajas de
esa ley quienes hubiesen cometido el delito de narcotráfico, o se hubiesen
enriquecido ilícitamente como producto del narcotráfico. Mi pregunta para
usted, señor Presidente, no tiene que ver con si fue el Gobierno o fueron los
parlamentarios los que deliberadamente eliminaron esos textos, pudo también
ser un error de la digitadora. Mi pregunta es esta, ¿el Gobierno pedirá que
vuelvan esos textos a la ley, que se aprueben?
Presidente Uribe: Le explico, doctor Jaime. Tan pronto hizo esa denuncia
el senador Jimmy Chamorro, que había estado en una reunión conmigo discu-
tiendo las apelaciones y no había hecho esa denuncia, llamé al Comisionado
y llamé al Ministro del Interior (Sabas Pretelt de la Vega) y al viceministro de
Justicia (Mario Iguarán).
El Ministro del Interior llegó con un ejemplar de los anales del Congreso
a mi oficina y me mostró la ponencia y me dice: “aquí no hay nada oculto, hay
un pliego de modificaciones para plenaria, no es como se quiere entender de
que alguien hubiera retirado unos textos subrepticiamente”.
Entre otras cosas, es que este Gobierno es de debate pero no de micos. Es
que este Gobierno vive de cara al sol, discutiendo con el pueblo colombiano,
pero no haciendo trampas. Este Gobierno no es el Gobierno de retirar ni de
auspiciar que se retire, tramposamente, un texto de un proyecto de ley.
Hay un pliego de modificaciones que está publicado en un ejemplar de
anales del Congreso que dice eso. Ahora, ¿cuál es la modificación?, le pregunté
al Ministro del Interior, y me dijo; “hay este problema, si la ley dice que quien
hubiera incurrido en narcotráfico anterior a la pertenencia a un grupo para-
militar o guerrillero, no puede participar en este proceso, pues poco vamos a
hacer porque mucha de esta gente había sido narcotraficante”.

54
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

El caso de “Don Berna”, que es el señor Murillo Bejarano –a mi me da pena


referirme a ellos por los alias, no me gusta referirme a nadie por el alias–. De ese
señor se dice todo lo que se ha dicho, que conocemos –una pregunta que hice la
semana pasada en la Policía–, que era narcotraficante. ¿Cómo lo encontró este
Gobierno?: este Gobierno lo encontró de jefe paramilitar, incluso negociando
con la Iglesia, con el consentimiento de la anterior administración presidencial.
Y ese señor ha ayudado a la desmovilización de gran cantidad de paramilitares.
Mire las dificultades, ¿lo excluimos del proceso? No lo podemos excluir
del proceso.
¿Tenía una condición de narcotraficante anterior a su condición de para-
militar?: todo indica que sí.
¿Sería práctica una ley que diga que quien hubiera sido narcotraficante,
con anterioridad a su pertenencia a un grupo guerrillero o paramilitar, no
podría participar en el proceso?: no sería práctica.
¿Estamos permitiendo que narcotraficantes se camuflen de paramili-
tares?: no lo estamos permitiendo, porque es que la ley hay que mirarla armó-
nicamente, hay que concordar cada artículo con los otros. Hay un artículo que
dice que la ley no se le aplica a quienes tengan como objeto principal el narco-
tráfico. Estos señores, que este Gobierno recibió, heredó, como paramilitares,
no los podemos excluir.
¿Qué me dice el Ministro, qué me dice el doctor Luis Carlos?: que se
está buscando un acuerdo con el Congreso para que delitos de narcotráfico,
cometidos con antelación a su participación en actividades paramilitares o
guerrilleras, no sean beneficiarios de la ley. Pero los delitos cometidos con
ocasión y durante su pertenencia a grupos paramilitares o guerrilleros, sí sean,
sí tengan el beneficio de la ley.
Si hay algo que no es claro en la explicación que estoy diciendo, dígan-
melo. Pero si algo quiero es que esta ley, con sus imperfecciones, con sus
temas controversiales, el Gobierno nada le oculte al pueblo colombiano,
porque ahí tenemos un problema de gente que estuvo involucrada en el narco-
tráfico antes de ser guerrillero o paramilitar. Y digo guerrillero ¿por qué?,
porque el Gobierno conoce de sectores de carteles del Valle del Cauca que
están en alianza clara con la Farc, buscando ahora simular de guerrilleros a
ver si entran a procesos y en actividades peligrosamente amenazantes a las
instituciones, al Gobierno y al Presidente de la República.
Juan Gossaín: Señor Presidente, a propósito del tema, ¿qué piensa
usted, qué responde usted a quienes dicen o insinúan que alias Don Berna, no

55
Crímenes altruistas

está preso sino viviendo en una jaula de oro como la de Pablo Escobar en la
cárcel de la catedral?
Presidente Uribe: Primero, en este Gobierno no hay zonas desmilitari-
zadas, sino zonas de ubicación. Muchas veces he dado la orden de que la justicia,
el Ejército entren a Ralito, esa no es zona de ausencia del Estado colombiano.
Hace 15 días el doctor Luis Carlos Restrepo me dijo: “la Fiscalía dice
que este señor Murillo Bejarano está incurso en el asesinato del Diputado de
Córdoba”. Recordamos el caso; estaba yo en Beijing, fui informado del asesi-
nato del Diputado de Córdoba, hice cuatro, cinco, diez llamadas a la Fuerza
Pública, al mismo Gobernador de Córdoba, pidiendo que eso se investigara
y que la investigación se llevara hasta las últimas consecuencias. Desde allá
instruí que se ofreciera una recompensa para capturar a los responsables. Esa
recompensa se está pagando, los autores materiales –en su inmensa mayoría–
están capturados hoy y en la cárcel.
Después de capturar a los autores materiales, después de toda la deci-
sión de este Gobierno para que los capturaran, de la oferta y pago de recom-
pensas, viene la decisión de la Fiscalía de vincular al señor Murillo Beja-
rano, a “Don Berna”. El doctor Luis Carlos Restrepo me informó y ¿qué dije
yo en ese momento, cuál fue mi reacción?: doctor Luis Carlos Restrepo, que
lo pongan preso.
Llamé al general Castro Castro (Jorge Daniel, director de la Policía
Nacional) y le dije: “General, bajo mi responsabilidad, asuma usted la tarea y
no la delegue, de poner preso a este señor, por dentro o por fuera de la zona de
ubicación en Santa Fe Ralito”. La Policía se trasladó allí, esa presencia de la
Policía marcó nuevamente, en los hechos, el contraste entre lo que es una zona
de ubicación y una zona de desmilitarización; entre lo que es una zona de paz
y lo que es un paraíso de impunidad.
Después de dos días de estar en la persecución de él, me llama el Comi-
sionado y me dice que le han hecho llegar la razón de que el señor se quiere
entregar bajo unas condiciones. Una condición era que le entregaran una
zona, que él se quedaría en la zona que el Gobierno definiera. Zona no, en un
sitio. Otra condición que se le recibiera como desmovilizado, esa la aceptó el
Gobierno y se la he confesado al país. Se le puso en un sitio austero. El doctor
Luis Carlos Restrepo me dijo que era totalmente austero. Es una casa rural,
totalmente austera, donde está vigilado por la Policía. Yo pedí que esa casa la
visitara permanentemente la comunidad nacional e internacional, porque en
este Gobierno no vamos a permitir catedrales.

56
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

Ahora, vamos a ver qué pasa en adelante con las decisiones de la Fiscalía,
y cuál es el sitio más conveniente para ubicarlo.
Juan Gossaín: Señor Presidente, hemos escuchado y oído mensajes en
RCN, en todos estos días previos, las semanas previas, y a mi me gustaría
–para contestarles a ellos–, preguntarle a usted: ¿qué responde a tantos colom-
bianos que creen que la atmósfera política está enrarecida en estos días y que
esa actividad se ha vuelto confusa y peleonera?
Presidente Uribe: La verdad es esta: yo tengo que defender la obra de
Gobierno porque si en el ambiente nacional e internacional, crean esa duda de
que aquí hay complicidad, debilidad, permisividad con el paramilitarismo, esa
es una duda injusta. Este es el Gobierno que ha enfrentado estos grupos con
toda la decisión militar, y tengo que defender la obra de Gobierno, porque una
duda de esa naturaleza lo que hace es enrarecer el ambiente de recuperación
de confianza en Colombia, que no podemos permitir que se afecte. Hay que
seguir confiando en Colombia, invirtiendo en Colombia, generando empleo
en Colombia. Colombia tiene que seguir para adelante.
¿Cómo voy a defender la obra de Gobierno?: donde cometamos un error
lo corregimos.
Por ejemplo, me dicen: “¿para qué nombró parientes de parlamentarios
en la Cancillería?”. He dicho: hemos reformado 152 entidades del Estado,
hemos introducido el concurso de méritos para nombrar maestros –ya convo-
camos 135.000 maestros a un concurso para llenar 60.000 plazas–, sacamos
una nueva ley de carrera administrativa que se está empezando a aplicar –y
que lleva 120.000 posiciones del Estado al concurso de méritos–. Y hay unos
sectores que se quejan por ese nombramiento de parientes de parlamentarios
en la Cancillería. Yo dije: “acepto, vamos a corregir eso”. He nombrado gente
comprometida con la política de Seguridad de este Gobierno, gente honorable,
pero en algunos casos parientes de parlamentarios. Acepto eso, lo acepto como
una crítica de una democracia que madura. Y dije: salvo casos excepcionales,
analizados puntualmente, no lo vamos a seguir haciendo.
Este Gobierno recibe la crítica constructiva, los parlamentarios son testigos
de cuántas modificaciones le hemos hecho a los proyectos de ley, en procesos
críticos, con los mismos parlamentarios. El pueblo colombiano me conoce
dialogando con el pueblo colombiano y muchas veces corrigiendo rumbos de
Gobierno, por críticas constructivas que surgen en ese permanente diálogo del
Gobierno con el pueblo colombiano. Vamos a seguir en esa tarea. Pero, por
supuesto, tengo que defender la obra de Gobierno, porque si no defiendo la

57
Crímenes altruistas

obra de Gobierno contra ataques injustos, entonces lo que se afecta, más que
afectar al Gobierno, lo que se afecta es la confianza en Colombia.
¿Cómo defiendo la obra de Gobierno?: con hechos, con cifras, con
conceptos, sin agresiones personales. No he descalificado a ninguno de aque-
llos quienes me responden con descalificaciones personales. Yo planteo un
problema sustantivo, me responden “pendenciero”. Planteo un problema sustan-
tivo, me responden ‘camorrista’. Yo no voy a entrar en descalificaciones.
Recuerdo a uno de mis profesores que era muy insistente en decir: duro
con el problema, delicado con la persona. Aquí seguimos trabajando de frente
a los problemas.
Juan Gossaín: Señor presidente Uribe, deseo concluir recordando una
frase que me llamó mucho a la atención el viernes de la semana pasada aquí en
Radiosucesos, cuando nuestros compañeros estaban comentando la entrevista
que hicimos desde Madrid con el ex presidente Andrés Pastrana, Humberto
de la Calle dijo esto al aire, “pobre país el que nos espera, si los temas de la
política los dictan guerrilleros y paramilitares”.
Presidente Uribe: Así es, así es Juan. Por eso agradezco inmensamente
esta entrevista de esta mañana, quiero enviar solamente un mensaje a mis
compatriotas: este Gobierno seguramente tiene muchos errores, como toda
obra humana, pero para recuperar la seguridad ha procedido buscando la
eficacia, la transparencia, con respeto a los derechos humanos, con respeto a
las instituciones, sin mezclar instituciones con grupos de bandidos.
Este Gobierno ha enfrentado por igual guerrilla y paramilitares, ha ofre-
cido por igual a guerrilla y a paramilitares, las mismas condiciones. –Estén
atentos, a las 10 de la mañana, de una buena noticia de desmovilización del
Eln que va a dar la IV Brigada de Medellín–.
Este Gobierno recibe la crítica, este Gobierno ha sido respetuoso con la
oposición. –ahí está el referendo, la elección de candidatos de la verdadera
oposición a alcaldías, a gobernaciones–. Ha sido respetuoso con la oposición
que está en gobernaciones, la oposición que está en alcaldías, con la oposición
en el Congreso de la República.
Pero este Gobierno tiene que defender su obra. ¿Por qué la tiene que
defender?: porque cuando se le ataca injustamente, no solamente se afecta el
buen nombre del Gobierno, sino que se afecta la recuperación de confianza
en Colombia.
De mi parte, voy a procurar que este no sea un debate agrio, personal.
No voy a responder con ninguna alusión personal, sino que sea un debate de

58
Mi afán es defender la credibilidad de Colombia

resultados, un debate de ideas, un debate de proyección de Colombia, porque


en los próximos días vamos a entregarle al país el primer borrador de un docu-
mento que se llama, Colombia, II Centenario, una proyección de la Patria al 7
de agosto de 2019, cuando la Patria cumplirá 200 años de vida independiente,
a fin de que la Patria –como uno de los elementos esenciales para la recupera-
ción de la confianza– empiece a discutir un propósito de largo plazo.
Muchas gracias Juan, a usted y a todos sus compañeros en la mesa de
trabajo de RCN.
Juan Gossaín: Al contrario señor Presidente, muchas gracias a usted por
haber aceptado esta invitación de Radiosucesos para hablar detenidamente a lo
largo de una hora y quince minutos, sobre todos estos temas que, como dije al
comienzo, se han ido acumulando en los días últimos, llenos de información y
de noticia. Que tenga usted muy buen día y muchas gracias señor Presidente.
Presidente Uribe: A todos ustedes muchas gracias.

7 de junio de 2005
Entrevista del Presidente Alvaro Uribe Vélez a Radiosucesos RCN

59
DELITO POLÍTICO ARMADO NO DEBE HABER
EN UNA DEMOCRACIA
Entrevista del Presidente Uribe con El País de Cali

El País: Esta semana se han escuchado críticas por la supuesta relación


entre el Gobierno y los paramilitares. ¿No está saliendo demasiado alto el
costo político de mantener la negociación con las autodefensas? ¿No teme que
Ralito se convierta en su Caguán?
Presidente Uribe: Ralito no es el Caguán. El Caguán eran 42.000 kiló-
metros cuadrados, Ralito son 350. Del Caguán salió el Estado. De Ralito, no.
Hay que mirar los hechos. A los paramilitares se les ha ofrecido lo mismo que
a la guerrilla: si respetan el cese de hostilidades, se les ofrece un proceso de
paz. Si no, se les combate militarmente, con toda la severidad del Estado.
Nosotros llevamos alrededor de 10.000 paramilitares presos y cerca de
1.180 dados de baja. Son más importantes los resultados que todo lo demás.
A mí siempre me han tratado de desacreditar mis opositores señalándome de
paramilitar. Pero yo llevo una larga carrera política de la cual puede decirse
cualquier cosa, pero que ha sido honrada.
Una carrera demócrata con sentido de autoridad. Lo grave en Colombia es
dejar matar a los trabajadores de la democracia por tener un discurso aparente-
mente civilista, ser permisivo con los terroristas, como ha ocurrido.
Paramilitar que cumpla con el cese de hostilidades, será respetado.
Quien haga lo contrario, será combatido. Este Gobierno no se ha unido con
unos delincuentes para atacar a otros delincuentes. Si se mira la historia de
Colombia, se verá que este Gobierno marca una diferencia, en el propósito de
tener un país sin guerrilla, sin paramilitares y sin narcotráfico. Por eso, así a
algunos les parezca muy grave que uno defienda los resultados, el Gobierno
lo tiene que hacer, para evitar la distorsión.
El País: ¿En verdad se está desmontando la estructura paramilitar en
Colombia?
Presidente Uribe: Se ha desmontado muchísimo. Es que el país se estaba
perdiendo: lo que no estaba en poder de la guerrilla estaba en manos de los

61
Crímenes Altruistas

paramilitares. En Sucre, por ejemplo, los Montes de María eran de la guerrilla,


y el Golfo de Morrosquillo era del otro bando.
Hoy, eso no es un paraíso, pero ha mejorado.
Si hay un Gobierno que ha practicado la autoridad y va haciendo la paz,
es éste. Este Gobierno no ha tenido poses demagógicas de paz, pero a través
de la autoridad la va conquistando. La desmovilización es un resultado. Pero
falta mucho. Los problemas del país son inmensos, falta mucho en el tema de
seguridad. Esta es una batalla incesante, de todas las horas.
El País: ¿No hay contradicción entre pretender acabar con el delito de
rebelión y, al tiempo, darles estatus político a los paramilitares?
Presidente Uribe: La primera propuesta es una reflexión a mediano
plazo; la otra es para el corto plazo. Cuando usted tiene en Colombia una
democracia a plena prueba, un Gobierno que dio seguridad a todos los candi-
datos de la oposición para que los eligieran, pues ese Gobierno puede decir:
Aquí hay una democracia que no se puede atacar por la vía de las armas.
Entonces, cuando la democracia opera y se profundiza, como ocurre en
Colombia, el “delito político” apoyado en armas se convierte en terrorismo.
En Europa, se denomina terrorismo toda acción política, religiosa o ideológica
basada en armas o en amenaza de uso de armas.
Delito político armado no debe haber en una democracia. Profundicemos
esta democracia cada día, pero no sigamos con la permisividad de atenuar el
terrorismo denominándolo delito político.
Pero mientras se da ese paso, por lo menos igualemos a todos estos actores
del terrorismo. No creo que haya razón para negarles a unos el tratamiento que
se les da a los otros, cuando las víctimas no pueden distinguir que su dolor lo
haya causado el guerrillero o el paramilitar.
Hay preocupación entre los indígenas del Cauca, recientemente atacados
por la guerrilla, por las detenciones masivas de los últimos días...
Esa zona del Cauca llevaba 17 años de abandono estatal. La guerrilla
estaba apoderada de esa zona. Ya hemos vuelto con la Policía a 16 municipios
y tenemos una acción militar que terminará triunfante, porque nunca el terro-
rismo derrotará a un Estado democrático.
Esa zona es una fuente de inseguridad en la Carretera Panamericana. Es
una fuente de secuestros en el sur del Valle. El Gobierno ha tomado la decisión
de sacar de allí al terrorismo y recuperar plenamente las libertades, cuéstenos
lo que nos cueste, demándenos lo que nos demande. De allá sacamos el terro-
rismo con la ayuda de Dios y con la conciencia democrática que nos anima.

62
Delito político armado no debe haber en una democracia

Hay que ver que las detenciones no las ordena el Gobierno, sino la
Fiscalía, que lo hace con toda la solidez del acervo probatorio y con todas las
garantías. La verdad es que a quien esté en el terrorismo, sea indígena, enco-
petado, joven o viejo, hay que meterlo a la cárcel.

Lunes, 23 de mayo de 2005


Fuente: www.presidencia.gov.co SNE

63
EL DELITO POLÍTICO NO VA A TENER CONEXIDAD
PARA BORRAR DELITOS COMO
EL NARCOTRÁFICO O DE LESA HUMANIDAD
Intervención del Presidente Uribe ante la Asociación de Exmagistrados

Quiero saludarlos muy respetuosa y afectuosamente a todos. Quiero felici-


tarlos por este gran esfuerzo que en buena hora le da el nacimiento a la Asocia-
ción de Ex magistrados, copatrocinado por la Fundación Buen Gobierno. Feli-
citar especialmente a sus proponentes, la doctora Miriam Donato de Montoya
y el doctor Juan Manuel Santos.

Reformas por consensos


La verdad es que, mientras mayor sea el consenso para obtener una carta
constitucional, mayor su legitimidad.
La Constitución la han denominado algunos: “el acuerdo para el
disenso”. Lo que habría que preguntarse es: ¿qué ha pasado en la historia
constitucional reciente?
Por ejemplo, antes de este Gobierno, fueron introducidas muchas reformas
a la Constitución del 91 que intentaron desnaturalizarla y no tuvieron el debate
nacional que, por ejemplo, ha tenido la reforma constitucional de este Gobierno.
Miren ustedes lo que pasó por ejemplo con los suplentes: toda esa batalla
que dio el Constituyente del 91 para eliminarlos y los revivieron. Era un punto
esencial de la reforma política que se pretendía con la convocatoria de la
Asamblea Constitucional de 1991.
Yo apoyé un candidato, recorrí mi departamento con gran entusiasmo y
la verdad es que fue un ejercicio democrático muy importante, pero los votos
fueron muy pocos. Y elegimos esa Constituyente, en la idea de que era un
mandato de temario limitado. Los que acudimos a las urnas, los que promo-
vimos a los candidatos, fuimos convocados con esa idea –era yo entonces
Senador de la República–: “que era una Constituyente de un mandato limitado
a unos temas”. Y la Constituyente se declaró soberana. No solamente intro-
dujo unas reformas sino que sustituyó totalmente la Constitución (de 1886).

65
Crímenes Altruistas

He sido defensor de la mayor parte de los textos de la Constitución del 91


y además, déjenme decir algunas cosas para convalidar esa apreciación.
En el trabajo parlamentario por la seguridad social nos apoyamos total-
mente en la nueva norma de la Constitución del 91: una seguridad social que
avance hacía la universalidad, solidaria, eficiente, con el privilegio exclusivo
de la regulación y la supervisión en cabeza del Estado.
Me correspondió presentar el primer proyecto de ley para darle desarrollo
a un mandato de la Constitución del 91, el mandato de la carrera adminis-
trativa. En este Gobierno se acaba de aprobar otro que amplía muchísimo la
carrera administrativa. Un gran paso para Colombia.
Hemos defendido muchos aspectos de la Constitución del 91, pero también
cuando se vaya a examinar con mucho juicio, habrá que preguntarse: ¿el
mecanismo mediante el cual se le convocó, era un mecanismo constitucional?
Yo creo que para los historiadores va a ser una paradoja, que la Constitu-
ción que insertó en Colombia el Estado Social como complemento del Estado
de Derecho, hubiera surgido de un decreto de Estado de Sitio. Eso también
tendrán que preguntárselo los historiadores: ¿construía eso consenso?, ¿cons-
truía consenso la votación por la Constituyente?, ¿se basaba en consenso la
decisión de la Constituyente de declararse soberana?
Este es el primer Gobierno pos-constituyente donde no hay un peso de
auxilios parlamentarios. Y en la convocatoria de la Constituyente del 91 se
dijo con mucho énfasis que uno de los puntos para sanear políticamente al
país, era eliminar los auxilios parlamentarios, sin embargo se mantuvieron.
Ahora, tiene inmensas cosas buenas. A mi me tocó tramitar en el Congreso
de la República la ley de Economía Solidaria, y temimos mucho que fuera
declarada inconstitucional porque fue antes de la Constitución del 91. La
Constitución anterior estaba hecha para dos economías, para la pública y la
privada, pero no albergaba el gran universo solidario que si lo alberga la Cons-
titución del 91. Creo que el tema hay que tomarlo desapasionadamente.
Si nos referimos, por ejemplo, al referendo que propuso este Gobierno:
fue debatido ampliamente en la campaña, se le buscó un gran respaldo popular,
se siguió todo el trámite de la Constitución del 91, se pudo convocar al pueblo
colombiano a votar 14 meses después de elegido el Gobierno –cuando se
suponía que el Gobierno ya había padecido todo el desgaste–. No creo que
se pueda decir que a eso no se le ha buscado el mayor consenso. Lo mismo,
no creo que haya habido reformas más debatidas que las reformas que le ha
tocado enfrentar a este Gobierno.

66
Delito político no va a tener conexidad

Doctora Miriam, voy a hacer una cosa. Coja papel y lápiz y si me ve


elusivo en alguno de los puntos, me recrimina, porque los voy a ir mezclando
con tres o cuatro ideas que les traigo.
He propuesto unos temas que sé que suscitan mucho debate. He dicho
que el problema colombiano no es de un conflicto armado interno, sino de
una amenaza terrorista. He dicho que en la legislación colombiana no debería
haber delito político. He dicho que la idea de diferenciar las democracias lati-
noamericanas entre democracias de derecha y de izquierda, es obsoleta.

La izquierda y la derecha
Empiezo por esto último. ¿Por qué es obsoleta?: porque el calificativo
cabía frente a los regímenes políticos en la época de las dictaduras y frente a
las posturas políticas en cada país, en relación con las dictaduras. Sometidos
todos –ahora– a la regla democrática, el calificativo es obsoleto. Además,
muchos llegan al poder con un discurso “de izquierda” y gobiernan con unas
acciones “de derecha”.
Hace pocos días discutía con una periodista y le decía: “bueno, deme una
razón para que usted califique a tal Gobierno de izquierda y al mío de derecha”,
y no fue capaz. Esa calificación, además de ser obsoleta, es inconveniente.
A mi me dio mucha tristeza recientemente, cuando nos poníamos a elegir
al Secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA): una polariza-
ción en América Latina, que casi no se supera –se logró superar, en muy buena
parte, por Colombia y lograr finalmente un consenso–. Decía yo: “mire cómo
pelean, que aquel que es de izquierda y aplica las recetas del Fondo Monetario
(FMI) con más ortodoxia que los otros, que son de derecha”.
Algunos supuestos de derecha, les dicen que están cambiando las reglas
de manejo de banca central, que ha logrado modificar sustancialmente los
acuerdos con el Fondo Monetario, etcétera. Y estos de izquierda, son los más
ortodoxos en esa materia.
Yo no creo que esa división sea conveniente para la unidad latinoameri-
cana, no creo que sea pertinente en nuestra época de la regla democrática y
no creo que sea práctica. ¿Qué he propuesto?: utilizar unos estándares, unos
parámetros para calificar estas democracias, para mirar si son unas democra-
cias abiertas o cerradas, progresistas o retardatarias, constructoras de justicia
social o negantes de justicia social. Si son caudillistas o institucionales.
Yo creo que esa pregunta debería empezar a considerarla el debate polí-
tico. Y para responder a esas preguntas, he formulado cinco parámetros:

67
Crímenes Altruistas

1) El tema y la calidad de la seguridad que una democracia provee, 2) Las


libertades públicas, 3) La construcción de cohesión social, 4) La transparencia
y 5) El respeto a instituciones independientes.
Creo que eso es lo que debemos empezar a medir, para saber si estas
democracias son progresistas o retardatarias. No abundo en el tema porque
quiero llegar rápidamente a la etapa de análisis, comentarios, debate, con el
mayor respeto con quienes de ustedes quieran discrepar de mis tesis. Este
punto lo dejo ahí.

Delito político
El tema de ¿por qué considero que no debe haber delito político? Las
legislaciones europeas consideran como terrorismo el uso o la amenaza de uso
de la fuerza por razones políticas o ideológicas. ¿Cuál es su razón?: que si hay
una democracia profunda, que permite que todas las opciones se agiten, ¿por
qué nosotros vamos a legitimar, con el tratamiento benevolente de político, el
delito armado contra esas democracias?
Yo me he hecho esta reflexión: si hay una democracia como la colom-
biana, que se ha puesto en los últimos tiempos a toda prueba ¿por qué noso-
tros vamos a legitimar, con el tratamiento benevolente de político, al delito
armado?, ¿por una razón histórica?, si algo tienen que hacer los pueblos en
algún momento –a partir del conocimiento de su historia– es saber cómo
reorientarla a futuro.
¡Cuando hay una democracia profunda, no se puede permitir atentar
contra ella por la vía de las armas!
Una democracia como la que vivimos aquí, en octubre de 2003, un refe-
rendo… se suponía que el Presidente de la “Seguridad Democrática” y de la
“mano firme” iba a ser el Presidente dictador. Veo con asombro que muchos
de los intelectuales que me combaten, justamente han regresado al país en el
ejercicio de mi Gobierno. Estaban expatriados antes y ahora están en el país,
rodeados de seguridades.
Aquí, en las elecciones de octubre de 2003, pasamos de las garantías
retóricas a las efectivas. Llamo la atención de los estudiantes universitarios
muchas veces, para que establezcan la diferencia entre garantías retóricas y
garantías efectivas.
Nada gana una democracia si en teoría le dan garantías a todos los candi-
datos y en la práctica los dejan matar. Yo no sé qué habría pasado con muchas
candidaturas, Alcaldías, como la de Bogotá, Gobernaciones, etcétera, sin la

68
Delito político no va a tener conexidad

Seguridad Democrática. Hemos dado la instrucción en público y en privado


a las Fuerzas Militares y de Policía de la Patria: aquí hay que dar la misma
eficaz protección a los seguidores más fervorosos del Gobierno y a los oposi-
tores más radicales.
No creo que la oposición de verdad en el Congreso, no la calculadora,
sino la oposición de verdad, hubiera tenido más garantías para la seguridad
personal de sus voceros en este Gobierno.
Nosotros tuvimos que acudir a un referendo con un Consejo Electoral y
con una Registraduría en manos de la oposición. Y muchos puntos –impor-
tantísimos– del referendo se perdieron no por falta de votos, sino porque el
Consejo Electoral y la Registraduría, para establecer el umbral del censo elec-
toral, sumaron votos de cédulas de muertos, de cédulas que no se habían repar-
tido, de cédulas de militares que no podían votar. Y después nos dijeron que
era que no se podían cambiar las reglas de juego, pero las supimos la noche
anterior, pasadas las ocho.
El Gobierno protestó. Yo fui al Consejo Electoral, le hablé al país sobre
el tema, pero finalmente respetamos las instituciones. ¡Es una democracia
que funciona!
Y ahora que se está en el debate de garantías. En el debate he hecho segui-
miento a muchos puntos en Colombia. Porque mientras muchos gobiernos
de la región suspendieron las libertades públicas, so pretexto de enfrentar las
insurgencias, aquí hemos profundizado las libertades públicas, enfrentando
–con una decisión sin antecedentes– el mayor desafío terrorista. Y eso tiene
que valer para que la democracia Colombia se aprecie a sí misma.
En los últimos meses, Colombia ha elegido 164 alcaldes. La oposición ha
ganado más de 50 alcaldías. No ha habido quejas de falta de garantías.
Y este Gobierno, no solamente ha garantizado esas elecciones, sino que ha
construido espacios de total gobernabilidad con los elegidos que pertenecen a la
oposición. He procurado el mejor entendimiento con alcaldes, con gobernadores.
Les he dicho, para construir unidad de Patria: “a mi no me importa el origen
político de su elección, trabajemos concertadamente, respetando los fueros de
cada nivel de Gobierno, con transparencia, con capacidad de gestión”.
Por ejemplo, ese departamento del Magdalena. Antes, cuando eso estaba
en manos de guerrilla y los mal llamados paramilitares, se acomodaban allá
y no ponían quejas. Ahora, a toda hora buscan titulares de los periódicos
porque ahora sí se puede denunciar a los paras. Antes mataban a la gente, si
se atrevían.

69
Crímenes Altruistas

El oficialismo liberal dijo que allá no tenían garantías. En los últimos


meses, el departamento del Magdalena ha elegido 6 alcaldías. La oposición se
ha ganado 3 de esas alcaldías, el oficialismo liberal 2.
Ahora, tenemos muchas dificultades, esto no está en el paraíso, pero creo
que en términos democráticos y de garantías, vamos bien.
Por eso he dicho: cuando hay una democracia en proceso de profundiza-
ción, no se debe permitir acción política armada, no debe haber delito político
que se reconozca basado en armas.
¿Qué espacio quedaría para el delito político?: el delito de opinión o de
conciencia, que no es posible consagrarlo en una democracia en aras de las
libertades.
Temas tan importantes como la desobediencia civil, hay que mirarlos
tranquilamente. Y la Constitución y el ordenamiento legal tienen que definir
en qué casos se autoriza, qué hace parte de la libertad de conciencia, de la
libertad de opinión.
Y me dicen: “bueno, pero el Presidente propone que se elimine el concepto
de delito político y al mismo tiempo que se le dé estatus político a los para-
militares”.
La proposición de que se elimine el concepto de delito político, es una
proposición para ir creando ese consenso en la base de la sociedad colombiana.
Mientras más democracia, menos tolerancia con el delito. Creo profunda-
mente en ese principio.
Ahora, tenemos que resolver un problema inmediato: mientras allá se
llega, tenemos que enfrentar los problemas que tenemos enfrente, con urgencia.
Por eso he dicho, al promover la Ley de Justicia y Paz, que esa ley tiene que
ser universal, esto es, para todos los actores. Que tiene que ser equitativa, esto
es un buen balance entre justicia y paz (ahora me voy a referir a esos temas).
Y tiene que ser creíble y en la medida que haya desmovilizaciones efectivas y
resultados efectivos de seguridad, va siendo creíble.
Ese es el segundo tema: por qué creo que en Colombia no debe haber
delito político y por qué mientras ese debate se da, creo que debe hablarse de
la posibilidad de que los paramilitares cometan los mismos delitos “políticos”
que hoy se le reconocen a la guerrilla. Es que además no hay diferencia en el
sufrimiento de las víctimas. No hay diferencia, finalmente, en la manera como
interfieren en la marcha normal de la democracia.

70
Delito político no va a tener conexidad

Conflicto armado
Y el tercer tema, de mucho conflicto, es cuando he dicho que esta acción
violenta contra el pueblo colombiano y sus instituciones, no puede calificarse
como un conflicto armado sino como una amenaza terrorista.
La calificación de conflicto armado, en alguna forma, ennoblece la lucha,
la legitima. Ahí viene la etimología histórica del conflicto armado. Una demo-
cracia que se profundiza no puede legitimar ni darle un tratamiento benevo-
lente ni atenuar la acción de los violentos.
En Colombia hay un problema de pobreza muy grande. He venido, en
mi manera de mirar a mis compatriotas, diciendo que en el país hay dos reali-
dades: un 48% de la población que vive en un modelo social aceptable y un
52% en una pobreza deplorable, que tenemos que superar.
Cuando veo, por ejemplo, cómo vive la sociedad China, que continúa con
las bases filosóficas de Mao Tse Tung, porque fue el único de los marxistas que
verdaderamente practicó la dialéctica “hegeliana” y dio las bases para esa aper-
tura que ha hecho China a partir de Deng Siao Ping, digo: el 48% de la sociedad
colombiana vive en un modelo presentable en cualquier parte del mundo, el
52% en un modelo de pobreza deplorable, que tenemos que superar.
Cuando se hablaba de conflicto en América Latina, se hablaba por dos
razones: porque los insurgentes estaban contra esas injusticias y contra esa
pobreza, y porque su lucha era contra dictaduras. Aquí, han causado más
pobreza y han entorpecido la marcha democrática.
¿Qué le pasó a esta sociedad?, ¿a qué le debe la pobreza y la injusticia?:
¿al 48% que vive bien?. No. Yo tengo otra visión: que la violencia no permitió,
en los últimos lustros, que esta economía creciera con la velocidad con que
debió crecer para atender las demandas poblacionales.
Comparo, por ejemplo, el nivel de cotización de nuestras empresas serias
a la seguridad social. Algunos países, supuestamente de izquierda, de la inter-
nacional socialista, todas las cotizaciones a la seguridad social la pagan los
trabajadores. Aquí la mayor parte los empleadores. La tasa de contribución
aquí es muy alta y este Gobierno la ha aumentado. Quisiera que estuviera el
senador Robledo (Jorge Enrique) aquí, para que habláramos del modelo, a ver
qué tan neoliberal es el nuestro que se atrevió a revivir –en este Gobierno– el
impuesto de patrimonio para los grandes patrimonios.
Si ustedes salen a las calles, adyacentes a este hotel, y le preguntan a un
ventero callejero por sus ingresos, encuentran que gana mucho menos que lo
que gana el trabajador de salario mínimo de una empresa organizada.

71
Crímenes Altruistas

Entonces, me parece que el tema de la injusticia y el tema de la pobreza


no lo podemos seguir imputando a quienes han hecho un gran esfuerzo por
construir empresa en este país.
Ahora, a mí me gusta decirlo en el debate, porque es que he conocido
tanta hipocresía en la vida colombiana, he conocido dos caras: una al medio
día y otra por la noche, una a las cinco de la tarde en una manifestación de la
plaza Cisneros, hablando contra los ricos, y los mismos, a las ocho de la noche
en el Club Unión, poniéndoles la totuma para financiar las campañas.
Entonces les he dicho a mis compañeros de Gobierno: no hay que defender
la economía privada de manera vergonzante, ¡hay que ser o no ser, de manera
clara y categórica!
Ahora, hay que exigirle más responsabilidad social todos los días a
la empresa privada, sí, pero no creo que le podamos imputar al sistema de
economía privada de Colombia, esta debacle social.
¿Qué pasó con esta violencia?: en nombre de la justicia social, expulsó
4 millones de colombianos al extranjero, produjo un desplazamiento interno
de 2 millones.
Y miren otros temitas. ¿Ustedes saben en cuánto estaba –y es muy impor-
tante para los que reclaman política social– el déficit fiscal el 7 de agosto
de 1990, cuando terminó el Presidente Barco? En cero. Eran unas finanzas
públicas en equilibrio. Doce años después, cuando este Gobierno llega, el
déficit está en 4,2%. En ese mismo período, el endeudamiento público pasó
del 10%, 12%, consolidado al final de la administración Barco, al 54, 56%,
que recibió este Gobierno.
El desempleo está muy alto, ayer marcó el 12%, uno quisiera ya, estar por
debajo del 10%, pero ¿de dónde venimos? Entre el 94 y el 2000, el desem-
pleo –y eso no se genera espontáneamente– saltó del 7,5 % a casi el 20%. Lo
hemos venido bajando, está por el 12%.
Y el desempleo de jefes de hogar –que es lo que más maltrata una comu-
nidad porque crea desintegración familiar, deserción escolar–, en ese mismo
período se saltó del 4 al 10%. Lo hemos bajado al 5,8, 6%. Ojalá lo pudié-
ramos bajar mucho más.
Hay un problema social muy grave, que no legitima la acción violenta, al
contrario, la historia de los últimos lustros muestra que la acción violenta ha
sido causa determinante de la agudización de ese problema social.
Por eso digo: un problema social muy grave no se puede invocar para
ennoblecer una acción violenta, calificándola como un actor de un conflicto.

72
Delito político no va a tener conexidad

¿Eso se opone a que necesitemos la equidad social?: de ninguna manera, la


necesitamos. Lo he dicho: Colombia necesita un principio de paz a partir de la
seguridad, para crear confianza inversionista. Todo lo que pueda hacerse con
los mayores recursos, dedicarlo a construir política social, para tener una paz
estable, un horizonte de largo plazo.
Yo quisiera que me dijeran una economía socialista que fuera capaz de
hacer justicia social con el desorden que los violentos y la debilidad introdu-
jeron en Colombia.
Ahora, hay un tema bien importante para los académicos: ¿se necesita
reconocer a los violentos como actores legítimos de un conflicto armado,
para que el Estado cumpla con el derecho humanitario y con los derechos
humanos? No se necesita.
El Estado tiene que dar ejemplo en materia de derechos humanos. Nuestra
cantaleta de todos los días es: la Seguridad Democrática es sostenible, en la
medida en que la opinión pública la respalde y la opinión pública la respalda
sobre dos hechos: que sea eficaz y transparente. Y la transparencia reposa en
la decisión y en los resultados de respetar derechos humanos.
No acepto la tesis que para cumplir con los derechos humanos y el derecho
humanitario, haya que darles la legitimidad de reconocerlos –a los violentos–
como actores válidos de un conflicto armado.
¿Por qué se habló de conflictos armados en América Latina? No sólo por
el tema social sino por el tema democrático: porque surgieron contra las dicta-
duras. Ya expliqué que en el caso nuestro ocurre todo lo contrario.
Recuerdo, antes de que se aprobara en Colombia la elección popular de
alcaldes, la Farc inundaba las universidades, los directorios políticos, con
unos memorandos diciendo que justificaba la lucha armada porque no había
elección popular de alcaldes, se aprobó y se han convertido en sicarios de los
alcaldes y de los concejales.
Colombia se demoró un siglo debatiendo la elección popular de alcaldes
hasta que finalmente la aprobó.
La elección popular de gobernadores, que en buena hora llegó, no la espe-
rábamos de la Constitución del 91, pero en buena hora llegó. Nunca se habló
de eso cuando estábamos convocando al constituyente, pero todo lo que sea
la ampliación democrática, lo he apoyado. Y creo muchísimo en esa combina-
ción de democracia directa y de representación.
Me parece que crean ahí un antagonismo ficticio, cuando dicen: “es
que Uribe quiere acabar con los partidos”. Todos los días inventan tesis para

73
Crímenes Altruistas

discrepar de Uribe, está bien. Pero, como tengo que ser combatiente, compa-
triotas, tengo que también animar esta democracia con mi participación en el
debate, yo en aquello que creo es en una combinación equilibrada de demo-
cracia representativa y de democracia participativa.
A mayor grado de democracia participativa, más transparencia en la
democracia representativa, porque más control de opinión se da sobre la
democracia representativa.
¿Esta democracia en profundización, puede permitir que se catalogue como
actores de un conflicto a quienes atentan contra ella por la vía armada? Por eso
he negado el conflicto. Reconozco el problema social, pero a partir del problema
social no se puede aceptar que con los violentos hay un conflicto armado.
Ahora, para mirar el consenso de las reformas, hay que mirar las mayorías de
los órganos que las aprueban, el respaldo de opinión a esas reformas y las reglas
democráticas que continúan para que esas reformas operen. ¡Yo rogaría mirar eso!
Una cosa es un Congreso de 12 millones de votos, otra, una Constituyente
de 2 millones 800 mil votos.
Una cosa son unas reformas ampliamente debatidas por la opinión ciuda-
dana y otra cosa son unas reformas que dictan quienes se atribuyen el poder
soberano de cambiarlo todo.
No creo que las reformas democráticas se puedan descalificar que porque
no se construyó pleno consenso. ¡Si justamente las reformas democráticas lo
que hacen es brindar más oportunidades democráticas!
Sobre este debate, es muy importante que el pueblo colombiano reflexione
sobre: ¿qué garantías hubo o qué garantías se negaron para acudir al refe-
rendo?, ¿qué garantías se le negaron, se le recortaron a los abstencionistas, a
los opositores?

Ley de justicia y paz


El tema de la ley. Por primera vez una ley de paz en Colombia deja de
preocuparse exclusivamente por la reconciliación y se preocupa por la justicia
y por la reparación.
En el pasado –y yo soy actor de eso, porque estuve en el Congreso, y voté
y hablé a favor del proceso con el M–19, y cuando les estaban reabriendo un
proceso, voté para que los reindultaran, ahí están las actas del Congreso–, no
nos preocupábamos sino por la reconciliación. Nos olvidábamos de cualquier
atrocidad que hubieran cometido y nos preocupábamos era por las futuras
víctimas, no por las pasadas víctimas.

74
Delito político no va a tener conexidad

Por primera vez, ahora, nos estamos preocupando –además de preocu-


parnos por la reconciliación– por la justicia. No solamente por las víctimas
futuras, sino por alguna manera de restituir a las víctimas pasadas.
Algunas objeciones a esa ley. Voy a traer tres o cuatro objeciones.
El tema de la conexidad. El Gobierno cometió un error de redacción,
haber dejado filtrar la palabra conexidad en el titular de un artículo. No ha
habido la más remota idea de conexidad. ¿Por qué?: porque es que, eso está
prohibido en Colombia. Colombia es signataria de la Convención de Viena y
la Convención de Viena prohíbe la conexidad de delitos como el narcotráfico
o delitos de lesa humanidad, con los delitos políticos.
¡Por Dios, yo creo que ese fue un debate injusto! ¡Sobre ese tema, que no
haya la menor duda!
El narcotráfico. Enseguida se dice: “es que esa ley va a favorecer narco-
traficantes”. La ley dice claramente: es para guerrilleros o paramilitares, cuyo
objeto principal haya sido el paramilitarismo o la guerrilla. No es para grupos
cuyo objeto principal haya sido el narcotráfico.
Ahora, acepto, el tema es muy difícil. ¿Qué lo dificulta? Los grupos
guerrilleros y los grupos paramilitares, todos, han estado metidos en el narco-
tráfico. Eso lo dificulta enormemente. Ahí vamos a necesitar la clarividencia
de los jueces de la República, que van a definir situaciones jurídicas.
Mi pregunta es: ¿están dispuestos, mis opositores, a negarle una ley de
paz a las Farc, al Eln, porque estas organizaciones estén involucradas en el
narcotráfico? El más solapado de todos es el Eln. ¡Pobrecitos, ellos son muy
inocentes, no se involucran en el narcotráfico! ¡Hay que verlos en el Cata-
tumbo y hay que verlos en el Sur de Bolívar! Cómo se han involucrado todos
en el narcotráfico. Es una realidad que enfrenta el país.
Ahora, se ha propuesto otro tema: quien en el pasado cometió un delito de
narcotráfico y después entró a una organización guerrillera o paramilitar. Hoy
ya hay alianzas de carteles del Valle del Cauca con la Farc.
Como hay muchos que iniciaron su actividad como narcotraficantes en el
paramilitarismo. En todos esos grupos hay ese problema. Los delincuentes no
tienen ética para construir alianzas, para ellos la alianza que vale es la que le
conviene a su designio criminal.
¿Cuál es la proposición? No dejar que se beneficien del proceso narco-
traficantes que simulen ser guerrilleros o paramilitares. No permitir eso, y
el Gobierno ha dado ejemplo. Nosotros hemos hecho retirar de la mesa (de
diálogos) personas incursas en esa situación. Le hemos negado esa calidad a los

75
Crímenes Altruistas

carteles del norte del Valle del Cauca, por ejemplo, que aquí no los enfrentaban.
Se hablaba mal de ellos en los cócteles, pero no se hacía nada contra ellos.
El caso por ejemplo de este señor Murillo Bejarano, “Don Berna” –no
me gusta llamarlos por el alias–. Se dice: “este señor antes era narcotraficante
y ahora apareció de paramilitar”. Mire, hay que hablarle al país con toda la
franqueza, estos procesos son muy difíciles, muy difíciles.
Problemas que giran allí, alrededor del caso de este señor. Cuando este
Gobierno llegó, lo encontró como líder del paramilitarismo. La Iglesia, que
con autorización de la anterior administración estaba conversando con los
paramilitares, me preguntó si seguía esas conversaciones. Dije: sí, siempre
y cuando acepten el cese de hostilidades. Como me preguntó Cuba, si seguía
en las conversaciones con el Eln, le dije: sí, siempre y cuando acepten el cese
de hostilidades. Y allá estaban esos señores, los mismos que según algunos,
ahora no podríamos negociar con ellos.
Entonces ¿qué hace este Gobierno con el caso de “Don Berna”, a quien
encuentra como líder paramilitar y quien ha participado en unas desmoviliza-
ciones bien importantes? Creo que lo importante de este Gobierno es que, en
nombre de la Seguridad Democrática se ha dado en la práctica el proceso de
paz más grande de Colombia. Creo que ya llevamos casi 12.500 desmovili-
zados, mitad guerrilla y mitad paramilitares.
Cuando se desmovilizó el M–19, eran 300 en armas, 600 acompañantes.
Cuando se desmovilizó el Epl eran 1.200 en armas. Sumen las desmoviliza-
ciones anteriores, para que comparemos con los que se han desmovilizado en
este Gobierno.
Y se le ha dado el mismo patriótico tratamiento a los señores desmovilizados
de las autodefensas y a los señores desmovilizados de las guerrillas. Confío que
las Fuerzas Militares y el Comisionado (de paz, Luis Carlos Restrepo) rápi-
damente puedan dar otra buena noticia sobre desmovilizaciones del Eln, que
vienen en marcha. Entonces, allí les hemos dado un tratamiento igualitario.
Y el caso “Don Berna”. Ese señor ha participado en ese proceso. Miren el
lío para este Gobierno de decirle hoy: “como usted antes fue narcotraficante,
según lo acusan, entonces le desconocemos lo que ha hecho en este proceso,
desconocemos la realidad de que cuando llegó este Gobierno usted era un
líder paramilitar y desconocemos la realidad de que ha inducido todas estas
desmovilizaciones”.
Esta mañana le daba públicamente los agradecimientos a la Policía, por
la acción de la semana pasada cuando le dije al general Castro (Jorge Daniel,

76
Delito político no va a tener conexidad

director de la Policía): “General, le ruego el favor de hacer un operativo, ya,


bajo mi responsabilidad, dirigido personalmente por usted, indelegable, de
poner preso a este señor en la Zona de Ubicación”
Reconozco, el ideal habría sido la aprehensión física. La Policía no lo
logró, pero la presión patriótica de la Policía, dentro de la Zona –es que esas
son zonas de paz, no de impunidad, es que esas no son zonas de ausencia del
Estado en este Gobierno, cuantas veces se han presentado problemas he dicho:
“que entre la Fuerza Pública, que entre la Fiscalía”–. Y la presión militar lo
llevó, la semana pasada, a entregarse. En una entrega negociada sí, y al país
hay que decirle la verdad y tempranito, yo no me voy a ponerme a negarle la
verdad a este foro, para que mañana empiecen los periodistas a sacar la verdad
a ganzúas, a pedacitos.
A mí me llamó el Comisionado y me dijo: “hay la posibilidad de una
entrega negociada de este señor” le dije: “hágale”. “Que le tienen que dar una
zona”. “Zona no, tiene que quedar recluido a órdenes de la Fiscalía en un lugar
que defina el Gobierno, cuidado por la Policía”. “Que hay que darle trata-
miento de desmovilizado”. Y le dije: “¿y qué más, entonces si él se desmovi-
liza, desmoviliza toda la estructura?” Dijeron que sí. Esa es la negociación.
Le dimos tratamiento de desmovilizado, sí. Y esa es la razón de tenerlo en
ese sitio, que no es ninguna catedral, ni va a ser una catedral.
¡Yo tengo pundonor compatriotas, yo estoy lleno de errores humanos,
pero tengo pundonor por mi Patria! Eso en las manos de nosotros no va a ser
una catedral, ¡que se olviden!
Ahora, el ideal habría sido haberlo aprehendido físicamente, pero como
terminó esto no terminó mal, porque se demostró el imperio de la justicia y
porque hay el compromiso de desmovilizar toda esa estructura. ¿Y cuánto
gana el país?
Entonces ahí hay un caso sobre el cual tenemos que pensar, de alguien
que estuvo involucrado en el narcotráfico, que después se convirtió parami-
litar, que este Gobierno lo encontró como paramilitar y con quien se ha dado
esta cadena.
Ahora, ¿por qué encaro yo el tema ante ustedes? Porque en una demo-
cracia es lo que tiene que hacer el Presidente de la República.
Ahora, fueron decisiones todas muy rápidas, la semana pasada, Dios
quiera que las hubiéramos tomado para bien del país. Yo le pedí mucho: ¡Dios,
ilumínanos en este momento donde tenemos que proceder tan de prisa, que no
podemos perder la oportunidad de superarle aquí al país un escollo!

77
Crímenes Altruistas

Uno en el Congreso de la República tiene que saber cómo se salva ante


la opinión, porque también uno se preocupa de algunos congresistas que
proponen lo imposible, no les importa finalmente qué va a pasar, lo único que
les importa es quedar bien ante la opinión.
Pero ese tema del narcotráfico lo tenemos que manejar con tanta firmeza,
como con tanto cuidado cuando se involucran casos de paramilitares y de
guerrilleros, incursos en narcotráfico, en estos procesos.
Y repito la denuncia, porque la conozco a profundidad: ya hay narco-
traficantes de los carteles del Valle del Cauca, que nunca habían pensado ser
guerrilleros, en alianzas con la Farc. Eso ha sido de lado y lado.
Dice otra crítica a esta ley: es que no va a haber restitución plena. Estoy
de acuerdo con esa crítica.
Doctora Miriam, restitución plena a las víctimas es imposible. No hay los
recursos presupuestales, no alcanzarán los bienes que se les quiten y el dolor
no se restituye. Mi Dios va dando resignación, pero la pena, el ser querido, no
se lo restituyen a uno.
Hay que hacer un gran esfuerzo de restitución de las víctimas, y sobre
todo, un esfuerzo para evitar víctimas del futuro, en las palabras en que ustedes
me lo presentan.
Mi generación no ha vivido un día de paz. Mi mayor ambición como Presidente
es que las nuevas generaciones pudieran vivir tranquilas y en paz en este país.
Ahora, me preocupa mucho que los más duros críticos de este proceso,
siempre decían que había un obstáculo con la Farc, que la Farc no hacía
proceso de paz mientras hubiera paramilitares.
¿Ahí no fueron unos candidatos, en el Gobierno anterior, al Caguán, a
pactar con ‘Manuel Marulanda’ que iban a desmontar el paramilitarismo?
Como candidato dije ese día lo que practico hoy: yo no estoy de acuerdo que
las instituciones se unan con un actor terrorista para combatir al otro.
De este Gobierno no se puede, ni se podrá decir que ha hecho alianzas con
bandidos para combatir bandidos. Este Gobierno no es el Gobierno que se alía
con un cartel del narcotráfico para acabar otro. A la luz de lo que de mí decían
mis críticos: “candidato paramilitar, Presidente paramilitar”, yo debería haber
inducido una alianza de la Fuerza Pública con el paramilitarismo para acabar
la guerrilla. Hemos procedido –seguramente con errores–, pero con toda la
transparencia patriótica.
El combate a los terroristas hay que hacerlo con la transparencia de apelar
solamente al instrumento de la Constitución y de la ley.

78
Delito político no va a tener conexidad

Y, ahora que estamos removiendo el paramilitarismo a partir de una


acción de autoridad y de una negociación, qué va a decir la Farc apenas este
Gobierno complete lo que aspira completar en paramilitares desmovilizados.
Estamos desmovilizando lo que no creamos.
Cuando yo veo esos paramilitares de Córdoba, del Cesar, me hago esta
reflexión: lo que pasa es que allá tuvieron 20 o 30 años guerrillas, el Estado
visitaba esos departamentos para tomar whisky, en el Festival Vallenato o en
el Festival del Porro y a la pobre gente la dejaron, después, a defenderse de
la mano de los paramilitares y terminaron en las mismas atrocidades que los
enemigos guerrilleros a quienes combatían. Nosotros estamos desmovilizando
lo que no creamos.
Ahora, yo quiero inmensamente al pueblo colombiano, ¡inmensamente!
Si algo siento yo por mis compatriotas, es amor, pero sí soy un discrepante de
la tradición histórica de haber confundido la debilidad con la civilidad.
Entonces, ahí se está removiendo un obstáculo para la negociación con
la Farc. En la medida en que estos procesos sean exitosos se remueve ese
obstáculo.
¿Ustedes creen que ese proceso de paz con los paramilitares ha sido por
liberalidad de ellos? Ha sido porque han sentido el peso de la autoridad, ha
sido porque este Gobierno los ha combatido como no los combatieron. ¡Es
que una cosa es combatirlos en un discurso de campaña para obtener unas
adhesiones y otra cosa es combatirlos en el Gobierno!
Ahí están las cifras, la manera como este Gobierno los ha combatido. Se
dice: “es que la ley va a remover las inhabilidades para aspirar a posiciones de
elección popular”. Falso de toda falsedad.
Ustedes saben que las inhabilidades están en el texto constitucional, el
texto constitucional dice que no puede ser elegido Senador quien hubiera sido
condenado por un delito diferente al político o al homicidio culposo.
Entonces, ¿qué va a pasar en el caso de alguien que esté incurso en
sedición, si aprueban lo que el Gobierno ha defendido que la sedición se le
extienda por igual a paramilitares y a guerrilleros, pero también en un delito
de lesa humanidad? Como no hay conexidad, no lo pueden elegir.
Me sorprendió muchísimo leer esa crítica en la revista The Economist,
porque un poco de gente, en lugar de ayudar aquí a crear opciones construc-
tivas, pasa es desacreditando al país en el extranjero.
Ahora, lo que sí hay que ver es lo siguiente: si hoy hay un guerrillero
solamente condenado por sedición, a la luz del actual ordenamiento le dicen:

79
Crímenes Altruistas

usted solamente está condenado por un delito político, a usted lo pueden


elegir. ¿Qué me pasó hace pocos días con un guerrillero del Eln que salió de
la cárcel? Me dijo que lo indultara y estudiamos y no podíamos, porque había
estado condenado por un delito atroz. A ese no lo pueden elegir.
¿Entonces, cuál será el alcance político de aprobar la sedición para los
paramilitares? El mismo que frente a la guerrilla. Si hay un paramilitar incurso
en sedición y adicionalmente en un delito de lesa humanidad, como no hay
conexidad no lo pueden elegir. Si está incurso solamente en sedición, sí lo
pueden elegir. Es muy importante, doctor Luis Carlos y Ministro (del Interior
y Justicia, Sabas Pretelt), que le digamos todo al país con detalle, y detalles en
cuya cuenta no hayamos caído estudiémoslos para que nuestros compatriotas
no se llamen después a sorpresas.

Negociar sin armas


Nosotros propusimos, para todos los grupos, negociar a partir del cese de
hostilidades, aplazando el desarme y la desmovilización.
El doctor Luis Carlos me dijo que les explicó que la desmovilización, en
el caso de los paramilitares, se ha apresurado por los incumplimientos al cese
de hostilidades. Pero eso ha sido válido para todos los grupos. ¿De dónde lo
tomamos? Del acuerdo del Viernes Santo de 1998 en Inglaterra.
Sin pan no hay paz. Ya lo expliqué. Creemos un principio de confianza en
Colombia para que podamos tener una economía que prospere y recursos para
distribuir. Al ritmo que veníamos aquí no iba a quedar qué repartir.
¿Ustedes creen que en las condiciones financieras, fiscales y de endeudamiento
del país, de des-inversión, de des-ahorro, era posible hacer política social?
Pregunta: ¿Hay forma de restituirles las tierras a los campesinos, por
ejemplo a las que están desplazados en las ciudades?
Presidente Uribe: Punto central del proyecto de ley es la reparación a las
víctimas. Eso no se ha excluido. Y la restitución de bienes. La restitución y la
reparación son instituciones de la esencia del proyecto.
Pregunta: ¿La restitución podría causar un hueco fiscal a la Nación?
Presidente Uribe: Esa es otra cosa, la que yo explicaba, lo que el
Gobierno no ha aprobado. Es que aquello que no se alcance a restituir con
los bienes que se les exija entreguen, con los bienes que se les confisque, el
patrimonio público no se puede comprometer. En la situación de déficit, de
endeudamiento, de crisis de Colombia, sería una irresponsabilidad. Eso sería
muy bonito en la teoría, pero impracticable.

80
Delito político no va a tener conexidad

Pero le quiero hacer unas anotaciones adicionales a él. Ya, por ejemplo,
hay regiones donde los antiguos dueños de tierras desplazados han regresado.
Están regresando al Catatumbo.
Segundo: este Gobierno aprobó una ley, nos la aprobó el Congreso, que
agiliza muchísimo el proceso de extinción de dominio. Semanalmente el
Ministerio de Agricultura está entregando tierras de extinción de dominio a
los campesinos.
Las personas que se beneficien de la ley de Justicia y Paz, sus bienes no
quedan exentos de extinción de dominio. Incluso si en el proceso entregan
unos bienes y les aparecen otros ilícitamente adquiridos, esos bienes son
objeto de extinción de dominio.
Sobre su departamento, le quiero decir que nosotros encontramos Sucre
perdido. Los Montes de María y esa área que va hacia La Mojana en manos de
las Farc. Y el Golfo de Morrosquillo en manos de los paramilitares. No está en
el paraíso, pero creo que lo hemos superado bastante.
Pregunta: Los columnistas que por decirlo a mi lenguaje “rajan de
su Gobierno”, dicen que la desmovilización paramilitar anunciada por su
Gobierno es simplemente una segunda fase de la guerra que va en contra de las
personas con un pensamiento marxista. Pues lo he interpretado de esa manera
porque ellos dicen que es un desplazamiento de las Fuerzas Armadas hacia la
ciudad en contra de las nuevas generaciones.
Presidente Uribe: Esa segunda parte no te la entendí.
Pregunta: O sea que el grupo armado paramilitar se está desplazando
a las ciudades para hacer como se llama popularmente una limpieza social.
En los campos intervendría el Estado colombiano con la fuerza del llamado
imperialismo yankee. ¿Sí me entiende?
Presidente Uribe: ¿tú cuántos años tienes?
Estudiante: 20 años.
Presidente Uribe: ese cuento me lo echaban a mí cuando estaba en la
universidad y vimos la tragedia colombiana que se derivó, pero yo te lo contesto,
joven, discrepando de ti pero con todo cariño. Te termino de escuchar.
Estudiante: La segunda pregunta es: en estos debates se propuso un
borrón y cuenta nueva de los muertos que han sucedido. Todo Colombia sabe
que en nuestro país ha habido un estilo de persecución hacia las personas
de un pensamiento marxista o “dinosaurio” como lo llaman otras personas,
pero yo simplemente le hago una pregunta a ustedes. Ustedes hablan de una
reparación económica pero ustedes no están pensando, creo yo, en la repara-

81
Crímenes Altruistas

ción sicológica moral que pueden tener los hijos de las personas que fueron
muertas a machete o todo lo que el país conoce. La pregunta mía es: ¿no serán
ellos los futuros terroristas o asesinos del mañana?
Presidente Uribe: La reparación sicológica completa tampoco es posible.
Los dolores no tienen sino un remedio que es el paso del tiempo. Joven: le voy
a dar unas estadísticas, porque él dice que lo que estamos es estimulando la
violencia urbana:
No creo en la lucha violenta de clases como motor de la sociedad colom-
biana, ha hecho mucho daño. En nombre de una Socialdemocracia arruinaron
muchas empresas del Estado. El odio crea odio, muy bueno tener debates
fraternos pero sin odios.
Mire, cuando este Gobierno llegó estaban asesinando casi 29.000 colom-
bianos por año, la tasa era de 66 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Este año,
a 27 de mayo, ojalá no fuera uno solo, pero han asesinado 6.686 colombianos y
la tasa está en 15. Creo que esa es una tendencia que no se puede desconocer.
Mire lo que ha pasado en ciudades: por ejemplo, Barranquilla, este año
lleva un 30% menos de asesinatos. En la única ciudad donde hay un crecimiento
de 70 a 72 homicidios, aspiramos que se pueda superar en el año, es en Bogotá.
Medellín lleva tres años consecutivos de un descenso extraordinario. En
Medellín ha habido varios factores: uno, la acción militar sobre la comuna 13
que se impuso este Gobierno. Una acción de seguridad y de autoridad soste-
nida, y la desmovilización. Ahí ve usted un caso de un paramilitarismo que
era actor de asesinato urbano. Y en la medida en que lo desmovilizamos, que
no se han desmovilizado digo por espontaneidad, por liberalidad sino porque
han sentido la presión militar, como va a pasar con la guerrilla, se ha aliviado
bastante la situación de una ciudad como Medellín.
Cali: el problema mayor en los últimos años. Ya este año lleva un 34%
menos de asesinatos.
Mire en cuanto al tema democrático: cuando yo asumí la Presidencia había
casi 400 alcaldes que no podían ejercer por presión de los grupos violentos,
hoy si hay dos no hay tres. Llame a uno de esos críticos míos, a los que vivían
en el extranjero, dígales ¿ustedes por qué regresan en el gobierno de Uribe al
país? ¿No es que Uribe los iba a someter a persecución?
Hemos tomado todas las decisiones para que protejan a todos los colom-
bianos por igual. Antes de la llegada de mi Gobierno aquí estaban asesinando
más de 160 líderes sindicales por año. Este año van 3, y hay un caso en el cual
hay duda que el motivo haya sido su pertenencia a una organización sindical.

82
Delito político no va a tener conexidad

Aquí asesinaron en el año 2002 a 11 periodistas. Este año quisiera decir ni


uno, van 2. Entonces estamos haciendo un gran esfuerzo para que la seguridad
se refleje en todo lo que son las expresiones de la democracia. Usted no sabe
cuánto duele ese asesinato de los concejales de Puerto Rico, Caquetá. Ahí
tiene que reaccionar el Gobierno a proteger mejor a los concejales. Pero es una
seguridad, joven, con criterio democrático.
No creo en el odio de clases, no le ha dejado a la humanidad sino frac-
turas. ¿Sabe qué es lo que más reconcilia a la sociedad colombiana? Que la
sociedad colombiana vea que la seguridad es para todos, que la democracia es
transparente y que todos estamos haciendo esfuerzos de justicia social.
Lo que más reconcilia es que la acción militar sea efectiva y acompañada
de observancia de los derechos humanos.
Creo que algo que le puede ayudar a reconciliar a la sociedad en Sucre,
es que el Gobierno ha enfrentado por igual los paramilitares del Golfo de
Morrosquillo y la guerrilla de los Montes de María o de La Mojana.
Pregunta: ¿Colombia cómo ha pensado superar los estándares tan altos
que exige la comunidad internacional para poder lograr la aceptación?
Presidente Uribe: Los estándares internacionales toman cuerpo en el orde-
namiento jurídico internacional. Primero: aquí no hay indulto, no hay amnistía
para delitos atroces. Segundo: el delito político no va a tener conexidad para
borrar otros delitos como el narcotráfico o el delito de lesa humanidad.
Por supuesto, hay que explicar. Un guerrillero o un paramilitar incurso en
narcotráfico, elegible para este proceso, tendrá unos beneficios jurídicos. Eso
es cierto y eso hay que explicarlo.
Se hace el máximo esfuerzo en materia de restitución y en materia de repa-
ración. Creo que lo que viene haciéndose en el país últimamente en materia
de extinción de dominio y en favorecimiento de estas comunidades, lo ha a
recibir bien la comunidad internacional.
Ahora, tiene que entender la comunidad internacional también de dónde
venimos. Es que ETA tenía ciento y pico de tipos y los guerrilleros irlandeses
eran unos poquitos. Este Gobierno encontró 50.000 terroristas mal contados,
con 150.000 hectáreas de coca a su disposición.
Súmelos: 17.000 de la Farc, más 12 mil milicianos de la Farc, más 4.500
del Eln, más 15.000 ó 20.000 de las autodefensas ilegales.
Creo que de buena fe vamos superando los escollos internacionales.
Pueda ser que cuando se siente a negociar Don Manuel no lo rebajen aquí.
Porque lo que sí tiene que hacer el país es ser muy coherente. Uno no puede

83
Crímenes Altruistas

entender que el lacito le quedó cortico a unos y largo a otros. Es absolutamente


necesario medirlos a ambos con el mismo lacito.

Preguntas acumuladas:
• Los jueces y fiscales de Latinoamérica estamos muy desmejorados en
materia salarial y necesitamos que usted asuma el liderazgo y se nos mejore
nuestra situación (juez de Chocontá).
• Y de otro lado solicitarle su intervención, porque es evidente su lide-
razgo, para que la Fiscalía tenga carrera judicial.
• ¿Qué aplicabilidad tiene la Ley de Justicia y Paz para los grupos subver-
sivos, tomando en cuenta la exigencia del cese de hostilidades?
• Me parece que este proyecto es muy benevolente con los paramilitares,
con los delincuentes, con la Farc.
• ¿De qué manera usted nos asegura a nosotros los colombianos que estas
personas que se desmovilizan no van a incurrir otra vez en la delincuencia?
• ¿Cómo se piensa sopesar la desmovilización a nivel de política social?
Presidente Uribe: A nuestro juez de Chocontá: este Gobierno hizo un
gran esfuerzo en la conciliación con un grupo de magistrados y fiscales y eso
se superó. No hemos podido atender otras peticiones salariales como las que
usted dice, por la situación fiscal que es apremiante. Estamos estudiando en
qué momento se puede hacer. Pero creo que usted se informó sobre lo que se
hizo el año pasado con unos reclamos que venían de atrás con estos grupos de
magistrados y fiscales.
Estoy de acuerdo que debe iniciarse la carrera administrativa en la Fiscalía.
Este Gobierno le pidió al Congreso y el Congreso aprobó esa nueva ley de
carrera administrativa, que lleva a concurso otros 120.000 cargos del Estado.
Por primera vez se ha convocado un concurso de maestros. Antes se les
nombraba por recomendación política. Hemos reformado 152 entidades del
Estado. No con ese criterio neoliberal de los noventas de arrasarlas sino de
recuperarlas, porque el Estado Social tiene que ser sostenible. ¿Qué hicié-
ramos con una Telecom perdiendo 400 mil millones de pesos como estaba
perdiendo, sin con qué pagarles a los jubilados?
Vamos a seguir mirando su tema. Creo que es acertado hacerle el
comentario a la Fiscalía dentro del respeto. Democracia progresista es
democracia de instituciones independientes. El diálogo mío con las Cortes,
con la Fiscalía, tiene que ser de inmenso respeto por ellos, como con los
gobernadores y alcaldes.

84
Delito político no va a tener conexidad

Lo que me toca a mí es hacerle un comentario a la Fiscalía. Porque me


parece pertinente al escucharlo a usted, decirle: a medida que avance el régimen
acusatorio, la oralidad, que la están aplicando gradualmente por porciones del
territorio, incorporen también la carrera. Creo, doctor Sabas, que le podemos
hacer ese comentario a la Fiscalía.
El estudiante que dice que esta ley no va a ser aplicable a los movimientos
guerrilleros: claro que nos ayuda muchísimo, porque para el guerrillero incurso
simplemente en el delito político no sería necesaria, pero para el guerrillero
incurso en otros delitos. Empezamos a tener ya muchos problemas con tanta
desmovilización de guerrilleros. Nos ayuda muchísimo en eso.
Se queja el estudiante que se exige el cese de hostilidades como condi-
ción para el diálogo. Pero no se les exige el desarme, no se les exige la
desmovilización.
¿Qué pasó con el último intento de iniciación de un proceso de paz con
el Eln? Preguntaron en diferentes escenarios a través de intermediarios y me
lo preguntó a mí directamente Felipe Torres. Salió él de la cárcel y fui y me
reuní con él en un hotel de Medellín. Me dijo: es que usted nos pide el cese de
hostilidades, pero si el Eln entra en cese de hostilidades usted nos mata. Les
dije: hombre, yo soy combatiente pero no soy tramposo. Yo juego de frente.
Yo no voy a proceder a mansalva.
Y les dije: les damos todas las garantías y el garante. Se aceptó el garante,
que era México. Hubo acuerdo. El Gobierno aceptó que mientras ellos estu-
vieran en cese de hostilidades, no habría operaciones militares contra el Eln.
¿Sabe por qué fracasó eso? Porque ellos dijeron que no podían suspender
el secuestro. Le devuelvo la pregunta: ¿se vería bien que nosotros estuvié-
ramos negociando con ellos, después de haberles autorizado que continuaran
secuestrando?
Una ley muy benevolente: el polo principal de este Gobierno es la política
de autoridad, pero eso no se puede oponer a la política de reconciliación. Por
eso la ley. Un Gobierno que lleva más de 12.000 reinsertados no puede negar
las posibilidades de reconciliación.
Hombre, sí, a mí también me parece injusto y lo comparto con el estu-
diante que nos gastemos este año 200 mil millones en reinsertados y que haya
tanto colombiano pobre en las calles. Mi pregunta es: ante la realidad que
encontramos, ¿podemos evitar el esfuerzo de la reinserción?
Aquí hay unas inversiones que cuestan mucho y que creo que esa es inver-
sión social, invertir en un reinsertado. Este Gobierno este año, entre reinser-

85
Crímenes Altruistas

tados, desplazados (el presupuesto de desplazados este Gobierno lo ha crecido


8 veces) y familias guardabosques se gasta 240 millones de dólares.
Uno quisiera no tener que gastar eso, pero con esta realidad.
Pregunta el joven: ¿hay garantía de que no vuelvan a reincidir? Hay
que hacer todos los esfuerzos para que no reincidan, pero no hay garantía. De
hecho, ha habido reincidentes en este proceso, tanto de guerrilla como de los
paramilitares.
La reinserción es un proceso muy complejo. El doctor Luis Carlos me
cuenta esta anécdota: estaba tal vez él en el Catatumbo recibiendo unos
muchachos que se reinsertaban. Todos lo saludaron amablemente a él, menos
uno. ¿Qué pasó? Le entregó el fusil a su comandante, no saludó a Luis Carlos
y le dijo: comandante, ¿usted cómo es que hace esto? Yo no sé sino matar.
Ahí hay esos riesgos enormes, pero todo el esfuerzo para resocializar
estos muchachos hay que hacerlo. Ahora, uno confía que estemos evitando las
víctimas futuras por las que me preguntaban.
Hombre, en medio de inmensas dificultades nosotros estamos avanzando
en una política social importante, que a medida que haya menos estrechez
fiscal financiera va a ser más importante.
Les mencioné esos tres elementos, que cuestan 240 millones de dólares.
A la fecha nosotros llevamos avances en todo. En la Revolución Educa-
tiva y esta mañana analizábamos el tema de Protección Social.
Este Gobierno encontró 10 millones de colombianos en el régimen subsi-
diado de salud, hoy hay casi 15, aspiramos llegar en meses a 18 millones y el
Congreso está tramitando una ley a ver si rápidamente el país puede llegar a
22 millones.
Se decía: Uribe, neoliberal, paramilitar, va a acabar el Sena. Sí, hombre,
lo acabamos, lo hemos multiplicado por 4.
Uribe, neoliberal, paramilitar, va a acabar a Bienestar Familiar. Lo
acabamos: hemos crecido en un 40% la cobertura de Bienestar Familiar en
este Gobierno.
Falta mucho en inversión social, pero ahí vamos avanzando, queridos
amigos. Muchas gracias a todos.

2 de junio de 2005, Bogotá


Fuente: www.presidencia.gov.co SNE

86
LO VÁLIDO PARA UNA DEMOCRACIA EUROPEA ES
VÁLIDO PARA LA DEMOCRACIA LATINOAMERICANA
Discurso del Presidente Uribe en la Universidad
de San Pablo de España

¡Acudo a la Fundación Universitaria San Pablo CEU con inmensa gratitud!


Esta medalla la llevaré toda la vida como un reconocimiento a la heroica
lucha del pueblo colombiano por fortalecer su democracia, por derrotar tantos
años de terrorismo.
Me comprometo, en mi condición elemental de luchador de la demo-
cracia, estar a la altura de los merecimientos del pueblo estoico de Colombia,
pero es muy superior a mis personales condiciones.
Quiero agradecer inmensamente tan generosas palabras aquí pronunciadas
por el doctor Rodrigo Noguera Calderón, rector de la Universidad Sergio Arbo-
leda, una universidad de ser ideológico, siempre abierta a la crítica y al debate.
Tan generosas palabras de don Alfonso Coronel de Palma Martínez
Agulló, de don Carlos Mayor, del profesor don Juan Velásquez, agradecerle
a él las circunstancia de haber examinado estos textos que no merecen tanto
detenimiento. Muchas gracias por esa paciencia académica.
Felicitar a la Universidad por todos sus logros, que hemos escuchado con
tanto entusiasmo, en la magnífica exposición de su rector.
Muy apreciada comunidad académica: en lugar de proponerle a Colombia
una estrategia de apaciguamiento de los violentos, le propusimos un programa
de Seguridad Democrática, que es el que está en plena ejecución.
El apaciguamiento fortalece los violentos, ellos recogieron de El Príncipe,
a través de Marx, aquella idea de “aprovechar la generosidad del adversario,
tomarla como debilidad y tenerle en cuenta para golpearlo y obtener los fines
del violento”.
Pasó esa idea desapercibida mucho tiempo, hasta que, con mucha inteli-
gencia, la recogió Marx y sus sucesores.
No nace la paz del apaciguamiento, la paz nace de la seguridad, la paz
se cimenta en la autoridad justa. La autoridad justa tiene que ser democrática,

87
Crímenes Altruistas

abierta al pluralismo, imparcial frente a todas las expresiones del pensamiento,


y además, constructora de cohesión social.
Esta Universidad es una Universidad abierta a la crítica, pero lo que dife-
rencia la apertura a la crítica del camino de la anarquía, es hacer crítica con
valores o hacer crítica sin valores.
Cuando se hace permanente análisis crítico, le corresponde a cada
claustro universitario –y éste está enmarcado en valores–, el camino es cons-
tructivo. Cuando ese análisis crítico se adelanta sin un referente de valores,
el destino es anárquico.
El apaciguamiento es camino de anarquía. La seguridad imparcial, demo-
crática, busca el camino de mejoramiento popular.
¿Por qué democrático?: por la acepción elemental de la democracia:
seguridad para todos.
Democrática como un referente histórico, para establecer la diferencia
entre nuestro concepto de seguridad y la doctrina de la Seguridad Nacional
que recorrió a América Latina, en algunos años; que se utilizó para suprimir
libertades públicas, para suspenderlas, para “macartizar” el disenso, para
perseguir el disenso, para anular al contrario.
La nuestra es todo lo opuesto. Seguridad Democrática significa seguridad
para todos los ciudadanos, seguridad para los empresarios, seguridad para los
trabajadores, seguridad para los voceros de las tesis del Gobierno, seguridad
para los integrantes de la oposición, seguridad para todos los actores de la
democracia: periodistas, profesores, líderes sindicales, alcaldes de elección
popular, gobernadores de elección popular, diputados, concejales, congre-
sistas. Seguridad para cultivar la ilusión de las nuevas generaciones.
Seguridad, no para la sociedad del monopensamiento, seguridad para
la construcción del pluralismo. Por eso es democrático nuestro contexto de
seguridad.
En América Latina se ha incurrido en la errónea manía de calificar nues-
tras democracias entre democracias de derecha y democracias de izquierda.
Una calificación obsoleta, polarizante, impráctica. ¿Por qué obsoleta?, porque
esa división, en alguna forma tuvo sentido, cuando imperaban en América
Latina dictaduras y de acuerdo con la actitud que unos y otros asumían frente
a este fenómeno político y gubernamental, se les clasificaba entre ciudadanos
u organizaciones de izquierda o de derecha.
Sometidos todos los países latinoamericanos a la regla democrática, esa
calificación es obsoleta, polarizante, sin sentido, como lo acaba de demostrar

88
Lo valido para una democracia

la reciente elección del Secretario General de la Organización de los Estados


Americanos (OEA); en virtud de esa ficticia clasificación de las democracias
latinoamericanas estuvo a punto de polarizarse la elección, polarización que
se pudo superar gracias, en muy buena parte, a la prudente gestión concilia-
dora de nuestra Canciller (Carolina Barco). Impráctica –como lo decía ayer en
alguna de las reuniones aquí en Madrid–.
Recientemente una periodista internacional me dijo que cómo me sentía
yo como gobernante de derecha entre todos los gobiernos de izquierda de
América Latina, y le dije: “¿usted de qué es?” y me dijo: “yo soy de izquierda”,
y le repliqué: “deme una razón para que usted se autocalifique de izquierda y
me califique a mí de derecha”. Enmudeció. Le di una segunda oportunidad:
“deme una razón para que usted califique al Gobierno del presidente Lula de
izquierda y al nuestro de derecha”. Enmudeció.
Renglón seguido le dije: “la pregunta es otra: ¿son éstas democracias
incluyentes o excluyentes?, ¿son éstas democracias institucionales o caudi-
llistas?, ¿son éstas democracias regladas o de caprichos de elegidos?, ¿son
éstas democracias progresistas o retardatarias?” Y le sugerí: “para responder a
éstos cuestionamientos, hay que ver éstas democracias en función de la segu-
ridad, de las libertades públicas, de la construcción de cohesión social, de la
transparencia, del respeto a instituciones independientes que constituyen la
estructura del Estado”.
Pues bien, he ahí un punto bien importante para mirar cómo evoluciona
la democracia colombiana, de acuerdo con todos esos parámetros. La segu-
ridad nuestra está vinculada con todos ellos, está vinculada con las libertades
públicas, está vinculada con la construcción de cohesión social. Está ligada a
la transparencia y está ejercida en el absoluto respeto a las instituciones inde-
pendientes, que es el elemental respeto a los textos de la Constitución. Por eso,
éste es un concepto democrático de seguridad.
Y en esa seguridad, brilla el respeto a las libertades públicas, lo que marca
una diferencia. ¿Cuántos periódicos se censuraron en América Latina, justifi-
cando la censura en la lucha contra el terrorismo?, ¿cuántos disidentes ideo-
lógicos fueron llevados a la cárcel injustamente por su inocente conducta de
criticar, sindicándolos, abusivamente, de terroristas?, ¿cuántos partidos fueron
proscritos en ese cercenamiento de las libertades públicas?
La nuestra es todo lo contrario. La nuestra es libertad absoluta de prensa,
libertad absoluta de expresión ideológica. Libertad absoluta, en el texto y en
la práctica, de los partidos.

89
Crímenes Altruistas

En 2003, cuando llevábamos más de un año en este ejercicio de Seguridad


Democrática, Colombia realizó dos eventos importantísimos: la convocatoria
del pueblo al referendo y las elecciones generales de alcaldes, gobernadores,
diputados regionales y concejales locales.
Ese referendo que propusimos desde el Gobierno y que debió convertirse
en una Ley de la República, le propuso a los colombianos puntos que estaban
en el Manifiesto Democrático –profesor don Juan Velásquez Fuentes–, como
el de crear esa contraloría técnica y pequeña y suprimir esos focos de politi-
quería en las contralorías regionales.
Justamente el respeto a las instituciones nos obligó a respetar un fallo que
nunca compartimos del Consejo Electoral, que incluyó en el censo electoral
a militares que no podían votar, a ciudadanos que habían fallecido y su iden-
tificación no había sido descargada del censo y a ciudadanos que no habían
recibido su cédula para poder votar.
Eso lo alegamos en público y en privado, pero finalmente respetamos las
instituciones y justamente por eso, a pesar de una copiosa concurrencia favo-
rable de los colombianos al referendo, no pudimos, en puntos tan importantes
como ese que usted menciona, profesor Velásquez Fuentes, fuera aprobado
por los colombianos.
Este referendo fue bastante complejo, de muchísimos puntos –lo que
habría que corregir en el documento–, sin una sola propuesta populista, en una
Nación con tanta pobreza. Diría yo que fue un gran ejercicio de política seria,
convocados los colombianos – con una pobreza entonces del 57%, hoy todavía
del 52– a un referendo para congelar ingresos de funcionarios públicos, habida
cuenta del riesgo del abismo por el alto endeudamiento y el alto déficit.
¿Qué vale la pena destacar?: el respeto a las instituciones y a las liber-
tades. Opositores y abstencionistas tuvieron más oportunidades para expresar
sus tesis y sus convocatorias, que el mismo Gobierno.
Y en la elección al día siguiente de alcaldes y gobernadores, que marcó
un hito importante en Colombia: el país, en el último siglo ha tenido, casi
en todo momento, completas libertades retóricas, pero no completas liber-
tades efectivas.
Muchos candidatos, provenientes de partidos de antiguas guerrillas,
de partidos alternativos a los tradicionales, habían sido asesinados en sus
campañas. ¡Qué paradoja! El Gobierno de la Seguridad Democrática, presi-
dido por alguien combatido ferozmente por las Ong’s de la Unión Europea, es
el Gobierno que les garantiza las libertades efectivas.

90
Lo valido para una democracia

Fueron protegidos eficazmente como candidatos, ganaron posiciones de


la mayor importancia en gobernaciones y alcaldías y ahí no terminó el ejer-
cicio de la libertad. Se han respetado sus fueros, sus competencias. Hemos
construido con ellos un proyecto de gobernabilidad, de unidad de Patria,
fundamental para la unidad de las nuevas generaciones de colombianos.
Muchos intelectuales que me criticaban desde el exilio, han regresado a
Colombia. ¡Qué paradoja¡ En el Gobierno al que ellos temían, al que critican,
al que descalifican, han podido ejercer su critica desde el territorio de la Patria,
cuando antes tenían que enviarla desde afuera.
En las últimas semanas, Colombia ha elegido 190 alcaldes municipales,
con plenas garantías. Candidatos provenientes de un jardín enorme de dife-
rentes flores ideológicas.
Cuando empezamos, casi 400 alcaldes de un total de 1.096 de Colombia,
no podían ejercer porque estaban presionados por el terrorismo, hoy gracias al
rescate del control territorial por las instituciones armadas de Colombia, salvo
uno o dos, todos pueden ejercer. Pero el camino que falta es mucho.
Cuando uno ve las cifras de secuestros, de homicidios, aparece una gran
tendencia a la reducción, pero todavía son muy elevadas. Por eso, este tiene que
ser un camino de perseverancia, un camino donde haya ajustes sin bandazos,
un camino donde la perseverancia no se constituya en dogma para negar previ-
siones y un camino en el cual el ánimo de la revisión y de la dialéctica, no se
constituya en una oportunidad para propiciar reversas. Así lo entendemos.
¿Por qué hemos llamado a estos grupos terroristas?: porque negamos que
Colombia tenga un conflicto interno, y sustituimos el concepto de conflicto
–que yo todavía equivocadamente reconocí en el Manifiesto Democrático–
por el concepto de amenaza terrorista.
Déjenme simplemente, acudir a una razón histórica y a un ejercicio
comparativo del derecho y de la democracia.
La histórica: la insurgencia latinoamericana tuvo alguna legitimidad por
sus luchas contra las dictaduras civiles o militares. Contra la civil de Somoza,
contra las militares de El Salvador o del Cono Sur. La insurgencia latinoame-
ricana tuvo alguna legitimidad por su lucha contra la inequidad social.
Veamos qué ha pasado en Colombia: la “insurgencia” en lugar de haber
contribuido a la profundización democrática, la ha frenado.
Era yo aún universitario y nuestras universidades públicas recibían
permanentemente los mensajes de las guerrillas que justificaban su acción
violenta en la circunstancia de que Colombia todavía no había permitido la

91
Crímenes Altruistas

elección popular de alcaldes. Se introdujo años después, como punto final


de una discusión de un siglo, en la Administración del presidente (Belisario)
Betancur. Esos insurgentes que la reclamaban, se convirtieron en los sicarios,
asesinos, de los alcaldes elegidos.
Quien así proceda, marca una diferencia con esas otras insurgencias.
Mientras aquellas luchaban contra la dictadura, éstos asesinan la democracia.
No hay para ellos señalamiento distinto al de terroristas.
En nuestro país –como en los hermanos pueblos latinoamericanos– esas
insurgencias buscaban legitimidad de su lucha con el propósito de combatir la
injusticia social. En el nuestro frenaron la expansión de la economía, expul-
saron la inversión, enviaron al extranjero cuatro millones de ciudadanos,
causaron un desplazamiento interno de dos millones, se fugaron los pocos
capitales –quien acumulaba no quería invertir más en Colombia–, las masas
campesinas se volcaron a las ciudades –como ustedes acaban de verlo, en su
reciente y fructífera visita a Cartagena–.
La economía no creció al ritmo que demandaba ese volcamiento y ese
volcamiento se constituyó en pobreza, en cinturones de miseria. El resultado
de esta acción violenta, lejos de contribuir al mejoramiento social, ha empo-
brecido mucho más Colombia.
Por eso no les reconocemos legitimidad insurgente y tampoco les recono-
cemos legitimidad por razones de derecho comparado, por razones de demo-
cracia comparada.
Cuando leo o nos informamos de legislaciones europeas que definen el
terrorismo como el uso o la amenaza del uso de fuerza por razones ideológicas,
religiosas, políticas, me pregunto ‘¿por qué niegan el delito político armado?,
“¿por qué lo definen como terrorismo?” Y en el proceso democrático europeo
se encuentra una razón, que ustedes elocuentemente la han recogido: cuando
hay democracia, no se pude legitimar acción violenta alguna.
Entonces, lo que ha sido valido para que Europa desconozca la insurgencia
armada y la califique de terrorismo, es valido también en Colombia, que ha
estado en un proceso permanente de profundización de su democracia. Una
democracia abierta, profunda, de libertades públicas como la de Colombia,
pluralista, no puede permitir un solo espacio mínimo de legitimidad a la acción
armada contra esa democracia.
Por eso calificamos estos grupos de terroristas, por eso negamos que
haya conflicto, lo que no quiere decir que desconozcamos la realidad social
de Colombia.

92
Lo valido para una democracia

Tenemos una problemática social enorme, un 52% de nuestros compatriotas


se debaten en la pobreza, la tarea por delante para la construcción de cohesión
social es infinita, mayúscula, pero de ahí no se puede derivar que haya que reco-
nocerle legitimidad de conflicto a los actores terroristas, que en lugar de haber
contribuido a mejorar esa pobreza, su consecuencia ha sido profundizarla.
Me preguntan mucho: ¿si usted niega el conflicto con ellos, si dice que en
lugar de conflicto hay una amenaza terrorista, si los desconoce como actores polí-
ticos, cómo puede proponer la negociación?: a partir del cese de hostilidades.
Nuestra posición es muy elemental: toda la dureza para combatirlos, con
la armas del Estado de leyes, con la transparencia de la democracia, mientras
persistan en sus acciones violentas. Generosidad para acogerlos o para negociar
con ellos cuando demuestren propósitos de abandonar sus acciones violentas.
El polo determinante de nuestra política no es la negociación, es el ejer-
cicio de autoridad. Porque creemos que cuando se empieza a partir de la nego-
ciación, es como empezar a partir del apaciguamiento, camino inconducente a
la paz. Cuando se empieza a partir de la autoridad –justa, imparcial, democrá-
tica–, es el camino efectivo hacía la paz.
A partir de la autoridad: generosidad para albergar la negociación, gene-
rosidad para albergar a quienes desistan de sus acciones violentas.
En este Gobierno se han desmovilizado ya cerca de 13.000 integrantes de
los grupos violentos, 40 ó 45% de las guerrillas, 60 ó 55% de los mal llamados
paramilitares. El Gobierno está procediendo con generosidad para atender esa
reinserción que este año nos puede costar 100 millones de dólares. Y confiamos
que en las próximas semanas haya muchísimos más reinsertados.
Ellos reconocen con total transparencia, que tomaron la decisión de
reinsertarse porque la presión de autoridad de nuestro Gobierno los obligó
a reflexionar, porque la presión de autoridad de nuestro Gobierno les cerró
la posibilidad de seguir ilusionados con la destrucción violenta de nuestras
instituciones democráticas.
El sábado asistimos a un acto conmovedor –antes de tomar el avión
a España–, asistimos a la graduación de 400 de ellos en uno de nuestros
programas de capacitación técnica. Llevó la palabra uno de ellos proveniente
de la Farc, doce años de comandante. ¡Qué palabras tan bellas y tan valerosas!
De gratitud por la generosidad de sus compatriotas, de expresión de felicidad
por haber tenido la oportunidad de reencuentro con su familia. Y ¡valerosas!,
de convocatoria pública a quienes persisten en los caminos aciagos del terro-
rismo, para que sigan el ejemplo de la decisión de reinsertarse.

93
Crímenes Altruistas

Ley de justicia y paz


Después de haber avanzado mucho en ese programa de reinserción y por
iniciativa del Gobierno, el Congreso acaba de aprobar la Ley de Justicia y Paz.
Ante esta comunidad académica tan importante, permítanme hacer algunas
precisiones, porque encuentro muchos intelectuales de Europa asustados por
la propaganda de algunas Ong’s que poco han dicho contra la guerrilla y que
dicen mucho contra esta ley.
Primero. Cuando uno ve procesos de paz en el mundo, de perdón total para
genocidios como el de Ruanda encuentra que de verdad, esta ley en Colombia,
es ley de Paz y de Justicia.
Es además, la primera ocasión, cuando Colombia en un proceso de paz,
incorpora el concepto de justicia y el concepto de reparación a las victimas.
Han dicho algunos al criticarla: “es una ley para los paramilitares”. Es
una Ley para todos. Los primeros beneficiarios de esta ley son los 13000 rein-
sertados actuales –y los que habrán de venir–, donde hay un alto porcentaje
de guerrilla.
Ocurre sí, en la crítica, lo siguiente: muchos de los críticos la encuen-
tran demasiado benigna con los paramilitares y demasiado severa con las
guerrillas. Bases guerrilleras que se han desmovilizado la aceptan, pero los
dirigentes guerrilleros dicen que ellos no la aceptan, porque piden indulto y
amnistía para delitos atroces, se niegan a un solo día de cárcel por delitos
atroces y piden que se cambie la Constitución Colombiana para que puedan
ser elegidos al Congreso, no obstante ser responsables de delitos atroces.
Dice la crítica, que esta es una ley de impunidad. ¡De ninguna manera!
Prohíbe esta ley el indulto, prohíbe la amnistía para delitos atroces, tiene
sentencias reducidas de pena privativa de la libertad, sí. Es el costo de la paz.
Porque es una ley de justicia pero no de sometimiento, como también es una
ley de paz pero no de impunidad.
La Constitución Colombiana advierte que: “quien haya sido condenado
por un delito diferente al delito político o al homicidio culposo, no puede ir al
Congreso”. Esta ley, en la jerarquía normativa, está en la escala inferior de la
Constitución y respeta plenamente la Constitución.
Esta ley no debilitó la extradición. Cuando el Gobierno que presido
empezó, Colombia había extraditado 60 personas, este Gobierno ha ordenado
la extradición de 330.
Hay una discusión técnica sobre la confesión. Cuando alguien se desmo-
viliza de acuerdo con esta ley, tiene que someterse a un proceso inicial de la

94
Lo valido para una democracia

Fiscalía de dos meses, debe contar los delitos que ha cometido, si omitió algún
delito y aparece posteriormente, no existe una tal prescripción en esos dos
meses –como lo decía ayer un representante de una Ong aquí en Madrid–, en
cualquier momento posterior, si aparece ese delito, se le puede juzgar por él.
Si lo ocultó intencionalmente, pierde los beneficios. Si coopera con la justicia,
mantiene los beneficios pero se le puede imponer una pena adicional del 20%.
Dicen los críticos que esta ley mantiene la posibilidad de que esas organi-
zaciones terroristas existan. No hay ley que garantice, per se, que las organiza-
ciones terroristas no se reproduzcan. Lo único que garantiza que no se repro-
duzcan las organizaciones terroristas, es una política continuada de seguridad.
Dicen los críticos que los beneficiarios de esta ley van a mantener su
riqueza ilícita. La ley exige que se les confisque toda la riqueza ilícita, esa
riqueza hará parte de un patrimonio de resarcimiento a las víctimas, pero
además, los beneficiarios de esta ley, además de quedar sometidos a esa norma
incluida en esta ley de confiscación de la riqueza ilícita, están sometidos a
otra, a la ley general de extinción de dominio –una de las primeras que este
Gobierno modificó para hacer más expeditos sus procedimientos y que ha
producido enormes beneficios ya, para empezar a recuperar para el Estado y
para la sociedad, los bienes adquiridos por la delincuencia–.
Es muy difícil el equilibrio entre justicia y paz, por eso ¡que foro tan
importante de esta Universidad San Pablo CEU, para hacer algunos comenta-
rios sobre esta norma!

Delito político
Nosotros hemos venido proponiendo un nuevo debate en Colombia: en
una sociedad democrática no debe haber delito político.
Primero, porque el ordenamiento jurídico colombiano conserva lo que
–a mi juicio– es una definición anacrónica de delito político: acepta el delito
político fundamentado en la acción armada.
Y hemos visto que como contraprestación a la profundización democrá-
tica, Europa, a esa conducta, la tipifica como terrorismo. Lo que es valido para
una democracia pluralista europea, es valido para una democracia pluralista
latinoamericana. Y por supuesto, resulta imposible, en una democracia plura-
lista elevar a la categoría de delito el disenso, lo que se ha conocido por los
tratadistas: el delito de opinión o el delito de disenso.
En las sociedades democráticas no puede haber conductas de opinión, no
puede haber decisiones de conciencia que se eleven a la categoría de delito.

95
Crímenes Altruistas

Y me han preguntado los jóvenes estudiantes: “¿cuál es la relación entre


la autoridad, la seguridad y la paz?”, porque se entiende la autoridad como el
rescate del orden, la paz como la conquista de la reconciliación.
Quiero decir de manera muy elemental, ante esta Universidad: la auto-
ridad es generadora de la seguridad, que es un valor democrático. La segu-
ridad, como valor democrático, es constructora de respeto a la ley, de respeto
a la pluralidad. El respeto a la Ley es el principio ético que permite enlazar un
ciudadano con el otro y construir ese colectivo de comunidad o de Nación. Y
cuando todos se sienten integrantes de ese colectivo, a partir de principio ético
del respeto a la ley que se genera en la autoridad, se sienten, todos, obligados
a la convivencia, a ser semillas de paz.
Vamos a perseverar. Hace pocos días me referí a unos compatriotas angus-
tiados por problemas que no se resuelven: “cuando el pescador no se duerme,
más temprano que tarde le llega la cosecha”.
¡Confío que a Colombia le llegue la cosecha de paz!
Voy a regresar a mi Patria, con mis compañeros de Gobierno, con inmensa
gratitud por esta medalla.
La única manera que tengo de ser reciproco con esta Universidad, es
reafirmando la devoción de trabajar hasta el último día de la existencia por un
propósito: que las nuevas generaciones de colombianos puedan vivir felices,
en democracia, en igualdad de oportunidades. No por razones exóticas, por
una razón elemental: mi generación y varias generaciones de colombianos, no
han tenido un día de paz. Cuando uno ve crecer a sus hijos no quiere que estas
angustias y sobresaltos se repitan en la generación de ellos.
Ahora que estamos celebrando los 400 años del Quijote, déjenme cerrar
con un bellísimo párrafo, que bastante ilusión nos crea para Colombia.
Escribió Don Miguel de Cervantes: “las tragedias que me suceden son
señales que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien todas las
cosas (…) habiendo dado tanto el mal, el bien está cerca”.
Ustedes nos estimulan a pensar que el bien esta cerca para Colombia.
Muchas gracias.

Fuente: (SNE, Madrid, España, martes 12 de julio).- Intervención del Presidente de la


República, Álvaro Uribe Vélez, durante el acto en el cual fue condecorado con la Medalla de
Oro de la Universidad de San Pablo CEU de España, país donde adelantó una visita de Estado
desde el lunes 11 de julio.

96
EL HOMICIDIO POLÍTICO
Luis Carlos Restrepo Ramírez

En una reunión el pasado fin de semana con un grupo de amigos con los
que comparto viejas solidaridades y afinidad intelectual, nos vimos envueltos
en una curiosa polémica sobre la validez del homicidio político, y en especial
del tiranicidio. Uno de ellos, conocido ecologista y defensor de la convivencia,
afirmó de pronto que si retrocediera en el tiempo y se viera ante el dictador
dominicano Leonidas Trujillo, no dudaría en asesinarlo. Que justificaba lo que
habían hecho quienes lo mataron y que haría lo mismo ante Hitler o perso-
najes parecidos.
Le repliqué diciendo que bajo ninguna circunstancia justificaba el crimen,
menos aún el asesinato con fines políticos. Que matar era siempre una torpeza,
una desgracia. Que no podíamos caer en la coartada de justificar el derrama-
miento de sangre en nombre de la convivencia. Gran parte de la problemática
del país se deriva de la forma honrosa como miembros de los grupos armados
ilegales ven sus acciones homicidas, pues consideran que en determinadas
circunstancias matar es un acto digno, transgrediendo sin reatos de conciencia
la frontera ética que nos impone el mandamiento del no matarás.
Como sucede con las discusiones entre amigos, quedaron en el ambiente
los argumentos sin llegar a conclusiones definitivas. Pero creo que el asunto
merece un debate a fondo, para bien la nación.
Recordemos que hasta Kant el homicidio político era considerado el
más grave de todos los crímenes, pues se trata de una muerte premeditada,
de un uso deliberado de la violencia para cambiar el curso de la vida social.
Después de la revolución francesa y dentro de la tradición liberal, el homicidio
con fines políticos fue visto como algo honroso. Ideologías totalitarias como
el marxismo y el fascismo llegaron en el siglo XX al paroxismo homicida,
predicando la violencia de manera abierta y enlutando la faz de la tierra con
horrendos genocidios.
Hasta 1997 el crimen político estaba justificado en Colombia por el código
penal. En una sentencia histórica, la Corte Constitucional declaró inválido ese

97
Crímenes altruistas

atavismo, en el mismo momento en que se imponía en el mundo la condena


unánime al uso de la violencia como instrumento político. Hoy, quienes usan la
violencia con fines religiosos, étnicos o ideológicos, son llamados terroristas.
Después de la toma del Palacio de Justicia por el M-19 desarrollé una
reflexión consignada en mi libro Más allá del terror (Aguilar, 2002, p. 86 s),
donde señalé que aquel que está dispuesto a morir por una idea es un homicida
en potencia, convirtiéndose en un peligro social. Bajo ninguna circunstancia
podemos justificar que se mate en nombre de la libertad o la justicia. Tampoco
que los ciudadanos se amparen en el derecho a la autodefensa para tomar
las armas y hacer justicia por su propia mano. Como sustentó el entonces
gobernador Álvaro Uribe en su intervención ante la Corte Constitucional,
con ocasión del debate sobre las “Convivir”, en un Estado de Derecho los
ciudadanos no pueden argumentar el derecho a la autodefensa, pues lo que se
impone es la solidaridad con la Fuerza Pública y las autoridades legítimas.
Por eso repito lo que dije a mi amigo cuando me preguntó qué haría si
tuviera a Hitler enfrente con la posibilidad de matarlo. Le respondí que así
fuera una amenaza para mi vida, intentaría relacionarme con él respetando
su singularidad. Pero, que si por alguna circunstancia terminaba yo como
homicida, de un tirano o de cualquier otro ciudadano, jamás reivindicaría con
orgullo ético mi acción. Que lo consideraría un equívoco, producto de mi
determinismo y no de mi libertad. Practicar la violencia no es ninguna virtud.
Si alguien se ve obligado, como el animal acorralado, a recurrir a ella, no tiene
por qué sentir orgullo de haberlo hecho, sino dolor y pesadumbre moral.
Como lo dejé consignado hace algunos años en uno de mis textos: “Es
hora de declararnos en emergencia moral, para reinsertar en nuestras relaciones
cotidianas el límite del no matarás” (El derecho a la paz, Arango Editores,
2001, p. 141). Una democracia pluralista no puede sustentarse en la violencia.
Basta ya de seguir considerando honroso el homicidio político, como tampoco
lo puede ser el terrorismo de Estado. Todo el honor al ciudadano desarmado
que sólo confía en la fuerza de su palabra, para que nunca más en la historia
pueda el homicidio presentarse como fundador de convivencia.

26 de febrero de 2005
Fuente: www.altocomisionadoparalapaz.gov.co/noticias/2005/febrero/feb_26_05.htm

98
ALCANCES DEL DELITO POLÍTICO
Luis Carlos Restrepo Ramírez

Desde la campaña, insinué al entonces candidato Álvaro Uribe la nece-


sidad de reformar la norma consagrada en la antigua ley 418, que obligaba
al Presidente de la República a reconocer carácter político a la organización
armada ilegal con la cual decidía iniciar conversaciones de paz.
Siempre me pareció inconveniente que el Presidente de los colombianos,
de entrada y sin ninguna contraprestación, se viera obligado a dar tal reco-
nocimiento a personas por fuera de la ley, que mataban y secuestraban para
alcanzar sus propósitos. Era un mal mensaje que además atentaba contra la
alta dignidad de la política, aceptándose de hecho que existían en Colombia
dos tipos de organizaciones proselitistas: las que seguían las reglas de la demo-
cracia y las que podían recurrir al crimen para imponer sus propósitos.
Nuestra propuesta, convertida en iniciativa legislativa, contó con el
beneplácito del Congreso. A finales del 2002 la ley fue reformada, siendo
reemplazada por la actual ley 782, que fija el marco legal para adelantar
conversaciones con los grupos al margen de la ley que decidan buscar un
camino de paz. Por sugerencia de algunos parlamentarios, y para prevenir
que grupos de narcotraficantes o delincuentes comunes pudiesen ser benefi-
ciarios de esta norma, se recurrió al término “grupo armado al margen de la
ley con mando responsable”, en concordancia con lo definido por el Proto-
colo II para describir a grupos que se levantan contra la autoridad del estado
(guerrillas) o se enfrentan desde la ilegalidad a estos grupos contestatarios
(autodefensas).
Desde ese momento desapareció la exigencia que obligaba al presi-
dente a reconocer carácter político a grupos al margen de la ley, antes de su
desmovilización y desarme. La política es algo noble, territorio propio de
la palabra desarmada, al que sólo se puede acceder en condición de ciuda-
dano que cumple con todos los deberes impuestos por la Constitución. El
acceso a la política es el punto final de un proceso de paz, no el comienzo.
Aún más, la esencia de una propuesta de diálogo con los grupos armados

99
Crímenes Altruistas

ilegales reside en facilitar las condiciones para su libre acceso a la política,


para que defiendan sus ideas sin armas, en el seno de la democracia.
Esta modificación consignada en la ley 782 tuvo como consecuencia
una redefinición del delito político, consagrado en nuestra Constitución
como un delito indultable. Se pasó de una definición subjetiva a una obje-
tiva, dejando atrás la calificación “altruista” que se le daba a dicho delito
para entenderlo como un simple concierto para delinquir, bien con el propó-
sito de conformar grupos guerrilleros o de autodefensas. Nos acercábamos
así más al criterio definido en el Código Penal, donde no se habla de “delito
político” sino de delitos “contra el régimen constitucional y legal”, enten-
diéndose por tales el intento por derrocarlo o por interferir de manera tran-
sitoria con su funcionamiento.
Alejados de cualquier calificativo noble para el delito político, lo enten-
demos ahora con objetividad como un rezago de barbarie propio de nuestra
sociedad, que debe recibir sin embargo un tratamiento generoso para faci-
litar el tránsito hacia un estado de civilización donde prime el derecho a la
paz. Largos años de pugnas armadas internas que terminaron potenciadas
por el narcotráfico y convertidas en terrorismo, nos obligan a mantener un
procedimiento expedito para reincorporar a la civilidad a miles de jóvenes y
ciudadanos que se han visto envueltos en el accionar de los grupos armados
ilegales. A ellos les podemos conceder el indulto por el delito de concierto
para delinquir con el propósito de conformar grupos guerrilleros o de auto-
defensas. Cualquier otro delito debe ser judicializado.
Esta norma, consagrada en la ley 782 y aplicada con anterioridad
a grupos guerrilleros como el M-19 o el Epl, debe mantenerse, pues ha
demostrado su eficacia. Once mil desmovilizados durante este gobierno es
un cifra que vale la pena resaltar. Por eso hemos insistido en la inconve-
niencia de modificarla, como lo han sugerido algunos parlamentarios.
A diferencia de épocas anteriores, cuando se indultaba el secuestro y
el homicidio, hoy por decisiones del Congreso y la Corte Constitucional,
eso no es posible. Con esta certeza jurídica, durante el actual gobierno
hemos perfeccionado los procedimientos para la concesión del auto inhi-
bitorio, que debe estar precedido por identificación plena (fotos de frente
y perfil, huellas dactilares completas y carta dental), así como por versión
libre donde se reconozca el delito que se va a perdonar. El beneficiario
queda bajo el control social del Estado, con el compromiso de no volver
a delinquir.

100
Alcances del delito político

Existe un consenso nacional sobre la pertinencia de mantener la vigencia


de la ley 782, mientras se explora una legislación especial para los respon-
sables de delitos atroces que contribuyan a la paz nacional. Tales delitos
no son políticos, ni pueden ser tratados como conexos del delito político.
Línea fronteriza que no debe ser pasada, para bien de la democracia.

26 de febrero de 2005
Fuente: www.altocomisionadoparalapaz.gov.co/noticias/2005/febrero/feb_26_05.htm

101
REDEFINIR EL DELITO POLÍTICO
Luis Carlos Restrepo Ramírez

Durante años el delito político fue visto como un delito altruista. Consi-
derado de mejor familia que el delito común, el delito político era justificado
porque sus autores invocaban la libertad y la justicia en la comisión de sus
crímenes. El hurto, el secuestro, el homicidio y la masacre fueron perdonados
bajo esta exótica figura.
En la última década el panorama ha cambiado. Una sólida alianza se
levanta en el mundo occidental para condenar el uso de la violencia en nombre
de una idea o de un motivo racial o religioso. El siglo XX sufrió hasta el exceso
las nefastas consecuencias del homicidio político. Dictaduras de izquierda y
derecha causaron millares de muertos. Hoy todavía persisten movimientos
terroristas que tienen como víctimas predilectas a civiles inocentes.
En Colombia se han ido cerrando las puertas al indulto para los actos
atroces y los delitos de sangre. Aunque la Constitución establece de manera
expresa la posibilidad del perdón judicial y la no extradición para los delitos
políticos, tanto el Congreso como la Corte Constitucional han establecido con
claridad que delitos como el secuestro o el homicidio –por no hablar de los
actos de ferocidad y barbarie– no pueden entenderse como conexos del delito
político, ni recibir el beneficio del indulto.
Se ha pasado por demás de una definición subjetiva del delito político
–considerado como altruista– a una definición objetiva, entendiéndolo como
la participación en un grupo armado ilegal que interfiere con el normal funcio-
namiento del orden constitucional y legal. Tanto el Código Penal como la ley
782 de 2002 van en este sentido. Hoy por hoy el delito político es el concierto
para delinquir en el que incurren miembros de las guerrillas o las autodefensas
que buscan suplantar la autoridad legítima, o interferir con sus funciones cons-
titucionales y legales.
En otras palabras, el delito político –en sus diversas modalidades de sedi-
ción, rebelión, asonada, conspiración o concierto para delinquir– se reduce al
intento por suplantar o derrocar la autoridad legítima. Todos los demás delitos,
desde el robo y el homicidio hasta la masacre y el genocidio, pasando por el

103
Crímenes altruistas

secuestro y el narcotráfico, son delitos comunes que no pueden recibir los


beneficios constitucionales y legales consagrados para el delito político, pues
no podemos considerarlos conexos de éste.
Por las confusiones que sigue generando el concepto de delito político,
creemos necesario definirlo con precisión. Ni la Constitución ni la ley dicen
con claridad en que consiste tal delito. Dicha ambigüedad genera interpreta-
ciones desacertadas y expectativas falsas. Es hora de consignar con precisión
en la ley lo que entendemos por delito político, cerrando de manera expresa
cualquier posibilidad de conexidad con delitos diferentes.
Quedaría así en firme que sólo podemos conceder perdón judicial a
guerrilleros o miembros de autodefensas responsables de pertenencia al grupo
armado ilegal, porte ilegal de armas y uso de prendas privativas de las Fuerzas
Armadas. Todos los demás delitos deben ser judicializados, ofreciéndose a los
desmovilizados un procedimiento especial como el consignado por la ley de
Justicia y Paz que en la actualidad se tramita en el Congreso.
Dejar consignado en la ley el ámbito exacto del delito político y su no
conexidad con los delitos comunes cometidos por el desmovilizado, nos
coloca con precisión frente a dos caminos. El del auto inhibitorio o el indulto
para el delito político y el de la alternatividad penal para aquellos desmovili-
zados que, después de responder ante la justicia por sus actos, puedan recibir
del Estado un beneficio especial por su contribución a la paz nacional.
Redefinir el delito político es una decisión urgente que fijaría un norte
claro a la política de paz, dando por demás gran tranquilidad a la nación.

27 de marzo de 2005
Fuente: El Tiempo, Bogotá

104
NO TIENE SENTIDO JUSTIFICAR EL CRIMEN
POR UN IDEAL
Luis Carlos Restrepo Ramírez

Me uno al unísono con quienes me han antecedido en el uso de la palabra.


Las amnistías e indultos generales y por todo tipo de delitos son cosa del
pasado. Durante siglos fue usual que las guerras terminaran con perdones y
olvidos. Si mucho se castigaba a los vencidos, jamás a los vencedores, y los
pactos de paz se refrendaban con las famosas leyes de perdón y olvido.
En el famoso acuerdo de La Uribe, firmado entre el gobierno de Belisario
Betancur y las Farc, en 1984, se habla de perdón y olvido. En el acuerdo de
paz firmado con el M-19, en 1990, la única palabra referente a la justicia que
se utiliza es indulto y la última ley de perdón y olvido expedida en Colombia,
es el famoso reindulto expedido por el Congreso de la República en 1992,
que impidió que la cúpula del M-19 fuera llamada a juicio por los hechos del
Palacio de Justicia.
Vino después la experiencia peruana, una ley de amnistía general que
finalmente se hundió por cuestionamiento internacional, la puesta en marcha
de la Corte Penal Internacional y la situación actual.
Sin embargo nos tomamos tiempo para entender la realidad.
Durante los procesos de paz que se adelantaron en la administración
pasada con las Farc y el Eln, nunca se mencionó el tema justicia. ¿Por qué?
Tal vez porque se suponía que esos procesos de paz iban a terminar todavía
con leyes de perdón y olvido.
Para el Presidente Uribe, y en mi caso como funcionario que lo acom-
paña, siempre fue claro desde el comienzo del gobierno, que debíamos no
solamente adelantar un debate sobre los alcances del indulto y la amnistía,
sino también sobre la misma condición política que era usual se le atribuyera
en Colombia a las organizaciones armadas ilegales, para poder iniciar conver-
saciones con ellos.
Por eso desde la campaña se tomó una decisión que después a mi me tocó
gestar como Comisionado de Paz. Fue cambiar el requisito establecido en la

105
Crímenes Altruistas

antigua ley 418, de conceder carácter político a la organización armada ilegal


con la cual se adelantaban conversaciones.
Primero, nos pareció indigno para el Presidente de la República, que para
iniciar la conversación con un grupo armado ilegal estuviese obligado por
la ley a reconocer mediante acto administrativo, el carácter político a dicha
organización.
Segundo, eso establecía una desigualdad ofensiva ante la ley. Era tanto
como decir que había organizaciones políticas que podrían matar, secuestrar,
robar y que eran reconocidas por el Presidente de la República, y otras que
no podían cometer tales delitos y que se sometían a los procedimientos esta-
blecidos en Colombia, para el reconocimiento a las organizaciones políticas,
como los partidos o los movimientos.
Y tercero, se nos hacía absurdo, insulso. Si se trata de adelantar unos
contactos con unos grupos ilegales, por qué comprometer la majestad del
Presidente. Por qué no hacerlo dentro de las competencias que le entrega la
Constitución y la ley al Presidente de la República y al Comisionado de Paz,
en campo del orden público y de la búsqueda de la paz, sin necesidad de
cumplir con este requisito.
Esa fue la razón por la cual propusimos la modificación de la ley 418.
Y es la razón por la cual en la actual ley 782 ese requisito ha sido abolido.
Simplemente de manera discrecional, el Presidente decide adelantar unos
contactos con unos grupos armados ilegales, pero sin esa condición previa de
reconocerlos como organización política.
Cuando se debatió la ley en el Congreso se dio un tránsito muy interesante
de la calificación política de estas organizaciones a una descripción objetiva.
En vez de decir, como nos obligaba la ley anterior, que se trataba de organiza-
ciones políticas con intereses altruistas, simplemente la nueva ley describe lo
que son: organizaciones armadas al margen de la ley que mantienen acciones
sostenidas en una parte del territorio.
Esto tuvo una consecuencia adicional muy interesante que tiene que ver
con la reconceptualización del delito político. El delito político tradicional-
mente ha sido considerado como un delito altruista. En nuestro concepto eso
es anacrónico. Es anacrónico decir que alguien mata por ideales altruistas,
que alguien secuestra por ideales altruistas, que alguien destruye poblados por
ideales altruistas. Eso hace parte de una tradición liberal que yo creo le hizo
bastante daño al siglo XX. El siglo XX es el siglo de los delincuentes políticos
y de los grandes delincuentes políticos, Hitler y Stalin a la cabeza. Los más

106
No tiene sentido justificar el crimen por un ideal

grandes genocidios de la humanidad se han cometido por ideales políticos. No


tiene sentido seguir justificando el crimen por un ideal, al revés, yo creo que
es doblemente culpable quien comete un delito en nombre de un ideal. Porque
se supone que es una persona pensante, estructurada, que no actúa espontánea
o irracionalmente. Está bien el delito cometido por alguien que en estado de
ignorancia o de embriaguez, asesina a otro, pero quien deliberada y conscien-
temente comete un delito, provoca daño a la sociedad para modificar el orden
político, yo creo que debe ser doblemente culpable.
Y allí nosotros nos distanciamos de manera tajante de esa tradición que
ha considerado dos tipos de delitos. Los delitos altruistas que se hacen en
nombre del bien y los otros delitos egoístas que se hacen para causarle daño a
la sociedad. Ninguna violencia se puede ejercer en nombre del bien. Hay un
libro maravillo de Alice Miller, tal vez de los grandes libros del siglo XX, que
se llama Por tu propio bien. Y es, creo yo, el más profundo análisis desde el
punto de vista psicológico y psiquiátrico de cómo se gesta la violencia.
Por tu propio bien es el relato de cómo fueron educados los jerarcas
nazis, incluso Hitler, y muestra claramente cómo fueron niños violentados en
nombre del bien. Qué horror esos padres y maestros que producen violencia en
nombre del bien, qué horror entonces también estos grupos que en nombre de
la libertad y en nombre de la justicia aplastan la libertad y aplastan la justicia.
No, en este caso el fin no justifica los medios.
La paz es también una obligación de medio. No se puede utilizar la violencia
buscando grandes ideales porque lo que generamos es una monstruosidad.
Senador Vargas Lleras, a nosotros no nos gusta el delito político. Pero
estamos ante una paradoja. Para poder ofrecer unos beneficios judiciales, y
este es un asunto pragmático, quedamos atrapados en lo que dicta la Consti-
tución y la ley. La extinción de la acción judicial solo se le puede conceder al
delito político. Por eso nosotros hemos intentado caminar hasta ahora por dos
vías, pero esta semana hemos decidido con el señor Presidente caminar por
una tercera vía y quiero describirles a ustedes la situación de esta forma.
El delito cometido por la guerrilla o el delito cometido por las autodefensas
no es para nosotros un delito altruista. Nosotros preferimos definirlo objeti-
vamente en términos del código penal colombiano, como un delito contra el
régimen constitucional y legal. En el caso de la guerrilla, intento por derrocar la
autoridad, en el caso de las autodefensas, por interferir con su ejercicio.
Eso se llama en el código penal, rebelión, cuando se trata de derrocar la
autoridad, y sedición cuando se interfiere con su ejercicio. Esa descripción

107
Crímenes Altruistas

objetiva en el caso de las autodefensas nos parece importante. Porque gran


parte de la confusión en relación con estos grupos tiene que ver con el nombre
de paramilitares. Paramilitares quiere decir, apéndice de los militares y del
gobierno. Y si eso fue una realidad en América Latina en los regímenes de
seguridad nacional, no lo es en la actualidad. Las autodefensas en Colombia
no son apéndices de los militares y del gobierno, no, son un poder autónomo
ligado con economías ilícitas que interfieren con la autoridad estatal y con el
normal funcionamiento institucional, que compite con el Estado por el mono-
polio de las armas y el monopolio de la justicia, y que reivindicando valores
como el orden o la democracia, suplanta la autoridad, acaba con las libertades
y desinstitucionaliza al país.
Por la propia realidad que ha vivido Colombia, de estar expuesta a estos
grupos armados ilegales, creemos todavía que ese delito contra el régimen cons-
titucional y legal, es decir, delito de rebelión o delito de sedición, debe recibir un
tipo de beneficio judicial expedito que nos permita, en caso de que estas personas
muestren buena voluntad y arrepentimiento, su reincorporación a la civilidad.
Pero ahí viene lo segundo. Tenemos que delimitar de manera estricta el
ámbito del delito político. La constitución no lo hace, lo ha venido haciendo
la ley. Tradicionalmente se excluía los actos de ferocidad y de barbarie, pero
casi siempre esa excepción se violó, no se cumplió. En 1993, expresamente el
Congreso excluyó el secuestro, porque todavía cuando la reincorporación del
M-19 se indultó el secuestro. Hubo un avance. En 1997 hubo un fallo histórico
de la Corte Constitucional, excluyó el homicidio como delito indultable.
Frente a ese fallo yo he tenido una amable disputa con Carlos Gaviria, que
hizo salvedad de voto. Y le he dicho, doctor Carlos Gaviria, ahí no lo acom-
paño. Muy bien que se haya excluido el homicidio. Y nosotros queremos ir
más lejos. Creemos que se debe excluir todo tipo de delito diferente a la perte-
nencia al grupo armado ilegal, porte ilegal de armas y uso de prendas priva-
tivas para las Fuerzas Armadas, ese es el único delito que se debe perdonar
en Colombia. ¿Por qué?, por razones sociológicas. Porque en medio de esta
hecatombe de la violencia, miles de jóvenes o de personas han sido enroladas
en estos grupos y de pronto no han tenido plena conciencia de lo que implica
ponerse un uniforme y tomar un arma.
Pero de aquí en adelante cualquier otro delito no puede ser perdonado,
porque cualquier otro delito implica víctima de ahí en adelante.
Este sería el único delito que podría perdonar el Estado porque aquí
la víctima es el Estado. Al incurrir en el concierto para delinquir, ponerme

108
No tiene sentido justificar el crimen por un ideal

prendas de uso privativo de las Fuerzas Armadas y tomar un arma, yo estoy


ofendiendo al Estado, porque es monopolio del Estado usar armas, conformar
grupos armados y permitir que se porten prendas. Entonces ese es el único
delito en el cual es víctima. Y si el Estado decide perdonarlo pues que lo haga,
de allí en adelante ninguno.
Intentamos en la discusión de las comisiones primeras pasar ese artí-
culo y se armó el gran zafarrancho. Salieron los defensores del delito político
altruista y de todo tipo de conexidades. El Senador Navarro dijo que imposible
y se armó tal confusión que no pasó esa delimitación del delito político. Qué
bueno que aprovecháramos ahora la plenaria para volver a introducir y que
eso quede absolutamente claro. Eso es lo único que podemos perdonar, todo
lo demás debe ir por un procedimiento judicial.
Y eso ya nos da seguridad, pero no es suficiente.
Hemos hablado con el señor Presidente de la República y tomado la deci-
sión de estudiar con toda la seriedad del caso presentar al Congreso de la
República una iniciativa para reformar la constitución política de Colombia y
acabar con el delito político.
Una democracia que hace esfuerzos por sobrevivir no puede estar mandando
ese mensaje tan equívoco, que si usted desconoce la autoridad legítima avalada
por el pueblo, entonces lo perdono. O más aún, no puede estar mandando el
mensaje tan equívoco de decir que ese delito es de mejor familia.
Si lo hacemos qué quedaría. Eliminado el delito político puede quedar en
manos del ejecutivo la concesión del perdón, quizás por un tiempo delimitado
y muy preciso para que el mensaje sea claro a la Nación. Aquellos que hayan
incurrido en el concierto para delinquir, porte ilegal de armas, uso de prendas
privativas, siempre y cuando muestren arrepentimiento, eso no hay que
llamarlo delito político. Podemos simplemente tener un artículo transitorio de
la Constitución y aclararlo en la ley que le de esas facultades al ejecutivo.
Creo que ese sería el ámbito ideal. Y entonces nos saldríamos de este
debate innecesario de si hay que darle carácter político o no a las autode-
fensas. No hay que dárselo, no nos interesa dárselo.
Nosotros lo hemos dicho con claridad. Lo que hay en Colombia son
grupos terroristas, son grupos que atentan contra una democracia que hace
enormes esfuerzos por fortalecerse.
Nuestra política frente al terrorismo es distinta a la política de otras
naciones. Aquí combinamos la acción militar con generosidad. Hay muchas
naciones que consideran que con los terroristas solo hay dos caminos: matarlos

109
Crímenes Altruistas

o encarcelarlos. Nosotros tenemos una tercera vía, los reincorporamos a la


sociedad. Pero es una política frente al terrorismo. Entonces van a salir los
politólogos y nos van a decir, ¿y cómo negocian con terroristas? Aprendamos
de los ingleses. Los ingleses jamás han reconocido que en Irlanda del Norte
hay un conflicto armado interno, por las implicaciones políticas que eso tiene.
Porque al reconocer conflicto armado, yo reconozco al otro como parte legí-
tima, y al reconocerlo como parte legítima, le reconozco que puede utilizar
prendas de uso privativo de las Fuerzas Armadas y que puede disparar contra
objetivos militares.
No es una cosa de poca monta que se diga que aquí hay unos grupos armados
ilegales que legítimamente pueden matar a nuestros policías y soldados. Desle-
gitima a las instituciones y nos expone a acciones internacionales, incluso a
intervenciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas por encima de
las autoridades nacionales. Esta discusión de si hay conflicto armado interno
o amenaza terrorista no es como algunos han creído, una terquedad del Presi-
dente. En esa definición se juega el destino de la Nación, políticamente.
Eso no tiene ninguna pretensión de ignorar la validez del Derecho Inter-
nacional Humanitario. Jurídicamente no le vamos a tocar un solo pelo al DIH.
Todas esas conductas, aquí van penalizadas y así deberá ser por el resto de
los siglos. Pero políticamente no tiene sentido. Y eso lo entendieron bien los
ingleses. Sin embargo, cuando se dio el proceso de paz en Irlanda del Norte,
ellos no tuvieron ningún problema en concederles beneficios judiciales a los
terroristas. Creo que igual puede suceder en Colombia.
Dejando de lado el ámbito del delito político tal como lo he explicitado,
para nosotros también fue claro desde el comienzo del gobierno que para
adelantar procesos de paz teníamos que poner sobre el tapete el tema de la
justicia. Este es el primer gobierno que ha puesto de entrada y sobre el tapete
el tema de la justicia.
Mucho se ha criticado el primer proyecto de alternatividad penal. Y muy
bueno que nos lo critiquen porque esa es la esencia de la democracia. Del
Presidente Uribe he aprendido una frase, que él dice se la aprendió a López
Pumarejo, y es: la esencia de la democracia es acometer y rectificar. Cuando
elaboramos el primer proyecto de alternatividad penal en mi oficina, yo se lo
presenté al Presidente y me dijo, siga los criterios que hemos hablado, pero
láncelo a la opinión para que empiece el debate, y empezó el debate.
En ese primer proyecto ya nosotros definimos con claridad que frente a
los demás delitos, homicidio, secuestro, y llegue hasta los crímenes de lesa

110
No tiene sentido justificar el crimen por un ideal

humanidad, debe haber un procedimiento judicial pleno, completo y una repa-


ración integral a las víctimas.
Eso es un enorme adelanto frente a lo que establece el código penal
colombiano.
La figura que consagramos en ese primer proyecto fue la suspensión
condicional de pena por solicitud presidencial. El debate nos llevó a un punto
importante que ahora es un consolidado y un activo. Primero, antes de que
se suspenda condicionalmente la pena, debe haber una pena privativa de la
libertad básica, y desde el año pasado llegamos al consenso de que debía haber
una pena mínima básica de cinco años.
Y segundo, que el beneficio lo deberían conceder las autoridades judi-
ciales y no por solicitud directa del Presidente, que el ejecutivo presentaba
el candidato pero era la autoridad judicial la que determinaba si cumplía las
condiciones para recibirlo.
Nosotros, como estamos abiertos a la democracia y aprendemos en el
debate público, hemos asumido esos criterios con toda entereza y los hemos
defendido.
Después ha habido otros debates mal manejados, como se maneja todo en
este país. Porque en este país lamentablemente no se debate con argumentos.
En este país el único argumento que generalmente se tiene es identificarlo a uno
con el bandido, con el opositor armado. Entonces, debates en torno a la confe-
sión se han convertido irresponsablemente en debates entre quienes supuesta-
mente favorecemos a los bandidos y la impunidad y los que son puros.
Yo siempre desconfío de esos debates donde los puros se separan de los
malos. La cosa ha sido más de fondo. Ha habido un grupo parlamentario que
ha planteado el siguiente procedimiento: autoincriminación al momento de
la desmovilización, después de la autoincriminación en el momento de la
desmovilización, confesión plena, fidedigna y pública y sanción posterior de
pérdida de todos los beneficios si se omite algún hecho.
Nosotros qué hemos dicho. Eso viola las normas contemporáneas del
derecho penal. La autoincriminación desapareció hace rato y no se le puede
aplicar ni siquiera a los más feroces delincuentes. Cuando se aplicó la obliga-
ción de la autoincriminación se cayó en excesos oscuros.
Y recordamos una sentencia de la Corte Constitucional de 1998 que
declaró inconstitucional una frase del código de procedimiento penal que
decía lo siguiente: el funcionario judicial exhortará al indagatoriado a decir
toda la verdad. Ese exhortará al indagatoriado a decir toda la verdad, lo consi-

111
Crímenes Altruistas

deró la Corte, coactivo, en mecanismos de presión sicológica, que crea en la


persona que rinde la indagatoria, un estado de tensión que lo obliga a decir lo
que tiene en mente la autoridad judicial.
Qué decir entonces, si es inconstitucional exhortar a decir la verdad, qué
decir de la autoincriminación obligatoria al momento de la desmovilización,
qué decir entonces de la calificación de la confesión como pública, fidedigna
y la coacción que se establece de perder todos los beneficios si no se dice toda
la verdad. Pero además de esto desde el punto de vista psicológico y socioló-
gico hay allí un modelo que no nos convence. Las verdades plenas y totales
eran producto de los procedimientos de tortura. Cuando en las cámaras de la
inquisición o en las dictaduras represoras se llevaba a la persona a la cámara
de tortura, se quería que cantara todo en una sola sentada.
Lo que muestran la psicología y la sociología contemporánea es que la
verdad se construye en un proceso. Yo me he formado como sicoanalista, y
cuántos años se toma uno con cuatro sesiones a la semana para reconstruir una
verdad personal. Entonces, creemos que de lo que se trata no es de sentar a
la persona, coaccionarla, decirle que diga toda la verdad en un solo día, o si
no después la castigamos, porque eso va a llevar a que esa persona empiece a
preguntarnos qué verdad quiere que le diga; y como dijo alguna vez el Repre-
sentante Wilson Borja, es que yo lo que quiero es que empiecen a echar dedo.
Y pues echará dedo. Mecanismo coactivo que no entiendo muy bien en una
persona que viene de la izquierda, pero que parece que lo justifica al pensar
que quien va a estar sentado en el banquillo es un jefe paramilitar.
Más que pensar en ese procedimiento, nosotros hemos planteado que la
persona que confiese y recibe el beneficio quede con la obligación de perma-
nente cooperación con la justicia hacia el futuro, para aclarar todos los hechos
que vayan resultando. Eso es diferente. Y por supuesto para cada nuevo hecho
habrá también responsabilidades puntuales y reparación a las víctimas.
Estoy de acuerdo con el Senador Vargas Lleras. Debe quedar más explí-
cita que si hay dolo, intención de engañar, haya una sanción. Eso está dicho de
manera genérica, porque se dice que si se comete algún tipo de delito después
de la desmovilización, y por supuesto, interferir con la justicia, manipularla,
es un delito, se recibirá una sanción y se perderán los beneficios. Pero creo que
vale la pena dejarlo de manera más expresa, manteniendo el espíritu democrá-
tico de lo que nosotros planteamos.
Y si la persona confiesa 299 delitos y hay uno que no confiesa, pues simple
y llanamente ese asunto sigue vigente. Y si no acepta cargos frente a un delito

112
No tiene sentido justificar el crimen por un ideal

que se imputa se va a la justicia ordinaria. El hecho de recibir el beneficio por


los delitos compensados, no opera como un perdón y olvido para los demás.
Entonces creo que se trata de ajustar los mecanismos y no simplemente
de censurar un procedimiento.
Frente a esas desmovilizaciones donde a la vez que se entrega el arma, el
jefe del grupo saca un listado autoincriminatorio y empieza en público a cantar
los delitos de cada uno, yo le decía a los proponentes y a algunas personas que
vienen de la izquierda y se han desmovilizado, si ellos hubiesen ido a esa desmo-
vilización. En las desmovilizaciones voluntarias uno cuenta con un capital de
confianza para que la persona venga. Llevar a una persona a una desmovilización
de esas de manera voluntaria es bastante difícil y no se qué ganaríamos. Entonces,
no solamente allí hay una inconstucionalidad sino que hay una ingenuidad en
el manejo de los procesos de desmovilización de grupos armados ilegales, que
todos sabemos tienen que tener un elemento persuasivo y atractivo para que
vayan ingresando en la legalidad, que curiosamente desconocen personas que han
estado en grupos armados ilegales y se han desmovilizado sin esas exigencias.
Un punto planteado por el Senador Vargas Lleras que se me hace impor-
tante, en cuanto a las condiciones de elegibilidad. Yo estoy totalmente de
acuerdo, Senador Vargas Lleras, con lo expresado por el gobierno en la ley,
los delitos cometidos previamente a la pertenencia al grupo no reciben ningún
tipo de beneficio. Y al momento de desmovilizarse y acogerse a la justicia la
persona tiene que entregar todos los bienes ilícitos como requisitito de elegibi-
lidad. Qué quiere decir eso. Que si no entrega un bien, pierde la condición de
elegible. Pero se me hace que ir más allá y plantear que quien haya cometido
el delito previo de narcotráfico no puede recibir los beneficios de la ley, es caer
en el absurdo. Es suficiente con que yo diga, ese delito previo de narcotráfico
señor, no recibe beneficios, por ese tiene que pagar cárcel común y corriente,
a que yo diga, señor, usted que tiene tres mil hombres bajo su mando, con tres
mil fusiles, que ha cometido todo tipo de crímenes contra la humanidad, que
quiere entregar sus fusiles y quiere entregarse al gobierno, no lo puede hacer
porque hace diez años traficó con un kilo de cocaína.
Entonces por qué razón no poner también como condición que no hayan
violado o que no hayan cometido otro tipo de delitos. Políticamente eso
tendría una consecuencia funesta, decirles a algunos señores que tienen su
poder armado y que eventualmente tienen un delito previo de narcotráfico,
señores ustedes no se pueden desmovilizar, sigan combatiendo al Estado y
nosotros los vamos a combatir.

113
Crímenes Altruistas

Hay que ser pragmático. Por eso vuelvo e insisto, creo que lo pertinente
es excluir de los beneficios ese delito previo, pero no convertir en condi-
ción de elegibilidad el que lo haya cometido, porque es que eso lo excluye
de cualquier procedimiento. Ahora. Si se han enriquecido ilícitamente da lo
mismo entonces. No se trata de excluirlos porque se han enriquecido ilícita-
mente, no, se trata de que entreguen todos los bienes que han obtenido ilícita-
mente como condición para poder recibir los beneficios. Pero el proyecto del
gobierno va mucho más allá. El proyecto del gobierno establece claramente
que si la actividad desarrollada por la persona tenía como propósito el narco-
tráfico o el enriquecimiento ilícito, no recibirá los beneficios de la ley. Y eso
por supuesto implica que queda completamente excluida la posibilidad de
que organizaciones dedicadas al narcotráfico o al enriquecimiento ilícito se
beneficien del proyecto.
En términos generales, a mi se me hace que la ley es un gran avance.
Como Comisionado de Paz yo estoy muy satisfecho, a pesar del palo que me
han dado. Creo que hace parte de este cargo recibir palo. Pero la pedagogía que
se ha adelantando es enorme. Lo dijo el Senador Vargas Lleras. De ahora en
adelante en Colombia las cosas son distintas. A mi sí me gustaría sentarme en
una mesa con el Eln y con las Farc y decirles, bueno señores, vamos a hablar
pero aquí va haber reparación para las víctimas, ustedes van a pagar una pena
privativa de la libertad. Yo me siento más tranquilo como ciudadano haciendo
eso. Pero ahí si que nos falta pedagogía porque en este país hay insensateces.
Hay sectores de opinión que están creyendo que esta ley es para las autode-
fensas y que cuando venga el proceso con la guerrilla ahí sí vamos a tener
que expedir una ley de perdón y olvido. Eso sería una hecatombe nacional. El
mundo no nos lo permitiría. Yo por eso le digo a tantas personas que nos dicen
adelanten procesos con la guerrilla, por qué no me hacen un favor: manden de
una vez el mensaje público al Eln y a las Farc que de ahora en adelante es con
reparación a las víctimas y con pena privativa de la libertad.
En el último documento público del Eln del 14 de julio del año pasado
con los diez puntos importantes de la agenda nacional había dos muy intere-
santes. Uno que se llamaba verdad, justicia y reparación y decían, por todos
los delitos de los paramilitares tiene que haber verdad, justicia, reparación,
cárcel, etc. Y para la guerrilla indulto y amnistía. Ahí hay que hacer una peda-
gogía frente a estos grupos para que entiendan eso y para que no entremos en
locuras. Yo he dicho públicamente que me preocupa que en las plenarias se
desate una locura frente al tema del acuerdo humanitario.

114
No tiene sentido justificar el crimen por un ideal

La ley ha definido tres canales de acceso. Uno, desmovilización colectiva.


Se pueden recibir los beneficios siempre y cuando se cumpla con los procedi-
mientos de justicia, de reparación de víctimas, buen comportamiento, etc.
Otra, desmovilización individual y en ese caso, la persona tiene que
entregar información valiosa para la desarticulación del grupo al que perte-
necía. Entonces miren la diferencia. En el caso de la desmovilización indi-
vidual estamos hablando de un desertor, de un delator. No sucede aquí como
algunos han dicho, el gobierno está ofreciendo dos caminos por si los jefes
paramilitares quieren desmovilizarse solitos lo puedan hacer. Si un jefe para-
militar o guerrillero se desmoviliza solito tiene que venir y colaborarnos con
toda la información a desmantelar la estructura a la que pertenecía, o si no, no
recibe beneficios.
Y la tercera es, por acuerdo humanitario. Mirando la realidad nacional
y tratando un tema muy complejo y difícil para el gobierno, que merece otro
foro, el gobierno ha dicho, si hay algunos de estos grupos que tengan unos
gestos y por ejemplo liberen a unos secuestrados, nosotros podríamos apli-
carle esta ley a miembros de esos grupos que estén en las cárceles, pero en las
mismas condiciones. En las comisiones primeras conjuntas quedó una propo-
sición suscrita por varios senadores diciendo que iban a revisar ese punto en las
plenarias porque ese punto salió así por presión del gobierno. Lo que quieren
otros sectores es muy distinto. Qué quieren. Que en el caso de acuerdo huma-
nitario, que ya para este asunto se llama canje o intercambio, no haya repara-
ción, no haya pena privativa de la libertad básica, que no sea competencia de
la autoridad judicial, no, que en el caso del canje, sea obligatorio por parte del
Presidente conceder la excarcelación, ahí sí pasando por encima de las instan-
cias judiciales y según listado presentado por el grupo armado ilegal. Qué
escándalo. Y curiosamente eso lo plantean muchos de los congresistas que se
fueron lanza en ristre contra el primer proyecto de alternatividad penal.
Si eso se aprobase, ese si sería el gran “mico”. Esas historias de los
narco-micos, eso son historias para ambientar noticia política y posicionar
a lo mejor una precandidatura presidencial, pero este sí sería una auténtico
“mico”, porque, qué mensaje estaríamos enviando. Aquí los que hagan la paz
se van para la cárcel un tiempo y reparan a las víctimas, pero si usted secuestra
a diez personas puede salir de la cárcel inmediatamente y por encima de las
estancias judiciales.
Miren ustedes. Esa es otra de las insensateces que se mueven en este país.
Este país está lleno de paradojas irracionales. Eso hay que contenerlo. Para

115
Crímenes Altruistas

qué, para que la ley que salga tenga realmente unas condiciones de univer-
salidad, de igualdad frente a estos grupos, estimule efectivamente la desmo-
vilización. En el eventual caso de que estos grupos tengan acciones contun-
dentes y entreguen secuestrados y el gobierno valore que eso es pertinente, eso
hay que dejárselo es completamente en manos al Presidente, podría conceder
algunos beneficios. Creo que la ley resulta útil.
Es de todos conocido que la ley no gusta a las autodefensas. Aquí se han
dicho muchas infamias, entre otras que el gobierno ha pactado secretamente
no se cuántas cosas. Ni es el talante mío, ni es del talante del Presidente hacer
pactos con bandidos al margen de la ley.
Y algunos nos preguntan, pero si no les gusta entonces qué futuro tiene.
A mi tampoco me gusta en términos generales la ley. Es decir, la ley no tiene
que estar justo de los ciudadanos, la ley se organiza con otros criterios. No es
cuestión de que a uno le guste o no le guste. La ley tiene que atender a otros
factores. Nosotros creemos que esta ley está atendiendo a la reparación de las
víctimas y con eso impedimos nuevas venganzas. Está atendiendo a la preven-
ción de nuevos delitos y con eso hacia el futuro cumplimos con el criterio
internacional de no reparación. Que las personas que son beneficiarias, contri-
buyen efectivamente a la paz nacional, pero que igualmente asumen unas
responsabilidades.
Entonces es un momento de cohesionarse en torno al gobierno. Si esta
ley sale necesitamos que el Congreso y la ciudadanía apoye al gobierno para
decirle a los ilegales, señores estos son los términos. Los debates en la demo-
cracia deben tener un límite. Los debates en la democracia no deben ser desga-
rradores, los debates en la democracia no pueden culminar con una impugna-
ción pública como la que nos ha hecho el senador Rafael Pardo, donde prác-
ticamente nos muestra como aliados con criminales por ganarse unos votos,
por favor, y por ganarse una imagen no se puede ser tan irresponsable con un
gobierno y una nación.
Este no es un asunto del Comisionado de Paz con el Presidente Uribe. Si
fracasa un proceso con estos grupos de autodefensas, eso es un asunto grave para
la Nación. Por primera vez tenemos la posibilidad de desmontar estos grupos.
Ya lo señalaba el Senador Germán Vargas Lleras. Aquí no solamente ha habido
persuasión. Nunca un gobierno había atacado a las autodefensas como las ha
atacado este, sobre todo aquellos que han violado el cese de hostilidades.
Yo quiero añadir algo a lo que decía el Senador Vargas Lleras. Senador,
usted sabe cuántos abatidos hubo de las autodefensas en el año 2000, cero;

116
No tiene sentido justificar el crimen por un ideal

sabe senador cuántos abatidos hubo de las autodefensas en el año 2001, cero;
Sabe cuándo aparecen los primeros abatidos de las autodefensas, 187, finali-
zando el año 2002, iniciada la administración Uribe. Y la administración ante-
rior y los partidos políticos se fueron al Cagúan y firmaron un acuerdo con las
Farc dizque para acabar con los paramilitares y miren los resultados.
Saben cuántos capturados hubo en el 2002, 312; saben cuántos capturados
hubo en el 2004, 4.836. En la administración pasada las autodefensas se tripli-
caron. Un solo grupo, el bloque Central Bolívar, pasó de 2.500 hombres a 5000.
En los últimos diez años las autodefensas pasaron de 1000 hombres a 20000,
y el Estado no hacía nada. Y este gobierno no solamente los tiene sentados
hablando de desmovilización, no por gusto de ellos, no es bueno vanagloriarse,
por estrategia definida del gobierno. Cuando las autodefensas se sentaron a
hablar conmigo ese tema estaba vetado. Lo logré poner en el acuerdo de Santa
Fe Ralito del 15 del julio del 2003 y me volvieron a vetar a comienzos del
2004 y entró a la mesa después de un ultimátum presidencial, el 2 de agosto del
año pasado. Aquí ha habido un forcejeo grande con una organización armada
ilegal. Y se desmovilizaron los hombres que se desmovilizaron el año pasado,
diez estructuras completas, una de ellas en la región más compleja del país, en
el Catatumbo, donde todo mundo nos decía que al otro día se iban a meter las
Farc. Pues desmotamos la estructura, 1500 hombres armados hasta los dientes,
que el país vio por televisión. Y está la Fuerza Pública protegiendo ese terri-
torio. Me decía el Presidente ayer, doctor Luis Carlos, vengo contento de Tibú,
esa gente que vivía atemorizada está tranquila.
Saben cuántos muertos ha habido en Tibú, Senador Germán Vargas, este
dato es importante, desde el 10 de diciembre cuando se dio la desmovilización
de las autodefensas, que tenían su centro en Tibú y en La Gabarra, La Gabarra
es un corregimiento de Tibú, sabe cuántos muertos ha habido desde el día de
la desmovilización hasta hoy, cero.
En las zonas donde se han desmovilizado las autodefensas se han mejo-
rado los índices de convivencia, entre 10 y 35% se han desminuido los homi-
cidios. Este es un proceso muy interesante de reinstitucionalización y no sola-
mente como dicen algunos con Fuerza Pública, no, los ciudadanos volviendo a
cooperar con las autoridades legítimas porque el gran problema es que donde
están las autodefensas se pervierten los ciudadanos porque terminan es colabo-
rando con los hombres armados al margen de la ley y no con las autoridades.
El 5% del territorio nacional hasta el presente ha sido liberado de estos
grupos. Un 5% que es en ocasiones del territorio más fértil de la nación.

117
Crímenes Altruistas

Entonces, el llamado es a consolidar este proceso. Nosotros estamos


comprometidos en desmovilizar la totalidad de esta estructura, confiando en
Dios antes de finalizar el 2005, como se pactó en el 2003 y por primera vez en
la historia de esta nación, aplicar una ley que tiene verdad, que tiene justicia,
que tiene reparación, pero que también ayuda a la paz.
Los perdones y olvidos generales, los indultos y amnistías para todo tipo
de delitos son cosa del pasado y que bueno que así sea.
Muchas gracias.

Fuente: Intervención del Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo Ramírez, en el
conversatorio “Amnistía e indulto ¿una solución al conflicto colombiano?”, organizado por la
Universidad Central

118
CADUCIDAD DEL DELITO POLÍTICO
Luis Carlos Restrepo Ramírez

Un delito ambiguo
Dentro del ordenamiento legal colombiano, el delito político es el único
delito de rango constitucional. Mientras todos los demás delitos se definen
de manera taxativa en el Código Penal, la enunciación del delito político en
nuestra Carta Magna no tiene que ver con la tipificación de la conducta delic-
tiva de quien lo comete o la delimitación del bien jurídico que se afecta con su
comisión, sino con los beneficios que recibe el delincuente. Se dice, en conse-
cuencia, que el delincuente político puede ser indultado o amnistiado, que no
podrá ser extraditado, que no pierde los derechos políticos y que puede recibir
asilo, sin que se pronuncie una sola palabra sobre las víctimas o el bien público
afectado. Todo parece indicar que se trata de un delito aséptico, sin víctima o
daño al bien común, delito que de entrada está justificado y perdonado.
De hecho, lo propio del delito político es la ambigüedad en su definición. Ni
la Constitución ni el Código Penal dicen con claridad de qué se trata. La tradi-
ción jurídica colombiana asimila el delito político con los llamados dentro del
Código Penal “delitos contra el régimen constitucional y legal”. Estos delitos
se caracterizan por la confrontación a la autoridad, bien sea con el intento de
derrocarla o suplantarla. Durante muchos años se recurrió a la conexidad para
entender como políticos, delitos como el homicidio o el secuestro. Hasta la
época de la desmovilización del M-19, bastaba con que el jefe del grupo armado
ilegal certificara, por ejemplo, que el secuestro o el asalto a mano armada se
habían efectuado para cumplir propósitos de la organización subversiva, y
así recibir, de inmediato, por dichos delitos, perdón por parte del Estado. La
tendencia actual, más que extender el ámbito del delito político, es la de limi-
tarlo. En 1993 el Congreso prohibió la conexidad con el secuestro, y la Corte
Constitucional, en 1997, se pronunció en contra de un artículo del Código Penal
que permitía la conexidad del delito político con el homicidio. Son por demás
conocidas las restricciones internacionales que impiden la conexidad del delito
político con los delitos atroces o el narcotráfico.

119
Crímenes Altruistas

Aunque la tendencia creciente a nivel nacional e internacional es la de


enumerar sus excepciones, con el delito político sucede lo mismo que con la
definición de Dios en las llamadas teologías negativas. Aunque nadie se atreve
a decir con exactitud qué es, sí son muchos los tipos delictivos de los que se
predica que no son delito político ni conexos con éste. Se trata a todas luces de
un delito atípico, más aún cuando recordamos que la interpretación más clara
del delito político, la encontramos en la tradición jurídica que lo considera un
“delito altruista”. Tomando como criterio de clasificación la intención de quien
delinque, se diferencian los delitos en dos tipos: los “egoístas” o comunes y
los “altruistas” o políticos. Desde la época de Lombroso, mientras se identi-
fica el delito egoísta con un delincuente nato motivado por la satisfacción de
apetitos primitivos, se considera al delincuente político como un romántico
sacrificado que pone en peligro su propia vida y seguridad por salvaguardar
el bien común. Podemos decir, entonces, que más que con una delimitación
objetiva del bien jurídico que se afecta o la conducta criminal que se tipifica,
la definición del delito político tiene que ver con una mitología fundadora que
legitima el uso de la violencia para propósitos altruistas, configurándose el
típico caso de esa perversión ética que se resume en la frase lapidaria: el fin
justifica los medios.

Anatomía de un mito
De allí la necesidad de atender a esta mitología fundadora antes de entrar
en las definiciones operativas. Las fuentes del delito político las encontramos
en la reivindicación tomista del tiranicidio. Tal punto de vista se generalizó
después de la revolución francesa y la justificación liberal de la lucha armada
contra las dictaduras. Finalmente, se extendió a la teoría marxista de la lucha
de clases y la exaltación de la violencia como partera de la historia. El siglo XX
padeció los más censurables genocidios políticos de izquierda y de derecha.
Nuestra generación, alimentada por las utopías revolucionarias que se
extendieron por el mundo en la segunda mitad del siglo XX, constató que
tras el discurso romántico de quienes luchan con las armas por la justicia y la
libertad, se esconden pasiones vengativas y sentimientos de odio que llevaron
a los desastres humanitarios de la antigua Unión Soviética, a los abusos de las
dictaduras socialistas y a los excesos de movimientos revolucionarios en el
Tercer Mundo.
Por su parte, también las derechas reivindicadoras del orden cayeron en
execrables excesos. El fascismo y el nacionalsocialismo, o las dictaduras mili-

120
Caducidad del delito político

tares en América Latina, violaron los derechos humanos de los ciudadanos al


tratar de imponer, desde el estado, el ideal de un mundo mejor. Hoy resulta
claro que la justificación ancestral y romántica del tiranicidio se convierte con
facilidad en argumento legitimador del genocidio.
Los delincuentes políticos de izquierda y de derecha tienen su materia-
lización en los actuales grupos guerrilleros y paramilitares colombianos, que
siguen justificando el homicidio o el uso del terror, como factor propiciador de
convivencia. Guerrilleros y paramilitares justifican sus acciones contra civiles
inocentes o sus ataques brutales a la fuerza pública, por sus ideales de justicia
o sus intentos por defender el orden. Motivo por el cual consideran la defensa
del delito político como eje central de sus ideologías.
Al constatar los efectos funestos que tiene sobre la democracia el homi-
cidio político o la legitimación del uso de la violencia, no podemos permanecer
indiferentes, refugiados en utopías, en principio, románticas e inocentes, que
revelan, sin embargo, su carga mortífera cuando se concretan en la realidad. La
validez del delito político debemos medirla por sus efectos sobre el tejido social.
Es hora de preguntarnos si esta justificación generosa del delito como método
para luchar por la justicia, el orden o la libertad, puede seguir teniendo vigencia
en un país que ha conocido, como ninguno, la insania de quienes se esconden
tras bellos ideales, para bañar de dolor y sangre la superficie de la patria.

Reflexión sobre el homicidio político


Empecemos, entonces, por cuestionar la fuente de la que se alimenta la
teoría del delito político: la justificación del tiranicidio. Así se trate de un odioso
tirano, considero que bajo ninguna circunstancia se puede justificar el crimen,
menos aún el asesinato con fines políticos. Matar es siempre una torpeza, una
desgracia. No podemos caer en la coartada de justificar el derramamiento de
sangre en nombre de la convivencia. Gran parte de la problemática del país
se deriva de la forma honrosa como miembros de los grupos armados ilegales
ven sus acciones homicidas, pues consideran que en determinadas circuns-
tancias matar es un acto digno, transgrediendo sin reatos de conciencia, la
frontera ética que nos impone el mandamiento del “no matarás”.
En este campo me siento cercano a Kant, para quien el homicidio polí-
tico era considerado el más grave de todos los crímenes, pues se trata de una
muerte premeditada, de un uso deliberado de la violencia para cambiar el
curso de la vida social. Vino después la tradición liberal y marxista que reivin-
dicó el homicidio con fines políticos como algo honroso. Rumbo que empieza

121
Crímenes Altruistas

a ser corregido hoy cuando, como sucede en la legislación inglesa, la mera


amenaza del uso de la violencia con fines religiosos, étnicos o ideológicos,
es considerada un acto terrorista. Al llamar terrorista a quien usa la violencia
para producir un cambio social, entramos al meollo del asunto. Nunca más le
podemos permitir a las autoridades o a los revolucionarios hacer uso del terror
para imponer sus ideales. En el siglo XXI debe estar proscrito tanto el terro-
rismo de estado como el terrorismo de los particulares.
Es necesario diferenciar el terrorismo, del uso legítimo de la fuerza y
el monopolio de la violencia que la moderna teoría del derecho confiere al
Estado. Es necesario establecer distancia entre la violencia ideologizada por
parte de caudillos o revolucionarios, y el uso profesional y legítimo de la
fuerza propia de los ejércitos modernos. Las antiguas teorías democráticas
que exaltaban la condición del pueblo en armas, facilitaron la masificación de
la violencia y su utilización como herramienta política. Nada bueno sale de
exaltar las pasiones del pueblo, mientras confundimos la dinámica civil con
el aparato armado. Cuando se ideologiza la violencia con fines patrióticos o
imperialistas, bajo la doctrina del odio de clases o de la defensa nacional, se
eclipsan las diferencias entre el poder político y el militar, colocándose las
armas al servicio de visiones del mundo apocalípticas o polarizadas. Ni las
dictaduras de derecha que asimilan el poder político al militar ni los socia-
lismos corporativos que militarizan la vida civil, son compatibles con los inte-
reses de una sociedad abierta y pluralista.
Uno de los pilares de las democracias contemporáneas es la diferencia
entre el poder civil y el militar, estando el segundo, bajo el control de las leyes
y las instituciones republicanas. Es importante reivindicar la condición espe-
cial del militar como profesional de las armas, que en todo momento debe
responder ante el poder civil por sus actuaciones. En el mundo contemporáneo,
la tarea central de las fuerzas armadas es la del control y la contención para
asegurar un orden con libertad, favorecedor del pluralismo político y el respeto
a los derechos humanos. Dentro de esta política de Seguridad Democrática
no caben ni la doctrina de la guerra total ni las prácticas de agresión armada
o las guerras invasoras. El militar no puede estar animado por el odio ni por
ideologías excluyentes: es un profesional de las armas obligado a hacer un uso
delicado de la fuerza. Cuando los ciudadanos animados por ideas iluminadas
toman las armas para imponer sus puntos de vista, se convierten en un autén-
tico peligro público. Aquel que está dispuesto a morir por una idea es un homi-
cida en potencia, convirtiéndose en un peligro social. Bajo ninguna circuns-

122
Caducidad del delito político

tancia podemos justificar que se mate en nombre de la libertad o la justicia.


Tampoco, que los ciudadanos se amparen en el derecho a la autodefensa para
tomar las armas y hacer justicia por su propia mano. En un Estado de Derecho
los ciudadanos no pueden argumentar el derecho a la autodefensa, pues lo que
se impone es la solidaridad con la fuerza pública y las autoridades legítimas.
Si por alguna razón un ciudadano termina como homicida de un tirano
o de cualquier otro ciudadano, no tiene sentido que reivindique con orgullo
ético su acción. Debe considerarlo un equívoco, producto de su determinismo
y no de su libertad. Practicar la violencia no es ninguna virtud. Si alguien se ve
obligado, como el animal acorralado, a recurrir a ella, no tiene por qué sentir
orgullo de haberlo hecho, sino dolor y pesadumbre moral. Una democracia
pluralista no puede sustentarse en la violencia. Basta ya de seguir conside-
rando honroso el homicidio político, como tampoco lo puede ser el terrorismo
de estado. Todo el honor al ciudadano desarmado que sólo confía en la fuerza
de su palabra, para que nunca más en la historia pueda el homicidio presen-
tarse como fundador de convivencia. Todo el respeto y gratitud al militar que
usa la fuerza legítima para proteger los derechos de los ciudadanos y permitir
la libertad de expresión y el pluralismo político. Toda la condena para aquellos
que se permiten matar por una idea, rompiendo con su furia armada el frágil
tejido de la democracia.

El delito de opinión
Censurada la posibilidad de recurrir a la violencia como método de trans-
formación social, queda preguntarse si el delito político del que habla nuestra
Constitución es un delito de opinión, que sería necesario preservar bajo un
fuero especial para bien de la democracia. Nos hacemos esta pregunta, porque
en algunos defensores del delito político creemos encontrar, más bien, una
defensa encendida de la libertad de expresión o del derecho a la disidencia.
La confusión comienza cuando se identifica la posición opositora en el campo
de las ideas, con la actitud delincuencial de quien toma un arma para imponer
por la fuerza sus puntos de vista. Démonos, entonces, a la tarea de separar con
precisión estas dos esferas del comportamiento humano.
Es claro que ni el homicidio ni el secuestro ni los actos contra la población
civil o las masacres pueden entenderse como delitos políticos. Nadie puede
justificar hoy que matar sea un acto altruista. Se equivoca el romántico liberal
o socialista cuando enaltece el acto de matar o morir por una ideología. Es este
un acto atávico, que sin lugar a dudas se alimenta de arcaicas tradiciones que

123
Crímenes Altruistas

concedían al sacrificio de sangre la potestad de convocar las fuerzas organiza-


doras de la convivencia. Así como la democracia griega nació del rechazo al
sacrificio humano para invocar las fuerzas del orden, las democracias contem-
poráneas se alimentan del rechazo al intento de sacrificadores civiles, que
creen todavía necesario matar a un sector de la población –llámese los ricos,
los negros, los comunistas, o cualquier otro– para que sea posible un orden
social justo.
Rechazar el derramamiento de sangre o el uso del terror como instru-
mento político, no quiere decir aplacar la disidencia. Al contrario, las demo-
cracias contemporáneas, a diferencia por ejemplo de las democracias socia-
listas o de las democracias sustentadas en doctrinas de la seguridad nacional,
alientan el pluralismo y la diversidad de opiniones. En estas democracias no
hay dogma ni hay herejes. Es por eso que la divergencia, la disidencia y la
opinión contraria al gobernante, no se constituyen, en la Colombia actual. en
tipo delictivo alguno. La Constitución garantiza la libertad de expresión en
todos sus matices. Cuando la oposición cuenta con todas las garantías para
adelantar su labor, no existe ninguna justificación para la oposición armada.
Corresponde tanto al gobierno como a los opositores y contestatarios
políticos, diferenciar con claridad el ejercicio de oposición de las actividades
delictivas propias de los grupos armados ilegales. En el campo de la disidencia
civil, sin armas, los ciudadanos pueden llegar tan lejos como sea necesario. En
mi libro El derecho a la paz he planteado incluso la posibilidad de una “insur-
gencia civil desarmada”, como instrumento legítimo de expresión dentro de
la democracia. Pero, la fuerza de esta radicalidad civil debe estar acompañada
de una condena tajante al uso de la fuerza o la violencia para imponer cambios
sociales. La fuerza de los ciudadanos radica en ser una pura fuerza de opinión,
manteniéndose fieles al principio del “no matarás”.
Si queremos fortalecer la fuerza de la opinión civil, tenemos que desalentar
las posibilidades de una oposición armada. Pues mientras la fuerza de opinión
es un fenómeno de mayorías, las disidencias armadas suelen ser fenómenos
de minorías mesiánicas que quieren imponerle a los demás sus ideas totali-
tarias. La profundización del pluralismo democrático es incompatible con la
existencia de grupos armados, de izquierda o de derecha, que convierten en
objetivo militar a los exponentes locales de la democracia.
Así como a las Fuerzas Armadas se les impide ser deliberantes, a los
deliberantes se les debe impedir estar armados. Aceptar de entrada una califi-
cación bondadosa para el delito político, es perdonar de antemano a quienes

124
Caducidad del delito político

desconocen este límite básico de toda democracia. Si existió alguna benevo-


lencia para justificar a los ideólogos y reformadores sociales que se permiten
derramar sangre para imponer sus ideas, es hora de censurarlos, tanto como a
aquellos militares que abandonan su papel profesional para ideologizar el uso
de las armas, poniéndolas al servicio de doctrinas totalitarias. Nada más peli-
groso que un intelectual improvisándose como militar con métodos sangui-
narios; nada más indeseable que un militar dejándose seducir por teorías
políticas y sociales que desconocen los resortes de la pluralidad democrática.
Justificar la existencia del delito político es tornar vana e insulsa esta frontera
constitutiva de la democracia.

Contexto político del país


Si algo define a la Colombia de hoy es la denominación de democracia
amenazada. Nadie puede negar el enorme esfuerzo que hemos hecho por
mantener la continuidad institucional y por profundizar la democracia. La
Constitución del 91 hace énfasis en la defensa de los derechos fundamentales
y la participación ciudadana, señalando como horizonte el pluralismo político.
Existe un consenso fundamental sobre la validez de la democracia, defendido
con celo por los diferentes sectores de la nación.
Esta democracia en proceso de profundización se consolida en medio de
una amenaza armada, por parte de grupos ilegales de izquierda y de derecha
que se financian con el narcotráfico, el secuestro y otras actividades ilícitas.
Dichos grupos han convertido en objetivo militar a las autoridades locales y
regionales, mientras tratan de imponer un orden autoritario en las regiones
donde alcanzan influencia. Para enfrentarlos, este gobierno ha puesto en
marcha una política de Seguridad Democrática que tiene como pilares centrales
la defensa de los derechos ciudadanos y la consolidación del pluralismo polí-
tico. Política que busca recuperar la autoridad legítima sin caer en excesos
autoritarios. Frente al autoritarismo de los grupos armados ilegales que buscan
imponer su hegemonía del terror, reivindicamos la pluralidad propia de una
sociedad democrática que recupera el orden, a la vez que profundiza la justicia
y la libertad.
Es un orgullo para los funcionarios del actual gobierno que haya sido
bajo esta administración, que la izquierda democrática, férrea opositora del
presidente Uribe, se haya consolidado en firme como alternativa de poder y
accedido, por primera vez, a la alcaldía de Bogotá –segundo cargo más impor-
tante de la nación–, para mostrar solo un ejemplo. Bien ha dicho el presidente

125
Crímenes altruistas

que durante este gobierno hemos pasado de las garantías retóricas a las reales,
pues los logros de la Seguridad Democrática pueden medirse por el fortaleci-
miento de las garantías a la oposición.
Fiel a su talante liberal, el presidente Uribe ha dejado la puerta abierta
a una salida dialogada con los grupos armados ilegales, ratificando nuestro
compromiso con la recuperación de la autoridad democrática y el imperio de
las instituciones y la legalidad. No quiere decir que les concedamos legiti-
midad alguna, porque entendemos una realidad histórica y sociológica, que
ha llevado a miles de compatriotas a vincularse a dichos grupos en medio de
la espiral de violencia que hemos vivido en los últimos años. Nuestra lucha
contra el terrorismo no es fundamentalista ni dogmática. Si los terroristas se
muestran dispuestos a abandonar sus métodos violentos, estamos dispuestos a
explorar caminos para su plena reincorporación a la civilidad.
Tanto a guerrilleros como a paramilitares se les ha dejado abierta la puerta
del diálogo. No nos desgastamos en esa estéril discusión que considera noble
el delito cometido por los guerrilleros, pero censurable el cometido por los
paramilitares. Para nosotros no hay delitos de primera y segunda categoría.
Todos los delitos son condenables. Tanto los de la guerrilla, como los de las
autodefensas. Unos y otros, interfieren con el normal funcionamiento de
nuestro orden constitucional y legal. Unos y otros, amenazan nuestra demo-
cracia. Para unos y otros, debemos buscar mecanismos de reincorporación
a la civilidad, siempre y cuando muestren su disposición para abandonar la
violencia e integrarse al seno de la democracia.

Del delito político a los beneficios por reincorporación


Este gobierno impulsó en el Congreso la reforma a la antigua ley 418 que
establecía como requisito para entablar conversaciones con grupos armados
ilegales, que el Presidente de la República les reconociera carácter político.
Nos parece degradante e inconveniente que el jefe de estado, sin ninguna
contraprestación por parte de los ilegales, les conceda estatus político, pues
es tanto como reconocer que en Colombia existen dos tipos de organizaciones
políticas: las que están sometidas a la ley, y las de aquellos que pueden matar
y secuestrar para cumplir sus propósitos.
Mantuvimos, sin embargo. la atribución del presidente para adelantar
diálogos y acuerdos con grupos guerrilleros y de autodefensas en procura de la
paz nacional. Igualmente, la posibilidad de conceder indultos y amnistías para
los llamados delitos políticos. El mismo gobierno, para dar piso jurídico sólido

126
Caducidad del delito político

a los procesos de desmovilización de las autodefensas, ha impulsado la tipifi-


cación del comportamiento delictivo de los miembros de estos grupos como
una modalidad de la sedición, lo cual no puede confundirse con la concesión
del estatus político a las autodefensas, pues se trata de un requisito eliminado
de la ley colombiana que no estamos interesados en revivir.
En esta decisión nos ha movido el interés pragmático de facilitar la rein-
corporación a la civilidad de miembros de estos grupos armados ilegales,
que pueden ser perdonados por haber incurrido en concierto para delinquir,
porte ilegal de armas y uso de prendas privativas de las fuerzas armadas. Pero
como de manera expresa se dice en la Constitución que dicho beneficio sólo
se puede conceder al delito político, para dar soporte legal a nuestra tarea de
paz, hemos impulsado en el Congreso esta clarificación jurídica, sin la cual el
proceso que adelantamos con las autodefensas y, en especial, los beneficios de
resolución inhibitoria o indulto para los miembros de base de estas organiza-
ciones, podrían correr el peligro de ser impugnados.
Al tipificar como sedicioso al miembro de las autodefensas, estamos
describiendo con exactitud su actividad delictiva, que no es otra que interferir
con el normal funcionamiento del orden constitucional y legal, disputándole al
estado el monopolio de las armas y la justicia. Este intento de suplantar la auto-
ridad es entendido en la legislación colombiana como delito político, suscep-
tible por tanto de indulto o amnistía. Para nosotros bastaría con que se consig-
nara en la ley la potestad de conceder un beneficio judicial para guerrilleros o
paramilitares desmovilizados, que no estén comprometidos en delitos atroces
o cuyas acciones ilegales no hayan comprometido el bienestar de particulares.
Pero tenemos que someternos al orden vigente, y por tal motivo, aclarar que
dichas personas incurren en delito político, a fin de poder recibir tal beneficio.
En otras palabras, nos acogemos al orden constitucional y jurídico actual, para
avanzar en las tareas de reincorporación a la civilidad y consecución de la paz,
pero a la vez señalamos que dicho marco debe ser revisado a fin de conseguir
el mismo objetivo, sin necesidad de caer en la tradición caduca de conceder
una dignidad especial al delito político.
Es por eso que el gobierno ha anunciado, de manera simultánea, su interés
por eliminar del ordenamiento constitucional y legal colombiano, el delito
político. Muchos han dicho que existe una contradicción entre calificar a los
miembros de las autodefensas como sediciosos y llamar a la eliminación del
delito político. ¿Será, como han dicho algunos, que queremos abrir una puerta
para la reinserción a la vida civil de las autodefensas y después cerrársela a la

127
Crímenes altruistas

guerrilla? ¿O que se trata de una estrategia guerrerista de la actual administra-


ción? ¿Es acaso imposible adelantar diálogos con grupos armados ilegales, si
eliminamos de la Constitución y la ley el concepto de delito político?
Digamos, en primer lugar, que así como la eliminación del requisito de
reconocimiento político a los grupos armados ilegales, impulsada por este
gobierno, no ha impedido hasta la fecha adelantar con ellos diálogos para su
retorno a la democracia, la eliminación del delito político del orden consti-
tucional no impide que se mantengan disposiciones legales para indultar o
amnistiar a aquellos ciudadanos que han incurrido en delitos contra el régimen
constitucional y legal. Mantener abierta una puerta pragmática a la reconci-
liación nacional, no quiere decir que sigamos dando estatus y categoría al
delincuente político.
Nuestra propuesta se orienta a eliminar el rango constitucional que tiene el
delito político, para limitarlo a una simple figura del Código Penal. Bajo esta
nueva perspectiva entendemos el delito político no como ese delito altruista,
ambiguo e indefinido, que se menciona en nuestra Carta Magna, para conce-
derle beneficios, sino como un tipo delictivo del Código Penal que se define,
de manera objetiva, por el bien jurídico que se pretende proteger, que no es otro
que el bien político de la autoridad legítimamente constituida. El delito político,
llámese rebelión, sedición, conspiración o asonada, debe entenderse, simple y
llanamente como un delito consistente en el concierto para delinquir, que tiene
como propósito derrocar la autoridad o interferir con su ejercicio, afectando de
esta manera el cabal funcionamiento del régimen constitucional y legal.
Quede claro que este delito debe ser en principio duramente castigado, ya
que afecta la esencia de la democracia. Sin embargo, por consideración a la
realidad histórica y sociológica que vive el país, de manera simultánea con la
eliminación de cualquier referencia al delito político dentro de la Constitución
y la ley, podríamos mantener de manera transitoria unas facultades en manos
del ejecutivo para que se indulte a quienes, habiendo cometido delitos contra
el régimen constitucional y legal, se muestran dispuestos a reincorporarse a la
civilidad. Tal facultad podría incorporarse a una legislación transitoria, como
es el caso de la antigua ley 418, prorrogada por la actual 782 de 2002, y cuya
continuidad debe ser discutida en el 2006 por el Congreso, dado que dichas
normas sólo tienen vigencia hasta finales de ese año. Tanto las normas de la
actual ley 782 como las facultades especiales para conceder indulto, única
y exclusivamente por delitos cometidos contra el régimen constitucional y
legal, podrían extenderse por un período corto, a definir, mientras se conso-

128
Caducidad del delito político

lida la normalización del país, tal como ha sucedido varias veces con la ley de
orden público a la que hemos hecho referencia.
Al eliminar el concepto de delito político y reemplazarlo por el de delito
contra el régimen constitucional y legal, logramos una definición positiva
de este delito, limitándolo al intento de derrocar o suplantar la autoridad
mediante la conformación de grupo armado ilegal de guerrilla o autodefensas,
el uso de prendas privativas de las fuerzas armadas y el uso ilegal de armas.
Este es por demás el único delito que puede perdonar el estado, pues se trata
de un típico delito contra él, ya que la víctima es la autoridad legítima en
cuanto investida, por el pueblo o la ley en dicha condición. Si se incurriese
en homicidio, robo, secuestro, masacre o cualquier otra modalidad delictiva
tipificada en el Código Penal que afecte los intereses de particulares, es claro
que el delincuente no puede ser perdonado por el estado, debiendo adelantarse
un proceso judicial que asegure la cabal reparación de las víctimas. De allí
que para delitos diferentes a los que afectan al normal funcionamiento del
régimen constitucional y legal, consideramos necesario la aplicación de un
instrumento como la ley de Justicia y Paz, que les permite a los miembros de
grupos armados ilegales que contribuyan a la paz nacional, recibir beneficios
jurídicos, siempre y cuando hayan sido juzgados por autoridades judiciales,
pagado un mínimo de pena privativa de la libertad y las víctimas hayan sido
reparadas integralmente.
En conclusión, insistimos en quitar al delito político rango constitucional
y carácter altruista, para convertirlo en un tipo delictivo definido de manera
positiva y sin ambigüedad dentro del Código Penal. Como tipo delictivo, lo
caracterizamos en relación con el bien jurídico que se afecta con su comisión,
denominándolo, de manera escueta como delito contra el régimen constitu-
cional y legal. Al describir la conducta del delincuente, afirmamos de manera
expresa que se trata del intento por derrocar o suplantar la autoridad, sin que
pueda existir conexidad alguna con otros delitos que afectan intereses particu-
lares. No obstante la gravedad de este delito, por atentar contra la esencia de la
democracia, consideramos pertinente mantener una legislación transitoria que
permita al ejecutivo conceder indultos, transitorios también, a estos delitos, de
forma similar a las facultades transitorias consignadas en la ley 782. Y decimos
de manera transitoria, porque el horizonte es eliminar por completo el trata-
miento bondadoso que en la actualidad reciben quienes pretender derrocar o
suplantar a las autoridades legítimas, someter por el terror a los ciudadanos
o matar a los policías y soldados de la patria. Nuestra actitud comprensiva y

129
Crímenes altruistas

abierta hacia la reconciliación, no puede convertirse, como sucede en la actua-


lidad, en una incitación al delito más grave que pueda cometer una persona en
su condición de ciudadano: el de atentar con las armas contra la esencia de la
legalidad democrática.

El debate continúa abierto… Muchas gracias.

17 de junio de 2005
Fuente: www.altocomisionadoparalapaz.gov.co/noticias/2005/febrero/feb_26_05.htm

130
Dos Sentencias de la Corte Constitucional

SENTENCIA N°. C-009/95


REF.: Expediente No. D-630

Demanda de inconstitucionalidad de los artículos 1o. y 2o. (parciales) del


Decreto 1857 de 1989, y los artículos 128, 130 y 131 (parcial) del Decreto 100
de 1980 (Código Penal).

Actor: Alexandre Sochandamandou

Magistrado Ponente: Dr. Vladimiro Naranjo Mesa

Tema: Rebelión, sedición, asonada y conspiración.

Santafé de Bogotá, D.C., diecisiete (17) de enero de mil novecientos


noventa y cinco (1995).

I. Antecedentes
El ciudadano Alexandre Sochandamandou, en ejercicio de la acción
pública de inconstitucionalidad, consagrada en el numeral 5o. del artículo 241
de la Constitución Política, demandó la inexequibilidad de los artículos 1o.
y 2o. (parciales) del Decreto 1857 de 1989, y los artículos 128, 130 y 131
(parciales) del Decreto 100 de 1980 (Código Penal).
Admitida la demanda, se ordenaron las comunicaciones constitucionales
y legales correspondientes; se fijó en lista el negocio en la Secretaría General
de la Corporación para efectos de la intervención ciudadana y, simultánea-
mente, se dio traslado al Procurador General de la Nación, quien rindió el
concepto de su competencia.
Una vez cumplidos todos los trámites previstos en el artículo 242 de la
Constitución Política y en el Decreto 2067 de 1991, procede la Corte a resolver
sobre la demanda de la referencia.

131
Crímenes Altruistas

II. Texto de la norma acusada


El tenor literal de la norma acusada es el siguiente:

Codigo Penal

Decreto 100 de 1980

Artículo 125.- REBELIÓN. (Modificado D.L. 1857/89, art. 1o.) Los que mediante el empleo
de las armas pretendan derrocar al gobierno nacional, o suprimir o modificar el régimen
constitucional o legal vigente, incurrirán en prisión de cinco (5) a nueve (9)años y en multa
de cien (100) a doscientos (200) salarios mínimos mensuales.
(La parte resaltada es la que se demanda).
Artículo 126.- SEDICION. (Modificado. D.L. 1857/89, Art. 2o.). Los que mediante el
empleo de las armas pretendan impedir transitoriamente el libre funcionamiento del régimen
constitucional o legal vigentes, incurrirán en arresto de dos (2) a ocho (8) años y multa de
cincuenta (50) a cien (100) salarios mínimos legales mensuales.
(La parte resaltada es la que se demanda).
Artículo 128.- ASONADA. Los que en forma tumultuaria exigieren violentamente de la
autoridad la ejecución u omisión de algún acto propio de sus funciones, incurrirán en arresto
de cuatro meses a dos años.
Artículo 130.- CONSPIRACION. Los que se pongan de acuerdo para cometer delito de rebe-
lión o de sedición, incurrirán por este solo hecho en arresto de cuatro meses a dos años”.
Artículo 131.- SEDUCCION, USURPACION Y RETENCION ILEGAL DE MANDO. El
que, con el propósito de cometer delito de rebelión o de sedición, sedujere personal de las
fuerzas armadas, usurpare mando militar o policial, o retuviere ilegalmente mando político,
militar o policial, incurrirá en prisión de cuatro meses a dos años.
(La parte resaltada es la que se demanda).

III. La demanda
A. Normas Constitucionales que se consideran infringidas
Considera el demandante que las normas acusadas son violatorias del
Preámbulo y los artículos 1o., 2o., 3o., 6o., 9o., 20, 38, 40 numeral 3o., 73,
112, 113 y 116 de la Constitución Política.
B. Fundamentos de la demanda
El demandante parte del siguiente enunciado:
A mi juicio, los rebeldes armados y los asonadores se dividen en dos grupos:

132
Dos sentencias de la Corte Constitucional

1. Los que inspirados en filosofías e ideales políticos altruistas obran en defensa de los predi-
cados constitucionales y luchan contra la injusticia social para el mejoramiento del nivel de
vida del pueblo en general.
2. Los que inspirados en intereses antisociales, ejecutan maniobras armadas desestabiliza-
doras para aumentar –en río revuelto– sus ganancias personales, y los que combinan sus
maniobras armadas con el soborno a los funcionarios del Gobierno para obtener un mayor
poder y lucro.
A los segundos se les debe juzgar como delincuentes concertados cuando cometen delitos
contra la seguridad pública y por todas y cada una de las conductas que se tipifiquen como
delito en el C.P.
A los primeros NO se les debe penalizar, a contrario sensu, el Gobierno –como garante de la
paz nacional– está en la obligación de dialogar con los dirigentes de la comunidad rebelde
para negociar con ellos –dentro de los límites constitucionales– el orden prioritario y el
cronograma conveniente para atender y solucionar las peticiones que demandan.

Afirma el actor que los rebeldes y asonadores actúan guiados por la deses-
peración “de quien ha perdido la esperanza de reivindicar políticamente y por
medios pacíficos y tranquilos sus derechos y garantías constitucionales que en
su criterio hayan desaparecido”.
Estima que el artículo 1o. del Decreto 1857 de 1989, que tipifica el delito
de rebelión, es violatorio del Preámbulo de la Constitución Política, ya que
precisamente la rebelión armada es la vía que el pueblo soberano debe asumir
contra un gobierno de hecho, sea civil o militar, que infrinja sus garantías
constitucionales. Igualmente sostiene que la citada norma acusada viola los
artículos 1o. y 113 de la Carta Política, toda vez que la rebelión armada es la
conducta que debe asumir el pueblo soberano frente a un gobierno que atente
contra el estado social de derecho, la unidad de la República y la democracia
participativa y pluralista. A juicio del demandante ésta es la conducta que se
debe asumir frente a un gobierno que perturbe el normal funcionamiento de
las ramas legislativa y judicial o “incite a la resistencia civil contra alguno de
los poderes que hace posible la existencia del estado social de derecho”.
Dice el peticionario que la rebelión es la vía idónea para combatir un
gobierno que no actúa en aras del interés general, ni mantiene la participación
en condiciones de igualdad de los ciudadanos en la vida de la Nación, o que
“sometiera la independencia de sus decisiones políticas en el orden interno,
a los intereses nacionales de otros gobiernos o que en las soluciones de
fuerza utilizara, dentro del territorio nacional, equipo bélico o de inteligencia
(armamento, radares, etc.) operado por efectivos del ejército de otro país o
se apoyara en sus operaciones militares contra nacionales colombianos, en la
participación directa de fuerzas militares o policíacas extranjeras”.

133
Crímenes Altruistas

“La función prioritaria del gobierno –dice el actor–, NO es defender


la C.N. sino cumplirla, mientras que la función primordial del pueblo SI es
defender la C.N. para hacerla cumplir.”
Estima el demandante que los rebeldes armados únicamente cometen delitos
cuando en sus acciones violen los derechos humanos, atenten contra la riqueza
económica del país o contra la vida, honra y bienes de la población civil.
En relación con el artículo 128 del Código Penal, considera que es viola-
torio de los artículos 3o. y 6o. de la Constitución Política, ya que “La asonada
es un derecho al que, para hacerse escuchar, puede recurrir el pueblo soberano,
que inspirado en filosofía o ideal político altruista, obre en defensa de los predi-
cados constitucionales y luche por el mejoramiento del nivel de vida del pueblo
en general, cuando considere vulnerados sus derechos fundamentales por un
estilo de gobierno que ejecute u omita los actos propios de sus funciones”.
Igualmente, considera el actor que el artículo 130 del Código Penal debe
ser declarado inexequible, toda vez que es violatorio de los artículos 38, 40
numeral 3o. 112 de la Constitución Política, “porque cualquier Gobierno incó-
modo con la oposición y abusando de su poder podría, por motivaciones polí-
ticas, fabricar pruebas idóneas de conspiración para encarcelar a la dirigencia
política de sus opositores adversarios, y maltratarlos y vejarlos y manipular a
los medios de comunicación para, de esta manera, descalificar sus actividades
proselitistas y su proyecto político”.
Asimismo, considera que el artículo 130 del Código Penal viola los artí-
culos 20 y 73 superiores, ya que, según él, quien difunda sus ideas y pensa-
mientos, o desempeñe una actividad periodística, “y por la fuerza de los argu-
mentos que determinaran su oposición al Gobierno, tuviera la mala suerte
de seducir a cualesquier persona de las fuerzas armadas que lo escuchara,
podría ser convicto, con pruebas fabricadas por los funcionarios del estado”.
Manifiesta que se debe declarar también inexequible la expresión “mediante
el empleo de las armas” contenida en el artículo 2o. del Decreto 1857 de 1989,
ya que con ella se excluyen otras conductas que son igualmente atentatorias
contra el régimen constitucional o legal vigente. “Al declarar la inexequibi-
lidad de la parte demandada –dice el demandante– este artículo podrá incluir
otras conductas que tipifican ampliamente este delito, por ejemplo, es sabido
que existen ciertos dignatarios del Estado que, como en la época colonial
cuando se predicaba el ‘se obedece pero no se cumple’, hoy manifiestan con
relativa frecuencia que aceptan las decisiones judiciales pero que no las
comparten”. (resaltado del actor).

134
Dos sentencias de la Corte Constitucional

Concluye el actor que “los actos de fuerza del pueblo (rebelión armada y
asonada) deben interpretarse como un castigo infligido al Gobierno Nacional,
por su negligencia en el cumplimiento de sus obligaciones constitucionales”.

IV. Intervenciones
Del Señor Ministro de Justicia y del Derecho
El señor ministro de Justicia y del Derecho se pronunció sobre la demanda
presentada y solicitó a esta Corporación que se declare la exequibilidad de
las normas acusadas, por considerar, en primera instancia, que la demanda se
dirige únicamente al ingrediente subjetivo de “derrocar al gobierno Nacional”
o la supresión del régimen constitucional vigente y otro descriptivo que sea
mediante el empleo de las armas.
Agrega, que el artículo 128 del Código Penal, tipifica el delito de asonada
cuyo sujeto activo se concreta en varias personas que, en forma tumultuaria,
exigen violentamente de la autoridad la ejecución u omisión de un acto propio
de sus funciones. En este caso sostiene que no se trata –como en la rebelión–
de derrocar al gobierno Nacional ni de impedir su función constitucional o
legal, sino de atemorizar a las autoridades y a los particulares, de trastornar a
la colectividad; de atentar contra la paz y la tranquilidad pública. De allí que la
pena prevista sea considerablemente inferior a la señalada para la rebelión.
Para el señor ministro la demanda se dirige a la totalidad del texto que
compone el tipo penal de un hecho punible de menor entidad. Igualmente
indica, como fundamentos de constitucionalidad, el hecho de que la Carta Polí-
tica señala los mecanismos a través de los cuales los ciudadanos pueden ejercer
su derecho de participación en las decisiones, el cual, por mandato del mismo
Estatuto Superior, se encuentra limitado. A manera de ejemplo, enuncia el artí-
culo 86 de la Constitución, que consagra la acción de tutela; el artículo 87,
la de cumplimiento; el artículo 88, que se refiere a las acciones populares; el
artículo 90, que impone responsabilidad al Estado por los daños antijurídicos
que le sean imputables. Por su parte, agrega el interviniente, el capítulo 1 del
Título IV consagra toda una gama de formas de participación democrática y
el Capítulo 3 del mismo Título, contiene las disposiciones del estatuto de la
oposición, el artículo 374 consagra incluso la posibilidad de reformar la Cons-
titución, procedimiento mediante el cual se podrían modificar aún las bases del
Estado, por una asamblea constituyente o por el pueblo mediante el referendo,
existiendo así en Colombia un régimen democrático y participativo y, es por
esto que la fuerza no se puede estatuir como instrumento de oposición.

135
Crímenes Altruistas

De igual forma señala el señor ministro, disposiciones como el artículo


44 de la Ley Estatutaria por la cual se regulan los estados de excepción en
Colombia, la cual dispone que: “El gobierno no podrá tipificar como delito los
actos legítimos de protesta social (sic), dentro de los estados de excepción”.
Agrega que los modernos mecanismos de participación incluyendo la
subordinación cívica, los derechos de alegar legítima defensa, estado de nece-
sidad, coacción ajena, etc., son contemplados dentro del Derecho Criminal.
De la misma manera indica que en la actualidad, el hombre se ha preocupado
por perfeccionar el ejercicio de los propios derechos desarrollando el prin-
cipio constitucional y legal del debido proceso.
El señor ministro concluye su intervención sosteniendo que el pueblo tiene
derecho a no dejarse discriminar en sus garantías fundamentales; a no ser obli-
gado a actuar por la fuerza; a reclamar por las injusticias o inconsistencias del
gobierno, y a protestar por la ilegitimidad del mismo, pero siempre dentro de
parámetros de racionalidad, proporcionalidad y legalidad. Cita como ejemplo
el hecho de permitirse al indigente o famélico abandonado por la sociedad que
calme los sufrimientos y miserias apropiándose de bienes de terceros y por
ello se creó el estado de necesidad, pero está vedado el tomar el raponazo o
apropiación indiscriminada para satisfacer necesidades individuales.

Del Señor Ministro de Defensa Nacional


El señor ministro de Defensa Nacional se pronunció sobre la demanda
presentada y solicitó a esta Corporación la declaratoria de la exequibilidad
de las normas acusadas, de acuerdo con los argumentos que a continuación
se enuncian.
Sostiene que la presente demanda está encaminada a dejar sin piso jurí-
dico toda la defensa de nuestro sistema de gobierno y régimen constitucional
vigente, por ser los delitos demandados pertenecientes al libro 2o., parte espe-
cial del Código Penal que en su título primero contiene los delitos contra la
existencia y seguridad del Estado, específicamente el Capítulo de la rebelión,
sedición y asonada. Estos son los hechos punibles que la doctrina ha denomi-
nado como delitos políticos, los cuales fueron consagrados para defender el
régimen constitucional vigente y el gobierno legítimamente constituido como
fundamento y consecuencia del Estado democrático liberal, republicano,
unitario, social y de derecho adoptado en los países de corte occidental.
Considera el señor ministro que, dentro de nuestro ordenamiento jurídico
penal vigente, cobra importancia la noción de delito político, toda vez que

136
Dos sentencias de la Corte Constitucional

la Constitución y la ley lo consideran como infracción privilegiada, lo cual


implica una serie de consideraciones especiales a su alrededor, cuales son la
posibilidad de la concesión del beneficio de la amnistía o indulto general,
concedida por la mayoría de los dos tercios de los votos de los miembros de
una y otra cámara y por graves motivos de conveniencia pública; la no extra-
dición de sindicados o condenados por delitos por esta naturaleza y el derecho
de asilo en favor de quienes incurran en ellos.
A juicio del interventor, la tipificación de éste delito garantiza la pací-
fica convivencia ciudadana y el legítimo ejercicio de los derechos políticos,
sociales y culturales de todos los habitantes de todo el territorio nacional.
Además promueve dentro de la más estricta juridicidad la democracia y la
participación dentro de un orden político, económico y social justo, e indu-
dablemente, fortalece la unidad de la Nación y en él se basa el ejercicio de
todos los derechos y obligaciones constitucionales legales vigentes; de hecho,
el interés jurídico tutelado es el orden jurídico constitucional vigente y el
gobierno Nacional legítimamente constituido.
Agrega que si la Constitución proclama principios fundamentales, es
lógico y natural que ella misma contenga unos mínimos de defensa para el
real ejercicio de toda su organización y estructura, de su eficaz funciona-
miento y de su sistema de poderes públicos. Es por ello, que en los artí-
culos 374 a 380 de la actual Constitución proclama su sistema de reforma
como única vía para el cambio institucional a su vez que se consagran como
derechos fundamentales constitucionales la paz y el ejercicio mismo de los
derechos y libertades públicas de los habitantes. Sostiene igualmente que la
vía armada y el desorden institucional están proscritos como mecanismos de
cambio organizacional.
Manifiesta que no se puede declarar inconstitucional una norma por el
simple hecho de suponer situaciones especiales y complejas que con un juicio
subjetivo y parcial conduzca a situaciones extremas que dejen entrever como
consecuencia la impunidad, pues este es un tema de la exclusiva esfera del
derecho penal.
Respecto del delito de sedición señala el señor ministro que el examen
de constitucionalidad se debe hacer teniendo en cuenta todos los argumentos
expuestos anteriormente con relación al delito de rebelión, teniendo como
propósito la ruptura de un régimen legal o constitucional en beneficio de
unos objetivos personalísimos de un sector o grupo inconforme con la normal
ejecución de las competencias atribuidas a los órganos del Estado.

137
Crímenes Altruistas

Concluye el defensor de las normas acusadas afirmando que las preten-


siones de la presente demanda apuntan a dejar sin piso jurídico el sistema de
defensa del orden constitucional, desconociendo que existen muchos meca-
nismos que protegen los derechos fundamentales de los particulares cuando
estos resulten amenazados o vulnerados por acción u omisión de cualquier
autoridad pública; contra la que se puede entrar a reclamar siguiendo el camino
constitucional sin necesidad de imponer de ninguna manera ni legitimar la
fuerza que conlleva a la violencia.

V. Concepto del procurador


El señor procurador general de la Nación se pronunció oportunamente
sobre la demanda de la referencia y solicitó a esta Corporación que se declare
la exequibilidad de las normas acusadas, con fundamento en los argumentos
que a continuación se enuncian.
Considera el jefe del Ministerio Público que “la criminalización del delito
de rebelión atañe, sobre todo, a la proscripción estatal del recurso privado al
medio violencia como instrumento para alcanzar fines políticos, por altruistas
que ellos sean. Así, sostiene que al no criminalizar ni penalizar el recurso
privado a la violencia significa para el orden estatal y constitucional, dar vía
libre a los medios para su propia negación y destrucción”.
Según su criterio, la rebelión sólo puede ser considerada como un derecho
en el momento en que la Constitución deja de existir. “Se trata, ciertamente
de una disposición llamada a realizarse y a tener efectos instrumentales –que
no simplemente simbólicos– cuando la Constitución misma haya perdido su
vigencia fáctica. Hay quienes dicen, en tal sentido, que no se trata de una
verdadera norma jurídica sino sólo de un llamado simbólico de atención, para
conservar viva en la sociedad, la disposición de ánimo para defender las insti-
tuciones demoliberales contra la dictadura”.
Para el procurador “resulta ostensible como una eventual discriminaliza-
ción y/o despenalización del recurso privado a la violencia social y política,
como discriminalización de la rebelión y la asonada, resulta contraria a una
visión del Estado como monopolio legítimo y eficaz de la violencia, de la cual
son expresión los artículos 222 y 216 de la Constitución, y con ello, contrario
así mismo, al derecho a la paz que contempla el artículo 22 de la misma”.
De igual forma, el jefe del Ministerio Público rebate los cuestionamientos
del demandante al monopolio de la fuerza legítima por parte del Estado, y
señala que es precisamente la fuerza un medio específico del poder político,

138
Dos sentencias de la Corte Constitucional

del cual hace uso exclusivo el Estado, toda vez que es el más idóneo para condi-
cionar el comportamiento de los gobernados. “Si bien el resto de los poderes
crea estados de subordinación, sólo el empleo de la fuerza física, en los casos
extremos de amenazas internas o externas contra el régimen instituido, puede
impedir la insubordinación o la desaparición del Estado soberano”. Pese a lo
anterior, señala que dicho poder, pese a ser exclusivo del Estado, encuentra
sus límites en una normatividad, que a la vez lo legitima.
Señala también que la figura de la legítima defensa no tiene aplicación en
el campo político de la rebelión ya que, “si bien es una disposición de la fuerza
por el particular para proteger un bien jurídico (la vida, la propiedad) inmi-
nentemente amenazado, no conlleva a los propósitos estratégicos del desver-
tebramiento del orden constitucional, ni la consecuente planeación propias
de la rebelión, lo cual supone una deliberada estructuración del proceso de
agresión contra el Estado. En esto último radica la sustancial diferencia entre
la rebelión y la legítima defensa, en tanto ésta última, supone por el contrario,
una reacción inmediata ante una amenaza actual contra un bien jurídico”.
Concluye el señor procurador afirmando que las normas acusadas tienen
su fundamento en el Capítulo 1 del Título VII de la Constitución Política, el
cual se refiere a la fuerza pública. Señala que allí “queda en forma incon-
trastable establecido que el uso de la fuerza es atribución privativa del poder
público y por tanto, no puede existir fuerza legítima distinta de las institucio-
nalizadas por el ordenamiento superior, bajo el pretexto de fines altruistas”.

VI. Consideraciones de la corte


1. Competencia
Por dirigirse la demanda contra una disposición que hace parte de un
decreto con fuerza de ley, es competente la Corte Constitucional para decidir
sobre su constitucionalidad, según lo prescribe el numeral 5o. del artículo 241
de la Constitución Política.

2. La materia
Dado que, de una parte, la argumentación esgrimida por el demandante
no se basa en fundamentos de índole jurídica surgidos del cotejo de las normas
acusadas con otras supuestamente contrarias de la Constitución Política, sino en
situaciones meramente hipotéticas, y que, por otra parte, la normatividad acusada
se encuentra prescrita bajo el contexto del Estado de Derecho vigente, la Corte no
considera del caso entrar a analizar las circunstancias bajo las cuales puede confi-

139
Crímenes Altruistas

gurarse el derecho a la rebelión, tal como lo han reconocido y estudiado diversas


e importantes corrientes filosóficas a través de los tiempos, y como está expresa-
mente reconocido en la actualidad en el Preámbulo de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948. En consecuencia, considera la Corte que la
inconsistencia de los argumentos esgrimidos por el acusado, la releva de entrar en
tales consideraciones en la presente Sentencia. Sea como fuere, lo cierto es que,
la rebelión no puede justificarse dentro del marco de un Estado de Derecho.
El Estado de Derecho tiene sus propios mecanismos de conservación,
distintos a los de la rebelión, la sedición y la asonada. Es ilógico pensar que
pueda legitimarse una actitud de fuerza contra los instrumentos racionales y
razonables que la humanidad ha puesto al servicio de la paz perpetua, en el
seno mismo del Estado racional, es decir, del Estado inspirado en la ratio iuris.
La fuerza la tiene la misma sociedad en forma de Estado, por lo tanto no hay
por qué dividir esa fuerza y desproporcionar la expresión de una oposición,
empleando para ésta la ofensiva armada, que en última instancia afecta al
pueblo jurídicamente organizado. En aras del orden no puede introducirse su
antinomia: el desorden. En aras de la paz no puede legitimarse la violencia,
porque el fin siempre exige medios proporcionados a él. En el marco cons-
titucional de un Estado donde existen instrumentos idóneos para expresar la
inconformidad como son el estatuto de la oposición, la revocatoria de mandato,
el principio de la soberanía popular, el control de constitucionalidad, la acción
de tutela, las acciones de cumplimiento y las acciones populares, entre otros,
no hay motivo razonable para señalar que es legítima la confrontación armada
y mucho menos actitudes violentas de resistencia a la autoridad. Los correc-
tivos a las fallas en el manejo del poder político tienen que ser de derecho
y no de hecho. La vía de hecho no puede, bajo ningún aspecto, conducir al
restablecimiento del orden, no sólo por falta de legitimidad in causa para ello,
sino porque siempre es, dentro del Estado de Derecho, un medio inadecuado,
desproporcionado y generador de desorden.

3. El caso concreto
Por las razones anteriormente expuestas, la Corte considera que los
motivos aducidos por el actor carecen de consistencia jurídica, pues jamás la
fuerza puede ser factor de legitimidad, sino más bien un elemento de defensa
de ésta. Las pretensiones del demandante son injustificadas, por cuanto la
vigencia del Estado de Derecho suprime las causas de la rebelión legítima, y
cesando la causa desaparece el efecto. Es así como las garantías constitucio-

140
Dos sentencias de la Corte Constitucional

nales que tienen todos los habitantes en el territorio del Estado colombiano,
hacen que no tenga principio de razón suficiente una rebelión en nuestro
sistema democrático, en el que prevalece el interés general en busca del bien
común y del orden social justo. Hay cauces jurídicos para expresar la incon-
formidad, y sistemas eficaces de control político, propios de una democracia
participativa y fundada en el pluralismo.
Los artículos demandados tipifican los llamados delitos políticos. Sobre
su naturaleza, ha dicho la Corte Suprema de Justicia lo siguiente:
Comparte la Sala el criterio de su colaborador fiscal sobre que el delito político tiene que
serlo objetiva y subjetivamente: la expresión así lo indica, esto es, que el bien, interés o
derecho jurídicamente tutelado en las ocurrencias en que acontece es lo político, vale decir,
la organización del Estado, el buen funcionamiento del gobierno; y, además, los móviles que
deben guiar al delincuente tienen que ser, consecuencialmente, los de buscar el mejoramiento
en la dirección de los intereses públicos. Tal es el sentido natural y obvio del vocablo.
Mas, también ese es el sentido obvio y natural de las expresiones que la ley emplea para
consagrar los delitos políticos, cuando requiere el propósito específico de derrocar al gobierno
legítimo, o de cambiar en todo o en parte el régimen constitucional existente, o de impedir
el funcionamiento normal del régimen constitucional o legal vigentes, o de turbar el pacífico
desarrollo de las actividades sociales. Y eso es lo que en forma patente acredita también la
circunstancia de que las infracciones comunes que se realicen durante un movimiento subver-
sivo, tales como incendio, homicidio y lesiones causadas fuera de un combate y, en general,
los actos de ferocidad y barbarie, se sancionan por separado, acumulando, por excepción, las
penas (artículos 188 del código de justicia militar y 141 y 143 del código penal).

El delito político es aquel que, inspirado en un ideal de justicia, lleva a sus


autores y copartícipes a actitudes prescritas del orden constitucional y legal,
como medio para realizar el fin que se persigue. Si bien es cierto el fin no justi-
fica los medios, no puede darse el mismo trato a quienes actúan movidos por
el bien común, así escojan unos mecanismos errados o desproporcionados, y a
quienes promueven el desorden con fines intrínsecamente perversos y egoístas.
Debe, pues, hacerse una distinción legal con fundamento en el acto de justicia,
que otorga a cada cual lo que merece, según su acto y su intención.

3.1 Las normas acusadas


3.1.1 La rebelión
Cabe anotar que el texto acusado (Art. 125 del Decreto 100 de 1980)
confunde rebelión con revolución, pues modificar el régimen constitucional o
legal vigente implica una actitud revolucionaria. Al respecto, conviene aclarar
dos cosas: primera, no puede abarcar el género revolución ni el género rebe-
lión, sino solamente las modalidades no ajustadas a derecho, es decir, las que

141
Crímenes Altruistas

no cumplen con los requisitos concurrentes enunciados; segunda, se refiere


exclusivamente a la rebelión armada y por ende también a la revolución
armada, sin principio de legitimación in causa, estudiada. Bajo esta interpre-
tación, se procederá a declarar su exequibilidad.

3.1.2 La sedición
La sedición implica una conducta antijurídica, por cuanto impide que
los poderes públicos cumplan su función constitucional, bien sea de una ley,
sentencia, decreto o cualquier otra medida obligatoria. Se trata de impedir el
funcionamiento del orden jurídico, mediante la coacción armada.
Mediante la sedición ya no se persigue derrocar al gobierno nacional, ni
suprimir el régimen constitucional o legal vigente, sino perturbar la operati-
vidad jurídica; desde luego esta conducta tiene que ser tipificada, por cuanto
en un Estado de Derecho es incompatible la coexistencia de dos fuerzas
armadas antagónicas, y, además, como se ha dicho, no puede legitimarse la
fuerza contra el derecho.
Es común la concurrencia de la rebelión y de la sedición, por cuanto
ambos son delitos políticos, y requieren de grupos de personas como agentes;
además suponen el levantamiento armado. Sin embargo, cabe hacer entre los
dos tipos penales, una diferencia: la rebelión, propiamente hablando, busca
una sustitución de la clase dirigente, total o parcialmente. (Si lo que se intenta
es el cambio de sistema, se está en presencia de una revolución). En cambio,
la sedición ataca la operatividad de los poderes públicos, impidiendo el desa-
rrollo constitucional o legal.
Dentro de un régimen de garantías individuales y sociales, como el
nuestro, no tiene cabida, en absoluto, la sedición, porque sería legitimar una
conducta que hace inoperante la finalidad misma del Estado, y es inconce-
bible consagrar el reconocimiento de un derecho que va en contra de un deber
fundamental y prevalente.
Las mismas observaciones hechas sobre el artículo anterior, son válidas
en este evento. Aquí la diferencia es temporal, pues se refiere a la transito-
riedad de la acción y del efecto.

3.1.3 La asonada
Como lo sostiene el tratadista Luis Carlos Pérez, el delito de asonada
tiene modalidades que aparentemente lo distinguen de los políticos, porque
si éstos radican en el ataque al orden legal establecido, o a los actos de sus

142
Dos sentencias de la Corte Constitucional

representantes, “no se ve cómo los amotinados puedan cometerlos amena-


zando a los particulares. Sin embargo hay que tener en cuenta que la Constitu-
ción ampara la tranquilidad colectiva y que todo ataque contra ella afecta sus
normas previsoras. Además, no puede decirse que la acción correspondiente
constituya delito común”. Agrega el autor citado:
En cualquier caso la asonada tiene un carácter más restringido y a veces particular. Su objeto
no es el ordenamiento jurídico nacional, ni el poder supremo, ni el desconocimiento de
alguna providencia, sino la ruptura de la normalidad social en muchos lugares a la vez o en
uno solo. Es decir, que puede tener caracteres nacionales, regionales o locales.

El artículo 128 de la ley sub examine tipifica no la simple reunión o


tumulto, sino que especifica más aún la conducta, pues proscribe la exigencia
violenta, lo cual es apenas obvio, ya que dentro de un Estado de Derecho no
se puede tolerar el empleo de la violencia –que es la situación resultante de
la negación del derecho–. ¿Cómo puede un Estado de Derecho permitir las
vías de hecho? ¿Cómo legitimar actos por fuera de los cauces que la Consti-
tución brinda para restablecer el orden, cuando éste, por algún motivo, no está
incólume o funcionando? La asonada, además, presenta varios inconvenientes
jurídicos, en estricto sentido, a saber:
Por un lado, no tiene razón de ser, por cuanto con la consagración cons-
titucional de la democracia participativa, con mecanismos eficaces para ello,
no hay cabida para generar el desorden, a través de la asonada, lo cual impide
la misma participación ciudadana institucionalizada. También contradice uno
de los fines del Estado, como lo es el orden político, social y económico justo.
La asonada, al impedir la tranquilidad, priva a los miembros de la sociedad
civil de uno de sus derechos fundamentales, cual es la tranquilidad, además de
desvertebrar la seguridad; al hacerlo, es injusta, luego tal conducta es incom-
patible con el orden social justo. Admitiendo, en gracia de discusión, que se
trata de la expresión contra una injusticia, no hay legitimación in causa para la
violencia, pues la justicia no admite como medio idóneo para su conservación
su antinomia, es decir, la injusticia. Finalmente, contra la tranquilidad ciuda-
dana no hay pretensión válida ya que los ataques a la población civil están
expresamente prohibidos por los convenios de Ginebra de 1949.

3.1.4 Conspiración y seducción


Los artículos 130 y 131 acusados son apenas una extensión necesaria de las
anteriores disposiciones encontradas exequibles por esta Corporación. Así, el

143
Crímenes Altruistas

artículo 130 consagra una de las formas lógicas de prevenir el delito al tipificar
la preparación de éste. Obviamente si se penaliza el fin, también los acuerdos
ordenados por los agentes para su consumación deben castigarse, por cuanto
son unas conductas antisociales y desestabilizadoras del orden público.
En cuanto al artículo 131, encuentra la Corte que sería absurdo que el
Estado permitiera que se adelantara una labor de propagación del delito dentro
de sus Fuerzas Armadas, que tienen una finalidad muy clara de asegurar el
orden y mantener las libertades públicas, aún con la fuerza. ¿Qué razón jurí-
dica puede aducirse para permitir que se haga la apología del delito y seduc-
ción hacia él con el personal de las Fuerzas Armadas? La tipificación del artí-
culo 131 acusado es apenas la consecuencia lógica de mantener la paz pública
y asegurar los derechos de los asociados; que esperan una garantía plena y
total en sus Fuerzas Armadas.
El propósito, se repite, es el de la rebelión y sedición ilegítimas y armadas.

4. Razón de ser de las disposiciones acusadas: en el Estado de Derecho el


poder público es el monopolizador de la coerción material
El Estado moderno, que se configuró a partir de los Siglos XV y XVI,
al producirse el desplazamiento de ciertas funciones básicas que antes eran
detentadas por los diversos estamentos, a manos de una autoridad central, no
es compatible con la dispersión de la fuerza. Una de las funciones naturales
del Estado es la de protección y seguridad de los asociados (Cfr. art. 2 C.P.),
la cual se logra mediante los sistemas de coerción material: fuerza armada
institucional, policía, sistema carcelario y penitenciario, jueces y tribunales.
Así, una de las características del poder público en el moderno Estado de
Derecho es el de detentar exclusivamente los medios de coerción material,
con lo cual se garantiza que las reglas de derecho sean cumplidas por todos
los asociados.
Como consecuencia de lo anterior, por una parte sólo el Estado puede
poseer fuerzas armadas y, por otra, sólo él puede administrar justicia. Lógica-
mente, de acuerdo con este argumento, carecen de legitimidad los llamados
grupos de autodefensa armada, por cuanto en realidad constituyen un para-
militarismo, incompatible con la estructura del Estado de Derecho. Tanto las
fuerzas armadas –incluyendo en éstas a la policía y a los organismos de segu-
ridad–, como los tribunales y juzgados, son instituciones políticas que hacen
parte del poder público; su formación, estructura, funciones y, en general, su
organización básica, deben estar debidamente consagradas en la Constitución.

144
Dos sentencias de la Corte Constitucional

Por otra parte, el Estado no debe tolerar la existencia de grupos o sectores


armados por fuera de los ejércitos regulares y demás instituciones oficiales de
defensa. La existencia, pues, de grupos paramilitares o de autodefensa, o de
cuadrillas armadas, implica una amenaza contra la estabilidad institucional y
un desconocimiento del Estado de Derecho.
Es por lo anterior que esta Corporación procederá a declarar la exequibilidad
de los artículos demandados, por no reñir con el espíritu de la Carta Política.

Decisión
En mérito de lo expuesto, la Sala Plena de la Corte Constitucional, oído el
concepto del señor Procurador General de la Nación y cumplidos los trámites
previstos en el decreto 2067 de 1991, administrando justicia en nombre del
pueblo y por mandato de la Constitución,

Resuelve:
Primero.- Declarar EXEQUIBLES los artículos 1o. y 2o. (parciales) del
Decreto 1857 de 1989, y los artículos 128, 130 y 131 (parcial) del Decreto 100
de 1980 (Código Penal).
Cópiese, publíquese, notifíquese, comuníquese al Gobierno Nacional,
insértese en la Gaceta de la Corte Constitucional y archívese el expediente.
JORGE ARANGO MEJIA (Presidente)
ANTONIO BARRERA CARBONELL
EDUARDO CIFUENTES MUÑOZ
CARLOS GAVIRIA DIAZ
JOSE GREGORIO HERNANDEZ GALINDO
HERNANDO HERRERA VERGARA
ALEJANDRO MARTINEZ CABALLERO
FABIO MORON DIAZ
Magistrados
VLADIMIRO NARANJO MESA (Magistrado Ponente)
MARTHA VICTORIA SACHICA DE MONCALEANO (Secretaria General)

Fuentes: www.minjusticia.gov.co Mayo 24 de 2005


http://web.minjusticia.gov.co/jurisprudencia/CorteConstitucional/1995/Constitucionalidad/C-
009-95.htm

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SENTENCIA C-456/97
REF: Expediente No. D-1615

Demanda de inconstitucionalidad contra el artículo 127 del decreto 100


de 1980 “Por medio del cual se expide el Código Penal”

Demandante: Harold Bedoya Pizarro

Magistrados Ponentes: Doctores. Jorge Arango Mejía y Eduardo


Cifuentes Muñoz

Sentencia aprobada en Santafé de Bogotá, D.C., según consta en acta


número cuarenta y cuatro (44), a los veintitrés (23) días de mes de septiembre
de mil novecientos noventa y siete (1997).

I. Antecedentes
El ciudadano Harold Bedoya Pizarro, en ejercicio de la acción pública de
inconstitucionalidad, presentó demanda contra el artículo 127 del decreto 100
de 1980 (Código Penal), por infringir distintos preceptos constitucionales.
Cumplidos los trámites constitucionales y legales para esta clase de
procesos, procede la Corte a decidir.
Se advierte que la ponencia presentada por el Magistrado, doctor Carlos
Gaviria Díaz, que declaraba exequible la norma demandada, no fue aprobada
por la Sala Plena, y por esto fueron designados los magistrados Jorge Arango
Mejía y Eduardo Cifuentes Muñoz, para redactar la nueva ponencia, acorde
con la decisión de la Sala.

A. Norma acusada
El texto de la disposición acusada es el siguiente:
Artículo 127: Exclusión de pena. Los rebeldes o sediciosos no quedarán sujetos a pena por
los hechos punibles cometidos en combate, siempre que no constituyan actos de ferocidad,
barbarie o terrorismo.

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Crímenes Altruistas

B. La demanda
Según el actor, la norma acusada viola los artículos 9, 93 y 94 de la Cons-
titución, por cuanto desconoce los tratados sobre derechos humanos vigentes
en Colombia, tratados que hacen parte de nuestra normatividad y prevalecen
en el orden interno. Para el demandante, el Estado Colombiano está desco-
nociendo los derechos de los soldados y policías que, en cumplimiento de su
deber constitucional, son dados de baja por grupos subversivos, sin que los
responsables de esos hechos reciban sanción alguna, por estar cobijados por
el beneficio injusto, arbitrario e ilegal que consagra el precepto demandado.
Se infringe igualmente el artículo 2o. de la Constitución, al no proteger el
derecho a la vida de los soldados, como de los terceros, “normalmente humildes
campesinos que han soportado estoicamente el actuar de los ‘rebeldes o sedi-
ciosos’ y a quienes éstos quitan la vida y posteriormente alegan que fue en
combate dejando su conducta en la absoluta impunidad. El artículo 127 del
Código Penal, indiscutiblemente, constituye un estímulo para los ‘rebeldes o
sediciosos’, hoy conocidos como narcoguerrilleros, por cuanto ante la exclu-
sión de pena a que hace relación el mencionado art. 127 del Código penal, los
delincuentes saben que su conducta punible y dolosa no será relevante... La
vida es un derecho inalienable del ser humano y, por lo tanto, quien quite la
vida a un miembro de la Fuerza Pública, así sea en combate, debe responder
por semejante hecho criminoso”.
El artículo acusado, además, establece una discriminación en relación
con los miembros de la Fuerza Pública, al permitir que sean eliminados sin
que los responsables reciban sanción alguna, pues la norma acusada exime a
los rebeldes y sediciosos de cualquier responsabilidad.
Los miembros de la Fuerza Pública están prestando un servicio público y cumpliendo funciones
constitucionales, en tanto que los ‘rebeldes o sediciosos’ forman parte de grupos que se encuen-
tran fuera de la ley y hoy por hoy se dedican al narcotráfico, al terrorismo, al secuestro, a las
torturas y atentan permanentemente contra los derechos fundamentales de los colombianos y
contra el sistema democrático que rige el comportamiento político de la República. La defensa
del sistema democrático es y será prioritaria. Por lo tanto, excluir de pena el asesinato de un
soldado, un policía –incluidos los miembros de la Policía Judicial como el C .T .I . de la Fiscalía
y el DAS– o un campesino, es reconocerle derecho o legitimar grupos armados ilegales, colo-
cando absurdamente en el mismo plano a hombres que se encuentran cumpliendo funciones
constitucionales de salvaguardar la democracia, con grupos fuera de la ley.

Por otra parte, sostiene que se desconoce el derecho al trabajo de los


miembros de la Fuerza Pública, pues es el único oficio donde no existe sanción
para quien de muerte a un trabajador en desempeño de su labor.

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Dos sentencias de la Corte Constitucional

Finalmente, se desconoce el artículo 150, numeral 17 de la Constitución,


pues si se llega a considerar que en la norma acusada se consagra un indulto, éste
sólo correspondía concederlo al Congreso por medio de una ley aprobada por
mayoría calificada, requisito que no cumple el artículo 127 del Código Penal.

C. Intervención ciudadana
1 Coadyuvancias
Dentro del término legal establecido en el decreto 2067 de 1991, se
presentaron varios escritos destinados a coadyuvar la demanda, así :
a) Un grupo de miembros retirados de la Fuerza Pública, encabezados
por Pedro A. Herrera Miranda, afirman que la demanda presentada “es un
paso significativo en la búsqueda de la paz”.
b) El ciudadano Germán G. Flórez Villegas señala que la norma acusada
desconoce el Estado social de derecho al permitir la impunidad de la conducta
de quienes sólo buscan desconocer los derechos y garantías fundamentales de
las personas que no comparten sus fines.
c) El ciudadano Fernando Antonio Vargas Quemba considera que existe
un principio en derecho, según el cual “Toda agresión a un derecho conlleva la
sanción al transgresor y la restitución del derecho o de las cosas a su titular”.
Sin embargo, el precepto acusado permite a los grupos guerrilleros asesinar
y cometer actos delictivos, sin sanción alguna, bajo la errada idea que fueron
cometidos en combate, donde las víctimas quedan en absoluta desprotección,
permitiendo que se fomente la creación de grupos cuyo fin es desestabilizar el
régimen que la Constitución ha establecido.
d) La Asociación Colombiana de Oficiales en Retiro de las Fuerzas Mili-
tares “ACORE”, por intermedio de su Presidente, se limita a señalar que se
incurrió en desviación de poder, al expedir los artículos 127 del Código Penal y
184 del Código Penal Militar, norma que consagra el mismo trato para los mili-
tares que incurran en los delitos de sedición y rebelión, pues no sólo se descono-
cieron los principios y valores consagrados en la Constitución de 1886, vigente
para la época en que se expidieron los artículos mencionados, sino el texto de
los tratados internacionales que Colombia había suscrito hasta entonces.
e) El ciudadano Luis Francisco León Fajardo considera que la norma
impugnada viola los derechos a la vida, a la igualdad y al trabajo, ya que
desconoce “no sólo la vida de los soldados de la patria, sino de terceros,
normalmente humildes campesinos que han soportado los desmanes de los
rebeldes o sediciosos, y a quienes éstos quitan la vida y posteriormente alegan

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Crímenes Altruistas

que fue en combate, dejando su conducta en la más absoluta impunidad....”.


Por tanto, normas como la acusada, no contribuyen a la paz que necesita el
país, porque los rebeldes y sediciosos se amparan en ella, para cometer toda
clase de atropellos contra de la población civil y las Fuerzas Militares, sin
ninguna consecuencia.
Finalmente, solicita a la Corte declarar inexequible no sólo el artículo
acusado del Código Penal, sino el 184 del Código Penal Militar que tiene el
mismo contenido normativo del artículo 127 demandado.
f) El ciudadano Luis Enrique Montenegro Rinco, en su condición de
Director del Departamento Administrativo de Seguridad DAS, afirma que los
valores fundamentales consagrados en la Constitución se dirigen a garantizar
el respeto y la realización de la dignidad humana. Por tanto, “la innegable
permisibilidad que la norma impugnada otorga a los delincuentes, para acabar
con la vida de servidores públicos que tienen la labor encomiable y de tanta
responsabilidad como es la de ofrendar su vida para defender la de los parti-
culares, es un premio que el Estado no puede otorgar a las personas que se
encuentran al margen de la ley....”. Así, el Estado pone en clara desigualdad a
los miembros de las fuerzas militares frente a quienes atentan contra el orden
constitucional, pues legitima los actos dolosos de éstos, generando una clara
e indiscutible impunidad.

2 Impugnaciones
Las siguientes son las intervenciones en las que se solicita la declaración
de exequibilidad de la norma acusada.
a) El ciudadano Juan Manuel Cortés Gaona, manifiesta que al ser
distintos el delito político y el delito común, ellos no pueden ser tratados de
igual manera. Así, corresponde al juez, y no al legislador, determinar la forma
como el precepto acusado ha de aplicarse. Por el contrario, se desconocería
la Constitución, si el texto de la norma acusada estableciera límites o determi-
nara el sujeto activo, o las circunstancias de ocurrencia de los hechos come-
tidos en combate.
b) El Consejero Presidencial para la Paz, Daniel García-Peña Jaramillo,
afirma que a partir de la distinción entre el delito político y el delito común,
es necesario comprender que la existencia de una pena menor para el delito
político, como la relación de conexidad que se establece con otros hechos puni-
bles cometidos en combate, son la demostración del pluralismo político, eje
del tratamiento diferencial que en esta materia ha otorgado el legislador para

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Dos sentencias de la Corte Constitucional

esta clase de delitos. Sin esa conexidad, resultaría imposible el privilegio puni-
tivo para el rebelde, pues al penalizarse los delitos de homicidio, lesiones, etc,
cometidos durante los enfrentamientos armados entre los grupos rebeldes y las
Fuerzas Militares y de Policía, se haría nugatorio el tratamiento punitivo dife-
rencial que se ha establecido en favor de éstos. Además, que en el campo proba-
torio la autoría y otros aspectos de estos delitos, sería de difícil demostración.
Por otra parte, debe distinguirse el tratamiento que el derecho interna-
cional humanitario y el derecho interno dan al derecho a la vida. El primero
parte del reconocimiento del hecho que la guerra, como violación masiva y
sistemática de este derecho –y de los derechos humanos en general–; por
tanto, el derecho a la paz es apenas un postulado, un ‘principio de realización
progresiva’. En el derecho interno, la paz es un hecho y un derecho realizado,
y el fin último es su conservación. Así las cosas, en cada uno de estos sistemas
se apela a distintas estrategias para la protección del derecho a la vida. Pues
las necesidades de la guerra, imponen que su protección en el Derecho Inter-
nacional Humanitario sea diferencial.
De esta manera, la ausencia de punibilidad del homicidio y de otras
conductas producto de la confrontación, es parte esencial de la racionalidad
del Derecho Internacional Humanitario, hecho que se proyecta en el derecho
interno a través de la figura de la conexidad, con excepción de los actos de
barbarie o terrorismo. De esta manera, en virtud del principio de armonización
del Derecho Internacional Humanitario con el derecho interno, es necesario
transformar la no punibilidad de los actos de guerra del Derecho Internacional
Humanitario, en la no punibilidad dentro del derecho interno, de los delitos
conexos con los delitos políticos que se perpetren en combate.
c) El ciudadano Jaime Prieto Méndez, actuando en representación de la
Fundación Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, sostiene que en
el Derecho Internacional Humanitario, “la protección del derecho a la vida
se dirige a la consagración de prohibiciones y obligaciones para las partes
enfrentadas, sea un Estado parte o una parte no revestida de la condición de
Estado, en procura de la protección de los civiles y de los combatientes que
han perdido tal condición por haber sido heridos o capturados”, protección
que difiere de la que se otorga a los que ostentan el carácter de combatientes.
El Derecho Internacional Humanitario prevé un trato especial, en cierta
medida benigno, para quienes se atreven a procurar por vía de las armas,
las transformaciones político sociales que consideran justas, convenientes
o necesarias, (art. 4-4 Convención Americana de Derechos Humanos). Por

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Crímenes Altruistas

tanto, con el mismo razonamiento del demandante, habría que concluir que la
Constitución Política desconoce todos los derechos y garantías, al consagrar
la posibilidad de indultos y amnistías por delitos políticos, pues por medio de
estas figuras, se dejan de sancionar conductas que vulneran bienes jurídicos
como la vida y la integridad personal.
En relación con la presunta violación del derecho a la igualdad, afirma
que los miembros de las Fuerzas militares en razón a la actividad que ejercen,
como personal armado y dispuesto para hacer la guerra, no gozan de la misma
protección de quienes son terceros en la confrontación armada. El Derecho
Internacional Humanitario, por ejemplo, les fija prohibiciones y obligaciones
respecto de la población civil, y sólo, excepcionalmente, cuando pierden su
condición de combatientes, son objeto de protección respecto de la violencia
que contra ellos pueda ejercer el enemigo.
Por tanto, la norma acusada se ciñe a los postulados del Derecho Interna-
cional Humanitario, en el cual no se tipifican como delito común, conductas
que siendo punibles, se cometen en combate.
d) El ciudadano Carlos Alberto Saavedra Waltero, afirma que con la
norma acusada no se quiso conceder privilegios o derechos a las organiza-
ciones que pretenden manifestar su inconformidad con el Estado, sino permitir
la creación de movimientos que desarrollen actividades orientadas a modificar
el statu quo imperante.
Al analizar la norma demandada, explica que el legislador buscó bene-
ficiar a los delincuentes políticos, pues los hechos punibles cometidos en
combate, no pueden ser calificados y considerados como entidades punitivas
independientes a la rebelión y sedición.
La misma Constitución consagra esa especial protección para los delin-
cuentes políticos, al consagrar la facultad del Congreso de conceder amnistías
e indultos
El artículo 127 expresa toda una tradición jurídica, que tiende a la protec-
ción de las ideas democráticas, como expresión suprema de la práctica de las
libertades individuales y públicas.
e) Un grupo de ciudadanos encabezados por Rafael Barrios Mendivil,
pertenecientes a distintas organizaciones, a saber: Corporación Colectivo
de Abogados ‘José Alvear Restrepo’, Centro de Investigación y Educación
Popular CINEP, Asociación para la Promoción Social Alternativa MINGA,
Corporación de Servicios Profesionales Comunitarios SEMBRAR, Comité
Regional para los Derechos Humanos CREDHOS, Corporación Jurídica

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Dos sentencias de la Corte Constitucional

HUMANIDAD VIGENTE, Corporación Juan Bosco, Corporación Jurídica


PROCURAR, Fundación Manuel Cepeda, Corporación Jurídica LIBERTAD,
Programa por la Paz, y Fundación para la Defensa y Promoción de los Dere-
chos Humanos REINICIAR, solicitan a la Corte declarar la exequibilidad del
precepto acusado.
Según estos intervinientes, el artículo 127 del Código Penal se ajusta a la
Carta y a los principios y normas que rigen el Derecho Internacional Humani-
tario, pues éste no autoriza los actos de barbarie ni el asesinato de los comba-
tientes fuera del conflicto armado. Así, la norma acusada es clara al establecer
que los hechos punibles que no serán penalizados, son los que se perpetren en
combate, lo que excluye cualquier acto contra las personas que no hacen parte
del conflicto.
La norma impugnada tampoco consagra la pena de muerte, no genera
discriminación alguna, ni viola el derecho a la igualdad, pues “en ningún lugar
de la tierra, se penaliza a los soldados por las bajas que causen en combate.
Solamente se penalizan, incluso con Tribunales Penales Internacionales, los
crímenes de guerra que son los genocidios o matanzas realizadas por los ejér-
citos en el ejercicio arbitrario de la fuerza, eso es diferente a los homicidios
en combate.”
f) Por su parte, el Defensor del Pueblo pide a la Corte que declare
exequible no sólo la norma demandada sino también el artículo 184 del Código
Penal Militar, cuyo texto es idéntico. Este funcionario basa su solicitud en la
distinción existente entre delito político y delito común, frente a los cuales,
la misma Constitución atribuye consecuencias distintas, artículos 35, 150-17,
179-1, 201-2, 232-3, 299-3 y transitorios 18-1 y 30 de la Carta.
Al interpretarse la norma impugnada, debe tenerse en cuenta el Derecho
Internacional Humanitario, en particular, el Protocolo II de Ginebra que
“limita los métodos y medios de guerra utilizados por los combatientes y
otorga protección a las personas y a los bienes que estos conflictos afectan
o pueden afectar”. Derecho éste que por mandato de los artículos 93 y 214-2
prevalece en nuestro ordenamiento.
g) El Fiscal General de la Nación, después de hacer un recuento de los
antecedentes históricos de la norma acusada, dice que ella “plantea el problema
de la conexidad con el delito político, es decir, la rebelión, pero referido no
a la exclusión de responsabilidad, sino a la exclusión de la aplicación de la
consecuencia jurídica por la realización de una conducta típica, antijurídica y
culpable, entiéndase la pena.”

153
Crímenes Altruistas

No se vulnera el Derecho Internacional Humanitario, ni mucho menos el


derecho a la vida, cuando en un conflicto armado los combatientes son dados
de baja, consecuencia propia del conflicto, así lo ha reconocido el Protocolo
II de Ginebra.
El artículo 127 del Código Penal no viola el derecho a la igualdad de los
miembros de la Fuerza Pública en relación con las demás personas que no
realizan su labor, pues su función constitucional y legal los conduce a enfren-
tamientos con grupos rebeldes, actividad riesgosa que puede dar lugar a la
muerte y lesiones entre combatientes, sin penalización alguna.

D. Concepto del Procurador General de la Nación


El Procurador General de la Nación al emitir el concepto correspondiente,
pide a la Corte declarar exequible el artículo 127 del Código Penal, por no
vulnerar norma alguna de la Constitución.
En primer término, señala que a pesar de que la Corte Suprema de Justicia
se pronunció sobre la norma que hoy se demanda, en relación con la Constitu-
ción de 1886, no existe cosa juzgada constitucional, pues es necesario realizar
un análisis de ese precepto frente a la Constitución vigente.
Después de hacer un recuento de las normas que existían antes de expe-
dirse la demandada, concluye que esta última “resulta más técnica en la regu-
lación de las conductas conexas a la rebelión y sedición, en el sentido de
comprender genéricamente delitos y contravenciones; ampliar la noción del
término ‘en combate’, y sancionar autónomamente aquellas conductas que
impliquen actos de ferocidad, barbarie y terrorismo. La norma es acorde con la
ontología del delito político que, como figura antijurídica compleja, en ciertos
eventos, supone la comisión de diversos hechos punibles que participan de
su naturaleza, en cuanto están dirigidos a derrocar el Gobierno, a suprimir o
modificar el régimen constitucional o legal vigente; o a impedir transitoria-
mente el libre funcionamiento de las constituciones jurídicas.”
La Constitución diferencia el delito político del común “a fin de justificar
una punición benigna para el primero en atención a los móviles que inspiran
a sus agentes..... reconoce al delito político un status que permite al legislador
otorgarle un tratamiento punitivo privilegiado que bien puede consistir en la
exclusión de pena para los delitos conexos a la rebelión y sedición, cuando
no impliquen actos de ferocidad, barbarie o terrorismo”. El protocolo II de
Ginebra consagra en el artículo 6-5 un tratamiento penal favorable para los
delitos políticos y conexos, al establecer la posibilidad de su amnistía, sin que

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Dos sentencias de la Corte Constitucional

ello implique desconocimiento de la soberanía estatal, porque su aplicación


no conlleva el reconocimiento de beligerancia de los insurrectos, ni significa
la renuncia a sancionar estos hechos punibles de conformidad con el ordena-
miento punitivo interno.
Agrega que dado que el Protocolo antes citado hace parte del “bloque
de constitucionalidad”, según lo preceptuado en los artículos 4, 93 y 214-2
de la Constitución, sus mandatos se integran a la Carta Política y subordinan
el ordenamiento interno, en particular la legislación penal, que debe estar en
armonía con sus dictados.
Las normas de la Carta y del Derecho Internacional Humanitario justifican plenamente la
exclusión de la punibilidad autónoma para los actos conexos a los delitos políticos, como
quiera que son conductas íntimamente vinculadas con la finalidad perseguida por los rebeldes
y sediciosos..... Frente a la exclusión de la pena o inimpunibilidad, la situación jurídica del
integrante de las Fuerzas Militares y del rebelde en combate es distinta. El primero cons-
titucionalmente está instituído para defender la soberanía, la independencia, la integridad
del territorio nacional y el orden constitucional; el segundo por su lado, está al margen de
la legalidad y por ello no tiene derecho, parafraseando a la Corte, a combatir ni a empuñar
las armas. Así la conducta de aquél en este solo escenario, el combate, puede encontrarse
subsumida en las causales de justificación previstas en el artículo 29 del Código Penal, v. gr.
aquella que descarta la antijuridicidad de los hechos cometidos en estricto cumplimiento de
un deber legal, en legítima defensa; mientras que la del rebelde o sedicioso, en los supuestos
del artículo 127 del Código Penal, da lugar a la exclusión de respuesta punitiva. No se
advierte entonces violación del principio de igualdad, al hallarse uno y otro en supuestos
diferentes no obstante en un momento dado compartir las circunstancias del combate.

Algunos apartes de estos antecedentes, se tomaron de la ponencia presen-


tada por el Magistrado, doctor Carlos Gaviria Díaz.

II. Consideraciones de la Corte Constitucional


Procede la Corte Constitucional a dictar la decisión que corresponde a
este asunto, previas las siguientes consideraciones.

Primera. Competencia
La Corte Constitucional es competente para conocer de este proceso,
por haberse originado en la demanda contra una norma que hace parte de un
decreto con fuerza de ley (numeral 5 del artículo 241 de la constitución).

Segunda. Lo que se debate


A juicio del actor, la norma acusada, al exonerar de pena a los rebeldes y
sediciosos por los hechos punibles cometidos en combate, quebranta diversas

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Crímenes Altruistas

normas de la Constitución, entre ellas éstas: los artículos 9, 93 y 94, rela-


tivos a los tratados internacionales, porque éstos consagran el respeto a la
vida humana; el artículo 2º., porque éste consagra la defensa de la vida y los
bienes y demás derechos y libertades, como función de las autoridades de la
república; el artículo 11, que establece la inviolabilidad del derecho a la vida;
el 13, que consagra el derecho a la igualdad ante la ley, pues ésta se desconoce
cuando se da un trato privilegiado a los rebeldes o sediciosos, al permitirles
que impunemente den muerte a soldados, policías y campesinos; finalmente,
el artículo 25, porque la norma desconoce el derecho al trabajo de policías y
soldados y poner a éstos en situación de desigualdad frente a quienes tienen
otros oficios o profesiones. Algunos de los intervinientes piden que la decla-
ración de inexequibilidad se extienda al artículo 184 del Código Penal Militar
(decreto 2550 de diciembre 12 de 1988), norma exactamente igual a la deman-
dada, pero aplicable a los militares en servicio activo y a los oficiales, subofi-
ciales y agentes de la Policía Nacional.
Se analizarán, en consecuencia, estas dos normas, a la luz de la Constitución.

Tercera. Sentido y alcance del artículo 127 del Código Penal


Dispone el artículo 127 del Código Penal:
Los rebeldes o sediciosos no quedarán sujetos a pena por los hechos punibles cometidos en
combate, siempre que no constituyan actos de ferocidad, barbarie o terrorismo. (Este mismo
es el texto del artículo 184 del Código Penal Militar).

La norma es clara y su sentido no requiere mayores explicaciones. De su


lectura se deduce:
1º. La norma exime de pena a los rebeldes o sediciosos por todos los
hechos punibles cometidos en combate, y sólo los sujeta a la pena por la rebe-
lión o la sedición.
Los hechos punibles cometidos en combate son todos los delitos previstos en
la legislación colombiana. Al respecto escribe el profesor Luis Carlos Pérez:
Deben tenerse en cuenta por aparte los siguientes aspectos: en primer lugar, la norma instituye
una causal de impunidad, cualquiera que haya sido la participación de los distintos agentes,
el lugar donde hayan combatido, su grado de culpabilidad y las circunstancias materiales
en que actuaron. En segundo término, el texto habla de hechos punibles, lo cual incluye los
delitos y las contravenciones. En tercer lugar, se refiere a esos hechos punibles realizados en
combate. Finalmente, exceptúa de la impunidad derivada de las conexidades las conductas
bárbaras, feroces o terroristas. (Derecho Penal, tomo III, pág. 137, Temis, Bogotá, 1990).

156
Dos sentencias de la Corte Constitucional

¿Qué debe entenderse por hechos punibles cometidos en combate? El


Código no los define. El mismo profesor Pérez escribe:
La expresión “en combate” de la ley vigente.- El artículo 127 del Código vigente eliminó
las incertidumbres en la interpretación del concepto. En lugar de “acto de combate” habla de
“hechos punibles cometidos en combate”, lo que pone fin a las discusiones sobre el alcance
del término. Ya no hay que detenerse en el acto, sino en todo el combate, que, claro está,
se integra con muchos y variados actos. El combate ya no está limitado en el tiempo, ni
estacionado en un paraje, una casa, una calle, una aldea, una comarca. Tampoco se reduce
a la agresión corporal directa, ni solo a los disparos que se cruzan los contendientes, sino
que implica multiplicidad de dispositivos para atacar, defenderse, proveerse, desplazarse,
ocultarse, recibir refuerzos. En fin, combate no es solo un corto sondeo táctico, sino también
desenvolvimiento de amplias estrategias. Por lo tanto, tiene escalas, proporciones, diver-
sidad de vecindades, separación y calificación del trabajo, especialidades que cumplen
quienes desempeñan su misión de soldados, y las de quienes carecen de armas pero que se
mantienen al servicio de la insurrección.
Los últimos, dentro de estimativas anticuadas sobre el dinamismo castrense, no estarían en la
refriega. Pero ahora, consultando el texto de la ley, sí son agentes de la acción armada. Todos
componen una unidad. Les pertenecen el éxito y el fracaso. Se les aclama como victoriosos o
se les encarcela como rebeldes. Se les exalta o se les persigue después. El combate gana así
la generalidad que es específica de su naturaleza, en que todo tiende a la interdependencia
del mayor número de comprometidos sin considerar por aparte, con rigorismo exclusivista,
la participación de cada cual.
Si un grupo de rebeldes destruye vehículos en marcha o destinados al aprovisionamiento
de los adversarios, y como consecuencia de la destrucción estallan incendios en viviendas
vecinas, y ocurren muertes de personas inocentes, o la incomunicación de un territorio, o
cualquier otro daño, no hay duda que estos hechos que separadamente de la rebelión se incri-
minan acumulativamente con ésta, fueron realizados en combate, y no fuera de él. La impu-
nibilidad de las conductas está dispuesta en el artículo 127, y quienes las realizan apenas son
culpables de rebelión”. (ob. cit., pág. 138).

2º. Se excluyen de la causal de impunidad “los actos de ferocidad, barbarie


o terrorismo”. ¿Qué debe entenderse por tales?
No define el Código los actos de ferocidad o de barbarie. Según el
Diccionario de la Real Academia, serán actos de ferocidad los de “fiereza
o crueldad”. O los de “crueldad, inhumanidad, ensañamiento o atrocidad”,
según el Diccionario Enciclopédico de Derecho Usual de Cabanellas.
En cuanto al terrorismo, habría que tener en cuenta los artículos 1º y 2º del
Decreto 180 de 1988, adoptado como legislación permanente por el Decreto
Extraordinario 2266 de 1991. El texto de tales artículos es el siguiente:
Artículo 187.- Modificado. D.L. 180/88, art. 1º. Terrorismo. El que provoque o mantenga
en estado de zozobra o terror a la población o a un sector de ella, mediante actos que pongan
en peligro la vida, la integridad física o la libertad de las personas o las edificaciones o

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Crímenes Altruistas

medios de comunicación, transporte, procesamiento o conducción de fluidos o fuerzas


motrices valiéndose de medios capaces de causar estragos, incurrirá en prisión de diez (10) a
veinte (20) años y multa de diez (10) a cien (100) salarios mínimos mensuales, sin perjuicio
de la pena que le corresponda por los demás delitos que se ocasionen con este hecho.
Si el estado de zozobra o terror es provocado mediante llamada telefónica, cinta magnetofó-
nica, video, casete o escrito anónimo, la pena será de dos (2) a cinco (5) años y la multa de
cinco (5) a cincuenta (50) salarios mínimos mensuales.
1280. DL. 180/88.
Art.- 2º.- Circunstancias de agravación punitiva.- Las penas señaladas en el artículo ante-
rior, serán de quince (15) a veinticinco (25) años de prisión y una multa de veinte (20) a
ciento cincuenta (150) salarios mínimos mensuales, cuando:
a) Se hiciere partícipe en la comisión del delito a menores de dieciséis (16) años;
b) Se asalten o se tomen instalaciones militares, de policía, de los cuerpos de seguridad del
Estado o sedes diplomáticas o consulares;
c) La acción se ejecute para impedir o alterar el normal desarrollo de certámenes electorales;
d) El autor o partícipe hubiere sido miembro de las fuerzas militares, Policía Nacional u
organismos de seguridad del Estado y,
e) Cuando con el hecho se afecten edificaciones de países amigos o se perturben las rela-
ciones internacionales.
Nota: El Decreto-Ley 180 de 1988, artículo 2º. Fue adoptado como legislación permanente
por el Decreto Extraordinario 2266 de 1991, artículo 4º.

Cabe anotar que el decreto 2266 de 1991 fue declarado exequible por la
sentencia C-127 de 1993, de esta Corte (Magistrado ponente, Dr. Alejandro
Martínez Caballero).
3º. El artículo 127 consagra la que el mencionado profesor Luis Carlos
Pérez denomina una “causal de impunidad”. ¿Puede afirmarse que ésta es una
verdadera amnistía general?
Para la Corte la respuesta es afirmativa: el artículo 127 equivale a una
amnistía general, anticipada e intemporal. Es general, porque comprende
a todos los rebeldes o sediciosos, sean ellos particulares o miembros de las
Fuerzas Armadas de la república, y porque abarca todos los hechos punibles
cometidos en combate, con sólo unas excepciones. Es anticipada, porque
durante la vigencia de la norma los rebeldes o sediciosos saben que cualquier
delito que cometan (con la limitación indicada) no estará sujeto a pena alguna.
Y que ni siquiera será objeto de investigación, pues ésta se hará únicamente en
relación con los delitos de rebelión o de sedición. Y es intemporal, porque no
está sujeta a límite en el tiempo y comprende todos los delitos cometidos por
los rebeldes o sediciosos antes de la vigencia de la norma y durante ella.

158
Dos sentencias de la Corte Constitucional

Lo anterior lleva necesariamente a preguntarse: ¿es constitucional una


norma que (como lo hacen los artículos 127 y 184 mencionados) concede una
amnistía general, anticipada e intemporal? Para contestar esta pregunta, es
necesario analizar la amnistía y el indulto generales a la luz de la Constitución.
Sin embargo, antes conviene analizar el argumento en que algunos
intentan sustentar, si no la exequibilidad, sí la conveniencia del artículo 127
del C. Penal.
Se arguye que no es posible, en un combate, individualizar responsabili-
dades, y tal individualización, en materia penal, es inexcusable. Que lo único
posible es establecer quiénes se han alzado en armas y quiénes han participado
en un enfrentamiento armado, a fin de imputar a cada uno de ellos el delito de
rebelión o de sedición.
Este argumento de conveniencia no resiste el menor análisis. Es claro que
se trata, en últimas, de un problema de investigación, y que él debe resolverse
dando aplicación a los artículos 23 y 24 del Código Penal, que determinan
lo relativo a la participación en el hecho punible. Al respecto, dijo la Corte
Suprema de Justicia, Sala de Casación Penal:

Los procesados fueron llamados a responder en juicio criminal, con intervención del jurado,
como responsables del delito de homicidio en la persona de…, pero en calidad de cómplices
correlativos por no haberse podido determinar cuál de los dos fue el verdadero autor material
del ilícito.
El jurado de conciencia los condenó tal y como fueron llamados a juicio y tanto el juez del
conocimiento como el Tribunal respectivo hicieron lo propio.
Se sostiene que la figura de la complicidad correlativa no fue reproducida por el nuevo
Código Penal y la afirmación es exacta. Lo que no resulta veraz es el corolario que de esa
realidad extrae el demandante cuando concluye que, en consecuencia, por virtud del prin-
cipio de favorabilidad, los procesados a quienes se les reconoció que obraron conforme a esa
modalidad, deben ser absueltos.
Sin lugar a dudas, la responsabilidad correlativa era una figura de coparticipación criminal
consagrada en el artículo 385 de esta manera:
En los casos en que varias personas tomen parte en la comisión de un homicidio o lesión, y
no sea posible determinar su autor, quedarán todas sometidas a la sanción establecida en el
artículo correspondiente, disminuida de una sexta a una tercera parte…”
Al respecto, en antigua, pero reiterada jurisprudencia, la Corte enseñaba que en relación
con las demás formas de complicidad general, la complicidad correlativa…” se diferencia
solamente en la especial modalidad de ignorarse cuál de las personas que tomaron parte en
la infracción agotó el momento consumativo de la misma…”
La llamada “complicidad correlativa” era, pues, una institución jurídica que hacia posible
imponer a los partícipes de un delito de homicidio o lesiones personales, pena semejante a

159
Crímenes Altruistas

la señalada para los cómplices no necesarios (C.P. de 1936, art. 20), cuando no existía prueba
plena que permitiera deducir responsabilidad penal a cada uno de ellos a título de autor, coau-
tores o cómplices necesarios o no necesarios, pero habiendo la certeza de que entre tales copar-
tícipes estaba el autor o autores y, eventualmente, uno o varios cómplices del hecho punible.
Era posible, entonces, que entre tales personas hubiera autores materiales, o autor intelectual
(determinador) y autores materiales, o autores y cómplices, pero jamás solamente cómplices
ya que éstos exigen la ineludible intervención del autor para cuyo beneficio contribuyen la
comisión de un delito que no les pertenece, que le es ajeno.
En este orden de ideas, bien puede afirmarse que el fenómeno de la complicidad correlativa
–por fuera de su marco nominal– sustancialmente entendido está considerado en el nuevo
Código Penal dentro del marco de la participación en el hecho punible (C.P., art., 23 y 24);
de donde se concluye que no es posible admitir impunidad para tales hechos con la tesis
de casacionista, vale decir, que quienes fueron condenados por complicidad correlativa en
vigencia del Código Penal anterior deberían ser absueltos al entrar en vigencia la nueva
legislación”. (Sentencia de noviembre 29 de 1982).

En síntesis, no es cierto que en un combate no pueda individualizarse la


responsabilidad, ni que esa supuesta imposibilidad conduzca a la impunidad
general consagrada por el artículo 127.
Además, de acuerdo con la interpretación amplísima que hoy se da a la
expresión “en combate”, la impunidad consagrada por el citado artículo 127
comprendería aun los delitos cometidos por una sola persona o por varias en
condición de autores o de cómplices: todos los delitos cometidos por rebeldes
o por sediciosos quedan exentos de pena, no por supuestas dificultades en la
investigación, sino porque sus autores se han declarado previamente autores
del delito de rebelión o de sedición.

Cuarta. La amnistía y el indulto en la Constitución


La Constitución contempla y reglamenta la amnistía y el indulto en el
numeral 17 del artículo 150, que asigna al Congreso la siguiente función:
Conceder, por mayoría de los dos tercios de los votos de los miembros de una y otra cámara
y por graves motivos de conveniencia pública, amnistías o indultos generales por delitos
políticos. En caso de que los favorecidos fueren eximidos de la responsabilidad civil respecto
de particulares, el Estado quedará obligado a las indemnizaciones a que hubiere lugar.

En relación con el indulto, ya en cada caso particular, dispone el numeral


2 del artículo 201 de la Constitución que corresponde al gobierno, en relación
con la rama judicial, “conceder indultos por delitos políticos, con arreglo a la
ley, e informar al Congreso sobre el ejercicio de esta facultad. En ningún caso
estos indultos podrán comprender la responsabilidad que tengan los favore-
cidos respecto de los particulares”.

160
Dos sentencias de la Corte Constitucional

La ley a que esta última norma se refiere, no es otra que la prevista por el
numeral 17 del artículo 150.
Dicho sea de paso, la mayoría de los dos tercios de los votos de los miem-
bros de una y otra Cámara, es de tal modo excepcional que la Constitución
sólo la exige en otra norma: en el inciso cuarto del artículo 212 (estado de
guerra exterior), que faculta al Congreso para reformar o derogar en cual-
quier época los decretos legislativos dictados por el gobierno por causa o con
ocasión de la guerra, “con el voto favorable de los dos tercios de los miembros
de una y otra Cámara”. Solamente en estos dos casos se exige tal mayoría, lo
que da una medida de la importancia que asigna la Constitución a los respec-
tivos asuntos.
Sobre la concesión de amnistías o indultos generales, la Corte Constitu-
cional ha sostenido invariablemente que es facultad exclusiva e indelegable
del Congreso de la República. Basta citar algunas jurisprudencias.
En la sentencia C-179 de 1994, en la que se analizó el proyecto de ley
estatutaria sobre los estados de excepción, se declaró inexequible el aparte del
parágrafo 2º del artículo 4º que otorgaba al Gobierno la facultad de “conceder,
por graves motivos de conveniencia pública, amnistías o indultos generales
por delitos políticos y conexos”. La razón principal de la inexequibilidad
consistió en ser ésta una facultad reservada exclusivamente al Congreso y
que éste solamente puede ejercer con sujeción al numeral 17 del artículo 150.
Dijo la Corte:
En cuanto a la concesión de facultades al Gobierno para decretar “amnistías o indultos gene-
rales” por delitos políticos y conexos, la Corte estima que esta norma es contraria a la Cons-
titución, porque la facultad conferida al Congreso de la República por el numeral 17 del
artículo 150, es exclusiva e indelegable. Así lo demuestran estas razones:
Primera.- Las normas que regulan esta materia en la Constitución de 1991, son, en esencia,
iguales a las que existían en la anterior. Basta compararlas.
Constitución de 1991:
Artículo 150, numeral 17: “Corresponde al Congreso hacer las leyes. Por medio de ellas
ejerce las siguientes funciones:
“....17. Conceder, por mayoría de los dos tercios de los votos de los miembros de una y
otra Cámara y por graves motivos de conveniencia pública, amnistías o indultos generales
por delitos políticos. En caso de que los favorecidos fueren eximidos de la responsabilidad
civil respecto de particulares, el Estado quedará obligado a las indemnizaciones a que
hubiere lugar”.
Artículo 201, numeral 2: “Corresponde al Gobierno, en relación con la Rama Judicial:

161
Crímenes Altruistas

2. Conceder indultos por delitos políticos, con arreglo a la ley, e informar al Congreso sobre
el ejercicio de esta facultad. En ningún caso estos indultos podrán comprender la responsa-
bilidad que tengan los favorecidos respecto de los particulares”.
Constitución de 1886:
Artículo 76, numeral 19: “Corresponde al Congreso hacer las leyes. Por medio de ellas ejerce
las siguientes atribuciones:
19. Conceder, por mayoría de dos tercios de los votos de los miembros que componen cada
Cámara y por graves motivos de conveniencia pública, amnistías o indultos generales por
delitos políticos. En el caso de que los favorecidos fueren eximidos de la responsabilidad
civil respecto de los particulares, el Estado quedará obligado a las indemnizaciones a que
hubiere lugar.
Artículo 119, ordinal 4o.: “Corresponde al Presidente de la República en relación con la
Administración de Justicia:
....4o. Conceder indultos por delitos políticos, con arreglo a la ley que regule el ejercicio de
esta facultad. En ningún caso los indultos podrán comprender la responsabilidad que tengan
los favorecidos respecto de los particulares, según las leyes”.

Tradicionalmente la Corte Suprema de Justicia sostuvo la tesis de que


ésta era una atribución solamente del Congreso. En una de sus providencias
sobre esta materia, afirmó:
En cambio, no parece acertado asimilar las medidas de extinción de acciones y penas con
las instituciones de la amnistía y el indulto, en razón de la semejanza de sus efectos, porque
no es válido afirmar que el Gobierno puede decretar amnistías e indultos, por virtud de que
le compete constitucionalmente la guarda y restauración del orden público, ya que aquellas
competencias están atribuidas por la Constitución como propias del Congreso, según resulta
de lo dispuesto en el artículo 76-19 y en el 119-4.
En estado de sitio el Gobierno no sustituye al Congreso en su función legislativa ni en
ninguna de sus atribuciones constitucionales. Por ello, la Constitución en el artículo 121
aclara que esa Corporación puede sesionar y ejercer sus facultades constitucionales, porque
no hay incompatibilidad con los poderes del Presidente en tales circunstancias, de acuerdo
con el siguiente texto: “La existencia del estado de sitio en ningún caso impide el funciona-
miento normal del Congreso. Por consiguiente, éste se reunirá por derecho propio durante las
sesiones ordinarias y en extraordinarias cuando el Gobierno lo convoque”.
Es preciso considerar, además, que en este campo el Gobierno sólo tiene la potestad para
conceder indultos, nunca amnistías, y “con arreglo a la ley que regule el ejercicio de esta
potestad”, es decir, en forma condicionada a específica ley previa, y no directamente, como
facultad constitucional propia, ni menos fundada en el artículo 121, sino en su condición
ordinaria de ejecutor de la ley.
De modo que si el Congreso no ejercita directamente su competencia para amnistiar ni
conceder indulto, ni la transfiere como facultad extraordinaria al Gobierno, éste no puede,
sin usurpar funciones, decretar medidas de ese alcance, invocando el artículo 121”. (Corte
Suprema de Justicia, sentencia No.17 de mayo 10 de 1982, G.J. tomo CLXXI, No.2409,
pág. 153).

162
Dos sentencias de la Corte Constitucional

No hay que perder de vista tres hechos fundamentales: el primero, que durante los estados de
guerra y de conmoción interior, el Congreso está reunido permanentemente; el segundo, que
sesiona con la plenitud de sus facultades constitucionales y legales; y el tercero, que en los
estados de excepción “no se interrumpirá el normal funcionamiento de las ramas del poder
público ni de los órganos del Estado”.
Segunda.- La Asamblea Constituyente entendió que esta facultad de conceder amnistías e
indultos generales quedaba reservada al Congreso en todo tiempo. Por tal razón, concedió al
Gobierno la autorización de que trata el artículo transitorio 30, que reza:
Artículo transitorio 30.- Autorízase al Gobierno Nacional para conceder indultos o amnistías
por delitos políticos y conexos, cometidos con anterioridad a la promulgación del presente Acto
Constituyente, a miembros de grupos guerrilleros que se reincorporen a la vida civil en los
términos de la política de reconciliación. Para tal efecto el Gobierno Nacional expedirá las regla-
mentaciones correspondientes. Este beneficio no podrá extenderse a delitos atroces ni a homici-
dios cometidos fuera de combate o aprovechándose del estado de indefensión de la víctima”.
Es claro que el conceder esta autorización especial, obedecía a diversas razones, entre ellas
estas: la circunstancia de no existir, durante los primeros meses de vigencia de la nueva
Constitución, un Congreso que pudiera ejercer la facultad de que trata el numeral 17 del
artículo 150; el tratarse de delitos cometidos antes de la vigencia de la nueva Constitución;
y, por sobre todo, la convicción de que el Gobierno no podía en épocas normales ni durante
los estados de excepción, conceder amnistías o indultos generales por no estar facultado para
ello por la propia Constitución.
Si la Asamblea hubiera entendido que bastaba al Gobierno declarar el estado de conmoción
interior y dictar un decreto legislativo, para conceder la amnistía o el indulto generales, no
habría otorgado esa autorización, que habría sido ostensiblemente superflua.
Tercera.- ¿Por qué ésta es una facultad exclusiva e indelegable del Congreso?
Conceder amnistías o indultos generales, por delitos políticos, es una medida eminentemente
política, que implica interpretar la voluntad de la nación. Si el Congreso, con el voto de la
mayoría exigida por la Constitución, dicta esta medida, será porque interpreta el sentimiento de
la inmensa mayoría de los ciudadanos y si la niega, será porque no existe ese sentimiento.
Por todo lo anterior, no tendría sentido sostener que lo que solamente puede hacer el Congreso
de la República con esa mayoría especial, pueda decretarlo el Presidente de la República por
su sola voluntad.
De otra parte, es apenas lógico que el Congreso, primer actor en la vida política de la nación,
sea el único llamado a adoptar las medidas de que se trata, políticas en el más alto grado.
Cuarta.- No se puede caer en la tentación de considerar baladí la exigencia de la mayoría
de las dos terceras partes de los votos de los miembros de una y otra Cámara. Tal exigencia
no puede tener otra explicación que la de rodear esta medida de las mayores cautelas, para
garantizar que su adopción interpreta la voluntad de las mayorías políticas de la nación.
Quinta.- Uno de los propósitos que animaron la reforma de la Constitución en 1991, fue el forta-
lecimiento del Congreso. La moción de censura de los ministros, es una de las manifestaciones
de ese ánimo de permitirle al Congreso ejercer a plenitud el control político. ¿Cómo pretender,
a la luz de esta realidad, que el Constituyente haya querido privar al Congreso, en la práctica, de
una de sus más preciosas facultades? ¿Se le fortalece, acaso, privándole de sus poderes?

163
Crímenes Altruistas

Sexta.- Según el artículo 213 de la Constitución, dentro de los tres días siguientes a la declaración
o prórroga del Estado de Conmoción Interior, el Congreso se reunirá por derecho propio, “con la
plenitud de sus atribuciones constitucionales y legales”. Esta norma implica lo siguiente:
a) La facultad consagrada en el numeral 17 del artículo 150, no la pierde el Congreso, ni la
adquiere el Presidente de la República, por la declaración del estado de excepción;
b) Si el Gobierno estima necesaria la concesión de amnistías o indultos generales por delitos
políticos y conexos, puede presentar al Congreso el correspondiente proyecto de ley, acom-
pañado de la manifestación de urgencia. Y será el Congreso, en ejercicio de la soberanía,
como representante del pueblo, según el artículo 3o. de la Constitución, el que resuelva.
Séptima.- La concesión de amnistías e indultos generales, es asunto de la mayor impor-
tancia para la República. Con razón la Constitución sólo las autoriza cuanto existen “graves
motivos de conveniencia pública”. Esto hace pensar que la decisión del Congreso debe ser el
fruto de un amplio debate a la luz de la opinión pública. Debate en el cual debe participar ésta
última, a través de los medios de comunicación. No puede una decisión como ésta, adoptarse
de la noche a la mañana por medio de un decreto, y ser fruto solamente de la voluntad del
Presidente de la República.
Octava.- La Constitución no autoriza al Presidente de la República, para conceder amnistías
e indultos generales. Este hecho hay que interpretarlo en concordancia con otras normas de
la propia Constitución, para llegar a la conclusión de que ningún caso puede el Presidente de
la República ejercer esta atribución:
a) Según el artículo 121 “Ninguna autoridad del Estado podrá ejercer funciones distintas de
las que le atribuye la Constitución y la ley.”
b) De conformidad con el numeral 3 del artículo 214, durante los Estados de Excepción “No
se interrumpirá el normal funcionamiento de las ramas del poder público ni de los órganos
del Estado.”
c) Durante los estados de guerra y de conmoción interior, el Congreso está reunido perma-
nentemente, “con la plenitud de sus atribuciones constitucionales y legales”, una de las
cuales es la señalada por el numeral 17 del artículo 150.
Novena.- Es necesario aclarar que, como lo expresó la Corte Suprema de Justicia en la
sentencia de abril 10 de 1982, el Gobierno, de conformidad antes con el artículo 119,
numeral 4o., y ahora con el numeral 2o. del artículo 201, sólo puede conceder indultos en
casos individuales, no generales, de acuerdo con la ley preexistente. A este respecto, en los
últimos años se han dictado las leyes 49 de 1985 y 77 de 1989.
En la 77 de 1989, por ejemplo, se autorizó “al Presidente de la República para conceder indultos
a los nacionales colombianos de acuerdo con las reglas establecidas en la presente ley.
Y según el artículo 8o. de la misma ley, el indulto se concedería “por resolución ejecutiva
suscrita por el Presidente de la República y los Ministros de Gobierno y Justicia...
Como se ve, esta facultad es completamente diferente a la de “conceder amnistías o indultos
generales”, reservada al Congreso.
Al respecto, existe una sola diferencia entre la Constitución anterior y la actual: la obligación
impuesta ahora al Gobierno de informar al Congreso sobre los indultos que haya concedido.
Por todo lo dicho, el aparte final del parágrafo 2o. del artículo 4o., será declarado inexequible.

164
Dos sentencias de la Corte Constitucional

Después, en la sentencia C-709/96, de diciembre 9 de 1996, dijo la Corte


Constitucional:
Adicionalmente, a juicio de la Corte la norma consagra en la práctica o disfraza una especie
de amnistía por un delito común que no se aviene con los preceptos de la Constitución y, por
consiguiente, se encuentra en abierta contradicción con los artículos 150-17 y 201-2, que
consagran los requisitos bajo los cuales se pueden conceder amnistías generales, únicamente
por delitos políticos. (Magistrado ponente Antonio Barrera Carbonell).

En conclusión, solamente el Congreso, de conformidad con el artículo


150, numeral 17, puede conceder amnistías o indultos generales.
Pero la concesión de tales beneficios está sujeta a dos condiciones:
a) La primera, el que existan, a juicio del Congreso, “graves motivos de
conveniencia pública”; y,
b) La segunda, que la ley correspondiente sea aprobada “por mayoría
de los dos tercios de los votos de los miembros de una y otra Cámara”. Esta
mayoría calificada hace parte de la competencia misma del Congreso, razón
por la cual no podría éste conceder amnistías o indultos por las mayorías esta-
blecidas para las leyes ordinarias. Esta es, se repite, una ley extraordinaria y
excepcional.

Quinta.- La amnistía y el indulto generales son excepcionales en la


legislación colombiana
Existe en el ordenamiento jurídico una regla general: el sometimiento
de todos a la ley penal. Esa regla se expresa inequívocamente en el inciso
primero del artículo 13 del Código Penal:
La ley penal colombiana se aplicará a toda persona que la infrinja en el territorio nacional,
salvo las excepciones consagradas en el derecho internacional.

Esta regla general tiene su fundamento en la propia Constitución:


El artículo 4º, en su inciso segundo, impone a los nacionales y extranjeros el
deber de acatar la Constitución y las leyes. Y el artículo 95, en su inciso segundo,
reitera que toda persona está obligada a cumplir la Constitución y las leyes.
Las anteriores normas explican por qué el artículo 250, inciso primero,
asigna a la Fiscalía General de la Nación la función de investigar los delitos y
acusar a los presuntos infractores ante los juzgados y tribunales, sin exceptuar
ningún delito ni a ningún delincuente.
Pero, esa regla general tiene una sola excepción: la consagrada por el
numeral 17 del artículo 150 de la Constitución, que, como se ha dicho, confiere

165
Crímenes Altruistas

al Congreso la facultad de conceder amnistías e indultos para que quienes han


quebrantado la ley penal no reciban el castigo correspondiente.

Sexta.- Los delitos políticos en la Constitución


La Constitución se refiere a los delitos políticos, para darles un trata-
miento benévolo, en los siguientes artículos:
Artículo 35.- Se prohibe la extradición de colombianos por nacimiento. No se concederá la
extradición de extranjeros por delitos políticos o de opinión.
Artículo 150.- Corresponde al Congreso hacer las leyes. Por medio de ellas ejerce las
siguientes funciones:
17. Conceder, por mayoría de los dos tercios de los votos de los miembros de una y otra Cámara
y por graves motivos de conveniencia pública, amnistías o indultos generales por delitos polí-
ticos. En caso de que los favorecidos fueren eximidos de la responsabilidad civil respecto de
particulares, el Estado quedará obligado a las indemnizaciones a que hubiere lugar”.
Artículo 179.- No podrán ser congresistas:
“1º.- Quienes hayan sido condenados en cualquier época por sentencia judicial, a pena priva-
tiva de la libertad, excepto por delitos políticos o culposos”.
Artículo 201.- Corresponde al Gobierno, en relación con la Rama Judicial.

“2.- Conceder indultos por delitos políticos, con arreglo a la ley, e informar al Congreso
sobre el ejercicio de esta facultad. En ningún caso estos indultos podrán comprender la
responsabilidad que tengan los favorecidos respecto de los particulares”.
Artículo 232. Para ser Magistrado de la Corte Constitucional, de la Corte Suprema de Justicia
y del Consejo de Estado se requiere:

“3. No haber sido condenado por sentencia judicial a pena privativa de la libertad, excepto
por delitos políticos o culposos”.

“Artículo 299.- En cada departamento habrá una corporación administrativa de elección
popular que se denominará Asamblea Departamental, la cual estará integrada por no menos
de once miembros ni más de treinta y uno.

“Para ser elegido diputado se requiere ser ciudadano en ejercicio, tener más de veintiún años
de edad, no haber sido condenado a pena privativa de la libertad, con excepción de los delitos
políticos o culposos y haber residido en la respectiva circunscripción electoral durante el año
inmediatamente anterior a la fecha de la elección”.
Artículo Transitorio 18.- Mientras la ley establece el régimen de inhabilidades para los gober-
nadores, en las elecciones del 27 de octubre de 1991 no podrán ser elegidos como tales:

166
Dos sentencias de la Corte Constitucional

“1. Quienes en cualquier época hayan sido condenados por sentencia judicial a pena privativa
de la libertad, con excepción de quienes lo hubieran sido por delitos políticos o culposos.
“Artículo Transitorio 30. Autorízase al Gobierno Nacional para conceder indultos o amnistías
por delitos políticos y conexos, cometidos con anterioridad a la promulgación del presente
Acto Constituyente, a miembros de grupos guerrilleros que se reincorporen a la vida civil en
los términos de la política de reconciliación. Para tal efecto el Gobierno Nacional expedirá
las reglamentaciones correspondientes. Este beneficio no podrá extenderse a delitos atroces
ni a homicidios cometidos fuera de combate o aprovechándose del estado de indefensión de
la víctima”.

Obsérvese que todas estas normas, como ya se dijo del numeral 17 del artículo
150, establecen excepciones. Son, por lo mismo, de interpretación restrictiva.
Por lo anterior, no puede sostenerse que exista en la Constitución una
autorización ilimitada al legislador para dar un tratamiento privilegiado a los
llamados delincuentes políticos. Por el contrario: el trato favorable a quienes
incurren en delitos políticos está señalado taxativamente en la propia Consti-
tución. Por lo mismo, el legislador quebranta ésta cuando pretende legislar por
fuera de estos límites, ir más allá de ellos.
Aunque no es éste el tema central de esta sentencia, cabe anotar que ni
la Constitución ni la ley definen o enumeran los delitos políticos. El profesor
Carlos Lozano y Lozano señala que lo característico del delito político son los
motivos determinantes, y los define así: “Por delito político social se entiende
aquel que ha sido cometido exclusivamente por motivos políticos o de interés
social”. Y agrega:
Pero la palabra “exclusivamente” se debe entender en el sentido de que los motivos deter-
minantes sean de naturaleza política y social, y por consiguiente, altruistas. Y a la vez se
establece la igualdad en las sanciones para los delitos comunes y los delitos políticos, cuando
éstos, a pesar de la apariencia exterior, no sean sino delitos comunes a causa de los motivos
innobles y antisociales que los hayan determinado, o cuando el delito común se cometa
por razones políticas. En efecto: los crímenes más graves, como el asesinato, el envenena-
miento, el incendio, la destrucción por medios explosivos, la falsificación de moneda, no se
convierten en infracciones políticas tan sólo porque sus autores invoquen la influencia de la
pasión política. (Elementos de Derecho Penal, Lerner, Bogotá, 1961, págs. 148 y 149).

Suelen considerarse delitos políticos en sí, en nuestra legislación, los


de rebelión y sedición. En conexión con éstos pueden cometerse otros, que
aisladamente serían delitos comunes, pero que por su relación adquieren la
condición de delitos conexos, y reciben, o pueden recibir, el trato favorable
reservado a los delitos políticos.
En conclusión: el trato favorable a los delitos políticos, en la Constitu-
ción, es excepcional y está limitado por las propias normas de ésta que se

167
Crímenes Altruistas

refieren a ellos. Normas que son por su naturaleza excepcional, de interpreta-


ción restrictiva.

Séptima.- Por qué los artículos 127 del Código Penal y 184 del Código
Penal Militar son contrarios a la Constitución
Los artículos 127 del Código Penal y 184 del Código Penal Militar
quebrantan diversas normas de la Constitución, como se verá.
1º. Los artículos que se analizan consagran una amnistía general, anti-
cipada e intemporal. Pero como la única manera de conceder amnistías e
indultos generales es la establecida en el numeral 17 del artículo 150 de la
Constitución, es evidente la vulneración de esta norma.
2º. El artículo 2º de la Constitución consagra como uno de los fines esen-
ciales del Estado el asegurar la “convivencia pacífica y la vigencia de un
orden justo”. Es contraria a la primera de estas dos finalidades una norma que
permite la comisión de toda clase de delitos y asegura su impunidad, o mejor,
que convierte el delito (todos los delitos) en arma política. Y no contribuye a la
vigencia de un orden justo, la norma que impide que se investiguen los delitos
y se castigue a los delincuentes.
3º. Violan el inciso segundo del artículo 4º que impone a los nacionales y
extranjeros en Colombia el deber de acatar “la Constitución y las leyes”, entre ellas
la ley penal. Es claro que normas que permiten la comisión de todos los delitos a
quien cometa los de rebelión o sedición, vulneran esta norma del artículo 4º.
4º. El artículo 13 de la Constitución consagra la igualdad de todos ante
la ley. Las normas que se examinan establecen un privilegio inaceptable para
quienes, por su propia voluntad, incurren en los delitos de rebelión o sedición:
el violar impunemente todas las normas penales. Esa “causal de impunidad”
es un privilegio injustificado en relación con todas las demás personas que
respetan la Constitución y la ley y acatan las autoridades legítimas: así se
desconoce la igualdad ante la ley. Si estas personas, ocasionalmente incurren
en delito, sí están sujetas a pena, a diferencia de los rebeldes o sediciosos.
5º. Los artículos 127 y 184 quebrantan el artículo 22 de la Constitución,
porque el que atenta contra la paz por medio de las armas, o por medio de la
comisión de cualquier delito, no está sujeto a pena alguna.
6º. Violan los numerales 3, 6 y 7 del artículo 95 de la Constitución, por
las siguientes razones:
a) El 3, porque éste consagra el deber de “respetar y apoyar las auto-
ridades democráticas legítimamente constituidas”. Las normas objeto de

168
Dos sentencias de la Corte Constitucional

estudio, autorizan la comisión de delitos de toda clase a los rebeldes y sedi-


ciosos que faltan, precisamente, a este deber.
b) El 6, porque no contribuyen al logro y mantenimiento de la ley normas
que establecen causales de impunidad para quienes incurren en rebelión o
sedición y atentan, por lo mismo, contra la paz.
c) El 7, porque impiden que se administre justicia y se castiguen los
autores de innumerables delitos.
7º. Desconocen, además, el artículo 229 de la Constitución, que establece
el derecho de toda persona para “acceder a la administración de justicia”, por
esta razón: como los rebeldes y sediciosos no están sujetos a pena por los
hechos punibles cometidos en combate, en su caso solamente se investigan
los delitos de rebelión y sedición. Los demás no, porque si no puede impo-
nerse pena no hay para qué investigar. En consecuencia las víctimas de los
demás delitos cometidos por los rebeldes o sediciosos, o sus herederos, se ven
privados de la posibilidad de constituirse parte civil en un proceso penal para
reclamar la indemnización de perjuicios.
8º. Finalmente, quebrantan el artículo 250 de la Constitución, porque la
Fiscalía General de la Nación no puede investigar los delitos cometidos por
rebeldes o sediciosos, en combate, ni acusar a los presuntos infractores ante
los juzgados y tribunales competentes. La razón es clara: el único delito que se
puede investigar para juzgar a los responsables e imponer la pena correspon-
diente, es la rebelión o la sedición; no así los demás hechos punibles come-
tidos en combate.
En síntesis, como se ve, son múltiples los motivos de inconstitucionalidad
de los artículos 127 del Código Penal y 184 del Código Penal Militar. Por esto
se impone la declaración de su inexequibilidad.

Octava.- Algunas reflexiones adicionales sobre el delito político


Sea lo primero afirmar que al declararse la inexequibilidad de los mencio-
nados artículos 127 y 184, el delito político no desaparece del ordenamiento
jurídico nacional, por una sencilla razón: subsisten todas las normas de la
Constitución que le dan, en forma excepcional, un tratamiento favorable a
sus autores. Y queda en pie, especialmente, la posibilidad de que el Congreso,
en la forma prevista en el numeral 17 del artículo 150 de la Constitución,
por graves motivos de conveniencia pública, conceda la amnistía y el indulto
generales por esos delitos políticos. Al Congreso corresponderá, en esa ley
extraordinaria, determinar los delitos comunes cometidos en conexión con los

169
Crímenes Altruistas

estrictamente políticos y que, por lo mismo, pueden quedar cobijados por la


amnistía y el indulto. Y cuáles, por su ferocidad, barbarie, por ser delitos de
lesa humanidad, no pueden serlo.
Lo dicho demuestra que incurren en error quienes afirman que la decla-
ración de inexequibilidad del artículo 127 dificulta cualquier proceso de paz
con gentes al margen de la ley. No, en un eventual proceso de paz, puede el
Congreso ejercer la facultad que le confiere el numeral 17 del artículo 150 de
la Constitución. A la paz no se tiene que llegar por medio de la consagración
de la impunidad permanente de las peores conductas criminales.

Novena.- Las normas de los artículos 127 y 184, no son avanzadas ni


progresistas
Algunas personas sostienen que la norma del artículo 127, idéntica a la
del 184, es una conquista de los Estados democráticos y que representa un
progreso en las costumbres políticas.
La anterior es una afirmación inexacta, como se comprueba fácilmente.
España, cuya Constitución de 1978 es una de las fuentes de la que actualmente
rige en Colombia, tiene una indiscutible organización democrática. Sin embargo,
en el ordenamiento jurídico español no existe la amnistía y están expresamente
prohibidos los indultos generales (literal i del artículo 62 de la Constitución).
En cuanto a la rebelión y la sedición, el Código Penal español establece,
en primer lugar, penas muy severas, que para la primera pueden llegar hasta
30 años de prisión (artículo 473) y para la segunda, hasta 15 años (artículo
545). Penas que contrastan con las señaladas en la ley colombiana: 5 a 9 años
de prisión para la rebelión (artículo 125), y 2 a 8 años de prisión para la sedi-
ción (artículo 126).
Pero, hay más: no existe en el Código Penal de España una norma seme-
jante al artículo 127, que permita el absurdo de que un delito sancionado con
pena hasta de 9 años, absorba otro reprimido con pena hasta de 60 años, como
el homicidio. Por el contrario, el artículo 481 descarta expresamente la absor-
ción en lo que atañe a la rebelión: “Los delitos particulares cometidos en una
rebelión o con motivo de ella, serán castigados, respectivamente, según las
disposiciones de este Código”.
Esta norma es aplicable al delito de sedición, por mandato expreso del
artículo 549 del mismo Código.
Conviene recordar que el Código Penal español vigente fue adoptado en
el año de 1995.

170
Dos sentencias de la Corte Constitucional

En la Argentina, donde también existe un régimen democrático, la pena


correspondiente al delito de rebelión es la de prisión de 5 a 15 años, pena que
puede agravarse hasta 25 años. Tampoco en esta legislación los delitos de rebelión
y de sedición absorben los hechos punibles cometidos en combate, pues el artí-
culo 236 del Código Penal dispone que “cuando al ejecutar los delitos previstos
en este título (rebelión, sedición y motín, entre otros), el culpable cometiere algún
otro, se observarán las reglas establecidas para el concurso de hechos punibles”.
Se olvida, además, que los delitos de rebelión y sedición, por su propia
naturaleza, pueden cometerse especialmente por los miembros de las Fuerzas
Armadas de la república. Es evidente que los artículos 127 y 184 implican
una permanente incitación al uso de las armas (y a la comisión de innumera-
bles delitos), en contra del régimen constitucional. Incitación que cobra mayor
fuerza en tratándose de militares y policías, a quienes se confían las armas para
la defensa del orden jurídico. Sólo el sentido republicano de nuestras Fuerzas
Armadas y su espíritu civilista, han impedido que sus miembros caigan en la
tentación que estas normas contrarias a la Constitución les tendían.
¿Podrá, acaso, ser civilizada y progresista una norma que autoriza la
comisión de toda clase de delitos, como arma política? ¿Existe en la Consti-
tución una sola norma que permita recurrir a la violencia en contra del orden
jurídico y de la paz?
Los mecanismos de participación ciudadana hacen posible intentar el
cambio del sistema por las vías pacíficas, y nada legitima el empleo de la
fuerza o del delito contra el derecho.
Hay que advertir, además, que no es acertado referirse al Protocolo
Adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 (Protocolo
II), para sostener, tácitamente, que en su artículo 13, ordinal 3º, consagra la
impunidad de los delitos cometidos por los rebeldes o sediciosos. La verdad
es completamente diferente, como se verá.
Ninguna de la normas del citado protocolo, ni de ningún tratado inter-
nacional, obliga a los Estados a no castigar los delitos. Por el contrario, ese
castigo está expresamente previsto. Así, el artículo 6º, titulado “Diligencias
penales”, se refiere “al enjuiciamiento y a la sanción de infracciones penales
cometidas en relación con el conflicto armado”. Y no podría ser de otra manera,
porque ¿qué Estado se obligaría a no castigar a quienes aspiran a cambiarlo,
es decir, a modificar el ordenamiento jurídico, por medio del delito, descono-
ciendo, como el en el caso colombiano, la propia organización democrática y
los medios de participación que ésta consagra?

171
Crímenes Altruistas

De otra parte, basta leer el ordinal 3º del artículo 13 del Protocolo


Adicional, para ver como éste para nada se refiere al castigo de los delitos
cometidos por rebeldes o por sediciosos: “Las personas civiles gozarán de
la protección que confiere este Título, salvo si participan directamente en las
hostilidades y mientras dure tal participación”.

Décima.- La despenalización indiscriminada de hechos punibles a la luz


de los principios constitucionales
La rebelión corresponde a un tipo penal autónomo. En el artículo 125 del
Código Penal, se describe el comportamiento proscrito y se establece la pena
correspondiente. Se ha pretendido justificar la exclusión de la pena, en relación
con los delitos cometidos en combate, con el argumento de que éstos resultan,
dada su conexidad, “subsumidos” por el delito de rebelión. Sin embargo, los
hechos punibles que según esta tesis quedarían cobijados por la rebelión, no
tienen la virtualidad de modificar en ningún sentido la consecuencia punitiva
del delito principal. De otro lado, la pena de la rebelión –prisión de cinco
a nueve años–, que permanece inalterada, aunque se agreguen otros hechos
punibles, no es de las más altas del Código Penal, como para autorizar la
impunidad que se verifica mediante la exclusión de la pena.
En realidad, el artículo 127 del Código Penal, persigue un único propó-
sito: eliminar el reproche penal a los hechos punibles cometidos en combate
por los rebeldes o sediciosos. Así lo confirma el epígrafe del citado artículo
que utiliza la expresión “exclusión de la pena”. Los argumentos expuestos,
serían suficientes, para sustentar la inexequibilidad de esta disposición. La
Corte, empero, encuentra que la “despenalización” que se consagra viola otros
principios de la Carta.

Décima primera.- Constitución y legislación penal


Los derechos fundamentales significan la máxima protección que el orde-
namiento jurídico reconoce a las dimensiones esenciales de la persona y de
su quehacer vital. El Estado, sujeto pasivo por excelencia de tales derechos,
deriva de la Constitución Política el deber de amparar las pretensiones que
constituyen su objeto. Aún tratándose de los derechos que suponen absten-
ciones del Estado, en cuanto delimitan esferas personales en las que el indi-
viduo permanece inmune a toda injerencia, cabe predicar, en general, la exis-
tencia de compromisos ineludibles de protección que se articulan en acciones
o prestaciones positivas a cargo del legislador y de la administración.

172
Dos sentencias de la Corte Constitucional

En este sentido, puede afirmarse que el Estado resigna su deber de defensa


de los derechos fundamentales, cuando omite tipificar en la legislación penal,
en algunos casos, los comportamientos más graves que injustamente lesionan
los bienes de rango constitucional que pertenecen al ámbito de los derechos
fundamentales. Sin perjuicio de la libertad de configuración normativa de que
goza el Legislador en materia penal, una función suya, es la de reforzar la
tutela de los derechos fundamentales. En este orden de ideas, la falta de tipi-
ficación del homicidio, salvo en casos excepcionales, por ejemplo, implicaría
el desconocimiento del derecho a la vida.
El derecho penal no agota su cometido en el castigo de las conductas
que quebrantan los derechos fundamentales; incluso, esta prestación estatal
no siempre resulta necesaria ni pertinente. No obstante, respecto de deter-
minados derechos fundamentales, la tipificación penal de ciertas conductas,
corresponde a la protección mínima a cargo del Estado que se integra en su
núcleo esencial.
La exclusión de la pena que concede el Legislador ordinario, referida
a los hechos punibles cometidos en combate, tiene el efecto de crear una
zona franca a la acción delictiva, por fuera de todo control del Estado. Allí es
patente la renuncia que el Estado hace a su ius puniendi y, por consiguiente,
se hace visible el olvido del deber de protección que le incumbe respecto de
los derechos fundamentales. Particularmente, la vida de los militares, y aun de
personas ajenas al conflicto, si el homicidio en combate deja de sancionarse,
quedaría desprovista de todo amparo, sin que su sacrificio se refleje siquiera
en un día más de prisión por el delito de rebelión que, según la tesis que la
Corte impugna, se extendería a las figuras conexas.
La reserva de ley en materia penal, comporta un grado apreciable de discre-
cionalidad legislativa. Pero, ella no excusa la abstención estatal mayúscula que
deja expósita la defensa de derechos fundamentales, cuya intangibilidad resulta
menoscabada con la mera eliminación de la necesaria reacción penal.

Décima segunda.- Exclusión de pena por los hechos punibles y dignidad


de los miembros de la Fuerza Pública
La tipificación de conductas delictivas traduce el rechazo que suscita la
lesión de valores, principios y bienes, cuyo respeto se erige en presupuesto
esencial de la convivencia pacífica. En cierta medida, la graduación de las
penas ilustra la importancia y el significado de los bienes amparados por el
derecho penal.

173
Crímenes Altruistas

La exclusión de la pena respecto de los hechos punibles cometidos por


los rebeldes o sediciosos en combate, pone de presente la escasa o nula esti-
mación que el Legislador prodiga a las personas que resultan afectadas con los
comportamientos desviados que dejan de sancionarse.
La inmunidad penal que se concede a los rebeldes y sediciosos, apareja la
correlativa desprotección de los sujetos pasivos que, al no señalarse siquiera
una mayor pena por el delito de rebelión, se torna absoluta. La desprotección
penal absoluta que la ley decreta y que afecta a las víctimas de los hechos
punibles protagonizados por los rebeldes y sediciosos, entraña una concep-
ción peculiar acerca del valor de la persona humana, que no se compadece con
la dignidad que la Constitución le reconoce. La exclusión de sanción penal,
equivale a la absoluta desvalorización de las personas que sufren el agravio.
Estas últimas quedan convertidas en “cosas”, como quiera que sus derechos y
atributos constitucionales pueden violarse sin que ello de lugar a la condigna
respuesta del ordenamiento jurídico.
El móvil político del rebelde y sedicioso adquiere, en este contexto, una
jerarquía superior a la de cualquier derecho fundamental. Llega a conver-
tirse en un fin en sí mismo. El ordenamiento penal dócilmente se pliega a sus
exigencias y ofrece a los rebeldes y sediciosos, la posibilidad de tratar a otros
sujetos como simples medios para sacar adelante sus propósitos.
La criminalidad política no está excluida de sanción penal. Sería absurdo
que el mero móvil político fuese suficiente para declarar la impunidad de
los hechos punibles que atentan contra el mismo régimen constitucional. La
función excepcional del Congreso para decretar por vía general amnistías o
indultos respecto de delitos políticos, presupone la existencia de un régimen
punitivo aplicable de ordinario a los crímenes de esta naturaleza.
Tampoco los criminales políticos, por serlo, tienen derecho a someter
impunemente a otras personas, militares o no, a su voluntad delictiva. La norma
examinada, por la vía de la exclusión de la pena, permite que las personas se
conviertan en objetivo de las acciones delictuosas de los rebeldes y sediciosos.
Si la persona es un fin en sí mismo –en esto estriba su dignidad y su condición
de sujeto moral–, resulta incomprensible y abiertamente censurable que la
ley le otorgue el tratamiento de medio al servicio del combatiente político y
de sus ideas. Se dice que al servicio del combatiente político, puesto que la
impunidad de la muerte de la víctima es el precio que se paga para que aquél
pueda imponer una ideología y aspirar a que ésta tenga en la sociedad arraigo
temporal o definitivo.

174
Dos sentencias de la Corte Constitucional

La política, armada o desarmada, no está por encima de la persona humana.


La legislación penal yerra, en materia grave, cuando brinda espacios de impu-
nidad para que la política manipule a la persona humana y la sacrifique en su
nombre o por su causa. La causal de impunidad consagrada en la ley, repre-
senta para las víctimas un sacrificio desproporcionado e irrazonable.
Aunque el rigor sancionatorio aplicable a los delitos políticos no se define
en la Constitución –por tratarse de una materia deferida al legislador–, la
distinción entre este tipo de hechos punibles y los comunes, no puede trazarse
en la ley ordinaria en términos de impunibilidad, entre otras razones, por el
efecto de absoluta desprotección que ello ocasionaría a las víctimas. De la
propia Constitución pueden obtenerse elementos que contribuyen a darle una
fisonomía especial a los delitos políticos, siendo ellos los únicos delitos que
pueden ser objeto de amnistía o indulto. A la ley corresponde, a su turno, dentro
de ciertos límites, preservar para éstos delitos un régimen diferenciado.
Sin embargo, lo que sí desborda toda previsión, es considerar que la
impunidad es la “única” forma de concederle a los delitos políticos su parti-
cularidad. Desde este punto de vista, la norma legal ha apelado a un criterio
de distinción –impunidad de los delitos conexos al de rebelión y sedición–,
que no era necesario establecer para los efectos de preservar la especialidad
de los delitos políticos, máxime cuando su régimen diferenciado, y favorable,
ya está asegurado por la Constitución y podría el mismo afianzarse por la ley
en otros aspectos.
La finalidad de la ley consistente en marcar una distinción entre los delitos
políticos y los comunes, cuando ella se persigue a través de la creación de una
causal de impunidad, viola la Constitución, puesto que de manera irrazonable
y desproporcionada incide en los derechos fundamentales de las víctimas, para
las cuales el Estado, llamado a protegerlas, deja de existir, que a esto equivale
la restricción de su poder punitivo.
El criterio de diferenciación que prohija la norma, se concreta en la
enunciación genérica de una serie de circunstancias –hechos punibles come-
tidos en combate–, que le restan a la persona de la víctima y a su vida su
carácter de inviolable (C.P. art., 11). La “inviolabilidad” es un atributo de la
persona humana, del cual la ley no puede disponer a su arbitrio. Ni la alta
consideración que se dispense al “móvil político”, o al programa ideológico
él defienda, puede llevar al legislador a optar por el sacrificio impune de
las víctimas que, por su causa, arroje la violencia de los rebeldes y sedi-
ciosos. Las personas son inviolables e independientes, en la medida en que el

175
Crímenes Altruistas

ordenamiento constitucional garantiza que no sufrirán impunemente el daño


producido por otras, así éstas crean que su sacrificio se justifica en aras de
un bienestar futuro para el mayor número que, en el caso de los rebeldes, se
asocia al triunfo de sus ideales.
Los miembros de las Fuerza Pública, no sobra recordarlo, no agotan como
servidores públicos su dimensión existencial. Ante todo, se trata de personas, y,
como tales, salvo los derechos que la Constitución expresamente no les otorga,
gozan de los restantes. El aparato estatal requiere del esfuerzo y concurso de
los militares y policías, con el objeto de cumplir misiones tan esenciales como
las referidas a la defensa del territorio, la independencia nacional, la demo-
cracia y los derechos fundamentales. No obstante, el miembro de la fuerza
pública no termina absorbido por el aparato estatal, como lo pretende una
visión deshumanizadora y contraria a la dignidad de la persona humana. En
este orden de ideas, atentar contra la vida de un miembro de la Fuerza Pública,
no se concreta en la simple lesión de un valor institucional. Los militares y
policías no son entelequias y, por tanto, el más elemental entendimiento de la
dignidad humana, no puede negarles el carácter de sujetos pasivos autónomos
de los agravios que desconozcan su personalidad y su vida.
Es claro que la contrapartida de la causal de impunidad que crea la norma
examinada, es la negativa a admitir que las víctimas de los “hechos punibles
impunes”, son sujetos pasivos de los delitos que les cercenan la vida u otros
derechos fundamentales, pese a que éstos tienen una entidad propia. Para la
Corte, en estas condiciones, rehusar dar a la víctima de un ilícito penal el
tratamiento de sujeto pasivo autónomo –negativa ésta a la que se acompaña la
inhibición de la reacción penal precisa ante las lesiones y daños causados en
su persona–, significa en el fondo dejarlo por fuera de la protección penal y,
por ende, desestimar su condición de persona.

Décima tercera.- La exclusión de la sanción y la intensidad jurídica


permitida de la confrontación interna
La salvedad que hace la norma respecto de los actos de ferocidad, barbarie
o terrorismo, los que quedan por fuera del efecto de exclusión punitiva que
benévolamente concede la norma a los delitos conexos con la rebelión y la
sedición, produce la falsa impresión de que el objetivo que se persigue es el
de reducir la crudeza del conflicto político interno. Sin embargo, el efecto
que engendra es el de estimular –gracias a la exclusión de la sanción– el uso
creciente de la violencia. Para el efecto, se incorpora en el derecho positivo la

176
Dos sentencias de la Corte Constitucional

noción de combate como acontecimiento social en el que la muerte y el asesi-


nato pueden producirse impunemente.
Si al combate acude el rebelde o sedicioso, munido de la permisión de
asesinar a su contrario sin consecuencias penales distintas de las que de suyo
ya se desprenden de su estado de rebelión o sedición, se anula paradójica-
mente por obra del mismo ordenamiento penal su entero potencial disuasivo.
Por su parte, la percepción de que el rebelde tiene recibida del ordenamiento
licencia para matar, suscita en el miembro de la Fuerza Pública, la conciencia
de enfrentarse a un enemigo mortal al que igualmente se tiene el derecho de
eliminar. La legislación penal recurre a la idea de combate con el objeto de
institucionalizar la pena de muerte.
La realidad de la violencia no justifica que la respuesta del derecho sea
la de entronizarla mediante causales de impunidad. Desde luego, se da por
descontado que no por el hecho de que se prohiba la violencia ésta decae
o se extingue. Enervar la violencia en Colombia no será posible sin antes
reconocer las causas que la producen y sin obrar sobre ellas a través de los
medios más adecuados. El efecto pacificador del derecho, junto a otras herra-
mientas de profundo calado, debe concurrir a la construcción de la convi-
vencia civilizada. Pero, aun reconociendo el papel relevante aunque limitado
del derecho, lo que sí resulta inaceptable en el plano constitucional es que éste,
en lugar de reducir o mitigar el conflicto, a través de una norma permisiva, le
extienda carta de naturaleza normativa a la lógica de la violencia y abdique de
su función de control social.
La confrontación interna que se da a raíz de las acciones de los rebeldes y
sediciosos, traba en una lucha sangrienta a nacionales de un mismo Estado. El
ordenamiento constitucional contempla salidas pacíficas al conflicto armado.
La figura del indulto y de la amnistía indica que el exterminio total, no es
propiamente el camino que según la Constitución debe transitarse con miras
a resolver la aguda hostilidad existente en el país. La aspiración de la Cons-
titución se cifra en la conversión de la relación adversaria que se manifiesta
con signos de violencia e inhumanidad, en una relación de oposición que se
tramite a través de procedimientos pacíficos y democráticos.
Los delitos políticos corresponden a formas desviadas de acción política
que suscitan una respuesta represiva que, primordialmente, debe manifestarse
y concluir en un proceso judicial. La norma examinada, en cambio, reduce
a su mínima expresión el espacio del proceso. El combate, al igual que su
lógica de violencia, le restan significado y alcance al proceso, al abrirse por

177
Crímenes Altruistas

la norma un paréntesis en el que desaparece el Estado de derecho, tal vez


a la espera de los resultados de la guerra. Aquí el papel que con su inhibi-
ción cumple el Estado y el derecho es el de convertir a las partes en conflicto
en enemigos absolutos e irreconciliables, confiando que la disputa se dirima
según el método del exterminio.
El derecho y el deber a la paz obligan al juez constitucional a expulsar las
leyes que estimulen la violencia y que alejen las posibilidades de convertir los
conflictos armados en conflictos políticos. Lejos de servir a la causa de la paz,
la norma demandada, al colocar el combate por fuera del derecho, degrada a
las personas que se enfrentan a la condición de enemigos absolutos, librados
a la suerte de su aniquilación mutua. En este contexto, pierde sentido una
eventual amnistía o indulto que cobije a los delitos políticos y a los delitos
conexos, como quiera que éstos últimos, desde su comisión, estarán exentos
de sanción. La ley penal ordinaria, se limita a refrendar la violencia y a antici-
parse a la decisión política de la amnistía o indulto futuros, con lo cual recru-
dece el conflicto y sustrae a un proceso de paz utilidad e interés, por lo menos
en lo que concierne al aspecto jurídico.
No escapa a la Corte que sancionar los delitos conexos a la rebelión y a la
sedición, no evita que estos en la realidad se cometan. Sin embargo, el hecho
de que sea difícil erradicar la violencia, no puede conducir a que la ley penal
claudique ante ella y elimine las sanciones que normalmente se asocian a sus
diversas manifestaciones. Que por razones de distinta índole, el Estado no
haya podido controlar la violencia, no es razón suficiente para que la ley penal
la legitime so pretexto de que su móvil sea de naturaleza política. Este extraño
aval, sin lugar a dudas, propicia una escalada de la violencia.

Décima cuarta.- El ámbito del pluralismo político


Equivocadamente se sostiene que la impunibilidad de los delitos políticos
conexos, constituye una forma de garantizar el pluralismo inherente a una
sociedad liberal, abierta y democrática. En el contexto de una sociedad de
las características referidas, la pretensión de imponer a otros las ideas por la
fuerza, destruye el presupuesto en el que se funda el ejercicio del pluralismo.
En las sociedades que reúnen estas características –la Constitución Política
colombiana en sus normas y principios prefigura una sociedad y un Estado
conformado de acuerdo con estas opciones–, el único acuerdo sustancial es el
relacionado con la apertura del sistema gracias a la aceptación de las reglas
relativas al consenso mayoritario y a la alternancia de las mayorías en el poder,

178
Dos sentencias de la Corte Constitucional

el cual permanece abierto siempre a la crítica y al control de la oposición y


sometido al respeto por los derechos fundamentales de las personas.
La legitimidad democrática no se aviene a aceptar que a través de la insur-
gencia armada se tramiten los conflictos sociales y se promuevan los programas
políticos. En el evento de que ello se haga, los valores de la democracia y del
pluralismo, se verán seriamente conculcados, sin perjuicio de que de manera
extraordinaria y como precio por la paz, el Congreso, con las mayorías reque-
ridas, genere en un momento dado el hecho político consistente en la amnistía
o en el indulto. Mientras no lo haga, la ley ordinaria no puede, en aras del
pluralismo y de la democracia, decretar la impunibilidad de la violencia polí-
tica, simplemente por la circunstancia de que con su concurso se ventilen ideas,
puesto que la fuerza como método lo que ciertamente repugna a aquellos.
La norma examinada viola el principio democrático y el pluralismo,
como quiera que autoriza, al producir la exclusión de pena, que el método del
consenso mayoritario y el respeto a la diferencia y el disentimiento, que se
encuentran en su base, sean sustituidos por la fuerza, e incluso por el homi-
cidio, como medio legítimo de la contienda política. La debida y necesaria
tipificación penal de este tipo de comportamientos, no trasluce una censura
a las ideas que propugnan los alzados en armas, sino un rechazo al empleo
de la violencia como medio de acción política, que desvirtúa la esencia de
esta noble actividad y el fundamento democrático sobre el que se edifica la
sociedad y el Estado, amén de que coloca a los restantes ciudadanos desar-
mados en condiciones de desigualdad material e injustificada zozobra.
Al delito político se le otorga un tratamiento distinto del aplicable al delito
común, en razón de los móviles de beneficio social que eventualmente pueden
anidar en el alma de los rebeldes, pero nunca porque se juzgue apropiado el
recurso a la violencia. De hecho en las sociedades democráticas que, como
la colombiana, ofrecen canales múltiples para ventilar el disenso y buscar la
transformación de las estructuras sociales, económicas y políticas, el ámbito
del delito político no puede tener ya el mismo alcance que pudo tener en el
pasado, lo que no quiere decir que esta modalidad delictiva haya desaparecido
de los códigos y de la Constitución.
En las sociedades fundadas sobre presupuestos democráticos y sobre el
respeto a los derechos fundamentales, se torna cada día más difícil y menos
justificado apelar a formas delictivas a fin de expresar la inconformidad polí-
tica y pretender la transformación de la sociedad. En todo caso, a la altura
del tiempo presente y de los desarrollos constitucionales del país, dando por

179
Crímenes Altruistas

descontada la existencia de la delincuencia política –a su modo contemplada


en la misma Constitución–, lo que todavía le presta apoyo a la consagración de
un régimen menos severo para el delito político son los ideales que encarnen
los rebeldes, no así el recurso constante a la violencia que los caracteriza. Por
lo demás, la tendencia que se observa en el mundo es la de no amparar bajo el
concepto del delito político las conductas violentas.
La ley penal que se ocupa del delito político produce la exclusión de la
pena precisamente en relación con el elemento que resulta reprochable de
este fenómeno criminal: el uso de la violencia. La santificación de la guerra
interna, nunca puede ser el cometido del derecho penal de una sociedad demo-
crática que aspire a consolidar, sobre la base del consenso y del respeto a los
derechos fundamentales, el bienestar de su pueblo.

III.- Decisión
Por las razones anteriores, la Corte Constitucional, administrando justicia
en nombre del pueblo y por mandato de la Constitución,

Resuelve
Decláranse INEXEQUIBLES el artículo 127 del decreto 100 de 1980 “Por
medio del cual se expide el Código Penal” y el artículo 184 del decreto 2550 de
1988 “Por medio del cual se expide el Código de Justicia Penal Militar”.
Cópiese, notifíquese, comuníquese a quien corresponda, publíquese,
insértese en la Gaceta de la Corte Constitucional y archívese el expediente.
ANTONIO BARRERA CARBONELL
Presidente
JORGE ARANGO MEJIA
Magistrado
EDUARDO CIFUENTES MUÑOZ
Magistrado
CARLOS GAVIRIA DIAZ
Magistrado
JOSE GREGORIO FERNÁNDEZ GALINDO
Magistrado
HERNANDO HERRERA VERGARA
Magistrado
ALEJANDRO MARTINEZ CABALLERO
Magistrado

180
Dos sentencias de la Corte Constitucional

FABIO MORON DIAZ


Magistrado
VLADIMIRO NARANJO MESA
Magistrado
MARTHA VICTORIA SÁCHICA DE MONCALEANO
Secretaria General

Fuente:http://web.minjusticia.gov.co/jurisprudencia/CorteConstitucional/1997/
Constitucionalidad/C-456-97.htm

181
SOBRE EL DELITO POLÍTICO
Eduardo Posada Carbó

“Redefinir el delito político es una decisión urgente que fijaría un norte


claro a la política de paz, dando por demás una gran tranquilidad a la nación”,
expresó hace poco el Alto Comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, en uno
de varios artículos sobre la materia.(1)
El Alto Comisionado tiene en mente, claro está, el estatus de las Auc en
relación con el proyecto de ley que se tramita en el Congreso, como desa-
rrollo de las negociaciones que el gobierno adelanta con dicha organización
criminal. Sus artículos, sin embargo, plantean la discusión en dos niveles: uno
específico –la tipificación delictiva de las Auc–, y otro más general, la validez
conceptual del “delito político”.
Mientras que el primer aspecto ha sido objeto de amplio debate, el segundo
sólo parece haber recibido atención excepcional por parte de los formadores de
opinión en la prensa, y de manera limitada.(2) Los recientes ataques asesinos de
las Farc contra la población de Toribío han vuelto a motivar la preocupación
sobre el tema. “¿Qué diferencias hay entre las Auc y las Farc” –se preguntaba
la columnista Salud Hernández-Mora–, para que a las primeras les nieguen
el estatus político en el proceso de paz y a las segundas aún les concedan el
privilegio del delito de subversión?”.(3)
Por encima de la discusión sobre la naturaleza delictiva de los grupos
armados ilegales, me parece oportuno y necesario reconsiderar la misma noción
del “delito político” en una democracia, por las mismas dificultades para defi-
nirlo, y, más aún, por los nefastos efectos que ha tenido entre nosotros: al servir
de justificación perenne al crimen, al promover actitudes sociales permisivas
de la delincuencia, y al motivar una legislación injustamente benigna para
quienes violan la ley con supuestos fines políticos. Cualquier reconsideración
del delito político en Colombia tendría que comenzar por revisar una larga
tradición jurídica, de alguna forma afín a las escuelas conceptuales del “delito”
que por largos años han predominado entre destacados penalistas –el marco
general de la discusión que apenas dejaré esbozada a continuación.

183
Crímenes Altruistas

*****
Un repaso breve al libro sobre los delitos políticos de Luis Carlos Pérez,
publicado en 1948, ilustra muy bien las profundas raíces intelectuales del
problema.(4) Aunque su interés específico en aquel momento fue la defensa
de quienes participaron de los levantamientos masivos tras el asesinato de
Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril, Pérez hizo allí planteamientos generales
sobre el delito político que parecen mantenerse aún vigentes en algunos
círculos del país.
La suya fue una franca apología del delito político, sustentada sobre una
concepción exclusivamente sociológica del crimen, donde el delito es apenas
“síntoma que denuncia enfermedades del organismo social”, y “los monstruos
criminales” se consideran “hijos de su mundo circundante”. Por eso, “el delito
político no debe estudiarse unilateralmente en su relación con la ley, sino
también en su génesis, en su relación con los sentimientos, ideas, prácticas y
sistemas vigentes para un conglomerado nacional”.(5) Todo delincuente sería
así producto de la sociedad, pero existiría una distinción –de acuerdo con los
móviles que hayan determinado la violación de la ley–, entre los llamados
delincuentes comunes y los delincuentes políticos: “en los primeros”, señala
Pérez, “los móviles son de interés egoísta y antisocial. En los segundos, son
de naturaleza altruista y social”. Pérez veía “grandeza” en el delito político, ya
que éste “procede… del carácter nacional”. No le abrigaba duda alguna que
frente al tirano existía “la legitimidad del derecho a asesinarlo”. Más aún, tal
acto se habría convertido en “un deber del altruismo social”. Los delincuentes
políticos no serían “infractores… desde el punto de vista moral, pues sus actos
aparecen orientados hacia el porvenir, hacia lo grande y próspero”.(6) En tal
concepción, “el delito político” es, según Pérez, “un fenómeno metajurídico”.
La revolución, por consiguiente, “no estaría fuera del derecho, sino más allá
del derecho”.(7) El lenguaje parece complejo pero los efectos de dichas teorías
son simples de apreciar. Si la constitución se refiere a los delitos políticos es
“para que se les olvide o para autorizar el perdón”.(8)
Al momento de escribir su texto, Pérez reconoció el sistema jurí-
dico colombiano como el que más se había “compenetrado… entre todos
los vigentes de los países de América, … de la doctrina moderna sobre la
ausencia de peligro en la intención del infractor político y sobre la necesidad
de tratar benignamente el resultado criminoso”. El código penal aprobado en
1936 estaba “profundamente influenciado por el espíritu de tolerancia hacia
el infractor de las normas sobre organización del Estado”. Pérez reivindicaba

184
Sobre el delito político

en ello las prácticas que acompañaron a las guerras civiles del siglo XIX, y el
relieve de nuestras “tradiciones democráticas”. Según su conclusión, el día en
que los jueces persiguiesen “con tenacidad incomprensiva a las personas que
fracasaron en una rebelión”, sería “el último de su independencia como miem-
bros de una rama del poder soberano y el primero de una claudicante sumisión
a los dictados del ejecutivo que se pretendió subvertir”.(9)
Importa advertir que, si bien hizo la defensa del delito político, Pérez
aceptó algunas limitaciones. Frente al delincuente político señaló la exis-
tencia del “matoide político”, personas de “constitución paranoica”, quienes
“… se presentan con posturas apostólicas… para fascinar a los incautos”.
Pérez aceptaba entonces que la “protección que se concede al delincuente
político no puede amparar a estas personalidades enfermas, capaces de los
más atroces excesos…”.(10) Pérez, claro está, no se inventó la teoría. Ferri, el
famoso penalista italiano de gran impacto en Colombia, creía que los delin-
cuentes políticos sociales, “por las metas altruistas” que perseguían, no eran
“temibles a la sociedad”.(11) Sólo un estudio más sistemático y exhaustivo de
los tratados de derecho penal que se han enseñado y se enseñan en las facul-
tades de derecho, de la evolución de la legislación y jurisprudencia, y de las
discusiones relevantes en el Congreso podría precisar hasta qué punto aún
pesan entre nuestro sistema legal las doctrinas sobre el delito político defen-
didas en 1948 por Luis Carlos Pérez.
En cualquier caso, el llamado delincuente político sigue recibiendo un
trato especial por la constitución, así sea limitado, como lo dictaminó la
Corte Constitucional en la sentencia C-456/97 en 1997. Algunos magistrados
–Carlos Gaviria y Alejandro Martínez– salvaron su voto argumentando, entre
otras razones, que la Corte había ignorado “la tradición jurídica colombiana
relativa al alcance del delito político y al tratamiento favorable al mismo”.(12) Y
la noción de “delito político”, con sus efectos de tratar con mayor benignidad
a quienes se cobijan bajo esa figura, aún prevalece entre amplios sectores de
la opinión pública y la dirigencia política colombiana.

*****

Una reconsideración de la noción del delito político como la propuesta


tendría que enfocarse desde una perspectiva multidisciplinaria. El economista
Mauricio Rubio ofrece una crítica a la distinción entre delito político y delito
común que recoge aportes recientes de diversas ramas de las ciencias sociales.

185
Crímenes Altruistas

Su ensayo me parece un punto de referencia valioso para la discusión.(13) Rubio


enmarca el debate en el contexto colombiano de la búsqueda de negociaciones
de paz. Después de todo, el tema sigue teniendo significado entre nosotros en
la medida en que se considera que para dialogar con grupos armados ilegales
es necesario que tales grupos tengan la condición de delincuentes políticos.
Rubio critica algunas de las premisas sobre las cuales se sustenta la salida
negociada con dichas organizaciones: los motivos supuestamente altruistas de
los rebeldes, su reclamada base popular y el aparente empate de las fuerzas
en combate. Dos de sus reflexiones sobre el delito político merecen particular
énfasis. La primera nos sugiere la necesidad de separarnos de las escuelas
criminológicas que juzgan al delito por sus motivos antes que por sus nocivos
efectos. Rubio se encuentra aquí en sólido terreno, acompañado del tratadista
clásico Cesare Beccaria, quien en su famoso Tratado afirmara que “la verda-
dera medida de los delitos es el daño hecho a la Sociedad, y por esto han
errado los que creyeron serlo la intención del que los comete”.(14)
Adicionalmente, Rubio cuestiona la distinción entre rebeldes políticos y
delincuentes comunes por su carácter inocuo, al no corresponder a la realidad
colombiana. Su examen de diversos testimonios muestra unos “rebeldes” muy
alejados “de las tipologías idealizadas del actor colectivo que responde a la
dinámica de la lucha de clases y está totalmente aislado del crimen”.(15) Es ya
comúnmente aceptado que las horrendas prácticas del secuestro, los crímenes
de guerra y de lesa humanidad, otros actos de terrorismo y la extorsión y las
actividades del narcotráfico –entre otras acciones ilícitas en que están envueltos
todos los grupos armados ilegales–, no sólo borran la distinción entre delito
político y delito común(16), sino que –en casos como el secuestro y crímenes
de lesa humanidad–, mal podrían contar con aquel tratamiento benigno que se
abogaba para el delito político. Rubio critica también el que se trate a los delin-
cuentes políticos como actores colectivos, ignorando tanto las responsabilidades
individuales del agente criminal como la diversidad de motivos para ingresar en
dichas organizaciones –que en muchísimos casos, hasta entre sus líderes, y de
forma cada vez más creciente–, poco tienen que ver con razones políticas.(17)
La argumentación de Rubio no conduce a rechazar el que se negocie even-
tualmente con una organización armada ilegal. Lo que Rubio sugiere es aban-
donar la racionalidad que busca sustentar la negociación con grupos armados
ilegales sobre la premisa de sus supuestas intenciones políticas. “La decisión
de negociar con los rebeldes”, concluye, “es claramente una decisión política
que depende no tanto de consideraciones teóricas como de la evaluación de

186
Sobre el delito político

una situación específica… El balance negociación-represión es un problema


práctico, no teórico”.

*****

La sobrevivencia de la noción del delito político es un anacronismo incom-


patible con los esfuerzos de construir una democracia moderna y una sociedad
justa. Más aún si con ella se busca legitimar actos horrendos de violencia
extrema. “Poner bombas o secuestrar ciudadanos no son actividades políticas
en una democracia”, ha observado el filósofo español Fernando Savater.(18)
Savater ha sido enfático en su condena a quienes llama “asesinos épicos”,
cuyas supuestos objetivos sociales deberían más bien provocar el rechazo
de cualquier demócrata. “Lo más perturbador de estos crímenes” [políticos]
–advierte–, “es que son cometidos altruísticamente, en nombre de otros y para
‘salvarles’ hacen recaer sobre colectivos enteros” (es decir, sobre la comunidad
o sobre algunos sectores sociales) “la sospecha de complicidad o al menos
complacencia con los asesinos”. El supuesto fin noble del llamado delito polí-
tico encierra “generalizaciones fraudulentas” que convierte a los “desalmados
no precisamente desarmados en auténticos portavoces de los grandes valores
que dicen defender”.(19) Savater encuentra por ello difícil que se le reconozca
estatus político “al que asesina, extorsiona, roba, tortura, secuestra, apalea o
causa estragos movido por ideas políticas…”.
En contra de las escuelas tradicionales que sugieren darle un trato benigno
al delito político, Savater además considera que “la motivación política que lleva
a cometer delitos violentos no tiene por qué ser una eximente penal ni moral: en
un Estado democrático de derecho más bien debería ser un agravante…”.(20) Que
haya existido en el país una tradición constitucional de trato benigno al llamado
“delito político” no significa que esa tradición haya sido necesariamente bonda-
dosa ni que, hacia el porvenir, deba imponerse a las nuevas generaciones sus
nefastas consecuencias. Mientras sobreviva, la violencia criminal de cualquier
tipo siempre encontrará allí incentivos y justificaciones.

Notas y referencias bibliográficas:


(1) “Una decisión urgente”, El Tiempo, mayo 27 de 2005. Otros artículos, aparecidos en diversos
medios de prensa nacional, pueden consultarse en el portal digital de la presidencia: (“Del
delito político”, “El homicidio político”, “Tipificación delictiva de las autodefensas”, en
www.presidencia.gov.co).

187
Crímenes Altruistas

(2) Véase, por ejemplo, Alfonso Gómez Méndez, “Entre el delito político y la criminalidad
común”, El Tiempo, abril 4 de 2005. En este artículo, sin embargo, el exfiscal no aborda la
discusión desde una perspectiva general, sino en relación particular con el proceso de nego-
ciación con la Auc.
(3) Salud Hernández-Mora, “El mismo perro con distinto collar”, El Tiempo, abril 17 de 2005.
(4) Luis Carlos Pérez, Los delitos políticos. Interpretación jurídica del 9 de abril (Bogotá,
1948).
(5) Idem., p. 9.
(6) Idem., pp. 21, 23, 46, 178.
(7) Idem., p.35.
(8) Idem., p. 18.
(9) Idem., pp 13, 14, 174 y 178.
(10) Idem., p.29.
(11) Así lo expresaron los magistrados Carlos Gaviria y Alejandro Martínez en su salvamento de
voto a la sentencia de la Corte Constitucional C-456/97, en bib.minjusticia.gov.co/jurispru-
dencia/ corteconstitucional/1997
(12) Idem, pp 40 y ss.
(13) Mauricio Rubio, “Rebeldes y criminales. Una crítica a la distinción entre delito político y
delito común”, en Jaime Arocha et al., eds., Las violencias: inclusión creciente (Bogotá:
1998), pp. 121-163. Rubio examina críticamente en particular las tesis de Iván Orozco en su
Combatientes, guerreros y terroristas. Guerra y derecho en Colombia (Bogotá, 1992).
(14) Cesare Beccaria, Tratado de los delitos y las penas (1764) (Madrid, edición facsimilar,
1993), p.36.
(15) Rubio, Rebeldes y criminales, p. 144.
(16) “De una violencia política con horizontes ético-normativos definidos y con criterios de
acción regulados o autorregulados, se ha venido pasando a una indeferenciación de fron-
teras con la criminalidad común organizada y en alianzas operativas o tácticas como el
narcotráfico….Es posible evidenciar incluso cierta circularidad entre los diversos actores
de la violencia: guerrilleros que se vuelven paramilitares, narcotraficantes y delincuencia
organizada al servicio de la insurgencia…”, en Gonzalo Sánchez, “Colombia: violencias sin
futuro”, Foro Internacional (enero-marzo 1998, vol XXXVIII:1), p. 47. “Las fronteras entre
la violencia política y otras violencias se han vuelto porosas….”, Daniel Pécaut, Guerra
contra la sociedad (Bogotá, 2001), p. 109.
(17) Idem., pp 127, 129-30, 135, 139, 144.
(18) Fernando Savater, Perdonen las molestias. (Madrid, 2001), p.80
(19) Idem., pp 42-3.
(20) Idem., p. 74.

Fecha: 27 de abril de 2005


Fuente: http://www.ideaspaz.org/new_site/secciones/publicaciones/download_articulos/49_
delito_poltico.pdf

188
DELITO, DEMOCRACIA Y PAZ
Eduardo Posada Carbó

De acuerdo con estimativos quizá conservadores, el Estado colombiano


ha hecho uso de los recursos del indulto y la amnistía para enfrentar rebeliones
armadas en unas 88 ocasiones, desde 1820 hasta nuestros días.(1)
Se trata de una historia tan intensa como poco estudiada.
Esos aparentes ciclos de rebelión y negociación han alimentado la idea
según la cual la única tradición que nos identificaría como nación sería la
violencia política. A su turno, el arraigo de tal idea impide entre amplios
círculos intelectuales la justa valoración de los desarrollos democráticos
colombianos. Y les impide también concebir un país en “paz”, como si estu-
viésemos condenados a convivir eternamente con las rebeliones.
Así lo sugieren, creo, las muy significativas reacciones que provocó la
propuesta reciente del Gobierno de reeaxaminar el tema del delito político
en Colombia, discutida en mi reciente colaboración para la Fundación Ideas
para la Paz (“Sobre el delito político”, mayo de 2005: www.ideaspaz.org). La
sugerencia de abandonar el concepto del delito político en nuestra legislación
fue rechazada por un buen número de formadores de opinión, de manera casi
tajante y sin mayores consideraciones.(2)
Esto no debe sorprender, dada la prolongada presencia del delito político
en una tradición jurídica casi deificada. Como trato de exponerlo a continua-
ción, sin embargo, los argumentos de sus defensores me parecen cuestiona-
bles: incurren en anacronismos, sirven de justificación a quienes permanecen
en armas contra el Estado, minan la democracia, equivocan y confunden los
términos de la discusión. Y en vez de mostrar una seria disposición a debatir
el tema, la tendencia de algunos fue descalificarlo.

****

Para enfatizar la importancia de la propuesta gubernamental, considero


necesario responder primero a las descalificaciones.

189
Crímenes Altruistas

El tema de los delitos políticos es para Héctor Rincón apenas una “distrac-
ción” que despacha con una ligereza: “ay qué cansancio”. Aquello supone,
claro está, oscuras intenciones por parte del Gobierno –“sofismas de distrac-
ción”, o “cortinas de humo”, como lo llamara María Jimena Duzán, quien
desprecia el asunto por tratarse de “discusiones bizantinas”.(3) Otros simple-
mente no le encuentran significado a las discusiones conceptuales: “pareciera
que la vocación mayor del alto gobierno” – escribió Jaime Fajardo al respecto
–“es la pirotecnia, específicamente la verbal”.
Las descalificaciones llevan, implícita o explícitamente, un mensaje poli-
tizado. Según Armando Benedetti Jimeno, la propuesta de revisar la noción del
delito político cuadraría muy bien con lo que él entiende como el pensamiento
“neoliberal”, sería una “tarea de la derecha”. Decir que en democracia no cabe
el delito político sería, de acuerdo con Emilio José Archila, una “afirmación…
terriblemente autoritaria”. Y de manera similar se descalifica a quienes en
otras partes del mundo se han atrevido a cuestionar la validez hoy del delito
político. Para Ramiro Bejarano, Fernando Savater es un “filósofo derechista
español”, mientras Benedetti reduce las opiniones de Savater a “liviandades
filosóficas”.
No puedo hablar por los motivos del Gobierno para promover este debate.
Cualquiera fuese su intención, creo que el tema del “delito político” es central
al problema del crimen en Colombia –que creció en espiral extraordinaria
desde fines de la década de 1970. En los distintos escritos sobre el tema del
Alto Comisionado, y en las intervenciones recientes del Presidente Uribe y
del Vice-presidente Santos hay además argumentos de peso que no pueden
ser rebatidos con descalificaciones.(4) Y los argumentos de Savater tampoco
pueden rebatirse con etiquetas además falsas –harían mejor en hacer refe-
rencia a sus ideas.(5)

****

No todas las críticas a la propuesta gubernamental fueron meras descali-


ficaciones. Pero los argumentos aducidos tampoco convencen.

La historia y los anacronismos


De manera insistente, los defensores de conservar la tradición del trato
benevolente al llamado “delito político” nos remitieron a la historia, a la
universal y a la colombiana.

190
Delito, democracia y paz

“Durante siglos”, recordó Benedetti Jimeno, “el pensamiento de Occi-


dente se esmeró en dejar una puerta abierta hacia eventuales insubordina-
ciones contra príncipes opresores”. Daniel García-Peña se refirió al delito
político como una de las “tradiciones fundacionales de la democracia liberal”,
antes de invocar la “defensa más lúcida y hermosa del derecho de rebelión…
[la de] Tomás Jefferson en la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos en 1776”. Alfredo Molano, para quien la nacionalidad sólo parece
haberse formado en el “crisol de las guerras civiles desde la independencia
hasta nuestros días”, destacó que el “delito político” fue en nuestra historia
“una especie de cláusula de garantía para las élites guerreantes”. Un entre-
vistador de la WRadio señaló que Simón Bolívar había cometido “delitos
políticos para lograr la independencia”.(6) Según Carlos F. Galán, la figura
del delito político habría sido “uno de los ejes de la historia de Colombia”:
“muchos de los que se han levantado contra el statu quo han sido artífices
de grandes transformaciones y avances del país… Los sectores marginados,
desprotegidos y oprimidos han encontrado en las armas y la rebelión el único
camino para participar en el proceso histórico nacional”.
Las referencias históricas no sólo sirven de justificación a las rebeliones
pasadas sino también para advertirnos sobre el futuro: “Hoy en día estamos
en una democracia” –reconoció el entrevistador en la WRadio–, “pero mañana
podemos estar en una dictadura y para enfrentar esa dictadura habrá gente que
se rebele y cometa delitos políticos”.
Dejo a un lado mis discrepancias con algunas interpretaciones. (¿Han
sido las armas y las rebeliones “el único camino” de los “sectores margi-
nados” para participar en el proceso histórico nacional”?). Más allá de tales
interpretaciones, las rebeliones del pasado no pueden servir de excusa anti-
cipada ni a las de hoy ni a las de mañana. (¿Aceptarían acaso en los Estados
Unidos que se apele en estos momentos a la “defensa lúcida y hermosa de la
rebelión” de Tomás Jefferson para justificar actos terroristas?). Sus aparentes
causas pudieron haber sido o no justas, pero ello no significa que sus métodos
no hayan podido ser reprobables –y si lo fueron ayer, hoy lo pueden ser con
mayor severidad–. El que las sociedades y el Estado hubiesen sido antes bene-
volentes y hasta tolerantes con el llamado delito político, tampoco significa
que esa tolerancia hubiese sido de suyo socialmente benéfica. Y el que las
“elites guerreantes” de siglos anteriores hubiesen acogido el delito político
como una “especie de cláusula de garantía para sus luchas (asumiendo que ello
haya sido así), ¿significa entonces que tendremos que seguir imponiéndole a

191
Crímenes Altruistas

las futuras generaciones una figura de tan cuestionable efecto para construir
un Estado de Derecho?
Más aún, el argumento histórico es abiertamente anacrónico al plantear la
discusión frente a “príncipes opresores” o eventuales dictaduras. Pues no estamos
viviendo en tiempos de Borbones. Lo que está en discusión hoy es qué actitud
tomar, bajo una democracia, cuando un grupo de individuos decide apelar, de
manera sistemática y organizada, a métodos violentos para conseguir sus fines.

Aquí no habría democracia ni Estado


Algunos de los defensores de preservar la tradición jurídica sobre el delito
político alcanzan a aceptar, como lo hizo Carlos F. Galán, que en “una demo-
cracia profunda no tiene sentido que se le de un tratamiento especial a quienes
se alzan en armas contra el Estado”. Y reconocen –cómo no, si las evidencias
son contundentes–, que el delito político “fue desapareciendo de las democra-
cias consolidadas”.(7) Pero el problema, –nos dice García Peña, paso seguido–,
es que “la colombiana aún no es una democracia consolidada”.
En efecto, en el debate reciente sobre el delito político tendió a predo-
minar un discurso deslegitimador de la democracia colombiana. La nuestra es
una democracia “famélica”, según María Jimena Duzán. No seríamos siguiera
“una caricatura de democracia”, en palabras de José Archila. “Aquí no tenemos
una democracia garantista”, sentencia Ramiro Bejarano, para quien “mien-
tras subsistan las condiciones sociales y políticas donde germina la rebelión,
la asonada y la sedición, subsistirá también la necesidad de seguir tratando a
los delincuentes políticos de manera diferente que a los asesinos, ladrones y
secuestradores”. La “democracia criolla”, advierte Bejarano, “en nada se parece
a las modernas europeas”. Daniel García-Peña introdujo algunos matices en su
juicio, al reconocer que “hoy nuestra democracia es más sólida que ayer y luego
de la constitución de 1991 ha habido un proceso de construcción y ampliación
de su legitimidad”, pero su conclusión es similar a la de Bejarano: “pensar que
ya estamos en Suiza y desconocer las profundas desigualdades y exclusiones de
un profundo conflicto social, es intentar tapar el sol con un dedito”.
Una línea similar de argumentación fue la expuesta por Alfredo Rangel,
aunque su énfasis no fue la democracia sino el Estado. Según Rangel, la
violencia política no sería “otra cosa que el resultado de unos procesos trau-
máticos y dolorosos de ocupación del territorio, de construcción de Estado y
de integración nacional… Como esos procesos están aún inacabados, el delito
político todavía tiene plena vigencia en nuestro país”. Solo cuando se conso-

192
Delito, democracia y paz

lide “la ocupación institucional y democrática del territorio”, se fortalezca


“la legitimidad del Estado” y ocurra la “reconciliación nacional” podríamos
“pensar en abolir el delito político de nuestra constitución y nuestras leyes.
Como en Europa. Antes no”.
Tendría, para comenzar, serios reparos al concepto maximalista de demo-
cracia que surge de tales opiniones. Nadie está negando que existan injusticias
o desigualdades en el país. Lo que está en discusión –hay que reiterarlo– es si
es válido y legítimo acudir a métodos violentos para acabar con ésos y otros
problemas. Una inmensa mayoría de los colombianos piensa que no. Pero
unos pocos –que se toman arbitrariamente la vocería del “pueblo”–, quieren
imponernos sus designios a la fuerza, violando la constitución. Argumentar
que porque existen problemas sociales hay que tratar privilegiadamente a unos
delincuentes por encima de otros no sólo sirve de justificación a sus actos
criminales, sino que tiende a desconocer la naturaleza misma de los procesos
democráticos –además de violar principios básicos del Derecho.
Colombia, claro está, no es Europa. Y la referencia del Gobierno a nuestra
“democracia profunda” puede ser cuestionable.(8) ¿Pero cuándo entonces,
según los críticos, una democracia debe considerarse “consolidada” para que
deje de justificarse la rebelión? ¿Y puede consolidarse una democracia donde
al mismo tiempo parecería tolerable que se secuestraran candidatos presiden-
ciales, diputados y congresistas, se asesinaran ciudadanos, concejales, diri-
gentes sindicales, fiscales o trabajadores de derechos humanos, se explotaran
bombas indiscriminadamente? ¿Hasta qué punto la sobrevivencia de esa figura
–el delito político–, que excusa por anticipado la violación del procedimiento
democrático, no ha impedido más avances democráticos en Colombia?
Lo apropiado para consolidar la democracia tendría que ser darle pleno valor
al uso de los medios pacíficos para resolver conflictos y deslegitimar, por consi-
guiente, cualquier apelación a la violencia. El uso del terrorismo es, por defini-
ción (por sus intenciones de doblegar forzadamente a la opinión pública), un acto
antidemocrático. Llámesele si se quiere delito “político” por sus fines aparentes,
pero debería entonces ser motivo agravante y no atenuante de las penas.

La intención frente al daño social


La tradición jurídica del delito político difunde un mensaje cada vez más
inaceptable: que quien viole la ley con supuestos objetivos altruistas (polí-
ticos) debe ser tratado en forma diferente –más benigna–, que quien lo hace
por motivos egoístas.

193
Crímenes Altruistas

La preocupación por los motivos de los delincuentes como premisa exclu-


siva para juzgar sus actos criminales puede dar lugar a la tolerancia extrema.
Algunos como Jaime Zuluaga sugieren que quienes creen en la revolu-
ción, por el solo hecho de creer en ella, merecen un trato especial: “hay gente
que todavía cree que puede hacer la revolución a través de las armas, y eso hay
que tenerlo en cuenta”(9) (tenerlo en cuenta, se entiende, para otorgarles el trato
privilegiado de delincuentes políticos). Otros, como Jaime Fajardo, parecen
concebir el problema como uno de simples subjetividades contrapuestas: “en
el caso de que el gobierno considere estar dentro de los lineamientos del Estado
Social de Derecho y de la defensa legítima de la democracia, pueden mani-
festarse sectores de ls oposición, no necesariamente armados, que estimen lo
contrario. Así que estos podrían rebelarse contra ese régimen supuestamente
legítimo”. Una línea similar de argumentación se expresó en las observa-
ciones que los entrevistadores de la WRadio le hicieron a Fernando Savater,
“Cualquier persona podría decir que incluso en las democracias que no son
realmente democracias se justifican los actos subversivos… Entramos en un
campo de interpretaciones”.
Este derecho generalizado a la rebelión, fundado en la subjetividad de
cada cual, desconoce por lo menos la instancia de la Corte Constitucional,
establecida, en efecto, para garantizar el Estado Social de Derecho. Savater
respondió así al tema de la subjetividad: “el que apoya la legalidad de un
Estado no puede aceptar que otro, simplemente un particular, porque niega la
legalidad y no le gusta la democracia, o no le gusta la situación económica del
país, lleve a cabo atentados, atracos o crímenes… Uno puede ser subjetiva-
mente lo que quiera, pero los estados tienen unas leyes. Las personas que las
respetan están en contra de la subjetividad del que las viola”.(10)
Fajardo advierte que su ejemplo se refiere a sectores de la oposición “no
necesariamente armados”. El problema central bajo discusión, sin embargo
–hay que volver a insistir– , es el planteado por grupos armados que, so pretexto
de fines políticos, deciden emprenderla violentamente contra la sociedad y el
Estado, sin respeto alguno por las normas constitucionales.
Y no se trata de cualquier violación legal. No estamos frente a simples
conductas de desobediencia civil. No. Se trata de acciones en extremo violentas,
que han cegado la vida de millares de ciudadanos y mantienen aterrorizada a
la población. En esto importa saber apreciar muy bien las dimensiones del
daño causado por quienes siguen recibiendo el trato privilegiado de delin-
cuentes políticos. Hay que regresar, una y otra vez, a las enseñanzas de Cesar

194
Delito, democracia y paz

Beccaria en su famoso Tratado: “la verdadera medida de los delitos es el daño


hecho a la Sociedad, y por esto han errado los que creyeron serlo la intención
del que los comete”.
Algunos querrán reducir el debate a una discusión entre criterios contra-
puestos –subjetivos u objetivos– para definir el “delito político”. Las palabras
de Savater son aquí nuevamente relevantes: “poner bombas o secuestrar ciuda-
danos no son actividades políticas en una democracia, lo mismo que no es una
actividad religiosa asesinar herejes”.(11) El problema entre nosotros es aún más
serio que en la España de Savater por el grado de atrocidades cometidas por
los grupos armados ilegales –en muchos casos crímenes de guerra sometidos
también a la justicia internacional–. ¿Cómo separar, en tales circunstancias,
unos delincuentes “políticos” de otros “comunes”? En el reciente debate, los
defensores de conservar la tradición jurídica respecto del “delito político” no
parecen haberse molestado con estas complejidades.

Propuesta inoportuna y enemiga de la negociación


Que el Gobierno haya planteado la discusión sobre el futuro del delito
político en momentos en que se discutía el “estatus político” a las Auc fue para
algunos incoherente, y para los más críticos una muestra de que el Gobierno
privilegiaba a unos mientras cerraba las puertas de la negociación a otros.
“Huele mal” –escribió María Elvira Samper –, “por lo contradictorio
y a todas luces inconveniente, que el Gobierno empuje en la dirección del
reconocimiento político de los paramilitares y al mismo tiempo esté coci-
nando un proyecto de reforma constitucional para eliminar el delito político”.
Alfredo Molano se anticipó a anunciar que “el delito político será abolido de
la Constitución una vez se haya firmado la paz con los paramilitares”. Según
Daniel García-Peña, “lo más grave de la iniciativa de abolir el delito político
en Colombia es que le echa un candado más a la ya muy cerrada puerta de
la salida negociada al conflicto armado”. Jaime Fajardo expresó de manera
similar que “quitar el rango constitucional al delito político … es cerrar la
puerta a la paz y a la reconciliación”.(12)
Quizá el Gobierno ha debido proponer el debate en otro momento más
propicio. Pero quizá también la opinión pública colombiana ha tardado dema-
siado en debatir el tema. De cualquier forma, muchas de las críticas en el sentido
que acabo de anotar equivocan y confunden los términos de la discusión.
Ante todo, se le dio efecto inmediato a una propuesta de largo plazo.
Basta repasar las declaraciones del Presidente Uribe al respecto. La coyuntura

195
Crímenes Altruistas

es ciertamente confusa, y exige mayor claridad, tanto por parte del Gobierno
como de sus críticos. El que se les otorgue “estatus político” a las Auc puede
ser cuestionable, pero en ese caso los defensores de conservar la tradición jurí-
dica sobre el delito político incurrirían en incoherencias, pues si lo que importa
en el momento de juzgar a los criminales es tener en cuenta su intención y no
el daño social causado con sus acciones, hay razones para argumentar –como
lo ha señalado Alfredo Rangel–, que tan “delincuentes políticos” son los unos
como los otros.
Rangel, sin embargo, sugiere –al igual que otros críticos de la propuesta–,
que el Gobierno “pretende reconocer como delincuentes políticos a los ‘paras’,
pero no a la guerrilla”. Esta interpretación me parece tan desacertada como
la de quienes arguyen que abolir la figura del delito político significa cerrar
hacia el futuro una “salida negociada al conflicto”.
En las propias palabras del Gobierno, “lo que hay que hacer es igualar a
todos los actores”. El Gobierno aduce que su actitud hoy está determinada por
el proceso de desmovilización de las Auc, pero las condiciones que acuerde
el legislador para este caso tendrían también que aplicarse, en principio, ante
un eventual proceso de paz con las guerrillas.(13) Por lo demás, el Gobierno
ha mantenido sus ofertas de negociación a las Farc y al Eln –en sus propios
términos, claro está–, que tales grupos siguen rechazando en violentos desa-
fíos contra la sociedad y el Estado.
¿Qué efectos tendría entonces la abolición de la figura del delito político
en nuestro ordenamiento jurídico? ¿Se cerraría así para siempre la puerta de la
negociación con los grupos armados ilegales?
El principal efecto quizá sería enviar un claro mensaje a toda la sociedad
sobre la ilegitimidad de recurrir a la violencia en búsqueda de pretendidos fines
políticos, económicos o sociales: alzarse en armas es un atentado contra la
constitución y, por consiguiente, contra la inmensa mayoría de los ciudadanos
que respetamos los mecanismos pacíficos para dirimir nuestras diferencias.
Tal mensaje tendría que llegar, por supuesto, a los grupos armados. Se
trataría de consolidar así un “discurso institucional” que, en palabras de Savater,
“no deje lugar a dudas a los violentos sobre el fracaso de unos fines contami-
nados irrevocablemente por los medios utilizados para propugnarlos”.(14)
Ello no necesariamente significa cerrar para siempre las puertas a una
“salida negociada del conflicto”. Allí están para la muestra los casos de
Irlanda del Norte y España, donde la figura del delito político –con expresos
tratos excepcionales y relativamente benignos estipulados por constitución–,

196
Delito, democracia y paz

no existe y, sin embargo, los gobiernos han adelantado negociaciones con el


Ira y la Eta.
En España, por ejemplo, El Pacto de Ajuria Enea, de enero de 1988,
expresó apoyo a “procesos de diálogo entre los poderes competentes del
Estado y quienes decidan abandonar la violencia”. Más recientemente, en
mayo de este año, las Cortes españolas aprobaron –a pesar de la oposición
del Partido Popular– una moción del Gobierno en la que se dice que “si se
producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia”
se apoyarían “procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y
quienes decidan abandonar la violencia”.(15)
No éste el espacio para examinar los detalles de esas y otras declaraciones,
sobre todo esta última que es fuente de una intensa controversia.(16) El punto
que quiero destacar con la experiencia española –que podría hacer también
más explícito en referencia a Irlanda del Norte–, es que la abolición del delito
político en el ordenamiento constitucional no precluye la eventualidad de una
“negociación” o “final dialogado de la violencia” con grupos alzados en armas.
Lo que estas experiencias también sugieren es un enfoque distinto para
enfrentar el problema que incluye, por lo menos, dos aspectos. El primero: la
inaceptabilidad de discursos que en una democracia justifiquen el uso de la
violencia. El segundo: la aceptación de otra racionalidad para sustentar even-
tuales salidas negociadas con grupos armados ilegales. Como lo ha expresado
Mauricio Rubio, “la decisión de negociar con los rebeldes es claramente una
decisión política que depende no tanto de consideraciones teóricas como de la
evaluación de una situación específica… El balance negociación-represión es
un problema práctico, no teórico”.(17)
Tendría que tratarse, en cualquier caso, de situaciones siempre muy
excepcionales, sólo donde el bien común así lo exija, y con el debido respeto
por la justicia.

****

Estamos frente a un tema ciertamente complejo, parte de una muy arrai-


gada tradición jurídica. La existencia de una tradición no justifica por sí misma
que se le conserve, ni tampoco es prueba por su sola existencia de bondades. Y
la complejidad exige precisamente un examen desapasionado de la materia.
Como he querido mostrarlo en este breve ensayo, la propuesta del Gobierno
de reflexionar sobre la permanencia del delito político en nuestra legislación

197
Crímenes Altruistas

fue rechazada por un significativo número de formadores de opinión casi de


inmediato, con descalificaciones y con argumentos bastante cuestionables,
cuando no ignorada. Sólo algunos consideraron que la discusión era pertinente
y necesaria.
Tal vez lo más preocupante de la discusión que generó la propuesta guber-
namental fueron las repetidas expresiones deslegitimadoras de la democracia,
de las que se valen quienes pretenden justificar la violencia armada. Un país
que busca consolidar un sistema democrático no puede seguir atado al estado de
rebelión permanente. Así no lograremos construir nunca una sociedad en paz,
donde se garantice con solidez la seguridad ciudadana y prevalezca el Estado de
Derecho. Mayor razón aún para insistir en la importancia de este debate.

Notas y referencias bibliográficas


(1) Mario Aguilera, “Amnistías e indultos, siglos XIX y XX”, Credencial Historia, Mayo de
2001. Sobre el siglo XX, véanse también los ensayos en Medófilo Medina y Efraín Sánchez,
eds., Tiempos de Paz. Acuerdos en Colombia, 1902-1994 (Bogotá, 2003).
(2) Véanse: Armando Benedetti, “El delito político difunto”, Carlos F. Galán “¿Desaparece el
delito político?”, y María Jimena Duzán, “Uribe modelo 2005”, en El Tiempo, mayo 23, de
2005; Ramiro Bejarano, “Los incomprendidos”, Alfredo Molano, “Delete”, y Daniel García-
Peña, “Disparates peligrosos”en El Espectador, mayo 22 de 2005; Oscar López Pulecio,
“Delitos políticos”, y José Emilio Archila, “Pero, qué pasó presidente?”, en El País, mayo
28 de 2005; Jaime Fajardo, “Delito político, ¿al banquillo?”, El Mundo, mayo 27 de 2005;
Hector Rincón, “De la vida real”, María Elvira Samper, “O todos en la cama…”, Cambio,
mayo 22 de 2005. Sólo excepcionalmente algunos columnistas consideraron que el debate
sobre el tema debía ser pertinente, y así lo abordaron desde distintas perspectivas, Francisco
Lloreda, “Un debate pertinente”, El País, mayo 22 de 2005; Alfredo Rangel, “Vigencia del
delito político”, El Tiempo, mayo 30 de 2005, Fernando Cepeda Ulloa, “¿Crimen o delito
político?”, El Heraldo, mayo 21 de 2005. Apoyos sin reservas a la propuesta gubernamental
me parecieron –hasta donde puedo juzgar– más bien escasos, hasta excepcionales: Carlos
Montoya Mejía, “Una propuesta histórica”, El Mundo, mayo 27 de 2005.
(3) Para esta y las otras citas, a menos que se indique otra fuente, véanse las referencias respec-
tivas en la nota 2.
(4) Véanse las declaraciones del Presidente y del Vice-presidente en ¿Debe existir el delito polí-
tico en Colombia?”, y los distintos artículos del Alto Comisionado, Luis Carlos Restrepo en
www.presidencia.gov.co
(5) Savater, Perdonen las molestias. Crónica de una batalla sin armas contra las armas (Madrid,
2001), y El gran fraude (Madrid, 2003) y su entrevista para la WRadio en wradio.com.co,
mayo 19 de 2005, transcrita en El Heraldo, mayo 23 de 2005. Para una breve exposición
de los planteamientos de Savater en Perdonen las molestias, véase mi artículo “Fernando
Savater y la lucha contra el terrorismo”, en www.ideaspaz.org
(6) “Entrevistas”, WRadio.com.co, mayo 19 de 2005.
(7) Para una discusión de la doctrina –histórica y comparada– sobre el tema en la década de
los 70, véase “Delito político”, en Carlos Mascareñas, ed., Nueva Enciclopedia Jurídica
(Barcelona, 1975), vol VI, pp. 603-617. Véase también, Barton Ingraham, Political crime in
Europe. A comparative study of France, Germany and England (Berkeley, 1979).

198
Delito, democracia y paz

(8) Leídas con cuidado, además, no creo que las declaraciones del Presidente quieran decir que
aquí existe ya una democracia perfecta o “profunda”. Sus alusiones hacen más bien refe-
rencia a una democracia en proceso de profundización. La diferencia podrá ser para algunos
sutil, pero tal sutileza exigiría entonces juicios más matizados. Véase el texto “¿Debe existir
el delito político en Colombia?”, www.presidencia.gov.co
(9) En “Gobierno busca eliminar los delitos políticos de la legislación penal”, El Tiempo, mayo
18 de 2005.
(10) Entrevista en WRadio.com.co, mayo 19 de 2005.
(11) Savater, Perdonen las molestias, p. 78.
(12) “[La] propuesta de reforma constitucional… tendría como consecuencia la eliminación de
beneficios judiciales a los grupos guerrilleros que hoy no están en la mesa de negociación y
que quedarían sin posibilidad alguna de entrar en una negociación política…”, María Elvira
Samper, en Cambio, mayo 23 de 2005. La idea de que el abandono del concepto del delito
político significaba cerrar la puerta de la negociación mañana a otros grupos armados fue
expresada también en Semana, “¿Contradictorios o coherentes?”, mayo 22 de 2005 y en “La
sedición paramilitar”, Siguiendo el conflicto (FIP), mayo 13 de 2005.
(13) En la legislación que se discute, los congresistas han aprobado incluir a los grupos de auto-
defensas y guerrilleros al tipificar la sedición como un delito político. “La sedición será un
delito político”, El País, julio 17 de 2005.
(14) Savater, El gran fraude, p. 41.
(15) Estos textos pueden verse en el archivo de El País, www.elpais.es
(16) Véanse, a manera de ejemplo, “Varios medios aseguran que ETA ha propuesto al Gobierno
negociar el cese de la violencia”, El País, Madrid, 23 de mayo de 2005; Fernando Savater,
“La segunda mesa”, El País, mayo 25 de 05; Francisco Rodríguez Adrados, “Una sociedad
blanda”, ABC, junio 12 de 2005; “Savater: “Zapatero me dijo que recibió una oferta de ETA
para dejar las armas”, ABC, mayo 23 de 2005; y Miguel Ángel Aguilar, “La derrota del
terrorismo”, El País, junio 6 de 2005.
(17) Rubio, “Rebeldes y criminales. Una crítica a la distinción entre delito político y delito común”,
en Jaime Arocha, et al, eds., Las violencias: inclusión creciente (Bogotá, 1998), p. 144.

Fecha: Mayo de 2005


Fuente:http://www.ideaspaz.org/new_site/secciones/publicaciones/download_articulos/50_
delito_democracia.pdf

199
EL CURSO DE LA SOCIEDAD SOLO CAMBIARA
CUANDO CAMBIEN LAS IDEAS
Eduardo Posada Carbó

Inicié mi vida profesional en las oficinas de la Andi en Barranquilla, como


su secretario general.
Tengo muy gratos recuerdos del que fuese mi primer trabajo en serio,
una excelente oportunidad para conocer de cerca al empresariado colombiano,
además de haber sido una experiencia personal enriquecedora, estimulado por
quienes dirigían entonces la asociación, Fabio Echeverri desde Medellín, y
Arturo Sarabia en Barranquilla.
Es pues para mí sumamente placentero unirme a las celebraciones de los
60 años de la fundación de la Andi. Y me siento muy agradecido, y honrado,
con la amable invitación de su presidente, Luis Carlos Villegas, para participar
en esta asamblea y poder compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la
vida de nuestra nación.
Poco después de recibir la invitación, al pensar inicialmente en el tema
asignado, volví a recordar una imagen de las oficinas de la Andi en Barran-
quilla, una imagen recurrente en mi memoria, sobre todo cuando intento
examinar las razones que han mantenido al país en crisis tras crisis en las
últimas décadas: es la imagen de las Obras Selectas de Lenín –el líder de la
revolución soviética–, cuyos volúmenes permanecieron por algún tiempo en
un escritorio cerca de las puertas de aquellas oficinas.
La imagen de los libros de Lenin en las puertas de la Andi provoca varias
conjeturas.
De ella podríamos inferir la naturaleza pluralista y tolerante del gremio,
sus empresarios y dirigentes. Nadie, que yo recuerde, sugirió nunca que los
libros de Lenin deberían removerse de ese escritorio expuesto al público, como
dándoles la bienvenida a los visitantes. Pero esa imagen también podría servir
para mostrar, de manera muy simbólica, la existencia de una enorme contra-
dicción: las oficinas del capitalismo industrial como anfitrionas amables de

201
Crímenes Altruistas

uno de sus más acérrimos enemigos y, en Colombia, inspirador ideológico y


estratégico de la guerrilla revolucionaria.
Otras conjeturas serían menos benevolentes.
Porque esa imagen podría así mismo sugerir un empresariado y una
dirigencia indiferentes, complacientes y hasta ignorantes, frente al posible
impacto de las ideas en la marcha de cualquier sociedad:
–¡Qué más daba tener a Lenin en nuestras puertas!
Y en medio de tantas conjeturas, aquella imagen me remite siempre al
dueño de los libros, aquel joven y simpático mensajero de la Andi que estu-
diaba derecho en horas nocturnas en una de las universidades locales, donde
Lenin era al parecer lectura obligatoria en las clases de legislación penal.
Traigo a cuento esta anécdota porque me sirve para introducir el tema
central de estas reflexiones: el papel del clima de opinión dominante –y de las
ideas que lo sustentan–, en el desarrollo del país durante las últimas décadas.
No se trata de un tema sin asidero en la realidad.
Por el contrario, estoy convencido de que buena parte de la crisis casi
permanente que nos ha tocado vivir a los de mi generación tiene sus raíces en la
prevalencia de un clima intelectual confuso, generalmente adverso a las insti-
tuciones democrático-liberales y a la economía de mercado, propicio a frag-
mentar en vez de consolidar la nacionalidad y a asfixiar en vez de alimentar la
auto-estima colombiana, incapaz de valorar las tradiciones, deslegitimador de
nuestro pasado y lleno de un espíritu de revolcón –cuando no revolucionario–,
frente al cual suelen frustrarse los genuinos esfuerzos reformistas.
Los organizadores de este encuentro me sugirieron que me ocupara en
esta charla de la coyuntura política actual del país y sus perspectivas. No
estoy evadiendo el encargo.
Lo que me propongo es mostrar cómo, en efecto, en ese confuso clima
intelectual –sin ser la única causa ni necesariamente la principal–, podrían
encontrarse explicaciones a muchos de nuestros más graves problemas.
Se me ha pedido también que comparta con ustedes mi experiencia como
colombiano en el extranjero.
Salí por una temporada larga por primera vez del país en 1981, a seguir
estudios de post-grado. Llevaba en las maletas con orgullo mi tesis de
abogado, un mamotreto escrito para defender las autonomías regionales a
ultranza, donde alcancé a sostener –como unos de sus argumentos centrales–,
que la nación colombiana no existía. Ya afuera, no tardé mucho tiempo en
darme cuenta de qué tan equivocado estaba.

202
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

Desde entonces, mi experiencia en el extranjero ha sido ante todo un


redescubrimiento constante de nuestra propia nacionalidad, una experiencia en
el extranjero así bastante parroquial, ocupado en tratar de entender el terruño
desde la distancia. Es natural que en esta tarea la imaginación se desborde con
frecuencia, por los arrebatos de nostalgia. No creo, sin embargo, que me haya
dejado llevar por la fantasía cuando redescubro un mundo nacional muy rico de
valores que han inspirado nuestra vida republicana, un mundo que dejó de ser
debidamente apreciado en medio de ese clima intelectual confuso que se fue
apoderando de nuestra sociedad, y sobre el que les propongo ahora reflexionar.

II

Me interesa otorgar especial atención al clima de opinión dominante en


las décadas de 1960 y 1970, que sirvió de abono al surgimiento de un buen
número de organizaciones guerrilleras de corte marxista leninista en el país, y
a ese ambiente de los años subsiguientes cuando las instituciones democrático-
liberales se fueron quedando sin defensas intelectuales. Pero también quisiera
mostrar cómo las actitudes nacionales frente al crimen y la violencia, nuestra
tardía apreciación del valor de la seguridad, y la prolongada crisis de nuestro
sistema político están todas vinculadas, de una u otra forma, a las ideas que
sobre esos temas se fueron arraigando en el conjunto social.
No es fácil describir el clima de opinión dominante de una época: cier-
tamente no lo podemos retratar como un pintor que decide llevar al lienzo un
día brumoso en el Caribe. Y no conozco muchos estudios que lo hayan exami-
nado sistemáticamente para el caso colombiano de las últimas décadas. Mi
recuento, por consiguiente, está más basado en impresiones que en un trabajo
científico riguroso, impresiones asociadas con algunos recuerdos personales.
Mi educación escolar, como quizá la de muchos de ustedes, estuvo
compuesta de muy pocas lecturas independientes y en cambio de muchos
textos que deberían ser memorizados.
En realidad, sólo recuerdo que se me asignara leer apenas un libro en todos
los años de bachillerato en el Liceo de Cervantes de Barranquilla. No fue el
Quijote, sino El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, de Fede-
rico Engels, materia de un ensayo que debíamos escribir para el curso de instruc-
ción cívica. Lo leí con avidez, y me sirvió además para hacer uno de los pocos
negocios exitosos que he emprendido en mi vida: un grupo de amigos compró el
ejemplar que se quedaría conmigo, bajo la condición de que yo hiciese la tarea.

203
Crímenes Altruistas

No es el recuerdo del frustrado negociante el que regresa a mi memoria,


sino nuevamente la presencia notable de otro de los padres del marxismo,
esta vez en un colegio regentado por sacerdotes agustinos, dedicado a educar
jóvenes de sectores sociales acomodados.
La presencia del marxismo fue por supuesto más notoria en mis años de
universidad.
Allí, sin embargo, las sugerencias de lecturas marxistas no se originaron
en los profesores, sino en las conversaciones de los corredores de la facultad,
donde algún día un alumno en el último curso de su carrera se me acercó a
invitarme a uno de los tantos grupos de estudio que proliferaban entonces
en el ambiente universitario. Eran encuentros intensos, de discusiones sobre
doctrinas socialistas, guiadas por estudiantes mayores. Pero las lecturas no
obedecían a algún orden, ni sistema.
A los libros se sumó el teatro. La primera obra en que actué con aquel
grupo universitario se anunciaba con el nombre de “Máquinas y burgueses”,
una narración simplista de la historia de la humanidad que seguía muy de cerca
al Manifiesto del Partido Comunista. Siguieron otros montajes, no muchos,
pero donde también era notable la influencia marxista –su énfasis en el anta-
gonismo de las dos clases, el estímulo a la confrontación y al advenimiento
de la revolución.
No reprocho esas experiencias. Pero cuando regreso sobre ellas, no dejo
de preguntarme por las razones para estar allí de quienes, como yo, ni militaba
en los partidos de la izquierda, ni comulgaba con la violencia revolucionaria.
¿Ingenuidad? ¿Desorientación? ¿Parte del proceso educador?
Lo cierto es que ése era el ambiente intelectual dominante que arrastraba
en proporciones significativas el entusiasmo estudiantil.
Bajo ese mismo ambiente, un buen día me encontré dictando un curso
de política a un grupo de trabajadores en la Universidad Javeriana, junto con
algunos de mis compañeros de facultad: Horacio Vélez de Bedout, Gustavo
Bell Lemus, y Luis Fernando Criales. El texto que nos servía de base para
esas enseñanzas era el Manual de Filosofía Política de Konstantinov, editado
por la academia soviética de ciencias sociales.
Fue ese mismo ambiente el que me motivó otro día a regalarle en su
cumpleaños a mi papá las Obras Escogidas de Mao Tse Tung, cuatro volú-
menes que se conseguían a 200 pesos en la avenida Jimenez y que yo nunca
había leído. Ni leí. Más avanzó en su lectura mi papá, quizá por un sentido de
obligación paterna con el regalo, aunque después de varias páginas me dijo en

204
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

tono de disculpa: “Mijo, lo siento, pero esto es un ladrillo insoportable que no


voy a seguir leyendo”.
Claro que hubo otras lecturas e influencias: Luis Carlos Villegas, por
ejemplo, nos invitó a leer La Ciudad de Dios de San Agustín. No obstante, si
me he detenido en esas anécdotas, es porque creo que ellas reflejan el dominio
intelectual ejercido por el marxismo en esos años. Y, de mayor importancia,
porque me parece necesario apreciar muy bien cómo se alcanzaron a arraigar
unas ideas que sirvieron de justificación y motivaron la explosiva prolifera-
ción de tantas organizaciones guerrilleras en Colombia.
Ha existido la tendencia de ignorar o subvalorar esta dimensión ideoló-
gica del conflicto armado, que aún, creo, sobrevive en las Farc y en el Eln.
En las administraciones pasadas, se creyó que era posible negociar con
esos grupos bajo el supuesto de que, aunque seguían teniendo propósitos polí-
ticos, habían abandonado sus ideas extremistas. Hoy se ignora la ideología de
los guerrilleros para justificar la acción represiva del Estado.
Ambas actitudes me parecen equivocadas.
Toda negociación exitosa exige de antemano tener muy claras las diferen-
cias entre las partes. Si se decide negociar con las Farc y el Eln no hay que
llevarse a engaños respecto de las enormes distancias ideológicas que las separan
del estado y la sociedad. “¿Será … tan difícil ponernos de acuerdo si aparente-
mente compartimos los mismos ideales?”, se preguntaba un alto funcionario del
gobierno anterior, cuando seguían abiertas las esperanzas de la paz. ¡No! Es
que allí está un problema básico: no compartimos los mismos ideales.
También me parece un error pensar que para combatirlas se requiere negar
o desconocer su ideología.
La represión estatal contra el crimen es igualmente legítima si quienes
cometen el crimen están o no políticamente motivados. Pero entre nosotros
impera aún la idea –legada del siglo diecinueve–, que los delitos políticos,
por sus supuestos fines altruísticos, merecen un tratamiento diferente, por lo
general más benigno. “Detesto… mucho más a los asesinos épicos”, ha obser-
vado el filósofo Fernando Savater, al defender la política represiva del estado
español contra la Eta. Según Savater, “la motivación política que lleva a
cometer delitos violentos no tiene por qué ser una eximente ni penal ni moral:
en un estado democrático de derecho más bien debería ser un agravante”.
Ignorar el componente ideológico de las Farc y del Eln es además un
error estratégico en la búsqueda de darle fin al conflicto armado –ya por la
vía negociada, ya por la vía represiva, o ya por una combinación de ambas–.

205
Crímenes Altruistas

Y es muy posible que ese desconocimiento haya servido a la prolongación


del conflicto, en la medida en que se ha sobrevalorado la disponibilidad de
negociar de la guerrilla, o se han hecho falsas ilusiones sobre el contenido de
su agenda negociadora, o se ha subvalorado el fanatismo revolucionario que
persiste en sus cúpulas o en sus filas.
Es cierto que la irrupción del marxismo-leninismo no ocurrió exclusiva-
mente en Colombia. Sin embargo, muy pocos otros países latinoamericanos
sufrieron la multiplicación guerrillera que explotó entre nosotros. Y en medio
además de una situación bastante paradójica: aquí no se instaló –en contraste
con casi todo el continente–, una dictadura militar. Aquí se expandía la
guerrilla bajo instituciones liberales y democráticas en proceso de reformas.
También es cierto que la guerrilla colombiana nunca contó con grandes
ideólogos criollos. Eso no significa ausencia de ideas, ni que sus figuras sean
seres irrelevantes en el ideario nacional. No me deja de sorprender cómo se
reproduce una y otra vez la imagen ya legendaria de Camilo Torres, el cura
guerrillero, donde se destaca su condición de mártir, hasta de víctima de una
sociedad que le habría negado espacio a sus proyectos. Y la leyenda perse-
vera porque hay pocas respuestas que la controviertan.
La violencia guerrillera tampoco ha contado con apoyo significativo
de los intelectuales colombianos. Mas aún, un grupo de connotados inte-
lectuales, con Gabriel García Márquez a la cabeza, les envió una carta a
los líderes guerrilleros en 1992, en la que les expresaban que su guerra iba
“en sentido contrario de la historia”, mientras condenaban sus acciones
violentas.
Sin embargo, las condenas de los intelectuales de la lucha guerrillera no
se ha traducido siempre en una firme defensa de la legitimidad de las institu-
ciones democrático-liberales del país, aunque ha habido importantes cambios
de actitud recientes. Como lo ha observado Eduardo Pizarro Leongómez, en
la condena de la democracia liberal en las décadas de 1960 y 1970, los inte-
lectuales de izquierda colombianos coincidieron con el resto de la izquierda
en América Latina, pero “la intelectualidad progresista en Colombia han
sido la última –en el continente– en rescatar los valores democráticos”.
Por supuesto que las ideas marxistas no han sido las únicas influyentes
en las últimas décadas del país. Algunos de nuestros más serios problemas
están atados a otras ideas de largo arraigo en la historia nacional. Tal es el
caso de las extraordinarias tasas de homicidio y criminalidad en general, y
la impunidad que les alimenta –muy asociadas con la tradicional laxitud de

206
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

nuestra legislación penal– legislación que refleja las ideas que han dominado
sobre la naturaleza de los crímenes y sus agentes.
No conozco otro país que haya estipulado en su constitución que ningún
delito podría castigarse con más de 10 años de prisión, como se hizo en
Colombia en 1863 –norma constitucional que duró un cuarto de siglo–. Hasta
hace poco, nuestra legislación penal fue particularmente permisiva con el
delito de rebelión: el número de amnistías e indultos durante el siglo dieci-
nueve superó los 150. Como lo ha observado Mauricio Rubio, “la legislación
colombiana nunca ha sido suficientemente severa en el tratamiento legal de
los atentados contra la vida”.
Tampoco puedo precisar por qué en nuestra legislación ha prevalecido
esa actitud tolerante.
Sin embargo, durante el siglo veinte, buena parte de esa tolerancia podría
explicarse por la concepción dominante que se ha tenido del delito, al que se ha
entendido no como un mal en sí, sino como síntoma de una enfermedad social.
Tal razonamiento ha eximido de culpas a los criminales, quienes entonces han
quedado convertidos en víctimas de la sociedad.
Si tal ha sido la noción prevaleciente sobre el delito común, la laxitud
frente al delito político ha sido aún mayor.
Luis Carlos Pérez –uno los penalistas de más renombre en mis años de
estudiante de derecho–, escribió en 1949 una apología del delito político
que me parece muy ilustrativa. Pérez defendía el régimen penal colombiano
precisamente por considerar que en los países de América era el que “más
se había comprometido de la doctrina moderna sobre la ausencia de peligro
en la intención del infractor político y sobre la necesidad de tratar benig-
namente el resultado criminoso”. Esa benignidad, según Pérez, obedecía al
pensamiento de que los delincuentes políticos no eran “infractores… desde
el punto de vista moral, pues sus actos aparecen orientados hacia el porvenir,
hacia lo grande y próspero”.
En estas concepciones del delito, el legislador ha estado más preocupado
con las motivaciones o las circunstancias sociales que han rodeado al crimen
y sus agentes, que con los daños infligidos por sus actos a la sociedad. El
resultado concreto de esta idea del delito es, claro está, aligerar las penas y, en
el caso del llamado crimen político, procurar perdón y olvido. Poco se repara
allí en los derechos de las víctimas. Como tampoco se repara mucho en los
niveles de impunidad que se generan, los que a su turno empujan el espiral
ascendente de la violencia.

207
Crímenes Altruistas

Menos se repara aún en lo adopción de dicho concepto del delito por parte
de la opinión pública. En el debate de opinión, y en el mismo discurso de los
líderes políticos, pareciera que hubiese desaparecido la idea de la responsa-
bilidad individual de los criminales, mientras se criminaliza a toda la nación.
El uso frecuente en primera persona del plural “nosotros” para referirse a los
criminales y sus actos, es la expresión más clara de ese sentimiento de culpa
colectiva que injustamente se ha apoderado de la sociedad. De paso, se desle-
gitima la función estatal de reprimir y castigar las violaciones de la ley, mien-
tras se alimenta así un clima dispuesto a negociar lo innegociable.
No quiero con ello negar que, en ciertos momentos, las sociedades y sus
estados pueden verse forzados a negociar con quienes les disputan su auto-
ridad por medio de las armas. Pero deben ser momentos excepcionales. Tales
negociaciones, en una sociedad libre y democrática, no deben ser ilimitadas y
sin condiciones. Y no deben propiciar la impunidad.
En cualquier caso, en las negociaciones que se adelantan con las Auc,
en las que se anuncian con el Eln, o en las posibles nuevamente con las
Farc, el gobierno, el legislador y la sociedad deberían siempre tener muy
en cuenta las lecciones del tratadista clásico Cesar Beccaria sobre la impor-
tancia fundamental de la certeza del castigo, y sobre la necesidad de castigar
en proporción a la gravedad del crimen y de medir esa gravedad por el
daño causado a la sociedad y a las víctimas. Sin el cumplimiento de dichas
máximas, no hay gobierno de la ley posible: la anhelada seguridad nos
seguirá siendo esquiva.
El último ejemplo que quisiera ofrecer para mostrar el impacto que las
ideas han tenido en la marcha de nuestra sociedad, es la tardía y aún frágil
apreciación que los colombianos hemos tenido de la seguridad como valor
fundante de la convivencia justa y libre.
Hasta hace poco, la seguridad no aparecía como prioritaria entre las nece-
sidades sentidas de la nación, mucho menos entre las preocupaciones de los
intelectuales. Ante la trágica realidad de los elevados índices de homicidio y
secuestro, debería esperarse todo lo contrario.
Pero no. Como lo ha observado Malcolm Deas, “los civiles colombianos
se han preocupado muy poco por su seguridad, sea en forma intelectual, acadé-
mica o sistemática, lo cual a primera vista resulta bien curioso, pues se trata
de la ciudadanía menos segura del hemisferio”. El Presidente Uribe se refirió
recientemente a esa “conciencia política de la ciudadanía” en la que había
prevalecido un “discurso que asociaba la civilidad con una negación de la

208
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

seguridad”. Y añadía el Presidente Uribe: “para ser demócrata y de avanzada,


y tener buen recibo intelectual, había que rechazar a la Fuerza Pública”.
Ese desprecio hacia los temas vinculados con la seguridad tiene también
un largo arraigo histórico, por lo menos desde mediados del siglo diecinueve.
El valor que le hemos otorgado a la seguridad ha estado en buena medida
condicionado por la forma como concebimos la modernidad. Los pensadores
del siglo diecinueve, liberales y conservadores, pusieron especial énfasis en
la educación. Más tarde se creyó que con el progreso material bastaba: lo
moderno era construir carreteras, crecer económicamente, industrializar.
Nos ha costado mucho aprender que no hay vida moderna sin un estado
que nos garantice el goce de nuestros derechos. El Plan de Defensa y Segu-
ridad Democrática del actual gobierno contiene importantes reconsideraciones
frente a los conceptos predominantes en el pasado. Y el apoyo que ha recibido,
tanto en la población general como entre sectores intelectuales y académicos,
es señal de cambios notables en el clima de opinión.
Me parece, sin embargo, que los cimientos intelectuales de estas conquistas
son aún muy débiles.
Sobrevive una fuerte tendencia a identificar la seguridad como una preocu-
pación exclusiva de mentes retrógadas y represivas, incapaz de comprender
que hemos perdido las libertades y vivimos en un mundo cada vez más injusto
porque no tenemos seguridad. Todo deseo de autoridad se confunde equívo-
camente como autoritarismo. Y existen conceptos que le compiten, como el
de la llamada “seguridad humana” que promueven influyentes organizaciones
internacionales, un concepto tan amplio que pierde significado.
La misma noción de seguridad democrática del gobierno debe estar some-
tida a constante revisión. Me parece, por ejemplo, que su énfasis comprensible
en el papel de las Fuerzas Armadas tendría que balancearse con una mayor
atención al sistema judicial, donde debe reposar en últimas la seguridad. El
crecimiento necesario de nuestras Fuerzas Armadas –quizá inédito en nuestra
historia–, nos coloca frente a un nuevo panorama, y plantea desafíos a las
relaciones entre civiles y militares sobre los que deberíamos estar ya pensando
para garantizar la consolidación de una sociedad libre y pluralista.

III

Hasta aquí, he querido mostrarles el impacto del ambiente intelectual domi-


nante en las décadas de 1960 y 1970 en la Colombia de hoy, y cómo algunos de

209
Crímenes Altruistas

los problemas más serios que sufrimos los colombianos encuentran parte de su
explicación en ideas profundamente arraigadas en la historia nacional.
Permítanme subrayar que lo que sucede en el mundo de las ideas tiene un
impacto concreto en nuestra realidad: en la falta de resolución del conflicto
armado, en las extraordinarias tasas de homicidio, en la crisis de los partidos
políticos, en la pérdida de confianza en nosotros mismos como nación, en fin,
en los altos grados de incertidumbre frente al porvenir y en la falta de un orden
seguro que nos permita disfrutar de las libertades y mejorar significativamente
las condiciones de vida de nuestra población.
Estamos frente a una especie de círculo vicioso.
La espiral extraordinaria de la violencia, como lo he sugerido, encuentra
parte de su explicación en ciertas ideas que bien abonaron su desarrollo o
inspiraron políticas erradas para combatir el problema. Pero a su turno, la
violencia, sobre todo en sus expresiones terroristas como la que hemos sufrido
en las últimas décadas, crea confusión intelectual. El terror busca eso: atemo-
rizar, desconcertar, confundir a la opinión pública para forzarla a capitular
frente a sus pretensiones.
Uno de los efectos quizá menos apreciados de este clima de confusión
intelectual ha sido la pérdida de confianza nacional, en sí misma, en sus diri-
gentes y, más preocupante aún, la pérdida de confianza de los dirigentes en sí
mismos, en su propia autoridad, y en las instituciones del Estado.
Es lo que algunos expertos llaman la “auto-deslegitimación”, que puede
conducir a la fragmentación y desintegración de las élites y, en consecuencia, al
colapso institucional. Las frecuentes recriminaciones –recíprocamente deslegi-
timadoras–, entre connotados dirigentes del país o entre los representantes de
las ramas del poder público, y sus repetidos juicios deslegitimando el pasado
contribuyen, tal vez sin advertirlo, al discurso justificatorio de la subversión y
a minar la estabilidad. Como lo ha advertido Rodney Barker, es más fácil para
cualquier régimen sobrevivir ausencias o fracasos de legitimación entre sus
súbditos que el colapso de confianza en el seno de su dirigencia.
Este clima de opinión internamente confuso se proyecta en el exterior en
dimensiones también muy poco apreciadas.
Nos preocupa, y con razón, la imagen negativa que sobre Colombia, los
colombianos y sus instituciones, domina en el extranjero. Importa reconocer
que en la comunidad internacional existen personas, medios e instituciones
que saben apreciar muy bien nuestra realidad. Pero entre otros amplios círculos
de opinión tienden a prevalecer los estereotipos, las alusiones peyorativas a

210
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

la “mítica democracia colombiana”, la descalificación de nuestros dirigentes


–políticos y empresariales–, el desconocimiento de la legitimidad del estado y
de la compleja estructura de la formación del poder, y hasta la criminalización
de la nación.
Lo que quizá no se reconoce suficientemente es que, como lo sugirió en
alguna ocasión el profesor David Bushnell, existe una íntima relación entre la
imagen externa y la imagen que los colombianos tenemos de nosotros mismos:
“Si la imagen que de Colombia se tiene, incluso en medios universitarios, es
un tanto despectiva y confusa”, observaba Bushnell, “una de las razones… es
que se toma demasiado en serio lo que de Colombia dicen los colombianos,
gente por lo general tan criticona”.

IV

Imagino que, en la mente práctica y empresarial de ustedes, muchos se


habrán estado preguntando a lo largo de esta charla, –bueno, y ¿qué hacer
frente a ese clima intelectual confuso que he venido describiendo?
Quisiera relatarles la experiencia de Antony Fisher, un exitoso negociante
de pollos que un buen día decidió invertir en las ideas, y cuya admirable aven-
tura empresarial no me canso de repetir.
Recién desmovilizado de la Segunda Guerra Mundial, Fisher acababa
de leer Camino de servidumbre, la famosa crítica de Frederick von Hayek
contra las tiranías totalitarias, publicada en 1944 (hace precisamente 60 años,
cuando se fundaba la Andi). Estimulado por su lectura, Fisher buscó al autor
(futuro premio Nobel de la economía) entonces profesor en el London School
of Economics, para pedirle consejos sobre qué hacer para contribuir a la causa
de la libertad.
–¿Ingresar a la política?–. La respuesta que recibió Fisher es muy rele-
vante al mensaje central de estas reflexiones.
“No”, respondió Hayek. “El curso de la sociedad sólo cambiará cuando
cambien las ideas. Primero usted debe llegar a los intelectuales, los profesores
y los escritores, con argumentos razonados. Será su influencia (la de los inte-
lectuales) en la sociedad la que prevalecerá, y los políticos la seguirán”.
Fisher se dedicó en la década siguiente al negocio de los pollos, pero no
se olvidó las palabras de Hayek. Ya con un capital asegurado, se lanzó en 1955
a la empresa intelectual de fundar un “tanque de pensamiento” que le permi-
tiría poner en práctica el consejo del profesor del LSE: cambiar las ideas. Eran

211
Crímenes Altruistas

tiempos en que pocos economistas ingleses daban un céntimo por el futuro de la


economía de mercado. Fisher contrató a un par de ellos, con quienes fundó el
Institute of Economic Affairs, IEA, una organización que desde entonces se ha
convertido en modelo de otros 100 institutos en más de 70 países del mundo.
No es necesario compartir el programa ideológico del IEA, ni el liberalismo
hayekiano para apreciar sus lecciones sobre el significado de las ideas. Hayek, en
efecto, extrajo aquella lección básica de la misma experiencia socialista: fue “su
coraje” –el de los socialistas–, de creer en las ideas, lo que les había ganado “el
apoyo de los intelectuales y por consiguiente poder influenciar sobre la opinión
pública, con lo que diariamente se posibilita lo que antes era remoto”.
No se gana, pues, la batalla de las ideas ignorándolas, mucho menos con
intentos de suprimirlas. Se gana con argumentos razonados, con mayores estu-
dios que arrojen lucidez sobre los problemas, y con su mayor difusión en la
opinión pública.
Un camino para superar el clima intelectual confuso al que me he venido
refiriendo es el del fortalecimiento del debate público, sobre todo en las univer-
sidades, los tanques de pensamiento, y las columnas de opinión y análisis en la
prensa –los espacios indicados para tomar distancia del atropellado acontecer
cotidiano y repensar con calma el porvenir.
El empresariado colombiano, es cierto, no ha estado alejado de estas
preocupaciones. Como lo señaló Fernando Cepeda Ulloa en un documento para
el Consejo Gremial Nacional, sería injusto desconocer su apoyo al desarrollo
universitario, a la promoción de estudios, y tanques de pensamiento, como Fede-
sarrollo, la Corporación para la Excelencia de la Justicia, o la Fundación Ideas
para la Paz –con cuyas tareas he colaborado–. El programa de esta asamblea de
la Andi dedica un panel precisamente a los esfuerzos empresariales en el sector
educativo.
Pero como lo observaba el mismo documento de Cepeda Ulloa, el desafío
es descomunal, por los inmensos factores adversos que enfrentamos, dentro y
fuera del país, un desafío que exige multiplicar esfuerzos.

Siempre he tenido una fe casi infinita en los libros.


Por eso, cuando los organizadores de este evento me sugirieron que en
mi charla también incluyera aspectos de mi experiencia en el extranjero, y
algunas perspectivas que desde fuera se tienen de Colombia y los colom-

212
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

bianos, lo primero que se me ocurrió fue ir a una librería, en búsqueda de


inspiración. Quería saber cómo abordaban los escritores el tema de sus vidas
lejos de la tierra natal, aprender de ellos. Adquirí los primeros títulos que
cautivaron mi atención: las memorias de Isabel Allende, Mi país inventado.
Un paseo nostálgico por Chile; un libro de cuentos del argelino francés Albert
Camus, Exile and the Kingdom; y una novela del trinideño de origen hindú
V.S. Naipaul, The enigma of arrival.
Hice la tarea.
Mientras pasaba sus páginas, no dejaba de cuestionarme qué tan relevante
era su lectura para mis propósitos. Las experiencias que allí relataban eran
muy diferentes a la mía.
No salí de mi país por motivos políticos, como sí lo hizo Isabel Allende,
por lo que no tengo la condición de exiliado. Ni he asumido la vida del inmi-
grante que ella describe. Los personajes de los cuentos de Camus buscaban
escapar de sus propias vidas, que no es mi caso. Más afinidades creí ver en
Naipaul, por sus raíces en el Caribe y sus motivaciones estudiantiles para dar
el salto a Inglaterra. Pero el protagonista de su novela logra fundirse con el
paisaje y las estaciones inglesas, y parece alejarse espiritualmente de su isla
natal, lo que tampoco me ha ocurrido.
Su lectura, sin embargo, me sirvió para reconfirmar qué tan múltiples y
únicas pueden ser las experiencias de quienes se radican fuera de sus países,
así como sus razones para dar el salto, y sus vínculos con la tierra que dejan y
con la que los recibe. Me sirvió para evocar a los millones de colombianos que
han seguido en recientes décadas esos distintos caminos en tierras extrañas,
redefiniendo –ampliándolos– los horizontes de la patria.
Y su lectura me sirvió también para apreciar mejor qué tan traicioneras
pueden ser las nostalgias y qué tan fácil es caer en los estereotipos cuando
intentamos describir la nacionalidad. Muchas de las descripciones que hace
Isabel Allende de los chilenos podría decirlas de los colombianos: “seguimos
conectados a la tierra”; “este país de topografía dramática y climas diversos…
está unido a punta de rabo por el empecinado sentimiento de nación de sus
habitantes”; “me resulta difícil definirnos por escrito, pero de una sola mirada
puedo distinguir a un compatriota a cincuenta metros de distancia”.
Cuando me preguntan por la imagen del país en el exterior, recurro nueva-
mente a las librerías.
En la preparación de esta charla, visité los estantes de Blackwell’s, la
tradicional librería de la ciudad de Oxford. Los escasos libros que hay allí

213
Crímenes Altruistas

sobre Colombia se pierden en la inmensidad de volúmenes esparcidos en los


varios pisos de su edificio. Como son tan escasos, son entonces muy signi-
ficativos para los pocos que en el exterior se interesan en nosotros –algunos
profesores, estudiantes e inversionistas, turistas ecológicos y observadores de
pájaros, jóvenes entusiastas por todas las causas buenas de la humanidad.
Fue la lectura del best-seller de Mark Bowden sobre el jefe de la mafia
Pablo Escobar lo que motivó a un par de estudiantes norteamericanos a tomar
un curso de historia colombiana que dicté hace poco en la Universidad de
Chicago. En efecto, el libro de Bowden ha ocupado un puesto eminente en los
estantes de la librería de Balckwell’s en Oxford en los últimos dos años y allí
estaba destacado durante mi última visita, al lado de la otra decena de títulos
sobre nuestro país: sobre el secuestro, la cocaína, la violencia, la discrimina-
ción racial, los guerrilleros y paramilitares, las violaciones de los derechos
humanos. Repasé sus páginas para reconfirmar en muchos de ellos su tono
adverso contra el estado, sus instituciones democráticas, sus dirigentes.
Esas no son, claro está, las únicas imágenes.
Como ya lo he señalado, existen personas, medios e instituciones que
hacen esfuerzos notables por apreciar nuestra realidad más allá del lugar
común. No obstante, los temas sobre Colombia que cautivan primordial-
mente la atención afuera seguirán siendo los mismos mientras persistan los
problemas. Y si queremos que en los más amplios círculos del exterior –no
sólo en los gubernamentales–, entiendan que el estado, sus instituciones y sus
dirigentes son ante todo parte de la solución y no el problema, tendríamos
entonces que hacer mayores y formidables esfuerzos para saber llegar a la
opinión pública internacional. Pero esa tarea, como lo he querido sugerir aquí,
comienza por tener una mayor lucidez intelectual en nuestras fronteras.
Fue a otro director de la Andi en Barranquilla, Ricardo Plata, a quien
debo mi decisión de haberme ido a estudiar a Inglaterra, cuando un buen día
se presentó en mi casa, lleno de folletos sobre programas de estudios latinoa-
mericanos en ese país, pero dispuesto a convencerme que no había mejor que
el de Oxford. Y así fue.
Desde mi aterrizada en el aeropuerto de Londres, mi experiencia en el exte-
rior ha sido un redescubrir constante de mi propio país. En la universidad tuve la
suerte de contar con las sabias orientaciones de Malcolm Deas, quien me invitó
desde el comienzo a cuestionar tanto dogma recibido sobre nuestro pasado.
Una de mis primeras reconsideraciones fue sobre la misma nacionalidad.
En aquel ambiente intelectual que dominaba durante mis años universitarios,

214
El curso de la sociedad solo cambiará cuando cambien las ideas

los que parecían tener valor académico eran los temas asociados a las confron-
taciones, o la fragmentación.
Una idea entonces en boga –aún prevaleciente–, expresaba que Colombia no
era una nación, sino un archipiélago de regiones, con escasos intereses en común
entre ellas. Mis estudios sobre la Costa Caribe me enseñaron, sin embargo, que
nuestras regiones no podían entenderse por fuera del contexto de la nación. Más
aún, si se compara nuestra experiencia histórica con las de nuestros vecinos
latinoamericanos –e incluso las de algunos países europeos–, resalta pronto la
relativa homogeneidad y hasta fortaleza de la nacionalidad colombiana.
Cuando no se niega su existencia, la tendencia es a identificar la nacio-
nalidad con una serie de valores negativos y con un pasado casi exclusivo
de sucesivos fracasos. Es un retrato desesperanzador, que nos invita sólo a
vivir horrorizados de nuestra propia imagen. Pero hay otra historia que contar.
Otra historia donde es posible identificar otros valores que han inspirado el
curso de la nación, y que le han servido para sobreponerse, una y otra vez,
a la adversidad. Otra historia que nos descubre una nación digna, con justas
aspiraciones de libertad, democracia y bienestar.

VI

Permítanme unas reflexiones finales.


En 1930, Eduardo Santos le escribió a Alberto Lleras señalándole algunos
de los lineamientos sugeridos para sus labores en la dirección del nuevo perió-
dico, La Tarde. Santos le sugería emprender “una oposición firme e impla-
cable a cuanto tienda a la violencia tropical, a la política primitiva que creía
sólo en la fuerza bruta”, mientras le transmitía “su convicción inalterable de
que éste es un país civil, cada día más civil, en que la opinión sabe imponerse
y en que conspiradores macheteros y organizadores de conjuras misteriosas
son ya figuras de museo o temas para comedias bufas”.
Lo que hemos sufrido recientemente es una triste muestra de que esas
figuras bárbaras de museo pueden resurgir una y otra vez con horror espan-
toso. Pero importa reconocer esa tradición de civilidad a la que se refería
Santos, tradición que contiene unos valores que nos han servido precisamente
para sortear los enormes desafíos que hemos debido enfrentar como nación
en décadas recientes. E importa también prestar mayor atención al mensaje
central de Santos: “la nuestra”, decía, “tiene como suprema palanca de sus
actos la inteligencia, la palabra, el pensamiento. Nuestras verdaderas revolu-

215
Crímenes Altruistas

ciones no son las que desatan ríos de sangre, sino las que cambian la menta-
lidad de las gentes”.
El consejo de Santos no podía ser desatendido por Lleras Camargo, quien
sobresalió en su generación por la fe que siempre tuvo en el poder de las ideas
y en el papel que la libre controversia debe jugar en la construcción de una
sociedad justa, digna, y con bienestar general.
En 1945, Lleras Camargo, entonces presidente designado de la república,
se dirigió a los miembros de la Andi –un año después de fundada la asociación–,
para advertirles sobre las dificultades de “tomar decisiones de largo alcance
en el tiempo” sin los “informes, datos y serios estudios que lo permitan”. Y
les subrayaba: “La superficialidad de nuestros conocimientos sobre la nación
es reemplazada, casi siempre, por un duro dogmatismo, … no tenemos instru-
mentos de precisión técnica para saber cómo es nuestro país, cómo se está
desarrollando, ni qué consecuencias puede tener una decisión que se adopte,
desde el poder, o desde la dirección de un negocio cualquiera”.
Mucho tiempo ha pasado desde entonces. Y desde entonces hemos gozado
de notables desarrollos en el área del conocimiento. Pero han surgido nuevas
amenazas y problemas, a un ritmo mortal y desaforado y con toda la confusión
posible que infunde el terror. Ante esas afrentas, me ha parecido necesario
destacar en estas líneas la necesidad de apreciar cómo las ideas dominantes en
décadas pasadas contribuyeron a propiciar muchos de los males que hoy nos
aquejan, y cómo una debida atención al papel de las ideas podrá garantizar un
porvenir más halagüeño para nuestra nación.

Fecha: Medellín, 12 de agosto de 2004


Intervención de Eduardo Posada Carbó en la LX Asamblea de la ANDI
Fuente:http://www.portafolio.com.co/port_secc_online/porta_ana_online/2024sep/
ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_PORTA-1800391.html

216
CRIMEN E IMPUNIDAD.
PRECISIONES SOBRE LA VIOLENCIA
Mauricio Rubio
(Fragmentos)

Para quienes compartimos las ideas de Cesar Beccaria, en el sentido que


lo pertinente de una conducta es el daño social que puede causar, y no las
intenciones, o la bandera política, del agresor; para quienes no endosamos las
sutilezas de la sabiduría convencional colombiana que avala unas intenciones
y condena otras; para quienes abominamos tanto las desapariciones forzadas
como los secuestros; para quienes consideramos que el proceso de construc-
ción de una nueva sociedad no puede pisotear principios universales básicos,
como la igualdad ante la ley, resulta reconfortante saber que las víctimas de
los atropellos en Colombia por parte de criminales de izquierda, de derecha,
de centro o al servicio del Estado tendrán, con este precedente (la detención
en Inglaterra de Pinochet), la posibilidad de acudir ante los tribunales de otros
países, menos amenazados, menos sesgados y más sensibles a las víctimas y
a los derechos que se violan que al discurso, conmovedor o atemorizante, de
los agresores. (pp. 23-24) ...
...
Tradicionalmente, en el país se ha hecho un esfuerzo por diferenciar a los
levantados en armas, y en particular a los grupos guerrilleros, de los delin-
cuentes comunes. No son escasos quienes, en el otro extremo, buscan crimi-
nalizar cualquier actuación de las organizaciones armadas, desconociendo por
completo sus objetivos políticos.
En términos de esta distinción entre el delito político y el común, es conve-
niente referirse a dos niveles. Está en primer lugar la instancia explicativa, o
positiva. A este nivel ha sido corriente postular que los delincuentes políticos
se diferencian de los comunes, no necesariamente en sus acciones, sino bási-
camente en sus intenciones. Se considera que los segundos están motivados
por la satisfacción, monetaria, de intereses personales. A los segundos se les
reconoce una motivación social y altruista. Iván Orozco retoma la idea del

217
Crímenes Altruistas

penalista alemán de principios de siglo, Gustav Radruch, del delincuente por


convicción, que se diferencia del delincuente común en que, mientras este
último «reconoce la norma que infringe, el delincuente por convicción la
combate en nombre de una norma superior» (Orozco, Iván. Combatientes,
rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en Colombia. Bogotá, IEPRI, Temis,
1992. p. 37). Otra tipificación del delincuente político, más contrastable, es la
del bandido social, sugerida por Hobsbawm (1965; 1991). (pp. 104-105)
En un segundo nivel, el normativo o de recomendaciones de acción
pública, la pertinencia de la distinción radica en la sugerencia de que solo
el delincuente común debe ser penalizado y que al rebelde se le debe dar
un tratamiento privilegiado: con él se debe buscar, ante todo, la negocia-
ción. «Las formas dominantes de la violencia urbana en Colombia no son
negociables, como sí lo es aquella generada por confrontaciones de aparatos
armados en pugna por el control del Estado o el cambio del régimen político
vigente en Colombia» (Comisión de Estudios sobre la Violencia. Colombia:
violencia y democracia. IEPRI, Universidad Nacional, Colciencias. Bogotá,
1995, 4ª. edición. P. 71). “Lo que permite el diálogo es la consideración de
delincuentes políticos que se les da a quienes se levantan en armas contra la
nación en procura de objetivos sociales y políticos… Eso establece un tipo de
delincuente que es aquel con el cual en determinadas circunstancias… resulta
viable conversar, negociar y llegar a acuerdos” (Entrevista con Horacio Serpa.
Consejero de Paz, La Prensa, 16 de febrero de 1992. Ver también: Orozco,
1992, p. 19). Por distintas razones, se considera que la penalización de las
acciones de los rebeldes es, no solo inoperante, sino que puede llegar a ser
contraproducente. (Orozco, 1992, p. 37). (pp. 105-106)
La recomendación de una salida negociada con los delincuentes políticos está
por lo general basada en dos premisas. La primera es que se trata, efectivamente,
de bandidos sociales que cuentan con unos objetivos altruistas, una amplia base
social y constituyen, en últimas, una manifestación adicional de las protestas y
las luchas ciudadanas. Este supuesto es crítico para la consideración de la inefi-
cacia de la penalización aplicada a los rebeldes: “por lo menos en épocas de
cambio, es decir, de falta de consenso social en torno a los valores fundamentales
que deben informar el orden socio-político, el escalamiento de la criminalización
del enemigo interior produce el efecto jurídicamente perverso de heroizarlo, de
elevarlo en su dignidad y prestigio social” (Orozco, 1992, pp. 37-38)
La segunda premisa para la negociación como única salida, más especí-
fica para el país, es que se ha llegado a una situación de virtual empate entre las

218
Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia

fuerzas regulares y los rebeldes que hace imposible el sometimiento de estos


últimos por la vía de la confrontación armada. “La búsqueda en Colombia de
cualquiera de (las)… opciones fundadas en una salida militar tendría tal costo
nacional que son simplemente impensables (Comisión de Estudios sobre la
Violencia, 1995, p. 51).
La última consideración que abarca ambos niveles tiene que ver con la
naturaleza de actores colectivos de los rebeldes. “La confrontación entre el
Estado y las guerrillas… no puede ser pensada sensatamente sino como una
lucha entre actores colectivos” (Orozco, 1992).
Son varios los comentarios que, en el plano conceptual, suscita esta dife-
renciación que persiste en el país entre el rebelde y el delincuente. Está en
primer lugar la escasa importancia que en este tipo de análisis se le da a la
llamada criminalidad común. El trabajo teórico más comprehensivo sobre el
tema, el de Orozco (1992), se concentra en la cuestión de si determinados
actos de los rebeldes deben ser criminalizados o no, pero evita la discu-
sión, pertinente para el país, de la participación de los alzados en armas en
actos puramente delictivos. En forma tangencial en dicho trabajo apenas se
menciona la dificultad de “clasificar” los asaltos a entidades y los actos de
piratería terrestre. No aparece la discusión, que uno esperaría, del problema
del secuestro de civiles. Poco convincente es la racionalización ofrecida de
que actuaciones como la vacuna y el boleteo podrían llegar a considerarse
–bajo la lógica de la guerra en la que se toman bienes del enemigo– como unos
“impuestos· (Orozco, 1992, p. 86). (pp. 106-107)
Un segundo aspecto, que dificulta una aproximación empírica al
problema, es el de la aceptación de las intenciones como elemento clave de la
diferenciación entre el delito político y el delito común. La convicción de un
delincuente, las intenciones altruistas de cierto individuo o el ánimo egoísta de
otro pueden tener sentido en el marco de un juicio para valorar una conducta
individual, pero son a nivel social cuestiones casi bizantinas.
El tercer punto que conviene comentar es el del supuesto, generalmente
implícito, de que los organismos de seguridad del Estado y el sistema penal de
justicia funcionan, de manera represiva, al servicio del establecimiento y en
contra de las clases obreras o campesinas. Normalmente se descarta la posibi-
lidad de que los policías o los militares puedan estar del lado de los principios
democráticos, o de las clases populares, o que, corruptos o atemorizados, favo-
rezcan unos intereses distintos a los de la clase capitalista. Por el contrario, los
actos criminales de los miembros de las fuerzas armadas son no solo conce-

219
Crímenes Altruistas

bibles sino que, además, parecen ser inevitables y se señalan como una de
las causas de la agudización del conflicto. “Estamos insertos en el sistema
capitalista, por naturaleza violento, ya que uno de sus fines inherentes consiste
en imponer y mantener la relación social de dominación de unas naciones por
otras y de unas clases sociales por otras” (Germán Guzmán, Reflexión crítica
sobre el libro “La violencia en Colombia”, en: Sánchez y Peñaranda, 1991.
p. 59). La noción de que la violencia oficial contra los sectores oprimidos es
una condición inherente al capitalismo y que los ejecutores de esa violencia
son los organismos de seguridad del Estado, es talvez uno de los principales
prejuicios –supuestos que se hacen sin ningún tipo de reserva o calificación¬–
de los análisis de corte marxista y una de las nociones que más ha dificultado
la adopción de políticas en materia de orden público en Colombia. Es por
ejemplo un punto que, sin mayor discusión ni evidencia empírica, se da por
descontado en todas las discusiones sobre el otorgamiento de facultades de
Policía judicial al Ejército. Es sorprendente el escaso esfuerzo investigativo
que se le ha dedicado en el país a la verificación de estos planteamientos.
Cuando la justicia penal aclara menos del 5 por ciento de los homicidios que se
cometen, uno se sorprende al enterarse que ciertas ONG´s manifiestan en sus
informes ser capaces de identificar a los autores de la violencia. Parecería que
para «probar» la autoría de un incidente basta con que éste encaje en alguno de
los guiones preestablecidos. Sorprende además la asimetría del argumento que
tiende a considerar como ilegítimas, o abiertamente criminales, las actuaciones
de las organizaciones armadas que defienden unos intereses y simultáneamente
tiende a legitimar las de los grupos armados que defienden otros intereses. Lo
que este prejuicio refleja es la naturaleza esencialmente normativa de tales
análisis que parten de la premisa de que unos intereses son menos legítimos
que otros. Algunas encuestas recientes revelan que la realidad colombiana no
encaja muy bien dentro de los estereotipos de la violencia oficial. Sin desco-
nocer la relevancia del problema de la violación de los derechos humanos,
relevante para el país, algunos datos muestran que en Colombia no es despre-
ciable el porcentaje de hogares pobres que se sienten protegidos por la Policía
o por las Fuerzas Armadas. Además, parece ser mayor la desconfianza hacia
los organismos de seguridad del estado en los estratos altos de ingresos. (…)
Por otro lado, tanto los guerrilleros como los paramilitares se perciben como
un factor de inseguridad, aún en los estratos bajos. Tanto la consideración de
la guerrilla como «la principal amenaza», como el acuerdo con las acciones
revolucionarias, o con la afirmación de que la principal prioridad del país en

220
Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia

los próximos años es «la lucha antiguerrillera» no parecen depender del nivel
económico de los hogares. Por el contrario, el porcentaje de hogares que se
manifiestan «de acuerdo con el statu-quo» es casi 2.5 veces superior en el
nivel más bajo de ingresos que en el mayor (Ver: Cuellar, Maria Mercedes.
Valores, instituciones y capital social. Resultados preliminares publicados en
la Revista Estrategia No. 268). (pp. 108-109)
Desde el punto de vista de lo que podría llamarse la filosofía de la penali-
zación, la sugerencia de la negociación como única alternativa para enfrentar
el delito político desconoce una función del encarcelamiento que alguna
literatura política considera fundamental: la de inhabilitar al infractor, o sea
mantenerlo bajo la supervisión de tal manera que no pueda seguir atentando
contra los derechos de terceros (Ver por ejemplo Tanry y Farrington, 1995, p.
249). A otra de las funciones de la justicia penal, la retribución –que no es más
que un sinónimo políticamente correcto del término venganza– tampoco se le
da la menor importancia.
Por otro lado, tal recomendación –negociar y no sancionar– presupone
una visión del sistema penal preocupada exclusivamente por los derechos del
infractor. “Cuando Frank Von Liszt, hacia finales del siglo pasado y dentro
del marco de su lucha por la reforma de la política criminal alemana, pudo
decir del derecho penal que éste debía ser la carta magna del delincuente,
resumió con esa frase uno de los grandes logros de la cultura liberal en materia
de derechos humanos (Orozco, 1992, p. 43). No hay una consideración de los
derechos de las víctimas ni de los costos económicos y sociales del delito polí-
tico. El llamado enfoque de salud pública para el tratamiento de la violencia
considera que ésta afecta la salud de una comunidad y no sólo el orden de
dicha comunidad (Ver Mark Moore, “Public Health and Criminal Justice
Approaches to Prevention” en Tanry y Farrington, 1995). También se descarta
la eventual función ejemplarizante sobre los infractores potenciales, políticos
o comunes. (…) (p. 110)
Un aspecto teórico fundamental que subyace en el diagnóstico corriente
del conflicto armado colombiano, y en la discusión de sus soluciones, es
el de la relevancia de los actores colectivos versus la de los agentes indivi-
duales. Aunque una discusión detallada de este punto sobrepasa el alcance de
este trabajo, puesto que está inmersa en el profundo debate teórico entre dos
concepciones alternativas y rivales del comportamiento, vale la pena hacer
algunas anotaciones. Las visiones colectivistas e individualistas de la sociedad
reflejan una diferencia esencial entre lo que podría denominarse la perspec-

221
Crímenes Altruistas

tiva sociológica clásica y el individualismo metodológico, cuyo modelo más


representativo es el de la escogencia racional utilizado por la economía. La
teoría de la escogencia racional –rational choice theory– constituye la columna
vertebral de la economía anglosajona. Su principal postulado es la idea de que
los individuos buscan satisfacer sus preferencias individuales, o maximizar su
utilidad, y que de la interacción de tales individuos surgen situaciones de equi-
librio que constituyen los resultados sociales –social outcomes–. Esta teoría
del comportamiento ha sido extendida por los economistas a cuestiones tradi-
cionalmente consideradas sociales, como la discriminación, el matrimonio, la
religión o el crimen. También ha sido adoptada por algunas vertientes de otras
disciplinas como la sociología, o la ciencia política.
Un punto crítico de esta tensión entre la sociología y la economía surge del
énfasis que cada disciplina le asigna, respectivamente, a las normas sociales
y a la escogencia individual como determinantes del comportamiento. En
últimas, la propuesta de considerar el delito político y el delito común como
dos categorías analíticas diferentes tiene algo que ver con este debate: por lo
general, se supone que los rebeldes son actores colectivos cuya dinámica está
determinada por las condiciones sociales mientras que para los delincuentes
comunes se acepta la figura de actores que, de manera individual, responden
a sus intereses particulares.
La consideración de los delincuentes políticos como un actor colectivo, recurrente en la
literatura colombiana (Ver Orozco, 1992, o Comisión de Estudios sobre la Violencia, 1995),
es uno de los puntos más debatibles de esta aproximación. En primer lugar, porque desco-
noce elementos básicos de varios cuerpos de teoría en donde, para las organizaciones, se
sugiere siempre una distinción mínima entre los líderes y los seguidores. O los principales y
los agentes en la jerga económica. La economía le ha reconocido a la empresa una entidad
propia pero se ha cuidado de distinguir analíticamente a los empresarios de los trabajadores.
Para el pensamiento marxista, esta distinción entre quien posee los medios de producción, el
capitalista, y quien trabaja para él, el proletario, es fundamental.
Fuera de la carencia de esta distinción entre quien decide y quien recibe instrucciones –funda-
mental para grupos armados con una estructura vertical, jerárquica y militar– hay varios
puntos oscuros en este planteamiento. Tanto la definición del delincuente por convicción de
Radbruch, como la del bandido social de Hobsbawm hacen referencia a las características,
individuales, de un personaje. No queda claro cómo, analíticamente, se da la transformación
de este personaje individual en un actor colectivo. Ni cuál es la relación del individuo rebelde
con la organización insurgente. ¿Se trata de la «clonación» de un rebelde inicial que cumple
los requisitos de la convicción y de las intenciones altruistas?

Fuente: Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia Tercer Mundo Editores-Cede,


Bogotá, abril de 1999.

222
¿CRIMEN O DELITO POLÍTICO?
Fernando Cepeda Ulloa

Fue Luis Carlos Pérez, Magistrado y Rector de la Universidad Nacional,


quien hizo (1948) la apología del delito político y, en consecuencia, dio argu-
mentos para que se aplicara toda la benignidad posible en su tratamiento.
Esta postura tiene larga tradición jurídica y política en Colombia y ello
puede ayudar a explicar la serie de amnistías y perdones que se han exten-
dido en beneficio de los más diversos grupos y personas. Tiene que ver con
nuestras guerras civiles, con levantamientos y conspiraciones en los cuales
han participado los dirigentes de las corrientes políticas, mayoritarias, inci-
pientes o minoritarias.
¿Cual ha sido la consecuencia de este tratamiento benigno? Eduardo
Posada Carbó, desde la tranquilidad que ofrece el ambiente de Oxford, ha
escrito un texto para la página electrónica de la Fundación Ideas para la Paz
(FIP) en el cual, en ocho páginas, pone en tela de juicio este concepto de
delito político. Señala sin vacilaciones que este ha contribuido a incentivar la
violencia entre nosotros en la medida en que los que promueven guerrillas o
grupos terroristas o autodefensas asumen que recibirán en el proceso o al final
del camino un tratamiento benigno, contemplado en la propia Constitución,
ahí están los artículos 150, 179, 201, 232, 299.
El pensamiento político y jurídico contemporáneo no tiene ninguna tole-
rancia hacia el uso de la violencia para el logro de supuestos fines altruistas.
Por ello se ha logrado recientemente un consenso en el Club de Madrid,
aceptado por el Secretario General de la ONU, con respecto a una definición
–hasta ahora inalcanzable– sobre lo que es el terrorismo: el uso de la violencia
o de la intimidación contra civiles no combatientes para la obtención de fines
políticos o de cualquier otra naturaleza. Cero tolerancia frente a la violencia
política o religiosa, etc.
Se reconoce, así, que es la naturaleza de la conducta criminal lo que cuenta
y no la supuesta intencionalidad. ¡¡¡No hay crímenes altruistas!!! En una
democracia existen los caminos para ventilar los desacuerdos y las protestas.

223
Crímenes Altruistas

Esta discusión es altamente pertinente a propósito del debate parlamen-


tario sobre el articulo 64 de la ley de Justicia y Paz .Y en este sentido entiendo
las palabras del Vicepresidente Santos cuando dice que no le gusta. Es bien
claro: lo que esta diciendo es que ya es hora de iniciar el debate sobre una
noción que tiene algo de espíritu caballeresco que ya no cuadra y que no debe
aceptarse en la medida que da pábulo a comportamientos criminales que son
inaceptables y frente a los cuales no puede haber benignidad.
Las dos líneas de pensamiento están operando entre nosotros: la que se
apega con buenas razones a los mandatos de la Constitución y la que propone
que hacia el futuro inmediato es urgente introducir los correctivos que borren
de nuestro ordenamiento jurídico estas concepciones tan nocivas para la tran-
quilidad pública. Ya la Corte Constitucional en 1997 y luego en otras senten-
cias ha puesto cortapisas a la interpretación mas benévola de estas normas.
Para algunos Magistrados, ello significa desconocer nuestra tradición jurídica.
Pues, ya es hora de superarla en beneficio de la convivencia. Es urgente un
debate al respecto.

Fecha: 21 de mayo de 2005


Fuente: El Heraldo, Barranquilla

224
Apuntes de Merlín
UN DEBATE PERTINENTE
Francisco José Lloreda Mera

No debe escandalizar la propuesta del presidente Álvaro Uribe de eliminar


el delito político de la Constitución. Es consecuente con su discurso, coincide
con la lucha internacional contra el terrorismo, y pareciera ser el paso lógico
en un país donde se desvanecen cada vez más los móviles políticos de la
criminalidad. Sorprende sí, que lo plantee al tiempo en el que reclama estatus
político para los ‘paramilitares’, pues da una impresión de contradicción.
La supresión del delito político encaja perfecto en el discurso endurecido
del Presidente. Cada vez y con mayor ahínco, califica de terroristas y caterva
de bandidos a los violentos. Indica que no puede haber ningún trato benigno
con organizaciones que están cometiendo actos terroristas y que en Colombia
no hay violencia política sino terrorista. No obstante deja abierta una puerta
para sentarse a negociar con los violentos si se deciden por la paz.
Y coincide con el discurso predominante a raíz de los ataques en Nueva
York y Madrid, cuando el delito político empezó a ser cuestionado, a ser
desplazado por el de terrorismo. Powell afirmó que la guerra contra el terro-
rismo incluía a organizaciones interesadas en operaciones terroristas para
derrocar gobiernos legítimos, y Aznar que ningún idealismo malentendido,
real o imaginario puede servir como pretexto para justificar el terrorismo.
Desde la academia también se han presentado argumentos en contra del
delito político. Fernando Savater, Mauricio Rubio y Eduardo Posada censuran
el trato bondadoso que reciben quienes asesinan, torturan y secuestran, bajo
supuestas motivaciones políticas. Es más, Savater sostiene que en un Estado
democrático de derecho los delitos violentos de inspiración política “en vez de
ser un eximente penal y moral, deberían ser un agravante”.
Si a escala internacional el delito político está siendo increpado, con
mayor razón debería serlo en Colombia. Si bien la guerrilla tuvo en su origen
móviles políticos, resulta difícil sostener esa premisa cuando acuden cada
vez más al terrorismo y a crímenes de lesa humanidad. ¿Cómo justificar que

225
Crímenes Altruistas

quienes más daño causan a la sociedad reciban un trato especial de la justicia


mientras a los delincuentes comunes se les lapida sin misericordia?
Decir que los delitos que hoy día suelen cometer la guerrilla y los parami-
litares son de tipo político es bastante forzado. Cosa distinta es que para faci-
litar una negociación se acuda a esa figura jurídica, que además tiene mayor
presentación. Es decir, el delito político se ha convertido en arma de doble
filo: un salvavidas legal para los gobiernos que se empeñan en alcanzar la paz,
y en patente de corso para que los violentos cometan crímenes atroces.
Existen entonces razones para discutir el alcance de la motivación polí-
tica en el delito. No es claro, sin embargo, por qué el Gobierno plantea esa
iniciativa precisamente cuando solicita se les reconozca estatus político a los
paramilitares para ofrecerles un tratamiento preferencial. Es probable que lo
que el Presidente pretenda sea presionar un diálogo con los violentos, pero por
la oportunidad y la forma en que lo hizo, por lo menos confunde.
Bienvenido el debate sobre la conveniencia de mantener el delito político
en Colombia. Contrario a lo que algunos pregonan, su discusión es pertinente
y no es señal de retroceso, pues al fijar la pena debe prevalecer el daño causado
a la sociedad y no la motivación del actor. En una sociedad como la nuestra,
en extremo generosa con quienes le causan daño, es conveniente reflexionar
acerca de los beneficios de que gozan los peores criminales sin que ello signi-
fique cerrar puertas a quienes estén decididos a dejar a un lado la violencia.

El País, Cali, 22 de mayo de 2005

226
¿SI COLOMBIA NO ES UNA DEMOCRACIA,
ENTONCES QUÉ ES?
Darío Acevedo Carmona

¿Es Colombia un país democrático o no lo es? Si no lo es, ¿es entonces


una dictadura? Y si no es ni lo uno ni lo otro, ¿entonces qué es? Las preguntas
son pertinentes puesto que hay quienes sostienen que en efecto, nuestro país
se rige por la democracia, mientras que no faltan los que afirman que aquí no
hay ninguna democracia o que esta es una democracia de pacotilla. Desde una
perspectiva teórica, una sociedad es democrática si permite la elección de sus
autoridades políticas, si facilita la participación de los ciudadanos en la toma
de decisiones, si da garantías para la existencia de partidos y movimientos que
luchan por gobernar el estado, en suma si hay lugar a la existencia de claras,
equitativas, y universales reglas del juego para decidir los asuntos relativos al
gobierno y al poder a través de certámenes que involucren a sus ciudadanos.
Además, si en esa sociedad tiene lugar la separación real de poderes.
Admitamos en gracia de la discusión que esta es una verdad de Pero-
grullo, y que es preciso ir al terreno de las realidades. Y en efecto, ahí es
donde el asunto se hace complejo porque la democracia adquiere diversas
coloraciones, matices y adjetivos diversos en los distintos países donde ha
sido entronizado este sistema. Hay que admitir, no obstante, como punto de
partida básico aquella descripción elemental que nos permite diferenciarla de
una dictadura. Como hay que admitir que la dictadura es la negación total de
la democracia, es decir, representa la imposibilidad de decidir el gobierno de
un pueblo por medios libres.
En el caso colombiano hemos apreciado en los últimos 25 años un proceso
de democratización de sus instituciones y de la vida política. Desde el desmonte
de la democracia restringida del Frente Nacional, pasando por la aprobación
de leyes que han transformado significativamente el escenario político del
país: la elección popular de alcaldes, la expedición de una nueva constitución
política en 1991, la elección popular de gobernadores, el establecimiento de
mecanismos de participación ciudadana como la consulta, el plebiscito y el

227
Crímenes Altruistas

referendo, el efectivo funcionamiento independiente de los poderes públicos


y el reconocimiento de nuestra diversidad étnica y cultural.
Sin embargo, la existencia de graves problemas sociales como la
violencia política, el desbordado clientelismo y la inequidad social, son fenó-
menos que llevan a muchos de los críticos del sistema a cuestionar la exis-
tencia de democracia en el país. Según ellos, aquí lo que hay es un régimen
oligárquico, el país está en manos de 30 familias, aquí no hay libertad, todo se
decide de antemano. Se afirma que mientras no haya justicia social (“demo-
cracia social” en vez de injusticia social gustan decir algunos) no puede haber
democracia real. Se confunde una cosa con otra, hasta llegar a razonamientos
sofísticos como el de que “no puede haber democracia donde no hay justicia
social” y “no puede haber paz donde hay tanta inequidad social”. Si los
precursores de la democracia moderna hubiesen establecido prerrequisitos
a la democracia quién sabe en qué andaría la civilización occidental. Esos
razonamientos condicionantes se parecen a los de la vertiente más reaccio-
naria del conservatismo mundial que, en el siglo XIX y hasta bien avanzado
el siglo XX, sostenía que a la gente no se le podía otorgar muchos derechos y
mucha democracia hasta que no se le educara.
Nadie, en sana razón, niega que la miseria y la injusticia social son fenó-
menos de dimensiones alarmantes y que realmente existen y afectan de manera
grave el normal desarrollo de la vida social y de la democracia. Sin embargo,
parece poco coherente negar la existencia de la democracia en un país en el
que se elige a un presidente diferente cada cuatro años, en el que hay libertad
de prensa, en el que la oposición y en particular la de izquierda ha logrado
triunfos importantes como el de la alcaldía de Bogotá, el de la gobernación del
Valle y en el que numerosos movimientos cívicos han ganado un gran protago-
nismo en numerosos municipios. No parece muy convincente negar la demo-
cracia en un país en el que la Corte Constitucional declara la inexequibilidad
de importantes iniciativas legales del Ejecutivo y tramitadas y aprobadas por
el Legislativo. No parece muy lógico que se insista en desconocer una demo-
cracia que permite la libertad de prensa y la libertad de opinión que se refleja
en el hecho cierto de que la mayoría de los columnistas más destacados son
antigobiernistas. No parece coherente declarar que esta no es una democracia
y a renglón seguido proclamar una pre candidatura que parte del supuesto de
que es posible derrotar al actual presidente y de que éste no es invencible.
La democracia, a diferencia de la dictadura, es perfectible y reformable
porque es incompleta si a eso es a lo que se quieren referir los críticos de la

228
¿Si Colombia no es una democracia, entonces qué es?

nuestra cuando traen a cuento los males que la aquejan. Debemos entender,
adicionalmente, que la dictadura, en cambio, no es susceptible de perfec-
cionar, las dictaduras se abaten o se eternizan pero no son mejorables, lo que
sí la democracia.

Fecha: Medellín, 24 de noviembre de 2004


Fuente:http://ventanaabierta.blogspirit.com/list/coyuntura_colombiana/somos_una_
democracia.doc

229
CONVERSATORIO CON SAVATER*

Presidente Álvaro Uribe Vélez . Savater, señor expresidente Belisario


Betancur Cuartas, don Francisco Soler Franco, muy distinguidos ciudadanos que
nos acompañan esta tarde. Mil gracias, maestro. Nos honra mucho con su visita.
Aquí hay muy positiva expectativa para escucharlo. Mal haría yo en entrar a
contarle toda la tesis de nuestro debate, al cual sus luces ayudarán muchísimo.
Ciertamente, el gobierno es uno de los protagonistas de este debate, en
el cual hemos dicho que Colombia tiene una democracia que cada día se
profundiza más, totalmente respetuosa del pluralismo. Que hemos pasado del
período de las garantías retóricas al período de las garantías efectivas, gracias
a la seguridad democrática. Hemos dicho que todos los años de la violencia
han profundizado la pobreza, le han quitado al pueblo colombiano oportuni-
dades, han generado un éxodo de cuatro millones de colombianos al extran-
jero, han frenado la inversión, el crecimiento de la economía, el empleo, los
recaudos fiscales. Y por esas dos razones, fundamentales, por la razón de tener
una democracia que todos los días se profundiza –circunstancia muy diferente
a las dictaduras que en América Latina en alguna forma legalizaron (en el
pasado) movimientos insurgentes– y por la segunda razón: que esta violencia,
en lugar de contribuir a alguna reivindicación de la situación de miseria que
afecta al 52% de los colombianos la ha profundizado, por eso hemos dicho
que aquí no hay un conflicto armado sino una amenaza terrorista.
No negamos la situación social inmensamente grave que vive el 52%
de los colombianos. Pero no podemos aceptar que eso se enmarque como
parte de ese complejo todo que se da por la acción de los violentos, a quienes
hemos calificado de terroristas. Y se ha preguntado, ¿alberga el gobierno la
posibilidad de negociación política? Contestamos: sí. Y a renglón seguido nos
dicen: ¿Y cómo el gobierno que los señala de terroristas abre la posibilidad
de la negociación política? Hemos dicho, por eso, la condición es el cese de
hostilidades. En el momento en que cesen los actos de violencia el gobierno
acepta que se han creado las condiciones mínimas para poder avanzar en un
proceso de diálogo.

231
Crímenes Altruistas

Pero no le digo más, maestro, porque vinimos a escucharlo a usted.


Muchas gracias y nos sentimos muy, muy honrados con su presencia.
Fernando Savater. Muchas gracias, señor Presidente Álvaro Uribe.
Señor expresidente Betancur, señores amigos, autoridades, señoras y señores.
Bueno, yo estoy, en primer lugar, enormemente honrado y un poco
confuso, reconozco, por encontrarme aquí en esta tarde, con todos ustedes. Yo
no puedo ofrecerles, fundamentalmente, más que mi buena voluntad, no creo
tener ningún mensaje de ninguna luz especial sobre todo sobre los asuntos que
ustedes conocen mucho mejor que yo, como es natural.
Yo me he visto envuelto, digamos, en cuestiones de terrorismo por esos
accidentes de la vida. En el País Vasco, después de que salimos de la dictadura
franquista, en la cual, pues, algunos habíamos tenido nuestros enfrentamientos
con la dictadura y habíamos conocido las incomodidades que eso suele causar,
cuando ya creíamos que habíamos entrado en una fase que se había superado
todo ese enfrentamiento, íbamos a entrar en una reconciliación efectiva, y eso
fue lo que hubo, prácticamente en todo el país. Sin embargo, desgraciada-
mente en el País Vasco, pues nos tocó continuar con la presencia de un terro-
rismo constante, no quizá, por supuesto, de una magnitud comparable con el
que pueden haber conocido ustedes aquí en Colombia, pero (sí) para la escala
de lo que es la Unión Europea, pues más de 1.000 asesinatos acompañados
de extorsiones y crímenes menores –por decirlo de algún modo–, una pobla-
ción aterrorizada, una serie de gente, casi... el 10% de la población que en 12
años emigró del País Vasco. Unas 200.000 personas, en todas las regiones. En
fin, verdaderamente nos encontramos en una situación un poco asombrosa,
kafkiana, porque... claro, el País Vasco no es precisamente una zona pobre ni
deprimida. Todo lo contrario, era una de las provincias más ricas de España y
lo fue prácticamente desde finales del siglo XIX, industrializada y avanzada.
Estaba a la cabeza del ranking de la renta per-cápita del país y si lo ha perdido
ha sido precisamente por el terrorismo.
Y, por otra parte, en el País Vasco la violencia no es, digamos, de los
grupos que quieren tomar el poder con quienes lo tienen, sino curiosamente
es de los nacionalistas contra la propia oposición. Es decir, el País Vasco es
el único lugar en el que los terroristas atacan a los gobernados y no a los
gobernantes; en el que la forma para estar seguro de que no te van a atacar
los terroristas es formar parte del gobierno, y en cambio si formas parte de la
oposición eres el objetivo de los terroristas. Lo cual es una situación, por lo
menos, sorprendente.

232
Conversatorio con Savater

Bueno, este problema está ligado al tema del nacionalismo, las identi-
dades culturales, de todas esas cosas mitologías que han crecido junto con
la urbanización y como una especie de contra... Pues hizo que algunos de
los que estábamos allí, pues tuviéramos un especial interés, yo lo recuerdo,
porque he sido profesor de ética muchos años, pero no era la cuestión nacio-
nalista ni el terrorismo las cosas que más me interesaban. Lo que pasa es
que me parece que era una obligación para quienes hemos tenido la suerte
de poder tener educación, y poder tener una serie de ventajas en la vida, pues
tomar una postura y servir de voz a los que no podían expresarse, por tener
miedo, por acceso a los medios de comunicación. Y por eso algunos nos vimos
envueltos en esas cuestiones y hemos intentado hacer unos grupos sociales
que movieran la población en contra el terrorismo. Porque en el País Vasco lo
que hacía falta era que la población reaccionase. Hubo una época en que no
solamente había atentados, sino que la familia de quien había tenido un aten-
tado inmediatamente se escondía en su casa, no se mostraba en público, a los
asesinados se les enterraba a las ocho de la mañana (para que no se supiera,
digamos, cuándo había sido enterrados), es decir, para evitar el contagio que
suponía el hecho de que te hubieran matado un familiar. Eso quería decir que
ya se habían fijado en ti, y por lo tanto, todos los demás, sintiéndolo mucho,
pues se apartaban de ti, te dejaban solo porque era peligroso mostrarte dema-
siada simpatía, solidaridad, lo que sea.
Esto se fue venciendo, poco a poco, a base de movilizaciones sociales, de
movimientos pacíficos que se manifestaban y que salían a la calle venciendo
el clásico miedo... la pereza, y todas estas cosas. Y poco a poco se ha ido efec-
tivamente movilizando la sociedad. Y últimamente, pues ya, por lo menos, las
víctimas están apoyadas y todo el mundo las reconoce y gozan de una visibi-
lidad social que no tenían antes. Pero el problema sigue estando ahí, ¿no?
El problema ideológicamente fue que ETA era un grupo terrorista que
nació durante el franquismo. Y entonces, después, había una serie de gente
que pensaba que, bueno, pues que era un grupo anti-franquista y por lo tanto
pues tenía que ser democrático, ¿no? Esa era una de las supersticiones que
ha habido durante mucho tiempo en España, ¿no? Que todos los anti-fran-
quistas eran demócratas. Los anti-franquistas eran anti-franquistas; unos por
demócratas y otros porque eran tan poco demócratas como Franco, pero de un
signo totalmente opuesto. Y claro, eso pues se dio también en grupos como el
propio ETA, ¿no? ETA, naturalmente, era un grupo anti-franquista. Mataron
al vice-presidente del Gobierno, a Carrero Blanco y bueno... la oposición al

233
Crímenes Altruistas

franquismo pues se sintió un poco vengada, digamos, por la muerte de Carrero


Blanco. Pero claro, eso era sancionar a favor un grupo o un movimiento que
luego hemos visto que no era mejor, digamos, que el franquismo. Porque
bueno, el franquismo... como sabemos algunos por experiencia propia te
podía detener y meterte en la cárcel. Pero, salvo ya en casos muy especiales,
era raro que fueran asesinando gente por la calle, sobre todo en los últimos
años del franquismo. Y sin embargo, eso es lo que hemos vivido durante casi
veintitantos años en el País Vasco.
De modo que la ETA gozaba de una serie de prestigio de progresismo
y había una serie de gente que lo justificaba, sobre todo en Europa, como si
fuera un movimiento... Ya una vez acabado el franquismo todavía se aten-
taba, y se respaldaba ese movimiento por su fama de anti-franquista. Y cuando
uno explicaba que ya no había... que Franco se había muerto, que había una
democracia, que los que estaban... a las personas que estaban asesinando eran
representantes democráticos del país, que estaban asesinando a periodistas,
que estaban asesinando a profesores, que estaban asesinando, casi nada, por
ejemplo, por decirles una persona distinguida, a Francisco Tomás y Valiente,
al que había sido presidente del Tribunal Constitucional; la primera persona
que escribió un libro sobre la tortura en España, que fue censurado y perdió
su cátedra en la Universidad de Salamanca por eso. Yo recuerdo que como la
primera vez que firmé algo en mi vida, digamos, cuando era todavía un estu-
diante de doctorado en la Universidad de Madrid, firmé una carta de apoyo a
Francisco Tomás y Valiente que había sido depuesto de su cargo de decano en
la Universidad de Derecho... en la Facultad de Derecho de Salamanca. Y había
sido depuesto porque había pedido que se retirara la policía de la Universidad.
En un momento la policía estaba tomando todos los edificios universitarios, al
entrar y al salir estabas sometido a una especie de vigilancia policial perma-
nente y Tomás había pedido que se retirara la policía de la Universidad.
Entonces, a esta persona, Francisco Tomás y Valiente, 30 años más tarde,
le asesina ETA en la Universidad sin policía, como profesor, en su despacho.
Y así, otros muchos casos de otras muchas personas. Entonces estaba esto,
pues... Uno trataba de explicarlo en Europa. Decir no, no se trata de un movi-
miento progresista en ningún sentido. Se trata de un movimiento obtuso, reac-
cionario, mitológico, y además que ni siquiera es el fruto del atraso, de una
pobreza sin esperanzas. Sino que además es la violencia de los ricos contra
los menos ricos, o contra los que consideran de una raza inferior, o algo por
el estilo. Pero bueno, ha tardado mucho en calar en Europa estas ideas. Noso-

234
Conversatorio con Savater

tros logramos, con el movimiento nuestro, ¡Basta ya!, hacer manifestaciones


y movilizar por lo menos a mucha más gente de la que se había movilizado
nunca en el País Vasco. Logramos tener también un referendo de la Unión
Europea, que nos concedió el Premio Sajarov para los derechos humanos.
Aún así, el día que fuimos a recoger el premio a Estrasburgo, a Bruselas,
y yo di el discurso de aceptación del premio, pues aún así, como yo hice un
panorama de lo que había ocurrido en el País Vasco, y de la responsabilidad
que tenía el nacionalismo que gobernaba desde hacía 25 años en el País Vasco
en el mantenimiento de un nacionalismo violento, el cual, condenando la
violencia amparaba a los violentos... pues todavía hubo mucha gente... algunos
representantes de países nórdicos en el Parlamento Europeo, que abandonaron
la sala del Parlamento cuando yo estaba leyendo ese discurso, que era lo que
había que decir porque era lo que no querían escuchar.
Entonces... bueno... esta batalla, pues... ha continuado. Afortunadamente
como todos, incluso los mayores horrores tienen un lado positivo, después
del atentado del 11 de septiembre en Nueva York y en Washington, pues... a
partir de ese momento Europa empezó a reaccionar en contra del terrorismo
y de todos los terrorismos. Entonces, claro, naturalmente el terrorismo que
funcionaba en Europa era la ETA. Por lo tanto Francia, que había estado en
una postura un poco ambigua durante cierto tiempo, y otros países europeos,
pues inmediatamente se pusieron claramente a perseguir a ETA con lo cual la
privaron del santuario que era la base de su invulnerabilidad. Ellos estaban
ocultos en Europa y podían entrar a España a actuar y volver a salir. Nosotros
conseguimos que los partidos mayoritarios en España, el Partido Popular y el
Partido Socialista se pusieran de acuerdo en una ley antiterrorista, que era muy
importante porque privó de esperanzas políticas a los terroristas, y además se
apoyaba una ley de partidos que impedía que hubiera partidos políticos que en
el fondo eran simplemente brazos de la organización terrorista. Es decir, había
grupos que querían a la vez estar en esa especie de representación incruenta de
una guerra civil que es un Parlamento, querían estar a la vez en la represen-
tación de esa guerra civil que es el Parlamento, y a la vez en la calle, en una
guerra civil más o menos light, de baja intensidad, contra parte de la población.
Entonces, en el momento en que se prohibieron los partidos políticos próximos
a ETA, como Batasuna y otros con vocaciones similares, ETA dejó de percibir
la cantidad de fondos que percibía del propio Estado por vía del partido político
que le apoyaba. Y eso, pues, naturalmente, dificultó su recambio, su abasteci-
miento de armas, etc., hasta tal punto que ETA ha quedado, pues, muy dañada,

235
Crímenes Altruistas

y hoy hace ya casi año y medio que no tenemos atentados mortales de ETA,
a pesar de que ETA ha insistido y ha intentado realizar atentados en distintas
ocasiones, pero todos han sido frustrados por torpeza, porque son bisoños los
actores terroristas, o porque no han tenido suerte.
Y eso, tal vez, yo la parte que más... o que yo más fácil puedo tocar es la
parte de discusión o de debate en torno al problema del terrorismo, es decir,
para quitarle al terrorismo su aura más o menos romántica, su aura digamos de
guerrilla progresista, incluso equivocada. Los consideran equivocados pero
todavía del lado, digamos, de los ángeles, ¿no? Y entonces, luchar contra esa...
contra esa aura... Y decir que las sociedades democráticas pues efectivamente
están llenas de imperfecciones, y que entonces cualquiera podría encontrar
motivo para crímenes simplemente señalando imperfecciones más o menos
reales de las sociedades, y que es verdad que muchas de ellas arrastran lacras
terribles, no solamente en Europa, en otras partes del mundo más notables.
Pero que eso no justifica el hecho de que se empleen métodos terroristas,
que está supremamente demostrado que no resuelven los problemas en cuyo
nombre a veces dicen que van a actuar, y que por otra parte sirven a intereses
muy concretos de grupos que brutalizan la vida política. Porque desgracia-
damente el terrorismo actúa sobre los ciudadanos aterrorizándoles y fasti-
diando, digamos, toda su vida. Pero también, a veces, lleva a los gobiernos a
cometer excesos o atropellos. En España ha ocurrido el episodio de los GAL,
un grupo más o menos paramilitar que apareció y en cuya promoción estaban
implicadas autoridades y, naturalmente, entonces, el terrorismo no solamente
crea terror entre la ciudadanía sino que brutaliza la vida política y lleva...
o crea a veces, la tentación de prácticas indebidas, abusivas también en la
propia democracia. Por lo cual su función es totalmente negativa. Yo creo
que hoy en Europa, pues esas cosas están relativamente aceptadas ya, para
Europa. Pero... en cambio cuando los europeos... muchos europeos miran
hacia... por ejemplo hacia América, pues tienen una visión virreinal. O sea,
ellos consideran que cosas que... les horrorizaría ver en sus países, pero que
están muy bien en otros países iberoamericanos. Porque a ellos no les gusta
que comandantes vestidos de verde oliva den órdenes a la población, dictato-
rialmente. Pero en cambio si eso ocurre en otro país del Caribe pues les parece
que la cosa es más... Porque hay una gente que sí... yo me acuerdo haber
vivido épocas en que se nos intentaba convencer de que los albaneses, por
ejemplo, vivían perfectamente felices llevando zapatos de cartón y chaquetas
hechas de arpillera porque ellos eran personas que no estaban en el mundo

236
Conversatorio con Savater

del consumo, como nosotros, sino que vivían una especie de espiritualidad
sublime, que naturalmente se vio luego que era bastante deficitaria, que los
pobres albaneses lo que querían era vivir como todo el mundo y desde luego
mejor de lo que no habían vivido hasta entonces.
Y bueno, pues en la misma forma, ahora todavía se sigue teniendo una
imagen más o menos idílica de... o a veces idílica de la guerrilla, o no se
entiende, no se hace un esfuerzo por entender en absoluto los problemas que
pasan democracias... las democracias en Iberoamérica. Lo que no oculta,
evidentemente, la necesidad de una profunda reforma social en Iberoamérica,
porque eso es evidente, que hace falta una profunda reforma social y hace
falta una reforma social que posibilite la creación de una extensión de la clase
media y de una lucha contra los dos enemigos fundamentales que tiene la
democracia en todas partes, que son la miseria y la ignorancia. Sin luchar
contra la miseria y la ignorancia es imposible mantener y extender la demo-
cracia. Pero eso, claro... que haya tareas por hacer y que haya quizá reformas
profundas y que haya incluso medidas radicales incluso de orden político que
tomar en algunos países, eso, naturalmente, no justifica el hecho de que un
grupo de voluntariosos criminales, alimentados por narcotraficantes... pues
vayan a solucionar ningún problema real de un país, ¿no?
De modo que... ya le digo, yo no me atrevo ni puedo tener la pretensión de
hablarles a ustedes y de darles esclarecimiento sobre la cuestión de Colombia,
que ustedes conocen bien, ¿no? He colaborado en lo que he podido. Noso-
tros formamos un pequeño grupo allá en Medellín, con algunos amigos del
Ateneo Porfirio Barba Jacob, e hicimos una serie de charlas tituladas “Sin
armas contra las armas”, en las cuales pues íbamos un poco contando nuestra
experiencia en “Basta ya” y en los movimientos sociales del País Vasco, en
lo que pudiera eso servir a grupos y a otras personas que estaban aquí en
una lucha por los derechos humanos y por la pacificación y por la justicia en
Colombia. Pero, claro, obviamente yo no tengo un mensaje que darles más
que contarles un poco lo que valga mi experiencia y pues si quieren ustedes
voy a estar encantado de escuchar sus reflexiones y si es posible comentarles
lo que ustedes me pidan.
[Aplausos]
(...) A veces se lleva a personalidades extranjeras de buena voluntad a
España para preguntarles, ¿verdad que usted cree que es mejor el diálogo que
la fuerza? Todo el mundo dice, sí, claro, naturalmente. Es como... si a usted
le dice ¿Usted qué cree que es mejor, comer una comida sana o beber ácido

237
Crímenes Altruistas

prúsico? Todo el mundo dice: “Pues comer una comida sana”. Claro que es
que hay preguntas que llevan su respuesta explícita... ¿no? Salvo Gengis Kan
y algún otro personaje de la misma línea nadie dice que... él prefiere los caño-
nazos a dialogar con las personas. Eso no ayuda para nada. El problema es
que en el País Vasco, se ha hablado constantemente... es decir... claro que hay
diálogo.... Es decir, si se hace un Parlamento es para dialogar. Y en el Parla-
mento lo que debe imperar es el diálogo, que sea un diálogo vivo, e incluso
brusco en ocasiones, pero está sustituyendo a la violencia de otro orden.
Entonces, ese es el diálogo. Y ese diálogo, en el País Vasco ha existido entre
instituciones y entre personas y ha servido para que una serie de personas de
las que íbamos a los mítines de Batasuna, a dialogar con los que opinaban otra
cosa que nosotros, y los profesores que hablaban con los alumnos y trataban
no se qué... hayan pasado una lista y ahí ha ido engrosando poco a poco la lista
de víctimas de ETA. Es decir, en el País Vasco el diálogo ha servido para dar
nombres a los etarras de gente que era peligrosa, que había que eliminar. Pero
por lo demás no se ha avanzado en ningún otro punto, porque lo que quiere, lo
que llama diálogo el nacionalismo radical es simplemente a que digan cuando
me da usted lo que le pido. Y por supuesto eso no es dialogar.
La idea de que en cualquier situación se puede dialogar es absurda. Si un
atracador te pone una pistola en el pecho y te pide la cartera y tú dices... espere
un momento que la estoy buscando, no estás dialogando con él. Eso no es un
diálogo. Un diálogo exige, para que lo tomemos mínimamente en serio, una
posición de reconocimiento mutuo dentro de un marco aceptado por los dos.
Y eso es lo que precisamente el terrorismo niega por definición. El terrorismo
ha ido limpiando el campo de oponentes que pudieran hablar con él. Por lo
menos, insisto, estoy hablando siempre del País Vasco, que es lo que yo sé y
lo que conozco. En otros lugares pueden haber experiencias distintas, puede
haber circunstancias diferentes porque ahora, desgraciadamente, tenemos una
gama de terrorismos desde los internacionales islámicos, guerrilleros... muy
amplio. Se sigue ahora exigiendo diálogo como si no hubiera pasado nada en
los últimos 25 años. Como si no hubieran muerto una serie de personas que
intentaron dialogar, como si no se hubieran hecho esfuerzos en el Parlamento
por explicar y dialogar. Como si todo eso no hubiera existido, vuelven otra
vez a decir, ¿por qué no dialogamos? Y el diálogo vuelve a ser: “Acepte usted
los planteamientos de partida que tengo yo y a partir de allí pues vamos a ir
hablando”. Entonces, claro, eso, eso es lo que tiene bloqueada la situación en
el País Vasco.

238
Conversatorio con Savater

(...)
....había la idea de los derechos colectivos que se ponían a la misma
altura que los derechos humanos. Primero, los derechos que tienen los sujetos
individuales, los derechos humanos, porque humanos sólo somos los indi-
viduos. Naturalmente... hay muchos derechos humanos que tienen efectos
colectivos, o efectos públicos. El derecho a la libertad de expresión, eviden-
temente, tiene efectos públicos. O el derecho a la libertad religiosa, que yo
pueda salir en procesión el día de Viernes Santo. Eso es un derecho indivi-
dual mío, religioso, pero que tiene un efecto público que es la procesión de
las personas el día de Viernes Santo. Es decir, una cosa es que los derechos
individuales, por ejemplo, lingüísticos, que son unos muy importantes en el
País Vasco... Una cosa es que las personas tengan derecho a hablar su lengua
materna y a educarse en su lengua materna, y que dentro de una fracción
determinada la lengua esa pueda ser (...) enseñada, utilizada también en los
medios públicos, etc., etc. O sea, una cosa es que el hablante tenga derecho
a su lengua y otra cosa es que la lengua tenga derecho a salir a la calle a
buscar hablantes que no los tiene, y a imponerse a los que no la hablen. Eso
son dos cosas distintas. Entonces, en España, el problema de que después de
muchos años de un imperialismo que quería negar el derecho de todas las
demás lenguas que se hablan en España a tener una normalidad y a ser reco-
nocidas normalmente... frente a eso ahora surge la idea de que las lenguas en
sí mismas tienen derecho a conseguir hablantes que no los tienen. Entonces,
ese es uno de los ejemplos de estas... creo yo, de este planteamiento, de pasar
del derecho individual, que es perfectamente respetable, a la colectivización
de ese derecho. Entonces, eso me parece que tiene unos efectos... puede tener
unos efectos muy negativos en la democracia, la idea de creer que los dere-
chos son colectivos, de quienes están formados por grupos que tienen un
derecho determinado a una cosa frente al resto de los ciudadanos que tienen
un derecho.
Presidente Uribe. Yo quisiera... desde la óptica nuestra, decir qué piensa
el gobierno en materia de derechos humanos. Legitimar una política de segu-
ridad en un estado de opinión requiere (...) requiere transparencia. Y además
son presupuestos para que esa política sea sostenible. Una política de segu-
ridad tiene que ser permanente. Yo diría que aquí tiene dos fases: una fase
mientras se recupera el orden público y una segunda fase indefinida, inago-
table, de mantenimiento. Y tiene que sustentarse en opinión pública. Y ese
sustento de opinión pública demanda eficacia y demanda transparencia.

239
Crímenes Altruistas

Hace dos días me preguntaban en una Universidad; por aquí está uno
de mis contertulios, hace dos días, allá, el doctor Pizarro Leongómez. Me
decían, bueno, pero usted denominándolos terroristas cierra la posibilidad de
hacer acuerdos de cumplimiento de los derechos... del derecho internacional
humanitario con ellos. Mi respuesta ha sido la siguiente: el país lleva décadas
proponiéndoles acuerdos de cumplimiento del derecho humanitario. Y eso ha
sido imposible. Entonces he dicho: para ese efecto da lo mismo llamarlos
terroristas o decir que son afiliados a la Congregación Mariana.
¿Qué nos ha parecido práctico, conectando el tema con lo de la legitimidad
de la política? Que independientemente de que estos señores respeten o no el
derecho internacional humanitario, el gobierno tiene que dar ejemplo en materia
de observancia de los derechos humanos. Entonces, he dicho en el escenario
político, y he dicho en lo que es mi tarea pedagógica y de dirección permanente
de las Fuerzas Armadas y de la Policía: a nosotros no nos debe preocupar si
estos señores cumplen o no con derecho humanitario. Nosotros tenemos que
preocuparnos es... como fuerza institucional y constitucional de Colombia,
cumplir con los derechos humanos. Ser tan entregados a la causa de la eficacia
de la seguridad como a la causa de la observancia de los derechos humanos.
Savater. Vamos... me gustaría insistir en esto que dice el Presidente porque
creo que es muy importante. Es decir, uno... un Estado, una democracia no respeta
los derechos humanos, por ejemplo si es un terrorista o quien sea, por hacerle un
favor al terrorista, sino por la dignidad del propio Estado. Porque... es decir, uno
no respeta los derechos humanos como una concesión de debilidad, digamos,
hacia el terrorismo, sino como una demostración de la fuerza y de la dignidad...
Por lo tanto, es fundamental que sin esperar... no vamos a esperar a que Bin Laden
se vuelva... es decir... una persona con la que nos gustaría tomar el té... Antes de
eso, nosotros tenemos que comportarnos... precisamente porque estamos defen-
diendo algo frente al terrorismo. Si estamos defendiendo algo frente al terrorismo
no podemos ponerlo en almoneda para luchar contra el terrorismo. Es decir, lo
que estamos defendiendo frente al terrorismo es eso. Y algún día, cuando los
terroristas abandonen las armas y cambien su actitud, etc., vendrán a integrarse
en la sociedad; pero no en la sociedad que ellos quieren, sino en la sociedad que
nosotros habremos que tengan. Eso es un poco uno de los puntos esenciales que
vive el País Vasco. Cuando dicen... ¡No! ¡Hay que dejarles una salida! ¡Sí! Hay
que dar una salida a los terrorismos para que se incorporen a la sociedad, pero no
a una sociedad conformada tal como ellos quieren, sino a una sociedad... cuyos
valores, cuyas garantías, las hemos defendido frente a ellos.

240
Conversatorio con Savater

Presidente Uribe. José Obdulio, ahí hay un punto de gran importancia,


que yo creo que lo debemos recoger y aplicar en nuestro medio, para comple-
mentar lo que se ha venido diciendo. La política de respeto a los derechos
humanos no es para darle complacencias al terrorismo, sino para cumplir
nuestros deberes con la Constitución y con la ciudadanía.
Savater. ¿Quién puede ser llamado preso político? Sólo quien ha sido
condenado a prisión por realizar actividades políticas legales... ilegales,
perdón, pero no quien va a la cárcel por cometer cualquier tipo de delito por
motivos políticos, el que asesina, extorsiona, roba, tortura, secuestra, apalea o
causa estragos movido por ideas políticas. La guerra no es la prolongación de
la política por otros medios, sino un medio extrapolítico de conseguir aquello
que la política... es decir, el conflicto ritualizado entre intereses contrapuestos,
no puede lograr. Los prisioneros de guerra no son presos políticos...
....Lo que convierte a un preso en preso político es el hecho de que está
preso por haber llevado a cabo actividades políticas, no por haber llevado a
cabo actividades criminales con pretextos políticos. Entonces, un... digamos
yo... he sido preso político. He estado dos veces en la cárcel. Una por haber
estado en un sindicato de estudiantes y otra por haber estado en un sindicato
de profesores... Entonces, es decir, como estar, pertenecer a sindicatos no es
un crimen... sino es una actividad política, las personas encarceladas por perte-
necer a sindicatos, siendo lo sindicatos ilegales dentro de un orden dictatorial,
pues esos sí son o pueden ser considerados presos políticos.
Ahora, lo que no se puede es... digamos que incluso llevar a cabo dentro
de una dictadura en la cual es imposible recurrir a ningún tipo de tema polí-
tico... es decir, la política ha sido suspendida porque el dictador suspende la
actividad política normal en el país... no se puede hacer política, más que la
que yo diga, bueno, entonces, quizá no deja más lugar que actuar como si se
estuviera en una guerra, digamos. Pero dentro de una democracia que una
persona lleve a cabo un crimen por razones, por ejemplo, religiosas, no le
convierte en un preso de conciencia. Que supongamos que un maniático mata
a Salman Rushi por la (orden) de Komeini contra él. Ese señor irá a la cárcel
pero no es un preso de conciencia. Es un delincuente común que ha actuado
y que cuando actúe explicará, diciendo que actuó con un motivo religioso...
Pero no es un preso de conciencia, y nadie dirá que debe ser tratado y que
es un preso por cuestiones religiosas. Es un preso por otro tipo de cosas.
Es decir, lo mismo.... la misma forma, quien asesina a otro porque quiere
imponerle sus ideas políticas no es un preso político, es un preso, digamos,

241
Crímenes Altruistas

criminal, cuyas justificaciones él las busca en la política, en la economía, en


la religión, o etc. No será lo mismo, que tampoco es, detener y castigar a los
violadores no es una política de represión sexual... No es una expresión libre
de la sexualidad en las personas y por lo tanto un violador no es un preso que
está preso por sus gustos sexuales, sino por haber cometido delitos contra la
libertad de otras personas.
(...) Son dos cosas distintas... Si hay una... hay diez políticas reconocidas,
admitidas, si las ideas políticas se pueden defender por la vía constitucional,
entonces el utilizar la intimidación, el terror, la extorsión, el crimen, la amenaza,
etc., todo eso puede hacerlo uno con objetivos políticos, pero no es una acti-
vidad política. Es decir, quien amenaza a sus adversarios, o quien les asesina a
la puerta del Parlamento, no es un político, no está actuando como político. Él
puede tener las ideas muy políticas, pero él no está actuando como política. La
actuación política es precisamente renunciar a esas vías bélicas, ¿no?
(...) Como bien dices... poner bombas o secuestrar a los ciudadanos no
son actividades (lícitas) en una democracia. Lo mismo que no es una actividad
religiosa matar a los herejes o a los blasfemos. Por lo que quienes cometen
tales fechorías no pueden ser considerados presos de conciencia...
Hay casos... Hay casos, por ejemplo, no sé, en unos países... En Estados
Unidos, o en otros países, por ejemplo personas que están contra el aborto,
contra experimentación con animales, pues han disparado y han matado a un
médico que estaba en una clínica abortista o a un médico, a un técnico de
una fábrica de perfumes, por ejemplo. Entonces, claro, nadie dice que esas
personas sean presos religiosos o presos de conciencia... aunque hayan actuado
por justificaciones que ellos piensan que son de conciencia. Son delincuentes
cuya motivación está... se puede buscar en la política, en la patología, no sé...
(...) el debate teórico es muy... bueno... muy sugestivo y... el debate de los
derechos, el debate de las comunidades, el debate de las identidades culturales,
todos esos debates muy interesantes, siempre, por supuesto, que no expliquen
el exterminio de nadie.
Lo que pasa es que en ocasiones esos debates, en algunas circunstancias
concretas, se convierten, digamos, en algo más que debates. A veces se dice,
bueno... las palabras no matan. Hablemos sobre las palabras que no matan...
Por ejemplo, un amigo me dijo, bueno, eso de que las palabras no matan
es relativo. Por ejemplo, piensen ustedes en estas dos palabras: “Apunten,
fuego”. [Risas] Eso de que las palabras no matan... ¡Apunten, fuego! sí
mata. Por lo tanto, no es tan seguro que... que ninguna palabra mate. En unas

242
Conversatorio con Savater

circunstancias determinadas eso se puede convertir en la condena de muerte


de otra persona.
Pero también, quisiera esclarecer los principios de interacciones. Eso es
muy importante, una labor pedagógica con la sociedad, no basta con decir
a la sociedad “ellos son los malos y nosotros los buenos” y se acabó. Hay
que explicar por qué. Yo creo que es importante una educación ciudadana, es
importante decir por qué hay una forma de entender la convivencia política
mejor que otra.
(...) Bueno, es que claro, hay una cosa muy curiosa en la utilización de
la violencia terrorista. Hay un tipo de violencia, en Irlanda, característico,
en el que se enfrentan la violencia terrorista de dos comunidades. Es decir,
hay dos comunidades, por razones históricas complejas y remotas, que cada
una crea un terrorismo que combate a la otra. Se combaten por la fuerza y
curiosamente ese tipo de enfrentamientos que deja heridas muy profundas en
la sociedad... Pero por otra parte es más fácil llegar, a veces, a un acuerdo de
alto el fuego. Porque basta con decir: “Tú no me matas a mi y yo no te mataré
a ti”. El problema es cuando la violencia es unilateral, o solo viene de uno
de los dos lados. Es decir, por ejemplo en el País Vasco, no es que un grupo
emplee la violencia contra otro grupo, sino que un grupo emplea la violencia
contra la sociedad para generar la existencia de un grupo de marginados, que
son los no-nacionalistas. Es decir, los no-nacionalistas éramos igual que todos
los demás, y en las familias vascas había nacionalistas y no nacionalistas, etc.
La violencia es la que ha servido para convertir en estigmatizados a los no-na-
cionalistas, es decir, a las personas que deben ser víctimas de la violencia.
La violencia se utiliza para crear judíos. Pitmut Batman tiene un artículo...
perdón, tiene un artículo muy interesante que se llama “De vecino a judío”.
Y cuenta cómo en las sociedades el vecino, la persona que está contigo y que
pues no ha pasado nada de pronto se convierte en judío, es decir, en alguien a
perseguir. Porque no tiene tus propias ideas, tu propia religión, tu no se qué...
tu bueno.... Y la violencia sirve para eso. No hay cosa que sirva más para
distinguir al otro que el hecho de ejercer violencia contra él. El otro inmedia-
tamente cambia de actitudes, conductas, etc., y se convierte en un personaje
extraño. Y eso es lo que busca la violencia. Crear extraños dentro de un país,
o sea, crear extranjeros en el propio país.
(...) Es que eso es lo que hemos vivido en el País Vasco durante mucho
tiempo. Es decir, los nacionalistas en el poder condenan la violencia...
condenan la violencia pero respaldan a los violentos. Entonces, cada vez que

243
Crímenes Altruistas

se proponen posturas o actitudes judiciales, políticas, etc., contra los violentos,


inmediatamente ellos salen diciendo que eso no resuelve nada porque hay un
conflicto político. Y por lo tanto, suspender los partidos políticos próximos a
los violentos, y gracias a los cuales los violentos se financian, suspender las
publicaciones que sirven para blanquear el dinero de los violentos, aplicar la
legislación de apología del terrorismo a quien hace apología del terrorismo,
todo esto es peor. Es decir, es peor porque empeora las cosas porque crispa,
porque no se que... y tal. Y sin embargo, por otra parte se sigue condenando
la violencia. Entonces... bueno. La violencia no es una especie de maremoto
que ocurre como los sunami de Indonesia, sino que es la forma de conducta
de unas personas. Entonces, si a esas personas no se las aplica la ley, solo la
ley, por las razones que hemos dicho, pero todas las posibilidades que tiene la
ley, porque la ley tiene muchas posibilidades... Bueno, en España las tiene y
supongo que en Colombia también. O sea... hay que aplicar esas... esas posibi-
lidades de la ley porque el terrorista ante la no aplicación de la ley no piensa:
“¡Qué generoso es el Estado que no me aplica la ley!” sino “Qué débiles son,
ya van cediendo!”.
Presidente Álvaro Uribe Vélez. Muchas gracias...

* La grabación magnetofónica de donde fue transcripta esta charla de Savater contiene


defectos sonoros que hicieron imposible captar con exactitud todas sus palabras. Los puntos
suspensivos corresponden en ocasiones a estos vacíos.

244
SAVATER, EL TERRORISMO Y URIBE
Jaime Jaramillo Panesso

Reunidos en un gran salón del Palacio de Nariño estaba un grupo de


personas: periodistas, funcionarios, escritores, profesionales independientes,
algunos estudiantes. La invitación salió de la Presidencia, que puso todo el
peso de la recepción: un pastelito de acelgas y un jugo de lulo huilense. Pero
el plato fuerte estuvo a cargo del educador y filósofo Fernando Savater quien
repitió su posición clara y valerosa sobre el terrorismo que en España tiene
nombre propio: ETA. Y es concordante su conocimiento puesto que Savater
es vasco y español. Sabe de qué habla y asienta sus afirmaciones en la expe-
riencia de vivirlo y sufrirlo. Savater es objetivo «militar», es decir terrorista
para el caso, de una parte de sus paisanos organizados clandestinamente
dizque para obtener la independencia total del estado español que los oprime.
El País Vasco constituye el 5,4% del total de la población de España, pues
tiene dos millones cien mil habitantes en una superficie de 7.200 kilómetros
cuadrados. Contra lo que podría suponerse, en el País Vasco su economía está
bien clasificada en los índices europeos como la tercera después del Reino
Unido e Irlanda ya que el valor agregado es en la industria el 45%, agricultura
el 1% y servicios 55%, con una escolaridad del 99.8%. Si bien es cierto que
durante la larga dictadura del general Francisco Franco los vascos también
sufrieron la opresión, esa misma se aplicó a las demás regiones y habitantes de
España. Por entonces le concedían espacio en sus simpatías a la ETA que llegó
a dinamitar el vehículo de Carrero Blanco, segundo del régimen franquista,
causándole la muerte.
Reinstalada la democracia con la monarquía constitucional, los vascos
lograron la autonomía y la recuperación oficial de su lengua, lo cual no ha
bastado para que desde lo altos cenáculos nacionalistas compuestos por reli-
giosos, burgueses y políticos separatistas se siga alimentando el método terro-
rista como medio para lograr los fines políticos. Señala Savater que el Partido
Nacionalista Vasco, PNV, que prevalece en el ejecutivo, condena los métodos
de la ETA, pero no mueve un dedo para perseguir ni capturar a sus compo-

245
Crímenes Altruistas

nentes. La gran mayoría de los españoles son contrarios a dialogar con ETA,
puesto que dialogar para ellos es aceptarles de entrada su propuesta y sus
medios de imponerla.
El conversatorio entre Uribe y Savater es una muestra de diálogo pedagó-
gico y esclarecedor, que partió de las diferencias que existen entre el problema
en España y el colombiano, además de sus coincidencias clave. También son
diferentes las características entre el conflicto en Irlanda de Norte y el Reino
Unido y el accionar terrorista del Ira. Sin embargo tres irlandeses de esa mili-
tancia fueron capturados y estúpidamente liberados, por complicidad activa y
explosiva con las Farc.
Savater tiene bien definido su pensamiento en estos apartes:
Poner bombas o secuestrar a ciudadanos no son actividades políticas en una democracia,
lo mismo que no es una actividad religiosa asesinar herejes o a los blasfemos, por lo que
quienes cometen tales fechorías no pueden ser consi-derados presos de conciencia.
Ante el terrorismo y su intimidación explícita o implícita, muchos reclamamos que el estado
de derecho utilice a fondo las armas de la ley: sólo las armas de la ley, pero todas las armas de
la ley. Es indecente que, tras cada atentado, los mismos que dicen que la violencia terrorista
es inaceptable nos recuerden que sin embargo existe un conflicto político (delito político).
En la democracia todo es diálogo, menos pegar tiros y poner coches bomba para salirse con
la suya de modo extraparlamentario. Los únicos que no quieren diálogo son los que apoyan
el terrorismo –ellos le llaman «lucha armada»– como si sus víctimas fueran asesinadas en
combate y no en emboscadas mientras iban a comprar el periódico o a trabajar.
¿Quién puede ser llamado «preso político»? Sólo quien ha sido condenado a prisión por
realizar políticas ilegales ; pero no quien va a la cárcel por cometer cualquier tipo de delito
por motivos políticos; el que asesina, extorsiona, roba, tortura, secuestra, apalea o causa
estragos movido por ideas políticas. La guerra no es la prolongación de la política por
otros medios, sino un medio extra político de conseguir aquello que la política (es decir,
el conflicto ritualizado entre intereses contrapuestos) no puede lograr. Los prisioneros de
guerra no son presos políticos.

Fuente: El Mundo, Medellín, 29 de mayo de 2005

246
LA LIBERTAD, DISTINTIVO DE LA DEMOCRACIA
Alfonso Monsalve Solórzano

Creo importante insistir en mi punto de vista en la discusión abierta por


el ex presidente López sobre la democracia en Colombia, a la que definió sólo
como democracia electoral por no cumplir con la necesaria distribución que
garantice los derechos económicos y sociales de los colombianos.
Hay un estilo para argumentar que actúa según la estrategia de calificar
las razones del otro como simplistas y alejadas de la realidad. Así, si alguien
defiende una respuesta positiva al segundo interrogante, se lo tilda de acadé-
mico simplificador que vive fuera del mundo real. Pero pensar a Colombia
no es un simple ejercicio académico aunque pueda hacerse, en efecto, de
manera simplista. Y no lo es, porque lo que está en juego es nada menos que el
presente y el futuro de la sociedad política que queremos para el país. No es lo
mismo una dictadura que una democracia, y tampoco es lo mismo un gobierno
de mayorías sin pluralismo y libertades que una democracia donde éstas se
respetan. Por lo tanto, el tipo de soluciones que requiere Colombia depende,
en gran medida, del acuerdo que se tenga sobre la característica básica de la
organización política.
Habría, al menos, dos temas que se entrecruzan: ¿qué define una demo-
cracia? Y ¿hasta qué punto puede haber democracia sin el cumplimiento
exhaustivo de los derechos económicos y sociales?
La esencia de un Estado social de derecho es que es liberal: en la tríada de
la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad (hoy se dice solida-
ridad), la libertad prima sobre la igualdad y ésta sobre la solidaridad. No que
los otros valores no sean importantes, que lo son y mucho. Pero el valor esen-
cial del estado social de derecho es la libertad, que asegura que el estado no
abuse del individuo o que otros lo hagan. Cuando en la reciente historia de la
humanidad estos valores se han ponderado de una manera distinta, se producen
sociedades atroces. Hay estados que han sido eficientes en asegurar impor-
tantes niveles de distribución de bienestar a sus súbditos, como el fascismo.
Pero el costo pagado fue la absoluta ausencia de libertades individuales. Cosa

247
Crímenes Altruistas

parecida puede decirse de algunas etapas de la historia de la Unión Soviética


(porque al final ni siquiera había derechos económicos y sociales).
Cuando no hay libertad el estado se convierte en totalitario, la mediación
entre la máquina de poder y el individuo se diluye y el control sobre éste
conduce a la opresión sistemática. La falta de libertad conduce al pensamiento
único y a su dictadura. El pluralismo razonable, es decir, la coexistencia de
distintas y hasta encontradas visiones del mundo, que respeten el mínimo de
las reglas políticas de la sociedad liberal, es la única garantía contra la peor de
las dictaduras, la de la mayoría. Por eso, la democracia en el estado de derecho
no es sólo el gobierno de la mayoría. La experiencia histórica ha forjado el
estado de derecho para que haya libertades que no estén al arbitrio de mayo-
rías contingentes. Si la mayoría da derecho a gobernar, la limitación de su
poder a través de las libertades y otros derechos fundamentales, garantiza el
derecho a pensar, protestar, profesar, movilizarse, oponerse, apoyar, obtener
reivindicaciones legítimas, etc.
Por supuesto, hay más democracia con derechos económicos y sociales,
pero no hay democracia posible sin libertades. En un país como el nuestro,
la distribución y los mínimos económicos y sociales están lejos de ser alcan-
zados; y aunque hay avances en los últimos tres años, las crisis económicas
(especialmente la que se inicia en 1999), la acción de los grupos armados
ilegales y la necesaria respuesta del estado, que consumen cerca del 5% del
PIB anual; el narcotráfico y errores en las estrategias económicas de muchos
gobiernos, hacen que nuestra democracia no haya satisfecho de manera
eficiente dichos derechos y el sistema tiene una deuda histórica en ese sentido
con sus ciudadanos.
Pero insisto, el pluralismo de nuestro sistema político posibilita que
lleguen al poder opciones que discrepen de la actual orientación del Estado.
Colombia no es Venezuela, ni Cuba, ni Ecuador, ni Bolivia. Tampoco es Suiza
o Suecia. Pero, como diría Wittgenstein, hay un mayor parecido de familia con
éstos últimos que con los primeros, porque aquí como allá, prima la libertad
y, a pesar de todo, hay estabilidad. Hasta la señora Louise Arbour, Alta Comi-
sionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas tuvo que admitir,
en su última visita al país, que, según sus propias palabras, “Colombia es una
democracia sofisticada”.

Fuente El Mundo, Medellín, 21 de agosto de 2005

248
EL CASO ESPECIAL DE COLOMBIA
¿LEY DE AMNISTÍA PARA EL ELN?
Es indispensable abrir ya un amplio debate nacional frente a este tema
Eduardo Pizarro Leongómez

El segundo comandante y jefe militar del Ejército de Liberación Nacional


(Eln), Antonio García, planteó hace pocos días que una ley de amnistía cons-
tituiría un gesto favorable del Estado a favor de la paz.
El Eln no puede desconocer –salvo que viva en otro planeta– que desde
la ratificación del Tratado de Roma (2002) y la creación de la Corte Penal
Internacional de La Haya, no es posible dictar leyes de amnistía e indulto para
crímenes de guerra o de lesa humanidad. Según el Derecho Internacional,
estos crímenes incluyen el secuestro, el desplazamiento forzado, la siembra de
minas antipersonales, los ataques indiscriminados contra la población civil, la
utilización de pipas de gas, el asesinato fuera de combate, etc.
Firmar acuerdos de paz hoy es infinitamente más difícil que 5 o 10 años
atrás. Por ello, a nivel internacional, los analistas se plantean con angustia una
pregunta dramática: ¿es viable alcanzar la paz hoy en día sin el instrumento
universal de resolución de conflictos, como lo fueron en el pasado las leyes de
amnistía e indulto?
La respuesta práctica a este duro interrogante ha sido simple: todas las
naciones que han firmado acuerdos de paz en años recientes han desconocido
las normas de la Corte Penal Internacional y han dictado leyes de amnistía. Este
ha sido el caso, por ejemplo, de la República Democrática del Congo, Angola,
y más recientemente, Uganda. En nombre del derecho a la paz –como el valor
supremo de un país para evitar que siga creciendo el número de víctimas–, estas
naciones han sacrificado otros derechos, incluido el derecho a la justicia.
La única nación que está respetando sin chistar las normas internacionales
es Colombia, en medio de la hipocresía mundial. Hoy existen en el mundo
distintos estándares: un estándar para los Estados colapsados o en proceso de
colapso (tales como el Congo), un estándar para las naciones poderosas (como
la Gran Bretaña) y otro estándar distinto e infinitamente más exigente para

249
Crímenes Altruistas

Colombia. A las naciones muy débiles se les exige poco debido a su debilidad.
A las naciones poderosas se les exige poco debido a su fortaleza.
A pesar de estos dobles y triples estándares, Colombia ha decidido dar un
ejemplo internacional, llevando a cabo una experiencia inédita que ninguna
nación en el mundo ha intentado: firmar un acuerdo de paz con grupos armados
no derrotados en el campo de batalla, aplicando justicia. No aplicando justicia
quince o veinte años después como en Chile o Uruguay, países en los cuales
los responsables de graves crímenes contra la humanidad se pasean todavía
por las calles de Santiago o Montevideo.
Se trata, sin embargo, de una tarea nada fácil. El Alto Comisionado para
la Paz, Luis Carlos Restrepo, intentó, mediante la Ley de Alternatividad Penal,
superar estos escollos. Sin embargo, se desató un vendaval violento de críticas,
tanto en el ámbito nacional como en el internacional, que consideraron que esa
Ley era una fuente de impunidad. Por ello, fue necesario impulsar una nueva
ley, la Ley de Justicia y Paz, que, a pesar de endurecer las penas y exigencias
a los desmovilizados de las Auc, siguió recibiendo duras críticas con el argu-
mento de que no se ajustaba a los “estándares” internacionales.
Si esta ha sido la reacción frente a dos leyes que buscaban un equilibrio
entre justicia y paz, ¿cuál podría ser la reacción frente a una ley de amnistía
e indulto?
Es indispensable abrir ya un amplio debate nacional frente a este tema. El
presidente Álvaro Uribe Vélez ha planteado que las negociaciones con el Eln
y las Farc se harán en un marco jurídico y político distinto a las que tuvieron
lugar con las Auc.
Yo creo que la paz merece muchos sacrificios. Pero, ¿qué estamos
dispuestos los colombianos a sacrificar para lograr ese bien tan añorado?

Fuente: El Tiempo, Bogotá, 25 de septiembre de 2006

250
AMNISTÍAS E INDULTOS, SIGLOS XIX Y XX
Mario Aguilera

La amnistía y el indulto han sido dos instrumentos jurídicos de uso


corriente a lo largo de nuestra agitada historia republicana; sin ser comple-
tamente exhaustivos, podríamos señalar que se han expedido 63 indultos y
25 amnistías, desde 1820 hasta la actualidad (ver recuadro). Esas soluciones
extremas, autorizadas reiteradamente en nuestras constituciones, han sido
usadas para descriminalizar u olvidar el delito y la pena, en el caso de la
amnistía, y para despenalizar o anular la pena, en el caso del indulto.
Las dos medidas se inscriben dentro de la iniciación y finalización de
procesos de negociación entre el Estado y los grupos armados que pretenden
la toma del poder del Estado. Por lo general, la amnistía se ha usado al iniciar
los procesos de negociación, como una forma de reconocimiento del delin-
cuente político y para facilitar la negociación. El indulto tiende a ser usado al
finalizar los procesos de negociación, cuando el Estado ha superado la crisis y
busca disminuir la enemistad y el encono de los derrotados.
Las amnistías e indultos han emanado en primer lugar de los grandes
jefes de los conflictos armados o del poder ejecutivo, autorizado por
normas extraordinarias. En nuestra historia de guerras y reconciliaciones
han sobresalido por dictar el mayor número de indultos y amnistías los
presidentes Tomás Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara Herrán, y el
vicepresidente José de Obaldía. Secundariamente, esos beneficios han sido
expedidos por el Congreso y las Asambleas Legislativas del Estado o por
Asambleas Constituyentes.
Las dos medidas se han otorgado con condiciones. Las más reiteradas
han sido la entrega de armas y la obligación de presentarse a las autoridades
en un plazo determinado. También hubo la tendencia a exceptuar de esos
beneficios a los cabecillas de las acciones contra el Estado, como a las auto-
ridades y militares que se pasaban a las filas del bando enemigo; sin embargo,
esa excepción se levantaba al poco tiempo con la expedición de nuevas
amnistías e indultos. Esa duplicación de medidas, sumada a la proclividad

251
Crímenes Altruistas

en expedir normas de cobertura regional, al ritmo de las victorias o de los


procesos de negociación, tienen mucho que ver con el incremento numérico
de tales beneficios, particularmente en lo que respecta al siglo XIX.
Los señalados beneficios han sido usados mayoritariamente para delitos
políticos y en ocasiones muy significativas, como veremos luego, para delitos
comunes. En principio se trataría de un tratamiento especial para aquellas
conductas que persiguen un cambio en el orden político y que se inspiran
en motivaciones nobles y altruistas. Sin embargo, conductas comunes han
quedado cobijadas por estos instrumentos jurídicos debido a que el delito
político, sobre todo en el último siglo, se ha presentado vinculado a tipos
delictivos como el secuestro, la extorsión, el homicidio, etc. En ese sentido
es ilustrativa la amnistía expedida el 19 de noviembre de 1982, que en forma
amplia e incondicional extendió el beneficio a los delitos conexos con los
políticos, excluyendo tan solo los casos de sevicia, barbarie y terrorismo. En
otras ocasiones, en cambio, se han excluido de los delitos conexos a tipos
penales como el secuestro, la extorsión y el homicidio; tal es el caso de los
indultos y amnistías de los últimos años.
El delito político, como delito complejo en el que había que determinar el
medio y el fin, ha quedado vaciado de contenido con la sentencia de la Corte
Constitucional que, en 1997, derogó el artículo 127 del código penal que
excluía de pena a “los hechos punibles cometidos en combate”, siempre que
no constituyeran actos de ferocidad y de barbarie. Con ese fallo, cobran auto-
nomía los delitos cometidos en combate, se acaba con el estatus del rebelde
violento y prácticamente se expulsa el delito político del ámbito jurídico. En
adelante, le corresponde al Congreso o a los políticos definir el alcance de las
negociaciones con los grupos insurgentes, las conductas sujetas a beneficios y
los límites del perdón y el olvido.

Amnistía e indulto para delitos comunes


El indulto y la amnistía han cobijado a conductas comunes, no sola-
mente cuando se trata de delitos conexos con los políticos; también regis-
tramos que esas figuras han sido aplicadas en forma autónoma y deliberada al
delito común. Se han aplicado a delitos comunes graves, como el homicidio
o el desfalco de las rentas públicas, y para delitos leves, como la injuria, la
calumnia o la deserción. En ocasiones, las leyes o decretos con esos beneficios
han sido expedidas con nombres propios, o sin ellos, pero a grupos de indivi-
duos identificables por hallarse en determinadas situaciones jurídicas.

252
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

Variados son también los motivos que indujeron a las autoridades a


amnistiar o indultar a delincuentes comunes: una causa más corriente que lo
que insinúa la lista de amnistías e indultos es la liberación de presos para
servir en las guerras. A mediados de siglo XIX, la liberación de presos por ese
móvil o por motivos enteramente políticos se tenía como una de las causas de
la impunidad y por ello se criticaba a las asambleas legislativas de los Estados
federales. Hubo también perdones fundamentados en la buena conducta de los
delincuentes comunes, como en el caso de la liberación de presos en Panamá
en 1850 o del perdón en 1908 al autor del “crimen del Aguacatal”. Así mismo
se pueden apreciar indultos originados en la idea “resocializadora” de incor-
porar a la sociedad a los reos, fugitivos o no, de delitos comunes castigados
con penas leves, e incluso graves. Igualmente se aprecian actos de magnani-
midad de las autoridades frente a los transgresores de sus medidas, como es
el caso del perdón en 1857 a los que protestaron por la aplicación de la pena
capital a Juan Niño.

Uso simultáneo para delitos políticos y comunes


Del cuadro también se desprende una conclusión muy importante: en
momentos claves de la vida política del país, las dos figuras se usan simultá-
neamente, tanto para delitos políticos como comunes. Esa coincidencia parece
surgir en la conclusión de procesos de guerra o de violencia y como preámbulo
o finalización de importantes eventos constitucionales que le han cambiado el
rumbo al país. En 1820 y 1821, hubo perdón y olvido para delitos políticos y
comunes, enseguida del triunfo definitivo de los ejércitos patriotas sobre los
realistas; actos jurídicos que se enmarcan en los congresos fundadores de la
República de Colombia y de la Gran Colombia. Luego, en la antesala de la
convención de Rionegro que expidió la Constitución de 1863, y como un acto
de olvido previo a esa “gran convención”, se desocuparon las cárceles del
país al otorgarse la amnistía y el indulto general. Al despuntar el siglo XX, en
1908, en un clima de acuerdo entre los partidos y con el deseo de olvidar las
guerras y perpetuar la paz, la Asamblea Constituyente y Legislativa declaró
prescrita la pena para los militares que al servicio del gobierno o de la “revolu-
ción” hubieran incurrido en delitos políticos y comunes tanto en última guerra
civil como en todas las anteriores. Posteriormente, en 1954, luego de las fases
más críticas de la violencia bipartidista, y al comenzar el Frente Nacional,
en 1958, se expidieron sendos decretos con beneficios para los delincuentes
políticos, que terminaron aplicándose indiscriminadamente a otras conductas

253
Crímenes Altruistas

consignadas en el código penal, dada la forma en que se definió al delito


político como aquel “cuyo móvil haya sido el ataque al gobierno, o que pueda
explicarse por extralimitación en el apoyo o adhesión a éste, o por aversión o
sectarismos políticos”.

Exclusión de los delitos comunes


La tendencia a excluir los delitos comunes de los beneficios extraordina-
rios de amnistía e indulto, como de los diversos procesos de negociación de
la paz, ha permitido generar condiciones favorables para avanzar en la idea
de la humanización de los conflictos y ha contribuido de alguna manera a que
los alzados y los defensores del orden apelaran al juzgamiento en consejos de
guerra de los que delinquieran en el curso de las acciones armadas, así fuera a
veces para tratar de limpiar la mala imagen generada por reiterados comporta-
mientos al margen del derecho humanitario.
Con todo, la exclusión de los delitos comunes de los acuerdos de paz no
siempre ha significado la apertura de investigaciones penales o la imposi-
ción de penas después de un objetivo proceso judicial o el cumplimiento de
las mismas en los establecimientos carcelarios. En primer lugar, porque a lo
largo de la historia colombiana han existido diversas manifestaciones de poli-
tización de la justicia, en el sentido de que algunos gobiernos no estuvieron
muy interesados en juzgar las actuaciones de las tropas que habían salido
en su defensa. Un caso muy publicitado en el siglo XIX ocurrió luego de la
guerra de 1876, cuando a pesar de las prevenciones y de las críticas del partido
conservador, fue exonerado de todo cargo el general David Peña, acusado de
pillaje y de otros actos de barbarie contra civiles la noche del 24 de diciembre
de 1876. Más recientemente, en el siglo XX, la justicia penal militar, es decir
la justicia aplicada a los militares, fue reiteradamente acusada por generar
impunidad, situación que se ha tratado de corregir con la ley 522 de 1999
que contempla la limitación al fuero militar, la restricción de la “obediencia
debida” como factor eximente de la responsabilidad para el subalterno, y la
exclusión de los delitos de lesa humanidad del fuero militar. De otra parte,
hay que tener en cuenta que la comisión de delitos comunes por miembros de
los grupos guerrilleros, en el curso del actual conflicto, tiende a quedar en la
impunidad debido a que los códigos o los procedimientos penales internos de
las organizaciones insurgentes son proclives a respetar jerarquías militares,
muestran incongruencias entre sus normas y son demasiado indulgentes en la
aplicación de penas. En este sentido, son reveladores los casos de la masacre

254
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

de Machuca ejecutada por el Eln o el asesinato de los indigenistas norteame-


ricanos perpetrado por las Farc.
En segundo lugar, sobre todo en el siglo XIX, hubo delitos comunes que
pudieron ser justificados por el “derecho a la represalia” (permitido en el
código militar) o porque fueron presentados como indispensables o condu-
centes para lograr derrotar al enemigo o para controlar la insubordinación de
la tropa. En el marco de las leyes de la guerra de ese siglo, señalaba el conser-
vador Carlos Holguín, en su informe de 1888 como ministro de Gobierno,
que no era nada fácil establecer en los casos concretos la claridad jurídica
para determinar la diferencia entre la delincuencia política y la común. Argu-
mentaba que, a veces, criterios como los de determinar la intención de los
autores de los hechos, la necesidad legítima de su actuación, la relación entre
el hecho que se ejecuta y el fin militar que se hubiera perseguido, resultaban
insuficientes para resolver un caso concreto, por lo que la definición quedaba
al arbitrio del juzgador, que en teoría debía actuar con imparcialidad y sin
dejarse influenciar por la “pasión política”.
En tercer lugar, los procesados y sentenciados por delitos comunes, tanto en
el siglo XIX como en buena parte del XX, pudieron obtener su libertad debido
a los indultos y amnistías que sobrevenían en los años siguientes a la finaliza-
ción de las guerras civiles y otros conflictos internos. Los indultos fueron al
parecer más notorios durante el federalismo, cuando las asambleas legislativas
tuvieron la potestad de otorgarlos, lo cual pudo abonar los resquemores o las
motivaciones individuales que salían a flote en cada revuelta política.

Fuente: Revista Credencial Historia.,Bogotá, mayo 2001. No.137

255
Crímenes Altruistas

Amnistias e indultos 1820 - 1995


FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS

Delitos Políticos
y comunes. Se
exceptúan el asesinato, Con motivo de la expedición
1820 Congreso de
Indulto homicidio voluntario, de la Ley fundamental de
Ene. 19 Angostura
sodomía, espionaje y Colombia.
conspiración contra la
patria en territorio libre.

Delitos Políticos y
Todos los habitantes de la
1820 comunes “sean cuales
Amnistía Santander provincia de Antioquia,
Feb. 8 fueran las faltas que
prófugos o enemigos.
hayan cometido”.

Delitos políticos
y comunes; se
exceptúan homicidio,
1821 Congreso de falsificación de Con motivo de la instalación
Indulto
Jun. 21 Cúcuta moneda, malversación del Congreso de Cúcuta.
de caudales políticos,
rapto, hurto, bestialidad,
sodomía y desafío.

Colombianos y Venezolanos.
1827
Amnistía Congreso Delitos políticos. Fueron restituidos a sus
Jun. 15
empleos.

Para los conspiradores


1829
Indulto Bolívar Delitos Políticos. septembrinos. Implicó el
Nov. 12
perdón de la pena capital.

Los soldados que se


1829 presentaran antes de sesenta
Indulto Bolívar Delitos de Deserción.
Abr. 14 días. Para reorganizar el
ejército.
Comandante
1830 Condicionado a la entrega de
Indulto General de Delitos Políticos.
Ago. 24 armas y caballos.
Cundinamarca

Prohibió la acción penal


1832 Amnistía e (por delitos anteriores a
Congreso Delitos Políticos.
Mar. 2 Indulto mayo de 1831). Levantó
confinamientos y destierros.

Provincias del Cauca. Rige del


21 de Marzo de 1832 hasta el
1833 Amnistía e
Congreso Delitos Políticos. 6 de Diciembre de ese mismo
Jun. 1 Indulto
año, fecha en que se firma
tratado de paz con el Ecuador.

256
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS


Conspiración,
sedición, traición y
1838
Indulto Congreso deserción del ejército
Abr. 26
de la marina, salvo los
reincidentes.
Istmo de Panamá y provincia
de Cartagena. A esa región
1838
Amnistía Congreso Delitos Políticos. se le hacen extensivos los
Jun. 4
decretos de Marzo 21 de 1832
y de Junio 1 de 1833.

Condicionado a que los


1841
Indulto Herrán Delitos Políticos. rebeldes se incorporen a las
Ene. 18
filas gubernamentales.
Todos los delincuentes
1841 Indulto Herrán Delitos Políticos. políticos, a excepción de
cabecillas.
Los que tomaron parte en el
1842 levantamiento de la provincias
Amnistía Herrán Delitos Políticos.
Ene. 24 de la Costa en Octubre de
1841.
Habitantes de los cantones
1842 de Santa Marta, Ciénaga,
Amnistía Herrán Delitos Políticos.
Feb. 19 Soledad, Sabanalarga y
Barranquilla.
Delincuentes políticos a
Delitos políticos
excepción de cabecillas. Se
1844 cometidos entre julio
Indulto Congreso perdonan deudas y despojos a
May. 31 1 de 1839 y marzo 1
establecimientos públicos con
de 1842.
motivo de la rebelión.
Delitos políticos
1846 cometidos entre junio
Indulto Mosquera
Jul. 1 1 de 1839 y diciembre
31 de 1845.
1847
Indulto Mosquera
Jun. 1
Los editores de los periódicos
1848
Amnistía Mosquera Injuria y calumnia. La América
Jun. 30
y El Aviso.

Delitos Políticos y
1849 comunes ocurridos
Indulto Mosquera
Ene. 1 entre junio 1 de 1847 y
abril 20 de 1847.

257
Crímenes Altruistas

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS

Delitos políticos y de
1849 Amnistía e José Hilario Comprendía responsabilidad
imprenta ocurridos
Jul. 20 Indulto López pecuniaria.
hasta junio 1.

Reos de Panamá que


1850
Indulto Delitos Comunes. “prestaron grandes servicios”
Jun. 11
durante la epidemia de cólera.

Delitos políticos
1851
Indulto acaecidos en la ciudad
Jul. 12
de Ambalema.

1851 Fraude a la extinguida


Indulto
Nov. 5 renta del tabaco.

Delitos políticos
Amnistía e contra el orden
1851
Indulto público en Túquerres,
Septiembre 1850.

Delitos políticos,
contra el orden público
1851 Indulto
en Popayán, Pasto y
Túquerres.

Delitos políticos.
Tomás Rebelión del general
1851 Indulto Herrera, jefe Eusebio Borrero en
del ejército provincias de Córdoba,
Medellín y Antioquia.

Delitos políticos
rebelión de 1851 en
provincias de Bogotá,
1851 Indulto Obaldía Tunja, Tundama,
Mariquita, Neiva,
Buenaventura, Cauca
y Pamplona.

Actos contra el gobierno, con


1851 Indulto Delitos políticos. excepción de Eusebio Borrero
y varios clérigos.

Deserción para los


1852 Indulto
militares.

José Hilario Para Antonio Herrera Maestre


1852 Indulto Delitos políticos.
López escuela del coro de la catedral.

1853 Incluía rehabilitación de todos


Amnistía Congreso Delitos políticos.
Abr. 14 los derechos.

258
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS

José Hilario
López “por Delitos políticos,
1854 Cantones de Santander
Indulto facultades ocurridos el 18 de
Jun. 26 y Torres.
conferidas por mayo en Santander.
el ejecutivo.”

Excluida a cabecillas y a
1854 empleados públicos. Debía
Indulto Obaldía Delitos Políticos.
Sep. 20 existir sometimiento a las
autoridades.

“A todos los individuos que


habiendo estado en armas
1854 contra el gobierno hayan
Indulto Obaldía Delitos políticos.
Oct. 20 pasado a prestar sus servicios
en las fuerzas constitucionales,
después del 5 del corriente”.

Condiciones: 1. Haber tomado


las armas en la defensa de la
Constitución entre el 17 de
1854
Indulto Congreso Delitos comunes. abril y el 28 de junio. 2. Que
Oct. 27
continuaran defendiendo la
legitimidad. 3 Que hubieran
observado “conducta moral”.

Individuos de tropa que se


hubiesen levantado contra
el gobierno constitucional
1854 entre el 17 de abril y el 4 de
Indulto Obaldía Delitos políticos.
Dic. 8 diciembre de 1854. Se excluía
a suboficiales del ejército
y miembros de la Guardia
Nacional.

1855 Robo del Parque de Con excepción de empleados


Indulto Congreso
Abr. 1 Cali. públicos.

Beneficiarios debían
Delitos políticos
1855 permanecer 8 años fuera
Indulto Congreso cometidos entre abril 8
May. 29 del país o fuera de ciertas
y diciembre 4 de 1854.
provincias.

Elimina las restricciones del


1855 Indulto Mallarino Delitos políticos.
indulto de mayo 29.

1856 Indulto Mallarino Delitos políticos. Revolucionarios de 1854.

259
Crímenes Altruistas

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS


Robo de Parque de
Cali en 1853 sin Personas exceptuadas por el
restricciones, y a decreto de abril 1 de 1855.
1857
Indulto Congreso los que opusieron Igualmente, a los que se
May. 17
resistencia a la opusieron a la pena capital
aplicación de una pena impuesta a Juan Niño.
capital.
Revolucionarios de 1854 sin
1859 Amnistía Congreso Delitos Políticos.
excepciones.

Miembros del “ejército


rebelde” derrotado el 25 y 26
de febrero en Bogotá. Para
1862 soldados hasta sargentos que
Indulto Mosquera Delitos políticos.
Mar. 4 se entregaran dentro de 72
horas y presentaran el arma.
Oficiales no reincidentes en la
rebelión.

Sublevados de los estados


de Bolívar, Cundinamarca,
1862 Indulto Mosquera Delitos políticos. Magdalena y Panamá.
Excluidos ministros del culto
católico.

Sublevados del Tolima.


1862 Indulto Mosquera Delitos políticos. Excluidos ministros del culto
católico.

Los que abandonen las filas


1862
Indulto Mosquera Delitos políticos. de Julio Arboleda y Leonardo
Dic. 12
Canal.

Delitos comunes sea cual


fuere su naturaleza, cometidos
hasta la fecha en cualquier
1863 Amnistía e punto del territorio. Excluidos
Mosquera Delitos políticos.
Ene. 30 Indulto los no sometidos al gobierno.
Un acto de olvido previo a
la Convención Nacional a
instalarse en Ríonegro.

Los que han tomado parte en


1866 Amnistía Congreso Delitos políticos.
la guerra Colombia – Ecuador.

Clemente Nieto y José


1867 Indulto Congreso Delito común. Francisco, agentes de hacienda
de Ambalema.

260
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS


Tomás Cipriano de Mosquera,
1867 condicionado a que éste lo
Indulto Congreso Delitos políticos.
Nov. 17 aceptara y a su salida del país
por 3 años.
Ignacio Gutiérrez, Carlos
Holguín y Pablo Urrea.
Gobernador Se levantaron restricciones que
1869
Indulto del Estado de Delitos políticos. ordenaban al primero destierro
Abr. 27
Cundinamarca del territorio de la República y
a los dos últimos del Estado por
2 años.

Asamblea Pablo Alcázar, Félix Santiago


1870
Indulto Constituyente Delitos políticos. Reina, Tobías Quintero e
Nov. 23
del Tolima Isidro Gracia.

“A todos los individuos que


Asamblea
1871 directa o indirectamente hayan
Indulto Legislativa del Delitos políticos.
Nov. 11 tenido participación en la
Tolima
muerte de Asencio Armero”.

Los que hayan cometido


delitos políticos desde el 12 de
julio de 1876. Se exceptuaba
a varios obispos y sacerdotes,
a jefes y oficiales del gobierno
1877 que se hubieran pasado al
Amnistía Congreso Delitos políticos.
Jun. 4 enemigo; a jefes o cabecillas
de guerrillas “por excesivas
depredaciones que hayan
cometido u ordenado, por
ferocidad notoria, o por malos
precedentes”.

Jorge Sánchez por el delito de


Delito común
1880 Indulto Congreso homicidio de Cándido Moreno
(homicidio).
ocurrido en 1857.
Hechos ocurridos en
1883 Amnistía Congreso Delitos políticos. Zipaquirá, agosto 10 y 11 de
1883.

Comprometidos en la guerra
de 1895, con excepción de “los
Delitos políticos individuos que habiendo estado
1886 Campo cometidos “desde el 1 en servicio militar, hubieren
Amnistía
Jul. 20 Serrano de diciembre de 1884 sido o estuvieran acusados de
hasta la fecha.” delito de traición, y los que
hubieren sido condenados a
pena por este mismo delito”.

261
Crímenes Altruistas

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS

Comprometidos en la guerra
de 1895, con excepción
de “los cabecillas que
organizaron en el extranjero
1895 expediciones invasoras del
Indulto Caro Delitos políticos.
Nov. 9 territorio colombiano, y los
individuos que por haber
tomado parte en ellas han
sido juzgados y penados por
Consejos de Guerra”.

Se exceptúan los “cabecillas


de expediciones organizadas
1902 en el extranjero para invadir
Indulto Marroquín Delitos Políticos.
Jun. 12 territorio colombiano”.
Condicionado a la entrega de
armas, según la región.

Teniente Próspero Libreros,


1903
Indulto Marroquín Deserción y cobardía. batallón 29 del ejército del
May. 29
Cauca.

1903 Dirigida a los participantes de


Indulto Congreso Delitos políticos.
Oct. 31 la guerra de los Mil Días.

Luís Martínez Silva, Jorge


Moya Vásquez y otros, presos
por la conspiración del 19
de diciembre de 1904. Se
1905
Indulto Rafael Reyes Delitos políticos. extendió a todos los presos
Jul. 20
políticos con excepción de los
comprometidos en el atentado
del 10 de febrero del mismo
año.

Militares al servicio del


gobierno o de la rebelión “de
las últimas guerras civiles”.
Asamblea Esta gracia comprende
Delitos políticos
1908 Indulto Constituyente especialmente a Daniel
y comunes.
Legislativa Escobar, reo convicto y
castigado ya por el célebre
crimen del Aguacatal, en el
departamento de Antioquia”.

“Defraudadores de la renta del


1909 Indulto Congreso Delito común.
tabaco”.

262
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS

Militares condenados en
Consejos Verbales de Guerra
1945 Indulto Congreso Delitos políticos.
por el golpe militar de Pasto
del 10 de Mayo de 1944.

Rebelión, sedición,
asonada y delitos
conexos ocurridos
1953 G. Rojas durante el fallido
Amnistía Militares.
Ago. 21 Pinilla golpe militar del 10 de
julio de 1944 contra
el presidente Alfonso
López Pumarejo.

El delito político fue definido


como aquel “cuyo móvil haya
sido el ataque al gobierno,
1954 G. Rojas o que pueda explicarse por
Amnistía Delitos políticos.
Jun. 13 Pinilla extralimitación en el apoyo o
adhesión a éste o por aversión
o sectarismo políticos”. Se
exceptuaron crímenes atroces.

Quienes lo hubiesen cometido


en los dptos de Caldas, Cauca,
Huila. Tolima y Valle. Se
definió como delito político,
aquel cuyas motivaciones
fueran “el ataque al gobierno,
o que pueda explicarse por
1958 A. Lleras
Amnistía Delitos políticos. extralimitación en el apoyo o
Nov. 28 Camargo
adhesión a éste o por aversión o
sectarismo político”. Hubo un
error técnico, pues el gobierno
no quiso hacer una amnistía,
sino una suspensión de la
acción penal condicionada a la
reincorporación a la vida civil.

Delitos de asonada
conexos, perpetrados
en la Universidad Tanto para particulares como
1967
Amnistía Nacional de Colombia para miembros de la fuerza
Nov. 15
en Bogotá, entre pública.
octubre de 1963 a
junio de 1967.

263
Crímenes Altruistas

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS


Se excluían los casos en
los cuales la conexidad se
presentara con el secuestro, la
Delitos de rebelión, extorsión, el homicidio fuera
sedición, asonada de combate, el incendio, el
1981
Amnistía Congreso y delitos conexos, envenenamiento de fuentes de
Mar. 23
cometidos antes de la agua y en general con cualquier
vigencia de dicha ley. otro acto de barbarie. La ley
concedía un plazo máximo de
cuatro meses para la entrega a
las autoridades.
Guerrilleros que dentro de 30
días siguientes manifestaran
1982 Indulto Turbay Ayala Delitos Políticos. su interés de cesar actividades,
suministrar la identidad de sus
compañeros y entregar armas.
Se exceptuaban los casos en
que la conexidad se presentara
con homicidios cometidos
fuera de combate o delitos
Delitos de rebelión, atroces ejecutados con sevicia
1982
Amnistía Congreso sedición, asonada y o colocando a la víctima en
Nov. 19
conexos con ellos. estado de indefensión. No
exigió a los guerrilleros
la entrega de armas pero
aumentaba penas por su
posesión y porte ilegal.
Se exceptuaban los casos en
que la conexidad se presentara
Delitos de sedición, con el secuestro, la extorsión
1985
Indulto Congreso rebelión y asonada y y el homicidio fuera de
Jun. 4
delitos conexos. combate. Condicionado a que
se solicitara antes del 31 de
diciembre de 1985.
Todos los miembros de las
organizaciones guerrilleras que
Rebelión, sedición,
manifestaran su voluntad de
asonada y los delitos
dejar las armas y reincorporarse
conexos. La ley 77
a la vida civil sin importar que
de diciembre 22 de
la organización insurgente
1989 fue reglamentada
se hubiera vinculado o no al
1989 en enero de 1990,
Indulto Congreso proceso de paz. Se excluya del
Dic. 22 restringiéndola a
indulto a los guerrilleros que
quienes hicieran
hubieran cometido homicidios
su solicitud dentro
fuera de combate, que
de los seis meses
hubieran participado en actos
siguientes a la fecha de
de ferocidad y barbarie o que
promulgación.
pertenecieran a organización
terrorista.

264
Amnistías e indultos, siglos XIX y XX

FECHA MEDIDA AUTORIDAD DELITOS BENEFICIARIOS

Delitos políticos
como rebelión,
sedición y asonada y
delitos conexos con
los anteriores. Se Movimiento 19 de
exceptúan el genocidio Abril. Ejército Popular
1991 Amnistía e y homicidios de Liberación, Comando
C. Gaviria
Ene. 22 Indulto cometidos fuera de Quintín Lame y Partido
combate, con sevicia, Revolucionario de los
o colocando a la Trabajadores.
víctima en estado de
indefensión, y los
actos de ferocidad o
barbarie.

Delitos de rebelión,
sedición y asonada,
con anterioridad a la
promulgación de la Grupos guerrilleros o
1991 Amnistía e Constitución Política. individuos que demostraran su
C. Gaviria
Ago. 12 Indulto Se exceptúan delitos “pertenencia actual o pasada a
atroces, los cometidos un grupo guerrillero”.
fuera de combate o en
estado de indefensión
de las víctimas.

Delitos políticos de
rebelión, sedición,
asonada, conspiración
Indulto y y los conexos con
“cesación de éstos. Se excluyen
procedimiento, genocidios, homicidios Grupos subversivos, de
1993
preclusión de Congreso cometidos fuera justicia privada o “milicias
Dic. 30
la instrucción de combate y con populares, rurales o urbanas”.
y resolución sevicia colocando a la
inhibitoria” víctima en estado de
indefensión, secuestro
o actos de ferocidad o
barbarie.

Delitos políticos y
Indulto y
conexos. Se excluye Grupos guerrilleros, milicias
“cesación de
el secuestro, delitos populares, rurales y urbanas,
procedimiento,
1995 atroces, homicidios y grupos de justicia privada.
preclusión de Congreso
Dic. 26 fuera de combate o Es una prórroga de la vigencia
la instrucción
aprovechándose del de la ley 104 de Diciembre 30
y resolución
estado de indefensión de 1993.
inhibitoria”
de las víctimas.

265
DECISIÓN MARCO DEL CONSEJO EUROPEO
de 13 de junio de 2002 sobre la lucha contra el terrorismo
Actos adoptados en aplicación del título VI del Tratado de la
Unión Europea
El Consejo de La Unión Europea

Visto el Tratado de la Unión Europea y, en particular, su artículo 29, la


letra e) de su artículo 31, y la letra b) del apartado 2 de su artículo 34,

Vista la propuesta de la Comisión (1),

Visto el dictamen del Parlamento Europeo (2),

Considerando lo siguiente:
(1) La Unión Europea se basa en los valores universales de la dignidad
humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad, el respeto de los derechos
humanos y las libertades fundamentales. Tiene como fundamento el principio
de la democracia y el principio del Estado de Derecho, principios que son
comunes a los Estados miembros.
(2) El terrorismo constituye una de las violaciones más graves de estos
principios. La Declaración de La Gomera, adoptada en la reunión del Consejo
informal de 14 de octubre de 1995, afirmó que el terrorismo constituye una
amenaza para la democracia, para el libre ejercicio de los derechos humanos y
para el desarrollo económico y social.
(3) Todos o algunos Estados miembros son parte de diversos convenios
relativos al terrorismo. El Convenio del Consejo de Europa, de 27 de enero
de 1977, para la represión del terrorismo, establece que los delitos de terro-
rismo no pueden considerarse delitos políticos, ni delitos relacionados con
los delitos políticos, ni delitos inspirados por motivos políticos. Las Naciones
Unidas adoptaron el Convenio para la represión de los atentados terroristas
cometidos con bombas de 15 de diciembre de 1997, y el Convenio para la
represión de la financiación del terrorismo, de 9 de diciembre de 1999. En la

267
Crímenes Altruistas

actualidad se está negociando en dicha organización un proyecto de convenio


general contra el terrorismo.
(4) A escala de la Unión Europea, el Consejo adoptó el 3 de diciembre de
1998 el Plan de acción del Consejo y de la Comisión sobre la mejor manera
de aplicar las disposiciones del Tratado de Amsterdam relativas a la creación
de un espacio de libertad, seguridad y justicia. Conviene asimismo tener en
cuenta las conclusiones del Consejo extraordinario del 20 de septiembre de
2001, así como el plan de acción en materia de terrorismo del Consejo Europeo
extraordinario de 21 de septiembre de 2001.
Se hizo referencia al terrorismo en las conclusiones del Consejo Europeo
de Tampere de 15 y 16 de octubre de 1999 y del Consejo Europeo de Santa
Maria da Feira de 19 y 20 de junio de 2000.
También se mencionó en la comunicación de la Comisión al Consejo y
al Parlamento Europeo sobre la actualización semestral del marcador para
supervisar el progreso en la creación de un espacio de «libertad, seguridad y
justicia» en la Unión Europea (segundo semestre de 2000). Además, el Parla-
mento Europeo adoptó el 5 de septiembre de 2001 una recomendación sobre la
lucha contra el terrorismo. Conviene, por otro lado, recordar que el 30 de julio
de 1996, en una reunión de los países más industrializados (G7) y Rusia, en
París, se preconizaron veinticinco medidas para luchar contra el terrorismo.
(5) La Unión Europea ha adoptado numerosas medidas específicas para
combatir el terrorismo y la delincuencia organizada, entre las cuales figuran
las siguientes: la Decisión del Consejo, de 3 de diciembre de 1998, por la que
se encomienda a Europol la lucha contra los delitos cometidos o que puedan
cometerse en el marco de actividades terroristas que atenten contra la vida,
la integridad física, la libertad o los bienes de las personas; la Acción común
96/610/JAI del Consejo, de 15 de octubre de 1996, relativa a la creación y
mantenimiento de un Directorio de competencias, técnicas y conocimientos
antiterroristas especializados para facilitar la cooperación antiterrorista entre
los Estados miembros de la Unión Europea; la Acción común 98/428/JAI del
Consejo, de 29 de junio de 1998, por la que se crea una red judicial europea,
con competencias sobre los delitos de terrorismo, y en particular su artículo 2,
la Acción común 98/733/JAI del Consejo, de 21 de diciembre de 1998, rela-
tiva a la tipificación penal de la participación en una organización delictiva en
los Estados miembros de la Unión Europea; y la Recomendación del Consejo,
de 9 de diciembre de 1999, relativa a la cooperación en la lucha contra la
financiación de grupos terroristas.

268
Decisión marco del Consejo Europeo

(6) Es conveniente realizar una aproximación de la definición de los


delitos de terrorismo en los Estados miembros, incluidos los delitos relativos
a los grupos terroristas. Por otra parte, deberían preverse para las personas
físicas y jurídicas que cometan o sean responsables de tales delitos penas y
sanciones acordes con la gravedad de los mismos.
(7) Conviene establecer normas sobre competencia para garantizar que
puedan emprenderse acciones judiciales eficaces contra cualquier delito de
terrorismo.
(8) Las víctimas de delitos de terrorismo son vulnerables, por lo
que debería imponerse la adopción de medidas específicas en lo que les
concierne.
(9) Dado que los objetivos de la acción prevista no pueden ser alcan-
zados de manera suficiente por los Estados miembros unilateralmente, y, por
consiguiente, en aras de la necesaria reciprocidad, pueden lograrse mejor a
nivel comunitario, la Unión puede adoptar medidas, de conformidad con el
principio de subsidiariedad. De acuerdo con el principio de proporciona-
lidad, la presente Decisión marco no excede lo necesario para lograr esos
objetivos.
(10) La presente Decisión marco respeta los derechos fundamentales tales
como están garantizados por el Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, y tal como resultan de
las tradiciones constitucionales comunes a los Estados miembros, como prin-
cipios de derecho comunitario. La Unión observa los principios reconocidos
en el apartado 2 del artículo 6 del Tratado de la Unión Europea, reflejados en
la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, y en particular
su capítulo VI. Nada de lo dispuesto en la presente Decisión marco podrá
interpretarse como un intento de reducir u obstaculizar derechos o libertades
fundamentales tales como el derecho de huelga, la libertad de reunión, de
asociación o de expresión, ni, en particular, el derecho de fundar un sindicato
con otras personas o de afiliarse a un sindicato para defender los intereses de
sus miembros, así como el correspondiente derecho a manifestarse.
(11) La presente Decisión marco no rige las actividades de las fuerzas
armadas en período de conflicto armado, en el sentido de estos términos
en Derecho internacional humanitario, que se rigen por dicho Derecho, ni
las actividades de las fuerzas armadas de un Estado en el ejercicio de sus
funciones oficiales en la medida en que se rigen por otras normas de Derecho
internacional.

269
Crímenes Altruistas

Ha adoptado la presente decisión marco:

Artículo 1 Delitos de terrorismo y derechos y principios fundamentales


1 Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para que
se consideren delitos de terrorismo los actos intencionados a que se refieren
las letras a) a i) tipificados como delitos según los respectivos Derechos nacio-
nales que, por su naturaleza o su contexto, puedan lesionar gravemente a un
país o a una organización internacional cuando su autor los cometa con el
fin de: intimidar gravemente a una población, obligar indebidamente a los
poderes públicos o a una organización internacional a realizar un acto o a
abstenerse de hacerlo, o desestabilizar gravemente o destruir las estructuras
fundamentales políticas, constitucionales, económicas o sociales de un país o
de una organización internacional;
a) atentados contra la vida de una persona que puedan tener resultado
de muerte;
b) atentados graves contra la integridad física de una persona;
c) secuestro o toma de rehenes;
d) destrucciones masivas en instalaciones gubernamentales o públicas,
sistemas de transporte, infraestructuras, incluidos los sistemas informáticos,
plataformas fijas emplazadas en la plataforma continental, lugares públicos o
propiedades privadas, que puedan poner en peligro vidas humanas o producir
un gran perjuicio económico;
e) apoderamiento ilícito de aeronaves y de buques o de otros medios de
transporte colectivo o de mercancías;
f) fabricación, tenencia, adquisición, transporte, suministro o utiliza-
ción de armas de fuego, explosivos, armas nucleares, biológicas y químicas e
investigación y desarrollo de armas biológicas y químicas;
g) liberación de sustancias peligrosas, o provocación de incendios, inun-
daciones o explosiones cuyo efecto sea poner en peligro vidas humanas;
h) perturbación o interrupción del suministro de agua, electricidad u otro
recurso natural fundamental cuyo efecto sea poner en peligro vidas humanas;
i) amenaza de ejercer cualesquiera de las conductas enumeradas en las
letras a) a la h.
2. La presente Decisión marco no puede tener como consecuencia la
modificación de la obligación de respetar los derechos fundamentales y los
principios jurídicos fundamentales sancionados por el artículo 6 del Tratado
de la Unión Europea.

270
Decisión marco del Consejo Europeo

Artículo 2 Delitos relativos a un grupo terrorista


1 A efectos de la presente Decisión marco, se entenderá por «grupo terro-
rista» toda organización estructurada de más de dos personas, establecida
durante cierto período de tiempo, que actúa de manera concertada con el fin de
cometer delitos de terrorismo. Por «organización estructurada» se entenderá
una organización no formada fortuitamente para la comisión inmediata de un
delito y en la que no necesariamente se ha asignado a sus miembros funciones
formalmente definidas ni hay continuidad en la condición de miembro o una
estructura desarrollada.
2 Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para tipi-
ficar como delitos los actos intencionales siguientes:
a) dirección de un grupo terrorista;
b) participación en las actividades de un grupo terrorista, incluido el
suministro de información o medios materiales, o mediante cualquier forma
de financiación de sus actividades, con conocimiento de que esa participación
contribuirá a las actividades delictivas del grupo terrorista.

Artículo 3 Delitos ligados a las actividades terroristas


Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para que se
consideren delitos ligados a actividades terroristas las conductas siguientes:
a) el hurto o robo con agravantes cometido con el fin de llevar a cabo
cualesquiera de los actos enumerados en el apartado 1 del artículo primero;
b) el chantaje con el fin de proceder a alguna de las actividades enume-
radas en el apartado 1 del artículo primero
c) el libramiento de documentos administrativos falsos con el fin de llevar
a cabo cualesquiera actos enumerados en las letras a) a h) del apartado 1 del
artículo primero y en la letra b) del apartado 2 del artículo segundo.

Artículo 4 Inducción, complicidad, tentativa


1. Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para tipi-
ficar como delito la inducción o la complicidad para cometer un delito contem-
plado en el apartado 1 del artículo primero y en los artículos segundo y tercero.
2. Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para
tipificar como delito la tentativa de cometer un delito contemplado en el apar-
tado 1 del artículo primero y en el artículo tercero, excepto la tenencia prevista
en la letra f) del apartado 1 del artículo primero y el delito previsto en la letra
i) del apartado 1 del artículo primero.

271
Crímenes Altruistas

Artículo 5 Sanciones
1 Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para
que los delitos mencionados en los artículos primero a cuarto sean sancio-
nados con penas efectivas, proporcionadas y disuasorias, que puedan tener
como consecuencia la extradición.
2. Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para
que los delitos de terrorismo que se mencionan en el apartado 1 del artículo
primero y los mencionados en el artículo cuarto, siempre y cuando estén
relacionados con los delitos de terrorismo, sean sancionados con penas
privativas de libertad superiores a las que el Derecho nacional prevé para
tales delitos cuando no concurre la intención especial requerida en virtud
del apartado 1 del artículo primero, excepto en los casos en los que las
penas previstas ya sean las penas máximas posibles con arreglo al Derecho
nacional.
3 Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para
que los delitos mencionados en el artículo segundo, sean sancionados con
penas privativas de libertad, de las cuales la pena máxima no podrá ser infe-
rior a quince años para los delitos mencionados en la letra a) del apartado 2
del artículo segundo y ocho años para los delitos mencionados en la letra b)
del apartado 2 del artículo segundo. En la medida en que los delitos enume-
rados en la letra a) del apartado 2 del artículo segundo se refieran única-
mente al acto contemplado en la letra i) del apartado 1 del artículo primero,
la pena máxima contemplada no podrá ser inferior a ocho años.

Artículo 6 Circunstancias específicas


Todos los Estados miembros podrán considerar la posibilidad de tomar
las medidas necesarias para que las penas mencionadas en el artículo quinto
puedan reducirse si el autor del delito:
a) abandona la actividad terrorista, y
b) proporciona a las autoridades administrativas o judiciales información
que éstas no hubieran podido obtener de otra forma, y que les ayude a:
1) impedir o atenuar los efectos del delito,
2) identificar o procesar a los otros autores del delito,
3) encontrar pruebas, o
4) impedir que se cometan otros delitos de los previstos en los artículos
primero a cuarto.

272
Decisión marco del Consejo Europeo

Artículo 7 Responsabilidad de las personas jurídicas


1. Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias
para que las personas jurídicas puedan ser consideradas responsables de
los delitos mencionados en los artículos primero a cuarto, cuando dichos
delitos sean cometidos por cuenta de éstas por cualquier persona, actuando
a título particular o como parte de un órgano de la persona jurídica, que
ostente un cargo directivo en el seno de dicha persona jurídica basado en:
a) un poder de representación de dicha persona jurídica;
b) una autoridad para tomar decisiones en nombre de dicha persona jurídica;
c) una autoridad para ejercer un control en el seno de dicha persona
jurídica.
2. Sin perjuicio de los casos previstos en el apartado 1, todos los Estados
miembros adoptarán las medidas necesarias para que las personas jurídicas
puedan ser consideradas responsables cuando la falta de vigilancia o control
por parte de una de las personas a que se refiere el apartado 1 haya hecho
posible que una persona sometida a su autoridad cometa uno de los delitos
mencionados en los artículos primero a cuarto por cuenta de una persona
jurídica.
La responsabilidad de las personas jurídicas en virtud de los apartados 1
y 2 se entenderá sin perjuicio de la incoación de acciones penales contra las
personas físicas que sean autores, incitadores o cómplices de alguno de los
delitos a los que se refieren los artículos primero a cuarto.

Artículo 8 Sanciones a las personas jurídicas


Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para que
toda persona jurídica a la que se haya declarado responsable con arreglo al
artículo séptimo sea sancionada con penas efectivas, proporcionadas y disua-
sorias, que incluirán multas de carácter penal o administrativo y, en su caso,
otras sanciones, en particular:
a) medidas de exclusión del disfrute de ventajas o ayudas públicas;
b) medidas de prohibición temporal o permanente del desempeño de acti-
vidades comerciales;
c) sometimiento a vigilancia judicial;
d) medida judicial de liquidación;
e) cierre temporal o permanente del establecimiento que se haya utilizado
para cometer el delito.

273
Crímenes Altruistas

Artículo 9 Competencia y acciones penales


1 Todos los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para
establecer su competencia respecto de los delitos a que se refieren los artículos
primero a cuarto, en los siguientes casos:
a) el delito se ha cometido, total o parcialmente, en su territorio; todos los
Estados miembros podrán ampliar su jurisdicción cuando el delito se cometa
en el territorio de un Estado miembro;
b) el delito se ha cometido a bordo de un buque que enarbole su pabellón
o una aeronave matriculada en dicho Estado miembro;
c) el autor del delito es uno de sus nacionales o residente en él;
d) el delito se ha cometido por cuenta de una persona jurídica establecida
en su territorio;
e) el delito se ha cometido contra sus instituciones o ciudadanos, o contra
una institución de la Unión Europea o de un organismo creado en virtud del
Tratado constitutivo de la Comunidad Europea o del Tratado de la Unión
Europea y que tenga su sede en el Estado miembro de que se trate.
2 Cuando un delito sea competencia de más de un Estado miembro y
cualquiera de estos Estados pueda legítimamente iniciar acciones judiciales
por los mismos hechos, los Estados miembros implicados colaborarán para
decidir cuál de ellos llevará a cabo las acciones judiciales contra los autores
del delito con el objetivo de centralizar, en la medida de lo posible, dichas
acciones en un solo Estado miembro. Con este fin, los Estados miembros
podrán recurrir a cualquier órgano o mecanismo creado en el marco de la
Unión Europea con el fin de facilitar la cooperación entre sus autoridades
judiciales y la coordinación de sus actuaciones. Se tendrán en cuenta sucesi-
vamente los siguientes elementos para sumarse a ellas:
— ser el Estado miembro en cuyo territorio se hayan cometido los hechos,
— ser el Estado miembro del que el autor sea nacional o residente,
— ser el Estado miembro de origen de las víctimas,
— ser el Estado miembro en el que se haya encontrado al autor.
3 Los Estados miembros que denieguen la entrega o extradición a otro Estado
miembro o a un tercer país de una persona sospechosa o condenada por uno de
los delitos mencionados en los artículos primero a cuarto adoptarán las medidas
necesarias para establecer asimismo su competencia sobre dichos delitos.
4 Todos los Estados miembros procurarán que se incluyan dentro de sus
competencias los casos en los que un delito de los mencionados en los artí-
culos segundo a cuarto se haya cometido, parcial o totalmente, en su territorio,

274
Decisión marco del Consejo Europeo

sea cual fuere el lugar en el que el grupo terrorista tenga su base o ejerza sus
actividades delictivas.
5 El presente artículo no excluye el ejercicio de una competencia en
materia penal establecida en un Estado miembro con arreglo a su legislación
nacional.

Artículo 10 Protección y asistencia a las víctimas


1 Los Estados miembros garantizarán que las investigaciones o el
enjuiciamiento de los delitos a que se refiere la presente Decisión marco no
dependan de la formulación de denuncia o acusación por una persona que
haya sido víctima de tales delitos, al menos si los hechos se cometieron en
el territorio de un Estado miembro.
2 Además de las medidas previstas en la Decisión marco 2001/220/
JAI del Consejo, de 15 de marzo de 2001, sobre el estatuto de la víctima
en el procedimiento penal, los Estados miembros tomarán, en caso nece-
sario, todas las medidas posibles para garantizar una adecuada asistencia a
la familia de la víctima.

Artículo 11 Aplicación e informes


1 Los Estados miembros adoptarán las medidas necesarias para dar
cumplimiento a la presente Decisión marco el 31 de diciembre de 2002, a
más tardar.
2 Ateniéndose al mismo plazo, los Estados miembros transmitirán, a
más tardar el 31 de diciembre de 2002, a la Secretaría General del Consejo
y a la Comisión el texto de las disposiciones por las que incorporan en
su Derecho nacional las obligaciones que la presente Decisión marco les
impone. Tomando como base un informe elaborado a partir de estos datos
y un informe escrito de la Comisión, el Consejo evaluará, antes del 31 de
diciembre de 2003, si los Estados miembros han adoptado las medidas nece-
sarias para dar cumplimiento a la presente Decisión marco.
3 El informe de la Comisión precisará, en particular, la incorporación
al Derecho penal de los Estados miembros de la obligación que establece el
apartado 2 del artículo quinto.

Artículo 12 Ámbito de aplicación territorial


La presente Decisión marco será aplicable a Gibraltar.

275
Crímenes Altruistas

Artículo 13 Entrada en vigor


La presente Decisión marco entrará en vigor el día de su publicación en
el Diario Oficial de las Comunidades Europeas.
Hecho en Luxemburgo, el 13 de junio de 2002.
Por el Consejo El Presidente M. RAJOY BREY

Fuente:http://europa.eu.int/cgi-bin/eur-lex/udl.pl?REQUEST=Seek-Deliver&LANGUAGE=e
s&SERVICE=eurlex&COLLECTION=oj&DOCID=2002l164p00030007

276
SALVAMENTO DE VOTO
SENTENCIA C-456 DE 1997

Referencia: Salvamento de voto de la sentencia C-456 de 1997, que


resuelve la demanda de un ciudadano contra el artículo 127 del Código Penal.
Con nuestro acostumbrado respeto, nos permitimos salvar nuestro voto
de la presente sentencia, que declaró inexequible el artículo 127 del código
penal, que establece que “los rebeldes o sediciosos no quedarán sujetos a
pena por los hechos punibles cometidos en combate, siempre que no consti-
tuyan actos de ferocidad, barbarie o terrorismo”. Según la Corte, esa norma
es inconstitucional, por cuanto el código penal, que es una ley que puede ser
aprobada por mayoría simple en el Congreso, consagra una amnistía general,
anticipada e intemporal de los delitos cometidos en combate por los rebeldes
y sediciosos, con lo cual vulnera el artículo 150 ordinal 17 de la Carta, que
ordena que la concesión de estos beneficios tiene un procedimiento especial,
pues debe hacerse con posterioridad a los hechos y por una mayoría cualifi-
cada de dos tercios de los miembros de las cámaras. Por tal razón, considera
la Corte, el artículo acusado desconoce también el deber que tiene el Estado
de proteger los derechos fundamentales de las personas, y en especial la vida,
pues consagra una impunidad ex ante para todos los delitos cometidos por
los rebeldes o sediciosos en combate, con lo cual viola, además, la igualdad,
pues los derechos constitucionales de los miembros de la Fuerza Pública se
encuentran desprotegidos penalmente frente a tales acciones delictivas. Final-
mente, añade la sentencia, todo esto implica una violación al derecho y deber
de la paz, que es de obligatorio cumplimiento, puesto que la exclusión de
pena de los delitos cometidos en combate por los rebeldes no sólo incita al
uso a las armas y santifica la guerra interna sino que, además, estimula la
ferocidad de la confrontación, ya que “degrada a las personas que se enfrentan
a la condición de enemigos absolutos”. Estos beneficios punitivos en favor de
los rebeldes, concluye entonces la Corte, son inadmisibles en una sociedad
democrática y pluralista, como la que prefigura la Carta de 1991, en donde las
personas tienen “canales múltiples para ventilar el disenso y buscar la trans-

277
Crímenes Altruistas

formación de las estructuras sociales, económicas y políticas”. Por ello, señala


la sentencia, “el ámbito del delito político no puede tener ya el mismo alcance
que pudo tener en el pasado”, lo cual explica, además, que “la tendencia que
se observa en el mundo es la de no amparar bajo el concepto de delito político
las conductas violentas”.
A pesar de su aparente solidez, no podemos compartir las anteriores consi-
deraciones de la Corte, las cuales no sólo reposan en múltiples equívocos y tienen
serias inconsistencias argumentativas sino que, más grave aún, desconocen el
modelo de delito político adoptado por la Constitución de 1991, que en ese punto
no hace sino prolongar la tradición jurídica colombiana desde nuestras primeras
constituciones. Por ello creemos que la decisión de la Corte es equivocada pues
se basa más en argumentos abstractos de filosofía política sobre la manera como
las democracias deben responder a los alzamientos políticos armados, que en
una interpretación adecuada del texto constitucional colombiano.
1. El discutible presupuesto de la sentencia: la amnistía y el indulto son el
único privilegio constitucional del delito político.
La decisión de la Corte presupone que la eventual concesión de indultos
o amnistías constituye el único beneficio que la Carta reconoce en favor del
delito político. Así, a pesar de que la sentencia transcribe los artículos de la
Constitución que establecen que no puede haber extradición por delitos polí-
ticos, y que éstos no generan en ningún caso inhabilidad para acceder a deter-
minados cargos públicos (CP arts 35, 150 ord 17, 179 ord 1, 232 ord 3, 209
y artículo transitorio 18), lo cierto es que no existe en la parte motiva la más
mínima consideración acerca del efecto de esas normas superiores sobre el
alcance del delito político y de su punibilidad. Lo único que dice la Corte es
que esas normas, por tratarse de excepciones, deben ser interpretadas restric-
tivamente. Sin embargo este argumento no es convincente, pues incluso si
aceptamos, en gracia de discusión, que esas disposiciones son excepciones
–lo cual no es totalmente claro– de todas maneras una cosa es determinar
restrictivamente el sentido de una norma, y otra muy diferente es ignorar su
existencia, que es lo que en el fondo hace la sentencia.
La Corte se centró entonces exclusivamente en el problema de la amnistía
y el indulto, con lo cual olvidó las otras disposiciones constitucionales rela-
tivas al delito político. Y se trata, a nuestro parecer, de una omisión que no es
tangencial sino que representa un elemento esencial de la argumentación de la
sentencia, la cual está construida sobre el sistemático silencio acerca del alcance
de las normas constitucionales que establecen que el tratamiento favorable al

278
Salvamento de voto

delito político va más allá de la posibilidad de que esos hechos punibles sean
eventualmente amnistiados o indultados. En efecto, si las normas sobre amnistía
e indulto fueran la única referencia que la Constitución hace al delito político,
entonces la tesis de la Corte podría tener algún sustento. Así, en gracia de discu-
sión, podría aceptarse que en tal caso, y en virtud del principio de igualdad, los
comportamientos delictivos de los rebeldes y sediciosos deberían ser sancio-
nados como los de cualquier delincuente, por lo cual podría no ser legítima una
norma que excluyera de pena los delitos cometidos en combate. Además, si así
estuviera redactada nuestra Constitución, la única razón para atribuir un carácter
político a un hecho punible sería permitir su eventual indulto o amnistía, por lo
cual podría ser razonable exigir que fuera la ley de amnistía o de indulto, ex post
facto, y con una mayoría calificada, la que definiera cuáles son los hechos puni-
bles que quedan excluidos de pena. Sin embargo, lo cierto es que nuestra Carta
no se limita a señalar que los delitos políticos pueden ser indultados o amnis-
tiados sino que confiere a los autores de esos hechos punibles otros beneficios.
La sentencia ignora entonces que la Constitución establece una doble
prerrogativa en favor del delito político. De un lado, estos hechos ilícitos
pueden ser indultados o amnistiados, privilegio político eventual, que es el
único que toma en consideración el análisis de la Corte. Pero de otro lado, tales
delitos no generan inhabilidades para desempeñar ciertos cargos oficiales alta-
mente cualificados, ni pueden dar lugar a la extradición, con lo cual la Carta
establece unos beneficios jurídicos directos en favor del delincuente político,
los cuales no están sujetos a una eventual amnistía o indulto sino que ocurren
en todos los casos en que se comete un delito político, como la rebelión o la
sedición. Así, un rebelde que haya cumplido su pena, y que no haya cometido
otros delitos dolosos, puede, conforme a la Constitución, llegar a ser congre-
sista o magistrado de las altas cortes.
Esta omisión debilita entonces la argumentación de la Corte, ya que la
Corporación debió mostrar que la decisión de inexequibilidad del artículo
acusado era compatible con todas las normas constitucionales que regulan
el delito político, y no sólo con las relativas a la amnistía y el indulto, pues
es obvio que si la sentencia contradice algunas de esas otras disposiciones,
entonces en principio debe ser considerada jurídicamente incorrecta. En
efecto, el deber más elemental de un juez es que sus decisiones al menos no
contradigan el sentido normativo de las normas que pretende aplicar.
Con todo, algunos podrían considerar que esta debilidad argumentativa,
si bien puede restar fuerza persuasiva a la sentencia, no afecta su corrección

279
Crímenes Altruistas

jurídica, pues la decisión de la Corte no contradice las disposiciones constitu-


cionales según las cuales el delito político no genera inhabilidades, ni puede
dar lugar a extradición. Un primer interrogante surge entonces: ¿es la decisión
de la Corte congruente con esos mandatos de la Carta? Y para nosotros la
respuesta es negativa, como lo mostraremos a continuación.
2. La sentencia contradice las normas que no solo autorizan sino que
ordenan un tratamiento punitivo benévolo de los delitos políticos.
Imaginemos el siguiente ejemplo: unos rebeldes, que por definición son
personas que se alzan en armas contra el régimen constitucional, efectúan unos
combates contra unas patrullas militares, en los cuáles mueren varios soldados
y son destruidas algunas tanquetas. Supongamos igualmente que también
muere en esos combates un asesor militar extranjero, y que tal conducta ha
sido establecida como causal de extradición con el respectivo Estado. Supon-
gamos finalmente que se captura a dos de los insurrectos, Pedro Pérez y Juan
Rodríguez, y que se prueba que el primero fue quien dio muerte al asesor
militar extranjero durante el combate y que el segundo destruyó una de las
tanquetas. En tales circunstancias, y con base en la declaratoria de inexequibi-
lidad del artículo 127 del estatuto penal, llegaríamos a la siguiente paradójica
situación: Pedro Pérez podría ser extraditado al otro país por el homicidio del
asesor extranjero, pues éste sería un delito no político, a pesar de ser una conse-
cuencia directamente relacionada con la rebelión. Y Juan Rodríguez, después
de cumplir su pena, no podría nunca ser congresista o diputado, por haber sido
condenado por un hecho punible con pena privativa de la libertad distinto de
los delitos culposos y de los delitos políticos. En efecto, el señor Rodríguez
habría sido sancionado también por daño en cosa ajena, pues la destrucción de
bienes físicos durante un combate es, a partir de la sentencia de la Corte, un
delito autónomo, que no se subsume ni en la rebelión ni en la sedición.
Esas ineludibles consecuencias de la decisión de la Corte nos parecen por
lo menos muy problemáticas, pues restan toda eficacia normativa a las normas
constitucionales que prohíben la extradición en caso de delito político, o que
señalan que esas conductas punibles no generan inhabilidades, por la sencilla
razón de que es inevitable que los rebeldes y sediciosos cometan, como conse-
cuencia de su delito político, otras conductas ilícitas. En efecto, si la esencia
de la rebelión y la sedición es alzarse en armas, en ambos casos los sujetos
activos de estos delitos tienen la pretensión de atacar a la Fuerza Pública
estatal con el fin de derrotarla, pues no otra es la finalidad de una insurrec-
ción armada. Por ende, los rebeldes o sediciosos causarán, como consecuencia

280
Salvamento de voto

de los combates, daños en los bienes de otros, así como muertes y lesiones
personales a los miembros de la Fuerza Pública, pues tales son las inevitables
y dolorosas consecuencias de un levantamiento en armas. En tales circuns-
tancias, la inexequibilidad de la norma demandada, según la cual esos delitos
no eran punibles si se cometían en combate, equivale a una derogación de
las disposiciones constitucionales que conceden un tratamiento privilegiado
al delito político, diverso a la eventual amnistía o indulto, pues ¿qué sentido
tiene que la Constitución señale que no genera inhabilidad ser condenado por
rebelión, si la inhabilidad surge de los otros hechos punibles que inevitable-
mente se cometen durante los combates? ¿O es que la Corte está imaginando
un alzamiento armado sin combates? Esto sería a lo sumo un desfile militar de
protesta, pero no una rebelión.
Por las anteriores razones creemos que la Constitución no sólo auto-
riza sino que incluso exige un tratamiento punitivo benévolo en favor de los
rebeldes y sediciosos, el cual, como acertadamente lo señala uno de los inter-
vinientes en el proceso, implica la conexidad, vale decir la absorción de los
delitos comunes cometidos en combate por el delito político. En efecto, la
penalización, como delitos autónomos, de los homicidios, las lesiones o los
daños en cosa ajena, que inevitablemente se producen durante los enfrenta-
mientos armados, hace que sea, en la práctica, imposible el privilegio punitivo
del rebelde. Este aspecto ha sido reconocido desde antaño, pues el artículo 139
del Código Penal de 1936 ya disponía un trato especial para los delitos polí-
ticos, lo que incluso contaba con el respaldo de la jurisprudencia de la Corte
Suprema de Justicia, quien manifestó:
Mas, también ese es el sentido obvio y natural de las expresiones que la ley emplea para
consagrar los delitos políticos, cuando requiere el propósito específico de derrocar al
gobierno legítimo, o de cambiar en todo o en parte el régimen constitucional existente, o
de impedir el funcionamiento normal del régimen constitucional o legal vigente, o de turbar
el pacífico desarrollo de las actividades sociales. Y eso es lo que en forma patente acredita
también la circunstancia de que las infracciones comunes que se realicen durante un movi-
miento subversivo, tales como incendio, homicidio y lesiones causadas fuera de un combate
y, en general, los actos de ferocidad y barbarie, se sancionan por separado, acumulando, con
excepción, las penas” 1

Así se desprende con claridad de los propios debates que antecedieron la


expedición del código penal de 1980, del cual hace parte la norma demandada.
En efecto, en la comisión redactora del anteproyecto de 1974, uno de los comi-
sionados se opuso a la exclusión de pena, por considerar que si bien tal figura
“tiene su origen en el derecho de gentes”, no debería aprobarse pues “terceras

281
Crímenes Altruistas

personas pueden ser sujetos pasivos de esta clase de delitos y no encuentro


razón valedera para afirmar que esas terceras personas deben ser víctimas de
una impunidad que introduce el legislador”. Todos los demás comisionados se
opusieron a ese argumento, pues consideraron que sin la exclusión de pena de
los delitos en combate, no podría conferirse un tratamiento benigno al delito
político. Bien conviene transcribir in extenso las réplicas de esos eminentes
penalistas, pues aclaran el sentido de la figura de la conexidad. Así, el Doctor
Alfonso Reyes Echandía señaló al respecto:
Si la rebelión y la sedición llevan ínsito el combate, resulta difícil pensar en una figura de
esta naturaleza en la que no se produzcan necesariamente, otras adecuaciones típicas, que por
lo general serán el homicidio y las lesiones personales. En el fondo no se está consagrando
impunidad alguna, sino que se está aceptando una realidad y es la que el combate, para que
sea tal, conlleva otros resultados, por su misma naturaleza; de lo contrario, no deberíamos
hablar de “alzamiento en armas”.

Por su parte, el Doctor Luis E. Romero Soto agregó:


Lógicamente que no es este el momento ni el lugar para exponer íntimas convicciones: pero
por lo menos se puede dejar en claro que la rebelión supone la absoluta inconformidad con
un sistema y que el cambio para quien se rebela, no puede producirse sino mediante el alza-
miento en armas. Se ha dicho que la rebelión es el recurso de los pueblos oprimidos. Pues
bien, si los rebeldes triunfan, nada habrá pasado, pero si son vencidos, sería excesivo que se
les castigara por los hechos que son de la esencia del combate.

Finalmente, el Doctor Jorge Gutiérrez Anzola concluyó:


El delito político, como lo es la rebelión, debe tener ciertos privilegios en cuanto a la puni-
bilidad. Sería muy difícil que nos detuviéramos a discutir si se trata de un fenómeno de
complejidad de delitos, de un concurso simplemente, o si se trata de hechos que son de la
naturaleza de la rebelión o de la sedición. También sería muy dispendioso que nos entrabá-
ramos en una discusión acerca de si se trata de una causal excluyente de punibilidad especial,
o si se trata de un fenómeno simplemente pragmático. Yo creo, frente a la realidad en la
aplicación de la ley para los casos concretos, que si se exigiera la imposición severa de la ley
penal a todos los hechos o actos conexos con la rebelión, sería necesario aplicar casi todo
el Código. Los rebeldes, lógicamente, se asocian para delinquir, ellos muchas veces usan
prendas militares y documentos falsos, violan domicilios, en veces calumnian o injurian,
todo dentro de ese alzamiento en armas. Por ello, creería conveniente que se estructura una
norma en la que se dijera que no estarán sometidos a pena los rebeldes y los sediciosos que
realicen hechos punibles en razón del combate. 2

A estas consideraciones normativas, hay que agregar además un argu-


mento fáctico evidente, y es que, no es posible, en un combate, individualizar
responsabilidades, y tal individualización, en materia penal, es inexcusable. Lo
único que puede establecerse es quiénes se han alzado en armas y aun quiénes

282
Salvamento de voto

han participado en un enfrentamiento armado, a fin de imputarles a cada uno


de ellos el delito de rebelión o de sedición. Pero no es factible acreditar proba-
toriamente bajo esa circunstancia, quién mató a quién o quien lesionó a quién
y con qué intención. Parece una dificultad insuperable determinar, con fuerza
de verdad asertórica, quién, individualmente, (en un combate) es el autor de
un hecho punible distinto de aquél que, por sí mismo, constituye la rebelión
o la sedición.
En síntesis, la conexidad es el símbolo inequívoco de la complejidad
fáctica del delito político, así como del hecho de que éste es reconocido y dife-
renciado favorablemente de otras conductas delictivas en materia punitiva, de
lo cual se desprenden dos consecuencias esenciales.
De un lado, resulta evidente la debilidad del argumento de la Corte,
según el cual la exclusión de pena por los delitos cometidos en combate por
los rebeldes o sediciosos es una amnistía anticipada, con lo cual, según la
sentencia, perdería “sentido una eventual amnistía o indulto que cobije a los
delitos políticos y a los delitos conexos, como quiera que éstos últimos, desde
su comisión, estarán exentos de sanción. La ley penal ordinaria, se limita a
refrendar la violencia y a anticiparse a la decisión política de la amnistía o
indultos futuros”. Esta aseveración es totalmente inexacta, y deriva del error
de la Corte de creer que la eventual amnistía es el único beneficio para los
delitos políticos puesto que, como ya lo vimos, la exclusión de pena no prefi-
gura una amnistía futura, la cual puede perfectamente no ocurrir, sino que
constituye el dispositivo necesario para penalizar benévolamente la rebelión,
tal y como lo autoriza la Carta. Uno de los principales fundamentos de la
sentencia pierde entonces todo valor.
De otro lado, la decisión de inexequibilidad del artículo 127 del estatuto
penal contradice las normas constitucionales que señalan que los delitos polí-
ticos no generan inhabilidades, ni son susceptibles de extradición, por cuanto
tales normas ordenan –o al menos autorizan– un tratamiento punitivo bené-
volo a esas conductas, el cual requiere la exclusión de pena de los delitos
cometidos en combate.
3. Delito político, combatientes y derecho internacional humanitario en la
tradición constitucional colombiana
Las anteriores no son las únicas debilidades de la sentencia. Según nuestro
criterio, la Corte también ignora la tradición jurídica colombiana relativa al
alcance del delito político y al tratamiento favorable al mismo, y eso es grave,
pues esa tradición fue recogida y profundizada por el Constituyente de 1991.

283
Crímenes Altruistas

Para demostrar lo anterior resulta pertinente que nos interroguemos sobre qué
es delito político y cuál ha sido la respuesta del ordenamiento jurídico colom-
biano al respecto.
Así, los criterios para tipificar el delito político pueden reducirse a dos:
objetivo y subjetivo.
El primero atiende, para la construcción de la figura delictiva, al bien jurí-
dico que pretende amparar: esencialmente al régimen constitucional, circuns-
cribiendo la delincuencia política a las conductas que el propio legislador
juzga lesivas de dicho bien. Tal el caso del Código Penal colombiano que
en el título II del libro 2o., tipifica la rebelión, la sedición y la asonada como
“delitos contra el régimen constitucional”.
El segundo atiende sólo (o primordialmente) al móvil que anima al agente
en el momento de perpetrar el hecho, independientemente del objeto jurídico
inmediatamente vulnerado. Por ejemplo: un magnicidio cometido por una
persona, sin relación alguna con un movimiento rebelde o sedicioso, pero por
motivos político-sociales, encuadraría dentro de la mencionada categoría, aún
cuando las instituciones estatales no resultan más vulneradas de lo que resultan
con la comisión de cualquier delito común. Fue ése el derrotero indicado por
la Escuela Positiva Penal.
En nuestro sistema prevalece, sin duda, el criterio objetivo pero en
armonía con un ingrediente teleológico, a saber: que el alzamiento en armas
tenga como propósito el derrocamiento del gobierno o la modificación del
sistema vigente, es decir, que el móvil que informe la conducta de los alzados
en armas sea inequívocamente político, razón de ser del tratamiento benévolo
que para ellos se consagra. Tal propósito específico es elemento constitutivo
del tipo y se constituye en el símbolo de esta categoría delictiva.
Sobre los criterios consagrados en nuestro ordenamiento para distinguir el
delito político del común y la justificación de dar al primero un tratamiento más
benévolo que al segundo, se ha pronunciado ya la Corte en múltiples ocasiones.
Un buen ejemplo se encuentra en la Sentencia C-009 de 1995, donde –con
ponencia del Magistrado Vladimiro Naranjo Mesa– dijo la Corporación:
El delito político es aquél que, inspirado en un ideal de justicia, lleva a sus autores y copar-
tícipes a actitudes proscritas del orden constitucional y legal, como medio para realizar el
fin que se persigue. Si bien es cierto el fin no justifica los medios, no puede darse el mismo
trato a quienes actúan movidos por el bien común, así escojan unos mecanismos errados o
desproporcionados, y a quienes promueven el desorden con fines intrínsecamente perversos
y egoístas. Debe, pues, hacerse una distinción legal con fundamento en el acto de justicia,
que otorga a cada cual lo que merece, según su acto y su intención.

284
Salvamento de voto

Y en la Sentencia C-171 de 1993, con ponencia del mismo Magistrado,


había dicho:
La Constitución es clara en distinguir el delito político del delito común. Por ello pres-
cribe para el primero un tratamiento diferente, y lo hace objeto de beneficios como la
amnistía o el indulto, los cuales sólo pueden ser concedidos, por votación calificada por el
Congreso Nacional, y por graves motivos de conveniencia pública (art. 50, num. 17), o por
el Gobierno, por autorización del Congreso (art. 201, num. 2o.). Los delitos comunes en
cambio, en ningún caso pueden ser objeto de amnistía o de indulto. El perdón de la pena, así
sea parcial, por parte de autoridades distintas al Congreso o al Gobierno, –autorizado por la
ley, implica un indulto disfrazado.

Esto muestra que desde que nuestro país se constituyó en República inde-
pendiente bajo el influjo –entre otras– de la filosofía que inspiró la “Declara-
ción de los derechos del hombre y del ciudadano”, ha sido casi una constante
en sus Constituciones y en sus leyes penales, el tratamiento diferenciado y
generalmente benévolo del delito político. Al respecto pueden citarse como
ilustrativos algunos hechos: la ley de mayo 26 de 1849 eliminó la pena de
muerte, vigente entonces en el país, para los delitos políticos; la Constitución
de 1863 la abolió para todos los hechos punibles, pero cuando la Carta del 86
la reimplantó, en su artículo 30, excluyó expresamente los delitos políticos. Es
decir: que mientras la pena capital fue abolida para todos los delitos sólo en el
Acto Legislativo de 1910, para los delitos políticos ya lo había sido desde 1849.
El Código Penal de 1936, que acogió el criterio peligrosista del positivismo
italiano, disminuyó notablemente las penas contempladas para los delitos polí-
ticos en el Código de 1890, con la tesis, tan cara a Ferri y Garófalo, de que los
delincuentes político sociales, por las metas altruistas que persiguen, no son
temibles para la sociedad. Así mismo, cabe recordar que el artículo 76, ordinal
19, de la anterior Constitución facultaba al Congreso para conceder amnistía
por delitos políticos, y el 119, ordinal 4 autorizaba al Presidente a conceder, de
acuerdo con la ley, indulto por ese mismo tipo de infracciones.
Dicha tradición sólo vino a sufrir una modificación radical en la década de
los 70, y muy especialmente en el decreto 1923 de 1978 –de estado de sitio–,
conocido como “estatuto de seguridad” en el que la pena para la rebelión que
era de seis meses a cuatro años de prisión, se cambió por presidio de 8 a 14 años
(igual a la del homicidio). Dentro de esa misma tendencia autoritaria, instrumen-
tada casi invariablemente a través de decretos de estado de sitio, debe citarse la
atribución de competencia a las cortes marciales, para juzgar a los sindicados de
delitos políticos, proscrita de manera expresa por la Carta del 91.

285
Crímenes Altruistas

Por último conviene resaltar, que la definición de delincuente político en


Colombia se ha estructurado, como bien lo indican algunos intervinientes, y
como lo han mostrado importantes investigaciones históricas sobre el tema ,
en torno a la noción del combatiente armado, por lo cual las definiciones del
derecho internacional humanitario han jugado un importante papel. El rebelde
es entonces en nuestro país un combatiente que hace parte de un grupo que
se ha alzado en armas por razones políticas, de tal manera que, así como el
derecho internacional confiere inmunidad a los actos de guerra de los soldados
en las confrontaciones interestatales, a nivel interno, los hechos punibles
cometidos en combate por los rebeldes no son sancionados como tales sino
que se subsumen en el delito de rebelión. Y es obvio que así sea, pues es la
única forma de conferir un tratamiento punitivo benévolo a los alzados en
armas. Así, durante el Siglo XIX, la doctrina, la legislación y la jurisprudencia
concluyeron que la única manera de conferir penas más leves a los alzados en
armas era considerar que la rebelión era un delito complejo, de suerte que los
otros hechos punibles cometidos en función del combate armado, quedaban
subsumidos, como delitos medios, en la rebelión como tal. Tal fue la fórmula
adoptada, durante la Regeneración, por el código penal de 1890, el cual seña-
laba, en su artículo 177 lo siguiente:
Se considerarán como parte de la rebelión los actos consiguientes al objeto de este delito,
como ocupación de armas y municiones, llamamiento de hombres al servicio de las armas,
separación de sus funciones a los encargados de la autoridad, ejercicio de las funciones atri-
buidas por las leyes a los diferentes empleados o autoridades, resistencia a viva fuerza a las
tropas que obran a nombre de la autoridad pública y finalmente, distribución y recaudación
de contribuciones de carácter general, en las cuales se grave a los individuos sólo en consi-
deración a su riqueza.

Durante el siglo XX, el tratamiento punitivo favorable se realizó en


nuestro país instituyendo la conexidad o exclusión de responsabilidad por los
delitos cometidos en combate por los rebeldes o sediciosos, que es un disposi-
tivo jurídico que cumple la misma función que la definición del delito político
como una conducta compleja, que subsume los otros hechos punibles. Así lo
estableció el artículo 141 del estatuto penal de 1936 y la norma demandada en
la presente ocasión.
La tradición jurídica colombiana relativa al delito político puede entonces
ser resumida así: distinción entre delito político y común con base en un
criterio predominantemente objetivo, en armonía con elementos teleológicos;
tratamiento favorable a estos hechos punibles; caracterización del delincuente

286
Salvamento de voto

político como combatiente armado, a la luz del derecho internacional huma-


nitario o, según la terminología de la Constitución de 1886, del derecho de
gentes. Y en todo ello juega una papel esencial el dispositivo de la conexidad.
Por ello creemos que la presente sentencia, al retirar del ordenamiento la exclu-
sión de pena de los delitos cometidos en combate por rebeldes y sediciosos,
desestructura totalmente la noción de delito político, tal y como había sido
entendido hasta ahora por nuestra cultura jurídica. Ahora bien, según nuestro
criterio, al desconocer esa tradición, la Corte no ha hecho una innovación juris-
prudencial sino que ha cometido un error hermenéutico de talla, pues si bien la
Constitución de 1991 no define el alcance del delito político, resulta razonable
pensar que no hubo la intención de apartarse del concepto dominante en esta
materia, por las siguientes razones: de un lado, por el origen y la composición
de la Asamblea Constituyente, pues ésta surge de procesos de paz exitosos
y participan en ella antiguos combatientes guerrilleros, que se habían bene-
ficiado del tratamiento benigno al delito político, por lo cual es lógico pensar
que ese cuerpo quiso mantener la concepción de delito político existente en ese
entonces. De otro lado, no existe en los debates de la asamblea ningún cuestio-
namiento al tratamiento del delito político y a la figura de la conexidad, a tal
punto había consenso en esa materia. Finalmente, el propio texto constitucional
es indicativo de esa voluntad de preservar la definición tradicional de delito
político, no sólo por cuanto la Carta mantiene la distinción entre delito político
y delito común sino también por la constitucionalización del derecho interna-
cional humanitario. En efecto, si en Colombia la noción de rebelde y la figura
de la exclusión de pena de los delitos en combate había sido construida a la luz
del derecho de los conflictos armados, resulta absurdo pensar que la Carta de
1991, que preceptúa que “en todo caso se respetarán las reglas del derecho inter-
nacional humanitario”, haya pretendido prohibir el dispositivo de la conexidad,
que se desprende naturalmente del derecho de la guerra. Resulta mucho más
razonable concluir, como lo sugieren algunos de los intervinientes, que la cons-
titucionalización del derecho humanitario implica no sólo la prohibición de
ciertas conductas en las hostilidades sino, además, la necesidad de consagrar
legalmente la exclusión de pena de los delitos cometidos en combate, siempre
que no constituyan actos de ferocidad o barbarie, figura que constituye a nivel
del derecho interno el equivalente jurídico de la no punibilidad de los actos de
guerra en las confrontaciones internacionales.
Por todo lo anterior concluimos que la inexequibilidad del artículo deman-
dado no sólo rompe la tradición jurídica colombiana sobre el tema sino que

287
Crímenes Altruistas

–y eso es lo grave en este caso– desconoce el concepto de delito político que


surge de la Constitución. En efecto, tanto el análisis de las normas constitu-
cionales específicas que se refieren al delito político y al derecho humanitario,
como el estudio de la tradición preconstituyente sobre el tema, conducen a
una sola conclusión: la Carta de 1991 ha establecido un modelo muy depurado
de tratamiento diferenciado y benigno para el delito político, a tono con la
filosofía democrática que le sirve de sustrato, modelo que implica, o al menos
autoriza, la exclusión de pena para los delitos cometidos en combate por los
rebeldes y sediciosos.
4. La debilidad de los otros argumentos de la sentencia y la demanda
En los anteriores párrafos hemos mostrado que la decisión de inexequibi-
lidad de la norma acusada contradice el concepto constitucional de delito polí-
tico, así como los preceptos de la Carta que prohíben la extradición por tales
delitos y los excluyen como causal de inhabilidad para acceder a determinados
cargos públicos. Así las cosas, y conforme a la llamada demostración por el
absurdo, o “reducción al absurdo”, las anteriores razones parecen suficientes
para concluir que la norma acusada debió ser mantenida en el ordenamiento.
En efecto, conforme a esta forma argumentativa, si asumimos una determinada
tesis “p” y mostramos que ésta conduce a resultados contradictorios, absurdos
o inaceptables, entonces debemos concluir que la tesis válida es la negación de
la premisa de partida, esto es, la proposición “no p”. Es pues lógico concluir
que la Corte debió declarar la exequibilidad de la disposición impugnada.
Con todo, se puede considerar que nuestros anteriores argumentos no son
suficientes. Según tal criterio, si bien la decisión de inexequibilidad puede
ser aparentemente inconsistente con las normas constitucionales que señalan
que los delitos políticos no permiten la extradición ni generan inhabilidades,
no por ello se debía mantener en el ordenamiento la disposición acusada, por
cuanto pueden existir otras razones constitucionales de mayor peso en favor
de la inconstitucionalidad de esa norma.
Reconocemos que esta objeción puede tener sustento, ya que las normas
constitucionales suelen entrar en conflicto, por lo cual no basta para inva-
lidar una opción hermenéutica que se demuestre que ésta no es totalmente
consistente con una o varias normas aisladas, puesto que la interpretación
cuestionada puede encontrar un sólido sustento en otras normas constitucio-
nales, que tengan mayor fuerza normativa en el caso concreto. Sin embargo,
esto no sucede en la presente ocasión pues, una vez presentado el tratamiento
privilegiado que la Constitución confiere al delito político, las otras razones

288
Salvamento de voto

invocadas por la Corte o el demandante para sustentar la inexequibilidad de la


norma acusada, no son convincentes, como se verá a continuación:
En primer término, la sentencia y el actor sostienen que la norma impli-
caba un trato discriminatorio, desventajoso, para los miembros de la fuerza
pública cuyos derechos a la vida, a la integridad física y al trabajo quedaban
sin protección, en contra de lo dispuesto por la normatividad superior y por
los instrumentos internacionales que hacen parte del bloque de constituciona-
lidad. Pero este argumento no es válido pues no es cierto que no se consagre
pena alguna para los hechos punibles ocurridos “en combate”. Se prevé como
imponible, la establecida para el delito de rebelión o sedición, según el caso.
Y no puede ser de otro modo, por las razones que atrás quedaron consignadas.
Pero es más: de lo que la conexidad implica no puede inferirse que el legis-
lador tenga en menos estima el derecho a la vida y a la integridad de los miem-
bros de la fuerza pública que el de los restantes miembros de la comunidad.
Lo que sucede es que, por fuerza de las cosas, quien hace parte de las fuerzas
armadas tiene el deber, constitucional y legal, de combatir a los rebeldes y
sediciosos y tal deber comporta un riesgo mayor para su vida y su integridad
personal que el de quienes no tienen ese deber profesional. El militar y el
policía se definen en función de la actividad altamente valiosa pero fatalmente
azarosa que cumplen: prevenir desórdenes y reprimir alzamientos. Y dicha
actividad la despliegan, precisamente, para proteger los derechos de los demás
ciudadanos, quedando los suyos más expuestos que los de las demás personas.
El Estado no se desentiende de ellos pero no puede protegerlos con la misma
eficacia que los de otros porque es inevitable que quien tiene por oficio la
defensa de los derechos ajenos, arriesga sensiblemente los propios. Y no
puede ser de otro modo, en lo que hace al aspecto fáctico, porque se requeriría
entonces otro ejército que protegiera al ejército y otra policía que protegiera a
la policía y así sucesivamente hasta el absurdo.
Y en lo que hace relación a la mayor benevolencia normativa, lo cierto es
que si se adoptara la misma dialéctica del demandante y de la sentencia, podría
contraargüirse que también se discrimina desfavorablemente a los rebeldes y
sediciosos, en tanto que titulares del derecho a la vida y a la integridad personal,
que sin duda lo son, cuando no se dispone investigar, ocurrido un combate, cuál
de los miembros de la fuerza pública hirió o dio muerte a un combatiente, a fin
de establecer si el hecho es justificado o hay lugar a imposición de pena.
Por eso el Derecho Internacional Humanitario, pensado y puesto para
situaciones de guerra, se orienta esencialmente hacia la protección de los dere-

289
Crímenes Altruistas

chos de los no combatientes, sin que pueda formulársele el reproche de que


indebidamente se desentiende de los derechos de los combatientes. Un ejemplo
claro lo encontramos en el artículo 13 del Protocolo II, adicional a los conve-
nios de Ginebra, que en su ordinal 3o. dispone: “Las personas civiles gozarán
de la protección que confiere este Título, salvo si participan directamente
en las hostilidades y mientras dure tal participación” (subrayado nuestro)”.
La sentencia efectivamente cita esa del citado Protocolo pero desvirtúa su
alcance, pues deduce de esa disposición que ella no se refiere al castigo de los
delitos cometidos por rebeldes y sediciosos. Sin embargo, tal y como quedó
claramente señalado en la sentencia C-225 de 1995, Fundamento Jurídico No
28, ese artículo es un desarrollo del llamado principio de distinción, según el
cual las partes en un conflicto armado deben diferenciar entre combatientes y
no combatien¬tes, puesto que estos últimos no pueden ser nunca un objetivo
de la acción bélica. Esto significa que, desde el punto de vista del derecho
humanitario, el combatiente enemigo es un objetivo militar, y puede por ende
ser atacado, mientras que la población civil goza de inmunidad. La diferencia
de trato encuentra entonces su fundamento en la existencia misma de la guerra
y en las reglas del derecho humanitario, por lo cual se adecua a la Carta. Y es
que las situaciones de guerra no toleran, por su naturaleza misma, normativi-
dades diseñadas para situaciones pacíficas. Y la rebelión y la sedición son, sin
duda alguna, supuestos de guerra interna.
En segundo término, en cuanto a la alegada violación del derecho al
trabajo que, a juicio del actor, se sigue del artículo demandado, tampoco es
admisible por una razón a la vez simple y evidente: quien opta por el oficio de
las armas, lo hace libremente, y a sabiendas de los peligros que envuelve. No
puede pretender que una vez que se ha optado por él, el Estado le quite todo
lo que tiene de azaroso, porque no está en manos de nadie hacerlo y, además,
por que si fuera posible, lo trocaría en otro distinto del que se eligió y esto sí
atentaría contra la libre opción. Y en el caso de las personas que prestan el
servicio militar obligatorio, éstas no cumplen sus funciones en ejercicio de la
libertad de trabajo, sino en cumplimiento de un deber patriótico, ineludible,
impuesto por el propio ordenamiento jurídico.
En tercer término, la respuesta de la Corte a la dificultad fáctica de atri-
buir responsabilidades individuales en caso de combate no sólo no es convin-
cente sino que tiene sesgos autoritarios peligrosos. Así, la sentencia transcribe
in extenso un aparte de una decisión de la Sala de Casación Penal de la Corte
Suprema de Justicia, en la cual ese tribunal sostiene que la figura de la llamada

290
Salvamento de voto

“complicidad correlativa” sigue existiendo en nuestro estatuto penal, a pesar


de no haber sido reproducida nominalmente por el Código Penal de 1980,
pues debe entenderse que es una forma de participación en el hecho punible.
A partir de esa cita, la Corte Constitucional deduce que “no es cierto que en
un combate no pueda individualizarse la responsabilidad, ni que esa supuesta
imposibilidad conduzca a la impunidad general”. Aun cuando el razonamiento
no nos parece totalmente claro, pues la presente sentencia no explica adecua-
damente el tema, sin embargo creemos que la figura de la complicidad corre-
lativa no soluciona el problema fáctico de la atribución de responsabilidades
individuales a los distintos rebeldes por los diversos delitos cometidos en un
combate. En efecto, ¿qué sucede si en un combate muere un soldado como
consecuencia de la acción de los alzados en armas pero no se logra determinar
cual de los guerrilleros lo mató? ¿Significa lo anterior que todos los guerri-
lleros capturados deben responder como cómplices correlativos de homicidio?
Esa respuesta no sólo no nos parece admisible sino que creemos que es jurí-
dicamente peligrosa, pues es totalmente contraria al principio de individua-
lidad de la responsabilidad penal. Además, ella desnaturaliza la figura de la
complicidad correlativa, ya que ésta exige que haya certeza de que todas las
personas condenadas fueron autores o cómplices del homicidio o las lesiones,
aun cuando sea imposible individualizar cuál o cuáles fueron los autores, y
cuál o cuáles los cómplices. Sin embargo, eso es precisamente lo que resulta
prácticamente imposible esclarecer en un combate, por lo cual el problema
fáctico probatorio subsiste.
En cuarto término, no es cierto que la norma acusada desconozca el
derecho a la paz e incite a la guerra política, pues el alzamiento armado contra
el régimen constitucional sigue siendo una conducta sancionada penalmente.
Lo que sucede es que, por las razones largamente expuestas en este salva-
mento, la Constitución ordena un tratamiento punitivo benévolo, que sólo
puede lograrse por el dispositivo de la conexidad.
Finalmente, la sentencia argumenta que la disposición impugnada viola el
derecho y deber de la paz, por cuanto estimula “las posibilidades de convertir
los conflictos armados en conflictos políticos”, pues coloca “el combate por
fuera del derecho”. Nada más alejado de la realidad, pues la exclusión de
pena de los delitos en combate tiene en el fondo una doble finalidad. De un
lado, como ya lo hemos visto, se busca conferir un tratamiento más benévolo
al alzado en armas. Pero, de otro lado, de esa manera se pretende civilizar el
conflicto armado, puesto que sólo dejan de sancionarse los delitos en combate

291
Crímenes Altruistas

que no constituyan actos de ferocidad o barbarie. Y es que desde una pers-


pectiva filosófica (liberal), el rebelde no es asimilado por la legislación a un
facineroso. Por eso hay absoluta coherencia en la norma cuando excluye de
ese trato benévolo “los actos de ferocidad, barbarie o terrorismo”. Por que
éstos no son propios de alguien que, en función de móviles altruistas, resuelve
perseguir la consecución de sus ideales por medios jurídicamente reprocha-
bles, pero no contradictorios con propósitos nobles y sociales, que son los que
el legislador demócrata y pluralista juzga respetables.
Por esa razón, conforme a la norma declarada inexequible, el juez penal
debía discernir cuidadosamente las conductas punibles que quedan subsu-
midas (por conexidad) en el delito político, de las acciones vitandas, llevadas a
término con ese pretexto y que no sólo son punibles en sí mismas sino demos-
trativas de que se está enfrente de otro género de delincuencia. En síntesis:
una cosa es la dificultad práctica que existe, en un medio abrumado por todo
tipo de violencia, de distinguir al guerrillero del bandido, y otra muy distinta
la aseveración de que en un régimen democrático no hay cabida para el trata-
miento diferenciado que merece el rebelde.
Los argumentos que acaban de exponerse, encuentran respaldo en la
jurisprudencia de esta Corporación. Pueden citarse, entre otras, las Senten-
cias C-127 de 1993 (M.P. Alejandro Martínez), C-214 de 1993 (Ms. Ps. José
Gregorio Hernández y Hernando Herrera) y C-069 de 1994 (M.P. Vladimiro
Naranjo Mesa).
En la citada en primer término se deslinda claramente el delito político del
terrorismo, y en todas ellas se ratifica la justificación de que se subsuman en
él hechos punibles que se presentan como consecuencia del combate y que se
excluyan los hechos atroces, reveladores de ferocidad o barbarie, señalándose
entre ellos, uno, por desventura demasiado frecuente entre nosotros, cometido
a menudo por organizaciones delictivas que dicen perseguir fines políticos,
con el objeto de financiar su actividad ilegal: el secuestro.
En efecto, en la sentencia C-127-93 dijo la Corte:
Es de tal gravedad la conducta terrorista que los beneficios constitucionalmente consagrados
para el delito político no pueden extenderse a delitos atroces ni a homicidios cometidos
fuera de combate o aprovechando la situación de indefensión de la víctima... El delito polí-
tico es diferente del delito común y recibe en consecuencia un trato distinto. Pero, a su vez,
los delitos, aun políticos, cuando son atroces, pierden la posibilidad de beneficiarse de la
amnistía o el indulto.

Luego en la sentencia C-214-93 afirmó:

292
Salvamento de voto

Es claro que el homicidio que se comete fuera de combate y aprovechando la indefensión


de la víctima, para traer a colación apenas uno de los muchos casos en los cuales no hay
ni puede establecerse conexidad con el delito político, no es susceptible de ser favorecido
con amnistía e indulto dado su carácter atroz, ni podría por tanto ser materia de diálogos o
acuerdos con los grupos guerrilleros para su eventual exclusión del ordenamiento jurídico
penal ni de las sanciones establecidas en la ley.

Finalmente, en la sentencia C-069-94 expresó:


El delito de secuestro puede considerarse como uno de los más graves que lesionan a la
sociedad, así, en principio, sus víctimas directas sean uno o varios individuos en particular.
El Estado de indefensión en que se coloca a la víctima y el efecto de inestabilidad social
que genera, sumados a la amplia gama de derechos fundamentales que se ven violados por
la comisión de este delito, ameritan que se lo califique, con razón, como un delito atroz y
un crimen de lesa humanidad... Siendo pues un delito atroz nada justifica que se lo pueda
considerar como delito político, ni que sea excusado por motivación alguna, pues contra el
hombre como sujeto de derecho universal no puede haber actos legitimizados.

Así las cosas, el artículo declarado inexequible, lejos de estimular la


ferocidad en la confrontación armada, como equivocadamente lo sostiene
la sentencia, era una tentativa por civilizar el conflicto armado interno, pues
sólo podían ser subsumidos en la conducta de rebelión aquellos delitos en
combate que no violaran las obligaciones de los insurrectos de respetar, en
todo momento, las reglas del derecho humanitario. Y de esa manera, al civi-
lizar el conflicto, esa norma contribuía a aclimatar la paz en el país. En efecto,
en la sentencia C-225 de 1995, esta Corporación estableció con claridad la
profunda relación que existe entre la búsqueda de la paz y la humanización del
conflicto armado. Dijo entonces la Corte:
Una vez ocurrido un conflicto, la humanización de la guerra no descarga tampoco al Estado
de su responsabilidad de restablecer el orden público, para lo cual cuenta con todos los
recursos jurídicos proporcionados por el ordenamiento, puesto que, como se señaló anterior-
mente en esta sentencia, la aplicación del derecho internacional humanitario no suspende la
vigencia de las normas nacionales.

Esto muestra con claridad que el derecho humanitario en manera


alguna legitima la guerra. Lo que busca es garantizar que las partes en
contienda adopten las medidas para proteger a la persona humana. Y a su
vez, como bien lo señalan la Vista Fiscal, los representantes gubernamen-
tales y otros intervinientes, esta humanización de la guerra tiene una espe-
cial trascendencia constitucional en la búsqueda de la paz. En efecto, de
manera insistente, la doctrina nacional e internacional han señalado que las

293
Crímenes Altruistas

normas humanitarias no se limitan a reducir los estragos de la guerra sino


que tienen una finalidad tácita que puede ser, en ocasiones, mucho más
preciosa: esta normatividad puede también facilitar la reconciliación entre
las partes enfrentadas, porque evita crueldades innecesarias en las opera-
ciones de guerra. De esa manera, al reconocer una mínima normatividad
aplicable, una mínima racionalidad ética, el derecho internacional humani-
tario facilita un reconocimiento recíproco de los actores enfrentados, y por
ende favorece la búsqueda de la paz y la reconciliación de las sociedades
fracturadas por los conflictos armados.
En ese orden de ideas, creemos que la Corte se equivoca profundamente
cuando afirma que la norma declarada inexequible convertía a las partes en
el conflicto armado interno en “enemigos absolutos, librados a la suerte de
su aniquilación mutua”. Por el contrario, esa disposición tendía a civilizar
la confrontación, en la medida en que privilegiaba los actos de combate que
se adecuaban a las reglas del derecho humanitario, mientras que penalizaba
las violaciones a estas normas. Por ello, y ojalá nos equivoquemos, lo que
efectivamente puede intensificar la ferocidad de la guerra entre los colom-
bianos es la propia decisión de la Corte, pues ésta desestimula el respeto de
las reglas del derecho humanitario. En efecto, si a partir de la sentencia, un
homicidio en combate es sancionable en forma independiente como si fuera
un homicidio fuera de combate ¿qué interés jurídico podrá tener un alzado
en armas en respetar las normas humanitarias? Desafortunadamente ninguno,
por lo cual, paradójicamente, en nombre de la dignidad humana, la sentencia
corre el riesgo de estimular la comisión de conductas atroces de parte de los
rebeldes y los sediciosos.
5. Más allá del razonamiento jurídico: ¿cual es la respuesta democrática
a la insurrección armada?
Toda la argumentación de la Corte parte en el fondo de un presupuesto
filosófico, a saber, que la respuesta de las democracias constitucionales al
desafío planteado por los alzamientos armados debe ser la penalización inte-
gral de los mismos, por lo cual se deben sancionar todos los delitos, incluso
aquellos que se hayan cometido en combate y respetando las reglas del
derecho humanitario. Existiría pues un único modelo democrático universal
para enfrentar estos retos, que obviamente tiene que ser también el que,
según la Corte, debe encontrarse en nuestra Constitución. Esto explica que
la sentencia haga varias referencias a la penalización de la rebelión en otros
países, como España o Argentina, en donde se sancionan también los delitos

294
Salvamento de voto

cometidos en combate por los alzados en armas. O también la afirmación de


que la tendencia en las democracias consolidadas es a rehusar el calificativo
de político a toda conducta violenta.
Ahora bien, nosotros no negamos que es posible que en muchos países
europeos existe la tendencia a eliminar el delito político, de suerte que en
esos ordenamientos la figura jurídica de la rebelión prácticamente ha desapa-
recido, para ser sustituida por el terrorismo. Tampoco negamos que en otros
regímenes constitucionales se considere necesario penalizar los delitos come-
tidos en combate por los rebeldes o sediciosos. Sin embargo, de ello no se
desprende que la Constitución de 1991 exige esa penalización en nuestro
país, por la sencilla razón de que, como lo hemos mostrado, nuestro ordena-
miento acoge otro modelo más benévolo de tratamiento punitivo a los alza-
mientos armados.
Por todo ello creemos que la sentencia se fundamenta esencialmente en
consideraciones de filosofía política, y no en una adecuada interpretación
de la Constitución. Esas reflexiones de la Corte pueden entonces ser muy
respetables desde un punto de vista filosófico y ético. Igualmente estamos
convencidos de que nuestros colegas, al adoptar esta difícil decisión, han
puesto su mayor empeño en contribuir a la paz y se han esforzado por
alcanzar la que consideran es la mejor sentencia para el país. Sin embargo,
creemos que jurídicamente sus consideraciones son incorrectas, pues
nuestra función como jueces constitucionales no es imponer a la sociedad
colombiana nuestra particular filosofía política sobre cómo las democra-
cias deben enfrentar los desafíos del delito político, problema esquivo y
de enorme complejidad, y que por ende escapa a nuestras competencias.
Nuestra tarea es mucho más elemental y modesta: en este caso se trataba
simplemente de verificar si la regulación legal acusada constituía un trata-
miento del delito político ajustado a la manera como la Carta regula esta
materia. Y, por las razones que hemos expuesto, para nosotros la respuesta
era claramente afirmativa.
Pero incluso en el campo filosófico, el análisis de nuestros colegas no
nos parece adecuado, pues no sólo no existe una única respuesta punitiva al
problema del delito político sino que no estamos convencidos de que la puni-
ción extrema sea la respuesta propia de un régimen democrático pluralista al
complejo desafío planteado por la rebelión armada.
Así, Francisco Carrara expresaba su perplejidad ante las dificultades que
encontraba para captar la esencia del delito político, en frases como éstas:

295
Crímenes Altruistas

Mori deplora de modo cruel la hospitalidad que las naciones cultas les conceden a esos indi-
viduos (delincuentes políticos); pero entre tanto los pactos internacionales de los pueblos
cultos los excluyen de la extradición. De un lado se exigen excepcionales formas judiciales y
jueces selectos para aumentar sus garantías; de otro, se buscan formas más rápidas y juicios
anormales para hacer más seguro el castigo; acá, persecuciones e investigaciones cuidadosí-
simas; allá, favorecimiento continuo y toda facilidad para la fuga; acá se estudia la manera
de hacerles más rigurosas las penas; allá se busca un orden especial de penas más benignas...
Carmignani combatió hasta el exceso la pena de muerte para los delitos comunes, pero se
doblegó hasta reconocerla como necesaria para los delitos políticos... Guizot sostiene tenaz-
mente la legitimidad de la pena de muerte en los delitos comunes, pero con esa misma tena-
cidad la rechaza en los delitos políticos. En Rusia, fue abolido el suplicio capital para los
delincuentes comunes, pero se conserva con esmero contra los rebeldes. En Francia se admite
el reinado de la guillotina contra los asesinos, pero no se acepta la pena de muerte contra
los delincuentes políticos. ¿Cómo será posible que el pobre entendimiento humano pueda
componer un orden filosófico racional en una materia en que impera tanta confusión? .4

Según nuestro criterio, la explicación es que el maestro no era consciente


de que tales posturas antinómicas eran, simplemente, la manifestación de una
dicotomía ideológica que tal vez ha existido desde siempre: la autoritaria y la
democrática, que se plasman en formas de organización política con idéntico
sello y cada una con su postura característica frente al comportamiento de los
rebeldes.
La primera hunde sus raíces en la tradición del crimen majestatis que,
según el propio Carrara, cubre casi dos milenios: desde el imperio romano
hasta fines del siglo XVIII (1786) cuando es solemnemente abolido el título
de “lesa majestad”.
El crimen de lesa majestad es una creación caprichosa del príncipe que,
mediante ese instrumento, trata de preservar su poder absoluto. El contenido
de este tipo de delitos cambia a voluntad del déspota pues la licitud o ilicitud
de la conducta depende de lo que él estime más irrespetuoso para su dignidad
o más peligroso para el mantenimiento de su statu quo. Tiberio, por ejemplo,
creó toda una gama de crímenes de lesa majestad, tan extravagantes como
estos: vestirse o desnudarse ante la estatua de Augusto; azotar a un esclavo
delante de ella; llevar una moneda con su efigie a un prostíbulo; vender un
fundo dentro del cual se hallara enclavada una estatua del emperador, todos
ellos castigados con la muerte. Son las ofensas al gobernante, cuya persona se
sacraliza, las que se juzgan atentatorias del orden –también sagrado– que él
encarna y simboliza.
La segunda, en cambio, se nutre de la filosofía pluralista, respetuosa del
punto de vista ajeno, tolerante con proyectos políticos que contradicen sus

296
Salvamento de voto

postulados y sus metas, dejando a salvo, eso sí, el principio de legitimidad,


que rechaza toda posibilidad de acceso al poder por medios distintos de los
establecidos en sus normas básicas. Al rebelde no se le sanciona, en el contexto
de esta ideología, por los proyectos que busca realizar, sino por los medios que
emplea en esa búsqueda.
Un hito histórico de esta forma de pensamiento se encuentra en la revo-
lución francesa. La teoría contractualista de Rousseau, que sin duda tuvo
influencia significativa en ese acontecimiento, contribuyó de manera notable
a la consolidación de esta nueva postura, al establecer, mediante un compro-
miso de mutuo respeto, claros derechos y deberes correlativos entre gober-
nados y gobernantes. El empleo de la violencia para abolir las instituciones
democráticamente conformadas, constituye una evidente violación a ese pacto,
fundante de la sociedad abierta. Las declaraciones de Filadelfia, Virginia y
Francia recogen un legado ideológico que puede resumirse así: la disensión
y la heterodoxia no son delitos sino derechos. Al discrepante armado se le
debe sancionar por armado, pero no por discrepante; y como el derecho penal
culpabilista, corolario obligado de la filosofía política democrática, toma en
consideración los móviles de la acción delictiva, a quien obra en función de
ideales altruistas, se le debe tratar con benevolencia. Tal es el sustento filo-
sófico del tratamiento penal más benigno del delincuente político frente al
delincuente común. Tratamiento análogo al que recibe el combatiente en el
derecho internacional, porque, en el contexto del derecho interno, el rebelde
es homólogo del combatiente.
Por todo lo anterior creemos que la respuesta punitiva defendida por la
Corte no sólo dista de ser la más democrática sino que, más grave aún, no
corresponde al modelo de tratamiento punitivo benigno adoptado por la Cons-
titución colombiana.
6. Una última y paradójica inconsistencia de la sentencia
Es indudable que al eliminar la conexidad, la Corte ha desestructurado el
concepto de delito político, tal y como había sido entendido en el constituciona-
lismo colombiano, lo cual plantea un obvio interrogante: ¿qué queda entonces
del delito político en nuestro país? Dos respuestas nos parecen posibles.
De un lado, se podría decir que los delitos políticos siguen siendo exclusi-
vamente la rebelión, la sedición y la asonada, pero que ya no es posible subsumir
en ellos otros hechos punibles conexos, como los homicidios en combate. Por
ende, la Corte habría restringido muy fuertemente la noción de delito político.
En efecto, conforme a esa argumentación, que sería la consecuencia natural

297
Crímenes Altruistas

de los criterios punitivos asumidos por la sentencia, sólo serían amnistiables


o indultables esos delitos políticos pero no los hechos punibles conexos. Sin
embargo, la Corte, contra toda lógica, pero afortunadamente para el país, no
asume tal posición, pues señala que corresponderá al Congreso, al expedir
una ley de amnistía o de indulto, determinar los delitos comunes cometidos en
conexión con los estrictamente políticos que pueden ser objeto de ese beneficio
punitivo. Y decimos que la Corte llega a esa conclusión contra toda lógica,
pues la sentencia defiende una noción restrictiva de delito político y sostiene
que la exclusión de pena de los delitos cometidos en combate no es propia del
concepto de delito político. Pero si eso es así ¿por qué podrían amnistiarse esos
delitos conexos, si la amnistía es prevista por la Carta exclusivamente para los
delitos políticos y esos hechos punibles conexos no lo son? Pero decimos que
afortunadamente la sentencia no es consistente en ese punto, pues una restric-
ción de tal magnitud del concepto de delito político tendría graves consecuen-
cias para cualquier proceso de paz con los alzados en armas.
Por consiguiente, y paradójicamente, en relación con la posibilidad de
indulto o de amnistía, la Corte podría haber ampliado enormemente la noción
de delito político, pues ésta parece quedar casi a la libre apreciación del Legis-
lador, quien definirá qué debe entenderse como delito político para efectos
de conceder esos beneficios punitivos. En efecto, si el delito político ya no
es esa conducta que podía ser analizada con los criterios objetivos y subje-
tivos clásicos y que, a la luz del derecho humanitario, se estructuraba en torno
a la figura del combatiente, entonces ¿qué es delito político? La respuesta
parece ser: delito político son aquellas conductas que, por graves motivos de
conveniencia pública, el Congreso, por votación calificada, determine que son
hechos punibles amnistiables o indultables. Así, al destruir la noción clásica
de delito político, la sentencia estaría abriendo las puertas para que las más
disímiles conductas puedan ser amnistiadas e indultadas. No deja de ser para-
dójico que eso se haga en nombre de la igualdad ante la ley penal y en defensa
de los derechos fundamentales.

Fecha ut supra.
CARLOS GAVIRIA DÍAZ
Magistrado

ALEJANDRO MARTÍNEZ CABALLERO


Magistrado

298
Salvamento de voto

1. Corte Suprema de Justicia. Sentencia del 25 de abril de 1950


2. Ver Actas Nuevo Código Penal Colombiano. Anteproyecto de 1974. Acta No. 69 de 5 de
septiembre de 1973.
3. Ver al respecto el detallado y concluyente trabajo de Iván Orozco Abad, Combatientes,
rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en Colombia. Bogotá: Temis, IEPRI, 1992.
4. Programa de Derecho Criminal, volúmen VII, pág. 524. Temis, 1982.

Fecha: 23 de Septiembre de 1997


Fuente:http://web.minjusticia.gov.co/jurisprudencia/CorteConstitucional/1997/
Constitucionalidad/C-456-97.htm

299
NOTA DEL EDITOR
LAS OTRAS FUENTES


Sin lugar a dudas, los artículos y opiniones incluidos en esta antología
conforman un sólido cuerpo de doctrina a favor de la abolición definitiva del
delito político en Colombia, y quizás uno de los alegatos mejor fundamentados
que puedan aportarse en discusión alguna. Las solas alegaciones del Presidente
Uribe sobrepasan las 80 páginas de ideas, argumentos y circunstancias proba-
torias. Tampoco faltan a los proponentes razones filosóficas y de profunda
humanidad (como ocurre en el caso de los escritos del Alto Comisionado Luís
Carlos Restrepo). De la misma forma se acuñan referencias de orden histó-
rico, jurídico y de política nacional (Posada Carbó, José Obdulio Gaviria).
Todo esto nos indica que la administración Uribe no ha estado improvisando,
ni actuando por impulsos, sino haciendo las cosas a partir de un pensamiento
metódico e innovador, tanto del Presidente como de sus asesores y equipo.
Pero los lectores podrán preguntarnos: ¿y el pensamiento de los contra-
rios qué?
Debemos entonces aclarar que desde un comienzo el deseo de Libardo
Botero Campuzano, autor de esta antología, fue incluir en ella los puntos de
vista divergentes, las miradas contrarias y los argumentos de aquellos analistas
que defienden entre nosotros la preservación del delito político como figura
jurídica. Tanto más cuanto esta ha sido una norma de conducta del primer
mandatario, para quien las ideas del contrario poseen la extraordinaria virtud de
sostener, consolidar y fortalecer las propias. Pero también porque las posiciones
de los oponentes a la abolición del delito político conforman una gama de ideas
de diversas intensidades y matices que enriquecen el debate, lo diversifican y lo
tornan apasionante, cosa poco común en las controversias de este tipo.
Desgraciadamente, el deseo de incluir los textos de quienes divergen
abiertamente, o tan sólo esbozan matices significativos, no pudo cumplirse a
cabalidad, por una razón definitiva: no fue posible ubicar y obtener en forma
oportuna la autorización de muchos de ellos para reproducir sus artículos,
publicados en diversos medios. Este imperativo legal nos limita entonces a citar

301
Crímenes Altruistas

entre comillas sus principales argumentos, y a ofrecer al lector los que conside-
ramos sus mejores apartes, indicando la fuente donde pueden ser consultados
en su totalidad. Ninguna de sus ideas esenciales quedará por fuera al proceder
de esta manera y el objetivo de hacer conocer su punto de vista quedará satis-
fecho al menos en parte. Proceder así nos permite también llevar a cabo una
clasificación aproximada de los argumentos esgrimidos, algunos de los cuales
aparecen analizados a espacio en los artículos de Eduardo Posada Carbó.
Hecha esta salvedad, quisiéramos llamar en primera instancia la atención
sobre los alegatos que confieren al delito político la categoría de “sana tradi-
ción democrática”, de los cuales el artículo de Daniel García-Peña publicado
en El Espectador del 22 de mayo de 2005, bajo el título “Disparates peli-
grosos”, resulta buen exponente. Dijo el analista lo que sigue:
Primero fue el cuento de que no existe conflicto armado en Colombia. Luego, que no hay ni
izquierda ni derecha. Y ahora nos sale con que el delito político tampoco existe. Si no fuera
por tratarse del Presidente de la República, estos disparates no merecerían ni aguantarían un
debate serio. Pero temo que más que unas simples lucubraciones que salen de las tertulias
con José Obdulio, reflejan asuntos de fondo.
El delito político es una de las tradiciones fundacionales de la democracia liberal: no hay
para mí una defensa más lúcida y hermosa del derecho a la rebelión, que la que hace Tomás
Jefferson en la Declaración de Independencia de USA de 1776.
Es cierto que después de la Segunda Guerra Mundial en las democracias consolidadas, como
las de Europa, legitimadas por amplios pactos sociales, el delito político fue desapareciendo.
Las respuestas a las acciones terroristas de las Brigadas Rojas y el Baader-Meinhoff en los
sesenta y setenta cerraron aún más el espacio para los delitos relacionados con la rebelión. Y el
11 de septiembre de 2001 fortaleció como nunca en el mundo la lucha contra el terrorismo.
Pero, con todo respeto, la colombiana aún no es una democracia consolidada. Si lo fuera,
periodistas independientes, como Hollman Morris y Carlos Lozano, y defensoras de dere-
chos humanos, como Soraya Gutiérrez, no estarían recibiendo las amenazas de las que fueron
víctimas esta semana por el simple hecho de cumplir con sus deberes. Tampoco estarían en
la cárcel veinte indígenas paeces en el Cauca, ni habría órdenes de captura contra doscientos
más, acusados injustamente de pertenecer a las Farc.
Por supuesto, hoy nuestra democracia es más sólida que ayer y luego de la Constitución de
1991 ha habido un proceso de construcción y ampliación de su legitimidad. Pero pensar que
ya estamos en Suiza y desconocer las profundas desigualdades y exclusiones de un profundo
conflicto social, es intentar tapar el sol con un dedito.
De hecho, aun en democracias consolidadas del Viejo Continente, con legislaciones muy
estrictas contra el terrorismo, subsisten los espacios para las salidas políticas, como el caso
del Reino Unido en relación con el Ira y como ahora vuelve a plantear Rodríguez Zapatero
con Eta.
Pero quizá lo más desconcertante y contradictorio es que mientras el presidente Uribe dice
por un lado querer acabar con el delito político, por otro impulsa su ampliación. Al intentar

302
Nota del Editor

revivir el polémico artículo 64 del proyecto de justicia y paz, el Gobierno está extendiendo,
mediante la redefinición de la sedición, los alcances del delito político, históricamente reser-
vado para los rebeldes, para cubrir las acciones del paramilitarismo. También está intentando
ensanchar el ámbito de la conexidad para incluir el narcotráfico, algo insólito y en completa
contravía de la tendencia en el mundo y en Colombia a su reducción. Más que eliminar el
delito político lo que se está haciendo es deformándolo, quitándole al rebelde el carácter
centenario de delincuente político y dándoselo al narcotraficante.
Además, sería bueno que los ideólogos y analistas del Palacio de Nariño revisaran la historia
para no seguir repitiendo la falsedad de que en las paces del pasado imperó la total impunidad.
Todo lo contrario: la amnistía de 1954, en plena Violencia y mucho antes de que se pensara
en la Corte Penal Internacional, excluyó los “delitos atroces que revelaban una extrema
insensibilidad moral” y de hecho la Corte Suprema en 1960 les negó beneficios a miem-
bros del Ejército porque “era evidente la perversidad moral y la consecuente atrocidad de
los homicidios cometidos”. La amnistía de 1982 dejó por fuera la ferocidad, la barbarie
y el terrorismo. Las amnistías de finales de los ochenta y comienzos de los noventa no
cobijaban delitos atroces, homicidio en estado de indefensión y barbarie. La Ley Antise-
cuestros de 1993, promovida por Pacho Santos, taxativamente excluye al secuestro como
delito conexo.
La insensatez de insistir en lo contraevidente no sólo deja perplejos a los historiadores y
a los abogados. También emberraca a las Farc, que a pesar de proclamarse bolivarianas, a
veces parecen más bien santanderistas por el gran apego que les tienen a las calificaciones
presidenciales.
Por ello, quizá lo más grave de la iniciativa de abolir el delito político en Colombia es que le
echa un candado más a la ya muy cerrada puerta de la salida negociada al conflicto armado.

Invocando argumentos de carácter histórico y de conveniencia nacional,


Oscar López Pulecio expuso sus razones en el diario El País de Cali, el 28 de
mayo de 2005, bajo el título “Irreflexiones. Delitos Políticos”. Estas fueron
sus palabras:

Sabido es que la historia la escriben los vencedores. Los perdedores son los delincuentes
políticos. La figura penal ha sido útil a través de la historia para dos cosas: poder encarcelar
a los disidentes políticos, con todos los requisitos de legalidad y poder amnistiarlos o indul-
tarlos, cuando las condiciones lo aconsejen. Es pues una figura penal que funciona como
instrumento de la política, o mejor, de quien detenta el poder, para manejar los opositores que
se salen de los canales institucionales, sin parecer demasiado bárbaro.
Es un recurso enormemente útil y renunciar a él como se ha propuesto en Colombia, donde
según todas las evidencias hay graves conflictos políticos que no se expresan en los canales
institucionales, no parece una buena idea. La Constitución Nacional le otorga al Congreso
en el Numeral 17 del Artículo 150 la facultad de: “Conceder por mayoría de los dos tercios
de los votos de los miembros de una y otra cámara y por graves motivos de conveniencia
pública, amnistías e indultos generales por delitos políticos; y en el Numeral 2 del Artículo
201 le concede al Gobierno la facultad de indultar delincuentes políticos, con arreglo a las
leyes. De otro lado, la propia Constitución tiene un artículo transitorio, el 30, que sirvió

303
Crímenes Altruistas

para amnistiar al M-19 y a otros grupos más reducidos, donde se autorizó al Gobierno a
conceder indultos o amnistías por delitos políticos o conexos a miembros de grupos guerri-
lleros que se reincorporaron a la vida civil en los términos de la política de reconciliación
de la época, beneficio que no podía extenderse a homicidios cometidos fuera de combate o
aprovechándose del estado de indefensión de la víctima. Lo que ello quiere decir en román
paladino es que homicidios cometidos en desarrollo de acciones militares contra el Estado
y aún otros conexos desprendidos de la violencia del enfrentamiento, como despojo o daño
de propiedades eran amnistiables o indultables porque se cometían en desarrollo de un
conflicto político y perdían entonces el carácter de delitos comunes.
Todo el cuento va a que una sociedad tiene que tener recursos institucionales de perdón
para quien se rebela contra ella, conductas que en los códigos penales se califican como
traición, rebelión, sedición o asonada, según la gravedad de los hechos. Esos recursos se
establecen incluso como garantía de los propios gobernantes que no pocas veces se han visto
en los tribunales de quienes ellos habían condenado previamente a la cárcel por su oposición
violenta. Sólo una sociedad que por su desarrollo político y social crea haber superado la
posibilidad de una rebelión contra ella, podría darse el lujo de suprimir los delitos políticos.
Pero Colombia no parece que estuviera en esa liga.
El tío Baltasar dice que la idea de suprimir los delitos políticos propuesta por el Gobierno
para ser estudiada en el futuro es sólo un asunto al que no le ha llegado su tiempo, ni le llegará
pronto. Le preocupa que ese planteamiento extemporáneo haya desatado una tormenta y
haya sido aprovechado por la oposición para decir que de esa manera se trata de legitimar la
guerra frontal contra todo adversario violento que sin el manto de delincuente político pasa a
ser un simple delincuente común, un terrorista como se dice ahora, sin que se sepa a ciencia
cierta qué conducta penal se califica con esa expresión, como lo ha venido anotando con
sagacidad el ex presiente López Michelsen. Y añade el tío, contemporáneo del ex presidente
y por tanto viejo y sabio como el diablo, que no debería echarse por la borda ese instituto
penal, que de tanta utilidad nos puede ser en el futuro.

En el mismo sentido corre el artículo de Armando Benedetti Jimeno, “El


delito político difunto”, aparecido en El Tiempo del 23 de mayo de 2005. He
aquí su cuerpo principal:
La pretensión de excluir de los ordenamientos constitucionales y legales el delito político
armoniza impecablemente con la ilusión del capitalismo radical globalizado de ser la última
Coca-Cola del desierto. Haber realizado el último de los paradigmas disponibles vuelve
superfluos e irracionales conceptos como derecho a la resistencia, guerra santa o justa, tira-
nicidio, insubordinación legítima. Todos conexos al delito político.
Durante siglos, desde Séneca hasta Juan de Mariana, desde Quintiliano hasta Santo Tomás,
pasando por San Agustín, Calvino, Lutero, Milton, Locke, Rousseau, el pensamiento de
Occidente se esmeró en dejar una puerta abierta hacia eventuales insubordinaciones contra
príncipes opresores. Después fueron las declaraciones de Virginia y Filadelfia y, por supuesto,
el emblemático artículo segundo de la declaración de derechos de la revolución francesa.
Una tradición cuyos fundamentos no están anclados en construcciones utópicas, románticas
o compasivas, como suele creerse, sino en la muy racional conjetura de que en política
abundan las posibilidades trágicas. El que el poder sea, o pueda ser perverso, siempre pareció
perfectamente verosímil.

304
Nota del Editor

A la postre, al delito político no le ocurre nada distinto de lo que al resto de lo político:


desaparecer de la escena pública. El pensamiento liberal, o mejor el neoliberal, para no meter
en ese saco un poco ominoso toda una respetable tradición liberal burguesa, elude de manera
sistemática el Estado y la política. Se siente más cómodo instalado en las esferas de lo moral
y lo económico.
El pensamiento liberal no comete la idiotez de suponer, no obstante el fin de la historia, que
ya no habrá necesidad de hacer derrocamientos o subversiones. Pero ya no será necesario
cometer delitos políticos. Se puede ir hasta Irak para capturar a un Hussein en calzoncillos
sin más razones que una moral fundamentalista y teológica, y unas razones económicas
ungidas por el petróleo, untuosas por el petróleo. No hay una filosofía difunta sobre el delito
político. Hay apenas un reacomodo que permite quedarse con el delito sin necesidad del
discurso justificatorio.
En fin, al suprimirse del análisis las relaciones de poder y las tensiones que ellas imprimen a
la democracia, al ignorar los problemas sistémicos de desigualdad e inestabilidad, carece de
sentido que alguien pueda oponerse al único modelo económico compatible con la moder-
nidad. (Gray, Mouffe). Aun más insólito que quien lo haga con expedientes límites (guerras,
sediciones, desobediencia civil) espere recompensas en forma de amnistías, indultos o
disminuciones de pena.
No hay nada muy nuevo, salvo la desmesurada pretensión de que el Estado liberal globali-
zado no es uno entre varios tipos de regímenes, sino el único modelo de organización política
que puede ser plenamente legítimo. Salvo ese exceso, es lo mismo de siempre: maniobras
desde el poder para su propia consolidación. Es lo que permite a Bush suponer que Posada
Carriles no es un delincuente, pese a todo. O, al revés, a Fidel Castro suponer que sí lo
son quienes, aun sin nexos conocidos con la vulgaridad moral de la gusanería de Miami,
disienten del régimen. O al gobierno de Colombia, seducido por las liviandades filosóficas
de Savater, eliminar el delito político sólo después de utilizarlo, por última vez, a su propia
conveniencia.
Nada de lo dicho arriba niega la naturaleza problemática del delito político. Apenas descubre
otras aristas que subyacen al debate. De todas maneras, vaciar de política hasta la política es
en estos días una tarea de la derecha. Una etiqueta que se corresponde poco con el “tono” de
la Constitución del 91 y sus entusiastas. Habría que cambiar la Constitución, claro. Asunto
que, a diferencia de otros, no tendría mayores resistencias allí, a juzgar por la sentencia
C-456 del 97, en la cual la Corte empobreció los alcances del delito político, precisamente al
reducirlo a lo que al Congreso se le antojara. Y de seguro se le antojará.”

Sostenidos en razones históricas de singular interés, sin faltarte una fuerte


dosis de pasión, los puntos de vista de Alfredo Molano Bravo, presentados en
su artículo “Borrar y Borrar”, resultan parte esencial del alegato opositor a la
abolición del delito político en Colombia. Estas han sido sus razones:
Las guerras civiles en Colombia, desde la de Independencia hasta la civil no declarada del
Cincuenta, que aun continúa, no han sido solo el “crisol donde se formó la nacionalidad” sino
también el origen de tradiciones jurídicas hasta hoy muy respetables como el delito político.
(…) El partido que ganaba la contienda redactaba una nueva constitución que regía hasta la
siguiente guerra. Los jefes eran amnistiados sin excepción así le hubieran mochado la cabeza

305
Crímenes Altruistas

a los peones del otro bando, “requisado” regiones enteras, decretado impuestos obligatorios
a sus contrarios, fusilado sin formula de juicio, secuestrado, o robado iglesias, y sus delitos
considerados conexos con la causa superior que era la rebelión política. El delito político era
pues una especie de cláusula de garantía para las elites guerreantes.
(…)
En 1998 –aniversario del asesinato de Gaitán– Luís Carlos Restrepo, un intelectual con éxito
editorial –un poco florido para muchos– disparó su trabuco: el origen de la violencia contem-
poránea en Colombia era la memoria de la sangre derramada. Hay que enterrar a los muertos
–afirmó– para que no continúen gobernando y montarlos en “cometas para contagiarlos de
la liviandad del viento”. La propuesta concreta era borrar a víctimas y victimarios de la
memoria colectiva, sin darse cuenta que esa elusión era precisamente una de la causas de
la mecánica bélica. Él mismo lo escribe como si estuviera hablando de los paracos de hoy:
“la violencia que vivimos es el producto de la acumulación y sedimentación de muchas
guerras inconclusas y prolongadas, que terminaron legitimando el asesinato como forma de
dirimir conflictos vecinales, políticos, económicos y hasta amorosos”. Pero no se enteró de
su contradicción. Hoy siendo Comisionado de Paz con los paramilitares, ofrece la misma
fórmula que criticó: legitimar las masacres y convertir el narcotráfico en delito conexo de
la sedición.
No es pues improvisada la receta; tiene una larga trayectoria y así mismo un límite: el delito
político será abolido de la Constitución una vez se haya firmado la paz con los paramilitares.
En otras palabras y tal como van las cosas, los guerrilleros serán considerados a partir de ese
instante delincuentes comunes y no los cobijaría el proyecto que el Congreso está a punto
de convertir en ley. ¿Borró ya el Sr. Comisionado de sus obras completas la frase en que
calificó a las FARC como “ejércitos populares”? La intención de abolir el delito político fue
formulada esta semana a media lengua por el Presidente porque supone otra nueva reforma
constitucional, que podría servir de mascarón de proa de una nueva mutilación de las liber-
tades públicas. El escenario ha sido preparado por intelectuales de alto vuelo: Monsieur
Daniel Pecaut –el investigador itinerante– viene afirmando que en Colombia no hay guerra
civil sino guerra contra los civiles; el señor Savater califica de legítimos solo los crímenes
de ETA durante la dictadura de Franco. Estas reflexiones inspiraron sin duda a José Obdulio
Gaviria a soplarle al Presidente la tesis de que los delitos políticos no tienen cabida en una
“democracia profunda” como la que será decretada en el país una vez los jefes paramilitares
de Ralito se vayan para sus haciendas a disfrutar de sus narcofortunas (…) (1).

Es interesante conocer también el alegato presentado desde un punto


de vista muy a la izquierda, en el viejo formato de análisis utilizado por el
movimiento estudiantil de los años 70s, aparecido bajo el seudónimo de Olafo
Montalbán en una dirección electrónica. De sus principales apartes tomamos
lo siguiente:
Alvaro Uribe y sus ministros se proponen abolir de la Constitución, y de la mente de la gente,
el delito político. Es la nueva jugada política macabra de la derecha colombiana.
El presidente Álvaro Uribe ha anunciado que pretende borrar de la Constitución, el delito
político. Su argumento se basa en, 1º) que en una democracia como la colombiana no debe
existir el delito político; 2º) cuando hay lucha armada, no hay delito político sino terrorismo.

306
Nota del Editor

(El Colombiano, 19 de Mayo). La estrategia consiste en anunciar la eliminación del delito


político, y preparar la “mente de los colombianos para este debate” mientras se apuran los
diálogos y acuerdos con los paramilitares. La idea consiste en otorgarles a éstos el estatus
de delincuentes políticos, para que se beneficien de las inmunidades y bondades jurídicas
plasmadas en la Constitución, como en el artículo 35, donde se dice que la extradición no se
puede aplicar en casos de delitos políticos, o el 150 donde se afirma que el Congreso puede
otorgar, por mayoría de votos, amnistía e indulto a quienes hayan cometido delitos políticos.
Es decir, el objetivo de Uribe con la nueva estrategia macabra, es hacer del lobo cordero. Al
parecer, quiere poner a prueba los brillantes consejos de algunos expertos mundiales que se
pasean por el país cobrando miles de dólares. Uno de ellos, Fernando Savater, filósofo español
de derecha, argumenta que los delitos políticos no caben en una “democracia profunda”, en
referencia, seguramente, a Europa. Democracia profunda que está imponiendo, no importa
que sea por medio del accionar asesino del paramilitarismo o el autoritarismo de la política
de “seguridad democrática”, el presidente que aspira a la reelección.
Ésta jugada política de Uribe y sus ministros busca, por un lado, ganar adeptos y votos para
la reelección presidencial. Por el otro, continuar su ofensiva mediática e ideológica de negar
que en el país hay un conflicto armado y que las guerrillas son rebeldes. Y, finalmente,
concederles estatus político a sus aliados paramilitares, los que él mismo inspiró en los 90s,
para que sean éstos los que se beneficien de una herramienta extrajurídica, histórica, como
es el delito político.
La intensión es, por medio de la propaganda mediática de los Medios de Alienación Masiva
(M.A.M), convertir en delincuentes comunes a las guerrillas (verdaderos delincuentes polí-
ticos), y en delincuentes políticos a los paramilitares (aliados del estado en la lucha contra-
insurgente). Ahora bien, miremos con menos afán los acuerdos de Ralito y la reelección
presidencial, la nueva jugada política del mejor alumno de G.W. Bush.
Introducción
El delito político está ligado al desarrollo histórico de los pueblos y sus luchas. En la mayoría
de las constituciones, desde la Revolución Francesa, ha sido consagrado. Pero toda Consti-
tución, hasta la más perfecta, es un texto que cambia(n) de acuerdo a como cambie y evolu-
cione la misma sociedad, de acuerdo a como el soberano mismo asuma (el poder) lo que es
su razón de ser. Desde el punto de vista de sus móviles, el delito político se diferencia del
delito común en que el sujeto(s) que lo lleva a cabo, está guiado por una concepción filosó-
fica nueva de la vida, del mundo y de la sociedad, distinta de la del Estado que confronta.
Y quien(es) para materializar su ideal, conseguir sus objetivos políticos, utiliza(n) métodos
que no son aceptados por quienes gobiernan. Clase, monarca, tirano o dictador. El delin-
cuente político busca, según Jiménez de Asúa (profesor de Derecho Penal y diplomático de
la República española durante la Guerra Civil) mejorar las formas políticas y las condiciones
de vida de las mayorías, por lo tanto no es un ser peligroso para la sociedad. El delincuente
político está guiado por una concepción ideológica, inspirado en principios morales, éticos
y altruistas en su meta de construir una sociedad nueva, así para ello tenga que romper con
esquemas, statu quo, a costa de ser considerado un delincuente o morir en el intento.
Desde la antigua Roma, se consideró como delito político decapitar, quemar o destruir la
estatua del emperador, irrespetar las imágenes imperiales, hasta esculpir una estatua de mayor
altura que las dedicadas al César. Al crimen de majestatis, como se le conocía, se le fueron
agregando otras formas como la sedición contra la seguridad pública, siempre y cuando se
demostrara que detrás de ésta había una intención dolosa. Carlomagno (742 – 814), el rey y

307
Crímenes Altruistas

emperador de los francos, quien durante treinta años pretendió someter a las tribus germá-
nicas de los sajones, estableció la pena de muerte contra todos los que se rebelaran contra el
emperador o contra el cristianismo. Adorar otro Dios que no fuera el cristiano y comer carne
los días de vigilia eran delitos que se castigaban con la pena capital. También las Partidas,
ofensas contra la autoridad y la persona del monarca, eran consideradas delitos políticos.
Durante la Revolución Francesa (1789), las nuevas concepciones en torno al Estado, el
Derecho y el diseño de la Nación Moderna quedan contempladas en la Declaración de los
derechos del hombre y el ciudadano, que aprobó la Asamblea nacional constituyente. La
Revolución con este texto de connotaciones históricas para los derechos de los pueblos
(tercer Estado General), abolió no sólo los privilegios del clero (primer Estado General) y
de la nobleza (segundo Estado) ligados al Antiguo Régimen feudal, sino, al mismo Estado
Monárquico Absolutista. “El Estado soy yo”, del Rey Luís XIV, pasaba así a los archivos
de la historia. Pero en él (texto), se reconoce también la igualdad de todos los ciudadanos
ante la ley y la justicia y se estableció la separación de poderes. Luego de la insurrección del
14 de Julio y la toma de La Bastilla, símbolo de opresión de los Borbones, el tercer Estado
General (pueblo) acudió a Versalles para apoyar la Asamblea y presionar la aprobación de la
que sería la primera constitución de la Revolución Francesa. Luís XVI, el último Rey de los
franceses, no tuvo más remedio que ratificarla el 5 de Octubre de 1789. No era conciente en
ese momento que estaba firmando su propia condena a la guillotina por el delito de traición.
Fue condenado a morir en ella el 21 de Enero de 1793.
La Revolución Francesa aunque no introduce cambios relevantes en la definición del delito
político (a los contrarrevolucionarios se les despojó de todo derecho, inclusive el de la
defensa y los procesos que desarrollaron para sancionar delitos políticos, se volvieron discre-
cionales, los jueces no tenían otro límite que su conciencia), establece en el segundo de los
diecisiete artículos aprobados por la Asamblea Nacional en 1789, lo siguiente:
“La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e
imprescriptibles del hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión”.
Imperialismo y resistencia armada de los pueblos
Históricamente el imperialismo ha sido y es causa, nunca efecto, de la resistencia de los
pueblos. Ésta, la resistencia de los pueblos, es siempre efecto de la razón política de aquel.
El derecho a la rebelión o resistencia contra todo tipo de opresión, ha sido y es la respuesta
única y válida de los pueblos. Está consagrada desde la Declaración de los Derechos del
Hombre y el ciudadano, Revolución Francesa, hasta la mayoría de los textos constitucionales
del mundo.
En la historia de los pueblos latinoamericanos, el imperialismo, desde el español, francés,
pasando por el inglés hasta el estadounidense, ha sido causante y agresor, impuesto una forma
de ser de la política, la economía, el derecho, la cultura y la vida de los pueblos. Él ha sido
siempre el del primer atentado… y por este solo primer atentado, la culpa de los crímenes y
las desgracias que han seguido, debe recaer sobre los primeros infractores. “Manifiesto a las
naciones del mundo sobre la guerra a muerte” S. Bolívar. Febrero 24 de 1814
Después de los tres siglos de la ilegítima usurpación que ejerció España sobre las colonias
latinoamericanas, desde los primeros días del siglo XIX con la presencia expansiva e impo-
sitiva del coloso del norte, ha corrido ya un siglo de ilegítima usurpación ejercida por el
imperialismo estadounidense. Una suma simple. Cuatro siglos atentando contra la soberanía

308
Nota del Editor

nacional y autodeterminación de los pueblos que han querido serlo, pero no podido ser aún.
Por eso los pueblos se afanan hoy en conquistar la segunda y definitiva independencia. En
esa lucha, por ese magno objetivo están los pueblos del continente hoy. Unos más avezados
que otros, marchan, lento pero seguro, hacia allá.
Delito político y resistencia (armada)
En Colombia la derecha trasnochada, a contra pelo de la tendencia democrática y de izquierda
que recorre el continente –desde Argentina, Uruguay, pasando por Bolivia y Ecuador, donde
los movimientos campesino e indígena junto a obreros y estudiantes empiezan a decidir quién
y para qué se gobierna, hasta Venezuela, donde el pueblo vive y participa del avance demo-
crático, la recuperación de la soberanía, pasando de ser un pueblo pasivo e invisivilizado
por décadas, a ser el protagonista y sujeto central de la revolución que adelanta el gobierno
Bolivariano de Hugo Chávez– quiere acabar de imponer el modelo de estado, economía y
justicia que a través de una avasalladora campaña ideológica terminaron imponiendo dos
sabuesos de la derecha mundial: Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los 80s. La llamada
“seguridad democrática”, Plan Patriota, lucha antiterrorista del gobierno actual, no es más
que la continuidad de aquella tendencia reaccionaria mundial. Esa corriente de pensamiento
ha adquirido nuevos ribetes durante la presidencia de GW Bush. Los ataques del 11-S, sin
lugar a dudas, le dieron el mejor pretexto a la derecha mundial para dar un nuevo impulso
a su campaña de expansión imperialista por el globo. Sin embargo, lo que pretende ahora
la derecha anacrónica colombiana, es borrar o sacar de la constitución el delito político,
queriendo darle continuación a la tendencia derechista global, que en Colombia tiene un
defensor a ultranza: Álvaro Uribe y su séquito de títeres.
Delito político, constituyentes y guerras civiles en Colombia
La historia de Colombia, como historia de luchas de clases, en la mayoría de los casos se
ha desenvuelto a través de guerras civiles. Esto no significa para nada que hayamos estado
viviendo bajo un designio maléfico. Tampoco es una condición propia de “nuestra raza”,
como muchas veces han pretendido enseñarlo algunos.
Los referendos, asambleas constituyentes y plebiscitos han sido a lo largo de la historia
colombiana, herramientas políticas utilizadas por la oligarquía cada vez que las condiciones
socioeconómicas y políticas exigían cambios en las estructuras jurídicas y políticas de la
naciente república. La utilización de dichos instrumentos políticos, ha servido para la legiti-
mación del poder político; imponer una reforma constitucional; decretar la muerte de la ante-
rior como la constitución centralista que impuso Rafael Núñez en 1.886 contra la federalista
(Rionegro 1.863); declarar la muerte política de la oposición; restablecer consensos en la
clase dominante para el ejercicio del poder (Frente Nacional) como fue el caso del plebiscito
de 1.957 luego de la guerra civil, llamada “Violencia” (1.948 - 1.964) tras el asesinato el 9
de abril de 1.948 de Jorge Eliécer Agitan; o para buscar la “paz” y democratización de la
sociedad (Constitución 1991); y finalmente, para cumplir los acuerdos adquiridos con el
imperialismo Norteamericano en la guerra “antiterrorista”, las imposiciones fondo moneta-
ristas y el Plan Colombia (hoy llamado Plan Patriota). Todo lo cual, tiene como telón de fondo
la lucha por el poder político y económico. La lucha entre intereses de clase antagónicos, nos
ha llevado a que la guerra civil, a falta de acuerdos políticos, consensos y establecimiento
de un estado (democrático) social de derecho, haya sido uno de los principales medios para
obtenerlo. Guerras civiles que han cortado como bisturí en lo profundo del tejido social a lo
largo de la historia republicana, causado horrendas tragedias y continuos baños de sangre en
el pueblo colombiano, y que parece que acechara generación tras generación.

309
Crímenes Altruistas

La Asamblea Nacional Constituyente del 91: avances democráticos


Teniendo en cuenta el carácter excluyente del plebiscito del 57, por el cual solo liberales y
conservadores usufructúan el poder económico y político, durante los años 60s las luchas de
los campesinos por la tierra, el surgimiento de fuertes movimientos estudiantiles y obreros
se extiende por el campo y las ciudades haciendo que la lucha revolucionaria por el poder
se incrementara. Buscaban romper la hegemonía del bloque dominante en el poder. En esta
coyuntura la Revolución cubana y las luchas populares en el continente tuvieron una gran
influencia para que surgieran organizaciones revolucionarias armadas en Colombia.
Tras décadas de lucha, y dentro del contexto del avance de la corriente de derecha que
anunció el fin de la Guerra Fría, de la “historia” y de las ideologías, unos grupos aceptan
dialogar con representantes de la burguesía en los 80s. Surgieron así, por acuerdo político,
los diálogos de “paz” en 1984 entre la insurgencia y Belisario Betancurt que dieron origen a
movimientos políticos de oposición como la Unión Patriótica, el Frente Popular y A Luchar.
A mediados de la década del 80, los movimientos y partidos revolucionarios lanzaron la
propuesta de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de establecer una
verdadera apertura democrática que le permitiera a la oposición armada participar en la lucha
por el poder político por canales legales y constitucionales. Propuesta que lanzó el Frente
Popular a través de su vocero Oscar William Calvo, asesinado en noviembre de 1.985 por
agentes del gobierno. Movimientos políticos que fueron completamente exterminados, sus
dirigentes liquidados y la mayoría de sus miembros asesinados en una modalidad muy cono-
cida en Colombia, como fue la guerra sucia. Utilizando asesinos a sueldo (sicarios) para que
mataran opositores políticos. Para citar un ejemplo, a la Unión Patriótica le asesinaron más
de 4.000 de sus miembros. Un genocidio político, como muchos lo han llamado. Así se frus-
traba otro intento por una verdadera salida negociada al largo conflicto que vive el país.
Pero el M-19, el EPL y otros grupos pequeños llegan a acuerdos de desmovilización y aban-
dono de la lucha armada a cambio de una amnistía para los combatientes, la reinserción a
la vida pública y la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente (1991) amplia,
democrática y representativa. Quienes participaron como delegados ante ésta, la concibieron
como un espacio de debate democrático que sacaría al país de la profunda crisis social y
enfrentamiento armado en que se encontraba. Bajo estas circunstancias, surgía la Nueva
Constitución del 91. Otras organizaciones revolucionarias armadas como las FARC y el
ELN, la consideraron excluyente al dejar por fuera fuerzas políticas y organizaciones mili-
tares que han sido actores fundamentales en la lucha por el poder, y por tanto se abstuvieron
de participar en esta constituyente. Pues la consideraron como un nuevo engaño y farsa de
la burguesía colombiana que ahora encontraba aliados en un par de organizaciones (M-19 y
EPL) que abandonaron no solo la lucha armada sino la lucha revolucionaria y fueron coop-
tados por la burguesía. El caso del EPL (Esperanza Paz y Libertad) ilustra bien lo que pasó
con esta constituyente. En lugar de esperanza, desilusión, en lugar de paz, el país continúa
en guerra, y en lugar de libertad, existe hoy un régimen autoritario que solo ve en la guerra
la solución. En resumen podría decirse que la Nueva Constitución que se aprueba en el 91,
en teoría, es democrática. Y esos avances democráticos, como el delito político, el derecho
de los pueblos a la resistencia, el reconocimiento del conflicto armado y al opositor polí-
tico, condiciones básicas para buscarle una salida política negociada al conflicto, los quiere
también eliminar de la carta constitucional y de la mente del público, Álvaro Uribe. Es la
nueva jugada macabra de éste gobierno que hay que impedir. Y lo podríamos evitar, los
colombianos, cuando en las próximas elecciones nos abstengamos de votar un presidente
que nos acerca, cada vez más, a los brazos de una nueva guerra civil. (2).

310
Nota del Editor

El ex magistrado y dirigente de la izquierda, Carlos Gaviria Díaz, de quien


hemos recogido en esta antología su salvamento de voto ante la Sentencia
C456 de 1997 de la Corte Constitucional, produjo en fecha reciente un artículo
que recoge el mismo espíritu de aquel documento, al que añade sin embargo
nuevos argumentos de coyuntura, a propósito de la polémica suscitada por la
Ley de Justicia y Paz. Fue publicado en el diario El Tiempo de 18 de agosto de
2007 bajo el título “Una contradicción oficial”, y este es su texto:
El tratamiento más benigno del delito político, en contraste con el delito común, es corolario
de la filosofía liberal que reconoce el derecho a disentir pero reprocha el uso de las armas
como un medio ilegítimo para ejercerlo.
Esa tradición occidental, que tiene en la revolución francesa un hito inocultable, contra-
dijo la mentalidad prevalente hasta entonces, defensora del derecho divino de los reyes y
aun de la naturaleza divina de los gobernantes, que juzgaba el atentar contra lo que ellos
encarnaban el más grave hecho pensable. El crimen majestatis (crimen de lesa majestad)
fue su producto inevadible.
Esa impecable línea doctrinaria fue recogida por el constitucionalismo colombiano y
respetada aun por las constituciones de cuño conservador, como la de 1886, que al reim-
plantar la pena de muerte, abolida en la de 1863, excluyó de ese castigo a los responsables
de delitos políticos. Con el proceso de sacralización de la democracia que vienen predi-
cando e imponiendo Europa y Estados Unidos, la supresión de esa categoría de delitos se
ha convertido en doctrina que recogen sin crítica ni pudor quienes desde este mundo (¿el
tercero?) al que pertenece nuestro país, proclaman que vivimos en una democracia cabal
y que pretender cambiar (por la vía armada) este estado de cosas equivale a desconocer el
contrato social (¡) que hemos suscrito (¡ah!, la utilidad pragmática de las ficciones), y que
esa transgresión merece el más drástico reproche por parte de la ley penal.
No deja de sorprender que el reclamo de un mayor castigo para los delitos políticos recu-
pere -desde luego, sin confesarlo- la tesis autoritaria y regresiva derivada de la ‘naturaleza
divina del gobernante’ y el derecho divino de los reyes. Este nuevo modo de pensar, que
desde luego no es invención de Uribe, viene abriéndose paso en la práctica ‘legislativa’ y en
la jurisprudencia de nuestro país, amparada por formas de pensamiento que germinaron en
‘otro mundo’ (¿el primero?) y se trasplantaron aquí sin reserva. Dos jalones, entre muchos,
ilustran lo dicho: el decreto extraordinario 1923 de 1978, tristemente recordado como Esta-
tuto de Seguridad, y la sentencia C456 de 1997 de la Corte Constitucional, de la que disentí
en la compañía grata y honrosa de Alejandro Martínez Caballero. En el primero, la pena para
el delito de rebelión, que era de 6 meses a 4 años de prisión, se cambió en presidio de 4 a 14
años, igualándola a la que existía para el delito de homicidio. Y en la segunda se abolió la
conexidad del delito político con el homicidio y las lesiones producidas en combate, que en
adelante se penalizarían como delitos autónomos (el terrorismo y los delitos atroces, incluido
el secuestro, han sido siempre excluidos de la conexidad).
El actual gobierno ha sido abanderado, por labios del Presidente y algunos de sus más
sobresalientes voceros, de la tesis que propugna la abolición del delito político como cate-
goría penal acreedora de tratamiento más benigno, pues así lo exigen la práctica y la teoría
democrática. Hasta allí nada grave que objetar. Solo que hay quienes, con razones, discre-
pamos de tal tesis: al fin y al cabo, se trata de una postura de filosofía política y de política

311
Crímenes Altruistas

criminal. Pero hay algo que sí es grave y preocupante: cuando en un debate el interlocutor,
despreciando las leyes de la lógica, incurre en contradicción mayúscula, su discurso queda
deslegitimado.
Juzguen los lectores. Según el discurso oficial, el delito político, por las ventajas que
comporta, debe desaparecer de una democracia como la nuestra. Pero hay que enrevesarlo,
preservando sus beneficios, para imputárselo a quienes no lo han cometido: los que se alzaron
en armas, no para cambiar el régimen constitucional (que en eso consiste el delito político en
su forma más característica), sino para defenderlo, a ciencia y paciencia de los gobernantes
de turno o hasta convocados por ellos.
En el fondo, el mensaje implícito es preocupante: defender un gobierno como el actual
(transgresor habilidoso de la Carta) debería ser delictuoso. Pero si se hace (además) por
medios criminales atroces, merece el reconocimiento de beneficios.

En la clasificación “debates de coyuntura” podríamos colocar los artículos


del ex procurador Alfonso Gómez Méndez, quien a las invocaciones histó-
ricas y sociológicas agrega razones exacerbadas por la ley que hizo posible el
desmonte del paramilitarismo. Adjuntamos a continuación un primer artículo
de su autoría, publicado en El Tiempo del 4 de abril de 2005, bajo el título
“Entre el delito político y la criminalidad común”.
A nadie se le hubiese ocurrido hace unos años darle el alcance de político a el asesinato de
civiles indefensos o a las masacres.
Desde que se inició este atípico como extraño proceso de paz con los paramilitares, se ha visto
una tendencia a hacer desaparecer las fronteras entre la delincuencia política y la crimina-
lidad común. Primero fue el propio Congreso, que por iniciativa del actual Gobierno eliminó
una necesaria condición que exigía la Ley 418 de 1997, en el sentido de que el Estado no
podía entrar en conversaciones con grupos armados ilegales si previamente no se les había
reconocido el carácter político. En intervenciones públicas, y en una reciente columna publi-
cada en este diario, el alto comisionado para la paz ha sostenido que la tendencia moderna en
el derecho penal es variar la connotación del delito político.
Tal vez el “salto de garrocha” más grande está a punto de darlo el Congreso al convertir
delitos como el concierto para delinquir, la conformación de grupos de sicarios o de justicia
privada, como los llamaba el decreto de Barco y Serpa, en un delito de “sedición”, típico
delito por excelencia que se presenta cuando un grupo se alza en armas para “impedir el
funcionamiento del régimen constitucional o legal vigentes”, según la definición del artículo
468 del Código Penal.
En todas las Constituciones colombianas –para no hablar de las de todos los países se hace
la distinción entre quienes transgreden la ley motivados por ideas políticas sobre el Estado
–así sean equivocadas– y quienes lo hacen por razones diferentes, incluidas las del lucro
personal, como puede ser, entre otras, el apoderarse de más de cuatro millones de hectáreas
de tierras mediante el despojo de campesinos y hacendados a través de la intimidación.
Por eso, los delitos políticos siempre han sido los de rebelión o sedición, definidos como
el alzamiento en armas para cambiar un sistema político y jurídico. A nadie se le hubiese

312
Nota del Editor

ocurrido hace unos años darles el alcance de político al asesinato de civiles indefensos (como
se está demostrando dramáticamente con el descubrimiento de las fosas en uno de los depar-
tamentos de influencia de un líder paramilitar en plan de negociación con el Gobierno), a las
masacres –como la de Mapiripán– cometidas muchas veces con el concurso activo o pasivo
de la Fuerza Pública, o al desplazamiento forzado de campesinos.
En ninguna de estas situaciones se estaba combatiendo al Estado para plantear un régimen
político distinto. No es una lucha como lo fue en el pasado, por ejemplo entre capitalismo y
socialismo. Se alega que estos grupos actuaban en ausencia de la acción estatal. Pero es que
el Estado no puede tolerar que se le reemplace con la utilización de métodos vedados. Se
dice, igualmente, que ellos han adelantado una “guerra antisubversiva”, por cuanto estaban
combatiendo contra la guerrilla. Pero no hay un solo proceso por enfrentamiento entre los
paramilitares y la guerrilla. Ni sus víctimas han sido guerrilleros armados.
Más extravagante es la idea de considerar el narcotráfico delito conexo con el político. No
solamente lo prohíbe la convención de Viena contra el tráfico de estupefacientes, como lo ha
recordado el ex vicepresidente Humberto de la Calle, sino la legislación interna (Ley 40 de
1993), jalonada en su momento por el actual Vicepresidente.
Precisamente porque no se estaba pensando en vulgares criminales que usan las motosierras
contra sus víctimas, la Constitución autoriza la amnistía y el indulto, siempre, de manera
exclusiva, para “delitos políticos”. Y por esa misma razón, en relación con ellos, el artículo
35 de la Constitución prohíbe su extradición. Y por esa causa, así como quienes hayan sido
condenados por delitos comunes no pueden ser elegidos congresistas, alcaldes, gobernadores
o Presidente, sí pueden serlo quienes lo hayan sido exclusivamente por delitos políticos.
Es toda esa confusión entre narcotráfico, paramilitarismo y política, que además ha quedado
al descubierto en la reveladora entrevista del ex presidente López con Yamid Amat.
Pero se quieren borrar las fronteras entre delito común y delito político. Así como parecería
que se quieren suprimir las fronteras entre los poderes. Es inquietante que un Fiscal le pida
permiso al Presidente para poder entrevistar a uno de los comandantes de Ralito, al parecer
testigo clave para el esclarecimiento del crimen del parlamentario uribista Óscar González.
El señor Duque, o ‘comandante Báez’ como se hace llamar, puede él sí trasladarse a su
pueblo natal para resolver problemas políticos, pero no a la Fiscalía en Bogotá a declarar
en un proceso penal, y se requiere entonces que sea la comisión de fiscales la que tenga que
trasladarse –previo permiso presidencial– al santuario de Ralito con el mismo fin. ¿Hacia
dónde vamos?

Un segundo artículo del ex procurador Alfonso Gómez Méndez, “La


nueva versión de la arternatividad penal: ¿impunidad para la paz?”, contiene
mayor abundancia de dilemas y prevenciones en cuanto a los posibles resul-
tados del proceso de paz abierto con los paramilitares a través de la ley de
Justicia y Paz. Su texto incluye lo siguiente:
Muchas veces en Colombia se ha planteado el dilema entre justicia y paz. En ocasiones se
ha dado la sensación de que para conseguir la paz es necesario sacrificar la justicia. Podría
decirse que la tendencia al olvido hace que este sea un país con amnistías permanentes
y guerras sin concluir. La falta de memoria histórica, parecería ser uno nuestros males

313
Crímenes Altruistas

crónicos, al lado de la pobreza y la desigualdad social. Esa falta de memoria histórica se


refleja aun en nuestras manifestaciones culturales. Nadie entiende, por ejemplo, que con
muy pocas excepciones no existan novelas, obras pictóricas o expresiones en el cine, de
hechos tan desgarradores en nuestra historia como la separación de Panamá, la guerra de los
mil días, el asesinato de Agitan, o los mas recientes propiciados por el narcoterrorismo en
la década del ochenta. Las nuevas generaciones son las principales víctimas de esa falta de
memoria histórica. No es extraño oírles a los jóvenes, por ejemplo, que están muy contentos
con el presidente Uribe porque representa la clase política no contaminada. Desconocen
que hizo parte, por ejemplo, de los gobiernos de Turbay y Betancur, como director de la
Aeronáutica Civil o como Alcalde de Medellín. Ignoran que fue todo el tiempo dirigente
en Antioquia de eso que ahora se llama con injusto aire despectivo el “oficialismo liberal”.
No saben que fue uno de los líderes del movimiento samperista en Antioquia, ni que en
1998, vino a apoyar la candidatura de Horacio Serpa. No recuerdan que casi se va a los
puños con su entonces contrincante en Antioquia, Fabio Valencia Cossio, su actual emba-
jador en Roma e impulsor apasionado de su aventura reeleccionista.
También se han tragado el cuento de Fabio Echeverri de que, antes de Uribe, Colombia no
tuvo gobernantes, dejando de lado a Bolívar, Santander, Murillo Toro, López Pumarejo,
los dos Lleras, López Michelsen, entre otros.
Esta tendencia al olvido, se nota ahora, en la tolerancia que se percibe en la sociedad, la
clase política y el parlamento, a propósito de los crímenes cometidos por los paramilitares.
Sigue en el Congreso la “papa caliente” del mal llamado Proyecto de Alternatividad Penal,
encaminado a buscarle una salida jurídica, en teoría, a todos los grupos alzados en armas.
La verdad es que por ahora, los únicos que están en conversaciones con el gobierno son
los integrantes de las autodefensas. El Presidente Uribe llegó al poder con la promesa de
acabar con la guerrilla, y nadie concibe un proceso de paz con este grupo armado durante
su mandato. Inicialmente se tramitó un proyecto en la legislatura pasada que implicaba
perdón y olvido absoluto, incluso para los llamados delitos atroces. La comunidad inter-
nacional prendió el bombillo de alerta por la forma ligera como el proyecto guberna-
mental pretendía tender un manto de perdón –pero sobre todo de olvido– sobre los hechos
criminales cometidos por una de las más tenebrosas organizaciones delincuenciales en los
últimos años en Colombia. En esta materia, el Gobierno encontró una reacción, con la que
probablemente no contaba. Hasta uno de sus más cercanos colaboradores en el Congreso,
el Senador Rafael Pardo, se opuso que se aprobara un proyecto con tan claros signos de
impunidad para crímenes atroces.
El nuevo proyecto significa, en principio un avance, pues, aunque mínimas, se establecen
ya unas penas privativas de la libertad (entre cinco y diez años) que deben cumplir de
manera efectiva quienes habiendo cometido toda clase de delitos, incluidos los de lesa
humanidad, resuelvan dejar las armas e incorporarse a la sociedad. En estos casos siempre
se plantea un dilema entre dos valores que deben conciliarse: justicia y paz. Si bien es
cierto, como lo ha recordado su eminencia el Cardenal Rubiano, que nadie deja las armas
para cumplir una pena de privación perpetua de la libertad, o ser extraditado, también lo
es que los procesos de paz sólidos no pueden construirse sobre la base de la impunidad
absoluta, particularmente en lo que tiene que ver con los delitos graves. Las sociedades
y los Estados, puestos en ese dilema, tienen que hacer ciertas concesiones, sin afectar el
valor supremo de la justicia.
En todo este proceso se han dejado de lado consideraciones que en otras épocas eran
fundamentales para la concesión de leyes de amnistía e indulto. En nuestra historia

314
Nota del Editor

jurídica, las muchas constituciones que hemos tenido han contemplado la amnistía o el
indulto para los delitos políticos y los conexos con ellos. Es verdad que en esta Ley no
se esta concediendo amnistía, pero en el fondo se llega por el camino de la no sanción
adecuada para determinados crímenes. Fue un error haber modificado la Ley 418 en
cuanto exigía la previa declaración de organización política para poder entrar en conver-
saciones con un grupo armado. Por eso hemos llegado a situaciones como las de ahora,
conforme a las cuales podrían verse beneficiados por estas excepcionales concesiones del
Estado personas acusadas y condenadas, por ejemplo, por narcotráfico. No tiene sentido
que el país haya asumido, con toda la secuencia de muertes y asesinatos, la lucha contra
el narcotráfico para que ahora reconocidos narcos puedan ser amparados con estos bene-
ficios colocándose la capucha paramilitar. No puede ignorarse el hecho de la existencia
de narco-paramilitares, así como se habla de la narcoguerrilla. No podría encontrarse
prueba mas contundente de la incoherencia del Estado colombiano, al anunciar a los
cuatro vientos su lucha contra el narcotráfico, y abrirles, por esta puerta del paramilita-
rismo un amplio espacio de impunidad.
Además, y en cuanto no se hacen excepciones, podría llegarse a situaciones absurdas como
que los autores de la masacre de Mapiripán resulten cobijados con penas de cinco años,
mientras que por ejemplo a los militares sindicados de ser sus cómplices se les condene a
una pena de cuarenta años.
Es cierto que se establece un Tribunal de Verdad, Justicia y Reparación, integrado por
magistrados designados por la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia de ternas
enviadas por el Presidente. Esta disposición implica una modificación a las normas consti-
tucionales sobre el sistema de nombramiento de jueces –por la injerencia del Presidente– y
podría tener problemas de constitucionalidad en la Corte. Además, tratándose de la verdad,
debería indagarse no solamente la procesal, sino la real, es decir, que el país sepa no sola-
mente quiénes y cuándo cometieron las masacres y asesinatos selectivos, sino quiénes
inspiraron, patrocinaron, financiaron o toleraron esos grupos que las ordenaron.
No puede repetirse aquí lo que sucedió durante el Frente Nacional, cuando se selló un
pacto de impunidad y de silencio sobre los inspiradores de la Violencia, sobre los autores
intelectuales de los macabros hechos descritos por Monseñor Guzmán, Eduardo Umaña
Luna Y Orlando Fals Borda, en su libro clásico sobre La violencia en Colombia. Colombia
tiene derecho a saber quiénes engendraron el monstruo paramilitar.
Pero ahí no paran las inconsistencias del nuevo proyecto de ley. Durante toda la campaña
del referendo se dijo –aun cuando no era necesario porque ya existía norma constitu-
cional– que se debía expedir por la vía popular una disposición que prohibiera a los conde-
nados por delitos intencionales volver a ocupar cargos en el sector público, ser contra-
tistas, o elegidos a las corporaciones públicas. Fue lo que se llamó la “muerte política a los
corruptos”, por cierto, la única pregunta del referendo que fue aprobada. Ahora resulta, que
en la nueva propuesta se establece esa inhabilidad, pero solo por el término de cinco años.
Hoy en día, una persona condenada por cualquier delito doloso (el robo de una gallina
como podría ser el caso del concejal lustrabotas de Bogotá), no puede volver a desempeñar
jamás un cargo público. Con la norma que ahora se propone para conseguir la paz, los
autores de masacres como las de Segovia, Trujillo, el Chengue o Mapiripán, podrían ser
condenados a cinco años de cárcel, y pasado este tiempo, pueden ser nombrados en cargos
públicos como por ejemplo el de Directores del Instituto de Bienestar Familiar o Ministros
de Justicia o de Defensa Nacional. ¿Se tragarán, el Congreso, la sociedad colombiana y la
comunidad internacional estos sapos tan grandes? (3).

315
Crímenes Altruistas

El ex ministro Rafael Pardo Rueda también sumó el filo de su espada a


la controversia a través de su artículo “¿Hay o no conflicto armado interno?
Consecuencias inesperadas”, colocado el 14 de marzo de 2005 en fuente elec-
trónica. Estas son las consideraciones esgrimidas por él:
“El gobierno nacional viene haciendo un esfuerzo por todos lados para mostrar, decir y
repetir que en Colombia no hay conflicto sino que lo que vivimos es una amenaza terro-
rista. Con este esfuerzo el gobierno sin duda quiere decir que no vivimos una guerra civil.
Eso es cierto. Una guerra civil se define porque en ella sectores significativos de la pobla-
ción se enfrentan directamente o a través de aparatos armados. En Colombia ni las guerri-
llas ni los paramilitares representan, ni etnias, ni regiones, ni sectores de la sociedad. Sin
embargo la realidad colombiana, aunque no vive una guerra civil, si tiene en desarrollo un
conflicto armado interno. Reconocer esta realidad no implica reconocer ni beligerancia, ni
estatus político a quienes hacen parte de este conflicto. Dice también que hay una amenaza
terrorista. Eso es cierto, pero tampoco por ello hay que desconocer que existe un conflicto.
Claro que los grupos armados ilegales que actúan en nuestro país usan y recurren día por
día al terrorismo. Pero esto tampoco excluye el conflicto.
Pero más que argumentar que tenemos conflicto en nuestro país, lo que es más que
evidente, lo que quisiera es mostrar los efectos que tendría desconocer su existencia. La
primera consecuencia es que si no hay conflicto pues no habría la aplicación de las normas
que protegen a los civiles. Las normas del derecho de gentes por ejemplo. Pero el gobierno
ha sido claro en que no quiere sustraerse de estas normas. Sin embargo insistir en que no
hay conflicto armado tiene consecuencias jurídicas hasta ahora imprevistas. La definición
de los delitos en el código penal parte de una discriminación entre aquellos delitos que
están relacionados con la existencia de un conflicto interno y aquellos que no lo están. El
delito de provocar desplazamiento de personas, por ejemplo, si esta conducta delictiva es
parte de la acción de un grupo que hace parte del conflicto, tiene una pena entre 10 y 20
años. Pero si este delito es provocado por un grupo que no haga parte del conflicto, en este
caso la pena esta determinada entre 6 y 12 años. Así en muchos delitos cuya pena es mucho
más alta si el delito se comete en desarrollo del conflicto interno en comparación a si es
cometido por fuera del conflicto armado.
Más aún. Todo el capitulo del código penal que se refiere a las graves violaciones al
Derecho Internacional Humanitario establece estos delitos como cometidos en relación
con el conflicto. Otra perla. El homicidio que si es cometido en persona protegida por
el DIH, que opera solo en el contexto de conflicto, tiene penas entre 30 y 40 años pero
si es cometido fuera de este pues se penaliza entre 13 y 25 años. Si se niega el conflicto
quedaría delitos sin penalizar pues solo existen en el código en la medida en que haya
conflicto. Por ejemplo actos de terrorismo o barbarie son delitos que solo existen en la
medida en que se den entre un conflicto.
El asunto no es solo semántico e insistir, sin base, en que no existe el conflicto interno puede
traer consecuencias indeseadas como que las penas para los miembros de los grupos armados
sean la mitad de lo que serían si la discusión semántica que impulsa el gobierno tiene éxito.
Negar la realidad puede entonces tener consecuencias peores que reconocerla.”

Numerosos periodistas de profesión han dedicado también sendas


columnas al debate sobre delito político. Entre ellas merecen reseñarse María

316
Nota del Editor

Elvira Samper con “O todos en la cama...”, publicado en la Revista Cambio


el 22 de mayo de 2005. La articulista María Jimena Duzán nos regaló “Uribe
modelo 2005” en El Tiempo un día después de su colega. Son sus argumentos
los que transcribimos a continuación:
Y yo que pensé que a nuestro Presidente-candidato sólo le asistía el complejo de Adán:
aquel que se obtiene cuando se cae en la pretensión de que el mundo empieza a partir de su
aparición providencial. Ustedes ya saben: él es el único capaz de acabar con el terrorismo,
con la corrupción, con la politiquería. Así ganó las elecciones, convenciendo al país de
que él era el Mesías.
Sin embargo, en la medida en que el Presidente-candidato va tomando forma, es evidente
que, además del complejo de Adán, a nuestro Presidente-candidato le ha dado por desafiar
la cruda y evidente realidad, anteponiendo a ella sofismas de distracción que nos incitan a
poner en tela de juicio verdades del tamaño de una catedral.
Es un hecho que para ser un uribista integral modelo 2005 se requiere, por sobre todo, ser
débil mental: no sólo hay que negar la existencia de un conflicto armado de por sí toda una
proeza teniendo en cuenta que hay que hacerlo en medio de magnicidios no resueltos, de
denuncias que hablan de relaciones entre la clase política uribista y las masacres perpe-
tradas por los ‘paras’ ino que toca incurrir en una abierta contradicción sobre el entendido
de que el uribismo, más que coherencia, exige de sus cuadros acatamiento y docilidad, dos
cosas que se necesitan para pedir sin sonrojarse la abolición del delito político, mientras
que simultáneamente se aboga para darles estatus político a los narcos y a los ‘paras’ que
están sentados incumpliendo el acuerdo del cese del fuego en Ralito.
Por si esto fuera poco, todos los uribistas, sin excepción, tendrán que recibir sin beneficio
de inventario las cifras que sobre la gestión presidencial se dan desde el Olimpo. Más aun
si no cuadran, como sucede con el número de paramilitares capturados y dados de baja,
que según el Gobierno es de 10.000 y de cerca de 2.000, respectivamente, durante lo que
va de su administración.
De ser ciertas estas cifras, sumados los 4.000 ya desmovilizados, no habría para qué
ponerse en el pereque de sacar la ley de justicia y paz porque el gobierno de Uribe habría
acabado hace rato con el paramilitarismo en el país el Comisionado hablaba de 14.000
hombres armados antes del proceso de Ralito.
Es claro que todos los que no se acojan a estos sofismas e insistan, por ejemplo, en que hay
paramilitares haciendo proselitismo armado a favor de la reelección presidencial, serán
considerados antiuribistas y, por ende, pasarán a la lista negra de colombianos que no le
hacen bien al país calumniando al Presidente-candidato, como lo dijo ante la CNN.
Al final, el resultado de este Uribe de hoy es el de un hombre más dogmático, más de
derecha, más autoritario que el que conocimos al llegar al poder; este Uribe ya no habla de
la lucha contra la corrupción ni la politiquería, ni de acabar con la pobreza.
El de ahora es un experto en lanzar cortinas de humo, elaboradas por su sanedrín de inte-
lectuales comandado por José Obdulio Gaviria, y en las que se lanzan sofismas que si bien
poco le dicen al desempleado, al desplazado, al que sigue siendo víctima del conflicto que
desde Palacio se quiere negar, sí enfrascan a sus críticos en discusiones bizantinas que les
restan tiempo y energía para tocar los temas reales.

317
Crímenes Altruistas

El error de Uribe lo siento, pero hay muchos colombianos que creemos que el Presidente-
candidato no es infalible es creer que la fuerza de la retórica puede más que la cruda
realidad. Y que por suprimir de los documentos públicos la palabra “conflicto”, como ya
ha sucedido, automáticamente este va a desaparecer de la realidad colombiana.
O que si se acaba con la figura del delito político, como propone el Gobierno, de un
plumazo se van a borrar las imperfecciones de nuestra de por sí famélica democracia. O
que si sube de tono sus discursos nos vamos a olvidar de los nexos estrechos entre él y
el controvertido Alberto Santofimio, uno de los políticos que más cerca estuvo de Pablo
Escobar. No se puede tapar el sol con las manos. Ni siquiera Uribe puede.

El parlamentario y ex constituyente Camilo González Posso ha tomado


parte en el debate publicando el pasado 6 de septiembre de 2006 su mediana
catilinaria “Uribe y la sedición de los narcoparas”, brindada en fuente electró-
nica. De ese lugar reproducimos los siguientes párrafos:
La Corte Constitucional tumbó la calificación de delito político a las actividades de los para-
militares al declarar inexequible por vicios de  forma, el articulo 70 de la ley 975 de 2005 que
incluía la formación de grupos irregulares de autodefensa como sedición. Ahora, con los anun-
ciados decretos, el Presidente de la República, decide reglamentar otra ley, la 782 de 2002, para
volver a darles el carácter de sediciosos a los grupos de autodefensa que en virtud del “control
territorial y la realización de operaciones militares bajo la dirección de un mando responsable
(…), atentan contra el orden institucional propio del Estado Social de Derecho... ”
La decisión de la Corte fue aplaudida en su momento por quienes argumentamos que la
esencia de los paras ha sido la defensa de negocios privados, legales o ilegales. Existen
evidencias de que casi todos los que comenzaron como contraguerrilla rápidamente se
aliaron con narcotraficantes y dedicaron sus mayores esfuerzos a esa actividad, a la extorsión
mafiosa urbana y rural a cambio de protección, apropiación violenta de tierras y de rentas del
Estado infiltrando entidades. Otros simplemente encontraron que su propósito narco  mejo-
raba condiciones en la alianza y simbiosis con los paras, comprando franquicia de narcopara
y entrando en las redes de complicidad con efectivos clave de la fuerza pública, el DAS y de
otros organismos estatales o de gobierno.
Después de que la triple alianza ganó la guerra de Urabá y Córdoba, la contrainsurgencia
pasó a ser un aspecto secundario del paramilitarismo. En algunas regiones nortesantande-
reanas o del pacifico sur, se llegó a entendimientos guerrilla-narcoparas de reparto territorial,
cuidado de cultivos y hasta producción de cocaína. Han abundado las crónicas periodísticas
sobre este tema y sobre el uso de rutas comunes cuando se llega a la frontera.
Esas discusiones y elucubraciones sobre el carácter de los paras, los puros paras o puros narcos
han llevado a la aceptación general del carácter estructural del vinculo entre la actividad de
autodefensa y la del narcotráfico. La exclusión del delito de narcotráfico de la ley 975 de 2005
ha llegado a ser rechazada por el propio Fiscal General: eso, ha dicho el Fiscal,  sería volver
completamente inoperante la alternatividad penal porque todos han narcotraficado.
Pero seguir este razonamiento cercano a la verdad que los define esencialmente como
narcos, significaría asumir un esquema de  sometimiento a la justicia de grupos armados de
negocios ilegales en lugar de otro revestido de negociación de paz. En la opción de someti-

318
Nota del Editor

miento sería posible encontrar beneficios penales por colaboración con la justicia mediante
el desmonte de los grupos y de sus negocios, (recuérdese caso Carranza). Incluso son imagi-
nables sanciones menores y excarcelables a quienes solo estén acusados de porte ilegal de
armas y asociación para delinquir en tanto delitos comunes. Sin la figura de la Sedición este
tendría que ser el camino para mantener la alternatividad penal o beneficios equivalentes a
los  paras desmovilizados. El tema de la extradición sería manejado en forma similar a la
actual, a discreción del Presidente y con el compromiso de no autorizarla a quienes cumplan
los compromisos y el itinerario judicial.
¿Por qué el gobierno prefiere volver por el camino del reconocimiento político, contradi-
ciendo incluso el sentido de la ley 782 de 2002 que eliminó ese aspecto vigente con su
antecesora la ley 418 de 1997?
En primer lugar, parece que el gobierno honra un compromiso en esta materia que ha sido
reclamado por los jefes paras desde su declaración inicial sobre cese de hostilidades y forma-
ción de la mesa unificada: Darles tratamiento político y permitirles en breve ejercer los
derechos ciudadanos sin las inhabilidades que se derivan de condenas por narcotráfico o
delito común. El articulo 179 de la Constitución Política dice que no podrán ser Senadores ni
Representantes “quienes hayan sido condenados en cualquier época por sentencia judicial, a
pena privativa de la libertad, excepto por delitos políticos o culposos”. La misma inhabilidad
se aplica para la Presidencia de la República, Ministros, Magistrados y otros cargos.
En segundo lugar, como lo regula el articulo 2 del decreto en cuestión, se requiere la calificación
de Sedición para la concesión del indulto o amnistía a los desmovilizados que han sido acusados
de “integración de un grupo armado al margen de la ley” y se consideran en este proceso con
los paras y narcoparas, ajenos a conductas conexas “constitutivas de actos atroces de ferocidad
o barbarie, terrorismo, secuestro, genocidio, homicidio cometido fuera de combate o colocando
a la víctima en estado de indefensión”. Con el decreto se busca entonces darle “seguridad jurí-
dica” a la suspensión del proceso y trámite definitivo del indulto o de la amnistía impropia a más
de 28.000 que el gobierno acepta como ajenos a los hechos atroces del paramilitarismo.
En tercer lugar, se subsume el delito de narcotráfico en el de formación ilegal de autodefensa,
y de esta manera se reintroduce la figura de la conexidad con delito político y al final de
cosa juzgada. Aunque se sabe que es una definición contraria a Convenios Internacionales
y al tratado de extradición con los Estados, el tratamiento político a los narcoparas se acoge
con la creencia de que puede disminuir presiones y darle mejor presentación al proceso ante
la opinión nacional e internacional. En todo caso, demandas y contrademandas tendrán que
esperar hasta 4 años en las cortes y entre tanto habrá  corrido mucho bajo los puentes.
El gobierno optó por reintroducir la sedición y solo esa determinación significa enormes
beneficios para los desmovilizados. No es extraño a esta altura del partido que no se le
ocurriera reclamar a cambio mayor rigor en los compromisos de verdad y reparación. Los
indultados y amnistiados no tendrán que entregar información eficaz para desmantelar estruc-
turas ilegales de negocios o seguridad mafiosa, tampoco es imperativo que colaboren con la
ubicación de fosas comunes, ni con la suerte de los desaparecidos cuya autoría se atribuye a
los paras. Todo es gratis pues al fin de cuentas se supone que andaban uniformados, armados
y a sueldo, solo paseando por los alrededores.
Y en lo que toca con jefes y mandos medios, no está en los cálculos del gobierno ponerle
trabas a la transmutación de la desmovilizada estructura militar en poder político suficiente
para continuar como fuerza importante en las regiones donde han operado, en lo que llaman
“nuestros territorios”.(4)

319
Crímenes Altruistas

No resulta completo el cuadro de las voces discordantes si dejan de tenerse


en cuenta nombres como Carlos F. Galán: “¿Desaparece el delito político?”;
Ramiro Bejarano: “Los incomprendidos”; Héctor Rincón: “De la vida real”;
José Emilio Archila: “Pero, ¿qué pasó, señor presidente?”, El País, mayo 28
de 2005; y Jaime Fajardo: “Delito político, ¿al banquillo?”, El Mundo, mayo
27 de 2005. Repasadas estas fuentes y consultadas por el lector, podrá tener un
bosquejo aproximado del variopinto clamor levantado en contra de la inicia-
tiva de abolir el delito político en Colombia.
Quisimos reservar el último espacio de esta miscelánea al politólogo
Alfredo Rangel Suárez, director de la Fundación Seguridad y Democracia,
autor si se quiere de una posición más ecléctica y equilibrada, y en visible
evolución a lo largo de la controversia. Al respecto, nos permitimos citar el
texto de su artículo “Dos tipos de razones, vigencia del delito político”, apare-
cido en El Tiempo el 30 de mayo de 2005.
La propuesta del Gobierno de acabar con el delito político es de una inexplicable falta de
oportunidad política pero, simultáneamente, de una gran pertinencia ideológica. Política-
mente es inoportuna porque al tiempo que propone abolirlo, el Gobierno se esfuerza por
que el Congreso tipifique como delito político la acción violenta de los paramilitares. Pero
es ideológicamente pertinente porque mantiene abierto el debate sobre la naturaleza de la
violencia en Colombia.
El Gobierno hace bien en procurar que el Congreso señale a los paramilitares como delin-
cuentes políticos. Para ello hay dos tipos de razones: unas de conveniencia y otras de esencia.
Las de conveniencia tienen que ver con el proceso de paz y la posibilidad de que los ‘paras’
se desmovilicen incluso antes del fin del conflicto armado. Las de esencia están relacionadas
con las causas eficientes del surgimiento de los paramilitares, su dinámica y su naturaleza.
Con respecto a las razones de conveniencia, otorgarle el estatus político a los paramilitares
es una condición necesaria, mas no suficiente, para que las conversaciones en Ralito tengan
alguna probabilidad de éxito. Es decir, concederles ese estatus no garantiza el éxito de los
diálogos, pero negárselo sí asegura su fracaso. Ser condenados como delincuentes políticos
no protege a los paramilitares de la extradición por delitos de narcotráfico, como quedó
probado después de las extradiciones de ‘Simón Trinidad’ y ‘Sonia’, guerrilleros de las Farc.
Pero sí les permitiría a los dirigentes de los grupos paramilitares aspirar a cargos de elec-
ción popular y mantener influencia en sus regiones. Además, si llegaran a ser miembros del
Congreso, quedarían protegidos al menos temporalmente de la extradición.
Pero una razón adicional de conveniencia tiene que ver con la legitimidad misma del proceso
y de un eventual acuerdo. El tratamiento jurídico, penal y político que les ha dado y les dará
el Estado colombiano a los paramilitares sería absurdo e inaceptable para unos simples delin-
cuentes comunes. El establecimiento de una zona de ubicación en Ralito, la suspensión de las
órdenes de captura, los diálogos formales con el Gobierno y sus ministros, la intervención
de los ‘paras’ en el Congreso de la República, la rebaja de penas, la verificación de la OEA
y la búsqueda de cooperación internacional no se hacen para desarticular unas bandas de
delincuentes comunes. Quienes han estado de acuerdo con muchas de las anteriores medidas,

320
Nota del Editor

pero ahora se niegan a reconocerles el estatus político a los ‘paras’, son como aquellos que
quieren matar al tigre pero después se asustan con el cuero.
Vamos ahora a las razones esenciales. Los paramilitares son políticos porque luchan contra
el proyecto político de la guerrilla. Son una fuerza contrainsurgente civil, autónoma del
Estado. Es incomprensible entonces que haya quienes le reconocen carácter político a la
guerrilla pero no a quienes luchan contra ella. Independientemente del origen de los para-
militares, quienes entraron en una dinámica contrainsurgente deben ser reconocidos como
delincuentes políticos, como la “contra” en Nicaragua, por ejemplo. Además, su accionar
armado ha cuestionado el monopolio legítimo de las armas por parte del Estado y ha interfe-
rido violentamente el orden constitucional. Razones de más.
Pero tan absurda es la posición de los detractores del Gobierno que le reconocen estatus polí-
tico a la guerrilla pero se lo niegan a los ‘paras’, como la posición del Gobierno que pretende
reconocer como delincuentes políticos a los ‘paras’, pero no a la guerrilla. En nuestro caso,
guerrilla y ‘paras’ son causa y efecto del mismo fenómeno de violencia política.
Y este hecho nos conduce a discutir tanto la naturaleza de nuestra violencia como la vigencia
del delito político en Colombia. A mi manera de ver, la violencia política, que ya lleva más
de cuarenta años en nuestro país, que no es otra cosa que el resultado de unos procesos trau-
máticos y dolorosos de ocupación del territorio, de construcción de Estado y de integración
nacional. Este es el fondo real y oculto de nuestra violencia política. Como esos procesos
están aún inacabados, el delito político todavía tiene plena vigencia en nuestro país.
Tenemos mucho más territorio que Estado y este es precario para administrar justicia, recabar
tributos y ejercer el monopolio de la fuerza. Hay una enorme brecha entre regiones, y entre
el país rural y el país urbano. Por entre estos intersticios y aprovechando estas falencias
han crecido los grupos irregulares que cuestionan al Estado, tienen apoyo en sectores de la
población y ejercen funciones paraestatales en muchas regiones.
Pero algunos no quieren reconocer siquiera la existencia de un conflicto armado interno y
reducen el problema a una simple amenaza terrorista. Muy mala cosa, porque semejante
ceguera impide ver en la salida política negociada del conflicto armado la gran oportunidad
histórica para la ocupación institucional y democrática del territorio, el fortalecimiento de
la legitimidad del Estado y la reconciliación nacional. Cuando hayamos logrado todo esto
podremos pensar en abolir el delito político de nuestra Constitución y nuestras leyes. Como
en Europa. Antes no.

Notas y fuentes Bibliográficas

(1)Fuente: http//colombia.indymedia.org/comment.php?top_id=26087, 20 de mayo de


2005
(2) Fuente: http://colombia.indymedia.org/news/2005/06/26686.php, 30 de mayo de 2005
(3) Fuente:http://www.ut.edu.co/ccu/aquelarre/v3n51/nueva_version.htm
(4) Fuente: www.indepaz.org.co/xsys3/index.pht?option=com_content&task=view&id=188&
Itemid=58, miércoles 6 de septiembre de 2006

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